Fiesta Certamen
Fiesta Certamen
Fiesta Certamen
Beatriz Aracil
BEAtRiz ARAcil
Poesía era, o pretendía ser, casi todo. En el Barroco, el principio aristotélico de la imitación
poética no sólo contribuyó a sobrevalorarla por encima de la historia, de la filosofía y de otras
ciencias, sino que ayudó a que siguiera invadiendo los terrenos de la prosa, la crónica historial,
el relato hagiográfico, la epístola y tantas otras formas; o que las sustituyera, en un afán sin
límites de transformarlas bajo especies métricas. (9)
Al igual que en la metrópoli, en la nueva España dicha expresión poé -
tica de “carácter enciclopédico” (tenorio i, 56) formó parte esencial de esa
ostentosa y efímera forma de ruptura de la vida cotidiana que constituyó la
fiesta pública, siendo un claro ejemplo de ello los certámenes o justas poé -
ticas. convocados por instituciones destacadas en el ámbito social y cultural
(órdenes religiosas, cabildos, universidades...) con motivo de acontecimientos
1
Sobre la conciencia de la propia excepcionalidad en Sor Juana, ya destacada entre otros
por Paz, es de interés Glantz (15-38).
2
Plenitud que coincide con los epígonos de esta forma de concebir el arte y el mundo en
España (Maravall 24; Rodríguez de la Flor 23), aunque, como explica Bechara, “no estamos
ante un ‘nuevo barroco americano’ sino ante la prolongación del barroco literario español en
tierras de América” (156).
tales como beatificaciones y canonizaciones, erección de templos o llegadas
de virreyes, estos certámenes, cuyo funcionamiento casi invariable era bien
conocido en la época,3 permitieron a un tiempo reunir con regularidad a los
miembros de las eruditas élites culturales y proyectar las producciones de
dichas élites hacia el espacio masivo e integrador de la urbe en su conjunto.
En su ya clásico trabajo La época barroca en el México colonial (1959),
explicaba irving leonard que, a pesar de constituir meros “torneos de poetas-
tros” en los que predominaba “la manipulación métrica y la gimnasia mental”
(191),4 los certámenes poéticos “se mantuvieron como los acontecimientos
más importantes de la vida cultural y literaria de los centros de la cultura his-
pánica del nuevo Mundo durante la mayor parte de los tres siglos coloniales”
(210-11). desde la aceptación de esta realidad histórica, el estudio de este
fenómeno cultural ofrece interesantes claves para definir los principios que
rigieron la producción poética de la época, como el carácter lúdico,5 su perte-
nencia a lo “efímero barroco”6 o la interrelación entre poesía y oralidad e
incluso teatralidad.7 Ahora bien, por este mismo motivo, los certámenes resul-
tan asimismo un elemento imprescindible a la hora de abordar la fiesta novo-
hispana barroca en su dimensión social. desde esta línea de trabajo (bien
3
El desarrollo de estos certámenes solía ser el siguiente: la institución nombraba a los jue-
ces y al secretario que sería responsable de la justa; este elegía un tema y su alegoría base, así
como los asuntos o argumentos y las formas métricas en las que deberían desarrollarse; el cartel
con el tema y las normas era presentado públicamente por la ciudad y los poetas tenían un tiem-
po para entregar sus composiciones al secretario; seleccionadas las ganadoras, se realizaba el
acto público de entrega de los premios con la lectura tanto de los poemas como de sus corres-
pondientes vejámenes y se finalizaba con versos de agradecimiento al mecenas o autoridad allí
presente (leonard 194-210; Rodríguez 32-33; tenorio i, 54-55).
4
la valoración negativa de la calidad literaria de estas producciones es ya un tópico de la
bibliografía crítica, a pesar de que – como ya señalara Méndez Plancarte – “tampoco faltan ver-
daderos poetas, algunos sólo conocidos por tales florilegios” (lviii).
5
Al desarrollar una poesía de circunstancias, en la que tanto el asunto como los metros y
los recursos a utilizar – acrósticos, centones, ecos, poemas retrógrados... – estaban marcados de
antemano, los certámenes nos hablan de una poesía entendida como juego. leonard ya realizó
un recuento de estos recursos que él definía como “ejercicios pueriles de ingenio y habilidad”
(227; 213-28) y, a propósito del que fue quizá el más importante de los certámenes del xvii, el
relatado en el Triunfo parténico de Sigüenza y Góngora, Morales ha analizado asimismo una
serie de rasgos que permiten identificar su carácter lúdico (214-18).
6
una de las primeras voces que trasladaron el concepto de Bottineau al ámbito de las letras
hispánicas fue Egido (156-57). Hay que advertir que, salvo raras excepciones como la de sor
Juana inés de la cruz, la poesía que se compuso en la época ha llegado hasta nosotros a través
de relaciones, a su vez escasas, que precisamente buscan dar pervivencia a esa fiesta efímera.
7
los poemas se concebían para ser declamados en público ante un auditorio como parte de
todo un ceremonial de entrega de premios que, guiado por el secretario, incluía el exordio,
intervenciones de personajes caracterizados o la lectura de los vejámenes, lo cual “requería
– como advierte Egido – los resortes de la voz, acompañada de la actio” (150; 138-63).
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afianzada en la crítica de las últimas décadas8), sería posible observar dichos
certámenes como manifestaciones culturales que garantizaban el sostenimien-
to de esa élite que ángel Rama definió como la “ciudad letrada” (32-38). una
élite que no solo debe entenderse (aunque también lo sea) como “una repúbli-
ca literaria bien establecida y bien provista de ingenios” eruditos (tenorio i,
25), sino también como grupo social a un tiempo dependiente y garante del
poder y, por tanto, de singular influencia en el contexto novohispano.9
debido a su carácter efímero, nuestro acceso a este tipo de eventos solo
es posible a través de las relaciones conservadas, que son – como advierte
Rodríguez de la Flor – “un filtro retórico sometido a estrategias informativas,
‘evenenciales’; a efectos persuasivos o propagandísticos; a determinaciones
jurídico-documentales” (167). Ahora bien, precisamente por constituir una
estrategia de selección, ampliación hiperbólica y reelaboración “sobre una
base referencial acaecida” (Rodríguez de la Flor 168), dichas relaciones
resultan ser documentos de gran valor para observar las motivaciones y los
propósitos de esa ciudad letrada plenamente activa, y de gran influencia en el
entramado social de la capital novohispana.
desde una perspectiva individual, la principal intención de los “sutiles
ingenios” integrantes de la élite letrada fue sin duda la propia permanencia
en la misma, tal como demuestra la reiteración de nombres entre los premia-
dos en distintas justas y los comentarios de los relatores. Ejemplo paradig-
mático de ello es el Triunfo parténico que en glorias de María, Santísima
inmaculadamente concebida, celebró la Pontificia, Imperial, y Regia Aca-
demia Mexicana, relación de carlos de Sigüenza y Góngora sobre los certá-
menes celebrados con este asunto en la universidad de México en 1682 y
1683, que sería calificada por Manuel toussaint como “el documento más
valioso para la historia de la literatura Mexicana durante el siglo xvii” (5).
En dicha relación, el erudito novohispano manifiesta no solo su conocimiento
personal y, en muchos casos, su amistad con el resto de miembros de esa élite
8
A través de trabajos como los de Rubial, Bravo, Rodríguez o Farré.
9
Si bien es posible identificar manifestaciones culturales del Barroco que, lejos de ser ins-
trumentales, “encarnan el escepticismo radical, el pensamiento nihilificador y las estrategias
disolventes y melancólicas” (Rodríguez de la Flor 20), los ejemplos aquí analizados se orientan
más bien a ratificar la idea de Maravall de una fiesta barroca cuyo principal propósito es “el
asombro del pueblo ante la ‘grandeza’ de los ricos y poderosos” (491).
376 RoMAncE notES
compartida (de los cuales registra más de cincuenta nombres)10 sino también
su conciencia de estar ubicado en un lugar privilegiado de la misma,11 algo
que se manifiesta incluso iconográficamente en la portada del texto impreso,
en la que encontramos el emblema presente en todas sus obras (Pegaso y,
como mote, el hemistiquio de La Eneida “Sic itur ad astra”: así se va a las
estrellas).12
la autoría de obras como el Triunfo parténico suponía para los poetas “un
muy buen foro para hacerse de nuevos encargos y para buscar la protección de
los poderosos” (Rubial y González 151), pero no debemos olvidar que, en este
tipo de eventos, el acceso al poder y la ostentación del mismo estaban sobre
todo en manos de otro tipo de participantes, imprescindibles para su desarro-
llo, que aspiraban asimismo a incorporarse al selecto círculo de esta élite cul-
ta: los financiadores. Por lo que se refiere en concreto al texto de Sigüenza, la
amplia referencia en la portada al “doctoR don JuAn dE nARváEz, tesorero
general de la Santa cruzada en el Arzobispado de México, y al presente cate-
drático de Prima de Sagrada Escritura” advierte a los lectores que es él – como
señala Enrique González – “la verdadera personalidad por destacar” en el mis-
mo, ya que, al fin y al cabo, “sin el rector narváez no hubiera habido fiestas ni
don carlos habría escrito el libro” (22). En efecto, si las fiestas constituían
“un eslabón importante en el ascenso y en la representación de muchos miem-
bros de este aparato burocrático en que se había convertido la universidad”
(Rubial y González 151), el gran beneficiado con la celebración de los certá-
menes descritos en el Triunfo parténico fue el entonces rector de la institu-
ción. narváez supo hacer excelente uso de su papel de mecenas como parte de
una calculada estrategia de ascenso social y académico (González 22-31) que,
por otro lado, resultaba habitual entre los financiadores de este tipo de feste-
jos, dentro y fuera del ámbito universitario (Rubial 365).
10
Recopilados en toussaint (45-46).
11
Que le permite, por ejemplo, juzgar a Miguel de Perea Quintanilla como “el más sonoro
cisne del mexicano caístro” (Sigüenza 297) o incorporar en el selecto círculo al joven bachiller
Juan díaz de Bracamonte que “con estos principios da indicios de lo mucho que de él se espe-
ra” (194). Algunos juicios sobre poetas ganadores son tan personales que exceden los tópicos
del elogio en la época, como ocurre con el dedicado a su amigo Francisco Ayerra Santa María,
también asiduo de este tipo de justas, cuya comparación implícita con San Agustín llevó al San-
to oficio a dictaminar la supresión de la frase en todos los ejemplares (Pérez Salazar 296-304).
12
Sobre las implicaciones, para la conciencia política de Sigüenza como criollo, de esta
adopción del emblema utilizado en el principal patio interior del Palacio virreinal, ver tovar
(61-62).
FiEStA y SociEdAd En lA nuEvA ESPAñA 377
Ahora bien, la ciudad letrada – como se ha señalado – no se encierra en sí
misma sino que ejerce a su vez, como grupo social, un papel decisivo en el
contexto de la capital novohispana en el que surge y se desarrolla. En este sen-
tido, la producción y el registro textual de los certámenes literarios (y de otras
manifestaciones culturales) tenía como fin primordial el de contribuir a la
configuración de una imagen cohesionada y estable de la urbe (y, por ende, de
la sociedad novohispana) en un acto de adhesión al poder político y religioso.
Probablemente el elemento que mostraba de manera más clara esta vertiente
social de los certámenes era su vistosa publicación por las calles de la ciudad,
en la que numerosos caballeros acompañaban al portador del cartel anuncia-
dor de los asuntos y normas de la justa. lo más relevante de este acto público
no era la composición misma del cortejo, menos compleja y protocolaria que
en otras fiestas públicas, como la procesión del corpus christi o el Paseo del
Pendón, sino la ocupación misma de la ciudad en un recorrido que iba delimi-
tando (y confirmando) espacios hegemónicos de la capital novohispana. Así
ocurre, por ejemplo, en la “Publicación de las fiestas” del certamen poético
convocado por la compañía de Jesús en 1672 con motivo de la canonización
de Francisco de Borja (tercer general de la orden y responsable del envío de
los primeros jesuitas a la nueva España precisamente un siglo antes).13
la utilización del festejo público como forma de visibilizar su vincula-
ción con la sociedad novohispana había sido una constante en la compañía
de Jesús al menos desde 1578, fecha en la que tuvieron lugar los actos cele-
brativos por la recepción de unas reliquias enviadas desde Roma que serían
recogidos en la Carta del padre Pedro de Morales. Si, a través de aquellos
festejos, ideados a escasos años de su llegada al virreinato, la orden buscaba
asumir un protagonismo en el ámbito educativo de la élite criolla y ganarse el
13
El certamen poético convocado para esta ocasión (cuyo argumento partía de la alegórica
identificación entre San Francisco de Borja y Hércules) ocupó un lugar secundario en el marco
de una fiesta que incluyó asimismo una máscara grave (con suntuosos carros triunfales y visto-
sas cuadrillas) y otra faceta o burlesca (en la que participaron más de cuatrocientos estudian-
tes), fuegos artificiales, procesiones y celebración de misas todos los días del octavario, con sus
correspondientes sermones, reproducidos íntegramente en la relación (fols. 52-181). Para el
estudio de los festejos en su conjunto, con especial atención a las máscaras grave y jocosa, son
valiosos los trabajos de Bravo “una representación criolla” y “Aspectos jocoserios” y Farré
“ostentación y ejemplo.” Sobre los sermones resulta de gran interés el trabajo de chinchilla
Pawling, en el que se propone una progresiva transformación de la retórica sacra a partir de su
fijación como texto impreso en este tipo de relaciones, que permitió además “el ingreso de un
grupo de predicadores a la naciente ‘república de las letras’” (308).
378 RoMAncE notES
favor del poder político y religioso, los organizados a lo largo del siglo xvii,14
y muy especialmente los de 1672, fueron ante todo una forma de exhibir los
logros obtenidos respecto a dichos propósitos, gracias en buena medida al
dominio de “una serie de lenguajes, de signos, de imágenes y géneros, entre
preceptivos, teóricos y abiertamente literarios,” con los que – como señala
dolores Bravo – la orden había logrado además “un acercamiento estrecho a
todos los núcleos de la población” (“una representación criolla” 184-85).
En la relación anónima que da cuenta de los solemnes festejos organiza-
dos con motivo de la canonización de Francisco de Borja, se describe cómo
el desfile salió de la casa del portador del cartel, en la calle San Francisco, y,
pasando por la casa Profesa de los jesuitas (“donde, al son de sus sonoras
campanas, fue recibido de toda la religiosa y venerable comunidad”), se diri-
gió hacia el palacio del virrey, en el que tanto el marqués de Mancera como
“su Excelentísima consorte” saludaron a la comitiva; de ahí, se orientó hacia
las casas arzobispales, donde fue recibido por “el ilustrísimo y Reverendísi-
mo Señor d. fray Payo de Ribera” y, a continuación, tomó rumbo hacia el
colegio de San Pedro y San Pablo de la compañía (donde se le acogió con
“festivos repiques”), para, avanzando frente a Santo domingo, regresar a la
Profesa (Festivo aparato fols. 2v-3v). dos edificios emblemáticos de la
orden (la Profesa y el primero de sus colegios) enmarcan así un recorrido que
refuerza a un tiempo los lazos que la compañía ha establecido con el conjun-
to de la capital novohispana y su obediencia al poder político (encarnado en
la figura de don Antonio álvarez de toledo) y religioso (cuyo máximo repre-
sentante es el arzobispo). El papel de la máxima autoridad política se afian-
zará, además, con la asistencia a la entrega de premios del certamen del pro-
pio virrey Mancera,15 a quien se ofrecen tanto el romance introductorio (fols.
29v-30v) como la copla que remata la justa (fol. 52r).
Además de constituir un espacio físico de representación simbólica del
poder, la capital novohispana llegó a erigirse en protagonista de este tipo de
14
como los de 1610, por la beatificación de San ignacio, o los de 1622 por su canoniza-
ción y la de Francisco Javier (las relaciones de estos últimos en México y Puebla tienen edición
crítica reciente en Alonso Asenjo).
15
Quien mantenía, además, una estrecha relación con la orden a través de una de las perso-
nalidades más influyentes de la época, el padre d. Antonio núñez de Miranda, su asesor espiri-
tual y también político (Bravo, “Antonio núñez de Miranda” 261-62), responsable del sermón
que cierra tanto los festejos como la relación de los mismos (fols. 149r-181r).
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festejos, sobre todo en aquellas ocasiones en las que estos corrieron a cargo de
la propia ciudad, como fue el caso de la celebración del certamen poético idea-
do por el fiscal del arzobispado Miguel Perea de Quintanilla y el bachiller
diego de Ribera con motivo de la finalización de la iglesia del convento de las
capuchinas y su dedicación al primer mártir mexicano, San Felipe de Jesús,16
incluida en la Breve relación de la plausible pompa compuesta por Ribera.
la alegoría inicial de este certamen (siguiendo la costumbre de establecer
correlatos con el mundo clásico) fue la identificación entre el templo romano
dedicado a las vírgenes vestales y la iglesia de las capuchinas imitadoras de
la virgen María;17 sin embargo, siguiendo el objetivo central de sus obras,18
Ribera subordinó la celebración del nuevo templo a una potente imagen que
presidió todo el texto: la de la propia ciudad de México ensalzándose a sí
misma. dicha imagen, captada por el jesuita Juan de San Miguel en sus pala-
bras aprobatorias – “Jáctese México de que la Fuente Elicona se ha converti-
do en su laguna Mexicana” (Ribera 104) –, se manifestó tanto a través de las
composiciones poéticas que Ribera dispuso para ornamentar el certamen
como por medio de los asuntos propuestos para el mismo.
En cuanto a los poemas, destacan dos de las décimas previas a la descrip-
ción de la justa (en las que se hace referencia a los sermones del novenario),
con un exaltado elogio al territorio mexicano: “¡oh México, sitio honroso, /
si yo alabarte pudiera...” (Ribera 132-33), y el romance que sirve como exor-
dio a la entrega de premios del tercer y cuarto certamen, en el que Ribera
recuerda que la iglesia se dedicará al primer mártir nacido en esas tierras,
aprovechando para ello el símbolo del águila mexicana: “no de otra suerte,
Señor, / plumas tiende y vuelos bate / el águila mexicana, / de occidente
imperial ave, / cuando dichosa celebra / el triunfo que supo darle / un hijo
suyo...” (Ribera 191-92).
Por lo que se refiere a los asuntos mismos del certamen, quizá el ejem-
plo más oportuno sean los sonetos solicitados en la primera de las pruebas,
cuyo “heroico asunto” debía ser la comparación entre el templo romano a
las vestales y la nueva iglesia erigida en la “nobilísima, imperial México”
16
Así se le califica en la época aunque no sería canonizado hasta el siglo xix.
17
A partir de la cual se establecen los tres “certámenes” siguientes: san Felipe como nep-
tuno cristiano; San Francisco como nuevo Apolo y Santa clara como Minerva (Ribera 140-46).
18
A través de más de una decena de relaciones publicadas, diego de Ribera realizó – como
demuestra Eudave – una amplia labor como “cronista lírico de los acontecimientos más impor-
tantes en la ciudad de México, de la segunda mitad del siglo xvii” (5). Entradas de virreyes (la
del Marqués de Mancera y más tarde la del duque de veragua), bajadas a la ciudad de la virgen
de los Remedios o erecciones de templos (como el que nos ocupa, el de San José de Gracia y el
de nuestra Señora de Balvanera) son consignadas en relaciones en las que el verso se combina
con la prosa para lograr una elogiosa descripción del acontecimiento.
380 RoMAncE notES
(147), pretexto para la alabanza de la capital a través del tópico del sobrepu-
jamiento que ya utilizara casi un siglo antes Bernardo de Balbuena en su
Grandeza mexicana.
cabe destacar a su vez, en este mismo sentido, la figura elegida como
destinataria de la relación: Ribera no dejó pasar la oportunidad que le presen-
taba el hecho de que el patrono del convento de toledo de donde habían sali-
do las capuchinas mexicanas fuera d. Pascual de Aragón, “Arzobispo de
toledo, Primado de las Españas, canciller Mayor de castilla, del consejo de
Estado de Su Magestad y de la Junta del Gobierno universal de la Monar-
quía” (Ribera 99).19 lejos de cerrar su alabanza en sí misma, como ocurre en
otras relaciones del autor,20 la ciudad se exhibe así ante una de las figuras
más influyentes de la metrópoli en todo su esplendor cultural, su ortodoxia
religiosa y su estabilidad política. lo hace, además, como un solo cuerpo, sin
apenas referencias a nombres concretos. Así, desconocemos quiénes fueron
los “nobles bienhechores” que hicieron posible la costosa erección del tem-
plo (por más que se deslice la colaboración de alguna institución). y, por lo
que respecta a los gastos del festejo, aunque sabemos que el de “cera, flores,
juncia y fuegos” del primer y último día del novenario corrió a cargo del
arzobispo de México y del deán d. Juan de Poblete respectivamente (131),
quedan también en el anonimato los “siete republicanos” que financiaron este
mismo gasto el resto de los días, elegidos “para este efecto, respecto de ser
innumerables los que intentaban hacer este obsequio a las religiosas, por lo
mucho que las veneran” (121).
En un lúcido estudio sobre las relaciones de fiestas en la nueva España
de la segunda mitad del xvii, dalmacio Rodríguez proponía observar “la acti-
vidad literaria como una práctica social en la que podamos dilucidar cómo se
manifestaba la literatura, cómo era recibida y cómo se producía dentro del
ámbito novohispano; qué papel desempeñaban los poetas y los textos en el
entorno social que les dio vida” (18). desde esta perspectiva social, asumida
en el presente trabajo, los certámenes poéticos descritos en las tres relaciones
19
Sobre la relación entre el Arzobispo de toledo y el convento de las capuchinas, ver Her-
moso cuesta.
20
Ribera fue experto en la obtención de patrocinio para sus obras (Eudave 55-59); por ello,
muchas de ellas las dedicó a mecenas de la ciudad (instituciones, altos cargos políticos y reli-
giosos o acaudalados particulares).
FiEStA y SociEdAd En lA nuEvA ESPAñA 381
univERSidAd dE AlicAntE
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