Brujas Mellizas Silvia Schujer

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Cuento: "BRUJAS MELLIZAS" de

Silvia Schujer.

Además de brujas, Brujeña y Brujilda eran hermanas. Gemelas. Dos


gotas de agua.

Tan idénticas por fuera que a primera vista parecían fotocopias.

Por fuera, porque en el carácter eran el día y la noche, la luz y la sombra,


las olas y el viento...

Brujeña era malévola, bellaca, descortés, deslucida y desagradable.

Brujilda en cambio era cándida, benigna, sensible, abnegada y generosa.

Brujeaban en la misma cueva. Atendían a los clientes por orden de


llegada: el primero para una, el segundo para la otra. El tercero para la
primera. El cuarto para la segunda, etc. Todo un tratado de democracia
brujeril.

Pero una cosa era cuando atendía Brujilda. Y otra muy distinta cuando lo
hacía Brujeñá.

Si a la choza llegaba un paciente con empacho, Brujilda con sus brebajes


convertía la panza de la víctima en un paraíso gástrico.

Brujeña en cambio, transformaba al indigesto en un cerdo, como acto de


castigo al muy tragón. Exageraba su tratamiento hasta que el cliente
quedaba reducido a la categoría de bestia.

Así eran: iguales y distintas. Y así se soportaban.

Porque por miedo o por respeto entre hermanas ninguna se atrevía a


desafiar los poderes de la otra y viceversa.

Hasta un día en que esto ocurrió.


Un martes 13. A primera hora de la mañana.
Apareció en la cueva un joven hermoso con el pelo enrulado, ojos claros
y estatura de príncipe.

—Buenos días —dijo. Y antes de que pudiera continuar, por única vez en
la vida Brujeña y Brujilda estuvieron de acuerdo: se enamoraron
perdidamente del mancebo y cayeron desmayadas a sus pies.

—Es mío —suspiró ya repuesta Brujilda a quien de verdad correspondía


la atención de ese cliente.

—Lo siento —la desafió Brujeña decidida a todo. Y, al cabo de una larga
discusión abundante en agravios brujeriles: "arpía", "lechuzona", "cara de
fécula", "revuelto de piraña", "nariz de escoba vieja", etc. se retaron a
duelo.

De entrada Brujilda descargó sobre su hermana 100 kilos de polvo de


estrellas que, endurecidos sobre su cuerpo (el de Brujeña) la convirtieron
en monumento a la piedra preciosa.

Librada del hechizo y con ayuda de su escoba, Brujeña disparó contra


los ojos de su hermana dos litros de leche cuajada que le dejaron la vista
a la miseria.

Llorando lágrimas de yogurt, Brujilda rompió de un escobazo los frascos


con veneno de su hermana.

Furiosa, Brujeña respondió al ataque desarmando el laboratorio de


Brujilda de este modo: las pociones para enamorar las hizo sopa los
brebajes de calmar dolores, saliva de caballo enfermo las esencias de
flor en jarabe, las convirtió en laxante.

Enojadísima, Brujilda hizo que su hermana se transformara en mariposa.

Mariposa y todo, Brujeña logró que su hermana se volviera un jabalí.

Jabalí y todo, Brujilda hizo desaparecer la escoba de su hermana.

Hermana y todo, Brujeña consiguió que la escoba de Brujilda se hiciera


carbón en el mismo horno donde años atrás intentara cocinar a Hansel y
Gretel.
La guerra se fue tornando cada vez más fría, más destructiva. Hasta que
las hermanas se desaparecieron una a la otra, y los poderes quedaron
solos, es decir sin ellas, es decir a la buena de Dios.

Invisibles, flotando por el aire, ante los ojos claros del joven hermoso con
estatura de príncipe que no entendía qué rayos había pasado desde su
llegada a la choza hasta ese momento.

Seguro de haber caído en una trampa y estar atrapado en la cueva,


nuestro héroe respiró bien hondo y se dispuso a enfrentar la situación
con la mayor valentía: abrió la puerta para escapar.

Por su parte, aburridos de andar sueltos, los poderes de las brujas, se


disolvieron en el aire y, sin saberlo, se dejaron respirar por el muchacho
antes de que éste abandonara corriendo el lugar.

Quizás por eso el que una vez fuera tan solo joven y hermoso, a partir de
aquel día tuvo épocas de mágica belleza y otras de increíble fealdad.
Vivió horas de de loca alegría seguidas por horas de sorprendente
amargura. Odió y amó lo que odió.

Construyó y destruyó. Acarició y golpeó. Algunas veces mintió y otras


dijo la verdad.

Para unos fue malo y para otros muy bueno.

Lo cierto es que hasta el último minuto de su vida, el hombre trató de


entender la razón de su pena y la de su dicha. Y como nunca encontró
una respuesta, dejó escrita esta historia de brujas por si alguien que pasa
la quiere escuchar.

Fin
Brujas mellizas de Silvia Schujer en Más palabras para jugar,
Buenos Aires, Editorial Sudamericana S.A., ©1999.
Ilustraciónes de Mónica Pironio.
Colección: “Programa de abuelos y abuelas leecuentos”

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