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La recepción de la ley de la memoria histórica en España Elsa Cajiao C.

dossier: conflicto, víctimas y memoria


La recepción de la ley
de la memoria histórica en España
Elsa Cajiao C.*

RESUMEN
El artículo analiza las posturas de sectores de la sociedad española frente a la Ley de la Memoria Histórica (LMH)
aprobada el 31 de octubre de 2007, tras numerosas deliberaciones y enmiendas. La Ley es consecuencia de un largo
proceso de discusiones y polémicas sobre la recuperación de la memoria histórica y la reparación de las víctimas de
la Guerra Civil y el Franquismo. La autora expone las reacciones de sectores políticos, religiosos, académicos y de
las propias víctimas ante dicha Ley, considerada por muchos de ellos como insuficiente.
Palabras clave: Ley, víctimas, memoria, reparación, España.

REACTIONS TO THE LAW OF HISTORIC MEMORY IN SPAIN


SUMMARY
The article analyzes the reactions of sectors of the Spanish society towards the Law of Historical Memory (LMH, in
Spanish) approved on the 31st October 2007, after numerous deliberations and amendments. The Law is the result
of a long process of discussions and polemics on the recovery of the historical memory and reparation of victims of
the Civil Spanish War and Franco’s regime. The authoress presents the reactions of political, religious and academic
sectors as well as the victims themselves towards this Law, viewed as insufficient by many of them.
Key words: Law, victims, memory, reparation, Spain. [51]

FECHA DE RECEPCIÓN: 21/01/2008


FECHA DE APROBACIÓN: 13/02/2008

ISSN 0121-4705

análisis político nº 63, Bogotá, * Profesora de la Universidad Nacional


mayo-agosto, 2008: págs. 31-38 de Educación a Distancia (UNED), Barcelona, España.

análisis político nº 63, Bogotá, mayo-agosto, 2008: págs. 51-58


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Franco mismo, en los primeros días de la rebelión,


había explicado a un periodista estadounidense que no dudaría en fusilar
a media España si tal fuera el precio a pagar para pacificarla1.

espués de casi 60 años de terminada la Guerra Civil y más de 30 de la muerte de Franco,

D la Ley de la Memoria Histórica (LMH) ve la luz en medio de polémicas, desacuerdos y enfren-


tamientos entre grupos políticos, agentes sociales y ciudadanos. El 31 de octubre de 2007,
tras numerosas deliberaciones y enmiendas, fue aprobada holgadamente con los votos de todos los
partidos, salvo el PP y ERC.
Desde la transición hasta la anterior Legislatura, el Parlamento Español había promovido la con-
cesión de reparaciones económicas, en la forma de pensiones e indemnizaciones, a los diferentes
colectivos afectados por la Guerra Civil y la dictadura. En la legislatura actual de Zapatero, la LMH
se orienta “al reconocimiento de la dignidad y el honor, la reparación moral, el desagravio público y
la recuperación de la memoria histórica...”. En palabras de la vicepresidenta María Fernández de la
Vega, se trata de “dar un paso adelante para honrar a cuantos sufrieron cárcel, represión o muerte por
defender las libertades durante la Guerra Civil y a lo largo de la dictadura franquista”.
La polémica estuvo servida desde la presentación en el Parlamento del proyecto de Ley por parte
del gobierno en julio de 2006. Los políticos más a la izquierda del PSOE (el partido socialista en el
Gobierno), la Asociación para la recuperación de la memoria histórica y otros colectivos de víctimas y
de derechos humanos la consideraron claramente insuficiente. Fue tachada de descafeinada, de burla
a las víctimas y ratificadora de la impunidad que ha amparado a los asesinos del franquismo desde
la Transición. Por distintas razones, el partido nacionalista catalán, Convergencia i Unió, la conside-
ró también insuficiente. A su entender, el texto de la ley debería recoger una condena expresa a los
abusos del bando republicano, en particular, los cometidos contra personas en razón de sus creencias
[52]
religiosas. El PP, el principal partido de la oposición, que representa a la derecha española, la calificó,
en palabras de su líder, Mariano Rajoy, como “un gran desacierto, un error descomunal”, si bien
apoyó aquellos artículos en que se mejoran las ayudas y prestaciones para las víctimas de la Guerra
Civil y el franquismo.
Mención aparte merece el voto en contra de ERC, la izquierda independentista catalana, el cual
alinea a este partido con el PP. Que los extremos se tocan es algo muy cierto en política. Mientras que
para el PP la norma reabre innecesariamente viejas heridas y confronta a los españoles, para ERC,
que no aprobó ningún artículo, la LMH se queda corta y, según su portavoz, Joan Tardà, “el presi-
dente del ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, ha condenado a una segunda muerte a las víctimas
del franquismo”.

LA POSTURA DE LA IGLESIA ESPAÑOLA


El 18 de octubre del 2007, día de la aprobación de la LMH por parte de la Comisión Parlamen-
taria, el líder del PP, declaró en la radio con una ramplonería indigna del tema y las circunstancias:
“Ahora todo el mundo va a empezar a sacar sus fosas, sus muertos y sus cosas”. Sin embargo, ¡huma-
nas contradicciones! El señor Rajoy no tuvo nada que objetar a que la Iglesia quiera mantener viva
su particular memoria histórica. El día 28 de Octubre, tres días antes de la aprobación definitiva de
la LMH, en la plaza de San Pedro se llevó a cabo la beatificación más numerosa de la historia: 498
víctimas (mártires en palabras de la Iglesia) de la República y la Guerra Civil española. Y no será la
última, si prospera la aspiración del episcopado de beatificar un número aún mayor de religiosos,

1
El periodista en cuestión es Jay Allen. Citado por SANTOS Juliá (coordinador) en Víctimas de la guerra civil, Ediciones Temas de
Hoy, Madrid, 2006.

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víctimas de la República. ¿Sobra decir que la institución religiosa se opone de plano a la LMH? El
arzobispo de Pamplona la considera una “ley innecesaria” porque “puede abrir heridas que el tiempo
ha ido curando y esto es lo que hay que procurar: cerrar definitivamente las heridas”. El arzobispo de
Sevilla, por su parte, siguiendo la retórica de la derecha, dice que España ha de mirar más al futuro
que al pasado, “y si mira al pasado es para recoger todo lo bueno que nos ha dejado y no echarnos
en cara mutuamente aquello que pudo ser errores o maldades”. ¿Pero acaso no fue la beatificación
del 28 de octubre, que congregó alrededor de 25.000 peregrinos españoles, la celebración de una tra-
gedia, un recuerdo de las maldades del bando republicano? Si la Iglesia española no tiene ánimo de
revancha y es apolítica la beatificación ¿por qué no ha incluido a ninguno de los curas fusilados por
Franco? En la lógica de la Iglesia, hay ecos de la metafísica del doble pensamiento que el comisario
O’Brien de 1984 intenta inculcar al pobre Winston Smith mediante la tortura: 2 + 2 son 4 a efectos
prácticos, pero si el Partido ordena que sean 5, son 5. Investida de un poder omnímodo durante la dictadura,
la Iglesia española resolvió el destino de los españoles con los imprescindibles certificados de “buena
o mala conducta” que extendían los capellanes para todos los asuntos sociales, laborales o de vida y
muerte, como en el caso de los consejos de guerra. La Iglesia participó codo a codo con el régimen en
la represión ideológica y la imposición a la fuerza del credo católico. En las cárceles, los capellanes se
ensañaban psicológicamente con los reclusos. Un preso de la prisión de Alcalá recuerda al capellán
Nicasio Nieto en estos términos: “se le llenaba la boca de tanto evocar la necesidad de cortar la mala
hierba. Días antes de la saca (traslado de presos para su fusilamiento), de la cual tenía conocimiento,
sin duda, en un sermón, mirando insistentemente a los condenados a muerte, aseguraba que entre
las buenas ovejas se escondían las venenosas, a las cuales era necesario descubrir y exterminar, para
evitar el contagio”2.
Durante la Guerra Civil, el cauce y la liberación de las tensiones sociales fue el asesinato. Las
masas republicanas incontroladas mataban curas, terratenientes e industriales mientras que los fran-
[53]
quistas no hicieron distingos. Bastaba ser republicano o parecerlo para merecer la muerte. Al grito de
“¡Viva la muerte!” o “¡Por Dios y por España!” el ordenado ejército franquista fusiló políticos, inte-
lectuales, artistas (como el gran García Lorca), religiosos simpatizantes de la república o renuentes a
colaborar con el nuevo régimen en la elaboración de listas negras, y sobre todo decenas de miles de
jornaleros, campesinos y obreros sindicalizados (o sospechosos de estarlo) en organizaciones anarquis-
tas, socialistas o comunistas. Nunca es suficiente recalcar que mientras en el bando de los sublevados,
los franquistas3, el terror constituyó una estrategia bélica primordial, en el bando republicano la vio-
lencia nunca fue ni ordenada ni alentada por las instituciones ni por los militares fieles a la República,
entre los que cabe destacar a uno de los comandantes más afamados, el general Vicente Rojo, un
hombre de orden, católico y demócrata. Asimismo, es probado que varias autoridades republicanas,
viéndose incapaces de controlar a las multitudes enardecidas, ayudaron a huir al exilio a eclesiásticos
e industriales proporcionándoles las facilidades que su posición les permitía. La segunda diferencia
entre las dos caras de la barbarie es que mientras que en el bando republicano la represión remitió
tras los primeros meses del estallido de la guerra, en el bando franquista la violencia extrema contra
combatientes y civiles fue una táctica militar durante la guerra y la posguerra, y nunca cejó del todo
en los 40 años de dictadura. A dos meses de su final, Franco firmó, con el pulso ya tembloroso, sus
cinco últimas sentencias de muerte. El “caudillo de España por la gracia de Dios”, el que ganó la
guerra con la ayuda de Hitler y Mussolini, el que caminaba bajo palio sagrado junto a la jerarquía

2
MORENO Francisco, La represión en la posguerra, Víctimas de la Guerra Civil, p. 357.
3
Los franquistas perpetraron una de las tergiversaciones de la historia más palmarias: además de autoproclamarse “Ejército Nacio-
nal”, llamaban “traidores a la patria” a los militares que permanecieron fieles a la República, que era el régimen legal, democráti-
camente elegido.

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eclesiástica, murió matando. ¿No es el más vivo ejemplo del doble pensamiento de 1984? Si los espa-
ñoles conocieran bien su historia, no les serían tan ajenos los Yihadistas.

NO TODOS LOS HISTORIADORES ESTÁN DE ACUERDO CON LA LMH, COMO CABÍA ESPERAR
Si bien numerosos juristas, historiadores e intelectuales ilustres han respaldado la LMH4, entre las
voces discordantes destaca la del historiador Santos Juliá, coordinador de una obra colectiva titulada
Víctimas de la Guerra Civil5. Para Santos Juliá no es posible legislar la memoria histórica pues ésta no
existe sin olvidos voluntarios. “Por eso también, nunca podrá haber una memoria histórica, a no ser
que se imponga desde el poder. Y por eso es absurda y contradictoria la idea misma de una ley de
memoria histórica. ¿Qué se legisla? ¿El contenido de un relato sobre el pasado? El empeño no sólo
carece de sentido, sino que revela una tentación totalitaria: no puede elaborarse un único relato sobre
el pasado porque ningún pasado -menos aún el de luchas a muerte- puede conservar idéntico senti-
do para todos los miembros de una misma sociedad. ¿Una revisión de las injusticias más allá de una
declaración moral o de medidas reparadoras? En ese caso, tendrán que venir los jueces, buscar culpa-
bles, abrir procesos, llamar a testigos, recoger pruebas, escuchar a fiscales y a abogados defensores, y
sentenciar. ¿Sobre hechos sucedidos hace decenas de años?”6.
La revisión de la historia que propone la LMH no va en esa dirección. Por un lado, se trata de
reparaciones morales y económicas sin ninguna repercusión penal. Y, en todo caso, estas reparaciones
las va a asumir el Estado, no los responsables de las matanzas. Además, el texto de la Ley expresa con
claridad la exclusión de toda reivindicación patrimonial, que es, en general, lo que más temen no los
verdugos –demasiado viejos para preocuparse por eso– sino sus herederos. Por otro lado, no veo por
qué legislar sobre la memoria histórica comporte necesariamente una intención totalitaria. La Histo-
ria al fin de cuentas es un relato sobre el pasado, una interpretación que puede llegar a variar signifi-
cativamente con el tiempo y según el punto de vista. Pero hay hechos, datos y cifras tan abrumadores
[54]
que no hay constructo ideológico, ni doble pensar, ni demencia semántica, ni amnesia ni reelabora-
ción de los recuerdos que pueda con ellos. Contundentes son las cifras sobre la represión franquista.
Aunque el recuento de víctimas está lejos aún de ser exhaustivo, los censos parciales demuestran que
su número7 al menos triplica al de las del bando contrario, esto sin contar a los que murieron en
combate, ni a los que padecieron largos años de prisión o de esclavitud en campos de trabajo o a los
que en su huída8, cayeron en manos de los nazis y fueron deportados a campos de concentración, ni
al medio millón de españoles que tomó el camino del exilio9. Es obligado señalar que en los primeros
meses de la posguerra, en 1939, muchos murieron a causa de las torturas, el hambre y las condiciones
inhumanas de los campos de concentración, verdaderos precursores de los campos de exterminio
nazis. Es ilustrativo el relato de Miguel Regalón, un superviviente:

4
Garzón, según una entrevista con la agencia Reuters recogida por el periódico ABC, considera que «hubo excesos y auténticos
crímenes contra la Humanidad en los primeros años de la dictadura y es necesario en algún momento establecer una comisión de la
verdad, al menos para establecer qué sucedió y dejar al descubierto esta parte de la historia de España». (Febrero de 2005).
5
Ídem.
6
SANTOS Juliá, “Memorias en lugar de Memoria”, en diario El País, 2 de julio de 2006.
7
Los estudios más recientes indican que la cifra de asesinados por el franquismo asciende a unos 150.000.
8
Alrededor de 12.000. En el campo de concentración de Mauthausen murieron 5000 exiliados republicanos. En España no se ha
honrado aún su memoria.
9
La mitad de los cuales, aproximadamente, tachados de indeseables por el gobierno colaboracionista francés, fueron obligados a
regresar a la boca del lobo. Y los que no tuvieron la suerte de dar el salto a los países americanos que los acogieron (México, Chile,
República Dominicana…) se encontraron abandonados en la Europa en que campeaba triunfal el fascismo. Otros fueron recluidos
en campos de concentración en Francia, donde murieron a centenares por el trato despiadado y el abandono a que los sometieron
las autoridades francesas.

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dossier: conflicto, víctimas y memoria


“Fui detenido en Añora, donde estuvimos tres días sin comer. Después, andando por carretera y bien custodiados,
llegamos a Pueblonuevo del Terrible. Estuvimos una noche en un caserón viejo y húmedo, hasta que a la mañana
siguiente, por carretera y sin comida, nos llevaron a La Granjuela. Nos dieron una lata de sardinas y un panecillo
para cuatro, y a continuación, a hacer un foso alrededor del pueblo… Llegamos a comer hierba del campo y harina
de algarrobas. Allí llegaban los fascistas con autorizaciones para que les entregaran personas a las que, una vez fuera,
torturaban y fusilaban”10.
Y los encarcelamientos no fueron minucia. “El número de presos en 1940, el momento culminan-
te, alcanzó la cifra de 280.000”. Sobre las cárceles de Madrid Francisco Moreno cita a Rafael Sánchez
Guerra: “puede calcularse perfectamente, y tal vez me quede corto, en 50.000 el número de detenidos
entonces en la capital de España”. Estas cárceles cada día eran recorridas por camiones que se iban
llenando de presos bien camino de Las Salesas para los consejos de guerra, bien camino del cemen-
terio. El hacinamiento era la tónica y de él da cuenta el gran Miguel Hernández en relación con la
cárcel de Torrijos, Madrid: “En la manta duermo muy bien… y eso que sólo tenemos palmo y medio
de habitación por cabeza y cuerpo, y para volverse del otro lado hay que pedir permiso a los vecinos,
que cuando les da por peerse o toser, te pudren o escupen vivo”.
Uno de los testimonios más desgarradores es el de Juana Doña en la cárcel de las Ventas (Madrid).
Cuenta que quedó impresionada cuando penetró “en la galería de las madres, donde morían los
niños, con el único calor del regazo de sus madres (…) Esta galería de niños era una pesadilla para
toda la reclusión, más de mil mujeres estaban allí concentradas con sus hijos, algunas tenían dos o tres
con ellas, por lo que la galería albergaba más de tres mil personas. Los niños en su mayoría sufrían
disentería, aparte de los piojos y la sarna. El olor de aquella galería era insoportable, a las ropas estaba
adheridas las materias fecales y los vómitos de los niños, ya que se secaban una y otra vez sin poderlas
lavar. En aquellos momentos se había declarado una epidemia de tiña, ninguna madre a pesar de la
falta de medios para cuidarles, quería desprenderse de sus hijos para llevarles a una sala, llamada en-
[55]
fermería de niños. Esta sala era tan trágica que los pequeños que pasaban a ella morían sin remedio,
se les tiraba en jergones de crin en el suelo y se les dejaba morir sin ninguna asistencia”11. (¿Debemos
escuchar pues a los que claman el olvido, a los que dicen “todos fuimos muy malos”, perdonémonos
y a otra cosa mariposa? Creo que en tanto no se reconozca públicamente desde las instituciones esa
infinita maldad, como ha hecho Alemania con el régimen Nazi, los muertos ni los vivos pueden des-
cansar en paz. No se trata de que los verdugos y sus cómplices entonen el mea culpa –utópico sería es-
perarlo– sino de que España se convierta en una democracia de pleno. Mientras los ciudadanos de las
nuevas generaciones no conozcan un mínimo de su historia reciente, el ejercicio del derecho al voto
no deja de ser una pantomima y con este espinoso asunto de la educación enlazamos enseguida.

¿UNA EDUCACIÓN PARA LA MEMORIA HISTÓRICA?


Santos Juliá sostiene también que sobre la Guerra Civil y la dictadura se ha escrito en tal abundan-
cia que cuesta moverse entre la marea de papeles y que, por tanto, “no se puede mantener por más
tiempo la falsa imagen de un país con dificultades para hablar de su pasado y que ha construido una
democracia sobre un vacío de memoria”. (pág. 52).
A mi juicio, por ingente que sea la bibliografía existente sobre la guerra civil, nunca será suficiente,
si la distorsión de la historia impuesta por los vencedores no se corrige desde las instituciones demo-
cráticas. Y con esto me refiero a promover el conocimiento de la historia y a extenderlo a la sociedad

10
MORENO Francisco, la Represión en la posguerra, pp. 280-81.
11
Ídem, p. 300.

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en su conjunto. Es rigurosamente cierto que en España se lee poco12. Con lo que la abundante litera-
tura que existe sobre la cuestión es manoseada una y otra vez por los mismos. Es realmente indignante
que en los textos de historia del bachillerato se pase de puntillas por la Guerra Civil como si se tratara
de algo tan lejano y ajeno para los escolares españoles como la batalla de las Termópilas. La historia
para las grandes masas, y eso lo sabe muy bien la Iglesia, se cuenta con ritos simbólicos (como el de
la beatificación masiva de mártires), monumentos, imágenes, celebraciones, martirologios y demás
fechas conmemorativas. Así se ha mantenido viva en el mundo cristiano la historia de Jesucristo du-
rante 2000 años, no mediante la lectura de San Agustín. España como nación puede y debe en mi
opinión recurrir a la fuerza de los símbolos para explicar a sus ciudadanos episodios fundamentales de
su historia reciente, distorsionada por el bando de los vencedores durante 40 años y luego silenciada
durante 30 más por una transición y una democracia quizá en exceso cautelosas. Franco, al igual que
la iglesia, sabía del poder de los símbolos y de la fragilidad de la memoria humana. “Es necesario”,
decía cuando al año de su victoria militar emprendió la construcción del Valle de los Caídos– “que
las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo
y al olvido”.
Pero el mausoleo, en el que se dejaron la salud o la vida cientos de presos republicanos que par-
ticiparon en su construcción como “trabajadores forzados”13, no fue el único símbolo. Las imágenes
del régimen se extendieron por toda la geografía española. Edificios, calles, plazas, instituciones pú-
blicas, religiosas y gubernamentales ostentan monumentos, placas, lápidas, emblemas o inscripciones
franquistas. No se libró, por ejemplo, la Catedral de Murcia, “en la que, pese a estar declarada Mo-
numento Histórico Nacional, en 1939 fue esculpida en una de sus fachadas laterales en grandes ca-
racteres el lema siguiente en honor del fundador de la falange: “JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
¡PRESENTE!” que allí permanece”14.
El ser humano, por imperativo biológico, no se resigna a aceptar que lo borren del mapa. Pasar
[56]
página y empezar de cero nos convertiría en menos que animales. La evolución humana se ancla
precisamente en la transmisión de la cultura. Los ritos funerarios más allá de su sentido religioso tie-
nen como fin valorar lo que nos ha dejado y enseñado el que se va. Los libros de historia no bastan,
falta la liturgia (laica en este caso) para incitar a su lectura. Restringir la memoria al terreno de lo
personal, como claman, como exigen, muchos detractores de la LMH es coartar el derecho de los
pueblos a conocerse. La memoria es patrimonio de la sociedad, de la humanidad. Sin esa memoria
social estaríamos aún en las cavernas. Como dice, Kazuo Ishiguro, con el tiempo, los pueblos como
las personas, se dan cuenta de ciertas cosas. Si suprimimos la historia de porrazo, no habrá sustento
para ese aprendizaje.
Aunque se hayan publicado cientos de escritos sobre la Guerra Civil y la dictadura, de poco servi-
rán si desde las instituciones no se alienta y promueve su conocimiento. Todos los países de la Europa
occidental guardan memoria de sus mártires y héroes. En cambio, España ha enterrado en la tumba
del olvido a los hombres y mujeres que murieron por defender la república o por el hecho de ser fami-
liares de aquellos, o por ser “desafectos” (es decir, por no mostrar suficiente entusiasmo por el régimen

12
Según datos recientes del Eurobarómetro sobre los índices de lectura de la población activa española, se estima que un 42% no
lee nunca o casi nunca. Sólo un 39% son lectores frecuentes. No sé cómo quedaría esta última cifra de restarle a los que sólo leen
habitualmente periódicos deportivos, fotonovelas, tebeos y ficción tipo “El Código Da Vinci», por citar una de las novelas que ha
arrasado últimamente.
13
Según explica Isaías Lafuente, en su obra Esclavos por la patria, la cifra de personas reclutadas durante tres décadas para la presta-
ción obligatoria de servicios al Estado ascendió a cien mil. El autor cuenta cómo el Patronato de Redención de Penas se encargaba
de convertir a los prisioneros políticos en obreros que soportaban las más duras jornadas de trabajo en condiciones de vida infrahu-
manas. Gracias a ellos se realizaron obras como la del aeropuerto gallego de Lavacolla o la madrileña cárcel de Carabanchel.
14
Tomado de http://www.galeon.com/murcia1939/aficiones477130.html. Hay en este sitio un buen catálogo de símbolos fascistas,
todos en la región de Murcia.

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dossier: conflicto, víctimas y memoria


franquista), o por falsas delaciones de vecinos movidos por inquina, envidia o avaricia, o, simplemen-
te, por un error de la maquinaria burocrática. Sintomático de este olvido es el escaso interés que
despertó la noticia de la aprobación de la LMH entre los lectores de El País15. En las estadísticas de
este diario, la noticia no figuró entre las 10 más leídas. El primer puesto del ranking lo ocupó la guapa
Demi Moore, el segundo, la pugna entre Alonso y Hamilton y el tercero, el caso Madeleine McCann.
Desgraciadamente, no estoy hablando de las preferencias de los lectores de prensa amarilla, sino de
los de un diario equiparable en su calidad al francés Le Monde. Sin embargo, aquí no es sorprenden-
te. España no sólo se ha olvidado de las víctimas del franquismo sino de todos sus muertos. Temo no
exagerar al decir que el único español al que aquí se honra de veras es a Cervantes. Lo que abunda en
el imaginario popular son visiones costumbristas de una España pícara, chocarrera y chulesca.

LA MEMORIA DE LOS SUPERVIVIENTES


Muchos supervivientes viven, en palabras de Muñoz Molina, atrapados en la doble angustia de
no rendirse al olvido y de no poder soportar el recuerdo. Las dos historias personales que referiré en
seguida, de esas que los sectores conservadores no quieren hacer colectivas, ilustran esa triste expe-
riencia. La primera, muy cortita, constituyó para mí toda una epifanía, en el sentido joyciano.
Hace un par de años asistí a la proyección de un documental sobre el viaje del Winipeg –el barco
que en 1939 condujo a Chile 2200 refugiados españoles gracias al buen hacer de Pablo Neruda– y
el destino de algunos de sus pasajeros 60 años después de la peripecia. Al término de la función, la
directora del documental dio una breve charla sobre experiencias del rodaje. En el tiempo de las pre-
guntas, uno de los espectadores, un anciano en silla de ruedas, quiso intervenir. Preso de emoción, no
consiguió articular palabra. Lo intentó de nuevo pasados unos minutos con el mismo trágico resulta-
do, hasta que su joven acompañante nos explicó, levantando la voz sobre los balbuceos del anciano,
que su abuelo había sido uno de los afortunados pasajeros de aquel barco salvador. Dicho esto, dio con
[57]
destreza media vuelta a la silla de ruedas y abandonaron la sala en medio de un silencio espeso.
José16, granadino de 82 años, desea olvidar. Y aquí, antes de proseguir, me remito a una cita de
Schopenhauer que es también una cita de un libro que todos a los que les tienta el gusanillo de la
guerra deberían leer y los demás también. El libro es Las benévolas, de Jonathan Littell. Y ahora sí la
cita: Más valdría que no hubiera nada. Como hay más dolor que placer en la tierra, cualquier satisfacción no es sino
transitoria, y crea nuevos deseos y nuevas desesperaciones, y la agonía del animal devorado es mayor que el placer del
que lo devora. Así es. José perdió en la guerra a 11 parientes cercanos, entre ellos a su padre, su casa y
extensos terrenos de pastoreo y cultivo. De los 11, unos cayeron en combate, otros fueron fusilados,
un tío paterno se suicidó cuando sintió cerca las botas de la temible guardia franquista. Otro padeció
28 años de cárcel. Su padre y dos tíos más cayeron en una batida durante el trienio del terror (1947-
49). José conoce el lugar preciso, en una montaña de un pueblo de Granada, de la fosa común en que
yacen su padre y sus tíos. Rufino, su primo hermano, un chaval entonces, siguió temerario a la tropa
entre los matorrales y presenció el asesinato. Nunca han querido desenterrarlos. No lo resistirían.
José tenía 26 años, la carrera de perito agrónomo y jamás había combatido, pero huyó tras el ase-
sinato de su padre. Una de las tácticas del franquismo para ahogar la resistencia consistía en asesinar
a las familias de los “maquis de la sierra” y a todo aquel que les ayudara en su sustento. “Hay que
acabar hasta con los de teta”, recuerda José que rezaba uno de los macabros eslóganes del ejército
franquista. José se refugió entre vacas y olivos en un pequeño pueblo de Teruel. Allí vivió unos años
de tranquilidad y de cierta prosperidad dentro de la penuria generalizada de la posguerra. Pero la
maquinaria represora del régimen acabó por encontrarlo. Volvió a huir. Con lo puesto, su mujer y dos
hijos pequeños. Lograron llegar a Barcelona y allí se fundieron en el anonimato de la inmensa clase

15
El diario español de mayor tirada e influencia. Su línea es progresista y plural.
16
José prefiere que no desvele su identidad.

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obrera. Comenzó a construir penosamente su identidad a partir de su nueva condición de persegui-


do, albañil, padre de dos hijos e inmigrante en la tribal y elitista Cataluña de entonces, fóbica a los
andaluces. Cuando el régimen terminó, dos años después de la muerte de Franco, José tenía 54 años.
Demasiado mayor y vapuleado por la vida para buscarse un destino mejor que el de albañil. A José no
le interesa la LMH. “¡A buenas horas!”, dice. Recordar el pasado siempre le trastorna y le encoleriza.
No puede reducir a palabras su experiencia. Se levanta apoyándose en su bastón, sonríe tristemente y
se aleja con su paso titubeante de octogenario.
Me pregunto de nuevo: ¿Es bueno olvidar la historia del anciano en silla de ruedas, la de José y
la de los cientos de miles de víctimas de la Guerra Civil? Eso sería seguir sumiendo a España en la
peligrosa inocencia de los niños huérfanos.

BIBLIOGRAFÍA
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2003.
SANTOS Juliá, (coordinador), Víctimas de la Guerra Civil, Ediciones Temas de hoy, S.A., Madrid, 2006.
LAFUENTE Isaías, Esclavos por la patria, Ed. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2002.
PRESTON Paul, Las 3 Españas del 36, Plaza Janés editores, Barcelona 1998.
–Franco, el gran manipulador, FerrolAnálisis: revista de pensamiento y cultura, Nº. 20, 2006, pags. 7-19.
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Valladolid, 2004.
ROJO José Andrés, Vicente Rojo: Retrato de un general republicano, Tusquets Editores, Barcelona, 2006.
RUIZ ESTEBAN Francisco, La partida guerrillera de Ratero y el movimiento guerrillero antifranquista en la provincia de Granada, Tesis doctoral,
Universidad de Granada, Granada, 2005

Diarios españoles consultados a lo largo de la tramitación y aprobación de la LMH (de julio a octubre de 2007):
El País
[58] La Vanguardia
El ABC
El Mundo

Páginas web:
Asociación para la recuperación de la memoria histórica: http://www.memoriahistorica.org/
Federación Estatal de Foros por la Memoria: Texto completo del proyecto de Ley de la memoria histórica, www.foroporlamemoria.
info, 10-10-2007.

análisis político nº 63, Bogotá, mayo-agosto, 2008: págs. 51-58

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