Pinturavelenciana PDF
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PINTURA VALENCIANA
Amando García Rodríguez
Edita: ©
ÁTEDRA
DE EMÉRITOS
de la Comunidad Valenciana
Autor:
© Amando García Rodríguez
Coordinan:
Vicente López Merino
Concha Albalat Criado
Salvador Aldana Fernández
Juan Cuenca Anaya
D. L.: V-1520-2008
Maquetación e impresión:
Gráficas Antolín Martínez. s.l.
Tel. 96 391 89 84 - www.grafamar.com
ÍNDICE
PRÓLOGO...................................................................... 9
1. LA PINTURA GÓTICA.............................................. 15
1.1. Introducción .................................................. 15
1.2. El gótico lineal................................................. 19
1.3. El gótico italiano.............................................. 25
1.4. Maestro de Villahermosa................................... 28
1.5. Lorenzo Zaragoza............................................ 30
1.6. Pere Lembrí.................................................... 33
1.7. El gótico internacional...................................... 34
1.8. Gherardo Starnina........................................... 36
1.9. Marzal de Sax................................................. 38
1.10. Pere Nicolau.................................................. 39
1.11. Maestro de Almonacid.................................... 42
1.12. Maestro del Centenar..................................... 43
1.13. Jaime Mateu.................................................. 45
1.14. Maestro del Burgo de Osma............................. 46
1.15. Miguel Alcañiz............................................... 47
1.16. Antonio Peris................................................. 50
1.17. Gonzalo Peris................................................ 52
1.18. El gótico flamenco.......................................... 55
1.19. Luis Dalmau.................................................. 57
1.20. Luis Alimbrot................................................. 59
1.21. Jaime Baco, Jacomart..................................... 59
1.22. Juan Reixach................................................. 66
1.23. Maestro de San Lucas..................................... 69
1.24. Maestro de Altura........................................... 69
1.25. Bartolomé Bermejo........................................ 70
2. LA PINTURA RENACENTISTA................................... 73
2.1. Introducción................................................... 73
2.2. Rodrigo de Osona............................................ 76
2.3. Francisco de Osona.......................................... 78
2.4. Paolo de San Leocadio...................................... 80
2.5. Maestro de Perea............................................. 85
2.6. Maestro de Artés............................................. 86
2.7. Nicolás Falcó................................................... 87
2.8. Fernando Yáñez y Fernando Llanos..................... 90
2.9. Miguel Esteve.................................................. 95
2.10. Miguel de Prado............................................. 98
2.11. Maestro de Alcira........................................... 99
2.12. Felipe Pablo de San Leocadio......................... 101
2.13. Vicente Macip.............................................. 102
2.14. Juan de Juanes............................................ 107
2.15. Vicente Juan Macip....................................... 115
2.16. Miguel Juan Porta......................................... 117
2.17. Cristóbal Llorens.......................................... 118
2.18. Nicolás Borrás............................................. 119
2.19. Juan Sariñena............................................. 121
2.20. Vicente Requena.......................................... 125
2.21. Bartolomé Matarana..................................... 127
3. LA PINTURA BARROCA.......................................... 131
3.1. Introducción................................................. 131
3.2. Características del barroco.............................. 132
3.3. Francisco Ribalta........................................... 136
3.4. Juan Ribalta.................................................. 143
3.5. Vicente Castelló............................................. 144
3.6. Pedro Orrente............................................... 146
3.7. José Ribera................................................... 149
3.8. Jerónimo de Espinosa..................................... 155
3.9. Esteban March.............................................. 159
3.10. Miguel March............................................... 161
3.11. Tomás Yepes............................................... 162
3.12. Antonio Palomino......................................... 164
3.13. Los seguidores de Palomino........................... 167
3.14. Neoclasicismo y romanticismo....................... 168
3.15. José Vergara............................................... 172
3.16. José Camarón.............................................. 174
3.17. Salvador Maella........................................... 176
3.18. Vicente López.............................................. 179
3.19. Otros pintores academicistas......................... 185
4. LA PINTURA MODERNA......................................... 195
4.1. Introducción................................................. 195
4.2. La segunda mitad del siglo XIX........................ 196
4.3. Joaquín Agrasot............................................. 198
4.4. Antonio Muñoz Degrain................................... 200
4.5. Francisco Domingo......................................... 204
4.6. La escuela alcoyana....................................... 206
4.7. Ignacio Pinazo............................................... 211
4.8. José Benlliure................................................ 217
4.9. Cecilio Pla..................................................... 219
4.10. Joaquín Sorolla............................................ 221
4.11. Antonio Fillol............................................... 228
4.12. Entre la tradición y la modernidad.................. 229
4.13. José Mongrell.............................................. 235
4.14. Manuel Benedito.......................................... 238
4.15. Genaro Lahuerta.......................................... 243
4.16. La segunda mitad del siglo XX....................... 246
PRÓLOGO
una obra de esta naturaleza. Nos parece oportuno indicar también
que este libro está dirigido a un público general amplio, interesado
en conocer las características y los elementos más significativos de
la historia de la pintura valenciana. En cualquier caso, el autor se ha
esforzado en elaborar un texto de lectura fácil y amena, sin renunciar
en absoluto al necesario rigor. Hay que insistir en que este texto no
está dirigido a especialistas, aunque es posible que algunos de los
datos o informaciones que se recogen aquí sean también de utilidad
para ellos. En particular, hemos sido muy cuidadosos en la selección
de las referencias bibliográficas en que se ha basado la realización del
presente trabajo. En la mayoría de los casos, se trata de publicaciones
recientes y relativamente accesibles para cualquier lector que esté
interesado en ampliar algún aspecto de nuestra exposición.
10
el siglo de oro del arte y la cultura valencianos. Por lo que se refiere
a las manifestaciones pictóricas, es más que evidente que tanto su
calidad como su cantidad alcanzan en esta época cotas realmente
irrepetibles, de la mano de artistas de tanta talla como Lorenzo Za-
ragoza, Gerardo Starnina, Marzal de Sax, Miguel Alcañiz, Gonzalo
Peris, Jacomart o Juan Reixach, entre muchos otros, entre los que
se incluyen no pocos maestros anónimos.
11
Miguel March, o con Antonio Palomino y sus muchos seguidores, que
llenaron toda una época de la pintura valenciana. A ella le seguirá, ya
a mediados del siglo XVIII, el academicismo, dentro del cual encon-
tramos autores tan destacados como José Vergara, José Camarón,
Salvador Maella o Vicente López, entre otros.
12
El autor desea también hacer extensiva esta gratitud a todas aquellas
personas o instituciones que han hecho posible la realización y pu-
blicación de este texto. Por último, y de forma muy especial, quiere
expresar su agradecimiento a todos cuantos hagan el esfuerzo de
leerlo, y de quienes solicita su benevolencia ante las limitaciones,
defectos o errores que puedan advertir en el mismo.
13
14
1. LA PINTURA GÓTICA
1.1. INTRODUCCIÓN
15
desempeñar una función pedagógica. Los dos primeros han sido algo
inherente a la pintura a lo largo de toda su historia. El tercero tenía
como fin el enseñar a los fieles de este tiempo lo que éstos no eran
capaces de leer en los libros, que, por otra parte, sólo estaban al
alcance de algunos privilegiados. Algunos autores se han referido a
la pintura de este tiempo como la “literatura de los incultos”.
16
Lorenzo Zaragoza
San Lucas recibiendo la verónica de la Virgen
Museo de Bellas Artes de Valencia
17
tra las adversidades de la vida cotidiana y, en última instancia, sus
intercesores ante Dios.
18
1.2. EL GÓTICO LINEAL
19
Gerardo Starnina
Retablo de fray Bonifacio Ferrer (detalle)
Museo de Bellas Artes de Valencia
20
devoción y fuertes recuerdos bizantinos, algunas de las cuales se
han conservado hasta nuestros días.
21
Entre las muestras conocidas, cabe destacar las Pinturas
murales de la catedral de Valencia. Estas pinturas decoran una
cámara secreta existente en la catedral de Valencia, situada a unos
cinco metros de altura sobre la puerta de la sacristía mayor de dicha
catedral (el acceso a esta cámara sólo se puede hacer con una es-
calera de mano). Estas pinturas fueron descubiertas en el año 1939
y se han conservado en relativo buen estado gracias precisamente
a lo inaccesible del emplazamiento en que se encuentran. Se cree
que, en 1256, el rey Luis I de Francia entregó a Jaime I una de las
espinas de la corona de Jesús, una reliquia muy apreciada en aquel
tiempo, que se quiso depositar en un lugar seguro de la catedral,
construido tal vez con la finalidad específica de guardar reliquias de
especial valor. La calidad de las pinturas es extraordinaria, estruc-
turándose en tres zonas, a manera de un tríptico. En ellas se repre-
sentan diversas escenas de la Pasión de Cristo, con una imagen de
la ciudad de Jerusalén al fondo. Los colores utilizados cubren una
gama muy reducida, a base de ocre, marrón, azul pálido y negro.
Esta simplicidad acentúa el efecto dinámico de la composición y la
expresividad de la narración.
Otro excelente ejemplo del estilo gótico lineal en las tierras va-
lencianas lo tenemos en las Pinturas murales de la iglesia de la
Sangre de Liria, de las que actualmente sólo se conservan algunos
pocos restos muy deteriorados en la techumbre de este edificio y en
las capillas laterales de su lado derecho. Estas pinturas representan
dos ciclos, uno referido a Santa Bárbara y el otro a San Pedro de
Verona. La cronología es incierta, situándose hacia el año 1300. La
autoría corresponde probablemente a algún pintor venido del Norte.
En una de las escenas representadas en el primer ciclo se muestra
a Santa Bárbara regalando sus bienes a los pobres. En una de las
capillas se conserva, en condiciones bastante mejores que las ante-
riores, un panel con la escena del martirio de San Pedro de Verona,
pintada sobre un fondo rojo y encuadrada por un marco de tradición
románica. En este caso, el Santo aparece arrodillado, con la cabeza
22
cortada por una herida y el pecho atravesado por una espada que
sostiene su ejecutor. La escena responde a un expresionismo un tanto
ingenuo, propio de un pintor con una técnica elemental.
Además de estas pinturas, y correspondientes a la misma épo-
ca, habría que citar también la existencia de Otras pinturas de la
iglesia de la Sangre de Liria. Nos referimos a las dos pinturas
del frontal con las imágenes de San Antonio Abad y San Bartolomé,
actualmente perdidas, y a los fragmentos de otro frontal reutilizado
en la techumbre de esta iglesia, en el que se representan algunas
escenas del Calvario. El frontal con las figuras de San Antonio y
San Bartolomé (que hoy conocemos sólo a través de fotografías)
se estructuraba a modo de un tríptico, con las figuras de estos dos
santos en el centro y escenas de su vida o martirio a ambos lados.
Los rostros de estos dos personajes son muy inexpresivos, con el
esquematismo propio del gótico lineal.
La influencia catalana en este tiempo se manifiesta con gran
claridad en las Pinturas murales del hospital del Buen Pastor
de Liria. Estas pinturas representan los temas del Calvario y de la
Anunciación y, desgraciadamente, han sido objeto en el pasado de
muchos repintes, por lo que resulta bastante arriesgado especular
ahora sobre su cronología. Su autor parece ser un artista conocedor
de los recursos técnicos usuales en la pintura gótica lineal, aunque
se cree que esta obra fue realizada en realidad en una fecha bas-
tante tardía, probablemente hacia finales del siglo XIV o principios
del XV.
Parece oportuno mencionar también la Decoración de la te-
chumbre de la iglesia de la Sangre de Onda. Se trata de una de
las denominadas “iglesias de reconquista” valencianas, con una sola
nave dividida por cuatro arcos de diafragma. Originalmente, las vigas
y el entramado de la techumbre estuvieron cubiertos de pinturas,
aunque de todas ellas sólo se han conservado algunos pocos restos,
consistentes en dos franjas de color rojo, negro y amarillo sobre las
cuales alternan un escudo y una cruz (emblemas de la Orden de San
Juan de Jerusalén), junto con otros elementos heráldicos.
23
Marzal de Sax
Incredulidad de Santo Tomás
Museo de la Catedral de Valencia
24
Otro ejemplo interesante de gótico lineal valenciano son las
Pinturas del sepulcro de Fray Ramón Albert en el Monasterio
del Puig. Estas pinturas fueron realizadas hacia 1333, fecha del
fallecimiento de este religioso, que era Maestro general de la Orden
de la Merced. Hay que lamentar que este sepulcro fuera destruido
durante la guerra civil (1936). En su cara anterior se mostraba la
figura yacente del difunto, mientras que en la parte superior se re-
presentaba a este mismo personaje en actitud orante, con un ángel
a cada lado.
25
las figuras un evidente sentido hacia el monumentalismo. La escuela
sienesa toma como punto de partida los esquemas compositivos bi-
zantinos, aunque superando su hieratismo y su repertorio. Hay que
señalar que la influencia florentina encontró en España un menor eco
que la influencia sienesa. En la tendencia estética de origen sienés
predominan las líneas sinuosas, así como las matizaciones en el color.
Sin lugar a dudas, el centro más importante de la escuela sienesa en
la pintura gótica de la península es Cataluña. Los principales maes-
tros catalanes de este tiempo son Ferrer Bassa (considerado como el
introductor de la pintura trecentista italiana en estas tierras), Ramón
Destorrents, y los hermanos Juan, Francisco, Jaime y Pedro Serra.
26
tabla fue pintada en la segunda mitad del siglo XIV. Se trata de un
trabajo muy refinado, con un fuerte cromatismo.
27
1.4. MAESTRO DE VILLAHERMOSA
28
Maestro del Centenar
Retablo de San Jorge (detalle)
Victoria and Albert Museum. Londres
29
procedente de Chelva o en la tabla de la Virgen de la Leche procedente
de Albarracín (conservados ahora en el Museo Nacional de Arte de
Cataluña), se representa a la Madre de Dios amamantando al Niño
como Virgen de la Humildad, un modelo utilizado profusamente por
los hermanos Serra. En el caso del retablo de Villahermosa, las figuras
de la Virgen y el Niño están acompañados por San José y ángeles
músicos, en una escena que se recrea en los detalles ornamentales,
como se puede apreciar en los bordados del manto de la Virgen.
30
Valencia, todos documentados, aunque lamentablemente ninguno de
ellos se ha conservado hasta nuestros días.
En particular, es importante mencionar que en el Museo de Be-
llas Artes de Valencia se conservan cuatro tablas de este pintor, que
representan Cuatro escenas de la vida de San Lucas. Habría que
recordar que estas pinturas al temple y oro sobre tabla fueron atri-
buidas en el pasado al ya citado Maestro de Villahermosa. La fecha
de realización de estas tablas, procedentes del retablo del gremio
de carpinteros en la iglesia de los Santos Juanes de Valencia, se si-
túa hacia 1370, por lo que seguramente éstas son las pinturas más
antiguas que se guardan en dicho Museo. Cada una de estas tablas
lleva en lo alto un letrero referido a los pasajes representados. Se
trata de San Lucas recibiendo la Verónica de la Virgen, San Lucas
escribiendo su Evangelio al dictado de la Virgen, San Lucas recibido
como discípulo de San Pedro y la Admisión de San Lucas en el Cole-
gio Apostólico. Entre las características que definen el estilo de estas
tablas hay que destacar especialmente la carencia de perspectiva y
la simplicidad de la composición, reforzada por la verticalidad de los
elementos arquitectónicos y las figuras humanas. Las cabezas de los
personajes son de tamaño desproporcionado (la macrocefalia es una
característica importante del gótico italiano) y sus rostros carecen
de expresividad.
Es muy probable que la tabla central de este retablo de San
Lucas fuera la Natividad de Jesús que se conserva actualmente
en la Hispanic Society de Nueva York. La escena representada es
rigurosamente simétrica, con la figura de Jesús en el centro, la Vir-
gen y San José a cada uno de los lados y un asno y un buey en el
fondo. En esta tabla llama la atención el gran cuidado con que se
representan algunos detalles, como podemos advertir en el pelo y la
barba de San José o en la vestimenta de la Virgen. El pesebre sobre
el que descansa el cuerpo del niño trata de introducir una impresión
de perspectiva.
El Retablo de la Virgen, San Martín y Santa Ágata, realizado
hacia el año 1394 y conservado durante siglos en la ermita de San
31
Miguel Alcañiz
Retablo de la Santa Cruz
Museo de Bellas Artes de Valencia
32
Roque de Jérica (Castellón), de donde desapareció tras la guerra civil,
estuvo relacionado con un documento en el que se alude a una obra
realizada por Lorenzo Zaragoza. Sin embargo, esta atribución no es
aceptada de forma unánime, dado que en este retablo (que hoy co-
nocemos solamente por fotografías) aparecen algunas características
propias de la pintura valenciana posterior, como la elegancia en los
pliegues de las telas de las vestimentas, los rostros expresivos de
algunos personajes o los fondos dorados con grabados en relieve.
Para concluir este apartado, habría que mencionar también
que la tabla de San Francisco y Santa Catalina, que se conserva
ahora en el Museo de Bellas Artes de Valencia, responde plenamente
al estilo de Lorenzo Zaragoza. Algunos especialistas suponen que
este trabajo fue realizado por alguno de sus seguidores durante el
segundo decenio del siglo XV. En este mismo Museo se conserva
igualmente una tabla en la que se representa una Resurrección de
Cristo, atribuida al obrador de Lorenzo Zaragoza. Esta tabla debió
formar parte en su día de un retablo sobre los gozos de la Virgen
(desaparecido), y formaba parte de la Colección Orts-Bosch donada
recientemente a este museo.
33
En su Retablo de la Virgen y San Juan (desaparecido), destaca
sobre todo la figura de Cristo en la cruz, cuyo cuerpo aparece incli-
nado hacia un lado, y la imagen de Santa Bárbara entronizada, que
se muestra en la tabla inferior derecha. Otra obra atribuida también
por los historiadores a Pere Lembrí es un San Cristóbal, una pintura
al temple sobre tabla que se conserva ahora en el Museo de Bellas
Artes de Valencia. Recientemente se han suscitado algunas dudas
sobre esta autoría, por lo que algunos historiadores prefieren hablar
más bien de un anónimo Maestro de Albocácer, activo en Tortosa y
Morella durante el primer tercio del siglo XV. Las dimensiones de esta
tabla y ciertos detalles pictóricos han hecho pensar que puede tratarse
de un trabajo autónomo y no de la tabla central de un retablo. Es
interesante recordar que en el siglo XV se mantenía la creencia de
que la devoción a este santo protegía de una muerte súbita, lo que
propició la presencia de sus imágenes en muchos templos.
34
de las diferentes cortes o trabajando incluso para la burguesía. Los
grandes señores viajan a menudo acompañados de sus pintores, los
ceden a otros personajes o los envían a otras regiones con el fin de
ampliar sus conocimientos.
35
fueron llamados a Valencia muchos pintores extranjeros, venidos de
Italia, Francia y centro de Europa, como se demuestra por diferentes
factores de tipo estilístico y por las pruebas documentales de que
disponemos. Es entonces cuando se produce la eclosión de la pintura
gótica internacional en Valencia, que corresponde a una época de
excepcional esplendor en la pintura valenciana, cuya calidad iguala
a lo mejor que se pintaba en esos mismos años en toda Europa.
36
de sangre que concluyen en otros tantos medallones con la imagen
de los siete Sacramentos a través de otras tantas escenas de sabor
cotidiano. Las calles laterales representan la Conversión de San Pablo
y el Bautismo de Cristo. En la Conversión de San Pablo no se muestra
al santo después de haber sido tirado a tierra, sino que se opta por el
momento más dramático de esta historia, el instante mismo en que
aquél cae del caballo. En el Bautismo de Cristo se representa el mo-
mento en que San Juan Bautista recoge con una copa el agua del río
Jordán para bautizar a Cristo, que está en pie, una fórmula bastante
insólita, de la que se podrían encontrar algunos precedentes en las
obras de la escuela de Bolonia. En la espiga central de este retablo
se representa el Juicio Final, y en las laterales la Anunciación de la
Virgen. La predela contiene cinco recuadros. En el centro aparece el
cuerpo de Cristo muerto sostenido por unos ángeles. En el recuadro
de la izquierda se representan las figuras del donante y sus dos hijos
varones. En el de la derecha, vemos a la esposa del donante y sus
siete hijas, todas ellas fallecidas en una epidemia de peste que afectó
en aquellos años a la ciudad de Valencia. En los otros recuadros de
la predela se muestra la Lapidación de San Esteban y la Degollación
de San Juan Bautista. En las finas entrecalles se representan figuras
de Santos y Profetas.
37
En el aspecto estético, en el Retablo de fray Bonifacio Ferrer
sobresale el cuidadoso estudio de la volumetría de las figuras, que
se consigue por medio de sombras, como sucede, por ejemplo, en el
cuerpo de Cristo. En las figuras vestidas se aprecia el interés del pintor
en hacernos ver la anatomía de los cuerpos por medio de juegos de
luces y colores. Asimismo, se pone un gran cuidado en la definición
del espacio, como podemos apreciar en el recuadro del sacramento
del matrimonio, que tiene lugar en el interior de una iglesia en la que
se aprecia la profundidad y los distintos elementos arquitectónicos
que se muestran en ese espacio. Todos estos detalles resultan nuevos
para la pintura valenciana, como sucede en la escena del Bautismo,
en la que se aprecia con gran claridad el efecto del agua del río Jordán
que cubre casi totalmente las piernas de Cristo y parece que las haga
vibrar. En esta misma escena destaca igualmente un escorzo de la
paloma que avanza en dirección al espectador, en una convincente
sensación de realismo.
38
la que se representaba un Juicio final, y recibió también el encargo
de realizar varios retablos para la catedral de Valencia. Se sabe que
en el año 1410, fecha de su muerte, este pintor estaba hundido en
la más absoluta miseria.
39
do en diferentes ocasiones, hasta 1408, fecha de su fallecimiento.
Sabemos que en 1403 el rey le adquirió un retablo dedicado a los
Siete Gozos de la Virgen, destinado a la cartuja de Vall de Crist, en
la localidad castellonense de Altura. Parece ser que, entre los años
1399 y 1405, este pintor realizó seis retablos para la catedral de Va-
lencia, dos de ellos en colaboración con el ya citado Marzal de Sax.
Se sabe igualmente que Pere Nicolau llevó a cabo otros trabajos en
diferentes lugares del Reino de Valencia e incluso más allá de sus
confines, en las provincias de Teruel y Cuenca. Pere Nicolau fundó un
importante taller de pintura, cuya actividad fue continuada por sus
discípulos más dotados hasta mediados del siglo XV.
40
iglesia parroquial de Sarrión, en la provincia de Teruel. Se trata de
una pintura al temple y oro realizada hacia 1404, y que se conserva
actualmente en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Lamentable-
mente, la tabla central de este retablo, en la que se representaba a
la Virgen con el Niño entronizado, se perdió durante la guerra civil, y
sólo la conocemos a través de fotografías (se da la circunstancia de
que el retablo del Museo de Bilbao carece también de tabla central).
Las siete tablas que se conservan en este retablo representan otras
tantas escenas de la vida de la Virgen: la Anunciación (con el arcán-
gel Gabriel a la izquierda y la Virgen a la derecha, como siempre),
el Nacimiento de Jesús, la Adoración de los Reyes, la Resurrección,
el Pentecostés, la Dormición y la Ascensión. Una característica muy
peculiar del retablo de Sarrión consiste en el hecho de que en el
centro de la predela se representa una Santísima Trinidad en lugar
de un Cristo Varón del Dolores, como sucede en el caso del retablo
del Museo de Bilbao y en otras obras de este pintor. Esta Santísima
Trinidad aplica la fórmula pictórica según la cual Dios sostiene con sus
manos la cruz de su Hijo. Otra particularidad del retablo de Sarrión
se encuentra en la representación de una Coronación de la Virgen
en la tabla superior. En esta escena, la Virgen se muestra sentada
al lado de Cristo y girada hacia Él, al tiempo que es coronada por un
ángel. Se trata de una fórmula bastante frecuente en el siglo XIV,
aunque en la mayoría de los casos es el propio Cristo el que corona
a su madre.
41
encontró al niño dormido sobre el suelo, tras abandonar su cuna.
Las otras escenas de este conjunto narran el Sueño del Papa Ino-
cencio III con Santo Domingo sosteniendo los muros de la basílica
de Letrán y la Prueba del fuego de los libros ortodoxos y heréticos
albigenses. Siguiendo uno de los relatos de la Leyenda Dorada,
esta última escena se refiere al hecho en el que varias personas
contemplaron cómo uno de los libros de este santo salió despedido
entre las llamas de una hoguera sin sufrir daños, al contrario de lo
que sucedió con los libros heréticos.
42
mayor actividad de este taller. El retablo se conserva actualmente
en el Museo catedralicio de Segorbe. La imagen central es la de San
Valero, y en su figura sobresale sobre todo su rostro, su cabeza con
tiara y sus manos enguantadas, sosteniendo un báculo en la derecha
y un libro en la izquierda. Los ropajes que viste San Valero son otro
elemento destacable de esta obra. Esta imagen está acompañada por
una narración de la vida de este santo al modo tradicional de la pin-
tura gótica valenciana. En el ático se muestra la imagen del Calvario
en el centro y las dos figuras de la Anunciación a los lados.
43
adornado con una gran pluma. Se trata, sin duda, de una obra de
extraordinaria calidad y muy bien conservada, con la excepción de
la predela, incompleta.
44
los dos personajes aparecen juntos en el retablo. Esta escena recuerda
un tanto a la que representa La incredulidad de Santo Tomás, sobre
todo en la forma de agrupar a las figuras y en la tremenda violencia
que la impregna. Sin embargo, la escena de San Jorge matando al
dragón, con la princesa al fondo, que aparece en otra tabla de este
mismo retablo, es de un estilo mucho más plácido (este tema se
utilizó con frecuencia en la iconografía artística de este santo). Las
dos tablas a las que nos estamos refiriendo son tan distintas que se
ha pensado que pudieran ser obra de dos talleres diferentes. Hay
que recordar que la colaboración de varios talleres en la realización
de los grandes retablos no era inusual en aquellos tiempos.
45
pinturas, todavía no existía este género de retrato de cabeza y en el
hecho de que el citado documento da las medidas de las pinturas y
éstas son mucho mayores que las de las obras hoy conservadas. Por
otra parte, junto a las cabezas aparecen unas letras que se leen de
arriba a abajo y de las que sólo hay dos.
46
que se pone claramente de manifiesto en las actitudes de muchos de
los personajes representados y que muestran sus sentimientos con
gran intensidad. La influencia de Marzal de Sax es evidente en las
fisonomías de las figuras y en ciertos gestos de sus manos.
47
hijo. El primero de ellos está documentado en Barcelona, Valencia y
Mallorca entre los años 1408 y 1447. Sabemos que el segundo trabajó
en Mallorca entre 1461 y 1486. Aquí nos referiremos sólo a Miguel
Alcañiz padre, de origen aragonés, cuyos primeros trabajos conocidos
constituyen un díptico formado por una Virgen con el Niño (que se
conserva actualmente en una colección privada de Barcelona) y una
Crucifixión (en el Museo de Bellas Artes de Pittsburg).
48
Gonzalo Peris
Retablo de San Martín, Santa Úrsula y San Antón
Museo de Bellas Artes de Valencia
49
Cosroas, Heraclio matando a Cosroas y Heraclio devolviendo la Santa
Cruz a Jerusalén. Las escenas de la izquierda narran la historia de
la Santa Cruz, en tanto que las escenas de la derecha se refieren a
su exaltación. En aras de la brevedad, no vamos a detallar aquí el
significado de todas estas escenas, lleno de complejidad. Bastará con
indicar que todas ellas se basan en textos bíblicos y relatos históri-
cos. Los escudos nobiliarios reproducidos en la parte superior de este
retablo (dos a cada lado, con una flor de lis y un casco) pertenecen
a la familia que encargó su realización.
También parece ser obra de este pintor una tabla titulada Abra-
zo ante la Puerta Dorada que formaba parte de un Retablo de la
Virgen existente en su tiempo en la población de Toro (Castellón). La
tabla en cuestión se conserva actualmente en el Museo de la catedral
de Segorbe. Aunque la composición e iconografía de esta tabla son
de origen claramente florentino, Alcañiz recrea en ella una escena
cotidiana, cuyos personajes están representados con un claro sabor
local y sentimiento muy humano, propios de este artista.
50
de estos retablos fueron realizados en la primera década del siglo XV
y los diez restantes en los años siguientes. Se sabe también que An-
tonio Peris colaboró en algunas obras con Marzal de Sax hacia 1404
y, algunos años más tarde, con su hijo Gonzalo Peris.
51
Luis Dalmau
Verge dels Consellers
Museo Nacional de Arte de Cataluña. Barcelona
52
tras la desaparición de Pere Nicolau, Gonzalo Peris fundó su propio
taller. Durante el segundo decenio del siglo XV realizó varios retablos
para la catedral de Valencia. Los documentos relacionados con Gon-
zalo Peris que se conservan actualmente indican que su valoración
como pintor dentro de la escena valenciana era muy elevada. Existe
constancia de que, entre 1404 y 1443, le fueron encargados hasta
veintiséis retablos diferentes. La figura de Gonzalo Peris puede servir
como punto de referencia de la transición entre el gótico internacional
y el flamenco. En todo caso, es evidente que Gonzalo Peris conoció
la pintura flamenca a través de Luis Dalmau, considerado como el
principal introductor del gótico flamenco en Valencia. A pesar de sus
méritos y fama, Gonzalo Peris murió en la más completa miseria en
1451, en el hospital de una comunidad religiosa de Valencia.
53
la gran sabiduría pictórica de su autor. Es interesante señalar que
en la predela de este retablo aparecen diferentes figuras de santos
sentados ante un paisaje, según una fórmula que fue introducida
por Lorenzo Zaragoza y adoptada por la escuela de Pere Nicolau en
los retablos de la Virgen que se conservan en los Museos de Bellas
Artes de Bilbao y Valencia.
54
concepción de esta obra difiere de la tradicional, ya que se presenta
como un tríptico con tres imágenes principales. Las tres escenas
narrativas, en la parte superior del retablo, se refieren a San Martín.
La predela, con escenas de santos, es más tradicional y recuerda el
estilo de Pere Nicolau. Se trata de una obra muy importante, con
figuras muy sólidas y realistas, de un modelado muy elaborado. Los
cuerpos de los santos son anchos y pesados. El caballo sobre el que
va montado San Martín tiene un aspecto poco realista, aunque se
representa claramente escorzado, lo que proporciona una mayor
sensación de profundidad a la escena. El autor presta más atención
al color que al dibujo. La caracterización de los personajes es muy
intensa. Destaca especialmente la mirada intensa y mística de San
Antón, con espesa barba de ermitaño, propia de un hombre que ha
vivido apartado del mundo durante mucho tiempo. Como contraste,
la representación de San Martín corresponde a un hombre munda-
no. Toda la obra revela una gran placidez. Dentro de las obras de
pintura gótica que se conservan ahora en el Museo de Bellas Artes
de Valencia, este retablo es probablemente el que mejor sintetiza
el puente estilístico existente entre los últimos momentos del gótico
internacional, exquisito y refinado, y los inicios del hispano-flamenco,
mucho más naturalista.
55
Jaime Baço, Jacomart
Díptico de la Anunciación
Museo de Bellas Artes de Valencia
más destacado es sin duda alguna el de Jan van Eyck, quien en 1428
viajó a la península ibérica, por encargo de su señor, el Duque de
Borgoña, para retratar en Lisboa a su prometida Isabel de Portugal.
Aunque no está documentada su presencia en Valencia, sí que lo está
su estancia en la Corte de Castilla. Una tercera forma de contacto
son los viajes de algunos pintores hispanos a Flandes. Todos estos
contactos contribuyeron a introducir las técnicas y la estética de la
pintura flamenca en la península y produjeron una profunda renova-
56
ción artística en su producción artística. El estilo hispano-flamenco
alcanzará su máximo esplendor en las tierras valencianas durante la
segunda mitad del siglo XV, fundiéndose con las formas renacentistas
a finales de ese mismo siglo.
57
Barcelona) radica en la pronta y fidedigna incorporación en nuestra
península del código pictórico de Jan van Eyck. Desgraciadamente
para la historia del arte valenciano, no se conoce con total seguridad
ninguno de los posibles trabajos de Dalmau en Valencia, aunque
existen algunas referencias de ellos. En cambio, de su estancia en
Barcelona a partir del año 1443, se han conservado al menos dos
obras, que ponen de manifiesto con absoluta claridad la importancia
de sus aportaciones a la pintura peninsular.
58
Aunque en esta tabla, pintada en 1448, el pintor concede una gran
importancia al decorativismo áureo del fondo (tal vez forzado por el
deseo del comitente eclesiástico), es capaz de individualizar el rostro
humanizado de este santo.
59
den a tres pintores anónimos conocidos como Maestro de Bonastre,
Maestro de San Lucas y Maestro de Segorbe. La personalidad del
primero de ellos (activo entre 1445 y 1460) sigue siendo uno de los
enigmas de la historia de la pintura valenciana. En el marco de la
exposición La clave flamenca en los primitivos valencianos, celebrada
en Valencia en 2001, se estableció como muy probable el hecho de
que todas las obras atribuidas con anterioridad al Maestro de Bonastre
fueron realizadas en realidad por Jaime Baco, más conocido como
Jacomart. Por lo tanto, y como introducción a la figura de Jacomart,
hemos creído oportuno decir también unas palabras sobre el Maestro
de Bonastre como tal.
60
Juan Reixach
San Jaime y San Gil Abad
Museo de Bellas Artes de Valencia
61
en Flandes entre 1436 y 1438, y el flamenco Luis Alimbrot, tal vez el
primer pintor de aquellas tierras que llegó a la península ibérica.
62
Lo que resulta evidente es que la documentación conservada,
referida a contratos de obras concretas, y las palabras de elogio,
repetidas e insistentes, procedentes del propio rey, nos llevan a la
conclusión de que Jacomart no fue un empresario, como se ha querido
presentar a veces, sino un artista de gran valía, seguro de sí mismo
y consciente de su primacía. Algunos historiadores han apuntado que
en algunas de las obras de Jacomart aparecen ya algunos elementos
renacentistas, que en este sentido vendrían a ser pioneras en el arte
español. Atendiendo a la perfección técnica y a la profunda vida inte-
rior que manifiestan, son de este pintor algunas realizaciones como
el San Benito que se conserva hoy en la Catedral de Valencia, en
la que se consiguen efectos de volumen muy convincentes sobre un
fondo dorado. Hay que señalar que esta obra tiene muchos puntos en
común con el San Ildefonso al que ya nos hemos referido al principio
de este apartado.
63
Bartolomé Bermejo
Tríptico de la Virgen de Montserrat
Catedral de Acqui Terme. Italia
64
enérgico y algo áspero, un semblante que será muy repetido poste-
riormente en otras obras de menor calidad que ésta. Esta figura sos-
tiene el tradicional bastón de peregrino pobre, aunque se representa
ataviado con un suntuoso manto con ricos brocados. Por su parte,
San Gil Abad aparece con un báculo abacial, una flecha, un libro y
el típico ciervo a los pies, atributos propios de este Santo desde el
punto de vista iconográfico. En todo caso, habría que señalar que la
autoría de esta hermosa tabla (atribuida durante mucho tiempo a
Jacomart) se asigna actualmente a Juan Reixach.
65
y por el otro el rostro de Cristo, ambos con ricos nimbos sobre un
fondo dorado y burilado. La cabeza de la Virgen está cubierta por un
velo bordado y una cinta ricamente decorada con perlas y piedras
preciosas. La inscripción Magnificat anima que aparece bajo su rostro
hace referencia a las palabras con que ésta saludó a Santa Isabel
cuando fue a visitarla (según el relato evangélico de San Lucas). En
el reverso de la tabla se muestra el rostro de Cristo con una larga
melena flotante.
66
está documentado a su nombre en el año 1448, como la obra más
antigua de este pintor. Esta obra es muy interesante porque todavía
muestra la conexión de este pintor con el gótico internacional de
Gonzalo Peris, que es de quien se nutre estilísticamente antes de
conocer la obra de Jacomart.
67
hacia 1460-1470. Esta tabla procede del monasterio de Portacoeli
de Serra, y se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes
de Valencia. Se trata de una obra cuya composición, factura for-
mal e iconografía se inscriben plenamente en la tradición pictórica
valenciana del estilo hispano flamenco. La tabla a la que ahora
nos referimos reproduce un modelo muy extendido en la Europa
medieval. En particular, cabe mencionar que la muerte de María se
recoge en el Misterio de la Asunción de la Virgen que se represen-
taba en el interior de algunos templos (recordemos el Misterio de
Elche o las representaciones realizadas en el interior de la Catedral
de Valencia). Estamos, en suma, ante una iconografía aceptada y
valorada por la devoción popular valenciana del siglo XV. En la obra
de Reixach, el centro está ocupado por un lecho transversal, en el
que reposa el cuerpo de la Virgen en estado de tránsito, rodeada
por todos los Apóstoles, que, milagrosamente, asistieron a su muer-
te. Entre el grupo de los cuatro Apóstoles de la izquierda, aparece
San Pedro oficiando las exequias fúnebres y San Juan portando
una palma virginal. En lo alto de la escena se representa la figura
de Cristo rodeado de ángeles y recibiendo el alma inmaculada de
su Madre. En la parte inferior de la tabla, a los pies de la cama,
aparece el recurso plástico y simbólico de una palmatoria con un
cirio encendido.
68
1.23. MAESTRO DE SAN LUCAS
69
y en la actualidad se conserva en la sacristía de la iglesia parroquial
de Altura. Se trata de una pintura refinada y con un claro gusto por
lo decorativo, en la que llaman la atención algunas figuras con rasgos
casi caricaturescos, como se puede apreciar en la tabla de San Miguel
luchando contra los demonios.
70
bizantinos mucho más antiguos. Algunos especialistas han llamado la
atención sobre el hecho de que algunas partes de este cuadro (sobre
todo la cara del Niño, de una fealdad increíble) no están pintadas con
el mismo cuidado que las otras, lo que ha inducido a creer que esta
obra es en realidad una pieza de taller.
71
72
2. LA PINTURA RENACENTISTA
2.1. INTRODUCCIÓN
En las postrimerías del siglo XV, las formas del gótico valenciano,
muy impregnadas del realismo a la flamenca, tan identificado con los
gustos de la burguesía ciudadana que impone la moda en Valencia y
otras ciudades del Reino, van asimilando lentamente el sentido espa-
cial y los ritmos compositivos que llegan a estas tierras procedentes
de Italia. En consecuencia, la pretensión de esperar que se vaya a
producir una ruptura nítida, con cambios explícitos y radicales, entre
la pintura gótica imperante en las tierras valencianas durante más
de dos siglos y el renacimiento italiano que llega hasta estas tierras
hacia finales del siglo XV es absolutamente ilusoria.
73
Italia, con lo cual se nos privó de esa importante punta de lanza que
permitió impulsar la rinascita del mundo antiguo.
74
por la utilización de la perspectiva, tanto la lineal como la aérea,
y por la pureza de las formas y de los colores. Sin embargo, en el
Renacimiento se produce también un importante cambio de menta-
lidad, que se manifiesta, entre otros aspectos, a través de una clara
exaltación del cuerpo humano, sobre todo en el caso de figuras des-
nudas o semidesnudas. Los cuerpos que se representan en la pintura
renacentista son siempre bien proporcionados, muy alejados de las
formas alargadas que caracterizaban la pintura gótica. Esta cualidad
se consigue a través de la introducción de un canon clásico en las
medidas de las figuras humanas. Por otro lado, estas figuras están
dotadas de volumen gracias a un acertado uso de las sombras, algo
que no sucedía en el gótico. Por primera vez en la historia, durante el
Renacimiento aparece el desnudo integral del Niño Jesús, con lo cual
se pretende reafirmar la naturaleza humana de Cristo. Las vestimen-
tas de los personajes suelen ser anacrónicas, sin duda para facilitar
el acercamiento de los fieles a las escenas narradas. Los rostros de
los Santos, los Mártires y los demás personajes sagrados se suelen
representar de forma idealizada, sin manifestar sufrimiento o reflejar
sus sentimientos, ya que están por encima de los hombres. Siguen
apareciendo los nimbos o halos en estas figuras, aunque, a diferencia
de lo que sucedía en la pintura gótica, éstos son transparentes, y
apenas resultan visibles. En muchas de las obras de la pintura rena-
centista se hace una alusión directa a la Antigüedad clásica (a través
de representaciones de ruinas o restos arqueológicos) o a las nuevas
tendencias de la arquitectura. La presencia del paisaje en el fondo
de los cuadros, con multitud de detalles, adquiere en estos tiempos
una extraordinaria importancia.
75
2.2. RODRIGO DE OSONA
76
Otras obras atribuidas a Rodrigo de Osona son las tablas de la
Misa de San Régulo que se conservan en la catedral de Valencia.
En esta obra se ha destacado la “fina técnica miniaturista propia de
un estudioso de los métodos flamencos”. Es interesante señalar que
en estas tablas ha desaparecido casi por completo el patetismo que
caracterizaba el Retablo del Calvario.
77
se señalaba la vinculación de esta obra con el Retablo del Calvario,
antes citado, dado que en los dos casos aparece el mismo paisaje y los
mismos modelos humanos. El centro de la escena lo ocupa la Virgen,
que sostiene el cuerpo de su Hijo, representado con todo el realis-
mo de los signos de la muerte. La escasa expresividad de la Virgen
contrasta con el dramatismo del rostro de San Juan, que le ayuda a
sostener el cuerpo de su Maestro. Al otro lado aparece la Magdalena.
Los ángeles llevan la lanza, el portaesponja, el vendaje típico de los
Improperios y, significativamente, la trompeta del Juicio Final. A la
izquierda del espectador aparece un grupo de hombres delante del
sepulcro en el que ha de reposar el cuerpo de Cristo, que conectan
la escena principal con el fondo de la representación, donde la vida
sigue su curso, ajena a estos acontecimientos. En esta tabla, de gran
calidad, se produce una clara síntesis entre el estilo flamenco (cuya
influencia se pone de manifiesto en los pliegues de las vestimentas)
con el renacimiento italiano (que se hace evidente en aspectos tales
como el animado diálogo que mantienen los hombres que se repre-
sentan a la izquierda de la escena, en un segundo plano).
78
influencias de Jacomart y Reixach no sólo no se habían extinguido,
sino que incluso se habían intensificado. Pese a la presencia en la
ciudad de Valencia de artistas tan significativos como Paolo de San
Leocadio, o al papel de un mecenas de tanta importancia como Ro-
drigo de Borja, el triunfo definitivo del Renacimiento en la pintura
valenciana no fue fácil.
79
En el Museo de Bellas Artes de Castellón se conserva actual-
mente una parte del Retablo de San Bruno, pintado por Francisco
de Osona, procedente de la cartuja de Valldecrist, en Altura. Se trata
de un gran retablo dedicado a la vida del fundador de la orden de los
cartujos, del que sólo se ha conservado la tabla central y dos tablas
mucho más pequeñas que la anterior. Este retablo fue pintado hacia
el año 1514 y, por consiguiente, corresponde a la última época de
actividad de este pintor. El Retablo de San Bruno es un buen ejemplo
de la dicotomía en que se debatía Francisco de Osona, a caballo entre
la tradición y la modernidad. Por supuesto, éste no es un caso aislado
en el panorama de la pintura valenciana de principios del siglo XVI,
sino que refleja una situación que hay que relacionar en gran medida
con la existencia de unos mecenas todavía muy apegados al código
pictórico gótico y, por lo tanto, bastante reacios a abrir las puertas
a los ecos del Renacimiento italiano.
80
Rodrigo de Osona
Cristo ante Pilatos
Museo de Bellas Artes de Valencia
81
tierras, ejerciendo una influencia muy importante en los talleres de
pintura de aquel tiempo y dejando obras de enorme entidad. Aunque
el nombre de Francesco Pagano aparece en algunos documentos de
la época, de su producción pictórica sólo nos quedan algunos ecos
aislados. Del denominado Mestre Riquart apenas existen noticias y
de sus trabajos no se ha conservado ni el más mínimo vestigio.
82
Otra de las obras de Paolo de San Leocadio es la Virgen con
el Niño y San Juanito. Esta pintura al óleo sobre tabla debió ser
realizada hacia 1490 y se conserva actualmente en el Museo de
Bellas Artes de Valencia. En la tabla destaca sobre todo la delicada
figura de la Virgen, sosteniendo al Niño Jesús desnudo en su regazo
y con San Juanito de rodillas junto a ella. El paisaje que se muestra
al fondo del cuadro presenta un aspecto algo difuso (a la manera de
Leonardo da Vinci), con predominio de las tonalidades verdosas y
azuladas, y llama la atención por su sabio sentido de la perspectiva,
que en principio no necesita usar puntos de fuga ni líneas conver-
gentes para lograr la profundidad visual de la obra. En el paisaje se
incluye una escultura clásica semidestruida (representando tal vez
a Apolo) sobre un pedestal circular.
83
Paolo de San Leocadio
Frescos de la bóveda del presbiterio (detalle)
Catedral de Valencia
84
lagros de este apóstol. Los personajes que aparecen en ellas están
representados de forma tosca, con sus proporciones falseadas y con
sus brazos retorcidos de forma poco convincente. A la vista de estos
hechos, cabe pensar que estamos ante una obra de escuela, en la que
la mano de este gran maestro italiano sólo debió intervenir en la es-
quema general de la obra, pero no en la ejecución de los detalles.
85
a abrirse paso la estética renacentista, mantenían todavía un estilo
claramente medieval en sus realizaciones.
86
está presidida por la imponente figura del arcángel San Miguel, re-
presentado sin la característica balanza con la que pesa las ánimas,
que lleva en la mano una lanza rematada por una cruz. El rostro de
San Miguel es sereno. Este santo acompaña con su gesto a las almas
justas hacia la derecha del Padre. Los muertos que salen de las fosas,
en la parte inferior de la escena, se tapan las caras cuando levantan
su mirada hacia lo alto, sorprendidos por la deslumbrante luz. Todo
parece indicar que al despertar del sueño de la muerte se desvelan
también las conciencias de los difuntos. En lo más alto de la tabla se
muestra la figura de Cristo entronizado, flanqueado por la Virgen y
por San Juan. A sus pies se representan numerosos personajes del
Antiguo y del Nuevo Testamento.
Otra obra del Maestro de Artés que se conserva también en el
Museo de Valencia es el Juicio Final con la misa de San Gregorio.
Se trata de un óleo y temple sobre tabla pintado hacia el año 1510.
Durante las primeras décadas del siglo XVI se pintaron en las tierras
valencianas varios retablos dedicados a las imágenes del Juicio Final
y a la Misa de San Gregorio. La devoción hacia este santo estuvo
relacionada con la existencia de un icono que el propio santo mandó
realizar, y que se conserva actualmente en la iglesia de la Santa Croce
de Jerusalén, en Roma. Según la tradición, en el mismo lugar en el
que ahora se levanta esta iglesia es donde se produjo la aparición de
Cristo, acompañado de los atributos de la Pasión, en el momento en
que el santo oficiaba la misa y uno de los presentes dudaba sobre la
presencia real de Cristo en las formas.
87
Nicolás Falcó
Virgen de la Sapiencia
Capilla de la Universidad de Valencia
88
apócrifos. Esta tradición dio lugar a una importante iconografía me-
dieval. Un ejemplo de esa iconografía lo tenemos en la obra titulada
Santa Faz sostenida por dos ángeles, una pintura al temple sobre
tabla realizada a finales del siglo XV y conservada actualmente en el
Museo de Bellas Artes de Valencia. Aunque esta obra se ha atribuido
durante mucho tiempo al ya mencionado Maestro de Perea, el estu-
dio llevado a cabo con ocasión de la exposición La clave flamenca en
los primitivos valencianos (2001) ha demostrado que su autor fue
Nicolás Falcó.
89
2.8. FERNANDO YÁNEZ Y FERNANDO LLANOS
90
cabildo de la catedral les encargó el Retablo de los Santos Médicos,
del que sólo ha sobrevivido hasta nuestros días la predela con la
Piedad, que se conserva hoy en el Museo catedralicio. El impacto de
esta obra en el medio valenciano debió ser enorme, dado que hasta
entonces no se había visto nada similar a esta pintura, con personajes
de porte clásico inmersos en un bello paisaje y con una utilización
de la luz crepuscular sin precedentes. Todo en este cuadro respira
monumentalidad, proporcionando un sentimiento de grandeza y de
dolor contenido, coherente con la naturaleza de la escena represen-
tada. La mejor evidencia del enorme éxito alcanzado con este trabajo
la tenemos en el hecho de que, el año siguiente, el cabildo decidió a
su favor la contratación del imponente retablo mayor de la catedral,
una obra cuya realización duraría tres años y medio.
91
tramos con la Adoración de los Pastores, la Adoración de los Reyes y
la Resurrección. En la puerta de la derecha, y en el mismo sentido,
se representa la Ascensión, el Pentecostés y el Tránsito o Dormición
de la Virgen. Por dentro, también de arriba abajo, y a la izquierda,
nos encontramos con el Abrazo ante la Puerta Dorada, la Natividad
de María y la Presentación de María en el Templo. Del mismo modo,
aunque ahora en el lado de la derecha, tenemos la Visitación, la
Presentación de Jesús en el Templo y el Descanso de la Huída a
Egipto. Las dimensiones de la obra son enormes. Cada uno de los
doce cuadros que integran el retablo miden 1’9 metros de altura por
2’3 metros de anchura, aproximadamente.
92
Fernando Yánez de la Almedina
Retablo mayor (Adoración de los pastores)
Catedral de Valencia
93
pinturas de las puertas del retablo mayor de la catedral de Valencia, a
las que ya nos hemos referido con anterioridad. En esta tabla la figura
de Cristo Resucitado aparece rodeada por los soldados que custodian
el Sepulcro. Al fondo de esta Resurrección, a la derecha del cuadro, se
representa una diminuta escena con el Noli me tangere, que parece
ser una transposición de un modelo de Leonardo da Vinci.
94
también que, hacia finales de la década de los veinte, Yáñez se en-
contraba en Cuenca, trabajando en varios retablos de la catedral. Por
lo que respecta a Llanos, sabemos que hacia el año 1523 (o tal vez
antes) estaba trabajando en Murcia, donde ejerció mucha influen-
cia entre los pintores de esta región. La salida de los Hernandos de
Valencia y su estancia en otras ciudades menos importantes ha sido
interpretada como una consecuencia de que el público y los mecenas
valencianos de la época no llegaron a entender y asimilar del todo
su lenguaje pictórico leonardesco.
95
Fernando Llanos
Retablo mayor (Natividad de María)
Catedral de Valencia
96
Vicente Macip
Retablo mayor (Nacimiento de la Virgen)
Museo de la Catedral de Segorbe
97
facciones y sonrisa un tanto ambigua, vinculan esta obra al mundo
de los Hernandos.
Para concluir con Miguel Esteve, podemos citar también la con-
trovertida tabla del Milagro del Caballero de Colonia, una obra
realizada hacia 1515 y que se conserva ahora en el Museo del Patriarca
de Valencia. En esta tabla se describe el momento en el que la Vir-
gen, representada entre Santo Domingo y Santa Catalina, interviene
con su presencia para evitar el ajusticiamiento de un Caballero de
Colonia (a la derecha del cuadro), quien, de rodillas y tocado con la
corona de flores que la Virgen le ha entregado, contempla la visión
celestial en el mismo momento en que un verdugo levanta el brazo
para clavarle un cuchillo. El prodigio conmueve a su rival (a la iz-
quierda de esta escena), que rinde su espada en posición invertida en
señal de reconciliación, zanjando así la venganza que este personaje
pretendía, simbolizada por el guantelete que podemos ver sobre el
suelo. Aunque en el pasado esta obra se había atribuido a Paolo de
San Leocadio, en la actualidad se cree con cierto fundamento que su
autoría debe corresponder a Miguel Esteve.
98
de San Vicente aparece en el panel principal del retablo, rodeado por
cuatro tablas en las que se representan diferentes episodios de su
vida y milagros. En la espiga se muestra un Calvario, rematado por las
figuras de Dios Padre y del Espíritu Santo. En el centro de la predela
se representa a Cristo difunto sostenido por ángeles, flanqueado por
cuatro tablas más con imágenes de varios santos. Se ha señalado que
algunas de estas figuras están inspiradas en modelos de Sebastiano
del Piombo, tomados de los cuadros de este pintor traídos a Valencia
por el embajador Vich. En los guardapolvos se muestran las figuras
de diferentes bienaventurados y profetas.
99
Juan de Juanes
Última Cena
Museo del Prado. Madrid
100
los plegados de las telas, a las que en ocasiones otorga un ritmo
ondulante y concéntrico. En sus obras abundan las figuras de porte
clásico, con un aspecto que recuerda a algunos personajes pintados
por los Hernandos, aunque en el caso del Maestro de Alcira el tra-
tamiento que se da a esas figuras es bastante más sumario, lo cual
les confiere un tono un tanto áspero.
101
ira de Dios. Aunque en estas tablas encontramos testimonios claros
de la influencia de los Hernandos y del padre del pintor, se puede
observar también en ellas una distorsión de los cánones figurativos
utilizados, en nada comparables con las obras de otros pintores va-
lencianos de la época.
102
Leocadio y los Hernandos), dando lugar de este modo al nacimiento
de una verdadera escuela valenciana de pintura renacentista.
Vicente Macip nació en torno a 1475. Se ignora su lugar de
nacimiento, aunque existe alguna referencia en tal sentido al pueblo
de Andilla, al oeste de la provincia de Valencia. Es importante men-
cionar que, por razones todavía no aclaradas, a Vicente Macip se
le conoció en su tiempo con el sobrenombre de “Joanes”, el mismo
que utilizó más tarde su hijo Juan, al que conocemos hoy como Juan
de Juanes. En el testamento de Vicente Macip, redactado en el año
1545, se menciona a sus tres hijos, Isabel, Juan y Vicente, este últi-
mo muerto a una edad muy temprana. Cinco años más tarde tendrá
lugar el fallecimiento del pintor más significativo del Renacimiento
valenciano y, probablemente, uno de los más sobresalientes de toda
la península.
103
Cristóbal Lllorens
San Juan Evangelista
Museo de Bellas Artes de Valencia
104
aventurado afirmar que debió ser allí donde Macip desarrolló muchas
de las cualidades que caracterizan sus obras. Se sabe que el pintor
regresó a Valencia poco antes de 1525.
105
arrodillado, muestran un perfil clásico, de una gran belleza idealizada.
Al italianismo de la obra se une el gran realismo de los detalles, de
inequívoca herencia flamenca.
106
la flagelación y sus manos perforadas por los clavos. La sangre que
mana de su costado se recoge en un cáliz, una imagen que, de una
forma u otra, está presente en muchos retablos del siglo XV, y cuyo
mensaje está relacionado en este caso con la devoción a la santísima
Sangre de Cristo, como símbolo de la Redención, en clara referencia
al sacrificio de la misa. En todo caso, no estamos ante la represen-
tación de un Cristo resucitado, sino de un Cristo patiens que trata
de suscitar la piedad de los espectadores.
En el mismo Museo valenciano se conserva también el San
Sebastián, un óleo sobre tabla pintado hacia 1540. Este trabajo es
un buen exponente del estilo maduro de Vicente Macip, tras superar
el “primitivismo” de su juventud, y en el que este pintor se muestra
deudor de Rodrigo de Osona, Paolo de San Leocadio, los Hernandos
y Sebastiano del Piombo. Esta preciosa tabla formaba parte en su
día de un retablo de la cartuja de Valdecristo (Altura), donde estuvo
flanqueada por las tablas de San Bruno y San Vicente Ferrer que se
conservan actualmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
La tabla a la que nos estamos refiriendo ahora fue adquirida por el
Estado en una subasta realizada en 1994, siendo transferida poste-
riormente al Museo de Valencia.
107
Juan de Juanes nació probablemente hacia 1510. Con toda se-
guridad, debió nacer dentro de los confines del Reino de Valencia,
aunque poco más se puede decir con seguridad en este sentido. Lo
que sí consta documentalmente es que la familia Macip residió mucho
tiempo en la ciudad de Valencia y, por lo tanto, es altamente probable
que Juan de Juanes naciera en esta ciudad. Por otro lado, está de-
mostrado que el pintor falleció en Bocairente en el año 1579, donde
estaba pintando un retablo para la parroquia de esta localidad .
108
Nicolás Borrás
Sagrada Familia con Santa Ana
Museo de Bellas Artes de Valencia
109
se quemó en 1584, se salvaron algunas tablas. Una de esas tablas,
dedicada a la Consagración de San Eloy, se conserva hoy en la
iglesia de San Martín de Valencia.
110
Valencia, es también una obra que hay que situar, por su tipología
y monumentalidad, en esta época del pintor. El hecho de que esta
obra haya sido adjudicada en el pasado a Vicente Macip nos indica
que los ecos de éste están todavía presentes en este tiempo en la
producción de Juan de Juanes, aunque esa cualidad se irá diluyen-
do de forma paulatina, a la vez que se acentuará la influencia de la
pintura italiana, adquirida fundamentalmente a través de la obra de
los Hernandos.
111
Juan Sariñena
Pinturas murales de la Sala Nova (detalle)
Palacio de la Generalidad. Valencia
112
Eucarístico. Este motivo tuvo tanto éxito entre los fieles que sus
seguidores siguieron representándolo durante mucho tiempo. El pin-
tor, con inteligente adaptación a las coordenadas religiosas y sociales
de la época, humaniza, al tiempo que diviniza, la venerada efigie de
Cristo como Salvador del género humano. Sólo de este modo puede
explicarse la gran aceptación popular de esta representación, cuyas
imágenes podemos contemplar ahora en el Museo de Bellas Artes
de Valencia (donde se conservan dos versiones diferentes de este
tema), en el Museo del Patriarca de Valencia y en el Museo del Prado
de Madrid, entre otras muchas colecciones públicas y privadas.
113
mencionar que en la tabla dedicada al Entierro de San Esteban apa-
rece un autorretrato del propio Juan de Juanes, situado a la izquierda
de la escena y mirando hacia el espectador. La sinceridad propia de
este pintor se sustituye en esta ocasión por un inequívoco sentido
teatral, que se pone de manifiesto sobre todo en los gestos retóricos
que muestran algunos de los personajes.
La cuarta y última época de la actividad de Juan de Juanes se
extiende, aproximadamente, entre 1570 y la fecha de su muerte,
acaecida en 1579 en la localidad de Bocairente. Durante las décadas
de los años sesenta y setenta, el rafaelismo joanesco se manifiesta
fundamentalmente a través de sus Vírgenes y sus Sagradas Familias.
La Virgen de la Leche entre Santos, pintada entre 1568 y 1570 y
que se conserva hoy en la iglesia de San Andrés de Valencia, es tal vez
la representación más bella que existe sobre este tema. El recuerdo
de algunos modelos de Rafael en esta obra es más que evidente.
Otra realización de esta última etapa del pintor es el Descen-
dimiento, un óleo sobre tabla que se encuentra actualmente en el
Museo de Bellas Artes de Castellón, que la adquirió en fecha reciente.
En esta tabla se representa la escena del Descendimiento de Cristo,
con la Virgen al pie de la cruz, en actitud de recibirlo en sus brazos,
acompañada por San Juan y las Santas Mujeres. Para pintar el cuerpo
de Cristo, Juan de Juanes recurre al modelo que utilizó Sebastiano
de Piombo en su Lamentación sobre Cristo difunto.
En el Museo de Bellas Artes de Valencia se conserva el Tríptico
de la Crucifixión, realizado hacia 1575. En este tríptico es impor-
tante reparar en el tratamiento de la luz, pues las figuras aparecen
aisladas en el espacio por una espesa sombra, que atrae la atención
del espectador, sacrificando la presencia del paisaje y cualquier otro
elemento de distracción. Cabe destacar también la minuciosidad con
que están pintados los rostros, pies y manos, con pinceladas de gran
precisión y sin omitir ningún detalle. Estas características apuntan
ya al espíritu emanado del concilio de Trento.
Otra de las obras de Juan de Juanes que se conserva hoy en
el Museo de Bellas Artes de Valencia es el Dios Padre. Se trata de
114
un óleo sobre tabla con forma de luneto. El Padre Eterno aparece
representado en posición frontal, en actitud de bendecir con su
mano derecha y apoyando su mano izquierda en la bola del mundo,
rematada con una cruz y una banderola. En este Museo se conserva
también la obra Calavera, una tabla de pequeñas dimensiones con
una imagen profundamente realista de un cráneo y un rótulo con un
texto en latín alusivo al pecado. Este tipo de realizaciones (Memento
mori) estaba muy de moda en tiempos del emperador Carlos V.
115
cular, es probable que su hijo Vicente naciera hacia el año 1554 en
Fuente la Higuera, donde el pintor estaba realizando un retablo para
la iglesia parroquial de esa localidad, lo que dio origen a la creencia
de que allí nació un pintor que la historiografía del siglo XVIII (y no
pocos historiadores posteriores) identificaría erróneamente con Juan
de Juanes en lugar de con su hijo.
116
ahora se conservan. El mejor de todos ellos es probablemente el del
Arzobispo Juan de Ribera. Estos retratos fueron realizados entre 1585
y 1588. Algunos historiadores consideran que estas obras constituyen
el legado más personal y original de la producción artística del hijo
de Juan de Juanes.
117
de Juan de Juanes, el pintor prefiere mostrar una vista general de
la ciudad de Valencia, tomada desde el Llano del Real, en la que se
pueden identificar fácilmente las murallas y algunos edificios notables
de la ciudad. Como dato curioso, hay que llamar la atención sobre la
inclusión en el fondo de este cuadro de un horizonte marino imagina-
rio, con el objeto de poder representar en dicho espacio unas naves
perdidas que pudieron regresar milagrosamente al puerto siguiendo
una premonición del santo dominico.
Otra obra de Miguel Juan Porta en el Museo valenciano es el Éx-
tasis de San Francisco. Este óleo sobre tabla fue pintado en 1571.
En él se representa a este santo, vestido con el característico hábito
franciscano, arrodillado en un paraje desierto (aunque con edifica-
ciones al fondo) y mostrando los estigmas propios de la crucifixión
en sus manos y pies. Esta tabla fue adquirida por la Generalidad Va-
lenciana en el año 1989. En este mismo Museo se conserva también
un Fragmento de retablo atribuido a este pintor. Aunque su origen
se desconoce, sus características y tamaño nos inducen a pensar
que se trata del cuerpo principal de un gran retablo procedente de
algún convento valenciano. El sombreado del fondo y la coloración
hacen suponer que su realizador debía conocer muy bien las obras
de Juan Sariñena y Francisco Ribalta, por lo que se cree que esta
obra debió ser realizada hacia finales del siglo XVI o principios del
XVII. En las tablas de este retablo se muestran diferentes figuras
de santos situadas en una especie de hornacinas y representadas
con un punto de vista bajo, una cualidad que les confiere una cierta
monumentalidad.
118
siempre fiel a los códigos joanescos, aunque en algunos casos intentó
renovar sus modelos a partir de estampas italianas y flamencas.
119
como pintor debió tener lugar en la ciudad de Valencia, en el obra-
dor de Juan de Juanes, al mismo tiempo que realizaba sus estudios
eclesiásticos. Tras ser ordenado sacerdote, Nicolás Borrás ingresó en
la orden jerónima, atraído por la tranquilidad de la vida monacal.
Aunque Nicolás Borrás ha sido bastante maltratado por la crí-
tica en el pasado, la mayoría de los historiadores consideran hoy
que, dentro de la tónica general de mediocridad que caracteriza a
la pintura valenciana tras la muerte de Juan de Juanes, este artista
ocupa un lugar muy destacado. Su producción pictórica fue muy
abundante. Las obras que de él se conservan en el Museo de Bellas
Artes de Valencia lo convierten sin duda en uno de los autores mejor
representados de este museo. De hecho, fue el principal protagonista
de la pintura monástica valenciana del siglo XVI, ya que su condición
de fraile pintor le permitió una plácida existencia entregada a aten-
der las muchas demandas de los monasterios jerónimos en los que
habitó, entre los que habría que citar especialmente el de Cotalba,
a escasa distancia de Gandía, y el de San Miguel de los Reyes, en la
ciudad de Valencia.
Entre las primeras obras de Nicolás Borrás como pintor (antes
de tomar los hábitos) hay que mencionar el Retablo mayor de la
iglesia parroquial de Cocentaina, desgraciadamente desapareci-
do. Es precisamente en esta época cuando Borrás acusa con mayor
intensidad las influencias de Juan de Juanes, su benvolgut mestre,
en palabras del propio pintor. Más adelante, después de ingresar en
la orden jerónima, llevó a cabo el Retablo de la Pasión de Cristo,
destinado al altar mayor de la iglesia del monasterio de Cotalba.
Algunas de las tablas de este impresionante retablo (recientemente
restauradas), con figuras y rostros de indudable calidad, se conservan
actualmente en el Museo de Bellas Artes de Valencia, a donde pasó
tras la desamortización (1837).
120
a Santa Ana. Se trata de una realización de composición equilibrada,
con un alegre colorido a base de amarillos, verdes, blancos, rojos y
azules. El protagonismo de la Santa queda subrayado al ser convertida
por el pintor en el objeto de atención del Niño Jesús, que juguetea
con su vestimenta ante la mirada de la Virgen y de San José. Esta
acción tiene lugar en un ambiente cotidiano, que subraya el carác-
ter intimista y devoto de su hogar en Nazaret. Las figuras que se
muestran en esta tabla presentan un aire clásico y monumental, que
recuerda a los modelos de Yáñez y Rafael a partir de la reinterpre-
tación joanesca de estos pintores y que Borrás asimiló a través del
que fue su maestro. El tratamiento de las figuras se corresponde muy
bien con los principios de la Contrarreforma, con su carga didáctica
y aleccionadora. El pavimento representado en el cuadro, así como
el colorido de los mantos de los personajes y el paisaje del fondo,
con grandes montañas, un río y algunas edificaciones, recuerdan
claramente el estilo de Juanes.
121
cercana como fuera posible a las gentes sencillas, con un tratamiento
lumínico de las representaciones lo más natural posible. El nuevo estilo
no estaba demasiado interesado en la belleza de las formas sino en
conseguir una figuración próxima a la realidad cotidiana, postulando
un arte sobrio, que se alejara del decorativismo que caracterizaba
a los seguidores de Miguel Ángel, lleno de figuras en actitudes un
tanto retóricas y desprovistas de sentimientos. Con el tiempo, estas
características fueron abriendo el camino al naturalismo barroco que
alcanzaría toda su fuerza en el siglo XVII.
Los inicios de la nueva sensibilidad pictórica en España se
manifestaron primero, como es natural, entre los artistas de este
tiempo que viajaron a Italia, entre los que hay que destacar muy
especialmente la figura de Juan Sariñena (1545-1619), un pintor
posiblemente oriundo de Aragón, pero que se estableció en Valencia
hacia 1580, y que vivió en esta ciudad hasta su fallecimiento. Juan
Sariñena jugó un papel muy significativo en la implantación de ese
nuevo gusto artístico, que supuso una profunda renovación de la
pintura valenciana frente a la estética renacentista, idealista y edul-
corada. En la producción pictórica de este pintor se ponen de mani-
fiesto los primeros balbuceos del naturalismo en tierras valencianas,
escasamente relevantes entre sus contemporáneos, que se seguían
manteniendo fieles a la tradición de Juan de Juanes. La estancia de
Sariñena en Roma está documentada entre 1570 y 1575. En esta
ciudad, el pintor fijó su atención sobre las composiciones de gran
sobriedad, con figuras monumentales emergiendo de escenarios
oscuros, unas características propias de la nueva sensibilidad artís-
tica. Cuando Sariñena regresó a Valencia debió merecer una gran
consideración por parte de sus dirigentes civiles y religiosos, ya que
recibió numerosos encargos de la Generalidad, de la Catedral y del
Patriarca Juan de Ribera, que lo protegió personalmente. Hay que
recordar que Sariñena fue el retratista preferido de este poderoso
personaje.
Entre 1590 y 1595 se produjo un acontecimiento muy importante
para la pintura valenciana de esta época: la realización de las Pin-
122
turas murales de la Sala Nova del palacio de la Generalidad.
Esta empresa fue encomendada a Juan Sariñena, que llevó a cabo
personalmente la mayor parte de este trabajo, si bien le ayudaron
en esa tarea otros pintores de su círculo, que se esforzaron por mi-
metizar su estilo. Se trataba de representar a manera de un gran
retrato corporativo a todos los Diputados del Reino en el momento
preciso de asistir a una sesión de trabajo. Sariñena comenzó la obra
pintando sobre el estrado a los Representantes de la Generalidad.
En otro muro representó al Estamento Real. Realizó también los
bocetos del Estamento Eclesiástico, que acabaría de pintar Vicente
Requena. En este mismo recinto aparecen también el Estamento
militar, una Alegoría de la Justicia, los Diputados por las Villas Rea-
les y los Contadores del Brazo Popular. Más allá de su interés como
retrato corporativo (retratos al natural), el valor de estas pinturas
hay que buscarlo sobre todo en su novedosa concepción espacial,
realizada como si fuera el resultado de un hábil juego de espejos, una
característica que no se debería olvidar al estudiar estas primeras
manifestaciones del naturalismo valenciano.
Es importante subrayar que Sariñena contribuyó a implantar
de forma decidida el género del retrato. Los retratos de este pintor
destacan sobre todo por el verismo de los rasgos de los personajes
representados, realzados por una iluminación de claroscuros, que
concentra la atención de los espectadores sobre sus rasgos fisonómi-
cos. Como ejemplo de este tipo de obras, podríamos mencionar aquí
el Retrato de San Luis Beltrán, que se conserva en el Museo del
Patriarca de Valencia. El rostro cadavérico de este santo valenciano
(con los ojos casi cerrados y totalmente carentes de vida) apunta a la
posibilidad de que Sariñena utilizara como modelo del lienzo el cuerpo
muerto del dominico, que falleció en el convento de Predicadores de
Valencia en 1581. Habría que insistir en el hecho de que el realismo
de este retrato responde a los principios de la Contrarreforma, dado
que esta cualidad contribuía al conocimiento por parte de los fieles
de los numerosos venerables y beatos que vivieron en la Valencia
de estos tiempos, entre los que podemos citar a San Luis Beltrán, al
Beato Nicolás Factor o a Sor Margarita Agulló, entre otros.
123
En el Museo del Patriarca de Valencia se conserva un excelente
Retrato del arzobispo Juan de Ribera, una obra realizada por
Sariñena hacia 1607 y que refleja de forma espléndida la psicología
de este notable personaje. Habría que señalar que la autoría de este
retrato se ha atribuido durante mucho tiempo a Francisco Ribalta,
una posibilidad que ahora se descarta. En este museo se conserva
igualmente el cuadro El Patriarca Ribera adorando la Eucaris-
tía, pintado y firmado por Juan Sariñena en el año 1612, un trabajo
realizado por encargo de los colegiales perpetuos, tras la muerte de
este personaje.
124
una diadema con una joya sobre su frente y un bordado de perlas
en el manto. Esta tipología recuerda bastante a los modelos de Van
Eyck que tanto éxito tuvieron en manos de Jacomart y Reixach en
la pintura valenciana del siglo XV. En cambio, en los modelos de los
ángeles músicos que aparecen en primer término, a ambos lados de
la Virgen, se ha querido ver la influencia de Francisco Ribalta, que
residió en la ciudad de Valencia desde 1599 y con quien Sariñena
mantuvo alguna relación. La pincelada es bastante suelta y los colores
y contornos parecen desvanecerse bajo la luz del fondo.
125
seno de una familia de artistas, siendo bautizado en la iglesia de San
Martín. En el libro de bautismos de esta parroquia su padre aparece
mencionado explícitamente como afamat pintor. En este sentido, es
oportuno recordar que Vicente Requena “el Viejo” colaboró con Juan
de Juanes en la realización del Retablo de San Esteban, destinado a
la iglesia valenciana con este nombre. El pintor del que ahora esta-
mos hablando se formó con su padre, de quien proceden los modelos
de sus tipos humanos, caracterizados por sus anatomías alargadas.
Este pintor desarrolló una intensa actividad, sobre todo en la última
década del siglo XVI.
126
tablas de este retablo, la titulada Santa Ana, la Virgen y el Niño, y
en la que estas figuras se representan frente a la balaustrada de un
elegante escenario arquitectónico, se conserva hoy en el Museo de
Bellas Artes de Valencia. Da la impresión de que las dimensiones de
este cuadro fueron agrandadas hacia mediados del siglo XVIII, dado
que presenta unas bandas añadidas por sus cuatro costados.
127
trabajara como pintor en la decoración de la iglesia del Colegio del
Corpus Christi de Valencia, cuya construcción tenía lugar precisamente
en esos momentos.
128
romana. En los laterales de la capilla mayor se representa el Martirio
de San Mauro (izquierda) y el Martirio de San Andrés (derecha), en
razón a que en el año 1599 le fueron enviados al Patriarca Ribera
desde Roma los restos de San Mauro mártir, para cuya consecución
el Patriarca había solicitado la intercesión de San Andrés. El azar hizo
que esta reliquia de San Mauro llegara a Valencia el mismo día en
que se celebraba la festividad de San Andrés, una circunstancia que
fue interpretada por el Patriarca como un acontecimiento de carácter
milagroso, que le llevó a nombrar a estos santos patronos de dicha
capilla. Su evocación recordaba a todos los fieles la importancia del
martirio como acción sublime de adhesión a la fe cristiana.
Las pinturas del resto del templo presentan características aná-
logas a las mencionadas. Por razones de brevedad, nos limitaremos a
mencionar aquí dos de ellas, relativas a dos santos de honda devoción
en Valencia. Así, en el muro del crucero, en el lado del Evangelio,
se representa el Martirio de San Vicente Mártir, donde se narra el
martirio al que fue sometido este santo en el siglo IV de nuestra era.
En otro de estos frescos se representa la Predicación de San Vicen-
te Ferrer que tuvo lugar durante el Compromiso de Caspe). Como
detalle curioso, habría que mencionar el hecho de que el pintor se
representó a sí mismo en esta última composición, en la que aparece
mirando al espectador y vistiendo el característico blusón negro con
golilla blanca.
A pesar de los muchos pintores valencianos que debieron co-
laborar con Bartolomé Matarana en la realización de este ingente
trabajo, ninguno de ellos siguió sus pasos, probablemente porque
verían en las realizaciones de este pintor foráneo un lenguaje dema-
siado extraño y de difícil comprensión para la sociedad valenciana
de aquella época.
129
130
3. LA PINTURA BARROCA
3.1. INTRODUCCIÓN
131
De entrada, nos parece interesante resaltar las grandes diferen-
cias que existen entre todos los estilos o movimientos antes men-
cionados. En particular, aunque de forma esquemática, podríamos
decir que el Renacimiento es igual a normas, en tanto que el Barroco
equivale a ruptura de formas, el Neoclasicismo es una vez más igual
a normas, y con el Romanticismo vuelve a producirse una ruptura
de las normas establecidas. En consecuencia, estamos refiriéndonos
a cambios importantes e incluso contrapuestos en la evolución de la
pintura en un tiempo relativamente corto, de algo más de dos siglos.
También nos parece necesario insistir en el hecho en que todos estos
cambios no son ajenos a los cambios de mentalidad y gustos de las
sociedades en que se producen.
132
para impresionar a sus fieles y algo similar sucede con las grandes
monarquías europeas, muy interesadas en hacer ostentación de su
poder y de sus riquezas ante sus súbditos.
Los pintores del siglo XVII (el siglo de oro de la pintura en nuestro
país) abandonan las ideas del Renacimiento y las sustituyen por el
movimiento, la expresividad, la libertad en la utilización de la luz y
los efectos cromáticos de todo tipo. En general, la pintura barroca es
grandilocuente, aunque también manifiesta un evidente interés por
lo cotidiano, las figuras populares y las cosas sencillas, una cualidad
que se puede observar con gran claridad en las pinturas de género,
bodegones o paisajes, muy abundantes en este tiempo.
133
una larga serie de recursos con los que se refuerza la sensación de
profundidad y perspectiva en las representaciones pictóricas, como
sucede en el caso de los típicos escorzos o los juegos de luz entre los
diferentes planos de los cuadros. Es muy importante aludir también
a la consecución de un elevado nivel de dinamismo en las represen-
taciones, una cualidad que se puede conseguir a base de posturas
forzadas o inestables en algunos personajes o de la utilización de
líneas sinuosas. Finalmente, hay que recordar que la iconografía en
la pintura barroca se amplia considerablemente en relación con la
que se había ido consolidando en las etapas anteriores. Los nuevos
temas del barroco se refieren sobre todo a la Eucaristía, la Inmacu-
lada y los martirios y visiones de los santos.
134
la pintura. Una de ellas estaba protagonizada por los seguidores de
Espinosa, mientras que la otra agrupaba a los de Orrente, aunque
algunos pintores se nutrieron de ambas tendencias. La producción
de todos estos artistas, notable en algunos casos, llena el periodo
comprendido entre las últimas décadas del siglo XVII y los primeros
años del siglo XVIII, aunque es forzoso reconocer que su calidad nunca
llegó a alcanzar las elevadas cotas conseguidas por los Ribalta.
135
la Virgen de los Desamparados de Valencia. Los muchos seguidores de
Palomino difundieron las novedades del barroco pleno por las tierras
del antiguo Reino, manteniendo al mismo tiempo, en no pocos ca-
sos, las tradiciones pictóricas propiamente valencianas desarrolladas
durante todo el siglo XVII. Más allá de estas tendencias generales de
la pintura de la época, a las que nos referiremos nuevamente en los
siguientes apartados, nos parece oportuno concluir estas líneas con
la mención de la figura de Tomás Yepes, considerado generalmente
como el más significativo de los bodegonistas valencianos, lo que
nos permite aludir también al hecho de que la pintura de carácter
decorativo se va abriendo paso con enorme fuerza entre la sociedad
burguesa de este tiempo.
136
de formación artística en El Escorial, que se interrumpe en el año
1599, cuando decide trasladarse a la ciudad de Valencia. El periodo
valenciano se puede dividir a su vez en dos etapas bien diferentes,
una marcada por el manierismo, con reminiscencias escurialenses, y
la otra caracterizada por un naturalismo creciente, que se inicia hacia
1612 y en la que su pintura se vuelve cada vez más monumental y
sombría hasta alcanzar sus cualidades definitivas, que se manifiestan
con especial claridad en los años inmediatamente anteriores a 1628,
fecha de su fallecimiento.
137
En particular, es probable que el Cristo crucificado, que se con-
serva ahora en el Museo del Prado, fuera pintado durante la estancia
del pintor en Madrid, en la última década del siglo XVI. En este lienzo,
siguiendo el estilo manierista, la luz actúa en dos planos diferentes,
iluminando la figura de Cristo y sugiriendo desde el horizonte los
efectos del crepúsculo.
138
inicio de la guerra civil. Las características generales de este retablo
se conocen a través de fotografías antiguas y, sobre todo, gracias
a los seis lienzos que se conservan de todo el conjunto. Cuatro de
esos lienzos, la Degollación de Santiago, la Invención del cuerpo de
Santiago, el Milagro del peregrino ahorcado, y Santiago en la batalla
de Clavijo, formaban parte del cuerpo principal de dicho retablo. Los
otros dos, el Lavatorio y el San Onofre, estaban en su zócalo y su
guardapolvo derecho, respectivamente. Las características de todos
estos lienzos (en los que destaca el dramatismo de las expresiones
y la presencia de numerosos escorzos) nos remiten claramente a la
etapa de formación escurialense de Ribalta.
139
Otra obra capital en este mismo contexto es la Santa Cena,
pintada en 1606 para el retablo mayor de la mencionada iglesia. En
este lienzo Francisco Ribalta muestra con gran claridad los recursos
tenebristas que caracterizarán su etapa de madurez. La escena re-
presentada en esta obra, con una evidente inclinación al naturalismo,
aparece sumida en una inquietante penumbra de la que emergen
las figuras de Cristo y de los Apóstoles, sentados en torno a una
gran mesa de forma circular, con los rostros tomados del natural e
iluminados con una luz rasante procedente del lado izquierdo de la
representación.
140
En la segunda década del siglo XVII, Francisco Ribalta comenzó
a fijar su atención en los modelos de Sebastiano del Piombo, una in-
fluencia que sería decisiva a lo hora de elaborar su estilo más maduro y
personal. Es interesante señalar que Ribalta conoció estos modelos en
la ciudad de Valencia, dado que algunas obras de este pintor italiano
habían sido traídas a esta ciudad por Don Jerónimo Vich, embajador
de los Reyes Católicos y de Carlos I ante la Santa Sede. La obra de
Francisco Ribalta titulada Lamentación ante Cristo muerto, que se
conserva en el Museo del Patriarca de Valencia, es una copia puntual
de la Piedad de Pombo (actualmente en el Museo del Ermitage). Algo
parecido sucede con el Encuentro del Nazareno con su Madre, un
óleo sobre lienzo pintado hacia 1612, que procede del Monasterio de
San Miguel de los Reyes de Valencia, desde donde pasó al Museo de
Bellas Artes de Valencia tras la desamortización (1835). El modelo
de Cristo caminando hacia el espectador, la figura del cirineo que le
ayuda a llevar la cruz, la cabeza del soldado con casco metálico que
se asoma por detrás y el paisaje del Gólgota con un celaje rojizo que
se entreve al fondo de la escena, son una copia casi exacta de un
cuadro de Piombo, al que Ribalta añadió las figuras de la Virgen, las
tres Marías y San Juan, que aparecen a la izquierda.
141
representados en esta escena hacen sonar algunos instrumentos
músicos. La otra obra es el San Francisco reconfortado por un
ángel músico, que se conserva ahora en el Museo del Prado, y en
la que el santo se representa tendido en una cama de tabla, sobre
una manta de lana, en una humildísima celda conventual. Estos dos
lienzos no tienen nada que envidiar a lo que se pintaba en la Italia
de aquellos tiempos, en la corriente de Caravaggio. El rostro de San
Francisco que aparece en estos dos lienzos es un retrato evidente.
Los ángeles, musculosos y nada bellos, son tal vez modelos callejeros.
La técnica pictórica utilizada en estas dos obras, al modo veneciano,
nos recuerda la primitiva formación del pintor.
142
3.4. JUAN RIBALTA
143
la vida de la Virgen, si bien habría que señalar que en este trabajo
fue ayudado por Vicente Castelló y Abdón Castañeda, de quienes
hablaremos a continuación.
144
Francisco Ribalta
San Francisco abrazando al Crucificado
Museo de Bellas Artes de Valencia
145
Otra obra de Vicente Castelló es la titulada Apoteosis de San
Bruno, que se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes
de Castellón. Son también suyas el Martirio de Santa Catalina y
la Adoración de los Pastores, que se encuentran en el Museo de
Bellas Artes de Bilbao.
146
en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, fuera pintado también en esta
época. De esta última obra existen varias copias en Valencia.
Entre las obras realizadas por Orrente en este tiempo hay que
destacar, entre otras, su Santa Teresa y su Martirio de San Lo-
renzo, que se conservan todavía en la iglesia de San Esteban de
Valencia, no lejos de la Catedral.
147
Juan Ribalta
Retablo mayor de la Cartuja de Porta Coeli (detalle)
Museo de Bellas Artes de Valencia
148
En el Museo valenciano se conserva también otro lienzo de
Orrente que responde al título de Magdalena penitente. Nos parece
importante señalar que en el Museo del Patriarca existe un lienzo
de este pintor con este mismo título. Puede ser oportuno mencionar
igualmente que la autoría del lienzo del Museo de Bellas Artes, res-
catado del olvido con ocasión de una exposición sobre los Ribalta y
la pintura valenciana de su tiempo, celebrada en 1987, fue atribuida
durante bastante tiempo a Jerónimo Jacinto de Espinosa, pese a las
evidentes diferencias con el resto de la producción de este último
pintor. En particular, el peculiar rostro de la Santa representada en el
lienzo al que ahora nos estamos refiriendo es casi idéntico al del ángel
que detiene la mano de Abraham en el lienzo sobre el Sacrificio de
Isaac anteriormente mencionado. El lienzo de la Magdalena penitente
llama la atención especialmente por su carga emocional y la mezcla
de erotismo y misticismo con que se representa esta imagen, y que
podemos encontrar también en el San Sebastián de la Catedral.
149
el año 1629 José Ribera recibió en su casa, como huésped, a Diego
Velázquez. A finales de la siguiente década la abundante producción
del pintor alcanza su máximo esplendor. En estos años recibe nume-
rosos encargos de las instituciones religiosas y la nobleza, siempre
muy bien pagados, lo que acrecienta considerablemente su valoración
artística y social. Sin embargo, los últimos años de su vida fueron
muy desgraciados, tanto por motivos familiares (fallecimiento de su
esposa) como de salud. En el año 1652 Ribera muere en la ciudad
de Nápoles.
150
En la producción pictórica de José Ribera hay que distinguir dos
etapas claramente diferenciadas. La primera de ellas corresponde
a lo que se puede denominar tenebrismo italiano. En esta etapa se
mezclan diversos elementos derivados de su relación con los pinto-
res a los que pudo conocer durante sus estancias en Parma y Roma,
entre los que sobresale la figura de Caravaggio. Sin embargo, en la
configuración de la personalidad del pintor durante esta primera eta-
pa no deberíamos olvidar, en absoluto, lo que caracteriza el espíritu
hispano y, en particular, lo que pudo aprender en su breve contacto
de juventud con el taller valenciano de Francisco Ribalta.
151
Pedro Orrente
Sacrificio de Isaac
Museo de Bellas Artes de Bilbao
152
que se conserva actualmente en el Museo del Prado. La escena repre-
sentada no corresponde en realidad al martirio propiamente dicho,
sino a sus preparativos inmediatos. El rostro tranquilo y resignado
del santo contrasta fuertemente con la rudeza de sus verdugos. Al
igual que sucede en otros trabajos de esta época, como el Sueño de
Jacob, que se conserva igualmente en esta pinacoteca, el elemento
dominante de este lienzo es la luz, que, combinada con un intenso
cromatismo (tomado sin duda de los maestros venecianos), produce
unos efectos de gran expresividad. Por otra parte, el dinamismo de
esta composición sugiere alguna relación con la pintura de Rubens
y Van Dyck.
153
En sus últimos años de actividad, Ribera abandona completamen-
te los escenarios mitológicos y los retratos de personajes deformes,
centrando toda su atención en los temas religiosos, a los que supo
dotar de gran misticismo y espiritualidad. Como trabajo representativo
de este tiempo, cabe mencionar la Adoración de los Pastores, un
lienzo pintado en 1650 y conservado hoy en el Museo del Louvre. A
través de ésta y otras realizaciones de estos años, es posible apreciar
cómo el pintor, sin renunciar en absoluto al naturalismo, busca nuevos
equilibrios compositivos y luminosidades más envolventes. Más allá
de la maestría con que están tratadas las figuras de la Virgen, San
José y el Niño, en este lienzo llama la atención sobre todo la repre-
sentación de los pastores y campesinos, concretada en personajes
tomados de la realidad.
Sin duda alguna, una de las obras más importantes del Museo de
Bellas Artes de Valencia es el San Sebastián atendido por Santa
Irene y su criada. Este lienzo fue donado a la Real Academia de
San Carlos por la Marquesa de Ráfol en 1848. Es muy probable que
este lienzo fuera realizado entre 1630 y 1640. En él se represen-
ta el hermoso cuerpo de San Sebastián después de ser asaetado,
mostrando una impresionante palidez que resulta reforzada por una
magistral utilización de la luz, que resalta su figura sobre un fondo
totalmente oscuro. Las imágenes de las piadosas mujeres que in-
tentan extraerle la flecha del costado responden a una concepción
naturalista de la pintura, que se hace patente sobre todo en el caso
de la anciana del fondo.
154
3.8. JERÓNIMO DE ESPINOSA
155
silencio en torno al Niño dormido, representado sin ningún atributo
de su divinidad. Algunos historiadores consideran que esta obra es
uno de los mejores logros del naturalismo barroco en España.
156
José Ribera
Martirio de San Felipe
Museo del Prado. Madrid
157
sa unos treinta años más tarde que el antes mencionado. En este
caso, la escena se representa al aire libre, a la puerta del taller de
San José, que está trabajando en su banco de carpintero, cepillando
un listón de madera. Al lado, la Virgen sentada está cosiendo. A la
izquierda, un Jesús adolescente parece haber dicho algo que sor-
prende a sus padres. La Virgen suspende la labor con la mano que
sostiene la aguja en alto y San José parece argüir algo con la mano
izquierda, aunque sin soltar el cepillo que sostiene con la derecha.
En la lejanía aparece la torre de una alquería y algunos árboles.
Esta composición, que parece más bien una escena de género, es
uno de los lienzos más conocidos y valorados de este pintor, dado
que, a pesar de haber sido restaurado en exceso, ofrece lo mejor
de él tanto en lo que se refiere a la monumentalidad de las figuras
como al colorido utilizado. El realismo de los diferentes accesorios y
detalles, como el banco de carpintero, las herramientas o las virutas
en el suelo, reflejan con una gran claridad la influencia de Francisco
Ribalta sobre este pintor.
158
Espinosa y Orrente y trabajó en Castellón y Valencia. Tras un largo e
injustificado olvido, su figura ha sido recuperada recientemente. La
imagen de San Roque de Morella y la de San Vicente del Museo del
Prado, son obras suyas. Se trata de lienzos de tan gran calidad, que,
en el pasado, se creyó que habían sido pintados por Ribalta.
159
Jerónimo de Espinosa
Sagrada Familia con Santa Ana y el Niño
Museo de Bellas Artes de Valencia
160
En el Museo de Bellas Artes de Valencia se conservan cuatro
grandes cuadros de batallas, muy representativos de la producción de
Esteban March, firmados por el autor. En uno de ellos se representa
la escena bíblica de Josué parando el sol, en el que las figuras
humanas se mezclan de forma agitada con diferentes caballos galo-
pando en todas direcciones. El color se reduce a un castaño rojizo casi
uniforme, sobre el que destacan las pinceladas de amarillos, verdes
o rojos, aplicadas con desenfado. En otra de estas obras, el Triunfo
de David, se representa una especie de cortejo de personajes, a pie
y a caballo, que se asombran ante la visión de la cabeza de Goliat
clavada en una lanza. Los otros dos lienzos se titulan Encuentro de
caballería y Rendición de una plaza, y junto con los anteriores
constituyen un conjunto de gran calidad. Tal vez sea curioso señalar
que esta última obra tiene un claro precedente, a modo de boceto
preparatorio, en el que se representa una figura ecuestre y que se
encuentra hoy en el Museo del Patriarca de Valencia.
161
bajo, para ser expuesto y contemplado tras el altar de alguna iglesia.
La escena está compuesta a base de varias diagonales entrecruzadas
y muestra numerosos detalles de naturalismo estricto. El lienzo re-
presenta a San Roque en el momento de socorrer a unos enfermos
de peste, que yacen en el suelo o acuden a él con mirada suplicante.
Un ángel le ayuda en esta misión, al tiempo que levanta su brazo
señalando al cielo y recordándoles la salvación eterna. Otro lienzo de
carácter religioso e histórico es su Matanza de los Inocentes, que
se guarda en la Basílica de los Desamparados de Valencia.
162
La pintura de bodegones era muy apreciada por la burguesía de
esta época. Dentro de este género, Yepes se especializó sobre todo en
la pintura de ramilletes, pintados siempre con exquisita minuciosidad,
las cestas con frutas y las arquillas o especieros. Sus composiciones
un tanto arcaicas, casi siempre simétricas en exceso, así como las
tonalidades calientes con predominio de los colores rojizos o terrosos,
definen perfectamente su producción pictórica dentro de la pintura
valenciana de la época. Algunos historiadores se han referido a este
pintor en términos muy elogiosos, hasta el punto de que algunos de
ellos lo consideran el Espinosa de las naturalezas muertas.
163
negéticos en espacios abiertos o en las cocinas de los hogares eran
un género muy popular en Castilla. Los bodegones de Miguel March
reflejan muy bien esta vertiente de la pintura, con sus animales
muertos amontonados ante paisajes crepusculares que guardan una
evidente relación cromática y compositiva con los lienzos de Yepes.
Su Cazador descansando en un paisaje, que se conserva
también en el Museo valenciano, es un lienzo que, sin duda alguna,
formaba pareja en su día con la obra que acabamos de mencionar.
En este caso, se representa a un joven cazador durmiendo al aire
libre, abrazado a su escopeta. A su lado, se muestran algunas piezas
de caza. De la rama de un árbol seco próximo pende un pato. El na-
turalismo con que están presentados la figura humana, el tronco del
árbol y el plumaje del ave es un excelente exponente de la maestría
de este pintor en la reproducción de la realidad.
Fuera del género al que nos acabamos de referir, y al igual que
sucedió con otros muchos pintores de esta época, Tomás Yepes de-
dicó también alguna atención a la pintura religiosa. Como ejemplo de
su producción en este tema, se puede mencionar su Virgen de los
Desamparados, un lienzo pintado en el año 1644 que se conserva
ahora en las Descalzas Reales de Madrid.
164
Es importante recordar ahora que a finales del siglo XVII el apo-
geo del estilo barroco había impulsado la transformación arquitectó-
nica de numerosas iglesias antiguas valencianas, cuyas fachadas e
interiores fueron adaptados a los nuevos gustos estéticos. La iglesia
de los Santos Juanes de Valencia se cita siempre como ejemplo pa-
radigmático de estas transformaciones barrocas. El interior de este
antiguo templo fue radicalmente modificado en esta época, cubrién-
dose la primitiva bóveda de crucería gótica por una bóveda nueva,
de amplia luz y sin arcos fajones, que ofrecía más posibilidades que
aquélla para ser decorada al fresco. Esta decoración fue encomendada
en un principio a los hermanos Vicente y Eugenio Guilló, que debían
someterse en su trabajo al programa iconográfico y a las directrices
del erudito Vicente Vitoria, canónigo de la catedral de Valencia y re-
sidente durante algún tiempo en Roma. Sin embargo, el programa
elaborado por Vitoria era excesivamente complejo para las limitadas
posibilidades de estos artistas, por lo que en el año 1697 se pidió a
Antonio Palomino que, como historiador y crítico, elaborara un infor-
me sobre el trabajo que habían realizado hasta entonces los citados
pintores. El dictamen de Palomino fue rotundamente negativo y su
toma en consideración dio lugar a la rescisión del contrato suscrito
con los Guilló y al traspaso a este último pintor del encargo de realizar
las mencionadas pinturas.
165
perspectiva, reforzada con escorzos, el programa iconográfico previsto
quedaba felizmente resuelto.
166
está representada por una figura majestuosa sentada en una carroza,
con una cruz, una custodia y unos libros sagrados, sobre la que vuela
el Espíritu Santo. En el tiro de la carroza se sitúan las tres Virtudes
Teologales. La Iglesia triunfante es una representación de la Gloria.
En el centro de esta composición se encuentra la Santísima Trinidad
entronizada, acompañada por la Virgen María y un buen número de
apóstoles, santos y vírgenes.
167
En este contexto de relativa mediocridad, habría que recordar
también los nombres de Miguel Jordán, de biografía desconocida,
autor de algunas de las pinturas que decoran la Basílica de la Virgen
de los Desamparados de Valencia, y de Joaquín Eximeno, nieto de
Espinosa, fallecido en 1754, que destacó por sus lienzos de bodego-
nes y floreros.
168
que el neoclasicismo es, por encima de todo, un movimiento regene-
racionista que surge como una reacción frente al rococó y que nace
con la intención de purificar el arte. De acuerdo con los teóricos de
este movimiento, los pintores no debían limitarse a copiar la natura-
leza, sino que tenían que idealizarla. Dada la gran escasez de restos
de pintura de la antigüedad clásica conservados en estos tiempos,
los pintores se vieron obligados a buscar muchas de sus fuentes
de inspiración en los modelos escultóricos. En consecuencia, en el
neoclasicismo se pierde casi por completo el interés por el color, que
tan importante había sido en el barroco. La primacía corresponde
ahora al dibujo, es decir, a los contornos bien definidos.
La difusión del neoclasicismo se llevó a cabo de forma reglada a
través de las diferentes Academias de Bellas Artes. Aunque en Italia
y en Francia los precedentes de las Academias se sitúan en fechas
tan adelantadas como los siglos XVI y XVII, respectivamente, no será
hasta el siglo XVIII cuando dichas Academias irrumpan con toda su
fuerza en la cultura occidental. En particular, la Academia de Bellas
Artes de San Fernando aparece en la ciudad de Madrid en el año 1752,
siguiendo el modelo italiano. Poco tiempo después, en la órbita de esta
primera Academia, se fundaron otras Academias en varias ciudades
de nuestro país, como fue el caso de la de San Carlos en Valencia, la
de San Luis en Zaragoza y la de San Jorge en Barcelona.
La eclosión del movimiento academicista en Valencia tiene impor-
tantes precedentes en el tiempo. Por referirnos sólo a un caso concre-
to, se podrían mencionar las reuniones de tipo académico mantenidas
por Tosca, Corachán y otros intelectuales entre los siglos XVII y XVIII.
Por otra parte, las aspiraciones académicas de los artistas valencianos
se concretaron en varias iniciativas desarrolladas en esta época con
fortuna diversa. En este sentido, es oportuno mencionar la creación
de una Escuela de Bellas Artes en el año 1753, cuyo funcionamiento
contó con el apoyo entusiasta de un gran número de artistas e inte-
lectuales valencianos. Esta institución fue el germen de la Academia
de Santa Bárbara. Tras superar numerosas vicisitudes (entre las
que se incluye el fallecimiento de la reina Bárbara de Braganza, que
169
obligó a cambiar el nombre previsto en un principio para la academia
valenciana), los estatutos de la Real Academia de Bellas Artes de
Valencia, con la denominación de San Carlos, fueron aprobados por
el rey Carlos III en 1768. La organización y el rango de la Academia
valenciana eran similares a los de la Academia madrileña.
170
en el interés por el arte del pasado más o menos remoto (románico,
gótico, etc.), y que tan buenos resultados produjo en nuestra arqui-
tectura del siglo XIX.
171
largo de muchos siglos de historia. Las leyes del mercado hicieron
que los pintores fueran valorados por si mismos, lo cual no siempre
fue positivo para ellos.
172
de Bellas Artes de San Carlos, bajo la protección de Carlos III. José
Vergara fue el primer director de pintura de esta Academia y, pos-
teriormente, su primer director general. Su magisterio, impartido
a través de sus clases en la Academia o de los numerosos trabajos
que llevó a cabo a lo largo de toda su vida para muchas iglesias y
conventos valencianos, fue decisivo para el desarrollo y evolución de
la pintura valenciana durante todo el siglo XVIII.
Aunque José Vergara nos ha dejado numerosos lienzos y tablas,
sus trabajos más reconocidos son sus composiciones al fresco, sien-
do, sin lugar a dudas, uno de los fresquistas más importantes de la
pintura valenciana de su tiempo. Hacia el año 1744, siendo todavía
muy joven, recibió su primer encargo en este sentido, consistente en
la decoración de las pechinas de la bóveda del crucero de la Cole-
giata de Játiva, en las que representó las figuras de varias heroínas
bíblicas. Lamentablemente, estas pinturas ya no existen hoy en día,
dado que la citada bóveda se hundió en 1886.
Algunos años más tarde, hacia 1765, Vergara realizó la deco-
ración de la Capilla de la Virgen de los Desamparados. En esta
ocasión, el artista volvió a recurrir al tema de las heroínas bíblicas,
situándolas en los óvalos que hay entre las pilastras de esta capilla.
Destinado al altar de esta misma capilla, pintó un lienzo titulado La
imposición del hábito a un cofrade ante la imagen de la Virgen
de los Desamparados.
En la década de los años setenta, José Vergara estuvo trabajando
en la Capilla de San Vicente Ferrer del convento de Santo Domingo
de Valencia. La decoración con pinturas al fresco de dicha capilla se
centró sobre todo en su ábside, en el que se representa La exaltación
de San Vicente en la Gloria, en las pechinas, en las que pintó dife-
rentes escenas con milagros de este santo, y en la bóveda y el muro
situado detrás del altar mayor de la capilla, en donde se muestra la
imagen del santo hablando sobre el Juicio Final. También se deben a
este pintor los frescos de la bóveda del presbiterio de las Escuelas
Pías de Valencia o los frescos que decoran la Iglesia del Temple
de Valencia, entre otras muchas realizaciones de este tipo.
173
Sin embargo, la aportación más importante de Vergara en las
tierras valencianas fue la decoración de la Iglesia parroquial de
San Juan Bautista de Chiva, en la que estuvo ocupado desde
1769 hasta 1790, aunque, como es natural, dentro de ese tiempo
interrumpió en varias ocasiones su tarea para poder atender otros
encargos. Este trabajo consistió fundamentalmente en la decoración
al fresco de diferentes partes de dicho templo y la realización de al-
gunos lienzos destinados a sus altares. Entre todas estas obras, que
se han conservado íntegras hasta nuestros días, hay que destacar
especialmente sus pinturas con los cuatro Evangelistas en las pechi-
nas del crucero, las figuras de los apóstoles San Pedro y San Pablo
flanqueando el altar mayor, o el lienzo con La predicación de San Juan
Bautista en el desierto, situado detrás de este altar. En el Museo de
Bellas Artes de Valencia se conservan algunos dibujos preparatorios
de todos estos trabajos.
174
segunda mitad del siglo XVIII. Este pintor, nacido en Segorbe, es el
continuador de una larga tradición artística familiar. Su formación se
inició en su ciudad natal, en el taller de su padre (escultor), desde
donde pasó posteriormente a Valencia y, más tarde, a Madrid. En el
año 1753 fue nombrado académico y profesor de la recién creada
Academia de Santa Bárbara de Valencia. Unos años más tarde, fue
nombrado académico de mérito de la Academia de San Fernando de
Madrid. En 1768 formó parte como miembro fundador de la Academia
de Bellas Artes de San Carlos, a la que permaneció vinculado hasta
su fallecimiento.
175
Entre sus obras religiosas podemos destacar las Escenas de
la vida de San Francisco, que Camarón pintó para la Cartuja de
Porta Coeli, en la que se pone de manifiesto la gran calidad de este
autor, siempre dentro de la estética rococó, más o menos manifiesta
según la naturaleza de sus cuadros.
176
Tomás Yepes
Bodegón con frutero de cerámica
Museo de Bellas Artes de Valencia
177
las inevitables comparaciones con la excepcional figura de Goya, con
quien tuvo alguna relación. En cualquier caso, hay que reconocer
que Maella es un pintor con una notable habilidad técnica y dominio
del color, y cuyo estilo manifiesta en algún caso una cierta tendencia
hacia el barroco, que los gustos de la época y la disciplina académica
forzaban a evitar. Aunque este artista cultivó diversos géneros pictó-
ricos, demostró sus mejores dotes en los retratos, entre los que cabe
destacar especialmente su Carlos III con el hábito de su Orden,
un lienzo destinado a la sala del Palacio Real en la que se celebraban
las juntas y reuniones de este monarca, y cuyo techo está decorado
con unos frescos de Vicente López alusivos a la fundación de dicha
Orden, hecho que tuvo lugar en el año 1771.
178
Sebastián. Uno de los lienzos realizados para este convento, en el
que se representa la Muerte del Beato Gaspar Bono, se conserva
actualmente en el Museo de Bellas Artes de Valencia. En esta obra,
de enormes dimensiones, Maella se muestra ligado a la tradición
barroca. El cuerpo muerto del beato aparece tendido en un cata-
falco, y aparece rodeado del pueblo devoto que acudió a invocarle
favores tras su fallecimiento. La gloria celestial se abre para recibir
el alma del beato e inunda la escena con una luminosidad vaporosa,
que contrasta con las notas de color que aporta la presencia de unos
pequeños angelitos.
179
Antonio Palomino
La Iglesia militante y la Iglesia triunfante
Museo de Bellas Artes de Valencia
180
Allí conoció las formulaciones del último barroco, ya claramente
orientado hacia el clasicismo, a través de Mariano Salvador Maella,
que fue su profesor y guía durante sus años de aprendizaje. En esta
época, Vicente López mostró una gran capacidad de asimilación del
estilo de pintores tan significativos como Luca Giordano, uno de los
representantes más destacados de la pintura barroca, o Mengs, tal
vez el máximo exponente del movimiento clasicista. De hecho, hay
que señalar que López copió algunas de las obras de estos dos maes-
tros, enviando esas copias a la Academia valenciana, como trabajos
de pensionado.
181
esta época son los Frescos de la iglesia parroquial de Silla, cuya
inspiración giordanesca se pone de manifiesto con gran claridad en
las figuras de las cuatro heroínas bíblicas que se representan en la
cúpula de este templo.
182
ocupado durante mucho tiempo. Entre las obras llevadas a cabo per-
sonalmente por Vicente López en ese contexto, habría que destacar
sobre todo La institución de la Orden de Carlos III, una grandiosa
pintura al fresco realizada en 1828 en la que este pintor se libera por
completo del barroquismo evocador de Luca Giordano y se decanta
por el colorido diáfano y la claridad compositiva que caracteriza las
realizaciones de Mengs, Bayeu y Maella, que se pueden contemplar
también en el Palacio Real.
183
José Vergara
Sagrada Familia con San Juanito
Museo de Bellas Artes de Valencia
184
El detallismo preciosista que caracteriza la producción de Vi-
cente López lo podemos apreciar con gran claridad en uno de sus
lienzos más conocidos por los valencianos, el Retrato del general
Narváez, que se conserva también en el Museo valenciano y que
representa a este personaje, vestido de capitán general, a tamaño
natural y de cuerpo entero. La obra llama la atención del espectador
por el cuidado con que están tratados todos los detalles, tales como
las diferentes condecoraciones, los ricos bordados, el sombrero o el
brillo de las botas. En segundo plano hay una mesa cubierta con un
terciopelo de color malva, en el que se reproduce su escudo de armas.
La iluminación lateral que llega a través de las ventanas neogóticas
del fondo proporcionan a este retrato una atmósfera evanescente
con claras connotaciones románticas. Este cuadro fue pintado pocos
meses antes del fallecimiento del pintor y tradicionalmente se le ha
considerado como su última obra.
Vicente López murió en Madrid en 1850, a los 77 años de edad,
cargado de fama y de honores y dejando tras de él una larga pléyade
de discípulos y seguidores, entre los que merecen ser destacados
sus propios hijos, Bernardo y Luis. Bernardo López (1799-1874)
fue sobre todo un excelente retratista, como se puede apreciar en
el Retrato de Isabel II que se conserva ahora en el Museo de Bellas
Artes de Valencia. El cuadro es un alarde de hiperrealismo, aunque
en el vaporoso paisaje del fondo se advierten algunas referencias al
romanticismo. Luis López (1802-1865) destacó también como retra-
tista. Uno de sus mejores retratos, el de Dolores Caldés, se conserva
también en este museo. Se trata de un trabajo espléndido, en el que
la retratada luce un traje muy elegante con un gran escote que re-
salta la blancura de sus hombros y su cuello. Al hablar de las obras
de Luis López no se pueden olvidar sus pinturas al fresco, en las que
siguió los pasos de su padre, como se puede apreciar en algunas de
sus decoraciones en el Palacio Real de Madrid.
185
generación que éstos Francisco Bru (1733-1802), de quien se
conservan algunos frescos y lienzos en la iglesia del Pilar de Valen-
cia, Luis Antonio Planes (1745-1821), autor de algunas pinturas
al fresco en Buñol, en Cheste y en la cartuja de Porta Coeli, y de
un buen pastel rococó titulado Salomé y la cabeza del Bautista, que
forma parte actualmente de los fondos de la Academia valenciana,
y Francisco Folch (1744-1808), retratista de corte y hábil minia-
turista, entre otros.
186
que recordar sus trabajos como retratista. Dentro de este género
cabe destacar sus Retratos del Duque y Duquesa de Berwick, que se
conservan actualmente en el Palacio de Liria. También dedicó alguna
atención al dibujo y a los grabados.
187
hoy en las iglesias de Cinctorres, Benicarló, Vall de Uxó, Algemesí,
Alcoy e Ibi, entre otras. En estas obras se observa con gran claridad
la influencia de Vergara, Palomino, Maella y otros autores. Entre sus
pinturas al lienzo merece ser destacada su Tránsito de San José, una
obra de equilibrada composición e intenso colorido, cualidades que
evocan el estilo de Francisco Bayeu y Vicente López.
188
José Camarón
Alegoría de Carlos III y las Bellas Artes
Museo de Bellas Artes de Valencia
189
tulo de La Junta Suprema de Valencia, que en 27 de mayo de 1808
entrega al capitán de un buque inglés un mensaje de alianza para el
gobierno inglés, que se conserva igualmente en el museo valenciano
y que llama la atención por la acentuada caracterización de los per-
sonajes representados. Este cuadro recuerda los retratos colectivos
o las representaciones alegóricas que tanto abundaron en la pintura
barroca valenciana. En el mismo museo se conserva también el lienzo
por el que este pintor fue nombrado académico, y que responde al
título de Ester se presenta ante el rey Asuero intercediendo por su
pueblo, una obra de un clasicismo muy comedido y que destaca sobre
todo por su excelente colorido.
190
Otro discípulo notable de Vicente López es el alicantino Vicente
Rodés (1791-1858). Tras estudiar en Valencia con el maestro, se
instaló en Barcelona, donde alcanzó cierta relevancia como repre-
sentante de un neoclasicismo tardío con matices de un incipiente
romanticismo. Estas características se ponen de manifiesto con una
absoluta claridad en sus excelentes retratos, entre los que podemos
mencionar el Retrato de Damián Campeny, que se conserva hoy en
la Escuela de Bellas Artes de Barcelona.
191
Vicente López
Retrato de Francisco de Goya
Museo del Prado. Madrid
192
dedicó igualmente a la pintura de historia (tan prodigada en esta
época) y las alegorías mitológicas. Un buen ejemplo de su producción
en estos últimos géneros la podemos contemplar hoy en los techos
del palacio del Marqués de Dos Aguas, en Valencia. Se trata, en todo
caso, de realizaciones aún vinculadas a la tradición académica. De
hecho, hay que recordar que el género histórico, tan “romántico” en
su origen, ocupará una buena parte de la actividad de muchos de los
pintores nacidos en Valencia entre 1830 y 1860. De ellos hablaremos
en el capítulo siguiente.
193
194
4. LA PINTURA MODERNA
4.1. INTRODUCCIÓN
195
talmente a través de las correspondientes referencias específicas a
los autores de mayor significación e interés. Por el mismo motivo,
nuestra exposición sobre el resto del siglo XX, concretamente desde
el final de la guerra civil hasta los finales de esa centuria, tendrá un
carácter más general, con referencias puntuales a algunos de los
artistas que trabajan en estos años, muchos de ellos todavía activos
en la actualidad.
196
En algún caso significativo (Ignacio Pinazo), hicieron de la ciudad de
Valencia y de su huerta el centro absoluto de su creación.
En cualquier caso, hay que recordar que uno de los rasgos distin-
tivos de la pintura valenciana en las últimas décadas del siglo XIX fue
la conciliación de las corrientes naturalistas europeas con el realismo
barroco, cuyo estudio se ve renovado en estos años, a través de las
frecuentes visitas de los pintores a los grandes museos del país y en
particular, al Museo del Prado. Esa cualidad es muy característica de
la que a veces se ha llamado “escuela valenciana”.
197
burguesa valenciana con el espíritu conservador de la Academia de
San Carlos de Valencia no se producen manifestaciones de un ro-
manticismo de carácter liberal. En general, la pintura de esta época
es de tono conservador, con una significativa presencia de obras de
carácter religioso e incluso místico. La llamada pintura costumbrista
surge en realidad en estos tiempos, aunque hay que señalar que al
principio lo hace con cierta timidez. El género histórico, tan clara-
mente romántico en sus orígenes, ocupará un lugar muy destacado
en la actividad de muchos pintores valencianos de estos años. Sin
embargo, hay que recordar que las mejores obras de este género
aparecen vinculadas, en su dibujo y composición, a la tradición aca-
démica. Muchos de los artistas de la época cultivaron también con
frecuencia el género del retrato, y es obligado reconocer que algunos
de ellos lo hicieron con notable éxito. Para concluir esta rápida visión
panorámica, habría que tener presente también que a mediados del
siglo XIX la pintura de paisaje estaba considerada como una espe-
cialidad menor, escasamente relevante. En las tierras valencianas, al
igual que en el resto de España, fueron muy pocos los pintores que
prestaron alguna atención al género del paisaje, salvo que las obras
estuvieran relacionadas con la mitología, las leyendas o la historia.
Todavía a finales del siglo XIX, la pintura de paisaje tropezaba con
grandes dificultades de aceptación por parte de los críticos de arte
y del público en general.
Los tres pintores con los que iniciamos este capítulo, Joaquín
Agrasot, Antonio Muñoz Degrain y Francisco Domingo, ilustran con
gran claridad este complejo panorama. Se trata de tres artistas prác-
ticamente contemporáneos, con estilos e intereses muy diferentes,
aunque la producción de todos ellos se caracteriza por su elevada
calidad pictórica.
198
San Carlos de Valencia, siendo el discípulo predilecto de Francisco
Martínez Yago. Algunos años más tarde consiguió una medalla de
bronce por un conjunto de obras presentadas en la Exposición Agríco-
la, Industrial y Artística que se celebró en Alicante bajo el patrocinio
de la Sociedad Económica de Amigos del País.
199
los trajes, la huerta o el cielo de las tierras valencianas, presentando
a sus modelos posando ante las típicas alquerías, encaladas siempre
con un blanco azulado deslumbrante, con sus poyos abarrotados de
macetas con geranios, con sus típicos emparrados y con sus pórticos
desbordantes de flores. Una obra representativa de este género es
su Floristas valencianas, una obra plena de encanto y color.
200
arte moderno de Valencia. El desconocimiento sobre su vida privada,
que él mismo fomentaba, ha dado lugar a la aparición de muchas
leyendas sobre el pintor, que sin duda han contribuido a envolver en
un cierto halo de misterio su personalidad. Como otros artistas valen-
cianos de este tiempo, Muñoz Degrain estudió en la Escuela de San
Carlos de Valencia entre 1852 y 1859, siendo compañero de aula de
Francisco Domingo y Salvador Martínez Cubells. En esos años, Muñoz
Degrain comenzó ya a mostrar una gran personalidad, que chocaba con
los gustos establecidos, sobre todo por lo que se refiere a su peculiar
forma de utilizar el color y explorar las posibilidades pictóricas de la luz,
en una línea similar a la seguida por los impresionistas franceses. En
1862 obtuvo su primera mención honorífica en la Exposición Nacional
con su obra Vista de los Pirineos de Navarra, que hay que situar
en la órbita del belga Carlos de Haes, considerado como el principal
referente de los paisajistas españoles del siglo XIX.
201
Parece ser que la obra que estableció una divisoria clara en la
evolución del estilo de Muñoz Degrain, al menos en lo que se refiere
a su tratamiento del color, fue Los amantes de Teruel, en la que
se representa una escena alusiva a este famoso drama histórico y
romántico, y en la que el pintor parece dedicar más atención hacia
los pequeños detalles de la composición (cirios, vestidos, etc.) que a
la escenificación del propio drama. En este lienzo el pintor renuncia a
la utilización predominante de las tonalidades oscuras, sustituyéndola
por los contrastes cromáticos tremendamente acusados, con los que
intenta conseguir el efecto dramático que requiere esta historia.
Algún tiempo después, hacia 1912, Muñoz Degrain realiza la pri-
mera de una serie de obras sobre el tema de las inundaciones, cuya
representante más conocida es tal vez la titulada Amor de madre,
en la que se muestra la figura de una madre que intenta salvar a su
hijo pequeño de las aguas turbulentas de una tremenda inundación.
El color se convierte aquí en el protagonista absoluto de esta estre-
mecedora escena, plena de detalles sugerentes.
En el año 1895 Muñoz Degrain fue nombrado catedrático de
paisaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Es a partir
de entonces cuando se inicia la etapa más activa de su vida pro-
fesional. Sus obligaciones académicas no le impiden llevar a cabo
numerosos viajes por Oriente Medio, Italia, Francia y diferentes
regiones de España. El principal resultado de estos viajes fue una
amplísima variedad de cuadros de paisajes, en los que se funde lo
real con lo imaginario y los valores literarios con las anécdotas más
intrascendentes. Los lienzos realizados en esta época se caracterizan
por la presencia de imágenes en las que se mezclan las ensoñaciones
míticas, las alegorías religiosas y las representaciones simbolistas,
y todo ello acompañado por la capacidad de este pintor para captar
los efectos atmosféricos, las aguas, las nieblas y los humos (conse-
guidos mediante el procedimiento de frotar la pintura todavía tierna
con una esponja empapada en aguarrás). Los resultados logrados
con estos planteamientos varían considerablemente de unas obras
a otras, dependiendo de los deseos del pintor en cada caso. En oca-
202
siones, la paleta utilizada es especialmente oscura, como podemos
apreciar en su obra Noche de luna en la caleta. En otros casos, los
colores de los lienzos son extraordinariamente vivos, como sucede
en El Coloso de Rodas o La gruta de los profetas, que llaman
la atención por su peculiar utilización de rojos, anaranjados y ama-
rillos. Estos curiosos efectos cromáticos se acentúan sobre todo en
los lienzos en los que se representan escenas de crepúsculos, como
se puede apreciar en el titulado Magdala, que el pintor resuelve a
base de tonos azules y violetas. La personalísima forma de pintar
de este artista, con su ausencia de realismo y su arbitrariedad cro-
mática, fue muy innovadora en el panorama de la pintura española
de esta época. Estas cualidades se pueden observar perfectamente
en su obra Jesús en el lago de Tiberiades, que fue presentada
en 1910 a la Exposición Nacional, y con la que su autor consiguió la
medalla de honor del certamen. En esta misma exposición presentó
también su lienzo Espigadoras de Jericó, aunque se trata de una
obra muy diferente a la anterior. En relación con este último cuadro,
el propio autor señaló que la anécdota era muy poco importante,
y que había cedido todo el protagonismo a la atmósfera, el color y
la luz, que son los elementos claves de la obra. Estos dos últimos
lienzos se conservan hoy en el Museo de Bellas Artes de Valencia. En
ocasiones, es lícito incluso hablar de una exploración de los valores
simbólicos del color, como sucede, por ejemplo, en la obra titulada
Estanque, hojas caídas y cisnes, que se conserva igualmente en
ese museo valenciano.
203
4.5. FRANCISCO DOMINGO
204
carismático de su claustro. Entre los alumnos de este tiempo en esta
escuela, cabe recordar los nombres de Emilio Sala e Ignacio Pinazo,
entre muchos otros.
Sin duda, los importantes éxitos alcanzados por el pintor en
su carrera artística influyeron en su decisión de dejar Valencia para
instalarse en Madrid, donde le llovieron los encargos. Sin embargo,
su estancia en la capital duró poco tiempo, dado que en el año 1875
se trasladó a París, ciudad en la que residió hasta 1914, fecha en la
que, tal vez por temor a la invasión alemana (primera guerra mun-
dial), decidió regresar a Madrid.
Desde el mismo momento en que Domingo se instala en París,
su estilo pictórico cambia profundamente. Abandonando los temas
históricos abordados con un realismo propio de la pintura española
del siglo de oro, que tanta fama le habían dado en España, el pintor
se decanta claramente hacia la pintura de género, con planteamien-
tos muy parecidos a los que, en ese tiempo, estaban dando un gran
prestigio a Meissonier y Fortuny. Es probable que ese cambio de
orientación obedeciera a los consejos de algunos importantes mar-
chantes franceses con los que tuvo relación, y que le abrieron las
puertas del mercado artístico en varios países de Europa y, algo más
tarde, en Estados Unidos. La minuciosa observación de la realidad que
caracteriza las obras de Francisco Domingo en esta época le ayudó
mucho en alcanzar el éxito en los mercados internacionales. Como
ejemplo representativo de su producción de este tiempo, en la que
abundaron las populares escenas de taberna, podemos mencionar su
lienzo titulado Un alto en la montería, que llama la atención por su
realismo y el excelente tratamiento de la luz y del color.
Con el apoyo de Sorolla, Francisco Domingo optó en el año 1915
a la Medalla de Honor de la Exposición Nacional, aunque no pudo
conseguirla. Lo intentó de nuevo en 1920, con idéntico resultado.
Todo parece indicar que su estilo ya no interesaba demasiado a las
nuevas generaciones, hasta el punto de que le resultó difícil volverse
a introducir en los ámbitos artísticos de nuestro país. El pintor falleció
en Madrid ese mismo año.
205
4.6. LA ESCUELA ALCOYANA
206
de Málaga, donde tuvo lugar este hecho histórico (1831). En este
lienzo, de indudable realismo, se deja entrever el ánimo patriótico,
liberal y romántico de este pintor, que se retrató entre los persona-
jes representados en el cuadro, como queriendo participar en ese
momento histórico.
207
un gran prestigio como pintor de otros muchos géneros, entre los
que cabe destacar el paisaje, la pintura de género, las decoraciones
de cafés, palacios y mansiones, en las que encontramos numerosos
elementos modernistas, o las ilustraciones para algunas revistas de
la época, como Blanco y Negro o La ilustración española. Hay que
señalar que sus lienzos de paisajes, de factura abocetada, recuerdan
mucho la las obras del catalán Mariano Fortuny.
208
Antonio Muñoz Degrain
Espigadoras de Jericó
Museo de Bellas Artes de Valencia
209
La llamada escuela alcoyana de pintura no desapareció con la
muerte de Emilio Sala, sino que perduró durante mucho tiempo,
aunque con los naturales cambios y altibajos. Algunos de los pintores
que formaron parte de ella durante las primeras décadas del siglo
XX recibieron las enseñanzas y consejos de este maestro durante su
formación en Madrid. Entre los pintores alcoyanos de esta época, nos
limitaremos a mencionar el nombre de Fernando Cabrera (1866-
1937), un excelente retratista y paisajista, del que se ha llegado a
decir que fue “el último grande de la pintura alcoyana”. Salvo los tres
años que este pintor pasó en Roma, toda su vida transcurrió en su
pueblo natal. Partiendo de los cuadros de historia, Cabrera cultivó
también el género melodramático y de signo socializante, así como
el retrato, los bodegones y los paisajes, en los que alcanzó calidades
insuperables.
210
Entre los numerosos pintores alcoyanos surgidos con posteriori-
dad a los grandes maestros anteriores, nos limitaremos a mencionar
aquí a Rigoberto Soler (1896-1968), el último de los nacidos en el
siglo XIX, que mantuvo una estrecha relación con José Mongrell, y del
que habría que recordar en especial sus aportaciones al luminismo,
al modernismo y al Art déco. Entre la abundante producción de este
pintor sobresalen las obras relacionadas con las tierras y las gentes
de Ibiza, en donde residió durante muchos años. En su obra titula-
da Después del baño se muestra una escena cotidiana de playa,
bañada por el deslumbrante sol del Mediterráneo, y cuya luz y color
recuerdan mucho a la producción luminista de Sorolla. Esta obra fue
realizada en el año 1924, poco después de la llegada del pintor a la
isla, y pertenece a una colección privada. Más personal es su lienzo
La pubilla, pintado en Ibiza en 1946 y conservado también en una
colección privada, en la que el pintor nos muestra el interior de una
mansión lugareña, amueblada según el estilo tradicional, y en la
que una bella joven casadera, la pubilla o heredera, se levanta deli-
cadamente la falda de su vestido para bajar unos escalones, siendo
seguida por una mujer mayor, tal vez su madre o abuela, vestida
mucho más severamente que ella.
211
Antonio Gisbert
Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros
Museo del Prado. Madrid
212
monio con Teresa Martínez, que le acompañó en este viaje. El pintor
regresó a Valencia en 1881, cuando tenía treinta y dos años. Entre
las dos fechas mencionadas, Pinazo pintó algunas de las obras que se
conservan ahora en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Nos referi-
remos en particular a sus Juegos icarios, realizada en 1877 como
trabajo de pensionado, en la que se representa a un niño sentado
sobre una cama y jugando con una pelota. Mucho más interesante es
su obra titulada El guardavía, pintada en el mismo año, en la que se
muestra a un niño de espaldas, junto a unas vías de tren, llevando
una trompeta y una banderola enrollada, como objetos propios de
las funciones de estas personas.
La ultima obra pintaba por Pinazo para la Diputación de Valencia,
como ejercicio de pensionado, fue los Últimos momentos del Rey
Jaime I. Se trata de un óleo sobre lienzo de gran tamaño, que fue
entregado a la Diputación con bastante retraso, dado que el autor
retuvo el cuadro durante un tiempo con el fin de realizar otra versión
del mismo, de dimensiones aún mayores que las del original, con el
fin de presentarla a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Ma-
drid, donde consiguió una medalla de segunda clase. En esta obra,
que se conserva ahora en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza, se
representa el momento en que este rey, acostado en su lecho de
muerte, entrega su espada a su hijo Pedro. En este lienzo se ponen
de manifiesto con claridad los rasgos propios de este pintor y la ex-
traordinaria calidad de su pintura.
213
contrario no sucede en la mayoría de sus numerosos autorretratos
o en los retratos que realizó de su mujer, en los que se ponen de
manifiesto con gran claridad las evoluciones de su estilo y hasta sus
estados personales de ánimo.
214
En 1891, su amigo Emilio Sala le escribe una carta desde París
llena de severos reproches por haber quedado anclado en Valencia.
Pinazo acepta la reprimenda, que agradece, prometiendo a su amigo
que se marchará a Madrid, con el único objetivo de ampliar sus hori-
zontes. Seis años más tarde, Pinazo concurrió a la Exposición General
de Bellas Artes de esa ciudad con tres obras diferentes, una de las
cuales, el Retrato de José M. Mellado Chapa, obtuvo la Medalla de
Primera Clase. Se trata de una retrato verdaderamente portentoso,
un excelente exponente de la genialidad y las dotes pictóricas de su
autor, así como su completo dominio del oficio. Se da la circunstancia
de que Pablo Ruiz Picasso se presentó también a esta exposición. Al
año siguiente, la Academia de San Carlos le nombra académico. Su
discurso de ingreso, en el que resume una parte de sus opiniones
sobre el arte, fue una verdadera bomba, hasta el punto de que casi
se le acusó de terrorista. El texto tardó diecinueve años en publicarse,
cuando el inconformista insobornable, el crítico de mezquindades y
corruptelas, estaba ya próximo a la muerte.
215
Ignacio Pinazo
Interior de alquería valenciana
Museo de Bellas Artes de Valencia
216
ral, estas obras se caracterizan por su factura directa y esbozada,
su eficacia en la captación de la realidad cotidiana, su personalísima
captación de la luz y su sorprendente economía de medios. Todas
estas cualidades, tan alejadas de la grandilocuencia que caracteri-
zaba una buena parte de la producción pictórica de estos tiempos,
constituyen sin duda la aportación más personal e importante de
este pintor valenciano. Pinazo murió en su casa de Godella en el
año 1916, víctima de la bronquitis crónica que le acompañó durante
muchos años de su vida.
217
Poco tiempo después, José Benlliure pintó el lienzo titulado
Escena del Calvario, que obtuvo una medalla de tercera clase
en la Exposición Nacional de 1878. De acuerdo con las bases de la
Exposición, el cuadro fue adquirido por el Estado, y con las 3.000
pesetas que recibió por él, el pintor viajó a Roma el año siguiente,
donde alquiló un pequeño estudio muy cerca del que ocupaba en ese
tiempo Ignacio Pinazo, que se encontraba también en aquella misma
ciudad disfrutando de una pensión. En esa época, Benlliure alcanzó
una gran fama internacional, conseguida a través de la exposición
de sus obras en diferentes certámenes y galerías internacionales. De
este tiempo es su lienzo titulado Una fiesta de iglesia en un pueblo
de Valencia. Más tarde, Benlliure regresa a Valencia para contraer
matrimonio y el mismo día de su boda vuelve con su mujer a Roma,
donde transcurrió una buena parte de su vida. En esta ciudad nacie-
ron sus hijos (entre ellos, el excelente pintor José Benlliiure Ortiz,
que lamentablemente murió muy joven), llegando a ser Director de
la Academia de España entre los años 1903 y 1913.
En una época muy anterior a ésta, Benlliure pintó obras tan co-
nocidas como La lección de catecismo, una escena que transcurre
en la sacristía de una iglesia, donde un cura se esfuerza por enseñar
el catecismo a un par de niños, y que se encuadra en un conjunto de
escenas de género relacionadas con diferentes ambientes de iglesia y
anécdotas sencillas y desenfadadas. Un contenido más trascendente
tiene La visión del Coliseo, un lienzo de enorme tamaño que se
presentó en la Exposición Nacional de Madrid del año 1889, con el
que el pintor consiguió una de sus primeras medallas, y que se exhibe
actualmente en el vestíbulo del Museo de Bellas Artes de Valencia.
218
tarde, hacia 1910, Benlliure depura y simplifica considerablemente su
anterior estilo, centrándose sobre todo en las figuras, que el pintor
plantea con enorme brillantez siguiendo los planteamientos propios
del regionalismo, que entonces estaba empezando a abrirse paso en
Valencia, y en cuya órbita conseguirá sus mejores obras.
219
que coincidió con Joaquín Sorolla. Cuando apenas tenía veinte años
de edad se trasladó a Madrid y poco tiempo después se matriculó en
la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, al tiempo que asistía a
clases privadas en el estudio de Emilio Sala, a quien, años más tarde,
sucedió en la cátedra de Estética del color de dicha Escuela. En el año
1895 pintó un lienzo titulado Lazo de unión, en el que se representa
una escena de interior con un matrimonio desavenido entre los que
aparece una niña, y que es un adecuado exponente del interés del
artista por la pintura social y de su maestría en el tratamiento de la
luz. En el año 1900 consiguió una tercera medalla en la Exposición
Universal de París.
220
José Benlliure Gil
Misa en la ermita
Museo de Bellas Artes de Valencia
221
tencialidades y las limitaciones con las que se sienten identificados
muchos valencianos.
Joaquín Sorolla Bastida nació en Valencia en 1863, junto a la
plaza del Mercado, no lejos de la Lonja de Mercaderes. Dos años
más tarde fallecieron sus padres, víctimas del cólera que entonces
asolaba la ciudad. Joaquín y su hermana fueron recogidos por sus
tíos maternos, que los cuidaron como hijos. Se tienen pocos datos
sobre la niñez de Sorolla. Sin embargo, se sabe que en sus primeros
pasos por la escuela le atraían más los lápices y los colores que los
libros, apuntando a su futura profesión. En 1879 se matriculó en la
Escuela de Bellas Artes de San Carlos. Su permanencia en esta Es-
cuela se prolongó hasta 1881, participando en varias exposiciones y
concursos. Ese año viajó a Madrid, donde visitó el Museo del Prado y
entró en contacto con la pintura española del siglo XVII, que apenas
conocía. En particular, el impacto que le produce la obra de Velázquez
es tal que al año siguiente regresó de nuevo a la capital para copiar
algunos de sus lienzos. Hay que señalar que la influencia del maestro
sevillano es evidente en muchas de las obras del pintor.
A esta atracción hay que añadir la que Sorolla sintió en su etapa
juvenil por los pintores valencianos de la generación anterior a la suya,
entre los que hay que mencionar sobre todo a Francisco Domingo,
Muñoz Degrain, Ignacio Pinazo y Emilio Sala. Es muy probable que
el más importante de todos ellos, en el sentido indicado, fuera Pina-
zo, catorce años mayor que Sorolla, con quien comparte una forma
diferente de plantear la pintura, basada en la ejecución al aire libre y
un intenso amor por todo lo valenciano. Esta relación entre Pinazo y
Sorolla se pone de manifiesto con una gran claridad en los pequeños
formatos, tan prodigados por el primero de ellos.
A principios del año 1885 Sorolla viaja a Roma, gracias a una
pensión de la Diputación Provincial de Valencia, ganada con su obra
El crit del Palleter. En Roma estudió con Francisco Pradilla y Emilio
Sala. Desde dicha ciudad se traslada a París durante algunos meses,
visitando sus museos y galerías. Fue allí donde Sorolla conoce el mo-
vimiento impresionista. Tras su matrimonio con Clotilde García, hija
222
de un conocido fotógrafo valenciano, Sorolla prorroga su estancia en
Italia (concretamente, en la ciudad de Asís) gracias a otra beca. A su
regreso a España, el pintor se instala definitivamente en Madrid.
223
Joaquín Sorolla
Paseo a orillas del mar
Museo Sorolla. Madrid
224
época. Con el tiempo, y dentro de esta última vertiente, la temática
de su pintura evolucionará hacia lo que podríamos denominar “cos-
tumbrismo marinero”.
Una de sus primeras obras en este género es La vuelta de la
pesca, con la que obtuvo una segunda medalla en el Salón de París
de 1895 y que se encuentra hoy en el Museo de Orsay de esa ciu-
dad. El costumbrismo marinero se mantendrá en la obra del pintor
hasta el final de sus días, con visiones muy variadas, y de él surgirán
sus conocidos temas de playas. Entre las primeras realizaciones de
este tipo, podemos mencionar sus Pescadoras valencianas, un
lienzo que se caracteriza por los tonos fuertes de su paleta. Otras
obras de este mismo género son las diferentes versiones de sus
Nadadores de Jávea, en las que Sorolla alcanza cualidades insos-
pechadas en los amarillos, verdes y cobaltos, en acusado contraste
con los blancos de las crestas de las olas o los colores pálidos de los
vestidos de las muchachas. Algo más tarde, Sorolla pinta su Paseo
a orillas del mar, una obra de enorme calidad y muy apreciada
por los especialistas, en el que el pintor retrata a su mujer y su
hija María con todo el encanto de unos grandes velos que parecen
flotar con el viento y con unos blancos portentosos en los trajes y
la espuma del mar.
En el año 1906, Joaquín Sorolla veranea en Biarritz. En sus es-
cenas de playa pintadas en estas costas atlánticas, la intensidad de
su paleta se reduce considerablemente, algo bastante lógico teniendo
en cuenta que la luz de estas tierras es mucho más suave que la del
Mediterráneo, que puede llegar a ser casi cegadora. En ocasiones, el
pintor busca en sus representaciones algunos efectos sorprendentes,
como sucede en su lienzo Contraluz en Biarritz, en el que la figu-
ra de su hija María destaca sobre la agitada orilla del mar, dejando
a su imagen casi en la penumbra, debido a la fuerte reverberación
de las aguas del mar, que son las verdaderas protagonistas de esta
composición.
Los temas de jardines se inician en la pintura de Sorolla en el
verano de 1907, durante su estancia en La Granja de San Ildefonso.
225
En muchos de estos cuadros aparecen también algunas figuras huma-
nas (generalmente, sus hijas). Sin embargo, será a partir del invier-
no de 1908, en Andalucía, cuando el tema de los jardines adquiere
una mayor importancia en la producción del pintor. En estas obras,
la intensidad de los colores disminuye, al tiempo que los contornos
se desvanecen. Estas cualidades se aprecian con gran claridad en
La alberca del Alcázar de Sevilla, una obra realizada en 1910 y
conservada en el Museo Sorolla de Madrid, o en sus diversos lienzos
sobre los jardines de la Alhambra y el Generalife, en Granada, donde
el pintor manifiesta su admiración hacia las fuentes y estanques de
aquellos bellos entornos.
226
este personaje, a lo que contribuyen también los tonos ocres del
fondo del cuadro.
227
Grupas valencianas, deben ser considerados como la obra cumbre
de Sorolla. Este ímprobo trabajo concluyó finalmente en 1919 y
absorbió la mayor parte de su actividad durante todo el tiempo que
duró su realización.
228
su pueblo natal de un importante personaje nacido en el mismo (tal
vez un ministro o un diputado a Cortes). El personaje acaba de bajar
de un carruaje tirado por caballos y está abrazando a sus ancianos
padres. Los vecinos del pueblo, encabezados por el alcalde, el señor
cura y el maestro, acompañados por una pequeña banda de música,
acuden a recibirlo.
229
imprimieron carácter a la pintura de estas tierras durante las últimas
décadas del siglo XIX continuaron en plena actividad hasta bien en-
trado el siglo siguiente, sin que se produjeran cambios significativos
en su trabajo. En este sentido, habría que recordar que Emilio Sala
falleció en 1910, Ignacio Pinazo en 1916, Francisco Domingo en 1920,
Joaquín Sorolla en 1923, Antonio Muñoz Degrain en 1924, Antonio
Fillol en 1930 y José Benlliure, muy longevo, en 1937.
230
presente no sólo desde el punto de vista técnico, caracterizado fun-
damentalmente por la rapidez de ejecución y la pincelada gruesa y
sin retoques, sino también por los temas representados, en los que
abundan las escenas de playa y al aire libre. Es importante recordar
que Sorolla introdujo una forma de pintar muy personal, que nada
tenía que ver con el impresionismo, pese a sus innovaciones en el
color y al indiscutible protagonismo que alcanza la luz como vehí-
culo de exaltación de sus incomparables escenas marineras, y que
tuvo una fiel y abundante nómina de seguidores entre los pintores
valencianos de esos años.
231
1944), gran amigo de Sorolla y notable pintor de temas costumbristas
(con abundantes barracas, alquerías y huertos), así como paisajes y
bodegones, sin olvidar su maestría en el retrato. Todas sus obras se
caracterizan por la riqueza del colorido.
232
miento del público de las realizaciones de algunos de sus primeros
representantes. Esta actitud, que se mantuvo durante mucho tiempo,
estaba motivada por el carácter experimental y excesivamente inte-
lectual de muchas de estas obras, aunque no debieron ser ajenas a
ella las tremendas críticas que estas nuevas generaciones de pintores
suscitaban en los pintores anclados todavía en el academicismo y
aferrados a una estética que nada tenía que ver con las innovadoras
corrientes artísticas que recorrían Europa en ese tiempo.
233
comprometidos renunciaron a las puras especulaciones estilísticas
para utilizar su trabajo como instrumento de acción política. En este
sentido, su arte se hace mucho más realista, en un esfuerzo por
transmitir mensajes más directos y fáciles de comprender. Como es
natural, con el inicio de la guerra civil, estas tendencias se acentuaron
notablemente, como se puede comprobar en publicaciones y revistas
como Nueva Cultura, Orto, Estudios, Cuadernos de Cultura o Nostra
Novela, o en la impresionante cantidad de carteles que se producen
durante el conflicto, conservados hoy en numerosas colecciones
públicas y privadas. Uno de los artistas valencianos más represen-
tativos de estos tiempos es José Renau Berenguer (1907-1982),
pintor, cartelista, muralista y fotomontador, probablemente uno de
los artistas más significativos de su época. En sus primeros tiempos
se interesó por el Art déco y el surrealismo. En 1936 fue nombrado
director general de Bellas Artes. Participó en el montaje del Pabellón
de España en la Exposición Internacional de París. Sus famosos car-
teles de guerra destacan por su indudable calidad e impacto visual.
El realismo, la funcionalidad y la toma de conciencia política son las
características que orientaron toda su producción artística, en la que
los fotomontajes ocupan un lugar muy destacado. Entre los artis-
tas valencianos comprometidos políticamente habría que recordar
también a Arturo Ballester Marco (1890-1981), pintor, cartelista
e ilustrador, en cuyos trabajos iniciales se aprecia la influencia de
Sorolla, Casas y el modernismo. Casi toda su actividad se desarro-
lló en el campo de la ilustración. Tras la guerra fue completamente
marginado y sus obras ya no tuvieron la gran calidad que las había
distinguido en los años precedentes. Otro nombre a mencionar en
este contexto es Juan Borrás Casanova (1909-1987), amigo de
Renau y de otros jóvenes artistas que trataban de sobrevivir en un
ambiente dominado por los grandes maestros consagrados. Junto con
otros artistas republicanos, este pintor tomó parte en la Exposición
Internacional de París de 1937. Al finalizar la guerra civil tuvo que
exiliarse en Hispanoamérica, aunque regresó a España en los años
sesenta. Para concluir, habría que recordar también a Rafael Pérez
234
Contel (1909-1990) un notable pintor y escultor. Después de una
etapa de formación en la Escuela de San Carlos de Valencia, marchó
a Madrid, donde contactó con los artistas de vanguardia de la capi-
tal. En coherencia con sus ideas, tuvo un papel muy destacado en
las tareas de difusión cultural y propaganda durante la guerra civil.
Después de la contienda fue encarcelado, aunque años más tarde
pudo reanudar su trabajo como profesor de instituto y artista inquie-
to. Tras décadas de silencio y olvido casi absolutos, muchos de los
autores a los que estamos refiriéndonos aquí han sido reconocidos
en estos últimos años.
235
En este contexto, es necesario dedicar una especial atención
a la figura de José Mongrell Torrent, nacido en Valencia en 1870 y
fallecido en Barcelona en 1937, que cursó estudios en la Escuela
de San Carlos de Valencia, donde fue discípulo de Ignacio Pinazo y
Joaquín Sorolla. Cuando concluyó esta etapa de formación, trabajó
durante algún tiempo en la conocida litografía Ortega, de la ciudad
de Valencia, famosa por sus producciones de carteles relacionados
con el mundo taurino y otros actos festivos o culturales. Poco tiempo
después, Mongrell comenzó a recibir algunos encargos importantes,
entre los que habría que destacar la realización de los bocetos para
los Mosaicos del Mercado de Colón de Valencia, que ahora po-
demos contemplar en todo su esplendor en la fachada que recae a
la calle de Jorge Juan, en los que el pintor plasma algunos tópicos
de los labradores y rincones de la espléndida huerta valenciana. Algo
similar se podría decir de los Mosaicos de la Estación del Norte
de Valencia, en los que Mongrell incide de nuevo en la temática del
regionalismo valenciano, interpretada con grandes dosis de luz y de
cromatismo. Hay que recordar que estos edificios ocupan un lugar
especialmente destacado entre las abundantes realizaciones de la
arquitectura modernista valenciana.
236
el pintor que más se parece a Sorolla. Sus obras se distinguen por
la fuerza de su pincelada y por sus colores brillantes, siendo muy
apreciadas sus escenas de playa y sus paisajes marineros, en los que
los recuerdos del maestro son más que evidentes. Entre sus muchas
obras de este género, mencionaremos su Bañista en la barca y
Entre las redes.
237
4.14. MANUEL BENEDITO
238
en 1963. Su producción ha merecido el reconocimiento internacional,
consiguiendo una larga serie de medallas y honores de todo tipo.
239
Tras su regreso a España, Benedito pasa algún tiempo en An-
dalucía, en donde realiza numerosos lienzos con paisajes, retratos y
escenas de caza, a la que el pintor era muy aficionado. Probablemente
la obra más conocida de esta época sea La vuelta de la monte-
ría (1913), pintada en el cortijo cordobés de un amigo. En primer
término aparece la figura del montero mayor, retratado con toda la
impedimenta propia de un cazador, reproducida con detalle. El pintor
se recrea también en la representación de los perros de diferente
pelaje y en una cuidadosa descripción del suelo y la vegetación. Al
fondo se muestra un paisaje de gran profundidad y un celaje en el
que las nubes alternan con el azul.
240
Antonio Fillol
La gloria del pueblo
Museo de Bellas Artes de Valencia
241
más tarde, realiza la obra titulada Requiebro. No hay duda de que
estamos ante un tema costumbrista, aunque se aleja bastante del
realismo decimonónico valenciano, en el que habría que destacar la
utilización de una técnica de factura rápida con una notable sutileza
del colorido. La valenciana representada en este lienzo lleva una
bandeja con frutas, un elemento que enfatiza la sensualidad de la
escena.
242
4.15. GENARO LAHUERTA
243
José Mongrell
Las aguadoras
Museo de Bellas Artes de Asturias. Oviedo
244
Manuel Benedito
La vuelta de la montería
Fundación del Banco de Santander. Madrid
245
aquellas tierras un intenso trabajo, pintando un centenar de lienzos,
seducido por el atractivo de sus gentes y la fuerza plástica de sus
espacios abiertos. De este trabajo, nos limitaremos a mencionar
aquí su obra Mujeres saharauis, pintada en 1953. Un rasgo gene-
ralizado de esta serie de trabajos es su vivacidad cromática, a base
de bermellones, verdes, violetas, ocres o azules, una característica
que el pintor conservará durante el resto de su larga vida, y que se
manifiesta sobre todo en sus paisajes, género al que se dedicó de
forma preferente a partir de los años sesenta. Sus paisajes son de
una extraordinaria calidad, recordando en ocasiones su pasión por
la obra de Cézanne y Matisse, sin excluir algunos ecos del fauvismo
y del cubismo.
246
fomentaron las retóricas imperiales propias de los principios políticos
del momento. Durante los años cuarenta, cualquier inclinación a la
modernidad estaba mal vista y podía incluso ser peligrosa.
Sin embargo, aunque con enorme lentitud, las cosas iban cam-
biando. La década de los cincuenta tuvo una gran importancia en el
complicado proceso de normalización del arte valenciano, en un intento
de acercarlo a las corrientes vigentes en el resto de Europa. Con todas
sus limitaciones, este difícil proceso tuvo un carácter revulsivo frente
a la resignada o acomodaticia situación en que se encontraban la in-
mensa mayoría de los artistas y estuvo protagonizado por un reducido
grupo de artistas jóvenes que se interesaron por lo que sucedía en el
mundo del arte más allá de nuestras fronteras. Con grandes dificultades
y la natural lentitud, estos artistas fueron asimilando algunas de las
novedades que caracterizaban a la pintura europea más avanzada de
estos tiempos, desde la esquematización a la abstracción.
247
celebración en Madrid de la Primera Bienal Hispanoamericana de
Arte (1951) constituyeron dos hitos importantes en ese proceso. En
el ámbito de la ciudad de Valencia, habría que recordar que en 1957,
impulsado por el crítico de arte Vicente Aguilera Cerni, tuvo lugar la
constitución del “Grupo Parpalló”, preocupado por la integración de las
artes y por la relación entre arte y sociedad. Entre los integrantes o
simpatizantes de este grupo encontramos nombres tan sobresalientes
como el ya mencionado Manolo Gil, su esposa Jacinta Gil Roncales
(1917), cuya trayectoria artística ha transcurrido tanto por las vías de
la abstracción, en la estela del americano Pollock, como por la pintura
figurativa, aunque decantada con frecuencia hacia el esquematismo
con una buena dosis de experimentación, José Soler Vidal (1932),
más conocido como Monjalés, que a partir de los sesenta evolucionó
hacia una pintura de contenido social, cargada de denuncia, y cuya
militancia política le obligó a huir de España y exiliarse en Colombia,
país en el que ha vivido y trabajado durante buena parte de su vida,
Joaquín Michavila Asensi (1926), un pintor difícil de encasillar, dado
que a lo largo de su vida ha cultivado tanto la pintura figurativa como
la no figurativa, con cualidades que se pueden observar perfectamente
en obras tales como el Retrato de mi padre (años cincuenta) y en la
serie titulada Paleta (años noventa), respectivamente, Juan Genovés
Candel (1930), un artista muy comprometido políticamente en cuyos
obras de los años sesenta y setenta aparecen figuras en relieve o imá-
genes procedentes de los medios de comunicación de masas, y que
últimamente se ha interesado con relativa frecuencia por los entornos
urbanos solitarios, Eusebio Sempere Juan (1922), que, en los años
cuarenta, y tras una estancia en París, se incorporó decididamente
a las vanguardias, con obras de un gran refinamiento visual que hoy
en día se cuentan entre los mejores ejemplos del denominado arte
óptico y cinético, y que han situado a este alicantino en un lugar muy
destacado del arte moderno universal, o Luis Prades Perona (1929)
cuya trayectoria artística ha evolucionado notablemente con el tiempo,
desde los planteamientos con influencias del postimpresionismo hasta
una estética dominada por una geometría totalmente rigurosa, que
248
Genaro Lahuerta
El milagro del Cristo del Grao
Colección particular
249
le ha servido de base para desarrollar una obra cargada de simbo-
lismo, en la que se advierten algunos elementos relacionados con el
expresionismo y el fauvismo.
250
directa hay que destacar especialmente el llamado Equipo Crónica,
constituido en el año 1964 y formado originalmente por Rafael Solbes
(1940), Manuel Valdés (1942) y Juan Antonio Toledo (1940), que
muy pronto se redujo a los dos primeros y que desapareció en 1979,
tras la muerte de Solbes, una pérdida que dejó un enorme vacío en
el panorama artístico valenciano de esos años. El trabajo depurado
y lleno de sugerencias plásticas y significativas del Equipo Crónica
hizo que este grupo se convirtiera en uno de los puntales más sólidos
del Pop Art en nuestro país. La actividad actual de Manuel Valdés,
desarrollada básicamente en Estados Unidos, se ha decantado hacia
un cierto surrealismo poético, que nada tiene que ver con la caus-
ticidad que caracterizó la producción artística del Equipo Crónica en
aquellos tiempos.
251
Equipo Crónica
Guernica 1971
Instituto Valenciano de Arte Moderno. Valencia
252
En esta rápida revisión es ineludible mencionar igualmente otros
artistas valencianos de indiscutible calidad. Un lugar destacado en-
tre ellos corresponde sin duda a Manuel Boix Alvárez (1942), un
excelente dibujante y grabador, que se ha convertido en uno de los
más activos impulsores del nuevo realismo en la pintura valenciana,
una tendencia que se fue abriendo paso con fuerza en la década de
los setenta, y que en el caso de este pintor ha dado lugar con el paso
del tiempo a una imaginería muy conectada a la realidad cotidiana,
con algunas afortunadas incursiones iconográficas en nuestro pasado.
Otro pintor de indudable interés es Arturo Heras Sanz (1945), cuya
primera etapa artística se caracteriza por su interés hacia el lenguaje
pop. En los años setenta realizó una conocida serie de serigrafías
con textos de Joan Fuster, así como varias obras hiperrealistas, en
las que se pueden advertir las influencias de diferentes tendencias,
desde el expresionismo hasta el Pop Art. Otro artista sobresaliente,
muy vinculado a Boix y Heras en los inicios de su carrera, es Rafael
Armengol Machí (1940), que a mediados de los años sesenta se
adscribió decididamente a la corriente hiperrealista, aunque ello no
le impidió seguir interesándose por las diferentes manifestaciones
del informalismo, entre las que hay que destacar los planteamientos
ópticos y geométricos. En la abundante producción de este pintor se
puede comprobar con gran claridad la constante experimentación que
ha caracterizado su trayectoria durante todos estos años.
Aunque todo lo que hemos expuesto en este último apartado
ha estado condicionado por la brevedad, resulta más que evidente
la enorme importancia, diversidad y pujanza de la pintura valenciana
durante las últimas décadas de su dilatada historia. Con todas sus
afinidades y diferencias, con sus coincidencias y contradicciones, los
artistas que configuran este panorama (los mencionados aquí y los
que no lo han sido) no sólo son los herederos y depositarios de una
tradición pictórica de enorme brillantez, sino también la mejor de las
referencias para las nuevas generaciones de artistas valencianos.
253
REFERENCIAS
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y emigrados.- Consell Valencià de Cultura. Generalidad Valenciana
(1992).
Vicente Aguilera y José Garnería.- Seis maestros de nuestra
pintura.- Vicent García Editores, Valencia (1981).
Vicente Aguilera y otros.- Historia del arte valenciano.- Consorcio
de Editores Valencianos, Valencia (1987).
Vicente Aguilera.- Textos, pretextos y notas.- Ayuntamiento de
Valencia (1987).
Vicente Aguilera y otros.- Arte valenciano. Años 30.- Consell
Valencia de Cultura. Generalidad Valenciana (1998).
José Luis Alcaide y Javier Pérez Rojas.- Ignacio Pinazo. Paisaje
marítimo.- Catálogo de la exposición. Instituto Valenciano de Arte
Moderno (2006).
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