Cabala 555

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Cabala

La Cábala es la perenne enseñanza de los atributos de lo Divino, la naturaleza del


universo y el
destino del hombre. Transmitida por revelación, ha llegado hasta nosotros
mediante una discreta
tradición que ha variado periódicamente su dimensión mitológica y metafísica,
según las
necesidades de los distintos lugares y épocas. Esta larga historia ha dotado a la
cábala de una
notable riqueza y de una gran variedad de imágenes. Una realidad que puede
parecer extraña al
inexperto, oscura e incluso, a veces, contradictoria.
La cábala era una tradición oral entre los judíos, una tradición de enseñanzas
ocultas que se
transmitía entre los estudiosos de la filosofía transcendental de boca del maestro a
oído del
discípulo que como inevitablemente sucede tuvo filtraciones por muy diferentes
causas.
Los documentos tales como Sepher Ha Yetzirah (Libro de la Creación) estaban
escritos en un
lenguaje simbólico, con alegorías, criptogramas y alusiones hiperbólicas a
conceptos filosóficos
abstractos ajenos a las creencias de la tradición religiosa ordinaria del momento.
La Cábala no aparece en la literatura hebrea antes del siglo XI. La CABALA trata
de un saber
amplio y profundo sobre los orígenes cósmicos, la estructura del universo, la
naturaleza y destino
del hombre.
Según Paracelso, la CABALA es un SISTEMA de relaciones íntersimbólicas
místicas que, para
el hombre, tienen la función de abrir el acceso a las capacidades escondidas de la
psique. Como
"sistema", cumple todas las propiedades de la Teoría General de Sistemas
(Ludwig Von
Bertalanffy).
La CABALA es medio para el conocimiento del Self. En definitiva, es un sistema
de Teosofía
Práctica.
Aunque sea primariamente un sistema judaico, actúa como una clave para el
estudio de la
religión comparada. Esto es debido a que la estructura profunda de la sicología
humana es la
misma cualquiera que sea la raza o credo, y siendo Deus el Todo y Sagrado Uno,
los
acercamientos a la Fuente Primigenia se determinan en torno a los mismos
procesos de
individuación personal y transpersonal.
La cábala es un sistema que al estudiar intenta comprender al ser humano no sólo
ha abarcado
siglos de profundos y largos estudios de grandes eruditos, sino que, es capaz de
entusiasmar
tanto a quién a ella se acerca que, queriendo o sin querer, acaba dedicándole su
vida. “En la
búsqueda de la Sabiduría la primera etapa es el silencio, la segunda la escucha, la
tercera la
memoria, la cuarta la práctica y la quinta la enseñanza.”
Rabino Salomón Ibn. Gabirol. España. S. XII.
La transición de la cábala judaica a la cristiana no fue difícil, ambas religiones
comparten las
mismas raíces. La distinción reside en el papel del Mesías. Una de sus
formulaciones proviene de
los Rosacruces, una fraternidad mística cristiana que surgió en el siglo XVII. En
este sentido
también el origen de la francmasonería, por su visión de Dios; del universo y del
hombre muestra
claras afinidades con la de los cabalistas. Los masones utilizan el simbolísmo del
templo de
Salomón y cuando construyeron las catedrales medievales europeas hicieron en
ellas diagramas
de piedra basados esencialmente en principios cabalísticos, (el frontispicio de
Masinic
Miscellanies de Stephen Jones, Londres, 1797) por ejemplo.
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La historia oculta de la cábala se remonta a Babilonia. Uno de sus afloramientos
se manifiesta en
la Europa medieval en el diseño de las cartas del Tarot, de las que provienen los
naipes
modernos. La baraja del Tarot está compuesta por cuarto palos cada palo esta
formado por diez
cartas más un paje, una reina, el caballero y el rey.
Cada uno de estos palos es la representación de un mundo, así llamado por su
asignación en el
Árbol de la Vida y diferentes niveles a los que se le asignan distintos simbolismos
desde las
letras del alfabeto judío a los signos astrológicos, mitológicos, cabalísticos y
cristianos que se le
han ido sumando con el pasar del tiempo. A éstas cartas se le añaden los 22
arcanos Mayores que
se relacionan con los senderos del Árbol de la Vida los diferentes estadios en la
evolución del
hombre y del universo desde el más espiritual hasta el más terrenal.
Evidentemente, ésta es una
forma sucinta y resumida de tratar éstas cartas que acumulan en su ser la
sabiduría oculta de
milenios.
Tarot y Cábala
Como el Tarot, el conjunto de textos y sistemas derivados de ellos que se conoce
bajo el nombre
de Cábala (del hebreo Qabbalah; literalmente, tradición), admite dos posturas
investigadoras: la
racionalista, que no considera más que su trayectoria históricamente
Comprobable y la mítica, que le atribuye una antigüedad y una extensión
inverosímiles.
Entre ambas, también a semejanza de lo que ocurre con el Tarot, es seguro que
se encuentra la
posición más cercana a la verdad y, sin duda, la de mayor riqueza especulativa.
Hay que admitir
que Tarot y Cábala adquieren la estructura formal con la que han llegado hasta
nosotros durante
la Edad Media, pero es cierto también que sus contenidos no se producen
espontáneamente en
esos años, y, sus símiles y fuentes, como modelos mentales, como propuestas
imaginativas
pueden rastrearse cómodamente en la antigüedad, desde la astrología caldea,
hasta esa feria
suntuosa que fue el apogeo cultural de Alejandría.
Como brote coherente, y desde entonces interrumpido, el movimiento cabalístico
parece haber
surgido entre los siglos Xll y Xlll, en las comunidades hebreas de la Provenza
(Bahir) y de
Gerona, alcanzando su culminación en la obra del rabí español Moisés de
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León (muerto en 1305), quien cerca del 1280 publica el célebre Zohar (Libro del
Esplendor),
atribuyendo la mayor parte de su redacción al esotérico Simón Bar Iojai, un
improbable rabí
palestino del siglo II. Un investigador tan serio como Jacob Bernard
Agus (La evolución del pensamiento judío) niega esta última aseveración, así
como las
pretensiones trascendentes de todo el cabalismo, explicándolo más bien como un
brote
irracionalista que reacciona ante el pensamiento de Maimónides y su consecuente
asimilación del genio helénico al judaísmo tradicional.
Para Luc Benoist, en cambio, la Cábala no puede ser entendida como un
fenómeno simplemente
histórico, sino como el cuerpo de la continuidad esotérica del judaísmo. En este
caso, habría que
remontarla a la figura de Moisés, y no sería otra cosa que la
revelación que el profeta «recibió al par que la ley escrita, y que explica el sentido
profundo de la
Torá». Por una interpretación parecida -en cuanto a la antigüedad no sólo de la
Cábala sino de
sus libros canónicos- se pronuncia también Matila C. Ghyka.
En uno u otro caso, es evidente que los cabalistas han manejado un material lo
bastante
estimulante como para producir «una vasta literatura, que cuenta con más de tres
mil volúmenes»
(Agus). Los ocultistas decimonónicos no podían desaprovechar la
oportunidad de hacerse con un sistema tan intrincado e interminable, y han
colaborado
notablemente a la confusión con una biblioteca exegética casi tan voluminosa
como la original.
Habitualmente parten de la Qabbalah Denudata, de Knorr de Rosenroth
(Sulzbach, 1645), y entre sus obras más extensas y sistemáticas se destacan The
Kabbalah
Unveiled, de MacGregor Mathers, y The Holy Kabbalah, de White, «la obra más
valiosa que se
ha escrito sobre el tema», en opinión de Dion Fortune. Más cauto,
Juan-Eduardo Cirlot adopta un criterio objetivo al recomendar «las obras más
importantes de
investigación histórica», entre las que destaca las de Gershon G. Sholem, profesor
de la
Universidad de Jerusalén, y las síntesis de Grad.
La especulación práctica de los cabalistas toma como elementos las relaciones
entre las 22 letras
del alfabeto hebreo (22 son también los Arcanos Mayores del Tarot, semejanza
que -se pretendeno
es casual), y los números (sephiroth) del uno al diez. Con
la combinación de estos paralelismos se obtiene Otz Chaim (el Árbol de la Vida,
que la artesanía
popular reproduce tan frecuentemente en la evocación de la leyenda de Adán y
Eva) que, según
Fortune, es un verdadero «jeroglífico, un símbolo compuesto que tiene por objeto
representar al
Cosmos en su integridad y, a la vez, el alma del ser humano en relación con
aquél».
Los partidarios del origen hebreo del Tarot, han encontrado sus más fértiles
argumentaciones en
las evidentes similitudes que lo ligan a la Cábala, aunque es más fácil suponer que
tanto una
como otro heredan del pitagorismo su simbología matemática.
Partiendo de este paralelo descubre Oswald Wirth la disposición de los arcanos en
siete ternarios
y tres septenarios, que puede considerarse como un segundo paso en el
entrenamiento para
descubrir las relaciones internas entre las láminas. Para esto es
preciso suprimir de la baraja a El Loco, naipe por otra parte sin numeración.
«Todo se desarrolla por tres que no son más que uno -dice Wirth-. En todo acto,
uno en sí mismo,
se distinguen en efecto:
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1) E1 principio activo, causa o sujeto de la acción.
2) La acción de ese sujeto, su verbo.
3) El objeto de esa acción, su efecto o resultado.
Estos tres términos son inseparables y se necesitan recíprocamente. Se trata de la
tri-unidad que
encontramos en todas las cosas. La idea de creación implica: primero, creador;
segundo, acción
de crear; tercero, criatura. En cuanto uno de estos términos
es suprimido, los otros dos se desvanecen. De una manera general, en los
términos del ternario el
primero es activo por excelencia, el segundo es intermediario, el tercero es
estrictamente pasivo.
Corresponden respectivamente al espíritu, el alma y él cuerpo. La misma
correspondencia se
encuentra en el Tarot, donde los Arcanos pueden agruparse como sigue:
La comparación de este esquema nos demuestra que los arcanos 1, 4 y 7 son
particularmente
activos o espirituales, mientras que los 8, 11 y 14 son intermediarios o anímicos, y
los 15, 18 y
21 pasivos o corporales, ya que este carácter se afirma a
la vez en la disposición por ternarios y en la disposición por septenarios».
Otros paralelismos
Lo normativo de toda simbología (aún descendida a su grado menos vital, que es
el alegórico) es
su carácter sugerente, imposible de ser alcanzado o contenido por el discurso
verbal. El Tarot no
escapa a esta regla, y buena parte de las críticas que han recibido sus
comentaristas se basan (hay
que reconocer que con justicia) en su incapacidad para sustraerse a la fascinación
de este juego
interminable. Así, Wirth se esfuerza en relacionar la simbólica zodiacal con el
Tarot, aún cuando
el número de planetas, el de los doce signos o su suma, no casan sino difícilmente
con las
veintidós láminas de Marsella. Esto le lleva a componer cuadros más o menos
malabares, en los
que tan pronto es un planeta, un signo o hasta una constelación, los que darían
una concordancia
aproximada con el Arcano de turno. Otro tanto puede decirse de las correlaciones
alquímicas, en
las que es necesario un alto grado de buena voluntad para seguir sus
razonamientos.
Es indudable, sin embargo, que pueden extraerse de esas reflexiones (como
ocurre también con
textos de Lévi, Marteau y Ouspensky) numerosos paralelismos y coincidencias.
Ellas no
5
permiten

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