Exner La Naturaleza Del Rorschach 1 PDF
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Exner La Naturaleza Del Rorschach 1 PDF
SELECCIÓN DE LECTURAS
John E. Exner, Jr. (1994). El Rorschach. Un Sistema Comprensivo. Volumen 1: Fundamentos Básicos.
Tercera Edición. Capítulo 2, pp. 27-57 Rorschach Workshops.
Para cualquier usuario del Rorschach resulta esencial comprender cómo funciona el test.
¿Cómo puede obtenerse tanta información sobre un individuo a partir de las respuestas que da a
las diez manchas de tinta? Esta cuestión ha desconcertado con frecuencia a los defensores del test
y ha alimentado las dudas de los escépticos. A primera vista parece increíble, y el escepticismo fue
probablemente en aumento al acercarse el movimiento proyectivo a su punto culminante. Durante
esa época era el análisis de contenido lo que recibía mayor atención, y por ello el test solía
considerarse en función del proceso proyectivo. Hubo intentos de realizar una interpretación
simbólica directa de los contenidos específicos (Philips & Smith, 1953). También se quisieron
equiparar los estímulos de tinta a significados simbólicos universales, lo cual dio origen a las
erróneas suposiciones de que existe una lámina que representa al padre, otra a la madre, otra la
sexualidad, otra las relaciones interpersonales, etc. (Halpern, 1953; Meer & Singer, 1950; Pascal,
Ruesch, Devine & Suttell, 1950). Aunque el énfasis que se ponía en el aspecto proyectivo de la
interpretación sirvió para que se resaltara la utilidad de la prueba, también impidió una comprensión
más amplia de su verdadera naturaleza, obstaculizando además la investigación sobre las ideas
originales de Rorschach respecto a su método.
igualmente probable que hubiera rechazado que fuera el componente principal del mismo.
Independientemente de lo que hubiera sucedido si Rorschach hubiera vivido más tiempo, no hay
duda de que la naturaleza del test, y la del proceso de respuesta constituyeron áreas de
investigación muy descuidadas durante varias décadas después de su muerte. Y es probable que
esa desatención fuera una causa importante de las enormes desavenencias entre quienes
quisieron después continuar desarrollando el test. Es interesante constatar que, a medida que se
ha realizado esta investigación tan necesaria, la mayor parte de los postulados que formuló
Rorschach ha recibido un respaldo considerable. Parece que estaba en lo cierto en cuanto a sus
hipótesis básicas sobre el proceso de respuesta, aunque simplificó en exceso las causas de la gran
diversidad de respuestas. El método, o test, es considerablemente más complejo de lo que
Rorschach pensaba. Antes de que una respuesta sea articulada verbalmente, tienen lugar
numerosas operaciones, y se producen durante un lapso de tiempo que pocos reconocieron
durante las primeras etapas del desarrollo del test.
se descubrió que 207 comenzaban sus respuestas con comentarios que ponían en evidencia su
conocimiento de la naturaleza del estímulo (Exner, 1980), y que oscilaban desde respuestas como
“Es una mancha de tinta” o “Son manchas de tinta” a comentarios como “Yo sé hacerlas” o “Yo las
hago más bonitas”. En realidad, esos niños eran los que daban la única respuesta verdaderamente
correcta: El estímulo no es más que una mancha de tinta. Pero si esa respuesta correcta es la
primera en ser emitida, no se la acepta. En tal situación el examinador anima al sujeto a que
identifique algún otro objeto, por lo general diciendo: “Si, ya lo sé. Este es el test de las manchas,
pero ¿qué podría ser esto?”
De hecho la naturaleza de la situación que el test genera fuerza al sujeto a convertir la
mancha en algo que no es, dando así origen a una situación de resolución de problemas, que exige
cierta violación de la realidad. Al mismo tiempo, el sujeto ha de mantener su propia coherencia
personal. Bajo tales condiciones, la petición de “des-identificar” el estímulo provocará la entrada en
actividad de una serie compleja de operaciones psicológicas que habrán de culminar en decisiones
y en la emisión de respuestas.
ALTERNATIVAS DE DECISIÓN
El problema que plantea tener que “des-identificar” el estímulo sería relativamente simple
para la mayoría de los sujetos, si apareciera una sola alternativa a la respuesta “mancha”, pero no
ocurre así. Una vez presentada la mancha, se forman con gran rapidez una buena cantidad de
falsas identificaciones o respuestas potenciales. Por consiguiente, un componente de la
problemática situación con la que se enfrenta el sujeto que responde al test será qué respuestas
potenciales verbalizar y cuáles descartar.
Es interesante el hecho de que, durante décadas después de que el test fuera publicado,
la mayoría de sus usuarios e investigadores desconociera el volumen real de respuestas
potenciales que los sujetos suelen tener a su alcance. Este desconocimiento puede deberse a
varias razones, comenzando por el informe que Rorschach ofreció de su experimento. Observó que
la mayoría de los sujetos dan entre 15 y 30 respuestas, y que los sujetos que están deprimidos,
“tristes o indiferentes”, suelen ser los que dan menos respuestas. Observó también que la mayoría
de los sujetos se demora algún tiempo antes de responder, y que sugirió que los que dan varias
respuestas con gran rapidez es probable que tengan una percepción o ideación “dispersa”.
Rorschach no registró los tiempos de reacción a las primeras respuestas ni los tiempos totales por
mancha, pero su noción de “dispersión”, más otra hipótesis concerniente al “shock”, fueron las
causantes de que sus seguidores concedieran gran importancia al registro exacto de estos
tiempos. Como consecuencia, se formularon múltiples hipótesis interpretativas sobre la longitud de
los protocolos y sobre los tiempos de reacción. Particularmente estas últimas gozaron de gran
difusión entre los diferentes sistemas del test.
Rorschach utilizó el término shock al color para describir aquellos casos en que el sujeto
parece experimentar considerable dificultad para dar una respuesta a la Lámina VIII, primera de las
láminas totalmente cromáticas, aún después de haber contestado a un ritmo aparentemente
normal a las láminas anteriores. Propuso la hipótesis de que esta supuesta incapacidad evidencia
alguna forma de represión emocional. Todos los sistematizadores, y muchos otros investigadores
del test, incorporaron y ampliaron rápidamente este concepto a otras manchas cromáticas, y
además formularon la noción de “shock al gris”. Se pensaba que éste último estaba relacionado
con formaciones de ansiedad, y se supuso que ambos en realidad eran indicio de rasgos
neuróticos (Beck, 1945; Kopfer & Kelly, 1942; Miale & Harrower-Erikson, 1940; Piotrowski, 1957).
Se elaboraron diversas listas que supuestamente reunían las características del test relacionadas
con el shock al color o al gris. Aunque las listas no eran iguales, todas incluían como característica
primera o principal un tiempo de reacción prolongado a la primera respuesta a una mancha. En
ambos casos se presuponía que el sujeto quedaba de alguna forma traumatizado por los rasgos de
la mancha y por lo tanto se debatía consigo mismo al formar una respuesta.
Un segundo factor que confundió a casi todos los rorschachistas sobre la disponibilidad
de respuestas potenciales procede de las diversas tablas normativas que se han publicado.
Aunque varían según el sistema empleado, el número medio de respuestas para adultos suele
oscilar entre 22 y 32 respuestas, con desviaciones típicas entre 5 y 8 (Beck, Levitt & Molish, 1961;
Exner, 1974, 1978). Las tablas de muestras infantiles tienen medias aún más bajas (Ames,
Learned, Metraux & Walker, 1952; Ames, Metraux & Walker, 1952; Ames, Metraux & Walker, 1971;
Beck, 1961; Exner, 1978; Exner & Weiner, 1982). Estos datos parecían indicar que el sujeto medio
encuentra o “desidentifica” dos o tres objetos por lámina, y todos los autores parecían estar de
acuerdo en que hay sujetos que tienen dificultades para dar más de una respuesta a alguna de las
manchas. Tal conclusión ha sido apoyada por cientos de estudios de investigación en los que el
número medio de respuestas dadas por los sujetos experimentales solía quedar dentro del
intervalo “normal”.
Otro factor que ha contribuido a la falsa noción de que los sujetos generan un reducido
número de respuestas a cada mancha ha sido la existencia, infrecuente pero cierta, de rechazos a
las láminas, es decir, de casos en los que el sujeto señalaba que no podía hallar o ver otra cosa
que no fuera la propia mancha. Rorschach informó de que algunos de sus sujetos rehusaban
responder, y sugirió que ello podría deberse a un bloqueo insuperable. Klopfer y Kelley (1945) se
mostraron prácticamente de acuerdo con este postulado, pero Beck (1945) sostuvo que el rechazo,
o la tendencia al mismo, también podrían deberse a dificultades para organizar perceptivamente,
en especial en el caso de las manchas más “difíciles”. Esta cuestión estimuló una serie de
interesantes estudios sobre la dificultad de las láminas, que utilizaban el tiempo de reacción como
indicador de la dificultad o complejidad estimular (Dubovner, Von Lackum &Jost, 1950; Matarzzo &
Mensh, 1952; Meer, 1955; Rabin & Sanderson, 1947). Meer recurrió a una combinación de datos
sobre tiempos de reacción y precisión formal, procedentes de doce estudios, para establecer
niveles de dificultad en las manchas. La información sobre frecuencias recogida por la Rorschach
Research Foundation confirma la mayoría de las conclusiones a las que él llegó sobre niveles de
dificultad, de complejidad o de ambas (Exner, Martin & Cohen, 1983). Sin embargo,
descubrimientos como los de Meer reforzaron aún más la idea errónea de que a menudo los
sujetos se debaten por “desidentificar” la mancha y encontrar en ella más de un objeto. Pocos
clínicos o investigadores han considerado la posibilidad de que los sujetos generen respuestas
potenciales a gran velocidad y con relativa facilidad, y sin embargo tal parece ser el caso cuando
se consideran las conclusiones de las investigaciones sobre el proceso de admisión-emisión (input-
output). La investigación probablemente más importante al respecto no ha visto la luz hasta 57
años después de la publicación de la monografía de Rorschach.
La gama de respuestas potenciales. Un tema que mereció gran atención durante el
desarrollo del Sistema Comprensivo fue el de calibrar la influencia del examinador sobre el sujeto.
Ha ido apareciendo una abundante literatura que sugiere que ciertas características de las
respuestas al Rorschach pueden alterarse bajo condiciones distintas a las de la administración
estándar. Por ejemplo, al modificar la consigna y pedirle al sujeto que encuentre más cosas, o
cosas que se mueven, o más objetos pequeños, etc., se obtendrán en general más respuestas de
esas respectivas clases (Coffin, 1941; Hutt, Gibby, Milton & Pottharst, 1950; Abramson, 1951,
Gibby, 1951). También se ha comprobado que las diferencias entre las consignas básicas
utilizadas por los diferentes sistemas del Rorschach producen diferencias significativas en la
longitud media de los protocolos.
Goetcheus (1967) empleó a 16 examinadores en un diseño cruzado que trataba de poner
a prueba las diferencias entre las consignas de Beck y Klopfer. El resultado fue que la consigna de
Beck, con la instrucción al sujeto, “Dígame todo lo que ve”, da lugar a que los protocolos tengan por
término medio seis respuestas más que si se hubieran obtenido siguiendo el modelo de Klopfer.
Uno de los primeros estudios de la Fundación para la Investigación del Rorschach consistió en la
comparación de 346 protocolos representativos de los procedimientos empleados por los cinco
sistemas. La muestra se desglosaba en 75 protocolos recogidos según el procedimiento de Beck,
otros con el de Hertz. La consigna de Klopfer, que es básicamente igual a la utilizada por
Rorschach y es la que ha sido adoptada por el Sistema Comprensivo, generó la media de
respuestas más baja: 23.9. Los demás modelos, que animaban al sujeto a dar más respuestas,
girar las láminas, practicar antes de comenzar, o añadir información tras cada lámina, generaron un
número significativamente mayor de respuestas (Beck = 31.2; Hertz = 32.9: Piotrowsk = 33.8:
Rapaport = 36.4).
Diversos estudios también han demostrado que el refuerzo, tanto verbal como no verbal,
puede alterar las frecuencias de ciertos tipos de respuesta (Wickes, 1956; Gross, 1959; Dinoff,
1960; Magnussen, 1960; Hersen & Greaves, 1971). En general, todos estos diseños han pasado
por alto el hecho de que casi todos los sujetos realizan una gran cantidad de “des-identificaciones”,
es decir, generan muchas respuestas potenciales a la mancha. Aunque algunas de las primeras
investigaciones sobre el proceso de respuesta permitían vislumbrar este hecho, nadie llegó a
percatarse plenamente de él. Hubo que esperar a finales de la década de 1970 para que el hecho
se hiciera evidente, lo cual dio lugar a que se examinaran más en detalle las operaciones que
integran el proceso de respuesta. El descubrimiento se produjo de forma un tanto casual.
En un estudio piloto sobre los efectos de refuerzo se pidió a dos grupos de diez sujetos
que dieran tantas respuestas como pudieran, con un límite de tiempo de 60 segundos por mancha
(Exner y Armbruster, 1974). Se reforzó a los sujetos con diez centavos por respuesta, que se
pagaban de inmediato tras su emisión. El primer grupo estaba formado por diez sujetos no
pacientes, que dieron una media de 104 respuestas a las diez láminas, con un intervalo de 68 a
147 respuestas. El segundo grupo lo formaban diez pacientes externos no esquizofrénicos, cuya
media fue de 113 respuestas, con un intervalo de 71 a 164. Este volumen sorprendentemente alto
de respuestas, suscitó varias cuestiones. Primera: ¿En qué medida el refuerzo de los centavos
alteraba el proceso de respuesta al Rorschach? Segunda: ¿En qué medida el tiempo de
exposición de sesenta segundos obligaba a los sujetos a explorar una y ora vez el campo estimular
y por ende a generar respuestas que podrían no haberse formulado en condiciones normales de
administración? Tercera: ¿El factor del refuerzo provocaba que los sujetos violaran la adecuación
formal más veces de las que cabría esperar en la administración bajo condiciones normales? Por
último, y dado que se empleó a un solo examinador en el estudio piloto: ¿Habrían dado los sujetos
también una cantidad excepcionalmente grande de respuestas de haber sido administrado el test
por varios examinadores? Para responder a estas interrogantes se diseñó un estudio más
elaborado.
Exner, Armbuster & Mittman (1978) emplearon a doce examinadores con experiencia para
administrar el test a cinco grupos de veinte sujetos cada uno: (1 y 2) 40 adultos no pacientes, de 20
a 41 años, separados en dos grupos de 20 tras dividirlos por la mediana de su distribución de
puntuaciones en la Escala de Factor K del MMPI; (3) 20 niños no pacientes con edades
comprendidas entre los 11 y los 13 años; (4) 20 sujetos internados con depresión y de edades
comprendidas entre los 29 y los 51 años; y (5) 20 esquizofrénicos internados, con edades
comprendidas entre los 24 y los 42 años. A ninguno de los sujetos se le había administrado el test
con anterioridad. Los examinadores fueron asignados al azar, de manera que ninguno administrar l
prueba a más de cuatro sujetos de un mismo grupo o más de diez sujetos en total. Todos los
sujetos se habían prestado voluntariamente para participar en lo que se les dijo que era un estudio
de estandarización del test de las manchas. El diseño experimental respetaba la administración
estándar, salvo en que antes de comenzar la fase de respuesta se le dijo a cada sujeto que se le
mostraría la lámina durante un intervalo de 60 segundos, cuyo final estaría marcado por la señal
sonora de un cronómetro y que durante este tiempo, debería informar sobre todas las cosas que
pudieran ver en la lámina.
Se grabaron las respuestas y se introdujo en la cinta magnetofónica una señal a intervalos
de 15 segundos. Los examinadores rebobinaban la cinta una vez obtenida las respuestas a las 10
láminas y las reproducían una por una para preguntar la localización de las respuestas. El objetivo
de este proceder era la obtención de la calidad formal de las respuestas. En la Tabla 1 figura la
media de respuestas que cada grupo dio a las diez láminas y la media del primer intervalo de 15
segundos, del segundo y la de los 30 últimos segundos de exposición.
habría dado menos de 18 respuestas. Estos datos resultan aún más reveladores cuando se
examina la media de respuestas dadas durante los primeros quince segundos. En ese intervalo el
número de respuestas de los tres grupos de sujetos no pacientes se elevó un tercio por encima del
total de las respuestas que se emiten bajo condiciones estandarizadas de administración, en las
que la mayoría de los sujetos retienen cada lámina durante un lapso que oscila entre los 40 y 55
segundos. Y los dos grupos psiquiátricos dieron al menos tantas respuestas en esos 15 primeros
segundos de exposición, como el total de respuestas que se espera que den cuando el test se
administra bajo condiciones estandarizadas.
Además de este sorprendente descubrimiento sobre la gran cantidad de respuestas que
los sujetos pueden dar cuando se le pide que lo hagan, los datos sobre el empleo apropiado de la
forma resultan también muy instructivos. En la Tabla 2 aparece la media del X+% de cada uno de
los grupos durante el tiempo total de exposición, durante los dos primeros períodos de 15
segundos y durante el segundo período de 30 segundos. También figura la media de respuestas
populares dadas por los sujetos durante esos intervalos.
desde el interpretativo. En efecto, cada grupo dio casi tantas respuestas, haciendo un uso bien
definido y adecuado de la forma, durante el primer cuarto de minuto, como durante todo el tiempo
de exposición, por lo que se puede afirmar que una mayoría significativa de las respuestas dadas
por todos los grupos, salvo el de esquizofrénicos, se adecuaba a los contornos de las manchas
utilizadas.
Los datos sobre las respuestas populares también son ilustrativos en este contexto. Las
respuestas populares son aquellas que aparecen con la máxima frecuencia. El criterio para definir
una respuesta como popular es que esté presente al menos una vez cada tres protocolos. En el
momento en que se realizaba esta investigación se habían identificado 17 respuestas populares 1.
Todos los grupos no esquizofrénicos dieron una media de 8 populares durante los primeros 30
segundos de exposición, apareciendo aproximadamente unos dos tercios de las mismas en los
primeros 15 segundos. Por lo tanto, con un período de exposición relativamente breve, los sujetos
no esquizofrénicos dieron tantas o más respuestas de las que cabe esperar cuando el test se
administra bajo condiciones estándar, y además dieron el tipo de respuestas que suelen aparecer
bajo esas mismas condiciones estándar.
Afirmar simplemente que estos datos resultaron sorprendentes es quedarse corto. El
tiempo medio hasta aparecer la primera respuesta a la mayoría de las manchas en la mayoría de
los grupos fue de menos de dos segundos, un fenómeno que según Rorschach indica una
percepción o ideación dispersa. ¡Y ni uno solo de los 100 sujetos intentó rechazar una lámina! Hay
una variación considerable en la media de respuestas por lámina pero incluso ese resultado es
relativamente consistente en los grupos cuando la tasa de respuestas por lámina se considera a la
luz del número total de respuestas emitidas. Las manchas más compactas (IV, V, VI y IX) en
general obtuvieron la media de respuestas más baja en cada grupo, mientras que las más
fragmentadas (III, VIII y X) obtuvieron la más alta.
Los resultados de este estudio indican que los sujetos, incluidos los que sufren una
patología grave, son capaces de generar multitud de respuestas potenciales que en general son
congruentes con las manchas estímulo, en un lapso de tiempo relativamente breve. En el estudio,
el protocolo más corto de un sujeto no paciente tenía 56 respuestas, y el más corto de un paciente
(un sujeto deprimido) tenía 34. Cuando se considera la reacción a las diez láminas durante los
primeros 30 segundos de exposición, se aprecia que el número más bajo de respuestas entre los
sujetos no pacientes fue de 23, y el más alto, de 89. Hubo un paciente deprimido que solo dio 10
respuestas en el primer intervalo de 30 segundos, pero 32 de los 40 sujetos psiquiátricos dieron
una media de 16 o más respuestas a las diez manchas en ese intervalo. La mayor cantidad de
respuestas, 51, la dio un sujeto esquizofrénico.
Estos descubrimientos se contraponen vivamente con los datos normativos, según los cuales la
mayoría de los grupos de adultos da una media de 23 a 30 respuestas, y la mayoría de los grupos
de adolescentes y niños, una media de 17 a 22. Este estrecho intervalo de medias parece
universal. Por ejemplo, en los Estados Unidos, los adultos no pacientes dan por término medio
unas 22 respuestas. Sendín (1981) ha señalado que la media de respuestas de una muestra
grande de sujetos españoles es de 23.11 La Fundación para la Investigación del Rorschach ha
investigado muestras de entre 40 y 150 sujetos no pacientes de diversos países, que dan
resultados similares: Canadá = 21.6; Japón = 23.2; Masalia = 22.4: Méjico = 21.2; Micronesia =
20.4; Filipinas = 21.3
1
Según las normas actuales, sólo 13 respuestas cumplen el criterio de popularidad. Cabe esperar que el número de Populares varíe
ligeramente entre culturas y dentro de una misma cultura en períodos de tiempo prolongados.
EL PROCESO DE RESPUESTA
Si los sujetos generan una gran cantidad de respuestas potenciales a las manchas, ¿por
qué dan muchas menos cuando el test se aplica de forma normalizada? Si se extrapolan los
resultados del estudio de Exner, Armbruster y Mittman, parece razonable deducir que muchos
sujetos dan menos de 25% de las respuestas potenciales que podrían dar. Cualquier intento de
entender las causas de este hecho y su importancia para la interpretación de los resultados del test
deberá tomar en consideración las diversas fases implicadas en el proceso de respuesta. Estas
son: (1) la admisión (imput) o representación interna del campo estimular, (2) la clasificación del
campo o de sus partes, (3) la eliminación de respuestas potenciales por razones de economía, (4)
la eliminación de respuestas potenciales por razones de censura, (5) la selección entre las
restantes respuestas potenciales por la acción de los estilos, los rasgos o ambos, y (6) la selección
entre las restantes respuestas debida a los estados psicológicos activados por las demandas que
la tarea impone.
1. El proceso de admisión (input). A veces es difícil apreciar la capacidad del ser
humano para procesar información. Las manchas del Rorschach son, evidentemente, una
modalidad de estimulación visual, y el procesamiento de la información visual es algo que se
produce muy velozmente. Aunque las teorías sobre procesamiento de información visual se
mantienen abiertas a debate (Hocberg, 1981; Neisser, 1976; Pomeratz & Kubovy, 1981), un gran
número de estudios han demostrado que el reconocimiento de un modelo o dibujo puede realizarse
muy rápidamente (Fisher, Monty & Senders, 1981). La investigación relativa al procesamiento
visual se ha desarrollado enormemente en las dos últimas décadas (probablemente como resultado
de una tecnología cada vez más avanzada), pero su aplicación al Rorschach es reciente. Exner
(1980, 1983) ha estudiado la actividad de exploración visual de adultos no pacientes en algunas de
las manchas.
La Figura 1 es una reproducción aproximada de la actividad exploratoria ocular de una
mujer de 19 años al contemplar la Lámina I durante un tiempo aproximado de 500 ms
(milisegundos).2
2
Para registrar la actividad exploratoria se utilizó el modelo 200 del monitor de movimiento ocular Gulf & Western. A la sujeto se le
inmovilizó la cabeza para eliminar todo lo posible sus movimientos. Las manchas se le presentaron taquistoscópicamente sobre una
pantalla pequeña en el centro de su campo visual. Los movimientos oculares eran registrados mediante sensores de infrarrojos situados
en la montura de unas gafas y transmitidos en forma analógica a un ordenador y digitalmente a un convertidor que reproducía la
actividad ocular en una pantalla de video.
Cada una de las flechas representa un punto de enfoque que el sujeto realiza de su campo
visual. Se desconoce la extensión del campo visual periférico, pero si se aplica una estimación
conservadora de una pulgada a cada lado de ese punto de enfoque, se puede extraer la conclusión
de que, en el tiempo dado, el sujeto ha explorado toda la mancha, y alguna de sus zonas más de
una vez. La importancia de este hallazgo radica en que el tiempo de reacción medio de 125 sujetos
no pacientes para la primera respuesta a la Lámina I es de 5.79 segundos (DT = 2.38) utilizando un
cronómetro accionado por la voz para asegurar la precisión de la medida. Si este sujeto –o la
mayoría de los que reaccionen como ella— hubiera dispuesto del doble de tiempo de exploración
(1 segundo) para el proceso de admisión de los estímulos visuales y la codificación del campo
estimular, le sobrarían todavía casi cinco seGundos hasta emitir su primera respuesta. La Figura 2
presenta una reproducción aproximada de la actividad ocular exploratoria de un varón no paciente
de 23 años al que se le presentó la Lámina III durante un período de 1,100 ms.
Ese sujeto exploró la Lámina III a una velocidad similar a la de otros sujetos del estudio. Al
examinar su actividad ocular se aprecia que examinó al menos una vez, todas las características
de esta mancha fragmentada, y algunas áreas más de una vez, en ese tiempo de exposición. La
media general del tiempo de reacción a la primera respuesta de esta lámina es de 7.74 segundos,
con una desviación típica de 3.1, lo cual indica que la mayoría de los sujetos dan su primera
respuesta a la mancha dentro de un período que va desde aproximadamente 4.5 hasta casi 11
segundos. Es decir, que transcurre un período de 5 a 9 segundos después de tener lugar la
admisión de datos y antes de que la primera respuesta sea emitida.
Estos hallazgos son importantes no tanto porque demuestren que los sujetos son capaces
de percibir los estímulos a gran velocidad, pues este particular ha quedado ya bien patente en la
mayoría de los estudios sobre actividad ocular. Lo verdaderamente importante es que confirman la
existencia de un período de demora entre la admisión de datos y la emisión de respuestas. Es un
crucial intervalo de escasos segundos en el que tienen lugar la mayoría de las operaciones que
llevan al sujeto a decidir el uso que dará a las respuestas potenciales que ha generado tras
encontrarse ante el estímulo.
comparación para clasificar o “desidentificar” el campo estimular o sus partes. En algunos casos,
puede que el campo en su conjunto, o alguna de las partes, quede sin clasificar debido a la
ambigüedad que representa para el sujeto. Pero casi todos los sujetos, con la probable excepción
de aquellos con deficiencias intelectuales o neurológicas graves, clasificarán algunos elementos del
campo como suficientemente similares a objetos conocidos o imaginados como para generar
respuestas potenciales.
Parece claro que algunas partes del campo estimular son mucho más parecidas a objetos
reales o imaginarios, que otras, por lo que resultan más fáciles de clasificar o “desidentificar”. Como
consecuencia, algunas manchas en su conjunto, o algunas zonas de las manchas, tienen una
mayor probabilidad de ser incluidas entre las respuestas que llegarán a emitirse una vez tramitados
los procesos de ordenación jerárquica y eliminación. Parece probable que en algunos casos se va
a dedicar un mayor esfuerzo a la clasificación de ciertas zonas, simplemente porque las demás
zonas resultan mucho más ambiguas. Por ejemplo, es muy posible que el contorno de la zona D1
de la Lámina VIII guarde un parecido mayor con un objeto conocido, un animal en este caso, que
cualquier otra mancha, entera o fraccionada; tiene elementos muy similares a las patas,, el cuerpo
y la cabeza de una animal cuadrúpedo; además, su ubicación está algo separada en relación al
resto de la mancha. A pesar de que la coloración de esta zona (rosa) no concuerda con la de un
animal de cuatro patas, la precisión de su contorno y su ubicación separada, unidas al hecho de
que otras zonas de la mancha no son tan fácilmente identificables, hace que sea altamente
predictible una respuesta a la Lámina VIII en la que esta zona se utilice como un animal. Más del
90% de adultos y niños no pacientes y más del 80% de los pacientes no esquizofrénicos incluyen la
utilización de esta zona como animal entre sus respuestas. Casi el 65% de los esquizofrénicos dan
también esta respuesta, a pesar de que este grupo tiende a dar bastante menos respuestas
comunes o populares en otras manchas.
Algunas características de las manchas son decisivas para la formación de las respuestas
potenciales: se trata de los detalles o las partes de las manchas con una mayor valencia para
pertenecer a una clase determinada de objetos. El colorido de la Lámina I y el contorno de una
zona relativamente pequeña de esa mancha constituyen un buen ejemplo: la respuesta más
frecuente dada a esa lámina es murciélago,, empleando toda la mancha, cerca del 60% de todos
los sujetos, tanto pacientes como no pacientes, identifican la Lámina I como un murciélao. Exner
(1959) demostró que si el color acromático de esta mancha se transforma en cromático,
manteniendo inalteradas todas sus demás características (tamaño, sombreado, etc.) se reduce
drásticamente la frecuencia de la respuesta murciélago. De hecho, algunos colores cromáticos,
como el amarillo o el azul, eliminan por completo esa respuesta. Puede suponerse, por
consiguiente, que el color acromático de la mancha es un elemento estimular de crucial importancia
para la clasificación o “desidentificación” de este campo estimular como omurciélago. Pero en este
campo en particular, hay otros dos elementos tan importantes como el color, si no más, para la
formación de la respuesta murciélago: son los salientes Dd34 que se prolongan hacia el exterior
desde cada lado de la parte superior de la mancha. Exner y Martin (1981) emplearon una técnica
fotográfica para eliminar dichas zonas y administraron el test completo con la Lámina I modificada
a 30 adultos voluntarios no pacientes. Ningún sujeto del grupo dio la respuesta murciélago y,
además, la frecuencia de las respuestas mariposa, polilla y pájaro descendió casi a cero. Es
evidente que esos salientes desempeñan un importante papel para que esa mancha sea
clasificada como objeto volador. Hay veces en que los elementos estimulares que contribuyen
de forma decisiva a un determinado proceso de clasificación no son tan evidentes. Por ejemplo, la
respuesta más común dada a la zona D1, coloreada de zul, de la Lámina X (la cuales un campo
estimular multicromático y fragmentado) es araña, siendo la respuesta cangrejo, a esta misma
zona, la segunda respuesta más frecuente a esa lámina. Por razones desconocidas, los
esquizofrénicos no suelen dar ninguna de estas dos respuestas. Exner y Wyllie (1976), tratando de
poner a prueba la hipótesis de que el azul crea un efecto disonante, utilizaron un procedimiento de
mezcla de colores para modificar el cromatismo de esa zona de la mancha, transformándolo en
marrón rojizo. Administraron el test completo a un grupo de 50 esquizofrénicos y a un grupo de 50
sujetos no pacientes. A la mitad elegida al azar de cada grupo le presentaron la Lámina X
verdadera, y a la otra mitad la versión modificada. Los sujetos a los que se les administró la versión
modificada dieron significativamente menos respuestas de araña y cangrejo que los sujetos de
control. Los resultados parecieron sorprendentes hasta que se descubrió que los sujetos de los dos
grupos experimentales habían dado un número significativamente mayor de respuestas a otra zona
de la mancha, el D6, que es de color azul. Se elaboró urgentemente un cuestionario de 30
preguntas, que se pasó a los 50 sujetos no pacientes que participaron en el experimento. El
cuestionario contenía una pregunta clave: “¿Cuál es su color favorito?” De los 50 sujetos, 41
respondieron “el azul”.
Así surgió la hipótesis de que, aunque el contorno del D1 puede interpretarse como similar
al de un cangrejo o una araña, el color azul de esta zona aumenta su valencia estimular,
provocando que los sujetos le presten una mayor atención durante el proceso de clasificación.
Exner y Wylie (1977) crearon una versión completamente acromática de la Lámina X para
comprobar esta hipótesis. Administraron el test completo a 30 voluntarios no pacientes, a la mitad
de los cuales se les administró la versión normal de la Lámina X y a la otra mitad, la versión
acromática. Solamente 3 sujetos del grupo experimental dieron respuestas de araña o cangrejo al
área D1, mientras que en el grupo de control hubo 12 de estas respuestas.
Aún queda mucho por aprender sobre la actividad cognitiva implicada en el proceso de
clasificación y sobre cómo este proceso se relaciona con el proceso total de respuesta. Se tiene
constancia de que la clasificación puede producirse muy rápidamente una vez que la mancha ha
entrado en el campo visual del sujeto. El primer indicio de este dato, que la gran mayoría de la
comunidad Rorschach no supo apreciar en su momento, apareció en un estudio publicado en 1949
por Morris Stein, quien presentó las manchas de forma taquistoscópica a dos grupos de sujetos, a
todos los cuales les administró cuatro veces el test. Al primer grupo, al que llamó “ascendente”, le
mostró las manchas a intervalos de 0.01 segundos en la primera aplicación, 0.10 segundos en la
segunda, 3.0 segundos en la tercera, y en la cuarta el tiempo de exposición fue ilimitado. Al grupo
de control, que llamó “descendiente”, también le administro cuatro veces el test, pero con los
tiempos de exposición invertidos en relación con el grupo ascendente (es decir, empezando por el
tiempo de exposición ilimitado). Por desgracia, los tiempos transcurridos entre las aplicaciones
fueron muy breves, por lo que este procedimiento de retest tan rápido pudo desvirtuar algunos de
los resultados.
Pero de los resultados del grupo ascendente pueden obtenerse algunos datos sobre la
velocidad de formulación de respuestas. En la primera prueba, con las manchas expuestas tan solo
durante 10 milisegundos, los sujetos dieron una media de casi 10 respuestas con una oscilación de
5 a 14 respuestas. Cuando se les presentaron las manchas durante 3.0 segundos, dos
aplicaciones después, el número medio de respuestas sólo se incrementó ligeramente a unas 12,
con una oscilación de 8 a 17. Stein advirtió que al incrementarse los tiempos de exposición,
también aumentaba la frecuencia de las respuestas basadas exclusiva o principalmente en los
contornos de las manchas. En la tercera aplicación, la de los 3.0 segundos, apareció un número de
respuestas populares significativamente mayor que cuando las manchas se presentaron durante
períodos más breves. En otras palabras, en cuanto el tiempo de exposición permitió una
exploración completa del estímulo, apareció una considerable homogeneidad entre las respuestas
emitidas.
En un estudio que guarda relación con el anterior. Horiuchi (1961) presentó las Láminas III
y VI en forma taquistoscópica, a tres grupos de 80 sujetos no pacientes, 80 sujetos neuróticos y 80
sujetos esquizofrénicos, durante intervalos de 0.10 segundos, 0.30 segundos, 1 segundo y tiempo
ilimitado. Esta investigadora encontró que 60 de los 80 sujetos no pacientes y cerca de la mitad de
los neuróticos y esquizofrénicos dieron al menos una respuesta por mancha, con el tiempo de
exposición de 100 ms. Cuando el tiempo se incrementó a 300 ms, todos los sujetos no pacientes
dieron al menos una respuesta a cada mancha, pero no aumentó la frecuencia de las respuestas
que dieron los neuróticos y los esquizofrénicos. Cuando expuso las manchas durante un segundo,
todavía encontró neuróticos y esquizofrénicos que continuaban teniendo dificultades para formar
una respuesta diferenciada. Concluyó que los estados psicopatológicos inhiben en parte la
actividad de mediación necesaria para la formación de respuestas.
Colligan y Exner (1985) examinaron a tres grupos de 36 sujetos cada uno –pacientes
ingresados con diversas formas de esquizofrenia, pacientes ingresados en traumatología y sujetos
no pacientes—mediante presentaciones taquistoscópicas de las manchas. Dividieron
aleatoriamente cada uno de los grupos en tres subgrupos de 12 sujetos, y presentaron las
manchas durante 200 ms al primer subgrupo, durante 400 ms al segundo y durante 600 ms al
tercero. Instruyeron a los sujetos para que dieran sus respuestas después de oír una señal sonora.
La señal aparecía 900 ms después de la exposición para permitir la extinción de la imagen. La
señal aparecía 900 ms después de la exposición para permitir la extinción de la imagen.
Encontraron que 62 de los 72 sujetos no esquizofrénicos pudieron dar al menos una respuesta a
cada mancha y 9 de los 10 que no respondieron, se encontraban en los subgrupos cuyo tiempo de
exposición fue de 200 ms ó 400 ms. Varios sujetos no esquizofrénicos en cada uno de los
subgrupos dieron 12 y 15 respuestas. Hubo mucho más rechazo entre los esquizofrénicos en todos
los niveles de tiempo de exposición. En suma, 17 de los 36 esquizofrénicos dieron menos de 10
respuestas. Ocho de esos 17 estaban en el subgrupo de los 600 ms. Estos resultados pueden
apoyar la hipótesis de Horiuchi de que la psicopatología afecta a la actividad de mediación. Pero
incluso podría ser más acertado afirmar que los esquizofrénicos se ponen más a la defensiva en la
situación de prueba. Seis de los 19 esquizofrénicos que no dieron rechazos produjeron entre 12 y
15 respuestas.
Otro hallazgo importante del estudio de Colligan y Exner se refiere a la utilización
apropiada de los contornos de las manchas. Cerca del 70% del total de respuestas dadas por los
grupos de sujetos no esquizofrénicos hacía un uso adecuado de los contornos. Un examen de
respuestas que violaban los contornos de la mancha reveló que muchas de ellas aparecieron en
las manchas más fragmentadas: II, III, VIII y X. Con frecuencia, las respuestas dadas a estas
manchas parecen seguir un principio de cierre, es decir, que los sujetos crean una línea imaginaria
para abarcar las diferentes partes de la mancha. Por ejemplo, 7 de los 72 sujetos no
esquizofrénicos dijeron que la Lámina III era “una cara”. Tal clasificación de esta mancha muy
fragmentada exige una operación de cierre. Si esta respuesta apareciera bajo un procedimiento
normalizado de administración, sería considerada como una distorsión grave de la realidad. El
hecho de que suceda con una frecuencia importante entre los sujetos no esquizofrénicos que se
enfrentan con la tarea de clasificar muy rápidamente un campo puede proporcionar una pista de
por qué la mujer que efectuó la operación ocular de la Lámina I (Figura 1) fue capaz de abarcar
casi toda la mancha en cerca de medio segundo, mientras que al hombre de la Figura 2 la
exploración total de la Lámina III le supuso aproximadamente 1.1 segundos. Cuanto más
fragmentado sea el campo estimular, mayor será el tiempo necesario para el proceso de
codificación y clasificación. Lo cual parece confirmar la noción de que algunas manchas o zonas de
las mismas se clasifican muy rápida y fácilmente, mientras que otras requieren un tiempo más
prolongado de exploración.
Si se acepta esa premisa, las diferencias en el tiempo de exploración y clasificación no son
tan importantes como para justificar la demora, relativamente prolongada, que tiene lugar entre la
presentación de la mancha y la emisión de la primera respuesta. Si se extrapolan de manera
conservadora los resultados del estudio sobre movimientos oculares y los resultados de los
estudios de Stein, Horiuchi y Colligan y Exner, parece razonable extraer la conclusión de que un
período de 2 a 3 segundos después de la exposición es más que suficiente para codificar el
estímulo y clasificar al menos tres, si no más, respuestas potenciales. ¿Por qué entonces, la
mayoría de los sujetos emplea al menos el doble de tiempo y, a menudo muchos más, antes de
emitir su primera respuesta? Lo más probable es que los procedimientos de ordenamiento y
eliminación sean los principales responsables de esta dilación.
de clasificar que otras. Ocurre a menudo que una mancha o una zona de ella es clasificada o
“desidentificada” más de una vez. Por ejemplo, toda la Lámina I puede ser clasificada como un
murciélago, un pájaro o una mariposa. Hay sujetos que optan por dar dos de estas tres respuestas
potenciales, o pueden dar las tres, o incluso más, dentro de la clasificación general de objetos
alados. Pero la mayoría de los sujetos darán sólo una de estas respuestas. Al actuar así, se
reservan o descartan las demás. La selección de cuál de ellas emitir se basa, en parte al menos,
en algún tipo de ordenación, como por ejemplo, si parece más un murciélago que un pájaro o que
una mariposa. El proceso es el mismo tanto si lo que provoca las múltiples respuestas potenciales
es la misma zona de la mancha como si se trata de diferentes zonas. Por ejemplo, un sujeto puede
clasificar toda la Lámina I como murciélago y mariposa, la zona D4 como mujer, la zona D2 como
animal, la zona D7 como pájaro y las zonas DdS29 como triángulos, pero dar sólo dos o tres de
estas seis posibilidades. Esta forma de ordenación clasificatoria por comparación de pares parece
tener gran importancia en el proceso de selección y eliminación. En un estudio piloto, Martin y
Thomas (1982) presentaron dos veces las manchas, utilizando un proyector de diapositivas a una
clase de 28 estudiantes de enseñanza secundaria. En la primera presentación cada lámina quedó
expuesta durante un minuto. Se indicó a los estudiantes que escribieran tres respuestas por
mancha en un formulario facilitado al efecto. Después de la presentación de las diez manchas se
efectuó otra presentación en el mismo orden, esta vez de 15 segundos. Previamente se indicó a los
estudiantes que cuando volvieran a mirar las manchas seleccionaran una de las tres respuestas
que habían escrito para ser “puntuada”, y también que escribieran, en un espacio reservado al
efecto, una breve explicación de por qué habían seleccionado esa respuesta. De las 280
explicaciones, 159 podían agruparse bajo la contestación “es a lo que más se parece”. 3
Aunque parece evidente que, en efecto se produce algún tipo de clasificación por
comparación de pares basada en la similitud con objetos conocidos, no sería acertado suponer que
este procedimiento es el principal responsable de la selección de las respuestas emitidas. Existen
al menos otros tres elementos que desempeñan un importante papel en la determinación de qué
respuesta dar y cuáles descartar.
les hubiera administrado el Rorschach. Se distribuyó a los sujetos aleatoriamente de forma que
cada terapeuta administrara el test a uno de sus pacientes y a un paciente desconocido de otro
terapeuta. Los pacientes examinados por su propio terapeuta dieron por término medio 10
respuestas más al Rorschach que los sujetos de control, incluyendo un aumento significativo de
respuestas sexuales (4.3 frente a 0,.8). Leura y Exner (1978) enseñaron a diez profesores de
enseñanza secundaria a administrar el test con el mismo diseño experimental. Se pidió a cada
profesor que seleccionara a dos voluntarios entre sus alumnos,, con un criterio de buen expediente
académico. Los estudiantes seleccionados tenían doce años y eran de séptimo grado. Al igual que
con los pacientes del estudio de Exner, Armbruster y Mittman, se distribuyó al azar a los sujetos, de
manera que cada profesor administrara la prueba a un alumno propio y a otro de otra escuela con
el que el examinador no había tenido ningún contacto previo. Los sujetos examinados por su
profesor dieron una media de casi 16 respuestas más que los sujetos de control, los examinados
por un profesor desconocido.
Los resultados de estos estudios parecen indicar que los sujetos que se sienten emocional
o intelectualmente cercanos a su profesor, dan más respuestas y se ocultan menos. Esto no debe
entenderse como que un examinador bien preparado vaya a influir, o tenga que ejercer una
influencia significativa sobre el número de respuestas que dé su sujeto. Si la prueba se administra
en la forma normalizada, es de esperar que los examinadores obtengan de sus sujetos una
distribución normal de respuestas, salvo que apliquen el test con frecuencia a poblaciones
especiales, tales como personas con disfunciones neurológicas, delincuentes detenidos por
primera vez, etc. Exner (1974) ha demostrado que hay examinadores de poca experiencia que
pueden inducir la producción de menos respuestas de las que cabría esperar en condiciones
verdaderamente normalizadas, debido a las dificultades y falta de familiaridad que sienten al
manejar los procedimientos de administración de la prueba. Parece ser que la incomodidad del
examinador produce ansiedad en el sujeto y le hace comportarse de manera más reservada. Por
fortuna, es un escollo que se soluciona fácilmente con experiencia y supervisión.
Goodman (1979) estudió los efectos de la diferencia de sexo entre los examinadores
mediante un diseño en el que diez examinadores mujeres y diez examinadores varones
administraron la prueba a dos varones a dos mujeres cada uno. Además clasificó a los
examinadores en una escala de calidez interpersonal, utilizando cintas de video en la que los
administradores administraban el TAT a un colaborador. Sus resultados indican que no se produce
ningún efecto significativo por el hecho de que el examinador y el sujeto sean o no del mismo sexo.
Encontró que los examinadores más expertos, quienes por lo general tenían puntuaciones más
altas en calidez de trato con el sujeto, obtenían un mayor número de respuestas humanas que los
examinadores con menos experiencia. También observó que los examinadores con experiencia
obtenían más protocolos de longitud media (entre 17 y 27 respuestas) que los que aún se
encontraban en formación.
Aunque el rapport entre el examinador y el sujeto pueda contribuir a la eliminación de
respuestas potenciales por acción de la censura, parece más probable que ésta sea ejercida más
por los prejuicios hacia la prueba y por los juicios de valor sobre la aceptabilidad de las respuestas.
3Las razones que dio el grupo variaban considerablemente desde “no lo sé” a “me gusta”, pero todas las clasificadas bajo
“es a lo que más se parece” variaban desde respuestas con especificaciones formal, como “tiene las alas y el cuerpo
iguales” hasta “se parece más a eso que cualquier otra cosa de las que hay ahí”.
Los resultados de este estudio fueron similares a los del estudio piloto. Hubo diferencias
significativas entre los grupos en 21 de las 50 respuestas, incluidas 9 de las 10 respuestas
experimentales. La Tabla 3 muestra las 10 respuestas experimentales y la frecuencia de sus
puntuaciones. Las puntuaciones 1 y 2, por un lado, y 4 y 5 por otro, se presentan agrupadas para
representar “lo más fácil” frente a “lo más difícil” de ver.
En ambos estudios, todos los sujetos pudieron ver las respuestas de la lista, tanto si
estaban marcadas en la Hoja de Localización, como ocurrió en el estudio piloto, como si no
aparecían previamente marcadas. La diferencia entre los grupos de cada estudio estriba en el
orden o en el peso asignado a la facilidad con que puede verse cada una. Es importante subrayar
que, en los cinco grupos de respuestas, las zonas de todas las respuestas experimentales son
mayores o están más diferenciadas que las demás, y que dos de estas respuestas se dan con una
frecuencia relativamente alta cuando el test se administra en condiciones normalizadas: la figura de
la mujer en la Lámina I y la respuesta anatómica en la Lámina VIII. Las zonas de “sangre” de las
láminas II, III y X, así como la zona del pene de la Lámina VI, con áreas muy diferenciadas. Puesto
que a los sujetos se les indujeron determinados prejuicios sobre el origen de las respuestas, parece
lógico deducir que el prejuicio negativo (es decir, que las respuestas las habían dado sujetos
psiquiátricos) fue la causa de que muchos sujetos clasificaran ciertas respuestas como más difíciles
de ver, mientras que aquellos sujetos a los que se les indujo un prejuicio positivo tuvieron menos
necesidad de rechazar la percepción.
Aunque de los estudios de este tipo no pueden extraerse conclusiones definitivas sobre los
mecanismos de censura, parece evidente, al menos, que ofrecen ciertas claves sobre su
funcionamiento. Así, el proceso de clasificación puede ordenar una respuesta potencial en un
puesto alto por su similitud con un objeto dado, pero la acción posterior de la censura puede
descartar dicha respuesta al enjuiciarla el sujeto como inconveniente en la situación dada de
prueba. No obstante, quedan aún dos factores que pueden modificar los resultados de la
clasificación y de la censura en el proceso de eliminar y seleccionar respuestas.
quienes se les volvió a administrar el test a los 8 años, y en niños de 9 años que fueron vueltos a
examinar a los 12 años. Los resultados de un estudio longitudinal realizado durante ocho años con
57 niños no pacientes, a los que se examinó por primera vez a los 8 años y luego cada dos años
hasta los 16, muestran que las correlaciones de retest para la mayoría de las variables suelen
permanecer bajas hasta el intervalo entre los 14 y los 16 años (Exner, Thomas & Mason, 1985).
Pero esto no significa que los rasgos o estilos de los niños no sean estables en intervalos más
breves, ni que estas características ejerzan escasa influencia en la selección de respuestas. Las
correlaciones test-retest cuando la repetición se realiza en un plazo inferior a un mes.
Los resultados del estudio a los niños de 8 años, a los que se volvió a pasar el test a los 7
días, muestran ocho correlaciones de 0.90 ó más y otras siete entre 0.81 y 0.89. Las correlaciones
de los adultos incluyen tres de 0.90 ó más y 14 entre 0.81 y 0.89.
El gran número de correlaciones elevadas obtenidas en estos estudios en los que la
repetición se realizó tras un breve intervalo abona la hipótesis según la cual estos estilos y
características juegan un papel importante en la selección de las respuestas que da el sujeto.
Podría pensarse, siguiendo a Holzberg (1960), que el factor memoria es susceptible de tener un
mayor peso cuando el intervalo entre administraciones es más breve, dando origen a elevaciones
engañosas de las correlaciones. Pero existen pruebas que avalan que no es éste el caso.
Exner (1980) seleccionó una muestra de 60 niños no pacientes de 8 años, procedentes de
cuatro escuelas primarias, con excusa de que necesitaba sujetos para las prácticas de los
examinadores en formación. Cada niño presentado por sus padres como voluntario para el estudio
fue informado de que se le aplicaría el test al menos dos veces durante el horario lectivo en los
siguientes cinco o siete días. Se emplearon diez examinadores de gran experiencia, ninguno de los
cuales conocía la naturaleza del estudio, pues suponían que estaban recogiendo datos para una
investigación rutinaria sobre fiabilidad. Para la aplicación del primer test, el director del proyecto
acompañaba al niño, desde la clase hasta la sala de pruebas habilitada a tal fin por el colegio, y le
presentaba al examinador. La segunda administración se realizó tres o cuatro días después.
Previamente se había distribuido al azar a los 60 sujetos en dos grupos de 30 cada uno, y con los
sujetos de control se siguió el mismo procedimiento en la segunda aplicación: el director del
proyecto volvía a acompañar al niño desde la clase hasta la sala de pruebas, el director se detenía
y pedía al niño que le ayudara a solucionar un importante problema en la preparación de los
examinadores. El “problema”, explicaba en pocas palabras el director del proyecto, era que los
“examinadores en formación” estaban oyendo las mismas respuestas una y otra vez, y que su
aprendizaje ganaría mucho si el niño “se esforzaba” en recordar las respuestas que había dado en
el primer test y prometía no repetirlas en el segundo. En recompensa, el directo le ofrecía 50
centavos. Todos los niños del grupo experimental prometieron cambiar sus respuestas.
Las correlaciones de retest de ambos grupos fueron casi idénticas, con dos excepciones.
En la segunda administración, los sujetos del grupo experimental dieron significativamente menos
respuestas de Forma Pura que en la primera, y significativamente más respuestas que incluían
características acromáticas o de sombreado. Por lo demás, las correlaciones eran sustancialmente
iguales en amos grupos, y muy similares a las mostradas en la Tabla 5 para los niños de 8 años a
los que se volvió a examinar después de sólo siete días. Cinco de las correlaciones del grupo
experimental fueron de 0.90 ó más elevadas y otras ocho se encontraban entre 0.81 y 0.89. Una
cuestión a dilucidar en este estudio era comprobar si los niños del grupo experimental habían dado
realmente respuestas diferentes. Para ellos se distribuyeron aleatoriamente los 60 pares de
protocolos en tres grupos de veinte pares, y cada grupo fue asignado a un juez al que se le dijo que
pertenecían a un estudio de fiabilidad. Su tarea consistía en leer cada par de protocolos y señalar
todas las respuestas del segundo test que fueran iguales o casi iguales a las del primero. Las
comparaciones revelaron que 481 de las 546 respuestas (86%) dadas al segundo test por los
sujetos de control eran iguales o casi iguales a las que habían dado en el primero. Pero sólo 77 de
las 551 respuestas (14%) dadas por los sujetos experimentales al segundo test fueron iguales o
similares a las que habían dado en el primero. Por lo tanto, aunque los niños del grupo
experimental cumplieron en general la promesa de dar respuestas diferentes al segundo test, las
respuestas que seleccionaron muestran una distribución de codificaciones, sujeto a sujeto, similar a
la del primer test.
Existen otros datos estructurales que no aparecen en las tablas 4 y 5, que son también
relevantes para la evaluación de la hipótesis de la consistencia en relación a la selección de
respuestas. Son tres relaciones o direcciones de la proporción entre dos conjuntos de datos. Cada
una de estas relaciones es importante en la interpretación del test, por la direccionalidad que
muestre (es decir, cuál conjunto de los dos es mayor) y/o por la magnitud de la diferencia. La
primera es el Erlebnistypus (EB), conceptualizado por Rorschach y que se relaciona con el estilo de
respuesta del sujeto. Representa la relación entre las respuestas de movimiento humano (M) y la
suma ponderada de las respuestas de color cromático (SumPondC). Al interpretar esta relación se
debe tener en cuenta tanto la dirección como la magnitud de la diferencia. Para poder afirmar que
existe una preferencia por un estilo de respuesta se considera necesaria una diferencia mínima de
dos puntos. En el estudio de 50 adultos no pacientes a quienes se les volvió a examinar un año
más tarde, 41 sujetos mostraron en la primera prueba un EB en el que un lado de la proporción era
dos o más puntos mayor que el otro. En la segunda aplicación, 38 de esos 41 sujetos continuaban
mostrando una diferencia de al menos dos puntos en su EB, y en ningún caso había cambiado la
dirección de la proporción. En el estudio en el que se realizó una segunda aplicación a 100 adultos
no pacientes después de 3 años, 83 protocolos del primer test mostraron al menos una diferencia
de dos puntos en el EB. En la segunda aplicación, 77 de los 83 mantenía una diferencia de dos
puntos o más y sólo dos habían cambiado de dirección.
La segunda proporción importante es la relación entre FC (respuestas de Forma Color) y
CF+C+Cn (respuestas de color dominante). Proporciona información sobre la modulación o el
control de las descargas emocionales. También en este caso son importantes tanto la dirección
como la magnitud de la diferencia. En el estudio en el que se realizó la segunda aplicación, al cabo
de un año, 36 de los 50 protocolos del primer test mostraban un lado de la proporción mayor que el
otro en dos puntos o más. La segunda aplicación mostró que 32 de los 36 sujetos continuaban
teniendo una diferencia mínima de dos puntos entre los dos grupos de variables, y en ningún caso
había cambiado la dirección de la diferencia.
La tercera relación es la proporción entre movimiento activo (a) y pasivo (p). En esta
relación siempre es de esperar más movimiento activo, pero la magnitud de la diferencia también
tiene importancia, ya que ofrece información sobre la flexibilidad del pensamiento y de los valores.
En el estudio en el que se realizó el retest un año más tarde, 39 protocolos de la primera aplicación
mostraban una diferencia de dos puntos o más en esta proporción, y en 31 de ellos predominaba el
movimiento activo sobre el pasivo. En la segunda administración, 30 de los 31 protocolos de
“acusada actividad” continuaban mostrando una superioridad de dos o más puntos del lado activo,
y los ocho que habían tenido mayor el lado pasivo en el primer test, lo mantenían en el retest. En el
estudio del retest a los tres años, se observó una diferencia de dos o más puntos en 76 de los
protocolos del test, en 60 de los cuales había más movimiento activo. En el retest, 57 de esos 60
protocolos mantenían una superioridad de dos o más puntos en el lado activo, y 11 de los 16
protocolos originales de “alto grado de pasividad” continuaban mostrando dos o más puntos de
ventaja en esa misma dirección.
El conjunto de datos relativos a la estabilidad o consistencia de las codificaciones y
proporciones del Rorschach durante intervalos largos y cortos, e incluso bajo circunstancias en que
se generan respuestas diferentes, proporciona un gran apoyo a la hipótesis de que los rasgos de
carácter o estilos del sujeto influyen de forma notable en la selección de respuestas potenciales.
Sin embargo, aún existe un elemento más que desempeña un papel crucial en las decisiones
finales sobre la selección de respuestas.
Menos del 10% de los adultos no pacientes dan más de una respuesta de textura; no obstante, si el
sujeto ha sufrido recientemente una importante pérdida emocional, se elevará sustancialmente el
número de estas respuestas.
Exner y Bryant (1974) hallaron una media de casi cuatro respuestas de textura en los
protocolos de 30 adultos no pacientes que habían roto recientemente su relación íntima. A esos
sujetos se les volvió a administrar el test aproximadamente diez meses después; 21 de los 30
informaron de que habían establecido una nueva relación o recuperado la anterior. Dieron un
número significativamente menor de respuestas de textura en esa segunda aplicación. Por su
parte, los nueve sujetos que dijeron que seguían experimentando el sentimiento de pérdida,
continuaron dando tres o más de estas respuestas.
Aunque en general los estados psicológicos son transitorios, a veces algunos pueden
dejar una marca más duradera en la estructura básica de la personalidad. Muchos estados
psicopatológicos presentan tal característica y así como influyen en un amplio abanico de
conductas, también ejercen una ran influencia en la selección de respuestas del Rorschach. Las
depresiones graves o crónicas son un buen ejemplo de ello. Los pacientes deprimidos suelen
presentar frecuencias mucho mayores de respuestas vista (V) y de color acromático (C’) que el
resto de los grupos. También dan más respuestas marcadas por una clara morbilidad (MOR), y por
lo general puntúan bajo en un índice de autoestima. Haller y Exner (1985) utilizaron un diseño de
retest similar al que empleó Exner (1980) con niños no pacientes: cincuenta pacientes de primera
admisión, que presentaban síntomas de depresión y/o abandono, fueron examinados de nuevo a
los cuatro o cinco días de haberles administrado el primer test; a la mitad de ellos, seleccionados al
azar, se les pidió que dieran respuestas diferentes a las dadas en la primera administración; ese
grupo repitió aproximadamente una tercera parte de las respuestas de la primera aplicación,
mientras que los sujetos de control repitieron casi el 70%. A pesar de que el grupo experimental
había dado más de un 68% de respuestas distintas en la segunda aplicación, la fiabilidad de los
retests continuó siendo notablemente elevada en ambos grupos, muy similar a la que Exner
encontró en el estudio prácticamente igual, con niños no pacientes. Además, los grupos no diferían
significativamente en ninguna de las variables relacionadas con la depresión.
A medida que se prolonga la duración del estado, su influencia aumenta, y cuanto más
grave es, mayor es su impacto sobre la toma de decisiones. Exner, Thomas y Mason (1985)
observaron que la fiabilidad test-retest de los principales indicadores de depresión se mantenía
muy elevda entre adolescentes internados con diagnóstico de trastorno depresivo mayor,, aún
después de haber estado en tratamiento durante casi un año. Por otro lado, a media que el estado
se disipa, también lo hace su influencia sobre la selección de respuestas al Rorschach. En un
estudio llevado a cabo para la segunda edición (1986) de esta obra, Exnere, Cohen y Hillman
(1984) volvieron a examinar a 46 sujetos diagnosticados inicialmente de trastorno depresivo mayor
por el DSM-III. Todos habían comenzado el tratamiento tras ser ingresados y lo continuaron en
régimen ambulatorio durante un período medio de dos años. Las correlaciones de retest de las
variables relacionadas con la depresión fueron muy bajas, oscilando entre el 0.19 de vista y el 0.33
de contenidos mórbidos.
Así pues, el estado psicológico de la persona a la que se aplica el Rorschach contribuye a
la selección final de las respuestas que emite. La influencia del estado en el proceso de selección
será probablemente proporcional a su impacto sobre el individuo y la continuidad de su influencia,
proporcional a su duración. No siempre sustituye a otros rasgos, estilos o hábitos importantes en el
individuo, pero puede hacerlo.
Proyección en la Fase I. El primer tipo de proyección que puede darse en las respuestas
Rorschach parece introducir cierta distorsión y/o alteración de la percepción durante el proceso de
admisión-clasificación. Es decir, si a la mayoría de las personas se les muestra una pelota y se les
pregunta qué es, responderá que es una pelota. La precisión de los rasgos estimulares del objeto
(pelota) reducen drásticamente los parámetros potenciales de su definición. El objeto puede ser
identificado funcionalmente como “una cosa que se tira”, o por su origen, como “un objeto fabricado
por el hombre”, etc., pero lo cierto es que es muy limitada la amplitud de las respuestas aceptables.
Si un sujeto, sin sufrir una perturbación perceptiva, desidentifica la pelota diciendo que es un
aeroplano, un demonio, un riñón, etc., cabe razonablemente asumir que ha introducido algún
elemento de proyección, dado que ha forzado o ignorado claramente el campo estimular. En otras
palabras, en la medida en que los rasgos estimulares fuertes de cada lámina facilitan la formación
de ciertas respuestas o de ciertas clases de respuestas, precisamente esas características
imponen ciertas exigencias o restricciones a la posibilidad de que aparezcan proyecciones durante
la mayoría de las operaciones de la Fase I. Y, sin embargo, se producen clasificaciones de
manchas o áreas de manchas que sin lugar a dudas violan o ignoran esos rasgos prevalentes.
Técnicamente son respuestas menos, y si se excluye que sean producidas por alguna disfunción
neuropsicológica que afecte a las operaciones perceptivas, será lógico postular que son el
resultado de algún tipo de mediación cognitiva, en el que ciertos estereotipos o procesos
psicológicos han contaminado una traducción del estímulo basada en la realidad. Por ello, cabe
concluir, que se halle presente alguna forma de proyección.
apartan del campo estimular y lo sobreelaboran, como ocurre, por ejemplo, en multitud de
respuestas de movimiento y en respuestas en las que un objeto es descrito con excesiva
especificidad. Muchas proyecciones de este tipo se da en las respuestas de movimiento, pero
muchas otras aparecen en respuestas en las que, sin haber movimiento, el sujeto enriquece
considerablemente la descripción del objeto. Cuando aparecen con una frecuencia por encima de
la media, estas respuestas son probablemente reflejo muy directo de emociones y/o
comportamientos personales.
Es importante reconocer que no toda respuesta, ni toda verbalización, contiene material
proyectivo. De hecho, la mayoría de los protocolos de no pacientes contienen más respuestas sin
proyección que con ella. Lo que suele ocurrir menos, aunque tampoco es tan infrecuente, es que
en un protocolo no haya ninguna evidencia de ella; lo más probable en ese caso es que se trate de
protocolos muy defensivos y generalmente breves, en los que las respuestas se limitan a unas
pocas palabras. No son por ello menos válidos que otros protocolos más elaborados, pero sí
carecen de la riqueza de rasgos idiosincrásicos que suelen aparecer en las proyecciones y que, a
veces, constituyen una importante contribución a una descripción fina del sujeto.
RESUMEN
Aunque el proceso del Rorschach es muy complejo, al provocar gran cantidad de
operaciones perceptivas y cognitivas y crear las condiciones psicológicas para que se den los
procesos proyectivos, no es una herramienta de evaluación complicada para el usuario avezado.
Los procedimientos por medio de los cuales se obtienen los datos del test son simples, aunque
delicados. Si son alterados, intencionalmente o no, por el examinador, el método sufrirá una
degradación, y de ser un test, se convertirá en un conglomerado de verbalizaciones, cuya eficacia
dependerá en gran medida de la habilidad clínica del examinador y, además de la suerte que
tenga. Por el contrario, cuando se utilicen adecuadamente los procedimientos normalizados de
recogida de datos, se obtendrá un material muy valioso que proporcionará abundante información
sobre hábitos, rasgos y estilos, sobre la presencia de estados y sobre una gran cantidad de
variables que pueden recogerse bajo el amplio epígrafe de personalidad.
Como ya se ha señalado, el test no es un aparato de rayos x de la mente o del alma, pero
permite, de un vistazo, obtener una imagen actual de la psicología del individuo, y hasta cierto
punto, de cómo ha sido y cómo será. No es difícil interpretar sus elementos básicos, pero hasta el
intérprete más refinado podrá extraer una información más ajustada de los datos que el test
suministra si alcanza a tener una buena comprensión de su funcionamiento.