Resumen - Capitulo 2 Teoría de La Justicia - John Rawls
Resumen - Capitulo 2 Teoría de La Justicia - John Rawls
Resumen - Capitulo 2 Teoría de La Justicia - John Rawls
De lo que trata el capitulo: En este capítulo se analizan dos principios de la justicia para instituciones, y varios principios
para individuos, explicándose además de su significado.
Las frases "ventajas para todos" e "igualmente asequible a todos" son ambiguas, partes ambas del segundo
principio tienen dos sentidos naturales. Puesto que los sentidos son independientes uno de otro, el principio tiene
cuatro significados posibles.
El Principio de eficiencia
El principio de eficiencia no selecciona por sí mismo una distribución específica de mercancías como la más
eficiente. Para escoger entre las distribuciones eficientes es necesario otro principio, digamos un principio de
justicia.
En realidad, en la justicia como imparcialidad, los principios de la justicia tienen prioridad sobre las
consideraciones de eficiencia.
Así, se puede decir que un sistema de derechos y deberes en la estructura básica es eficiente si y sólo si es
imposible cambiar las reglas y redefinir el esquema de derechos y deberes, de modo que se aumenten las
expectativas de cualquiera de los hombres representativos (al menos uno) sin que al mismo tiempo se reduzcan las
expectativas de algún otro (al menos uno).
Una disposición de la estructura básica es eficaz cuando no hay manera alguna de cambiar esta distribución de
modo tal que aumenten las perspectivas de alguien sin reducir las de otros.
El principio de eficiencia no puede servir por sí solo como concepción de la justicia. Por tanto, deberá ser
complementado de algún modo. En el sistema de la libertad natural el principio de eficiencia se ve restringido por
ciertas instituciones subyacentes; cuando estas restricciones son satisfechas, cualquier distribución eficaz que
resulte es aceptada como justa.
En el sistema de libertad natural la distribución inicial está regulada por los arreglos implícitos en la concepción
de los puestos asequibles a las capacidadesRequieren una igualdad formal de oportunidades de modo que todos
tengan al menos los mismos derechos legales de acceso a las posiciones sociales ventajosas.
La injusticia más obvia del sistema de libertad natural es que permite que las porciones distributivas se vean
indebidamente influidas por factores que desde el punto de vista moral son tan arbitrarios. La interpretación
liberal, trata de corregir esto añadiendo a la exigencia de los puestos abiertos a las capacidades, la condición
adicional del principio de la justa igualdad de oportunidades. La idea aquí es que los puestos han de ser abiertos
no sólo en un sentido formal, sino haciendo que todos tengan una oportunidad equitativa de obtenerlos. Las
expectativas de aquellos que tengan las mismas capacidades y aspiraciones no deberían verse afectadas por sus
clases sociales.
La interpretación liberal de los dos principios intenta, pues, mitigar la influencia de las contingencias sociales y de
la fortuna natural sobre las porciones distribuidas.
La aristocracia natural. Según este punto de vista no se hace ningún intento por regular las contingencias sociales
que vaya más allá de lo requerido por la igualdad formal de oportunidades; pero las ventajas de las personas con
los mayores dones naturales habrán de limitarse mediante aquellas que promueven el bien de los sectores más
pobres de la sociedad. El ideal aristocrático se aplica a un sistema abierto, al menos desde el punto de vista
jurídico, y la situación más ventajosa de los que son favorecidos en él es considerada como justa sólo en el caso
en que aquellos que están abajo tuvieran menos cuando se les diese menos a los de arriba.
Tanto la concepción liberal como la de la aristocracia natural son inestables.
La interpretación democrática, tal y como lo sugiere el cuadro, se obtiene combinando el principio de la justa
igualdad de oportunidades con el principio de diferencia. Este principio suprime la indeterminación del principio
de eficiencia al especificar una posición particular desde la cual habrán de juzgarse las desigualdades económicas
y sociales de la estructura básica.
El Principio de diferencia
El principio de diferencia resulta una concepción fuertemente igualitaria en el sentido de que, a menos que exista
una distribución que mejore a las personas (limitándonos para mayor simplicidad al caso de dos personas), se
preferirá una distribución igual.
Por mucho que se mejore la situación de una de las personas, desde el punto de vista del principio de diferencia,
no habrá ganancia a menos que la otra también se beneficie.
Sobre este principio, el autor hace algunas observaciones. Ante todo, al aplicarlo se deben distinguir dos casos. El
primero es aquel en que las expectativas de los menos favorecidos de hecho se maximizan (sujetas por supuesto, a
las restricciones mencionadas). La supresión de cambios en las expectativas de los mejor situados puede mejorar
la situación de los peor situados. La solución que se da produce lo que le ha llamado; un esquema perfectamente
justo.
El segundo caso es aquel en que las expectativas de los más aventajados contribuyen al menos al bienestar de los
más infortunados. Es decir, que si sus expectativas fueran disminuidas, las perspectivas de los menos aventajados
descenderían también, y sin embargo el máximo no se hubiera alcanzado aun.
Un esquema es injusto cuando una o más de las mayores expectativas son excesivas.
La conexión en cadena
Cuando las contribuciones de las posiciones más favorecidas se extiendan a toda la sociedad y no se reduzcan a
sectores particulares, también lo harán los que están en posiciones intermedias.
Una amplia difusión de los beneficios se verá favorecida por dos características de las instituciones ejemplificadas
en la estructura básica: primera, han sido establecidas para promover ciertos intereses fundamentales que todos
tienen en común y, segunda, los cargos y las posiciones están abiertas.
Así pues, parece probable que si la autoridad y los poderes de los legisladores y los jueces promueven la situación
de los menos favorecidos, mejoran la de los ciudadanos en general. La conexión en cadena puede darse a menudo,
con tal que se satisfagan los otros principios de la justicia.
Como resultado de lo dicho en las últimas secciones, el segundo principio deberá leerse como sigue:
Las desigualdades sociales y económicas habrán de disponerse de tal modo que sean tanto a) para el mayor
beneficio de los menos aventajados, como b) ligadas con cargos y posiciones asequibles a todos en condiciones de
justa igualdad de oportunidades.
El principio de diferencia es un criterio muy especial: se aplica primeramente a la estructura básica a través de los
individuos representativos cuyas expectativas habrán de estimarse por medio de un índice de bienes primarios
La segunda parte del segundo principio, que de ahora en adelante lo llamará el principio liberal de la justa
igualdad de oportunidades. este principio no está sujeto a la objeción de que conduce a una sociedad
meritocrática.
Debiera hacer notar primero que las razones para exigir puestos abiertos no son sólo, ni siquiera primordialmente,
razones de eficiencia.
Aunque el acceso esté restringido, los cargos pueden quizá atraer de todas maneras talentos superiores,
estimulándolos a un mejor desempeño. Sin embargo, el principio de puestos abiertos lo prohibe. Este principio
expresa la convicción de que si algunas plazas no se abrieran sobre una base justa para todos, los que fueran
exclui- dos tendrían derecho a sentirse tratados injustamente, aunque se beneficiasen de los esfuerzos mayores de
aquellos a los que se permitiera ocuparlas. Se verían, pues, privados de una de las principales formas del bien
humano.
En la justicia como imparcialidad, la sociedad es interpretada como una empresa cooperativa para beneficio
mutuo. La estructura básica es un sistema público de reglas que definen un esquema de actividades que conducen
a los hombres a actuar conjuntamente de modo que produzcan una suma mayor de beneficios, al mismo tiempo
que le asignan a cada uno ciertos derechos reconocidos a compartir los productos. Lo que una persona haga
dependerá de lo que las re- glas públicas digan qué tiene derecho a hacer, y, a su vez, lo que tiene derecho a hacer
dependerá de lo que haga.
Estas consideraciones sugieren la idea de tratar la cuestión de las partes distributivas como cuestión puramente
procesal. La idea intuitiva es estructurar el sistema social de modo tal que, sea cual fuere su resultado, éste sea
siempre justo. La noción de justicia puramente procesal se entenderá mejor haciendo una comparación con la
justicia procesal perfecta y la imperfecta.
Para ilustrar la primera considérese el caso más sencillo de una división justa. Un pastel habrá de dividirse entre
un número de personas: suponiendo que una división justa sea una división igualitaria. Dividirá el pastel en partes
iguales. Este ejemplo ilustra los dos rasgos característicos de la justicia procesal perfecta.
Primero, existe un criterio independiente de lo que es una división justa, un criterio definido previa y
separadamente del procedimiento que ha de seguirse. Segundo, es posible encontrar un procedimiento que
produzca seguramente el resultado deseado.
La justicia procesal imperfecta se ejemplifica mediante un juicio penal. El resultado deseado es que el acusado
sea declarado culpable si y sólo si ha cometido la falta que se le imputa. El procedimiento ha sido dispuesto para
buscar y establecer la verdad del caso, pero parece imposible hacer unas normas jurídicas que conduzcan siempre
al resultado correcto.
Un juicio es, entonces, un caso de justicia procesal imperfecta. Aun cuando se obedezca cuidadosamente al
derecho, conduciéndose el procedimiento con equidad y corrección, puede llegarse a un resultado erróneo. En
tales casos hablamos de un error de la justicia: la injusticia no surge de una falla humana, sino de una
combinación fortuita de circunstancias que hacen fracasar el objetivo de las normas jurídicas. El rasgo
característico de la justicia procesal imperfecta es que, si bien existe un criterio independiente para el resultado
correcto, no hay ningún procedimiento factible que conduzca a él con seguridad.
Por el contrario, la justicia puramente procesal se da cuando no hay un criterio independiente para el resultado
debido: en su lugar existe un procedimiento justo o imparcial tal, que el resultado sea igualmente correcto o
imparcial, sea el que fuere. Los juegos de azar ilustran esta situación.
La tarea del principio de la justa igualdad de oportunidades será la de asegurar que el sistema de cooperación sea
de justicia puramente procesal.
Para la justicia puramente procesal la distribución de ventajas no se evaluará en primera instancia confrontando
una provisión de beneficios disponibles con los derechos y necesidades dados de individuos conocidos.
Determinará también cuáles son las demandas legítimas cuya satisfacción conduce a la distribución resultante.
Así, en este tipo de justicia procesal, lo correcto de la distribución se funda en la justicia del esquema de
cooperación del cual surge, y en la satisfacción de las demandas de los individuos participantes
Es excesivo suponer que exista una solución razonable para todos, o aun para la mayoría de los problemas
morales. Quizá sólo unos cuantos puedan ser resueltos satisfactoriamente. En todo caso la sabiduría social
consiste en formar las instituciones de modo tal que no surjan con frecuencia dificultades insuperables y en
aceptar la necesidad de unos principios claros y sencillos.
La importancia de este tema puede destacarse mediante una comparación con el utilitarismo. Cuando el principio
de utilidad es aplicado a la estructura básica, nos exige maximizar la suma algebraica de las utilidades esperadas
para todas las posiciones pertinentes.
El punto principal es que aun si pueden hacerse comparaciones interpersonales de satisfacción, estas
comparaciones deben reflejar unos valores que tenga sentido investigar. Resulta irracional preferir un fin sobre
otro sencillamente porque se le puede evaluar con mayor precisión.
El principio de diferencia trata de establecer de dos maneras unas bases objetivas para las comparaciones
interpersonales. El principio de diferencia exige, entonces, menos de nuestros juicios de bienestar
Primera, en tanto podamos identificar al representante menos aventajado, de ese momento en adelante sólo se
requerirán juicios ordinales del bienestar.
El principio de diferencia también introduce una simplificación para la base de las comparaciones interpersonales.
Estas comparaciones se hacen en función de las expectativas de bienes sociales primarios. De hecho, estas
expectativas se pueden definir simplemente como el índice de estos bienes que un individuo representativo puede
esperar. Las expectativas de una persona son superiores a las de otra si este índice es mayor para alguien que esté
en su misma posición. Ahora bien, los bienes primarios, son las cosas que se supone que un hombre racional
quiere tener, además de todas las demás que pudiera querer. EJ Los bienes sociales primarios, presentados en
amplias categorías, son derechos, libertades, oportunidades y poderes, así como ingresos y riquezas.
Teoria del bien La idea principal es que el bien de una persona está determinada por lo que para ella es el plan
de vida más racional a largo plazo, en circunstancias razonablemente favorables. Un hombre es feliz en la medida
en que logra, más o menos, llevar a cabo este plan.
Para decirlo brevemente: el bien es la satisfacción del deseo racional. Hemos de suponer entonces que cada
individuo tiene un plan racional de vida, hecho según las condiciones a que se enfrenta y también para permitir la
satisfacción armónica de sus intereses. Sus actividades están programadas de modo que se puedan satisfacer sin
interferencias los diversos deseos. Dadas las alternativas disponibles, un plan racional es aquel que no puede
mejorarse; no existe otro plan que, tomando todo en cuenta, pudiera ser preferible.
La suposición es que aun cuando los planes racionales de la gente sí tienen diferentes fines, sin embargo todos
ellos requieren, para su ejecución, ciertos bienes primarios, naturales y sociales. Los planes difieren, ya que
también difieren las capacidades individuales, las circunstancias y las carencias; los planes racionales se ajustan a
estas contingencias. Pero cualquiera que sea el sistema de fines de uno, los bienes primarios son medios
necesarios.
Los bienes sociales primarios que varían en su distribución son los poderes y prerrogativas de la autoridad, el
ingreso y la riqueza.
El problema del índice se reduce en gran parte a valorar los bienes primarios de los menos aventajados. Esto
tratamos de hacerlo poniéndonos en el lugar del individuo que representa al grupo y preguntándonos qué
combinación de bienes sociales primarios sería racional que prefiriese. El objetivo es remplazar los juicios
morales.
Otra dificultad es la siguiente: podría objetarse que las expectativas no se deberían definir, en modo alguno, como
un índice de bienes primarios, sino más bien como las satisfacciones que se esperan para cuando se ejecuten los
planes usando estos bienes.
Todos tienen asegurada una libertad igual para llevar a cabo el plan de vida que les agrade, en tanto no viole las
exigencias de la justicia. Los hombres participan en los bienes primarios según el principio de que algunos pueden
tener más si adquieren estos bienes de modo que mejore la situación de aquellos que tienen menos.
Las cosas resultan de acuerdo con los principios que se elegirían en la posición original. Así, en esta concepción
de la justicia social, las expectativas se definen como el índice de bienes primarios que un hombre representativo
puede razonablemente esperar. Las perspectivas de una persona mejoran cuando puede prever una colección
preferida de estos bienes.
Al aplicar los dos principios de justicia a la estructura básica de la sociedad, se adopta la posición de ciertos
individuos representativos y se considera cómo ven el sistema social.
las desigualdades sociales y económicas deben ir en interés de los representativos en todas las posiciones sociales
pertinentes.
No podemos exponer una teoría coherente y manejable si hemos de dar cuenta de tal multiplicidad de posiciones;
sería imposible juzgar tantas demandas competitivas. Por lo tanto, necesitamos identificar ciertas posiciones como
más básicas que otras y como capaces de proporcionar un punto de vista apropiado para juzgar el sistema social.
Así, pues, la selección de estas posiciones se convierte en una parte de la teoría de la justicia. ¿Con base en qué
principio habrá, pues, que identificarlas?
Para responder a esta pregunta debemos tener presente el problema fundamental de la justicia y la manera en que
los dos principios lo abordan.
El objeto primario de la justicia, como se ha subrayado, es la estructura básica de la sociedad.
Esta estructura favorece algunas posiciones iniciales frente a otras en la división de los beneficios de la
cooperación social. Así las posiciones sociales pertinentes son, por así decirlo, las posiciones iniciales
debidamente generalizadas y acumuladas.
Esencialmente, cada persona tiene dos posiciones pertinentes: la de igual ciudadanía y la definida por el lugar que
ocupa en la distribución de ingresos y de riqueza
Principio de interés común Conforme a este principio las instituciones se jerarquizan según el grado de eficacia
con el que garantizan las condiciones necesarias para que todos promuevan igualmente sus fines, o según el grado
de eficiencia con que promueven los fines compartidos que igualmente benefician a todos. La dificultad más seria
es la de cómo definir al grupo menos afortunado.
Menos aventajados aquellos que son los menos favorecidos por cada una de las tres clases principales de
contingencias. Siendo así, el grupo incluirá a las personas cuyo origen familiar y de clase es más desventajoso que
el de otros, a quienes sus dotes naturales (realizadas) les permiten vivir menos bien, y aquellos a quienes en el
curso de su vida la suerte y la fortuna les resultaron adversas; todo ello dentro del ámbito normal y con las
medidas apropiadas basadas en los bienes sociales primarios.
El primer problema de la justicia alude a las relaciones entre quienes, en la vida diaria, son participantes plenos y
activos en la sociedad, estando directa o indirectamente asociados toda su vida. De este modo, el principio de la
diferencia ha de aplicarse a los ciudadanos involucrados en la cooperación social, y si el principio fracasara, en
este caso, parece que fracasaría en todos.
La teoría de la justicia como imparcialidad juzga entonces al sistema social, en la medida de lo posible, desde
la posición de la igualdad en la ciudadanía y de los diversos niveles de ingreso y riqueza. –Ejemplo: existen
derechos básicos desiguales fundados en características naturales fijas, estas desigualdades determinarán
posiciones pertinentes. Dado que estas características no pueden ser modificadas, las posiciones que definen
contarán como lugares iniciales en la estructura básica. Las distinciones basadas en el sexo son de este tipo, así
como las que dependen de la raza y la cultura.
Condiciones análogas se aplican para la justificación del sistema de castas, o de las desigualdades étnicas y
raciales.
Tales desigualdades multiplican las posiciones pertinentes y complican la aplicación de los dos principios. Por
otro lado, estas desigualdades rara vez o nunca producen ventajas, para los menos favorecidos, y por tanto, en una
sociedad justa, normalmente bastará el menor número de posiciones pertinentes.
Las posiciones sociales correspondientes especifican, entonces, el punto de vista general desde el cual habrán de
aplicarse los dos principios de justicia a la estructura básica. De este modo, se toman en cuenta los intereses de
todos, ya que cada persona es un ciudadano igual y todos tienen un lu- gar en la distribución del ingreso y la
riqueza o en las diversas características naturales fijas sobre las que se basan las distinciones.
La tendencia a la Igualdad
Se explicará el sentido en que los dos principios expresan una concepción igualitaria de la justicia. Así mismo, se
objetará de que el principio de la justa igualdad de oportunidades conduce a una endurecida sociedad
meritocrática.
Primeramente podemos observar que el principio de diferencia da algún valor a las consideraciones
particularizadas por el principio de compensación.
Principio de CompensaciónEste principio afirma que las desigualdades inmerecidas requieren una
compensación; y dado que las desigualdades de nacimiento y de dotes naturales son inmerecidas, habrán de ser
compensadas de algún modo.
Así, el principio sostiene que con objeto de tratar igualmente a todas las personas y de proporcionar una auténtica
igualdad de oportunidades, la sociedad tendrá que dar mayor atención a quienes tienen menos dones naturales y a
quienes han nacido en las posiciones sociales menos favorables. La idea es compensar las desventajas
contingentes en dirección hacia la igualdad.
El principio de diferencia asignaría recursos, digamos en la educación, de modo que mejoraría las expectativas a
largo plazo de los menos favorecidos. Si este fin se alcanza dando más atención a los mejor dotados, entonces, es
permisible, pero de otra manera no lo es.
Así, aunque el principio de diferencia no sea igual al de compensación, alcanza algunos de los objetivos de este
último. Transforma de tal modo los fines de la estructura básica que el esquema total de las instituciones no sub-
raya ya la eficiencia social y los valores tecnocráticos.
El principio de diferencia representa, en efecto, el acuerdo de considerar la distribución de talentos naturales, en
ciertos aspectos, como un acervo común, y de participar en los beneficios de esta distribución, cualesquiera que
sean. Aquellos que han sido favorecidos por la naturaleza, quienesquiera que sean, pueden obtener provecho de su
buena suerte sólo en la medida en que mejoren la situación de los no favorecidos.
Los favorecidos por la naturaleza no podrán obtener ganancia por el mero hecho de estar más dotados, sino
solamente para cubrir los costos de su entrenamiento y educación y para usar sus dones de manera que también
ayuden a los menos afortunados. Nadie merece una mayor capacidad natural ni tampoco un lugar inicial más
favorable en la sociedad. Sin embargo, esto no es razón, por supuesto, para eliminar estas distinciones. Hay otra
manera de hacerles frente. Más bien, lo que es posible es configurar la estructura básica de modo tal que estas
contingencias funcionen en favor de los menos afortunados.
La distribución natural no es ni justa ni injusta, como tampoco es injusto que las personas nazcan en una
determina- da posición social. Éstos son hechos meramente naturales. Lo que puede ser justo o injusto es el modo
en que las instituciones actúan respecto a estos hechos. Al formar sus instituciones deciden aprovechar los
accidentes de la naturaleza y las circunstancias sociales sólo cuando el hacerlo sea para el beneficio común.
Un punto ulterior es que el principio de diferencia expresa una concepción de reciprocidad. Es un principio de
beneficio mutuo. A primera vista pudiera parecer, sin embargo, que estuviese inequitativamente predispuesto en
pro de los menos favorecidos.
Es, pues, incorrecto que los individuos con mayores dones naturales tengan derecho a un esquema cooperativo
que les permita obtener aún más beneficios en formas que no contribuyan al beneficio de los demás.
La noción de mérito no puede aplicarse aquí. Cierto es que los más aventajados tienen un derecho a sus dones
naturales al igual que lo tiene cualquier otro; este derecho está comprendido por el primer principio, precisamente
por la libertad básica que protege la integridad de la persona. Así, los más aventajados tienen derecho a todo
aquello que puedan adquirir conforme a las reglas de un sistema equitativo de cooperación social. Nuestro
problema es cómo habrá de diseñarse este esquema que es la estructura básica de la sociedad.
Una sociedad debería tratar de evitar el área en la cual las contribuciones marginales de los mejor situados son
negativas para el bienestar de los menos favorecidos.
Principio de Fraternidad Un mérito adicional del principio de diferencia es que ofrece una interpretación del
principio de fraternidad. En comparación con la libertad y la igualdad, la idea de la fraternidad ha tenido un lugar
menos importante dentro de la teoría democrática.
Se ha pensado que no es un concepto específicamente político y que por sí mismo no define ninguno de los
derechos democráticos, sino que más bien transmite ciertas actitudes teóricas y formas de conducta sin las cuales
perderíamos de vista los valores expresados por estos derechos. O, se sostiene que la fraternidad representa cierta
igualdad en la estimación social que se manifiesta en diversas convenciones públicas y en la ausencia de hábitos
de diferencia.
Sin embargo, el principio de diferencia parece corresponder al significado natural de fraternidad: a saber, a la
idea de no querer tener mayores ventajas a menos que esto sea en beneficio de quienes están peor situados.
En general, los miembros de una familia no desean beneficiarse a menos que puedan hacerlo de manera que
promuevan el interés del resto. Ahora bien, el querer actuar según el principio de diferencia tiene precisamente
esta consecuencia. Aquellos que se encuentran en mejores circunstancias están dispuestos a tener mayores
ventajas únicamente bajo un esquema según el cual esto funcione para beneficio de los menos afortunados.
A veces se piensa que el ideal de fraternidad abarca lazos sentimentales que resulta irreal esperar que se den entre
los miembros de la sociedad, lo cual es seguramente una razón adicional para el relativo descuido con el que se le
ha tratado en la teoría democrática.
El principio de fraternidad resulta una pauta perfectamente realizable. Una vez aceptado, podemos asociar las
tradicionales ideas de libertad, igualdad y fraternidad con la interpretación democrática de los dos principios del
siguiente modo: la libertad corresponde al primer principio, la igualdad a la idea de igualdad en el primer
principio junto con la justa igualdad de oportunidades, y la fraternidad al principio de diferencia.
A la luz de las observaciones precedentes parece evidente que la interpretación democrática de los dos principios
no conducirá a una sociedad meritocrática.
La igualdad de oportunidades significa tener la misma oportunidad de dejar atrás a los menos afortunados en la
lucha personal por alcanzar influencia y posición social.
Así, una sociedad meritocrática constituye un peligro para otras interpretaciones de los principios de justicia,
aunque no lo es para la concepción democrática, ya que, como lo acabamos de ver, el principio de diferencia
transforma, de manera fundamental, los objetivos de la sociedad.
Hasta ahora se ha supuesto que la distribución de los dones naturales es un hecho de la naturaleza, sin hacer
ningún intento por cambiarlo y ni siquiera por tomarlo en cuenta. Sin embargo, en alguna medida esta distribución
es susceptible de verse afectada por el sistema social.
Es obvio, sin embargo, que tendrán que escogerse también principios de otro tipo, ya que una teoría completa de
lo justo incluye también principios para las personas.
De hecho, se necesitan además principios para el derecho internacional y, por supuesto, reglas de prioridad que
asignen valores en caso de conflicto entre principios. En esta sección y en la siguiente se explicará el significado
de varios de esos principios.
Primero tendrá que haber un acuerdo acerca de los principios para la estructura básica de la sociedad, después
sobre los principios para los individuos, seguidos de los relativos al derecho internacional. Por último, se
adoptarán las reglas de prioridad Lo importante es que los diversos principios se adopten en una secuencia
definida.
Las obligaciones y deberes de una persona presuponen una concepción moral de las instituciones y, por tanto, que
el contenido de las instituciones justas tendrá que ser definido antes de establecer las exigencias para los
individuos.
Además de los principios para las instituciones deberá haber un acuerdo sobre los principios para nociones tales
como equidad y fidelidad, respeto mutuo y beneficencia, tal como se aplican a los individuos, y también sobre los
principios para la conducta de los Estados. La idea intuitiva es ésta: el concepto de que algo es justo, equitativo o
beneficioso, puede ser remplazado por el de estar de acuerdo con los principios que en la situación original serían
reconocidos como los aplicables a asuntos de su clase.
Por el contrario, la noción más amplia de justicia como imparcialidad ha de ser entendida como un remplazo de
las concepciones existentes. La justicia como imparcialidad y lo justo como imparcialidad proporcionan una
definición o explicación de los conceptos de la justicia y de lo justo.
Principio de Imparcialidad El autor explicará ahora uno de los principios que se aplican a los individuos: el
principio de imparcialidad. Tratará de usar este principio para dar cuenta de todas las exigencias que son
obligaciones y además son distintas de los deberes naturales.
El principio mantiene que a una persona debe exigírsele que cumpla con su papel y como lo definen las reglas de
una institución, sólo si se satisfacen dos condiciones:
1. Que la institución sea justa (o equitativa), esto es, que satisfaga los dos principios de la justicia;
2. Que se acepten voluntariamente los beneficios del acuerdo o que se saque provecho de las oportunidades
que ofrece para promover los propios intereses.
No está permitido obtener ganancias del trabajo cooperativo de los demás sin haber cumplido con nuestra parte
proporcional. Así, si estos acuerdos son justos, cada persona recibe una porción equitativa cuando todos cumplen
con su parte.
Ahora bien, por definición las exigencias especificadas por el principio de imparcialidad son las obligaciones.
Todas las obligaciones nacen de ese modo. Sin embargo, es importante advertir que el principio de
imparcialidad tiene dos partes;
1. la primera establece que las instituciones o prácticas en cuestión tienen que ser justas.
2. La segunda caracteriza los actos voluntarios requeridos.
La primera parte formula las condiciones necesarias para que estos actos voluntarios den origen a obligaciones.
Conforme al principio de imparcialidad no es posible estar obligado por instituciones injustas o, en todo caso, por
instituciones que excedan los límites de la injusticia tolerable. formas de gobierno autocráticas y arbitrarias.
Existen varios rasgos característicos de las obligaciones que las distinguen de otras exigencias morales. Entre
otras cosas, surgen como resultado de nuestros actos voluntarios: estos actos pueden consistir en compromisos
expresos o tácitos, tales como los contratos y las promesas; pero pueden no serlo, como en el caso de la
aceptación de beneficios.
Además, el contenido de las obligaciones está siempre definido por una institución o práctica cuyas reglas
especifican lo que se debe hacer. Y, por último, las obligaciones se dan normalmente frente a individuos
definidos, es decir, aquellos que cooperan conjuntamente para mantener el acuerdo en cuestión.
Obligado a hacerlo por el principio de imparcialidad cuando uno ocupa un puesto público está obligado ante
sus conciudadanos, cuya confianza ha buscado y con quienes está cooperando en la tarea de poner en marcha una
sociedad democrática.
Igualmente, asumimos responsabilidades al contraer matrimonio, así como cuando aceptamos puestos con
autoridad judicial, administrativa o de otra clase.
El autor considera que todas estas obligaciones están cubiertas por el principio de imparcialidad. Existen, sin
embargo, dos casos importantes que son algo problemáticos: el de la obligación política tal y como se aplica al
ciudadano medio, más que a quienes desempeñan un cargo, y la obligación de mantener las promesas. No cree
que exista, estrictamente hablan- do, una obligación política para los ciudadanos en general.