La Crisis de Los Sudetes

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La crisis de los Sudetes: Europa se arrodilla ante

Hitler

En 1938 el mundo vivió pendiente de lo que sucedía en los Sudetes. Tras la


anexión de Austria (Anchluss), el Tercer Reich de Hitler buscaba ampliar más
sus fronteras y había incitado las tensiones políticas con los alemanes que
vivían en Checoslovaquia. Mientras que las potencias europeas actuaban con
tibieza ante los movimientos nazis por el temor de desencadenar una guerra.

Iván Giménez Chueca

Europa claudicó ante Hitler en 1938. En ese año el Viejo Continente vivió al borde de la
guerra por la agresiva política exterior de la Alemania nazi, que consiguió la anexión de
Austria y la región checoslovaca de los Sudetes. Francia y Gran Bretaña apostaron por la
política del apaciguamiento, creyendo que las demandas del Tercer Reich se limitarían a
los territorios con población germana.

Uno de los pilares en los que Hitler basó sus primeros años en el poder fue la denuncia de
las condiciones humillantes que el Tratado de Versalles había impuesto a Alemania.
Primero fue la renuncia a las limitaciones impuestas al ejército germano, y luego fue la
ocupación de la región de Renania, fronteriza con Francia. En 1938, el Reich amplió sus
fronteras en una escalada que fue alimentando la audacia y la ambición del Führer.

Si Alemania consiguió llevar a cabo el Anchluss y la anexión de los Sudetes sin disparar un
solo tiro fue en buena parte gracias a la permisividad de Francia y Gran Bretaña, que
abanderaron la política de apaciguamiento aquellos años. Condicionados por sus
situaciones internas, Londres y París querían evitar una gran guerra en el continente, y les
preocupaba más la expansión del comunismo promovida por la URSS que el revisionismo
agresivo del régimen nazi.

Hacia un nuevo orden


La segunda mitad de la década de los 30 iba terminar por dinamitar el orden surgido tras
la Primera Guerra Mundial e impuesto por una serie de pactos internacionales con el
Tratado de Versalles a la cabeza. Alemania, Japón e Italia fueron las potencias que de una
manera u otra se mostraban incómodas con este equilibrio de poder, y comenzaron a
plantear su revisión. Además entre las tres había una política en común anticomunista
(que serviría de justificación para algunas de sus acciones) lo que les llevó a firmar el Pacto
Antikomintern a finales de 1936.
Japón había luchado con los Aliados en la Primera Guerra Mundial, pero el Tratado de
Versalles no le otorgó grandes territorios en China, tal y como ansiaban desde que el
Imperio del Sol Naciente iniciara su expansión exterior a finales del siglo XIX. La
instauración de un gobierno militarista a finales de los años 20, abriría las puertas a
nuevas operaciones contra su vecino chino (debilitado por la guerra civil entre comunistas
y nacionalistas).
El resultado fue la ocupación de Manchuria en 1931, y seis años después Japón lanzó una
invasión en toda regla contra China, un conflicto que se enmarcaría en la Segunda Guerra
Mundial.
De igual manera, Italia también se había sentido marginada en el concierto internacional
por las pocas ganancias territoriales obtenidas en el Tratado de Versalles. La instauración
del régimen fascista de Benito Mussolini trajo ambiciones imperiales en el Mediterráneo y
en las escasas posesiones coloniales en Libia y Somalia, para así igualares con otras
potencias como Francia y Gran Bretaña.
El punto culminante de esta política expansionista fue la guerra de Abisinia entré 1935 y
1936. Mussolini aprovechó un incidente fronterizo para acabar anexionándose ese estado
africano.
Por su parte, Alemania había sido el país castigado más duramente por el Tratado de
Versalles (se le consideraba el principal responsable de la Primera Guerra Mundial). Se
contemplaban fuertes reparaciones de guerra y la limitación de su ejército a 100.000
hombres sin armamento pesado. Precisamente, una de las claves que explican la llegada de
Adolf Hitler al poder fue su clara oposición a estos tratados que los consideraba una
afrenta al orgullo nacional. Además eran enormemente impopulares entre la población.
En 1935 el Führer pasó de las palabras a los hechos. En esa fecha se hizo publico que
Alemania ya no respetaría los límites armamentísticos impuestos en Versalles . En realidad
el rearme ya había comenzado en secreto dos años antes, pero el Reich se sintió fuerte para
anunciar que disponía de 300.000 soldados y casi 3.000 aviones.
Un año después la escalada continuó con la remilitarización de Renania. Los tratados de
postguerra impedían que las tropas alemanas tuvieran presencia en esta zona fronteriza
con Francia. La entrada de las tropas germanas fue todo un motivo de orgullo nacional.
Además, en julio de 1936 Hitler respondió junto a Mussolini a la petición de ayuda de los
militares sublevados contra la República española.
Al igual que italianos y japoneses, la Alemania nazi pronto comenzó a mostrarse interesada
en revisar sus fronteras. En 1937 Hitler anunció a sus generales que no estaba interesado
en recuperar las viejas colonias alemanas de la época imperial, sino que quería poner en
práctica la creación de su lebensraum (espacio vital) en la Europa central y oriental para el
pueblo germano, tal y como había detallado en Mi lucha. El primer paso de esta política
iba a ser integrar a los alemanes que vivían fuera de las fronteras del Reich bajo la
soberanía de Berlín.
EL primer punto de expansión sería Austria. Otro país castigado por haber estado en el
bando perdedor en la Primera Guerra Mundial, su población cada vez era más partidaria
de una unión con Alemania por los lazos lingüísticos y culturales. Precisamente el Tratado
de Versalles prohibía este punto. Los años 30 supusieron una fuerte agitación para los
gobiernos de Viena con fuertes tensiones entre diversas fuerzas políticas y el partido nazi
austríaco.
Hitler ayudaba a sus correligionarios políticos en Austria, generando un clima de violencia.
Además, Alemania presionaba descaradamente al gobierno de Viena, que finalmente se vio
obligado a “solicitar ayuda” al Reich para evitar lo que parecía una inminente guerra civil.
De este modo, las tropas de la Wehrmacht procedieron a ocupar a su vecino en marzo de
1938. No sólo no encontraron resistencia alguna, sino que también fueron recibidos como
libertadores. Un referéndum en abril de 1938 reiteraba la anexión de Austria a Alemania,
el conocido como Anchluss.
El siguiente paso para Hitler iba a ser la región checoslovaka de los Sudetes donde vivían
más de 3 millones de alemanes, y donde también comenzaba a vivirse una fuerte
inestabilidad política, lo que podía propiciar una intervención similar a la que se había
vivido en Austria. Aunque Checoslovaquia en principio era un país aliado de Francia y de la
URSS lo que podía propiciar un conflicto general en Europa.

La política de apaciguamiento
Las grandes potencias democráticas del momento apostaron por una respuesta tibia a
todos estos movimientos de las potencias del Eje. Estados Unidos vivía inmersa en su
aislacionismo, y su liderazgo internacional aún iba a tardar en hacerse notar.
Las dos grandes democracias europeas, Francia y Gran Bretaña, habían mostrado mucha
tibieza frente a las acciones agresivas de Japón, Italia y Alemania. Lo máximo que llegaron
a hacer es a aprobar leves sanciones en la Sociedad de las Naciones con las invasiones de
China y Abisinia, pero sin ninguna eficacia real. Las acciones de Londres y París se
conocieron como la política de apaciguamiento. Preferían realizar concesiones a las
potencias agresoras en escenarios secundarios y así evitar una gran guerra que no
interesaba a nadie.
Entrando más en detalle en cómo veían a la emergente régimen nazi, Gran Bretaña quería
mantener su tradicional política de equilibrio de poder en Europa. Por lo que una
Alemania algo fortalecida le parecía un contrapeso interesante ante dos grandes potencias
continentales como Francia y la URSS. De hecho, Londres y Berlín firmaron un acuerdo
naval que permitió a los alemanes reconstruir parte de su flota. Además, en Londres a
quien realmente se temía en los años 30 era a la expansión del comunismo promovida por
Moscú.
Francia contaba con una potente fuerza militar que le hubiese permitido atacar a Alemania
con ciertas garantías, por lo menos hasta 1938. Pero el país galo también vivía una fuerte
polarización e inestabilidad políticas entre las fuerzas de izquierdas y derechas. Los
gobiernos se sucedían por los juegos de alianzas. Para algunos se podía llegar a una
situación de enfrentamiento que llevara a una guerra civil como la que estaba viviendo
España.
Además, el discurso anticomunista de los nazis despertaba simpatías entre una buena
parte del alto mando militar francés que era profundamente conservador. Por último, los
diferentes gobierno en París no querían tomar una acción firme ante los peligrosos
movimientos de Alemania, si no contaban con el total apoyo británico.
Por último, la URSS fue quien más en serio se tomó el discurso de Hitler de expansión
hacia el Este. Por este motivo, Moscú intentó suavizar su discurso revolucionario para
contar con el apoyo de las democracias en caso de una guerra con Alemania, un ejemplo
sería el papel del Partido Comunista de España y su apoyo a la estabilidad de la Segunda
República durante la guerra civil. Aunque contaba con un acuerdo de colaboración militar
con Francia firmado en 1935, a la hora de la verdad, este pacto iba a quedar en papel
mojado.

Checoslovaquia y los Sudetes


Como hemos visto, Checoslovaquia iba a ser el siguiente objetivo de la expansión nazi en
1938. Se trataba de un país surgido en 1918, tras la descomposición del Imperio
Austrohúngaro. Era la principal democracia en Europa centro-oriental, ya que el resto de
países habían caído en manos de dictaduras militares. Además se trataba de uno de las
principales potencias industriales del Viejo Continente, lo que le permitía tener a uno de
los mejores ejércitos de la región.
Su principal talón de Aquiles era su composición multiétnica. En los primeros años de vida
del país no había sido un gran problema. Pero poco a poco los checos de las zonas de
Bohemia y Moravia se fueron constituyendo como el grupo hegemónico lo que comenzó a
generar roces con las comunidades de eslovacos, alemanes, húngaros y polacos que
también vivían en otras regiones del país.
La gran crisis económica de 1929 acentuó aún más las diferencias entre estos grupos
étnicos, y en especial entre los más de tres millones de alemanes de la región de los Sudetes
(un 22% del total de la población de Checoslovaquia). En esta zona fronteriza con
Alemania y Austria, la industria tenía un peso muy fuerte, por lo que aún se vio más
afectada por el paro de la Gran Depresión.
La política hegemónica de Praga y las penurias económicas fueron el caldo de cultivo
perfecto para que cundieran los discursos populistas entre la población germana de los
Sudetes. Además, desde Alemania se propició que todos los partidos políticos de aquella
región quedaran unificados bajo el Sudetendeutsche Partei (SDP, Partido Germano de los
Sudetes).
A partir de ahí, el SDP apoyado por los nazis comenzó una campaña de agitación que fue
subiendo de tono, el objetivo era crear la mayor inestabilidad posible de cara a las
elecciones municipales de mayo de 1938. La reacción del gobierno de Praga fue la vía
represiva por lo que se aumentó aún más el clima de violencia.
La clave era saber si Francia y Gran Bretaña iban a ser tan temerosas con Checoslovaquia
como lo habían sido con Austria. Al fin y al cabo se trataba de defender a una democracia
consolidada, ya que el grado de violencia aún no había llegado a los niveles de Austria y
España. Además, el país era clave para el equilibrio de poder. Entre otras razones, París y
Londres habían defendido la creación de este estado en 1918 para tener un potente aliado
ante un hipotético resurgir germano tras la Primera Guerra Mundial.

Hitler sube la apuesta


Desde 1935 gobernaba en Checoslovaquia el presidente Eduard Benes. Desde el Anchluss
observaba con preocupación los movimientos de Berlín. Además, los nazis buscaron el
apoyo diplomático de Polonia y Hungría para que presionaran a Praga por la situación de
sus minorías en el país.
Benes era profundamente nacionalista. Sabía que ceder y conceder más autonomía a los
Sudetes implicaba que las otras minorías harían reclamaciones similares y la integridad
territorial de Checoslovaquia estaría en serio peligro. Así qué optó por la firmeza ante las
presiones de Alemania. Su esperanza era que Francia y la URSS respetarán su palabra e
hicieran valer los pactos de defensa mutua que tenían firmados con Praga.

Hitler sube la apuesta


Los planes de Hitler en la primavera de 1938 eran que el SDP planteará unas demandas de
autonomía inaceptables para el gobierno checoslovaco. En el mes de abril, Benes solo se
muestra dispuesto a conceder ciertas mejoras en los derechos de los alemanes.
Para ahondar más en las dudas de las potencias democráticas, Hitler enmascaró sus
reivindicaciones en Austria y en los Sudetes con la defensa del derecho de
autodeterminación de los pueblos. El Führer se presentaba como el garante de la voluntad
de los alemanes que vivían fuera de las fronteras del Tercer Reich y que deseaban
incorporarse a la Gran Alemania.
El discurso tuvo sus frutos en especial en Londres. El gobierno de Neville Chamberlain
llegó a considerar que la actitud alemana de defender a la población germana de los
Sudetes era legítima, incluso éstos podían reclamar su derecho a incorporarse al Reich.
De igual manera, París mantuvo cierta dureza en su posición respecto a Berlín mientras
Leo Blum estuvo al frente del gobierno galo. Pero con la subida al poder del conservador
Daladier se optó por seguir la línea británica, ya que consideraba que Francia no podía
enfrentarse sola a Alemania.
En una especie de efecto dominó diplomático, la URSS difícilmente podría cumplir con su
alianza. El Ejército Rojo tendría que atravesar Polonia y Hungría para acudir en defensa de
Checoslovaquia. Algo totalmente imposible si no se contaba con el apoyo de Francia.
Pese a esta actitud a timorata de las democracias europeas, Benes siguió plantando cara a
Alemania a la espera de desencadenar una reacción de franceses y británicos. En los
Sudetes se vivía una situación de violencia cada vez más generalizada entre la población y
las fuerzas de seguridad checas con las elecciones en el horizonte, y la mano nazi cada vez
era más evidente.
Ante esta situación, Benes ordenó la movilización de 200.000 efectivos tras asegurar que
se había detectado el movimiento de tropas alemanas en la frontera. Francia se vio
obligada por su alianza a poner en alerta a parte de sus fuerzas, así como la marina
británica, La exhibición de fuerza checoslovaca enfureció a Hitler. No era cierto que
hubiese ordenado una invasión, pero su prestigio se había puesto en entredicho al ver
como Checoslovaquia se atrevía a plantar cara el Reich.
En ese momento el Führer decide que no basta con la anexión de los Sudetes. El estado
checoslovaco debía ser destruido. No se quería exponer a un ataque desde Checoslovaquia
en caso de una guerra contra franceses y británicos. Hitler quería evitar una confrontación
bélica en dos frentes, tal y como había sucedido con la Primera Guerra Mundial. Por ese
motivo, ordenó a sus generales que prepararan planes para la invasión, los conocidos como
Caso Rojo y Caso Verde.

Los mariscales dudan


Pero el ejército alemán no compartía el ardor guerrero de Hitler en aquel verano de 1938.
Existían planes para una guerra en Checoslovaquia desde un año antes, pero
contemplaban escenarios muy complejos para los intereses germanos. Como hemos visto,
el país centroeuropeo contaba con unas importantes fuerzas armadas, bien equipadas
gracias a su industria armamentística. Además, la frontera de los Sudetes estaba
fortificada, siguiendo los consejos de Francia, lo que desaconsejaba un asalto frontal.
A las potentes defensas checoslovacas, los mandos alemanes consideraban casi segura una
ofensiva de Francia en el frente occidental -su ejército aún superaba a las tropas
alemanas-, mientras que la Wehrmacht estaba ocupada en la invasión. Algo que hubiera
sido un total desastre. Por último, el peor escenario posible contemplaba la intervención de
la URSS.
Pero Hitler se sentía envalentonado. Pese a lo que indicaban los planes militares y las
teóricas alianzas, Gran Bretaña y Francia transmitían dudas a la hora de ir a la, guerra por
defender a Checoslovaquia. Para calmar a sus generales, el líder nazi ordenó un intenso
programa de fortificaciones en la frontera occidental, también aseguró que movilizaría a
los reservistas para plantear una mejor defensa en ese flanco. Además, el Führer instigaba
a sus mandos a que fueran audaces en su planificación, y propuso un ataque desde Baviera
sobre Praga con las divisiones panzer.
Aún y los esfuerzos del Führer, hubo un grupo de oficiales de alta graduación que veían un
grave peligro en las acciones del líder nazi, y comenzaron a conspirar para dar un golpe de
estado. El general Ludwig Beck fue el jefe de los conjurados y contó con el apoyo de figuras
destacadas como el almirante Wilhelm Canaris, responsable de la inteligencia militar. No
eran un grupo ni de demócratas ni pacifistas.
De hecho, Beck quería que Alemania recuperase su estatus de gran potencia a través de
una guerra. La clave era que este general consideraba que su país no estaba preparado
todavía para un gran conflicto, y Hitler se estaba precipitando con tensionar la situación
con Checoslovaquia. Si se ordenaba la invasión, los conspiradores intentarían derrocar al
gobierno.

Al borde de la guerra
La guerra parecía muy factible en Europa durante el verano de 1938. Hitler seguía
presionando para que Praga concediera la autonomía a los Sudetes. El gobierno de Benes
se mantenía firme, esperando que sus aliados franceses y soviéticos respondieran en caso
de agresión germana. Pero en Londres y París no había voluntad para enviar a sus soldados
a morir por Checoslovaquia.
Gran Bretaña y Francia decidieron mantener la política de apaciguamiento. De hecho, les
molestaba la obstinada postura checoslovaca de no ceder. En ambos países pesaba más el
miedo a una guerra general que la voluntad de defender a una democracia frente a la
agresión nazi.
El gobierno del primer ministro Neville Chamberlain apostó fuerte por la diplomacia para
calmar a Hitler. Convenció fácilmente a Francia para que desmovilizara a las tropas, al fin
y al cabo el ejecutivo de Edouard Daladier tampoco tenía muchas ganas de luchar.

El siguiente paso británico fue hacer saber al Reich por boca de su embajador en Berlín que
no iban a luchar por Checoslovaquia que se mostraba empecinada en no ceder ante las
demandas de su población germana. También se envió a una delegación a los Sudetes que
recomendó a Praga dar mayor autonomía, una postura que no gustó nada al presidente
Benes, quien aún se mostraba dispuesto a pelear, alentado por la esperanza de que los
soviéticos si que lucharían.

El problema era que la postura checoslovaca despertaba simpatías entre las opiniones
públicas de Francia y Gran Bretaña. Así que los gobiernos querían que todo se resolviera
con la diplomacia, por lo que había que aplacar a Hitler que cada vez estaba más dispuesto
a ir a la guerra, ya no ocultaba que su ambición era incorporar los Sudetes al Reich alemán.
El propio Neville Chamberlain viajó dos veces a Alemania en septiembre de 1938 para
evitar la invasión. Paralelamente, británicos y franceses intentaban convencer a Praga para
que tolerara la ocupación de las zonas de los Sudetes con mayoría de población germana.

Vergüenza en Múnich
La guerra parecía imparable con el discursos cada vez más agresivo de Hitler. La
propaganda nazi seguía insistiendo sobre presuntas atrocidades cometidas sobre los
alemanes en los Sudetes. Berlín lanzó un ultimátum: si no se accedía a sus demandas antes
del 28 de septiembre entraría por la fuerza en la región checoslovaca. La demanda alemana
molestó en los sectores más contrarios a Hitler en Francia y Gran Bretaña, y comenzaron a
pedir mano dura con las demandas nazis.
La diplomacia británica intentó jugar una última carta diseñada por el propio
Chamberlain. Se convenció a Mussolini para que propusiera una conferencia en Múnich
con franceses, británicos y alemanes para decidir el destino de los Sudetes. Checoslovaquia
no estaba invitada, pese a que se decidía el destino de sus fronteras. El Führer aceptó, pero
se aprovecharía del papel mediador del dictador italiano para presentar por su boca una
serie de propuestas: el Reich ocuparía los Sudetes a cambio respetaría la integridad
territorial del resto del país.
Los días 29 y 30 se rubricó el Pacto de Múnich. Checoslovaquia se sintió traicionada. Nadie
iba a luchar por ella y tuvo que aceptar. El presidente Benes dimitió al ver que no podía
defender a su país. El día 1 de octubre Praga retiró a sus tropas de los Sudetes, que fueron
sustituidas por el ejército alemán. Chamberlain y Daladier vendieron en sus países que
habían salvado la paz.

Una falsa paz


Menos de un año después estallaba la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia,
y esta vez Francia y Gran Bretaña decidieron no transigir más con las demandas
territoriales de Hitler. Para algunos historiadores es la prueba que la política de
apaciguamiento no funcionó, y que la actitud blanda de las democracias solo sirvió para
alimentar las ambiciones nazis.
Para otros investigadores, Londres y París actuaron en consecuencia, intentando evitar una
guerra que en aquellos momentos perjudicaba a sus intereses estratégicos. También
consideran que en el momento era muy difícil predecir las consecuencias de la resolución
de la Crisis de los Sudetes.
Pero en el momento muchos ya veían las nefastas consecuencias. Winston Churchill vio en
el Pacto de Múnich una derrota total. Sin duda, Hitler salía enormemente reforzado. En
1938 había conseguido incorporar a 10 millones de personas al Tercer Reich, lo que
aumentaba la capacidad de reclutamiento de su ejército, y se quedaba con las potentes
industrias de armamento de Checoslovaquia. Además, viendo la actitud de franceses y
británicos se convenció de que las democracias europeas no tenían voluntad de lucha.
También reforzó el prestigio frente a la cúpula militar, y el grupo de conspiradores ya no se
atrevió a actuar (el general Beck lo volvería a intentar en la Operación Valkiria en 1944).
Checoslovaquia sólo sobrevivió unos meses. Tras los Sudetes, los eslovacos se animaron a
pedir mayor autonomía y la independencia –animados por agentes nazis-. En marzo de
1939, el gobierno de Praga presionado por los nazis solicitó el protectorado alemán para el
resto del país y Eslovaquia se convertía en un estado títere del Reich. Nuevamente, las
tropas germanas ocupaban un territorio sin disparar un solo tiro y conseguían desarmar al
otrora temido ejército checoslovaco.
La política de apaciguamiento no calmó en ningún momento a las potencias del Eje. Les
convenció de que las grandes democracias europeas temían la guerra. Una lectura similar
hizo la URSS que vio que no podía contar con franceses y británicos para luchar contra
Alemania. Así que decidió ganar tiempo y apostó por un acercamiento con los nazis que se
plasmó en el Pacto Von Ribbentrop-Molotov en agosto de 1939.
El certificado de muerte de la política de apaciguamiento llegó con la crisis de Danzing y
la invasión de Polonia. Un año antes, Hitler aún no tenía la maquinaria militar tan
preparada y no hubiese podido mantener una guerra en dos frentes con Francia y
Checoslovaquia. Pero las democracias optaron por la mano blanda para calmar al
régimen nazi.

DESPIECE #1:

¿El destino de la República también se selló en Múnich?


El transcurso de la Guerra Civil Española también se vio afectado por la situación que vivió
Europa en aquel 1938. Tras las ofensivas del bando nacional en el frente de Aragón y en
Levante que cortaron en dos el territorio que controlaba el bando republicano.
Además, la República cada vez tenía más problemas para mantener el esfuerzo bélico. La
frontera francesa se cerraba a menudo, hecho que evitaba la llegada regular de material
militar (principalmente soviético). Además, Gran Bretaña seguía abanderando la política
de no intervención. Mientras que el bando franquista contaba con la ayuda de Alemania e
Italia.
La República planteó una ofensiva a través del río Ebro para volver a conectar el territorio.
Pero uno de los objetivos también era ganar tiempo en aquel verano de 1938 para ver si
final estallaba una guerra en Europa. El gobierno de Juan Negrín creía que si las grandes
democracias se enfrentaban a la Alemania nazi, también se verían obligadas a intervenir a
favor del bando republica.
De este modo, mientras en España se desarrollaba la cruenta batalla del Ebro, los dos
bandos también estaban pendientes de lo que sucedía en los Sudetes. La resolución final en
el Pacto de Múnich se ha interpretado tradicionalmente como el golpe de gracia que recibió
a nivel internacional la República. Además de abandonar a Checoslovaquia, las
democracias dejaron claro que no iban a detener a nazis y fascistas en la Guerra Civil.
Recientemente algunos trabajos han matizado esta influencia del Pacto de Múnich en el
devenir de la Guerra Civil. Antony Beevor resalta en La Guerra Civil Española que la
República quedó aislada internacionalmente mucho antes que Múnich. Gran Bretaña
había firmado un acuerdo con Italia en la primavera de 1938 sobre el Mediterráneo, una
nueva maniobra de apaciguamiento de Chamberlain para intentar alejar a Mussolini de
Hitler, a cambio de aceptar tácitamente la intervención del Duce en España.
El historiador británico también apunta que Franco supo maniobrar más hábilmente en el
frente diplomático. Aseguró que las tropas italianas y alemanas que le ayudaban no se
acercarían a la frontera pirenaica, algo que realmente preocupaba a Francia, que sí llego a
diseñar planes de intervención en Cataluña. A cambio, París y Londres seguirían haciendo
la vista gorda con la presencia de la Legión Condor y del Corpo di Truppe Volontaire.
Aún y así, Franco temía que en Munich las cuatro potencias le impusieran algún tipo de
acuerdo y le alejaran de su deseada victoria total sobre la República. En cualquier caso, la
República pese a su gran esfuerzo militar no podía esperar nada del Pacto de Munich. Su
destino seguramente estaba sellado desde mucho antes con las derrotas militares de 1938,
pero Munich certificó que no iba a llegar ninguna ayuda de las potencias occidentales. Y
como hemos visto, convenció a Stalin que la principal apuesta para la seguridad de la
URSS era un pacto con los alemanes.

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