014 Star Wars - El Alzamiento Del Imperio - Aprendiz de Jedi (Volumen 11) - Caza Letal
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014 Star Wars - El Alzamiento Del Imperio - Aprendiz de Jedi (Volumen 11) - Caza Letal
STAR WARS
Aprendiz de Jedi 11
CAZA LETAL
Jude Watson
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CONTRAPORTADA
***
Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.
Capítulo 1
Obi-Wan Kenobi se echó el equipo de supervivencia a la espalda y bostezó. El
viaje había sido largo. A su alrededor se elevaban los numerosos niveles de
Coruscant, la ciudad que cubría un planeta. Se encontraba en una plataforma de
aterrizaje en uno de los niveles superiores, rodeado de rascacielos que acababan
en agujas y torretas. La niebla que lo cubría todo podía ser atmósfera o nubes. El
cielo estaba lleno de vehículos, grandes y pequeños, que transitaban por las vías
aéreas con habilidad y audacia.
Obi-Wan contempló a su Maestro, el Caballero Jedi Qui-Gon Jinn, y dio las
gracias al piloto del carguero espacial que les había llevado a Coruscant. Se fijó
en la respetuosa inclinación con la que su Maestro se despidió de la desaliñada
criatura. Sus modales eran impecables, pero la firmeza estaba detrás de todos y
cada uno de sus gestos y palabras. Obi-Wan esperaba llegar a tener algún día esa
elegancia y seguridad al relacionarse con otros seres vivos. A menudo se sentía
raro a la hora de tratar con los múltiples personajes que se encontraban en sus
viajes.
"El tiempo pasa y enseña", le había dicho Qui-Gon. "Tienes catorce años. Te
queda mucho por ver y mucho por experimentar. No intentes adelantar el
conocimiento que persigues. Lleva su tiempo".
—Lamento no poder llevaros hasta allí —dijo el piloto al Jedi—, pero hay
muchos aerotaxis por este distrito.
—Te agradecemos que nos hayas ayudado. Te deseo un buen viaje a casa —le
dijo Qui-Gon con su tranquilidad habitual.
—Siempre es un placer ayudar a los Jedi —respondió el piloto, despidiéndose
alegremente.
Qui-Gon se echó el equipo de supervivencia al hombro y miró satisfecho a su
alrededor.
—Es un placer estar de vuelta —dijo.
Obi-Wan asintió. Coruscant era donde se encontraba el Templo, y el Templo
era su hogar. Ya era casi la hora del almuerzo y Obi-Wan llevaba pensando en
ello desde hacía muchos kilómetros. Qui-Gon y él llevaban bastante tiempo
viajando por la galaxia.
—Mira, por ahí viene un aerotaxi —Obi-Wan dio un paso adelante.
—Espera, padawan.
Obi-Wan se dio la vuelta. Qui-Gon dudó un momento y le indicó que se
acercara.
—Tengo otra idea. ¿Te importaría que pasáramos por otro sitio antes?
Obi-Wan intentó ocultar su decepción.
—Como desees.
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Qui-Gon sonrió.
—No tardaremos mucho. Quiero que conozcas a alguien, un amigo. No está
muy lejos. Podemos ir andando.
Qui-Gon caminó hasta el extremo de la plataforma de aterrizaje y activó una
pasarela de cruce al siguiente nivel. En el distrito del Senado, los edificios estaban
muy cerca unos de otros y se podía circular perfectamente por las pasarelas sin
recurrir al transporte aéreo.
Obi-Wan se adaptó a las grandes zancadas de Qui-Gon. Esperó, sabiendo que
si Qui-Gon le quería dar más información sobre ese amigo, lo haría.
—Didi Oddo tiene una cafetería cerca del edificio del Senado —explicó Qui-Gon
—. Es un informador, por decirlo de alguna manera. Muchos Jedi acuden a él en
busca de información. No le pagamos, pero a cambio somos sus ojos ahí fuera.
Conoce a todo el mundo en Coruscant, desde los asistentes de los senadores
hasta los ludópatas pasando por varios seres que consideran la ley como una
tapadera para sus... operaciones —Qui-Gon sonrió brevemente—. Todo el mundo
conoce el Café de Didi. Yo le conocí cuando era un poco mayor que tú.
Obi-Wan percibió aprecio en el tono de Qui-Gon. Su cansancio se disipó. Sería
interesante conocer a un amigo de Qui-Gon. Y en una cafetería quizá tuviera la
posibilidad de comer algo.
Caminaron por una pasarela peatonal, pasando por delante de tiendas y
restaurantes repletos de turistas y hombres de negocios que viajaban a Coruscant
para ver el Senado o para presentar sus peticiones ante él. De vez en cuando
tenían que activar una pasarela para ir de un nivel a otro. Las pasarelas estaban
llenas de seres procedentes de toda la galaxia. Casi todos hablaban en básico,
aunque Obi-Wan también oyó algunos idiomas que no reconoció en absoluto.
Qui-Gon se detuvo ante una pequeña cafetería en una esquina. Comparada
con los grandes restaurantes que la rodeaban, parecía un tanto destartalada.
Habían intentado animar la fachada pintando los marcos de las ventanas y de la
puerta de un alegre color azul, pero las recientes capas de pintura sólo
conseguían que las agrietadas paredes de piedra parecieran más ruinosas de lo
que eran.
Sin embargo, Obi-Wan se dio cuenta de que la cochambrosa cafetería estaba
llena a rebosar, mientras que el restaurante de al lado estaba vacío. En el interior
del local, la gente estaba sentada en pequeñas mesas apiñadas, hablando,
gesticulando y comiendo enormes platos.
—No hables con nadie —le sugirió Qui-Gon—. Aquí hay de todo, y las peleas
son frecuentes.
Fue hacia la puerta, pero se detuvo y se dio la vuelta.
—Ah, una cosa más. Pase lo que pase, no comas nada.
Ahogando un suspiro, Obi-Wan siguió a Qui-Gon hacia la bulliciosa cafetería.
Las mesas estaban tan próximas que apenas se podía pasar entre ellas. Obi-Wan
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Capítulo 2
Cuéntame —dijo Qui-Gon—. Sabes que te ayudaré si puedo. Didi respiró
hondo.
—Hace dos días estuvieron a punto de secuestrarme. Yo iba andando
tranquilamente por la calle cuando una mujer con una armadura de plastoide se
abalanzó sobre mí desde atrás. Una especie de látigo me atrapó y comenzó a
arrastrarme hacia ella. Por suerte, había por allí un pirata de Cavrilhu. Estaba
enfadado porque la mujer le había roto el visor al pasar. Se enfrentó a ella con una
enorme vibrocuchilla y la mujer escapó. Pero le soltó un latigazo de recuerdo
antes de irse.
— ¿Quién era esa mujer? —preguntó Qui-Gon.
—Una cazarrecompensas —dijo Didi en un susurro—. Pregunté por ahí.
Conozco a todo el mundo en este sector. Nadie sabe de dónde es, pero es
humanoide.
La noticia dejó desolado a Qui-Gon. Didi siempre se las había apañado para
quedarse en el lado bueno de la ley, o casi. Qui-Gon miró a su amigo fijamente.
— ¿Una cazarrecompensas? ¿Y por qué te busca?
—No me busca a mí, lo juro —dijo Didi con convicción—. Puede que entre mis
clientes haya algunas criaturas de dudosa reputación, pero yo no soy un criminal.
Tú lo sabes, amigo mío. Está bien, de acuerdo —dijo antes de que Qui-Gon
pudiera hablar—, puede que alguna vez haya comprado en el mercado negro.
Quizás haya apostado un par de veces, pero eso no significa que quebrante la ley.
Qui-Gon suspiró.
—Para ti es contraproducente jugártela así en Coruscant, Didi.
— ¡Claro que sí! ¡Lo sé perfectamente! —exclamó Didi, asintiendo
frenéticamente—. Pero sé que la cazarrecompensas no iba a por mí. Seguro que
el gobierno de algún planeta me ha confundido con otro. Esas cosas pasan,
¿sabes?
Qui-Gon vio la incredulidad en el rostro de Obi-Wan. Sabía que su padawan no
confiaba en Didi. No conocía la generosidad de su corazón ni cómo se ocupaba de
los muchos seres que poblaban su cafetería sin que ellos se enteraran. Una de las
lecciones que Obi-Wan tenía que aprender era ver más allá de las apariencias. Y
quizás ésta era la ocasión.
— ¿Qué quieres que haga, Didi? —preguntó Qui-Gon.
—Habla con ella y dile que ha habido un error. Convéncela de que soy inocente
—dijo Didi en tono grave.
— ¿Cómo puedo encontrarla? —preguntó Qui-Gon.
Obi-Wan le miró incrédulo. Qui-Gon respondió con una mirada más expresiva
que cualquier palabra. Espera, padawan.
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—Sé dónde se aloja. En un hostal que no está muy lejos —dijo Didi
rápidamente—. Podríais ir ahora mismo. Es un favor mínimo para un Jedi. No
tardaréis ni cinco minutos. Le resultará facilísimo a alguien tan sabio y tan fuerte
como tú. Ella no podrá hacer caso omiso de un Jedi. Sabes cuánto te aprecio, Qui-
Gon. Jamás te pondría en peligro. Tu vida ha de ser larga porque yo te valoro
mucho.
A Qui-Gon le brillaron los ojos.
—Ya, ya. Mi vida ha de ser larga porque te conviene, Didi.
— ¡Ja! Y además eres listo. La sabiduría Jedi siempre puede conmigo. Pues
claro que no lo digo sólo por mí —dijo Didi apresuradamente—. Hay muchos que
dependen de ti. Como tu padawan. ¿No es así, Obi-Wan?
A Obi-Wan no parecía gustarle que Didi le incluyera en la conversación.
—Perdóname, Didi —dijo—, pero si eres tan inocente, ¿por qué no vas tú
mismo a ver a la cazarrecompensas? Pídele que te haga un escáner de retina o
enséñale tu documentación. Podrías aclarar el tema en cuestión de segundos.
—Sería un buen plan si yo no fuera tan cobarde —dijo a Obi-Wan con seriedad.
Luego se volvió hacia Qui-Gon—. Ya ves cómo te adora. Igual que yo. Cuestionas
el afecto que te tengo, y eso me duele —Didi se secó los ojos secos con un
pañuelo que cogió de un montón en el escritorio.
—Vale, Didi —dijo Qui-Gon divertido—. Déjate de escenitas. Iré a ver a la
cazarrecompensas.
Didi sonrió.
—Se hospeda en el Hostal Aterrizajes Suaves, que está situado en el tercer
Cuadrante del Senado, en la calle Cuarto de Luna.
—Volveremos enseguida —dijo Qui-Gon—. Intenta no meterte en más
problemas mientras tanto.
—Me quedaré aquí y seré muy bueno —le garantizó Didi.
Los Jedi se abrieron paso por el atestado café y salieron a la calle.
—No lo entiendo —comentó Obi-Wan en cuanto salieron—. ¿Por qué te fías de
él? ¿Qué pasa si Didi cometió un delito y te está utilizando para quitarse de
encima a esa mujer? Su historia no tiene mucho sentido. Los cazarrecompensas
pueden carecer de principios, pero rara vez cometen errores. ¿Por qué has
aceptado?
—Puede que tú no te fíes de Didi, pero yo jamás le he visto mentir —respondió
Qui-Gon tranquilamente—. Y tiene razón cuando dice que conoce a todos los
criminales de Coruscant, pero él no es uno de ellos.
—Maestro, no me corresponde cuestionar tus decisiones —dijo Obi-Wan—,
pero me parece que nos estamos metiendo en algo que podría ser peligroso, y no
es un problema que concierna a los Jedi. Estamos hablando de un hombre que
trata con criminales y demás escoria galáctica para obtener información que
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Capítulo 3
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Capítulo 4
— ¡Te ha herido! —gritó Didi en cuanto vio a Qui-Gon—. ¡No puedo creerlo!
—se llevó las manos a la boca—. Eso significa que es realmente peligrosa. ¡Mi
problema es mayor de lo que pensaba!
—Olvida tus problemas un momento. Necesitamos agua para limpiar la herida
—le dijo Obi-Wan bruscamente.
—Claro, claro, permitidme que os ayude. Tengo un equipo médico por aquí...
—Didi comenzó a revolver el escritorio, tirando tarjetas de datos, recibos, latas y
cajas.
—No te preocupes. Obi-Wan, ve a buscar tu botiquín —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan lo encontró rápidamente. Didi trajo una palangana con agua. Obi-Wan
se puso manos a la obra, pero Didi le indicó que se apartara.
Obi-Wan vio cómo Didi cortaba la túnica y limpiaba cuidadosamente la herida,
asegurándose de que no quedara ni un resto de suciedad o de tejido en la carne
rasgada. Sus regordetes dedos eran sorprendentemente delicados. Trabajaba con
rapidez y seguridad, sin dudar ni un momento. Obi-Wan no pudo evitar admirar su
habilidad. No se hubiera sorprendido si Didi se hubiera mostrado un tanto reacio o
le hubiera dado asco la sangre.
Didi le echó bacta en la herida y después, con gran suavidad, la envolvió con
una venda limpia.
—Gracias —dijo Qui-Gon—. No hubiera podido pedir mejores cuidados.
—Necesitarás una túnica limpia —dijo Obi-Wan.
—Puedo ir a por una... —comenzó a decir Didi.
—Espera un poco —Qui-Gon contempló ceñudo a Didi—. Esta
cazarrecompensas no va a rendirse. O es muy cabezota, o realmente tiene una
orden de caza y captura.
—Imposible —dijo Didi, negando con la cabeza.
—O quizá no haya orden de búsqueda y simplemente hay alguien que quiere
hacer daño a Didi —señaló Obi-Wan—. Los cazarrecompensas suelen aceptar
encargos privados.
Didi se giró y miró a Obi-Wan, boquiabierto.
—Oh, no digas eso, Obi-Wan. Eso es todavía peor. Significaría que alguien le
ha puesto precio a mi cabeza.
Obi-Wan se sorprendió al ver a Didi palidecer.
—No quería asustarte.
—Ya lo sé, querido chico —dijo Didi—. Es muy amable por tu parte, pero me
has asustado. ¿Por qué iba a hacer eso alguien? No tengo enemigos. Sólo
amigos.
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— ¿Te has fijado en las reformas? —preguntó Astri—. Lo pinté todo yo misma.
Fue difícil convencer a mi padre de que había que acicalar el sitio.
—No quiero asustar a los clientes habituales —dijo Didi.
—Ojalá eso fuera posible —gruñó Astri.
—No sé qué tenía de malo mi comida —prosiguió Didi—. Nadie se quejó nunca.
—Claro —dijo Astri alegremente—. Estaban muy ocupados vomitando. Mientras
tanto, he decidido que tenemos que invertir en servilletas nuevas y manteles para
las mesas...
—Manteles ¿para qué? ¿Para que se pongan perdidos?
Astri se volvió hacia Qui-Gon y extendió las manos.
— ¿Entiendes mi problema? Yo quiero mejorar el sitio y él no hace más que
quejarse. No para de acoger a la peor clientela de la galaxia. Me prometió dejar de
comprar y vender información, pero no puede evitar seguir alimentándoles. ¿Cómo
puedo atraer a mejores clientes si el local sigue lleno de mafiosos?
—A todo el mundo le gusta comer con mafiosos —comentó Didi—. Es el
condimento secreto.
—Yo me ocuparé de los condimentos, si no te importa —dijo Astri con decisión
—. Acabo de conseguir un trato importante, padre. Podría ser nuestra gran
oportunidad. Dentro de poco se celebrará una conferencia médica en el Senado, y
vendrán científicos de toda la galaxia. Adivina quién ha reservado la cafetería para
una cena íntima.
— ¿El Canciller? —sugirió Didi.
—No te pases —dijo Astri con una mueca—. ¡Jenna Zan Arbor!
Obi-Wan había oído hablar de Jenna Zan Arbor. Años atrás, cuando era una
joven científica, alcanzó la fama inventando una vacuna para un planeta
amenazado por un letal virus del espacio. Posteriormente centró sus actividades
en ayudar a planetas con un nivel tecnológico bajo. Su último proyecto era triplicar
el suministro de alimentos del planeta Melasaton, que sufría una ola de hambre.
— ¿Quién? —preguntó Didi.
— ¡Jenna Zan Arbor! —gritó Astri—. ¡Ha reservado toda la cafetería para su
fiesta!
— ¿Y has dicho elegante? —preguntó Didi—. Eso sí que suena caro.
—Por favor... no... lo estropees —dijo Astri entre dientes. Luego cogió la sopa y
salió de la habitación con los ricitos flotando, el delantal ondeando y la sopa
derramándose por el suelo.
— ¿A que es maravillosa? —suspiró Didi—. Pero me va a llevar a la bancarrota.
—Le prometiste no volver a traficar con información —dijo Qui-Gon.
—Bueno, sí, eso creo. Pero ¿qué puedo hacer si alguien me susurra algo de
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Capítulo 5
Tras obtener una minuciosa descripción de Fligh, el informador de Didi, Qui-
Gon y Obi-Wan volvieron al Senado.
—Preguntad por ahí —les había dicho Didi—. Todo el mundo conoce a Fligh.
Se abrieron paso por la entrada principal del Senado circular. La gran cantidad
de seres que lo abarrotaban contrastaba con la tranquilidad del entorno, creando
una sensación de caos controlado. Obi-Wan sufrió los empujones y las sacudidas
de los funcionarios y los trabajadores de varias razas. Las cámaras flotantes
zumbaban sobre sus cabezas, dirigiéndose al enorme anfiteatro interior para
grabar las sesiones. Los guardias vestidos de uniforme azul marino marchaban de
un lado a otro con aplomo.
Había pequeñas cafeterías en los huecos de la fachada exterior, algunas más
llenas que otras. Qui-Gon se detuvo a preguntar en varias, y luego ambos
siguieron avanzando.
—Didi tiene razón —dijo a Obi-Wan—. Todo el mundo conoce a Fligh. Lo que
pasa es que no saben dónde está.
Acabaron encontrándole en una de las pequeñas cafeterías. Estaba desierta.
Ya había pasado la hora del almuerzo y había comenzado la sesión del Senado.
Fligh estaba sentado en una mesa pequeña, agarrado a un vaso de zumo de
muja. Era una criatura larguirucha, de rostro alargado, orejas de soplillo y un ojo
verde artificial.
Qui-Gon y Obi-Wan se sentaron en la misma mesa.
—Nos envía Didi —dijo Qui-Gon.
Fligh parecía sorprendido. Se chupó los labios.
—No sabía que los Jedi traficaran con información. ¿Compráis, vendéis o
intercambiáis?
—No hemos venido a hacer un trato —dijo Qui-Gon—. Necesitamos que nos
digas cómo averiguaste las dos piezas de información que le vendiste a Didi hace
poco.
Fligh envolvió el vaso con sus largos y huesudos dedos y les miró con
expresión astuta.
— ¿Y por qué os lo iba a decir? ¿Qué gano yo a cambio?
—Estarías ayudando a Didi —dijo Qui-Gon—. Está en peligro. Y si decidieras
no ayudarle, yo no estaría contento —Qui-Gon miró fijamente a los ojos de Fligh.
El informador se atragantó con el zumo de muja y se echó a reír nervioso.
— ¡Eres amigo de Didi! ¡Yo soy amigo de Didi! ¡Todos somos amigos! ¡Claro
que sí! Por supuesto que quiero que estés contento. Te diré todo lo que quieras
saber. ¿Puedo añadir que soy muy servicial y discreto? Y generoso. ¿Os apetecen
unos zumos de muja? Por desgracia, actualmente no tengo créditos, pero podría
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era pequeño y aprendí a sobrevivir. Didi es mi amigo. Ha hecho mucho por mí.
También le tengo mucho cariño a Astri. Lamento que tenga problemas. Intentaré
ayudar, Jedi. Lo prometo.
—Creo que es mejor que te mantengas al margen —dijo Qui-Gon con
amabilidad. El tono de Fligh sonaba sincero—. No sabemos en lo que nos
estamos metiendo.
—Entonces llamadme cuando me necesitéis. Haré lo que esté en mi mano, que,
como podréis adivinar, no es mucho —Fligh soltó una risilla—. Pero ahí está.
Qui-Gon se levantó.
—Quizá tengamos que volver a preguntarte más cosas.
—Siempre estoy aquí —dijo Fligh. Luego señaló la cafetería desierta y el zumo
de muja—-. ¿Dónde, si no, encontraría tanta diversión?
—Qué desastre. Voy a realizar una propuesta de ley dentro de dos días. Si esto
se sabe antes de tiempo, no tendré ningún apoyo.
— ¿Vio a alguien que pudiera habérselo robado? —preguntó Qui-Gon.
Ella negó con la cabeza.
—La gente que está siempre en el Senado —entrelazó los dedos y agachó la
cabeza pensativa. Luego alzó la mirada y colocó las manos sobre la mesa—.
Decidido. Anunciaré mi dimisión de inmediato. Después atraeré a mis seguidores
diciéndoles que tienen que ayudarme con mi legado. Así me aprovecharé de sus
simpatías —tamborileó con los dedos en la mesa mientras calculaba su estrategia.
Su mente parecía estar en otra parte. Comentó ausente—: Gracias por
contármelo.
Qui-Gon se levantó.
—Gracias por su tiempo.
Ella no se despidió ni les prestó más atención. Su mente estaba centrada en la
resolución de su problema. Obi-Wan siguió a Qui-Gon hasta la puerta.
— ¿Por qué no le has preguntado por Didi? —preguntó a Qui-Gon.
—Porque no me habría llevado a ninguna parte. Aunque hubiera puesto precio
a la cabeza de Didi, jamás lo admitiría —dijo Qui-Gon—. Y no sé cómo habría
podido seguir el rastro de su datapad hasta Didi. ¿Tú sí?
—Sólo en caso de que haya mentido —dijo Obi-Wan al cabo de un segundo—.
Si vio a Fligh robándolo, sería fácil seguirlo hasta Didi. ¿Pero por qué iba a ir a por
Didi en lugar de ir a por Fligh?
Obi-Wan lo pensó un poco más. Se sintió en desventaja. Qui-Gon parecía tener
un conocimiento de los corazones y las mentes de las personas que Obi-Wan no
poseía.
—Aun así, la preocupación de la senadora S'orn me ha parecido sincera —dijo
lentamente—. No ha sido muy educada, ni siquiera amable, pero no es mala. Es
sólo que está muy ocupada.
—La típica senadora —dijo Qui-Gon con una media sonrisa.
—Pareció sorprenderle que la información se supiera —dijo Obi-Wan.
—Sí, así es —murmuró Qui-Gon—. A menos que sea muy buena actriz. Pero la
verdad es que parecía realmente afectada.
— ¿Por qué nos contó Fligh que un ayudante había cogido el informe de
dimisión de la basura? —dijo Obi-Wan—. Es obvio que mentía.
—No dijo eso exactamente, padawan —dijo Qui-Gon—. Sólo comentó que ésa
era una posible forma de obtener esa información. No, Fligh robó el datapad, pero
jamás lo admitiría ante nosotros.
—Esto es como un callejón sin salida —dijo Obi-Wan para concluir—. La
senadora S'orn no tiene pinta de asesina.
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Capítulo 6
Las anchas puertas de la salida sur del Senado estaban abarrotadas de seres
que entraban y salían del edificio. Todos iban con prisa a alguna parte, algunos
hablaban por sus intercomunicadores y otros tenían una expresión apresurada y
preocupada.
—Ahora tenemos que encontrar la Taberna Esplendor —dijo Obi-Wan.
—Sé dónde está —respondió Qui-Gon, girando a la izquierda e internándose en
un estrecho callejón.
Obi-Wan apretó el paso.
— ¿Cómo lo sabes? —le preguntó con curiosidad.
—Porque he estado alguna vez —respondió Qui-Gon—. Es donde se hacen los
contactos del mercado negro. Si necesitas armas o deslizadores modificados
ilegalmente, o si quieres apostar, vas al Esplendor. A veces, en algunas misiones,
necesitas ayuda de las peores fuentes, no sólo de las mejores.
Qui-Gon le llevó a una zona que él no había visto antes, en un nivel inferior muy
cercano a la superficie del planeta. Si a Obi-Wan le hubieran pedido una
descripción de Coruscant, él habría hablado de un mundo resplandeciente,
plateado y blanco, con amplias pasarelas y avenidas espaciales en las que
relucían las ágiles naves. Apenas conocía el otro Coruscant, el que se ocultaba
debajo de los niveles del Senado y de las preciosas casas de los niveles
superiores. Ese Coruscant estaba compuesto de callejones estrechos y callejuelas
atestadas de sombras oscuras y criaturas furtivas que se ocultaban al ver a los
Jedi. En los portales y en los puestos de comida había gente apostando en juegos
de azar. Las armas se colocaban en las mesas como advertencia para los
tramposos.
Qui-Gon se detuvo frente a un edificio de metal con el techo a medio derruir. Un
viejo letrero colgado de la fachada se iluminaba de vez en cuando con un chirrido,
y se reflejaba en el metal de la pared. Tenía bastantes letras fundidas, así que
decía: "ES DOR".
Las ventanas estaban cerradas y apenas llegaba un hilo de luz desde el interior.
—Ya hemos llegado —dijo Qui-Gon.
— ¿Es aquí? —Obi-Wan contempló el edificio indeciso—. La verdad es que no
hace honor a su nombre.
—No te preocupes. Es peor de lo que parece.
Qui-Gon empujó la puerta. Inmediatamente, un estruendo les llegó desde el
interior. La música procedía de una radio situada en un rincón. Gran cantidad de
clientes bebía, comía y jugaba en las mesas. Una ruleta giraba en la barra y un
montón de clientes se apiñaban alrededor con las manos llenas de créditos,
apostando por el resultado. Cuando se detuvo, uno de ellos aulló triunfante
mientras otros dos se enzarzaban en una pelea. Un cuarto individuo se alejó con
el rostro crispado por la desesperación.
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Qui-Gon se abrió paso hasta el camarero imbatiano, que casi daba con la
cabeza en el techo, y cuyas largas orejas le colgaban hasta los hombros. Ante la
mirada de los Jedi, el imbatiano alargó una de sus enormes manazas y golpeó
accidentalmente a un cliente que estaba intentando llamar su atención moviendo
los brazos. El cliente se cayó de la silla y se dio contra el suelo con una expresión
atónita en el rostro. Otro cliente pasó por encima de él y le quitó el sitio en la barra.
Obi-Wan se dio cuenta sobresaltado de que la cafetería de Didi no albergaba lo
peor de la galaxia, como él pensaba. No sabía quién era el dueño del Esplendor,
pero, fuera quien fuese, era obvio que no le importaban nada quiénes fueran sus
clientes.
Qui-Gon se abrió un hueco al final de la barra. No le hizo ninguna señal al
camarero, pero el imbatiano se acercó a él, agachó la gigantesca cabeza y
escuchó al Maestro Jedi con atención.
Después, con un leve movimiento de los ojos, señaló a un oscuro rincón.
Qui-Gon se lo indicó a Obi-Wan, y ambos se dirigieron hacia allí.
Helb era un neimoidiano. En vez de estar tomando una de las grandes jarras de
cerveza que consumían la mayoría de los clientes, sostenía una pequeña taza de
té casi oculta en sus grandes manos de uñas afiladas. A pesar de que los
neimoidianos solían llevar las mejores galas que pudieran permitirse, Helb vestía
un sencillo unimono gris con dos pistolas láser en las caderas. Estaba apoyado
contra la pared y contemplaba a la multitud con sus astutos ojos de color naranja.
Qui-Gon se sentó en la mesa frente a él. Obi-Wan hizo lo mismo.
Helb les contempló con admiración. —Qué sorpresa ver Jedi en un sitio como
éste.
—Sólo hemos venido a buscar información —dijo Qui-Gon.
—Ésa es probablemente la única cosa que no tengo a la venta —dijo Helb.
—No pasa nada, yo tampoco la iba a comprar —dijo Qui-Gon.
El Maestro Jedi se quedó en silencio, esperando. Obi-Wan no pudo dejar de
maravillarse una vez más con la cantidad de cosas que Qui-Gon podía comunicar
con sus silencios.
Helb dejó escapar un silbido que parecía ser la risa neimoidiana. —Tenéis
suerte. Hoy estoy de buen humor. Acabo de ganar una partida de sabacc. Si no
fuera por eso, estaríais hablando con la pared.
Qui-Gon no mordió el anzuelo.
—Alguien ha puesto precio a la cabeza de Didi Oddo. Y él se pregunta si los
Tecnosaqueadores están disgustados con él por algo.
Helb volvió a reírse.
—Yo sí que estoy disgustado con él. Me ganó una partida de sabacc el otro día.
Por eso estoy tan contento de haber ganado hoy.
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Qui-Gon se giró. Ambos vieron cómo la mujer vestida de negro se elevaba para
deslizarse por la estrecha apertura de la ventana. Su cuerpo pareció comprimirse.
Qui-Gon salió de un salto por la puerta principal con Obi-Wan pisándole los
talones. Bajaron corriendo por un estrecho callejón repleto de cubos de basura de
duracero, sobre los que tuvieron que saltar y correr.
La basura se aplastaba bajo sus botas, impidiéndoles avanzar rápidamente.
Intentaron no hundirse y corrieron sobre las tapas de los cubos hacia la parte de
atrás del callejón. Cuando llegaron al final, saltaron al suelo.
Ella desapareció, doblando una esquina a lo lejos.
Qui-Gon apretó el paso y Obi-Wan aceleró para alcanzarle. Su Maestro era un
corredor excelente y dio la vuelta a la esquina antes de que él llegara.
Obi-Wan se esforzó al límite, corriendo tras Qui-Gon. La pregunta, si llegaban a
alcanzar a la cazarrecompensas, era ¿qué iban a hacer con ella? El último
interrogatorio no había sido demasiado productivo.
Al girar la esquina, vio que Qui-Gon se había rendido. El callejón se
ensanchaba formando una placita de la que partían otras seis calles.
—Se ha ido —dijo Qui-Gon.
—Si es que era ella —dijo Obi-Wan—. Ahora no sé qué pensar. Vi a un viejo y
de repente se convirtió en una mujer joven.
—Tus ojos no te engañaron, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—. Sólo un sorrusiano
hubiera sido capaz de colarse por esa grieta. La pregunta es ¿qué estaba
haciendo allí? ¿Ha sido una coincidencia o nos está siguiendo?
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Capítulo 7
— ¿Qué hacéis aquí? —preguntó Astri mientras Qui-Gon y Obi-Wan entraban
en la cafetería de Didi. Se limpió las manos manchadas de harina con un trapo—.
Perdonadme, ha sonado un poco mal. Sabes que siempre eres bienvenido, Qui-
Gon, pero es que ahora es un mal momento.
—No te preocupes, Astri, no hemos venido a comer —le dijo Qui-Gon.
—Jenna Zan Arbor llegará con su grupo en cualquier momento —dijo Astri
distraída—. Uno de los camareros no se ha presentado todavía. No he terminado
los pasteles de banja, el agua de los fideos pashi no quiere hervir y la salsa me ha
salido demasiado picante.
—Pues huele de maravilla —dijo Obi-Wan amablemente.
—Gracias. ¡Ojalá les pudiera servir los olores! ¿Qué aspecto tiene el sitio? Se
suponía que Fligh iba a venir a barrer, pero no ha aparecido, esa comadreja.
Después de todo lo que Didi ha hecho por él.
—Nunca ha estado mejor —le garantizó Qui-Gon.
Astri había colocado velas decoradas en las dos largas mesas que había
juntado para la cena, intentando iluminar la cafetería. Había puesto manteles
grandes de color rosa, y la vajilla y las copas estaban relucientes. Pero no había
podido ocultar el aspecto general desastroso del sitio. Las paredes estaban
roñosas por los años de humo y suciedad acumulados, y el suelo estaba salpicado
de las marcas de miles de botas y peleas.
—No me dio tiempo a pintar dentro —dijo Astri al ver la mirada de Obi-Wan—. Y
tampoco a derribar el local y reconstruirlo —dijo con una mueca cómica.
—Seguro que todo sale bien —dijo Qui-Gon—. Sólo hemos venido a hablar con
Didi un momento. ¿Está aquí?
—Está en la parte de atrás. Le dije que se quitara de mi vista —Astri sonrió—.
Creo que lo he asustado. De hecho, me ha hecho caso —de repente, ladeó la
cabeza y miró por la ventana—. ¡Estrellas y planetas, son ellos! —Astri soltó un
aullido sorprendentemente agudo—. ¡Renzii! ¡Han llegado los clientes! ¡Renzii!
Seguía gritando cuando la puerta se abrió.
Una mujer alta que llevaba un vestido gris de brilloseda bajo una túnica de color
morado oscuro se quedó indecisa en la entrada. Su reluciente cabellera rubia
estaba anudada con unos lazos de seda.
— ¿Es éste el Café de Didi?
Astri se apresuró a limpiarse las manos en el mugriento delantal y le tendió una
a la mujer. Se había frotado con una mancha de mora que tenía en la prenda, así
que la mano se le había quedado azul. La mujer la miró y no se la aceptó. Astri
escondió rápidamente la mano en la espalda.
—Sí, sí, pasen. Sean bienvenidos. Soy Astri Oddo, la propietaria y la jefe de
cocina.
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Capítulo 8
Obi-Wan se había enfrentado antes a la muerte, pero nunca se acostumbraba.
El espacio que podía ocupar un alma, la energía de una mirada y, de repente...,
nada.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Qui-Gon.
—No lo sé —dijo Didi, secándose la cara con una servilleta—. La policía de
Coruscant ha contactado conmigo. Saben que Fligh era mi amigo. Lo encontraron
en uno de los callejones del Senado. Está tirado como si fuera un animal en la
Avenida de Todos los Mundos —el sudor resbalaba por el rostro de Didi—.
¿Creéis que esto tiene algo que ver conmigo? —preguntó. Su expresión denotaba
el miedo que le daba oír la respuesta.
—Me temo que sí —dijo Qui-Gon sombrío—. Tenemos que hablar con la
policía. Vamos, Didi.
— ¿Yo? —gimoteó Didi—. ¿Por qué tengo que ir yo?
—Porque creo que no debes separarte de nosotros de momento —dijo Qui-Gon
—. Aquí no estás seguro.
— ¡Claro que sí! —protestó Didi—. Astri va a cerrar la puerta principal para que
no entre más gente. Y esta cena de gala durará horas. Nadie intentará atacarme
con toda esta gente tan distinguida aquí. Además —añadió en voz baja—, estoy
demasiado asustado y triste para ir a ningún sitio. No podría ver el cadáver de mi
amigo. Lo siento.
Qui-Gon miró a su padawan. Obi-Wan esperaba que su Maestro no le hiciera
quedarse con Didi mientras él iba a investigar la muerte de Fligh. No quería
quedarse a cuidar de Didi habiendo trabajo que hacer.
—De acuerdo —dijo Qui-Gon reacio—. No tardaremos. Asegúrate de cerrar
bien puertas y ventanas, Didi. Esa cazarrecompensas puede colarse por cualquier
parte.
Didi asintió vigorosamente. —Ya lo he hecho, pero volveré a comprobarlo.
—Volveremos pronto —dijo Qui-Gon—. Llamaremos a la puerta de atrás. No
quiero estropear la gran velada de Astri.
—Qué considerado por tu parte, Qui-Gon —dijo Didi—. Nadie quiere aguarle la
fiesta a Astri. Esperaré aquí. ¿Podéis... podéis ocuparos de Fligh? —a Didi se le
llenaron los ojos de lágrimas—. Decidle a la policía que yo pagaré el funeral. Lo
pagaré todo.
Qui-Gon le puso una mano en el hombro.
—No es culpa tuya, amigo mío.
—Oigo lo que dices —susurró Didi—, pero no lo comparto.
Pensaba que a Astri se le olvidaría que tenía que cerrar la puerta. Pero todo
estaba sólidamente cerrado.
Estaba muy oscuro cuando Qui-Gon y Obi-Wan llegaron a la Avenida de Todos
los Mundos. No había luna, y el brillo de las farolas proyectaba sombras
irregulares.
Los policías de Coruscant, con sus uniformes azul oscuro, rodeaban el cadáver
de Fligh, que estaba cubierto por una lona.
— ¿Puedo mirar? —preguntó Qui-Gon al oficial al cargo. En su placa se leía:
"Capitán Yur T'aug". Era un fornido bothan de larga barba y melena oscura y
reluciente que le caía por los hombros.
El capitán frunció el ceño, pero todos los oficiales de las fuerzas de seguridad
sabían que las peticiones de los Jedi debían ser admitidas.
—De acuerdo —dijo el capitán Yur T'aug—, pero no es agradable de ver.
—Quédate aquí, padawan —dijo Qui-Gon a Obi-Wan, que obedeció de buena
gana. No quería ver el cadáver de Fligh. Quería recordarlo vivo.
Contempló a Qui-Gon, que, de espaldas a él, se agachaba para levantar una
esquina de la lona. Aunque su Maestro no se estremeció ni se inmutó, Obi-Wan
supo que aquella visión le había afligido. Hubo algo en la quietud que su Maestro
mantuvo durante unos segundos y en la forma en la que volvió a depositar la lona
con sumo cuidado.
Obi-Wan se dio la vuelta con un escalofrío. Alrededor del cadáver, los policías
realizaban los procedimientos habituales: etiquetar cosas, inspeccionar la zona
con linternas, introducir información en sus datapad y hablar entre ellos. La
identidad de aquel cadáver tumbado en el frío suelo era irrelevante. Fligh había
dejado de existir. Lo único que importaba ahora era cómo había muerto.
Obi-Wan contempló el firmamento. Las estrellas brillaban tan intensamente que
parecían diamantes. Algunas veces, Obi-Wan sentía que ya había visto
demasiada muerte y crueldad. ¿Cómo se sentiría Qui-Gon, que había visto mucha
más que él? Enfrentarse a ese tipo de cosas estaba dentro de las labores de los
Jedi. Ayudar. Ayudar era fácil comparado con aquello.
¿Me acostumbraré a la muerte alguna vez?, se preguntó Obi-Wan.
Obi-Wan vio un resplandor entre las sombras y se acercó. Era una piedra verde
brillante. Se agachó para observarla y se dio cuenta de que era el ojo artificial de
Fligh. Se le debía de haber caído. Se lo señaló a Qui-Gon, que asintió.
Qui-Gon se lo mostró al capitán Yur T'aug.
—Pertenecía a la víctima —dijo.
El capitán se agachó para examinarlo.
— ¡Sargento! —exclamó—. Etiquete este objeto.
Otro oficial se acercó con una bolsa de muestras y recogió cuidadosamente el
ojo con unas pinzas.
Jude Watson Star Wars Caza letal
Gon—. Es una sorrusiana que podría tener razones para asesinar a Fligh. Se aloja
en el Hostal Aterrizajes Suaves.
—Claro —dijo el capitán Yur T'aug—. Gracias por la información —su falta de
interés era evidente.
—Buena suerte —dijo Qui-Gon—. Ha de saber que Didi Oddo correrá con los
gastos del funeral. Fligh no carecía de amigos. Hay gente que le echará de
menos.
Qui-Gon se dirigió hacia Obi-Wan, y ambos dejaron atrás a los policías mientras
se adentraban en la avenida principal que rodeaba al Senado.
— ¿Estás bien, padawan? —le preguntó Qui-Gon.
—Fligh no era amigo mío —dijo Obi-Wan—. Apenas pasé unos minutos con él.
Había algo agradable en él, aunque no puedo decir que me cayera bien. Y casi me
siento tan mal como Didi.
—A mí me pasa lo mismo —dijo Qui-Gon.
Caminaron un rato en silencio.
— ¿Llegas a acostumbrarte a la muerte? —preguntó Obi-Wan.
—No —dijo Qui-Gon—. Y así es como debe ser.
— ¿Por qué crees que mataron a Fligh? —preguntó Obi-Wan—. ¿Crees que,
como Didi, sabía algo importante y no se daba cuenta?
—Puede —dijo Qui-Gon—. Y recuerda que Fligh nos dijo que intentaría ayudar
a Didi. Me pregunto si llegó a intentarlo siquiera. Seguro que no le hubiera sido
difícil averiguar el paradero de la cazarrecompensas.
— ¿Crees que pasó eso? —preguntó Obi-Wan.
—Vamos a pasar por el hostal de vuelta a la cafetería —sugirió Qui-Gon—.
Tenemos que tener otra charla con la cazarrecompensas.
Caminaron deprisa por las calles hasta que llegaron al Hostal Aterrizajes
Suaves. Esta vez la puerta estaba ligeramente abierta, así que pudieron entrar sin
llamar a la encargada. Subieron rápidamente las escaleras hasta el tercer piso.
Qui-Gon llamó a la puerta y ésta se abrió. La habitación estaba vacía.
—Se ha ido —la togoriana estaba detrás de ellos con un cubo y una
vibrofregona en las manos—. Ya no se aloja aquí. Tengo que limpiar. Largo de
aquí.
Bajaron por las escaleras.
—Esto no me gusta —murmuró Qui-Gon—. Volvamos a la cafetería.
Apretaron el paso y echaron a correr. La cafetería no estaba muy lejos.
Doblaron la esquina. Frente a ellos estaba el café. No había luz en el interior y
la puerta estaba completamente cerrada.
—Hemos llegado tarde —dijo Qui-Gon.
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Capítulo 9
Desenfundaron los sables láser y entraron en la cafetería. Comprobaron a
simple vista que estaba desierta. Los platos a medio terminar estaban en las
mesas. Qui-Gon se apresuró a entrar en la cocina. Había cacharros tirados por el
suelo y con el contenido vertido, las bolsas de harina y cereales estaban
derramadas por la encimera y la puerta de la cámara frigorífica estaba abierta.
Corrieron al despacho de Didi. Los papeles y los archivos estaban tirados por el
suelo, y los cubos de duracero habían sido derribados y pateados. Todo lo que
había estado en las estanterías yacía ahora en el suelo.
—Subamos —dijo Qui-Gon.
El Maestro Jedi subió al piso superior con Obi-Wan detrás. Entraron en el
dormitorio de Didi.
En los momentos de peligro, los sentidos de Qui-Gon ralentizaban el tiempo.
Percibió todo lo que había en la habitación en lo que parecieron ser segundos,
pero no fue más que un pestañeo. Astri estaba en el suelo, inconsciente o muerta;
Didi, de pie y envuelto en el látigo de la cazarrecompensas con una mirada
aterrorizada y una herida en la frente; y la cazarrecompensas se daba la vuelta y
se detenía un instante al verles. Su mirada carente de expresión no demostró ni
sorpresa ni miedo.
El tiempo reanudó su marcha. Qui-Gon se anticipó al movimiento de la
cazarrecompensas, que se llevó la mano a la cintura en busca de la pistola láser.
El Jedi se abalanzó para contraatacar, pero no supo adivinar que ella iba a
apuntar a Astri y no a él. Sus reflejos Jedi eran tan rápidos que pudo dar la vuelta,
lanzando un barrido circular con el sable láser. Perdió ligeramente el equilibrio,
pero consiguió rechazar el disparo.
Astri se estremeció. Qui-Gon sintió una oleada de alivio. Seguía viva.
Un ataque perfecto que mezclaba el engaño con la velocidad y la estrategia.
Qui-Gon fintó a la izquierda y se abalanzó hacia la cazarrecompensas. Ella no
respondió a la estocada, sino que disparó y dio un gran salto hacia la izquierda
para esquivarle. Su sable láser atravesó el espacio que ella ocupaba un instante
antes.
Era incluso mejor luchadora de lo que él pensaba.
Obi-Wan se echó hacia delante para cubrir a Astri y para que Qui-Gon pudiera
así concentrarse en el combate. La cazarrecompensas activó el látigo y tiró de él.
El arma giró alrededor de Didi en un círculo abrumador y lo arrojó contra la pared.
Didi se golpeó con un ruido sordo y cayó al suelo aturdido.
El látigo se puso en modo láser. Con un movimiento cortante, la
cazarrecompensas destrozó la ventana de transpariacero. Qui-Gon saltó hacia
delante, manteniéndose entre su oponente y Astri. Didi comenzó a arrastrarse
hacia su hija y se colocó bajo Qui-Gon, que saltó para esquivarlo, concentrando
toda su atención en protegerlo.
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—Lo hice lo mejor que pude —murmuró ella—, pero creo que todavía no capto
lo de la elegancia. Renzii no paraba de equivocarse con los pedidos y yo no podía
con todo. La comida se quedó fría. Así que Jenna Zan Arbor se enfadó y todos se
fueron. La próxima vez contrataré más ayudantes. Fue un gran error. Pero como
me gasté todo el dinero extra en la comida...
—Y entonces ¿cómo entró la cazarrecompensas? —preguntó Obi-Wan.
Astri levantó la cabeza.
— ¿Qué cazarrecompensas? —preguntó de nuevo con frustración.
—Didi, cuéntaselo —dijo Qui-Gon.
—No mientras sigas herida, Astri —dijo Didi nervioso—. Tienes que acostarte...
— ¿Qué cazarrecompensas? —preguntó Astri con los dientes apretados.
—Pues... verás, esto... puede que me haya metido en un pequeño lío —le dijo
Didi—. Nada grave.
—Claro —dijo Astri—. Nada grave. Sólo ha sido una noche más en la cafetería.
A mí me suelen dejar inconsciente a menudo.
—Qué sentido del humor tiene mi niña —dijo Didi nervioso a los Jedi—. ¿A que
es maravillosa?
—Es probable que tu padre posea una información valiosa para alguien
—interrumpió Qui-Gon con impaciencia—. Y ese alguien ha enviado a una
cazarrecompensas a buscarle. Suponemos que quieren recuperar la información a
toda costa. Y, aun así, la cazarrecompensas no lo mató cuando tuvo la
oportunidad.
—Es buena señal —dijo Didi animado. Luego volvió a asustarse—. ¿No?
— ¿Has vuelto a vender información? —gritó Astri enfadada. Luego hizo una
mueca y cerró los ojos. Bajó la voz hasta que fue un susurro— Tú, baboso,
rastrero, repugnante hijo de un mono-lagarto kowakiano —siseó ella entre dientes
—. Me has vuelto a mentir.
—No mentí tanto como para no contarte nada —dijo Didi palmeándole en el
hombro—. No me atrevería a afirmar que el negocio va tan bien como en otras
épocas, pero Fligh venía de vez en cuando con algunas cosillas para vender.
¿Cómo iba a dejarlo tirado? ¿A quién iba a vender sus chascarrillos sino a mí? Su
muerte ha sido una tragedia.
— ¿Muerte? Ya ves adonde le han llevado sus negocios —dijo Astri clavando la
mirada en su padre—. ¿Seré yo la siguiente, papá?
Didi se dio la vuelta, incapaz de mirar a su hija. Ella se levantó tambaleándose y
salió de la habitación.
—Volvamos a lo que sabemos —dijo Qui-Gon a Didi—. La cazarrecompensas
no ha encontrado lo que estaba buscando, pero ha dejado todo patas arriba. Eso
significa que está buscando un objeto físico y no una información que tengas tú en
la cabeza. ¿Qué es, Didi? Y esta vez tienes que decirnos toda la verdad. Ya has
Jude Watson Star Wars Caza letal
Capítulo 10
Mientras entraban en las frescas estancias del Templo Jedi, Qui-Gon percibió el
alivio que Obi-Wan intentaba ocultar. El chico estaba agotado. Qui-Gon no sabía
que aquella breve parada para ver a Didi iba a desencadenar aquel enrevesado
misterio que ahora se veían obligados a desvelar.
—Yo no planeé esto, padawan —le dijo—. Sólo quería pasar a saludar a un
amigo.
Obi-Wan asintió.
—Pero ese amigo estaba en peligro. No podías negarte a ayudarlo.
—A ti no te pareció bien —dijo Qui-Gon.
El Maestro Jedi vio la indecisión en el rostro de Obi-Wan. Conocía bien esa
expresión. Obi-Wan odiaba decepcionarle. Pero jamás le mentía.
—No —dijo—. Al principio no. Pero ahora sí. Siempre dices que tengo que
conectar con la Fuerza, y cada vez entiendo mejor lo que quieres decir. Mi primer
impulso fue alejarme de Didi —Obi-Wan miró a su Maestro a los ojos—. Estaba
cansado, tenía hambre y no me cayó bien Didi. Pensé en mis propias
necesidades, y ahora entiendo lo que querías decir. Didi tiene sus defectos, pero
es buena gente. Es sólo que me cuesta un poco ver esas cosas. Ojalá no fuera así
—dijo Obi-Wan con voz entrecortada.
—No seas tan duro contigo mismo, padawan —dijo Qui-Gon lentamente—. Es
algo que puede convertirse en un defecto si no tienes cuidado, porque sentir ira
hacia uno mismo es algo destructivo. Todos los seres vivos pueden ser
impacientes y largarse a la primera de cambio, evitando involucrarse. Es un
impulso natural. Somos criaturas amantes de la paz y la tranquilidad, pero también
somos Jedi. No es nuestra propia paz y tranquilidad lo que debe motivarnos.
Nosotros nos hemos consagrado a un bien mayor, pero recuerda siempre que la
paz y la tranquilidad de un único ser vivo también es lo que nos debe motivar.
Obi-Wan asintió. Qui-Gon le colocó suavemente una mano en el hombro.
—Come algo, padawan —dijo—. Voy a hablar con Yoda y con Tahl.
Qui-Gon percibió que el hambre y el cansancio de Obi-Wan se enfrentaban con
su deseo de quedarse con su Maestro.
— ¿Seguro que no me necesitas?
—Cuando te necesite, iré a buscarte —dijo Qui-Gon—. Y tú necesitas un poco
de comida y descanso. Después proseguiremos.
Dejó a Obi-Wan de camino al comedor y se dirigió a la Estancia de las Mil
Fuentes, donde iba a encontrarse con Yoda y con Tahl. Se había citado con ellos
allí a través del intercomunicador.
El aire fresco y húmedo le sentó mejor que comer. Sus ojos se posaron sobre la
multitud de sombras verdes que provocaban las plantas y los árboles dispuestos a
lo largo de los diversos senderos. Se detuvo un instante para regocijarse en la
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belleza que le rodeaba. Cogió aire varias veces, concentrándose en las verdes
sombras, el murmullo de las fuentes y el olor de la exuberante vegetación y de las
flores. Se quedó prendado del momento, dejando que llenara su corazón y su
mente. Después retomó el sendero hacia Yoda y Tahl.
Estaban sentados en uno de los bancos favoritos de Yoda, junto al cual un
arroyuelo de piedrecitas blancas provocaba un murmullo musical. Tahl le oyó
llegar y se giró hacia él.
—Espero que hayas dejado a Obi-Wan ir a comer algo decente —dijo divertida
antes de que él dijera nada—. El pobre siempre está pasando hambre.
Qui-Gon sonrió. Tahl nunca saludaba. Siempre empezaba directamente alguna
conversación.
— ¿Te das cuenta de que en lugar de saludarme siempre empiezas
acusándome de algo? —dijo él, sentándose en el banco de enfrente.
Tahl sonrió.
—Claro. Si no ¿cómo voy a mantenerte en guardia?
Qui-Gon contempló el encantador rostro de Tahl. Sus ojos ciegos de color verde
y dorado estaban llenos de alegría. Hubo un tiempo en el que no podía mirarla sin
afligirse. Sólo ver la cicatriz blanca que marcaba su piel color miel le hacía daño.
Pero llegó a darse cuenta de que Tahl había aceptado su destino y lo había
asimilado. Y su amistad era valiosísima para él.
—Le he dejado en el comedor —dijo Qui-Gon—. Seguro que ya ha repetido dos
veces.
— ¿Noticias no tienes? —preguntó Yoda—. Preocupados por Didi estamos.
Quizás una comadreja sea, pero un amigo del Templo también es.
—Siento informaros de que la situación ha empeorado —dijo Qui-Gon.
Les contó rápidamente el asesinato de Fligh y el ataque sufrido por Astri y Didi.
— ¿El cuerpo de Fligh estaba desangrado? —Tahl frunció el ceño—. Eso me
suena.
—Ha habido otros seis casos en Coruscant en el pasado año —dijo Qui-Gon—.
Sobre todo vagabundos, gente sola.
—Sí, lo sé —dijo Tahl—, pero hay algo más —su expresión era de profunda
preocupación—. Y hay otra cosa. He investigado a tu cazarrecompensas. Es una
maestra del disfraz. Utiliza pelucas, carne sintética, prótesis... es así como se
mueve sin que la detecten.
—No me sorprende —dijo Qui-Gon—. Obi-Wan vio cómo cambiaba su aspecto
de anciano a mujer en cuestión de segundos.
—Dijiste que a una senadora un datapad Fligh robó —dijo Yoda—. ¿Cuál?
—Yo no la conocía —dijo Qui-Gon—. La senadora Uta S'orn del planeta
Belasco.
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—Por cierto, he hablado con la policía —le dijo Tahl—. La senadora S'orn no
denunció el robo. Puede que no fuera importante para ella. En el Senado ocurren
robos menores constantemente. Estoy segura de que la mayoría no se denuncian,
pero creía que ya te lo había dicho. Además, la senadora S'orn acaba de anunciar
su dimisión. Ha aducido razones personales.
—A la senadora S'orn conozco —dijo Yoda—. Varias conversaciones con los
Jedi ha tenido.
Sorprendido, Qui-Gon se volvió hacia Yoda.
— ¿Sobre qué?
—Un hijo tenía —prosiguió Yoda—. Ren S'orn. Potencial en la Fuerza tenía.
Para su formación le aceptamos, pero separarse de él su madre no podía.
Controlar la Fuerza y comprenderla él no pudo. A la galaxia escapó.
Tahl tomó aire.
—Ahora lo entiendo —susurró.
Yoda asintió.
— ¿El qué? —preguntó Qui-Gon, echándose hacia delante. Se dio cuenta de
que Yoda y Tahl sabían algo importante.
—Ren se perdió para siempre, se convirtió en un vagabundo —dijo Tahl—.
Perdió contacto con su madre. Ella acabó por ponerse en contacto con nosotros.
Se enviaron varios equipos de Jedi en su busca y en su ayuda, pero él los
rechazó.
—La esperanza de que acabara volviendo teníamos —dijo Yoda—. Que
empleara la Fuerza para hacer el mal nos asustaba, pero confundirlo y enfurecerlo
la Fuerza sólo hizo. Diferente él era. Diferente no quería ser. La paz no podía
encontrar.
—Una tragedia —dijo Tahl—. No pudo encontrar la forma de salir. No encontró
un sitio al que llamar hogar. Y, como suele pasar, acabó frecuentando malas
compañías. Nos llegó la noticia de que le habían asesinado.
—No hace mucho fue —dijo Yoda—. Seis meses, creo. En Simpla-12.
—Son malas noticias —dijo Qui-Gon—, pero ¿por qué son relevantes?
—Por cómo murió —dijo Tahl lentamente—. A Ren le estrangularon. Y su
cuerpo estaba desangrado.
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Capítulo 11
Por la mueca sombría de Qui-Gon, Obi-Wan se dio cuenta enseguida de que no
iba a llegar a saborear el postre, y se puso de pie.
—Lo siento, padawan. Es hora de irse —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan agarró el pastelito y lo fue engullendo mientras caminaban. Qui-Gon
cogió un deslizador del hangar de transportes. En cuestión de segundos, ya
estaban de camino al edificio del Senado.
Ya era tarde, pero las calles seguían atestadas de tráfico. Las farolas hacían
que los edificios y las pasarelas relucieran como si fuera de día. Un montón de
seres iban de un lado a otro bajo las luces, abarrotando los restaurantes y las
aceras.
— ¿Qué te han dicho Yoda y Tahl? —le preguntó Obi-Wan, tragándose el
último trozo de tarta.
—Aún no tengo todas las piezas —dijo Qui-Gon—, pero, de alguna forma, la
senadora S'orn está conectada o implicada en la muerte de Fligh. Su hijo murió de
la misma manera que él —Qui-Gon le contó la historia de la confusa vida de Ren y
su trágica muerte.
— ¿Pero qué tiene que ver eso con Didi? —preguntó Obi-Wan.
—Puede que nada —Qui-Gon condujo el transporte por el atestado espacio
aéreo que rodeaba el Senado.
—Pero no tiene sentido —dijo Obi-Wan—. Su hijo murió en otro planeta. Y Didi
no conoce a la senadora S'orn.
—Cierto, no tiene sentido —respondió Qui-Gon—, pero tiene que tenerlo, de
alguna manera. Sólo tenemos que encajar las piezas.
Qui-Gon aparcó el deslizador en la zona de aterrizaje del Senado y caminó
hasta el edificio. Los pasillos, que normalmente estaban atestados de gente, se
encontraban desiertos. Sus pasos resonaban en el suelo pulido.
— ¿Qué te hace pensar que estará aquí siendo tan tarde? —preguntó Obi-Wan.
—Acaba de anunciar su dimisión —respondió Qui-Gon—. Seguro que ha tenido
una tarde ajetreada. Y parece el tipo de senadora que se queda trabajando hasta
tarde. La mayoría se van en cuanto termina la sesión del Senado —Qui-Gon calló
un instante y dijo—: El Senado ya no es lo que era. Y cada vez va a peor. Los
idealistas se han ido marchando.
Fueron hasta el despacho de la senadora. La antecámara tenía la luz apagada,
pero Qui-Gon entró y llamó a la puerta del interior.
—Adelante.
Entraron. Sólo había una lámpara encendida. La senadora S'orn estaba
sentada en una silla, contemplando el paisaje urbano de la noche.
— ¿Sí? —preguntó sin girarse.
Jude Watson Star Wars Caza letal
eran escasas. A Jenna, una amiga mía, también le robaron el datapad, pero no
creyó que mereciera la pena denunciarlo. Estábamos demasiado ocupadas.
La mirada atenta de Qui-Gon se puso alerta.
— ¿Jenna?
—Jenna Zan Arbor —dijo la senadora S'orn—. Es amiga mía y está de visita en
el Senado por una conferencia. Seguro que han oído hablar de ella. Es la científica
transgénica más importante de la galaxia, y una gran humanista.
—Por supuesto —dijo Qui-Gon—. ¿Estaban juntas cuando tuvo lugar el robo?
—Fue en una de las cafeterías de la entrada —dijo la senadora S'orn—.
Estábamos almorzando.
Obi-Wan intentó controlar su agitación. Estaban a punto de descubrir algo. Lo
sabía. Fligh robó el datapad, y Jenna reservó el restaurante de Didi para una
importante cena. ¿Sería una conexión que les llevaría a alguna parte? Como
había dicho Qui-Gon, no tenía sentido, pero tenía que tenerlo.
— ¿Había alguien más en la cafetería?
La senadora S'orn suspiró.
— ¿Queréis decir que si el ladrón estaba allí? Supongo que sí. Supongo que
serán conscientes de que he repasado aquello una y otra vez. La cafetería estaba
repleta. No vi a nadie sospechoso.
— ¿Recuerda a un humano alto y atlético con un ojo oscuro y otro ojo verde
brillante?
La senadora S'orn se sobresaltó.
—Sí, pero él no me lo robó. Es un asistente del Senado. O al menos eso dijo.
Estábamos hablando de una cena que Jenna iba a dar para el resto de los
científicos asistentes a la conferencia. Él nos ofreció la tarjeta de un excelente
restaurante que nos había recomendado. Jenna cogió la tarjeta. Yo no había oído
hablar del sitio, pero Jenna dijo que lo tendría en cuenta.
Qui-Gon y Obi-Wan se miraron.
— ¿Era el ladrón? ¿Debería denunciarle? —preguntó la senadora S'orn.
Qui-Gon se puso de pie.
—No serviría de nada. Está muerto. Gracias por su tiempo, senadora.
Obi-Wan siguió a Qui-Gon fuera del despacho.
—Ya tenemos una conexión —dijo—. Fligh y Didi con Jenna Zan Arbor y la
senadora S'orn.
—Por no mencionar a Ren S'orn —dijo Qui-Gon—.
Seguro que Jenna Zan Arbor sabía lo del hijo de la senadora.
—Pero sigo sin ver el significado —dijo Obi-Wan frustrado—. Es todo muy
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confuso.
—Hazte la siguiente pregunta, padawan. ¿A quién beneficiaría la muerte de
Fligh? ¿O la de Didi?
—A nadie —dijo Obi-Wan—. No por ahora. A no ser que haya algo en ese
datapad que nosotros desconocemos.
—Eso es —dijo Qui-Gon—. En alguno de los dos datapad... recuerda que ahora
sabemos que a Jenna Zan Arbor también le robaron el suyo.
Obi-Wan asintió.
—Tengo una ligera idea de adonde vamos ahora.
—Sí —dijo Qui-Gon—. A ver a Jenna Zan Arbor.
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Capítulo 12
Obi-Wan se encontraba incómodo en el vestíbulo del lujoso hotel. Había estado
en palacios y mansiones, había visto sitios esplendorosos con gruesas alfombras,
los mejores metales y muebles finamente adornados. Lo había contemplado todo
sin sentirse parte integrante, como un Jedi, y nunca se había sentido incómodo, ni
en el palacio de una Reina.
Pero allí no era lo mismo. Las paredes eran de piedra blanca pulida con vetas
de oro blanco. El suelo era de piedra negra y relucía cegador. Le daba miedo
sentarse en los mullidos sofás y en las sillas. De repente, se fijó en que tenía la
túnica manchada del pastelito.
La aristocracia se arremolinaba a su alrededor, yendo de un lado a otro,
saliendo de los muchos restaurantes que habían en el vestíbulo y recogiendo su
correo o sus llaves. Le miraban sin prestarle atención, como si no mereciera la
pena. Hablaban en voz baja, en susurros, no como las agitadas conversaciones
de las bulliciosas calles.
Como siempre, Qui-Gon parecía encontrarse a gusto. Fue hacia el mostrador y
pidió que llamaran a Jenna Zan Arbor.
El recepcionista habló por el auricular de su intercomunicador privado y
escuchó un momento.
—Pueden subir —dijo. Luego les indicó que cogieran el turboascensor que les
llevaría a la planta setenta y siete.
Obi-Wan siguió a Qui-Gon hacia un enorme tubo forrado de una piedra rosácea
que le hizo sentir como si estuviera en el centro de una flor. Las puertas se
abrieron, y ambos echaron a andar por la gruesa moqueta.
Jenna Zan Arbor les estaba esperando en la puerta de su suite. Llevaba un
vestido azul oscuro de septoseda que le llegaba hasta los pies. Lucía un
complicado recogido en el pelo entretejido de cintas de múltiples colores.
Qui-Gon se inclinó ante ella.
—Gracias por recibirnos. Soy Qui-Gon Jinn y él es Obi-Wan Kenobi.
Ella le devolvió la inclinación.
—Jenna Zan Arbor. Es un honor conocer a unos Jedi —les miró de nuevo—.
Pero ustedes estaban en la cafetería.
—Somos amigos de Astri y Didi Oddo —dijo Qui-Gon.
El cálido gesto de bienvenida de Jenna Zan Arbor se enfrió un poco. Se dio la
vuelta y les guió a una espaciosa sala con el mismo suelo de piedra negra pulida
que el vestíbulo. Los mullidos sofás blancos estaban colocados en dos zonas, una
más íntima y otra más amplia. Los ventanales, que se levantaban desde el suelo
al techo, estaban tapados por cortinas de gasa blanca fijadas al suelo. En el
exterior, las luces de los vehículos eran como estrellas errantes atravesando la
niebla.
Jude Watson Star Wars Caza letal
—No creo que... —el tono irritado de Zan Arbor se interrumpió cuando se
encogió de hombros— ¿Por qué no? No tengo nada que esconder —fue hasta el
escritorio y garabateó algunos nombres en una lamina reciclable que le alcanzó a
Obi-Wan. Él se la guardó en la túnica.
Ella se sentó de nuevo.
— ¿Puedo preguntarles qué tiene que ver el asesinato de Ren S'orn con el tal
Fligh o con el ataque de la cafetería'?
—Puede que nada —dijo Qui-Gon.
La científica les miró fríamente.
—Creo que empiezo a entenderlo. No quiere que le proporcione información.
Usted piensa que estoy implicada.
—Yo no he dicho nada parecido —dijo Qui-Gon.
—Pero está aquí —señaló ella con firmeza—. Y supongo que sabe quién soy.
Qui-Gon asintió.
—No estoy acostumbrada a que venga alguien a mis aposentos a acusarme de
estar implicada en un asesinato. El asesinato es algo con lo que no estoy
familiarizada. Vivo en el mundo de la investigación transgénica. Así que
perdóneme si estoy un tanto confundida y preocupada.
—Por supuesto —dijo Qui-Gon—. El asesinato es un tema preocupante.
Zan Arbor sonrió brevemente.
—Sobre todo para la víctima. ¿Qué más necesita saber?
— ¿Por qué no denunció el robo de su datapad? —preguntó Qui-Gon—.
Seguro que fue algo preocupante.
—No me preocupó. Tengo copias de seguridad de todos mis archivos en
tarjetas de datos.
—Uta S'orn estaba preocupada —dijo Qui-Gon.
—Tenía razones para estarlo —respondió Zan Arbor algo afectada—. Tenía
información privada en ese datapad. Se vio obligada a dimitir antes de poder
introducir esa ley tan importante.
— ¿Y sabe usted de qué se trata? —preguntó Obi-Wan. Hasta el momento se
había contentado con ver cómo Qui-Gon hacía las preguntas, pero aquella ley ya
había salido antes, y tenía curiosidad por saber en qué consistía.
—Sí. Uta me lo contó todo. La verdad es que yo no estaba tan interesada. Yo
vivo para las ciencias. Parece que estaba intentando reunir una coalición de
planetas para luchar contra una banda de traficantes de piezas. Era probable que
obtuviera todos los votos necesarios, pero su dimisión lo cambió todo. Sin ella
para mantener unida la alianza, el proceso se paralizará. ¿Hemos terminado?
Obi-Wan no miró a Qui-Gon, pero se sentía eufórico. Era una pista crucial. Los
Jude Watson Star Wars Caza letal
Capítulo 13
Todo había pasado muy rápido, pero los extraordinarios reflejos de Obi-Wan le
dieron el segundo que necesitaba. Y fue suficiente. Mientras caía por encima de la
barandilla, manipuló su lanzacables. Lo apuntó hacia el borde de la plataforma y lo
activó.
La cuerda se proyecto hacia delante y él quedó colgado en el aire. Era una
sensación aterradora. Un crucero pasó a su lado y el conductor se quedó atónito
al ver a un chico colgando en mitad de una avenida espacial.
Obi-Wan sintió un hilillo de sudor cayéndole por las sienes. Recogió el
lanzacables y se elevó hasta la plataforma. Qui-Gon le estaba esperando.
—Eso es pensar rápido, Obi-Wan —dijo Qui-Gon, aliviado y nervioso—. Tus
reflejos no te han fallado. Debería haber estado más alerta.
— ¿Dónde está el encargado del aparcamiento? —preguntó Obi-Wan.
—Se marchó en el deslizador —dijo Qui-Gon sombrío.
— ¿Crees que la cazarrecompensas le ha sobornado?
—Creo que ese chico era la cazarrecompensas —dijo Qui-Gon—. No
volveremos a cometer ese error —se sintió aturdido por el alivio y se dio cuenta de
que el cansancio se estaba imponiendo al fin—-. Ven. Esta noche ya no podemos
hacer nada más. Necesitamos descansar. Por lo menos sabemos que la
cazarrecompensas sigue en Coruscant y no está persiguiendo a Didi y a Astri.
Cuando llegaron al Templo, Obi-Wan iba arrastrando los pies. Aquello le había
llevado al límite. Qui-Gon le mandó a dormir de buena gana.
Ya en su dormitorio, Qui-Gon se tumbó en la cama a oscuras. Deseaba
descansar, pero ni un Jedi podía invocar el sueño si la mente estaba activa.
Ella le había engañado de nuevo y casi mata a Obi-Wan. Era obvio que
pensaba más rápido que él y era porque la investigación le hacía bajar la guardia.
Se había preocupado más por Didi que por su propio padawan.
Qui-Gon recordó la conversación con Jenna Zan Arbor. Obi-Wan tenía razón.
Tenía sentido que los Tecnosaqueadores quisieran apropiarse del datapad de la
senadora S'orn. Sin duda habían contratado a Fligh para la tarea. Seguro que
Fligh les había hecho esperar, y era posible que hubiera escondido el datapad en
la cafetería, implicando así a Didi. Quizá Fligh había intentado recuperarlo y por
eso le habían asesinado.
Qui-Gon contempló el techo. La lógica le indicaba que aquel planteamiento
tenía sentido. Entonces ¿por qué no podía dormir?
Era porque el asesinato de Fligh no parecía obra de una banda de delincuentes
como los Tecnosaqueadores. No necesitaban disimular su trabajo ni despistar a
las fuerzas de seguridad de Coruscant. Su actitud arrogante les hacía
considerarse demasiado grandes como para preocuparse por una investigación
Jude Watson Star Wars Caza letal
local.
No, el asesinato de Fligh seguía sin tener sentido. Y eso le indicó a Qui-Gon
que se trataba de emociones y no de lógica.
Volvió a pensar en la senadora S'orn. Él había percibido en ella la tristeza y la
amargura. Esas emociones, sin duda, podían llevar a alguien a cometer maldades.
Jenna Zan Arbor parecía no tener nada que ocultar, pero le seguía resultando
extraño que hubiera aparecido en la cafetería de Didi. Era cierto que no conocía
Coruscant, pero su amiga sí. Le podía haber pedido consejo a Uta S'orn. ¿Por qué
había aceptado la recomendación de un extraño?
El asesinato es un tema preocupante.
Sobre todo para la víctima.
Había cierta frialdad en la sonrisa de Jenna Zan Arbor cuando hizo ese
comentario. Aquella gélida sonrisa le quitaba el sueño a Qui-Gon.
Y la visión de Obi-Wan cayendo por aquella barandilla mientras él se
abalanzaba a rescatarle... Y saber que la cazarrecompensas podía volver a
retomar el rastro de Didi y Astri...
Sí, tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Percibió la noche, tanteó la oscuridad que le rodeaba y respiró hondo unas
cuantas veces. No podía hacer nada esa noche. Su preocupación por Didi y Astri
se mantendría en su interior y volvería a resurgir por la mañana. Hasta entonces,
tenía que dormir.
que iba a dimitir. Al final conseguimos lo que queríamos. Su ley ha muerto. ¿Por
qué íbamos a poner precio a la cabeza de Fligh? Vale, era una comadreja, pero
era una comadreja muy útil. Nos mandaba un montón de clientes.
—Fligh robó dos datapad ese día —dijo Qui-Gon—. ¿Sabes lo que pasó con el
otro?
Helb se encogió de hombros.
—Quizá lo vendió por ahí o se lo dio a alguno de sus acreedores.
Obi-Wan y Qui-Gon se miraron.
—Didi —murmuró Obi-Wan.
—Puede —dijo Helb al oírle—. Seguro que Fligh también debía dinero a Didi.
Didi es el jugador de sabacc más astuto que hay. Todos estuvimos en esa partida
de sabacc. Yo también perdí ante Didi. Ninguno podíamos pagarle aquel día, pero
nos dejó irnos. Yo no le pagué hasta unos días después. Por suerte, tenía
información con la que comerciar para ganar algo de dinero.
— ¿Qué información? —preguntó Qui-Gon.
—Lo del escondite que Didi tenía en las montañas Cascardi —dijo Helb—. No
pensaba contarlo nunca, la verdad, pero pasé la información a un viejo loco
envuelto en un montón de harapos en el Esplendor. De hecho, fue el día que os
conocí a vosotros dos...
Helb no tuvo tiempo de acabar la frase.
Los Jedi ya se habían ido.
Jude Watson Star Wars Caza letal
Capítulo 14
Desde arriba, la casa de las montañas Cascardi parecía tranquila. Era una
construcción blanca de tres pisos situada en la ladera de una montaña y que se
fundía con la nieve. Podían ver el crucero de Didi aparcado en la pequeña
plataforma de aterrizaje a la altura de la segunda planta. No había señal de Didi y
Astri.
Qui-Gon aterrizó el crucero al lado del de Didi. Él y Obi-Wan salieron del
vehículo y se aproximaron cautelosos hacia la puerta. Tenían los sables láser
empuñados, pero sin activar. Esta vez estarían preparados.
Qui-Gon se concentró, intentando escuchar algún movimiento y buscando algo
fuera de lo normal. Obi-Wan estaba tenso a su lado, pero él confiaba en el instinto
del chico.
— ¿Qué opinas? —le preguntó en voz baja.
—No siento nada concreto —dijo Obi-Wan—, pero algo va mal. Didi y Astri no
corren peligro, pero capto una presencia peligrosa aquí.
Qui-Gon asintió.
—Yo percibo lo mismo. Ella los ha atraído hasta aquí. Sin duda se quedó en
Coruscant y siguió nuestro rastro. No tenía que seguir a Didi y a Astri. Ya sabía
dónde estaban. Cuanto antes les saquemos de aquí, mejor.
Una ventana se abrió por encima de ellos, y Didi asomó la cabeza. El alivio se
dibujó en sus facciones.
—Sois vosotros, gracias, lunas y estrellas. Voy a abriros la puerta. Estoy tan
contento de veros.
Un momento después, la puerta se abrió. Qui-Gon y Obi-Wan entraron y se
encontraron con Didi, que bajaba por una rampa que se curvaba desde el piso
superior.
— ¿Va todo bien? —preguntó Qui-Gon colocándose de nuevo el sable láser en
el cinturón.
Didi asintió.
—Creo que sí. Al principio estábamos contentos de estar aquí y nos sentíamos
seguros. Esto es tan remoto y oculto. Pero el aislamiento nos está poniendo de los
nervios. Creo que nos sentiríamos más seguros en Coruscant.
— ¿Dónde está Astri? —preguntó Obi-Wan.
—Aquí —Astri apareció desde otra habitación—. Me alegro de veros. Las horas
han pasado tan despacio.
— ¿Ninguna señal de peligro? —preguntó Qui-Gon—. ¿Nada fuera de lo
normal?
—Nada —dijo Didi.
Jude Watson Star Wars Caza letal
—Hacemos guardias —dijo Astri—. Miramos por las ventanas a ver si vemos
algún crucero. Os vimos venir. No estábamos seguros de quiénes erais —se llevó
la mano a una pistola láser que llevaba colgando de la cintura—. Yo estaba
preparada.
— ¿Alguna vez has usado una pistola láser, Astri? —preguntó Qui-Gon con
amabilidad.
—No puede ser tan difícil —dijo Astri—. Apuntas y disparas. Tan fácil como
cocinar.
Habiendo visto su cocina, Qui-Gon no estaba seguro de si debía fiarse de la
puntería de Astri.
—Te daré una clase dentro de un momento —dijo a la chica—. ¿Y tú, Didi?
¿Tienes un arma?
— ¿Lo dices en serio? —Didi negó con la cabeza—. Ni siquiera me gusta que
Astri lleve una. ¿Cómo crees que he conseguido mantenerme al margen de los
problemas todos estos años?
—Tenemos que hablar con vosotros dos seriamente —dijo Qui-Gon—. Tenéis
que decirnos la verdad. Vuestra seguridad depende de ello.
—Pero si dijiste que aquí estábamos seguros —dijo Didi nervioso.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—No, no dije eso. Esto sólo nos proporcionaba tiempo. Y me temo que el
tiempo se ha acabado.
— ¿Qué queréis saber? —preguntó Astri.
Qui-Gon se volvió hacia Didi.
—Fligh robó dos datapad. Creemos que uno de ellos es la clave de vuestro
problema. Debió de darte uno a ti, Didi. ¿Te dejó un maletín, una caja o algo así?
¿Pudo esconder algo mientras tú le dabas la espalda?
—Jamás le hubiera dado la espalda a Fligh —dijo Didi—. Ya me has
preguntado por eso, amigo mío. Te vuelvo a decir lo mismo. Fligh no me dio nada.
Obi-Wan percibió cierto rubor en las mejillas de Astri.
— ¿Y tú, Astri? —preguntó.
Ella miró a su padre.
—Bueno. Algunas veces utilizaba a Fligh para algo más que para barrer.
— ¿Utilizabas a Fligh? —preguntó Didi, incrédulo—. ¿Después de haberme
dicho que no me relacionara con él?
Astri parecía incómoda.
—Me había gastado mucho dinero en la cafetería y no teníamos clientes
suficientes. Si hubiéramos tenido que cerrar no me lo habrías perdonado jamás.
Yo sabía que Fligh iba por el Senado, así que le pagaba para que me dijera qué
Jude Watson Star Wars Caza letal
senadores iban a dar cenas importantes. Así tendría ventaja para poder hacerme
con el encargo. No hace mucho, Fligh me trajo dos informaciones importantes:
una, que era probable que en breve alguien diera una fiesta de despedida a la
senadora S'orn; y dos, que Jenna Zan Arbor iba a dar una cena. Le pagué por
ambas informaciones.
— ¿Le pagaste por la información? ¡Ja! —exclamó Didi—. ¡Así que no soy el
único de la familia que manipula un poco la verdad!
—No es momento para reprochar cosas a Astri —dijo Qui-Gon con firmeza.
— ¡Pero si no es un reproche! ¡Es una felicitación! —insistió Didi.
Las mejillas de Astri estaban rojas.
—Bueno, pues el caso es que Fligh me dio un datapad para que se lo guardara.
Me dijo que acababa de intercambiarlo. Yo estaba haciendo algo, así que lo
guardé en uno de los hornos. El horno estaba roto —añadió ella rápidamente—.
Para deciros la verdad, me olvidé del datapad hasta la noche en que nos fuimos.
— ¿Y dónde está ahora? —preguntó Qui-Gon apremiante.
—Aquí—dijo Astri—. Me lo traje. Mi datapad estaba roto, así que pensé que
podía utilizar éste.
Ella se acercó a una mesa y cogió un datapad que entregó a Qui-Gon.
—Todavía no he visto lo que contiene.
Qui-Gon accedió rápidamente a los archivos del datapad. Un extraño código
apareció en la pantalla.
—Los archivos están codificados —musitó.
—Deben de ser de Jenna Zan Arbor —dijo Obi-Wan, mirando por encima de su
hombro—. Probablemente sean fórmulas.
—Sí. Voy a enviárselas a Tahl. Ella se lo dará a nuestros expertos en códigos
—Qui-Gon transfirió los archivos a su intercomunicador y llamó a Tahl.
—Claro, mándamelos —dijo Tahl—. Me pondré a ello enseguida, y en cuanto lo
descifre te lo envío.
—Es alta prioridad —dijo Qui-Gon. Luego desactivó la conexión—. No podemos
esperar. Tengo varios sitios en mente, contactos que podrían esconderos —dijo a
Didi y a Astri.
—No me importará irme de aquí —dijo Astri estremeciéndose—. Es
terriblemente solitario. Sólo nosotros y el viento soplando. La cuidadora nos dijo
que no hay nadie por aquí en esta época del año. Al principio pensamos que eso
sería una ventaja.
Obi-Wan y Qui-Gon se quedaron congelados.
— ¿Cuidadora? —preguntó Qui-Gon.
—Estaba aquí cuando llegamos —dijo Didi—. Relájate, Qui-Gon. Por lo menos
Jude Watson Star Wars Caza letal
Capítulo 15
— ¿Qué ocurre? —susurró Didi.
— ¿Dónde está el panel de iluminación? —le preguntó Qui-Gon a Didi.
—Ahí —Didi señaló a un panel instalado en una mesa.
Qui-Gon se acercó y apagó todas las luces. La oscuridad cayó como un velo.
Obi-Wan no veía nada, pero esperó, sabiendo que sus ojos se adaptarían.
—Recuerda cómo luchaba la última vez, padawan —dijo Qui-Gon en un
murmullo—. Su estrategia es atacar a los que defendemos para mantenernos
ocupados. Ten en cuenta que irá a por ellos primero. Mira sus hombros para saber
en qué dirección se moverá.
—Tengo el datapad, Qui-Gon —susurró Astri—. Está en mi túnica.
—Guárdalo —respondió Qui-Gon en voz baja—. Ya no lo necesitamos, pero es
nuestra garantía de seguridad. Mientras la cazarrecompensas piense que
podemos decirle dónde está, no nos matará.
—Ah, qué tranquilizador —dijo Didi. Su voz rezumaba miedo.
—Quedaos entre nosotros —les ordenó Qui-Gon a Didi y a Astri—. No
podremos protegeros si os dispersáis. Vamos a cortar los escudos de las
ventanas.
Avanzaron con Astri y Didi entre ellos. La visión de Obi-Wan ya se había
adaptado y miraba alrededor esperando que alguna sombra se moviera y se
materializara en la cazarrecompensas.
Pero no estaba preparado para un ataque tan veloz. El látigo láser salió de la
nada, dibujando una espiral en el aire hacia Astri. Qui-Gon saltó hacia delante,
atacando con el sable láser, que interceptó el látigo. Un zumbido estruendoso
surgió del choque.
El látigo se replegó y volvió a golpear, esta vez hacia Didi. Obi-Wan estaba
preparado y asestó una estocada de izquierda a derecha. El látigo se enredó en el
sable láser y echó humo antes de soltarse y volver hacia atrás. El sable láser no lo
cortó.
Ahora podía verla. O al menos podía ver su silueta. No le veía los ojos. Iba
completamente vestida de negro y era difícil seguir sus movimientos. Sólo el tenue
brillo de sus botas y de su armadura le advertían adonde se dirigía. Era totalmente
silenciosa.
El látigo se desplegó de nuevo, bailando sobre sus cabezas como si estuviera
vivo. Qui-Gon y Obi-Wan no paraban de mover sus sables láser, girándolos sobre
sus cabezas para rechazar el látigo letal. El Maestro Jedi no paraba de avanzar.
De repente, Astri comenzó a disparar con su pistola láser. Sus disparos se
dispersaron, agujereando las ventanas de duracero, rebotaron y regresaron hacia
ellos. Obi-Wan y Qui-Gon tuvieron que apresurarse para rechazarlos. Mientras
tanto, el látigo volvió a desplegarse y le quitó la pistola láser a Astri de las manos.
Jude Watson Star Wars Caza letal
Cayó al suelo.
Qui-Gon y Obi-Wan siguieron avanzando hacia las ventanas. La
cazarrecompensas se dio cuenta de sus intenciones y saltó hacia delante, dando
una fugaz voltereta hacia ellos. Su movimiento acabó en una patada rápida, lo
suficiente como para golpear a Astri en las costillas. Se escuchó un sonido
metálico cuando la suela de su bota chocó contra la túnica de Astri. Obi-Wan vio el
gesto en el rostro de la cazarrecompensas. Se había dado cuenta de que la chica
tenía el datapad.
Qui-Gon empujó a Astri tras él y lanzó un ataque hacia la cazarrecompensas.
Ella seguía moviendo el látigo a una velocidad abrumadora. De repente, saltó
hacia atrás rápidamente y escapó del Jedi. Seguía estando entre ellos y las
ventanas. En un rápido cambio de estrategia, Qui-Gon empujó a Astri y a Didi para
que subieran por la rampa.
—Corred —les ordenó.
La cazarrecompensas seguía saltando con la intención de poner distancia entre
ella y los Jedi. Situarse y volver a dar la vuelta para enfrentarse a ellos iba a
llevarle tiempo.
—Corre, padawan —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan subió corriendo la rampa y adivinó lo que Qui-Gon estaba pensando.
Si podían llegar a las ventanas de arriba, podrían cortar el duracero. Y desde allí
sería un salto sencillo hasta la plataforma de aterrizaje. Escuchó a Qui-Gon
subiendo por la rampa tras él.
Cuando llegaron al nivel superior, su agudo sentido del oído les advirtió que la
cazarrecompensas les perseguía a la carrera. Rápidamente, Qui-Gon abrió una
cómoda que tenía varios compartimentos pegados a la pared de las ventanas.
—No salgáis hasta que venga a buscaros —dijo a Didi y a Astri, metiéndoles en
los compartimentos.
Cerró las puertas tras ellos e indicó a Obi-Wan que comenzara a cortar las
ventanas bloqueadas por el duracero. Luego se apresuró al encuentro de la
cazarrecompensas, mientras ésta subía por la rampa curvada. Ella apareció al
cabo de un segundo, pero, en lugar de enfrentarse a Qui-Gon, saltó por el aire, se
agarró al sistema de las tuberías de conducción que iban por el techo y empleó la
inercia para pasar por encima de la cabeza del Maestro Jedi, directa hacia Obi-
Wan.
Obi-Wan dio una patada para girar y enfrentarse al ataque. Estaba en una
posición difícil porque acababa de comenzar a cortar el duracero con su sable
láser. Sintió las afiladas puntas del látigo rozándole la pierna al girarse. El dolor le
atravesó, pero siguió moviéndose, alzando el sable láser para rechazar el fugaz
látigo.
Sin tener que defender a Astri y a Didi, los Jedi podían atacar con mayor
libertad. Se acercaron a la cazarrecompensas como si fueran uno, con los sables
láser girando y cortando el aire, y anticipando los movimientos de la mujer y del
Jude Watson Star Wars Caza letal
Capítulo 16
Qui-Gon se abalanzó para colocarse entre Obi-Wan y la cazarrecompensas
mientras Didi y Astri retrocedían para apartarse. Obi-Wan aprovechó el momento
para echar una rápida ojeada a la ladera de la montaña. Era vital que encontraran
algún tipo de transporte. Tenían que sacar de allí a Astri y a Didi, aunque Qui-Gon
y él tuvieran que quedarse en tierra distrayendo a la cazarrecompensas mientras
ellos despegaban.
Al principio no pudo distinguir nada. La nieve era sumamente espesa y
cegadoramente blanca, y estaba salpicada de rocas y peñascos. El sol se
reflejaba en la nieve y le dañaba los ojos.
Apenas contaba con unos segundos. Obi-Wan invocó a la Fuerza,
conectándose con todo lo que veía, desde las escarpadas cumbres y las rocas
hasta la fría y densa capa de nieve.
Lo único que vio fue una pequeña irregularidad en la superficie nevada, a unos
cientos de metros por debajo de él. Pero atrajo su atención. Era un crucero
pequeño. Aunque era blanco y estaba hundido en la nieve, podía distinguir la
silueta.
—Allí abajo —dijo Obi-Wan a Didi y a Astri, mientras el sable láser de Qui-Gon
se enredaba con el látigo de la cazarrecompensas—. Junto a esas rocas.
—Ya lo veo —dijo Astri.
—Id allí —les apremió Obi-Wan, dándose la vuelta para cubrir el flanco de Qui-
Gon—. ¡No nos esperéis!
Didi y Astri saltaron de la plataforma de aterrizaje hacia la nieve y se hundieron
hasta las rodillas. Se abrieron paso a empujones, avanzando lentamente por la
ladera de la colina. Los montones de nieve se alternaban con los parches de hielo,
pero siguieron aproximándose al crucero.
La cazarrecompensas redobló sus esfuerzos, lanzando un repentino ataque que
hizo que Obi-Wan y Qui-Gon retrocedieran hasta el borde de la plataforma de
aterrizaje. La mujer había cogido la pistola láser de Astri y disparó una ráfaga con
una mano mientras chasqueaba el látigo con la otra.
Los sables láser se movían a la velocidad del rayo para rechazar la ofensiva.
Ella aprovechó su ventaja y les hizo caer desde la plataforma hasta la nieve.
El terreno era inestable. Obi-Wan se preparó para un ataque, pero la
cazarrecompensas cambió de táctica. En lugar de seguir presionando, les dio la
espalda y corrió hacia el otro extremo de la plataforma.
Se colocó en el borde y activó un dispositivo que llevaba en el cinturón. Un
material de fina piel salió disparado de los hombros y los muslos de la mujer y la
envolvió como una cuna. Ella dio un salto y aterrizó de espaldas en la nieve.
Luego hundió los talones y Obi-Wan vio que ahora le salían espuelas de las
suelas de las botas.
—Como siempre, está preparada —dijo Qui-Gon.
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