Citas Tomadas de J.R. Ribeyro
Citas Tomadas de J.R. Ribeyro
Citas Tomadas de J.R. Ribeyro
Ribeyro
1º de abril
La felicidad consiste en la pérdida de la conciencia. Los estados de éxtasis que producen el amor, la
religión, el arte, al desligarnos de nuestra propia conciencia reflexiva, nos aproximan a la felicidad
absoluta. La conciencia: horrible enfermedad que le ha sobrevenido al género humano. ¿La suprema
felicidad la constituye la muerte? Conclusión ilógica. El hombre necesita de la conciencia para
darse cuenta de que ha carecido de ella, vale decir para comprender que ha sido feliz. Necesitamos
tener conciencia de nuestra felicidad para que ésta tenga alguna significación. Pero apenas nos
percatamos de nuestra felicidad ésta desaparece, pues el solo pensar en ella es como un conjuro que
desvanece su presencia. La contradicción es irresoluble. Conciencia y felicidad se excluyen y sin
embargo no pueden comprenderse la una sin la otra.
26 de junio
La proposición que me hace Alberto Escobar de publicar una colección de mis cuentos en Losada o
en alguna editorial limeña es bastante seductora pero la considero por el momento impracticable. La
última relectura que he hecho de mis cuentos ha sido un poco desalentadora. Yo quisiera que mi
primer libro fuera invulnerable y no una de tantas y anodinas publicaciones. Para ello tengo que
trabajar con ahínco. Debo liberarme de la vieja retórica, buscar la simplicidad, la expresión directa,
combinar la cotidianidad de los temas con el interñes de la anécdota, el esquematismo del estilo con
el buen gusto literario. […]
Aún tengo tiempo. Los treinta años serán mi punto de referencia. Si a esa edad no me encuentro en
condiciones de publicar algo duradero, podré reconocer que me he engañado lamentablemente
sobre mi vocación y que es tiempo de cambiar de oficio. Mientras tanto esperemos sin perder la
esperanza.
5 de octubre
Tengo la impresión de que “Los gallinazos sin plumas” es el mejor cuento que he escrito hasta
ahora. Tal vez “Mientras arde la vela” sea más redondo, técnicamente más acabado, pero no tiene la
vitalidad ni la fuerza del otro. Facilidad con que puedo sentir un estado de ánimo ajeno, de la forma
como me posesiono de mis personajes o, en otras palabras, de la forma como ellos me poseen.
Frente a mí, en el café Petit Cluny donde escribía, había un espejo. Me sorprendí haciendo muecas
de cólera, de asco, de frío, según el curso de lo que escribía. Los mozos me miraban. […] La
potencia creadora reside, creo, en la capacidad de impresionarse con estímulos imaginarios.
3 de noviembre
Pienso obstinadamente en C. Recuerdo cada uno de sus gestos, de sus palabras, de sus vestidos. La
frecuentación de los amigos, de los libros, del vino, todo me conduce ciegamente a ella. Es en las
noches, sobre todo, cuando vea la enorme cama vacía, cuando aparto las sábanas blancas, el
momento más doloroso. He pensado regresar a Lima en el próximo barco, recibirme de abogado,
trabajar fieramente, ganar dinero, posibilitar mi matrimonio. Esta vida de eternos aplazamientos
carece de sentido. No creo que mi felicidad resida en el estudio, ni en la formación interior, ni en la
creación literaria. Para todo eso tendré tiempo más tarde. El amor y la juventud, en cambio, son
fugaces y debo asirlos desesperadamente antes que se reduzcan a mera invocación.
18 de diciembre
Me pregunto a veces por qué no nos es permitido hacer un alto para girar y penetrar en nuestro
pasado.
21 de diciembre
Cada vez tengo más dudas acerca del éxito que pueda tener mi volúmen de cuentos en Lima. […]
Mi primera preocupación ha sido el de mantener la unidad del conjunto. Lo que yo he visto de más
tocante y significativo en nuestro pueblo, he tratado de animarlo, de infundirle vida y movimiento.
La visión resulta al final un poco miserable, pero exacta y verosímil. Mi segunda preocupación ha
sido la de la exactitud psicológica. En realidad, los hechos me interesan poco en sí. Me interesa más
la presión de los hechos sobre las personas, […] la historia psicológica de las decisiones humanas.
Mi tercera preocupación ha sido vigilar el estilo y mantener cierto nivel de gusto literario. Creo y
seguiré creyendo que la duración de una obra reside en gran parte en sus cualidades estrictamente
literarias: el estilo, las metáforas, la armonía de la frase y de la construcción, elementos en suma
sensoriales, sensuales, que muchos escritores negligen.
Una última observación: mi concepción técnica de considerar el cuento como una unidad de tiempo,
lugar y acción. Esto tiene por objeto evitar la dispersión del relato y lograr una especie de
“condensación dramática”. Pero esto es discutible en fin y no me siento muy convencido para
defenderlo.
28 de diciembre
Impresión de que cada vez escribo peor. He perdido fuerza y audacia. A veces pienso que “El hijo
del montonero” (1946) fue lo mejor que he hecho en toda mi vida.
MADRID
5 de julio de 1955
El gran secreto de mi fuerza moral reside en haber sabido sobrellevar, hasta el momento, con
paciencia mi amargura.
23 de noviembre
[…] Mi espíritu se asemeja a un carrusel al cual debo subir al vuelo. Su velocidad me lo impide y
de tanto esperar pierdo la paciencia. Esto me demuestra hasta qué punto yo no me identifico con
mis ideas. Ellas están al lado y para tener acceso a su recinto debo actuar con celeridad, con
audacia, casi como un ladrón. Este desdoblamiento entre lo que podría llamarse los instrumentos y
la materia de mi inteligencia cada día se acentúa más. Entreveo una grave crisis, desde mi capacidad
de análisis, sin un objeto sobre el cual encarnizarse, terminará devorándose a sí misma. Análisis a la
segunda potencia.
La relectura del relato de Carlos Zavaleta “Los Ingar” me ha estusiasmado. Ninguna inteligencia,
ninguna fineza, pero qué sentido del movimiento, qué vigor, qué habilidad para mantener la tensión
del relato sin una sola caída. Él representa lo que podría llamarse “la poesía de la violencia”.
7 de diciembre
Durante una hora he pasado revista a mi vida, a partir de la época en que terminé el colegio. Este
mes se cumplen diez años desde que abandoné para siempre mi extraña, a veces penosa, vida de
escolar. Lo que más me ha sorprendido es el poco sentido que tengo de la continuidad de mi vida,
en otras palabras, de la identidad de mi persona. Todas las escenas evocadas me han servido para
comprobar hasta qué punto mi existencia ha sido incoherente—aún lo es--, sinuosa, sin un derrotero
marcado, sin un ideal preciso. Estudios, lecturas, viajes, aventuras, me han sucedido, yo no los he
buscado. Me veo siempre distinto de mí mismo, sea caminando por Madrid, por Londres…
Entregado al instante, sin conciencia del porvenir, sin gratitud por el pasado, me da la impresión de
que nazco cada mañana y me desvanezco en cada anochecer. ¿Qué relación hay entre el hombre que
ahora escribe una absurda novela (Crónica de San Gabriel), con el que en París veía a C. sobre el
Pont de Grenelle o con el que dormía en los baños turcos cerca de Trafalgar Square o con el que
bebía manzanilla y cortejaba a una corista en el barrio de Argüelles?
A la postre, todo me resulta igual, regresar o no regresar al Perú, llegar a ser o no un gran escritor,
casarme o permanecer soltero. Soy incapaz de tomar una decisión porque me es imposible
establecer una jerarquía entre mis deseos. Me gusta improvisar tanto mis ideas como mis
sentimientos y mis aspiraciones.
Abulia, desilusión, pereza, todo esto unido a una invencible necesidad de ser golpeado, estrellado
contra el mundo. No es la amenaza, es sólo el dolor o el daño lo único que puede arrancarme de mi
estado de infusorio. La pasión es para mí palabra muerta.
PARÍS, 31 de diciembre
Al regresar [del cine] me pareció descubrir una nueva causa de mi desorden: la imposibilidad de
establecer una jerarquía entre mis placeres. Tan pronto me dejo dominar por unos como por otros.
Renuncio a veces a una corbata para comprarme un libro, luego a un libro por una botella de vino,
más tarde a la botella de vino por una mujer, finalmente a una mujer por un cuento. Ninguna
mañana sé cómo gastaré mi jornal ni mi jornada.
8 de marzo de 1957
Bajo los efectos de la emoción, de la hipnosis absoluta luego de un cuarto de hora de conversación
con Solange. Ninguna inteligencia, ninguna sensualidad, nada que pueda compararse a mis últimas
experiencias. Lengua trabada, sensación de vértigo inminente.
AMBERES, 20 de julio
Lectura de Proust. Por coincidencia À l’ombre des jeunes filles en fleur. Lo que me gusta de Proust
–más que su vocabulario, que sus figuras sorprendentes, que su análisis llevado al paroxismo—son
sus frases o, en otros términos, la densidad de sus oraciones que no se sabe nunca dónde y cómo
van a terminar. En Proust, como en Du Bos, la oración larga que se diversifica y se complica en el
curso de su crecimiento—como las ramas de un árbol—es el signo de la inteligencia dinámica, de
una ebullición de ideas a las cuales el autor no se resigna a renunciar y de un dominio perfecto de la
improvisación.
24 de julio
[…] En este olvido pasajero [de Mimí] debe haber influido la mujer que hace tres días come en el
restaurante de la fábrica Gevaert, en la mesa de al lado y con la cual he cambiado esas miradas de
curiosidad, csi de reconocimiento, que denotan cierta afinidad de temperamento y prometen una
amistad virtual. Miradas inútiles, amistad sin esperanza, pues la mujer parte el sábado Dios sabe
dónde. En esta mujer se reúnen una serie de elementos pertenecientes a diferentes rostros familiares
que siempre he admirado. Pero esto es largo de explicar. Vano, además. Lo único interesante es la
incomodidad, la penetrante tristeza que me producen sus ojos líquidos cada vez que (entre las
cabezas, los brazos que accionan, las sirvientas que pasan) los veo llegar directa, infaliblemente a
mí.
3 de agosto
[…] La verdad es que comienzo a preocuparme.
No es tanto la falta de tiempo, de ideas, ni de entusiasmo. Es una crisis de otro orden y donde veo
una influencia hasta cierto punto nefasta de Valéry: la concepción de un estilo geométrico,
transparente y precioso, la necesidad de decir cosas inteligentes y decirlas de la única manera como
pueden ser dichas. En resumen: el sacrificio de la fuerza a la lucidez. [...]
En un escritor de mi naturaleza que necesita trabajar con situaciones dramáticas, con personas en
movimiento, valdría más un estilo simple y activo, exento de sutilezas, un estilo de narrador. Si
Valery no escribió novelas no fue seguramente por falta de argumentos sino por resistencia a la
escritura de esas frases banales que constituyen el cuerpo de una narración: “avanzó resueltamente
hacia la esquina”, “pidió una cerveza y un paquete de cigarrillos”, etc. Ésa es la misma resistencia
que cada día se acentúa en mí, de modo que cuando debo narrar un hecho con frases banales
renuncio a la narración del hecho por escribir una frase redonda que lo resume. La diferencia: el
hecho narrado con frases banales es un cuento. La frase redonda es una frase.
FRANCFORT, 6 de abril
Escribir no es un acto continuo. Generalmente va acompañado de largos intervalos de distracción
durante los cuales se hacen dibujitos al margen del papel, se enciende un cigarrillo, se mira por la
ventana, se piensa en cosas que no tienen nada que ver con la literatura.
Pero todas estas pausas han sido importantes porque ellas forman parte del tiempo de la creación.
Creación y escritura son dos actos diferentes, entre los cuales no existe una relación de necesidad
sino una relación convencional. La verdadera creación se efectúa en el nivel de la inteligencia pura
y la escritura no es sino el signo que la transporta al mundo sensible, le da fijeza y curso obligatorio.
La escritura es el signo visible y universal de un proceso invisible y personal. Un gran creador es
aquel que ha encontrado el correlato perceptible de su proceso interior.
Pero este fenómeno no es tan simple. Entre creación y escritura hay interdependencia. En la
mayoría de los casos la escritura no es sólo la traducción simbólica de la creación, sino que a su vez
opera sobre ella, hasta el punto de convertirla en una consecuencia de la escritura. Las nociones de
ritmo, de consonancia, de armonía, de aliteración, reactúan desde el plano del signo y condicionan
la marcha de la creación. Cuando este condicionamiento se convierte en predominio caemos en lo
que se llama formalismo. (Revisar.)
7 de abril
Escribo porque el placer que me produce el acto de escribir es de una calidad tan especial que no
puedo compararlo con ningún otro que pueda ofrecerme la vida. Bien entendido, no se trata de un
placer físico, y justamente lo que no sé es en qué plano de nuestra sensibilidad se da este placer.
Biológicamente, escribir me daña: fumo demasiado, muchas veces bebo, se me entumecen los
dedos, me arden los músculos del cuello, y siento todos los síntomas de una tortura. Pero todo esto
va acompañado paralelamente de un gozo tan singular que podría hablarse casi de un caso de
masoquismo si es que no fuera más justo invocar el ejemplo de los místicos que se disciplinan.
Lejos de mí sin embargo darle al acto de escribir un carácter sacral o religioso. Pero sí sostengo que
escribir es una inmolación consciente y razonada que el escritor—el verdadero—hace de su tiempo,
de su salud, de sus intereses materiales, de su vida, en suma, para crear un orden de palabras que lo
satisfaga. ¿Qué es escribir si no inventar un autor a la medida de nuestro gusto?
23 de febrero de 1959
Hay demasiada lógica, demasiado raciocinio, demasiada claridad, demasiado orden, demasiada
psicología [en lo que escribo]. Todo aquello lo hicieron los franceses hace cien años. Explico e
interpreto los hechos en lugar de presentarlos en su violenta confusión. Por ello es que incurro en el
uso fatigante de un lenguaje abstracto, lenguaje de analista, de sociólogo, de expositor científico, en
lugar de emplear el lenguaje del poeta. Lo peor de todo es que no veo dónde recoger los elementos
de una nueva técnica narrativa. De los franceses no cabe esperar nada. Menos aún de los españoles
y latinoamericanos. Quizás los yanquis puedan ser los únicos que puedan serme útiles. Pero
tampoco tengo mucha fe en las fórmulas importadas. Necesito yo mismo renovar mis recursos
expresivos. Yo que odio el lugar común, veo mi obra plagada de lugares comunes. ¿Cómo evitar, en
efecto, en una obra naturalista y objetiva, expresiones como “montó en cólera”, “volvió la cabeza”,
“no despegó los labios”, etc.? Se necesitaría afrontar la materia literaria desde una perspectuva tan
singular que todos estos lugares comunes quedaran automáticamente excluidos. Tal es el caso del
poeta que al hacer poesía no siente la necesidad de emplear locuciones explicativas o discursivas,
como “en consecuencia”, “por ejemplo”, etc., porque dentro de la tónica de su creación dichas
expresiones no son necesarias. Pero, ¿existe una técnica que apareje el uso de una nueva sintaxis y
de un nuevo vocabulario?
6 de abril
A esta hora—cuatro de la mañana—el mar parece invadir el cielo: todo el aire huele a conchas
marinas a purísima sal, a yodo navegante. Regreso de un largo día en el cual C. ha jugado un rol
estelar. Al amanecer parte para Estados Unidos. Sufrí mucho hace pocas horas y me dije que la vida
se volvía estúpida, perdida esta mujer. Más tranquilo ahora pienso que nada me impide olvidar y
que sería grato empezar una vida distinta, bajo una distinta constelación. Después de todo, esto ya
dura demasiado: hace más de cinco años que la conocí. Es necesario renovarse por ciclos o estar
condenado a morir de tristeza.
7 de mayo
Arte del relato: sensibilidad para percibir las significaciones de las cosas. Si yo digo: “el hombre del
bar era un tipo calvo”, hago una observación banal. Pero puedo también decir: “Todas las calvicies
son desdichadas, pero hay calvicies que inspiran una profunda lástima. Son las calvicies obtenidas
sin gloria, fruto de la rutina y no del placer, como la del hombre que bebía ayer cerveza en el Violín
Gitano. Al verlo, yo me decía: ¡en qué dependencia pública habrá perdido este cristiano sus
cabellos!”
26 de octubre
¿Por qué esta tendencia a huir o evitar lo que me conviene? Ni entre al Ministerio de Relaciones
Exteriores cuando tenía 16 años ni me recibí de abogado, ni hice estudios regulares en Europa—lo
que me representaría estar ahora en San Marcos como profesor full-time—ni perseveré en
Duplotécnica… Ahora, Huamanga me ofrece la oportunidad de reintegrarme a la comunidad, no
sólo desde el punto de vista académico. Aquí puedo no solamente trabajar sino ahorrar y aun hasta
casarme. Hay una candidata lugareña, bastante bonita, quizás la única de toda la ciudad, afortunada
además aunque un poco gris de temperamento, a quien cortejé en un bautizo. Cualquier hombre
razonable echaría aquí el ancla. En mis escasos momentos de pragmatismo me digo: “Es la
oportunidad.” Pero siempre ese horror a las raíces, esa fobia por el sedentarismo. Sé que dentro de
de tres meses me irñe de esta universidad, gastaré mis mil dólares en viajar a Europa, perderé—una
vez más—a esta simpática regnícola. ¿Para qué? Para vagar por el Barrio Latino, sabe Dios en
busca de qué amores, de qué escrituras, de qué recuerdos fantasmales. Mimí me espera, es verdad, y
los hoteles donde viví con C. Pero, ¿qué significa esto desde el punto de vista positivo? Diríase que
busco furiosamente la frustración, el aniquilamiento.
18, 19 o 20 de enero
A veces pienso que podría hacer temblar al mundo desde esta miserable covacha si, liberándome de
todas las ataduras, escribiera brutalmente, como sé que puedo hacerlo. Pero me detiene el pudor, un
exquisito amor por las formas y la cobardía de todos los escritores que sienten imponerse entre ellos
y la vida, una biblioteca y veinte años de lecturas. Sin embargo, llegaré quizás algún día a tal grado
de comprensión que estallarán mis ligamentos y saldrán disparadas las palabras como piedras.
PARÍS, 24 de noviembre
Al final crucé la pista y me encontré en sus brazos. Larga caminata por el Sena. Incredulidad.
Necesidad de observarla, de tocarla. Sólo a la media hora, bebiendo frente a frente un aperitivo en el
Quai Voltaire, supe la verdad: mi sueño de tres años realizado. ¿Por qué?, me pregunto. Como en
mis grandes momentos de felicidad, ando sin apetito, demacrado, enajenado. Pero ayer, cuando
estábamos ya en mi hotel, me cruzó una sombría reflexión: quizás hay besos que llegan demasiado
tarde.
1 de agosto de 1961
El gesto directo, espontáneo, invencible, con que K. alargó la mano sobre la mesa para acariciar mi
recio cabello. Eso vale más que una posesión, que mil posesiones. Aun si no hubiera dormido con
ella me hubiera sentido reconfortado. La caricia, cuando es franca y, si se quiere, cuando está
despojada de todo erotismo, es el presente más bello que puede recibir una persona. Es el
reconocimiento de nuestra condición de “cosas” en el mundo, de cosas acariciables.
Sin fecha
Al escribir trato de narrar algo de lo cual he sido testigo real o imaginario, algo que ocurrió en mi
contorno o que inventé pero me impresionó y que me parece que da una versión subjetiva, tal vez
parcial, pero nunca falsa, de mi realidad, realidad generalmente sombría o inaceptable, que yo trato
de imponer a mis lectores, apasionadamente, para comunicarme con ellos y hacerles compartir mis
predilecciones y mis odios.
S/f
Ayer, en el hotel de Max Braun para acompañarlo a ver sus cuadros. Lo encuestro acostado con una
mujer que no es su esposa. Su mujer en ese momento está posando desnuda en La grande
chaumière. Max se levanta y lo primero que hace es preparar una pipa de haschisch, que fuma con
su amante. Salimos los dos. Largo viaje hasta Colombes, donde sus cuadros están depositados. Me
habla de cosas que me son inaccesibles. Sus cuadros son espléndidos. Decido comprarle uno,
aunque no tengo plata. Regresamos a su hotel. Su amante ya se fue. Su mujer lo espera. Max está
nervioso. Diluye una píldora de heroína en una cucharita y se la inyecta en la vena del brazo
izquierdo, después de ligarse el brazo con la correa de su pantalón. Todo esto mientras conversa con
su mujer y hace bromas conmigo. Me dice que ha tenido cuatro hijos en Nueva York con cuatro
mujeres diferentes, que prepara una exposición en Alemania, que no volverá a pintar hasta que no
descubra nuevos materiales, pues ya el óleo, el gouache, el pastel, etc., no le satisfacen. Encontrar
un material que traduzca las calidades luminosas de ciertos aparatos de física o de ciertos
experimentos de laboratorio. Hablamos por supuesto de la droga. Le cuento mis funestas
experiencias con la marihuana. Naturalmente que se ríe de mí: “En Estados Unidos hay unas
píldoras que sirven para desmayarse.”
S/f
El grave defecto de las novelas de Robbe-Grillet es que est’an escritas no par rapport a la vida sino
par rapport a la literatura. Como sucede con los pintores, los narradores pierden de vista su modelo,
su punto de partida original y tratan de hacer de su obra no el reflejo personal de la realidad sino el
reflejo personal de otros reflejos. La literatura, al igual que la filosof’ia, se va “historizando”. Cada
nuevo escritor coteja su obra con la de los escritores anteriores, no con el mundo. De este modo se
llega a una rarificaci’on de la materia novel’istica, que puede confundirse con el esoterismo. As’i
como es dif’icil comprender a Heidegger si no se conoce a Husserl, a Hegel, etc., al lector corriente
le ser’a dif’icil entender a Robbe-Grillet si no conoce a Kafka o a Proust o a Joyce.
S/f
Mis ‘ultimos cuentos, mi ‘ultima novela se desarrollan en los l’imites de lo factible, quiero decir, en
un terreno insostenible, que ya no vale la pena explorar m’as. En otras palabras, me encuentro en un
impasse y es in’util imitarme o que yo aliente mi imitaci’on. Si mi obra es legible y relativamente
valiosa es porque me ha costado un esfuerzo infinito conseguir una pulsaci’on emotiva sobre
cuerdas gastadas.
S/f
Una novela no es como una flor que crece sino como un cipr’es que se talla. Ella no debe adquirir
su forma a partir de un n’ucleo, de una semilla, por adici’on o floraci’on, sino a partir de un
vol’umen herb’oreo, por corte y sustracci’on.
11 de marzo de 1965
A veces pienso que la literatura es para m’i s’olo una coartada de la que me valgo para librarme del
proceso de la vida Lo que yo llamo mis sacrificios (no ser abogado, ni profesor de la universidad, ni
pol’itico, ni agregado cultural) son tal vez fracasos simulados, imposibilidades. Mi excusa: soy
escritor. Mi relativo ‘exito en este terreno excusa mis torpezas en los otros. Siempre he huido de
toda prueba, de toda confrontaci’on, de toda responsabilidad. Menos de la de escribir. Dir’iase que
llevo la vida a mi terreno, all’i donde no puede darme ninguna sorpresa. Protegido del mundo, de la
gente, solo frente a mi m’aquina de escribir, sin coerciones ni apremios, sin jueces, ni p’ublico, ni
ovaciones ni rechiflas, en la arena solitaria de mi p’agina en blanco, procedo a la mise `a mort de la
vida.
Diciembre
Hay d’ias en que lo ‘unico que pido es que por amor de Dios no me vaya a doler la ‘ulcera. Ya no pido
encontrar buenas noticias en los diarios o en las cartas que recibo o poder escribir algo honorable, ni siquiera
recibir dinero de alg’un lugar, s’olo que se me ahorre ese dolor tenaz, renovado, artero, que en el metro, en la
oficina, en casa o en la calle con amigos, me demacra en pocos segundos y me deprime moralmente hasta la
misantrop’ia. Ese dolor, sin embargo, me autoriza a meditar una vez m’as sobre las ense;anzas del dolor
f’isico y sus efectos, filos’oficos y morales. El dolor f’isico es el gran regulador de nuestras pasiones y
ambiciones. Su presencia neutraliza de inmediato todo otro deseo que no sea la desaparici’on del dolor. Esa
vida que recusamos porque nos parece chata, injusta, mediocre o absurda cobra de inmediato un valor
inapreciable: la aceptamos en bloque, con todos sus defectos, con tal de que se nos d’e sin su forma de vileza
m’as baja que es el dolor. Porque ‘este nos recuerda nuestra m’as miserable condici’on animal: la del perro
atropellado, la de la res en manos del matarife. S’olo cuando se va el dolor nos volvemos exigentes y
empezamos a encontrarle peros a la vida. Pero el dolor regresa.
31 de diciembre
Al caf’e Les Finances entran dos parejas. La muchacha de una de ellas me llama de inmediato la
atenci’on. Acompa;a a un joven esbelto y guapo. Cuando eligen la mesa, ella insiste en que el joven
se siente a su lado. A partir de ese momento no hace otra cosa que dispensarle toda clase de
atenciones. […]
A parte de esto, la muchacha no observa nada, no sabe probablemente d’onde est’a, de qu’e color
son las paredes, qui’enes son los mozos, ni ve al hombre p’alido –yo-- que, comiendo un
chateaubriand, la observa.
Esa chica no est’a en el caf’e. Est’a instalada en su hombre. F’isica, moralmente no vive sino del
cuerpo de su amigo, el menor gesto de ‘el desencadena en ella multitud de reacciones, basta que ‘el
cambie de posici’on para que todo el cuerpo de la muchacha se oriente de acuerdo con ese cambio.
A eso se llama, m’as que amor, enamoramiento. Est’a en la ‘epoca en que uno mata o se suicida por
pasi’on. Pasar’a.
S/f
En el conocimiento que tenemos de la persona hay tres grados: el primero es el de la curiosidad o
simpat’ia; el segundo es el de la reprobaci’on; el tercero el de la excusa. Vi’endolo bien, debemos
terminar por perdonar a todo el mundo. Basta aguzar un poco nuestra comprensi’on para
explic’arnosla, y una vez que esto ocurre, +Qu’e cuentas podemos pedirle? Que nos permita al
menos un ‘angulo por el cual podamos abordarla, un terrain d’entente y basta.
1968
S/f
Alida tiene muchísimas cualidades, pero un defecto: el no saber establecer una diferencia entre lo
esencial y lo accesorio. Todas sus impulsiones vitales y todas sus apetencias se dan en el mismo
nivel. Para ella tiene tanta importancia no ver una sola pelusa en la alfombra como que yo gane el
premio Nobel. Esto está relacionado con su incapacidad para establecer una prioridad entre sus
actividades. Va dejando inconclusa una acción para emprender una intermedia que a su vez es
suplantada por una ocupación parásita. El ejemplo típico: decide coser un vestido y va al ropero
para sacar la máquina de coser, pero nota que la cerradura del ropero está oxidada y va al armario a
sacar aceite, pero en el armario hay una mancha y va a la cocina a buscar el desmanchador, pero en
la cocina la vajilla está sucia y sale a la calle a comprar un detergente, pero en la calle encuentra la
farmacia abierta y decide comprar vitaminas… Cuando sube se ha olvidado del detergente, del traje,
la cerradura, la mancha, la vajilla y se sienta en el sofá a leer los poemas de Apollinaire.
17 de mayo de 1976
Anoche hasta las dos de la ma;ana leyendo las obras asc’eticas de Quevedo. Rescato estos
punzantes y barroqu’isimos p’arrafos sobre su tema preferido:
¡Oh miseria humana, no sólo fugitiva, sino instantánea e envidiosa de algún momento de reposo y
consuelo; que si llegas, te vas; que si pasas, no vuelves; que antes de venir, molestas; venida, huyes,
y pasada no tornas! Vivimos tiempo, sin poder decir cuál antes que se pase, sin poder decir cuánto
antes que se acabe. En un propio instante se vive y se muere. Ninguno puede vivir sin morir, porque
todos vivimos muriendo.
Mi infancio murió irrevocablemente; murió mi niñez, murió mi juventud, murió mi mocedad; ya
también falleció mi edad varonil. Pues, ¿cómo llamo vida una vejez que es sepulcro, donde yo
propio soy entierro de cinco difuntos que he vivido?...
1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el
lector a su vez pueda contarlo.
2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es
inventada, real.
3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.
4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello
junto mejor. Si no logra ninguno de esos efectos no existe como cuento.
5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin ornamentos ni digresiones. Dejemos eso para la
poesía o la novela.
6. El cuento debe sólo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.
7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola,
informe, collage de textos ajenos, ect, siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector
reducirla a su expresión oral.
8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los
obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.
9. En el cuento no deben haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente
imprescindible.
10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea.
Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado.