Manly Palmer Hall - Capitulo V de Las Fuerzas Invisibles
Manly Palmer Hall - Capitulo V de Las Fuerzas Invisibles
Manly Palmer Hall - Capitulo V de Las Fuerzas Invisibles
El mundo que conocemos es el jardín de infantes del espíritu. Aquí las almas
infantiles son instruidas en las realidades por medio de las irrealidades. De la misma
manera que cortar figuritas o hacer barquitos de papel es el primer paso en la
educación del niño, las cosas aparentemente muy ale jadas de la verdad modelan, en
una forma misteriosa, el carácter del hombre según líneas de conducta que más tarde
lo llevarán a la sabiduría. Muy escasos son los que aquí comprenden que en este
mundo están a prueba, pero esto es la verdad. Estamos obligados a empuñar los
rayos de la rueda de la ilusión hasta que, como los niños en la escuela, nos
adelantamos a nuestra clase y somos trasladados a otra superior. Del mismo modo
que en la escuela hay niños que nunca parecer aprender, y se quedan año tras año en
el mismo grado, los que no dominan los problemas de la gran escuela de la vida
deben permanecer en el mundo de la materia hasta que comprendan el plan y (lo que
es mucho mas importante) hasta que vivan de acuerdo con la realidad que han
descubierto.
En la actualidad, todo el progreso se lleva a cabo a través del cuerpo físico. Todos
los vehículos más elevados hallan expresión a través de este medio, y son modelados
por la manera en que aplican sus fuerzas respectivas en el mundo material.
Enumerémoslas y describamos qué influencia sufren:
El Cuerpo Mental. En los tiempos presentes este es el vehículo más elevado del
hombre, salvo unos pocos Adeptos v Maestros muy adelantados que actúan
conscientemente en el cuerpo búdico. En la mayoría de la gente, el cuerpo mental
aparece como una nube amarilla que rodea la cabeza y los hombros. Cuanto mayor es
la fuerza de pensamiento de la persona, tanto más organizado es el cuerpo mental. El
cerebro es su vehículo en la materia, y el desarrollo de este cuerpo superfísico
depende enteramente del ejercicio de la fuerza de pensamiento; no depende de otros
entes, sitio de la solución de los problemas de vida de acuerdo con las facultades de
la razón y es lógica.
El Cuerpo Astral. Este cuerpo es mucho más viejo que la mente y por consiguiente
está desarrollado en una forma mucho más perfecta. Halla su expresión por medio
del fuego de la sangre del hombre. La s emociones, pasiones, y reacciones con las que
el hombre excita su organismo son expresiones del cuerpo astral. El corazón, como
órgano de influencia sobre el destino de la conciencia, expresa las cualidades del
cuerpo astral; y el dominio y la dirección de las fuerzas emocionales son los que
construyen el alma astral en el hombre. Las emociones siempre tienen tendencia a ir
a los extremos, y es el equilibrio de los opuestos y el dominio de los extremos en esta
vida lo que modela el cuerpo astral en un vehículo permanente para la expresión del
espíritu.
El Cuerpo Físico. Este vehículo compuesto de la densa forma química y del doble
etéreo (o vital), es en principio la más antigua conexión del hombre con el universo
exterior, y en la actualidad constituye el punto en que se centran todos los demás
cuerpos. La eficiencia de este cuerpo da la medida de la expresión de todos los
vehículos más elevados. Constituye la conexión positiva entre la escuela de la
experiencia material y las fuerzas sutiles que el hombre trata de develar. A través de
este cuerpo y su expresión, en la actualidad se realiza todo el crecimiento espiritual.
Cuando el inventor esboza por primera vez su idea, debe adaptarla a las necesidades
prácticas y modificarla para que esté de acuerdo con los requerimientos de su
fabricación. De la misma manera, los esquemas de la conciencia son puestos a
prueba en la práctica. Por lo tanto este cuerpo se convierte en el terreno de prueba
de la vida, y solamente los que lo cruzan, y sobre su yunque traducen sus teorías a la
práctica, son capaces de conocer verdaderamente la eficacia de sus ideas.
Es preciso ahora que consideremos algunas de las expresiones por las cuales
hemos aprendido a juzgar el carácter y la vida de las personas con quienes estamos
en contacto. Estos no son dones del espíritu inmortal, sino más bien la cosecha de los
campos de la vida cuando se supo vivir con inteligencia. Conocemos las siguientes
cualidades del alma:
Debemos agradecer a Dios el que tengamos adversarios, porque sólo por medio de
un enemigo se puede conocer el verdadero valor de un hombre. "¿Qué haría yo si me
encontrara en ciertas condiciones?", es una pregunta que todos deberíamos
formularnos. Muy pocos son los que conocen, y aún menos los que son capaces de
hacer en un momento difícil la cosa que proyectaron cuando no estaban apremiados.
Basta colocar gente en distintas situaciones, y sólo entonces se podrá juzgarlas y
conocer su valor ante la vida. No es necesario acusarlas o defenderlas; sus acciones
nos dan el verda dero valor de su alma, y su alma nos muestra su edad en el plan
cósmico en una forma que ninguna protesta o profesión de fe podría hacer. Las
acciones y las actitudes ante la vida son las mejores pruebas; las palabras son
meramente la expresión de emo ciones en las que rara vez es dable confiar. El
hombre a menudo discute consigo mismo para confirmar cosas que sabe que no son
ciertas. Por lo general el animal humano se convence a sí mismo de la realidad de la
mentira antes que pueda probarla a otro. En efecto, raramente la prueba a otro, salvo
a sí mismo.
En filosofía oculta, el espíritu es esa esencia que siempre existe y que constituye la
parte inmortal de todas las cosas creadas en cualquiera de los siete mundos en que
se manifiesta el plan cósmico. El espíritu es indestructible, increado, y es el germen
de la divinidad en todas las creaciones manifiestas ; es Dios en nosotros, la
permanencia eterna, el triple espíritu del ser.
En la puerta de los templos de Oriente hay dos perros, uno que ríe y el otro que
mira de soslayo. Representan nuestras virtudes y vicios, experiencias que debemos
sufrir si que remos entrar en el sendero que conduce a la perfección. Estas dos
cualidades —la buena y la mala dentro de nosotros— están siempre con nosotros.
Una señala el cielo, y la otra siempre nos presenta nuestro mayor problema. El
animal sigue formando parte de nuestra naturaleza, y seguirá haciéndolo así hasta
que transmutemos la fuerza del adversario en la aspiración a las grandes victorias
sobre e l yo inferior.
Este adversario interior, esta acumulación de Karma aún impago, este cuerpo de
pecado, este obstáculo siempre presente, este espíritu de negación, esta siempre
amenazante figura del mal en nuestra naturaleza, era llamada por los antiguos el
morador del umbral.
ENFRENTANDO AL MORADOR
La primera etapa en la antigua iniciación era pasar ante el terrorífico monstruo que
mora en la linde de los mundos físico y espiritual. A los Hijos de la Luz se les decía
que nunca podrían "avanzar en lejana s comarcas" o "ganar el salario del Maestro
Constructor" mientras no enfrentasen con valor y resolución el demonio invisible que
mora siempre con ellos y no despertarán dentro de ellos las fuerzas sutiles con las
que él estaba compuesto. La mayorí a de la gente no llega a conocer esa terrible
figura hasta el momento de la muerte cuando la inteligencia actúa por un breve
instante en esta linde de la muerte y la vida, así llamada, que es el lugar donde mora
la bestia. Allá está agazapada —esa cosa construida por los pecados de la carne y los
crímenes cometidos en la oscuridad—, un espectro de pavoroso terror, la suma total
de la perversión, con el agregado de las fuerzas que se emplearon ma l y del talento
pervertido. ¿Nunca nos hemos detenido a pensar que las cosas que hacemos sin juicio
llegarán un día a enfrentarnos como jueces acusadores y nos impedirán llegar a la luz
que algún día reconoceremos y trataremos de servir?
En épocas muy lejanas, cuando el hombre pecó por primera vez, nació ese ser, y
gritó sobre la sangre del primer hijo de Dios que fue matado. El odio y el miedo, los
celos y la codicia, las pasiones y la lujuria, la negligencia y el crimen, todas estas
cosas lo han nutrido hasta que en el momento presente el hombre lleva consigo un
ser todopode roso criado y educado por lo peor que ha y en él, una bestia semejante a
un demonio que lo incita siempre al crimen y a la perversión, que lo tienta siempre,
por medio del hábito, a hundirse en ese fango de la degeneración del cual sale
arrastrándose tan pe nosamente.
Este es el Guardián del Umbral. Nunca lo hemos visto, pero no hay día en que no
combatimos con él, luchando para liberarnos de los anillos del pecado que son sus
manifestaciones. Cada vez que dominamos un rasgo indigno de carácter, pasamos
ante el Morador del Umbral; porque nuestros pecados nos separan del mundo del
espíritu, y cuando dominamos nuestros errores actuando honradamente en vez de
dejarnos llevar por nuestros malos impulsos como antes, el pecado ya no es un
obstáculo tan grande. Fina lmente llegamos a ser capaces de enfrentar ese ser por
última vez, y entre los éteres del mundo superior luchamos con el dragón del karma
hasta vencerlo y, banándonos en su sangre , nos volvemos inmortales; por cuanto la
energía es la sangre del Morador, y está constituido con la energía que hemos
perdido o mal usado.
Los que quieren servir a Dios con seguridad y unirse a los inmortales, deben
primero dominar sus propios pecados. El precio que hay que pagar para entrar en el
Templo es la conquista de nuestra naturaleza más baja, porque no podemos servir al
mismo tiempo a Dios y a Mammón. Si quere mos forzar una parte de nuestra
naturaleza a que desarrolle poderes espirituales, mientras que con la otra servimos al
vicio y a las cosas materiales, es buscar la demencia y la muerte. Por consiguiente,
antes de internarse en el verdadero camino que debe seguir el discípulo espiritual,
hay que examinarse a fondo y ver cuántos elementos de la naturaleza más baja
siguen atándonos a la tierra. Entonces comienza la gran batalla tantas veces
simbolizada en las ceremonias religiosas de los antiguos, que debe resultar en la
muerte de la naturaleza inferior, la del Morador. De las ceni zas del ardiente conflicto,
se eleva la naturaleza más alta y se une con el espíritu de luz. Este es el misterio de
la crucifixión y el significado recóndito del tercer grado del rito masónico. En escala
menor, entablemos todos los días este mismo combate, pero por último debemos
enfrentarlo con valentía y llegar a una decisión.
¿En qué clase de universo viviríamos si nuestros dioses estuviesen sujetos a las
falibilidades que enumeramos más arriba? Si nuestro Sol estuviese sujeto a crisis de
cólera y si nuestros Maestros se dejasen llevar por sus fines egoístas, ¿qué nos
sucedería?. Si aspiramos a ocupar puestos de confianza, debemos dominar nuestras
pasiones, ser pacientes y bondadosos como los mismos dioses. Nadie pudo alc anzar
el estado de maestro sin antes pasar ante el Guardián de su naturaleza más baja v
trasmutar en poderes creadores los pecados que otorgan al Morador su poder.
Hay que subir tres peldaños distintos para llegar a la sabiduría, y todo el progreso
debe efectuarse de acuerdo con estos peldaños. Si el hombre desea de verdad
alcanzar el don inestimable de la sabiduría, debe aceptar voluntariamente lo que han
decretado los dioses sobre ese particular. El que estudia debe preparase para el
influjo de la sabiduría. Esto debe realizarlo por medio del recto pensamiento, la recta
acción y la recta manera de encarar la vida.
El recto pensamiento estriba en una mente abierta y pronta a considerar todas las
cosas; una mente humilde que acepta recibir las migajas de los festines de los sabios;
una mente caritativa que no condena a nadie salvo a sí misma; una mente sagaz
capaz de ver el bien en todas las cosas y llegar hasta el bien en todas las cosas.
La recta actitud significa que todo debe emprenderse con el espíritu de amor, de
verdad, y con un sincero deseo generoso de prestar su ayuda para convertir este
mundo en un lugar mejor donde vivir. Una manera honrada de encarar la vida
significa alegría, espíritu de ayuda y cooperación con todos los que tratan de
progresar. Significa consideración para todos, aun cua ndo no estén de acuerdo con
nosotros, puesto que comprende que el hombre no debe trabajar para el hombre, sino
para Dios, y que a cada uno le corresponde lo suyo.
Un análisis del carácter de esta señora muestra que tiene los siguientes defectos:
1. Es un egoísta incurable.
2. Es pesimista.
3. Tiene un genio violento, que envenena su sangre.
4. Es egoísta.
5. Se deja llevar por sus emociones, lo que es una criminal pérdida de energía.
6. Ha descuidado su cuerpo. Dios no frecuenta un templo que no está limpio y libre de
enfermedades.
Estos seis defectos constituyen el Morador del Umbral. Se levantan entre ella y
todas las hermosas cosas que desea ser. Dios no le borrará sus defectos pero le
otorgará lo que desea sólo cuando pruebe su valor dominando su naturaleza y
dándose cuenta de sus errores. Dios hizo un pacto con el hombre . Si el hombre
prepara el templo de su vida, el Padre aceptará morar en él y ser la luz de ese templo.
No pidamos nada a Dios mientras no hayamos hecho nuestra parte; no intentemos
lograr la espiritualidad mientras no hayamos construido nuestro tabernáculo de
acuerdo con la Ley otorgada a los hijos cuando la tierra era joven.
LA ESFINGE
¿Quién fue capaz de medir el misterio de ese rostro inexpresivo que mira en el
desierto hacia el lugar donde se levanta el sol? El ser con el cuerpo de animal es el
cuerpo de pecado del hombre —el Guardián de Umbral— y, como la verdadera
constitución del hombre, es desconocido para la mayoría de las personas. Antes que
el candidato pueda progresar en la obra espiritual que se le ordenó cumplir, debe
arrancar el secreto de pecado del guardián silencioso. Por medio de la concentración
y la consagración, debe corregir y dominar uno tras otro sus propios vicios, hasta que
pueda ofrecer al servicio de los Maestros una vida sin mácula alguna. Sólo entonces
será aceptado. Pero en este mundo son escasos los que desean una vida inmaculada.
Todos desean el poder, pero son escasos los que pueden tomar la espada del rápido
desapego y hundirla en el corazón del siniestro espectro —su propia naturaleza
inferior— el Morador del Umbral.