N. Rodríguez-Objeción Capitalismo Autogestión

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UNA PROPUESTA ECONOMICA DESDE LA OBJECCION DE CONCIENCIA:

LA AUTOGESTIÓN

Por: Nidia A. Rodríguez

Si a través de una no permitida simplificación de la complejidad histórica quisiera englobar


doscientos años de capitalismo en una consecuencia básica no dudaría en exponer que ella
es la aniquilación: aniquilación del alma del hombre y de su entorno

En este artículo me ocuparé de tratar precisamente eso que me he dado por llamar
aniquilación del alma del hombre, y que concibo como la condena, aparentemente
imprescriptible, a la que el capitalismo somete al hombre a vagar por el mundo como ser
escindido entre sí y su creación, entre su deseo y su necesidad, entre su ser particular y su
ser sociopolítico y entre su estatus como productor y como consumidor.

A la aniquilación del alma del hombre Karl Marx llamó hace más de ciento cincuenta años,
en sus manuscritos económicos, alienación; categoría que aplico a la producción derivando
consecuencias ampliables hacia el consumo. Antes que él los socialistas utópicos con su
insistencia en el trabajo como factor moralizador habían criticado ya al naciente capitalismo
por despojar al trabajo de su significado social y por someter al obrero a una esclavitud
innecesaria, en la medida en que sólo lo asume como productor de riqueza.

Marx, partiendo del concepto clásico acuñado por Smith del trabajo como único factor
creador de valor, llega a afirmar que la miseria del hombre es una consecuencia directa de
la esencia del trabajo en el capitalismo, puesto que la economía al reducir la condición del
trabajo a la de mercancía lo trasforma en lo que él llama trabajo enajenado o alienado.

La enajenación o extrañamiento desde la visión de Marx está determinada en cuatro


ámbitos de la actividad humana o trabajo, ellos son:
1. En la relación del obrero con el producto de su trabajo la alienación se manifiesta
haciendo de este último algo extraño, ajeno al productor, que se enfrenta a él como un
objeto hostil y que lo avasalla. Marx en este sentido dice que la objetivación, entendida
como la realización del ser en la cosa y la consecuencia necesaria de su interacción con
la naturaleza, es en el capitalismo la desrealización del trabajador en la medida en que
su producto es apropiado por otro, su trabajo mismo es de otro, lo que produce, antes
que enaltecerlo, es proporcional a su miseria interior y exterior.

2. En la relación del trabajador con su actividad la enajenación se determina haciéndola


extraña a él. Sostiene Marx que el capitalismo al desarrollar el trabajo asalariado y al
profundizar su división ha hecho de éste una actividad maquinal, monótona y unilateral,
que al estar unida a la acumulación del capital aboca al hombre a competir con sus
semejantes y con la maquina. Es desde esta lógica que un aumento de salarios no hace
más que profundizar la dependencia del trabajo y la miseria del obrero, puesto que la
competencia que este simple hecho desencadena incrementa el desgaste del trabajador y
genera una sobreproducción que tarde o temprano deriva en una disminución general
de los salarios; así Marx puede llegar a decir que la miseria del trabajador es producto
de la riqueza que crea.

La consecuencia directa de trabajo entendido como mercancía que crea mercancías,


actividad lucrativa y propiedad de otro, es una doble sumisión del trabajador, esto es: en
cuanto recibe trabajo existe como trabajador y en cuanto recibe a cambio de este medios de
subsistencia, existe como sujeto físico. La encrucijada es entonces, que en cuanto
trabajador le es posible existir como sujeto físico y en cuanto sujeto físico es trabajador.

3. El trabajo alienado determina que en la relación del trabajador con su género éste se
constituya en algo extraño a la vida individual y, aun más dramáticamente, ocasiona
que la vida genérica sea percibida por el hombre como fin para preservar una vida
particular extrañada y abstracta, es decir también ajena al hombre mismo.
El trabajo externo al trabajador no pertenece a su ser, no le afirma, no es para él fuente de
felicidad o desarrollo; al contrario, le degrada, lo reduce a la condición de animal, porque
la actividad creadora se convierte en un simple medio para la satisfacción de necesidades
físicas, alejando así al trabajo de su esencia como actividad vital, hacedora del ser. Lo
realmente humano, que es el trabajo, se convierte por la enajenación en lo animal y lo
animal, la satisfacción de las necesidades fisiológicas, en lo humano. El hombre sólo se
siente tal fuera del trabajo, se pospone para el momento del comer, beber o reproducirse,
hace de sus necesidades físicas fin último y las degrada así a la condición de animalidad.

4. En la relación del hombre con sus semejantes la alienación se manifiesta como la


enajenación del hombre respecto de otro hombre. Marx dice que si mi trabajo como
actividad y como producto se me enfrenta como algo extraño a mí mismo, algo que
pertenece al otro, necesariamente me enfrenta a ese otro. El trabajo se despoja así de su
significancia social, se convierte al contrario y de manera irónica en la causa directa de
la aparición de la propiedad privada como el goce de otro, el capitalista, y la
degradación del creador, el obrero.

Ahora más que nunca el trabajo se muestra como trabajo alienado, sus consecuencias
deshumanizantes son más visibles en cuanto su carácter de mercancía se agudiza de manera
dramática. El neoliberalismo con su dejar hacer, dejar pasar ha llevado hasta la
esquizofrenia la carrera del hombre por subsistir. El hombre en su competencia con la
máquina, como máquina de trabajo que se le considera ha sido derrotado, y con ello se ha
generado una nueva categoría de seres humanos, los excluidos.

Este fenómeno de exclusión, nuevo en cuanto a sus dimensiones, deviene de la fría lógica
del sistema, la ganancia, y de la eficiencia de éste. Es la condena de destierro definitivo a
la que se somete hoy por hoy a millones de seres humanos en cuanto son superfluos al
capital. Marx ya advertía en los manuscritos tres aspectos que se conectan directamente con
el fenómeno actual de exclusión: primero, que en la medida en que el trabajado es
mercancía, el obrero puede ser desechado por el mercado cuando a éste ya no le sea útil.
Segundo, que en tanto la existencia del hombre se reduce a su existencia como trabajador
también cuando deja de serlo deja también de existir y, por último, que como a la
economía sólo le interesa el hombre en tanto trabajador el desempleado no hace parte de su
lógica, es una piedra en el zapato que deja en manos del juez , el médico o el sepulturero.

Viviane Forrester que sostiene la existencia de esta nueva categoría, la exclusión, como
fenómeno de la economía actual, observa que ella supera los límites del desempleo mismo
y que no se reduce como en Marx al “parado”, el “sinvergüenza”, “el mendigo” o el
“pordiosero”; ahora son millones de hombres, mano de obra formada para el trabajo,
abocados a una lógica planetaria que ocasiona la supresión del trabajo, entendido como
“puestos de trabajo”.

En una sociedad donde la existencia se reduce al trabajo el estatus de ser humano lo


proporciona el nivel de “utilidad”, entendida como la facultad de generar “ganancia”, todo
lo que a ella no responde es eliminado, todo lo que la afecta es criminal, y por ello sus
víctimas, los excluidos de la posibilidad de trabajo, son culpables de existir y la vergüenza
que cargan por ello los hunde cada día más en la sumisión garantizando que no se levanten
contra el sistema que los niega.

En un mundo dominado por la tecnología y la cibernética, donde la lógica del trabajo ha


superado con mucho el entendimiento tradicional de un obrero vinculado al producto en su
labor, y donde el capital se concentra cada día en menos manos, las de las redes
económicas transnacionales, millones de seres humanos son sin otra consideración que su
condición de superfluos, a los que no se puede ni se quiere ser absorber en la nueva lógica
de empleo, que en realidad es la misma de siempre, la ganancia, completándose así el
fenómeno de enajenación del trabajo fuera del trabajo mismo, como exclusión completa e
irreversible de la vida económica y por ende de lo social.

Pero no es sólo en la producción donde la catástrofe del alma del hombre se evidencia; el
consumo, la otra cara de la misma moneda, es también una actividad enajenada, extraña al
hombre.
El capital ha escindido arbitrariamente al hombre entre el ser que crea y el que goza, al
primero como expuse lo somete como mercancía, maquina de hacer monótono, ajeno a toda
creación, mientras que en el segundo es sometido desde sus necesidades y deseos.

En sus manuscritos económicos Marx exponía que en el capitalismo cada individuo desde
su interés egoísta busca crear en el otro nuevas necesidades, nuevas formas de placer que lo
sometan al consumo creciente de más productos, productos estos ajenos al hombre que
incrementan su dependencia, su explotación. Existieron desarrollos posteriores que
resultaron del análisis de sociedades postindustriales que, contrarios a los de Marx que
centro su atencion en la producción, fijaron su punto culmen en el consumo, como son los
de Marcuse, Lefevbre y Agnes Heller. En ellos se advierte que en estas nuevas sociedades
lo que se evidencia es la escisión creciente entre el deseo, al que Marcuse llama eros
siguiendo a Freud, y su realización.

A esta sociedad postindustrial Lefebvre llamo en la década de los 60’s “sociedad de


consumo dirigido”; en ella el deseo no encuentra su realización en la medida en que no hay
apropiación social de bienes, entendida esta como “el uso de objetos apropiados al
conjunto de necesidades de la vida social no solamente a una necesidad aislada,
clasificada”1. Esto se puede afirmar a partir de entender que en las sociedades actuales, en
especial las llamadas desarrolladas, pero también en alguna medida las nuestras, el
consumo ha sido convertido esencialmente en consumo reglado de signos, es decir,
consumo en y del imaginario edificado por el poder, lo que sólo puede devenir en la
insatisfacción o mejor la “satisfacción” de una necesidad determinada desde fuera, lo
opuesto al placer, a la felicidad.

Desde la publicidad y la utilización de los mas-media , el poder genera necesidades


teledirigidas que se confunden con el deseo arruinándolo, pulverizándolo. El deseo así pasa
a ser determinado por los objetos a través de los signos. La necesidad que viene del
exterior lo despoja pero, al mismo tiempo, lo evidencia como malestar latente.

1
LEFEBRE, Henry. La Vida Cotidiana En El Mundo Moderno,
La supuesta satisfacción no es posible más que como consumo de lo imaginario en una
sociedad donde los significantes son equiparados por el poder a sus significados. Las ansias
homogenizadoras del poder han generado el espacio de mayor pobreza de la sociedad de
consumo dirigido, la vida cotidiana, el lugar de la monotonía, de lo establecido; todo deseo
en ella está programado, hasta los llamados espacios de esparcimiento. Sólo a través de la
explotación de lo imaginario (el progreso, la técnica) ha sido posible al poder disfrazar esta
ausencia de si que padece el hombre inmerso en la vida cotidiana, esta creciente
enajenación en el consumo.

Marcuse, citando a Bahro, expresaba el mismo problema que plantean Lefebvre y Marx,
desde la perspectiva de la conminación que estas sociedades han hecho del interés de
emancipación. El interés de compensación, que se refiere precisamente al mantenimiento
de las puras necesidades que conciernen a la esfera de los bienes materiales se han
sobrepuesto en estas sociedades a la necesidad de la liberación, a lo que Marcuse llama eros
y Lefebvre deseos, y que, uno puede agregar, constituye la esencia del ser humano.

A este estado de cosas, a esta aniquilación del ser humano, se une una parálisis social
aberrante, un omnipresente silencio que se convierte en su mejor aliado, inacción que no es
producto exclusivo del miedo a ser desechado por el mercado porque se ha faltado a sus
sagradas leyes; también es el resultado de la creencia en la bondad del sistema, creencia que
ha sido implantada a través de la propaganda en las mentes de millones de habitantes del
planeta ajenos a esa nueva élite de seres virtuales que se dedican a manejar con hilos
invisibles sus vidas.

Esa propaganda es capaz de trasformar los conceptos, tergiverándolos de manera tal que
sirva los intereses de la ganancia, neutralizando la resistencia que los significantes del
lenguaje generaban en la población. A través de la publicidad se castra el efecto dinámico y
movilizador que estos significantes estimulan en el espíritu humano, al que condenan al
olvido del presente. Así, este sistema económico sólo permite una lucha: “ la que reivindica
un espacio creciente para una economía de mercado”2. En esta medida condenan la utopía
a su desaparición total, afirmando cosas como: “el estado actual de las cosas es el único y
natural”, “ el punto al que ha llegado la historia es el que todos esperaban”3.

Frente a este sistema para el cual cada vez mas nuestra existencia y la de la mayoría de
seres humanos no es más que un estorbo, algo superfluo y nocivo que debe ser eliminado o
en el mejor de los caso un instrumento desechable o intercambiable, se nos impone el deber
de resistirnos; un deber que más que ético, pone en juego la supervivencia misma. Frente a
sus leyes aparece como una alternativa razonable el derecho sagrado a la objeción de
conciencia y repensarse la posibilidad de la utopía radical como un camino para combatir lo
inhumano y fríamente racional del sistema actual.

LA OBJECION DE CONCIENCIA Y LA UTOPIA RADICAL

La objeción de conciencia es definida como el derecho que tiene toda persona a negarse a
participar de una idea o de una acción cuando estas entran en una contradicción con la
propia escala axiológica. No se reduce sólo a un acto privado y apolítico; su fin también es
social, siendo posible a través de ella incluso la transformación radical de la sociedad,
punto en el cual se vincula con la llamada desobediencia civil como otras de las formas de
acción no violenta. Como se puede observar la objeción de conciencia es un concepto que
sólo se aplica a categorías políticas, lo que no obsta para que acá la pueda utilizar como
dispositivo económico en la medida en que entiendo lo económico indisolublemente ligado
a lo social y lo político.

La objeción de conciencia a la que me refiero la entiendo como una forma de resistencia y


transformación simultánea de lo social; es la vía a través de la cual el deseo, el impulso
vital del eros, que se mantiene latente detrás de todos los procesos de alienación a los que
hemos estado sometidos, encuentra un punto de escape como un proyecto de liberación. Es
un proyecto que trasciende lo meramente material en la medida en que pretende la
superación de la aniquilación de nuestra alma a la que nos ha sometido el capitalismo. Es

2
VVIANE Forrester, El Horror de lo económico, pag 25
un ejercicio que parte de reconoserse inmerso en los procesos de alienación en el consumo
y la producción. no aceptándolos y tomando distancia crítica respecto de ellos; por eso
comporta la tarea constante de “desbaratar”.

La tarea del “desbaratar” que comporta la objeción de conciencia sólo es posible a través
de la recuperación de aquellas categorías del lenguaje que pueden evidenciar nuestro
sometimiento y que el sistema a través de la propaganda y la publicidad ha vaciado de
contenido, o sea la recuperación del lenguaje para expresar la vida real recuperando así el
sentido del discurso de lo posible, lo utópico en el sentido de la filosofía política.

Para ser objetor de conciencia, tal como lo expongo en este escrito, es necesario negarse a
participar de la idea del mercado y de sus leyes como realidades imposibles de eludir,
porque se sostienen naturales, y rehusarse a actuar como sujeto, más aun como sujeto
excluido, en una economía inhumana, todo porque ello contraría nuestra propia ley, aquella
en la que ubicamos como valor esencial la libertad, entendida como desarrollo de la
solidaridad, porque, sólo es posible la transformación radical del entorno, la revolución, a
partir de “individuos para los que la liberación se ha vuelto una necesidad vital”4, en la que
la solidaridad se constituye como la fuerza a través de la cual esta se canaliza. Esta
solidaridad trasciende lo meramente humano para configurarse como una relación de
respeto y colaboración con el entorno en el cual se desarrolla el ser humano.

La idea de libertad de la que parto es lo que Agnes Heller llama una necesidad radical:
“denominamos radicales a aquellas necesidades que no se pueden satisfacer en una
sociedad basada en relaciones de subordinación y de dominio, o cuya satisfacción no pueda
ser generalizada en una sociedad de este tipo”5.

3
ibídem, pag 25
4
MARCUSE, Herbert. Un Ensayo Sobre la Metodología de la Revolución”. Viejo Topo N° 41, Febrero de
1980. Barcelona.
5
HELLER, Agnes. La Revolución en la Vida Cotidiana, pag 73
Esta necesidad radical es el valor, la idea alrededor de la cual se construye la utopía
radical6: En la medida en que el papel de objetores de conciencia no se reduce sólo a la
crítica, o al rehusar por rehusar, contraponemos a este sistema devorador de hombres una
nueva idea de sociedad, una nueva idea de hombre, que se va concretizando en la acción
misma de la objeción y hacia la cual dirigimos nuestro entusiasmo concreto, porque “lo que
debe ser también debe ser hecho”.

La objeción es, a la luz de lo anterior, también una cruzada por recuperar lo utópico, no
desde su peyorativo concepto de lo no posible, de lo quimérico, sino desde su papel como
anticipación concreta de la libertad a partir de la necesidad vital de ella, como posibilidad
real y programa desde el cual renovar la lucha por una sociedad libre de alienación. Es
decir, la utopía debe entenderse como realidad en construcción en la medida en que “lo
7
imposible se trasforma cada día en posible” . Así, la utopía será aquello que solidifique las
estructuras de nuestro camino en la medida en que nos da una visión de futuro, y nos
permite tomar una distancia crítica frente a nuestro presente y pasado, haciéndonos
conscientes de ellos, sacándonos de la desesperación en que nos sumergen las visiones
corto placistas, según las cuales no hay más salida que resignarnos a la desesperación y a la
pérdida de nosotros y del otro a causa de un sistema de demostrada inhumanidad.

La objeción de conciencia que propongo es, desde esta perspectiva, la acción en la cual las
funciones de crítica y transformación propias de la utopía se encuentran para concretarse en
la realidad. Es el hecho subvertor que contrapone al orden inhumano imperante una nueva
forma de lo económico, el primer paso para una transformación generalizada de lo social.

La propuesta de objeción de conciencia que aquí se expone recoge la autogestión como


meta y forma de acción, porque vemos en ella realizado el ideal de economía humana por
excelencia. En su lógica el trabajo pierde su carácter alienante y la vida retoma su posición

6
Utopía Radical s definida por Agnes Heller en su libro “la revolución en la vida cotidiana” como aquella
que tiene como función esencial la de ser fuente del “entusiasmo del pensamiento radical” , y que no se limita
solamente a “ser “metro” de la critica”
7
LEFEBVRE, Henry. “contra los Tecnócratas”, pag 46
dinámica y preponderante: La autogestión es el sistema que encarna nuestro ideal de
libertad, aquel que encarna nuestra necesidad radical de liberación

El concepto de autogestión, como tantos otros, ha sido vaciado de contenido por la labor
ideologizante del sistema, que lo ha utilizado para su propio beneficio acuñándolo a nuevos
procesos de explotación del capital trabajo en lo que se ha dado por llamar flexibilización
laboral. Mi intención es la de retornar su contenido inicial, devolviéndole su carácter
utópico, es decir, su condición de horizonte, un horizonte que sirve para caminar.

Entenderemos la autogestión como “la capacidad que un grupo, comunidad o sector social
tienen o construyen mediante un proceso, en la participación y toma de decisiones para
resolver desde los más elementales y sencillos problemas hasta los más variados y
complejos que hacen posible la toma de conciencia acerca del medio y del tipo de
transformaciones a realizar.”8 Esto quiere decir entiendo que son los sujetos partícipes de
la verdadera vida social quienes asumen la gestión de su propia realidad. En palabras de
Rodrigo Osorno, esta definición implica “que sean los sectores mayoritarios subordinados
de una sociedad los que asuman y se apropien en forma directa de los destinos del proceso
social a construir”9. Es, entonces, una opción para los excluidos, los superfluos al sistema.
Parafraseando a Abraham Lincon en su definición de democracia10, la autogestión es una
opción de los excluidos, para los excluidos y por los excluidos.

El porque de la autogestión parte de la afirmación de Bakunin: “la emancipación de los


trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos”. Primero porque el desarrollo de lo
que Marcuse llama las pulsiones liberadoras, base para la transformación radical de lo
social, sólo es posible precisamente a través de una construcción social de un nuevo tipo en
la que prime la libertad entendida como solidaridad. Segundo, porque la transformación
debe partir de lo cotidiano, del ámbito de vida más cercano a los individuos, lo cual sólo es
posible con la interacción de los interesados, los inmersos en la alienación de la vida
cotidiana; nadie puede otorgar la libertad a nadie, ella sólo es posible en la realización

8
OSORNO, Rodrigo. Auto gestión ¿un nuevo paradigma?. Relecturas Nº16. Medellín.
9
Ibídem. Pag 38
10
Discurso pronunciado en el cementerio de Getisburg.
individual o colectiva de lo cotidiano, que es la unica forma en la vida cotidiana puede
adquir la categoría de obra y desechar el carácter programado del cual goza actualmente.
Esto implica entender que no es posible concebir emancipación desde el estado; los
mecanismos de perpetuación de poder, que en general tienden a su centralización,
contrarían completamente la posibilidad de desregularizacion y descentralización que lo
cotidiano requiere para su liberación y el trabajo requiere para retomar por fin su carácter
de creación libre y social.

La autogestión también se justifica desde la perspectiva de Marx, como la expresión del


verdadero comunismo, de la eliminación de las relaciones de propiedad privada,
permitiendo la apropiación por medio del trabajo del trabajador mismo, es decir, que la
superación de la propiedad privada conlleva la apropiación de la vida humana. Por ultimo
en la medida en que la autogestión comporta una gestión de todo lo social es posible
superar una de las escisiones a las que está sometido el hombre de la época actual, la que
ocurre entre su ser político, ciudadano del estado en que predomina la igualdad, y su ser
privado en el que la regla es la desigualdad, dado el sistema económico imperante, en la
medida en que vincula a los individuos dolientes de los actos políticos a participar
directamente en su formulacion y decisión.

Tradicionalmente la autogestión ha sido entendida, y así la entenderemos nosotros, como


una práctica “ antijerárquica, anticapitalista y antiautoritaria”, porque niega toda forma de
burocracia y jerarquía, venga de donde venga, al asumir como forma organizativa la
federación y la descentralización a través de la puesta en práctica del principio de
delegación; además cuestiona al capitalismo en su fundamento, la propiedad privada de los
medios de producción, proponiendo la apropiación de estos por el cuerpo social.

El aspecto fundamental de la autogestión que acá pretendo resaltar para los fines de la
objeción es el de encarnar una crítica fundamental a la sociedad capitalista, industrial en su
nacimiento y ahora “cibernética”. Según esta crítica, la contradicción fundamental de esta
sociedad “no consistiría tanto en la estructura de las relaciones de propiedad cuanto en las
relaciones de autoridad que el proceso de racionalización tecnológica y organizativa ha
cristalizado cada vez más, condenando a la mayor parte de los trabajadores al
extrañamiento de su trabajo y dando lugar en el nivel social más general a la constitución
de un poder burocrático que impide la participación democrática efectiva”11. Estas
relaciones de autoridad que en la actualidad son veladas por efecto de la propaganda del
sistema, en especial aquella que se deriva de la publicidad, y que además no son
perceptibles por causa de las nuevas formas organizativas, son ahora más fuertes que
nunca, pues están insertadas en la mentalidad de los hombres no sólo como algo natural,
sino que son percibidas como espacios de libertad.

Desde esta crítica, la autogestión propone como alternativa la ruptura radical con el actual
modo de producción para que el trabajo supere el carácter alienado que esta le impregna,
“recuperando la esencia propiamente humana y la capacidad emancipadora” que le son
propias.

El trabajo autogestionario no consiste, entonces, en “ hacer o en rehacer el mundo, sino que


es el juego en el sentido noble de la palabra, manifestación de las fuerzas creadoras de cada
individuo”12. Lo que importa a esta nueva forma de hacer la economía no es el homo faber,
en tanto “hombre que transforma la naturaleza mediante el trabajo”13 , sino el hombre “en
tanto homo ludens, el hombre cuyas actividades nacen del juego, es decir, de una actividad
espontáneamente consentida y creadora”14.

Se supera de este modo la concepción del trabajo como aquella actividad dirigida sólo a
satisfacer las necesidades materiales, que lo vacía de toda significación personal,
convirtiéndolo en un hecho anónimo y abstracto, para delvolverle el carácter moralizador y
ennoblecedor del espíritu humano. Se le despoja al mismo tiempo del carácter sagrado que
el capitalismo le ha impreso, ya que la autogestión considera que “no es la esencia del
hombre lo que se ha de borrar ante su capacidad de fabricación; el hombre que produce

11
BOBBIO, MATTEUCCI, PASQUINO. Diccionario de política. Siglo XXI editores. 10 edición.
México. 1997
12
ARVON, Henri. El Anarquismo en el Siglo XX. Pag 114
13
Ibídem. Pag 114
14
Ibídem. Pag 114
debe ser subordinado al hombre que es”15 , pues parte de la idea que “la sociedad
humana no es una empresa colectiva cuyo objeto sea dominar a la naturaleza sino una
creación orgánica de la naturaleza que tiene como única tarea favorecer el desarrollo pleno
de todos los que se encuentran agrupados en ella”16.

La autogestión es la forma mediante la cual la utopía traduce la necesidad de libertad en el


trabajo, es decir, “la necesidad de un trabajo que desarrolle las facultades humanas, creativo
y agradable”17, convirtiéndolo en la “primera necesidad de la vida”18 .

El trabajo retoma en la autogestión su antropológica vinculación con el juego. Desde el


punto de vista del mercado, el trabajo es diferente al juego, el primero pertenece a los otros,
es una actividad de creación de riqueza, mientras que el juego pertenece al yo, es el
momento en el cual el individuo es libre para expresarse creativamente; en el primero la
alegría es una emoción ausente, la obra creada es alienante, no tiene la capacidad de
generar placer19, puesto que éste sólo está relegado al juego. De este modo el hombres es
escindido. Para la autogestión este homo ludens se involucra a toda actividad como una
personalidad total, pues la considera no sólo como medio para la satisfacción de sus
necesidades materiales, sino ante todo un fin en sí misma, desde la libre elección la dirige al
desarrollo de sus facultades como ser total, y en esta medida obtiene de ella la alegría y el
placer ausentes en el trabajo y el consumo actual.

El trabajo autogestionario es una actividad cualitativa y libre capaz de desarrollar a través


de la puesta en movimiento de la fantasía y el libre juego de las fuerzas personales la
totalidad de las facultades humanas, esencialmente la del goce; el tiempo en él invertido es
por lo tanto un “tiempo vivo”20 , tiempo no alienante.

15
Ibídem. Pag 116
16
Ibídem. Pag 114
17
HELLER, Agnes. La Revolución de la Vida Cotidiana. Pag 73
18
Ibídem. Pag 72
19
Aun esto es dudoso, se podría decir que el placer es una categoría ausente en nuestro tiempo, la
satisfacción proporcionada por el consumo no llena las necesidades interiores de creación
expresadas en el deseo, esto explicaría porque cada día abundan mas las sectas, la
comercialización del sexo, las supercherías e, incluso, explicaría el boon de la nueva era.
La gestión directa de todo el proceso productivo por parte de los trabajadores es sólo una
muestra de cómo la autogestión concibe el trabajo de forma diferente al capitalismo. En ella
las desigualdades propias derivadas de la división del trabajo entre trabajo intelectual y
trabajo manual desaparecen, porque su concepción es la del desarrollo del hombre integral.

La autogestión se contrapone al actual sistema productivo dando una nueva significación a


la libertad, que no es entendida como la competencia salvaje entre los hombres, que los
condena a la soledad y al desconocimiento de sus semejantes. Por el contrario, en la
autogestión la libertad se confunde con la solidaridad, ella es producto del trabajo social
colectivo, es del todo ajena a los epítetos de individual y egoísta, al contrario “ reside en el
reconocimiento recíproco de nuestra humanidad y en la conciencia de una participación
común en el destino de los hombres”21, es un “hecho de unión”22. Entendida así la libertad,
es imposible considerar a este sistema como jerárquico, su principio es la libre asociación
de los individuos, con estructuras que ubican el poder en la base social y que conducen sus
decisiones sobre la administración de las cosas a través de la delegación; está configurado
entonces de abajo hacia arriba, de adentro hacia afuera, evitando que el individuo se pierda
entre la masa, pues considera que en el abandonarse en ella también puede radicar la
tiranía.

Como lo expuse antes y contrario a lo que comúnmente se cree, la autogestión no se limita


a una forma de producción, es en realidad una nueva forma de gestión directa de lo social.
Por tanto, una objeción de conciencia cimentada en ella no se encamina sólo contra la
forma de producir, lo hace también contra la forma jerárquica y autoritaria de lo social vista
desde cualquiera de sus ángulos, incluyendo el consumo, pues una producción alienada
genera un consumo igual.

En esta medida la transformación de los modos de consumo se puede mirar como un efecto
paralelo a la transformación de las formas de producción , primero porque el goce23 deja de

20
HELLER, Agnes. La Revolución de la Vida Cotidiana. Pag 85
21
ARVON, Henri. El Anarquismo en el Siglo XX. Pag 59
22
Ibídem. Pag 59
23
Goce que en el sistema actual es aparente, en tanto se deriva de la satisfacción de necesidades creadas y
planificadas fuera del ser, con lo que le es un goce ajeno, un goce alienado.
ser exclusivo del consumo, es decir, la realización de una parte vital de las facultades del
ser humano deja de relegarse al consumo y pasa a formar parte del trabajo como actividad
creadora de su mundo. En segundo lugar, porque cuando el hombre deja de producir para la
satisfacción de las necesidades materiales , también deja de consumir sólo para este fin y
busca generar modos de consumo en los que su naturaleza moral se desarrolle, en los que
su interés de emancipación trascienda en la transformación real de sí y de su entorno. Por
ultimo, el consumo al superar el carácter destructor que le impregna el mercado y pasar a
ser verdadera opción de crecimiento personal y social, ya que no se entenderá mas como
actividad contrapuesta a la acción de la creación, abandona su actual papel compensatorio
de una falta en la totalidad del ser humano. Así el deseo se libera de un sistema que sólo lo
determina en cuanto incentivo para el consumo desnudo de toda finalidad constructora .

La eliminación del principio jerárquico y la introducción de la libertad solidaria que la


autogestión comporta coayuda a los hombres a consumir en concordancia a las necesidades
sociales, es decir, reemplaza la racionalidad egoísta por una nueva racionalidad solidaria en
la que no influyan los sentimientos arribistas generados por una economía jerárquica como
la actual.

La objeción de conciencia desde la autogestión expresa la voluntad de ser señores de


nuestro deseo, frente a un sistema que nos introduce en una espiral de insatisfacción
producto de la inalcanzable creación de necesidades. Por el carácter artificial de las
necesidades generadas, el sistema no permite la apropiación por el ser humano de su deseo
sino que lo encierra en un ciclo constante de producción – consumo – producción,
anquilosando su vida en la coacción del “consumo dirigido”. El deseo humano se mueve,
entonces, al vaivén de un sistema que lo clasifica y condena a la ausencia de placer, al
malestar permanente porque los satisfactores que proponen son ficticios. Un sistema que,
aunque en apariencia móvil, encierra el dinamismo propio de la vida en un equilibrio
estático, fundado en la actividad devoradora, antes que en la capacidad creadora; esto es lo
que Henri Lefebvre llama “vida cotidiana”, donde la aplicación de coacciones encubren el
conflicto, origen de la creación, y lo neutralizan.
Este sometimiento del consumo actúa como un velo que también esconde la explotación en
la producción. Desbaratar las coacciones de la vida cotidiana es lo que proponemos con el
ejercicio de la objeción de conciencia al consumo, cosa que es posible desde la actividad
creadora de carácter solidario y libre, que es la única que permite la apropiación del ser
humano de sí mismo tan solicitada y buscada en el mundo actual. La autogestión al ampliar
la forma en la que se entiende la satisfacción libera simultáneamente el campo del
consumo y el de la producción.

Toda la revolución que en lo económico y en lo social comportaría movimientos masivos


de objetores de conciencia autogestionarios no sería posible más que a partir de lo
pedagógico, sólo un esfuerzo educativo serio, en donde la realidad sea desenmascarada por
el ejercicio de la libertad, es capaz de contrarrestar el efecto adormecedor de la propaganda
que el capitalismo utiliza para preservarse y perpetuarse, y generar hombres y mujeres
capaces de asumir la libertad desde la solidaridad. Por ello la autogestión es también un
ejercicio pedagógico permanente “que se aprende y perfecciona mediante su aplicación”

Para concluir retomamos la afirmación de Roberto Dorado al hablar de la autogestión y la


alienación: “ser partidario de la autogestión supone insertarse en una lucha milenaria por la
abolición de todas las formas de opresión humana y de la miseria, y alinearse junto con los
que combaten por la liberación de cada individuo con el fin de que pueda acceder a una
vida próspera, en una verdadera comunidad humana totalmente solidaria”24

BIBLIOGRAFÍA

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BEODUT, Félix de. Universidad. Utopía. ICFES.
BOBBIO, MATTEUCCI, PASQUINO. Diccionario de Política. Siglo XXI editores. 10
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24
DORADO, Roberto, La Autogestión: principios, experiencias y perspectivas. Revista de
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