El Módulo de Revelación
El Módulo de Revelación
El Módulo de Revelación
¡Qué maravilloso contar con la certeza de que Dios quiso y quiere siempre
hablarle al hombre! El testimonio bíblico, conservado en el seno de la comunidad
creyente, aporta esta verdad esencial a la fe. Dios habló y nos sigue hablando en un
espacio y en un tiempo preciso. Para muchos, he aquí un verdadero escándalo.
“El escándalo… de que haya una historia de la revelación, en que Dios mismo abre un camino
señero a los muchos otros de las restantes religiones y, aparecido en carne, lo recorre él mismo.
El escándalo es, si es lícito decirlo así, la categoría histórica de la revelación, no la relación
trascendente con Dios, por la que el hombre se funda en el abismo del misterio inaccesible.” 1
1
K. RAHNER – J. RATZINGER, Revelación y Tradición, Ed. Herder, Barcelona 2005, 13.
2
conoce a través del mismo Dios”.2 El contenido de la revelación es, pues, Dios mismo y
el misterio de su voluntad salvífica. Jesús, su Palabra Encarnada, nos lo muestra de
manera inigualable. Nadie, mejor que Él, nos da a conocer quién es Dios y cuál es su
proyecto para nosotros.
La forma de la revelación es progresiva y siempre mediante palabras y
acontecimientos (Dei Verbum 2.4.14.15). Dios se revela de distintos modos: cuando
habla, cuando crea, cuando realiza signos “milagrosos” (tanto en el cosmos como en la
historia personal o colectiva de su pueblo). También se revela cuando enseña, ya sea
desde la Ley, los profetas o la sabiduría en la antigüedad, como en las bienaventuranzas
o la proclamación del Reino de Dios en el Nuevo Testamento. Sin embargo, así
llegamos a un momento culminante: en su Hijo Jesucristo Dios se autocomunica de una
manera total y perfecta.
La finalidad de esta revelación no es, pues, el conocimiento intelectual de las
verdades divinas, sino la salvación, la amistad con Dios, la participación de su misma
vida divina. Esta finalidad debe ser subrayada. Pues a la hora de comprender la
naturaleza de la revelación, es muy frecuente concebirla -erróneamente- como la
transmisión de “un conjunto de conocimientos” dirigido al intelecto humano. Esta
herencia de la modernidad racionalista, acaba por relegar el papel de Dios a una especie
de maestro de verdades, o bien de juez que vigila el cumplimiento del dogma. De esta
manera, la convicción de un Dios actuante en la historia, capaz de dialogar como “un
amigo lo hace con su amigo” queda reducida a un dato contingente. Dios no da
mensajes intemporales a destinatarios anónimos. Dios dirige personalmente su Palabra a
un interlocutor situado en una cultura e historia vivas: Abraham, Moisés, Josué, Samuel,
David, como a tantos otros y, hoy, a cada uno de nosotros. Toda la historia del Pueblo
de Israel, como asimismo de la Iglesia, nos demuestra que Dios siempre toma la
iniciativa y lo hace para revelarse como Salvador. En definitiva, el hecho de la
revelación es indisociable de esta intervención divina y salvífica.
2
Cfr. S. P IÉ-NINOT, La Teología Fundamental. “Dar razón de la esperanza” (1 Pe 3,15), Secretariado
Trinitario, Salamanca. 20014, 240.
3
Sólo Dios -a diferencia del lenguaje humano- cuando se expresa puede realizar
acabadamente las tres dimensiones que posee toda palabra3:
- Palabra como auto-expresión: como la palabra humana intenta ser la expresión total
de la propia verdad, la palabra divina es perfecta manifestación de la verdad trinitaria.
Con la Encarnación del Hijo, por medio del Espíritu, Dios se dio a conocer íntimamente
y de manera acabada.
Jesucristo ésta presencia de Dios se hace presencia humana: “se hizo hombre y plantó la
tienda entre nosotros” (Jn 1,14). De aquí también el significado del nombre
“Emmanuel”, Dios con nosotros (Mt 1,23 = Is 8,10), que se hace eco en el Resucitado
con sus última palabra: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”
(Mt 28,20).
Esta presencia de Jesús, Palabra del Padre, ahora, se da en diferentes realidades: en cada
sacramento, en la propia Sagrada Escritura, en los pequeños (Mt 25,31-46), en la
comunidad eclesial. Jesús asegura su presencia en la comunión: “cuando dos o tres se
reúnan en Su nombre” (Mt 18,20). Hasta el último libro de la Biblia, el Apocalipsis,
califica a la Iglesia como “la Tienda donde Dios se encontrará con los hombres. Vivirá
con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios que está con ellos” (Ap 21,3).
3.1.- Tradición
La Iglesia heredó del judaísmo esta noción de una Tradición que, como la
Escritura, nos comunica la revelación. También en el nuevo Israel, surge la predicación
viva y, sólo después, la fijación por escrito. La memoria de Jesús permanece viva en la
comunidad cristiana hasta que es transmitida fielmente en su doble vertiente: la
tradición que transmite la memoria pero, a la vez, que comunica los dones de la
salvación.5
De ahí que, el sujeto de la Tradición es la comunidad eclesial presidida por sus
pastores. El objeto o contenido es el kerygma y los bienes de la salvación, todo lo
referente a la fe y a las costumbres del pueblo de Dios. Los medios de la Tradición son
las obras y las palabras: culto, vida diaria, costumbres, leyes, escritos, doctrina, etc.
Obviamente, que esta tradición no es estática: crece en percepción y
comprensión. Sin embargo, su dinamismo no significa que la tradición en sí crezca o
cambie. Lo que va creciendo es nuestra comprensión de los datos de la Tradición.
En cuanto a la relación entre Sagrada Escritura y Tradición, hemos de recordar
que la Biblia no es más que la misma tradición “en cuanto palabra escrita”. La Escritura
es un momento privilegiado de la Tradición y, por ende, la Tradición es el medio vital
4
Cfr. L. ALONSO SCHÖKEL (DIR.), Comentarios a la “Dei Verbum”, sobre la divina revelación,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1969, 228.
5
Cfr. V. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura, Ed.
Desclèe De Brouwer, Barcelona 20002, 59-65.
6
3.2.- Escritura
desposeído, porque así nos lo propone Dios en el Antiguo Testamento (Dt 10,18) y
Jesús en el Nuevo (Mt 25,40).
El Señor también habla a través de los acontecimientos que nos interpelan y nos
cuestionan. No se trata de sacralizar la historia o justificarla: hay acontecimientos
contrarios a la voluntad divina y otros que se suman a su misterio incomprensible. Pero
nuestra tarea sigue siendo esforzarnos por leer e interpretar estos signos de los tiempos y
discernirlos a la luz del Evangelio. Se trata de distinguir lo divino de lo humano,
discernir la voz del Espíritu en medio de tantas otras voces que quieren imponerse. Para
llevar a cabo esta tarea es necesaria una verdadera sensibilidad espiritual, capaz de
escuchar la voz del Señor, no endurecer nuestros corazones y sumarnos a construir, con
obras, el Reino de Dios que es siempre optar por hacer el bien.
Asimismo, Dios nos habla a través del otro, aquel hermano que incluso muchas
veces no piensa como nosotros, pero lo mismo puede ser un mensajero de las
advertencias de lo alto.
Estos “lugares teológicos” -la Biblia, los acontecimientos, los otros- donde la
Palabra de Dios puede hacerse presente y nos revela Su querer, no son realidades
paralelas ni independientes. Se relacionan mutuamente y todas, cada una a su modo,
puede ayudarnos a escuchar lo que Dios quiere comunicarnos.
3.2.1 Canon
¿Cómo se formó la lista de los libros que aparecen en la Biblia católica? ¿Por
qué no todas las Biblias tienen los mismos libros? ¿Cómo se distingue una Biblia
católica de otra que no lo es? Éstas y otras preguntas de la misma índole responden al
tema de la canonicidad.7
El término canon se deriva del griego kané (caña) que antiguamente se utilizaba
como instrumento para medir y trazar líneas rectas. Puede tener dos significados. En
primer lugar, equivalía a lo que hoy sería una regla, metro o norma. Así, en la Carta a
los Gálatas, Pablo lo aplica para referirse a la inutilidad de la circuncisión (Gal 6,16).
Durante los tres primeros siglos de la Iglesia, el término canon designó la “regla de la
7
Para profundizar el tema del canon, entre otros, pueden verse: J.D. PETRINO, Dios nos habla.
Introducción General a la Sagrada Escritura, Buenos Aires 1993, 37-63; ALONSO SCHÖKEL,
Comentarios a la constitución «Dei Verbum», 178-223; L.H. RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia.
Introducción a las Sagradas Escrituras, San Benito, Buenos Aires 2001, 31-40 y MANNUCCI, La Biblia
como Palabra de Dios, 181-209.
9
Tradición” (San Clemente romano), es decir, la verdad vinculante tal como la anunciaba
la Iglesia.
Sin embargo, a comienzos del s. IV a este uso general del término se le añade el
de elenco normativo de los libros a tener por inspirados, es decir, se aplicó a los libros
de la Sagrada Escritura, en cuanto norma de fe y de vida para los fieles. De modo que
un libro es “canónico” cuando es reconocido por la Iglesia como “regla de fe y vida”, ya
sea que los haya reconocido unánimemente en un primer momento (“libros
protocanónicos”) o hayan sido más discutidos o controvertidos, y entraron en un
segundo momento (“libros deuterocanónicos”). Ésta denominación sólo indica el modo
y su consecuente fecha de admisión al canon, no establece ninguna diferencia respecto a
la inspiración ni a la importancia del libro.
En este sentido, la formación del canon, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, entre los hebreos como entre los cristianos, tuvo su complejo y largo
proceso. Lamentablemente no es posible en este espacio ilustrar este proceso, hay
amplia bibliografía disponible8, pero sí creemos oportuno presentar el desenlace.
En el Decreto no se hace esta distinción. Todos los libros están al mismo nivel. A partir
de entonces, la lista de los libros de la Biblia tal como aparecen en las actuales Biblias
de ediciones católicas, fue inamovible. Los Concilios Vaticano I (1870) y Vaticano II
(1965) ratificaron la decisión de Trento.
3.2.2 Inspiración
Las ciencias del lenguaje pueden considerar a la Biblia como un libro entre
tantos otros. Sin embargo, las personas de fe reconocen -en éste libro- la Palabra de
Dios. La Biblia no es sólo un libro religioso por su contenido, sino un verdadero libro
sagrado por su origen divino. En sentido estricto la inspiración divina de la Escritura es
un misterio sobrenatural. Por lo tanto, es necesaria la fe y aún con ésta, siempre
permanecerá una realidad que nunca comprenderemos plenamente.
En el origen de la Biblia está la acción del Espíritu Santo (Hch 1,16), por eso
toda la Sagrada Escritura es “Palabra de Dios”. Dos textos bíblicos, entre tantos otros 9,
reflejan claramente esta doctrina:
2Tim 3,14-17: se fija sobre todo en la obra inspirada (no habla directamente del
hagiógrafo o autor humano inspirado) y en sus efectos: “es útil para enseñar,
9
Así, por ej., del origen divino de la Ley de Dios escrita por Moisés, hablan Ex 17,14; 34,27-28; Nm
33,2; Dt 4,13; etc. También entre los profetas figura el testimonio de que lo escrito es por mandato
explícito divino: Is 30,8; Jr 36,1-2.28.32. Muchísimas veces se dice expresamente que la Palabra viene de
Dios: 2Re 22,8-11; 2Cro 17,9; 34,14-15; Esd 7,11; Neh 8,1.8.18.
11
Ambos textos nos muestran cómo los autores humanos de la Biblia, escogidos
por Dios, no escribieron por propia iniciativa sino movidos por el Espíritu Santo. De ahí
que nadie puede interpretar la Biblia a su manera. El pueblo de Dios, la Iglesia, se ha
ido pronunciando “poco a poco”, pero de manera autorizada, sobre la naturaleza de la
Sagrada Escritura. Tales pronunciamientos han dado origen a lo que se llama el “dogma
de la inspiración”.
“Dichos libros del AT y NT íntegros y en todas sus partes…deben ser recibidos por
sagrados y canónicos. La Iglesia los tiene por sagrados y canónicos no porque, habiendo sido
escritos por la sola industria humana, hayan sido después aprobados por su autoridad, ni sólo
porque contengan la revelación sin error, sino porque habiendo sido escritos por inspiración del
Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales han sido entregados a la misma Iglesia…Si
alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con
todas sus partes como los describió el santo sínodo Tridentino o negase que son divinamente
inspirados, sea anatema”.
El Concilio Vaticano II (1959) -en su Constitución dogmática Dei Verbum-
afirma:
“La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la
inspiración del Espíritu Santo...” (DV 9). “Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y
manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa
Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo
y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo
(cfr. Jn 20,31; 2Tim 3,16; 2Pe 1,19-20; 3,15-16), tienen a Dios como autor y como tales se le han
12
entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres,
que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por
ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería... todo lo que los autores
inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo... Así, pues,
toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para
educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra
buena” (DV 11)
Según Gn 1-2 el varón fue creado ¿en el mismo momento o antes que la mujer?
Los sinópticos constatan que inmediatamente después del Bautismo por Juan
Bautista en el Jordán, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser
tentado. San Juan no sólo no nombra las tentaciones de Jesús en el desierto, sino
que incluso presenta a Jesús, seis días después de su Bautismo, entre los
invitados de la boda de Caná.
Sobre la resurrección: ¿fue antes (Mt 28,1; Jn 20,1) o después (Mc 6,1-2) del
amanecer? ¿Quiénes y cuántos fueron los personajes?: una (Jn 20,11), dos (Mt
28,1) o tres (Mc 16,1) mujeres; un joven (Mc 16,1); un ángel (Mt 28,5); dos
varones (Lc 24,4); nadie (Jn 20,1-3).
Período dogmático (desde los orígenes hasta s. XVI): en este período reinaba la
confianza simple y espontánea en la fidelidad de la Biblia. La autoridad de la
Sagrada Escritura como Palabra de Dios era suficiente para aceptar todo lo que
ella contiene, como verdadero. Ante pasajes bíblicos con problemas de
inexactitudes los antiguos escritores cristianos, como por ej. san Justino (160
dC) o san Ireneo de Lyon (s.III), recurrían a la interpretación alegórica o
analógica. Sin embargo, san Agustín (s. IV) impartió una lección mucho más
precisa, por desgracia, demasiado olvidada en siglos posteriores: “El Señor
pretende hacer cristianos no científicos… El Espíritu de Dios que nos ha hablado
a través de los autores sagrados no quiso enseñar a los hombres cosas que no
sean de ninguna utilidad para su salvación” (De Gen. ad litt. 2, 9). El mérito de
Agustín consistió en referir la verdad de la Escritura a una verdad de orden
formalmente religioso.
10
La postura exegética de Galileo, al menos la que resulta de su “Carta a Cristina de Lorena, Gran
Duquesa de Toscana” (del año 1615) era extremadamente precisa y, en la práctica, se anticipaba a la que
adoptaría León XIII en su Encíclica Provindentissimus Deus (1893). Sin embargo, en su momento, fue
excomulgado. Después de referir las palabras de Agustín apenas señaladas, Galileo escribía: “De las
cuales cosas, desciendo en concreto a la que nos ocupa, se sigue necesariamente, que no habiendo querido
el Espíritu Santo enseñarnos si el cielo está quieto o se mueve, ni si su figura tiene la forma de esfera o de
disco o es plano, ni si la Tierra se halla en el centro de él o a un lado, no habrá tenido intención de
cerciorarnos tampoco de otras conclusiones del mismo género y se puede deducir razonablemente que sin
su determinación no se puede asegurar ésta o aquella parte; como son la de determinar sobre el
movimiento o quietud de la Tierra o el Sol. Y si el Espíritu Santo no ha querido enseñarnos proposiciones
semejantes, ya que quedan fuera de su intención, cual es nuestra salvación, ¿cómo podrá afirmarse que el
defender este extremo y no aquel, sea tan importante que el uno sea de fe y el otro no?”.
15
Periodo hermenéutico (s. XIX hasta nuestros días). Este período comienza con
las enseñanzas del Concilio Vaticano II, en particular, con la Declaración
Dogmática Dei Verbum. Ella enmarca la doctrina de la verdad en el contexto de
los designios de Dios, que tienen como finalidad la comunicación de su vida
divina a los hombres. La verdad primordial es lo que la Constitución llama “la
verdad profunda acerca de Dios” (DV 2). Esta verdad se comunica por medio de
su Palabra y es una verdad para la “salvación del hombre” (DV 2). Concepto que
se vuelve a repetir más adelante con absoluta contundencia y claridad: “Como
todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como
afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura
enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso
consignar en las sagradas letras para nuestra salvación” (DV 11). Queda claro,
pues, que el objetivo ya no es defender la Biblia, sino entenderla e interpretarla.
La DV 11 ya no habla de "inerrancia" (aunque se conserve el inciso "sin error")
sino de "verdad". En otras palabras, en vez de decir la Biblia carece de error,
dice La Biblia es toda ella verdadera. Ahora bien, esta verdad no es de tipo
científica, ni histórica ni de otro género, sino salvífica, ordenada a la salvación.
No es verdadera en el sentido de la exactitud histórica o científica, sino en la
perspectiva religiosa del plan salvador de Dios: cualquier persona que quiera
encontrar el camino de la salvación, sabe que la Biblia se le va a mostrar de
manera segura. Por su lado, “enseñar firmemente” no se refiere a la enseñanza
común del maestro que transmite conocimientos al que carece de ellos. Es la
comunicación de la verdad de fe que salva. Esta “verdad bíblica”, en cuanto a su
naturaleza, no es estrictamente semita ni puramente griega; es la verdad
cristiana. La expresión “sin error” alude a la exclusión de error en el ámbito de
la verdad salvífica.
equivoca”, sino porque en ella se nos permite encontrar “la Palabra de la Salvación”
(Hch 13,26).
“Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros
literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole
histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo
que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros
literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus
escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se
usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían emplear en
la conversación ordinaria” (DV 12).
11
Cfr. ALONSO SCHÖKEL, Comentarios a la constitución «Dei Verbum», 418-419.
12
Cfr. RIVAS, La Biblia como literatura, 1.
13
L. ALONSO SCHÖKEL y otros, La Biblia en su entorno, IEB 1, Estella (Navarra) 1992, 410.
17
“Sería un grave error leer una novela tomándola al pie de la letra como si fuera una historia
realmente sucedida; y tomaríamos por loco al que quisiera considerar como leyes civiles los
entusiasmos románticos de unas poesías de amor. Pues este error lo cometemos con frecuencia
cuando leemos la Biblia como si todo estuviera escrito en la misma clase de género literario.
Uno es el lenguaje expresado en un libro de profecías y otro distinto el que usa un libro de leyes
como el Levítico. Si se trata de un libro de género poético, como los Salmos, no podemos tomar
sus palabras del mismo modo que las de una carta de San Pablo. Los géneros literarios son, pues,
las diversas formas en que puede expresarse un autor al escribir, según sea la intención que él
busca en sus escritos. Todos nosotros usamos diversos géneros literarios según sea nuestra
intención. Así, el enamorado se dirige a la enamorada de muy distinta forma de la de un
periodista que da una información, o de la forma en que un médico escribe una receta. Sería
necio quien interpretase todos los lenguajes de la misma manera”. 14
Aún sabiendo que no hay un criterio uniforme para clasificarlos -las fronteras
entre uno y otro género es siempre fluctuante- en esta oportunidad y a fin de presentar la
temática como, asimismo, para dejar planteada la necesidad de preguntarnos, antes de
abordar cualquier texto bíblico, a qué género o subgénero (unidad literaria menor)
pertenece, sólo mencionaremos algunos ejemplos:
14
J.L. CARAVIAS, ¿Qué es la Biblia? , Palabra Ediciones, México 1991, 25.
18
Nehemías), en anales o escritos oficiales (1Re 11,41; 16,8-22), en memorias (Neh 2,11-
7,3), en listas (Neh 7,4-68; Jos 12,1-24; 13,1-21,42), en cartas (Esd 5,6-17; 1Mac 1,41-
51; 12,2-6), en instrucciones sacerdotales (Lv 7,22-27), en contratos (Gn 21,22-32;
26,26-31), en formularios de Alianza (Ex 19-24; Dt 27-28; Jos 24), en discursos
(políticos: Jue 9,7-20; 1Sam 22,6-18, arengas militares: 2Cro 20,20; 1Mac 3,18-22;
9,44-46, sermones u homilías: Dt 29, discursos de despedida o adiós: Jos 24,2-15; 1Sam
12; 1Re 2,1-9; 1Cro 29,1-5, plegarias: Gn 32,10-13; Ex 33,12-17; 1Re 3,6-9; 8,23-52),
entre tantas otras formas literarias más.
- Género poético: Entre sus formas literarias más comunes están: los cánticos populares
(cantos de trabajo: Nm 21,17-18; Jue 9,27; Is 9,2; 16,9-10, cantos de burla: Nm 21,27-
30 sátiras: Is 23,15-16, cantos de banquetes: Is 5,11-13; Am 6,4-6, elegías: 2Sam 1,17-
27, cantos de victoria: Ex 15, cantos de bodas: el Cantar de los Cantares) y los cánticos
cultuales (Salmos de súplica: Sal 6; 7; 13; 51; 109, himnos: Sal 8; 104; 117; 150,
acciones de gracias: Sal 18; 103; 107; 118, Salmos reales: Sal 2; 21; 45; 110 Salmos del
reino: Sal 24; 29; 47, Salmos graduales: Sal 121 al 134).
- Género sapiencial: básicamente la integran cinco libros. Los más antiguos (Prov-Ecle-
Job) se caracterizan por su escasa atención al culto oficial, su carencia de espíritu
nacionalista y su orientación más al individuo, la naturaleza del mundo y el modo de
vivir satisfactoriamente, que hacia el conjunto del pueblo, la historia de Israel y las
relaciones entre el creyente y Dios. Los más recientes (Eclo-Sab) sí manifiestan el
elemento religioso específicamente israelita-judío, hasta identificar la sabiduría con la
Ley. Entre otras tantas, sus formas literarias más sobresalientes son los refranes (Eclo
9,4), los proverbios (Prov 10-22), los enigmas o adivinanzas (Eclo 10,19), las sentencias
numéricas (prov 30,15-31; Eclo 25,1-9), los poemas didácticos (Prov 8-9; Eclo 3,1-9) y
los diálogos (Job 3-24).
parábola o una alegoría (Lc 4,2-3; Mc 10,25; Mt 13,36-43; Lc 15,4-32), los dichos de
seguimiento (Mt 8,19-22). Entre las narraciones, breves o más largas, pertenecientes a la
tradición histórica hay paradigmas (Mc 2,1-12.14 y 23-28), controversias (Mc 11-12),
relatos de milagros (Mc 1,23-34 y 40-45; Lc 6,6-11), exorcismos (Mc 1,23-28),
discursos de despedida (Jn 14-17), y relatos de Pasión (Mt 26-28; Mc 14-16; Lc 22-24;
Jn 18-20).
3.3.- Magisterio
Entre Escritura y Tradición hay unidad: ambas proceden de la misma fuente, las
dos tienen un mismo servicio que prestar, poseen un mismo contenido y se orientan a
una misma finalidad: comunicar la salvación en Cristo. También hay una mutua
dependencia. La Escritura depende de la Tradición porque encuentra en ella su origen.
Cronológicamente, primero está la Tradición y después la Escritura; ésta última no
puede ser reconocida como santa, inspirada y canónica, sin la Tradición (cfr. DV 8).
Pero también la Tradición depende de la Escritura. En efecto, la Tradición no puede ser
reconocida como divino-apostólica sin la Escritura, porque ésta custodia la Tradición, a
fin de que no se desvíe, ni se considere tal aquello que no pertenece a su núcleo y
sustancia. Asimismo, entre Tradición y Escritura hay complementariedad. Por eso,
mejor que hablar de dos fuentes de la revelación, hay que referirse a las dos expresiones
de la misma fuente, o dos manifestaciones complementarias del mismo Dios que se
revela (DV 9). En definitiva, “La Tradición y la Escritura constituyen un único depósito
sagrado de la Palabra de Dios (DV 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia
peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas” (Cat.I.C. 97).
Por otro lado, hemos de señalar sus diferencias. La Escritura es única e
irrepetible, mientras que la Tradición es continua y prosigue a lo largo de la historia. La
Escritura es Palabra formal de Dios, mientras que la Tradición es palabra formal del ser
humano.
Finalmente, respecto a la relación entre Escritura, Tradición y Magisterio, el
Con-cilio Vaticano II concluye de manera contundente que “la Tradición, la Escritura y
el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de
modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y
bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación” (DV
10).
El Sínodo ha afrontado también el tema de las páginas de la Biblia que resultan oscuras y
difíciles, por la violencia y las inmoralidades que a veces contienen. A este respecto, se ha de
tener presente ante todo que la revelación bíblica está arraigada profundamente en la historia. El
plan de Dios se manifiesta progresivamente en ella y se realiza lentamente por etapas sucesivas,
no obstante la resistencia de los hombres. Dios elige un pueblo y lo va educando pacientemente.
La revelación se acomoda al nivel cultural y moral de épocas lejanas y, por tanto, narra hechos y
costumbres como, por ejemplo, artimañas fraudulentas, actos de violencia, exterminio de
poblaciones, sin denunciar explícitamente su inmoralidad; esto se explica por el contexto
histórico, aunque pueda sorprender al lector moderno, sobre todo cuando se olvidan tantos
comportamientos «oscuros» que los hombres han tenido siempre a lo largo de los siglos, y
también en nuestros días. En el Antiguo Testamento, la predicación de los profetas se alza
vigorosamente contra todo tipo de injusticia y violencia, colectiva o individual y, de este modo,
es el instrumento de la educación que Dios da a su pueblo como preparación al Evangelio. Por
tanto, sería equivocado no considerar aquellos pasajes de la Escritura que nos parecen
problemáticos. Más bien, hay que ser conscientes de que la lectura de estas páginas exige tener
una adecuada competencia, adquirida a través de una formación que enseñe a leer los textos en
su contexto histórico-literario y en la perspectiva cristiana, que tiene como clave hermenéutica
completa “el Evangelio y el mandamiento nuevo de Jesucristo, cumplido en el misterio pascual”
(Verbum Domini 42).
Veamos, ahora sí, etapa por etapa. ¡Qué provechoso sería, que no sólo nos
acerquemos a cada una de ellas desde una mirada retrospectiva, sino que hagamos
también el intento de actualizar al hoy algo de lo sucedido ayer! La pregunta con la que
podríamos iluminar esta lectura sería, entonces, la siguiente: ¿Qué me resuena de lo
sucedido en la historia de este pueblo que Dios se eligió para vivir este entramado de
amor, en mi propia historia personal? ¿En qué puedo ser iluminado?
El período patriarcal -que abarca desde los siglos XVIII al XIII a.C.
aproximadamente-, comienza con Abraham y su familia que, desde Ur de Caldea e
internándose en la Mesopotamia, fueron desplazándose en busca de agua y pastos para
sus animales hasta llegar a las tierras de Canaán (lo que más tarde se llamará Israel) y
posteriormente a Egipto. Todavía no se habla del "pueblo" de Israel, ni mucho menos de
una nación. Eran una gran familia tribal: Abraham fue el padre de Isaac, Isaac el padre
de Jacob y Jacob el padre de doce hijos de quienes procedieron las Doce tribus de Israel.
A estos personajes se los conoce con el nombre de “patriarcas” o “primeros padres”
(cfr. Gn 11,31-50,28).
Todos ellos pertenecían a las tribus seminómades que se movían por el Oriente
medio en el segundo milenio a.C. Eran pastores que se ocupaban de la crianza de cabras
y ovejas, y que estaban constantemente en movimiento porque en un territorio
generalmente estéril debían seguir el ritmo de las lluvias para encontrar agua y pastos
para sus ganados. Algunos de estos grupos se volvieron sedentarios y comenzaron a
practicar la agricultura, especialmente los que se habían establecido en el norte, cerca
del lago de Galilea. Otros establecidos en el centro y en el sur, en la zona montañosa y
menos apta para la labranza, debieron de seguir dedicados básicamente al pastoreo, con
una vida más movida. Así se explica que, en un período de hambre, muchos de ellos
bajasen a Egipto en busca de mejores pastos junto al delta del Nilo. Es lo que nos dice la
historia de Jacob y de sus hijos.
Es evidente que los autores bíblicos han simplificado en época posterior
(posiblemente a partir de la Monarquía) una historia mucho más compleja. La idea de
que todos los futuros israelitas proceden de Abraham carece de fundamento histórico. A
Palestina bajaron grupos muy distintos, en épocas diversas. Remontar el origen de todos
ellos a Abraham y su sola familia, es sólo un recurso para expresar la unidad de todas
las tribus.
El concepto de esperanza, que convirtió a Abraham y a los suyos en peregrinos
hacia un horizonte nuevo y mejor, comportó una ruptura con las concepciones de la vida
como un tiempo cíclico, vigentes tanto en los pueblos vecinos como en grandes
culturas, así por ejemplo, la mentalidad griega o la hindú. En estas visiones no cabía
ninguna aspiración futura, pues el hombre estaba preso de los ciclos naturales:
estaciones, día y noche, fases de la luna, sequías e inundaciones. Vivido un ciclo, no era
viable esperar novedad alguna. Paradójicamente, aunque los ciclos naturales permiten la
26
fertilidad de la tierra, éstos resultan ser -al final- existencialmente una estéril repetición
de lo mismo.
Sin embargo, con la vocación de Abraham, todo cambió:
"Israel rompió con la concepción cíclica del tiempo, porque encontró a Dios en la historia. Israel
confiesa que Dios intervino en su historia, que este encuentro tuvo lugar un día y que cambió por
completo su existencia. Su Dios no está inmerso en la naturaleza: es una persona viva,
soberanamente libre, que interviene donde interviene la libertad, en los acontecimientos".16
Empujados por una época de malas cosechas y hambre, José, uno de los hijos de
Jacob y sus descendientes emigraron al delta del Nilo hacia el 1700 a.C. Allí fueron
esclavizados por los egipcios, permaneciendo en cautiverio hasta el año 1300 a época
del advenimiento de Moisés (cfr. Gn 39-Ex 1). Esta etapa del pueblo, decisiva en su
constitución, salvo por los datos bíblicos es difícil en su reconstrucción histórica. Se la
podría subdividir en tres momentos:
- El acontecimiento del éxodo: tan evocado por la tradición bíblica, con el consiguiente
paso milagroso por el mar, más allá de su revestimiento literario y de la preocupación
que suscita de su probable localización, parecería hacer confluir dos tradiciones: la de
"éxodo huida" y la de "éxodo expulsión". Para el primero, quizá en el siglo XIII bajo
Ramsés II, podría situarse el tiempo de opresión, y bajo el mandato de su hijo
16
R. L ATOURELLE , Teología de la Revelación, Ed. Sígueme, Salamanca 1989, 435.
27
- Marcha hacia la tierra prometida: el libro del Éxodo narra la salida milagrosa de
Egipto a través de una zona de agua llamada en hebreo Yam suf (Mar de las Cañas)
traducida luego por la Septuaginta (traducción griega de la Biblia) como "Mar Rojo"
(Ex 12-15). El autor bíblico estaría ubicando este central acontecimiento en el delta
oriental o lago Sirbonis. Del Mar de las Cañas a Cades, el texto bíblico abunda en
nombres de localidades, lamentablemente hoy todas desconocidas para el lector. Sin
embargo, lo más importante es la peregrinación al Sinaí, y las distintas vicisitudes
experimentadas por Israel en el desierto: falta de agua potable, la providencia del maná
y las codornices, la institución de tribunales que ayuden a Moisés a impartir justicia en
el pueblo, entre otras (cfr. Ex 16,13-16; Nm 11,7-9). El momento central lo constituye
la celebración de la Alianza (Ex 24-34), es decir, el solemne juramento con el que Dios
se comprometió a ser el Dios de las tribus, formando con ellas su propio pueblo. La
salida de Egipto no fue, pues, el paso de una situación de esclavitud a una libertad
absoluta, sino el paso de la condición de esclavos a la de miembros del pueblo de Dios.
Antes estaban sometidos a la realeza egipcia que los denigraba, a partir de la alianza
están sometidos a Dios que los trata con dignidad. La otra etapa del éxodo continúa
entre Cades y la tierra prometida. La parte final del itinerario sitúa al lector en la
Transjordania y narra los incidentes con el rey de Moab y con los madianitas (Nm 22-25
y 31).
de las leyes exigidas por Dios. Muy probablemente fue educado en el palacio real,
recibiendo la formación que se impartía a los futuros funcionarios: lenguas de otros
pueblos, leyes, etc. Pero, sobre todo, los textos bíblicos lo muestran siempre como el
gran intercesor, el confidente de Dios y el poseedor de una autoridad indiscutible. En
definitiva:
"El éxodo de Egipto, la marcha a través del desierto y la promulgación de la Torah en el monte
Sinaí son elementos que la tradición bíblica une indisolublemente a la figura de Moisés. En él se
funden, formando uno, diversos personajes: el fundador de la religión, el legislador, el profeta, el
creyente ejemplar severamente castigado en los pocos casos en que flaqueó su fe".17
17
S OGGIN, Nueva historia de Israel, 189-190.
29
filisteos, contrincantes poderosos llegados por el mar, que se presentaban como una
alternativa al poder del país.
Esta situación de opresión y lucha en esta etapa de la historia, hizo surgir en las
tribus la urgencia de organizarse. Advirtieron que es imposible defenderse de estos
enemigos poderosos si no se unen y organizan. Iba surgiendo el anhelo de la
instauración de la monarquía.
guerras exteriores, se dedica casi por completo a construir grandes edificios, como el
templo de Jerusalén y su palacio. Asegura la defensa nacional mediante la construcción
y restauración de fortalezas. Organiza el ejército y aumenta notablemente el número de
carros de combate y la caballería. Pero, sobre todo, fomenta el comercio, controla el
paso de las caravanas árabes y construye una flota para traer de África productos
exóticos. La riqueza aumenta de forma inesperada. Las ciudades crecen, y se produce un
fuerte fenómeno de inmigración. Sin embargo su gobierno faraónico lo lleva a utilizar
abundante mano de obra y exige mucho dinero. Obliga a trabajar forzadamente tanto a
los cananeos como a los israelitas, y los impuestos crecían día a día. El pueblo siente
esta situación de injusticia, es decir, una prosperidad para unos pocos cortesanos
conseguida a base de los más pobres. De ese modo se produce la revuelta, capitaneada
por Jeroboán. Salomón tiene fuerza suficiente para dominar la rebelión, y Jeroboán debe
refugiarse en Egipto.
Pero, a la muerte de Salomón, la situación se agrava por la ceguera de poder de
su hijo Roboám y su mala política para manejar el reclamo social del pueblo (1 Re 12).
En este momento del año 931 se rompe la obra comenzada por Saúl. La monarquía
unida ha durado menos de un siglo. A partir de ahora, existirán dos reinos, el del norte:
Israel, y el del sur: Judá.
La historia dual entre los dos reinos no corre paralela. El del norte, Israel,
desaparece de la historia el año 722 cuando Salmanasar V de Asiria lo conquista. En sus
209 años de existencia, Israel tuvo nueve dinastías distintas y 19 reyes, de los cuales
siete fueron asesinados y uno se suicidó. En cambio, Judá, consiguió sobrevivir hasta el
586, exiliado a Babilonia por Nabucodonosor. En sus 345 años de existencia sólo tuvo
una dinastía (la de David) con 21 monarcas. Esta estabilidad se debe a un hecho
importantísimo. En el sur, la dinastía davídica cuenta con el respaldo ideológico de la
religión oficial, formulado en la promesa de Natán a David de que su dinastía duraría
eternamente (2 Sam 7). La información bíblica sobre este período se encuentra en los
dos libros de los Reyes. Son una fuente muy especial, ya que omiten intencionadamente
los datos de tipo político, económico y social, para centrarse en una visión teológica.
Es también época de contaminación religiosa por el influjo de los cultos paganos
que coincide con la aparición -en Israel y Judá- de las más grandes personalidades
32
religiosas del Antiguo Testamento: los profetas. Ellos tuvieron un papel esencial para
discernir y llevar a cabo el proyecto del Señor respecto al pueblo de Israel. Desde su
vocación, el profeta era un testigo privilegiado de la admirable acción divina en la
historia. En los diversos sucesos que le tocaba vivir, le era encomendado leer -desde la
perspectiva de Dios- los "signos de los tiempos". En general, proclamaban un juicio
sobre el presente de infidelidad del pueblo, los conminaban a volver a la alianza del
Sinaí, y se proyectaban en la promesa de la futura y definitiva concreción del designio
divino de salvación. En esto consistía su misión: denunciar, anunciar e impartir
esperanza.
Las crónicas de Babilonia indican que el 16 de marzo del año 597 el rey
Nabucodonosor llevo cautivos a Babilonia a todos los miembros de la familia real del
reino de Judá. Pero los acontecimientos más graves ocurrirán en el 586, cuando
conquista Jerusalén, la incendia y deporta a numerosos judíos a la Mesopotamia. Sin
duda, junto a la opresión egipcia, el período más triste de la historia del pueblo. En
efecto, el punto de inflexión en esta historia fueron estos 48 años de exilio en Babilonia.
A partir de este hecho tan traumático, que significó la perdida de las principales
instituciones del pueblo (tierra, Templo, sacerdote, rey), la comunidad tuvo que
reestructurarse y purificar su concepto de promesa, alianza y ley.
El pueblo quedó dividido en tres grandes grupos: los que se habían quedado en
Palestina (campesinos pobres), los que se habían marchado a Babilonia y los que habían
huido a Egipto. Aunque su población no desapareció del todo, el país quedó totalmente
desolado. A la devastación llevada a cabo por las tropas de Nabucodonosor le siguió el
pillaje de los pueblos vecinos de Edom (Abd 11) y Ammón (Ez 25,1-4). El profeta
Jeremías informa que 4.600 varones adultos fueron deportados (Jr 52,28-30). Por su
parte, Ezequiel narra la vida de los deportados en Tel Abib (Ez 3,15), Babilonia, donde
además de construir sus casas y cultivar huertos (Jr 29,5-7), mantienen sus prácticas
religiosas que los van uniendo y fortaleciendo en la tradición de sus antepasados.
En medio de estas condiciones favorables, muchos exiliados se van acomodando
y progresando en la nueva situación, y por lo tanto desisten de regresar a Palestina.
Otros, sin embargo, comienzan a alentar la esperanza del retorno.
33
Con la entrada triunfal de Ciro, rey de Persia, a Babilonia (539 a.C.) se abre una
nueva etapa para el pueblo de Israel. Con una política de tolerancia religiosa y cultural
tan distinta a la de los caldeos, en el 538 a.C., Ciro autoriza mediante un Edicto el
regreso de los deportados a Jerusalén y la reconstrucción del Templo con la ayuda del
imperio (cfr. Esd 1,2-4; 6,3-5). Asimismo, ordenó la devolución de los objetos sagrados
que Nabucodonosor había sustraído del Templo. El retorno a Palestina fue difícil y
lento. El primer contingente llego al mando de Sesbasar (Esd 5-11). Luego, mediante el
apoyo de Zorobabel, el sumo sacerdote Josué y la acción alentadora de los profetas
Ageo y Zacarías, reconstruyeron el Templo que consagraron el año 515.
Posteriormente, después de una dificultosa etapa debido a las penurias
económicas, las divisiones internas de la comunidad y la hostilidad de los samaritanos,
accede al gobierno Nehemías quien, además de reconstruir las murallas de Jerusalén,
lleva a cabo una gran reestructuración de la comunidad (Neh 10). En el 445 se suma a
esta renovación el sacerdote Esdras, quien se ocupa del culto y de la instrucción del
pueblo en la Ley de Dios. Gracias a esta reforma religiosa y moral promovida por
Esdras, toda la vida del pueblo judío se fue centrando en la Torah (Ley); al punto de
convertir al pueblo en el “pueblo del Libro”. En adelante, la figura de este sacerdote
escriba dada su importancia en la restauración, será puesta al lado de Moisés por las
tradiciones judías.
La aparición del genio de Alejandro Magno termina con el poderío persa. Luego
de sucesivas conquistas entre oriente y occidente logra consolidar un único imperio. Su
muerte prematura (323 a.c.) y la división de su potencia en manos de sus generales no
pudieron sostener esa unidad, y en el caso concreto de Palestina, pasó de la mano de los
Tolomeos de Egipto (323-204 a.C.) a la dinastía de los Seléucidas de Siria (204-165
a.C.), hasta dar lugar al llamado “período Macabeo” judío (165-63 a.C.).
Con el arribo al trono de Antíoco IV Epífanes, rey de la dinastía seléucida (175-
163 a.C.) y debido a su tesón por helenizar la vida del pueblo, se produjo la división de
la comunidad, entre los que se plegaban a este nuevo modo de vida y aquellos que
querían mantenerse en la tradición de sus antepasados. El punto álgido de esta tensa
34
relación sucedió el año 169, cuando Antíoco volviendo de una campaña contra Egipto,
saqueó el Templo de Jerusalén, apoderándose de los utensilios y vasos sagrados y
arrancando incluso las láminas de oro de su fachada. Pero la gran crisis comenzará el
167, cuando decida llevar a cabo la helenización de Jerusalén.
Como primer paso, su general Apolonio atacó al pueblo, degollando a muchos y
esclavizando a otros. La ciudad fue saqueada y parcialmente destruida, igual que las
murallas. Luego, viendo que la resistencia de los judíos se basaba sobre todo en sus
convicciones religiosas, prohibió la práctica de esta religión en todas sus
manifestaciones. Fueron suspendidos los sacrificios regulares, la observancia del sábado
y toda otra fiesta judía. Mandó destruir las copias de la Ley y prohibió circuncidar a los
niños. Cualquier trasgresión a estas normas era castigada con la muerte. No contento
con estas medidas represivas, Antíoco IV levantó, al sur del Templo, una ciudadela
llamada el Acra, colonia de paganos helenizantes y de judíos renegados, con
constitución propia. Jerusalén quedó considerada como territorio de esta “polis”.
Además, fueron erigidos santuarios paganos por todo el país, en los que se ofrecían
animales impuros. Los judíos eran obligados a comer carne de cerdo bajo pena de
muerte y a participar en ritos idolátricos. Como coronamiento, en Diciembre del 167
a.C., dentro del Templo, fue introducido el culto a Zeus Olímpico.
La rebelión comenzó con Matatías y sus cinco hijos. Después de la muerte de su
padre, Judas “el Macabeo” (166-160 a.C.) quedó al frente de la resistencia. En el 164
los judíos reconquistaron la ciudad, derribaron la estatua de Zeus, restauraron el Templo
de Jerusalén, y establecieron los sacrificios instituidos por la tradición judía. Volvió un
periodo transitorio de independencia judía. El 25 de Diciembre celebraron una fiesta de
la Dedicación, que a partir de entonces se celebra como fiesta de las Luces (Jn 10,22) o
Hanukkah.
Con el asesinato de Simón, el último de los hijos de Matatías, asume su hijo Juan
Hircano (134-104 a.C.) quien, proclamándose rey y sacerdote, funda la dinastía
Asmonea y gobernará Israel hasta el 63 a.C. Entre sus acciones, destruye el templo
samaritano del monte Garizim. A pesar de algunos éxitos en el aspecto militar, que le
significaron a Judá la recuperación de territorios, los disturbios y las insurrecciones
fueron minando esta independencia, que acabó con la entrada de Pompeyo en Jerusalén
(63 a.C.)
“Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas.
Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo (Heb 1,1-2). Pues envió a su Hijo, la
Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la
intimidad de Dios (cfr. Jn 1,1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne, «hombre enviado a los
hombres» habla las palabra de Dios (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le
encargó (cfr. Jn 5,36; 17,4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cfr. Jn 14,9); pues El,
36
con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su
muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la
revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para
librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna. La
economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (cfr. 1 Tim
6,14; Tit 2,13)” (DV 4). Cfr. además el Cat.I.C. 65-67.73)
Bibliografía básica
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revelación, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1969.
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Bibliografía complementaria
ETIENNE CHARPENTIER, L., Para leer el Antiguo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estela
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———, Para leer el Nuevo Testamento, Ed. Verbo Divino, Estela (Navarra) 1994.
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MUÑOZ IGLESIAS, S., Los géneros literarios y la interpretación de la Biblia, Madrid 1968.
PETRINO, J. D., Dios nos habla. Introducción General a la Sagrada Escritura, Buenos
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WRIGTH, A. G. – MURPHY, R. E. – FITZMYER, J. A., "Historia de Israel", en AA.VV,
Comentario Bíblico "San Jerónimo", Vol. V, Ed. Cristiandad, Madrid 1972.