La Contrición Perfecta

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LA CONTRICIÓN PERFECTA

Una gracia siempre a nuestro alcance

Quien tenga la desgracia de cometer un pecado mortal, y esté


imposibilitado de confesarse en seguida, tendrá siempre un precioso
recurso para reconciliarse sin demora con Dios.
En su infinita misericordia, Dios pone a disposición de sus hijos para su
santificación, una inconmensurable cantidad de dones y gracias. Algunos
de estos favores divinos, Él los dispensa a cualquier fiel. Otros, sin
embargo, en su sabiduría, el Creador los reserva para algunas almas
elegidas.
Es el caso del don de la profecía, del de hacer milagros y de tantos otros,
concedidos solo en determinadas circunstancias, de acuerdo con las
necesidades de la Santa Iglesia. Algunos piensan que a esta categoría
especial de dones pertenece la gracia de la contrición perfecta. Esto no es
real. Muy al contrario, esta gracia está siempre al alcance de todos los
fieles, sin ninguna excepción. Más aún, ella es de fundamental
importancia en la vida espiritual de todo bautizado.
Entre los libros que tratan del tema, se destaca el del Padre Johann von
den Driesch, titulado La Contrición Perfecta - una llave de oro para el cielo.
En él, ese fervoroso sacerdote de la arquidiócesis de Colonia expone la
doctrina católica al respecto, con la claridad del buen pedagogo y el ardor
del apóstol empeñado en la salvación de las almas. [1]
Elementos de la contrición auténtica
La contrición -o arrepentimiento- es el dolor de alma que la persona
siente por haber pecado; este dolor solo es verdadero cuando el pecador
detesta la mala acción practicada y tiene el propósito de no pecar más.
Por ejemplo, si un ladrón se dice arrepentido de un robo cometido, pero
no tiene horror al crimen en sí, ni hace el propósito de corregirse, no se
puede afirmar que esté contrito.
Para ser auténtica, la contrición precisa ser interna, o sea, provenir de
hecho del alma, no puede reducirse a meras palabras pronunciadas sin
reflexión. Debe también ser general, esto es, abarcar todos los pecados, al
menos todos los pecados mortales. Es necesario, por último, que ella sea
sobrenatural, quiere decir, que tenga por base alguna verdad de la Fe: el
temor de Dios que tiene el derecho de ser obedecido, el amor de Dios que
nos ama, el deseo del Cielo, el miedo del infierno, etc.
Si alguien asalta un banco y después se arrepiente porque está en riesgo
de ser preso, eso no es contrición perfecta, pues se basa en motivos
meramente naturales. La esencia de la contrición perfecta: la voluntad de
alejarse del pecado.
Como arriba dijimos, la gracia del arrepentimiento está al alcance de
todos. Para obtenerla, basta manifestar a Dios con sinceridad de alma su
pesar por haberlo ofendido y el firme propósito de no volver a pecar.
"La esencia de la contrición está en el alma, en la voluntad de alejarse de
verdad del pecado y convertirse a Dios", afirma el Padre Johann von den
Driesch.
Contrición perfecta e imperfecta La contrición de un pecador puede ser
perfecta o imperfecta, dependiendo de los motivos que lo lleven a tenerla.
La contrición perfecta procede del amor: el pecador se arrepiente por el
hecho de haber ofendido a Dios, infinitamente bueno y digno de ser
amado sobre todas las cosas. Imperfecta es la contrición que viene del
temor: la persona aborrece el pecado por el miedo de perder el Cielo y ser
lanzada al infierno.
¿Por qué es llamada imperfecta? Porque en ella el pecador lleva en
consideración principalmente a sí mismo, y no a Dios.
Veamos un bellísimo ejemplo de contrición perfecta, sacado del Evangelio.
En el patio de la casa del sumo sacerdote Caifás, San Pedro negó tres
veces a Jesús. En seguida, salió y "lloró amargamente" (Mt 26, 75).
¿Por qué lloró San Pedro? Si fuese por el hecho de pasar vergüenza
delante de los otros Apóstoles, sería un dolor meramente natural, no
existiría verdadera contrición. Si fuese por miedo de ser excluido del Reino
de Cristo, él tendría una contrición auténtica, pero imperfecta.
Él lloró, sin embargo, por un motivo muy elevado, como dice el Padre von
den Driesch: "Pedro se arrepiente y llora, antes que nada, porque ofendió
a su amado Maestro, tan bueno, tan santo, tan digno de ser amado [...].
Tiene, pues, verdadera y perfecta contrición".
Los Evangelios nos narran un magnífico ejemplo más de contrición
perfecta: el de la pecadora que se postra a los pies de Jesús, los baña con
sus lágrimas, los seca con sus cabellos, los besa y, por último, los unge con
perfumes. Y el Divino Maestro declara que "sus numerosos pecados le
fueron perdonados, porque ella mucho amó" (Lc 7, 47).

Contrición perfecta y Confesión


Que por la contrición perfecta el pecador obtiene el perdón de sus
pecados incluso antes de confesarse, es doctrina afirmada en el Concilio
de Trento (14ª sesión, cap. 4). Entretanto, advierte el mismo Concilio, ella
no dispensa al pecador de la necesidad de acusarse de todos sus pecados
mortales en el Sacramento de la Confesión y de recibir la absolución del
ministro de Dios. De modo que en el propio acto de contrición perfecta
debe estar incluido el propósito de confesarse. [2] ¿Cuánto tiempo
después? Es por lo menos muy aconsejable confesarse apenas sea posible.
"¡Pero es tan difícil tener contrición perfecta!" - podrá alguien pensar.
¡Puro engaño! Para darnos esta gracia, Dios exige de nosotros una actitud
bien a nuestro alcance: la desea realmente y la pide con insistencia.
El Padre Johann von den Driesch sugiere, entre otras, esta corta oración:
"Señor, dadme la gracia del perfecto arrepentimiento, de la perfecta
contrición de mis pecados".
A quien así pide, con buena voluntad y de corazón sincero, Dios no dejará
de atender.
Efectos de la contrición perfecta
Son maravillosos los efectos y beneficios que la contrición perfecta nos
obtiene. A quien es pecador, ella perdona inmediatamente los pecados
cometidos, devolviéndole la gracia santificante por la cual él vuelve a ser
hijo de Dios, librándolo de las penas del infierno y restituyéndole los
méritos perdidos.
Se diría, entonces, que la contrición perfecta beneficia solo a quien
cometió pecado mortal. No es verdad, pues ella robustece el estado de
gracia en aquellos que no lo perdieron. Cada acto de contrición perfecta
aumenta el grado de la gracia santificante en nuestra alma, ¡tornándola
más hermosa a los ojos de Dios!
He aquí, lector, un inmenso don que Dios dejó a nuestro alcance. Sepamos
aprovechar bien esta dádiva celestial, buscando hacer diariamente
muchos actos de contrición perfecta. Pues, más allá de los beneficios
enumerados arriba, quien se habitúa a hacerlos con frecuencia los
repetirá, por así decir, instintivamente en la hora de la muerte.
Por tanto, una práctica benéfica también en los casos de pecados veniales,
o incluso referente a las imperfecciones.
¡Sepamos aprovechar la inmensa bondad del Creador que nos da esta
misericordiosa oportunidad de presentarnos delante de Él enteramente
limpios de pecado!

GAUDIUM PRESS 09-06-2011

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