López Quintás - Biografía Guardini
López Quintás - Biografía Guardini
López Quintás - Biografía Guardini
de López Quintás
«El hombre sabe quién es en la medida en que se comprende a partir de Dios. Para ello debe
saber quién es Dios, y esto sólo lo sabe si acepta lo que Dios reveló acerca de Sí. Si se enfrenta
a Dios, si lo concibe de forma errónea, pierde todo conocimiento acerca de su propio ser.
Esta es la ley fundamental de todo conocimiento del hombre».
En las décadas de 1950 y 1960, Guardini llenaba todo München, y era considerado como un
referente en Alemania y Austria. Su magisterio empezaba a extenderse por otros países, que
se apresuraban a traducir sus obras más significativas.
Tras el Concilio Vaticano II (1962-1965), otros autores pasaron a primer plano y la estrella
de Guardini pareció apagarse. Pero desde hace unos años, vuelve a cobrar vigencia en muchas
naciones, pues se trata de un autor “clásico”, que supera las barreras del tiempo y del espacio
y nos entusiasma en todo momento con lo bueno, lo noble, lo bello y lo justo, valores
eminentes que buscó durante toda su vida con tenacidad inaccesible al desaliento.
Esta búsqueda nos impresiona hoy tanto más cuanto que −según revelan sus escritos
póstumos− Guardini vivió sometido a constantes pruebas: primero, la inseguridad en el
trabajo y la falta de un hogar propiamente dicho; luego, el cerco asfixiante impuesto por los
nacionalsocialistas, que lo privaron de su cátedra berlinesa y del castillo de Rothenfels
−centro de encuentro del Movimiento de Juventud−; en todo tiempo, penosas enfermedades,
y al final graves carencias: pérdida gradual del oído y la memoria. Si a esto se añade el
carácter convulso de la sociedad que rodeó a Guardini en sus años de mayor actividad (1939-
1950), nos asombraremos al ver su firme trayectoria como catedrático de universidad, guía
de la juventud y publicista religioso.
Desde muy joven, Guardini se caracterizó por su capacidad de captar los problemas del
momento y buscar soluciones radicales a los mismos. Tras la hecatombe de la Primera Guerra
Mundial, advirtió lúcidamente que en ella había hecho quiebra el “mito del eterno progreso”,
la falsa ilusión abrigada durante la Edad Moderna de que el aumento indefinido del
conocimiento científico, del poder técnico y del dominio de lo real se traduce
automáticamente en una dosis correlativa de felicidad. Ese ideal fue inspirado por una actitud
egoísta de posesión y dominio y debía ser sustituido por un ideal generoso de servicio y
colaboración. Las primeras obras de Guardini están inspiradas por la urgencia de realizar este
cambio y configurar la imagen de un hombre nuevo, una época nueva, un estilo nuevo de
pensar, sentir y querer. Ello exige renovar la idea misma de hombre, como ser personal. Esa
renovación sólo podremos hacerla si nos decidimos a ver al hombre desde Dios.
Concepción relacional del hombre
En la fecunda década de los veinte, de la que arrancan buena parte de las corrientes filosóficas
del siglo pasado y del presente, se adoptaron dos métodos para entender el sentido del ser
humano: el método “de abajo arriba” y el método “de arriba abajo”. Guardini se adhirió
decididamente a este último, por la convicción de que los seres de cada nivel de realidad
logran su pleno sentido al ascender a un nivel superior. En el caso del hombre, el nivel
superior es el del Ser Absoluto. Lo expuso Guardini de forma programática en una
conferencia pronunciada en el 75º Katholikentag (Día de los católicos), celebrado en Berlín
en 1952:
«El hombre sabe quién es en la medida en que se comprende a partir de Dios. Para ello debe
saber quién es Dios, y esto sólo lo sabe si acepta lo que Dios reveló acerca de Sí. Si se
enfrenta a Dios, si lo concibe de forma errónea, pierde todo conocimiento acerca de su
propio ser. Esta es la ley fundamental de todo conocimiento del hombre»[1].
El pensamiento de Guardini sobre el hombre viene determinado por una idea que le era
particularmente querida. Dios creó las realidades infrapersonales mandándoles existir. «¡Que
exista la luz! Y la luz existió». Al hombre lo creó llamándole por su nombre a la existencia.
Al llamarlo, lo convirtió en su tú, y lo capacitó para establecer con Él una relación personal.
Esta relación yo-Tú constituye el origen, la razón de ser y el sentido de la vida humana. A
mostrarlo dedicó Guardini una de sus obras más relevantes: Mundo y persona[2].
Este modo relacional de ver al hombre desde Dios inspira toda la actividad de Guardini como
conferenciante y como escritor. Una y otra vez, en sus Diarios, confiesa el asombro que le
produjo el hecho de que el Dios infinito se haya dignado crear al hombre y se haya incluso
anonadado para salvarle. En un momento de desazón interior provocada por este enigma, un
amigo le sugirió que “son cosas del amor”. Según propio testimonio, esta sugerencia fue una
clave de orientación que le abrió horizontes insospechados para penetrar en el secreto del
hombre y de la vida religiosa. El amor salva distancias, rompe barreras, interioriza el deber
y lo armoniza con la libertad creativa, funda un estilo de pensar y actuar que supera
infinitamente la lógica de las miras humanas.
Esta forma de enfocar el problema del hombre liberó a Guardini de la nostalgia que, en la
postguerra de 1918, sintieron numerosas personas hacia el mundo infrapersonal,
infracreador, infrarresponsable. Frente a ese arriesgado reduccionismo, Guardini defendió
siempre con ejemplar decisión que su verdad más profunda la consigue el hombre por vía de
elevación, no de descenso. De ahí su alta estima del lema pascaliano: «El hombre supera
infinitamente al hombre”. Intuición afín a la de un espíritu congenial, Gabriel Marcel: “Lo
más profundo que hay en mí no procede de mí».
Para que tales intentos fueran eficaces necesitaba un método adecuado a los diferentes
aspectos de la vida. De ahí su empeño tenaz en perfilar un estilo de investigar y de expresarse
ajustado a los textos bíblicos, a la acción litúrgica, la vida ética, las devociones religiosas, los
escritos de grandes autores de carácter existencial −es decir, centrados en torno al enigma del
hombre−... Ese método debería devolver su sentido originario a las palabras, los gestos, las
acciones...
«¡Curiosa coincidencia! −escribió en 1922−. Hace mucho tiempo, el Papa Pío IX decía:
“¡Devolved a las palabras su sentido!” Cómo nos impresiona hoy esta exclamación del
Pontífice... Sí, devolver su sentido a las palabras, a los gestos, a todas las acciones de la
vida... es algo que debe hacer la juventud»[7].
Esa vuelta al sentido originario, propia del Movimiento Fenomenológico impulsado desde
1900 por E. Husserl con sus Investigaciones Lógicas (1900), supone una nueva visión de las
realidades y los acontecimientos, y entraña, consiguientemente, una verdadera
transformación espiritual. Numerosos discípulos −entre ellos, Josef Pieper, el filósofo de
Münster− dan fe del entusiasmo que los embargaba cuando el joven maestro Guardini les
ayudaba a descubrir el sentido simbólico del incienso, el cirio, la luz, el altar, el ámbito sacro
del templo, el tañido de las campanas..., y el valor expresivo de franquear una puerta,
inclinarse, guardar silencio y hablar, ponerse en pie, subir las gradas del altar...
«Mil veces has subido las gradas −escribe Guardini−. Pero ¿has reparado en lo que ello te
sugirió? Pues algo sucede en nosotros cuando ascendemos, aunque es muy fino y discreto y
fácilmente pasa inadvertido. (...) Cuando subimos las gradas, no sólo sube nuestro pie sino
todo nuestro ser. También subimos espiritualmente. Y, si lo hacemos reflexivamente,
presentimos que ascendemos a esa altura donde todo es grande y perfecto: el Cielo, donde
Dios tiene su morada»[8].
Adviértase cómo Guardini ve vibrar en los gestos corpóreos la persona entera. No escinde
nunca los distintos modos de realidad; capta su interna articulación y la riqueza que ella
implica en la experiencia estética, ética y religiosa. Recordemos con qué energía subraya que
“se oye y se ve lo religioso” en un acto litúrgico; se oye la ternura de un Andante de Mozart,
se siente la fuerza de la trascendencia cuando alguien proclama con veracidad la palabra
divina...
«El alma asumida por la gracia no es algo anterior a la Iglesia, como lo son los individuos
particulares, que están ahí y luego se unen en una asociación. El que crea que lo es no ha
entendido nada de lo que es la personalidad cristiana. (...) Cuando digo “Iglesia”, digo
también “personalidad”, y, cuando hablo del mundo interior cristiano, ahí está
inmediatamente la comunidad cristiana con cuanto implica»[9].
Este afán de integrar los contrastes que tejen la estructura de los seres vivos -de modo
singular, el hombre- responde al anhelo profundo de Guardini de descubrir la grandeza del
ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Es la orientación opuesta a la del
reduccionismo, tendencia marcadamente empobrecedora de la vida humana. Guardini
procura siempre enriquecer su concepción de la vida y elevar la calidad del modo de vivirla.
Lo segundo depende en buena medida de lo primero, como bien resaltó en su tiempo el
filósofo Friedrich von Schelling:
«... El hombre se hace más grande a medida que se conoce a sí mismo y descubre la fuerza
que tiene. Avivad en él la conciencia de lo que es, y aprenderá pronto a ser lo que debe ser;
haced que se respete a sí mismo en el nivel teórico, y el respeto práctico no se hará
esperar»[10].
Con el recuerdo de las impresionantes conferencias que pronunció en la iglesia de San Pedro
Canisio en el Berlín de 1940, sobrecogido por el terror de los bombardeos, nos confiesa
Guardini la idea profundamente realista que tenía de la verdad.
«Entre 1920 y 1943 desarrollé una intensa actividad como predicador y he de decir que
pocas cosas recuerdo con tanto cariño como ésta. Lo que desde un principio pretendía,
primero por instinto y luego cada vez más conscientemente, era hacer resplandecer la
verdad. La verdad es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto
inmediato, sino que se tiene paciencia y se da tiempo al tiempo; mejor aún: cuando no se
piensa en los efectos, sino que se quiere mostrar la verdad por sí misma, por amor a su
grandeza sagrada y divina». «Aquí experimenté con intensidad lo que dije antes sobre la
fuerza de la verdad. Pocas veces he sido tan consciente como en aquellas tardes de la
grandeza, originalidad y vitalidad del mensaje cristiano-católico. Algunas veces parecía
como si la verdad estuviese delante de nosotros como un ser concreto»[13].
Ahora comprendemos la razón profunda por la que Guardini afirma que el amor a la verdad
nos da salud y la aversión a la misma nos enferma.
La verdad primaria del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. De ahí
su inquietud interior por volver a Dios, como su origen y su meta. Toda la vida y la actividad
de Guardini se inspiraron en la invocación de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti y
nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti»[15]. Este venir de Dios y volver a Él,
como al verdadero Ideal, genera el dinamismo singular del ser humano, que no es mera
agitación, sino un sereno orientarse hacia las raíces que lo nutren. Se trata de un dinamismo
creador.
II. La veta mística en la vida y la actividad de Guardini
Esta voluntad tenaz de ascenso hacia lo alto, de retorno al origen y amor inquebrantable a la
verdad la debió Guardini a su profunda estima de la vida mística. Desde niño, Guardini sintió
una marcada tensión a la melancolía, sentimiento bifronte que alía la inclinación al desánimo
y el tirón hacia lo alto. El trato con los esposos Wilhelm y Josefine Schleussner, personas
muy cultivadas y de hondo espíritu religioso, le ayudó a convertir la melancolía en una fuente
de crecimiento espiritual. A través de ellos conoció el Diario espiritual de una mística
francesa, de seudónimo Lucie Christine. Su elevación espiritual le impresionó de tal manera
que realizó una primorosa versión al alemán[16]. Este libro le animó en momentos difíciles
y le sugirió lo que debe ser el “hombre nuevo” y el “nuevo estilo de pensar” de que tanto se
hablaba en sus años juveniles.
«Yo amo la mística; sé que en ella se esconden tesoros de extraordinaria nobleza, y no sólo
para unos pocos escogidos sino para círculos muy amplios. (...) Tengo un respeto sagrado
hacia estos educadores del alma»[17].
Esta actitud es uno de los principios inspiradores de la vida y la obra de Guardini. Lo veremos
sucintamente a continuación.
Guardini tendía al silencio por una especie de gravitación espiritual. «El recto callar
−escribe− es el contrapolo viviente del recto hablar. Pertenece a ello como el inspirar al
expirar»[18]. El lenguaje auténtico −el que crea vínculos personales, porque está inspirado
en el amor− no se opone al silencio auténtico, que es su campo de resonancia. Se opone al
silencio de mudez, a la falta de palabras de quien se niega a crear relaciones de encuentro con
los demás.
Al oír las conferencias y homilías de Guardini, se tenía la impresión de que sus palabras
procedían siempre del silencio, de la meditación asidua y recogida.
«Se nota en el que habla −nos advierte− si viene del silencio o no. Lo que proviene del
silencio tiene plenitud y riqueza (...). Hablar sin silencio se convierte en cháchara. Sólo en
el silencio brota la vida, se adensa la energía, se clarifica la interioridad, y los pensamientos
e imágenes logran una forma precisa. Cuando se habla desde el silencio, lo que pensamos
interiormente adquiere su forma auténtica»[19].
En la misma línea de profundidad afirma que la soledad "es una plenitud en sí misma" cuando
no sólo estamos aislados sino "recogidos interiormente en nosotros mismos"[20]. La soledad
y el silencio promueven nuestro desarrollo personal cuando suscitan recogimiento y nos
permiten captar en bloque las diversas vertientes de las realidades complejas y ricas. Por eso
nos recomendaba Guardini a los discípulos que acudiéramos pronto a la sala de conciertos, a
fin de recogernos y disponer el ánimo para vibrar en cada momento de la audición con el
conjunto de las obras interpretadas. Vivir en soledad significa estar a la escucha de las
invitaciones que nos hacen los valores a asumirlos y realizarlos. Cuando nos abrimos a lo
valioso, no nos perdemos; logramos nuestra máxima identidad personal.
«Mientras el hombre se limita a ir desalado del ayer al mañana, está en poder del tiempo.
Pero, si sabe reposar, el presente aflora en su alma, y entonces entra en contacto con la
eternidad. Saber reposar significa estar abierto hacia el horizonte de la eternidad. Significa
haber superado el ansia y la prisa. Entonces se hace uno capaz de ver lo que permanece, lo
esencial. (...) Sólo él sabe lo que es la alegría. Sólo él sabe lo que es la paz. Sólo el corazón
sereno siente de modo profundo y grande. Sólo el corazón sereno tiene duración»[21].
En los momentos de mayor éxito, cuando públicos numerosos y cualificados seguían atentos
el hilo de su discurso, o un centro universitario reconocía sus méritos nombrándole doctor
honoris causa, Guardini subrayaba en su Diario que todo eso es muy bello pero pasa
inexorablemente. En esta observación se advierten las dos vertientes de la melancolía: la
conciencia amarga de que todo lo humano perece, y la nostalgia por una vida de tan alta
calidad que perdura ilimitadamente. Guardini tenía una sensibilidad exquisita para todo lo
bello, pero, ante ciertas manifestaciones refinadísimas de belleza, sentía una honda tristeza
si no veía latir en ellas el espíritu de Dios. «He oído Fígaro en el teatro Gärtner (...). Todo
es alegre y perfecto. Pero la tristeza flota sobre ello. En definitiva, Mörike tenía razón en su
relato»[22].
Para describir el modo de ser del hombre, Guardini advierte que los dos polos de su existencia
son "arriba" y "dentro". Por eso su desarrollo personal se logra plenamente cuando tiende a
elevarse y a interiorizarse. Nada extraño que El Señor[23] (su obra preferida junto a
Hölderlin. Weltbild und Frömmigkeit[24] −Hölderlin. Imagen del mundo y piedad−) logre
su máxima cota de calidad espiritual al describir el mundo de la "interioridad" que crea el
Espíritu Santo tras la Ascensión de Jesús. El concepto de interioridad lo entiende Guardini
de modo relacional, con lo que supera la unilateralidad del subjetivismo y el objetivismo.
Fiel a su teoría del contraste y a su estilo relacional de pensar, observó enseguida que en la
liturgia se aúnan y potencian todos los modos de realidad que ostenta la realidad humana: el
corpóreo y el espiritual, el expresivo y el simbólico, el personal y el comunitario... Y,
sobrevolándolos a todos, destaca en ella la tensión contemplativa del alma creyente. Cuando,
de joven, se propuso estudiar lo que es la Iglesia con su fraternal amigo J. Neundörfer,
Guardini eligió este tema: “La liturgia como forma y fuente de vida contemplativa”[28].
Este amor profundo y reverente a la acción litúrgica inspiraba de parte a parte sus
celebraciones eucarísticas, tanto en la amplia iglesia universitaria de San Luis, en Munich,
como en las sencillas iglesias de las aldeas en que vivía su descanso veraniego. “Un domingo
sin la palabra de Dios se queda vacío”, solía decir.
«Mis ponencias se centraron en los problemas que entonces preocupaban al mundo católico
e impresionaron mucho a los oyentes... Entonces se me hizo claro cuál era mi verdadera
tarea: no la de llevar adelante la investigación en una determinada disciplina teológica, sino
la de interpretar la realidad cristiana con responsabilidad científica y a un alto nivel
espiritual»[29].
La primera conferencia se abre con una declaración optimista que causó sensación en el
auditorio y fue objeto de comentarios reiterados en los años posteriores: «Un acontecimiento
religioso de enorme trascendencia tiene lugar en nuestros días: la Iglesia despierta en las
almas»[30], es decir, vuelve a vivirse como “contenido de vida religiosa auténtica”. El fiel
cristiano tomó de ordinario a la Iglesia como maestra, guía y apoyo, pero se dejó llevar a
menudo de la tendencia individualista y se limitó a “vivir en la Iglesia y dejarse conducir por
ella, pero cada vez vivió menos la Iglesia”. Dejó de verla como una fuente de vida espiritual
que mana de la figura misma de Jesucristo. «Lo que hay de místico en ella, todo lo que se
halla detrás de los fines prácticos y la organización, lo que se expresa en el concepto del
Reino de Dios, el Cuerpo Místico, no lo sintió de forma inmediata»[31]. Pero ahora estamos
experimentando −agrega Guardini− que la tarea de este momento es avivar la conciencia de
que la Iglesia “es sangre de mi sangre, plenitud de la que vivo”, y sentir la “alegría redentora”
de amarla y tener auténtica paz interior.
De hecho, Guardini profesó siempre un amor filial a la Iglesia, a pesar de algunas penosas
incomprensiones que hubo de sufrir, y sintió una alegría indefinible cuando Juan XXIII le
mostró la alta consideración que le merecía la labor que estaba realizando en favor de la
Iglesia.
El espíritu de oración
Inmediatamente después de escribir su obra sobre El espíritu de la liturgia[32], que fue para
sus contemporáneos una verdadera revelación, Guardini escribió el Via crucis[33], y algún
tiempo más tarde El testamento del Señor[34] y El Rosario de Nuestra Señora[35]. Con estas
obras quiso Guardini dejar claro que las devociones populares ejercen una función
indispensable en la vida cristiana y deben cultivarse al lado de la oración litúrgica.
Las oraciones privadas fueron objeto, asimismo, de singular atención por parte de Guardini,
que nos dejó verdaderas joyas para rezar en los momentos cruciales del día[36] y en
momentos de reflexión especialmente intensos[37]. Las Oraciones teológicas unen la
teología y la vida espiritual a fin de movilizar a la vez el corazón y la mente. En ellas se
cumple lo que solía decir Guardini de la oración: se va a Dios con toda el alma. Si las leemos
pausadamente y en voz alta, recordando la dramática ocasión en que fueron pronunciadas por
primera vez, sentiremos una vibración espiritual muy honda al experimentar en nosotros
mismos que la vida divina que nos otorga la fe “es más real que la que transcurre en el
tiempo”[38]. Veamos los últimos párrafos de la oración titulada La creación del mundo, y
advirtamos cómo se refleja en ella la concepción relacional que tiene Guardini del ser
humano:
«... Creo que todo fue creado por Ti, oh Dios. Enséñame a comprender esta verdad. Es la
verdad de mi existencia. Si se olvida, se hunde todo en la sinrazón y la insensatez. Mi corazón
está de acuerdo con ella. No quiero vivir por derecho propio, sino emancipado por Ti. Nada
tengo por mí mismo; todo es don Tuyo y sólo será mío si lo recibo de Ti.
Constantemente estoy recibiéndome de Tu mano. Así es y así debe ser. Ésta es mi verdad y
mi alegría. Constantemente me miran Tus ojos, y yo vivo de Tu mirada, Creador y Salvador
mío. Enséñame a comprender, en el silencio de Tu presencia, el misterio de que yo exista. Y
de que exista por Ti, ante Ti y para Ti. Amen»[39].
En El Rosario de Nuestra Señora nos muestra Guardini que la repetición incesante de varias
oraciones no intenta decir lo mismo una vez y otra. Tal repetición es impertinente en el plano
del lenguaje prosaico, cuyo fin se reduce a comunicar algo. Tiene, en cambio, pleno sentido
en el plano del lenguaje poético, que no sólo comunica algo sino crea un ámbito expresivo.
Se repiten las columnas en un claustro para crear un ámbito de paz al andar. Se reitera un
tema musical en un rondó para crear un ámbito de expresividad y de gracia peculiares. Al
proceder de la Sagrada Escritura, las palabras que se pronuncian en el Rosario “abren el
ámbito sacro de la Revelación, en el cual el Dios vivo se convirtió en nuestra verdad”[40].
En este ámbito sacro formado por las palabras de la Escritura, aparece la figura de María,
que constituye todo un ámbito de vida espiritual. El contenido de su vida fue su Hijo, Jesús.
Rezar el Rosario significa adentrarse y permanecer en esa esfera vital de María, unida
plenamente a Jesús. «Lo que llena de sentido el Rosario es un proceso incesante de simpatía
santa». Permanecer en este ámbito de adhesión espiritual íntima nos produce un sentimiento
de plenitud, pues los seres humanos necesitamos vernos acogidos en un ámbito sacro en el
que nos salen al encuentro las grandes figuras de nuestra fe. “Permanecer en ese ámbito hace
bien”, pues estamos creando un espacio de contemplación, de súplica, de ofrecimiento
agradecido de la propia vida.
«Las frases de las oraciones pierden, con la repetición, el carácter significativo que les es
propio. Su primer significado queda como en suspenso y deja expresar a su través un nuevo
contenido. Cada palabra se convierte en una palabra de segundo grado −por así decir−,
cuyo contenido viene dado por cada uno de los “misterios” contemplados”[41].
Rezar así requiere una “paciencia amorosa”, el ajuste a un ritmo creador de un ámbito de
encuentro. Debemos rezar el Rosario como quien se adentra en una realidad muy bella y no
ceja hasta que la conoce de cerca y la convierte en su hogar[42].
Erich Görner, el secretario al que dictó Guardini las homilías que recoge la obra El Señor,
confiesa que le conmovía observar cómo se transfiguraba el rostro del maestro a medida que
se adentraba en la interioridad de Jesús[43]. Este ardor inspira de parte a parte sus obras sobre
el Nuevo Testamento, de modo especial Jesucristo. Palabras espirituales[44]. Si se lee
detenidamente el capítulo "La voluntad del Padre", se ve hasta qué punto vibraba el espíritu
de Guardini con el tipo excelso de vinculación que tiene Jesús con el Padre. Una y otra vez
vuelve Guardini a su tema preferido: la interioridad de Jesús, por su anhelo de conocer a
fondo el espíritu del Maestro, identificarse con él y transfigurar la vida[45].
El secreto del atractivo de la figura de Guardini, como sacerdote, profesor y publicista, fue y
sigue siendo su capacidad de aunar el amor inquebrantable a la verdad y el estilo existencial
de pensar. Se afirma, con razón, que el rasgo más sobresaliente de su personalidad fue su
ethos de verdad, su voluntad indeclinable de buscar la verdad al margen de las convenciones
académicas y las modas del momento. Pero con la misma energía debe subrayarse que para
él la verdad era una fuente de energía y de autenticidad personal. De ahí su firme decisión de
anclar su pensamiento y su vida en la verdad. Su profesor de teología dogmática en Tubinga,
Wilhelm Koch, fue, a este respecto, un ejemplo que marcó su vida. «... La verdad era algo
tan serio para él que se advertía cómo ésta se identificaba con su propia personalidad». De
ahí que haya sido «el primero que se planteó la cuestión del valor vital de los dogmas»[46].
En una línea afín, Guardini se propuso como tarea de su vida descubrir el valor existencial
de la verdad.
El concepto de existencia a que alude aquí Guardini se refiere al modo peculiar de ser y
desarrollarse el hombre, no a cualquier tipo de realidad existente. El ser humano vive un tipo
de existencia consciente, libre, dialógica, creativa, siempre perfectible, ambigua, tendente a
la felicidad y al pleno logro de sí misma. Este concepto de existencia lo toma Guardini
expresamente del "pensamiento existencial" (Kierkegaard, Jaspers, Heidegger, Marcel).
Inspirado en este concepto de existencia −entendida como una forma relacional y activa de
ser−, el pensamiento existencial pone en juego un modo de acceder a la realidad que
compromete a la persona que conoce, la hace entrar en vibración y vincula el conocimiento
con el amor, el respeto, la voluntad creativa. Frente al conocimiento frío, aséptico,
incomprometido y distante de los meros objetos (ob-jetos, realidades proyectables a distancia
del sujeto), el conocimiento de las realidades más elevadas en rango sólo es posible si nos
encontramos con ellas. Ello no implica forma alguna de subjetivismo o relativismo. Se trata
de una actitud relacional[48].
Recordemos que el cometido primero de los pensadores existenciales fue superar la estrechez
de miras del Positivismo, corriente de pensamiento centrada en torno a los meros objetos. Por
eso destacan la importancia en la vida humana de las realidades "inobjetivas"
(ungegenständliche) y advierten que el hombre comienza su vida auténtica cuando se decide
a dar el salto del nivel de las realidades objetivas al de las inobjetivas. En Metafísica, el ser
se pone de manifiesto cuando la mirada deja de estar enquistada en los meros objetos, vistos
como realidades mensurables, asibles, manejables, delimitables. Al afirmar Heidegger que
"el ser nada sobre la nada", se refiere a la "nada de lo meramente objetivo"[50]. «La “nada”
no es para Heidegger −advierte Max Müller− ni el “nihil negativum” ni el “nihil absolutum”,
como para Sartre, sino la nada como la “nada de ente”. Es el alumbramiento de la diferencia
ontológica en la concepción humana del ente...»[51]. En la misma línea, escribe R. Le Senne:
«Si la nada no hiciese sino liberar al espíritu del filósofo de la fascinación del objeto, ¿qué
experiencia podría ser más importante que ésta? (...) La negación y las consecuencias que de
ella se siguen no hacen desaparecer la experiencia, sino que la multiplican, la dramatizan, la
electrizan»[52]. Deben tenerse en cuenta estas precisiones al leer la alusión que hace
Guardini en la página 177 al concepto de "nada" en el pensamiento existencial[53].
«Poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual el hombre,
cuando “conserva su alma”, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido
únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial. Si, por el contrario,
quiere alcanzar la verdad y en ella su auténtico yo, debe darse. (...) Dar mi alma, pero ¿a
quién? ¿Quién puede pedírmela, pedírmela de tal modo que ya no sea yo quien pueda
disponer de ella? No simplemente “Dios”, ya que, cuando el hombre pretende arreglárselas
solo con Dios, dice “Dios” y está pensando en él mismo. Por eso tiene que existir una
instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi autoafirmación. Pero
sólo existe una instancia así: la Iglesia católica, con su autoridad y precisión. La cuestión
de conservar o entregar el alma se decide, en último término, no ante Dios sino ante la
Iglesia. Entonces sentí como si todo -realmente, “todo” mi ser estuviese en mis manos, como
en una balanza en equilibrio: “Puedo hacerla inclinarse hacia la derecha o hacia la
izquierda. Puedo dar mi alma o conservarla...” Y la hice inclinarse hacia la derecha. El
momento fue completamente silencioso; no consistió ni en una sacudida ni en una
iluminación ni en ningún tipo de experiencia extraordinaria. Fue simplemente que llegué a
una convicción: “Es así”, y después el movimiento imperceptiblemente dócil: “Así debe
ser”. (...) La mayor posibilidad de verdad está precisamente donde está la mayor posibilidad
de amor»[54].
A través de su largo y profundo trato con una juventud que quería ser libre mediante la
desvinculación de toda instancia que pudiera parecer impersonal, ajena a la persona
coactiva, Guardini supo mostrar que ciertas realidades no meramente subjetivas -por ser
independientes de todo sujeto humano, como sucede con la verdad y la Iglesia- constituyen
una fuente inagotable de vida en plenitud y de libertad interior.
Esta devoción hacia la Iglesia explica que Guardini sintiera verdadera emoción cuando
trataba de cerca a alguien que representaba a la jerarquía eclesiástica. En su Diario recuerda
conmovido la audiencia con el Papa Juan XXIII, que le manifestó la confianza que la Iglesia
tenía depositada en él[56].
Las cuestiones referentes a los seres vivos −de modo singular, las personas− son tratadas por
Guardini de modo concreto, por la razón profunda de que es en el plano de la vida concreta
−y no en el de los conceptos abstractos, desvinculados entre sí− donde se da la creatividad y
la plenitud. En la línea del pensamiento fenomenológico, Guardini se rige por este lema:
“Atengámonos, no a los conceptos generales, sino a la realidad”[57]. Nuestra realidad
personal se despliega plenamente y muestra luminosamente su auténtico modo de ser −dicho
de otro modo: somos verdaderas personas, nos hallamos en verdad− cuando realizamos
auténticas formas de encuentro, modo de actividad que sólo acontece en la vida concreta,
entre personas concretas y en situaciones determinadas.
Cada una de las realidades concretas se halla relacionada con las demás dentro de un todo
que las engloba e integra, y al que ellas contribuyen a configurar[58]. Nuestro estilo de pensar
ha de ser, pues, holista, atento a ese movimiento reversible que se da entre el todo y las partes
que lo integran. Pero debe ser también contrastado, pues muchos aspectos de la realidad
personal parecen oponerse, pero de hecho se contraponen y complementan cuando, en la vida
concreta diaria, actuamos de forma creativa, como corresponde a “seres de encuentro”, seres
que viven la vida personal a través del encuentro.
Las realidades concretas se nos aparecen en todas sus implicaciones, con su capacidad de
vibrar con otras muchas, cuando las vemos de forma espontánea, sin imponerles de antemano
un clisé estereotipado.
«... Vamos a partir del fenómeno mismo tal como lo encontramos en nosotros y en nuestro
alrededor, vamos a partir de la experiencia ética. Por tanto, yo voy a procurar no decir nada
que cada uno no pueda comprobar directamente. Y si lo que yo diga es acertado, tendremos
que reconocernos a nosotros mismos en ello». «Lo que a mí se me muestra no es un montón
de detalles, sino un tejido en el que cada elemento está condicionado por los demás; cada
uno sustenta al otro, cada individuo está dentro de un todo, y el todo, a su vez, se manifiesta
en cada individuo. Por eso el primer acto de la captación del fenómeno, que sustenta todos
los siguientes (el examen crítico, la comparación, la penetración conceptual), es mirar y
ver»[59].
Esta voluntad colaboradora lleva a Guardini a elaborar una Ética muy positiva, dinámica,
consagrada a la búsqueda y realización incondicional del bien. La tarea de la ética es
desarrollar la personalidad humana y lograr la plenitud y la felicidad. Este propósito no se
logra recordando prohibiciones sino mostrando la fecundidad de lo valioso, lo
incondicionalmente válido.
«Con demasiada frecuencia se ve la norma ética como algo que se impone desde fuera a un
hombre rebelde; aquí el bien ha de entenderse como aquello cuya realización es lo que de
veras hace al hombre ser hombre. (...) Este libro lograría su propósito si el lector percibiera
que el conocimiento del bien es motivo de alegría»[61].
Guardini subraya con toda energía que los seres humanos estamos vinculados de raíz,
obligados −es decir, vinculados profundamente− al bien, la justicia, la verdad, la belleza, la
unidad[62]. Esa obligación básica es el fundamento de nuestra vida moral y de la alta
dignidad que ésta implica. Estar obligado está lejos de significar estar coaccionado. Es la
fuente de la que mana la libertad interior o libertad creativa, que constituye el gran privilegio
que ostenta el hombre entre todos los seres. Ante los resultados devastadores del relativismo
arbitrario impuesto por el régimen nacionalsocialista, Guardini no ve más salida al caos que
anclar la vida humana en algo inquebrantablemente válido para todos.
«La filosofía de Platón ha aclarado para siempre una idea; (...) ha mostrado que hay algo
incondicionalmente válido, que puede ser conocido; y, por tanto, existe la verdad; y todo eso
válido se ensambla en la soberanía de lo que llamamos “el bien”, y este bien puede
realizarse en la vida del hombre, según las posibilidades de cada caso. Ha mostrado que el
bien se identifica con lo divino, pero su realización lleva al hombre al logro de su propia
condición humana, al hacer surgir la virtud, que significa vida perfecta, libertad y belleza.
Todo esto tiene validez para siempre, incluso para el día de hoy»[63].
Descubrir y defender esas realidades incondicionalmente válidas para el ser humano es deber
de todo pensador, cuya razón de ser es esforzarse en distinguir lo verdadero de lo falso, lo
bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, la verdad objetiva de la ocurrencia subjetiva. «El
filósofo es el responsable de que se mantenga la recta ordenación del pensamiento y de la
vida»[64]. Para ordenar debidamente la vida y el pensamiento, necesitamos descubrir ciertas
realidades sutiles −la verdad, el derecho, la belleza, la justicia, la bondad...− que “están ahí”,
como algo “poderoso y fuerte”, pero de modo distinto a las realidades tangibles del mundo
sensorial.
«No son cosas (Sachen) reales, masa o fuerza, pero sí objetividades que están presentes al
hombre y no pueden ser desplazadas del ámbito de lo dado a éste. No se trata de cosas reales
(wirkliche Dinge), sino de ideas (tipos esenciales, normas, valores), no accesibles como los
objetos (...) pero innegablemente presentes al juicio y a la decisión de la voluntad. Es decir,
la cosa es, la idea vale. La cosa, la fuerza, tiene una realidad masiva; la idea tiene fuerza de
validez (Gültigkeit)»[65].
«Querer solamente lo que es justo “también lo hacen los paganos” (Mt 5, 47). Esto es sólo
“ética”. Tú has sido llamado por el Dios vivo. A Él no le basta la ética, porque ésta no le da
lo que le corresponde, y el hombre no llega a ser lo que debe ser. Dios es el Santo. “El Bien”
es uno de los nombres de Aquél cuya esencia es inefable. Él no exige sólo obediencia respecto
al “Bien”, sino que te sientas vinculado a Él, el Dios vivo; que te atrevas a ello por amor y
con el nuevo tipo de existencia que surge del amor. De esto se trata en el Nuevo Testamento,
y sólo cuando se lo consigue, se hace posible la plenitud de lo “ético”»[66].
«La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí. Vivo de lo que está por
encima de mí. En la medida en que me encierro en mí o −lo que viene a ser lo mismo me
encierro en el mundo, me desvío de mi trayectoria (...). Mas esto significa que, con
anterioridad, debo aceptar el existir, aunque no se me haya preguntado si lo quiero»[68].
«... Dios es el “punto de referencia” esencial a partir del cual y para el cual el hombre existe.
Si las relaciones con Él se desordenan, se transtorna el hombre todo. De esta clase son las
secuelas de la culpa de las que habla la Revelación»69[69].
Fuente: riial.org.
[1] Cf. Nur wer Gott kennt kennt den Menschen, Werkbund, Würzburg 1952, p. 19. Versión
española: Quien sabe de Dios conoce al hombre, PPP, Madrid 1995.
[2] Cf. O. cit., Encuentro, Madrid 2000, pp. 123-124. Versión original: Welt und Person,
Werkbund, Würzburg, 51995. Véase, además, La existencia del cristiano, BAC, Madrid
1997, p 179.
[3] Cf. Sören Kierkegaard: La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado,
Guadarrama, Madrid 1969, pp. 47-49.
[4] Cf. Mundo y persona, p. 117; Welt und Person, p. 107.
[5] Cf. El contraste, BAC, Madrid 1996. Versión original: Der Gegensatz, Grünewald,
Maguncia ³1985.
[6] Cf. El contraste, pp. 147 ss; Der Gegensatz, pp. 116 ss.
[7] Cf. Prólogo a la primera edición alemana de la obra Vom heiligen Zeichen, Grünewald,
Maguncia 1922. La edición española (Signos sagrados, Ed. Litúrgica Española, Barcelona
1957) reproduce un Prólogo distinto, escrito en 1927.
[8] Cf. Signos sagrados, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1957, p. 43. Versión
original: Von heiligen Zeichen, Grünewald, Maguncia 1922, 1966, p. 22.
[9] Cf. Prólogo a la obra de L. Christine: Geistliches Tagebuch (1870-1908), Grünewald,
Maguncia 41954, p. XVI.
[10] Cf. Vom Ich als Prinzip der Philosophie, Frommann-Holzboog, Stuttgart 1980, pp. 77-
78.
[11] Cf. Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid 1992, p. 52.
[12] Cf. Versuche über die Gestaltung der heiligen Messe, Hess, Basilea, p. 25.
[13] Apuntes para una autobiografía, pp. 161-162, 167-169.
[14] Cf. Welt und Person, pp. 96-97; Mundo y persona, pp. 183-184.
[15] Cf. Confesiones I, 1.
[16] Cf. Lucie Christine: Geistliches Tagebuch (1870-1908), Grünewald, Maguncia, 4ª
edición, sin fecha.
[17] Cit. por H. B. Gerl: Romano Guardini (1885-1968). Leben und Werk, Grünewald,
Maguncia 1995, p. 118.
[18] Cf. Briefe über Selbstbildung, Grünewald, Maguncia 1925, 111968, p. 130; Cartas sobre
la formación de sí mismo, Palabra, Madrid, 2000, p. 134.
[19] Cf. Briefe über Selbstbildung, p. 131; Cartas sobre la formación de sí mismo, p. 134.
[20] Cf. Briefe über Selbstbildung, p. 132; Cartas sobre la formación de sí mismo, p. 135.
[21] Cf. Briefe über Seltsbildung, pp. 135-136; Cartas sobre la formación de sí mismo, p.
139.
[22] Cf. Wahrheit des Denkens und Wahrheit des Tuns. Notizen und Texte 1942-1964,
Schöningh, Paderborn 1985, p.84. El autor alude a la narración de E. Mörike: Mozart auf
dem Weg nach Prag, Goldmann, Munich 1957). Versión española: Mozart camino de Praga,
Alianza Editorial, Madrid 1983.
[23] Cristiandad, Madrid 2002; Der Herr. Betrachtungen über die Person und das Leben
Jesu Christi, Werkbund, Würzburg 1937, 1964.
[24] Hegner, Leipzig 1955.
[25] Cf. Introducción a la vida de oración, Palabra, Madrid, 2001, p. 44. Versión original:
Vorschule des Betens, Benziger, Einsiedeln 1943, 1999, p. 24.
[26] Lo expongo ampliamente en mi obra Romano Guardini, maestro de vida, Palabra,
Madrid 1998, pp. 223-247.
[27] Cf. Apuntes para una autobiografía, pp. 125-126.
[28] Cf. O. cit., p. 127.
[29] Cf. Apuntes para una autobiografía, pp. 41-42.
[30] Cf. Vom Sinn der Kirche, Grünewald, Maguncia 1927, p. 19. Versión española: El
sentido de la Iglesia, Estrella de la mañana, Buenos Aires, 1993, p. 15.
[31] Cf. Vom Sinn der Kirche, p. 24; El sentido de la Iglesia, p. 20.
[32] Cf. Vom Geist der Liturgie, Herder, Friburgo de Brisgovia, 1918, 191957(El espíritu de
la liturgia, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2000).
[33] Cf. O. cit., Rialp, Madrid 1954; Der Kreuzweg unseres Herrn und Heilandes,
Grünewald, Maguncia 1919.
[34] Cf. Edit. Litúrgica Española, Barcelona 21965. Versión original: Besinnung vor der
Feier der heiligen Messe, Grünewald, Maguncia 1939, 1956.
[35] Cf. Der Rosenkranz unserer lieben Frau, Werkbund, Würzburg 1940.
[36] Puede verse, sobre ello, mi obra Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid
1998, pp.301-321.
[37] Cf. Oraciones teológicas, Cristiandad, Madrid 1959. Versión original: Theologische
Gebete, Knecht, Francfort 1944.
[38] Cf. Oraciones teológicas, p. 19; Theologische Gebete, p. 5.
[39] Oraciones teológicas, pp. 27-28; Theologische Gebete, pp. 13-14.
[40] Cf. Der Rosenkranz unserer lieben Frau, p. 24.
[41] Cf. Das Jahr des Herrn, Grünewald, Maguncia 1946, 1953, p. 26.
[42] Cf. Der Rosenkranz unserer lieben Frau, p. 43.
[43] Cf. H. B. Gerl: Romano Guardini (1885- 1968). Leben und Werk, p. 317.
[44] Cf. O. cit., Cristiandad, Madrid 1981. Versión original: Jesús Christus. Geistliches Wort,
Werkbund, Würzburg 1957.
[45] Véanse, además de las citadas, las obras siguientes: La realidad humana del Señor
(Cristiandad, Madrid 1981), Mensaje joáneo; (Cristiandad, Madrid 1965); La imagen de
Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento (Cristiandad, Madrid 1981); La esencia del
Cristianismo (Cristiandad, Madrid 1977).
[46] Cf. Apuntes para una autobiografía, pp. 118, 120.
[47] Cf. O. cit., p. 122.
[48] Cf. R. Guardini: La existencia del cristiano, pp. XIV-XVI. Sobre el carácter relacional
del pensamiento existencial (indebidamente llamado a menudo Existencialismo,
denominación sólo aplicable al pensamiento de J.P. Sartre) y su fecundidad para la
investigación filosófica pueden verse muy amplias precisiones en mis obras Metodologia de
lo suprasensible (Editora Nacional, Madrid 1963), El triángulo hermenéutico ( Madrid
1971), Cinco grandes tareas de la filosofia actual (Gredos, Madrid 1977), El arte de pensar
con rigor y vivir de forma creativa (PPC, Madrid 1993).
[49] Cf. La existencia del cristiano, p. 13.
[50] Puede verse, sobre esto, mi obra El triángulo hermenéutico, Editora Nacional, Madrid
1971, pp. 477-496.
[51] Cf. Existenzphilosophie im geistigen Leben der Gegenwart, Kerle, Heidelberg 1949, p.
64.
[52] Cf. Obstacle et valeur, Aubier, Paris 1934, pp. 20-21.
[53] Sobre el verdadero sentido del Pensamiento Existencial y la necesidad de distinguirlo
de la posición "existencialista" de J.P. Sartre −a la que alude Guardini en las páginas 138,
327,328−, puede verse mi Metodologia de lo suprasensible, Editora Nacional, Madrid 1963,
pp. 189-291. En concreto, sobre la función que desempeña el concepto de "nada", cf. pp.
213- 216.
[54] Cf. Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid 1992, pp. 98-100. Véase,
asimismo, R.Guardini: Begegnung und Bildung, Werkbund, Würzburg 1956, p. 20. Sobre la
aparente paradoja que implica dicha frase evangélica, véase mi estudio “Los contrastes y su
significación en la vida humana” en La verdadera imagen de Romano Guardini, Eunsa,
Pamplona 2001, pp. 173-240.
[55] Cf. Apuntes para una autobiografía, pp. 172-174.
[56] Cf. Wahrheit, p.83.
[57] Cf. Sorge um den Menschen, Werkbund, Würzburg 1962, p. 126. Versión española:
Preocupación por el hombre, Cristiandad, Madrid 1965.
[58] Cf. Una ética para nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1974, p. 33. Versión original:
Tugenden, Grünewald, Maguncia 1987, p. 30.
[59] Cf. Ética, BAC, Madrid 1993, pp. 218.219. Versión original: Ethik, Grünewald,
Maguncia 1993, pp. 289-290. Confróntese este punto de partida de Guardini con el de Xavier
Zubiri joven: “El verdadero educador de la inteligencia es el que enseña a sus discípulos a
ver el ´ sentido´ de los hechos, la ´ esencia´ de los acontecimientos. La intuición se tiene o
no se tiene, no cabe refutarla ni reforzarla. En estas condiciones, la misión del maestro es
colocar al discípulo en el ´punto de vista´ adecuado para que ´vea´ el objeto. La función
discursiva será siempre secundaria lo mismo en pedagogía que en lógica. Los objetos del
mundo real se ´perciben´´ pero no se demuestran” (Cf. “Filosofía del ejemplo”, en Revista
de pedagogía 5 (1926) 289, 293).
[60] Cf. La existencia del cristiano, BAC, Madrid 1997, p. 9. Versión original: Die Existenz
des Christen, Schöningh, Paderborn 1976, pp. 8-9.
[61] Cf. Una ética para nuestro tiempo, p. 12; Tugenden, p. 10.
[62] Cf. El bien, la conciencia y el recogimiento, en la obra La fe en nuestro tiempo,
Cristiandad, Madrid 1965, pp. 116 ss. Versión original: Das Gute, das Gewissen und die
Sammlung, Grünewald, Maguncia 1962.
[63] Cf. Una ética para nuestro tiempo, p. 11; Tugenden. p. 9.
[64] Cf. Las etapas de la vida, Palabra, Madrid 1997, p. 131; Die Lebensalter, Werkbund,
Würzburg 1967.
[65] Cf. Auf dem Wege, Grünewald, Maguncia, 1923, p. 69.
[66] Cf. El Señor, Cristiandad, Madrid 2002, p. ; Der Herr, Werkbund, Würzburg 1951, p.
92.
[67] Cf. El Señor, pp. 92-93; Der Herr, p. 149.
[68] Cf. O. cit., pp. 168, 180-181; Die Existenz des Christen, pp. 169, 181-182. Véase,
además, la breve obra programática: La aceptación de sí mismo, Cristiandad, Madrid 1983.
[69] Cf. La existencia del cristiano, p. 203; Die Existenz des Christen, pp. 205-206.