Metafora Paterna
Metafora Paterna
Metafora Paterna
una relación meramente dual. Entre la madre y el niño se interpone cierto objeto, un
objeto imaginario, que incide en, y significa, esta relación. Este cierto objeto es el falo.
Si la metáfora paterna funciona, por decirlo así, aparece una respuesta a ese enigma
por el deseo del Otro donde se juega el significado al sujeto. ¿Qué es lo que la madre
desea? — "El falo", responde el padre. Y entonces el sujeto podrá situarse de una u
otra manera en relación a esa significación —siéndolo o no siéndolo— y además
localiza esa significación en una parte del cuerpo —teniéndolo o no teniéndolo—.
Cuando no hay la significación fálica, lo que tenemos es, entonces, esta significación
enigmática que situamos en la fórmula de la metáfora paterna. El delirio sería como un
intento del delirante de llenar, con su cuerpo, una significación fálica. Es un intento,
necesariamente fallido, de restituir algo no advenido. En lugar de la metáfora paterna
tenemos la metáfora delirante, donde todo el cuerpo se entrega para dar "carne" a la
significación fálica.
Esto tiene un sentido preciso en la economía del significante del que sólo podemos
aquí recordar la formalización, bien conocida de quienes siguen nuestro seminario de
este año sobre las formaciones del inconsciente. A saber: fórmula de la metáfora, o de
la sustitución significante:
S . $' -----> 1
$' x s
La Verwerfung será pues considerada por nosotros como preclusión del significante. En
el punto donde, ya veremos cómo, es llamado el Nombre-del-Padre, puede pues
responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la carencia del efecto
metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica.
Es la única forma en que nos es posible concebir aquello cuyo desenlace nos presenta
Schreber como el de un daño que no está capacitado para develar sino en parte y en el
que, nos dice, con los nombres de Flechsig y de Schreber, el término "asesinato de
almas"
Para que la psicosis se desencadene, es necesario que el Nombre-del-Padre,
verworfen, precluido, es decir sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí
en oposición simbólica al sujeto.
Es la falta del Nombre-del-Padre en ese lugar la que, por el agujero que abre en el
significado, inicia la cascada de los retoques del significante de donde procede el
desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en que significante y
significado se estabilizan en la metáfora delirante.
Pero ¿cómo puede el Nombre-del-Padre ser llamado por el sujeto al único lugar de
donde ha podido advenirle y donde nunca ha estado? Por ninguna otra cosa sino por
un padre real, no en absoluto necesariamente por el padre del sujeto, por Un-padre.
Aun así es preciso que ese Un-padre venga a ese lugar adonde el sujeto no ha podido
llamarlo antes. Basta para ello que ese Un-padre se sitúe en posición tercera en alguna
relación que tenga por base la pareja imaginaria a-a', es decir yo-objeto o ideal-
realidad, interesando al sujeto en el campo de agresión erotizado que induce.