Rey de Diamantes - Isabel Acuña PDF
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El aula estaba a reventar, nadie se había perdido la clase ese día. Brandon
pensó que eso tenía que ver con la entrega de los resultados del examen.
Volvió a posar sus ojos en ella, que estaba sentada en la segunda fila. La
vio llevarse el lapicero a la boca, gesto que interrumpió cuando uno de sus
compañeros le entregó el examen con la nota. Ni siquiera sabía que él existía.
La había estado observando toda la tarde, como cada día desde hacía un mes,
que era el tiempo que llevaba de monitor en la clase de Finanzas del señor
Anderson. Era preciosa y se moría de ganas de charlar con ella. Había
averiguado su nombre y un par de datos más, porque pocos sabían de aquella
chica. Se llamaba Eva James. Era estudiante de último año de Mercadotecnia
y Economía, no tenía novio y era poco fiestera, lo que explicaba que no la
hubiera visto antes. Al parecer era un ratón de biblioteca y algo tímida, aunque
él la veía muy segura en sus participaciones en clase. Alguien le dijo que
había salido con un músico durante varios meses el año anterior. Aparte de
eso, la chica era un misterio.
Era de estatura mediana y con unas curvas increíbles, llevaba un jean
ajustado, que realzaba su trasero y un suéter ceñido de color púrpura, que
ajustaba sus pechos. “Madre mía”, pensó, cachondo. Llevaba el cabello
recogido en una trenza, quería verla con el cabello suelto.
En el podio del auditorio, el señor Anderson anunció que algunas de las
calificaciones habían estado por debajo del promedio y que debían esmerarse
más. “Bla, bla, bla…”. Brandon se perdió otra vez en sus pensamientos,
observando de reojo a la chica. Amaba la caza y el trofeo valía la pena.
Eva hablaba dos veces a la semana con su madre. A ella le hubiera gustado
que su hija estudiara en Northwestern y así no habría salido de casa, pero el
costo de la universidad estaba fuera de las posibilidades de la familia James.
La beca completa la había logrado en St John´s, una universidad con las
mismas credenciales, y que no quedaba lejos, pero el viaje de ida hasta su
casa era por lo menos de hora y media, y con los trabajos y exámenes, hacía
dos meses que no visitaba a sus padres.
Llegó la noche siguiente de la fiesta, pensando en la reunión para estudiar
con Brandon al otro día, y escuchó el timbre del móvil. Soltó el morral a un
lado de la cama, se desabrochó la chaqueta y contestó el aparato.
—Hola, preciosa.
La voz de su madre le llegó como un cálido abrazo y por un momento, Eva
quiso transportarse a su hogar. La imaginaba en la cocina o en la salita de
estar, bordando concentrada o sembrando rosas en el jardín. Era una vida
sencilla y valiosa.
—Hola, mamá. —Se acomodó en la cama en posición fetal.
—¿Cómo te fue en el examen?
—6.5 —dijo, desganada.
—¿Y eso es muy malo?
—Nunca había sacado esa nota, tendré que sacar sobre diez el resto de
notas para mantener el promedio.
—Lo siento mucho, cariño, pero verás que lo lograrás, eres mi guerrera
favorita.
Eva suspiró y sonrió al teléfono.
—Eso espero, mamá, ¿cómo está papá?
Su padre había sido dado de baja del ejército por una herida en la pierna
que estaba en proceso de recuperación, y le costaba seguir los tratamientos
médicos.
—Tu padre empezó una nueva terapia, por lo menos ha ido muy aplicado a
cada sesión, esperemos que no se aburra. Además, en su tiempo libre está
haciendo algunas reformas en la casa con la ayuda de Jack.
Jack era el novio de su hermana mayor, Helen, que trabajaba como auxiliar
de odontología en un consultorio del mismo condado. El joven era contratista
de la construcción, su negocio estaba iniciando e iba muy bien.
—¿Cuándo vendrás a vernos?
—Mamá, tengo mucho que estudiar.
—Lo sé, por eso no nos hemos aventurado algún fin de semana, queremos
darte tu espacio. Eso sí, no te puedes perder Acción de Gracias. Creo que tu
hermana se va a comprometer.
Eva se sentó en la cama. Helen se merecía todo lo bueno que la vida le
pusiera por delante.
—Guau, ¿en serio?
—Tu papá algo sabe, pero no he logrado que me diga nada.
—Déjalo tranquilo, a lo mejor Jack le hizo prometer que se lo callaría. Me
alegro mucho.
Escuchó la risa limpia de su madre.
—Pero entre esposos no debe haber secretos.
Eva soltó la carcajada.
—Ay, mamá, no sabes cuánto te extraño.
—Yo también te extraño, cariño. Cuéntame, ¿hay algún admirador en el
panorama?
Eva observó el techo de la habitación, el rostro de Brandon se materializó
ante ella.
—No.
—Vamos, no me lo creo, eres hermosa e inteligente, debe haber por lo
menos un chico interesado.
“No tan chico”, caviló Eva.
—Bueno, hay uno.
—¡Lo sabía! Háblame de él.
Eva le habló de Brandon de manera somera. No quería profundizar en el
tema porque su madre no la dejaría en paz, y antes de que le sonsacara más
cosas, le preguntó por el negocio. Ella le habló varios minutos sobre los
últimos chismes de las personas asiduas al local. Le habló de los bordados en
los que trabajaba (era experta en punto de cruz), y del concurso que
organizaría con las señoras de la parroquia. Eva empezó a bostezar y se
despidieron, no sin hacerle prometer que los visitaría un fin de semana antes
de Acción de Gracias. A los pocos minutos de haber colgado, llegó Janeth con
una sonrisa que hacía meses no le veía y una caja de pizza que enseguida le
abrió el apetito.
—¡Me llamó Steve!
Eva se sentó en la cama.
—Ni se te ocurra volver con él, el tipo es maquiavélico.
Ella se acomodó en la cama en posición de loto como si fuera a meditar.
—No, me di el gusto de mandarlo al infierno, no te preocupes. Creo que lo
voy superando. Hoy hablé con Amy. —Janeth se refería a su prima que
estudiaba tercer año de Derecho y que tenía una agenda más ocupada que la de
Eva—. Le recordé la fecha de nuestra salida de cumpleaños.
—Bien. —A Eva le gustaba Amy y aunque no le hacía mucha ilusión la
salida, se dijo que una fiesta no le haría ningún daño.
Eva se levantó y se acercó al mueble del DVD.
—No voy a abrir más libros por hoy. ¿Friends o Grey´s Anatomy?
—Definitivamente Friends.
Esa noche se puso una falda negra de pitillo que no se había estrenado —
la había encontrado una tarde en que acompañó a Janeth de compras—, con
una blusa roja sin mangas y zapatos negros de tacón. El cabello se lo había
peinado liso y el único cosmético era el labial rojo que contrastaba con el
tono de su piel. Janeth iba vestida de negro. Se dieron un último vistazo en el
espejo, Eva se puso un abrigo negro, tomó la cartera de mano y salieron a
disfrutar la noche. La reunión sería en el club Underground de la Avenida
Broadway. Iba a divertirse con sus amigas y a pasar tiempo con ellas sin
pensar en libros.
Se encontraron con Amy tan pronto se bajaron del taxi, la chica de ojos
cafés y cabello oscuro llevaba un vestido negro de lentejuelas doradas,
después de los saludos, hicieron la fila para entrar al club, una vez en el
interior se abrieron camino a través del grupo de gente hasta llegar a la barra
por la primera bebida.
La música vibraba y tronaba en las paredes. Un DJ tocaba algo de electro
en una especie de tarima en un extremo del lugar. La parte oscura contrastaba
con las luces de neón en las mesas y en la barra. La pista de baile estaba
repleta. Los haces de láser recorrían la pista y alumbraban todos los cuerpos
que se movían y bailaban sin parar.
—¡Por el mejor cumpleaños de mi jodida vida! —exclamó Janeth.
Pidieron al barista tres shots de tequila—. Buena música, baile, bebidas, y, si
Dios quiere, algún chico caerá.
—Me anoto —expresó Amy.
—Yo también —contestó Eva.
Hicieron un brindis con los vasos y comenzaron a beber. Después de dos
tragos más salieron a la pista a bailar con la intención de soltarse y divertirse
durante la noche, algo que Eva se había negado durante mucho tiempo; ya
estaba harta de ser la buena y mojigata, merecía toda la diversión que pudiera
lograr. Se mezclaron con la multitud, el compás delirante de la música las
invadió y poco después las tres chicas se habían adueñado de una pequeña
parte de la pista de baile junto a la barra. Tres chicos se acercaron a ellas,
pero contrario a lo que manifestaron mientras brindaban, estaban cómodas
solas. Pasaron el rato yendo de la barra a la pista de baile, Eva moderó el
consumo, aunque tenía buena tolerancia al alcohol, Janeth no. Amy se quedó
con un chico que parecía no querer desprenderse de ella. Janeth y Eva
siguieron bailando solas en la pista.
Alrededor de la media noche, el acompañante de Amy se esfumó. Cuando
Eva le preguntó qué había ocurrido, la chica frunció los hombros.
—Me invitó a irme con él, no me interesa ligar.
Observaba a Amy deslizar su dedo por la pantalla de su móvil contestando
mensajes.
—Chicas —levantó la cara—, hay una fiesta de un chico de Northwestern,
celebra su cumpleaños en el departamento de su hermano. Es muy amigo del
tío que me gusta.
Eva estaba a gusto en el lugar, nada que ver con universitarios borrachos
queriendo meterle mano.
—¿No sería mejor quedarnos? Estamos muy elegantes para una fiesta de
universidad —señaló Eva.
—No conoces las fiestas de Northwestern, todo vale.
—Eso es lo que me preocupa, Janeth ya está bastante pasada de tragos.
La aludida dio la vuelta y las enfrentó.
—Estoy muy bien, solo feliz, no todos los días se cumplen veintiún
jodidos años —abrazó a Eva—, no seas aguafiestas. Vamos.
Ambas le lanzaron una mirada, esperando su beneplácito y ella no quiso
ser la aburrida. Se encogió de hombros.
—Está bien, vamos.
Al salir de la discoteca pararon un taxi y cuando Amy le dio la dirección,
Eva cayó en cuenta de que la fiesta era en el mismo condominio donde vivía
Brandon. Luego recordó que él tenía un hermano en Northwestern, ya iban dos
coincidencias. Eva le pagó al conductor el trayecto y salieron del taxi, cada
una un poco tambaleante por los tequilas ingeridos. Al llegar a recepción, el
botones cotejó el nombre de Amy en una lista y les dio paso hasta el ascensor.
Al llegar al piso, Eva no tuvo dudas de que la fiesta era en el departamento de
Brandon. ¿Estaría acompañado? Desde el pasillo, la música hacía vibrar el
suelo debajo de las chicas. Eva se sentía valiente y audaz, se estremeció de
anticipación, ya que tenía el presentimiento de que vería a Brandon esa noche.
Se abrieron camino por entre un grupo de jóvenes hasta que entraron al salón,
su mirada recorrió el lugar buscando a Brandon entre la marea de jóvenes que
bailaban y bebían. Un joven muy parecido a Brandon les salió al paso.
—¡Nathan! —gritó Amy y corrió a abrazarlo. Las presentó por sobre el
ruido de la música.
—Bienvenidas a mi fiesta, bellezas.
Les sonrió y las abrazó como si las conociera de siempre. Lo felicitaron
por su cumpleaños y cuando supo que Janeth cumplía también, Nathan se
acercó y le dio un beso en la boca que la dejó más atontada de lo que estaba.
La atención de Nathan volvió a las tres chicas.
—El alcohol está en la cocina —explicó—, los chicos por todas partes, el
baño por el pasillo del fondo y si quieren llegar a primera o segunda base, hay
un estudio por ese lado, la habitación del cabrón de mi hermano está vetada.
El chico era guapo como su hermano, alto y delgado, el color de ojos era
oscuro y tenía una chulería de la que carecía Brandon, ella estaba segura de
que para Nathan la vida era una fiesta interminable repleta de licor, mujeres y
otras cosas.
—Necesito un trago —dijo Amy y tomó a ambas mujeres del brazo—.
Gracias, Nathan.
El chico les hizo una reverencia y se perdió entre la multitud. Llegaron a la
cocina, donde las botellas de toda clase de licor tapizaban uno de los
mesones. Después de dos shots de tequila, Amy encontró al chico por el que
habían ido a la fiesta, cuando se alejaban, se volvió hacia Janeth, dándole un
pulgar arriba. Un joven rubio y delgado se acercó a Janeth, ella le sonrió.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Janeth.
—Soy Daniel, amigo de Nathan y tú eres…
—Janeth. —Lo tomó de la mano y lo condujo al salón—. Daniel amigo de
Nathan, llévame a bailar.
—Será un placer. —Desaparecieron entre el gentío, Eva podía escuchar
sus carcajadas sobre la música.
Caminó por el gentío, no vio a Brandon por ningún lado. Envalentonada
por culpa del licor y la música empezó a bailar sola al ritmo de una canción.
Cerró los ojos y se dejó llevar, moviendo las caderas de un lado a otro,
suavemente al ritmo de la música. Sintió a alguien acercarse por su espalda y
una mano se apoyó en su abdomen, lanzándola hacia atrás, hasta chocar contra
un cuerpo duro.
—Hola, James.
CAPÍTULO 9
Era un jodido sueño ver a Eva balancearse al ritmo de una sexy canción.
Los demás hombres la miraban dispuestos a acercarse, que se jodieran, Eva
era suya. No se cuestionó qué hacía en esa fiesta, había venido a él y no
dejaría pasar la oportunidad de compartir tiempo con ella. En cuanto vio a uno
de los mocosos amigos de su hermano tratar de acercarse, enfiló en su
dirección y lo frenó con un simple gesto. El chico se dio la vuelta enseguida.
—Hola, James —susurró en su oído al tiempo que le deslizaba las manos
por la cintura. Hasta su nariz llegó el olor a champú de su cabello y quiso
retirarlo a un lado, para despejar y besarle la nuca y el cuello, tuvo el impulso
de dejarle un chupetón y que todos lo vieran, era de locos.
Ella se volteó con los ojos brillantes y una sonrisa, llevó las manos a su
pecho y luego ascendieron hasta envolver su cuello.
—¿Por qué tardaste tanto?
Él sonrió, pegándola a él y empezó a bailar con ella, disfrutando de su piel
brillante por culpa del sudor. Eva iba a quemarlo con su fuego. Bienvenido el
calor.
—¿Me esperabas? —preguntó sorprendido a centímetros de su rostro, con
el corazón tronándole en el pecho cuando con sus labios rozó el lóbulo de su
oreja.
—Sí. —Ella se mordió el labio inferior con los dientes mientras sus ojos
viajaban por su rostro—. Quería ver al chico más sexy de todos, al profesor
más sexy.
Estaba pasada de tragos, de otra manera no habría soltado aquello. Quería
besarla, saboreó la anticipación de probar sus labios, pero no lo haría en esa
sala ruidosa y llena de gente, le dio la vuelta de nuevo y colocó las manos por
entre la cinturilla de la falda, se sintió perdido cuando un golpe de energía
parecido a un corrientazo lo invadió al deslizar los dedos por su piel húmeda
y erizada. Se pegó más a ella al escuchar un gemido cuando frotaba sus
caderas contra él. Al término de la música, ella, sin decirle nada, lo tomó de
la mano y lo llevó al balcón que colindaba con el comedor. Un par de parejas
se besaban en un rincón. Eva soltó una risa nerviosa.
—¿Me quieres meter mano, Eva? —preguntó Brandon risueño. Esperaba
que no fuera el alcohol lo que la hiciera portarse así con él. No podía dejar de
mirarla.
Eva se paró frente a él, estaba tan cerca que podía percibir su respiración.
—Dijiste que yo debía dar el próximo paso y es lo que estoy haciendo.
—Me gustan las chicas valientes que van por lo que quieren. —Quiso
decirle “sobrias”, pero no quería tentar su suerte.
Ella le regaló una mirada lasciva, su aliento a alcohol le acariciaba el
rostro. Se acercó más aún.
Brandon esperó, mientras observaba sus ojos, su boca. El licor la
desinhibía y se sintió un poquito cabrón, solo un poquito, por no interrumpir
sus avances, estando ella en esas condiciones.
—Esas imbéciles en clase —expresó ella con el ceño fruncido, mientras
rastrillaba su barbilla con sus manos—, no hacían sino hablar de ti, zorras,
quería decirles que eras mío, pero no te he reclamado, ¿verdad?
Tan pronto escuchó sus propias palabras y a pesar de su
envalentonamiento, quiso salir corriendo, llevó una mano a la boca,
avergonzada, soltó una risa estrangulada.
—No acabo de decir eso, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza mientras sonreía, incrédulo. Se moría por
probarla, por tenerla, pero no quería llevar las cosas demasiado lejos y que a
la luz del día ella viera lo ocurrido esa noche desde una óptica diferente y ahí,
sí, perder toda oportunidad. Sus divagaciones iban y venían entre el deseo y el
deber, mientras que Eva, con el corazón revoloteando a niveles
estratosféricos, se empapaba de su esencia, de su calor.
—Eva…
Sus respiraciones agitadas se mezclaron, tibias, tanto, que la energía, que
había estado construyéndose todo ese tiempo parecía crepitar. Eva se puso en
cuclillas y su boca chocó contra la de él. Sintió que caía en nubes, calientes y
algodonosas, mientras Brandon, ya su autocontrol desatado, la aferraba por la
cintura y profundizaba el beso. Saboreó la dulzura y tersura de su piel, su
lengua intrusa barrió su boca, un gemido de parte de ella retumbó en medio de
la caricia. Sus dedos tocaron su cabello, la sensación fue deliciosa, como
sabía que sería. En dos pasos la arrinconó contra la pared lateral sin
importarle nada más, ni las otras parejas besándose, ni las risas que llegaban a
ellos, ni la música que vibraba por todas partes, todo desapareció, fue como
entrar en una habitación oscura y silenciosa, y que Eva fuera la única llama de
luz. La besó como si estuviera muerto de sed y ella fuera el manantial que lo
saciara. La besó como supo que lo haría desde la primera vez que puso sus
ojos en ella.
—Sabía que sería así —susurró sobre sus labios mientras sus manos
acariciaban el contorno de su cintura. Ella se presionó contra él pidiendo más
—. Eres tan jodidamente hermosa.
Sus sentidos se empaparon de él, al notar de nuevo cómo sus labios la
besaban con rigor. Eva sentía que se disolvería allí mismo, un gemido de
Brandon desató una ola de calor que viajó por sus venas, incendiando todo su
cuerpo.
—Te deseo —jadeó ella—, no sabes cuánto te deseo.
Brandon la soltó, la tomó de la mano y atravesó el salón, a lo lejos vio a
Janeth charlando con alguien. Sin soltar la mano de Eva, la llevó por un
pasillo, abriéndose paso entre una docena de personas, mientras cavilaba que
el imbécil de su hermano lo iba a escuchar al día siguiente. Su casa estaba
hecha un desastre, no debió dejarse convencer de prestar su hogar para hacer
la fiesta, aunque si entre las consecuencias estaba el poner a Eva James frente
a él, estaba dispuesto a dejarlo pasar, eso sí, la factura del servicio de
limpieza correría por cuenta de Nathan. Al llegar a la última puerta, que abrió
con celeridad con una llave, jaló a Eva hasta su habitación y encendió la luz.
Los sonidos de la música y la fiesta se desvanecieron.
—Huele a ti —manifestó Eva sin dejar de mirarlo.
Brandon sonrió de nuevo e inclinó la cabeza.
—Parece que ya encontré mi propia versión del suero de la verdad. —
Leía en su rostro como en un libro, pero quería escucharla. La atrapó con su
cuerpo contra la puerta, le acarició la mandíbula con el pulgar—. Dime qué
quieres, James… —Las palabras estallaron en el silencio mientras se aferraba
a la curva de sus caderas y le besaba el cuello y la mandíbula.
Ella lo ancló con sus brazos, con su mirada, con su cuerpo, con la
respiración entrecortada. Concentrada en su toque, apenas podía modular.
—No pares, por favor, no pares. No tienes idea de todo lo que te sueño.
Él reclamó otra vez su boca, impidiéndole respirar. Enterró una mano en
su mata de cabello, inmovilizándole la cabeza para acceder mejor a ella. No
quería soltarla, con sigilo y rigor empezaba a adueñarse de su cuerpo y de su
corazón. Ella sacó su camisa sobre su cabeza y él soltó un gemido en cuanto le
acarició el pecho y el abdomen. Eva sintió que se ruborizaba ante el fuerte
anhelo de besar su torso, su abdomen, de saborear su piel.
Dios, él nunca había experimentado nada parecido, el deseo abrumador de
tenerla cerca todo el jodido tiempo, y no estaba seguro de que realmente
disfrutara la sensación. Los dedos de Brandon desabrocharon con algo de
torpeza la blusa, que arrojó al suelo, seguida del sujetador. Apenas podía
respirar, Eva tenía los pechos más bellos que había visto en su vida. Se sentía
inquieto e inseguro de sí mismo, algo que no solía ocurrirle con frecuencia. La
forma en que lo miraba era para morirse, sí, señor, podría morir en los brazos
de esa mujer y se iría feliz al cielo o al infierno.
La besó de nuevo, fueron poco conscientes de que tropezaron con la cama
y cayeron en ella, inmersos en el deseo y la necesidad. Sus manos codiciosas
la recorrieron, le levantó la falda, apreciando la tersura de la piel estremecida
de sus muslos, la respuesta a sus caricias lo encendió más, estaba ebrio de
Eva sin haberla probado siquiera. En medio de un beso delirante la despojó de
la ropa interior y ella gimió cuando él la tocó en medio de los pliegues
húmedos, y se arqueó en consonancia a las sensaciones. Nunca dejó de
mirarla, de acusar cada uno de sus gestos. Se perdió en su mirada cuando ella
alcanzó la liberación y un poco de cordura llegó hasta él.
Se moría por tenerla, por hacerla suya, pero la quería en sus cinco
sentidos, no que recordara ese episodio como un interludio en medio de una
noche de borrachera. Necesitaba tener la seguridad de que no era el alcohol el
que hablaba por ella. Recurrió a un doloroso y feroz autocontrol, y retiró la
mano de su sexo, se sentó a su lado y pasó la mano por su cabello varias veces
hasta normalizar la respiración. De repente su expresión era seria.
—¿Qué sucede? —preguntó ella con la respiración agitada.
—Escúchame. Sé que has bebido mucho, por lo que debo ser un caballero
y darte la oportunidad de dejar las cosas aquí. Te puedo llevar a tu casa y lo
retomamos en cuanto estés sobria, ¿te parece?
—Pensé que tú querías.
“Dios mío, Eva, vas a matarme”.
—Quiero —dijo feroz—, te deseo más que respirar, quiero desnudarte y
estar dentro de ti, pero no será esta noche, James.
Ella sonrió, le acarició el rostro y él le devoró la boca de nuevo, cuando
se separó, las respiraciones agitadas de los dos casi lo hacen claudicar.
—Eres mi caballero.
Él sonrió.
—Yo no estaría tan seguro, mis pensamientos en este momento no son los
de un caballero, créeme.
Ella soltó una carcajada y se percató de que Brandon tenía razón, estaba
más que achispada y la cabeza le daba vueltas. Cerró los ojos, aspirando de
manera profunda y silenciosa, no quería que él la escuchara. Cuando abrió los
ojos, él la miraba con talante risueño.
—¿Estás bien?
Ella afirmó con la cabeza y lo miró de nuevo con un ansia loca de fundirse
a él.
Él soltó un sonido estrangulado parecido a un jadeo.
—No me mires así, me está costando horrores tener los pantalones en mi
puesto, pero te quiero sobria cuando entre en ti. —Se levantó de la cama y se
acercó al vestier, de donde volvió a la cama con una camiseta.
—Póntela —susurró suave, ella abrió los ojos y le hizo caso, se quitó la
falda y Brandon inspiró de manera ruidosa por la cantidad de piel expuesta a
centímetros del toque de sus manos.
Ella sonrió, consciente del efecto que tenía sobre él, se colocó de lado y él
la siguió y la abrazó, hundió la nariz en su cabello como un jodido enfermo. Le
parecía increíble tenerla por fin junto a él. Acariciaba su piel satinada y
sudada, atontado por las sensaciones que lo embargaban.
—Guau, no me lo haces fácil, tampoco —suspiró ella, cerrando los ojos.
Se quedaron en silencio y a los pocos minutos, Brandon sintió el cambio
en la respiración que le dijo que ya estaba dormida. Se levantó de la cama, se
puso la camiseta y salió a buscar a Nathan, al que encontró en un rincón
hablando con una chica, lo separó de ella y lo llevó a la cocina.
—¿Qué pasó con esa pieza de primera con la que atravesaste la sala como
si tuvieras fuego en el trasero? —Fue lo primero que preguntó su díscolo
hermano, al ver solo a Brandon.
Brandon no iba a contestarle a su hermano debido a dos cosas: primero,
estaba borracho, y segundo, Eva no era de su incumbencia.
—Necesito que des fin a la fiesta y que mañana a primera hora vengan a
arreglar este estropicio.
—Pero, hermano, si apenas estamos calentando.
Brandon miraba por encima de la gente localizando a Janeth, la amiga de
Eva.
—No me importa, sigue la fiesta donde Daniel, sabes que él no tiene
problema con eso.
—¿En serio, Brandon? Apenas son las dos de la mañana.
—Sigue la fiesta donde Daniel, aquí ya se acabó la diversión. Además, me
dijiste que no eran más de una veintena y hay por lo menos sesenta personas
regadas por todo el lugar.
—Culpa a los mensajes de texto y agradéceme. —Tomó un sorbo de licor
directo de una botella que llevaba en la mano—. Tu amiguita no hubiera
venido sino hubiera sido por uno de esos toques. ¿Quieres la fiesta para ti
solo? —insistió Nathan, limpiándose la boca con el dorso de la mano, gesto
que hubiera puesto los pelos de punta a la señorita Selma y dejó la botella
encima del mesón—. Solo dímelo y desocupo este salón enseguida.
Brandon blanqueó los ojos.
—Ya, Nathan, haz lo que te digo.
—Pareces un jodido viejo, dentro de poco vas a necesitar Viagra y bastón.
Tienes que divertirte.
—No lo creo. Alguien tiene que crecer y no te veo por la labor —lo
recriminó, impaciente—. ¿Qué quieres, Nathan?
—Quiero unas bolas del tamaño de la luna y un coño dulce y apretado
donde meterlas.
Brandon sonrió a su pesar, si Eva no hubiera venido a la fiesta, no estaría
sacando a los amigos de su hermano de la casa y estaría disfrutando de su
compañía.
Necesitaba distracción, su hermano tenía razón. Estaba estresado por la
reunión que tendría lugar en Joyerías Diamond el lunes siguiente, ansioso por
saber qué obstáculos pondrían su madre y su padrastro a que se hiciera con el
mando de la empresa. Había tenido reuniones las dos semanas anteriores con
los abogados de la firma que manejaba el fideicomiso, para retirar el dinero
que la empresa necesitaba. Ellos no estaban de acuerdo con lo que Brandon
iba a hacer, pero no les quedaba más remedio que soltar el dinero que, por ley
y herencia, les pertenecía a él y a sus hermanos. Y sí, también estaba excitado
como nunca y no quería a nadie en casa cuando por fin pudiera dar rienda
suelta a su deseo por Eva.
Brandon sonrió a su pesar.
—Vete de aquí, hermano.
—Yo sé lo que deseas hacer —lo interrumpió—, quieres bautizar todo el
departamento con ese lindo culo, eso es.
Brandon sonrió y bajó la cabeza.
—Lo haré en cuanto el equipo de limpieza que vas a enviar a primera hora
deje todo impecable.
—No seré yo quien te lo impida, pienso que mereces mucha más
diversión. —Le dio un golpe con el puño en el brazo con una sonrisa ladeada.
Le agarró el rostro con las manos y lo acercó a él como si fuera a darle un
beso en la mejilla.
—Eres un cabrón, pero te quiero.
—Yo también te quiero y feliz cumpleaños.
Lo dejó y antes de dirigirse a donde estaba el equipo de música para
interrumpirla, soltó:
—Recibí la provisión de ropa interior y calcetines anual de la señorita
Selma.
Brandon se echó a reír.
—Para ella nunca tendremos suficiente ropa interior en nuestro armario.
¿Y mamá?
—Me invitó a almorzar la próxima semana. Hoy estaba ocupada con algo.
Brandon le palmeó el hombro.
—Ya es algo.
Nathan bajó el volumen de la música y batió palmas, en menos de diez
minutos ya se habían ido todos. Brandon le dijo a Janeth que Eva se quedaría
con él. La chica se opuso a pesar de estar muy pasada de tragos, estaba
dispuesta a llevarse a su amiga, pero Brandon, con su sonrisa de chico bueno y
su labia la convenció, pidió un transporte y la envió a su casa con Amy. Sacó a
los últimos rezagados, revisó que no hubiera gente, ni drogas, ni agujas en los
baños, y volvió a la habitación.
Se quitó la camiseta y se acomodó al lado de Eva, que estaba sumida en un
profundo sueño. No creía poder conciliar el sueño, el arco de la boca de Eva,
enrojecido e hinchado por los besos compartidos, no lo dejaba cerrar los ojos,
amén de todo lo demás. Se juró que al día siguiente la besaría hasta asfixiarse
y no dejaría de hacerlo hasta estar dentro de ella.
CAPÍTULO 10
Eva se sentía envuelta en una manta pesada y caliente cuando abrió los
ojos. La boca de Brandon le rozaba el cuello. La cabeza le martillaba,
percibía un sabor amargo en la boca y tenía urgencia por levantarse e ir al
baño, pero no quería desprenderse de la sensación de calidez que la
circundaba.
Se tomó unos segundos para recordar lo ocurrido la noche anterior, a su
mente venían chispazos de su llegada a la fiesta, que resultó ser en el
departamento de Brandon, había sido una de esas coincidencias extrañas,
recordó el baile y cómo lo arrinconó para besarlo. A la luz del día y ya sin la
nube del tequila circundándola, no se arrepentía de sus avances. Brandon
también la deseaba y no iba a pelear más con la profunda atracción que los
unía.
Se dio la vuelta con cuidado de no despertarlo. Observó su rostro, quiso
delinearle la barbilla, tocar la boca gruesa y alisar el ceño fruncido aun en el
sueño, pero no se atrevió. Sonrió al reparar en sus largas pestañas, la envidia
de cualquier mujer. ¿Por qué los hombres tendrían pestañas más largas que las
mujeres? Sentía el nudo del deseo insatisfecho en el estómago y en la pesadez
que experimentaba en medio de las piernas. Se levantó con sumo cuidado y
caminó hasta alcanzar la privacidad del baño. Se miró en el espejo, su aspecto
era terrible, la pestañina estaba corrida, el cabello hecho nudos era un
desastre.
Después de hacer sus necesidades se quedó sentada largo rato en el
retrete, sin tener ni la más remota idea de cómo abordarlo a la luz del día. Se
sentía incómoda, quería ducharse, olía a licor, pero le avergonzaba tomarse
libertades en una casa que no era suya. Se quedó mirando el decorado de la
pared del frente mientras meditaba, pero la ducha la llamaba. Se levantó y se
duchó en minutos, solo para quitarse el olor a licor de la noche anterior, se
peinó el cabello con uno de los cepillos que estaban encima del mesón, con el
cuidado de no dejar cabellos fuera de su sitio, y se lavó la boca con un
enjuague bucal.
Se miró de nuevo al espejo con profunda concentración, deseaba a
Brandon y lo tendría, antes de que alguna circunstancia cambiara las cosas.
Con la tenacidad en la mirada, se dejó la toalla enrollada al cuerpo y con paso
firme salió a enfrentarlo. Levantó el cubrecama que lo cubría. “Es un hombre
hermoso”, caviló mirando su pecho musculado y en forma, su vientre liso y la
línea de vello que se perdía en la cintura del jean.
—Es un muy buen despertar —dijo con tono de voz ronco y se desperezó,
tratando de controlarse para no saltar sobre ella.
Dejó de respirar en cuanto Eva, sin dejar de mirarlo, tiró la toalla al piso y
quedó desnuda ante él. Su mirada brilló con un gesto de posesión y el cuerpo
se le endureció enseguida de necesidad. Se deleitó en la piel y las curvas de la
mujer más bella que había visto en su vida.
—Jesús, María y José.
Ella sonrió, acercándose a la cama.
—¿Eres un buen chico católico?
—No. Anglicano, pero podría convertirme, pues eres como un milagro.
Tomó una de sus manos y la jaló hasta la cama. Era increíble verla
desnuda en medio de su habitación, entre sus cosas. Estaba hechizado y
atrapado.
—Ya no estoy ebria.
—Lo sé —dijo en tono de voz entrecortado y ronco.
Se sintió mareado al tocar el cuerpo de Eva, en cuanto la recostó a su lado,
un instinto de propiedad lo inundó al percibir el aroma de su marca de jabón
en su piel, la besó con voracidad, con una necesidad aplastante de fundirse en
su cuerpo, con las piernas le abrió las rodillas. Lo excitó que se mostrara
ansiosa, que lo tocara y respondiera con su mismo ímpetu a su ardor. Le chupó
los pezones en medio de gruñidos y en un reguero de besos y caricias
descendió por su vientre hasta probar su sexo, dulce y picante, su aroma lo
enardeció, la saboreó, lamiendo y gruñendo, apropiándose de su cuerpo.
Luego sus dedos reemplazaron la lengua haciendo suyo su sexo. En cuanto tuvo
su humedad, sus temblores y su orgasmo, se levantó y se quitó el jean con el
que había dormido y se bajó el calzoncillo sin dejar de mirarla.
—Eres muy hermosa, tienes el cuerpo de mis fantasías —señaló con voz
enronquecida por el deseo.
Ella le respondió con una sonrisa invitadora, abriendo más sus piernas. Su
mirada excitada lo seguía. “Es perfecto”, caviló Eva, mirándolo de arriba
abajo, se notaba el ejercicio, en cada musculo definido, desde las pantorrillas
pasando por las nalgas hasta su abdomen six-packs y su miembro muy bien
dotado.
—James, tu mirada me va a matar —dijo mientras se colocaba en tiempo
récord un condón y se tumbaba sobre ella. Era mejor que en sus fantasías: piel
sedosa, mirada excitada, sexo húmedo por la excitación, qué bienvenida
estaba teniendo.
La inmovilizó y le devoró de nuevo la boca al tiempo que entraba en su
interior con algo de torpeza. Necesitaba dominarse, hizo una pausa durante
unos segundos, antes de iniciar un movimiento sin contenciones.
—Dios, eres… deliciosa —clamó con voz oscura y áspera, separándose
apenas unos milímetros de su boca. No reconocía la sensación de estar tan
necesitado y tan desesperado porque la mujer que aprisionaba sintiera lo
mismo que él. Tuvo que controlar el impulso de llegar al orgasmo con tan poca
estimulación, como si fuera un adolescente.
Eva supo que era un encuentro diferente a lo que había vivido hasta
entonces, no había percibido la pasión de esa manera, la conexión, la feroz
necesidad que despertaba en él y que percibía también en ella. Se perdieron en
un beso arrollador queriendo fusionarse en uno solo, estaba extasiada, su
pasado se disolvía como arena al viento ante el inefable placer que
experimentaba.
Se concentró en el movimiento de Brandon, en la manera en que su sexo
resbaloso y húmedo lo recibía, en las sensaciones que se habían ido
acumulando y que estallaron dentro de ella, sin aviso. El orgasmo más
satisfactorio de su corta vida la tomó por sorpresa, estaba segura de que
gritaba y de que había blanqueado la mirada. Le clavó las uñas en la espalda y
él le respondió penetrándola más fuerte, mordiéndole el hombro, mientras lo
escuchaba gemir al tiempo que vaciaba en ella el deseo construido desde que
la había visto por primera vez. Fundidos en el cuerpo del otro, ambos
sintiendo cada milímetro de piel, fue como si se reconocieran y hubieran
vuelto a casa. Brandon la buscó con la mirada y se sintió pleno al verla
sonrojada, la mirada brillante y la boca, se declaraba adicto a esa boca,
hinchada por sus besos.
Él cayó desmadejado sobre el cuerpo de ella y con la respiración agitada,
le habló al oído.
—¿Estás bien? —preguntó con el pecho agitado.
Eva no podía modular, asintió con la cabeza y lo abrazó cuando Brandon
hizo el amague de retirarse.
—No, aún no. —Brandon se inclinó y le mordisqueó el cuello, a lo mejor
con la intención de dejar una marca, la parte feminista de Eva gruñía enojada,
pero cuando se sintió de nuevo excitada, lo olvidó.
—Lo sabía, sabía que sería especial.
Cassandra Elliot había estado enamorada de Brandon desde que lo vio por
primera vez en una fiesta de aniversario de sus padres a la que Anne lo había
llevado casi de la oreja. Los Elliot, reyes de la banca en la ciudad, eran muy
amigos de los King. En cuanto los presentaron, Brandon se inclinó y tomó los
dedos nerviosos y temblorosos de la joven en sus grandes y cálidas manos.
Los sostuvo con fuerza, fijando su amable mirada en los sorprendidos ojos de
Cassandra, levantó una ceja con aprecio, sonrió y le hizo un pequeño guiño.
Ella se enamoró perdidamente de él.
Durante la adolescencia, se dedicó a conocerlo sin que él se percatara,
nunca dio muestras de sus sentimientos. Era una mujer orgullosa, pero
perseverante; el objetivo de su vida era ser la esposa de Brandon King y había
ideado un plan para lograrlo.
—Hola, Brandon —saludó esa tarde cuando él bajó al salón a reunirse con
los invitados de la familia.
Aparte de los Elliot, estaban la hermana de Parker con su esposo, un
médico cardiólogo, y sus dos hijos, unos adolescentes concentrados en algún
juego en los móviles.
—Cassandra, me alegra verte —saludó Brandon con calidez y notó el
sonrojo de la chica. Era una mujer bella, con clase, con una chispa en sus ojos
verdes que le confería un aire inteligente—. ¿Cómo es que no estás aquí con
un guapo chico italiano? Me imagino que los volviste locos.
—Cassandra está interesada en el producto nacional —intervino Nathan
con tono burlón.
La chica ignoró el comentario.
—Los italianos son demasiado intensos y gritones para mi gusto. Les
recuerdo que fui a estudiar, no tenía mucho tiempo para divertirme.
—Eso en Italia es pecado —insistió Nathan—. Junto a los franceses, son
los maestros de la buena vida.
Anne se percató de que, con mucha maestría, Cassandra involucró a todo
el mundo en la charla y todos dieron su punto de vista. Estaba encantada con la
joven, un par de años atrás, antes de su viaje a Italia, le parecía simple y
opacada, pero esa noche la vio con nuevos ojos: era elegante, discreta, y tenía
un cutis perfecto. Luego miró a los padres. Cassandra era hija única, heredera
de todo un imperio económico, sería la pareja perfecta para Brandon, lástima
que la chica no se hubiera dedicado a las finanzas, caviló, en cambio, había
estudiado diseño de joyas. Un momento…
Una empleada los invitó a pasar al comedor. Anne tomó del brazo a
Cassandra.
—Querida, muero por ver tus diseños, Corinna está muy orgullosa de ti.
Me imagino que contemplarás la idea de trabajar para nosotros, ¿o vas a abrir
tu propio negocio?
Cassandra miró a Brandon, que sonreía distraído a la pantalla del móvil.
—Estoy abierta a diferentes opciones, tía Anne —respondió, sonriendo
satisfecha, pero en su interior batía palmas, pues ya era noticia que Brandon
tomaría el mando de Joyerías Diamond el siguiente año, qué oportunidad de
oro sería esa de trabajar codo a codo con él.
—Espero que nos tengas en cuenta.
“No te quepa duda”.
CAPÍTULO 13
La semana siguiente, Eva tenía en su bandeja de correos la confirmación
para empezar su práctica la tercera semana de enero en la empresa D&M de
Nueva York. Al tiempo, recibió una propuesta de Joyerías Diamond para
realizar su pasantía universitaria en el área financiera de la empresa.
—Espero que no me hayas ofrecido la práctica porque soy tu novia —le
dijo a Brandon en cuanto soltó su maletín esa noche en su casa.
Él sazonaba un par filetes de carne. Se veía tan sexy en la cocina, con sus
jeans desteñidos de cadera baja y una camiseta gris de un grupo musical de
metálica que había conocido mejores tiempos; llevaba el cabello húmedo por
la ducha que seguro había tomado más temprano. La miró con un brillo en los
ojos y algo parecido a la ternura.
—Novia. —Sonrió de medio lado y le guiñó el ojo—. Primera vez que
dices la palabra y no te atragantas. Claro que lo hice por eso. —Lo vio
levantar las manos, en un intento de calmar la andanada que sabía que seguiría
al ceño fruncido de ella, debido a su interferencia—. James —continuó, serio
—, necesito que bajes las armas cuando hables conmigo, tú y yo estamos del
mismo lado. Aparte de ser “mi novia”, eres una de las estudiantes más
brillantes de ese jodido curso. ¿Qué tiene de malo querer reclutarte en mis
filas?
Lo vio poner la carne en la sartén y luego revisar el horno, del que salió un
aroma a mantequilla. Estaba preparando su comida preferida: patatas en salsa
blanca con mantequilla, carne a la plancha y vegetales salteados.
—Que en tu empresa se darán cuenta en poco tiempo de que me diste el
trabajo por el vínculo que compartimos.
—No me puede importar menos lo que piensen los demás, soy el jodido
dueño, al que no le guste, que se vaya.
—Nepotismo en su máxima expresión. —Brandon se rio entre dientes—.
No sé, para ti es muy fácil decirlo, pero seré yo la que tenga que trabajar el
doble para demostrar mi valía.
—Trabajarás el doble, de eso no te quepa duda, soy muy exigente y no vas
a tener ventajas, señorita James.
—Brandon, no quisiera…
—Cariño —interrumpió él—, voy a necesitar muchísima ayuda y quiero
aprovecharme de tu talento. Necesito rodearme de gente en la que pueda
confiar.
—Si lo pones de esa manera. —Suspiró Eva, apaciguada, cada vez le era
más difícil sustraerse al embrujo que Brandon ejercía en ella—. Pero necesito
que me digas la verdad, independientemente de que trabaje contigo o no, ¿por
qué no quieres que vaya a Nueva York?
Brandon se lavó las manos con gesto serio, concentrado. Lo invadió la
angustiante necesidad de tocar esa piel tersa, besar el sedoso pelo rubio.
—No quiero perderte, la distancia hace estragos en las relaciones y no
deseo estar separado de ti. —Los brazos masculinos la rodearon. “Aparte de
que no querré saber que habrá algún tipo rondándote, y por el pequeño detalle
de que cada día que pasa te necesito más, tanto como al aire, pero si te lo
digo, saldrás corriendo por la intensidad de mis sentimientos y no te culparía”.
Estaba sorprendido por todo lo que Eva le inspiraba, el hambre de ella era
una necesidad que se había instalado en su cuerpo sin visos de ser saciada.
Todas eran emociones tan primitivas y profundas, que le parecía imposible
estar experimentando algo así.
—Puedes aprovecharte de mi cuerpo también —dijo ella, dándole besos
en la mandíbula y en el cuello.
—Es lo que planeo hacer en este momento, señorita James.
La Navidad llegó como todos los años, con la nieve, las luces, los árboles
decorados y las tazas de chocolate caliente con malvaviscos de colores
nadando en su superficie. Eva disfrutaba de esa fiesta, de las aglomeraciones,
el frío, la comida. A veces cenaban en algún restaurante cercano al
departamento, asistieron a un concierto de villancicos en el Pabellón Pritzker
en Millenium Park y una noche se aventuraron a disfrutar de una función del
Fantasma de la Ópera.
La primera semana de enero, unos días antes de iniciar la practica
universitaria, Eva recibió la invitación de Brandon a acompañarlo a la fiesta
de cumpleaños de su madre, que se celebraba en la mansión a finales de la
segunda semana de enero.
—No tienes nada de qué preocuparte, aquí está la mujer maravilla al
rescate, no perteneceré a la realeza apolillada de esta maldita ciudad, pero
algo recuerdo de ese mundo —sentenció Janeth en cuanto Eva le dio la noticia.
Sus padres se habían divorciado cinco años atrás y el padre, que era
dueño de una compañía inmobiliaria, se había vuelto a casar. No había sido
muy generoso en la repartición de bienes, por lo que Janeth ya no podía
disfrutar del mismo nivel de vida con el que había crecido.
—Me tranquiliza saberlo —señaló Eva con algo de sarcasmo, mientras
ojeaba un libro con apariencia distraída.
—¿Cumpleaños de la suegra? Vaya con el chico King, quiere darte en
grande la bienvenida a la familia. Ese evento siempre es comentado en blogs y
páginas de farándula, es de etiqueta.
—Sí, así es. Brandon me dijo que su madre está preparando una fiesta con
no sé cuántos invitados.
—¡Debes verte fabulosa esa noche! Lástima que no llevamos la misma
talla de sostén, porque tengo un vestido color esmeralda de mis últimas
compras en París, antes de caer en desgracia. Recuerdo que lo encontré en una
percha de saldos de Chloé. —Janeth observó de nuevo los pechos de Eva y
negó con un gesto—. Se saldrían al momento.
—No quiero causar una impresión errónea ni verme tampoco como una
mujer trofeo, además, aunque quisiera, no tengo el dinero, ni de lejos, para
comprar algo costoso. Brandon insistió en comprarme un vestido. Está tan
mortificado porque no acepté, que pienso que se arrepiente de haberme
invitado —dijo preocupada.
—Deberías aceptarlo, para él no es gran cosa y solo viéndote como los
demás te sentirás cómoda. Levántate.
—No puedo aceptarlo, si no puedo ir por mis propios medios, prefiero
desistir y conocerlos en otra ocasión. Le dije a Brandon que ni se le ocurriera
darme la sorpresa de ninguna forma.
Eva se puso de pie en medio de la habitación mientras Janeth revoloteaba
a su alrededor con expresión levemente divertida y porte altivo y distante.
—Si se me apareciera un hombre en plan Mujer bonita ofreciéndome
vestidos y joyas, no diría que no, aunque esa soy yo, que soy una
desvergonzada. Pero tú alégrate, estamos en el país de las oportunidades,
donde millones de cenicientas encuentran su príncipe.
—No estoy buscando un jodido príncipe, prefiero ser de esos millones de
chicas que estudian, sacan un título adelante y se hacen cargo de su vida, y
que, si se enamoran, escogen un compañero de vida, no alguien que se la
solucione.
Janeth desestimó su comentario con un gesto de la mano.
—Iremos a una vintage shop, pero no las que visita todo el mundo, iremos
a una joya en el casco histórico.
La tienda estaba en una casa y ocupaba los dos pisos, una mujer que
conocía a Janeth la saludó de forma efusiva. Los vestidos de fiesta estaban en
una habitación especial junto a los vestidores. Eva se dejó seducir por
diversos modelos y luego de varias pruebas, empezó a divertirse. Desfiló con
un Givenchy, un modelo de Carolina Herrera y también un Dior, pero el
vestido que le quitó la respiración fue un Balenciaga de color ciruela, que era
una declaración sofisticada con pliegues suaves que terminaba con un escote
halter clásico y sexy. El tono de la tela realzaba el color de su piel. Era una
prenda sin edad ni temporada, de esos vestidos clásicos que estarían a la
moda toda la vida.
—Cabello suelto en ondas, labial rojo y aretes de brillantes, mis Jimmy
Choo te servirán. Oh, Dios, ¡vas a matarlo! —sentenció Janeth—. El chico no
se dará cuenta de por dónde vino el golpe.
La mujer que salió a la salita de la vivienda de Eva en cuanto Brandon
tocó la puerta no era la misma chica que veía en el día a día en la universidad,
ni la que trabajaba en un bar para sostenerse, ni la joven fresca y desmelenada
a la que le llevaba el desayuno a la cama, sino la criatura más bella que había
visto en su vida. La miraba literalmente con la boca abierta, el cabello en
ondas, como el de esas actrices de los años cincuenta, el brillo del delicado
tono de su piel, la boca de labios gruesos bien delineados.
—Soy un bastardo con suerte —exclamó con asombro—. ¡Estás bellísima!
—Gracias, tú también estás muy guapo —dijo Eva con una sonrisa de
bienvenida de la que procuró borrar todo asomo de satisfacción. Había
logrado el efecto deseado.
—¿Nos vamos? —preguntó él, mirándola todavía con asombro. La ayudó a
ponerse un abrigo negro de fina factura que Janeth había pedido prestado a su
madre.
El nudo en el estómago de Eva se apretaba más y más a medida que se
acercaban a la mansión de la familia King. Se escuchaba una canción de Lady
Gaga en el equipo de música del auto. Brandon le echó un vistazo, ella miraba
por la ventana, con la espalda recta y las manos en el regazo, comenzó a
mover una de ellas de arriba abajo y con la otra se tocó el lóbulo de la oreja.
Notó la profundidad de su respiración cuando la casa iluminada se materializó
ante ellos.
Sus fosas nasales de dilataron tratando de absorber los matices de su
aroma a limpio, a jazmín, a algo dulce que era inherente a ella y que saturaba
el espacio del auto.
—¿Estás bien? —Le tomó la mano helada y besó el dorso.
Ella inspiró fuerte, al observar la gruesa puerta de hierro abrirse ante
ellos, el amplio jardín iluminado y los autos de alta gama aparcados a lado y
lado de la vía. Había varias personas entrando por la puerta principal.
—Sí, estoy bien. Nunca me dijiste que vivías en un palacio.
—Esto no es un palacio, es solo una mansión —respondió ante su mirada
aprensiva.
Necesitaba distraerla, a lo mejor era demasiado pronto, debió escoger un
evento más íntimo para presentarla, pero la fiesta de cumpleaños de su madre
le pareció una buena oportunidad.
—Estás tan hermosa —dijo en un susurro apasionado—. Estaré ansioso
por volver a casa y quitarte ese vestido. Te devoraría la boca si me dejaras, no
me importaría que se te corriera el labial, pero a ti sí que te importaría.
—No me importaría que se corriera.
Frenó el auto y acercó su rostro al de ella, sin atreverse a besarla, le
miraba la boca y luego ascendía a los ojos y luego todo volvía a empezar en
un duelo de miradas que producía chispas en el pequeño espacio del auto.
—No me tientes.
Brandon volvió a conducir unos metros más allá de la mansión, aparcó
frente a una casa pequeña, bajó del auto y le dio las llaves a un botones antes
de dar 3.+
la vuelta y abrir la puerta del lado de Eva. La señorita Selma nunca
participaba de las fiestas, ya que Anne prefería contratar una empresa de
catering de renombre que se encargara de todo, entonces la mujer se quedaba
en su casa descansando.
—Te llevaré a conocer a la señorita Selma antes de entrar a la fiesta.
El piso estaba resbaloso, una delgada capa de hielo lo cubría. Había
nevado ese día, lo que le daba al paisaje la apariencia de una gran escultura
de hielo. La puerta de la casita se abrió antes de que Brandon tocara.
—Pasen, pasen, van a coger una pulmonía —dijo una mujer de cabello gris
y mirada inquisitiva que observó a Eva a los ojos—. Por fin se dignó a traerte
este bribón.
Entraron a la sala pequeña y decorada con muebles y cojines de flores de
colores. Había libros y revistas encima de las mesas y una televisión
encendida en un programa de concursos. La mujer, que vestía un pantalón de
algodón y un suéter grueso de color púrpura, apagó el aparato con un control y
los invitó a tomar asiento. Había fotografías regadas por todas partes y en todo
tipo de marcos, y en medio de hermosos rostros oscuros, también había
algunos pálidos: él en su graduación del jardín, su hermano Nathan llegando a
la meta de alguna carrera; su hermano Mathew de traje y corbata para su foto
de último año en preparatoria.
—Es un placer conocerla al fin —saludó Eva, mirando con cariño a la
mujer que significaba tanto para su novio—. Brandon me ha hablado mucho de
usted.
La mujer asintió.
—Bueno, mi muchacho tiene buen gusto. ¿De dónde eres?
—Soy de Evanston, crecí allí, mis padres tienen una pastelería.
Eva miró por encima del mueble una fotografía de Brandon de pequeño en
uniforme de tenis con semblante serio. Se levantó de la silla y se acercó.
—Te ves precioso en uniforme, ¿juegas tenis desde pequeño?
—Brandon juega desde los cinco años —dijo, orgullosa, la señorita Selma
—. Si hubiera querido podría ser como esos tenistas profesionales.
—Exageras, mammy.
La mujer observaba a la pareja, la chica no lo tendría fácil con Anne, eso
era seguro y más después de ver la devoción con que el mayor de los King
seguía cada uno de sus movimientos. Era algo más que una aventura, se
percató la mujer, debido al deseo de Brandon de exponerla al escrutinio de su
gente. Le había conocido cantidad de chicas, pero nunca había llegado
acompañado de una mujer a la fiesta de cumpleaños de Anne en la mansión. La
chica era preciosa, carente de artificios, parecía una buena persona, aunque no
podía asegurarlo de un solo vistazo, pero estaba seguro de que Brandon no se
equivocaría en algo que por lo visto para él era importante.
—Estoy segura de que no exagera —asintió Eva.
Charlaron de diversos temas, la mujer se mostró interesada en conocer
detalles de la vida de Eva, después siguió contando anécdotas de los menores
King.
Alguien llamó a Brandon al móvil y este se alejó a contestar. La mujer la
miró fijamente.
—Mi chico lo tendrá muy difícil este año, será la prueba de fuego,
necesita a una mujer fuerte y leal, si eres tú, lo apoyarás, y si tienes alguna
duda, mejor sal corriendo. Los King tienen historia y no toda es agradable.
—Brandon es muy importante para mí —aseveró Eva—, a pesar del poco
tiempo que llevamos juntos he podido darme cuenta del gran hombre que es.
—Le tomó la mano. La quiso enseguida por ser el soporte de Brandon en la
infancia, porque gracias a ella y sus enseñanzas, había ayudado a formar un
hombre maravilloso—. Lo acompañaré en lo que me permita, pero tengo el
presentimiento de que es un hombre capaz de solucionar los desafíos que se le
presenten, sé más o menos cual es la situación de las joyerías y tiene mucho
trabajo por delante, será un placer acompañarlo. Esté tranquila.
—Yo no tengo dudas de las capacidades de mi muchacho, pero no puedo
dejar de preocuparme por él.
La chica no tenía idea del nido de víboras que rodeaba a la empresa y la
señorita Selma elevó una plegaria al cielo porque aquellos dos talentosos
jóvenes lograran salir indemnes del desafío que iniciarían en pocos días.
—No es que no me agrade la visita, pero ustedes dos no se pusieron tan
elegantes para venir a verme a mí, váyanse ya para el baile.
Brandon le dio un beso en la mejilla, Eva se sintió más enamorada al ver
sus gestos de cariño al despedirse, la mujer los invitó a que la visitaran de
nuevo una tarde de algún fin de semana.
CAPÍTULO 14
Eva dejó el abrigo en manos de un joven que los recibió en la puerta, no
conseguía apartar la mirada de la decoración del lugar y de la imponencia que
destilaba. Atravesaron el vestíbulo y llegaron a una entrada en forma de arco,
que daba de lleno al salón de baile; la gente reía y bebía, una pequeña
orquesta ubicada al fondo amenizaba el ambiente, los meseros iban y venían
con bandejas de champaña y canapés.
Reconoció a Anne King por las fotos de las revistas, la mujer se movía
entre los invitados con el donaire de una reina regalando favores a sus
súbditos. Eva la encontró hermosa y elegante, con su corte Bob, su vestido
entallado azul oscuro y unas joyas que ella no había visto en su vida, la mujer
era el epítome del glamour que Janeth tanto leía en las revistas y blogs del jet-
set.
Eva la vio aproximarse y se puso nerviosa. La visita a la señorita Selma y
ahora el inminente encuentro con la madre de Brandon le despertaron un sinfín
de preguntas: ¿qué se le había perdido en esa casa? ¿Qué tan serias eran las
cosas con Brandon? ¿Lo amaba? ¿Él la amaba a ella? Impostó una sonrisa en
cuanto la mujer llegó hasta ellos.
—Brandon, viniste acompañado —adujo la mujer, mirando a Eva de
arriba abajo.
—Buenas noches, madre —saludó Brandon con talante serio, dándole un
beso en la mejilla—. Feliz cumpleaños.
—Gracias, hijo, y también por el hermoso broche, tu buen gusto es
inigualable.
—Madre, quiero presentarte a mi novia, Eva James.
Anne levantó las cejas, asombrada.
—Vaya, pero qué sorpresas me depara la noche, yo que te quería
sorprender y la sorprendida fui yo. Es un placer, querida, bienvenida a mi
casa.
—El placer es mío, le deseo un feliz cumpleaños —contestó ella con tono
de voz bajo.
Así como la conmovió el cariño tan patente entre Brandon y la señorita
Selma, atestiguó la frialdad en el trato que Brandon le daba a su madre y
viceversa. En el breve intercambio no vio afecto entre madre e hijo. Un
hombre maduro y elegante se acercó a ellos.
—Brandon, muchacho, que alegría verte.
—Hola, Parker —contestó el aludido.
Brandon hizo las presentaciones, el hombre se mostró formal, la miró de
manera apreciativa.
—Que buen gusto, muchacho. —Luego se dirigió a su esposa—. Querida,
acaban de llegar los Elliot.
—Oh, Brandon, mira que hermosa está Cassandra. Esperaba con mucha
ilusión verte esta noche. —La mujer se dirigió a Eva—. Brandon y Cassandra
se conocen desde jovencitos, los Elliot son amigos de la familia de toda la
vida y dueños de uno de los bancos más importantes de Chicago.
—Madre, ve a recibir a tus otros invitados —interrumpió Brandon,
llevando la mano a la parte baja de la espalda de Eva—. Amor, vamos a
bailar. Con permiso.
La llevó a una improvisada pista de baile, al lado de la orquesta, donde ya
había varias parejas moviéndose al ritmo de la música.
—¡Vaya! —exclamó Eva —Eso fue…
—Petulante, no hay otra palabra.
—Lo dejaría en raro.
—Cariño, eres benevolente —aseguró él—. Hueles increíble, quería
decírtelo hace rato.
—Gracias, es Omnia Crystalline, de Bulgari. Fue un regalo de mi novio —
dijo guiñándole un ojo.
—Es sofisticado y muy sensual.
—¿Quién es Cassandra?
—Una amiga de la familia.
—¿Y por qué le hacía ilusión verte esta noche? No a Nathan o a Mathew, a
ti.
Brandon encogió los hombros, aferró a Eva y empezó a bailar una balada
lenta.
—Solo tengo ojos para ti, eres lo más hermoso que hay en mi vida.
—Pues déjeme decirle que yo vine con el hombre más guapo de la fiesta
—contestó ella, negándose a dejarse llevar por sensaciones dispares, ya
bastantes cuestionamientos tenía para añadir los celos a la maraña.
—Parece que es un cabrón con suerte.
—Eso parece.
Brandon levantó una ceja y curvó sus labios. Eva quiso besarlo y
refregarle el rostro en la barbilla. El tiró de su cuerpo para bailar de una
manera más ajustada a como lo habían estado haciendo segundos atrás.
—¿No le molesta que estés bailando conmigo?
—No lo he visto celoso nunca, es un hombre tranquilo.
Brandon rio entre dientes y la miró con un brillo peculiar en sus ojos.
—Muchos hombres no son celosos en apariencia —le dio la vuelta, se
movían por la pista con soltura—, pero a lo mejor este hombre sí se pondrá
celoso esta noche, ya que hay unos cuantos tipos babeando por su novia.
—Pienso que ese hombre es un poco exagerado, hay mujeres más bellas
aquí esta noche.
—No creo, y en eso estoy de acuerdo con ese cabrón. Le tengo envidia.
—¿Por?
—Lo que le espera esta noche, a lo mejor no halla la hora de que estén
solos y pueda ver esa deslumbrante piel…
—¿Puedo? —interrumpió Nathan. Eva lo recibió con un afectuoso saludo
—. No solo tú tienes la prerrogativa de bailar con la chica más linda.
Brandon le dio la vuelta, alejándose.
—Ve a buscar compañía en otra parte.
Nathan se alejó después de soltar una carcajada.
—¡Oye! —Eva le dio una palmada en el hombro—. Eso fue grosero.
—Lo hizo por molestarme.
Cuando terminaron de bailar, bebieron champaña, deambularon por el
lugar, la presentaba a los que saludaban, hablaron con Mathew un rato y luego
su madre se acercó de nuevo con una hermosa joven a la saga.
—Brandon, mira quién quiere saludarte.
La joven era hermosa y con clase, esa clase que dan el dinero y la
educación en internados de categoría. Llevaba el cabello oscuro recogido en
un peinado bajo, el vestido color blanco le resaltaba los ojos y la piel. Se
acercó solícita y le dio un beso a Brandon en la mejilla.
—Cassandra tiene maravillosas noticias.
—Yo le puedo dar las nuevas —aseguró la chica mirando a Eva de arriba
abajo—. Voy a trabajar en Joyerías Diamond en el departamento de diseño.
Brandon le destinó una mirada especulativa a su madre y luego le sonrió a
Cassandra.
—¡Felicitaciones! Será una buena escuela para ti que estás empezando. —
La mirada de Cassandra iba a la mano de Brandon que descansaba en el
hombro de Eva en un gesto claramente protector—. Mi novia, Eva, empezará
las pasantías en el departamento financiero la próxima semana también.
La sonrisa de la chica quedó congelada en su rostro y Eva se percató de
que estaba enamorada de Brandon. Anne mudó el gesto en un momento y la
miró con viva curiosidad.
—Brandon, quiero presentarte a alguien. —La mujer se dio a vuelta y le
hizo una seña a Nathan—. Hijo, acompaña a Eva a la mesa de pasabocas.
Brandon te alcanzará en un momento.
El tono utilizado por su madre no daba lugar a la réplica. Brandon se
movió a disgusto. Anne tomó del brazo a Cassandra.
—Eso fue grosero, madre —susurró furioso, para que Cassandra no
escuchara.
—Me has sorprendido, primera vez que traes una chica a un evento
familiar. No sé quién es ella, ¿de dónde viene su familia?
—No los conoces.
—Sonríe, por favor. Vas a conocer, gracias a los Elliot, a los mayores
accionistas de Hailing Trading Co. Ltda, el consorcio de piedras preciosas.
—Sé quiénes son, madre.
Nathan dejó sola a Eva en la mesa de canapés en cuanto una atractiva
pelirroja se acercó a invitarlo a bailar.
—¿Qué es esto? —preguntó en voz alta.
—Bombones de salmón ahumado rellenos de crema agria y trufas, pero te
recomiendo los volovanes en miniatura rellenos de foie-gras —señaló una voz
a su espalda. Eva miró a su alrededor y vio a un apuesto hombre, vestido de
manera elegante como todos, pero con aspecto de catedrático joven—. No nos
han presentado, soy Ryan Winthrop, el hermanastro malvado.
Eva le regaló una deslumbrante sonrisa. Brandon le había hablado poco
del hombre, pero por algunos de sus comentarios dedujo que no se profesaban
especial cariño. Una ola de celos la inundó al ver a Brandon sonriéndole a
Cassandra y frunció el ceño al ver cómo ponía la mano en la espalda de la
chica y se acercaba a escucharla. Ryan siguió su mirada y un gesto burlón
apareció en su semblante.
—Mucho gusto, soy Eva James.
—Me gusta el nombre, espero que no seas descendiente de Jesse James.
Eva se sirvió dos canapés más, tomó un delicado tenedor y lo puso encima
del plato.
—Creo que era primo segundo de mi tatarabuelo —contestó con talante
bromista.
—¿Deberemos cuidarnos de ti, señorita Eva James? —preguntó el hombre
mirándola a los ojos.
A Eva le gustó que no la miró con condescendencia, ni de arriba abajo,
como las demás personas que Brandon le había presentado.
—Le di la noche libre a la banda. Creo que las billeteras y las joyas de los
invitados estarán seguras por hoy.
Ryan soltó la carcajada ante el ingenio de la joven.
—Ven, te llevaré a sentarte, la terraza es cubierta y está climatizada,
sígueme.
El hombre tomó dos copas de champaña de una bandeja y salieron a la
terraza donde se sentaron.
En el lugar había más de una docena de personas, las risas se mezclaban
con el entrechocar de las copas de licor y la música suave que se paseaba por
todo el lugar.
—¿A qué te dedicas, señorita James? —preguntó con acento pomposo.
—Cuando no estoy detrás del tren del dinero, estudio en St John´s Finanzas
y Marketing, estoy en último año.
—El temible último año.
—La carga académica fue pesada este semestre debido a que empiezo mi
pasantía la otra semana.
—De todas formas, suena más divertido que resolver mi último problema
—Ryan la estudió con la mirada. Lo había hecho desde que entró con Brandon
al salón. Se consideraba experto en mujeres, y había convivido con algunas
muy hermosas; a Eva, no obstante, no lograba encajarla en ninguna de las
categorías que conocía. Todas las mujeres, en su opinión, jugaban algún
jueguito, pero Eva aún no había revelado el suyo. Era cuestión de tiempo el
que lo hiciera. Ver la mirada de adoración del bastardo de Brandon azuzó su
índole depredadora—. ¿Dónde vas a hacer tu pasantía? No me digas que en
esos holdings financieros grises y aburridos, te perderás entre cientos de
empleados.
—En Joyerías Diamond.
La miró con renovado respeto, por lo visto la chica se estaba
aprovechando de su encanto e inteligencia. Vaya, vaya, qué guardado se lo
tenía Brandon, la pelea de gatas sería para alquilar balcón, caviló Ryan, ya
que Cassandra también estaría en la empresa y hasta un tonto veía que estaba
enamorada del mayor de los King. Sonrió para sus adentros, se avecinaban
tiempos interesantes, y se felicitó por que tuvieran que tolerarlo en las oficinas
un par de meses más.
—Es una excelente escuela y no lo digo porque sea el negocio de la
familia. —aseveró él.
A Eva le molestó ver a Brandon bailando con Cassandra, no se
consideraba una mujer celosa, pero algo en los gestos de la chica y la manera
en que lo miraba le había disparado las alarmas. Tuvo el fuerte impulso de
acercarse y separarlos. Brandon miraba para todos lados, seguro buscándola.
—¿Bailamos?
—Claro. —Ella se levantó enseguida dejando el plato y la copa de
champaña en una mesa esquinera.
La orquesta tocaba una melodía suave de los ochenta.
—Y cuéntame, señorita Eva James, ¿qué hacen tus padres? Finanzas,
metales, publicidad, seguros.
—Temo decepcionarte, pero no pertenezco a esa rama de los James.
Giraron por la pista y quedaron a pocas parejas de Brandon y Cassandra.
—Mil disculpas por ser tan entrometido, pero estoy seguro de que todos
aquí se están haciendo las mismas preguntas. Me alegra saber que una chica
plebeya se llevará la corona. A esta familia le hace falta renovarse.
—Creo que vas muy acelerado, Brandon y yo apenas estamos empezando a
salir.
—Te guste o no, para esta gente estás siendo objeto de interés, ya sabes,
por eso de no tener nada mejor que hacer. —Eva lo miró un poco inquieta—.
Brandon King es la joya de la corona.
—Me molesta esa manera de querer hacer ver a Brandon como alguien
inalcanzable, esto es Estados Unidos, por Dios. Hay un lema de libertad para
todos e igualdad de oportunidades en algún lado.
Ryan soltó una carcajada.
—Es una manera de hablar, estoy seguro de que me sigues. El chico es un
excelente partido, se hará cargo de la empresa, demostrará su valía y la mitad
de esta gente querrá hacer alianzas con la familia y en eso me temo que
volvemos a la Edad Media, las mejores alianzas se hacen por matrimonio, así
que, si no eres heredera, no pasarás la criba, por más hermosa e inteligente
que seas.
—¿Qué pasa con el amor? —De pronto no le parecía buena idea estar
hablando con este hombre, algo en su mirada de jugador de póker la llevaba a
desconfiar.
—No puedes ser tan ingenua, el dinero es lo más importante para esta
gente.
—Estás muy guapo, veo que hiciste muy bien ofreciéndome esa pasantía
—dijo Eva, mientras iban en el auto, rumbo a las oficinas de la empresa—.
Tendré que ahuyentar a todas las mujeres que irán detrás del gerente y CEO de
Joyerías Diamond.
Había transcurrido una semana desde el baile. El día anterior lo habían
pasado juntos haciendo compras, él le regaló un maletín de piel de una marca
escandalosamente cara, Eva al ver a lo que se iba a enfrentar en los próximos
días y de lo que tuvo un atisbo el día del baile, aceptó sin chistar todos los
regalos que su novio quiso hacerle. Cobraban importancia las palabras dichas
por Janeth: “Si deseas sentirte cómoda en tu piel, debes verte como los
demás”, y ella tendría mucho trabajo que hacer y en qué pensar, quería aportar
algo de valor a la empresa, para andar pensando si estaba o no
convenientemente vestida.
—Ah, ¿sí? Te estás volviendo toda una descarada.
—Culpa suya, señor King.
Habían recorrido la tienda Saks, donde habían comprado una serie de
conjuntos de dos piezas, dos vestidos talegos, un par de abrigos, zapatos y
hasta lencería.
—Piensa en el bien del negocio —había dicho él mientras tocaba la
textura de un juego de panti y sujetador de encaje color rojo—, el saber que
debajo de estos vestidos serios y conservadores que usarás, va una ropa de
este tono, será suficiente para mejorar mi día, James, créeme.
Brandon volvió a su presente mientras meditaba sobre la serie de
reuniones que tendría en horas de la mañana.
La relación había dado un giro después del baile, no podían vivir el uno
sin el otro, y el deseo irrefrenable que sentían crecía con cada encuentro, se
encontraban todas las noches, lo más temprano posible, en el apartamento de
Brandon. Estaban eufóricos, deslumbrados por lo que descubrían el uno del
otro.
—Todo saldrá bien —señaló Eva mientras le tomaba la mano.
—Lo sé.
El auto se abría paso entre el congestionado tráfico del centro de Chicago,
al llegar al edificio, sorteó la rampa y entró al aparcamiento.
—Hemos llegado —dijo Brandon en cuanto aparcaron en la zona
designada, cerca de los ascensores.
Se bajó del auto, dio la vuelta en el mismo momento en el que Eva abría la
puerta. Brandon admiró las torneadas piernas de la chica.
—Gracias —dijo ella, se enderezó la falda que le llegaba a la rodilla y se
alisó la chaqueta azul oscura, puso la correa de la cartera al hombro y tomó el
maletín en la otra mano.
En cuanto llegaron al ascensor, ya Brandon iba pensando en introducir
cambios menores, necesitaba adaptar las operaciones de la empresa
desterrando los procedimientos y métodos que hubiera implementado Ryan,
necesitaba probarse y probarles que podía hacerlo. Se fijó un plazo de cinco
años para sacar la empresa del lugar en el que estaba.
—Rita Goldman, de Recursos Humanos, te está esperando —le dijo
Brandon antes de que la puerta de su piso se abriera. Le acarició el rostro y le
dio un beso en la mejilla—. Ella tiene el papeleo listo, cariño, espero que tu
experiencia aquí en Joyerías Diamond sea inolvidable, cualquier cosa que
necesites me escribes o me llamas.
—No te preocupes por mí, estaré bien. Ve a patear traseros.
—Esa es mi chica.
Eva llegó a un área de recepción decorada en colores neutros y con afiches
enmarcados de algunas joyas y piedras preciosas. Al minuto la hicieron pasar
a la oficina de la directora de Recursos Humanos.
Una mujer madura, delgada y pequeña, con el rostro escondido en unas
enormes gafas, le dio la bienvenida.
—He leído tu currículo universitario y has hecho muchas cosas, sin duda
Joyerías Diamond será una gran escuela para ti. El señor King desea que
ocupes una de las oficinas del departamento financiero y que seas la mano
derecha del señor Short, su director ejecutivo. Pero la señora Anne King,
nuestra presidenta, tiene otras ideas, por lo menos para las primeras semanas.
Eva disimuló como pudo el desasosiego que las palabras de la mujer le
causaron, pero reaccionó enseguida.
—No deseo ninguna deferencia debido a mi relación con el señor King,
quiero estar donde ustedes consideren que necesiten de mí.
La mujer la observó con una expresión impenetrable.
—Me alegra ver que estamos en la misma onda, la asistente personal de la
señora King tiene una baja por enfermedad unos cuantos días, necesitamos que
la suplas.
—Perfecto.
La mujer le dio algunas indicaciones, pasó a otra oficina donde firmó una
serie de papeles y después de una hora, Eva salió de la oficina de la mujer,
desconcertada y nerviosa, rumbo a presidencia donde se pondría a las órdenes
de la madre de Brandon.
El mayor de los King estuvo en su oficina gran parte del día, visitó el
taller de joyería después del almuerzo y observó con detenimiento la
colección de joyas que se exhibiría en la semana de la moda en Nueva York.
Conoció a Elizabeth Castillo, una entusiasta diseñadora colombiana,
adquisición de la empresa el año anterior. Estuvo en una serie de reuniones
junto a Anne, poniéndose al día con los directores de cada departamento, y
cada vez que iba a preguntar por Eva al señor Short, el director financiero,
Anne lo acaparaba en la conversación o acaparaba al hombre.
Tendría que viajar al día siguiente a Nueva York, para pactar con uno de
los principales bancos del país una prórroga en el vencimiento de un nuevo
crédito. Al volver trabajaría en la idea que tenía en la cabeza desde meses
atrás: necesitaba crear una marca, que el logo de Joyerías Diamond fuera
reconocido en cualquier lugar del mundo, así como lo era el oso de Tous, o el
logo de Bulgari, y, por qué no, con los años comercializar el uso de artículos
de fina factura como gafas, relojes y demás. Su madre, que siempre se negó a
ello, batallaría esa decisión —Brandon esperaba que la mujer para ese
momento estuviera en uso de buen retiro—, pero él lo haría o dejaría de
llamarse Brandon King. Afortunadamente, no le había visto la cara a Ryan
Winthrop, y eso hacía su primer día como CEO satisfactorio. No quería dejar
a Eva sola esos días, pero se vería muy mal que le pidiera que lo acompañase,
además, estaba seguro de que ella se negaría.
Eva observaba la lista de cosas que hacer para Anne King y no sabía si
reír o llorar. Jugo Détox de Green and Coffe, el nuevo perfume de Bulgari y
por fin algo remotamente relacionado con su pasantía: informe de los ingresos
de las joyerías de Chicago y Nueva York, aunque fuera solo imprimirlos, ya
era algo. Confirmaciones de tiquetes y hotel para ella y la señorita Cassandra
Elliot para la semana de la moda en Nueva York. Itinerario del viaje. Meditó,
recordando por qué estaba en ese lugar. Ella podría con eso y más, era una
carrera de resistencia a ver quién se cansaba primero, cavilaba, mientras
cumplía con su trabajo.
Al llegar a la cafetería del piso, se encontró de nuevo con Ryan. Brandon
le había dicho que no confiara en él, pero era tan amable con ella y vivía tan
pendiente de que almorzara o de que se tomara unos minutos de descanso, que
hubiera sido abiertamente grosera al ignorarlo.
—¿Cómo vamos? —preguntó, preparándole el café
como a ella le gustaba.
—Muy bien, hoy vislumbré algo de mi carrera.
Ryan levantó una ceja y se sentó frente a ella. Era un
hombre atractivo y siempre vestía de manera elegante, pero
su mirada era impenetrable, lo que hacía difícil confiar en
él; aparte de que Brandon, de saberlo, tendría un arranque
de mal genio. Sin embargo, en cuanto volviera del viaje
hablaría con él sobre Ryan, no quería ocultarle cosas.
—Ya es algo, ya sabes, cuando quieras cambiar las
cosas, no tienes sino que decírmelo, no me gusta cómo te
trata Anne.
—Serán pocos días, o eso me dijo ella, estaré bien y
mejor voy con el agua “fresca”.
—Deberías salir a almorzar conmigo uno de estos días.
—No creo que a Brandon le guste.
—No tiene por qué gustarle o saberlo, es solo un
almuerzo, como amigos, necesitas oxigenarte un poco.
Piénsalo.
—Gracias.
Al mediodía, con media hora para ella, salió a comer
algo. Un viento frío la recibió en cuanto atravesó la puerta,
se arrebujó su abrigo y caminó a paso rápido hasta una
cafetería a media cuadra de la empresa, donde vendían
sándwiches y diferentes clases de ensaladas. En la fila para
pagar se encontró con una chica que había visto en días
pasados en su piso. Pagó su pedido y se sentó en una mesa
mientras esperaba a que la llamaran. La chica se acercó.
—¿Puedo? —Eva asintió. Era de ascendencia latina, de
cabello oscuro, largo y ondulado, ojos cafés y piel trigueña.
Alta y de curvas pronunciadas—. Eres la nueva asistente de
la señora King.
Eva asintió.
—Hola, soy Eva James.
—Soy Elizabeth Castillo, una de las diseñadoras.
Las llamaron para recoger el pedido y luego tomaron de
nuevo asiento.
—¿Cuánto llevas diseñando joyas?
—Llevo un año trabajando con los King.
—Eres muy joven —observó Eva antes de darle un
mordisco a su sándwich. La comida no era gran cosa, pero
le supo a gloria después de la mañana de mierda que había
tenido.
—Tengo veintitrés años. Estudié diseño en Colombia y
luego completé mis estudios en la escuela de arte de aquí
de Chicago. La señora King estuvo en una exposición en la
que exhibí una serie de diseños y desde entonces estoy con
ellos.
—Brandon me mostró los diseños que presentaran en la
semana de la moda y son preciosos, modernos, muy
lineales.
Elizabeth no se mostró sorprendida por la confianza que
Eva mostró al referirse a Brandon, se dijo que a lo mejor ya
más de uno conocía el lazo que los unía. Al fin y al cabo,
llegaron juntos el primer día de trabajo.
—Sí, quisimos darle un enfoque diferente con miras a
los cambios que haremos en los próximos meses, estoy
trabajando en un nuevo logo, la verdad, el nombre no da
para hacer algo diferente, pero hay que imprimirle un aire
moderno al logo que ya existe.
—Te entiendo.
Eva quiso preguntarle por Cassandra. No tuvo necesidad
de hacerlo.
—Alguien de mi departamento ha estado haciendo
averiguaciones sobre ti.
—Déjame adivinar. —Se limpió la boca con una
servilleta—. Cassandra Elliot.
—¡Sí! Lo sabes.
—Difícil no saberlo, la conocí en la fiesta de cumpleaños de la señora
King.
—Eva… —Se recostó contra la silla y suspiró—. Sé que no te conozco de
nada, pero… ¿puedo darte un consejo? Un consejo que nadie me ha pedido, ya
lo sé.
—Claro. Dime.
—Con Anne… cuidado.
—¿Por qué? ¿Has escuchado algo?
—Juega sucio, aquí hay un poco de gente que tiene la máscara bien puesta.
Ten cuidado. Te lo digo porque me pareces buena chica. Es un consejo y
Cassandra —soltó un suspiro—, no podría asegurarlo por el poco tiempo que
lleva aquí, pero creo que es de su misma índole.
Eva le agradeció y cambió el tema. Después de diez minutos de charla
frívola sobre vestidos, zapatos y música, caminaron hasta la oficina, se
despidieron junto al ascensor y Eva volvió a su trabajo.
Hablaba con Brandon varias veces durante toda la jornada y en las noches
hasta altas horas. Él la empezó a notar algo apagada en sus conversaciones,
pero ella le insistía en que no le ocurría nada, que solo lo extrañaba. Cuando
visitó la sucursal de la joyería de la Quinta Avenida, quedó prendado de un
diamante cuyo color era exacto al tono de los ojos de Eva. Lo mandó a
engastar en forma de colgante solitario que se desprendía de una cadena de
platino de un tejido sencillo y elegante, ya sabía que con Eva menos era más.
Luego se percató de que un colgante como ese necesitaba, de manera
obligatoria, unos pendientes a juego y mandó a elaborar los aretes, se los
enviarían a Chicago la próxima semana. La imaginó caminando hasta él,
desnuda, con solo la joya puesta. Estaba tan enamorado, abismado por lo que
experimentaba en esos momentos, por la avalancha de sensaciones que a veces
lo aterraban o contra las que quería rebelarse. Ese nuevo sentimiento diluía
sus relaciones anteriores a cenizas, era como si estuviera estrenando el
corazón, que cambiaba de revoluciones solo con escuchar su tono de voz al
otro lado del teléfono. En cuanto al trabajo, fue todo un mérito lograr un
aplazamiento del próximo pago de la obligación financiera con el banco,
parecía que su nombramiento como CEO había sido beneficioso para el buen
nombre de la empresa y los bancos, que sabían que los descendientes
eran dueños de una fortuna, veían con tranquilidad los
nuevos cambios.
Esa noche, ella había puesto el móvil de manera que él pudiera verla
deambular por la habitación acomodando sus cosas. Llevaba unas bragas de
color negro y una camiseta de tiras que apenas llegaba a su ombligo. Brandon
quiso tener el poder de materializarse en esa habitación y que las piernas de
Eva le rodearan la cintura, perderse en su cuerpo, sus gemidos y su piel. Le
había enviado el día anterior unas cuantas fotos sexys de ella en la tina, que lo
tuvieron empalmado gran parte de la jornada. Se sentía como adolescente, en
ese momento quería que ella se desnudara. Sus ojos subieron por su cuerpo y
su mirada se fue oscureciendo poco a poco. Eva se dio cuenta enseguida.
—Y ahora un regalo para mi chico guapo que ha tenido una paciencia
enorme viéndome usurpar gran parte de su closet.
Brandon sonrió con algo de descaro y se acomodó en la cama con las
manos detrás de la cabeza.
—He disfrutado, créeme, sobre todo cuando te das la vuelta y ese
apetecible trasero se menea como si me estuvieras provocando.
—Es que te estoy provocando —aseveró ella. De repente todo era
demasiado intenso. Su pecho subía y bajaba y sin dejar de mirarlo, se quitó la
camiseta.
Brandon quedó sentado de golpe.
—¡Dios! —habló con tono de voz ronco sin dejar de mirar los pezones que
Eva en ese momento tomó en sus manos.
—Quisiera que estuvieras aquí y que fueran tus manos las que tocaran a
esta pasante cachonda que está loca por ti.
—James… Demuéstrame cuán caliente estás por mí.
Ella acercó su boca a la pantalla y le envió un beso. Se acomodó en la
cama y tomó el móvil. Brandon sabía por qué los gestos de su boca
provocaban en él una respuesta inmediata. La relacionaba con su sexo,
húmedo, rojo, suculento, la primera vez que lo recibió en su boca, lo
enloqueció el vaivén, la ola que lo encerraba devorando su pene, la sangre le
rugía y supo que nunca tendría suficiente de ella.
—No quiero estar sola en esto.
Brandon se desnudó veloz y se acostó en la cama. Escuchó el suspiro de
Eva.
—Eres tan guapo, no necesitas hacer un gran esfuerzo para humedecer mis
bragas. Lo sabes, ¿verdad?
Brandon sonrió encantado.
—Lo sé.
Disfrutaba mucho de su intimidad con ella, era una persona desinhibida y
apasionada. Lo complacía como ninguna. Su erotismo salía a la superficie
haciendo que la mente de Brandon se llenara de pensamientos lascivos en los
momentos más inoportunos, recordaba su piel suave y cómo se incendiaba con
sus caricias. La expresión arrebatada de sus ojos en los momentos previos al
orgasmo tenía el poder de aniquilarlo.
—Me tienes loco, James, no tienes idea de cuánto. Quítate las bragas.
Ella acomodó de nuevo la pantalla del móvil para que él pudiera verla
toda. Se quitó las bragas despacio en movimientos ondulantes, sin dejar de
mirarlo.
Lo necesitaba todo de ella.
—¿Te gusta? —preguntó Eva.
—Dios, sí.
Brandon acomodó su móvil, para que viera que él también se estaba
tocando. Ella le sonrió y él le devolvió el gesto, Eva se cubrió un pecho con
una mano mientras con la otra pasaba los dedos por su sexo húmedo. El
movimiento de su mano se hizo más rápido y echó la cabeza hacia atrás
mientras los gemidos sin control escapaban de su boca, al tiempo que le
hablaba de todo lo que le gustaba de él y de la manera en que la hacía sentir.
Brandon gemía también mientras se acariciaba sin pausa, hasta que ambos
llegaron al orgasmo.
Él se levantó para higienizarse y ella se lavó las manos, ya con el piyama
puesto siguieron hablando un rato más.
—Te necesito a mi lado todo el jodido tiempo, James, ¿será nepotismo
puro nombrarte mi asistente personal?
Eva soltó la carcajada.
—Solo si me garantizaras que me nombras solo por mis capacidades
profesionales podría pensarlo.
—Te lo aseguro.
—No te creo.
—¿Qué pasa, amor? A veces cuando hablamos te noto apagada.
—No me viste apagada hace un rato —contestó ella sin el más mínimo
deseo de que profundizar en el tema—. No me pasa nada, un poco de
resfriado, quizás.
—Está bien, te dejo descansar, James.
—Descansa tú también, te amo.
—Y yo a ti.
Anne sabía que el tiempo de Eva como su asistente se agotaba, sabía que
tendría problemas cuando Brandon se enterara de la jugarreta. No tenía nada
que reprocharle a la joven sobre su trabajo, pero en su tesón al no amilanarse
ante sus ridículos pedidos, veía a una igual, y otra cosa que también la
sorprendía: la chica no le temía y eso sí la preocupaba. Siempre supo que sus
hijos al llegar a la adultez serían el blanco de las chicas casaderas. Anne
nunca le había prestado importancia al hecho, hasta Eva. Ella no creía en toda
la cháchara del amor romántico y las almas gemelas, era más bien de un
pensamiento práctico, el hombre se casaba cuando necesitaba hacerlo, la
mujer que se cruzara en el camino sería la indicada y Eva había tenido la
suerte de cruzarse en un momento de la vida de su hijo en el que deseaba algo
de estabilidad emocional.
Consideraba a Brandon muy joven para el matrimonio, tenía apenas
veinticinco años, pero prefería mil veces verlo casado con Cassandra Elliot,
de la que conocía todo su entramado social y familiar, a que Eva James se
llevara el premio gordo. Lo más probable era que la chica fuera una
cazafortunas y que debajo de su apariencia inteligente, comedida y profesional
se escondiera una mujer interesada. Anne no quería advenedizas en su entorno,
no había trabajado años en su imagen social para que una trepadora le viniera
a dañar el cuadro. Era imperativo empezar a actuar antes de que Brandon se
siguiera encaprichando.
Se percató, por la investigación hecha, de que los padres de Eva tenían una
deuda de casi treinta mil dólares y ningún banco les avalaba el préstamo, y
recurrió a Ryan, que por medio de una fiducia conocida y de confianza les
ofrecería el dinero con intereses bajos, para empezar a pagar la deuda durante
el mes de junio, fecha en que ella aspiraba a que los jóvenes ya no estuvieran
juntos. Brandon no se enteraría de nada y les daría tiempo a ellos de seguir
con sus planes.
Ryan hizo una llamada a Jason Phillips, gerente de Fiduciarias North Trust,
que le debía un par de favores.
—Jason, ¿cómo vamos con esa inversión de la que te hablé hace tres
meses? ¿Ha dado buenos dividendos?
—Sí, las acciones no dejan de subir, ha sido algo bueno.
—Bien, bien, ahora quiero que me hagas un favor especial, quiero que
examines la carta crediticia de Pastelerías Milly, es un pequeño negocio en
Evanston.
Ryan escuchó al hombre teclear el nombre en una computadora.
—¿Qué? ¿Ahora vamos por los negocios pequeños de comida?
—Algo así.
—Hay una obligación financiera que llevan tres meses sin cumplir. Tienen
una solicitud de préstamo por treinta mil dólares, pero ninguna entidad
financiera ha querido avalar el préstamo, falta de garantías.
—Quiero que les prestes los treinta mil dólares.
Se escuchó solo el ruido de la respiración al otro lado de la línea.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó el hombre con tono preocupado
después de unos segundos.
—Sí, esto es muy serio —lo cortó Ryan—. Quiero que te acerques a ellos
y les digas que aparecieron en tu base de datos como candidatos a un préstamo
en algún tipo de programa de ayuda a medianos negocios emergentes.
—Pero…
Ryan lo interrumpió de mala manera.
—Escúchame atentamente, esa deuda estará avalada por mí, no te
preocupes, pero nadie debe saberlo, nunca. Yo pagaré las primeras tres cuotas,
será una especie de regalo para ellos.
—Me abisma tu buen corazón —señaló el hombre con voz sarcástica.
—No tienes ni idea.
Eva llevaba cuatro días trabajando como asistente. Era mediodía cuando
Anne le escribió un mensaje donde le pedía que recogiera el almuerzo en
Points. Eva sabía que era el mejor restaurante de la ciudad y le pidió también
que tuviera los platos listos para dos personas en su oficina a la una. Eva se
llevó una sorpresa al ver a Cassandra y a Anne sentadas charlando como dos
buenas amigas.
—Emma, que sorpresa, no había tenido oportunidad de saludarte —dijo
Cassandra mientras se ponía la servilleta en las piernas.
Eva, cuya paciencia se estaba colmando, le refutó con dientes apretados.
—Soy Eva.
—Muy bonito tu vestido —señaló Cassandra. Eva vestía un traje talego
color verde esmeralda y zapatos de tacón negro—. ¿Qué diseñador vistes?
—La verdad, no lo sé, lo encontré en una percha en Saks.
—Ah —dijo la mujer despectiva—. Es un sin nombre.
—¿Perdón? —preguntó Eva mirando la vestimenta y el maquillaje de la
chica. La verdad no veía gran diferencia entre un vestido y otro. A Brandon le
había costado sus buenos dólares.
—Un diseñador sin nombre.
Eva no entendía aún el juego de Cassandra.
—Cassandra solo usa ropa de diseñador —intervino Anne.
—Dior, Chanel, Balenciaga y, a veces, Carolina Herrera.
A Eva eso no podía importarle menos, pero el tono desdeñoso utilizado
por Cassandra para criticar su apariencia le causó una gran molestia.
—Sírvenos agua, querida, si eres tan amable —pidió Anne, sin mirarla—.
Como te decía, tus padres serán bienvenidos, Brandon también asistirá, por
supuesto.
—Desde ya, espero que me reserves un asiento junto a él —manifestó
Cassandra, sin importarle la presencia de Eva.
Ella dejó de escucharlas, se sentía descorazonada. Observó a Cassandra
de refilón, la chica era lo que ella nunca sería, elegante, con clase, de familia
adinerada. Era mucho mejor pareja para Brandon y se sintió ridícula al ver en
lo que se había convertido su vida por amor a un hombre, algo que se juró no
hacer jamás.
—Por supuesto, querida.
Sin importar lo que el par de mujeres dijeran, Eva salió de la oficina sin
apenas despedirse. No lo toleraba más, hablaría con Brandon, hasta caviló en
pedirle a Ryan que intercediera por ella. Iba rumbo a la oficina de Recursos
Humanos cuando justo chocó de frente con él.
—Hola —saludó el hombre, jovial. Caminaba con ambas manos en los
bolsillos.
—No es buen momento, Ryan.
—Tranquila, los amigos estamos también para los momentos malos.
Vamos, te invito a almorzar —dijo señalando la puerta del ascensor.
Lo pensó unos segundos, recordó las recomendaciones de Brandon, pero él
no estaba allí en esos momentos y necesitaba hablar con alguien. Además, su
novio tendría un compromiso familiar el fin de semana del que ella no haría
parte. Necesitaba dejar de estar bajo el ala de Anne, era tóxico para ella como
profesional, como mujer y para su relación con el hombre del que estaba
enamorada. No quería que las inseguridades empezaran a azotarla. Ella era
una mujer segura y con una sana autoestima, estaba en ese lugar porque había
sido su decisión, tomada con cabeza fría, para vivir una buena experiencia
laboral de la que se enriquecería, aunque lo más importante de todo era
acompañar al hombre que amaba en ese trecho tan difícil de su vida. Pero las
cosas no estaban saliendo bien y el miedo a haberse equivocado empezaba a
cercarla.
—Vamos —dijo.
CAPÍTULO 17
Al tiempo que Eva escribía, Anne hacía lo mismo con Cassandra: “Ve a la
oficina de Brandon con cualquier pretexto, sin preguntas, ahora”. La
recepcionista le había informado que Brandon había llegado al edificio cinco
minutos atrás. La mujer entretuvo a Eva unos minutos más preguntándole por la
confirmación de unos datos sobre el itinerario de la semana de la moda en
Nueva York.
Cuando por fin pudo salir de la oficina, se puso labial en el baño. A
Brandon le encantaba el labial rojo que ella usaba en contadas ocasiones,
evitaba usarlo en la oficina porque era muy llamativo, pero esa tarde quería
verse bella para él. Tomó enseguida su bolso y el abrigo, por la ventana vio
que ya había oscurecido, el invierno era inclemente con la ciudad en esa época
del año.
A medida que pasaban los días, Eva observaba las políticas que Brandon
deseaba instaurar en la empresa. Antes de hacer cualquier cambio, compartía
unos días con el departamento en cuestión, estudiando todos los empleos y los
procesos. Nunca sería un jefe de pedestal, se notaba que le gustaba conocer el
trabajo de todos sus empleados, desde el más humilde hasta los puestos
directivos, y Eva no podía estar más orgullosa de él.
Eva abrió los ojos y observó el perfil de Brandon, que en ese momento
revisaba su teléfono móvil. Él era su refugio, su paz, su locura y su intensidad.
El amor y la pasión habitaban su corazón y su piel, adueñándose de todos sus
tiempos. Era su rey absoluto, soberano de su alma.
Corría la primera semana de marzo, aún las temperaturas eran bajas,
aunque el cielo lucía más despejado. Emitió un bostezo, se sentía cansada y
con sueño desde hacía un par de semanas, cuando un fuerte resfriado la había
obligado a tomar antibióticos.
—Eres tan… —dijo, rompiendo el silencio, con el corazón acelerado. Él
levantó la mirada enseguida.
—Sí, lo sé: guapo, buen amante, dios del sexo y el placer.
Eva soltó la carcajada. Flotaban por la vida envueltos en una nube de
admiración.
—Iba a decir que eres tan responsable… Trabajando tan temprano.
Brandon sonrió y soltó el móvil sobre una mesa.
—Sí, me gusta madrugar, tengo un trabajo que hacer todas las mañanas. —
Se acercó a ella con mirada ardiente y se tendió a su lado, la envolvió con sus
brazos, pegando su cuerpo al suyo, mientras besaba su nuca repetidas veces.
Adoraba la forma en que Eva se veía tan pronto se levantaba, con su cabello
largo desperdigado sobre su almohada, despeinado y seductor, su gesto
somnoliento y dichoso, la boca hinchada por sus besos. Le acarició con
reverencia el contorno del cuerpo—. Soy el responsable de tu placer y el amo
absoluto de estas preciosas curvas —llevó la mano a su sexo—, de tu
humedad, de tus suspiros, adoro cuando te vuelves loca por mis caricias. —La
miró fijamente sin dejar de tocarla, Eva respiraba de manera entrecortada—.
Tu desnudez lleva mi nombre.
—¿No es eso un poco troglodita? —preguntó ella acariciándolo a su vez.
—No pienses que son palabras de hombre machista. No, venero lo que
somos, tus deseos y tus ganas son míos y los respeto como no tienes idea. Tú
eres la dueña de esta terrible pasión, de estas ganas por ti que me acompañan
siempre y que nunca antes había experimentado, una parte de mí está y estará
siempre contigo. Nos pertenecemos, Eva. Tú eres mía y yo soy tuyo, el resto
me tiene sin cuidado.
Abrió el cajón de la mesa de noche y sacó los pendientes a juego con la
gargantilla que le había mandado a hacer en su viaje a Nueva York.
—¡Oh, Brandon! Son hermosos, pero no tienes que molestarte, no necesito
joyas costosas.
—Para mi chica, lo mejor. ¿Sientes mi deseo en tu piel, así no estemos
juntos? —preguntó con mirada posesiva, con la ansiedad del hombre muy
enamorado. Le angustiaba perderla, que su índole posesiva y celosa la
incomodara de alguna forma y lo mandara a freír espárragos. Quería cubrirla
de lujos y de joyas de la cabeza a los pies. Darle todos los gustos, brindarle el
mundo.
—Siempre, siempre —contestó ella estirando los brazos y dejándose amar
una vez más.
Cassandra Elliot llevaba semanas con una sola idea en la cabeza: dar de
baja en el corazón de Brandon a Eva James. ¿Cómo lo conseguiría?
Afortunadamente, no estaba sola en la labor, por lo visto Anne y Ryan
deseaban tanto como ella que la nueva relación de Brandon no progresara.
Llevaba años observándolo, viéndolo departir con toda clase de mujeres
que babeaban por los tres hermanos como si no hubiera otros hombres en el
panorama. Con la paciencia de un jugador de ajedrez, había planeado la
estrategia de cada jugada, mientras se repetía como mantra que Roma no se
había hecho en un día. Se hizo un espacio en el círculo cercano a la familia y
vigiló cómo llegaba a su vida una mujer tras otra. Ni siquiera experimentó el
mordisco de los celos por sus múltiples conquistas, porque ninguna de ellas
había tocado su corazón; se fijó en cómo las dejaba, nunca de mala manera,
porque hasta en eso había sido educado como un caballero. Sus aventuras
nunca le preocuparon, estaba convencida de que, entre más se divirtiera un
hombre en su juventud, mejor esposo sería, y Brandon King sería su esposo.
Tenía esa seguridad hasta que apareció Eva James. No se sorprendió al verlo
acompañado en la fiesta de cumpleaños de Anne. Lo nuevo para ella fueron la
mirada de enamorado que vestían sus ojos y el talante protector de sus gestos.
Esas expresiones de afecto encendieron sus alarmas y más al ver lo aprensiva
que estuvo la madre de Brandon con la chica.
El entrar a trabajar en el departamento de diseño fue un buen movimiento y
un golpe de suerte también, ella había pensado que tendría que irse otro
semestre para Italia antes de poder hacer la pasantía en la empresa. Sus
suposiciones respecto a la relación se confirmaron al tener una charla con
Anne durante un almuerzo en Glenmoor, un renombrado club de la ciudad. Era
mejor tener a la mayor de los King de amiga, porque de enemiga la mujer era
tenebrosa, y ella con tal de lograr su objetivo estaba dispuesta a aliarse con el
mismo diablo.
Observó los diseños de líneas elegantes que presentaría en la reunión con
los directivos de la empresa. Caminó hasta la mesa de trabajo de Elizabeth; el
lugar donde guardaba sus diseños estaba bajo llave. La chica era misteriosa
cuando de su trabajo se trataba, desconfiaba de la gente y con razón.
Observó alrededor. La mesa de trabajo no era demasiado grande, con una
lámpara especial de dibujo y una silla alta, su espacio era ecléctico y alegre.
Muy diferente a su propio estilo, más minimalista, depurado y elegante. La
puerta estaba entornada y Cassandra se atrevió a husmear en busca de la llave,
mirando de reojo la puerta. Revolvió con cuidado entre sus cosas, pero nada.
Se acercó a un estante ubicado en una pared frontal, donde había diversos
materiales, lápices de todos los colores, marcadores y hasta algunas acuarelas,
pinceles y vinilos. En un tarro, con una colección de monedas, había tres
llaveros. Con angustia, porque pronto terminaría la hora del almuerzo, probó
las diversas llaves, hasta que por fin una hizo clic.
Tomó la carpeta dorada que contenía los diseños y tuvo que reconocer que
eran preciosos; Elizabeth tenía talento, la envidia invadió sus sentires y quiso
apropiarse de su trabajo, pero no sería lo más inteligente. Ya tenían un plan
trazado y debían ceñirse a él, esos diseños sacarían a Joyerías Diamond del
bache en el que estaba, y también debía pensar en su futuro y en el futuro de la
familia, que se dijera que era altruista y desinteresada.
Sonrió y dejó la carpeta dorada en su puesto. Abrió otra de color azul,
observó los dibujos: eran tres diseños de un nuevo logo para la joyería, no
tenía idea de que se estuviera trabajando en ello, pero también era poco el
tiempo que llevaba en la empresa. Una idea cruzó por su mente, ya sabía lo
que tenía que hacer y ella quedaría como una princesa.
Aferró el móvil y tomó varias fotografías de los diferentes logos. Dejó
todo como estaba y salió del lugar rumbo a la oficina de Anne.
Eva deseaba tanto hablar con él, que pasó por alto el tono seco y escueto
en que estaba escrito el correo que le había enviado Brandon.
Eva se dijo que de pronto no sería tan malo decirle a Brandon toda la
verdad. Miró la hora en su reloj, eran las tres y cuarenta y cinco, decidió irse
enseguida para llegar al hotel con tiempo suficiente para darse una ducha. Iría
caminando, el lugar quedaba a pocas cuadras, así calmaría la angustia que
apenas la dejaba respirar. Su Brandon entendería y la perdonaría, estaba
segura de ello, su amor era mucho más grande que un malentendido sin
importancia. Decidió ponerse a tono con el talante de su novio y antes de
atravesar la puerta, le escribió.
Brandon salió como un loco del hotel y caminó de nuevo hasta la oficina,
cruzó calles y sorteó autos sin importar el estupor de la gente al verle el rostro
golpeado, los labios partidos y la mirada de demente que asustaba a los
transeúntes. Con la respiración agitada, como si fuera a sufrir un ataque de
asma, y el alma en carne viva, como si alguien hubiera estrujado su corazón
causándole un ahogo terrible, llegó a la empresa y subió en el ascensor hasta
la oficina de su madre. Aún incrédulo por todo lo ocurrido, se dijo que a lo
mejor estaba en medio de una maldita pesadilla de la que se despertaría para
encontrar a Eva acurrucada a su lado. No, la vida no era tan generosa con él.
¿Así de ciego había estado? Eva era la primera mujer que le había visto la
cara de estúpido. Nada lo había sorprendido tanto como lo visto esa tarde en
la habitación de ese hotel. No se reconocía en esa bestia furiosa que sin
contemplaciones pudo haber matado a alguno de esos dos. No valía la pena
ensuciarse las manos por culpa de ella, pero en ese momento sentía que se le
acababa la vida, que se le congelaba la razón, se sentía caer en un abismo
profundo y oscuro con astillas que lo desgarraban a su paso.
Entró a la oficina de su madre, que se levantó de la silla con talante
sorprendido y preocupado.
—¿Brandon? ¿Qué te pasó?...
Él la apaciguó con un gesto de ambas manos.
—No te molestes, no te levantes.
Se acercó al escritorio y puso ambas manos en la superficie de la mesa.
—Necesitas que alguien vea esas heridas, por Dios, Brandon, dime qué
pasó.
—Tengo el presentimiento de que sabes de dónde vengo —señaló con tono
de voz estrangulado. Una ligera sombra de culpa pasó por la expresión de
Anne, pero se volatilizó en un santiamén—. No quiero volver a ver a Ryan
Winthrop, ni en esta empresa, ni alrededor de mis hermanos y de mí por lo que
me resta de vida.
—¿Qué pasó?
Brandon chasqueó los dientes y dio un puñetazo sobre el escritorio.
—Es eso o nos pierdes enseguida y mando todo al infierno. Venderemos
todo y Joyerías Diamond desaparecerá del panorama en un momento, no dudes
de que mis hermanos me seguirán a donde vaya y harán lo que yo les diga —
afirmó enfurecido. Sentía que el cuerpo como una gelatina, las piernas le
temblaban.
—No entiendo nada, Brandon, hijo, cálmate, por favor y cuéntame qué
sucedió.
—No te voy a dar los sórdidos detalles. Te vas a ir de la presidencia en
seis meses, luego harás con tu vida lo que se te antoje, pero yo tomo el control
de las joyerías en ese plazo.
Él no iba a ser el único perdedor de esa jornada. ¡Qué se jodieran! Él
había perdido a Eva, Anne y Ryan perderían mucho más.
—Hijo, te falta experiencia. Ocuparás la presidencia, pero a su debido
tiempo, aún eres muy joven.
Brandon la miró implacable.
—¿Lo tomas o lo dejas?
La mujer se quedó en silencio unos segundos, sabía que ese día había
llevado a Brandon al límite y no podía darse el lujo de estirar la cuerda un
poco más. No se arriesgaría. Asintió en silencio. Brandon no dijo más, cuando
puso la mano en el pomo de la puerta para salir de la estancia, la mujer dijo en
tono de voz bajo:
—Lo siento, mucho.
Brandon se quedó quieto, mientras pensaba en cómo diablos haría para
tapar las grietas de ese amor tan profundo, si ya en sus huesos empezaba a
calar el hielo de su ausencia.
—Yo despediré a Elizabeth, no podría confiar en ella después de verla
reunida con Maurice. No quiero que nadie sepa lo ocurrido con Eva hoy, ni
mis hermanos, ni Parker. Si escucho el más mínimo comentario de que Ryan o
tú abrieron la boca, y créeme, me enteraré, ya sabes lo que ocurrirá, soy un
hombre de palabra. El nombre de Eva James desparecerá como si nunca la
hubiéramos conocido. ¿Está claro?
—Se hará como digas.
Para Eva fue difícil contarle a Dominic lo ocurrido con Brandon cinco
años atrás. No le dijo todo, se guardó los detalles sórdidos y lo más
importante, pero sabía que su compañero se merecía una explicación después
de la reunión de hacía unas horas en Joyerías Diamond. Más que molesto, lo
notaba decepcionado. Balanceaba el vaso de licor de una mano a otra.
—No debiste aceptar esta comisión, claramente hay un conflicto de
intereses —adujo el hombre, sentado en la salita de la suite del hotel donde se
hospedaba Eva.
Ella se había cambiado a un chándal y una camiseta, y con las piernas
recogidas sobre la silla enfrentaba la diatriba de su amigo.
—Lo sé y tienes razón en recriminarme. No debí dejar que un asunto tan
personal interfiriera en la negociación, pero la verdad, no creí que a Brandon
le importara —dijo ella con vehemencia—. Además, recuerda la presión que
ejercieron en Nueva York para hacerme trabajar en este proyecto.
—Lo sé y por eso no puedo estar muy furioso. Si ocurrió todo cómo me lo
contaste, eres una ingenua, un hombre no olvida esa afrenta.
—¿Vas a hablar con Presidencia?
Él soltó una sonrisa triste, dejó de mirarla y su rostro era impasible, pero
la desaprobación era tan obvia como el olor de su colonia flotando en el aire.
—No estamos en la escuela, Eva. ¿De qué me serviría hacerlo? Si
hubieras sido franca con nuestro jefe, no estarías aquí, estoy seguro, lo que me
hace preguntarme si no deseabas tú también esta confrontación, pero no te voy
a juzgar, eso quedará entre tu conciencia y tú. Además, no soy tan cabrón como
King. —Soltó un largo suspiro y tomó un largo trago—. Él sí te va a hacer la
vida imposible después de todo lo que me has contado, tendrás que darle lo
que pide si queremos salvar el contrato. Ese hijo de puta te buscará las
cosquillas y te volverá loca antes de terminar la jodida semana y ni siquiera
eso nos garantizará que acepte trabajar con nosotros. Conozco a los de su tipo.
—No conoces a Brandon King.
—¿Y tú sí? Conociste al joven universitario, ese hombre que nos enfrentó
hoy, estoy seguro de que no tiene ya mucho que ver con el que tú conociste. Es
un hombre muy cabreado.
—Ha cambiado, eso te lo concedo, pero tenemos un buen trato, es un
hombre listo y su empresa nos necesita.
—Y también es un hueso duro de pelar, que no se te olvide —agregó
Dominic y dejó el vaso en la mesa, pensando en el nuevo rumbo que tomaban
los acontecimientos—. En fin, hay algo que no me cala y es lo que más me
preocupa, ¿por qué te quiere a su lado esa semana? Los dueños de las
empresas saben muy bien cuál es su lugar. Es raro que deseen descender del
Olimpo para trabajar con simples mortales y simplemente toman la decisión
de decir sí o no a las diferentes propuestas que les presentan sus gerentes de
departamento o su equipo de trabajo.
—Brandon sacó a flote Joyerías Diamond de una situación muy delicada,
me imagino que no querrá ningún hilo suelto con miras a la expansión.
Por lo que Eva había investigado, Brandon manejaba su empresa como un
capitán que se paseaba por la cubierta de un barco dispuesto a zarpar. Hasta
que no tuviera la oportunidad de ondear la bandera con la calavera y las
tibias, no saldría a la palestra su verdadera naturaleza. Era un hombre que iba
tras lo que quería con decisión y astucia.
—Lo defiendes, ¿aún sientes algo por él?
—¡No lo estoy defendiendo! —enfatizó rápidamente—. Ni más faltaba,
simplemente doy por hecho lo que se sabe de él.
—Si tú lo dices. —Dominic se levantó de la silla poco convencido y con
semblante preocupado—. Tienes que poner los intereses de la empresa en
primer lugar y tendrás una semana para hacerlo, pero también quiero que
tengas cuidado.
Eva estaba segura de que podría mantener la máscara en su rostro sin
problema. Brandon nunca podría enterarse de lo sucedido después de que
terminaran, el miedo, la desolación, la desesperanza. No, ella era una mujer
orgullosa. Y así en el fondo lo único que quisiera fuera lastimarlo, al menos
para su orgullo había sido satisfactorio constatar su resentimiento, porque eso
quería decir que no la había olvidado; así estuviera comprometido con la
pécora de Cassandra, ella había ocupado un lugar importante en su corazón y
en su vida, su comportamiento lo evidenciaba.
—Lo tendré, me siento responsable de lo ocurrido y en mi mano está el
solucionarlo.
—Eso esperamos, yo me encargaré de John y de Kim.
—Está bien.
Eva se quedó con la vista fija al frente. Después de años de alardear ante
ella misma asegurándose que todo estaba superado y olvidado, la vida la
devolvía a su lugar. Durante toda la charla con Dominic no había podido
quitarse a Brandon de la cabeza. Pero no lo ocurrido en su oficina, no, Por su
mente había pasado, como en una jodida película, su historia anterior a los
problemas, la de antes de que el demonio, el destino o quién diablos fuera
viniera a joderles la vida. La ruptura fue horrible, porque ninguno de los dos
la vio venir. Ocurrió cuando bailaban en la cima de la felicidad, y algo así
estropeaba el camino de la vida. Eva se imaginó que era como cuando ocurría
una tragedia, un terremoto, un huracán o Dios sabe qué tipo de desdicha, y
todo lo que se conoce y de lo que se tiene certeza desaparece de golpe. Así les
ocurrió a ellos.
No tenía miedo de enfrentarlo esa semana, temía a sus sentimientos, a la
cercanía y al profundo resentimiento que a ella también la habitaba. Un par de
años de terapia fueron necesarios para volver a ver el mundo con un prisma de
colores. Los hombres que compartieron su vida esos años le recriminaban el
que ella anduviera por la existencia como en una burbuja, y así se sentía, vivía
en una esfera tangible para protegerse de alguna acometida. Pero ese día al
enfrentarlo sintió esa burbuja desvanecerse y no le gustó la sensación, porque
no se podía permitir ser vulnerable de nuevo. Sabía lo que ocurría cuando eso
pasaba. Años de dolor aún hervían en su pecho.
—Jódete, Brandon King.
—Lo siento, señorita James —dijo una joven, preocupada ante el gesto
furioso de Eva—. El señor King dijo que olvidó algo en su oficina y que debe
volver.
Eva se acercó a la mujer y le dijo en tono bajo, para que nadie más
escuchara.
—Dígale a su jefe que puede meterse su encargo por donde mejor le
quepa.
“¡Al carajo con todo!”, caviló aún furiosa. Recuperó su carnet de
identidad ante la estupefacta empleada y salió del edificio sin saber qué hacer.
Caminó por la acera sin ver la gente que iba y venía a un ritmo acelerado, sin
escuchar el ruido de los autos y sin un rumbo definido. Debió imaginarlo,
debió saber que las cosas no quedarían simplemente en lo que quedaron. Anne
King, Ryan Winthrop y Cassandra Elliot habían hecho completa la labor y le
habían jodido la vida, no fue suficiente la humillación vivida, tuvieron que
enterrarla a los ojos de Brandon, atentando no solo contra su corazón, sino con
su ética de trabajo y su dignidad. Y Brandon había caído redondo, tuvo que ser
algo hilado de manera muy fina para que se lo hubiera tragado, a lo mejor
cuando llegó al hotel, ya las dudas estaban sembradas, y ella ni siquiera había
podido volver a hablar con él. Destaparía todo o se dejaría de llamar Eva
James, necesitaba una verdadera restitución y reparación, y eso solo podría
ocurrir cuando se supiera toda la verdad.
Llegó hasta un parque en medio del distrito financiero, donde varios
ejecutivos jóvenes trabajaban al aire libre en sus ordenadores. Era un día
primaveral, la vegetación, colorida como arcoíris, impregnaba de belleza el
ambiente. Se sentó en una de las sillas que pululaban alrededor, su mente
volvió a las palabras de Brandon: treinta mil dólares. ¿Dónde estaba ese
dinero? El debió tener una constancia de que ella había recibido esa cantidad.
Se quedó unos segundos pensando, necesitaba saber qué más había. Debía
haber algún empleado enterado de todo, para crear una telaraña tan tupida no
se imaginaba a esos tres trabajando solos, en esos casos siempre había alguien
que se encargaba del trabajo sucio.
Nunca volvió a ver a Elizabeth, a lo mejor había vuelto a Colombia. La
contactaría por alguna red social Necesitaba con urgencia las pruebas que
tenía Brandon para empezar a esclarecer todo. Se dirigió al hotel, en el
camino llamó a Janeth para comentarle que necesitaba aplazar el alquiler del
departamento, si el contrato con las joyerías no se daba, que era lo más
probable, ella presentaría su renuncia y asumiría la responsabilidad del
fracaso, no permitiría que sus colegas se quedaran sin empleo. Un poco más
tranquila y con un sendero a seguir, así fuera con pasos de ciego, atravesó las
puertas giratorias del hotel para encontrarse cara a cara con Brandon, que la
esperaba de pie recostado en una columna, mientras revisaba el móvil.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella de mala manera ignorando el nudo en
su estómago y el vuelco en los latidos del corazón.
—Necesitamos hablar —dijo él con semblante serio.
—Si vas a seguir esgrimiendo acusaciones a diestra y siniestra de lo que
crees que le hice a tu empresa sin darme la oportunidad de defenderme, no
eres bienvenido.
Eva pasó de largo directo a los ascensores. Brandon la tomó del brazo,
ella quiso ignorar el calor que el causó ese simple contacto. Se soltó
enseguida.
—Vamos —dijo él en tono suave—, te invito a un café.
Eva accedió al ver su talante más calmado. Caminaron en silencio hasta
una de las cafeterías del hotel. Al llegar a la mesa, Brandon le abrió la silla,
un detalle tan caballeroso que le recordó a la señorita Selma, y quiso
preguntarle por ella, pero se contuvo. El mesero se acercó, Eva pidió un té,
Brandon un café.
—Me prometí que no sacaría el tema del robo, por lo menos este primer
día.
Eva volvió a indignarse.
—No sé cómo tienes el coraje de decírmelo, algo muy difícil de creer al
ver los papeles que querías que firmara.
—Aún quiero que los firmes, la semana de trabajo sigue en pie. Si deseas
salvar este negocio.
Eva sonrió sarcástica.
—No serías tan tonto de darnos ese contrato si tienes un concepto tan bajo
de mí.
Él se quedó en silencio unos segundos.
—Créeme, hay hombres que han hecho cosas más estúpidas.
Lo que tenía a Brandon un poco confundido era la genuina angustia de Eva,
nadie podía ser tan buen actor, aunque casos se habían visto, o ya ella estaba
de nuevo friéndole los sesos como en el pasado.
—No confío en tus intenciones, Brandon. No sé qué pretendes.
—Ya somos dos.
Ni él mismo sabía. Apenas podía apartar la mirada de ella, estaba seguro
de que experimentaba lo que sentía un jodido adicto después de meses en
rehabilitación, suavizado ante la vista de un chute de heroína. Imaginarla
desnuda, debajo de él, gimiéndole al oído, era el viaje de su vida. Dios,
cuando descubrió su traición había estado tan, pero tan enojado, que se había
dedicado a follar con cuanta mujer se atravesó en su camino para anestesiar el
dolor y volver a sentirse hombre otra vez. Trabajaba como un loco, saturaba
su tiempo de actividades para negar su ausencia. No le había servido de
mucho, la pena estuvo allí mucho tiempo, como esas heridas profundas sin
esperanza de cicatrización que describían esas cutres canciones que hablaban
de desengaños. No eran sentimientos generosos los que lo tenían allí sentado
frente a ella, estaba la curiosidad, una gran cuota de resentimiento, el deseo de
algún tipo de revancha y una profunda atracción que a la vez repelía. Negarlo
sería de tontos, y había algo más, no sabía aún lo que era, pero necesitaba de
manera desesperada averiguarlo, necesitaba cerrar ese capítulo de su vida y
de pronto buscar las respuestas que se había negado a contemplar tiempo
atrás. Claro que no sería tan imbécil de hacerlo patente ante ella, ya era muy
evidente al estar convenciéndola de trabajar esa semana. ¿Y después qué?
Se sintió tonto, tuvo el impulso de levantarse y salir corriendo sin mirar
atrás, pero había algo que lo ataba a esa silla, a esos ojos, a esa boca, era
como una energía, un campo magnético que lo atraía a ella, siempre a ella.
Necesitaba calmarse, ver las cosas en su justa perspectiva, era una simple
mujer, atractiva, era cierto, pero él había tenido a su lado a mujeres mucho
más hermosas. Acababa de comprometerse con una belleza, no concebía el por
qué no se levantaba, salía corriendo y se olvidaba de todo.
No podía.
Se aclaró la garganta.
—Tus credenciales son impecables, a pesar del poco tiempo que llevas
dedicada a esta labor has hecho muy buen trabajo y quiero ver qué tan ciertas
son las apreciaciones de las demás empresas con las que has trabajado. Voy a
pagar una buena cantidad, es justo que pruebe el percal antes de abrir la bolsa
del dinero.
El mesero llegó con el pedido. Brandon le pasó el azúcar normal, no había
olvidado sus gustos. Eva se tomó su tiempo endulzando la bebida mientras su
mente trabajaba a millón, podría tener acceso a cierta información si se
decidía, pero no lo haría a espaldas de Brandon, necesitaba que él supiera que
ella estaba interesada en limpiar su nombre.
—Trabajaré contigo, pero necesito que todo esto se aclare. Ya me
preocupa qué información sobre mí, que no es cierta, anda rodando por ahí; si
llegara a oídos inadecuados, sería mi fin como profesional. De haberlo sabido
cuando ocurrió todo, lo hubiera aclarado en ese mismo momento —apuntó ella
con firmeza y decisión, que refutó el temor que la asaltó de pronto de no poder
hacerlo. Enarcó las cejas y lo miró con expectación.
—Suenas muy convincente —objetó Brandon—, has perfeccionado tu
poder de convencimiento, pero se necesitarán más que palabras bonitas y
poses de mujer indignada para hacerme creer en tu verdad. Además, tengo
pruebas, no deberías molestarte y más bien sí seguir trabajando de la manera
en que lo has hecho después de ese desafortunado incidente.
Eva se negó a desanimarse.
—No lo hago por ti, tú ya tienes tu juicio, lo hago por mí y por mi futuro,
¿estamos?
—Está bien —aceptó poco convencido.
—¿Confrontaste a Maurice Weisz? ¿Pudo pagar de alguna forma por lo que
hizo?
Él la miró, furioso.
—Estabas tú de por medio, no quería que terminaras en la cárcel, ni que se
desatara un escándalo que no convenía a ninguna de las dos firmas, recuerda
que estaba empezando a dirigir el negocio.
—Qué considerado, me abruma tu buen corazón —dijo con un tinte
irónico, que lo molestó aún más—. ¿Debo darte las gracias?
Él le aferró la muñeca.
—No te pases.
Darse cuenta a los pocos días de que, además de lo ocurrido, los diseños
de la última colección de joyas habían ido a parar a la competencia, fue otro
duro golpe sobre el que había guardado estricto silencio. No quiso profundizar
en los hechos por orgullo y para no quedar como imbécil ante sus empleados;
aceptar las pruebas que su madre le puso en las narices le fue fácil después de
lo ocurrido en el hotel. Ahora se preguntaba si eso había sido una estupidez. A
su favor esgrimía la enorme presión de hacerse cargo de la dirección de la
empresa en medio de circunstancias difíciles para la compañía, era el futuro
de cientos de empleados el que estaba en juego, no podía dar pasos en falso.
Apretó los dientes y siguió adelante. Y a la larga fue el peor semestre para la
competencia, nunca supo si porque los diseños no eran tan buenos o por la
baja en los mercados.
La siguiente media hora hablaron de la empresa, de la visita que harían a
todas las instalaciones al día siguiente y de la reunión con los diferentes jefes
de departamento que tendría lugar después de aquella visita. Se despidieron,
si no en un ambiente cordial, por lo menos con menos animosidad, o eso le
pareció percibir a ella, pero con los King no podía bajar la guardia.
Brandon llegó a la mansión de Lincoln Park con un ramo de flores, como
siempre pasó de largo y aparcó cerca de la casa de su mammy. Al llegar a la
puerta, se peinó con los dedos, se alisó la chaqueta y se miró los zapatos en
una serie de gestos reflejos que siempre tuvieron los hermanos antes de
comparecer ante la señorita Selma, que no admitía el más mínimo desorden en
su aspecto personal. La anciana mujer había empezado a tener lagunas severas
año y medio atrás, el alzhéimer le robaba una de las personas más importantes
de su vida. Los días buenos empezaban a escasear, la enfermera, encargada de
su cuidado, tenía la obligación de llamarlo cuando ella tenía un buen día y sin
importar lo que estuviera haciendo, nunca dejaba de visitarla. Nathan hacía lo
mismo, y Mathew, cuando estaba en el país.
Una enfermera en bata blanca le abrió la puerta.
—Señor King, buenas tardes.
—Buenas tardes, Julie —respondió Brandon con una sonrisa que hizo
ruborizar a la mujer.
La enfermera lo acompañó por un pasillo, atravesaron una puerta vidriada
que los llevó a un jardín, donde la señorita Selma, sentada en silla de ruedas,
miraba la vegetación florida. Brandon la miró con ternura. Vestía un traje de
color claro y un suéter a juego. Se había encogido y adelgazado en poco
tiempo, una neumonía casi se la había llevado el invierno anterior. La
debilidad le había impedido volver a caminar, como si su mente lo hubiera
olvidado por el largo tiempo en cama. Aunque el clima era agradable,
Brandon tuvo el impulso de abrigarla más.
—Hola, mammy.
—¡Hijo! —saludó la anciana con ojos brillantes, pero enseguida frunció el
ceño—. Esa camisa está arrugada y no tienes muy buena cara. Te falta un
afeitado y un buen corte. ¿Qué les pasa a los jóvenes de ahora?
Hoy sería un buen día, se dijo Brandon, dándole un beso en la cabeza.
—Mammy, me alegra mucho verte tan bien. —Le entregó las flores.
—Hoy no es mi cumpleaños, estamos en primavera y Dios me trajo a este
mundo una fría noche de enero, pero gracias.
—No se necesita que sea tu cumpleaños para regalarte flores.
La mujer tomó las flores y las olfateó.
—Tú siempre has sido muy detallista, gracias, hijo, eres un buen hombre.
“Si supieras lo cabrón que he sido hoy, no pensarías igual, qué no daría
por uno de tus coscorrones en estos momentos, mammy”, caviló.
Brandon le entregó las flores a la enfermera. La mujer las tomó y los dejó
solos. La señorita Selma lo invitó a que se sentara a su lado.
—Esa joven es muy seria, pero amable, no sé por qué no sonríe más.
La mujer lo miró con detenimiento y luego llevó la mano a su pecho, donde
descansó por unos segundos, calibrándole los latidos del corazón, en un ritual
establecido entre ellos desde que había ocurrido todo.
—Late diferente. —Lo miró de nuevo a los ojos, nadie lo miraba así, con
ese amor del alma tan patente—. Como si algo lo hubiera reparado, el sonido
es distinto al de hace unos días.
A su querida mammy no se le escapaba nada de él, así estuviera a un tris
de no saber ni cómo se llamaba. Por esa y otras razones, Brandon no se perdía
esos momentos de lucidez, así tuviera trabajo que hacer, porque sabía que
escasearían con el paso de los meses y los años.
—Ay, mammy —se acercó y le dio otro beso en su cabello gris—. Me
hacías mucha falta.
—Pero ¿qué dices? No me he ido, ni me voy para ningún lado.
—Lo sé —Le acarició el dorso de las manos en un gesto destinado a
conectar con ella—. Gracias.
—Prométeme que buscarás la felicidad, tu corazón está preparado para
encontrarla, vuelve a amarte a ti mismo, te lo he repetido innumerables veces,
solo así llegará a ti aquello que te colmará de dicha.
—Soy feliz, mammy.
La anciana lo miró dudando de sus palabras.
—Las heridas no las sanan ni el tiempo, ni el alcohol, ni otros clavos. Las
heridas cicatrizan cuando profundizas en ellas y entiendes los motivos.
Brandon se quedó en silencio unos segundos.
—No me gusta lo que siento cuando pienso en ello.
—Si no procuras sanar tus heridas, ellas lastimarán a alguien
completamente inocente. No lleves esa carga, hijo. Lo lamentarás por mucho
tiempo.
—Pero ¿qué dices, mammy?
—Busca una buena chica, no la estirada con la que te ennoviaste. Una
mujer que hace ley de vida obtener el amor de un hombre por encima de lo que
sea, no será buena compañía. Esa chica ha estado años detrás de ti desde que
era una jovencita.
—Ella no es así.
Quiso decirle que se había comprometido, pero no fue capaz de hacerlo,
ella vería muchas más cosas, a lo mejor algo que ni siquiera él había
vislumbrado, y no necesitaba más iluminaciones ese día.
La señorita Selma se quedó callada, de pronto le regaló esa expresión que
él conocía cuando su mente empezaba a retraerse. Quiso decirle que no lo
dejara, que ella era el único bastión de su caótico mundo, pero no sería justo,
se limitó a acompañarla mientras atravesaba la puerta al olvido. A lo mejor
esa enfermedad era una bendición, tener la capacidad de olvidar todo y volver
al recuerdo en contadas ocasiones, hasta que se cerrara definitivamente la
puerta y no se recordara de más. Al cabo de unos minutos, la mujer le dijo:
—¿Eres amigo de mis chicos?
—Sí, señora.
—Ellos deben estar en la piscina, ven a la cocina, te daré un pedazo de mi
pie de pecanas que está delicioso.
—Será un placer, muchas gracias.
La mujer lo miró de nuevo y Brandon tomó el control de la silla y la llevó
por un pasillo hasta la habitación luminosa y decorada con flores. Ya había
una mesa con té frío y en el centro la tarta lista para ser servida.
—¿Eres del sur? Estás muy bien educado. Estos yanquis no han aprendido
nada.
—Mi madre es de Charleston.
—Igual que la madre mis chicos, pero parece una yanqui, me equivoqué
con la educación de ella, pero no se lo digas, porque me quedo sin trabajo.
Anda, sírvete, come un buen pedazo.
—Sí, señora, gracias. —Brandon le sirvió a ella un pedazo y luego se
sirvió él.
—Mientras haya chicos como tú en este mundo, todo estará bien, alabado
sea Dios.
CAPÍTULO 25
Eva tomó ese mismo día rumbo a Evanston. Había recordado el préstamo
de la fiducia al negocio de sus padres, que les fue concedido justo en la época
en que todo había sucedido, y que ellos empezaron a pagar a finales de ese
verano. Un dinero que pareció salir de la nada. Treinta mil dólares. La misma
cantidad que había mencionado Brandon. Podía ser una coincidencia, pero era
una pista por dónde empezar. Y decidió que no esperaría para comprobarlo.
El tráfico fue fluido y llegó a la pastelería de sus padres a primera hora de
la tarde. La apariencia del negocio había cambiado, lo habían remodelado el
año anterior, dándole un toque moderno que atraía mucha más clientela. Su
madre estaba tras la caja registradora cuando Eva entró, inspirando con placer
el olor a pastel de canela y chocolate que se paseaba por el lugar. Tres
jóvenes universitarios trabajaban por turnos, el local estaba medianamente
lleno. Millicent salió de su puesto tan pronto la vio.
—Hija, qué alegría. —La miró curiosa—. ¿Qué haces aquí entre semana?
Eva la abrazó y después de los saludos, preguntó por su padre.
—Está en la oficina. ¿Ocurre algo?
—No, mamá, nada de lo que debas preocuparte. Tengo que hacerle una
consulta.
Eva saludó a Paula, una de las meseras, una jovencita estudiante
universitaria de primer año a quien ella conocía, ya que había sido su nana en
sus años de adolescencia.
—¿Estás bien, hija? —preguntó Millicent.
Por más que Eva tratara de mostrar una expresión imperturbable, ella
sabía lo que sangraba el corazón de su hija y con feroz lealtad, custodiaba sus
sentimientos. Y aunque no estaba en su mano, no permitiría que alguien la
lastimara nunca más. Eva le regaló un gesto que había perfeccionado a lo
largo del tiempo, destinado a tranquilizarla, pero Millicent no se dejaba
engañar.
—Estoy perfectamente. Envíame con Paula un café y un pedazo de pastel.
—¿Pasarás por casa? ¿Cenarás con nosotros? Sophie se volverá loca
cuando te vea. ¿Viste el video de su primera clase de ballet?
—Mamá —se tensó Eva—, tendré que volver hoy mismo a Chicago, tengo
mucho trabajo, dile que el fin de semana vendré sin falta. Se veía hermosa con
su tutú rosa —dijo con un dejo de nostalgia en la voz.
Millicent la miró con algo de reproche.
—Hay cosas más importantes que el trabajo, como el crear lazos,
jovencita. Los años pasan muy rápido y te perderás sus momentos más
importantes. Ella siente tu ausencia.
“Mamá, hoy no, por favor, hoy no”.
—Mamá, no tienes idea de la presión a la que estoy sometida en este
momento, no quiero que Sophie me vea así.
—El alma de los niños es muy especial, a veces su sola presencia tiene la
capacidad de sanar cualquier cosa.
Quería ver la alegría regresar a la mirada de Eva, ese brillo que tenía en
sus primeros años de universidad, antes de que su camino se viera envuelto en
esa nube espesa y oscura de la que tanto esfuerzo le costó salir.
—Lo sé.
Millicent suspiró mientras observaba a su hija con una mezcla de
sentimientos encontrados, pero algo en su mirada le dijo que la dejara en paz.
—Ve con tu padre, Paula te llevará el café.
Eva la abrazó.
—Te quiero, mamá y te prometo que en cuanto termine este nuevo
proyecto, todo será diferente.
—Yo también te quiero. No te preocupes, hija, sé que todo se arreglará.
Ella le aferró las manos.
—¡Gracias!
Caminó por el pasillo hasta la puerta de la oficina de su padre. El negocio
había crecido mucho, habían remodelado el área de la cocina donde ahora
laboraban cuatro empleados, contaban también con un auxiliar contable y la
constante asesoría de Eva, que junto a sus padres había llevado Pastelería
Millicent a otro nivel.
La oficina de su padre era pequeña, con un par de escritorios, un
archivador y dos ordenadores. Unas cuantas fotografías de la familia y algún
trofeo al mejor pastel o cupcake de la ciudad.
—¡Preciosa! —exclamó su padre en cuanto la vio aparecer. Se retiró las
gafas y se levantó para saludarla con idéntica calidez que la de Millicent.
Eva lo abrazó, pero lo atajó antes de que le preguntara que hacia allí en
día laborable.
—Papá, quiero que hablemos del préstamo que te hizo Fiduciarias North
Trust.
El hombre la miró extrañado.
—Ese crédito lo terminamos de pagar hace dos meses. ¿A qué se debe ese
repentino interés?
Eva había planeado durante el recorrido lo que les diría a sus padres,
aunque le molestaba el tener que mentirles, no quería angustiarlos de manera
innecesaria.
—Estoy haciendo una investigación para un posible cliente que desea
información sobre North Trust, y recordé que fue la financiera que te concedió
el crédito. Entonces, si no te molesta, quiero ver qué documentación guardas
sobre el tema para asesorarme.
El hombre se levantó y abrió un cajón de un archivador, de dónde sacó un
sobre con una serie de papeles.
—Todo está guardado también en la carpeta de ese nombre en el escritorio
del ordenador.
—Gracias, papá —contestó Eva, sumergida ya en los diferentes papeles
que había esparcido en el escritorio y luego, como si recordara algo,
interrumpió su labor y miró a su padre—. ¿Cómo los contactaste?
—No recuerdo muy bien, creo que enviaron una carta, en ella comentaban
que habían destinado una parte de su capital a apoyar empresas emergentes, o
algo así. Un estilo de banca social, como en los países tercermundistas.
—Está bien, papá.
—¿Verás a Sophie antes de irte?
“¡Dios!”.
—No, papá, tengo mucho que hacer, vendré el fin de semana —afirmó
categórica.
Su padre levantó ambas manos.
—¡Está bien! No te pongas a la defensiva. Sabes que aquí puedes quitarte
los guantes, estamos de tu parte.
—Lo siento —murmuró Eva apenada por todo, pero no se sentía con
fuerzas para lidiar con aquello en ese momento.
—Nadie te está obligando a nada.
Paula entró en ese momento con una bandeja que dejó encima del
escritorio.
—Gracias.
—Iré a ver cómo está tu madre.
Se deshizo de sus caóticos pensamientos y se dedicó a tomar fotografías de
cada página del contrato y de cada recibo de pago. Copió en una memoria todo
lo que encontró sobre el tema en el ordenador.
El atardecer cubría el cielo de varios colores en su recorrido de vuelta a
Chicago. Su hipótesis había cobrado fuerza al escuchar de boca de su padre el
modo en que el dinero había llegado a ellos. Y ese era el único dinero
recibido en esa época que podría estar relacionado con Anne y Ryan, a no ser
que hubieran falseado algún documento, pero tenía el presentimiento de que
ese ingreso en la cuenta de la pastelería era una de las pruebas que le habían
presentado a Brandon.
Un cuento bien urdido, no podía negarlo. Su madre lo habría achacado a
alguna bendición del altísimo y su padre, a que por fin el gobierno miraba con
algo de simpatía a la gente honesta que solo quería salir adelante. Fueron los
candidatos perfectos para tenderles la trampa. Y ella ajena a todo, nunca
sospechó, ni ató los cabos. ¿Y si todo hubiera salido mal, y ellos se hubieran
visto envueltos en algún escándalo? No se lo hubiera perdonado nunca.
Pero no servía de nada autocompadecerse, debía meditar bien acerca de lo
que haría. Primero asegurarse y luego solo tendría que demostrarle a Brandon
que sus padres habían devuelto cada centavo de ese dinero en los años
siguientes, con lo cual la teoría del soborno perdería toda su fuerza.
Cuando llegó al hotel ya era noche cerrada. Se dedicó a organizar la
información sobre el crédito, y anotó en su agenda electrónica el nombre de
Claire Latham, para entrevistarse con ella al día siguiente.
El descanso se le hizo esquivo, apenas pudo dormir por ratos. En el punto
más sombrío de la noche, ese momento donde los pensamientos se
profundizan, las nostalgias resurgen y el sentir se cubre con el manto negro y
espeso que nos rodea, la conciencia de Eva tuvo la facultad de hacer brillar lo
más importante y a la vez teñir de nostalgia los recuerdos. Su crecimiento en
medio de la pena no había sido controlable ni progresivo, el dolor la había
pulido y forjado con su fuego alquímico, purificando los valles lúgubres y los
espacios de su alma cubiertos de pena, brindándole la fortaleza necesaria para
revelar su verdadera esencia. Había recuerdos y sentires adheridos a esa
nueva esencia que ni siquiera el fuego más voraz podría hacer desaparecer, y
esa era la costra con la que enfrentaba al mundo.
Miraba el reloj cada tanto, ansiando que amaneciera.
A la mañana siguiente, después de arreglarse con un vestido estilo pencil
de colores negro y vino tinto, manga tres cuartos y a la rodilla, y de aplicarse
corrector en cantidades ingentes, estaba lista para empezar la jornada.
Al llegar a Joyerías Diamond, la recepcionista le dijo que Brandon ya la
esperaba. Tan pronto la secretaria la anunció, entró en la oficina del mayor de
los King, con un nudo en el estómago y rogando a Dios que accediera a sus
peticiones.
“Dios, es tan guapo”, caviló tan pronto lo tuvo en su campo de visión. Esa
mañana vestía un traje de tres piezas azul oscuro, camisa blanca y corbata gris
perla. Lo encontró al teléfono, y sus ojos no se desprendieron de ella, la
recorrió de arriba abajo, cualquier duda sobre su atuendo desapareció ante la
mirada apreciativa que le lanzó mientras hablaba con alguien de brillos,
claridades y quilates. Le hizo una seña para que tomara asiento, pero Eva dejó
el abrigo, la cartera y el maletín en una silla y caminó hasta la ventana,
dándole un poco de privacidad.
Lo sintió antes de que le hablara. Invadió sus límites invisibles,
disminuyendo el grosor de su burbuja a nada, pudo percibir su aliento
rozándole la nuca, causándole un placentero y temido estremecimiento que la
hizo sentir vulnerable. No podía permitirlo. Tragó con fuerza.
—Tengo algo de información sobre los treinta mil dólares del soborno que
crees que recibí. —Se alejó de él y paseó por la estancia. Brandon cruzó los
brazos esperando a que ella continuara—. Necesito cotejar tus datos con los
míos para dar inicio a mi propia investigación.
—¿Es esto lo que en realidad quieres?
Eva asintió. Brandon redujo la distancia que los separaba.
—¿Y si no logras tu cometido?
—No lo sabré hasta no haberlo intentado. Es mi buen nombre el que está
en juego.
—No tuviste el mismo impulso cuando ocurrió todo. —Brandon buscó su
mirada, sus ojos la desafiaban, un poco de ira bullía a través de él.
Eva se sulfuró: adiós buenas intenciones.
—Si hubiera tenido alguna idea, créeme que no hubiera dejado las cosas
así.
No debería provocarla así, tan pronto volvió ayer a la oficina, estuvo
reunido con Mark, su jefe de seguridad y puso en sus manos las pruebas que le
había dado su madre sobre Eva. En esa época, Mark trabajaba en la seguridad
de las joyerías, poco trato tenía con los dueños, hasta que Brandon fue
nombrado presidente de la empresa y lo llamó para trabajar directamente con
él. Recordaba de manera somera a Eva, pero no por qué se había ido de la
empresa. Paul Meyer, el jefe de seguridad cuando Anne estuvo en la
presidencia, se había ido de la empresa al mismo tiempo que Ryan Winthrop.
Fue difícil relatarle todo a Mark, pero empezaba a haber agujeros negros en la
historia y necesitaba averiguar la verdad.
—Tenemos un trato y a diferencia de ti, soy un hombre de palabra.
Brandon le ofreció la mano y ella, aprensiva y con expresión desconfiada,
le devolvió el gesto. Ignoró el cosquilleo que la invadió.
—Tenemos un trato —susurró mientras tomaba asiento y meditaba sobre
qué podría ofrecer para ganarse su apoyo de alguna forma, porque lo
necesitaba si quería llegar hasta las últimas consecuencias.
—No creas que me fío de tu palabra, hace años pagué un alto costo, si de
aquí al viernes no has encontrado nada, me beneficiaré de tu diagnóstico a mi
empresa y te irás sin un maldito dólar.
Ella lo miró con un resentimiento tan profundo que Brandon torció la boca
en un gesto.
—Adelante, di lo que piensas.
—No creo —respondió ella con sorna—, tu orgullo saldría muy lastimado.
Sus ojos parpadearon de forma peligrosa, pero su postura era en
apariencia tranquila mientras recorría su cuerpo de arriba abajo.
—Estoy seguro de que en cualquier momento puedo hacerte cambiar de
opinión.
—Nunca —objetó Eva enseguida.
Brandon se rascó la barbilla al lado de los labios, Eva siguió el gesto y él
soltó la risa.
—Puede que tu boca lo diga, faltaría averiguar si el resto está de acuerdo.
—No estoy para juegos. —Se removió inquieta en su asiento.
Brandon volvió a su escritorio y se sentó. Eva abrió una carpeta y le pasó
una copia de un cheque de gerencia de Fiduciarias North Trust por el valor de
treinta mil dólares a nombre de sus padres. Él se quedó mirando los
documentos.
—No me dijiste que tus padres atravesaban por un problema económico,
¿esta fue una de las razones? —increpó Brandon.
Eva soltó un fuerte suspiro. Ambos estaban tan heridos, las palabras eran
como campos minados y a cada uno le costaba bajarse del pedestal de
prevención y orgullo para tratar de arreglar las cosas. A su vez los dos
buscaban una revancha.
—No quise abrumarte con los problemas de mi familia, tú tenías otros más
graves. Pero dime, ¿investigaste acaso qué hice con el dinero que
supuestamente recibí? ¿Le seguiste la pista?
Brandon se levantó de golpe.
—¡No! No me interesaba, vi que tu familia fue la beneficiaria, con eso
tuve más que suficiente.
—¡Fuiste un necio! —La rabia impresa bajo su piel palpitó, aunque no dio
ninguna muestra de ello mientras revisaba los documentos que Brandon le
había facilitado.
—Ver a la mujer de la que estás enamorado en brazos de otro, no hace a
ningún hombre racional.
Eva sacó los documentos del maletín y le pasó la carpeta.
—A tu familia le faltó mostrarte este documento, es un pagaré de la misma
fiduciaria —adujo Eva.
Brandon se mostró genuinamente sorprendido por primera vez desde que
se habían vuelto a ver. Leyó el documento con avidez. Su respiración agitada y
el golpeteo del lapicero en el escritorio eran los únicos sonidos que se
escuchaban en la estancia.
—También están todos los recibos de pago, mis padres pagaron cada
centavo de esa deuda.
Brandon levantó la vista de los papeles con gesto confuso.
—¡No puede ser!
—Coteja el número del cheque del que tienes copia con el número del
cheque que hay en el pagaré que mis padres firmaron, por favor. Ese fue el
dinero que entró en la cuenta del negocio de mis padres y que ellos pagaron
religiosamente durante cinco años. Tu familia te hizo creer que fue un soborno,
ya que mis padres empezaron a pagar dos meses después de que ocurrió todo,
para esa época, la mentira había surtido el efecto deseado, que fue lo que en
realidad ocurrió.
—Debe haber un error —susurró Brandon volviendo la vista a los papeles
que revisaba con ansiedad una y otra vez.
—Me temo que no.
Brandon levantó la mirada con aprensión y dio de lleno con los pozos
azules de Eva, abismos insondables de los que quiso huir a toda velocidad,
pues se dio cuenta de que después de cinco años era más peligrosa para su
corazón.
Eva se dijo que tenía que dejar de dar pasos en falso, reajustar sus
defensas para poder enfrentarlo, tanto en el ámbito laboral como en el
personal. ¿Cómo reaccionaría Brandon cuando le contara la verdad? El temor
la invadió, había estado tan dolida durante tanto tiempo. Debajo de su capa de
suficiencia había una mujer con el corazón roto, y no solo por lo perdido esa
tarde en el hotel. Necesitaba contarle a Brandon lo ocurrido después,
necesitaba contarle lo ocurrido con la hija de ambos.
CAPÍTULO 26
Viajó a Nueva York el día antes de empezar la práctica. Por una página de
Internet consiguió habitación en un apartamento de un edificio cerca al distrito
financiero y que alquilaba una mujer sola. Era una agradable dama de más de
sesenta años llamada Susan Foster, que había sido secretaria en una firma de
abogados. El departamento era amplio y soleado, la habitación estaba muy
bien iluminada, y podía caminar hasta el trabajo. Eva quiso ser sincera con la
mujer y le comentó, ni bien se instaló, sobre su estado. Ella, un poco
sorprendida, dijo que si no era un embarazo de riesgo, no veía el problema.
Eso sí, le exigió los exámenes clínicos que avalaban que se trataba de un
embarazo normal, aclarándole que no era por discriminación, sino porque
necesitaba saber las condiciones en las que estaba para poder atenderla en
caso de necesidad.
Eva inició su pasantía en Nueva York, caminaba cinco cuadras todos los
días al trabajo de ida y de vuelta. Consultora D&M era una de las mejores
empresas del sector y a los pocos días se percató de que sería una excelente
escuela. El trabajo era pesado, ella se desempeñaba como ayudante de una de
las ejecutivas más talentosas de la empresa, analizando la información de las
diferentes compañías que adquirían sus servicios. Victoria Trent supo del
embarazo de Eva cuando ya la joven entraba al cuarto mes, cuando Recursos
Humanos hizo esa salvedad al insistir la mujer en que Eva la acompañara en
un viaje de asesoramiento a Houston.
—Debiste decírmelo y hubiera entrenado a ese chico de Princeton. No es
que esté en contra de la maternidad, pero si no puedes desplazarte conmigo, no
me sirves como pasante. Y ahora, si me descuido, me viene un llamado de
atención por discriminación. Todo habría sido más fácil si me lo hubieras
contado.
—Discúlpame, Victoria, precisamente no quería ese tipo de reacción.
—Es lo que hay, Eva, estamos en el mundo real. Pero no te preocupes,
tendrás la labor de preparar a Nick, creo que así se llama el chico de
Princeton, y te doy un consejo que no me has pedido: no te veo anillo de
casada, por lo que deduzco que estás sola; ya que eres de Chicago, deberías
considerar la adopción, ¿qué le puedes brindar a un pequeño a estas alturas?
Tienes talento y puedes llegar muy lejos, pero un bebé en la etapa en la que tú
estás puede ser un incordio y de los grandes.
Eva se sentía tan ofendida que estuvo a nada de ir y poner una queja en
Recursos Humanos por discriminación, pero como siempre, el orgullo y algo
más vinieron al rescate. No se dejaría amilanar, ya bastante la habían
pisoteado; si tenía que tragarse los comentarios de esa mujer, lo haría.
—Estaré bien. Desde que cumpla con mis obligaciones, el que tenga o no
bebés no debe ser un problema.
—Pero lo será, créeme y tú eres de las ambiciosas.
Eva no le quiso rebatir más y se dispuso a hacer lo que la mujer le ordenó,
sin desatender su carga laboral, lo que implicaba salir más tarde del trabajo y
descuidarse en la alimentación. Una noche no fue capaz de caminar hasta la
casa y paró un taxi, sentía unas contracciones en el bajo vientre. En la
ecografía del último control le habían diagnosticado placenta previa, pero el
especialista esperaba que se revirtiera, así que no la incapacitó, aunque le
pidió que se tomara las cosas con calma.
En esos momentos extrañaba tanto a Brandon, que era como un dolor
físico, como si alguien cortara su corazón en el mismo lugar impidiéndole
cicatrizar la herida. Todo en su vida diaria se lo recordaba. Alrededor del
cuarto mes la sorprendió un profundo deseo sexual, algo que, le comentó el
ginecólogo, era normal. Recordaba la manera de amar de Brandon, su cuerpo y
el modo en que se unía a ella, el intenso deseo que lo asaltaba cuando llegaba
de viaje. Fantaseaba con que él llegaba, la tomaba en brazos y la encerraba en
un hotel donde se dedicaba a darle rienda suelta a su necesidad. Se despertaba
sudorosa, acalorada y con la brecha en el alma más doliente que nunca, como
si hubiera sido sometida a una dolorosa cirugía. Luego recordaba toda la
trama urdida por Ryan y por Anne, ese par de artistas de la crueldad y el
resentimiento, y cerraba la herida, pero el dolor no se iba y veía muy difícil
que lo hiciera algún día.
En el control de la segunda semana del quinto mes tuvo que incapacitarse,
ya que en la ecografía se observó que la placenta obstruía de manera total el
cuello uterino, lo que originaba un pequeño sangrado. El profesional envió a
Eva a guardar reposo durante dos semanas hasta que cumpliera seis meses, y
después la actividad sería moderada. Ella decidió que lo mejor sería congelar
la práctica, el chico de Princeton la reemplazaría, y debido a su buen
desempeño, pudo hacer la transición sin problema. Volvería en cuanto naciera
el bebé.
Se instaló en la casa de sus padres. Ian, ya superado el mal trago, en esos
momentos se mostraba preocupado por lo que pudiera ocurrir. A Eva le
ilusionaba ser madre y compartía actividades con Helen, que ya iba por el
tercer mes. Se dedicó a leer libros de maternidad y a aprender a tejer y a
bordar, labor en la que su madre era toda una campeona, pero el par de
hermanas carecían de esa habilidad y Millicent terminaba arreglando el
estropicio que hacían.
—Prefiero ordenar en línea —susurraba Helen mientras bordaba una
camisilla con lo que pretendía ser una abeja.
—Es un lindo detalle que la primera prenda que tu hijo utilice sea alguna
hecha por ti misma.
—Creo que no se dará cuenta, estará dormido y hambriento, no le
interesará si lo visto con mis creaciones o con las de Fisher-Price —rezongó
Helen, que se levantó enseguida para ir al baño—. Esta es de las cosas que
más me mortifican, las ganas de ir al baño.
—Deja que te crezca el vientre —intervino Eva—. Será peor.
—Dame ese bordado, esa abeja parece una mosca —aseveró Millicent
examinando el trabajo de Helen.
—Yo iré por galletas —dijo Eva, estirándose y acariciándose el
abdomen.
En una de las ecografías, Eva pidió saber el sexo y supo que iba a ser una
niña. Se dedicó a hacer un listado de nombres, su padre le tomaba del pelo
cada tanto citando nombres antiguos y absurdos. A medida que se ensanchaba
su cintura, iba eliminando nombres de la lista, hasta que escogió el nombre de
Sara, y toda la familia estuvo conforme.
Una noche se despertó desorientada. Encendió la luz y caminó hacia el
baño aún medio dormida, la imperiosa necesidad de vaciar su vejiga cada tres
horas primaba. Encendió la luz y se sentó en el inodoro, su corazón se aceleró
cuando vio sangre deslizándose por sus piernas y la ropa interior manchada.
Llamó a su padre de un grito mientras buscaba una toalla intentando detener la
hemorragia, aunque sabía que no funcionaria. Ian golpeó la puerta desesperado
por su llanto y gritos, dio un empujón, haciendo que la bisagra se rompiera.
Eva seguía sentada en el inodoro, la sangre manchaba el piso mientras ella
emitía palabras que él no podía entender.
La alzó entre sus brazos y bajó las escaleras de la casa decidiendo llevarla
al hospital de inmediato, detrás de él, Millicent intentaba calmar a su hija, que
parecía estar en medio de un ataque de nervios.
Un equipo de ginecólogos y enfermeras logró detener la hemorragia un par
de horas después, sin embargo, el doctor de turno recomendó empezar a
madurar los pulmones del bebé, ya que debido a su condición era probable
que el parto fuese prematuro.
Tres días después, Eva volvió a la casa con la recomendación de guardar
reposo absoluto. En su habitación oró por la salud de su bebita, lloró y rezó
como nunca antes lo había hecho. Se planteó hacerle llegar una misiva a
Brandon, lo necesitaba a su lado, pero desistía al tener la certeza de que él no
quería nada con ella.
El reposo absoluto calmó la hemorragia, pero no las preocupaciones. Las
interrogantes por su futuro hacían que cada día fuese más largo y frustrante. Se
preguntaba si sería capaz de proveer a su hija, educarla, darle cariño,
convertirla en una persona de bien. Y cuando preguntara por su padre, ¿qué le
diría? Estaba asustada, angustiada por lo que venía, por todo lo que la
rodeaba. Su padre entró una noche a su habitación y se preocupó al ver su
cara.
—¿Te duele? —preguntó azorado.
—No —murmuró mirando la ventana de la habitación.
—Hija…
—Dime. —Volteó a mirarlo.
—¿Sabes que puedes hablar conmigo? —Se sentó en la cama y suspiró—.
Sé que al principio la noticia no fue de mi total agrado. Pero te amo y también
a mi nieta… Sé que estás preocupada por el futuro, siempre te has preocupado
por lo que vendrá, tomas cada decisión previniendo lo que te ocasionará. Pero
debes saber que todo se resolverá, cada día trae su propio afán. Saldrás
adelante en todo lo que te propongas porque Sara tiene a la mejor familia del
mundo y te tiene a ti como madre. —Acarició su mejilla con ternura antes de
levantarse y salir al pasillo solo para entrar unos minutos después con el
armazón de una cuna, y luego salió y entró con una caja de herramientas. A
Eva se le aguaron los ojos.
—Llevo dos meses trabajando en ella, todas las noches.
Eva se levantó de la cama y acarició las barandas pintadas de blanco.
—Es hermosa, pero tiene un mayor significado porque la hiciste tú.
Gracias, papá.
—Gracias a ti por el privilegio que me das de convertirme en abuelo. —
La abrazó—. Quiero verte feliz y ya quiero conocer a mi princesa más chiquita
y que pueda dormir en la cunita.
Saber que a pesar de todo no estaba sola, trajo tranquilidad al corazón de
Eva, y mientras veía a su padre armar la cuna, supo que él tenía razón. Su Sara
sería el bebé más querido de todo el mundo. Tomaría un día a la vez.
A la primera semana del sexto mes, en horas de la madrugada, Eva tuvo un
déjà vu. No tuvo que ir al baño para darse cuenta de que todo volvía a
repetirse: su cama, sus piernas y su ropa interior estaban empapadas de
sangre. Esta vez Ian no quiso moverla, llamó entre asustado y nervioso a una
ambulancia para que fuesen los paramédicos los que llevarán a Eva al hospital
de urgencias.
Sara nació esa madrugada en una cesárea de emergencia, con tan solo 29
semanas, 1800 gramos, los pulmones y el corazón sin madurar completamente.
Ni siquiera dejaron que su madre la tomara en brazos, los pediatras la
colocaron enseguida en una incubadora con un respirador artificial que
ayudara a sus pulmones a funcionar mejor. Eva duró dos días convaleciente,
había perdido mucha sangre. Cuando volvió en sí, a pesar de que se sentía
débil y adormilada, preguntó enseguida por su hija, su madre le dijo que la
niña llevaba dos días luchando por su vida en la incubadora.
Ella lloró en brazos de su madre, que le repetía que todo estaría bien, que
Sara era una pequeña guerrera, que la habían visto a través del cristal y que, a
pesar de ser minúscula, estaba luchando como un gigante. Eva pidió verla,
pero era de noche y estaba débil. Al día siguiente insistió tanto que Millicent
llamó a una enfermera, la arreglaron, la acomodaron en una silla de ruedas y la
llevaron a la sala de incubadoras. La higienizaron y le dieron todas las
instrucciones antes de entrar al lugar. Volvió a llorar de alegría una vez estuvo
en la UCI Neonatal, su bebita era muy pequeñita, con la piel arrugada y reseca,
una luz la mantenía calentita y ella introdujo su mano por un costado de la
incubadora para acariciar el pequeño pie. Llevaba puesto un pañal desechable
y un gorrito del que le salía un mechón oscuro de cabello, tenía los ojitos
cerrados y la cánula del oxígeno. Pero era el bebé más lindo que ella había
visto, estaba segura de que sus ojitos serían del color de los de su papá.
—Hola, bebé de papá —saludó ella emocionada a su hija. Millicent
esperaba en el pasillo tras el vidrio—. Eres muy hermosa y te amo tanto, mi
Sara, vamos a salir de aquí, bebé, te voy a llevar a casa para que duermas
cómoda en la cunita que el abuelo Ian construyó para ti, y pronto vas a tener un
primito o primita… Tienes que ser fuerte, bebé, yo también seré fuerte.
Bienvenida, mi pequeña. —La acarició con suavidad y cuidado, tenía cables
conectados a varias partes del cuerpo, contuvo el llanto de emoción y rogó
porque su pequeña luchadora ganara la batalla—. Crecerás hermosa y
saludable, mi pequeña, no sabes cómo he esperado este momento de
conocernos, quiero enseñarte muchas cosas.
Eva le masajeaba las piernas, le tocaba la cabeza y la niña abría sus ojitos
al sonido de su voz.
—La reconoce —señaló una enfermera detrás de ella—. En cuanto pase
esta etapa y puedan sacarla de la incubadora, el mejor remedio será tenerla
acurrucada en su pecho día y noche.
—Lo haré.
Se despidió de ella con la promesa de que volvería antes del anochecer, ya
en la habitación se dedicó a masajearse los pezones, para proveer la leche,
una de las enfermeras la ayudó y pudo vaciar varias onzas en un biberón.
Quiso contarle a Brandon, él debía saber que tenía una hija, marcó su
número en el móvil, pero la llamada fue rechazada como siempre y entonces
desistió. Sara era lo más importante.
La bebé tuvo complicaciones en la quinta noche, sus pulmones estaban
batallando, pero todo era muy fuerte para su pequeño cuerpo. El doctor le
explicó a Eva que le había subido la temperatura y se le dificultaba respirar,
que estaban haciendo lo posible por mantenerla estable. Le recomendó no
verla ese día. Sin embargo, Eva insistió y el médico ordenó que la dejaran
estar con su hija, pero sólo a través del cristal.
Una vez llevaron la silla, Eva le pidió a su madre que la dejara sola, oró
en silencio y escribió un mensaje para Brandon.
Brandon:
No sé si en algún momento te des la oportunidad de leer este mensaje. Te
escribo para contarte que te has convertido en padre de una hermosa niña. Ella
es dulce y guerrera, tiene el color de tu cabello y tengo la certeza de que
heredará tus ojos. Nació antes de tiempo, está batallando por madurar, estoy
segura de que, si tuvieras la oportunidad, estarías a su lado dándole tu fuerza.
Gracias por este maravilloso regalo que me has dado, no conocía la magnitud
del amor total e incondicional hasta que vi su carita y su boquita en forma de
botón. Gracias, porque en medio de estas difíciles circunstancias, me
permitiste experimentar esto y siento mucho el que tengas que perdértelo. Un
saludo,
James
Brandon aún no estaba listo para escuchar a Eva, y por lo visto, eso era lo
que ella esperaba que él le pidiera. Necesitaba blindarse de alguna forma y
eso lo haría con la información que su jefe de seguridad le proporcionara.
Arguyó una reunión de urgencia con el departamento financiero y la envió con
el gerente de producción.
Después de un par de reuniones donde no se la pudo quitar del
pensamiento, y sin poder concentrarse en lo que le hablaba el gerente del área
financiera, salió de su oficina rumbo a su departamento ubicado en el
exclusivo sector de Gold Coast. El chofer ya esperaba en el auto cuando salió
del edificio.
Una de las primeras decisiones que tomó al terminar con Eva fue cambiar
de vivienda. No iba a soportar vivir en un lugar con tantas reminiscencias, se
hubiera vuelto loco. Le dolía llegar cada noche a un departamento vacío,
donde las sábanas todavía olían a ella, y el susurro del viento aún le llevaba el
recuerdo de su voz. Cada recuerdo cortaba su corazón con afiladas cuchillas
que lo vaciaban poco a poco, necesitaba cortarlos de raíz. Sonrió, irónico. No
había servido de mucho, los recuerdos iban con él a todas partes como una
segunda piel, el dolor era tan hondo que sentía que lo quemaba por dentro.
Atiborró su tiempo y cualquier espacio de su vida con mujeres, sexo y trabajo,
mucho trabajo; hasta que un día se levantó y consiguió respirar sin el peso
opresor de la ausencia de Eva, y supo que podría seguir viviendo. Se había
mudado a un hotel donde permaneció tres meses, hasta encontrar el
departamento en el que vivía en este momento.
La vivienda estaba decorada con un estilo lujoso y minimalista, las pocas
obras de arte que mostraban las paredes eran de artistas emergentes no
comerciales, futuras promesas en el mundo del arte. Tenía muebles amplios y
cómodos, y una cocina moderna con todos los implementos del mercado. En el
segundo piso había dos habitaciones, la principal, espaciosa y de colores
claros; un estudio al lado de la sala con una biblioteca y un comedor formal,
diferente al comedor auxiliar que daba a una terraza.
Brandon se cambió a ropa deportiva, se puso una pantaloneta oscura, una
camiseta gris y zapatillas de correr. Bajó al gimnasio del edificio, donde había
una docena de caminadoras y demás aparatos deportivos. Una angustia que
hacía años no percibía lo atrapó mientras aumentaba sin clemencia la
velocidad a la cinta y subía el volumen de su iPod. Soltó un gruñido mientras
observaba el tablero que mostraba los kilómetros, los pasos y las calorías
consumidas, el sudor corría por su cara, cuello y espalda, llevaba la
respiración agitada. Aumentó la inclinación de la cinta de correr y se obligó a
exigirse más. El ejercicio siempre le funcionaba, lo centraba, lo ponía en
perspectiva sobre las decisiones que debía tomar.
Nathan le bajó la intensidad a la cinta y Brandon se quitó los auriculares
con brusquedad.
—¿Qué? —preguntó mirando a Nathan.
—Si sigues subiendo la velocidad, tendremos que recogerte con una
cuchara—. ¿Qué te pasa?
—Nada, tú eres un jodido blandengue, eso es lo que eres, cuando quieras
te reto a una carrera.
Nathan ignoró su comentario.
—¿Tu ímpetu deportivo tiene nombre propio?
Él puso los ojos en blanco.
—No sé de qué estás hablando.
—Háblame de Eva.
Brandon se tensó y volvió a centrarse en la caminadora. Nathan era un
incordio desde que el año anterior se había mudado a un departamento unos
pisos más abajo.
—El mundo no gira en torno a Eva James y tengo cosas más importantes
que hacer. Además, ¿qué te hace pensar que hacer algo de ejercicio tiene que
ver con ella?
El otro soltó una risa y sacudió la cabeza.
—No conozco a nadie más con la capacidad de descolocarte que Eva.
Se subió a otra caminadora y empezó a andar a ritmo lento. Brandon bajó
la velocidad, sintiéndose medianamente nervioso. A su hermano era difícil
ocultarle algo, ni recordaba qué historia le había contado sobre el fin del
romance con Eva. Sus hermanos se habían mostrado muy sorprendidos, ambos
estaban encariñados con la joven.
—¿Tienes alguna idea de por qué te descoloca tanto?
—Ya que estás dando terapia gratis, ilumíname.
Brandon apagó la máquina y se bajó de ella, bebió de su termo de agua y
se limpió el sudor con una toalla. Las puertas del lugar se abrieron y un
hombre maduro entró, los saludó con una inclinación de la cabeza y se subió
en una escaladora.
—Están hechos el uno para el otro, no conozco un par de personas que se
complementen tanto. Ignoro lo que pasó entre ustedes, pero si la vida te la
volvió a poner enfrente, es por algo, hermano.
—Se te olvida el pequeño detalle de que tengo novia y acabo de
comprometerme con ella.
—No se me ha olvidado y esto que te tiene así, no tiene que ver con ella.
Cassandra ha sido la chica que siempre ha estado a mano, ya que ella tuvo la
grandiosa idea de estudiar, hacer maestría y doctorado en cómo convertirse en
esposa de Brandon King.
—No seas tan cabrón.
—Sabes que es cierto. En cambio, Eva es una inteligente mujer que te
planta cara y no te deja salirte con la tuya siempre.
Brandon se quedó mirando a su hermano mientras intentaba formular una
respuesta.
—De Eva no sabes ni la mitad, y a Cassandra mejor la aceptas, porque se
convertirá en mi esposa, lo quieras o no.
Nathan sonrió.
—Eva te afecta y mucho.
Brandon cruzó el gimnasio escapando de los juicios certeros de su
hermano.
—¡Qué te den!
Hola, James, espero que hayas dormido bien. Te pido disculpas por mis avances, pero
cuando se trata de ti, mi cerebro se vuelve papilla, prometo de ahora en adelante portarme
bien. Pasando a otro tema, recuerda que John está disponible para llevarte a donde quieras.
El pobre hombre debe ganarse su sustento y piensa que no te simpatiza, espero que lo dejes
hacer su trabajo. Te espero en mi oficina tan pronto llegues a la empresa, quiero discutir
contigo ciertos aspectos de nuestra asociación.
Tuyo,
Brandon.
Eva releyó el mensaje varias veces, “Tuyo, Brandon”. ¿Quién era ese
hombre y que había hecho con Brandon Gilipollas King? El escuchar “James”
en el ascensor, la había descolocado la noche anterior, llevándola por el
sendero de las emociones y los recuerdos, ¿por qué? Sus palabras la
golpearon toda la noche, no supo qué pensar, a lo mejor era alguna retorcida
venganza y quería que bajara sus defensas para atacar con todo, tendría que
estar preparada. Aunque no dejaba de pensar en el par de encuentros, el beso y
cómo ella le había respondido, se avergonzaba cada vez que lo recordaba.
Observó su vestuario, se sentiría más segura si ponía más cuidado del
normal en su atuendo personal. Era una hipócrita, quería llamar su atención así
se estuviera muriendo de miedo. Se vistió con una falda entubada de color
negro que estilizaba su figura y una blusa de seda color hueso, femenina y
elegante, adecuada para el trabajo. Se dejó el cabello suelto y completó el
atuendo con unos pendientes de perlas y sus Manolos negros de tacón delgado.
Decidió llevar la chaqueta en el brazo, pues el día pintaba más como del
verano que llegaría en unas semanas.
Ya en la limosina, pensó en los datos recolectados, era su reputación la
que estaba en juego. Si sus padres se enteraban de que su buen nombre estaba
en entredicho, no quería imaginar lo doloroso que sería para ellos, ya habían
sufrido mucho por su culpa.
Se sintió nerviosa al arribar a su destino. Al llegar al despacho de
Brandon, la secretaria le dio vía libre enseguida, y en cuanto entró a la oficina,
él se puso de pie y salió a su encuentro. ¡Qué diablos…! Lo miró pasmada,
llevaba el ojo morado y los labios hinchados, el superior partido por la mitad.
—¿Qué te ocurrió? —Quiso tocar sus heridas—. ¿Estás bien?
—Estoy bien, fue un incidente sin importancia —contestó él, tajante.
Ella no dijo más. A pesar de las heridas estaba elegante como siempre,
había dejado los trajes formales de días anteriores y se había decantado por
ropa casual. Eva estaba segura de que todo el atuendo era de diseñador: un
pantalón de dril color caqui, una camisa azul clara y chaqueta de pana azul
oscura, los zapatos color miel hacían juego con la correa.
Ese Brandon le recordó al chico de universidad del que se había
enamorado, su cabello con ese peinado ligeramente desordenado y el olor de
su colonia, que podía jurar era el mismo que usaba en esa época. Solo su
mirada y la sombra debajo de los ojos le decían que algo lo preocupaba. No
creía que él se hubiera vestido así por ella. Se percató de que toda
animadversión y desconfianza habían desaparecido de su mirada.
Tenía que salir de esa oficina, trabajar lejos de su presencia, no era justo,
debería odiarlo, pero algo en él la ablandaba, no tenía idea de por qué.
—¿Cómo estás, James?
Quiso pedirle de nuevo que no la llamara así, pero entonces él se daría
cuenta de cuánto la afectaba y su orgullo no se lo permitía. Decidió ignorar el
apelativo, pero algo en su corazón se había encogido de nuevo al escucharlo.
—Mejor que tú. ¿Supiste algo de Meyer?
Brandon quiso morirse frente a ella por todo lo que le había contado el
hombre la noche anterior. Quería decirle la verdad cuando hubiera hablado
con Spencer.
—No, aún no. Démosle algo de tiempo a Mark, que está encargado de la
investigación, pero va por buen camino, no te preocupes.
La miró fijamente, mientras se debatía en la manera de arreglar las cosas.
La angustia por todo lo que ella había tenido que pasar le quitaba la
respiración, le había fallado de muchas maneras, no entendía cómo podía estar
sentada frente a él y no querer lastimarlo de alguna forma. Se sentó en una
esquina del escritorio.
—Voy a seguir trabajando en el área de producción, hay una serie de
sugerencias que me gustaría hacerte. ¿O tienes pensada otra cosa? —preguntó
ella, sacando su iPad del maletín, ajena a los pensamientos de Brandon.
—Iremos a producción más tarde.
Eva levantó la vista con algo de temor en su expresión. Ese gesto, en
cambio, le dio algo de tranquilidad a Brandon, al percatarse de que la mujer
también se sentía afectada en su presencia. Lo sentía por ella, pero se iba a
aprovechar de eso.
—Yo puedo hacerlo sola o con el jefe de departamento, tú debes estar muy
ocupado y no quiero hacerte perder el tiempo.
Brandon soltó una risa algo irónica.
—No te preocupes por mi tiempo, trabajaremos en equipo todo el día. —
Eva levantó los hombros desconcertada, pero no dijo nada más—. En uno de
los informes que envié a tu empresa estaba el estudio de factibilidad de
comercialización de la marca a otro tipo de mercancía, por ahora nos hemos
extendido a la platería de mesa y adornos, pero mi plan es mucho más
ambicioso —continuó Brandon.
—Lo sé, pero tengo entendido que hay una parte de los socios que no está
de acuerdo con ampliar la oferta.
—Con el estudio de factibilidades que hará tu empresa los
convenceremos.
—No nos has dado el contrato, todavía —replicó Eva.
—Eso estará arreglado en un par de días.
Ella lo miró muy sorprendida.
—¿Eso quiere decir que el contrato es nuestro?
—Sí, pero con una condición.
Eva le regaló una sonrisa, de esas que le hacían temblar las rodillas años
atrás: luminosa, espontánea, capaz de caldear un corazón duro o de darle
consuelo. Tuvo la urgente necesidad de devorarle el gesto en un beso.
—Te escucho —interrumpió ella sus pensamientos.
Brandon carraspeó.
—Tú estarás al frente de todo el proyecto, quiero a tu equipo y te quiero a
ti.
—Es Dominic el que siempre está al frente.
—Te quiero a ti —dijo en tono intransigente—. Arréglalo. También hay
algo que no le he comentado a nadie, solo a mis hermanos, y ahora a ti.
Eva levantó ambas cejas.
—No deberías, recuerda que no confías en mí.
Brandon se sintió un cabrón completo, debería estar de rodillas pidiéndole
perdón, ella no había merecido ninguno de sus reproches. Viéndola frente a él,
tan hermosa y capaz, no tenía idea de cómo solucionarlo, recordó lo dicho por
Nathan, ella no creería nada en ese momento.
Se enderezó del escritorio, se puso las manos en los bolsillos y caminó
unos pasos como sopesando lo que iba a decir. Luego se paró frente a Eva.
—James, habíamos hablado de una tregua, lo que no habíamos pactado
eran los términos. Sé que no harás nada que atente contra mis intereses, no lo
has hecho en ninguna de las empresas en las que has trabajado. —Se quedó
callado unos instantes mirándola angustiado—. James, yo...
—No sé si sentirme halagada o salir corriendo. Algo te hizo cambiar de
opinión. Bienvenido sea si ayuda a limpiar mi nombre.
—Sí —dijo él solemne—, algo hay y lo sabrás en su momento, mientras
tanto tengo una empresa que dirigir y planes que no pienso posponer —
concluyó.
No podía ser tan confiada y creer que de pronto Brandon había visto la luz
porque sí. No sería tan tonta, pero si este cambio ayudaba a ganar el contrato y
a la vez limpiar su reputación, dejaría la ironía a un lado.
—En ese caso, te escucho.
—Vamos a aumentar el canal de ventas y distribución, queremos
desmarcarnos de lo típico, voy a realizar una alianza con Set-A-Porter, para
expandir las ventas por Internet.
—¿Lo crees realmente necesario? Tienes tu web de ventas oficial a la que
le va muy bien.
—No va a ser un contrato a largo plazo, pero aumentará los beneficios
para la empresa, ya que ampliaremos la red comercial a más de cien países.
—Puede ser —añadió Eva—. La web actual solo alcanza a diez países y
sería una buena plataforma para cuando la empresa se quiera expandir todavía
más.
Ella le sonrió de nuevo y Brandon quiso tatuarse esa sonrisa en el pecho.
Las pulsaciones aumentaron y el deseo de besarla lo invadió por completo. No
podía, aún.
—Exactamente.
Eva no pudo evitar sentirse orgullosa de Brandon, de su tesón, ya sabía
desde que lo había conocido que sería así. Trabajador, intrépido y sagaz. Se
quedó mirándolo unos instantes.
—Es una buena idea —concluyó rompiendo el encanto. Le parecía más
peligrosa la actual situación que su animadversión y sus ataques furibundos, le
recordaba a un animal salvaje en reposo listo para atacar.
—Llamaré a Nathan, discutí con él este y otros temas antes de que ustedes
hicieran su presentación.
La notaba tensa y con razón, pero a él le estaba costando un gran trabajo
mantener la fachada. Por teléfono interno le pidió a su secretaria que llamara a
su hermano y lo convocara a la oficina.
Nathan llegó como unas pascuas cinco minutos después, abrazó a Eva y le
dio un beso en la mejilla, ella correspondió el saludo con calidez y una
sonrisa. Brandon quiso golpear a su hermano en cuanto él y Eva se enfrascaron
en una conversación sobre sitios de moda en la ciudad como si fueran amigos
de toda la vida y él fuera un manchón en la pared.
—Les pido disculpas si interrumpo su animada charla, pero tenemos
asuntos que discutir —dijo, invitándolos a una oficina contigua que tenía una
mesa de juntas con varias sillas.
—Sí, papá —contestó Nathan y luego se dirigió a Eva—. Cuando quieras
ir a Soka, el nuevo club, me avisas, tengo varios amigos que puedo
presentarte.
Nathan miró a Brandon de reojo y le guiñó el ojo a Eva.
Sobre su cadáver dejaría ir a Eva con Nathan y su pandilla de amigos a
cualquier parte. Él la llevaría a donde quisiera, faltaba más. Le obsequió una
mirada dura a su hermano que él correspondió con una sonrisa burlona.
—Nathan —dijo Eva—, estoy sorprendida con la buena noticia.
—Hemos tenido varias noticias interesantes esta semana. ¿A cuál de ellas
te refieres? —preguntó Nathan con sarcasmo.
—Set-A-Porter, es una buena opción.
Nathan miró sorprendido a su hermano.
—Vaya, vaya, esto sí que está bueno —dijo mirando de uno a otro con una
sonrisa.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Eva.
—Solo Brandon y yo hemos trabajado en ello, Mathew también lo sabría
si no estuviera refundido en la selva.
—Mathew no está refundido en ninguna selva —aseveró Brandon.
—Es un decir —contestó Nathan.
—¿Ni siquiera Cassandra? —Eva no supo qué la impulsó a hacer esa
pregunta. Quiso que la tierra se la tragara.
Brandon la miró con una chispa de diversión.
—No, ni siquiera ella —afirmó.
Eva experimentó algo de calor, no lo entendía, el ambiente estaba
climatizado, luego comprendió que era la mirada de Brandon la que la sumía
en ese estado; sus ojos brillaban como brasas que parecían arroparla, como
antes, como en el pasado. Las pulsaciones aumentaron y las mariposas
dormidas revolotearon en su vientre. La incomodó la chispa de deseo tan
inoportuno que la alcanzó. Observaba sus labios y los recordaba en todas
partes de su cuerpo, ¿por qué ahora? Se obligó a pensar en otra cosa. Se
removió incómoda en su asiento.
—¿Por qué me lo comentas entonces?
“Porque confío en ti”. Le lanzaría cuatro frescas donde le dijera eso,
caviló él.
—Soy un hombre práctico —señaló, en cambio—, y quiero ahorrar
tiempo, necesito que este tema esté incluido en la asesoría.
Nathan disimuló como pudo una risa burlona, sabía que no era necesario
incluir el tema en la asesoría. Le dirigió a su hermano una mirada punzante,
quiso hacer alguna broma al respecto, pero al captar la manera en que ambos
se miraron, lo dejó pasar. Hizo el amague de levantarse.
—Chicos, creo que ustedes estarán mejor solos. —Las exclamaciones de
su hermano y Eva lo dejaron de nuevo en su sitio.
—¡Sí, es lo mejor! —exclamó Brandon.
—¡No! —exclamó ella.
—Bueno, pónganse de acuerdo. —Nathan se acomodó en la silla con las
manos entrelazadas sobre su abdomen.
Eva no dijo nada más, se levantó y fue hasta la otra oficina por la laptop.
—¡Estás siendo un cabrón! —exclamó Brandon entre dientes.
Nathan negó con la cabeza varias veces y aventuró con cautela:
—No sabes lo que estoy gozando, ambos necesitan una ducha muy fría.
Brandon se encontró con la mirada de su hermano y se contuvo de soltar
una palabrota.
—Estás loco, ella no quiere nada conmigo.
—Estás ciego, hermano, ella está asustada y atraída, conquístala con el
encanto de los King, en este momento destacas el encanto de Hannibal Lecter.
—Mejor vete de aquí. —Brandon lo miró indignado.
Eva volvió en ese momento y encendió el aparato. Nathan se levantó.
—Los dejaré solos, tengo una reunión y ya voy tarde.
—Pero… —señaló ella contrita.
—Seguiremos nosotros dos, no te preocupes —manifestó Brandon, que se
levantó y se puso de pie detrás de Eva.
Nathan murmuró entre dientes: “¿Los corderos han dejado de llorar?”.
Eva lo miró confusa y Brandon le hizo un gesto con el dedo medio, el
joven solo sonrió y los dejó solos.
—¿Qué le pasa a Nathan?
—Conoces a Nathan, creo que se cayó de la cuna cuando era bebé.
El siguiente rato lo pasaron repasando unas notas referentes a la visita del
día anterior al área de producción. Luego salieron de la oficina. Eva estaba
bastante extrañada de que Brandon no la quisiera dejar sola un solo segundo.
Recorrieron de nuevo el área. Ella tomó varios apuntes de lo que anotaría en
su informe y se entrevistó con el jefe de producción. Evaluó los diferentes
procesos y al mediodía volvieron a la oficina.
—Te invito a almorzar —aventuró él.
—No es necesario, en serio, debes tener cosas que hacer…
—En algún momento tenemos que comer —interrumpió Brandon.
—Tú prometida no se pondrá muy contenta cuando vuelva y alguien le
cuente que has estado andando conmigo de arriba para abajo durante una
semana.
Brandon se tensó.
—Ya no es mi prometida y me importa muy poco lo que piense.
Eva abrió la boca y la volvió a cerrar. No iba a pecar de imprudente, pero
se obligó a preguntar.
—¿Cómo te sientes al respecto?
—No voy a hablar de eso —concluyó con evidente molestia—.
Almorcemos aquí. Mi secretaria tiene las cartas de casi todos los restaurantes
de la ciudad.
—Me parece muy bien, así evitaremos las habladurías.
La secretaria entró con una carpeta con diferentes menús y los dejó de
nuevo solos. Eva abrió su celular.
—Eso es anticuado, tengo una aplicación donde puedes pedir lo que
quieras ¿Qué deseas comer?
Una ráfaga de deseo lo asaltó de nuevo. “A ti, quiero extenderte sobre el
escritorio, romperte la ropa interior, que imagino de seda y encaje, y saborear
y chupar tu sexo hasta intoxicarme de ti, de tu sabor y de tu olor que aún no he
olvidado, y que me pidas más y más”.
—Algo con especias, picante, dulce y adictivo —dijo con intención.
—¿Comida hindú? —preguntó Eva sin mirarlo, aún concentrada en el
móvil y ajena a sus pensamientos—. A mí también me gusta.
—He estado privado mucho tiempo de mi comida favorita.
Ella levantó la vista del aparato.
—¿Por qué? ¿Alguna dieta de desintoxicación o han variado tus gustos?
—Mi gusto sigue siendo el mismo —contestó con sarcasmo—. Lo que he
estado comiendo me ha dejado insatisfecho.
—Trabajas mucho, debes alimentarte bien.
—Entre otras cosas, debo relajarme también.
“Basta Brandon, deja de ser tan imbécil”.
—Debes jugar más al tenis o tomar un masaje, ya que me imagino que unas
vacaciones estarán fuera del panorama con esto de la expansión.
—En este momento solo hay una cosa que me relajaría.
Eva cayó en cuenta del doble sentido de la conversación y decidió cortar
de raíz sus comentarios.
—Vamos a pedir curry de pollo, tandoori paneer, ensalada de tomate con
yogurt y garbanzo, y kebab vegetal.
Brandon dijo sí a todo, mientras su mente volaba en las nebulosas del
deseo y le importaba bien poco lo que se llevara a la boca a no ser que fuera
ella. Su mente se recreaba en otro tipo de imágenes.
Después de almorzar, en un ambiente más o menos distendido donde
hablaron de conocidos en común, Eva se excusó alegando que tenía una cita.
Necesitaba alejarse, sus defensas se diluían a medida que pasaba tiempo a su
lado. Notó la expresión molesta de hombre y si él pensaba que era una cita de
interés romántico, no lo sacaría de su error. Por lo menos ese día.
CAPÍTULO 35
Eva llegó satisfecha al hotel, después de cenar con Janeth y dar vía libre al
contrato del departamento.
Se desvistió enseguida y entró en la ducha. Sintió el agua caliente rodar
por su pelo y por su cuerpo, y cerró los ojos: necesitaba relajar la tensión
muscular, sobre todo la de los músculos de la espalda, tratar con Brandon la
tensaba, era un estrés constante. Estaba acostumbrada a tratar con ejecutivos
difíciles, pero nunca se había sentido tan estresada como con Brandon. Claro
que ninguno de ellos era su ex.
Al salir de la ducha, se desenredó el cabello, aplicó una crema suavizante,
se puso su pijama de seda y abrió una botella de vino mientras pasaba de un
canal a otro en el televisor, quería distraerse, anestesiarse. Había sido un buen
día, la noticia de la adquisición del contrato se había regado como pólvora
por la empresa, en Nueva York, había recibido llamadas de sus jefes, del
abogado, del departamento legal inquiriendo por el contrato, en fin... Se le
presentaba una semana agotadora. Había hablado con Dominic, sin comentarle
aún que Brandon deseaba que fuese ella la encargada de manejar al equipo.
Escogió una película de acción y pidió algo de cenar.
Un rato después, alguien golpeó la puerta, y Eva pensó que la cena había
llegado demasiado rápido. Puso pausa a la película y fue a abrir, su pecho
colapsó al dar de lleno con la mirada tempestuosa de Brandon, que le dijo en
tono serio:
—Volviste pronto de tu cita.
Eva quiso jugar un rato con él.
—Al contrario, es mejor que te vayas, mi cita no demora en llegar —dijo
desafiante. Observó que el color del hematoma, se le había oscurecido y la
boca ya estaba desinflamada. El corte en el labio apenas se notaba.
“Sobre mi cadáver le vas a abrir la puerta así a cualquier gilipollas”.
El corazón de Brandon comenzó a tamborilear con fuerza, ella estaba
hermosísima, y lo volvía loco el pensar que estuviera a sí de dispuesta para
alguien más. El pijama se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, podía
ver sus pezones erguidos y no estaba haciendo frío en la habitación, de pronto
quiso quitarse la chaqueta, pero ella ni siquiera lo había invitado a entrar. Esa
visión, sexy y femenina, de su Eva, lo hacía olvidar la reunión de porquería
que había tenido.
—Es mejor que te vayas, no sé quién te habrá dado el número de mi
habitación, pero ten por seguro que pondré una queja a seguridad —aferró con
fuerza el pomo de la puerta, consciente de cómo los ojos de él recorrían su
cuerpo.
—Tengo gente que trabaja para mí, puedo averiguar cualquier cosa. No
vas a llamar a seguridad. —Caminó hacia ella con el fuego calentando su
mirada.
Eva se negaba a sentirse intimidada.
—Espero que tu gente sea más eficaz que en el pasado.
Brandon soltó la risa.
—Oh, sí, muy eficaz, tanto, como para saber que no sales con nadie —
sostuvo su mirada, desafiante—, y que no tienes nada con Dominic, porque el
hombre tiene gustos muy distintos, lo cual hace que me caiga un poco mejor.
Eva se arrebujó la bata, caminó hacia atrás y él siguió sus pasos.
—No eres confiable —retrucó con talante serio.
—Lo sé —dijo él mirándola de arriba abajo y soltando una sonrisa lenta
—, pero tenemos algo pendiente, James.
Eva quiso cerrarle la puerta en las narices, pero algo en la expresión de
Brandon, aparte de sus heridas, se lo impidió. Lo notaba cansado, a pesar de
su seductora sonrisa, estaba triste, y aun así no dejaba de ser el hombre más
atractivo que había conocido. Caviló que se debía sentir muy sola, ya que
trataba de atajar los recuerdos del pasado, de cuerpos sudorosos, él
acariciando sus pechos, lamiendo su sexo.
—¿Qué haces aquí? No es correcto y no recuerdo haberte invitado a
seguir.
—Este es el lugar donde debo estar. —Se quedó pensativo unos instantes
—. No hay ningún otro sitio donde pueda imaginar estar en este momento,
James…
—No me llames James —murmuró ella, vulnerable—. Perdiste ese
derecho el día que creíste toda esa basura sobre mí. —Caminó hasta la
ventana y cruzó los brazos mientras observaba el paisaje de la ciudad. Lo
deseaba, ese era el problema. Quería acostarse con él—. ¿A qué viniste?
Brandon se acercó a ella.
—Necesitaba verte —soltó y llegando hasta ella, le acarició el brazo
Su rostro y sus labios acunaron su piel. Se mantuvo quieto, no la besó, solo
se mantuvo cerca. Ella percibía su respiración, en vaivén contra su piel,
mientras la encerraba entre la ventana y su cuerpo. Lo imaginó dolido por el
fin de su compromiso.
—Vete Brandon. —Ella se dio la vuelta y quedó frente a él—. No me
interesa lo que hagas con tu vida y no soy buen paño de lágrimas.
—He extrañado tus comentarios sarcásticos. —La envolvió en sus brazos.
Eva se sintió atrapada, como si no hubiera suficiente oxígeno en la habitación
—. Tienes todo el derecho de odiarme, me lo merezco, pero…
Eva no quería escucharlo más, lo tendría esa noche porque quería, porque
lo deseaba y estaba cansada de sentirse sola, a lo mejor era lo que ambos
necesitaban para poder seguir con sus vidas, a lo mejor lo vivido en el pasado
ella lo había idealizado, y era el momento de pasar la página. Levantó el
rostro en clara rebelión y en pura lujuria, ese gesto fue suficiente para que
Brandon presionara sus labios contra los suyos en un beso descuidado y
violento. Él metió los dedos en su cabello e hizo retroceder su cabeza, el beso
se intensificó; sus dientes mordisqueaban y tomaban, provocando, saboreando
la sensación de su lengua tocando la lengua de ella. Eva trataba de respirar
con fuerza entre besos, él endureció el abrazo devolviendo cada roce y cada
gemido, yendo por más.
Le aferró más el cabello y estiró su cuello, que recorrió con la boca, se
separó unos momentos antes de volver a sus labios.
—Lo deseas tanto como yo.
No la dejó contestar. Mordisqueó el labio inferior y cuando abrió los ojos,
vio, en medio del brillo del deseo, la respuesta. Eva cerró los ojos de nuevo y
le acarició el pecho por encima de la camisa. Brandon la llevó presuroso
contra la primera pared que encontró, con una sensación de alucinación y
miedo, no quería llegar a la cama y que en ese instante le volviera la cordura.
Le subió el pijama a la altura de su sexo sin dejar de besarla y acariciarla, le
parecía increíble tenerla de nuevo así, apasionada y entregada. Cuando puso
una mano en su sexo, gimió satisfecho por el baño de humedad que percibió.
Ella llevó la mano a su cinturón y lo desabrochó con premura para llegar hasta
su miembro, que acarició de arriba abajo. Brandon dejó de besarla para
observar el gesto, sin llegar a creérselo y con la respiración agitada. Luego le
levantó las piernas y Eva las enredó a su cintura, tenía que penetrarla
enseguida, no quería que las dudas la invadieran y le robaran el momento, se
moriría donde ella lo rechazara en esa instancia. Empujó y de una sola
estocada la penetró, cuanto se sintió aprisionado en su interior, húmedo,
caliente y suave, no quiso nada más, soltó un fuerte gemido, espoleó más
fuerte, tanto que ella se golpeó la cabeza con la pared, algo a lo que ninguno
de los dos dio importancia.
Eva se acomodó para darle más acceso, gemía temerosa y complacida ante
cada empuje, cada roce, cada respiración agitada.
—Te he extrañado tanto, joder —gimió Brandon con los dientes apretados
y la frente perlada de sudor, ni siquiera se había quitado la chaqueta. Ella lo
acariciaba por debajo de la ropa, codiciosa, hasta donde podía llegar.
Permanecía con los ojos cerrados.
—Mírame.
Ella negó con la cabeza y siguió con los ojos cerrados. Él, perdido en el
placer, no insistió más. Era un encuentro explosivo y desesperado, que
buscaba respuestas a preguntas no formuladas.
—Joder, James.
La abrazó más mientras se movía dentro de ella. Notaba su lucha entre
aceptarlo o rechazarlo. Eva no quería claudicar a algo más profundo, y
Brandon supo que solo quería una follada. ¡Ni de coñas! Se obligó a hacer
más lentos sus empujes, debería seducirla y no tomarla, pero el cavernícola
que habitaba en él había tomado el mando, además, tenía el presentimiento de
que Eva no buscaba gentileza. Ella gimió y su espalda de arqueó,
aprisionándolo más, su respiración se hizo más acelerada, ya estaba a punto.
Su cuerpo se puso rígido, tenso, mientras vaciaba en ella su añoranza, su amor,
su rabia y su dolor.
—Siempre has sido tú, siempre. —Le aferró el rostro con ambas manos y
con la respiración agitada, le devoró los labios.
Eva llegó a una liberación atravesada por la confusión, pero impregnada
de un profundo, doloroso y maldito amor.
En cuanto pudo respirar con normalidad se separó de él. Brandon trató de
aferrarla, pero ella se escabulló para el baño y antes de cerrar la puerta, le
dijo:
—Ya tuviste lo que querías, yo también, vete, por favor. —Y cerró la
puerta de un portazo.
Brandon, desconcertado, se apresuró a subirse los pantalones, sudaba
como un cerdo, se acercó a la puerta del baño con el ánimo de golpear, pero
escuchó el ruido del agua de la ducha y ese gesto, indicativo de que ella quería
borrar enseguida lo sucedido, lo enfureció. Decidió dejarla en paz.
CAPÍTULO 36
Sara James
Agosto 01 2012 - agosto 05 2012
Querida hija, tus alas ya estaban listas para volar,
pero mi corazón nunca estuvo listo para verte partir.
Vuela alto.
Tan pronto saltó de la cama, Brandon salió a correr por el sendero del
parque a poca distancia de la torre de departamentos donde vivía. Hacía tres
semanas que Eva le había contado de su hija y todavía le dolía. Ni de lejos le
habían servido de consuelo las palabras del par de expertos en neonatología
que consultó, según los cuales, así la niña hubiera contado con todos los
recursos, era muy poco lo que podría haberse hecho por ella. Igual él debió
haber estado allí, su hija y Eva lo necesitaban. Lo avergonzaba rememorar esa
época, ya que lo único que recordaba era la fila de mujeres sin rostro con las
que estuvo, el licor y los días encerrado en su oficina trabajando para evadir
la herida en el pecho.
Gracias a Dios, el trabajo y los viajes a las diferentes sucursales lo
tuvieron ocupado por más de dos semanas. Era poco lo que había visto a Eva,
se notaba que ella se sentía incómoda en su presencia y él no quería
imponerse. Como si les fuera difícil enfrentarse, ya sin máscaras, vulnerables
y con un pasado que ninguno de los dos sabía cómo empezar a superar.
Deseaba darle algo de espacio y tiempo para que meditara, se acostumbrara
de nuevo a su presencia, y a su trabajo, porque no la iba a dejar ir de su
empresa cuando la asesoría terminara, era una mujer brillante, intuitiva,
recursiva y muy organizada. Sería un activo muy valioso y él estaba dispuesto
a darle lo que quisiera con tal de que se quedara. Esperaba con algo de tiempo
arreglar las cosas si es que todavía tenían arreglo.
Sus pensamientos se mezclaban con un tema de The Killers conectado a
sus audífonos, sus pasos consumían la distancia del sendero. La vida por fin
ponía las cosas en su lugar, le gustaba ver a Eva recorriendo las diferentes
estancias de su empresa, como si tomara posesión de algo que siempre fue
suyo, ojalá hiciera lo mismo con él. Tenía unas ganas inmensas de redimirse
de alguna forma, de adorarla, de acompañarla en todos sus logros, de darle
aliento para que cumpliera sus sueños y metas. La quería feliz, realizada con
él, darle hijos. Era la mujer de su vida, la única y estaba loco por darle el
mundo.
Al llegar al departamento, Nathan lo esperaba sentado en una de las
poltronas de la sala. Ojeaba las noticias en su iPad.
—No te voy a hacer desayuno, vamos tarde para la reunión a la que citó
Eva con la gente de marketing.
—Soy capaz de hacerme el desayuno yo solito, papá.
Brandon se quitó la camiseta y se limpió el sudor. Debería quitarle las
llaves. Al hombre se le olvidaba aprovisionar la alacena y asaltaba la cocina
de Brandon cada tanto. Nathan le extendió la tableta.
—Mira, agarraron al cabrón.
Brandon leyó la noticia: “Ryan Winthrop, CEO y principal accionista de
Fiduciaria WBP es señalado por los delitos de lavado de activos y
operaciones con recursos de procedencia ilícita. Las autoridades federales
tomaron las instalaciones de la inversora el día de ayer en horas de la tarde.
Un juez federal dictó medida de aseguramiento contra Ryan Winthrop, Phillipe
Basil y Tom Paterson. La justicia norteamericana investiga a Winthrop por
supuestamente formar parte de un entramado ilícito que habría movido de
forma oscura decenas de millones de dólares, dentro de los Estados Unidos, y
a través de transferencias a Islas Caimán y países de Europa. Winthrop fue
detenido en la tarde al salir de un exclusivo club del centro de la ciudad, en un
operativo en el que participaron alrededor de una treintena de agentes
federales, y se encuentra recluido en una de las cárceles del condado”.
—¡Por fin se hace justicia! —saltó Brandon con la primera sonrisa en
semanas.
—Es muy grave —señaló Nathan—, me imagino cómo se deben estar
sintiendo Parker y mamá.
Brandon le entregó el dispositivo.
—Ryan no podía salirse con la suya siempre. —Omitió una opinión sobre
su padrastro y su madre—. Tengo que contarle a Eva.
Fue hasta la nevera y sacó una botella de agua que bebió de un sorbo.
—A propósito de Eva, me causa gracia ese jueguito que se traen ustedes
dos entre manos.
Brandon dejó la botella en una mesa y arrugó el ceño.
—¿A qué juego te refieres?
—Me recuerdan a un par de luchadores que dan vueltas en el ring sin
llegar a tocarse, como si temieran hacerlo.
—Yo no le tengo miedo a Eva —bajó el tono de voz—, le estoy dando su
espacio, ambos tenemos muchas cosas que asumir.
Nathan se levantó.
—Si tú lo dices.
—Es así —trató de convencerlo Brandon, aunque la verdad era que sí
tenía miedo de que ella no quisiera nada con él, que lo mandara al infierno,
donde merecía estar.
Estaría en todo su derecho, pero estaba desesperado por una jodida
oportunidad. Le enviaba flores, escuchó que su café favorito lo vendían en una
cafetería a pocas cuadras del lugar, y cada vez que llegaba a su oficina, él
personalmente se encargaba de que tuviera su provisión de la primera hora de
la mañana. John, el chofer, prácticamente trabajaba para ella. En cuanto se
encontraban por los pasillos o en alguna reunión, la chica se sonrojaba y le
regalaba una sonrisa. Eso hacía sus días más llevaderos.
—Mejor te das prisa. David, uno de mis chicos de publicidad, quiere
invitarla a salir.
Brandon hizo caso omiso del comentario, aunque por dentro los celos le
jugaran una mala pasada.
—No te creo nada, mejor vete de aquí y gracias por la noticia de Ryan, me
alegraste el día.
Al llegar al edificio donde vivía Brandon, salieron con celeridad del auto
y apenas pudieron aguantar las ganas en el ascensor, donde se volvieron a
besar. De no ser por que subió una jovencita que al parecer iba para el
gimnasio, él la hubiera tomado allí mismo.
Atrapados en un remolino erótico y carnal entraron al departamento. Se
desnudaron a toda velocidad, dejando un reguero de ropa en el camino al
dormitorio. Ya desnudos, se abrazaron de nuevo, como si no soportaran estar
separados ni un segundo. Se tumbaron en la cama, la piel de Eva erizada en
respuesta al contacto de Brandon. Quería decirle muchas cosas, urgirlo a que
se deslizara en su interior, quería sentirse suya, que calmara sus ansias, tener
la facultad de devolver el tiempo y quedarse justo en ese instante sagrado en el
que sus corazones latían al unísono, con prisa, ante la urgencia de satisfacer un
deseo que iba más allá de lo carnal.
Los ojos de Brandon se deleitaban en la piel y las curvas de la mujer.
—Te he soñado así muchas veces, en mi cama, tu hermoso cabello suelto
en mi almohada —gruñó mientras la tocaba—, tus pezones erguidos esperando
mi toque, mis besos.
—Te necesito, ahora —ordenó ella.
Brandon quiso jugar un rato.
—¿Quieres que me aproveche de una mujer ebria?
—No estoy ebria —soltó ella, indignada, mientras Brandon acariciaba su
sexo, liso y húmedo—. Eres el hombre más hermoso que he conocido.
—Gracias a Dios por el vino —sonrió ladino—. Te tomaré de tantas
formas que se te irá la borrachera en un santiamén.
Necesitaba saborearla, tocar con su boca el paraíso en medio de sus
piernas, chuparla, saborearla, marcarla. Se perdió en su sexo, la besó por todo
el tiempo en que quiso hacerlo, pero no la tuvo, y ella le respondió con igual
ardor. La necesitaba con urgencia. ¡Oh, Dios mío! Encendido por sus gemidos,
su aroma y su sabor, sabía que estaba irremediablemente atrapado, y en cuanto
por fin se unió a ella, con el corazón en carne viva y las ganas desbordadas, le
dijo:
—Soy tuyo. —Empujó más fuerte—. Siempre he sido tuyo.
—Aún me duele el corazón —murmuró Eva mientras Brandon empujaba
de nuevo dentro de ella. Le golpeó con un puño la espalda en un gesto más
parecido a una caricia que a una agresión.
—Lo sé —gruñó él, desesperado por atravesar la barrera hasta llegar a su
alma—. Viviremos con ello, James, porque no te dejaré marchar.
No era gentil, pero tenía el presentimiento de que Eva no quería gentileza.
Brandon ya no pensaba, era como si toda su sangre se hubiera ido a una sola
parte de su anatomía. Ella gimió y su espalda se arqueó aprisionándolo más.
—Nunca he dejado de amarte. —Soltó un profundo gemido mientras su
sexo empezaba a contraerse y veía estrellas tras sus ojos—. Te amo, Brandon
King, y te amaré siempre.
Ahí estaba la claudicación que tanto necesitaba, gimió agradecido. Ella
era su reina y él, su esclavo que demandaba misericordia. Estaba dispuesto a
arrodillarse hasta conseguirlo, le daría la vida perfecta que ella se merecía, le
daría todo. La besó como soñó que lo haría en el momento en que esas
benditas palabras se deslizaran de su boca.
—Yo también te amo. —Echó la cabeza hacia atrás, su cuerpo temblaba
sin contención al deshacerse en pedazos.
Minutos más tarde, en cuanto pudieron normalizar la respiración, Brandon
se acomodó detrás de ella, le daba besos en la nuca y los hombros mientras
mimaba su abdomen. Eva le acariciaba el brazo y meditaba que la vida era
como una montaña rusa, con subidas y bajadas; el secreto estaba en sortear las
bajadas con valentía, y aprender y atesorar experiencias en el trayecto a la
cima, y ya en esta, saborear los éxitos y disfrutar de todo lo bueno que traía la
existencia; para cuando tocara de nuevo el descenso, poder hacerle frente con
arrojo y saboreando cada instante al lado del hombre que le había regalado la
vida. Se volteó y miró a Brandon.
—No habrá camino de regreso —dijo ella.
Él le sonrió con el gesto más feliz y enamorado que le había visto nunca y
le contestó:
—No regresemos entonces.
EPÍLOGO
Meses después
Fin
AGRADECIMIENTOS
Isabel Acuña.
Nació en Bogotá, Colombia, tiene 54 años. Estudió Bacteriología, carrera que ejerció
por más de quince años. Actualmente está radicada en la ciudad de Barranquilla, dedicada a
su familia y a la escritura.
Es lectora desde que recuerda, de joven disfrutaba de las novelas de Julio Verne,
Charles Dickens y una novela muy especial de Armando Palacios Valdés, llamada La
Hermana San Sulpicio, que releyó durante toda su adolescencia y que fue el inicio de su
amor por las novelas románticas. Lee todos los géneros literarios entre sus autores
preferidos están Gabriel García Márquez, Sandor Marai, Florencia Bonelli y Paullina
Simons.
Fue participante del taller literario José Félix Fuenmayor durante tres años y pertenece
a un colectivo literario que publicará una antología de cuentos de sus participantes llamada
A ocho tintas, en enero del 2017.
Publicó su primera novela De vuelta a tu amor en enero del 2013, en la plataforma de
Amazon.
Publicó De vuelta a tu amor/La unión el 18 de febrero del 2014, bajo el sello Zafiro
de editorial Planeta.
Unos meses después, publicó la novela Entre el valle y las sombras, en la plataforma
de Amazon, el 25 de mayo del 2014.
La novela Hermosa locura, primer libro de la serie, Un amor para siempre, fue
publicada en la plataforma de Amazon, el 25 de febrero del 2015.
El segundo libro de la serie Un amor para siempre, Perdido en tu piel, se publicó
con Amazon, el 24 de agosto del 2015.
En septiembre 14 del 2016, publicó su novela Tal vez en otra vida, por la plataforma
de Amazon.
En abril 26 del 2017, ocupó el primer puesto en el concurso Eriginal Books 2017 en
la categoría de novela romántica con la novela Tal vez en otra vida.
En mayo 4 del 2017 publicó su novela En un beso la vida, recibiendo muy buenas
reseñas.
En noviembre 22 del 2017 publicó su novela Giros del destino, conservándose en el
top 100 durante varios meses.
En Abril 28 del 2018 publicó su novela El camino de la seducción.
En diciembre del 2018 publicó si novela Sonata de Amor.
Todas sus novelas han sido recibidas con entusiasmo y excelentes críticas, por parte del
público que las ha leído alrededor del mundo a través del portal de Amazon, ocupando a
pocas horas de publicadas los primeros puestos en dicha plataforma y convirtiéndose en
Bestsellers por varios meses.
Participa de forma activa en las redes sociales y tiene un blog donde habla de literatura
romántica y otros temas.