La Leyenda de La Cruz

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LA LEYENDA DE LA CRUZ

“La invención de la Santa Cruz de Huatulco”, Obra del


artista Urbano Olivera, 1890. Óleo sobre tela. Templo de
San Juan de Dios, Oaxaca.

En 1587, siendo Alcalde de la población Don Juan Renjito, se produjo


el arribo del pirata inglés Thomas Cavendish, protagonista del
episodio de la legendaria Cruz de Huatulco, que según tradición de
los pobladores, fue plantada hace dos mil años por un hombre de
túnica y barbas largas, quien hablaba la lengua mixteca y que
convivió con sus antepasados por varios días, pasando la mayor parte
del tiempo en oración.

Por su parte, la iglesia católica interpretó en este relato la presencia


del apóstol Santo Tomás, ampliamente considerada en este y otros
lugares de América, como Perú y la Sierra Mixe de Oaxaca.

Del origen de la Cruz, existen varias versiones. Una de ellas se


desprende de la tercera carta de relación de Cortes, en la cual
informa al rey Carlos I que envió a dos españoles “…y yo los ordene
que no parasen hasta llegar a la mar(del sur), y que en
descubriéndola tomasen la posesión real y corporalmente en nombre
de vuestra majestad, y los unos anduvieron cerca de ciento y treinta
leguas (y otros ciento cincuenta) por muchas y buenas provincias sin
recibir ningún estorbo y llegaron a la mar y tomaron la posesión y en
señal pusieron cruces en la costa de ella.”

Torquemada por su parte, está convencido que la cruz fue plantada


por Fray Martin Valencia uno de los primeros misioneros en arribar al
nuevo mundo, “Cuando llegó a Huatulco,…queriendo hacer jornada
por mar a la China”1, como se citó anteriormente.

Thomas Cavendish, al tomar por asalto a Huatulco, no encontró un


botín a la medida de su ambición, por lo que ordenó incendiar y
arrasar el puerto.

Al final, lo único que quedó en pie fue la gran cruz de madera clavada
en la playa desde tiempos inmemoriales; Cavendish ordenó arrasarla
con hachas, las cuales se hicieron pedazos; intentó aserrarla, sin
conseguirlo; la ató con fuertes cables a la quilla de su embarcación
para derribarla, sin resultados; la mando incendiar, untándole brea y
alquitrán, sin que le hiciera daño alguno y así, surgió la leyenda de la
Cruz Negra de Huatulco.

Torquemada describe bellamente el portentoso suceso cuando los


invasores se propusieron destruir la cruz “para lo cual derribaron, y
untándola con la brea, para que mejor y más fácilmente ardiera, la
cubrieron con chamiza y dieron la fuego -la cruz ardió por tres días
hasta que la población, que había huido, volvió- “y apartando la
braza, y ceniza de que esta estaba cubierta, la hallaron entera y sana
y sin lesión alguna, muy hermosa y resplandeciente”.

1
Fray Juan de Torquemada. Monarquía Indiana. Ed. Porrúa, México, 1969, Tomo III
p. 205.
Anónimo Siglo XVII, La profanación de la Santa Cruz
de Huatulco por el pirata Thomas Candish en 1587.
Cortesía del Maestro Juan Manuel Yáñez García.

Conforme pasó el tiempo, la fama de la Cruz creció de tal manera que


vinieron de diversos lugares del mundo a venerarla. Entre otras, se
registra una numerosísima peregrinación del Perú, con 2,000 fieles,
que ante la fe adquirida hacia la Cruz, cortaron tantos pedazos de
astillas que la fueron adelgazando, causando admiración ver como se
podía sostenerse en pie sobre su disminuido cuerpo y resistir el furor
de los vientos que corren por la playa. Se convirtió en un objeto de
culto, se le atribuyeron numerosos milagros y las personas venían a
adorarla con profunda fe, por lo que pronto su fama traspasó las
fronteras.

EL

TRASLADO DE LA CRUZ A OAXACA

Pintura "La catedral de Oaxaca" (1855) de Lucas

El Obispo Cervantes también hizo cortar un gran pedazo de la cabeza


de la Cruz, para formar con ella una cruz pequeña y mandarla al Papa
Pablo V, quien la recibió hincado y rezando, en señal de adoración. Al
final, cuatro cruces pequeñas hechas de la milenaria Cruz quedaron
en la capilla del convento de Nuestra Señora del Carmen en Puebla de
los Ángeles; en el convento de Nuestra Señora de Belén en la ciudad
de México; en la iglesia de Santa María Huatulco, en un nicho de
plata y la que se guarda en la Catedral de Oaxaca.

En 1612, el Obispo Don Juan de Cervantes traslada con gran pompa y


fervientes homenajes, la famosa cruz negra de Huatulco a la ciudad
de Oaxaca, ubicándola en la Catedral, junto al Sagrario, en un sitio
privilegiado. Esto sucedió después de hacerle un minucioso estudio
de 2,000 fojas, donde se menciona lo ocurrido cuando el pirata trató
de destruirla y de otros muchos milagros que se le asignaron,
testificados por varias personas.
Al poco tiempo, por órdenes del Obispo se le quitó a la Santa Cruz un
gran parte del pie, por estar muy desproporcionada y delgada a causa
de tantas astillas cortadas por los devotos.

El Obispo Cervantes también hizo cortar un gran pedazo de la cabeza


de la Cruz, para formar con ella una cruz pequeña y mandarla al Papa
Pablo V, quien la recibió hincado y rezando, en señal de adoración. Al
final, otras cuatro cruces pequeñas hechas de la milenaria Cruz
quedaron en: la capilla del convento de Nuestra Señora del Carmen
en Puebla de los Ángeles; en el convento de Nuestra Señora de Belén
en la ciudad de México; otra Cruz del mismo madero se conserva en
la iglesia de Santa María Huatulco, en un nicho de plata y una más se
guarda en la Catedral de Oaxaca.

Incontables astillas circulaban en mercado de reliquias con la aureola


de efectiva milagrosidad para ayudar a “volver el habla en achaques
violentos” y en difícil labor de partos con las “criaturas muertas”; el
mismo Burgoa admitió poseer “una cruz de una astilla” que dio a dos
personas “lloradas sin esperanza de vida, y cobrándola por esta santa
reliquia”2.

2
Francisco de Burgoa, Geográfica descripción de la Parte septentrional del Polo
Ártico de la América; Juan Ruiz, México 1674 (edición facsimilar), tomo II.

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