FÁBULAS
FÁBULAS
FÁBULAS
La prudencia tiene ojos y lengua, eso nadie puede dudarlo. Lástima que casi siempre ande cabizbaja y bale
en chino
Esta pudiera ser la introducción a la historia de la oveja negra, precisamente escogida por el tigre para
apoderarse del rebaño.
Resulta que como por el colorido oscuro recibía los topones de sus compañeras y la propia madre parecía
quererla menos que a las blancas, esta ovejita tonta vivía amargada y resentida.
Por eso le quedó sonando lo que le dijo el tigre, deslizado un atardecer hasta el tunal o conjunto de tunos
en donde nacía la "mana", de modo que el agua y la fresca sombra formaban un bebedero incomparable.
- Ovejita triste: para soportar golpes y desprecios, mejor estarías en los cerros, sin pastor que te trasquile y
sin colegas blancas que te joroben la vida.
-Ovejita mal pensada - contestó el felino, haciéndose el disgustado . - Inténtalo y te convencerás de que
nunca has tenido mejor amigo, te doy mi palabra. Además, para tu tranquilidad te informo que la carne de
cordero se me indigesta: lo mismo debe pasar con la de oveja.
Entonces la ovejita negra pensó que aquella propuesta se la hacía, de la mejor buena fe, un poderoso
señor, instalado en espléndida casa, a la entrada del páramo.
Y ya sin la menor desconfianza, se escapó del corral de tablas y del potrero cercado con alambre de púas,
y se perdió en los charrascales del cerro en donde, en verdad, no escaseaba el pasto.
Las primeras noches tuvo miedo de la soledad y del tigre, pero después de una semana comenzó a gozar
de los privilegios de su nueva vida.
Saltaba alegre debajo de los tunos, se echaba al sol en los gramales, se quedaba dormida junto a la
quebrada, oyendo el rumor del agua, y se paraba a balar en lo más alto del cerro, como proclamándole al
mundo su contento.
-Buenos días, doña ovejita distinta. Y te digo así porque en poco tiempo de buena vida eres realmente otra.
Antes impresionabas por lo flaca y desmirriada. Ahora luces gorda, imponente, hermosa. Además de que
en el balido se te notan la salud y el buen genio.
- Es apenas justo que lo reconozcas observó el tigre. Y agregó: Valdría la pena que te vieran las otras
ovejas: las que se quedaron en el fétido corral. Estoy seguro de que se morirían de envidia.
EL LEÓN Y EL RATÓN
Después de un largo día de caza, un león se echó a descansar debajo de un árbol. Cuando se estaba
quedando dormido, unos ratones se atrevieron a salir de su madriguera y se pusieron a jugar a su
alrededor. De pronto, el más travieso tuvo la ocurrencia de esconderse entre la melena del león, con tan
mala suerte que lo despertó. Muy malhumorado por ver su siesta interrumpida, el león atrapó al ratón
entre sus garras y dijo dando un rugido:
-¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, insignificante ratón? ¡Voy a comerte para que aprendáis la
lección! –
El ratón, que estaba tan asustado que no podía moverse, le dijo temblando:
- Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas te estaré eternamente agradecido.
Déjame marchar, porque puede que algún día me necesites –
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como tú, ¿de qué forma va a ayudarme? ¡No me
hagas reír!.Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido por su tamaño y su valentía,
le dejó marchar.
Unos días después, mientras el ratón paseaba por el bosque, oyó unos terribles rugidos que hacían temblar
las hojas de los árboles.
Rápidamente corrió hacia lugar de dónde provenía el sonido, y se encontró allí al león, que había quedado
atrapado en una robusta red. El ratón, decidido a pagar su deuda, le dijo:
- No te preocupes, yo te salvaré.
Y el león, sin pensarlo le contestó:
- Pero cómo, si eres tan pequeño para tanto esfuerzo.El ratón empezó entonces a roer la cuerda de la red
donde estaba atrapado el león, y el león pudo salvarse. El ratón le dijo:- Días atrás, te burlaste de mí
pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños
ratones somos agradecidos y cumplidos.
El león no tuvo palabras para agradecer al pequeño ratón. Desde este día, los dos fueron amigos para
siempre.
LA LIEBRE Y LA TORTUGA
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no cesaba de pregonar
que ella era el animal más veloz del bosque, y que se pasaba el día burlándose de la lentitud de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto! Decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Liebre, ¿vamos hacer una carrera? Estoy segura de poder ganarte.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy engreída, aceptó la apuesta prontamente.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho ha sido el responsable de
señalizar los puntos de partida y de llegada. Y así empezó la carrera:
Astuta y muy confiada en sí misma, la liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo y
envuelta en una nube de polvo. Cuando empezó a andar, la liebre ya se había perdido de vista. Sin
importarle la ventaja que tenía la liebre sobre ella, la tortuga seguía su ritmo, sin parar.
La liebre, mientras tanto, confiando en que la tortuga tardaría mucho en alcanzarla, se detuvo a la mitad
del camino ante un frondoso y verde árbol, y se puso a descansar antes de terminar la carrera. Allí se
quedó dormida, mientras la tortuga seguía caminando, paso tras paso, lentamente, pero sin
detenerse.
No se sabe cuánto tiempo la liebre se quedó dormida, pero cuando ella se despertó, vio con pavor que la
tortuga se encontraba a tan solo tres pasos de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus
fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse jamás de los demás.
También aprendió que el exceso de confianza y de vanidad, es un obstáculo para alcanzar nuestros
objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es mejor que nadie.
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el exceso de
confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
EL HOMBRE Y LA CULEBRA
Durante la época de frió y de las terribles heladas del invierno, que azotaban en un pequeño pueblo,
un hombre de buen corazón y muy piadoso, acogió en su hogar a una culebra.
El hombre cuido de la culebra todo el invierno, manteniéndola calentita en su casa, pero cuando el
invierno se iba y llegaba el verano, la culebra comenzó a reanimarse con el calor y quiso atacar al hombre
quien la había estado cuidando.
El hombre le dijo a la culebra que se fuera de su casa, pero la culebra no hizo caso, y en lugar de obedecer
la orden se le lanzo para morderle.
Esta fábula de Esopo nos muestra, que las personas ingrata y malagradecida mientras más favores y
beneficios reciban, mas daño hacen a quienes les ayudan.
Resumiendo la moraleja, hay que atajar el mal desde el principio, ya que si llega echar raíz, cuesta
terminar con él.
LA CEBRA Y LA JIRAFA
Doña Cebra y Doña Jirafa eran dos grandes amigas, y esto se comprobó en cierta ocasión, en la cual doña
Jirafa cayó tremendamente enferma de la garganta.
Doña Jirafa se levantó una mañana con la garganta terriblemente inflamada; la sensación de dolor al tragar
era muy grande, y por esta causa no podía comerse ni un triste grano de arroz.
Al ver como su salud empeoraba, doña Jirafa pensó que lo más conveniente sería avisar a su buena amiga
Doña Cebra, que siempre estaba pendiente de ella.
-¡Ay, Doña Cebra! ¡Qué mal me encuentro esta mañana! ¡Casi no puedo ni hablar!- Exclamaba Doña Jirafa
dirigiéndose a su amiga.
-Voy a ver el aspecto de esa garganta- Dijo Doña Cebra.- ¡Uf! Tiene muy mal aspecto, de manera que iré a
la farmacia para ver qué pueden recomendarme para este tipo de dolencia.
Mientras Doña Cebra se dirigía a la farmacia en busca de lo necesario para curar a su amiga, Doña Jirafa
decidió meterse en la cama, puesto que de mal que se encontraba no podía ni estar de pie.
Entre tanto, Doña Cebra no conseguía encontrar en ninguna farmacia cercana medicamentos suficientes
para la garganta de su amiga, tan larga que era, y ni corta ni perezosa decidió viajar a otro país con más
farmacias. Era tanta su preocupación y su sentido de la responsabilidad, que a Doña Cebra no le importaba
el medio, sino el fin. Pero al desplazarse a otro país en busca de remedios para la garganta de Doña Jirafa,
el viaje se alargó demasiado y, a su vuelta, Doña Jirafa ya se encontraba bien.
Sin embargo, esto no enfadó a Doña Cebra lo más mínimo, y ni por la cabeza se le pasó el lamentarse por
la inutilidad de su viaje. ¡Se alegraba tanto de ver a doña Jirafa recuperada!
La verdadera amistad es un gigantesco tesoro, y Doña Jirafa tuvo la suerte de comprobarlo.
EL ÁRBOL QUE NO SABÍA QUIEN ERA
Había una vez un jardín muy hermoso en el que crecían todo tipo de árboles maravillosos. Algunos daban
enormes naranjas llenas de delicioso jugo; otros riquísimas peras que parecían azucaradas de tan dulces
que eran. También había árboles repletos de dorados melocotones que hacían las delicias de todo aquel
que se llevaba uno a la boca.
Era un jardín excepcional y los frutales se sentían muy felices. No sólo eran árboles sanos, robustos y
bellos, sino que además, producían las mejores frutas que nadie podía imaginar.
Sólo uno de esos árboles se sentía muy desdichado porque, aunque sus ramas eran grandes y muy
verdes, no daba ningún tipo de fruto. El pobre siempre se quejaba de su mala suerte.
– Amigos, todos vosotros estáis cargaditos de frutas estupendas, pero yo no. Es injusto y ya no sé qué
hacer.
El árbol estaba muy deprimido y todos los días repetía la misma canción. Los demás le apreciaban
mucho e intentaban que recuperara la alegría con palabras de ánimo. El manzano, por ejemplo, solía
hacer hincapié en que lo importante era centrarse en el problema.
Pero el árbol, por mucho que se quedaba en silencio y trataba de imaginar verdes manzanas naciendo
de sus ramas, no lo conseguía.
Otro que a menudo le consolaba era el mandarino, quien además insistía en que probara a dar
mandarinas.
– A lo mejor te resulta más fácil con las mandarinas ¡Mira cuántas tengo yo! Son más pequeñas que
las manzanas y pesan menos… ¡Venga, haz un esfuerzo a ver si lo logras!
Nada de nada; el árbol era incapaz y se sentía fatal por ser diferente y poco productivo.
Un mañana un búho le escuchó llorar amargamente y se posó sobre él. Viendo que sus lágrimas eran
tan abundantes que parecían gotas de lluvia, pensó que algo realmente grave le pasaba. Con mucho
respeto, le habló:
– Perdona que te moleste… Mira, yo no sé mucho acerca de los problemas que tenéis los árboles pero
aquí me tienes por si quieres contarme qué te pasa. Soy un animal muy observador y quizá pueda
ayudarte.
– Gracias por interesarte por mí, amigo. Como puedes comprobar en este jardín hay cientos de
árboles, todos bonitos y llenos de frutas increíbles excepto yo… ¿Acaso no me ves? Todos mis amigos
insisten en que intente dar manzanas, peras o mandarinas, pero no puedo ¡Me siento frustrado y
enfadado conmigo mismo por no ser capaz de crear ni una simple aceituna!
El búho, que era muy sabio comprendió el motivo de su pena y le dijo con firmeza:
– ¿Quieres saber mi opinión sincera? ¡El problema es que no te conoces a ti mismo! Te pasas el día
haciendo lo que los demás quieren que hagas y en cambio no escuchas tu propia voz interior.
El búho le guiñó un ojo y sin decir ni una palabra más alzó el vuelo y se perdió en la lejanía.
El árbol se quedó meditando y decidió seguir el consejo del inteligente búho. Aspiró profundamente
varias veces para liberarse de los pensamientos negativos e intentó concentrarse en su propia voz
interior. Cuando consiguió desconectar su mente de todo lo que le rodeaba, escuchó al fin una
vocecilla dentro de él que le susurró:
– Cada uno de nosotros somos lo que somos ¿Cómo pretendes dar peras si no eres un peral? Tampoco
podrás nunca dar manzanas, pues no eres un manzano, ni mandarinas porque no eres un mandarino.
Tú eres un roble y como roble que eres estás en el mundo para cumplir una misión distinta pero muy
importante: acoger a las aves entre tus enormes ramas y dar sombra a los seres vivos en los días de
calor ¡Ah, y eso no es todo! Tu belleza contribuye a alegrar el paisaje y eres una de las especies más
admiradas por los científicos y botánicos ¿No crees que es suficiente?
En ese momento y después de muchos meses, el árbol triste se alegró. La emoción recorrió su tronco
porque al fin comprendió quién era y que tenía una preciosa y esencial labor que cumplir dentro de la
naturaleza.
Jamás volvió a sentirse peor que los demás y logró ser muy feliz el resto de su larga vida.
Moraleja: Cada uno de nosotros tenemos unas capacidades diferentes que nos distinguen de los
demás. Trata de conocerte a ti mismo y de sentirte orgulloso de lo que eres en vez tratar de ser lo
que los demás quieren que seas.
LA LLORONA
Hace muchos años en la Ciudad de México, cerca de Xochimilco se escuchaban los tristes lamentos de una
mujer.
- ¡Ay mis hijos! Que será de ellos - decía una voz perturbadora.
Mientras se escuchaba a la mujer misteriosa, los temerosos habitantes de la ciudad se encerraban en sus
casas a base de lodo y piedra. Tampoco los antiguos conquistadores se atrevían a salir a la calle, pues los
gritos de aquella mujer eran realmente espeluznantes.
Los rumores decían que se trataba de la llorona, una mujer vestida de blanco con cabellos largos y aspecto
fantasmagórico, que flotaba en el aire con un velo para cubrir su horripilante rostro. Lentamente vagaba
por la ciudad entre calles y plazas, y quién llegó a ser testigo de su presencia dicen que al gritar, ¡ay mis
hijos!, agitaba sus largos brazos de manera angustiosa, para después desaparecer en el aire y seguir
aterrorizando en otras partes de la ciudad con sus quejidos y gritos.
Mientras la llorona recorría las plazas, lloraba desesperada, después de un tiempo se dirigía al río hasta
perderse poco a poco en la oscuridad de la noche, y así terminar disolviéndose entre las aguas. Esto
pasaba todas las noches en la ciudad de México y tenía verdaderamente inquietos a sus habitantes, pues
nadie sabía la causa de aquellos lamentos.
Algunas personas decían que la mujer tenía un enamorado, con el cual nunca había podido casarse gracias
a que la muerte la había sorprendido inesperadamente. Al morir el hombre se quedó solo y triste, y
descuido a tal punto a sus 3 hijos, que los pobrecitos se quedaron huérfanos sin que nadie les ayudara. A
causa de esto la mujer regresaba del más allá para cuidar de sus hijos, y los buscaba desesperadamente a
través de gritos y lamentos.
Otra versión cuenta que hace mucho, vivía una madre junto con sus tres hijos. El padre de los niños los
había abandonado hace mucho tiempo, hasta que un día, aquel hombre regresó. El hombre, volvió cuando
los pequeños se encontraban solos en casa y cuando la madre regresó a su hogar buscó a sus niños pero
no los encontró, ni a ellos ni al hombre.
Salió y buscó por el pueblo llorando y gritando los nombres de sus niños sin poder encontrarlos. Con el
pasar de los años, su búsqueda continuó, pero sin éxito alguno y tras tanto esfuerzo, la mujer falleció de
la tristeza. Desde entonces su espíritu errante vaga todas las noches buscando a sus hijos, llorando y
lamentando por los alrededores de los pueblos.
EL CHARRO NEGRO
Cuando el sol comienza a esconderse y las gallinas trepan los árboles para dormirse, las madres meten a
sus hijos, las puertas de las casas son atrancadas y los viajeros apresuran el paso mientras rezan. Nadie
quiere encontrarse con el Charro Negro.
Se trata de un ente que recibe el nombre por su vestimenta. Siempre que se aparece, porta un elegante
ajuar de charro color negro con detalles de oro o plata. Se le puede ver montado sobre su caballo: un gran
animal cuyos ojos son dos bolas de fuego que parecen hurgar en el alma de la víctima.
Los citadinos tenemos suerte pues el Charro Negro solo acecha en las lejanías de la urbe y se presenta
ante aquellos que viajan solos. Dicen que es porque los solitarios son una presa fácil. Quizá sea por el
miedo que sienten y que a veces los incita a tomar malas decisiones.
Pero, ¿sabías que aquel espectro alguna vez perteneció al mundo de los vivos? La leyenda cuenta que se
trató de un hombre traicionado por su propia ambición y avaricia.
El Charro provenía de una familia humilde. Sus padres, aunque lo amaban, nunca pudieron cumplirle sus
caprichos. Al Charro siempre le gustó ir bien vestido, a veces incluso, no comía durante días para ahorrarse
unos pesos y con lo juntado, poder completar para un buen sombrero.
Sin embargo, estaba cansado de su inagotable pobreza. Por más que trabajaba, el dinero nunca le
alcanzaba y tenía que andar todo el día con las manos llenas de tierra.
Tiempo después, murieron sus padres. Al quedar solo, la miseria del Charro aumentó considerablemente
por lo que tomó una decisión que cambiaría su vida: invocar al diablo para pedirle riqueza.
No se sabe cómo lo consiguió, pero finalmente, Lucifer se apareció. Aquella entidad supo leer los ojos y el
espíritu del hombre que lo había llamado, así que de inmediato le ofreció cantidades de dinero que ni
siquiera en dos vidas podría gastar. Lo único que pedía a cambio, era su alma.
El Charro, en ese entonces era altivo y valiente así que la Estrella de la Mañana no había logrado asustarlo
y aceptó.
Pasó el tiempo y poco a poco la juventud del Charro comenzó a despedirse. De repente, se dio cuenta de
que estaba cansado de gastar sus riquezas en mujeres, apuestas, vino y costosos trajes. A la par, la
sensación de soledad le oprimía el pecho y apenas lo dejaba respirar. Nadie lo quería por lo que era sino
por las riquezas que poseía.
El Charro ya se había olvidado de aquel trato que lo maldijo. Por eso, cuando se le apareció el diablo para
recordarle que la hora del cobro estaba cerca, se asustó como nunca.
El terror invadió a nuestro protagonista hasta el último rincón de sus entrañas. Recordó su deuda y, por
cobardía, comenzó a ocultarse. Mandó al personal de su hacienda a poner cruces por toda su propiedad y a
construir una pequeña capilla.
No obstante, el recuerdo de la deuda pendiente no lo dejaba dormir ni disfrutar de los pocos meses que le
quedaban de vida. Así que, en un arranque de miedo tomó a su mejor caballo junto con una bolsa que
contenía unas cuantas monedas de oro que no se había gastado. Emprendió el viaje durante la noche, para
que nadie lo viera huir.
Sin embargo, el diablo se dio cuenta de que el Charro faltaría a su palabra así que volvió a aparecer frente
al jinete y su caballo pero esta vez, con el fin de llevárselo.
—Iba a esperar a que murieras para cobrar la deuda que tienes conmigo, pero, como te ocultas
cobardemente, te llevaré ahora —dijo el diablo.
El Charro no tuvo tiempo de responder. Cuando se dio cuenta, su caballo, encabritado, trató de patear al
demonio pero era tarde, los brazos de su amo habían comenzado a secarse y su carne a desaparecer. Solo
le quedaba el ajuar de Charro encima de los huesos blanquecinos. El diablo volvió a hablar:
—Veo que tu bestia te es fiel, por eso ha de ser maldita igual que tú y condenada a acompañarte a tu viaje
hacia el infierno. Aunque, de vez en cuando, quiero que hagas algo por mí, cobrarle a mis deudores. Si
haces bien tu trabajo, dejaré que el hombre que acepte esa bolsa con monedas de oro que traes, tome tu
lugar.
Desde entonces, aquel hombre fue condenado a sufrir incontables tormentos en el infierno y a salir de ahí
solo para cobrar a quienes tienen deudas pendientes con Lucifer. Esto con la esperanza de que una noche,
algún viajero, traicionado por su avaricia, tomé su lugar. Solo así, el Charro Negro y su caballo podrán
descansar en paz.
EL MONSTRUO DEL LAGO NESS
El Charro no tuvo tiempo de responder. Cuando se dio cuenta, su caballo, encabritado, trató de patear al
demonio pero era tarde, los brazos de su amo habían comenzado a secarse y su carne a desaparecer. Solo
le quedaba el ajuar de Charro encima de los huesos blanquecinos. El diablo volvió a hablar:
—Veo que tu bestia te es fiel, por eso ha de ser maldita igual que tú y condenada a acompañarte a tu viaje
hacia el infierno. Aunque, de vez en cuando, quiero que hagas algo por mí, cobrarle a mis deudores. Si
haces bien tu trabajo, dejaré que el hombre que acepte esa bolsa con monedas de oro que traes, tome tu
lugar.
Desde entonces, aquel hombre fue condenado a sufrir incontables tormentos en el infierno y a salir de ahí
solo para cobrar a quienes tienen deudas pendientes con Lucifer. Esto con la esperanza de que una noche,
algún viajero, traicionado por su avaricia, tomé su lugar. Solo así, el Charro Negro y su caballo podrán
descansar en paz.
EL HOMBRE LOBO
Hace algunos años, durante el reinado de Egberto el Sajón, vivía en Gran Bretaña una bella joven
llamada Isolda. La muchacha era admirada por su belleza y buen corazón, por lo cual muchos jóvenes la
pretendían. Por su parte, Isolda estaba enamorada del conde Haroldo un joven apuesto con el que pronto
contraería matrimonio.
Pero Alfredo, el lugarteniente de Haroldo, también estaba total y perdidamente enamorado de Isolda; al
ver a la muchacha con Haroldo ¡le daban muchísimos celos! Un día, no pudo soportarlo más y al ver a su
señor un tanto preocupado decidió acercarse a hablar con él:
- Veo que algo le preocupa señor conde ¿es por causa del retraso de su boda con Isolda? No entiendo por
qué no se casa usted de una vez. ¿Acaso es por la maldición del viejo Sigfrido?
– ¿Qué sabes tú de mi abuelo? – preguntó Haroldo.
– Solo he escuchado algunos rumores, ya sabe, cosas que la gente dice - contestó Alfredo
– Pero, ¿por qué se pone usted tan nervioso ante la sola mención de su abuelo.
– Cuando era niño – dijo Haroldo –, mi abuela me contó unas historias que no he podido olvidar desde
entonces.
El abuelo de Haroldo, había sido un hombre cruel y malvado, sobre el que había caído una terrible
maldición. Se decía que un espíritu maligno se había apoderado de él y lo obligaba a hacer cosas
terribles. Según la leyenda esta maldición se transmitiría a sus descendientes, por lo tanto en cualquier
momento podría caer sobre su nieto Haroldo.
Sobre esta leyenda había quedado una extraña arma que le había regalado una hechicera: una lanza de
acero que se conservaba intacta a pesar del transcurrir de los años. Se decía que su punta jamás perdería
el filo.
Isolda estaba muy enamorada del conde, ella lo esperaría hasta que él se decidiera a contraer
matrimonio con ella, sin embargo, Haroldo se ausentaba cada vez más, nadie sabía a dónde iba y la joven
pensó que podría estar cortejando a otra mujer.
Por las mismas fechas, una horrible bestia había comenzado a acechar la comarca. Las gente decía que se
trataba de un hombre lobo que atacaba y devoraba a sus víctimas cuando había noches de luna
llena. Decían que durante el día tenía aspecto humano, pero que cuando se ocultaba el sol se
transformaba en lobo y a aterrorizaba a todo aquel que se cruzara por su camino.
Y así es cómo nació la leyenda del hombre lobo.
EL JINETE SIN CABEZA
Hace mucho tiempo en un pequeño pueblo, un jinete acostumbraba a dar paseos con su caballo. Esto
ocurría todas las noches y la gente extrañada, se preguntaba qué hacía un hombre dando paseos tan
tarde, no era usual que anduviera cabalgando por ahí a última hora del día.
Una noche, empezó a caer una tormenta, y mientras fuertes relámpagos se escuchaban retumbando en el
cielo, el jinete de un momento a otro desapareció sin dejar rastro.
Con el pasar de los años la gente se olvidó de aquel hombre solitario, hasta que un día en una noche de
tormenta similar, se empezó a escuchar de nuevo la misma cabalgata de aquel caballo y su jinete. Las
personas esperando saciar su curiosidad se asomaron para ver de quién se trataba, de pronto se dieron
cuenta de que era el mismo jinete cabalgando en su caballo, pero lo que no sabían, es que estaban a
punto de llevarse ¡toda una sorpresa!
Al caer un fuerte rayo, éste iluminó al jinete demostrando ¡que no tenía cabeza! La gente al asustarse con
aquella terrorífica imagen, corrieron a esconderse en sus casas y desde entonces no se explican el origen
de aquel jinete sin cabeza.
Algunos dicen que era el espíritu de un soldado alemán, que había luchado hace años en tierras
norteamericanas contra tropas estadounidenses. Después de ser vencido, cuentan que se le cortó la
cabeza y tras fallecer lejos de su país, nunca pudo descansar en paz, al menos no hasta que encontrara de
nuevo su cabeza.
FIN
LAS PASCUALAS
Inspirada en la leyenda tradicional, esta obra relata la historia de un aventurero forastero que seduce a
tres mujeres, Elvira, Úrsula y Catalina, quienes se disputan su amor. Como ninguna de las tres puede tener
la exclusividad de su cariño, todas deciden ahogarse en una laguna.
La primera versión teatral de esta obra fue estrenada en Santiago en 1957 por el Teatro Experimental de la
Universidad de Chile, bajo la dirección de Eugenio Guzmán y con un elenco encabezado por María Cánepa,
Héctor Duvauchelle y Brisolia Herrera, entre otros.
En enero de 1977 la obra volvió a presentarse en el Aula Magna de la Universidad de Concepción, por el
grupo de teatro independiente Caracol, con Lucy Neira, Norma Gómez y Berta Quiero en los papeles
protagónicos.