Modernismo Literario PDF
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EL MODERNISMO LITERARIO
Artículo publicado en la Revista Liceus N°2 Meses Mayo-Junio 2002- ISSN- 1578-4709
Al hablar de la literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX, los libros
más antiguos y casi todos los recientes de carácter divulgativo mantienen la
dicotomía Generación del 98 / Modernismo. Se trata de rotulaciones que han sobrevivido
durante décadas, no tanto por su validez científica como por su indiscutible utilidad didáctica.
Lo cierto es que cuando, en 1913*, Azorín ideó el concepto de generación del 98, hacía ya
muchos años que se hablaba de modernismo.De hecho, ya en el Diccionario académico de
1899 se definía el modernismo como una "afición excesiva a las cosas modernas con
menosprecio de las antiguas, especialmente en arte y literatura". Por entonces, a la palabra se
le daba un significado no coincidente con el que hoy sigue siendo más habitual fuera del
ámbito de la investigación universitaria: corriente literaria, fundamentalmente poética
(aunque no falten ejemplos narrativos), aparecida en Hispanoamérica a finales del siglo XIX,
que se caracteriza por su interés más por la forma que por el contenido, utilizando para ello
un estilo refinado y sensual, con abundancia de palabras excéntricas (neologismos, arcaísmos)
y de recursos expresivos sonoros y coloristas (el azul es el color preferido), que terminaron
resultando demasiado retóricos y artificiales para sus críticos, pero que, sin duda, renovaron
la escritura realista dominante en la época. Estas palabras del prólogo de Prosas
profanas (1896), del poeta modernista nicaragüense Rubén Darío, son una especie de
programa literario modernista: "Veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales,
visiones de países lejanos e imposibles; ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que
me tocó nacer".
Segunda Guerra Mundial, pues, representaría el punto final de la era moderna o modernista.
Ésta da sus primeros pasos en América en los años setenta del siglo XIX con escritores como el
cubano José Martí o el mejicano Manuel Gutiérrez Nájera, pero su recorrido como tal
podríamos fijarlo en 1888 (Azul, de Rubén Darío, que utiliza ya en ese año la
palabra modernismo, con el significado de modernidad); llega a España coincidiendo
aproximadamente con la primera estancia de Rubén Darío en España, en 1892, el mismo año
en que artistas catalanes bajo la inspiración de Santiago Rusiñol celebraban en Sitges la
primera fiesta modernista; por entonces, Salvador Rueda, el poeta español que mejor conocía
la nueva lírica hispanoamericana, ya había publicado aquí versos cercanos a la nueva
orientación, también conocida por Valle-Inclán, que viajó a América en ese mismo año; la
nueva tendencia está consolidada en 1896 (Prosas profanas, de Rubén Darío); gana su
primera batalla literaria en 1898, al ser relevado Clarín por el joven Benavente en su puesto
de director de la revista Madrid Cómico; se afirma en España con la segunda estancia en
nuestro país de Rubén Darío, en 1899; llega a la cumbre entre 1903 y 1907, años de
nacimiento de las dos revistas más importantes del modernismo, Helios y Renacimiento; y se
bate en retirada hacia 1913, cuando Manuel Machado, en La guerra literaria, afirmaba que "el
modernismo no existe ya".
Modernismo y 98
A la altura de 1900, pues, el panorama literario español podía dibujarse, muy a gruesos
trazos, de la siguiente forma:
3. c) Ya se habían dado a conocer los autores que en los citados libros acostumbran a ser
llamados
Los escritores de los dos últimos bloques se sentían los representantes de la modernidad y
tenían en común un deseo de renovación. Para las interpretaciones más recientes, tan
modernistas son quienes oteaban la modernidad desde su atalaya reflexiva sobre el ser
español (los antes llamados noventayochistas) como los que se instalaban en una plataforma
más estrictamente literaria, desde la cual adornaban la realidad con un lenguaje rico y
colorista (los en otro tiempo denominados modernistas). Ciertamente, las interferencias entre
los escritores de los bloques b y c son abundantes. La evocación de Juan Ramón Jiménez en un
texto publicado en La corriente infinita es clarificadora: dice haber oído, al llegar a Madrid,
llamar modernistas a Rubén Darío, a Benavente, a Baroja, a Azorín y a Unamuno. Otra
ilustración: en 1904 Pardo Bazán escribe sobre la nueva generación de narradores y ahí, por
ejemplo, son modernistas Baroja, Azorín y Valle-Inclán. Era habitual, por otra parte, encontrar
en la misma revista textos de escritores modernistas y noventayochistas. En definitiva, las
fronteras entre uno y otro grupo eran entonces tan borrosas como hoy se lo parecen a la
mayor parte de los críticos. En realidad, los testimonios antimodernistas de los escritores
tradicionalmente considerados del 98 se dirigieron más contra los malos imitadores que
contra los fundamentos de la nueva estética. Por ejemplo, para Azorín el modernismo era
"una alharaca verbalista", según escribía en su artículo "Romanticismo y modernismo"
publicado en ABC el 3 de agosto de 1908. En el artículo "Arte y cosmopolitismo" publicado
en La Nación de Argentina y reproducido en Contra esto y aquello (1912), Unamuno escribía:
"Es dentro y no fuera donde hemos de buscar al hombre… Eternismo y no modernismo es lo
que quiero; no modernismo, que será anticuado y grotesco de aquí a diez años, cuando la
moda pase". En fin, con su radicalismo habitual, Maeztu, autor de juveniles versos
modernistas, habló en la revista Juventud de "la tontería modernista" de "los jóvenes de los
lirios y de los nenúfares, las clepsidras y las walpurgis". Todos ellos, sin embargo, mostraron
su respeto por el maestro Rubén Darío, que consiguió atribuirse el papel de trasplantador al
mundo hispánico de las nuevas corrientes literarias.
Desde entonces, mucho ha ido cambiando la opinión de la crítica. Ya en 1934 Federico de Onís
había escrito, en su introducción a una Antología de la poesía española e
hispanoamericana, que el modernismo era "la forma hispánica de la crisis universal de las
letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de
manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos
de la vida entera". Juan Ramón Jiménez, cuyos inicios como poeta tanto deben al
modernismo, avaló el juicio en el periódico La Voz en 1935, avanzando una idea que
desarrollaría en un curso sobre el modernismo dictado en 1953. Juan Ramón juzgaba un error
"considerar el modernismo como una cuestión poética y no como lo que fue y sigue siendo:
un movimiento jeneral teolójico, científico y literario". Más aún: la llamada generación del
98 "no fue más que una hijuela del modernismo jeneral" Ricardo Gullón fue ampliando desde
los años sesenta esta interpretación, hoy consolidada, de acuerdo con la cual modernista sería
toda manifestación estética que pueda considerarse nueva a finales del siglo XIX y principios
del XX. Ello obliga a rechazar el concepto de generación del 98 y hablar de modernismo igual
que lo hacemos de romanticismo o barroco, por ejemplo: no como una escuela o corriente
literaria, sino como un cuerpo de límites muy amplios. En España, en definitiva, la
palabra modernismo debería emplearse en un sentido similar a aquel en que se utilizan otros
conceptos extranjeros (aunque no podría identificarse con el término modernismo manejado
fuera de nuestro país, que es el equivalente a vanguardia). Nuestro modernismo sería lo que
en el ámbito anglosajón fueron el prerrafaelismo y el modern style, en el francés
el simbolismo y el art nouveau, en el germánico el Jugendstile, en el italiano
el decadentismo, etc. El modernismo literario hispánico vendría a ser un conglomerado de
impresionismo, simbolismo, expresionismo y parnasianismo que, en definitiva, se nutre de la
modernidad de fines del XIX, porque todos esos movimientos se oponen al realismo
dominante en la segunda mitad del siglo, aunque también se alimenten parcialmente de él.
Una de las frases más repetidas por la crítica es esta de Octavio Paz en Los hijos del limo: "El
modernismo fue nuestro verdadero romanticismo". Sin duda, el modernismo tiene mucho de
romántico y bastaría para certificarlo la pregunta de Rubén Darío en su "Canción de los pinos"
(1906): "¿Quién que es, no es romántico?". Romanticismo y modernismo coinciden en su
apuesta por la pasión, en detrimento de la razón; en su rechazo del acomodaticio orden
burgués, de la mediocridad, de la vulgaridad y de la mezquindad; en su búsqueda de ficticios
ambientes en los que evadirse. Al igual que en el romanticismo, en el modernismo se le
concede a la mujer un papel relevante como símbolo de aspiraciones idealistas. Se impone así
un nuevo modelo de mujer, distinto del de las novelas realistas y que también habrá de ser
diferente del deportivo y masculinizado que encarnará años después la fémina de la
vanguardia. La mujer tan bella como perversa, tan voluptuosa como cruel, tan sugestiva como
astuta se adueña de la iconografía decadentista retratada por el pintor francés Gustave
Moreau. En la provocadora figura de Salomé se fusionan erotismo y religión:
la Salomé literaria de Oscar Wilde fue únicamente la primera de una nutrida lista que podría
cerrar la musical de Richard Strauss.
Un fragmento del capítulo XVIII de uno de los hitos del decadentismo finisecular, la
novela Allá lejos (1891), de Huysmans, testimonia la nueva sensibilidad mística:
--¡Qué época tan extraña! Precisamente en el momento en que el positivismo está en todo su
apogeo, se despierta el misticismo y comienzan las locuras del ocultismo.
--Pues siempre ha ocurrido así; los finales de siglo se asemejan. Todos vacilan y se turban.
Cuando el materialismo se sobreexcita, se alza la magia. Este fenómeno reaparece cada cien
años.
El modernismo es por esencia antimaterialista. Al hablar de él suele olvidarse que con este
mismo nombre se conoció una tendencia religiosa reformista que apostó por una renovación
profunda de la Iglesia Católica, intentando armonizar el dogma religioso con las nuevas
aportaciones científicas. En España la polémica generada por el modernismo religioso no tuvo
la importancia que alcanzó en otros lugares, sobre todo a partir de la promulgación por el
Papa San Pío X de una encíclica, la PascendiDominici Gregis (1907), en la que se condenaba el
modernismo como peligrosa desviación de las directrices ortodoxas marcadas por la Iglesia.
Y es que en tiempos de crisis y duda como lo es cualquier fin de siglo, la religión es situada en
la primera línea de fuego, como baluarte defensivo para unos, como bastión que abatir para
otros. Nuestros escritores finiseculares la utilizaron como munición literaria en su batalla a
favor del nuevo tiempo. Si la cuestión religiosa había sido tratada en muchas novelas realistas
como tema social, la nueva literatura optó por la interiorización (piénsese en Unamuno) o la
transformación en elemento literario, como en el poema de Rubén Darío "Ite, missa
est" (Prosas profanas) o en varios de Antonio Machado, en los que el autor recurre a
imágenes religiosas.
Los modernistas se sienten atraídos por espacios lejanos, más imaginados que vividos: China,
Japón. El que define mejor el decadentismo de la literatura modernista es la civilización
grecolatina en la que se encuentran nuestros orígenes culturales y en la que muchos
escritores finiseculares localizan sus visiones de creadores. Baste recordar la publicación, en
1895, de Quo vadis?, la novela más leída del polaco Henryk Sienkiewicz. En éste y otros libros
similares encontrarían inspiración muchas páginas modernistas que poetizaron la decadencia
de un tiempo histórico empeñado en agotar sus últimos cartuchos en lujos, fiestas y
sensualidades varias, como las de la época bizantina, última trinchera de la civilización romana
y, quizá por ello, preferida de muchas páginas modernistas.
Espoleado por las críticas que su libro mereció a Juan Ramón Jiménez, Díaz-Plaja escribió, en
el prólogo a la segunda edición del mismo (1966):
Lo que entre los años 1895 y 1915 funcionó en Europa y América es susceptible de precisarse
y el deber del crítico es llegar a estas precisiones en la medida de lo posible, es decir,
admitiendo la complejidad de los fenómenos, la evidencia incluso, de ciertos contagios entre
producciones sincrónicas, pero al mismo tiempo estableciendo la presencia de actitudes
predominantes que configuran de modo preciso claras situaciones estéticas. […] Destruir un
concepto perfectamente precisado por la historiografía anterior, alegando que se trata de
"esquemas profesorales", no tiene sentido cuando la misión de la crítica es, justamente, la de
establecer las agrupaciones derivadas de ciertas coherencias estéticas.
Para la interpretación de este tiempo posmoderno que se han inventado los teóricos de las
ideas el modernismo es, en resumen, un amplio movimiento cultural que, surgido en la
civilización occidental en un momento de crisis, puso fin al positivismo decimonónico y abrió
la puerta a las incertidumbres del XX. En Francia se estaba utilizando desde 1888 el concepto
de fin de siglo, que pronto se extendería por otros lugares, pero no por España, donde no
logró imponerse, a pesar de ser utilizado por Valera, Clarín y Baroja; tampoco consiguió
entronizarse la palabra decadencia, preferida en Italia. En el mundo hispánico acuñamos el
vocablo modernismo, hoy utilizado mayoritariamente para referirse a un largo proceso de
aproximadamente medio siglo. Se rompe así, al menos por ahora, toda una tradición crítica
conocida y aceptada por varias generaciones ¿Es esta ruptura con la tradición la respuesta de
los críticos que, desasistidos ya por el amarre teórico marxista, siguen apostando por ese tipo
de análisis para el que la literatura no es sino un componente sociohistórico, y no
precisamente el más importante? ¿O se trata de la respuesta de la crítica posmoderna, tan
poco dada a la clarificación como interesada en seguir la última moda y la tendencia a
interrelacionar artes, ideas, tiempos y sensibilidades?
El decadentismo bohemio. Manuel Machado: "Yo, poeta decadente" (El mal poema,1909)
y cantado
y la noche de Madrid,
de tanta canallería
Porque ya
(En José María Martínez Cachero, "Reacciones antimodernistas en la España de fin de siglo",
en Guillermo Carnero (ed.), Actas del Congreso Internacional sobre el modernismo español e
hispanoamericano, Córdoba, Diputación Provincial, 1987, pp. 132-33).
Se toman dos o tres centenares de palabras sencillas o raras --mejor raras, pero
siempre sonoras--, y se las casa de dos en dos, procurando que el matrimonio sea entre cosas
de distinta especie; ejemplos: sol auricadente, los violines magyares, aurorales Ofelias,
caricias de los astros, ¡Oh murciélagos sabios!, ingentes asfódelos, ritmos de mis ocasos, los
blancos besos negros. Se da color a las cosas que no lo tengan como besos, miradas, afecto, o
distintos colores a una misma cosa como en "los verdes melancólicos de las corolas blancas"
("Poesía modernista", Los Lunes del Imparcial, 14 octubre 1901, p. 1; en Lily Litvak, España
1900. Modernismo, anarquismo y fin de siglo, Barcelona, Anthropos, 1990, p. 116).
Bibliografía básica
Giovanni Allegra: El reino interior. Premisas y semblanzas del modernismo en España. Madrid,
Encuentro, 1986.
Guillermo Carnero (ed.): Actas del Congreso Internacional sobre el modernismo español e
hispanoamericano y sus raíces andaluzas y cordobesas. Córdoba, Diputación Provincial, 1987.
Homero Castillo (ed.): Estudios críticos sobre el modernismo. Madrid, Gredos, 1968.
Guillermo Díaz Plaja: Modernismo frente a noventa y ocho. Una introducción a la literatura
española del siglo XX. Madrid, Espasa-Calpe, 1979 (1.ª edición, 1951).
Rafael Ferreres: Los límites del modernismo y del 98. Madrid, Taurus, 1964.
Ricardo Gullón: Direcciones del modernismo. Madrid, Alianza, 1990 (1.ª edición, 1963).
----- (ed.): El modernismo visto por los modernistas. Madrid, Guadarrama, 1980.
Max Henríquez Ureña: Breve historia del modernismo. Méjico, Fondo de Cultura Económica,
1978 (1.ª edición, 1954).
Juan Ramón Jiménez: El modernismo. Apuntes de curso (1953). Madrid, Visor, 1999 (1.ª
edición, 1962).
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