La Americanizacion de Espana Antonio Niño PDF

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ANTONIO NIÑO

CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE


DE MADRID. REALIZÓ SU FORMACIÓN DOCTORAL EN LA ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES
EN SCIENCES SOCIALES DE PARÍS, Y HA EJERCIDO COMO PROFESOR INVITADO EN
VARIAS UNIVERSIDADES EUROPEAS Y AMERICANAS. HA PUBLICADO NUMEROSOS
TRABAJOS SOBRE HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Y SOBRE HIS­
TORIA CULTURAL. DESTACANDO SU S INVESTIGACIONES SOBRE EL TERRENO DE
CONFLUENCIA DE A M BA S ESPECIALIDADES: LAS RELACIONES CULTURALES INTER­
NACIONALES, U S REDES INTELECTUALES TRANSNACIONALES, LA DIPLOMACIA
PÚBLICA Y LA PROPAGANDA CULTURAL EN EL EXTERIOR. ACABA DE EDITAR LA
OBRA GUERRA FRÍA Y PROPAGANDA. ESTADOS UN IDO S Y S U CRUZADA CULTURAL
E N EUROPA Y AM ÉRICA LATINA.
Antonio Niño

La americanización de España
DISEÑO DE COLECCIÓN.- ESTUDIO PÉREZ-ENCISO

© ANTONIO NIÑO. 2012

© LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2012


FUENCARRAL, 70
28004 MADRID
TEL. 91 532 05 04
FAX. 91 532 43 34
WWW.CATARATA.ORG

LA AMERICANIZACIÓN DE ESPAÑA

ISBN: 978-84-8319-743-1
DEPÓSITO LEG A L M-31.677-2012
ÍBIC: GTC, JPS

ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN


DE LOS EDITORES E S QUE S EA UTILIZADO LO M Á S AMPLIAM ENTE
POSIBLE, QUE SEA N ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA
EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE. DE REPRODUCIR PARTES. S E HAGA
CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 7

CAPÍTULO 1. LAS VÍAS DE PENETRACIÓN DEL MODELO


ECONÓMICO AMERICANO 23

CAPÍTULO 2. PROPAGANDA Y DIPLOMACIA PÚBLICA


EN ESPAÑA 82

CAPÍTULO 3. PREJUICIOS Y REACCIONES ANTE LA LLEGADA


DEL ESTILO DE VIDA AMERICANO 153

CONCLUSIONES 229

BIBLIOGRAFÍA 253
INTRODUCCIÓN

La prim era vez que se planteó la cuestión de la am ericani­


zación del mundo fue en fecha tan tem prana como 19 0 ?.
Ese año un influyente editor de periódicos y publicista
británico, W illiam Thomas Stead, publicó un libro titulado
The Americanisation of the Worid; or, The Trend ofthe Twen-
tieth Century, en el que trataba a fondo la creciente in flu en ­
cia que los Estados Unidos estaban alcanzando en diversas
esferas. Lejos de ser un alegato contra la "invasión am eri­
cana” , el libro de Stead era una apología de los beneficios
que se derivarían de la inyección de energía, juventud y
creatividad que aportaba esa nación que se incorporaba
entonces al club de las potencias dirigentes.
El libro de Stead tenía, en realidad, una intención
política concreta: form aba parte de una campaña para
convencer a la opinión pública y a los dirigentes británicos
de la necesidad de acabar con su "espléndido aislam iento”
y establecer una estrecha alianza con los Estados Unidos.
Una asociación política con la nueva potencia ascendente
serviría para conjurar el peligro de que su expansionism o
se hiciera a costa de los intereses británicos.- los Estados
Unidos acababan de iniciar su carrera im perial ocupando
islas en el Caribe y en el Pacífico, a costa del antiguo im pe­
rio español; las posesiones británicas en Canadá y en las
A ntillas estaban muy cerca y podían correr peligro. La
reciente aplicación de la doctrina Monroe a la disputa entre
Gran Bretaña y Venezuela por los lím ites en la Guayana no
auguraba nada bueno. Además la nueva alianza crearía un
bloque de potencias anglosajonas capaz de hacer frente con
garantías a las amenazas que se cernían sobre la anterior
hegemonía británica, una especie de seguro contra los riva­
les europeos que amenazaban los intereses británicos en
muy distintos escenarios: China, el imperio Otomano, A fri­
ca, etc. Era común en la época pensar que las rivalidades
internacionales se resolverían formando agrupamientos
de naciones basados en afin idad es culturales —raciales,
se decía entonces—y lingüísticas. Un bloque anglosajón se
opondría a los agrupamientos "raciales” rivales: el pan-
germ anism o, el paneslavism o, el panlatinism o, etc.
Stead, por lo tanto, pretendía convencer a sus conciu­
dadanos de las ventajas de ese "im perio del mundo por los
pueblos angloparlantes” , y a la vez lisonjear la vanidad de
los am ericanos1 . Para ello hacía un recuento de los gran­
des logros de la raza anglosajona, y específicam ente de la
influencia de Norteam érica en las diversas partes del
mundo, siem pre encomiando el poder expansivo del p u e­
blo yanqui. La tercera parte del libro se dedicaba a explicar
"cómo A m érica am ericaniza” , y en ella enum eraba las
diversas form as de influ ir de ese pueblo a través de la re li­
gión, la literatura, el periodism o, la ciencia, el deporte y el
com ercio. Aquella venturosa "invasión am ericana” , según
el autor, vendría a regenerar el anquilosado cuerpo social
británico, haciéndole reaccionar y dotándole de nuevo
vigor.
Pero ¿en qué consistía esa "invasión am ericana” de
principios del siglo XX? Básicam ente era una invasión
com ercial. Lo que sorprendió a los coetáneos de Mr. Stead
fue el crecim iento espectacular de las exportaciones esta­
dounidenses, que justo en esos años, después de superar
al com ercio francés y alem án, conseguía suplantar la
suprem acía que durante todo el siglo anterior había deten­
tado el com ercio británico. Y no se trataba solo de sus
tradicionales exportaciones de algodón y de productos
alim enticios; los am ericanos estaban conquistando los
mercados de los productos asociados a la segunda revolu­
ción industrial: derivados del petróleo, automóviles, apa­
ratos eléctricos, máquinas de escribir, teléfonos, etc. Más
aún, los grandes trust am ericanos, como el del petróleo,
extendían sus tentáculos por varios continentes, y algunas
grandes em presas empezaban a establecer sucursales en
países europeos para com petir in situ con las firm as del
continente. El crecim iento de la econom ía norteam erica­
na, prodigioso desde el fin de la Guerra de Secesión, d es­
bordaba las fronteras nacionales y em prendía la conquista
de los m ercados m undiales, empezando por el de Gran
Bretaña.
Nadie podía discutir esa realidad, y la im agen de
A m érica ya se asociaba con la existencia de gigantescos
trusts y Holdings em presariales, de carácter monopolístico
y con am biciones m undiales. Asociados a ellos apareció la
figura del m ultim illonario estadounidense, ese extrava­
gante personaje que comenzaba a viajar por Europa com ­
prando castillos de la época de los Tudor o colecciones
artísticas de las viejas casas aristocráticas arruinadas. Los
Rockefeller, los Garnegie, Morgan, Ford, o Vanderbilt,
eran personajes conocidos a los que se dispensaba una
mezcla de envidia y de desprecio por su condición de p a r­
venúes. También se asociaba A m érica con el maqum ism o,
los métodos científicos de organización industrial, la acti­
vidad incansable, la velocidad y el trajín de la vida urbana.
En el plano político, la "idea am ericana” se entendía como
el triunfo del individualism o, la dem ocracia y el repu bli­
canismo.
Pero Mr. Stead, en su deseo de alagar la vanidad de los
antiguos súbditos de Su Majestad em ancipados, tam bién
hacía el elogio de sus aportaciones literarias, artísticas y
en los más diversos órdenes de la vida social y cultural. La
am ericanización no era solo com ercial: era un nuevo modo
de vida asociado con la juventud, la creatividad, la innova­
ción. .. A hí, sin embargo, no había unanim idad y ensegui­
da aparecieron contradictores. La idea de que A m érica
fuera capaz de producir aportaciones notables de carácter
intelectual o artístico a la cultura universal chocaba con un
prejuicio muy arraigado en Europa.

L A R E S P U E S T A EN E L M U N D O H ISPA N O

En el mundo hispano, el más ácido contradictor de Mr. Stead


fue Rufino Blanco Fombona, destinado entonces como cón­
sul de Venezuela en Amsterdam. Blanco Fombona, como la
mayoría de los escritores de su tiempo, opinaba que los yan­
quis, como él los llamaba, no habían aportado nada rele ­
vante fuera del ámbito económico: "por la literatura y el
periodismo no creo que los yanquis hayan ejercido influen­
cia hasta ahora en ninguna parte del mundo [...] El perió­
dico yanqui [...] es el centón más ridículo que pueda
imaginarse [...] Cuanto al arte, es ya un lugar común afirmar
la absoluta incapacidad de los yanquis para cultivarlo y pro­
ducirlo” (Blanco Fombona, R., La americanización del
mundo, 1903). No salía mejor parada la literatura, "arte muy
ocasionado a la propaganda; arte el que más se impone a la
simpatía, a la admiración de los extraños” ; Blanco Fombona
era rotundo-. "No creo que exista, hasta ahora, una literatura
americana [...] ¿Dónde están, Sr. Stead, los plenipotencia­
rios del espíritu yanqui que yanquicen el Mundo? ” . Y seguía
recorriendo las demás expresiones del espíritu americano:
"E n otras manifestaciones del arte, ¿qué ha producido tam ­
poco el pueblo norteamericano?” . Solo reconocía sus éxitos
en las aplicaciones prácticas de la ciencia: "Los ingenieros
mecánicos y electricistas de los Estados Unidos son los p ri­
meros del mundo; y los útiles industriales, en cuya inven­
ción entran por igual imaginación y ciencia, alcanzan allí su
máximo perfeccionamiento” . Los ferrocarriles, la navega­
ción y los trusts "sí me parecen poderosos factores de ameri -
canización” , reconocía Blanco Fombona.
Pero lo más interesante de la réplica del escritor v e ­
nezolano es que impugnaba la tesis principal de Mr. Stead
cuando sostenía:

En mi concepto los yanquis no yanquizan ni de esa manera ni de nin­


guna suerte; y no se preocupan, o no se han preocupado hasta ahora, de
que sus ideas, métodos, gustos e inclinaciones, imperen en el mundo.
Son los pueblos extraños quienes se ocupan de ellos y quienes estudian
por descubrir el secreto del éxito colosal de aquel país. Ellos se conten­
tan con ser jóvenes, sanos, fuertes; y de ellos se desprende, de modo
natural e imprecondebido: la juventud, la salud y la fuerza, como el
encanto de una armoniosa estatua, y como el rumor del mar.

Los térm inos del gran debate sobre la am ericaniza­


ción del mundo que ha recorrido todo el siglo XX quedaban
ya planteados en esta polémica primigenia. El coloso que
entonces emergía en el horizonte e inundaba con sus p ro ­
ductos los mercados internacionales, ¿acabaría sustituyen­
do las tradicionales formas de organización social de los
europeos por sus novedosos modos de vida? ¿Alcanzarían
sus aportaciones culturales el prestigio intelectual y el
predom inio m oral reservado entonces a las creaciones
francesas, inglesas o alem anas? ¿De verdad existía una
voluntad expresa de im poner sus gustos y sus form as de
vida, además de exportar sus productos? ¿Q uerían los
am ericanos "am ericanizar” al resto del mundo? ¿Y qué
consecuencias tendría para los demás esa "in vasión am e­
ricana” que el publicista inglés bendecía y que el venezo­
lano deploraba?
Había una vertiente más de la cuestión, las conse­
cuencias geopolíticas de la entrada en escena de la nueva
potencia, que inquietaba especialm ente a Blanco Fom bo-
na por sus consecuencias para el mundo hispano en gene­
ral: "E sa fraternidad de Inglaterra y los Estados Unidos
duplicaría el apetito de ambas potencias; y es de pregun­
tarse-. ¿nosotros, pueblos españoles de ambos mundos,
seríam os los menos afectados por esa alianza?” . La adver­
tencia se dirigía tanto a los españoles como a las repúblicas
h isp an o am erican as: "D e todas partes nos am enazan;
pero ningún peligro sería mayor que el de los Estados
Unidos, asesorados por Inglaterra. De donde se sigue que
ante el peligro, la ninguna solidaridad de los españoles de
ambos mundos nos es perjudicial” . El venezolano recla­
maba alguna fórmula de fraternidad de los pueblos h is­
panos por instinto de defensa, para no ser pasto de las
ambiciones del nuevo coloso. El panhispanismo y, si este no
fuera posible, la solidaridad latinoamericana, se sugerían
como una fórmula necesaria para afrontar el peligro.
Blanco Fombona dedicaba su folleto de aviso "a los p e­
riodistas de España y de la Am érica Latina” . Pero los espa­
ñoles ya estaban bien avisados: apenas hacía cuatro años que
habían sufrido una humillante derrota ante las escuadras
norteamericanas en Cuba y Filipinas, con la pérdida defini­
tiva de esas islas más la de Puerto Rico y los archipiélagos del
Pacífico, los últim os restos del im perio ultram arino fo rja­
do en el siglo XVI. Bien sabían los españoles de la voraci­
dad expansionista yanqui y de la amenaza que constituía su
nuevo poder político y m ilitar. Por ello, sentirían como
propias las sucesivas intervenciones norteam ericanas en
el Caribe: Panamá, Nicaragua, Santo Domingo, etc. A lgu­
nos españoles acogerían con entusiasm o las proclam as de
un m ovimiento hispanoam ericanista destinado a d efen ­
der, como decía el venezolano, "un máximo interés de
sentim iento y de vida, el interés de guardar el continente
para sí, para la raza que lo posee” . España no podía ser, era
evidente, un apoyo eficaz ni una garantía contra las am e­
nazas de intervención y de injerencia de las potencias
anglosajonas, pero podía contribuir con su legado h istó ri­
co y cultural a resistir el peligro de am ericanización de sus
sociedades. A l contrario que en el caso inglés, representa­
do por Mr. Stead, en el mundo hispano la am ericanización
suponía un peligro mucho mayor que el de la invasión
comercial: se trataba de un peligro para la propia identi­
dad colectiva. La "nordización” , como la llam aba el escri­
tor uruguayo José Enrique Rodó, suponía la pérdida de los
referentes culturales propios, relacionados con la trad i­
ción humanista, latina e hispana. En una obra de gran
impacto en la época-. Ariel, publicada en 19 0 0 , Rodó se
dirigía a la juventud hispanoam ericana para prevenirle
contra el utilitarism o y la "nordom anía” que acom paña­
ban la expansión de los Estados U nidos por el continente.
El escritor uruguayo se apoyaba en la confrontación de
identidades —definidas desde la época del rom anticism o
por la herencia de "raza” , lengua y religión— para denun­
ciar los progresos de la am ericanización en Latinoam éri­
ca. Algunos intelectuales españoles, como Rafael Altam ira,
com partían el m ism o punto de vista y añadieron a la lista
de agravios contra Norteam érica, además de su agresión
imperialista en Cuba y Filipinas, la amenaza que suponía para
la identidad española la expansión de modos de vida, de sis­
temas de organización y de costumbres radicalmente ajenos
a la tradición hispana.
De modo que, en el caso español, el debate inicial
sobre la am ericanización del mundo se complicó sob re­
m anera por la introducción, desde el principio, de dos
cuestiones que sobrepasaban la dim ensión puramente
económ ica o m ercantil. Una era el peligro del im p erialis­
mo norteam ericano, que había engullido las últim as pose­
siones españolas en ultram ar y que se cernía como una
amenaza constante sobre las repúblicas hispanoam erica­
nas. Otra era la cuestión identitaria y las controversias
ligadas con la preservación de la cultura y de la person ali­
dad propias. No se trataba solo, como en el caso inglés, de
la in vasió n de productos n o rteam erican os, ni siq u iera
de la amenaza geopolítica del nuevo papel internacional de
los Estados Unidos; había un componente aún más p e li­
groso de la am ericanización: la alteración que suponía
para los valores, las creencias y los com portam ientos de
los españoles. Los defensores de la tradición y de las viejas
costumbres, por un lado, y los partidarios del cambio y de
la m odernización del país, por el otro, debatieron durante
todo el siglo XX sobre lo que representaba la am ericaniza­
ción: sus peligros, sus ventajas, sus form as de penetra­
ción, sus elem entos característicos, etc.

A M E R IC A N IZ A C IÓ N , M O D ER N IZ A C IÓ N ,
G LO R A LIZA C IÓ N O N EO C O LO N IA LISM O

Por ello, un ensayo sobre la am ericanización de España


no puede abordarse sin con sid erar la fuerza y la p e rs is ­
tencia en el tiem po de ese debate. La am ericanización es

H
un proceso que puede rastrearse siguiendo ciertos indica­
dores, pero el más importante de ellos, sin duda, lo consti­
tuyen las reacciones que suscita entre la sociedad afectada.
Habrá quien piense que se trata de un fenómeno en gran
parte imaginario, exagerado o incluso inventado con fines
políticos o ideológicos. Algunos han denunciado que es
fruto de una im posición de la potencia hegemònica, que ha
utilizado métodos neocoloniales para acabar con cualquier
resistencia a su dominio. Otros sostienen que se trata de un
proceso libremente aceptado, o incluso voluntariamente
inducido por ciertos sectores de la sociedad española, que
han encontrado en el modelo americano una guía para
orientar la modernización del país. En todo caso, la am eri­
canización, real o imaginaria, provoca reacciones intensas
en uno u otro sentido, con múltiples derivaciones en el plano
cultural, en el económico, en el político y en los más diversos
aspectos de la vida social. La americanización es por lo tanto
una realidad, difícil de medir, pero sobre todo un tema de
discusión, un tópico que apareció en la esfera pública a
comienzos del siglo XXy que no ha dejado desde entonces de
debatirse y de manipularse con los más variados fines. Por
ello mismo no es posible partir de una definición previa y
comúnmente aceptada de qué es la americanización; no hay
categorización correcta posible del fenómeno. Cada bando,
cada sector, incluso cada polemista señalará rasgos caracte­
rísticos diferentes, o encontrará efectos de la americaniza­
ción donde otros no los vean, sin hablar de la valoración que
les merezca. Nos enfrentamos a un objeto inaprensible por
sus contornos difusos, pero sobre todo porque las personas
que lo tratan introducen continuamente equívocos al refe ­
rirse a él, unas veces por confusión propia y otras por inte­
rés. No es que se trate de un fantasma cuya apariencia sea
más imaginaria que real, es que la propia definición y carac­
terización del fenóm eno es objeto de polémica.
Antes de abordarlo de frente, no estaría de más d es­
montar algunos tópicos e ideas recibidas para desbrozar el
tema. La am ericanización, que se suele entender como la
influencia que ejercen la cultura, los valores y los modos
de vida am ericanos sobre personas pertenecientes a otras
culturas, empezó en realidad dentro del país y, de hecho,
los denunciantes de la am ericanización tam bién libran su
lucha ideológica dentro de los Estados Unidos. In icial­
mente se habló de am ericanización para referirse al gran
proceso de asim ilación de los veinte m illones de europeos
que em igraron a ese país en el siglo XIX y principios del
XX. Esos emigrantes llegaban con sus lenguas, sus religio­
nes y sus costumbres, procedentes de países muy diversos,
y en pocos años, o a más tardar en la segunda generación, se
convertían en convencidos patriotas americanos. En ese
tiempo se impuso la imagen de los Estados Unidos como un
gran crisol, ese recipiente en el que se funden diversos
metales para dar lugar a un material totalmente nuevo, su r­
gido de la mezcla de todos ellos pero con características
propias. La imagen del meltingpot tam bién se utilizó para
describir un proceso masivo de asim ilación y homogenei-
zación cultural. La americanización de la ingente inm igra­
ción que llegó a Norteamérica en el siglo XIX fue la gran
hazaña del país. Esa gesta parecía querer extenderse al con­
junto del mundo a comienzos del siglo XX.
Es habitual equiparar la am ericanización con la
m odernización de las sociedades, es decir, con los cam ­
bios que suelen experim entar los países cuando entran en
una fase acelerada de industrialización, urbanización y
cambio social. Los resultados de esos cam bios estructura­
les asociados al desarrollo pueden desdibujar los rasgos de
la sociedad tradicional más específicos, y extender un
modelo de sociedad más parecido al de las sociedades
avanzadas, cuyo prototipo puede ser el modelo americano.
No necesariam ente la m odernización se debe a in flu e n ­
cias, consentidas o no, procedentes de Estados Unidos, y
verem os cómo, en el caso español, es fácil asociar el p ro ­
ceso de desarrollo acelerado de los años sesenta y p r in ­
cipios de los setenta, con una am ericanización efectiva
del país.
También es común confundir la am ericanización con
la extensión del consumo de productos procedentes de
Estados U nidos. Esta es una de las form as más v isib les
de la influencia am ericana en el mundo. Lo que algunos
autores llam an la "coca-colonización” sería una form a
agresiva de "aculturación” no deseada a través de la gen e­
ralización de hábitos y gustos que se asocian con su origen
americano. Pero consum ir ciertos productos o seguir las
modas de ese país no afecta necesariam ente a los valores,
las tradiciones o las costumbres nativas. En el peor de los
casos solo sería una form a de am ericanización muy su per­
ficial. Nadie piensa que A lem ania se esté italianizando
porque los restaurantes de comida m editerránea sean los
más abundantes, con diferencia, en las calles de Berlín.
Por otro lado, muchos de esos productos que asociam os a
la am ericanización ni siquiera pueden considerarse repre -
sentativos de la cultura am ericana, o al menos son tan
rechazados por algunos sectores de la sociedad am ericana
como lo son en Europa.
También suele asim ilarse la am ericanización con la
globalización, ese fenóm eno que se desarrolla de form a
im parable y que ha adquirido una velocidad creciente. La
confusión es lógica porque, efectivam ente, los Estados
Unidos han trabajado durante todo el siglo XX, y lo siguen
haciendo, por la apertura de los m ercados, la supresión
de barreras a la actividad financiera internacional, la
libre circulación de m ercancías y de ideas, la aceleración
de las com unicaciones, y todos los demás fenóm enos que

X7
se asocian con el fenómeno globalizador. Un principio inal­
terable de su política exterior desde principios del siglo XX
ha sido la llamada "política de puertas abiertas” : el propósito
de mantener las puertas del comercio y de los mercados
extranjeros abiertas a los intereses estadounidenses. La glo-
balización ha ido de la mano de la americanización, ambos
fenómenos tienen la capacidad de producir cambios socio-
culturales profundos, se desarrollan con plena consciencia
por parte de las sociedades que los sufren, y generan agrios
debates entre sus defensores y detractores. Podría enten­
derse la americanización, por lo tanto, como una primera
fase de la globalización, pero esta, sin duda, implica muchos
más actores y más variables de las que la potencia americana,
con toda su capacidad, puede aportar.
Una últim a precisión: am ericanización e im p erialis­
mo am ericano no son fenóm enos idénticos. El im p eria­
lism o se puede desarrollar sin ningún proyecto explícito
de asim ilación cultural, m ientras que la am ericanización
puede avanzar sin ningún tipo de injerencia im perial. Para
apoyar la prim era afirm ación se suele citar el ejem plo de
Puerto Rico: cuatro m illones de habitantes que son ciuda­
danos estadounidenses y que siguen expresándose en e s­
pañol 114 años después de caer bajo la soberanía de ese
país —en condiciones muy particulares, bien es cierto—. Sin
negar que hubo, al menos al principio, políticas de asim ila­
ción cultural, es evidente que fracasaron. La historia del
imperialismo informal que han practicado los Estados U ni­
dos desde finales del siglo XIX parece demostrar que sus
dirigentes no tienen especial interés en que los demás pue­
blos sean como ellos; a lo más, lo que buscan sus políticos,
mercaderes y banqueros es que se den en el mundo las con­
diciones que les permitan llevar a cabo sus actividades, es
decir, desarrollar sus "intereses” —esas condiciones pueden
ser apertura comercial, estabilidad política, preferiblemente

18
democrática, libertad de em presa, respeto a los derechos
civiles, etc.—. Tampoco son los Estados Unidos lo que
pudiéram os llam ar u n agente civilizatorio "extrovertido” ,
en el sentido de que desplace su gente y se establezca en
otros países o sociedades diferentes para producir un
cambio cultural. La presencia de colonias de ciudadanos
norteam ericanos por el mundo es marginal y se debe a
desplazamientos tem porales casi siem pre.

UN D EB A T E A B IE R T O

¿No hay, entonces, ninguna inten cionalid ad, ningún


atisbo de im posición en el fenóm eno que llam amos am e­
ricanización? Tampoco es esto cierto. Entre los valores
genuinamente americanos se encuentra la creencia, com ­
partida por muchos de sus ciudadanos, de que los Estados
Unidos tienen una "m isión” especial en la historia, un des­
tino manifiesto: el de crear una nación libre y un modelo de
sociedad que sería m ejor que cualquier otro anterior. Esta
creencia les inclina a verse a sí mismos como superiores a
los demás pueblos y a considerar su modo de organización
como un ejemplo para el resto del mundo. El siguiente paso
consiste en sugerir que los problemas de cualquier otra
sociedad, por diferente que sea, tienen su remedio sim ple­
mente adoptando las soluciones que tan buen resultado han
dado en los Estados Unidos. La tentación de forzar a los
demás a adoptar las regias propias es muy fuerte cuando se
está convencido de su superioridad, y sobre todo cuando
se cuenta con los recursos económicos, políticos y militares
suficientes para ejercer una presión eficaz.
¿Existe entonces un imperialismo cultural americano?
Este ha sido un gran debate mantenido ininterrum pida­
mente por la propia historiografía norteam ericana desde
los años sesenta (Gienow-Hecht, ?o o o ). Para la escuela
crítica —que se desarrolló en las universidades am erica­
nas bajo la influencia del movim iento contra la interven­
ción en Vietnam —, la existencia de ese im perialism o era
innegable, y sus procedim ientos en el terreno cultural se
podían rastrear observando las actividades de las m ultina­
cionales en el exterior, especialm ente de la industria del
entretenim iento. El gran poder financiero y el control del
mercado m undial que ejercían esas m ultinacionales exp li­
carían su capacidad de im poner hábitos de consumo y de
m oldear los gustos de la gente; y, cuando era necesario,
tam bién podían contar con la presión del Departamento
de Estado y con la superioridad m ilitar para lograr sus
objetivos. Otros historiadores desdeñan esas interpreta­
ciones, muy marcadas políticam ente, y proponen explica­
ciones más com plejas. El proceso de tran sferen cias
culturales, según su interpretación, nunca es m ecánico, es
decir, que siem pre se acompaña de fenóm enos de adapta­
ción y de transform ación que derivan en resultados am bi­
guos y eclécticos. Por otro lado, sostienen que la clave de
las transferencias culturales no se sitúa en el país em isor,
ni aun suponiendo una gran capacidad de presión, sino en
los receptores. La am ericanización no sería un proceso de
aculturación forzada, sino un juego de intercam bios en el
que intervienen tanto los agentes em isores —industrias
culturales, organism os como las universidades o las fu n ­
daciones, incluso los servicios de propaganda— como los
receptores, y son estos quienes tienen la últim a palabra
sobre el resultado final. Son las condiciones locales, no las
intenciones del em isor, las que explican el éxito o el fraca­
so de las transferencias culturales.
Todo ello nos obliga a prestar atención a los diversos
ángulos que tiene ese fenóm eno que llam am os am ericani­
zación. Debemos analizar, por un lado, las intenciones del
emisor, su voluntad explícita o su falta de propósito de
difundir sus modos de vida y los m edios empleados para
ello: desde los m ecanism os de la propaganda oficial hasta
el influjo de sus em presas com erciales. Por otro lado,
prestar atención a la receptividad de los destinatarios; de
cualquier form a que se proyecte —en los hábitos de consu­
mo, en el cambio de valores, en los estilos de vida—, la
transferencia cultural depende sobre todo de lo que elijan
las gentes de otros pueblos; son "e llo s” los que se am eri­
canizan, los que im itan form as de vida ajenas, en espacios
donde raram ente llegan ciudadanos norteam ericanos.
Para analizar el caso español abordarem os separada y
consecutivamente las tres dim ensiones fundam entales
del fenómeno de la am ericanización: su influencia en los
cambios de la producción, la gestión y la distribución eco -
nómica; las iniciativas de la propaganda y de la diplom acia
pública am ericanas para extender sus valores en España, y
las reacciones que provoca el American w ayoflife entre los
españoles. Repasando la evolución de estas tres dim ensio­
nes en las diferentes coyunturas históricas llegaremos a a l­
gunas conclusiones sobre la condición imaginaria o real de
la americanización de España, sobre su carácter más o m e­
nos forzado, y sobre su grado de aceptación, variable según
sectores sociales y tendencias ideológicas.

NOTAS
i. Somos conscientes del abuso que significa utilizar el apelativo "americanos”
para denominar a los ciudadanos de los Estados Unidos y "América” para refe­
rirse a ese exclusivo país. Lo hacemos únicamente por respetar un uso muy
extendido, sobre todo, entre los propios estadounidenses, que utilizan esas
expresiones para identificarse a sí mismos.
CAPÍTULO 1
LAS VÍAS DE PENETRACIÓN DEL MODELO
ECONÓMICO AMERICANO

Fueron algunos historiadores de la econom ía los que


com enzaron a poner de actualidad el estudio de la am e­
ricanización de Europa, entendida como la gen eraliza­
ción de un modelo de producción, de modos de vida y la
expansión de un tipo de civilización desarrollado en
Estados Unidos (Barjot, 30 0 3 , así como K ipping y T i-
ratsoo, 2 0 0 ? ). La am ericanización, para los eco n o m is­
tas, hace referen cia así a un modelo de m odernización
que ha sido dom inante a escala internacional sobre todo
desde la segunda posguerra m undial, que se ha im puesto
progresivam ente, aunque no sin fuertes resisten cias, y
que se ha adaptado selectivam ente a las condiciones de
cada país.
Se pueden identificar algunos elem entos distintivos
del modelo de desarrollo económico estadounidense, tal
como se configuró desde comienzos del siglo XX. Esos
elementos que dieron ventaja competitiva a sus em presas
y que se fueron trasplantando después a Europa a ritmos
variables son:
La tem prana aparición de un verdadero m ercado
de consumo de masas, favorecido por la existencia de
un gran mercado interior en continua expansión y
por el increm ento de los niveles de consumo.
El alto nivel de consumo, a su vez, era consecuencia
de una penuria de mano de obra que favorecía los
salarios altos. Eso explica el gran desarrollo del
mercado de productos no alim enticios, el éxito
precoz del automóvil, la rápida penetración del
teléfono, etc.
Los m ism os altos salarios relativos explican la tem ­
prana sustitución del trabajo por el capital, esencial
para alcanzar un alto nivel de productividad.
El desarrollo de la producción estandarizada y a
gran escala de artículos de consumo, con una reduc­
ción considerable de costes. La tem prana raciona­
lización de la organización del trabajo fue otra
variable decisiva para lograr unos altos niveles de
productividad en la industria.
Una alta cualificación de la mano de obra que favo­
reció la eficiencia de su modelo productivo. En
Estados Unidos la educación universal y el d esarro­
llo de la enseñanza técnica se im plantaron antes
que en cualquier otro país.
Asociado a ello estuvo el rápido progreso técnico,
perceptible tanto en térm inos de m ejora tecnológi­
ca como de innovación.
La orientación de la producción al servicio del con­
sumo, y no al revés, fue otra de sus características.
El marketing, la publicidad y las técnicas de com er­
cialización se convirtieron de form a tem prana en
tareas esenciales en su modelo productivo.
Todo ello favoreció la aparición de la gran empresa
multidivisional y de gestión, creada con inversiones
masivas, tecn ificad ay burocratizada, organizada de
forma operacional, es decir, orientada esencial­
mente hacia la clientela y ordenada según la lógica
de las línea de productos.

P R IM E R A P O T E N C IA IN D U S T R IA L , C O M E R C IA L
Y F IN A N C IE R A

Las consecuencias visibles de esa configuración del m ode­


lo económico fueron varias: desde la década de 1880 los
Estados Unidos se convirtieron en la prim era potencia
industrial. Desde principios del siglo XX, conquistaron el
puesto de prim er país exportador, tanto de m aterias p r i­
mas como de productos manufacturados. A partir de la
Prim era Guerra M undial se situaron en la posición de
exportador neto de capitales, y fueron capaces de cubrir el
endeudamiento masivo de los aliados para financiar la
guerra. Inm ediatam ente después del conflicto se aceleró
el proceso de instalación de sus grandes em presas en el
extranjero, sobre todo en los sectores del petróleo, la elec­
tricidad y la telefonía. El modelo productivo americano se
constituyó desde entonces en la referencia universal. La
invasión de productos norteam ericanos a los que se re fe ­
ría Mr. Stead, llam ativa desde el cambio de siglo en el
mercado británico, había sido solo el segundo escalón de
esta progresión.
La Gran Guerra europea supuso una oportunidad ex­
cepcional para reforzar la posición internacional de los Es ­
tados Unidos. Adem ás de proporcionar a los aliados los
medios financieros para sostener el esfuerzo de guerra, su
intervención política y m ilitar tuvo un papel determ inante
en la victoria sobre las potencias centrales. Los europeos
contem plaron la magnitud de su m ovilización económica
y el reto que suponía, para la época, trasladar un enorme
contingente m ilitar a través del Atlántico. Aquella hazaña
logística, por sí m isma, dejó asombrado al mundo y dio el
nivel de las posibilidades de la nueva gran potencia.
Se produjo entonces, además, el prim er encuentro
fundamental entre ese país y las viejas naciones europeas:
miles de soldados estadounidenses combatieron en las trin ­
cheras al lado de los franceses e ingleses, y con ellos llegaron
tam bién algunas de sus m anifestaciones culturales más
representativas. Este encuentro se repetiría en la Segunda
Guerra Mundial, aunque ni en una ni en otra ocasión parti­
cipó España, lo que marca una diferencia importante en la
forma de percibir la llegada de los americanos entre españo -
les y europeos. En todo caso, los Estados Unidos habían
intervenido por prim era vez en una guerra europea, incli­
nando la balanza hacia su bando, y salían del conflicto como
la primera potencia económica y militar del mundo. La
amargura y el pesimismo que invadió Europa en la inm edia­
ta posguerra contrastaban poderosamente con el prestigio
de pueblo joven que rodeaba a los Estados Unidos.
Es cierto que los Gobiernos de los Estados Unidos, al
acab arla guerra y tras el breve sueño wilsoniano, retorna­
ron al aislacionism o diplom ático tradicional: rechazo a
form ar parte de la Sociedad de Naciones, adopción de una
política m onetaria concebida en función de preocupa­
ciones exclusivam ente internas, vuelta al p roteccio n is­
mo com ercial, política de cuotas a la inm igración, etc. La
"am erican izació n ” de la población em igrante afectó
intensam ente a algunos países europeos, como Italia,
con efectos de vuelta si, como ocurría a menudo, reto r­
naban a su país de origen. Este proceso no afectó a E sp a­
ña, que no había participado en la gran oleada m igratoria
hacia los Estados Unidos. La em igración española, muy
intensa desde finales del siglo XIX, se orientó hasta los
años cincuenta hacia Latinoamérica, y a partir de entonces
hacia Europa, donde sí recibió el influjo de la "europeización” .
A pesar del recogimiento diplomático del periodo de
entreguerras, la penetración en Europa no disminuyó en el
terreno de las relaciones em presariales y financieras. El
capital norteamericano siguió fluyendo hacia Gran Bretaña
y Alemania en enormes cantidades; se enviaron misiones
técnicas a la URSS en la época de la Nueva Política Económ i­
ca (NEP); los norteamericanos fueron quienes aportaron
una solución al problema de las reparaciones de guerra a
través de los planes Dawes y Young, las multinacionales
americanas siguieron instalándose en Europa, y continuó
aumentando la cesión de patentes y licencias americanas a
empresas europeas. En los años veinte, por lo tanto, se p ro ­
dujo una fase intensa de penetración económica en Europa,
fundada en la superioridad tecnológica y económica de los
Estados Unidos.
Esta expansión sería perceptible tam bién en el m e r­
cado español, aunque con menor intensidad. La Prim era
Guerra M undial fue la coyuntura que impulsó definitiva­
mente las exportaciones norteamericanas a España, apro­
vechando el vacío dejado por el comercio de los conten­
dientes, especialm ente por Alem ania. La fundación de la
Cámara de Comercio Hispano-Estadounidense en 1917,
con sede en Barcelona, es un buen indicador del auge que
conocieron las relaciones comerciales entre los dos países
durante los años que duró la guerra.

O PO R T U N ID A D ES D E EX PA N SIÓ N EN E SP A Ñ A

Desde la crisis bélica los Estados Unidos se convirtieron


en el principal exportador y en el tercer cliente de produc­
tos españoles, después de Gran Bretaña y Francia. Esas
intensas relaciones com erciales se m antuvieron durante
toda la década de los veinte, a pesar del alto arancel que
impuso Cambó en 19 ? ? y de la política de nacionalización
económica llevada a cabo por los Gobiernos de Prim o de
Rivera. Sin embargo, la Gran D epresión y la nueva ley ta ri­
faria muy proteccionista de 19 30 hicieron caer súbita­
mente los niveles de intercam bio, en 19 3 ? , a las cifras de
19 19 . La recuperación fue relativam ente rápida, y en 19 36
Estados Unidos era de nuevo el prim er proveedor de las
im portaciones españolas. Pero pasaba a ocupar el cuarto
puesto como destino de nuestras exportaciones, lo que
significaba que el saldo negativo seguía aumentando, hasta
alcanzar una proporción casi de 3 a 1. La falta de equilibrio
en el com ercio bilateral ya se había convertido en un f enó -
meno estructural desde los comienzos de la Prim era G ue­
rra M undial y así seguiría en adelante.
El desequilibrio de la balanza com ercial se com pen­
saba, a efectos de la balanza de pagos, con la entrada de
capitales estadounidenses en España, fenóm eno especial­
mente intenso en los años veinte. Fue entonces cuando la
inversión directa en España empezó a notarse de forma
significativa, estim ulada por la posibilidad de aprovechar
los huecos dejados por el colapso de las potencias euro­
peas. Las em presas de Estados Unidos comenzaban su
expansión justo cuando se desarrollaba un nuevo ciclo
inversor, en el prim er tercio del siglo XX, asociado a las
nuevas tecnologías de la época y a los sectores eléctrico,
químico, automovilístico y de las com unicaciones.
Aunque la Gran D epresión acabó mom entáneamente
con el mito de la prosperidad am ericana, y los am ericanos
dejaron de ser por algún tiem po los m aestros en el arte de
crear riqueza, la inversión estadounidense en España
siguió creciendo hasta la Guerra Civil. Las crisis bélicas y
la autarquía franquista introdujeron un largo paréntesis
en esa corriente de inversiones, de modo que el nivel que
llegó a alcanzar en los años treinta no volvería a recupe­
rarse hasta treinta años después, gracias a la liberalización
de los años sesenta.
La in versión estadounidense ten ía entonces dos
características distintivas: una era la escala de los proyec­
tos que protagonizaba, mucho mayor que en el caso de la
inversión procedente de otros países; la otra sus m odali­
dades: se trataba de inversión directa en un alto porcenta­
je, superior a la inversión en cartera o a los préstam os
financieros. Eso suponía un com prom iso de participación
duradera en la actividad productiva a través de sucursales,
filiales o firm as asociadas. Es, por otra parte, el tipo de
inversión que más cam bios introduce en los métodos de
gestión, en los sistem as de producción y en el uso de tec­
nologías, por lo que constituía una fuente directa de in n o ­
vación tecnológica y de m odernización em presarial. Dicho
de otro modo, las sucursales de las m ultinacionales fueron
los prim eros agentes de am ericanización del sistem a p ro ­
ductivo español.
Antes incluso de 19 14 se habían implantado en Espa­
ña las sucursales de algunas grandes com pañías estado­
unidenses. Destacaban entonces tres em presas m anufac­
tureras: la Arm strong, establecida en Sevilla en 1878, la
Singer, instalada en M adrid en 189 4, y Corchera Intern a­
cional, establecida en Palamós en 19 1? con capital franco-
norteamericano-, dos em presas com erciales: la Electric
Supplies, establecida en Barcelona en 1912; para vender
productos Westinghouse, y Bevan y Cía., establecida en
Málaga en 1886 para dedicarse al com ercio en general; un
banco de negocios, la casa Morgan, y dos com pañías de
seguros: The New York Life Insurance Co y La Equitativa
de los Estados Unidos, establecida en M adrid, en 188?,
como filial de The Equitable Life A ssurance Society of the
United States. Esta última, La Equitativa, fue una em presa
exitosa en la época porque ofrecía un producto muy nove­
doso, basado en la com binación del seguro de vida con una
tontina —el pago de una cantidad mensual durante un
periodo fijo y una vez finalizado este se repartía el capital
entre los sobrevivientes—. La em presa ofrecía además la
seguridad de responder con sus cuantiosas reservas depo­
sitadas en Estados Unidos. Las com pañías nacionales de
seguros de entonces se aprovecharon de la técnica actua -
rial, de las tablas de mortalidad y de las nuevas técnicas de
gestión transm itidas por las em presas norteam ericanas
de seguros de vida.

G R A N D E S PRO YECTO S E M P R E S A R IA L E S
EN E S P A Ñ A

El grueso de la in versió n estadounidense llegó en la d é ­


cada de los años veinte. Nada m ás acabar la guerra, la
pren sa española especulaba con la posible avalancha de
capitales am ericanos que in u n d arían el país. La Van­
guardia publicaba el 35 de enero de 19 19 un artículo
titulado "In vasió n am erican a” , advirtiendo de lo que
entonces era todavía solo una p osib ilid ad entre tem ida y
deseada:

Se habla mucho en Barcelona [.,.] de la amenaza de una invasión


yanqui, invasión pacifica por supuesto, pero inquietante porque
significa que van a ser extranjeros quienes exploten las naturales
riquezas del país [...]
Será para nuestro mal o para nuestro bien, pues sobre este punto
no están acordes los pareceres; pero es un hecho: los americanos del
Norte se preparan para invadirnos con sus inventos, con sus normas
mercantiles, con sus máquinas, con sus truts, con sus manufacturas,
que es donde han puesto el sello de su ingenio; y los adelantados de
esta conquista a la moderna [...] serán risueños managers que han
de traer tras de sí un ejército de viajantes, ingenieros, contramaestres,
taquígrafos, mecanógrafos [...]
A decir verdad, la inmensa mayoría de los españoles observan
estos síntomas de penetración pacífica casi con entusiasmo. Conven­
cidos de que España no saldrá jamás de su mediocridad y decadencia
si no es recibiendo un poderoso impulso del exterior, que sacuda
nuestras energías aletargadas, esperan que el ejemplo de los yanquis
sea como un aglutinante merced al cual adquiera España apariencias
de nación activa y moderna.

El vaticinio se cumplió cuando se produjo la interven­


ción decisiva de la International Telephone and Telegraph
(ITT) en la Com pañía Telefónica Nacional de España y
cuando desem barcaron sus sum inistradores —Standard
Eléctrica y M arconi Española, principalm ente—. A esto
siguió la llegada de dos gigantes del automóvil —Ford y
General Motors— y tam bién la instalación de General
Electric. En 19 39 el Departamento de Comercio norte­
americano estimaba que la inversión directa en España
ascendía entonces a cerca de 500 m illones de pesetas,
cuando en 19 18 alcanzaba solo 18 m illones. Todo ello se
truncó en gran parte con la Gran D epresión de los años
treinta, que contrajo brutalmente tanto los intercam bios
com erciales como las inversiones.
Lo importante de esa prim era oleada inversora fueron
sus efectos en form a de transferencia de tecnología y de
modelos organizativos. Algunos de los grandes proyectos
estadounidenses de entonces fueron trascendentales en
esos aspectos. En el sector eléctrico, la iniciativa más lla ­
mativa fue la del prom otor Frederick S. Pearson, in gen ie­
ro industrial y profesor del Massachusetts Institute os
Technology, que em prendió la electrificación del área

3i
industrial de Barcelona con fuentes de energía hidráulica.
Para ello creó la em presa Barcelona Traction, m ás con o­
cida como La Canadiense, en 19 0 7 -19 0 8 . Tras la Sem ana
Trágica abandonó ese p rim er intento, pero sus socios
barcelon eses in sistiero n y, en 1 9 1 1 , Pearson volvió para
electrificar los tranvías de la ciudad. La em presa fue
refundada ese año en Toronto, con recursos de los m e r­
cados de capitales europeos, aunque en realidad era una
em presa estadounidense porque de allí provenía la m ayor
parte del personal técnico y porque ese era el país desde
donde lanzaba Pearson sus proyectos intern acionales de
ingen iería. La Canadiense construyó las grandes obras
hidráulicas del Pirineo catalán, las presas del Noguera-
Pallaresa, con decenas de ingen ieros y capataces n o r­
team ericanos. Las obras que allí se em pren dieron, ca­
rreteras, plantas cem enteras, ferrocarriles, saltos de e lec­
tricidad, centrales eléctricas, tenían una escala gigantesca
para la época y supusieron una enorm e aportación en tec­
nología avanzada. Pearson murió en el hundim iento del
Lusitania, torpedeado por un subm arino alem án en 19 15 .
Su em presa sería adquirida posteriorm ente por Juan
M arch y form a parte de los orígenes de Fecsa y de la actual
Endesa.
Otra gran iniciativa, tem prana y con grandes conse­
cuencias para el futuro, fue la decisión de la com pañía
Ford de trasladar a España parte de la fabricación de sus
vehículos. Esa em presa ven ía aplicando desde 19 18 la
técnica de la cadena de m ontaje, y su sistem a de com er­
cialización, orientado a un m ercado m asivo y vendiendo
sus productos a buen precio, contrastaba enorm em ente
con los sistem as em pleados todavía por la H isp an o -Su i-
za, la em presa española especializada en los coches de
lujo. Ford se instaló prim ero en Cádiz, en 19 3 0 , para
ensam blar y ven der las piezas que llegaban por barco,

3*
pero trasladó pronto su planta a la zona franca de B arce­
lona, donde empezó a nacionalizar ciertos com ponentes,
lo que acabó generando allí una industria auxiliar auto­
m ovilística que sería la base sobre la que se desarrolló
posterirm ente la Seat. En 19 3 5 tam bién se instaló en
España la G eneral M otors, sin llegar a alcanzar apenas
resultados por el estallido de la G uerra Civil. En 1989,
tanto Ford como G eneral M otors se m archaron del país
ante la im posibilid ad de repatriar ben eficios.

LA LU C H A PO R E L C O N TRO L M O N O PO LISTA
D E L T ELÉFO N O Y E L PET RÓ LEO

La mayor operación de in versión directa extran jera de


aquel periodo en España la protagonizó la Intern ation al
Telephone an d T elegraph (ITT), luego T elefónica y Stan ­
dard Eléctrica, con una tecnología y un proyecto em p re ­
sarial norteam ericano. En 19 2 4 no había en España una
única red telefón ica sino m uchas, con patentes de G ra-
ham Bell. El D irectorio M ilitar de Prim o de Rivera creó
una com isión que concedió a la Com pañía Telefónica
N acional de España ventajas tales que se convirtió en un
verdadero m onopolio. Los resultados fu ero n espectacu­
lares: se integraron las distintas redes y en diez años se
m ultiplicaron por tres los abonados y las centrales te le ­
fónicas, llegando a una densidad muy avanzada para la
época. Pero esta com pañía nacional ten ía en realidad
capital estadounidense procedente de la ITT, entonces
la m ayor em presa del mundo en fabricación de tecnolo­
gía y com ponentes de telecom unicaciones. Fue la Telefó­
nica la que prom ovió la instalación en España de la Stan­
dard Eléctrica, que utilizaba la tecnología de la ITT para
fabricar sus productos. Posteriorm ente, la Telefónica se
nacionalizaría, pero no la Standard, que siguió ap ortan ­
do el cien por cien del m aterial de telecom unicaciones
que utilizaba la Telefónica.
Otras iniciativas fueron m enos espectaculares, pero
no menos decisivas en sus efectos sobre el sector, como la
penetración en España de Unites Shoes, em presa que
sum inistró la m aquinaria para la industria del calzado
español, o la presencia de em presas am ericanas en la in ­
dustria del corcho.
El creciente nacionalism o económico español, con
leyes restrictivas para la inversión exterior como las de
i9 ? 2 y 192:7, acabó provocando episodios de fuerte antago­
nism o con los inversores extranjeros, especialm ente con
los anglosajones. El caso más llamativo de ese antagonis­
mo fue el enfrentam iento entre la política económ ica de la
Dictadura y las m ultinacionales del petróleo instaladas en
España. A comienzos de 19 37 el mercado petrolero espa­
ñol estaba dominado por la británica Shell Oil Co. y por la
Standard Oil Go. de New Jersey, la em presa de los Rocke-
feller. La distribución de productos derivados del petróleo
era un negocio en continuo crecim iento, impulsado por la
revolución automovilística. El conflicto comenzó el 2,8 de
junio de 1937, cuando Prim o de Rivera y su m inistro José
Calvo Sotelo decretaron la confiscación de los puntos de
venta de todas las com pañías petroleras privadas. Esta
m edida afectaba tanto a un gran número de pequeñas
com pañías españolas —entre ellas una de Juan March—
como a las dos m ultinacionales anglosajonas. A pesar de
las protestas, se creó una com pañía m onopolística estatal,
Campsa, que reemplazó a las anteriores en las tareas de
com ercialización de los derivados del petróleo. Era una
m edida copiada de la que M ussolini había tomado en 19:36
en su país, pero sobre todo una m anera de reforzar los
in g reso s del Estado para sostener su program a de obras
públicas, así como un paso hacia la autosuficiencia econó -
mica. Pero aquella nacionalización suponía una abierta
provocación al poder combinado de poderosas m ultina­
cionales de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, d iri­
gidas por hom bres como John D. Rockefeller, sir Henri
Deterding y Juan March.
En septiem bre de 1927, la Standard Oil envió a John
Rockefeller III a intentar persuadir al rey Alfonso X III de
que suprim iera el m onopolio de Campsa. En vista de que
ni esa entrevista ni el memorando que enviaron las dos
multinacionales al Gobierno dieron resultado, aquellas
tomaron la decisión de cortar las entregas de petróleo al
país. Pero el boicot no prosperó: las condiciones de
depresión en la industria petrolífera hicieron que otras
pequeñas com pañías am ericanas quisieran beneficiarse
de las oportunidades que se les ofrecía. Adem ás Calvo
Sotelo, de form a sorprendente, encontró en la Unión
Soviética otro sum inistrador dispuesto a venderle petró­
leo. La lección que sacaron de esta batalla las poderosas
multinacionales del petróleo influiría en el acuerdo de
Achnacarry de septiem bre de 1938 , un trato entre caballe­
ros para no hacerse la com petencia que está en el origen
del famoso "cartel de las siete herm anas” .
Aquella disputa fue un precedente importante del
tipo de presiones que eran capaces de desarrollar las m ul­
tinacionales norteam ericanas en sus negociaciones con
Gobiernos extranjeros, y en concreto con el español.
Mientras que el Gobierno británico no se involucró en el
proceso negociador, y la Shell aceptó pronto un acuerdo
sobre el monto de la indem nización, la norteam ericana
Standard Oil sí contó con el apoyo decidido del Secretario
de Estado norteam ericano, Frank B. Kellog, así como del
m inistro francés de Asuntos Exteriores, A ristide Briand
—la em presa subsidiaria de la Standard Oil en España,
B e b ely N ervión, estaba registrada en P aris—para co n se ­
guir fu ertes indem nizaciones. Los dos m in istros acon ­
se ja ro n a los bancos de sus resp ectivos p aíses que
denegaran préstam os a España para con segu ir así p r e ­
sio n ar a la peseta, y am bos se reu n iero n en agosto de
19 28 para coordin ar sus políticas m onetarias, lo que
inclu ía sus quejas contra España. La cam paña fin an ciera
contra España tam poco dio el resultado buscado, porque
la banca R othschild de Londres garantizó al G obierno
español un préstam o para atender al pago de las com ­
p en sacion es a la Shell. A l fin al, la Standard Oil tuvo que
aceptar, ya bien entrado 19 3 9 , la com pensación de 3 i
m illon es de pesetas que le o freciero n por sus activos en
España.
Este ejem plo, aunque acabara en derrota de las m ulti­
nacionales, muestra bien cómo funcionaba la diplom acia
fin an ciera de la época, desde las p resion es de los m edios
de negocios sobre sus G obiernos para interced er en las
disputas que les enfrentan con otros G obiernos, hasta el
uso que los G obiernos hacían de las presion es fin a n c ie ­
ras y del mundo de los negocios para alcanzar sus o b jeti­
vos. La Dictadura salió ganando, pero todo ello costó una
cam paña de p ren sa in tern acio n al contra la p olítica
petrolera de España y sus líd eres. A com ienzos de 1929
se desató la crisis del cam bio de la peseta y m uchos p e n ­
saron entonces que el boicot de las m ultinacionales del
petróleo estaba en el origen de la devaluación de la p e se ­
ta. En realidad no era la prin cipal causa, aunque algo
h u biera contribuido. Irón icam en te, cuando Cam psa
necesitó increm entar sus im portaciones de petróleo, lo
hizo asociándose con otra com pañía am ericana, Texaco,
que operaba con refin erías en las islas Canarias desde
19 3 0 , en asociación con Gepsa. Texaco, posteriorm ente,
sería un instrum ento esencial para la victoria de Franco,
m ientras que los republicanos dependieron de los sovié
ticos para el sum inistro del petróleo.

l a o r g a n iz a c ió n c i e n t í f ic a d e l t r a b a jo

Los directivos de las m ultinacionales norteam ericanas


compartían la idea de que las m ejoras en la organización
de las em presas, que habían sido tan efectivas en su país,
podían ser aplicables universalm ente, por lo que actuaron
como potentes difusores a través de las sucursales en el
extranjero. El movim iento de "racionalización” producti­
va que caracterizaba el modelo am ericano encontró en
estas em presas un medio poderoso para extenderse por
otros países.
Desde com ienzos de siglo se h abían desarrollado en
los Estados U nidos nuevas prácticas de racion alización
de la actividad productiva que se h icie ro n muy p o p u la­
res en todo el m undo. El "tay lo rism o ” era una técnica
de organización del trabajo basada en la d e sco m p o si­
ción de tareas en u nidad es sim p les y la reducción del
tiem po n ecesario en cada operación. E l "fo rd ism o ”
desarrolló los p rin cip io s del taylorism o aplicánd olos a
un sistem a de produ cción en cadena. Estas nuevas té c ­
nicas de organización se gen eralizaron a través de e m ­
presas de consultoría, revistas especializadasyprogram as
universitarios de docencia e investigación, de modo que
en la segunda década del siglo XX la gestión del personal
según estos nuevos p rin cipios comenzó a im plantarse de
form a sistem ática en la mayoría de las com pañías n o r­
team ericanas.
En España tam bién se conocieron tem pranamente
estas técnicas de organización científica del trabajo g ra­
cias a la publicación de obras especializadas y manuales
norteam ericanos, y en m enor m edida por m edio de
algunas m u ltinacionales, como la Standard Eléctrica,
que in trod u jeron estas prácticas en la Península. Aun
así, la adm in istración cien tífica del trabajo no se g e n e ­
ralizaría hasta los años cuarenta y cincuenta, retraso que
se explica por las características de la estructura em p re ­
sarial española, pero tam bién, según algún autor, por
las críticas que recib ió el taylorism o desde las p o sic io ­
nes cercanas al catolicism o social (G arcía Ruiz, ? o o 3).
El taylorism o, el fordism o, la estandarización, el control
de costes, el marketing activo, el self-service como m éto­
do de distribu ción se con ocieron mucho antes de que se
exten d ieran realm ente en el tejid o productivo español
y se asociaron desde un p rin cipio con el "m odelo am e­
rican o ” de producción.
Guando el taylorism o comenzaba a aplicarse en E sp a­
ña, y no solo a conocerse de m anera teórica, en los E sta­
dos U nidos ya se estaba difundiendo un m odelo de
management alternativo. El nuevo enfoque se basaba en
la valoración de las relaciones hum anas, cuidaba el factor
person al y no trataba al trabajador como una pieza más
de la m aquinaria productiva. Este modelo se desarrolló
en Estados U nidos tanto en em presas altam ente sindica -
lizadas como en aquellas otras con bajos niveles de a fi­
liación durante los años del New Deal y, posteriorm ente,
en los años cuarenta y cincuenta, acom pañó la im planta­
ción de lo que se llam ó Capitalism o del Bienestar. La
organización em presarial experim entó de nuevo cam ­
bios im portantes: la adm in istración de person al dio
lugar al concepto de dirección de recursos hum anos,
cuya idea esencial es la con sideración de los em pleados
como un recurso valioso que puede con tribuir al logro de
resultados organizativos en m ayor m edida que los activos
físico s y fin an cieros. La expresión "gestión de recursos
hum anos” —Human Resources Management— identificaba
ese m odelo más com plejo de entender las relaciones
laborales, que fue teorizado a partir de la posguerra en
publicaciones académ icas, m anuales y departam entos
universitarios dedicados a su estudio, y que se generalizó
entonces en las em presas am ericanas. De nuevo los
Estados U nidos eran la fuente de una innovación tra s ­
cendental en la organización productiva, y de nuevo su
aplicación en España llagaba con considerable retraso.
Incluso su conocim iento teórico, esta vez, no se extendió
con la m ism a rapidez que el m ovimiento de "organización
científica del trabajo” anterior.
El retraso se explica fácilm ente por las circunstancias
que atravesaba la economía española en los años cu aren ­
ta y cincuenta, lastrada no solo por su atraso relativo,
sino por una p olítica autàrquica y un aislam iento com er­
cial que la separaba rotundam ente de la evolución que
seguían entonces las dem ás econom ías occidentales.
Adem ás, el nuevo m odelo de relacion es laborales tenía
sentido en un contexto productivo como el n o rteam eri­
cano, m arcado por ciertos rasgos distin tivos que co n ­
trastaban en aspectos clave con el m odelo prom ovido
por el franquism o en España. A llí los m ercados estaban
relativam ente desregulados y el Estado se abstenía de
in terven ir más allá de lo estrictam ente necesario para
asegurar la lib re com petencia. La lib ertad de em presa
era una especie de dogma, y el éxito se entendía como
una consecuencia de la capacidad y del esfuerzo in d iv i­
dual. La v isió n fin an cie ra de la em presa hacía que p r e ­
valeciera el p rin cip io de la creación de valor para el
accionista sobre cualquier otra consideración. Y sobre
todo, el Estado no intervenía en las relaciones laborales, los
sindicatos trataban libremente con la empresa y la acción
colectiva no tenía el carácter político y de enfrentam iento
de clase que adqu iría en Europa. Todo ello h acía muy
d ifícil la im portación en España del modelo de "gestión
de recursos hum anos” . M ientras tanto, estas y otras técn i­
cas de management se extendían rápidam ente por la Eu ro­
pa de la posguerra, difundidas por el Plan M arshall y las
agencias de cooperación am ericanas.

U N A A M E R IC A N IZ A C IÓ N IN D U C ID A

La Segunda Guerra M undial demostró de nuevo la supe­


rioridad técnica y productiva de los Estados Unidos. Al
acabar la guerra ese país representaba por sí solo más de
la m itad de la p rodu cción in d u strial m undial, su v en ta­
ja en productividad era mayor que nunca, y su inversión
en m ateria de investigación y desarrollo le aseguraba un
dominio tecnológico indiscutible. A ello se añadió una
voluntad explícita de intervenir en el continente europeo
y de m oldear el sistem a productivo de la Europa occidental
a su im agen y a la m edida de sus intereses. Con ello se
abrió el camino a la segunda gran ola de am ericanización
del continente europeo.
A d iferen cia de las etapas anteriores, esta vez la
am ericanización no se apoyó solo en la atracción que
ejercía el modelo am ericano por sí m ism o, sino que la
adm inistración norteam ericana program ó in ten cion a­
dam ente la exportación de sus técnicas de organización,
sus conquistas tecnológicas y sus m odelos de organiza­
ción social.
Desde el Plan M arshall, y sobre todo desde el com ien­
zo de la Guerra Fría, se trató de vender el modelo am erica­
no utilizando todas las herram ientas de la propaganda
política y del marketing com ercial. Los Estados Unidos
ejercieron una presión masiva en Europa occidentál para
im poner su modelo político, económico y social, en una
estrategia que concebía la americanización como una vacu­
na contra el peligro comunista. Sus dirigentes, herederos
del New Deal, querían poner fin al totalitarismo y asentar
firmemente la democracia liberal sobre las bases del consu­
mo de masas y el American wayoflife.
M ientras se avanzaba en esta am ericanización forza­
da, en la Europa del Este se producía el fenóm eno sim é ­
trico de la "sovietización” , alentada en este caso por la
potencia rival con el concurso de los partidos com unistas
locales. Tam bién los soviéticos trataban de im poner sus
instituciones políticas, su orden social y su modelo p ro ­
ductivo en los países denom inados "sa té lite s” . Pero
entre ambas situaciones había una diferen cia fu n d a­
mental; al fin y al cabo, los valores que preconizaban los
agentes am ericanos: m odernización industrial, libertad
de m ercado, productividad, sociedad de consum o y
dem ocracia, no eran sino valores de regreso en Europa,
m ientras que los valores de la sovietización eran muy
extraños a las tradicion es locales de la Europa del Este.
Esto quizá explique el diferente destino de ambos proce­
sos a largo plazo.

EL PLAN MARSHALL QUE NO LLEGÓ A ESPAÑA

El Plan M arshall, que se ejecutó ya en el contexto de la


Guerra Fría, inauguró este proceso de am ericanización
programada y sistem ática de Europa Occidental. Desde
1946 hasta 19 6 0 se extiende un periodo en el que se puede
hablar de un auténtico voluntarism o de los Estados U n i­
dos, una m ovilización masiva y deliberada para im poner
su modelo, un empeño que contó con una acogida entu­
siasta de unos sectores en Europa y con una fuerte re sis­
tencia en otros. La presión ejercida por la adm inistración
norteam ericana fue clave en este nuevo brote de a m e ri­
canización, pero su éxito solo se explica por la buena
aceptación que recibió y por la colaboración de sus p a r­
tidarios. A l fin y al cabo, la ayuda del Plan M arshall y la
garantía de defensa frente a la amenaza com unista con ­
virtiero n a los estadounidenses en los am igos de los p a í­
ses europeos en el nuevo enfrentam iento internacional
que se vislum braba.
Se han estudiado bien algunas de las vías por las que
se aceleró el proceso de am ericanización en la esfera de la
producción económica. Una de las más im portantes fue el
"m ovim iento por la productividad” , una serie de progra­
mas oficiales destinados a increm entar los niveles de e fi­
cacia de las industrias europeas para equipararlos con los
am ericanos. La mayor parte de esos program as se organi­
zaron oficialm ente en el marco del Plan M arshall, otros
fueron prom ovidos por em presas de distintas ramas p ro ­
fesionales, e incluso por los propios gobiernos locales.
M iles de em presarios, directivos, ingenieros y sin d icalis­
tas europeos viajaron a los Estados Unidos en las llamadas
"m ision es de productividad” para com probar in situ el
funcionam iento de las em presas am ericanas más com pe­
titivas. Centenares de técnicos y especialistas am ericanos,
con financiación de los program as de ayuda económica, se
desplazaron a los diversos países de Europa occidental
para asesorar y orientar a sus directores sobre la m ejor
m anera de organizar sus em presas e increm entar la e fi­
ciencia. Estas m isiones tuvieron dos efectos esenciales a
largo plazo-, favorecieron la convergencia tecnológica entre
ambas orillas del Atlántico y facilitaron la introducción de
las nuevas técnicas de gestión am ericana en las em presas
europeas (K ip p in g y Bjarnar, 1998). Sus efectos, además,
se sumaban al proceso de convergencia producido por
otras vías de transferencia de tecnología y de savoir faire,
que tam bién se intensificaron notablem ente en la posgue­
rra: la im plantación de m ultinacionales norteam ericanas,
la intervención de em presas consultoras, la cesión masiva
de patentes y licencias, los program as de becas y las bolsas
de viaje para académicos y científicos, etc.
Pero España quedó excluida de todo este proceso.
N aturalm ente, la G uerra C ivil había supuesto un re p e n ­
tino y brutal retroceso tanto en los intercam bios co m er­
ciales como en las in v ersio n e s estad ou n id en ses en
España del periodo anterior. La po sterio r p olítica eco ­
nóm ica de orien tación autàrquica no ayudaría a m ejorar
las relaciones económ icas. El régim en de Franco fue
condenado políticam ente por los vencedores y excluido
de todas las organizaciones de cooperación política y
económ ica que se fu eron creando en la posguerra. E sp a ­
ña no fue invitada a p articip ar en el Plan M arshall y se
vio privada no solo de la ayuda fin an ciera, sino tam bién
de la ayuda técnica y de las tran sferen cias de know how
que llevaba aparejad as. Solo cuando los Estados U nidos
in ic ia ro n un acercam ien to por m otivos estra tég ico s,
y sobre todo cuando se firm aro n los pactos m ilitares y
económ icos de septiem bre de 19 5 3 , la econom ía e sp a­
ñola empezó a recib ir, lentam ente y con grandes lim ita ­
ciones, el apoyo y la ayuda técnica que habían recibido el
resto de las econom ías de la Europa occidental unos
años antes. En España, por lo tanto, fue la decisión p o lí­
tica de integrarse en el sistem a defensivo occidental
bajo la protección de los Estados U nidos la que abrió las
puertas a esa nueva corrien te de am ericanización. Las
contrapartidas por el establecim iento de bases m ilitares
en la Península se p lasm aron en un program a de ayuda
económ ica que aparentem ente se parecía al aplicado en
los países europeos, aunque tenía notas distintivas que lo
hacían peculiar.
UNA ASISTENCIA ECONÓMICA LIMITADA PARA ASEGURAR
EL USO DE LAS BASES MILITARES

La ayuda económica norteam ericana comenzó en realidad


antes de que se firm aran los acuerdos de 19 53. El Export-
Im port Bank, una entidad financiera ligada al Gobierno
norteam ericano, había aprobado ya en septiem bre de
19 5 0 la concesión a España de un crédito de 63,5 m illones
de dólares, que se utilizó en la com pra de sum inistros
am ericanos im prescindibles para evitar la asfixia de la
economía española. Era una forma de facilitar una negocia­
ción en la que la parte española debía hacer importantes
concesiones de soberanía, poniendo su territorio al servicio
de la política de defensa estadounidense.
Guando concluyó la larga negociación, en 19 53, se
acordó una cantidad total de 465 m illones de dólares en
concepto de ayuda económica, técnica y militar, que se
entregarían a lo largo de un periodo inicialmente previsto
de cuatro años. De ellos, 350 millones se destinarían a ayuda
m ilitar y los restantes 115 millones a ayuda económica. Era
mucho más de los 125 millones que los negociadores esta­
dounidenses habían previsto desem bolsar inicialmente,
pero mucho menos de lo que esperaba la parte española a la
vista de lo que estaban recibiendo otros aliados de los Esta­
dos Unidos.
El m ecanism o utilizado para hacer efectiva la ayuda
económ ica era sim ilar al que se había seguido en el Plan
M arshall. La adm inistración norteam ericana ponía los
dólares con los que se pagaban las m ercancías y el m aterial
m ilitar estadounidense que se exportaba a España, y el
Gobierno español depositaba en una cuenta del Banco de
España el contravalor en pesetas de los dólares concedi­
dos, lo que se denom inaban fondos de contrapartida. De
esta manera, buena parte de la ayuda era, en realidad,
financiada por el presupuesto español, solo que en m one­
da local. De la contrapartida en pesetas, un 10 por ciento
se destinaba a pagar los gastos de la m isión norteam erica­
na en España, un 6o por ciento a la construcción y m ante­
nimiento de las bases, y solo el 3 o por ciento restante a
proyectos para fom entar el desarrollo económico español,
especialm ente para m ejorar los m edios de transporte y
aumentar la producción de la industria m ilitar. Esta d is­
tribución no resultaba muy generosa, teniendo en cuenta
que en otros países europeos se puso el 90/95 por ciento de
los fondos a disposición de los respectivos Gobiernos. Este
detalle refuerza la im presión de que, en el caso español, el
objetivo de la cooperación económica no fue la prosperidad
colectiva de los españoles, sino únicamente hacer eficaz la
operación de las bases. La ayuda económica contemplada
inicialmente en los convenios de 1953 se hacía en pago por
la cesión de las bases, y se destinaba a realizar obras de
infraestructura que colaborasen al operativo defensivo-, por
ello mismo el grueso de las cantidades presupuestadas se
incluyeron en el programa denominado Defense Support.
A corto plazo, el principio que siguiéronlas autoridades
norteamericanas fue simplemente el de otorgar una a sis­
tencia económ ica que debía ser la m ínim a necesaria para
m antener un clim a favorable que perm itiera la utilización
de las bases de form a satisfactoria. Pero la ayuda económ i­
ca otorgaba a la representación am ericana en España un
valioso instrum ento de presión sobre el régim en que
podía utilizarse hábilm ente para lograr sus objetivos a
largo plazo. Estos no consistían en propiciar un cambio de
régim en político, ni siquiera en im pulsar un desarrollo
económico sostenido, sino prevenir la amenaza de un
levantamiento social, elevando algo el nivel de vida de la
población, y asegurar que la economía del país no colapsa-
ra, lo que hubiera com prom etido la plena efectividad de
las bases m ilitares. También había que defender los in te­
reses em presariales estadounidenses en España, seria­
mente com prom etidos por la política nacionalizadora de
posguerra. Adem ás interesaba conseguir que los valores
del capitalismo liberal fueran ganando terreno entre las
elites del país. Por todo ello era necesario, desde el punto
de vista norteam ericano, que el país abandonara la p olíti­
ca autàrquica e intervencionista que venía practicando. La
ayuda económ ica sirvió efectivam ente para defender
aquellos intereses y para presionar a favor de un cambio
en la política económ ica española, lo que tendría conse­
cuencias trascendentales en la evolución del país.
Finalmente, las cantidades percibidas en concepto de
compensación superaron ampliamente las acordadas in i­
cialmente. En prim er lugar, una vez que las bases estuvieron
operativas, se modificó la distribución del conjunto de los
fondos de contrapartida.- desde el ejercicio 1958/1959 se
asignó el 90 por cierto al Gobierno español para financiar
proyectos de desarrollo, y el otro 10 por ciento restante se
aplicó al Gobierno norteamericano para sus gastos adm i­
nistrativos en España. Por otro lado, y al m argen de las ayu­
das directas, gracias a los pactos el Gobierno español pudo
acudir a otras fuentes de financiación complementarias,
bien para la compra de excedentes agrícolas y materias p ri­
mas, bien para adquirir bienes de equipo y modernizar su
estructura industrial. España siguió obteniendo créditos
para proyectos concretos del Export-Import Bank, el banco
especializado en la concesión de créditos a largo plazo para
fomentar el desarrollo económico de los aliados de Estados
Unidos. Por otro lado, desde abril de 1955 se suscribieron
varios acuerdos con cargo a la Ley Pública 480, destinada a
la venta de excedentes agrícolas contra pago en moneda del
país comprador. En este programa la aplicación de los fon­
dos de contrapartida fue más favorable al Gobierno español-.
entre el 45/60 por ciento de las pesetas generadas por las
compras pudo em plearlas para fin an ciar obras de d esa­
rrollo económ ico. Una parte de esos productos se re c i­
bieron en concepto de donativos, sum inistrados por la
National Catholic W elfare Conference y otras entidades
privadas, y fu eron distribuidos en España a través de la
organización católica Gáritas. Cientos de m iles de esp a­
ñoles tuvieron así acceso a bienes de consumo básicos,
como arroz, harina, carne en c o n s e r v a d la fam osa "leche
de los am ericanos” , una leche en polvo que se distribuía
gratuitam ente en los colegios.
El periodo central de aplicación de todos esos progra­
mas abarcó en torno a una década. Los cálculos del m ontan­
te total de la ayuda recibida presentan una notable variedad
según las fuentes y autores consultados; aquí utilizarem os
los cálculos de la propia adm in istración española r e fe r i­
dos a la p rim era década de vigencia de los acuerdos.
Según un inform e elaborado en junio de 19 6 2 por la O fi­
cina de la Com isión D elegada1 , España había recibido
hasta esa fecha algo más de 1.37 6 m illones de dólares.
Esa cantidad se desglosaba en: 5 0 4 ,1 m illon es del Defen-
se Support; 17 m illon es del Development Loan Fund ; 50 4,7
m illones con cargo a la Ley 480 y otros 14 7,3 m illones
como donativos correspondientes a los títulos II y III de
la m ism a ley, junto a 3 o3 , i m illones en concepto de c ré ­
ditos del Exim bank. A esas cifras habría que agregar las
sumas em pleadas para pagar el m aterial m ilitar con cedi­
do a España, cercanas a los 50 0 m illon es de dólares
—aunque la tasación del valor de esos sum inistros era
realizada por la adm in istración estadounidense, con c r i­
terios no siem pre com partidos por los m ilitares esp a­
ñoles—. E n la tabla siguiente aparecen las cantidades
agrupadas por las distintas partidas de origen, cuyas con­
diciones de uso diferían a veces sustancialm ente:
LA AYUDA ECONÓMICA NORTEAMERICANA POR PARTIDAS DE PROCEDENCIA.
EN DÓLARES2

1. A y u d a e c o n ó m ic a y té c n ic a ( D e f e n s e S u p p o rt ).
L a s p r in c ip a le s p a r t id a s fu e ro n : 5 0 4 .1 0 0 .0 0 0

P r o d u c t o s a g r íc o la s 2 0 3 .0 0 0 .0 0 0

M a t e r i a s p r im a s 1 21 .0 0 0 .0 00

E q u ip o in d u s t r ia l 1 49 .0 0 0 .0 0 0

A s i s t e n c i a té c n ic a 8 .0 0 0 .0 0 0

2. F o n d o d e D e s a r r o l lo E c o n ó m ic o (D L F ). T o tal c o n c e d id o 2 5 .1 4 0 .0 0 0

T otal u tiliz a d o 1 7.09 0 .0 0 0

R e n fe 1 4.90 0 .0 0 0

I s o d e l S p r e c h e r , S.A . 3 5 0 .0 0 0

U n ió n E lé c tr ic a M a d r ile ñ a 1.840.000

In stitu to N a c io n a l d e C o lo n iz a c ió n (c a n c e la d o p o r e l b e n e fic ia r io ) 7.7 00 .00 0

U n ió n E lé c tr ic a M a d r ile ñ a 3 5 0 .0 0 0

3. A c u e r d o d e e x c e d e n t e s a g r íc o la s ( L P 4 80 ) 5 0 4 .7 0 9 .3 4 5

A lg o d ó n 1 22 .4 0 0 .0 0 0

A c e it e d e s o j a 2 3 8 .8 0 0 .0 0 0

M a íz 1 4.100.000

Tabaco 2 4.00 0 .0 0 0

Cebada 1 3.000.000

T r ig o 1 4.400.000

F le t e s b a n d e r a E s t a d o s U n id o s 2 8.40 0 .0 0 0

4. E x p o r t - lm p o r t B a n k 2 3 0 .1 0 0 .0 0 0

L ín e a d e c ré d ito 6 2.50 0 .0 0 0

In d u s t r ia s id e r ú r g ic a 5 1.20 0 .0 0 0

R e n fe 8 .1 0 0 .0 0 0

Ib e r ia 1 6.40 0 .0 0 0

In d u s t r ia e lé c tric a 9 2 .0 0 0 .0 0 0

5. A y u d a m ilit a r v a lo r a d a p o r lo s E s t a d o s U n id o s 5 00 .0 0 0 .0 0 0
LA AYUDA ECONÓMICA NORTEAMERICANA POR PARTIDAS DE PROCEDENCIA,
EN DÓLARES2 (CONT.)

6. D o n a t iv o s p o r c a s o s d e e m e r g e n c ia y d e e n t id a d e s p r iv a d a s

(C á rita s) c o n c a r g o a la L e y 4 8 0 , H a s t a e l 3 0 -1 -1 9 6 3 1 72 ,3 5 0 .0 00

T ít u lo 11 4 .8 50 .00 0

T ítu lo lil 1 43 .5 0 0 .0 00

T ítu lo III (A ñ o f is c a l 1 9 6 1 -1 9 6 2 ) 12.00 0 .0 0 0

T ítu lo III (A ñ o f is c a l 1 9 6 2 -1 9 6 3 , e s t im a c ió n ) 1 2.00 0 .0 0 0

En otro texto preparado dos años más tarde por la Co­


misión Interm inisterial, en abril de 19 6 4 , se daba la pa­
radoja de que las cantidades no coincidían con las del
inform e anterior. La cifra global ascendía a 1.252,8 millo -
nes de dólares, aunque es posible que se om itiesen en ese
cómputo las ayudas de la Ley 480 recibidas como donati­
vos y las obtenidas del Development Loan Fund. También se
m encionaban en este caso los m illones de pesetas corres­
pondientes a los fondos de contrapartida.- 11.7 2 4 ,6 m illo­
nes procedentes de la ejecución de los program as de ayuda
económica, más otros 11.8 2 2 ,9 m illones en concepto de
préstamo generados por ejecución de programas de venta
de excedentes agrícolas.
Una investigación de referencia sobre la cuestión d is­
tingue entre las cantidades autorizadas y las desem bolsa­
das, una matización interesante que arroja una diferencia
entre ambas de unos io 3 m illones de dólares. A sí, la suma
total autorizada según sus cálculos fue de 1.4 6 3 m illones,
pero solo llegaron a desem bolsarse i . 36 o ,6 m illones
(Calvo, 20 0 1 y 2002)- Si nos atenemos a esta últim a e sti­
mación: 5 0 3 ,3 m illones correspondieron a ayuda para la
defensa; 17 ,1 m illones al Development Loan Fund; 482,6
m illones a la Ley 480 y otros 182,7 m illones a donativos de

4,9
los títulos II y III de esa m ism a ley, adem ás de 235 m illo­
nes en créditos del Exim bank. Las principales diferencias
entre las cantidades autorizadas y las desem bolsadas afec­
taron a fondos con cargo a la Ley 480 (unos 3? m illones) y
sobre todo al Exim bank (64 m illones).

EL DESTINO DE LA AYUDAAMERICANA

Las partidas a las que se destinaron esos fondos variaban


según los program as. Con cargo a la Defense Support se
im portaron productos alim enticios —aceites vegetales
sobre todo—, m aterias prim as —algodón, carbón, cobre,
chatarra y alum inio, principalm ente—, y equipo industrial
—para instalaciones eléctricas y siderúrgicas, para Renfe y
m aquinaria agrícola en su mayor parte—. Las asignaciones
del Development Loan Fund se dedicaron en gran medida a
material para Renfe. Las principales partidas de los acuer­
dos para la compra de excedentes agrícolas se emplearon en
adquirir aceite de so jay algodón, y en menor cuantía tabaco,
piensos, trigo, carne, maíz y cebada, entre otros productos.
De los créditos del Eximbank, por su parte, se beneficiaron
preferentem ente em presas eléctricas, siderúrgicas y de
fabricación de abonos, y buena parte se dedicó a la adquisi­
ción de material para el transporte ferroviario y aéreo, o
para las faenas agrícolas. Hay que destacar que sobre el
cómputo global de la ayuda en todos sus programas, solo en
comprar algodón y aceites vegetales se emplearon en torno
a un tercio de los fondos, aproximadamente unos 500
m illones de dólares. Otra porción significativa, aunque
inferior, se dedicó a inversiones para mejorar el suministro
energético, la red de transportes, las industrias siderúrgicas y
la compra de maquinaria agrícola, que concentraron entorno
aú na cuarta parte de las ayudas. Tam bién hubo cantidades
adicionales para asistencia técnica en los presupuestos
anuales que, sin ser muy elevadas, tuvieron un notable
efecto sobre la form ación em presarial y laboral, como
luego se expondrá. Todo ello sin entrar a considerar los
gastos m ilitares.
En todo caso, la ayuda acumulada representó algo
menos de un i por ciento del PIB español en todo el perio­
do 19 53/19 6 3. Eso suponia alrededor del 17 por ciento de lo
recibido por Gran Bretaña a través del Plan Marshall; la
cuarta parte que Francia y la mitad que Italia (8.353 m illo­
nes de dólares había recibido Gran Bretaña, 5.343 Francia,
2.97? Alem ania y 3.679 Italia). En este sentido, se puede
decir que el coste de la Dictadura fue apreciable para E spa­
ña. El maná americano llegó más tarde y en menor volumen
que en lo s p a íses vecin o s. Estas com paracion es s ie m ­
pre serán pertinentes, pero las conclusiones que se extrai­
gan de ellas no serán completas si se deja de lado el hecho
de que en cada caso el prestador de la ayuda, es decir, los
Estados Unidos, tenía unas motivaciones y unas finalida­
des bien distintas. La ayuda económica en Europa se con­
cibió como un medio de garantizar el desarrollo económico
de esos países, lo que a su vez perm itiría alcanzar dos obje­
tivos de interés para los estadounidenses-, que aumentara
su contribución m ilitar en la defensa de occidente, y que se
consolidaran sus Gobiernos liberales y democráticos. Flay
que tener en cuenta que, para los estadounidenses, el
fomento de la dem ocracia era inseparable de la elevación
del nivel de consumo y del nivel de vida, porque ello, p en ­
saban, serviría de dique a la expansión del comunismo. En
España, por el contrario, la ayuda se concibió exclusiva­
mente como un medio para garantizar la aplicación de las
cláusulas m ilitares del acuerdo. Las ayudas que se otorgaron
no tuvieron, por lo tanto, el objetivo de contribuir a superar
el subdesarrollo del país —como soñaban los vecinos de
Villar del Río en la película Bienvenido Mr. Marshall—, sino
únicam ente el de asegurar las condiciones m ínim as para
el correcto funcionam iento de las bases m ilitares.
Ciertamente, para que las bases fueran operativas
había que invertir en infraestructuras-, para garantizar la
colaboración del Estado y de los em presarios era oportuno
conceder asistencia técnica, y para evitar el rechazo entre
la población era conveniente m ejorar su alim entación con
la ayuda de los donativos norteam ericanos. De esta m ane­
ra, aunque el objetivo inm ediato de la ayuda económica
era garantizar un uso eficiente de las cesiones estratégicas
y m ilitares obtenidas, había tam bién una condición nece­
saria: crear un clim a favorable a las operaciones de su
ejército, y una derivada: m antener la estabilidad econó­
mica y social del nuevo aliado en la guerra contra el en e­
migo soviético. Todo ello im ponía una intervención no
prevista, en principio, con el fin de equilibrar la economía
española, com batir la inflación im poniendo un tipo de
cambio más realista, y evitar el colapso económico del
país. España no interesaba a Estados Unidos desde el
punto de vista económico, sino desde el punto de vista
m ilitar, y en relación únicam ente a la utilización de las
bases instaladas en su territorio, pero había que conven­
cer a la adm inistración española y a la población de las
bondades de la colaboración con los Estados Unidos y ello
significaba una intervención que iba más allá de los fines
m ilitares inm ediatos, aunque no tan allá como para garan­
tizar el desarrollo económico a largo plazo.
Si la im portancia cuantitativa de la ayuda fue muy
relativa, su relevancia cualitativa es aún objeto de discu­
sión. Las cantidades aplicadas a la adquisición de bienes
de equipo fueron muy inferiores a las destinadas a p ro ­
ductos básicos, lo que dism inuía su incidencia sobre la
capacidad productiva de la economía española, como no
dejaron de señalar los dirigentes españoles de la época.
Los sum inistros norteam ericanos aliviaron efectivamente
los problem as alim enticios y de falta de m aterias prim as
que sufrían la sociedad y la economía españolas, y lib e ra­
ron además divisas que se utilizaron para adquirir otras
im portaciones, pero no contribuyeron a aum entar de
forma significativa la acumulación de bienes de capital, la
única que garantiza un increm ento continuo de la produc­
ción y de la productividad de una economía.
El Gobierno español, al contrario que el norteam eri­
cano, sí había contemplado la asistencia estadounidense
como una fuente de financiación del desarrollo económ i­
co rápido del país, y no solo como un paliativo de los costes
económicos extraordinarios que iban a generar los p ro ­
gramas m ilitares estadounidenses en España. Muchos
contem poráneos, entre ellos altos funcionarios de la
adm inistración franquista, criticaron la escasez de recu r­
sos aportados, teniendo en cuenta la im portancia de las
concesiones en soberanía y los riesgos asumidos. Los
españoles siem pre sostuvieron que los Estados Unidos
debían com pensar a su país por los años en que no recibió
ayuda m ientras que otros países "m enos dignos de con­
fianza” en su anticom unism o recibían grandes sumas. Por
ello, su decepción fue grande cuando hicieron el balance
final de resultados y com probaron que habían recibido
mucho m enos que el resto de los aliados.

Y SUS EFECTOS REALES SOBRE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA

Los efectos reales de aquella ayuda sobre la modernización


económica de España han sido muy debatidos. Algunos
autores subrayan el hecho de que las importaciones fin an ­
ciadas con los dólares recibidos contribuyeron a elim inar
algunos importantes estrangulamientos del sistema pro­
ductivo español, derivados sobre todo de la falta de materias
prim as y m aquinaria. Gabriel Tortellà, por ejem plo, señ a­
la que la ayuda estadounidense produjo el efecto de des­
bloquear el com ercio exterior español, aumentando las
im portaciones de alim entos y de bienes de equipo, cuya
escasez por falta de divisas era una de las causas del estan­
camiento económico. Durante ese periodo, efectivam en­
te, dism inuyó porcentualm ente la cuota de divisas
empleadas para las im portaciones generales de alim entos
y bienes de consumo, al tiempo que se registró un aum en­
to de las divisas atribuidas a la im portación de m aquinaria
y equipos. La cuota de divisas para tales com pras pasó del
34 por ciento al 3 o por ciento entre 19 5 1 y 1958, cuando en
la década de los años cuarenta apenas había superado el 15
por ciento. Asim ism o, parecen existir indicios de que, por
entonces, se increm entaron de form a significativa los
contratos de asistencia tecnológica. No parece una su posi­
ción demasiado aventurada relacionar estos fenóm enos
con la llegada de los sum inistros norteam ericanos.
Otros autores, más críticos, opinan que se trató de
una ayuda de em ergencia, compuesta sobre todo por ali­
mentos básicos y materias primas, con escasa incidencia de
los bienes de capital y equipo, y que por lo tanto apenas tuvo
efectos sobre la modernización del aparato productivo. Aun
reconociendo que sirvió para aliviar algunos de los más
importantes estrangulamientos —de los que únicamente
era responsable la política económica del régimen—, la
ayuda hizo una contribución insignificante al desarrollo
económico español y se limitó a im pedir que el estado de la
producción se deteriorase hasta el extremo de hacer p e li­
grar la continuidad m isma del régimen. En una obra de
analistas norteamericanos (Chavkin, Sangster y Susman,
1976: 47-48), se hace una evaluación que probablemente
resume m ejor que ninguna otra los efectos de mayor tra s­
cendencia de la ayuda económ ica estadounidense-.
Fue frente a esta crisis (de la balanza de pagos) que la ayuda económi­
ca jugó un indispensable papel, si no en evitar, al menos en posponer
el momento en el que el colapso financiero del Estado español sería
inminente Esta crisis, de hecho, hubiera llegado mucho antes de
no haber sido por la ayuda estadounidense, ya que sin ella las reservas
del Gobierno español hubieran quedado agotadas hacia 1956, o de
otro modo hubiera sido necesario cortar drásticamente las importa­
ciones para corregir el déficit comercial que estaba agotando las
reservas de divisas. Bajo las graves circunstancias económicas que
prevalecían entonces, reducir las importaciones de alimentos hubie­
ra significado la vuelta al sistema de racionamiento del periodo de la
inmediata posguerra, mientras que reducir las importaciones de
materias primas hubiera implicado una reducción de la producción
industrial y mayor desempleo. El riesgo de que tales drásticos recor­
tes hubieran aumentado el descontento político era obvio.
No había otra elección sino emprender cambios de envergadura
en las políticas fiscales y económicas, un curso de acción finalmente
emprendido en 1959 con el Plan de Estabilización. Antes de que estas
reformas tuvieran efecto, sin embargo, la ayuda estadounidense
había servido para prevenir el colapso financiero del Gobierno y para
afrontar algunas de las más urgentes y elementales necesidades de la
economía española. En resumen, la asistencia económica de los Esta­
dos Unidos innegablemente ayudó a mantener al general Franco en el
poder, y cuando hacia 1962 la estabilidad del Gobierno español no
estuvo ya en cuestión y la continuidad de las bases estadounidenses
en España parecía asegurada, los programas de ayuda económica lle­
garon virtualmente a su finalización.

No cabe olvidar tampoco las consecuencias económ i­


cas indirectas derivadas de la firm a de los pactos de 1953,
porque m ejoraron las expectativas em presariales sobre la
evolución y la estabilidad de la econom ía española y eso
contribuyó a aumentar la inversión y el crecim iento. Las
últimas investigaciones tienden a subrayar precisam ente
esos efectos derivados: al reforzar la credibilidad política y
la estabilidad del régim en, m ejoraron las expectativas
em presariales y se estimuló la inversión privada interna.
En todo caso, es im posible cuantificar los efectos m ulti­
plicadores y cualitativos de este tipo que los acuerdos
pudieron tener sobre el desarrollo económico del país.
Es evidente tam bién que gracias a las nuevas relacio -
nes con los Estados Unidos se incentivó la apertura de la
economía española al exterior. A l fin y al cabo, en el núcleo
del ideario norteam ericano de la época se hallaba la libe-
ralización de los intercam bios internacionales, tanto de
bienes como de servicios y capitales. El trato con las auto­
ridades económicas norteam ericanas, o con sus delegados
establecidos en España, debió fam iliarizar a los altos fu n ­
cionarios de la adm inistración española con los m ecanis­
mos de financiación y regulación de los intercam bios
com erciales implantados por Estados Unidos en Europa a
raíz del Plan M arshall. Tam bién con las técnicas para crear
la contabilidad nacional y las m edidas para luchar contra
la inflación. Sin duda esas experiencias resultaron de gran
utilidad en el futuro inm ediato. De hecho, la O ficina para
la ejecución de los Convenios con Norteam érica se en car­
gó de cuestiones que iban más allá de la ayuda americana,
centralizando las relaciones con un amplio grupo de orga­
nism os económicos internacionales —entre ellos el Banco
M undial o la Corporación Financiera Internacional—.
Tam bién es cierto que el rígido y arbitrario sistem a de
asignación de recursos de las autoridades españolas hubo
de pasar el filtro de organism os como el Exim bank, en una
cuestión tan relevante como era la determ inación de los
proyectos subvencionados, lo que obligó tanto a institu­
ciones estatales o paraestatales como a em presas privadas
españolas a conocer y aplicar los métodos de esa institu­
ción financiera.
El tem a más controvertido, sin em bargo, es el efecto
que la ayuda económ ica pudo tener, aunque fuera de
m anera ind irecta, en crear un am biente favorable a un
cambio en la política económ ica y su progresiva lib era-
lización. Para algunos autores la p resió n n o rteam erica­
na, tím ida pero constante, en favor de la racionalización
y liberalización económ icas fue un acicate im portante y,
sin duda, una baza para los reform istas fren te a los
inm ovilistas económ icos en la negociación intern a del
Plan de Estabilización. Otros opinan, por el contrario,
que la ayuda no hizo sino retrasar el colapso de la econ o­
mía y p or lo tanto la adopción de las n ecesarias m edidas
liberalizadoras. De hecho, la lib eralización apenas avan­
zó en la segunda m itad de los años cincuenta, y solo la
situación extrem adam ente delicada de la balanza de
pagos obligó a un cam bio drástico al fin al de la década.
Quienes defien d en la contribución directa de E sta ­
dos U nidos al proceso de desregulación y apertura se
basan en que una de las cláusulas del convenio de ayuda
económ ica para la d efen sa de 19 5 3 apuntaba que el G o ­
bierno español procu raría "estab ilizar su m oneda, fija r
o m antener un tipo de cam bio real, eq u ilib rar su p re su ­
puesto estatal tan pronto como ello fuera p osible, crear
o m antener una estabilid ad fin an ciera intern a y, en g e ­
neral, restaurar la confianza en su sistem a m on etario” .
Esta era la "co n d icio n alid ad ” que llevaba aparejada la
ayuda. Pero tam bién es cierto que ese tipo de cláusulas
no eran vin culantes, es decir, que ten ían un valor m era­
mente indicativo. Desde luego, las p resio n es para lib e ­
ralizar la econom ía española, si existieron , solo pudieron
ten er un carácter secundario, porque la preocupación
esencial de Estados U nidos en sus relacion es con el r é ­
gim en franquista estaba centrada en sus in tereses e s ­
tratégicos.
EL APOYO AMERICANO AL PLAN DE ESTABILIZACIÓN DE 1959

Dicho esto, también resulta innegable la participación norte­


americana, cuando menos indirecta, en el trascendental giro
de politica económica que supuso el Plan de Estabilización.
Desde 1956 por lo menos, ante las demandas españolas de
suplementos de créditos para afrontar las dificultades de su
coyuntura económica, o para plantearse una eventual incor­
poración a la Organización Europea para la Cooperación
Económica (OECE), se repitieron las recomendaciones nor­
teamericanas para liberalizar su politica económica, unificar
los tipos de cambio, proceder a una estabilización financiera,
estimular a las empresas privadas y flexibilizar las disposicio -
nes sobre inversiones extranjeras. En esa línea, toda la le ­
gislación autàrquica era concebida por la administración
estadounidense como una amenaza potencial a la estabilidad
económica del país. Ello dio lugar a repetidas demandas diri­
gidas al Gobierno español para su revisión.
El interés estadounidense se concentraba particular­
mente en la derogación de las limitaciones a la inversión
extranjera, en especial la posibilidad de repatriación de
beneficios, o el límite impuesto del 25 por ciento de la pro­
piedad extranjera en empresas industriales. Estas disposi­
ciones no solo perjudicaban el desarrollo de la economía
española, sino que, sobre todo, contrariaban radicalmente
objetivos básicos de la política económica global de los Esta­
dos Unidos, en este caso los de ampliar los mercados de
inversión para sus capitales privados. Tanto la m isión eco­
nómica en España como las autoridades de Estados Unidos
insistieron a sus interlocutores españoles sobre la necesidad
de orientarse en esa dirección. De ahí que las gestiones para
solicitar el ingreso español en el Fondo Monetario Interna­
cional (FMI), el Banco Mundial o la OECE encontraran su
pleno respaldo político. Por esa vía España podría ampliar
sus circuitos de financiación —igualmente condicionados a
una liberalización de su economía—, al tiempo que los fo n ­
dos que precisaba para su relanzamiento económico d eja­
ban de gravitar sobre las arcas norteam ericanas.
Se ha discutido si los responsables am ericanos p re ­
sionaron suficientem ente en favor de medidas liberaliza -
doras de la econom ía española, o esperaron a que la situa­
ción se deteriorase lo bastante como para que el cambio
surgiera desde dentro. Parece claro que los Estados U n i­
dos estaban realmente interesados en acabar con el aisla­
miento económico del país, que los expertos americanos
enviados predicaron continuamente un cambio de rumbo, y
que presionaron en ese sentido, pero no tanto como para
condicionar en ningún momento la ayuda a la liberalización
de la política económica. Para evitar acusaciones de inter­
ferencia en los asuntos internos españoles —lo que p o ­
dría haber dificultado la im prescindible colaboración de
las autoridades franquistas para el pleno rendimiento de las
bases—, se procuró que las recomendaciones de reformas se
hicieran bajo auspicios internacionales: el FMI, la OECE,
etc. Las organizaciones internacionales transm itían el
mismo mensaje que los asesores americanos: recorte del
gasto, lim itación del crédito y aumento de las im posiciones
para hacer frente a la inflación; liberalización de las trans­
ferencias y del comercio con el exterior; unificación de los
tipos de cambio, etc., y además podían asistir eficazmente a
España en la solución de varios problem as.
En este contexto, fue fundamental el cambio de Gobier­
no de febrero de 1957, que incluía a Alberto Ullastres en
Comercio y Mariano Rubio en Hacienda, el que acabaría
redactando el Plan de Estabilización. El desembarco de
varios ministros del Opus Dei suponía la llegada de una fuer­
za de refresco, no directamente implicada en la Guerra Civil,
aunque plenamente identificada con los presupuestos del
i8 de julio. Su aparente apoliticismo les perm itía abandonar
las rémoras ultranacionalistas y autárquicas e iniciar refor­
mas de carácter técnico que darían una nueva cara al régi­
men. Ese año fue crítico desde el punto de vista económico:
la inflación se disparaba y el déficit en la balanza de pagos
agravaba la pérdida de reservas de divisas. Se produjo ade­
más un aumento de la conflictividad social. Los estadouni­
denses, conscientes de la dependencia de la economía espa­
ñola respecto a su ayuda, empezaron a vincular los créditos
que se concedían a la ejecución por el Gobierno español de
acciones destinadas al control de la inflación. Los primeros
en hablar de "estabilización” en España fueron los respon­
sables de la embajada estadounidense, y lo hicieron ante el
ministro de Comercio Arburúa. Comenzó entonces el acer­
camiento al FMI, que culminó en 1958, y toda la orientación
económica española iría, en lo sucesivo, por derroteros más
acordes con las exigencias estadounidenses.
El Plan de Estabilización, finalm ente, se hizo inevita­
ble cuando las reservas españolas de divisas se agotaron a
comienzos de 19 59 . Se llegó a calcular que, con unas reser­
vas externas a 1 de enero de 1959 de solamente 57 millones
de dólares en oro y 4 m illones en divisas convertibles, el
país estaría en bancarrota para el prim ero de julio. Aunque
los Estados Unidos no asumieron un papel principal en la
definición de las medidas económicas concretas a adoptar
en el Plan de Estabilización, apoyaron vivamente las solu­
ciones que proponía el FM I, que estaban en armonía con las
que a lo largo de los años habían estado solicitando sus
representantes a las autoridades españolas. El texto defin i­
tivo del Plan de Estabilización fue entregado al Gobierno
norteamericano antes de cursarlo oficialmente a las organi­
zaciones internacionales, y aquel, además de acogerlo favo­
rablemente, dio apoyo financiero para su ejecución. El Plan
se financió finalm ente con recursos facilitados por la
OEGE, el FM I, los bancos privados estadounidenses y
también i 3 o m illones de dólares com prom etidos por el
Gobierno de los Estados Unidos —al m argen de otros
préstamos con fondos de contrapartida—,

LA INVERSIÓN DIRECTA TOMA EL RELEVO DE LA AYUDA


ECONÓMICA

A partir de entonces, desde principios de los años sesenta,


las ayudas económ icas contem pladas en los acuerdos
militares dism inuyeron sensiblem ente, afectadas por el
recorte de los program as norteam ericanos de ayuda exte­
rior, hasta prácticam ente desaparecer salvo en lo que se
refería a los préstam os. El deterioro de la balanza de pagos
estadounidense motivó que en 19 6 1 la adm inistración
Kennedy diera prácticam ente por concluidos los progra­
mas de asistencia económica a España. La finalización de
los program as de Defense Support —financiados con el
Mutual Defense Assistance Program— suponía la desapari­
ción de la principal form a de auxilio a la economía espa­
ñola, particularm ente desde que el 90 por ciento de su
contrapartida revertía en inversiones a favor de la misma.
La adquisición de productos agrícolas excedentes de los
Estados Unidos, por su parte, tenía un interés coyuntural
y cada vez más escaso, dado que había dejado de haber un
déficit importante de los productos que podían adquirirse
al amparo de la Ley Pública 480, que perm itía pagar las
compras en pesetas. Por su parte, continuaron los créditos
del Export-Im port Bank, pero siem pre fueron vistos desde
España como operaciones más com erciales que de ayuda.
Guando se renegociaron por prim era vez los acuerdos,
en 19 6 3, el problem a que se le planteó al régim en fra n ­
quista fue, por lo tanto, el agotamiento de las contrapres­
taciones económicas. Ese problem a le preocupó más que
el hecho de que los pactos no otorgaban una protección
suficiente ante la posibilidad de un conflicto con la Unión
Soviética o con cualquier otro pais, lo que dem uestra que
la justificación esencial de los acuerdos, por parte españo­
la, era más económ ica que defensiva, y pone de manifiesto
la ausencia de un verdadero sentido de cooperación en la
defensa occidental, a pesar de todos los pronunciam ientos
en sentido contrario.
A l preparar la renegociación se com pararon las con­
trapartidas totales recibidas en una década con la asisten­
cia económica y m ilitar ofrecida por los Estados Unidos al
resto de los países aliados —incluido algún pais comunista
como Yugoslavia—, y el resultado empeoró el sentimiento
de agravio comparativo. Los Estados Unidos, por el contra­
rio, consideraban que habían cumplido, incluso con exceso,
el compromiso que asumieron en 1953, y que por lo tanto en
la renovación de los pactos no había nada que negociar en
cuanto a ayuda económica. Aun así, España todavía accedió
a algunos recursos del nuevo Fondo de Desarrollo Econó­
mico (Development Loan Fund ), aunque su cuantía apenas
fue significativa. Para aquellas fechas, la balanza de pagos
española presentaba una situación positiva, se habían incre -
mentado considerablemente los ingresos en divisas y las
perspectivas de crecimiento económico eran favorables tras
la aplicación del Plan de Estabilización y el ingreso en la
OEGE. España ya no necesitaba la ayuda norteam ericana,
y disponía de otras fuentes de financiación en condiciones
más favorables que las que ofrecían los program as estado -
unidenses. Desde la incorporación de España al BIRD y al
FM I, se ofrecían nuevas posibilidades para la obtención
por el Gobierno español de préstam os en buenas condi­
ciones. Dicho de otra forma, cam biaron las modalidades
de la ayuda que recibía el país: de ser receptor de ayuda
asistencial bilateral, lo que significaba la dependencia de
la ayuda económica estadounidense para asegurar la liq u i­
dez del país, España pasó a ser receptor de ayudas para la
cooperación de origen m ultilateral, otorgadas por organi­
zaciones internacionales.
Por supuesto, los acuerdos fueron trascendentales
desde otro punto de vista: estrecharon considerablem ente
las relaciones económ icas bilaterales. La ayuda económica
y técnica favoreció que se intensificara la presencia econó­
mica de Estados Unidos en España, lo que se plasmó en la
evolución de dos variables fundamentales: la inversión
norteamericana en España y los intercambios comerciales
entre ambos países. Los Estados Unidos se habían conver­
tido en el prim er inversor en España, además de principal
socio comercial, desde la Segunda Guerra Mundial, par­
tiendo del cuarto lugar que habían ocupado en los años
veinte como sum inistradores de capital. A pesar de la
importantísima caída de ambas actividades a partir de 1943,
la hegemonía norteamericana se mantuvo en el mercado
español en los años de posguerra.
Según la embajada de Estados Unidos, a principios de
los años cincuenta había 65 filiales y 58 com pañías in sta­
ladas en España, y eso después de que se hubieran produ­
cido ya las nacionalizaciones de Telefónica, Barcelona
Tractiony Ford. Casi todas se habían fundado en la década
de los años veinte y estaban relacionadas con el petróleo,
los sum inistros de gas y electricidad, las telecom unicacio­
nes, la automoción, el m aterial eléctrico y el cine. En este
aspecto, la firm a de los pactos no supuso un despegue
inmediato de la inversión directa norteam ericana porque
se m antenían las restricciones impuestas por la legisla­
ción española en m ateria de inversiones extranjeras. La
im posibilidad de repatriar beneficios en dólares y la lim i­
tación de la propiedad extranjera al 35 por ciento resulta­
ban m edidas muy desalentadoras. Con ello se lim itaba el
potencial de crecimiento de la economia porque las posibi­
lidades de inversión se supeditaban a la capacidad de ahorro
interno, del mismo modo que las compras de materias p ri­
mas, bienes de equipo y maquinaria se ajustaban a las esca­
sas posibilidades de exportación de productos españoles.
Este círculo vicioso solo se rompió con la puesta en
marcha de las medidas contenidas en el Plan de Estabiliza­
ción de 1959, una de cuyas facetas fue introducir una legisla­
ción mucho más flexible en el terreno de las inversiones
extranjeras3. Fue a partir de entonces cuando los inversores
estadounidenses encontraron grandes oportunidades en un
país caracterizado por la enorme dependencia tecnológica
tradicional de su economía y por el atraso acumulado en los
años de aislamiento internacional. El propio Gobierno
español estableció una Oficina de Información en Nueva
York, en diciembre de 1960, para propagar esa nueva orde­
nación legal en Estados Unidos y captar inversiones de capi­
tal norteamericano en empresas españolas. Los resultados
de los tres lustros siguientes fueron espectaculares.
A la altura de 1975, Estados Unidos seguía ocupando la
prim era posición en las inversiones de capital extranjero
en España, pero a considerable distancia del resto de los
países: acaparaba en torno al 40 por ciento del total. Tam­
bién el pago de royalties por licencias y patentes se m ulti­
plicó a partir de los años sesenta. Aun así, la inversión
directa en España siguió representando un porcentaje
muy pequeño respecto al total de capitales norteam erica­
nos colocados en Europa en los años cincuenta y sesenta,
que se dirigían preferente y abrum adoram ente hacia los
países del Mercado Común.
El com ercio exterior había experim entado mientras
tanto una evolución sim ilar, continuando la dependencia
de los sum inistros de alim entos y m aterias prim as, y la
im portación de bienes de alta tecnología. En sentido
inverso, el crecim iento de las exportaciones españolas lo
protagonizáronlas em presas del calzado, el textil, las con­
servas y la fabricación de muebles.
Hubo dos sectores que tuvieron una repercusión parti­
cular sobre los hábitos de los españoles por su efecto
demostración. Uno fue el turismo: con la mejora de las rela­
ciones bilaterales se produjo un paulatino incremento de la
llegada de turistas de aquella nacionalidad, anunciando la
explosión del sector en los años sesenta. Ese capítulo reci­
bió también una prom oción especial por parte del Gobierno
español, y el M inisterio de Inform ación y Turismo financió
campañas de promoción a partir de 19 60 en Estados U ni­
dos. Con los turistas llegaron tam bién las compañías norte­
americanas del sector como Pan Am erican World Airways,
United States Lines, Am erican Express Go. o Hilton Hotels.
El opulento estilo de vida americano que los españoles
conocían a través del cine empezaban a verlo tam bién en las
calles de las principales ciudades.
Otro sector con im portantes efectos sociales deriva­
dos fue el de la publicidad, una actividad estrecham ente
ligada a la creciente influencia social de los m edios de
comunicación, y fundam ental para asentar un crecim iento
de la demanda duradero. La publicidad respondía a una
idea fundam ental del nuevo modelo de gestión americano-,
la producción estaba al servicio del consumo, y no al revés,
como se había entendido tradicionalm ente en España.
Efectivamente, la extensión de la publicidad en España
empezó a notarse con la hegem onía de la televisión sobre
los restantes m edios de com unicación, en el transcurso
de los años sesenta, y con la instalación de em presas de
publicidad internacionales, muchas de ellas am ericanas.
En esa década aparecieron las prim eras m uestras de una
sociedad de consumo, lim itada aún a ciertos sectores —las
nuevas clases medias en expansión— y a ciertas regiones
—las más industrializadas—. Esas nuevas clases medias se
distinguían de las tradicionales —integradas por fu ncio­
narios, m ilitares y pequeña burguesía— precisam ente por
sus hábitos de consumo. Sus aspiraciones se concretaban
en conseguir el nivel de bienestar y los pequeños placeres
que prom etían los bienes de consumo duradero: electro­
domésticos, aparatos de televisión, el vehículo propio, etc.
Desde este punto de vista, las agencias de publicidad
hicieron un trabajo profundo de educación económ ica de
los españoles de la época.
Gomo era de esperar, los mensajes publicitarios m os­
traban nuevos valores y nuevas formas de vida que chocaban
con los hábitos tradicionales. Es significativo que la película
de Martín Patino, Canciones para después de una guerra, en la
que pretende retratar el estado material y moral de la España
de la autarquía, finalice, a modo de cierre, con un anuncio de
Coca-Cola, en technicolor y protagonizado por unas jóvenes
señoritas vestidas "a lo moderno” , todo un símbolo del fin
de una época y del comienzo de los nuevos tiempos.
Los cam bios eran bien acogidos porque se esperaba
de ellos una m ejora sustancial en las condiciones de vida y
porque venían de la mano de los am ericanos. Una vez
demostrado que la vía nacionalista y autàrquica conducía a
un callejón sin salida, la dem anda de am ericanización
canalizaba el deseo de recuperar el terreno perdido.

L A CO O PER A CIÓ N T É C N IC A Y SU S E F E C T O S
SO B R E L A 'A M E R IC A N IZ A C IÓ N ’ D E L S IS T E M A
PRO D U CTIVO

A largo plazo, sin embargo, las consecuencias más durade­


ras del acercamiento político-estratégico no las propor­
cionó la ayuda económica, sino la ayuda técnica, plasmada
en una serie de program as de form ación y de intercam bio
de experiencias que copiaban los procedim ientos segui­
dos en Europa durante el Plan M arshall. La novedad de
este tipo de programas es que perseguían realizar transfe­
rencias de modelos y de técnicas mediante la formación de
capital humano, con la financiación y el patrocinio de los
Gobiernos de los países implicados, y a través de la inter­
vención de agencias gubernamentales. Los fondos dedica­
dos a estos program as en térm inos cuantitativos solo
representaron una cantidad marginal del total de la ayuda
comprometida, en torno a un i por ciento del total —un 1,5
por ciento en el caso del Plan Marshall—. Sin embargo, ese
pequeño porcentaje sirvió para form ar a varios miles de
técnicos, funcionarios, gestores e investigadores en los más
variados campos, además de facilitar los contactos entre
empresarios y directivos de ambos países, crear redes
sociales y, de paso, difundir valores e ideas (Alvaro, 30 11).
En térm inos generales, se suele distinguir entre dos
formas principales que puede revestir la ayuda al desarro­
llo: la transm isión de conocim ientos y la aportación de
capital. Esta últim a es la que proporcionó la ayuda econó­
mica derivada de los pactos de 19 53, que fue sustituida
desde 19 6 0 por las donaciones de los organism os intern a­
cionales y regionales, y completada en la década de los
sesenta con las aportaciones del sector privado. La tran s­
m isión de conocim ientos, a su vez, se puede realizar de
diversos modos. Las in version es directas y la actividad
de las filiales de m ultinacionales son reconocidas por los
economistas como las principales vías de transferencia de
tecnología. Tam bién la adquisición de patentes y royalties,
una partida que tendría un increm ento espectacular cuan­
do comenzó la etapa del crecim iento: las partidas por estos
conceptos en la balanza de pagos pasaron de 19 ,13 m illo ­
nes de dólares en 19 6 0 a 10 9 ,3 1 en 1968, acaparando los
Estados Unidos un tercio del total. Pero en los años cin ­
cuenta, cuando la inversión norteam ericana en España
aún no había despegado y la falta de divisas im pedía recu ­
rrir m asivam ente a la com pra de tecnología exterior, la
transferencia de conocim ientos financiada con la ayuda
técnica cumplió un papel im portantísim o. España, con un
sistem a propio de investigación y desarrollo muy elem en­
tal —tanto el de su tejido em presarial como el vinculado a
universidades, institutos y otros organism os públicos—,
era incapaz entonces de proporcionar la tecnología n ece­
saria para el desarrollo económico. De ahí la im portancia
que tenían en ese momento las actividades de form ación
asociadas a la ayuda técnica.

'MISIONES DE PRODUCTIVIDADTCOOPERACIÓN
AMERICANA

La ayuda técnica am ericana en España, como ocurrió con el


conjunto de la ayuda económica, fue tardía y modesta en
relación a la que se había proporcionado a las economías
europeas en el marco del Plan M arshall, pero mantuvo la
m isma orientación: su objetivo fundamental fue aumentar
la productividad de la economía española. Los programas
financiados con esa ayuda utilizaban muy diversos m e­
canismos: la concesión de becas a investigadores en fo r­
mación, el sum inistro de personal humano y del equipo
necesario para la realización de proyectos conjuntos de in ­
vestigación y desarrollo, actividades de intercam bio de
inform acióny de form ación a través de organizaciones em ­
presariales, profesionales, sindicales, etc. En el caso espa­
ñol, al no integrarse aquella ayuda en los organism os de
cooperación europeos, como ocurrió con la ayuda técnica
ligada al Plan M arshall, todas estas iniciativas sirvieron
para la transm isión de experiencias o consejos elaborados
específicamente por expertos de los Estados Unidos. Entre
las diversas m odalidades que adoptó la asistencia técnica,
tal y como se organizó entonces, la más llam ativa fue el
envío de equipos de trabajo a los Estados Unidos, o la lle ­
gada de especialistas norteam ericanos a España, con el fin
de dar a conocer las excelencias de la tecnología y la orga­
nización estadounidenses en las más diversas ram as de la
industria y la adm inistración.
A esta tarea se aplicaron las agencias norteam ericanas
United States Operations M ission (USOM), Foreign Ope-
rations A dm inistration (FOA), e International Coopera-
tion A dm in istration (ICA). Para ello aprovecharon la
experiencia previa acumulada en otros países europeos y
contaron con la ventaja que suponía el mayor atraso rela­
tivo español, que lo hacía más receptivo a las ideas forá­
neas. Trabajaban en un terreno que ya había sido preparado
desde los años veinte por los defensores de la organiza­
ción científica del trabajo y otras técnicas de racionaliza­
ción de la producción industrial, pero ahora el objetivo
prioritario era aumentar de form a significativa la produc­
tividad industrial, reducir los precios unitarios y am pliar
el mercado.
Todo ello tenía un beneficio indirecto para los donan­
tes, porque la am pliación del mercado español, induda­
blem ente, acabaría beneficiando a los exportadores esta­
dounidenses. En térm inos generales, se reconoce que la
ayuda técnica y la transferencia de tecnología siem pre
agregan una fuente de demanda para el país que la otorga.
Adem ás, establecen una duradera dependencia tecnológi­
ca, lo que significa que el país donante tam bién se b e n efi­
cia, y a veces muy sustancialm ente, de la cooperación.
Un esfuerzo especial se hizo para fom entar el in ter­
cambio de ingenieros, adm inistradores y profesores entre
ambos países: especialistas estadounidenses ven ían a
España para asesorar a los directivos españoles, y expertos
españoles hacían estancias de form ación en centros n o r­
team ericanos. Pero el más llamativo de los programas fue
el de las "m isiones de productividad” , unos viajes colectivos
a los Estados Unidos para comprobar, in situ, el funciona­
miento del "modelo productivo” americano. Ejecutivos,
ingenieros y técnicos españoles observaban los métodos y
técnicas de las empresas am ericanas.
En España se organizaron en total 14,3 m isiones de
productividad —frente a 3 oo en Francia o ?o o en Noruega
durante los años de desarrollo del Plan M arshall— (Alvaro,
2 0 11), con un número de participantes cercano a los mil
en total. Cada m isión tenía una tem ática específica, pero
en todas ellas se m ostraban los logros de la gran em presa
am ericana y los principios del modelo productivo de ese
país. A l mism o tiem po, entre 1955 y 1962 se realizaron 53
proyectos de estancia de especialistas am ericanos en
España, de duración variable, participando en ellos 66
técnicos. Todo ello sin contar, claro está, a los cientos de
oficiales y suboficiales de la aviación y la m arina españolas
que fueron enviados a los Estados Unidos para recib ir cur­
sos de form ación y adiestram iento en centros m ilitares.
En todo ello jugó un papel esencial la Com isión N a­
cional de Productividad Industrial (CNPI), creada en 1953
en el seno del M inisterio de Industria para ser la interlo­
cutora de las agencias de cooperación norteam ericanas y
la encargada de proponer la distribución de los fondos
destinados a ayuda técnica para cada ejercicio. La CNPI
extendió sus actividades por todo el país creando com isio­
nes regionales de productividad y organizando secciones
de productividad para sectores específicos, sobre todo
aquellos potencialm ente exportadores. De aquella com i­
sión surgieron algunos de los proyectos técnicos más
im portantes que financiaron los Estados Unidos.- desde
allí se organizaron las m isiones de productividad que se
enmarcaban en la cooperación bilateral, se apoyaron las
m isiones técnicas prom ovidas por ram as profesionales o
por em presas, y se hicieron los prim eros experim entos de
centros de enseñanza de la adm inistración em presarial, a
imagen de las business schools am ericanas. La adm inistra­
ción española estaba decidida a reducir el atraso tecnoló­
gico e introducir las nuevas técnicas de gestión, directa­
mente en las em presas, o indirectam ente mediante la
form ación de los futuros directivos.
La asistencia técnica tam bién sirvió para la traducción
y publicación de libros técnicos: hasta 19 6 1 se editaron
210 obras especializadas con una tirada de 36 3.9 50 ejem ­
plares, y se produjeron 19 películas originales o traduccio­
nes de documentales extranjeros. Se organizaron planes
de dem ostración con m aterial norteam ericano adquirido
para ese fin, dirigidos a sectores específicos. Se fin an cia­
ron estudios y actividades de consultoría sobre sectores
industriales concretos. El Servicio de Extensión Agraria
(SEA), por ejem plo, que tan importante papel desempeñó
en la m ejora de la productividad del sector agrario espa­
ñol, tuvo el apoyo técnico y financiero de la ayuda técnica
americana. El SEA no hacía sino im itar a un organism o
sim ilar creado en pleno New Deal am ericano, y sus técn i­
cos se beneficiaron de estancias de form ación en los Esta­
dos Unidos.
Una característica general de estos program as fue que
el sector más atendido por las agencias de cooperación era
el constituido por los em presarios y los mandos superio­
res de empresa. De las 14 3 m isiones desarrolladas entre
1954 y 1962, casi la mitad de las m ism as, y un 40 por cien ­
to de las 972 personas que en ellas participaron, estuvie­
ron relacionadas con la dirección y gestión de em presas.
Mercadotecnia, publicidad, controles de calidad y gestión
industrial fueron los tem as priorizados. A ese sector iban
destinadas las becas que se concedieron para cursar estu­
dios de organización industrial y adm in istración de
em presas en universidades estadounidenses, y para la
form ación de directivos se levantó una institución piloto
en 1955, la Escuela de Organización Industrial (EOI), la
prim era escuela de negocios "a la am ericana” creada en
España. También se financió un program a de form ación
destinado específicam ente a los cuadros m edios: el Plan
Nacional de Adiestram iento de Mandos Interm edios, que
utilizaba un sencillo método desarrollado en Estados U n i­
dos, basado en la práctica y en la discusión en grupo.
Pero el control oficial no se correspondía con la filo ­
sofía que inspiraba la cooperación estadounidense, más
interesada en actuar directam ente sobre la sociedad civil
que en seguir los canales oficiales. Por eso, siem pre que se
pudo se favoreció a la iniciativa privada en este proceso.
Los em presarios más dependientes tecnológicam ente del
exterior eran norm alm ente los más dinám icos y consti­
tuían uno de los sectores más receptivos a las ideas y a los
intereses norteam ericanos. Las propias inversiones des­
tinadas a construir las bases beneficiaron a un selecto
grupo de em presarios, que unieron desde entonces sus
in tereses a los norteam ericanos. De ahí surgieron, por
ejem plo, im portantes em presas de consultoría técnicas,
como las ligadas al Banco U rquijo.
Una de las criaturas más sign ificativas de la ayuda
americana fue la Asociación para el Progreso de la D irec­
ción (APD), creada en 1956 por el sociólogo Bernardino
Tierrero y varios de los integrantes de uno de los prim eros
viajes de intercambio a Estados Unidos organizado por la
GNPI. Desde el principio la APD, diseñada según el modelo
de la Am erican Management Association, centró su objetivo
en los altos directivos de grandes empresas y en el fomento
de la profesionalización de la gestión empresarial, y se con­
virtió al mismo tiempo en un auténtico lobby pronorteam e­
ricano. Para los agentes de ese país, la clase em presarial era
el colectivo más liberal de la España autàrquica, sobre el que
cabía apoyarse para favorecer que el régim en evolucionara
de forma controlada hacia un sistema político homologable
con el del resto de los aliados occidentales.

TECNÓCRATAS, DIRECTIVOS Y EMPRESARIOS

Por todo ello, la cooperación técnica, como sostienen N u­


ria P u ig y A doración Alvaro, en cuyas investigaciones nos
apoyamos, fue un auténtico catalizador de los prim eros
focos de m odernidad que surgieron durante la Dictadura en
los principales polos económicos del país, y ello a pesar del
porcentaje reducido que representó del total de la ayuda eco­
nómica. Estas agencias fomentaron el contacto directo de los
directivos y empresarios españoles con las empresas, aso­
ciaciones y universidades norteamericanas, el medio más
eficaz para ganarse su confianza y difundir el credo produc-
tivista y capitalista. Evitaban a los sectores más antiliberales
del régimen —como el Instituto Nacional de Industria (INI)
y su entramado de empresas— y concentraban su actuación
en algunos funcionarios españoles especialmente renova­
dores, los círculos empresariales más sensibles a la apertura
de la economía, y algunos sectores de la Iglesia católica: la
Compañía de Jesús y el Opus Dei, que acabaron creando exi­
tosas escuelas de negocios según el plan de las que funciona­
ban en las principales universidades americanas.
Un ingrediente esencial del credo industrial am erica­
no era que la dirección em presarial se concibe como un
cuerpo de conocimiento prescriptivo, que se enseña y se
transm ite en las escuelas de negocios, no se aprende por
tradición fam iliar como había hecho tradicionalm ente la
clase em presarial. Por eso las agencias am ericanas apoya­
ron expresam ente la creación de escuelas de negocios,
donde debía form arse la clase em presarial del futuro. La
Escuela de Organización Industrial (EOI), a la que ya
hem os aludido, se creó como institución piloto oficial, con
asesoram iento norteam ericano.
En 1958 aparecieron otras instituciones sim ilares
im pulsadas por el sector privado.- el Instituto Católico de
Dirección de Em presas (ICADE), en M adrid, y la Escuela
Superior de A dm inistración y D irección de Em presas
(ESADE), ambas desarrolladas m ediante la colaboración
de em presarios locales y la Com pañía de Jesús. Por su
parte, el Instituto de Estudios Superiores de la Em presa
(IESE) se creó en Barcelona, fruto de la colaboración entre
consultores vascos y catalanes y la U niversidad de Navarra,
del Opus Dei. Todas se beneficiaron de la ayuda am erica­
na, y enviaron a form ar su profesorado a las Business
Schools de aquel país. El rápido éxito del IESE, por ejem ­
plo, se puede relacionar con su vinculación institucional a
la Harvard Business School, además del apoyo que recibió
de los m iem bros de Opus Dei que entonces tenían puestos
im portantes en la adm inistración. En todas estas escuelas
se difundían las prácticas exitosas, las bestpractices de alto
rendim iento ya aplicadas en los Estados Unidos, y se hacía
el seguimiento del modelo de com portamiento de las m ul­
tinacionales estadounidenses. Entre esas prácticas, por
cierto, se encontraba el "discu rso” norteam ericano sobre
la gestión de los recursos humanos-, la concepción funcio-
nalista y unitaria de la relación entre políticas de personal
y resultados em presariales.
Todo ello favoreció el m ovimiento m odernizador que
iba a acom pañar la progresiva liberalización de la econo­
mía española a partir de los años sesenta. Los em presarios
fueron el objetivo preferente de la m araña de agencias a
través de las cuales se canalizó la ayuda americana. Fueron
ellos los principales destinatarios de las m isiones ind us­
triales a los Estados Unidos, de las escuelas de negocios,
de las em presas de con su ltoríay de los organism os ded i­
cados al cultivo de la cultura em presarial.
Se creó asi un circulo de "am igos de los am ericanos” ,
formado por los beneficiarios de esa ayuda, a menudo
ligados a las filiales o a las inversiones norteam ericanas en
España, que form aron un grupo relativam ente pequeño
pero homogéneo, con gran influencia en el desarrollo
económico de la época. La "am ericanización” conseguía
así un efecto m ultiplicador a través de esos círculos socia­
les y em presariales asociados a los intereses norteam eri­
canos. No solo contaban con el respaldo de la ayuda oficial,
tam bién se beneficiaban del deseo natural de im portar los
modelos de éxito, y el modelo estadounidense era enton­
ces el de mayor éxito en cuanto a desarrollo económico y
bienestar.
Las fundaciones privadas norteam ericanas aportaron
su colaboración a la difusión de las ideas económicas y
em presariales en Europa, tomando en cierto modo el
relevo de las agencias del Plan M arshall durante la segun­
da etapa de la Guerra Fría. Muchos de los program as que
hemos citado fueron reconvertidos en la posterior Orga­
nización para la Cooperación Económica Europea (O CEE),
pero en otros casos fue la Fundación Ford la que tomó el
relevo, haciendo del em presario, una vez más, el principal
instrumento para in flu ir en las sociedades europeas.
En España esa m ism a fundación intervino a partir de
finales de los cincuenta, aunque actuando con extrema
cautela dada la incertidum bre política y económica que
generaba la persistencia de la Dictadura. La Fundación
Ford estuvo detrás de las iniciativas intelectuales del
Banco Urquijo, sobre todo de la Sociedad de Estudios y
Publicaciones, caracterizada por su talante liberal. Esta
sociedad recibió 6 0 0 .0 0 0 dólares de aquella fundación
entre 19 6 0 y 1971 para financiar sem inarios de ciencias
sociales, investigaciones económ icas y becas en el extran­
jero. Los sem inarios especialm ente se convirtieron en un
sem illero de las futuras elites que debían dirigir el país en
los más variados ámbitos.
Posteriorm ente, la Fundación Ford apoyó con fin a n ­
ciación y asesoram iento técnico la reform a educativa en
España iniciada en 19 70 . Otros 54,9.000 dólares los ded i­
có a form ar educadores en los Estados Unidos y enviar
consultores de diversas universidades am ericanas que
asesoraron al M inisterio de Educación español.
Por todo ello, se puede decir que los programas de coo -
peración bilaterales son en gran parte respon sables de
que la rápida modernización técnica, organizativa e ideoló­
gica de las empresas españolas tuviera ese "aire am ericano”
tan marcado. Las nuevas prácticas que im pregnaron el con­
junto de la economía española recordaban fuertemente
algunas de las características propias del sistema productivo
norteamericano: la aplicación sistemática del concepto de
management en las empresas; la meritocracia como sistema
de promoción, lo que contrastaba con la práctica generali­
zada del nepotismo en el mundo em presarial español; los
incentivos individuales para el productor, en lugar de los in ­
centivos colectivos; el uso intensivo de las técnicas de mar­
keting, algo muy llamativamente "am ericano” , etc.

DIFUSIÓN DEL MODELO AMERICANO 0 ADOPCIÓN


VOLUNTARIA YADAPTACIÓN CREATIVA

Los econom istas suelen discutir si la difusión de nuevos


sistem as en el nivel productivo se produce por im itación y
préstam o, o por prom oción e inculcación. Es decir, si la
americanización fue el resultado del deseo europeo de
copiar métodos y prácticas que se habían revelado exitosas,
o fue producto de una voluntad metódica de inculcación
organizada por el Estado y las organizaciones civiles estado -
unidenses. En la realidad es difícil distinguir ambos m eca­
nismos, porque suelen ir unidos y actúan conjuntamente.
Como hem os visto en el caso de la convergencia en
torno al modelo de management am ericano, el resultado
puede explicarse por la tendencia a im itar a las em presas
líderes y la creación de estándares o norm as de referencia,
por la im posición coercitiva en las sucursales de las m ul­
tinacionales, por la intervención de ciertas agencias
gubernam entales norteam ericanas prom ocionando las
prácticas de dirección desarrolladas en su país y por la
acción form ativa de las escuelas de negocios, sin descartar
que todos estos factores intervengan a la vez.
La hipótesis de la difusión por contam inación se basa
en la tendencia general a adoptar las prácticas más racio ­
nales, creando una tendencia a converger hacia un modelo
único de sociedad moderna. La hipótesis de la inculcación
se basa en los esfuerzos, ciertos, que la adm inistración
norteam ericana, con la ayuda de diversas agencias y orga­
nizaciones privadas, hicieron para exportar sus métodos y
sus valores a los países europeos. Pero ¿fueron realmente
efectivas las iniciativas oficiales o paraoficiales para d ifu n ­
dir el modelo am ericano en España, o las transferencias se
habrían producido de todos modos por una especie de
osm osis o contam inación natural?
Los especialistas que han estudiado los programas de
asistencia técnica en otros países europeos suelen relativi-
zar su influencia por algunas limitaciones con las que actua­
ban: el escaso conocimiento que los "m isioneros” am erica­
nos tenían del medio europeo en el que se movían, su poca
sensibilidad a la diversidad cultural del continente, su
desconocim iento de las tradiciones institucionales nacio­
nales, de la dim ensión del movim iento obrero, o de la
im portancia del sector público en muchos de estos países.
En España las dificultades eran sin duda aún m ayores para
los técnicos visitantes, por el autoritarism o y el interven­
cionism o del régim en, por la excesiva fragm entación del
tejido productivo, por la orientación política del in cip ien ­
te movim iento obrero, etc.
Por el contrario, la influencia norteam ericana contó
con ciertas facilidades en España que no se daban en otros
países de Europa. Su m enor desarrollo em presarial exp li­
ca que en España se encontraran con menos resistencias
culturales que en los países avanzados y con una cultura
em presarial muy sólida como el Reino Unido, Francia o
Alem ania. Los países relativam ente rezagados en trad icio­
nes em presariales abrazaban las ideas am ericanas con
más entusiasmo. Otra ventaja fue la situación privilegiada
en la que actuaron las agencias y em presas estadouniden­
ses en los años cincuenta. Estados Unidos disfrutó de una
situación de cuasi m onopolio hasta bien entrados los años
sesenta en políticas de cooperación, una oportunidad
única para influ ir más que sus rivales europeos. El aisla­
miento político mantuvo a España cerrada a la influencia
de los m odelos tradicionales europeos durante mucho
tiempo.
El éxito, al final, dependió sobre todo de las alianzas
con grupos locales influyentes que los americanos lograron
establecer, procedieran estos de la tradición corporativa
—cuando no fascista—, de los sectores tradicionalmente
liberales —muy reducidos en España, pero agrupados en
torno al círculo del Banco Urquijo—, o de congregaciones
religiosas muy tradicionales en la doctrina pero moderniza -
doras en la gestión de los asuntos mundanos —fundam en­
talmente los jesuítas y el Opus Dei, creadoras en España de
las principales escuelas de negocios—. Estos moderniza -
dores, que luchaban por la liberalización y la apertura del
sistem a productivo español, encontraron en el apoyo
americano un elemento catalizador de sus esfuerzos. Ellos
si eran capaces de interpretar las tradiciones nacionales y
adaptarlas al nuevo modelo productivista, creando así s is ­
temas híbridos, adaptados creativamente a las realidades
locales. A dem ás, por su proxim idad al poder podían
influir en las autoridades políticas y orientar la m oderni­
zación en un sentido muy marcado por la am ericanización,
como así ocurrió en la España de los años sesenta.
La adaptación creativa, en este caso, incluía la selec­
ción de lo que convenía adoptar y lo que interesaba des­
echar. La transferencia de los valores americanos, en un país
sometido a un régimen de Dictadura muy intervencionista,
se hizo de forma parcial: se adoptaban las técnicas de "ges­
tión eficiente” y la modernización de la tecnología, pero no
la visión liberal del mundo que la acompañaba. El librecam ­
bio solo se aceptaba de forma limitada, haciéndolo compati­
ble con un sector público muy desarrollado y con el dirigismo
económico. Y, desde luego, no entraba en los planes de los
dirigentes del régimen la aceptación de las relaciones labo­
rales establecidas sobre la base de la libre negociación. Esto
último sí creaba contradicciones graves, porque el producti-
vismo americano y la racionalización de las labores indus­
triales exigía un clima de cooperación o armonía laboral, lo
que solo podía lograrse a través de la cooperación con sin di­
catos libres. El corporativismo y los sindicatos verticales
españoles no constituían el m ejor entorno para implantar el
modelo laboral desarrollado durante el New Deal, basado en
la idea del "contrato social” americano: productividad con
aumento de la capacidad de consumo y bienestar.
Por todo ello, aunque la transform ación económica y
social se asoció estrechamente en España a la influencia del
modelo americano, el resultado no siem pre se parecía al
modelo. Aun así, la década de los cincuenta constituyó el
ápice del largo proceso de "am erican ización ” de la so cie ­
dad española, justam ente cuando m ayor fue el desfase
entre los niveles de desarrollo de los dos países. Con el
tiem po, como era inevitable, el fenóm eno dom inante
acabó siendo la europeización del país, no la am erican i­
zación. Desde m ediados de la década de los sesenta, el
m onopolio del que se había beneficiado la influencia
am ericana sería contrarrestado por la recuperación de la
influ encia de otros países europeos, que poco a poco fu e ­
ron conquistando cuotas crecientes en todas las variables
principales: com ercio, inversiones, transferencias de tec­
nología, etc.
Posteriorm ente, sin desaparecer la enorm e in flu en ­
cia del amigo am ericano, otros m odelos vin ieron a com ­
petir con él. Los dirigentes españoles ya habían intentando
aproxim arse a Europa Occidental desde la creación del
Mercado Común, aunque tuvieron que aceptar que la CEE
no se m ostraba dispuesta a facilitar el ingreso de España
m ientras durara la Dictadura. Tam bién se utilizó el acer­
camiento a Francia, a partir de los sesenta, como una baza
suplem entaria en la negociación con Washington y como
una m anera de dism inuir el grado de dependencia de
España respecto a Estados Unidos, aunque la Francia del
general De Gaulle no estaba en condiciones, por sí sola, de
reem plazar a Estados Unidos como socio internacional
preferente. Fue ya en la década de los setenta, a raíz de la
firm a del acuerdo preferencial con el Mercado Común,
cuando la economía española empezó a orientarse, en
todos los sentidos, hacia su entorno natural, la Europa con
la que se habían m antenido relaciones más densas h istó­
ricam ente, y donde los españoles, desde hacía siglos, b u s­
caban los m odelos para su progreso social.
NOTAS
1. Para gestionar las ayudas se creó en octubre de 1953 una Comisión Coordina­
dora de los Fondos de la Ayuda Económica, y en abril del año siguiente se
estableció una oficina para la ejecución de los convenios con Norteamérica,
dependiente del Ministerio de Hacienda. La variedad de materias relacionadas
con los convenios y sus múltiples repercusiones obligaron a buscar una mayor
coordinación en el seno de la administración española, y por ello en octubre de
1957 se constituyó una Comisión Delegada del Gobierno para el desarrollo de
los Pactos con Norteamérica, con sede en la Presidencia del Gobierno, que
integraba a casi la mitad de los ministerios, lo que da idea de la importancia que
se concedía al vínculo con Estados Unidos.
2. "Desarrollo de los Convenios Hispano-Estadounidenses de 1953” . Archivo del
Ministerio de Asuntos Exteriores, D. G. América, R -12028/1.
3 . A partir del Decreto-Ley 16/1959 solo se requería la previa autorización del
Consejo de Ministros cuando la inversión extranjera en una empresa excedía el 50
por ciento del capital. La nueva legislación reproducía lo establecido en el código
aprobado por la OCDE.
CAPÍTULO 2

PROPAGANDA Y DIPLOMACIA PÚBLICA EN ESPAÑA

Hemos visto el proceso de am ericanización en su dim en­


sión m aterial: la invasión de productos am ericanos, la
im plantación de sus em presas, la asim ilación de técnicas
y procedim ientos productivos y la generalización de siste ­
mas de gestión desarrollados en los Estados Unidos. Estos
han sido los fenóm enos más llam ativos y los prim eros que
fueron señalados como indicadores de un proceso masivo
de aculturación. Vamos a analizar ahora la penetración en
España de otros com ponentes del modelo social am erica­
no, los que se relacionan con valores, estilos de vida y
m odelos políticos, elem entos más difíciles de identificar
pero cuyos efectos, por su profundidad, pueden tener más
trascendencia que los anteriores.
Gomo en el caso de la am ericanización "m aterial” ,
tam bién aquí se pueden distinguir procesos inducidos,
intencionados, sistem áticam ente organizados desde in s ­
tancias oficiales —con la necesaria colaboración, casi
siem p re, de fundaciones y asociaciones privadas—, y
efectos de contam inación o de asim ilación voluntaria,
protagonizados por la propia sociedad española. Esta d is­
tinción no nos dice nada, en principio, sobre la eficacia de
una u otra vía, pero sí nos perm ite rastrear la posible exis­
tencia de un "m esianism o” am ericano, entendido como el
propósito explícito de exportar su modelo a otros países, y
descubrir sus procedim ientos de actuación. Sobre las
colaboraciones o resistencias que encontró en nuestro
país tendrem os ocasión de hablar más adelante.

E L W ILSO N ISM O Y L A IL U SIÓ N D E L N UEVO


O RD EN D EM O C R Á TIC O

Una vez más, la Prim era Guerra M undial constituye un


momento inaugural porque fue entonces cuando la adm i­
nistración norteam ericana ensayó su prim er experimento
de propaganda de sus valores nacionales en el exterior. La
participación en la guerra confirm ó a los Estados Unidos
como una potencia internacional de prim era magnitud, y
supuso el abandono de su tradicional alejam iento de los
problem as políticos europeos. El com prom iso bélico n o r­
team ericano fue relativam ente inesperado, y por ello las
autoridades se vieron en la necesidad de explicar sus
motivos, tanto a la opinión pública interna como a la opi­
nión internacional.
La necesidad de crear en breve espacio de tiempo una
potente m aquinaria bélica relajó los recelos naturales en
la sociedad am ericana hacia el intervencionism o estatal y,
en esas circunstancias excepcionales, el ejecutivo encon­
tró vía libre para actuar en un terreno tan delicado como la
orientación de la opinión pública. A sí nació en abril de
19 17 el Comité de Inform ación Pública (GPI), un organ is­
mo de propaganda creado para movilizar a la totalidad del
pueblo americano en el esfuerzo de guerra. En noviembre
de ese mismo año el comité decidió expandir sus activida­
des al exterior para explicar las razones de la intervención
norteamericana en la guerra. Se abrió una primera sucur­
sal en Rusia, a la que siguieron otras en Europa, Latinoa­
mérica e incluso Asia. Una de las principales oficinas fue
la que estableció en España, país que permanecía en una
neutralidad temerosa, agobiado por la crisis social y polí­
tica que se desencadenó justamente ese verano de 1917.
El GPI puso buen cuidado en resaltar sus diferencias
con respecto a los aparatos propagandísticos del resto de
los aliados, sobre todo franceses y británicos. En prim er
lugar, definía sus actividades como de inform ación, evi­
tando así el estigma asociado con la palabra "propaganda” .
Adem ás, su objetivo no era desacreditar a A lem ania, como
se hacía en la propaganda aliada, sino m ejorar la imagen
general de los Estados U nidos, m ostrar a la opinión p ú b li­
ca m undial los proyectos de Woodrow W ilson para resolver
los problem as internacionales, ensalzar sus valores y su
estilo de vida. Era una propaganda en positivo, para mayor
gloria de la nación estadounidense y de su presidente. Sus
agentes afirm aban que su único propósito era difundir la
cruzada democrática propia del w ilsonism o, demostrando
"la absoluta justicia de la causa de A m érica, el absoluto
desinterés de los objetivos de A m érica” . El director del
CPI, George Creel, publicó en 19 30 una obra en la que
hacía el recuento de sus operaciones, con un subtítulo
que no dejaba dudas sobre cuál había sido la intención del
organism o: llevar "el evangelio del am ericanism o a todos
los rincones del globo” .
Nunca antes los recursos de la industria cultural de
una nación habían sido movilizados en esa escala. La propa­
ganda utilizó todo tipo de medios, pero sobre todo el cine,
las publicaciones im presas, las conferencias públicas y
un servicio de noticias dirigido a la prensa. De particular
interés era el soporte cinem atográfico, un m edio de expre­
sión internacional que hablaba un lenguaje universal, que
tenía enorm es posibilidades para extender el prestigio de
los Estados Unidos gracias al éxito de la cinem atografía
americana en el exterior. Las autoridades del GPI com ­
prendieron que los productos culturales de masas eran
portadores de m ensajes ideológicos y por ello, además de
producir películas de propaganda, tom aron la precaución
de censurar cualquier m ensaje que resultara inamistoso
para A m érica o sus aliados. Para ello montó un departa­
mento de censura cinem atográfica que filtraba todas las
películas que se exportaban al exterior, algo que desató
una enorme polém ica en el país. George Creel siem pre
argumentó que las actividades del GPI solo eran educativas
e inform ativas, no de propaganda, y que el organism o solo
"supervisaba la censura voluntaria” de la prensa y de los
estudios de cine, pero eso no disminuyó la inquietud que
despertaban sus actividades tanto en las oficinas internas
como en las del exterior.

LA PRIMERA CAMPAÑA DE PROPAGANDA EN ESPAÑA

El encargado de dirigir esta campaña en España, Frank


Marión, provenía precisam ente de la industria cinemato­
gráfica, y la difusión de películas documentales fue el p rin ­
cipal medio que utilizó. Las instrucciones que recibió del
propio presidente W ilson dictaban llevar a cabo una labor
"educativa, franca y abierta” de inform ación a los españoles
sobre "la vida en Am érica, nuestros objetivos y nuestros
ideales” . Como no podían tratarse temas m ilitares por las
restricciones puestas por la España neutral a la propaganda
extranjera, las películas se dedicaban a m ostrar los progre­
sos de la industria y de la agricultura, y de cualquier otro
sector de la sociedad americana. Los españoles vieron
documentales como Makingthe Ford Automobile, The Cultu­
re ofApples ín the United States o Building the New Water
Supply System ofNew York. M arión contó con la colabora­
ción activa de la com unidad de negocios am ericana en
España: las com pañías Singer, Kodak, Ford, o la Cámara
de Com ercio A m ericana recién creada en Barcelona.
A l mismo tiempo se distribuyeron m iles de panfletos
con los discursos de W. W ilson y sus planes para el futuro
de Europa. El w ílsonism o, ese intento de reestructurar el
orden internacional imitando el ordenam iento interno de
los sistem as dem ocráticos, se hizo entonces muy popular
en España. Las propuestas del presidente W ilson atraían
el interés de juristas y pensadores progresistas, entusias­
mados con la idea de que la anhelada garantía de paz in ter­
nacional se conseguiría con un nuevo orden internacional
basado en la cooperación entre las naciones, la aplicación
del Derecho y la seguridad colectiva. Como antes del con­
flicto de 1898, el modelo republicano estadounidense,
asociado con libertad, dem ocracia, trabajo, educación y
buen gobierno, volvió a ser ensalzado en España como
motor del progreso económico y social.
Curiosamente, el em bajador estadounidense, Joseph
W illard, se opuso con fuerza a aquella campaña de propa­
ganda alegando que todavía no había pasado suficiente
tiempo para que se calm ara el fuerte sentim iento antinor­
team ericano que había dejado la guerra hispan o-estad o-
u nidense, y sospechando que "el m ensaj e de la dem ocracia”
podía tener, en España, el efecto de debilitar al Gobierno y
aumentar la inestabilidad interna. En lo prim ero se equivo­
caba, en lo segundo no. Pero la campaña se realizó, y contri­
buyó sin duda a extender los ideales wilsonianos y a mejorar
la imagen de los Estados Unidos, convenciendo a los espa­
ñoles de que el esfuerzo de guerra de los norteamericanos
era totalmente desinteresado (Montero, 3 0 10 ).
La campaña de propaganda am ericana, que tantas
expectativas levantó en torno a los proyectos in tem acio­
nalistas w ilsonianos, no fue tan eficaz en la prom oción de
otros elementos de su proyecto político. Por ejem plo, la
prescripción de la dem ocracia liberal como el m ejor siste­
ma político, alentada por W ilson, fue recibida con escep­
ticismo en los sectores más radicales de la Península, no
solo por el descrédito del sistem a parlam entario español,
sino tam bién por las expectativas que estaba despertando
justo entonces la revolución bolchevique en Rusia. Por su
parte, el principio de autodeterm inación de los pueblos
encontró efectivamente un eco entusiasta en los m ovi­
mientos separatistas de Cataluña y el País Vasco —los
nacionalistas catalanes enviaron una delegación a la Con­
ferencia de París para que se escucharan sus reivindica­
ciones—, pero llenó de apren sion es a los dirigentes
políticos del Gobierno central. Los m edios republicanos y
socialistas en general acogieron con entusiasmo el ideario
wilsoniano, pero los incum plim ientos de Versalles y el
abandono de su program a en los propios Estados Unidos
hicieron que la popularidad de W ilson, y con ella todo lo
que representaba, se disolviera en muy poco tiempo.
El presidente W ilson llegó a tener una enorme popu­
laridad en España al acabar la guerra, en parte porque el
CPI se dedicó a personalizar en su figura los valores am e­
ricanos. Ciudades como Barcelona, Málaga o Figueras le
proclam aron ciudadano honorario, y otras muchas le
dedicaron alguna de sus principales avenidas. W ilson era
el personaje clave en la Conferencia de Paz, y además, g ra­
cias en parte a esa intensa campaña de propaganda, se le
consideraba un amigo sincero de España. Nadie dudaba de
que el presidente de los Estados Unidos, que llegaba a la
Conferencia de París como el árbitro de la situación, ten ­
dría un im portantísim o papel en la reorganización de
Europa. La percepción dominante en España era que los
norteam ericanos se estaban convirtiendo en los "jueces
del m undo” , en una gran potencia tam bién en Europa, la
única, además, que em ergía de la guerra con una robusta
posición financiera. La política exterior española, o rien ­
tada entonces hacia Europa y hacia A m érica Latina, se
encontraba en estos dos escenarios con los Estados U ni­
dos. A un país modesto como España le interesaba estar a
bien con el nuevo árbitro de la situación, para lograr una
posición ventajosa en el nuevo orden que saldría de la con­
ferencia de paz, y establecer una relación bilateral estrecha
con la nueva potencia mundial. El prim er m inistro espa­
ñol, Romanones, se apresuró a reunirse con W ilson en
París, en diciem bre de 19 18 , y el mismo Rey lo invitó a v is i­
tar España. Pero nada se obtuvo, ni siquiera el puesto que
reclamaba el Gobierno español en la nueva organización
internacional de la Sociedad de Naciones-, y W ilson no llegó
a viajar a España, ni aun de escala en su viaje de vuelta.
Guando los republicanos ganaron las elecciones de
1930, los Estados Unidos volvieron a su política de recogi­
miento respecto a los espinosos asuntos europeos. La
propaganda wilsoniana se reveló a la postre como un ejer­
cicio de retórica política sin consecuencias duraderas, por
las propias reticencias de la opinión pública estadouni­
dense, de la Cámara de Representantes y del Senado.
Naturalmente, el CPI fue disuelto nada más acabar la gue­
rra. Que el Gobierno estadounidense interviniera en un
ámbito tan sensible como era la formación de la opinión
pública solo se justificaba en situaciones de emergencia
nacional como un conflicto bélico. Acabado este, la demo­
cracia liberal no podía consentir que un organismo oficial
manipulara las conciencias de los ciudadanos.
Aquella prim era experiencia dio lugar a interesantes
reflexiones sobre el verdadero papel de la opinión en las
sociedades m odernas. El conocido publicista Walter Lipp-
mann publicó un libro (Public Opinión, 19 2?) en el que
defendía que algún tipo de intervención era necesaria para
evitar que la mayoría de los ciudadanos se desviara de los
ideales dem ocráticos. Lippm an abogaba nada menos que
por la im plantación de sistem as de inform ación bajo el
control de elites capaces de determ inar la m ejor vía para
guiar el sentir popular por la senda del pluralism o. Opi­
niones como esta crearían un estado de espíritu favorable
para que, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial,
volvieran a crearse no una, sino varías agencias guberna­
m entales encargadas de desarrollar sistem áticam ente
labores de propaganda, tanto dentro como sobre todo
fuera del país.

PR O PA G A N D A EN L A S E G U N D A G U E R R A
M U N D IA L

Guando la tensión internacional en Europa aumentó por la


acción de las potencias fascistas, la opinión americana
empezó a considerar la conveniencia de defender activa­
mente los valores de su modelo de sociedad, que sentía
amenazado. El dilem a era que en las dem ocracias m oder­
nas el Gobierno debía estar controlado por la opinión
pública, y por lo tanto no se podía aceptar que el ejecutivo
orientara la opinión. Pero, al mismo tiempo, el apoyo de la
opinión era esencial para firm ar o ejecutar tratados de
alianza, o para ayudar a otro país en caso de guerra, y por
ello una parte esencial de la política exterior de los Estados
contemporáneos consistía en hacer surgir, y conservar
después, una opinión favorable en otras naciones. La
solución a esta contradicción fue, prim ero, disfrazar la
propaganda de política cultural en el exterior, y cuando
esta resultó insuficiente, lim itar estrictam ente el uso de la
propaganda política a las actividades en el exterior. De esa
form a la libertad y la integridad de la opinión en el in te­
rior de la nación, esencial para un sistem a democrático -
liberal, quedaban convenientem ente preservadas.
En 1938 se creó un prim er organism o de propaganda
"cultural” en el exterior, la División of Cultural Relations
del Departamento de Estado, encargada de contrarrestarla
expansión de la influencia nazi en Am érica Latina a través
del intercambio de estudiantes, profesores y personalida­
des prominentes. Era una manera de estrechar lazos con las
sociedades y con los dirigentes de esos países. La entrada
norteamericana en la contienda forzó la creación de distin­
tos organismos dedicados a la propaganda "inform ativa” ,
que en 194,2 se agruparon bajo la Office ofWar Information
(OWI). Simultáneamente se creó la Voice of Am erica y se
volvió a utilizar masivamente el cine documental como m e­
dio de propaganda. En esta ocasión, Norteamérica se intro­
dujo incluso en los terrenos de la contra-propaganda y la
guerra psicológica a través de la agencia predecesora de
la CIA.- la Office of Strategic Services (OSS). Una vez más
España, como país neutral, fue uno de los destinatarios ele­
gidos para desarrollar la propaganda de guerra americana.

LA CAMPAÑA PARA GARANTIZAR LA NEUTRALIDAD


ESPAÑOLA EN EL CONFLICTO MUNDIAL

La m ovilización propagandística derivada del conflicto


bélico llegó a España en el verano de 1942, cuando Estados
Unidos dio los prim eros pasos para organizar un programa
de actividades de ínform acióny de relaciones culturales con
España. Sus líneas maestras fueron trazadas por el nuevo
embajador, el profesor de Colúmbia y católico reconocido
Carlton Hayes. Su m isión consistía fundamentalmente en
m antener a toda costa la neutralidad española en el con ­
flicto m undial, cuando los estadounidenses planeaban el
desem barco en el norte de A frica y resultaba vital co n ­
servar el control de G ibraltar. Una cam paña de p ro p a­
ganda parecía necesaria para contrarrestar el cargado
ambiente progerm ánico del momento. Las acciones a
em prender se asem ejaban hasta cierto punto con la o rien ­
tación de la propaganda ya ensayada en A m érica Latina, si
bien existían algunas diferen cias im portantes de p a rti­
da. En España debía evitarse la propaganda d ire cta­
mente política y concentrarse en la dim en sión cultural
para evitar la reacción de sus autoridades y contar al m e ­
nos con su tolerancia.
El em bajador y los delegados del OWI en España se
propusieron, en prim er lugar, reconquistar el dominio
americano de las pantallas de cine y cerrarlas a las pelícu ­
las alemanas o italianas, cosa que consiguieron plena­
mente. El cine llegaba a todos los estratos sociales y tenía
un alcance masivo que no conseguía la propaganda im p re­
sa. El segundo paso era filtrar las películas que se estrena­
ban en España, evitando aquellas excesivamente críticas
con los aspectos menos edificantes de la sociedad am eri­
cana. La embajada contemplaba con satisfacción la en or­
me popularidad de El Pato Lucas, Micky Mouse o Popeye en
España, o los grandes éxitos que cosecharon Blanca Nieves
o Pinocho, los principales estrenos de Disney en esos años.
La gran superproducción de la época, Lo que el viento se
llevó, fue presentada al propio Franco en un pase privado
organizado por la embajada, antes de su estreno en los
cines com erciales. Aquella película presentaba la epopeya
de la nación en uno de sus momentos más dramáticos, y
sus personaj es estaban llenos de fuerza, am bicíóny autoes -
tima, las cualidades que m ejor identificaban a la A m érica
que se preparaba de nuevo a combatir.
La oficina de prensa se encargaba de suministrar no­
ticias sobre la guerra desde la óptica de los aliados, por
medio de boletines, programas de radio y películas docu­
mentales. El material que había sido preparado para su
difusión en América Latina podía emplearse con algunos
retoques para el público español. La sección de relaciones
culturales organizó por su parte la conquista del espacio
científico y académico: estableció el intercambio de publi­
caciones con el Consejo Superior de Investigaciones Cien­
tíficas (CSIC), solucionó el problema de los derechos de
traducción y mejoró el sistema de venta de sus produccio­
nes culturales.
La infraestructura de propaganda comprendía tam­
bién la fundación de una Casa Americana en Madrid y la
creación de una biblioteca. La Casa Americana desplegó
una intensa actividad social que solía incluir veladas de
cine y recepciones, con cierta prioridad inicial por atraer
a medios de negocios y sectores eclesiásticos. La bibliote­
ca abrió sus puertas a comienzos de 1943, enriqueciéndo­
se con fondos adquiridos al Institute for Girls in Spain y
con donaciones procedentes de los editores norteameri­
canos que acudieron a la Feria de Barcelona de 1944 (Del­
gado, ?oo3).
Todas estas iniciativas fueron aumentando así la pre­
sencia norteamericana en el panorama informativo y cul­
tural español, al mismo tiempo que los vínculos culturales
de España con Alemania e Italia experimentaban una sen­
sible disminución al hilo de las victorias militares de los
aliados y la creciente incertidumbre sobre el triunfo final
del Eje. Evidentemente, la propaganda americana no pudo
evitar por sí sola la orientación progermánica de la Dicta­
dura de Franco y de la opinión movilizada por la prensa
falangista, pero al menos fue capaz de contrarrestar la
propaganda de guerra alemana y mantener una presencia
en circunstancias especialm ente d ifíciles. Claro está, la
evolución de los acontecim ientos bélicos fue lo que
acabó provocando el cam bio de orientación del Gobierno
español, y con ello la actitud de una pren sa totalmente
controlada.
En cualquier caso, al concluir el conflicto bélico E sta­
dos Unidos había logrado asentar un eficiente d isp o siti­
vo en torno a la Casa A m ericana, cuya contribución p ro ­
pagandística al esfuerzo de guerra se consideraba muy
positiva. Desde m ediados de 19 4 4 la em bajada en M adrid
empezó a plantear la tran sición del trabajo de pren sa y
propaganda requerido por la guerra, a una acción más
estrictam ente cultural en la posguerra. Las perspectivas
parecían favo rab les en un futuro próxim o para el e s ­
tím ulo de los intercam bios educativos y el prestigio a l­
canzado por las publicaciones técnicas norteam ericanas
era muy alto, aunque perm anecían los obstáculos de cen ­
sura —de un país y del otro— y las dificultades econ óm i­
cas para pon er en m archa un am bicioso plan de relacio ­
nes culturales.
Sobre todo, la victoria en la guerra había asegurado a
Estados U nidos una m ayor capacidad de m aniobra en
España, lo que se trad u cía en una ab ierta receptivid ad
y un renovado interés en m uchos sectores intelectuales y
científicos. La influ encia cultural norteam ericana goza­
ba, adem ás, de una ventajosa posición por las d ificu lta­
des de los países com petidores. El problem a radicaba en
la naturaleza política del régim en franquista, con las
cortapisas que im ponía al lib re intercam bio de personas
y al com ercio de productos culturales, así como el d elica­
do panoram a cultural español. Finalm ente, los proyectos
para fom entar la presen cia cultural en España no p u die­
ron ponerse en práctica inm ediatam ente porque para
ello era precisa la aprobación por parte del Congreso de
una legislación que perm itiera extender el program a de
relaciones culturales más allá del hem isferio occidental,
otorgándole los fondos necesarios, algo que no ocurriría
hasta unos años más tarde.

LA DECISIÓN DE MANTENER UNA PROPAGANDA OFICIAL


EN EL EXTERIOR

A l finalizar la Segunda Guerra Mundial volvió a im ponerse


en los Estados Unidos la opinión de que la propaganda no
formaba parte de las competencias gubernamentales en
tiempos de paz. En una "democracia de opinión” , el control
de esta desde el Ejecutivo se consideraba una práctica espe­
cialmente reprobable. Por ello la OWI fue desmantelada en
194,5 y su personal transferido a un nuevo organismo del
Departamento de Estado: la Office of International In for­
mation and Cultural A ffairs. El Congreso dudó largo tiempo
antes de votar de nuevo un presupuesto para esos fines, y lo
hizo reduciéndolo drásticamente. Sin embargo, en 1946 el
legislativo aprobó sin dificultades un programa de in ter­
cam bios educativos, el Fulbright Program, lo que mostraba
el deseo de transferir hacia las relaciones culturales con el
exterior los objetivos y los recursos que antes se habían
otorgado a la propaganda política. El programa Fulbright se
presentaba como un esfuerzo de "relaciones públicas”
basado en el intercambio universitario y la cooperación
educativa, que debía favorecer el buen entendimiento entre
los pueblos y la com prensión de los objetivos de los Estados
Unidos como líder internacional.
Pero el G obierno am ericano tomó entonces una
decisión de enorme trascendencia. Esta vez los Estados
Unidos no se retiraron del continente europeo al acabar la
Guerra Mundial. A l contrario, decidieron perm anecer allí
y entablar un pulso político, ideológico y cultural con la
Unión Soviética. Esta determ inación dem andaba una
nueva clase de propaganda, masiva, apoyada en los m oder­
nos medios de com unicación y sometida rigurosam ente a
las necesidades estratégicas de la pugna contra el com u­
nismo. El teórico del realism o político en asuntos in ter­
nacionales, Hans J. Morgenth.au, en su influyente obra
PoliticsAmongNations (1948) clarificó estos principios:

La guerra psicológica y la propaganda se suman a la diplomacia y la


fuerza militar como el tercer instrumento por el que una política
exterior trata de conseguir sus fines. Independientemente del ins­
trumento empleado, el último objetivo de la política exterior es siem ­
pre el mismo: promover el propio interés tratando de modificar la
mente del oponente.

La política internacional moderna debía utilizar tanto


el poder, en el sentido de fuerza, capacidad de coerción y de
coacción, como la retórica, entendida como la habilidad
para definir la realidad y para convencer. En un mundo en
el que la opinión de los ciudadanos condicionaba decidida­
mente la actuación de los Estados, la retórica no podía cir­
cunscribirse a los medios diplomáticos: había que dirigirse
directamente al público, a la opinión pública internacional.
La diplomacia pública era el instrumento para llegar direc­
tamente a los ciudadanos extranjeros y crear así un am bien­
te favorable a los intereses nacionales americanos.
Lo mismo opinaba el Departamento de Estado, que se
resistía tozudamente a renunciar a la propaganda pura­
mente informativa como instrumento de política exterior.
Los responsables de la diplomacia norteamericana recla­
maban una propaganda claramente planificada y estructu­
rada, que aprovechara su dominio de los principales medios
de comunicación internacionales, y que fuera coherente
con la estrategia seguida por la política exterior.
A sí se consiguió m antener una m ínim a estructura
hasta que la agudización de la Guerra Fría y la campaña
de propaganda com unista en Europa cam biaron radical­
m ente la opinión de los congresistas. Fue entonces el
Capitolio el que exigió una cam paña sobre la opinión
pública internacional que neutralizase de m anera efecti­
va la propaganda soviética. La Smith-Mundt Act, aprobada
en 1948, consagró finalm ente la institucionalización p er­
manente y en tiem pos de paz de una poderosa m aquinaria
de propaganda y prom oción de los valores am ericanos en
el exterior. Esta ley capacitaba al Gobierno para em pren­
der en el extranjero cam pañas de inform ación política y
de penetración cultural, las dos actividades tradicionales de
lo que luego se ha llam ado diplom acia pública. A partir
de entonces el Congreso otorgó enormes recursos para ello.
En enero de 19 50 , en su m ensaje sobre el estado de la
Unión, el presidente Trum an explicaba al Congreso que el
combate entablado contra Moscú finalizaría "no por la
fuerza de las arm as, sino por un llam am iento al espíritu y
al corazón de los hom bres” . Después, en el m es de abril,
lanzó la Campaign ofTruth que, entre otras cosas, se d iri­
gía a convencer a sus conciudadanos del carácter in d is­
pensable de la propaganda oficial. Ese año el Congreso
aumentó en 80 m illones el presupuesto otorgado al U n i­
ted States Inform ation Service (U SIS), llegando a un total
de 10 0 m illones de dólares. En el discurso de lanzam ien­
to de esa campaña, y después de denunciar la odiosa p ro ­
paganda antinorteam ericana de la Unión Soviética, Tru­
m an declaraba:

Debemos hacernos conocer por lo que somos verdaderamente y no


por la imagen que los comunistas dibujan de nosotros. Debemos unir
nuestros esfuerzos a los del resto de pueblos libres en un programa
sostenido e intenso que promueva la causa de la libertad contra la
propaganda de la esclavitud. Debemos hacernos oír en todo el mundo
mediante una gran campaña de la verdad.

Revistas, películas, program as de radio, envío de


publicaciones, intercam bios de profesores y estudiantes;
todos esos canales se utilizaron masivam ente para divul­
gar los "verdaderos ideales de A m érica” . A sim ism o, las
m isiones financiadas por los programas de asistencia téc­
nica incorporados al desarrollo del Plan Marshall, junto a
las becas del programa Fulbright, colaboraron en el esfuerzo
de promocionar los intereses americanos entre las elites
políticas, económicas y culturales de Europa. El objetivo era
dotar de una mayor cohesión a esas elites, im perm eabili­
zarlas frente a la propaganda comunista, forjar una mutua
corriente de conocim iento y sim patía que llevara a los
europeos a com partir los valores defendidos por N ortea­
mérica.
La adm inistración Eisenhower reforzó y reorganizó
las tareas de propaganda encom endándolas a una agencia
independiente creada en 19 53, la United States Inform a­
tion Agency (USIA). La adm inistración Kennedy trató, a
su vez, de hacer más atractiva su diplomacia pública, y para
ello nombró como director de la USIA a Edward R. Murrow,
un conocido presentador de televisión que desde la CBS
había contribuido a com batir los excesos del senador
McCarthy. En septiembre de 19 6 1 se aprobó la Fulbright-
HaysAct, para revitalizar las acciones de intercambio edu­
cativo y científico, una dim ensión de la propaganda que
adquiría cada vez más importancia con la distensión. La
U SIA siguió desempeñando estas tareas hasta que fue
suprim ida durante la presidencia de Bill Clinton, en 1999.
¿Qué explica que un sistem a dem ocrático, celoso de la
libertad de opinión y de expresión, reacio a la interven­
ción del Estado en la esfera de las creencias personales,
mantuviera una poderosa m aquinaria de propaganda y por
tanto de m anipulación de la inform ación? En prim er
lugar, hay que advertirlo, porque el Congreso lo autorizó
con la condición taxativa de que en ningún caso esa
m aquinaria tratase de in flu ir en la opinión de los ciudada­
nos am ericanos: el Gobierno podia desarrollar la propa­
ganda únicam ente en el extranjero. En segundo lugar,
porque la psicosis que se desató en los Estados Unidos
durante los prim eros años de la Guerra Fría crearon una
situación muy parecida a una em ergencia nacional prebé-
lica, en la que todo valía para hacer frente al adversario. Y
en tercer lugar porque se había extendido el convenci­
miento de que se trataba de un instrum ento vergonzante
pero muy eficaz para reforzar alianzas, ganar adeptos entre
los indecisos y contrarrestar las m entiras del adversario.

¿POR QUÉ EL 'AMERICAN WAYOF LIFE’?

Pero ¿por qué los Estados Unidos no se lim itaron a una


campaña de inform ación política, al estilo clásico, y se
em peñaron tam bién en realizar una prom oción masiva de
sus valores sociales, de su cultura y de su American way of
Ufe? Las relaciones culturales, en el contexto de la Guerra
Fría, tendían a considerarse como un eufem ismo de la
correlación de fuerzas en el terreno político y comercial. La
cultura se convirtió en un campo de enfrentam iento más
entre las potencias, el escenario de una concurrencia
encarnizada por la hegemonía. No hay que extrañarse,
pues, de que constantemente se utilizaran térm inos m ili­
tares en el vocabulario de la política cultural: se hablaba
de posiciones a defender y de territorios a conquistar, de
estrategias y tácticas a emplear, de ofensivas, de penetra­
ciones, de victorias y derrotas. Los soviéticos, maestros en
la utilización de la cultura como herram ienta de persuasión
política, habían dado pasos muy im portantes en los p ri­
meros años de la Guerra Fría para ganar a su causa a in te­
lectuales, artistas y creadores de opinión en general. La
Unión Soviética carecía del poder económico de Estados
Unidos y, sobre todo, aún no se había dotado de armas
atómicas, pero contaba con la m ovilización de las organi­
zaciones com unistas internacionales para ganar la "batalla
por la mente de los hom bres” . Los Estados Unidos reac­
cionaron creando su propia m aquinaria de propaganda y
de política cultural para com batir en un frente que habían
abierto prim ero los comunistas.
Pero sobre todo estaba el fuerte contenido m esiánico
de la cultura política am ericana, que encontró en el con ­
flicto ideológico om nipresente una justificación para la n ­
zarse a la "am ericanización” del mundo. La m isión de
reform ar la vida internacional era un tópico de la retórica
de sus clases dirigentes, al m enos desde la etapa del p re si­
dente W ilson, y un recurso de legitim ación de su política
exterior. Ahora esa m isión adquiría un objetivo concreto:
dotar de coherencia y hom ogeneidad al llamado "mundo
lib re ” haciendo que los aliados europeos adoptasen el
evangelio americano y su estilo de vida. La posición hege­
mònica adquirida en la posguerra creaba unas circunstan­
cias inm ejorables para ello. Con este giro, la actitud
defensiva inicial que justificó el empleo de la política cultu­
ral para luchar con las mismas armas que el adversario, se
trastocó en una estrategia de promoción activa en el exterior
de sus valores, de su cultura y de su estilo de vida,
Los responsables am ericanos sabían que se enfrenta­
ban en Europa a prejuicios históricos, estereotipos arraiga­
dos y a un antiamericanismo militante en ciertos sectores
sociales. Para m odificar las percepciones de su país en un
sentido positivo, la propaganda cultural utilizaba una estra­
tegia elemental: desviar la atención de la opinión extranjera
desde las actividades de su Gobierno hacia las realizacio­
nes de su sociedad, aprovechando el prestigio que se d e ri­
vaba de los logros culturales, científicos o tecnológicos. Se
trataba de producir una transferencia de reconocim iento y
legitim idad, desde el plano cultural de la actividad de una
nación, hacia el plano de la actividad política del Gobierno
que la representa. El objetivo, naturalmente, era crear así
un entorno favorable a la política exterior del país y a la
defensa de los intereses nacionales.
No solo se trataba de luchar contra los prejuicios
antiamericanos y de m ejorar su imagen entre los europeos.
Con la ofensiva propagandista en Europa se pretendía tam ­
bién fam iliarizar a los europeos con su estilo de vida, y si
fuera posible extenderlo entre ellos. Pero ¿qué significaba
exactamente esa expresión? La locución way oflife solo alu­
día a una manera de vivir, algo muy prosaico y sin un conte -
nido ideológico explícito. Guando la expresión se utilizaba
con fines propagandisticos se formulaba como American
way oflife, es decir, se revestía de un carácter más doctrinal,
llegando a significar la manera de ser americana, un modo
de vida que había que defender de la amenaza del com unis­
mo. Pero obsérvese que lo que se oponía a la ideología
comunista, que era tam bién una filosofía y una interpreta­
ción de la historia, no era una ideología americana, sino una
simple American way, una manera de vivir.
¿Y cuáles serían los ingredientes de ese American way
of Ufe? A juzgar por los contenidos de los m ateriales de
propaganda, por ejem plo los de la revista Noticias de Ac­
tualidad que editaba el USIS en España, elem entos tan
diversos como la elección de los representantes políticos y
las instituciones dem ocráticas, la libertad de prensa y de
religión, las oportunidades de éxito económico para todos,
la libre iniciativa em presarial, el capitalism o popular, el
superm ercado, la falta de solem nidad y form alism os en las
relaciones sociales, el orden y la estabilidad social, la par ­
ticipación de la m ujer en la vida pública, las vacaciones
pagadas, el refrigerador, la cocina eléctrica y la televisión
en el hogar, el good night kiss, y otros muchos elementos
que no com ponen en sí una filosofía de la vida, ni llegaban
a estructurar una verdadera ideología, pero se utilizaban
como tal. "La m anera am ericana de v iv ir” no era una v e r­
dadera weltanschauung —una intuición o concepción del
mundo—, ni una definición de la vida, ni una ideología a
base de prin cipios políticos sistem áticam ente engarzados;
tampoco era un Ameñcan way ofthrought. Se trataba sim ­
plemente de un modo de vida caracterizado por el respeto
a la individualidad, el confort y la seguridad.
"Vendiendo” su cultura en el exterior y su estilo de
vida, la adm inistración norteam ericana pretendía obtener
el prestigio y el reconocim iento como civilización desa­
rrollada que los europeos negaban a la potencia que les
protegía. El prestigio, no lo olvidem os, puede ser uno de
los elem entos esenciales de la potencia: un medio del que
disponen los Estados para ejercer una influencia moral e
im poner su voluntad sobre otros Estados, sin necesidad
de recurrir a otros instrum entos de poder más coercitivos.
Esta dim ensión de la potencia tiene la capacidad de con­
firm ar o de transform ar la visión que se tiene del orden
mundial: puede asegnrar lo ya obtenido mediante el in s­
trumento político, económico o m ilitar, y a veces hasta
perm ite conseguir el equivalente a lo que se obtendría con
esos instrum entos sin necesidad de disponer de ellos. No
se trata de un poder ilusorio, sino de un poder que, como
cualquier poder sim bólico, está sostenido por la "cre en ­
cia” en la superioridad de la nación que ejerce las otras
form as de poder. Gomo todas las dim ensiones de la poten­
cia se retroalim entan, la potencia política y económica de
los Estados Unidos favorecía el prestigio de su cultura o la
difusión de su lengua, y al mism o tiempo el reconoci­
miento así adquirido servía para apoyar eficazmente y
afianzar el dominio en los otros órdenes de la vida in ter­
nacional.
La docum entación oficial estadounidense no deja
dudas sobre el hecho de que la prom oción de su estilo de
vida en España, así como las relaciones culturales, cie n ­
tíficas y tecnológicas que se incen tivaron tras la firm a de
los pactos de 19 5 3, ten ían esa con sid eración de in stru ­
m entos útiles para afianzar su posición m ilitar y sus v e n ­
tajas económ icas. Conseguían así obtener ventajas que
no se alcanzaban por la vía diplom ática tradicional, y de
paso sum aron el apoyo oficial al proceso de am ericaniza­
ción de la sociedad española que ya se realizaba por otros
m edios.

L A L L E G A D A D E L 'A M IG O A M E R IC A N O ’
Y SU S C O N SE C U E N C IA S PA R A L A D IC T A D U R A
F R A N Q U IST A

Desde el punto de vista norteam ericano, el interés por


España disminuyó considerablem ente a partir de 1945. El
rechazo a su régim en político por considerarlo un vestigio
del pasado fascista, la decisión de vetar su ingreso en la
ONU, y las sanciones diplom áticas adoptadas por aquella
organización internacional a finales de 19 4 6 , fueron en
realidad iniciativa de sus aliados europeos y de los países
comunistas. Los dirigentes norteam ericanos dejaron que
los ingleses, y en parte tam bién los franceses, m arcaran la
política a seguir con la Dictadura franquista.
Una consecuencia de todo ello fue que, por razones
políticas, España quedó al margen de la puesta en marcha
del Fulbright Program y del resto de iniciativas de relaciones
públicas. La elaboración de los grandes program as esta­
dounidenses de cooperación educativa, cultural y cie n tí­
fica de la posguerra coin cid ieron en el tiem po con el
periodo de m ayor rechazo y aislam iento internacional
del régim en franquista, de m anera que el país quedó e x ­
cluido de su ám bito de ap licación . T am bién quedó
excluido del Plan M arshall, y con ello de todos los p ro ­
gramas de cooperación técnica y de inform ación que lo
acom pañaron. H aría falta que la dinám ica de la Guerra
Fría jugara a favor del régim en franquista para que, al
compás de su incorporación al dispositivo estratégico
norteam ericano, se le ofreciera integrarse asim ism o en
esos cauces de intercam bio cultural, con un retraso co n ­
siderable y de form a particular. Ocurrió algo sim ilar, en
definitiva, a lo que vim os que había sucedido con la ayuda
económ ica y m ilitar.
Los pactos entre Estados Unidos y España firm ados
en septiem bre de 19 53 fueron una consecuencia del agra­
vamiento de la Guerra Fría. Tras la "p érd id a” de China en
194,9 y inicio de la Guerra de Corea en 19 50 , los d ir i­
gentes estadounidenses reconsideraron definitivam ente
su actitud, abandonaron la política de condena y aisla­
miento seguida hasta entonces e in iciaron un acerca­
miento hacia el régim en de Franco. La carga ideológica
del problem a español empezó entonces a ser sustituida
por el peso de las cuestiones estratégicas o, lo que era lo
mism o, el punto de vista del Pentágono empezó a p reva­
lecer sobre el del Departamento de Estado. Los m ilitares
norteam ericanos argum entaron que, al no haber una
alternativa a Franco para los intereses occidentales, la
línea de ostracism o seguida hasta entonces era un fiasco
que, en vez de una evolución hacia la dem ocracia, había
dado lugar a la reacción aislacionista y nacionalista del
régim en. Su interés era incorporar la Península Ibérica a

io 3
la p lan ificación estratégica occidental, y para ello era
preciso norm alizar las relaciones bilaterales, m itigar su
aislam ien to in tern acio n al y prom over su estabilidad
interna.
Las consideraciones estratégicas acabaron im ponién­
dose a cualesquiera otras, pero no es menos cierto que
aquellos pactos planteaban a la adm inistración norteam e­
ricana algunos inconvenientes políticos que había que
afrontar de la m ejor m anera posible. No era fácil echar un
salvavidas a una Dictadura que am plios sectores de la opi­
nión pública estadounidense y europea, así como num e­
rosos Gobiernos aliados, consideraban como el último
vestigio de los regím enes fascistas. La am pliación de la
alianza anticom unista com prom etía en este caso el grado
de cohesión política e ideológica del bloque occidental, lo
que era muy grave en un conflicto en el que tan im portan­
te era el equilibrio de poder m ilitar como el pulso ideoló­
gico. La "defensa del mundo lib re ” , ta ly como la entendían
los responsables norteam ericanos, no se refería solo a la
independencia de las naciones y de la soberanía política,
sino tam bién a la prom oción de un orden social que fuera
liberal en lo económico, abierto a los intercam bios in ter­
nacionales y a la inversión exterior, políticam ente dem o­
crático y además respetuoso de las libertades individuales.
El bloque occidental pretendía ser no solo un modelo
alternativo al com unismo soviético, sino tam bién, como
recordaba un editorial del New York Times publicado in m e­
diatamente después de los acuerdos, una alianza para
"defender y propagar la dem ocracia frente a todas las
ideologías totalitarias, tanto fascistas como com unistas” .
Con el fin de paliar estos inconvenientes, la prim era
intención de la adm inistración norteam ericana fue la de
obtener concesiones políticas en el transcurso de la nego­
ciación. De hecho, hasta 19 50 se intentó presionar al
Gobierno de Franco para que hiciera cambios en su ré g i­
men, pero la Dictadura se mostró inflexible en cuanto a la
posibilidad de ceder lo más m ínim o a las peticiones de
apertura, de dem ocratización o de respeto de las lib erta­
des elem entales —incluida la libertad religiosa, a la que
Truman concedía una relevancia especial—. Indudable­
mente, los negociadores norteam ericanos se habrían
encontrado más cómodos si hubieran conseguido llevar al
Gobierno español a concepciones políticas menos autorita­
rias, un cambio que hubiera tenido efectos favorables en el
Congreso y en los aliados europeos, pero la diplomacia esta­
dounidense pronto dejó de hacer presión política sobre el
régimen de Franco y se limitó a recomendarle avances, que
tampoco se produjeron inmediatamente, en el área menos
controvertida de la liberalización económica.
Las consecuencias inmediatas de los pactos fueron
varias-, en prim er lugar, el retorno de España a la sociedad
internacional después del aislamiento sufrido tras la Segun­
da Guerra Mundial, aunque con matices. El apoyo de Esta­
dos Unidos perm itió que se incorporara a los organismos
internacionales más relevantes, la mayoría de inspiración
norteamericana: a la OECE en 1955 como observador, en
enero de 1958 como miembro asociado y en julio de 1959
como miembro de pleno derecho. A la Organización Inter­
nacional del Trabajo (OIT) en marzo de 1955 como observa­
dor, y en julio de 1958 al FMI y al Banco Mundial. El apoyo
norteamericano no pudo conseguir, sin embargo, la entrada
en la OTAN, y menos aún la adm isión de España en los orga­
nismos europeos de cooperación e integración regionales: el
Consejo de Europa y la Comunidad Económica Europea.
En segundo lugar, los acuerdos suponían la in co rp o ­
ración de España al sistem a defensivo occidental, al c e ­
der el uso de bases m ilitares en su territorio y p erm itir su
utilización en caso de conflicto internacional. La tercera
consecuencia inm ediata de los pactos fue que España
obtuvo una asistencia económ ica y técnica que le estaba
siendo negada por los Gobiernos europeos participantes
en el Plan M arshall.
En 19 53 España abandonaba la neutralidad en los
asuntos continentales que había caracterizado su posición
durante la mayor parte de los siglos X IX y XX, pero además
adm itía un hecho nuevo e insólito: la im plantación m ilitar
de una potencia extranjera de form a perm anente en su
territorio nacional. Se daba la paradoja histórica de que un
régim en político que se autodefinía como ultranacionalis-
ta aceptaba una situación de dependencia internacional
sin precedentes, y precisam ente con la potencia que había
dado la puntilla al secular im perio ultram arino español.
La Dictadura franquista no solo realizó la mayor cesión de
soberanía desde la pérdida de las colonias ultramarinas,
sino que además hurtó a la población el derecho a debatir
esa decisión de tanta trascendencia. En parte por ello, y a
pesar de que desde los acuerdos de 1953 la política exterior
española se ha mantenido inserta en el sistema de alianzas
continental, en la sociedad española ha pervivido una cultu­
ra aislacionista y neutralista que se expresó claramente en la
Transición y se sigue m anifestando interm itentem ente.

TEMORES YRECELOS ANTE LA INFLUENCIA AMERICANA

Desde la perspectiva española, la opción pronorteam eri­


cana no fue el resultado de un deseo, sino de una n ecesi­
dad, derivada de la decepción sufrida por la derrota del Eje
en la Segunda Guerra Mundial. No fue la percepción de la
amenaza soviética, como en el resto de los países de la E u ­
ropa occidental, lo que impulsó a sus dirigentes a solicitar
una alianza m ilitar y a consentir la presencia en su territo ­
rio de las fuerzas norteam ericanas. La prueba es que ni la
negociación de los convenios de 19 53, ni sus posteriores
revisiones, dieron lugar a grandes discusiones entre Espa­
ña y Estados Unidos sobre cuestiones internacionales de
seguridad. La amenaza que sentían los dirigentes fra n ­
quistas era la del bloqueo diplom ático de sus vecinos, ante
la que no les quedaba más alternativa que el acercamiento
a los Estados Unidos. Se hizo de la necesidad virtud y se
intentó aprovechar al máximo la circunstancia de que el
anticomunismo se convertía en un activo negociable en los
Estados Unidos, para lograr a cambio una asistencia política
y económica que diera algo de oxígeno a la delicada situa­
ción del país. A partir de entonces los americanos tendrían
interés en preservar la estabilidad social y económica de
España —estabilidad, lo que no necesariamente significaba
desarrollo—, porque de ello dependía el aprovechamiento
de las bases, lo que reforzaba extraordinariamente la p osi­
ción española en su resistencia a las presiones y al aisla­
miento que ahora solo m antenían los países europeos.
Resultó muy incómodo para la clase dirigente del
franquism o asum ir ese giro impuesto por la necesidad: el
propio discurso oficial había considerado hasta entonces a
los Estados Unidos como una fuente de amenazas para la
salud política, social y m oral del pueblo español. Sus valo­
res dem ocráticos y liberales habían sido continuamente
denostados en los discursos de Franco o de Carrero B lan­
co. La jerarquía eclesiástica se mostró muy contraria a los
acuerdos durante las negociaciones, en previsión de una
libertad de culto que hubiera beneficiado a los grupos
protestantes. El cardenal Pedro Segura, arzobispo de Sevi­
lla, se había opuesto a cualquier concesión en materia
religiosa cuando fue exigida por el propio H. Truman como
condición para llegar a la firm a de los pactos. En un se r­
món de comienzos de 19 53 se perm itió criticar la marcha
de las negociaciones, denunciando la venta de la unidad
católica de España por unos empréstitos en dólares. Unos
días después, el 3 de marzo, se produjo el asalto de una
capilla protestante en Sevilla por un grupo de jóvenes de
A cción Católica. La Falange, por su lado, tem ía que se
produjera una progresiva liberalización política y una
dism inución de su influencia.
No era fácil para la adm in istración franquista cam ­
biar tan radicalm ente de actitud hacia el país que, de
pronto, se había convertido en el principal aliado, protec­
tor en el exterior y potencial fuente de recursos para la
modernización de la atrasada economía española. Algunos
altos cargos franquistas no ocultaron su persistente antiame -
ricanismo, aun después de la firm a de los pactos. La reacción
más sonada fue un venenoso artículo titulado "Hipócritas”
(ABC, 19 -1-19 6 ? ) , firmado por Blas Piñar, entonces director
del Instituto de Cultura Hispánica, lo que le costó la destitu­
ción inmediata. Unos años más tarde insistiría con ocasión
del accidente de Palomares-, "Con España no se juega” (Infor­
maciones, ? ? -? -iq 6 6 ). La influencia americana era lógica­
mente temida por un régimen que se apoyaba en un credo
católico, nacionalista, antiliberal y autoritario, y por ello
precisamente se propuso desde el principio no aceptar
presiones para m odificar su sistem a político ni perm itir
ningún tipo de injerencia en sus asuntos internos.
A partir de la firm a de los convenios aumentó co n si­
derablem ente la intensidad de las relaciones bilaterales.
No solo se instaló en España un contingente de personal
m ilitar que llegó a alcanzar a m ediados de los años se se n ­
ta la cifra de 3 0 .0 0 0 individuos —entre m ilitares y civ i­
les—, sino que existió un intercam bio cada vez más fluido
de personas, productos, inform ación política y estratégi­
ca, tra n sfe re n c ia s tecn o ló g icas, e in clu so com en zaron
a ser frecuentes las visitas recíprocas de alto nivel. El
régim en de Franco podía presu m ir de tener una relación
directa y privilegiada con la nación más poderosa de la
Tierra. El Secretario de Estado norteam ericano, John
Foster Dulles, viajó a M adrid en noviem bre de 19 55 y
diciem bre de 1957. El m inistro español de Asuntos Exte­
riores, Alberto M artín A rtajo, lo hizo a Washington en
abril de 19 56 . En diciem bre de 19 59 era el propio p re si­
dente de Estados Unidos, el general Eisenhower, quien
hacía escala en España y se paseaba en coche descubierto
por las prin cipales calles de la capital acompañado del
general Franco. Durante las presiden cias dem ócratas de
Kennedy y de Johnson, el apoyo de W ashington al rég i­
m en dictatorial fue incesante, a pesar de las expectativas
que se crearon inicialm ente entre los sectores liberales y
dem ócratas españoles. Más tarde Richard N ixon en 1970
y Gerald Ford en 1975 tam bién visitaron oficialm ente E s­
paña para m ostrar su satisfacción con la actitud de su G o­
bierno.

RENEGOCIACIONES Y CLAUDICACIONES EN LA RELACIÓN


BILATERAL

La prim era renegociación de los acuerdos se produjo diez


años más tarde de la firm a inicial, en 19 6 2 -19 6 3 . En ella
no se consiguió que aum entaran las contrapartidas econó­
micas, como deseaba el Gobierno español, y el conjunto
de convenios se prolongó un quinquenio más. La segunda
renegociación tuvo lugar en el bienio 19 6 8 -19 6 9 y desem ­
bocó, tras uno de los cam bios de Gobierno más im portan­
tes de la historia del franquism o, en el acuerdo de 1970. La
tercera se desarrolló entre 1974 y 1975, y cuando la opera­
ción estaba ya casi term inada se produjo el fallecim iento
del general Franco, de form a que la firm a del nuevo con­
venio, elevado apresuradam ente al rango de tratado, se
hizo ya en los prim eros m eses de 1976 y pudo presentarse
como el gran espaldarazo norteam ericano a la incipiente
Monarquía.
La llegada de la dem ocracia no introdujo grandes
cam bios en este trascendental aspecto de la política ex­
terior española. A la altura de 19 8 0 todas las fuerzas p o ­
líticas habían declarado aceptar la relació n b ilateral
existente con los Estados U nidos, incluso el Partido
Com unista, lo que incluía la continuación de su p rese n ­
cia m ilitar en territorio español. N aturalm ente, muchos
grupos políticos lo aceptaban más como una realidad
inevitable que como algo deseable, o como decía F ern an ­
do M orán, m inistro socialista de A suntos Exteriores,
porque se trataba de algo "d ifícilm en te anulable” (Espa­
ña en su sitio, 19 9 0 , p. i 36 ). Durante la T ran sición y co n ­
solidación dem ocráticas, se registraron dos rondas más
de renegociación de los pactos.- la llevada a cabo por el
últim o Gobierno de UCD, en el bienio 19 8 1- 19 8 ? , y la que
comenzó el Gobierno socialista de Felipe González en
1986 para desem bocar en el Convenio de Cooperación
para la D efensa de 19 8 8 . Ya bajo el segundo G obierno
de Aznar, en el bienio 2 0 0 1 - ? o o ? se negoció la actualiza­
ción y ajuste de dicho convenio, m anteniéndose el fo r ­
mato y buena parte de lo acordado durante la etapa so cia­
lista. Todo esto sign ifica que la cooperación defensiva y la
form alización de unas estrechas relaciones bilaterales
que se inauguraron en 19 5 3 se han m antenido sin in te ­
rrupción hasta hoy día, con una sola revisión sustancial
en 1988.
En todas las rondas negociadoras que se realizaron
durante el franquism o —e incluso en las prim eras del
periodo dem ocrático—, los Estados Unidos mantuvieron
con singular tenacidad el objetivo de preservar en todo lo
posible el statú quo que habían alcanzado en 1953. Por el
contrario, la constante de la posición española consistió
en inten tar m od ificar ese statu quo para red u cir las
cesiones de soberanía consentidas y aum entar las co n ­
traprestaciones que recib ía. Es decir, que desde el p r in ­
cipio la aplicación de los acuerdos dejó satisfech a a una
potencia, Estados U nidos, pero mantuvo in satisfech a a
la otra.
A m edida que la presencia norteam ericana se conso­
lidaba en España, con la conclusión de la construcción de
las bases m ilitares y el comienzo de su capacidad operati­
va, el desequilibrio de los convenios empezó a ser subra­
yado por los propios dirigentes españoles. A la falta de una
garantía de reciprocidad en el com prom iso de defensa, y a
la tacañería en las contrapartidas económicas, se unía la
decepción por los sum inistros de m aterial m ilitar recib i­
dos, inferiores en cantidad y calidad a los esperados. Los
dirigentes españoles tom aron conciencia poco a poco de
que la adm inistración norteam ericana estaba dispuesta a
financiar la contribución española a su sistem a de segu ri­
dad estratégica, pero no la m odernización de su ejército ni
la de su aparato productivo.
Después de la prim era renegociación, los dirigentes
españoles ya estaban convencidos de las lim itaciones que
presentaba la relación bilateral. La ayuda económica había
sido muy in ferior a la que recibieron anteriorm ente otros
países —incluidos Turquía, Grecia o Yugoslavia—. La ayuda
m ilitar no había perm itido que las Fuerzas Arm adas espa­
ñolas se bastasen para cubrir los nuevos riesgos, y la in te­
gración internacional no se había producido en los foros
más im portantes como eran los europeos. El verdadero
despegue económico, concluyeron, no vendría de la mano
de Estados Unidos, sino de una mayor integración espa­
ñola con las economías europeas. Por todo ello, en febrero
de 19 6 4 se reiteró la solicitud de ingreso en la CEE expues­
ta ya en 19 6 3, de nuevo sin éxito.
REACCIONES POPULARES Y DEBATES INTERNOS

La actitud en la opinión pública española, hasta entonces


pasiva y com placiente, tam bién empezó a cam biar, sobre
todo a partir del accidente de Palomares. En enero de 1966
una colisión entre un bom bardero B - 52 y un avión cister­
na K C -135 produjo la caída de cuatro bom bas nucleares en
la costa alm eriense. Todo el mundo se enteró de que la US
A ir Forcé estaba sobrevolando España con armas nuclea­
res y la población civil percibió de form a patente el peligro
que eso suponía. El país fue noticia m undial, en parte por
el despliegue de m edios de rescate puestos enjuego por las
autoridades am ericanas, que avivaba a su vez el tem or a
una contam inación radioactiva. La opinión pública em pe­
zó a sensibilizarse ante los riesgos que España asumía
como consecuencia de los acuerdos bilaterales, y el trato
que recibieron los cam pesinos afectados dio lugar a las
prim eras protestas colectivas. En julio de 1967, organiza­
ciones llamadas "M ovim ientos del Pueblo” iniciaron la
movilización contra las bases m ilitares en España. La p re ­
sencia de las tropas norteam ericanas empezaba a ser cada
vez más impopular. Los privilegios de que gozaban en
m ateria de jurisdicción y las facilidades aduaneras, junto a
algunos abusos cometidos, despertaron suspicacias cre ­
cientes. La utilización conjunta de las bases quedaba para
los papeles, pues en la práctica los m ilitares españoles
tenían restringido el acceso a ciertas instalaciones, lo que
tam bién provocaba irritación en este colectivo.
La discusión de la renovación de los acuerdos durante
el bienio 19 6 8 -19 6 9 fue aún peor que las anteriores, por­
que desencadenó una polém ica interna importante. En los
grupos más ultranacionalistas surgieron críticas a la p re ­
sencia permanente de fuerzas armadas extranjeras en suelo
patrio. Algunos sectores gubernamentales expresaron la
creciente frustración por el ventajism o norteam ericano y
por la dependencia que representaba la alianza con ese
país como único eslabón con el mundo exterior. Un com ­
plejo de colonialism o empezó a extenderse por diversos
sectores sociales. A l acuerdo de am istad y cooperación
firmado en agosto de 1970 se llegó después de una sonada
crisis m inisterial que acabó con la carrera de Castiella
como m inistro de Asuntos Exteriores. El nuevo acuerdo
establecía una cooperación ampliada a diversas materias:
educacióny cultura, ciencia y tecnología, desarrollo u rba­
no y m edio am biente, agricultura, econom ía, m edios
informativos y defensa. Se abría así el abanico de los con­
venios a nuevas áreas para dar otra im agen de su conteni­
do, con contrapartidas diferentes a las exclusivamente
políticas y m ilitares.
Se puede afirm ar, por lo tanto, que entre 19 53 y 1975
se mantuvo una relación de colaboración m ilitar y de
amistad diplom ática que fue siem pre problem ática p o r­
que no satisfacía plenam ente los intereses de las dos p a r­
tes. Gomo hem os visto, la relación con Estados Unidos
producía en la clase política franquista un sentim iento
contradictorio de gratitud, por lo que suponía de salva­
guarda del régim en, y de descontento, por la escasa con­
trapartida recibida. El resto de los españoles vieron cómo
la llegada de los am ericanos influyó en cierta m ejora eco­
nómica, más visible desde el Plan de Estabilización, pero
no en la apertura política, capítulo en el que los am erica­
nos parecían no tener ningún interés y en el que el régi­
m en tampoco estaba dispuesto a hacer ninguna concesión.
Este es el panoram a general con el que tuvo que enfrentar­
se la diplom acia pública am ericana en España. Su difícil
tarea consistía en suavizar la creciente incom odidad de los
dirigentes de la Dictadura, cuando no su contenida h osti­
lidad, y al mismo tiempo convencer al conjunto de la

n3
población de las ventajas de la alianza, evitando que la fru s­
tración de sus expectativas iniciales se volviera contra
ellos.

LO S D IL E M A S D E L A PR O P A G A N D A A M E R IC A N A
EN E S P A Ñ A

Guando se firm aron los pactos, nadie podía prever con


seguridad qué consecuencias tendría el acercamiento a los
Estados Unidos sobre la evolución general del país; si se r­
virían para perpetuar una Dictadura anómala en el contexto
de la Europa Occidental, o contribuirían a que evolucionara
hacia la homologación con sus vecinos. Sin duda, los nortea­
mericanos hubieran deseado que el régim en evolucionara
hacia políticas de mayor libertad y justicia social, pero no
estaban dispuestos a arriesgar la colaboración guberna­
mental entrom etiéndose en los asuntos internos del país, y
renunciaron muy pronto a hacer nada para forzar un cambio
en la orientación política española. Eso no impidió que los
administradores de la m isión económica estadounidense se
preocuparan por conseguir una evolución y mejora en las
condiciones generales de vida del país, lo que redundaría en
beneficio de la im agen de Norteam érica.
Algunos observadores extranjeros, como el em baja­
dor francés en M adrid, ]. M eyrier, consideraron en aquel
momento inevitable que el acercamiento estratégico se
reflejara tam bién en otros planos de la realidad social;
esperaba que, por una especie de osm osis, tanto la política
como la sociedad española se vieran afectadas por la ap er­
tura, aunque solo fuera por el efecto dem ostración que
provocaría la presencia de m ilitares, técnicos y asesores
norteam ericanos en el p aís1 . Del m ism o modo que España
se abría a la influencia am ericana en los dom inios m ilitar
y económico, parecía posible, aunque más dudoso, que lo
hiciera tam bién en el dom inio político, en el social y en el
cultural. En todo caso, el hecho de que España se som etie­
ra a la escuela am ericana tendría necesariam ente efectos
sociales im portantes, aunque difíciles de prever. Lo que le
preocupaba al em bajador francés era que el país, alejado
de Europa durante más de una década, iba a recib ir una
influencia no precisam ente hostil a Europa, pero en todo
caso distinta. Su evolución se haría al m argen de los países
europeos, y eso no podía sino afectar a lo que él llamaba
l ’Espagne libérale, la que siem pre había buscado la in flu en ­
cia europea y que se mostraba tradicionalm ente fran có fi­
la. Por ello no auguraba nada bueno en cuanto a la m ejora
del clim a m oral e intelectual de los españoles.

EFECTOS PERVERSOS SOBRE LA IMAGEN DE AMÉRICA

Los funcionarios am ericanos eran conscientes de la gran


ocasión que se les presentaba para in flu ir sobre la o rie n ­
tación general del país:

En el momento presente, ninguna otra nación tiene la oportunidad


de lograr sus propósitos con tanta efectividad y tan fácilmente como
nosotros [...] España no se volverá hacia Inglaterra o Francia, por
varias razones, y tampoco puede recuperar todavía sus vínculos con
Alemania. Por el momento sus ojos están en USA—en todos los cam­
pos, especialmente el industrial y el comercial—, Pero aún debemos
convencer al pueblo español de que tenemos una cultura, un merito­
rio sistema educativo, una integridad intelectual y un estilo de vida
digno de confianza.

A los funcionarios destacados en España les preocupó


desde el principio el efecto negativo que tendrían los pac­
tos sobre su prestigio en el interior del país. El embajador
estadounidense en M adrid inform aba ya en 19 5 1, antes de
que com enzaran oficialm ente las negociaciones, de que la
oposición interior consideraba que "los norteamericanos
perderían gran parte de su popularidad entre los españoles"
si perpetuaban el régim en concediéndole ayuda económica
y militar. Las advertencias aparecen también en los infor­
mes del USIS en España de forma muy temprana, alertando
ya en 19 5? de "la creciente tendencia a criticar a los Estados
Unidos por su política hacia España, que se interpreta como
un fortalecimiento de la posición de Franco, sin aportar un
beneficio económico o político al pueblo” 2. Con la p róxi­
ma conclusión de las negociaciones, pensaban:

[...] muchos de los que no simpatizan con el régimen actual, pero que en el
pasado han estado favorablemente dispuestos hacia los Estados Unidos,
malinterpretanlas negociaciones como un signo de que este país ha decidido
ahora aceptar y apoyar las políticas del Gobierno español. Así, la insatisfac­
ción con su propio Gobierno, debido a la ignorancia y la incomprensión, se
transferirán a los Estados Unidos.

La preocupación más inm ediata de los funcionarios


encargados de la propaganda fue ese efecto no deseado de
los pactos, es decir, que los Estados Unidos perdieran el
favor de los partidarios de la libertad y de la dem ocracia en
España.
En aquellas circunstancias, el reto con el que se
enfrentaban los planificadores de la propaganda am erica­
na en España era doble. ¿Cómo conseguir que el descon­
tento social no se volviera contra los Estados Unidos por
avalar a la Dictadura con los pactos m ilitares y económ i­
cos? ¿Y cómo acabar, al mismo tiem po, con las resisten ­
cias de los sectores que apoyaban al régim en de Franco,
los más reticentes hacia los valores con los que se identi­
ficaba la sociedad norteam ericana? La estrategia diseñada
para solucionar aquel dilem a era complicada: había que
ganarse a las elites del régim en, para asegurarse su n ece­
saria colaboración y el m antenim iento de las facilidades
m ilitares conseguidas, pero sin granjearse la enemistad
del grueso de la población, que solo aceptaría los pactos si
aportaban una m ejora real y significativa en sus condicio­
nes de vida. A l m ism o tiem po había que conseguir la ap er­
tura paulatina del país, para avanzar en su alineam iento
progresivo con las demás naciones occidentales, pero sin
molestar a las autoridades ni excitar la oposición de los
sectores nacionalistas más recalcitrantes. La propaganda
tenía la m isión de ayudar a conseguir objetivos aparente­
mente incom patibles.
Los oficiales encargados de la propaganda com enza­
ron identificando los principales obstáculos que se opo­
nían a su tarea. Uno era el aislam iento al que había estado
sometido el país, acentuado por un discurso oficial m arca­
damente receloso, cuando no hostil, a toda influencia
exterior. España había sido excluida del Plan M arshall, de
la Alianza Atlántica y del m ovimiento federalista europeo.
Los españoles habían evolucionado sin apenas m antener
contactos con las potencias dem ocráticas en los últim os
quince años y sin participar en el intercam bio de ideas y
en las profundas transform aciones sociales que se produ­
jero n en Europa durante ese periodo.
Otro obstáculo importante era la negativa im agen de
su país que predom inaba entre sectores influyentes de la
sociedad española, unas veces por viejos estereotipos
arraigados desde mucho tiem po atrás, en parte por h eren ­
cia de las cam pañas de propaganda de la Alem ania nazi, y
otras veces por los m ensajes de las propias autoridades
franquistas. Esta im agen negativa entre "los líderes de la
vida pública” , el sector cuya opinión más les importaba
ganar a los servicios norteam ericanos de inform ación,
explica que uno de los objetivos prioritarios fuera mejorar
el conocimiento y la comprensión de la vida y de la cultura
americanas entre las clases cultivadas españolas. Los pro­
gramas informativos y de intercambio cultural se utilizaron,
por lo tanto, como un instrumento de rectificación de viejos
prejuicios. Más que combatir al enemigo ideológico, la prio­
ridad en España era crear confianza en los valores america­
nos y en el liderazgo estadounidense.
En opinión de los responsables de la propaganda, la
actitud del grueso de la población era algo más favorable-,
mostraba un insaciable interés hacia la vida en Norteaméri­
ca, aunque "su ignorancia es tan vasta como su curiosidad, lo
que puede ser una fuente de graves incom prensiones” . Los
trabajadores urbanos, por ejemplo, según ellos naturalmen­
te opuestos al régimen, se interesaban sobre todo por m ejo­
rar sus propias condiciones de vida, por lo que "mostraban
una mayor y más activa admiración por los Estados Unidos
que por ningún otro país, y estaban vivamente interesados
en sus instituciones políticas y en su forma de vida como las
más relacionadas con sus propias vidas y experiencias” .
Estos sectores sociales, en principio los mejor dispuestos
hacia los Estados Unidos, eran los que podían desilusionarse
y cambiar de actitud como consecuencia del acercamiento
oficial entre los dos Gobiernos, a menos que fuera acompa­
ñado de una mejora real en sus condiciones de vida.
En los prim eros años, mientras se negociaban los pac­
tos pero aún no estaba asegurado el resultado definitivo, los
servicios de propaganda americanos reflejaban algunos
principios de la política de presión que se había mantenido
anteriormente sobre "el Gobierno totalitario de Franco” . En
1950 los objetivos eran: difundir la idea de que la democracia
es deseable como forma de gobierno, proclamar la amistad
con el pueblo español, distinguiéndolo de su forma de
gobierno, y disiparla sensación de que los Estados Unidos se
entrometían en los asuntos internos españoles, dejando
claro que su política se basaba en considerar la naturaleza de
su Gobierno un asunto que debía decidir el pueblo español
por si mismo. Este último punto parecía diseñado para sua­
vizar los dos anteriores y pretendía, obviamente, calmar los
temores que había levantado entre los partidarios del régi­
men la política de condena y aislamiento seguida desde el fin
de la Guerra Mundial.

REALISMO Y ADAPTACIÓN A LAS CIRCUNSTANCIAS

Posteriormente, los objetivos generales sufrieron un cambio


significativo. En 19 51 estos eran: reducir el aislamiento de
España, que restringía el intercambio de ideas, inform acio­
nes y personas, y que favorecía la ignorancia acerca de lo que
eran y representaban los Estados Unidos; animar "a los res­
ponsables españoles y al pueblo” a trabajar por "una econo­
mía más firm e y próspera” , indispensable para sostener el
esfuerzo en defensa que se le iba a exigir-, y avanzar hacía
"una sana forma de gobierno representativo en España” ,
condición exigida por los aliados europeos para su plena
aceptación como socio. Luego venían los objetivos ligados a
la necesidad de mejorar la imagen de los Estados Unidos,
explicando a los españoles "los logros y beneficios de las
instituciones americanas, su cultura y su forma democrática
de gobierno” . Ya no se pretendía ensalzar la democracia
como forma de gobierno ni alentar a los españoles a adop­
tarla, sino simplemente preparar a la población para que
aceptara los acuerdos que se estaban negociando y que colo­
carían al país en el mismo bando de las naciones con econo­
mías liberales y Gobiernos representativos.
Los objetivos del Country Plan para 1953 dejaron ya de
referirse al pueblo español y señalaron a los círculos d iri­
gentes, de forma expresa, como la prioridad en el esfuerzo
de persuasión. Por delante de todos los objetivos que apare­
cían en los años anteriores, la prioridad era.- "Inducir en los
círculos oficiales, militares y de la Iglesia una atmósfera tan
favorable a la consecución de nuestros objetivos militares en
las relaciones actuales como sea posible, sin abandonar la
integridad de nuestras posiciones básicas” . El segundo
objetivo extendía un poco más el círculo de los sectores
seleccionados, para abarcar "las personas con autoridad o
influencia en España” , a los que había que inducir para que
apoyaran "los propósitos y objetivos políticos que los Esta­
dos Unidos están esforzándose por alcanzar” . El United
States Information Service en España (USIS) decidió que su
primera preocupación en España debía ser desarrollar los
canales específicamente dirigidos a los líderes de opinión,
justamente aquellos que se mostraban más reacios hacia
todo lo que representaba el modelo americano, en detrimen­
to de la predilección anterior por la clase media urbana y los
trabajadores industriales. Esta fue sin duda una decisión
estratégica tomada con plena conciencia de sus implicacio­
nes, motivada por los intereses más realistas e inmediatos de
la política estadounidense en España, que tendría graves
consecuencias sobre su imagen a medio y largo plazo.
A partir de 1954, una vez firmados los acuerdos bilate­
rales, el USIS ya podía hacer un cálculo de las consecuencias
en términos de imagen: "Algunos de los elementos antifran­
quistas en España se han alejado en algún grado de los Esta­
dos Unidos por la firm a de los acuerdos por la creencia de
que los Estados Unidos están ahora sosteniendo y ayudando
a afianzarse en el poder a un régimen que es básicamente
totalitario. Sin embargo, no todos los elementos liberales
han tenido esta reacción, y muchos de ellos reconocen el va­
lor de los acuerdos por las condiciones m undiales y por la
n ecesidad de u n ir a todas las n acion es no com unistas
en la lucha contra la agresión” . Este matizado diagnóstico
parecía concebido en realidad para restar importancia a las
inevitables consecuencias negativas del acuerdo político -
militar con la Dictadura. Desde entonces, la estrategia del
USIS se plegó a las nuevas circunstancias políticas y se pro­
puso como objetivo prioritario preservar las ventajas conse­
guidas con el acuerdo sobre las bases.
La propaganda americana trabajó para ello en dos fre n ­
tes; a largo plazo, el propósito era "incrementar la coopera­
ción de España con la comunidad de la Europa Occidental y
demostrar a los españoles que los Estados Unidos pretenden
establecer un sistema internacional estable y progresivo, a la
vez que procuran la derrota del comunismo” . Acorto plazo, el
objetivo era "estimular la estrecha asociación de España con
los Estados Unidos en el programa de asistencia económica y
militar, y preparar al país para el incremento del personal
americano en la Península, solicitando su colaboración con el
fin de evitar roces y malentendidos” . Existía el temor de que
la presencia de esas tropas, que llegaron a sumar ??.ooo
efectivos, produjera roces o tensiones como ya había ocurri­
do en otros países europeos. En previsión de posibles con­
flictos con la población local se diseñaron programas de
actividades específicas a desarrollar en las localidades donde
iban a instalarse. En este aspecto puede decirse que se obtuvo
un rotundo éxito, pues en España no apareció hasta bien
entrada la década siguiente un movimiento activo de Yankee
Go Home con relación a las bases. Puede que las actividades
del USIS contribuyeran a evitar que surgiera ese sentimiento
de rechazo, o simplemente que el control social y policial
sobre la población hicieran inviable su manifestación publi­
ca, o bien que los vecinos de las instalaciones militares aco­
gieran estas con satisfacción porque proporcionaban em ­
pleos y recursos en una coyuntura especialmente deprimida.
E n los ú ltim os años de la década de los cincuenta
se p ercib e un nuevo cam bio en la d elim itació n de la
propaganda americana, que insiste especialmente en favo­
recer la integración de España en la comunidad occidental
de naciones. Coincidiendo con los planes de apertura y libe -
ralización económica, había que convencer a los españoles
de que, en su propio interés, debían cooperar con los Esta­
dos Unidos, pero tam bién asociarse a los países de Europa
Occidental y participar de los instrumentos de cooperación
y asistencia internacional. El nacionalismo recalcitrante y la
resistencia a cualquier cambio eran un problema mayor que
la posible propagación de ideas comunistas. "E l pueblo es­
pañol —se señalaba en un inform e de 1956— no puede ser
descrito como abiertamente amistoso hacia los Estados
Unidos; tampoco como inamistoso, sino como intensam en­
te orgulloso de su propia tradición cultural y reacio a aceptar
nuevas ideas.” Se suponía que, "una vez que se abrieran las
puertas del país a las influencias de fuera, los españoles
apreciarían m ejor el esfuerzo estadounidense por defender
la comunidad de los países de Europa occidental” .

EL ENGRANAJE DE LA PROPAGANDA

El USIS en España contó con importantes recursos. En 1957,


por ejemplo, disponía de 18 funcionarios americanos, 128
colaboradores españoles y un presupuesto de 880.000 dóla­
res. Con ello desarrollaba una gran variedad de actividades.
Los programas llamados "de inform ación” se concentraban
en la orientación de la opinión sobre asuntos inmediatos,
generalmente la política internacional, de interés para el
Gobierno estadounidense. Estos programas eran.-

• See For Youself: programa con el que se enviaban a los


Estados Unidos a líderes españoles y a estudiantes
que, a su vuelta, estarían en disposición de explicar a
sus compatriotas lo que habían visto en América.
• Book Presentation Program: exposiciones bibliográ­
ficas.
• Information Centers Program: Gasas A m erican as
instaladas en cinco ciudades, donde se m antenía
una biblioteca, con servicio de préstam o de libros;
se proporcionaba un servicio de docum entación
que respondía consultas person ales y por correo-, y
con salas para exposiciones o sesion es cinem ato­
gráficas.

Otros programas se proponían objetivos a medio y largo


plazo. En ellos se mezclan acciones pensadas para influir en
los jóvenes, en los estudiantes o en los líderes de opinión,
acercándoles a la sociedad americana a través de la expe­
riencia del viaje o por medio de publicaciones y otros cana­
les. Estos eran:

• Contad Programs-. contactos personales del staff del


USIS con los líderes de los grupos seleccionados.
• The ñinted Word: que mantenía un boletín inform ati­
vo llamado Noticias de Actualidad —43.00 0 ejem pla­
res a finales de los años cincuenta— destinado a p er­
sonalidades e instituciones, con análisis y artículos
de opinión para ser reproducidos por la prensa local;
y además revistas especializadas como Noticiario
Médico jAtlántico, que se hacían llegar a 6.500 inte­
lectuales españoles.
• Film Program-. proyección de documentales en salas
propias y su distribución a los más diversos organis­
mos e instituciones, con 6.188.778 espectadores en
1 % 9-
• The Spoken Word: speakers, discursos en inglés y espa­
ñol con un mensaje significativo que ofrecer acerca
de los Estados Unidos y su política.
• Come to the Fair-. participación en ferias y exposiciones
locales, con más de m illón y medio de visitas.
• Radio Program-. preparación y difusión de programas
radiofónicos en colaboración con Radio Nacional y
con la cadena privada Radio Madrid, con una audien­
cia estimada de 3 millones de personas.
• Press Relations-. contactos con editores y periodistas
españoles, con los corresponsales estadounidenses y
con los servicios de información y prensa del Gobier­
no español. Todos ellos recibían a diario copias del
servicio de noticias.
• Wireless F i l e distribuido a 350 diarios y revistas, 400
estaciones de radio y 400 líderes de opinión.

Madrid era el centro del dispositivo, aunque también


había Casas Am ericanas en Barcelona, Sevilla, Valencia y
Bilbao. Además existían dos centros binacionales en Barce­
lona (Instituto de Estudios Norteamericanos fundado en
19 51) y Valencia (Centro de Estudios Norteamericanos
creado en 1957), a los que se uniría algo más adelante la
organización de otro centro de esas características en
M adrid (Instituto H ispano-N orteam ericano de Cultura
establecido en 19 6 1).
Lo que destaca poderosamente en el caso español es la
desproporción entre los programas de propaganda "in fo r­
mativa” , muy orientados políticamente, y los programas de
cooperación educativa-, 80 0 .0 0 0 dólares se destinaban al
Information Services y solo 80 .000 al programa de Educatio-
nal Exchange, lo que es un indicio de hasta qué punto las
prioridades estaban en la acción a corto plazo y con carácter
político. El mismo año la partida dedica a Technical Assis-
tance ascendía a 1,1 m illones de dólares.
Con todos estos m edios se intentó convencer a los
españoles del interés que tenía España en integrarse en
los m ecanism os de cooperación m ultilateral —algo, por
otro lado, que no dependía de la voluntad de sus ciudada­
nos, sino solo de la decisión del Gobierno español y del
resto de la com unidad internacional—, y se les instruyó
sobre "el verdadero carácter del pueblo am ericano” . Los
propagandistas norteam ericanos pensaban que si los
españoles seguían mostrando desconfianza a los valores y
las formas de vida de la sociedad norteam ericana era sim ­
plemente por viejos atavismos y por su resistencia an ces­
tral a aceptar las novedades que venían de fuera. Sus
esfuerzos se concentraron en una propaganda afirm ativa
que insistía sobre las ventajas del modelo productivo n o r­
team ericano, sobre la eficacia de su organización laboral,
las virtudes de su entramado institucional, la cohesión y la
justicia social alcanzada, la excelencia de su sistem a edu­
cativo, la solidez de sus fam ilias, las fuertes convicciones
morales y religiosas de su población, el orden y la estabi­
lidad reinante, aunque compatible con la libertad y la
tolerancia, el desarrollo de un arte de vanguardia y de una
refinada cultura m usical, etc. Tampoco faltó, como estra­
tegia propagandística, la insistencia en que "los Estados
Unidos son herederos, participantes y defensores de la
m isma cultura europea occidental que es la tradicional de
los españoles, y de su estilo de vid a” .
Un obstáculo mayor para la propaganda americana en
España fue el control gubernamental de los m edios escri­
tos, no solo m ediante la censura, sino tam bién mediante
el dirigism o activo de la inform ación. La em isión de noti­
cias por la radio era un m onopolio gubernam ental y los
periódicos, muchos de ellos editados por organism os
públicos creados por el régimen, recibían consignas directa -
mente del Gobierno. La prensa española utilizaba a m e­
nudo im ágenes y noticias proporcionadas por los se rv i­
cios del U SIS, pero siem pre que resultaran inofensivas;
aquellas con un alcance político mayor y "de verdadera
im portancia desde el punto de vista de la propaganda”
eran sistem áticam ente ignoradas.
Lo m ism o pasaba con las em isiones radiofónicas en
español a través de la Voice of A m erica (VOA), el único
canal no som etido a la censura interna. Los propios fu n ­
cionarios estadounidenses reconocían que la audiencia
del program a de m edia hora que em itía en onda corta la
VOA para España era muy pequeña y que no ten ía ningún
efecto com probable en las opiniones del pueblo o del
G obierno español, pero valorab an la im portancia de
m antener abierto un canal de com unicaciones sin censu­
ra en España. El problem a era "que hay un conflicto, por
lo menos latente, entre el objetivo político de m antener
relaciones am istosas y cordiales con el Gobierno de F ran ­
co, por un lado, y el de proporcionar al pueblo español
—en gran parte violentam ente opuesto al régim en— noti­
cias y com entarios que le proporcionen toda la verdad” .
Por eso las em isiones de la VOA en español pronto se su s­
pendieron. Quedaron los program as radiofónicos que el
USIS producía localm ente —48 horas sem anales de clases
de inglés y entretenim iento, mas 170 horas de program as
m usicales en radios privadas y gubernam entales— pero
estos no trataban tem as políticos ni controvertidos.
A pesar del estrecho control sobre todos los m edios
de com unicación que se d ifu n d ían en España, los can a­
les de in form ación del U SIS ten ían bula en España
siem p re que no trataran tem as de política in terior. Los
propios respon sables del U SIS reconocían que no su frían
ninguna restricció n por parte del G obierno español a
cam bio de practicar la autocensura o, como ellos e x p li­
caban, a cam bio de respetar "lo s lím ites del buen gusto
y la no injeren cia en los asuntos internos de España, que
el departamento reconoce y sigue como fundam entales en
su política exterior” . La m ism a actitud benevolente se
extendía a la lim itada distribución de las revistas norte­
americanas, incluida Selecciones (Reader’s Digest), que j a
circulaba en España en 19 5?.
Los inform es americanos de los años cincuenta desta­
can "una inusualmente alta receptividad de los españoles a
las informaciones sobre los Estados Unidos y en relación
con temas culturales” . La censura, el control oficial de la
enseñanza, el cierre a las influencias foráneas, el casticismo
cultural dominante, todo ello habla provocado una especie
de síndrome de aislamiento entre los españoles que explica
la favorable acogida de los programas americanos. Durante
casi una década actuaron además en régimen de casi mono­
polio. Estados Unidos era prácticamente el único país que
ofrecía a los españoles una ventana al mundo y una vía de
contacto con el desarrollo del pensamiento occidental. Los
vínculos con los países democráticos europeos, incluyendo
los contactos personales, económicos y culturales, se habían
visto muy afectados por tres lustros de distanciamiento. A
cambio, tenían que enfrentarse a un problema que no
encontraban en Europa: la necesidad de contrarrestar los
efectos negativos de la colaboración con una Dictadura.
Para hacer frente a este reto los responsables de la propa­
ganda contaron con una ventaja decisiva: la desmovilización
política de la sociedad española. Después de un prim er
intento de movilización intensa en los años en que el régi­
men copiaba los modelos fascistas, el propio franquismo
promovía ahora la pasividad de la sociedad, que parecía
desencantada de su régim en pero sin esperanzas de volver
a la democracia. Los inform es norteamericanos destacaban
la apatía y la resignación política en la que estaba sumida la
mayoría de la población, pero sin llegar a reconocer que esa
misma apatía era el m ejor antídoto contra el surgimiento de
movimientos de protesta antinorteamericanos.
RESULTADOS Y LIMITACIONES DEL ESFUERZO
PROPAGANDÍSTICO

¿Qué se puede concluir sobre los efectos de todo aquel


esfuerzo propagandístico realizado en España? ¿C onsi­
guieron m odificar su valoración general de los Estados
Unidos como sociedad y como potencia hegemònica?
¿Contribuyeron de form a significativa a reducir los p re ­
juicios y los estereotipos negativos vigentes en determ ina­
dos sectores de la sociedad española? ¿Evitaron las
consecuencias indeseables que podían tener los pactos
m ilitares sobre la im agen de los Estados U nidos? Los
objetivos inm ediatos: m antener la orientación no-com u­
nista de España y crear las condiciones para el disfrute de
las concesiones m ilitares obtenidas en los pactos de 1953,
se lograron plenam ente. A cambio, eso sí, de renunciar a la
presión en favor de la evolución política en un sentido
democrático. Desde que la propaganda am ericana se con­
centró en contrarrestar la hostilidad larvada, pero profun­
damente anclada, de la derecha más cercana al régim en de
Franco, tuvo que adaptar los m ensajes a la peculiar ideolo­
gía de las clases gobernantes y a su m ínim a tolerancia a las
ideas que se salían de su ortodoxia. Guando en 1959 los
funcionarios del USIS hicieron balance de la década p asa­
da, podían felicitarse por haber asegurado los objetivos
esenciales, aunque al mism o tiem po eran conscientes de
que la política seguida por su país en España tenía una
favorable acogida en ciertos sectores y muy adversa en
otros, de m anera que la reacción de la población española
ante la asociación con Estados Unidos variaba según los
diferentes sectores.
Inicialmente, como hemos visto, la propaganda nor­
teamericana se enfrentaba a la hostilidad de las clases do­
minantes mientras que contaba, en principio, con la buena
disposición de los sectores populares, justo lo contrario de lo
que ocurría entonces en la Europa Occidental. Al comenzar
la década de los sesenta, la situación estaba invirtiéndose:
los sectores más conservadores iban abandonando los pre­
juicios antinorteamericanos a medida que identificaban la
colaboración con ese país con la continuidad de la Dictadura,
la defensa del orden y la garantía de estabilidad social. Este
cambio de actitud obedecía sin duda más a la política seguida
por los Estados Unidos con el régimen de Franco que a los
esfuerzos de la propaganda, aunque esta apoyaba eficazmen­
te esa evolución.
En efecto, las personas de sim patías progu berna­
m entales ten dían a in terpretar el apoyo de los Estados
Unidos a España como una vin dicación de la política de
Franco desde la G uerra Civil en adelante, p articu lar­
mente porque la alianza con aquel país no requ irió, ni
tampoco produjo, ningún cam bio significativo en los
asuntos intern os o en la ideología del régim en. Los m ili­
tares españoles, especialm ente, estaban desarrollando
actitudes muy am istosas hacia los Estados U nidos desde
que se estableció la colaboración m ilitar. El prin cipal
elem ento unificador, en todos estos casos, era el "a n ti­
com unism o” , un tem a que era usado de form a interesada
para ju stificar la continua necesidad de un régim en
autoritario. Tam bién se fueron ganando seguidores co n ­
vencidos entre aquellos que apostaban por la apertura
del país y la superación del aislam iento, siem pre que esta
se redujera a los aspectos económ icos, técnicos y d ip lo ­
m áticos. Los program as am ericanos de "relacio n es p ú ­
blicas” cultivaron preferentem ente a esos grupos de tec-
nócratas y partidarios de la racionalización económica
—m iem bros del Opus Dei en num erosos casos—, gen eran­
do una relación de apoyo mutuo basada en la coincidencia
de objetivos.
Al igual gue ocurrió con la ayuda económica norteame­
ricana, parece claro que la orientación de la diplomacia
pública ayudó a que se produj era un proceso de convergencia
de las elites sociales españolas con las del resto de la Europa
Occidental. La decisión inicial de concentrar las actuaciones
de la propaganda en los llam ados "líderes de opinión”
resultó, desde este punto de vista, muy rentable-, con una
inversión de recursos lim itada se logró apoyar eficazm en­
te una reorientación espectacular de la clase dominante
española. Eso significó, inevitablem ente, un cierto sesgo
de los program as norteam ericanos en beneficio de aque­
llos grupos ascendentes dentro del franquism o que m ejor
se adaptaron a los vientos dominantes.
Por el otro lado, y desm intiendo los tem ores iniciales
de los funcionarios norteam ericanos, la situación social se
mantuvo sorprendentem ente estable, a pesar de que al
principio no se produjeron m ejoras significativas en las
condiciones de vida de la mayoría de la población. Las
condiciones solo empezaron a variar cuando se p ercib ie­
ron los efectos del cambio de política económica, bien
entrados los años sesenta. La década de los cincuenta
conoció una estabilidad esencial y hasta un consenso más
claro en torno a la figura de Franco y de su régim en. La
represión, por ejem plo, ya no necesitó recurrir a la bruta­
lidad de las ejecuciones continuas como en la posguerra.
Eso no im pidió que fuera en esa década cuando comenzó a
form arse un estado de opinión, sobre todo en las nuevas
generaciones, que alentaría la oposición form al al régi­
m en de la década siguiente.
En los inform es norteam ericanos no se ocultó, al final
de la década de los cincuenta, la existencia de "un crecien ­
te sentim iento antiestadounidense, especialm ente entre
estudiantes y trabajadores, derivado del presunto apoyo de
Estados U nidos a Franco, la presen cia de bases m ilitares

i3 o
y de m ás de ? 3 .o o o hom bres de servicio y de apoyo, con
sus grandes coches am ericanos, etc.” . Ese efecto in ­
deseado no pudo ser contrarrestado eficazmente con los
programas del USIS. Los responsables de la propaganda
reconocían que los grupos de oposición, muchos in telec­
tuales y todos aquellos que no simpatizaban con el G ob ier­
no de Franco se m ostraban cada vez más críticos con los
Estados Unidos. Unos, los círculos liberales, porque con­
sideraban que esa potencia podía haber ejercido mayor
presión sobre el Gobierno para liberalizar su política, a
cambio del reconocim iento de España y de su cooperación
económica y m ilitar. Otros, los grupos de izquierdas, p o r­
que creían directam ente que la ayuda norteam ericana
servía para sostener y perpetuar la Dictadura. Los trabaja­
dores se m ostraban críticos porque su situación no se
diferenciaba sustancialm ente de la que sufrían antes de
que llegara la ayuda norteam ericana. La agitacióny propa­
ganda que esta situación favorecía, advertían los respon­
sables del USIS, podía volverse contra el régim en y contra
sus aliados, los am ericanos.
Algunos, en el interior de los servicios am ericanos,
pensaban que el precio que tenía la estrategia seguida
podría ser muy alto:

En el largo plazo, la seguridad colectiva no se apoya solo en bases m ili­


tares y en las armas, sino también en un sistema político duradero y una
economía sólida. Pero demostrar esta tesis general es difícil aquí en
España, donde la parte más visible del esfuerzo de los Estados Unidos
es de carácter militar, y donde el Gobierno no ha querido o no ha podi­
do aplicar las acciones políticas y económicas que hay que adoptar, más
temprano que tarde, si España ha de avanzar con los tiempos.

Aun así, se impuso la opinión de John D. Lodge, el


embajador entonces en España.- era preferible continuar

i3i
con una política que producía réditos tangibles e inm edia­
tos, frente a cualquier alternativa que im plicaba riesgos
seguros y beneficios dudosos. Sería im prudente interferir
en los asuntos internos de un país del que se estaba obte­
niendo plena cooperación en todos los ámbitos, y que
probablem ente no sería m ejorada por ningún Gobierno
sucesor. La diplom acia de los Estados Unidos debía m an­
tener una relación arm ónica con el régim en franquista
para asegurar su principal objetivo: la dispon ibilidad de
las bases para su estrategia de seguridad. A l fin y al cabo,
el deterioro de su im agen entre los m iem bros de la opo­
sición al franquism o era un coste más que se sumaba a
otros ya declarados como asum ióles: la incom prensión
in icial de los aliados europeos, o el rechazo de los secto­
res de opinión m ás com prom etidos con la dem ocracia en
Europa y en los p ropios Estados U nidos. Le correspondía
a la propaganda con trarrestar los efectos no deseados de
esa política.
Efectivam ente, los funcionarios del USIS insistían
constantemente en que la ayuda se dirigía al pueblo espa­
ñol, no a su régim en, y se esforzaban en contar la historia
de los grandes beneficios que recibía el país de la coope­
ración norteam ericana, pero acabaron reconociendo las
lim itaciones de una propaganda que, por sí sola, era inca­
paz de m odificar las actitudes de la gente cuando estas se
basaban en realidades políticas evidentes. Consiguieron
cam biar la disposición de las elites políticas y sociales
hacia su país a cambio de fracasar al intentar evitar que el
com prom iso político antifranquista que fue surgiendo
lentam ente se tiñ era de tonos antinorteam ericanos. La
inevitable identificación de la presen cia norteam ericana
con el apoyo al régim en de Franco fue lo que acabó con ­
dicionando, para bien o para mal, las opiniones de los
españoles.
E L V A LO R D E LO S PRO G RA M A S D E IN TERC A M BIO
EDUCATIVO

Desde el p rim er trim estre de 19 5 0 se había decidido e x ­


tender el program a de intercam bios educativos a E sp a­
ña, con el fin de que "p erso n as que han estado expuestas
a opiniones p olíticas totalitarias, puedan tom ar con tac­
to con el pensam iento y la práctica dem ocrática” . Sin
em bargo, la exclusión de España del program a Fulbright
lim itaba extraord in ariam en te el intercam bio de e s ­
tudiantes e in telectu ales, y eso favo recía las p e rc e p ­
ciones negativas de Estados Unidos que propagaba el r é ­
gim en.
Según estadísticas norteam ericanas, las becas otor­
gadas por los program as oficiales de intercam bio a can ­
didatos españoles, entre 19 4 9 y 19 59 , fueron 92. Si com ­
param os esta cifra con las becas otorgadas en otros países
europeos, para el m ism o periodo y ciñéndonos a los p ro ­
gram as oficiales norteam ericanos de intercam bio edu­
cativo, las distancias resultan abism ales. En conjunto se
habían concedido 3 5 .3 14 becas a estudiantes europeos,
con A lem ania a la cabeza de los b en eficiario s (12 .12 8 ),
seguida p or G ran B retañ a (6 .3 5 9 ), F ran cia (6 .0 2 6 ), Ita ­
lia (3 .17 4 ), Holanda (1.4 7 6 ), Noruega (1.4 3 7 ), A ustria
( i. 36 i), etc. La plena inclusión en los circuitos de in ­
tercam bio con los Estados Unidos tuvo lugar con un r e ­
traso considerable y en dim en sion es sensiblem en te in ­
ferio res a las de la mayor parte de los países de Europa
Occidental.
En realidad, el senador Jam es W. Fulbright había
concebido el program a que llevaba su nom bre con una
inten ción muy distinta, si no opuesta, al uso que de él
hacían los burócratas del D epartam ento de Estado. Tal y
como lo explicaba el propio senador:
El desarrollo de una cierta perspectiva acerca del hombre y sus necesi­
dades en los diversos entornos nacionales es el propósito principal
de intercambios educacionales y culturales, tales como los que
componen el programa Fulbright. Ningún aspecto de nuestra políti­
ca exterior hace más por convertir las relaciones internacionales en
relaciones "humanas” y por estimular actitudes de sintonía perso­
nal, esa extraña y maravillosa capacidad para percibir el mundo
como lo ven los demás. Así concebido, el intercambio educacional
no es un programa de propaganda dirigido a "embellecer la imagen”
de los Estados Unidos, como algunos funcionarios del Gobierno
parecen concebirlo, sino un programa para fomentar percepciones
y perspectivas que trasciendan los límites nacionales. Para decirlo
con otras palabras, lejos de ser un medio de obtener cierta ventaja
nacional en el juego tradicional de las relaciones internacionales, la
educación internacional se propone cambiar la naturaleza del juego,
civilizarlo y humanizarlo en esta edad nuclear (La arrogancia del
poder, 1967, p. 209).

Sin embargo, los program as de intercam bio de p erso ­


nas fueron una pieza fundam ental y muy apreciada en la
campaña am ericana de relaciones públicas.- "esta activi­
dad era la más rentable con relación al dinero invertido;
producía los mayores beneficios, a corto y a largo plazo,
tanto en el plano económico como en el político o cultural;
y hacía más por el entendim iento mutuo que ningún otro
esfuerzo realizado por el U SIS hasta la fecha” . Del lado
español los program as de intercam bio eran tam bién los
que más interés despertaban no solo porque adoptaban la
apariencia de una cooperación desinteresada, sino porque
aportaban un beneficio directo y muy apreciado en capa­
citación humana, educación al más alto nivel y form ación
de investigadores.
Las especíales características de la España de Franco
aconsejaban desarrollar especialmente aquellos programas
q u ese dirigían directamente a los llamados "líderes de opi­
nión” , el sector privilegiado de la propaganda americana. En
un país donde los prejuicios antinorteamericanos estaban
tan extendidos entre las clases dirigentes, el programa de
intercambios de personas podría ayudar a "m ejorar entre los
españoles la valoración de los logros sociales, políticos, eco­
nómicos y culturales de la sociedad norteamericana, condi­
ción necesaria para poder crear un clima de opinión entre
los intelectuales españoles, líderes, profesores y estudian­
tes, favorable a la aceptación y el apoyo de la política esta­
dounidense en España” . Los funcionarios norteamericanos
daban por supuesto que una inm ersión en la sociedad nor­
teamericana creaba necesariamente sentimientos de admi-
racióny deseos de emulación —algo que ocurría en la mayoría
de los casos, con algunas excepciones—y que de ello se deri­
varían actitudes de apoyo a la política internacional estadou­
nidense —lo que era mucho menos automático y seguro—.
Desde 19 5? se había incluido a España en el Foreign Lea-
ders Program, destinado a personas de especial relieve en sus
respectivos campos y con capacidad para "contribuir signi­
ficativamente a la formación de una opinión pública en los
países extranjeros que sea favorable a Estados Unidos” .
Estaba dirigido a ganar propagandistas para la causa am eri­
cana, dando prioridad a miembros destacados de los medios
de com unicacióny el mundo editorial; las agrupaciones sin ­
dicales y políticas; los departamentos y servicios guberna­
mentales; las asociaciones cívicas y comunitarias; las
instituciones dedicadas al bienestar social y la educación.
Con cargo a ese programa se organizó y financió el viaje a los
Estados Unidos de destacadas personalidades españolas,
entre las que se encontraban Pedro Gómez Aparicio, José
Ma. Sánchez Muniain, Francisco de Luis, Manuel Aznar,
Luis de Andrés, Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Manuel
LoraTamayo, Julián Marías, José Luis Villar Palasí, Laureano
López Rodó, Rafael Calvo Serer, Manuel Castañón, Antonio
de Luna, etc.
La valoración que hacían los funcionarios norteam e­
ricanos de los resultados de estos program as de inm ersión
fue siem pre positiva. Creían verdaderam ente que con
estas invitaciones a visitar su país conseguían captar apo­
yos entre los líderes locales y propagandistas voluntarios y
desinteresados.
Las evaluaciones de los propios servicios estadouni­
denses seguramente no sirven para estim ar el verdadero
impacto de los program as de intercam bio cultural —que
habría que buscarlo en el plano estrictam ente académico y
científico más que en el político e ideológico— pero nos
inform an sobre los efectos que se buscaban y sobre los
propósitos que guiaban las actuaciones en este ámbito.
Desde luego, y al igual que ocurría en el caso de la ayuda
económica, el objetivo no era prom over el desarrollo de la
sociedad española, ni m ejorar la eficacia de su sistema
educativo y científico, ni facilitar los instrum entos nece­
sarios para que superara las graves carencias resaltadas
por los propios estadounidenses. El objetivo principal era
justam ente lo que denunciaba el senador Fulbright.- em be­
llecer la im agen de los Estados Unidos.

L A D É C A D A D E LO S A Ñ O S S E S E N T A
Y L A PR IO R ID A D O TO RG A D A A LO S JÓ V E N E S

En la década de los sesenta la propaganda "inform ativa” fue


desapareciendo a m edida que en Estados Unidos se recor­
taba la financiación de los program as oficiales en Europa,
y se reorientaba su actuación hacia las "zonas calientes”
del Tercer Mundo. En España la propaganda directam ente
política se fue apagando en beneficio de la acción cultural,
considerada la vía más adecuada para promover una "mutua
cooperación con los elementos internos que pudieran alcan­
zar el poder o posiciones influyentes en el periodo post
Franco” . Se trataba de una inversión de cara al futuro, que
pretendía "alentar una evolución política, económica y social
en España, que condujera a una sucesión moderada y liberal
al régimen de Franco” . Tarde o temprano, se pensaba, debía
iniciarse una transición en España y había que estar prepa­
rados para contar con sólidos apoyos cuando llegase el
momento.
Esa fue la perspectiva que inspiró la atención prestada
a nuevos sectores de la población: a círculos estudiantiles
y universitarios, a periodistas y líderes de opinión, y a
medios sindicales que incluían a grupos católicos como la
Hermandad Obrera de A cción Católica (HOAC) y la Ju ­
ventud Obrera Cristiana (JOC). En 19 65 se recom endaba
cuidar especialm ente a los nuevos equipos de tecnócratas
que estaban pilotando el cambio económico en España:

Uno de los grupos más significativos del Gobierno español es el de los jó­
venes "tecnócratas”, principalmente economistas, muchos de los cuales
han sido educados en Estados Unidos y que tienen posiciones de gran
influencia en la administración y formulación de la política española.
Un programa cultural a la medida de este grupo podría ser especial­
mente efectivo.

Con el fin de diluir la identificación norteam ericana


con el régim en de Franco, que podía ser perjudicial para
sus intereses a largo plazo, los responsables de la diplo­
macia pública en España empezaron a realizar un trabajo
discreto para aproxim arse a aquellos elementos suscep­
tibles de acometer reformas responsables y modernizadoras,
especialm ente en el terreno so cialy económ ico. M ediante
contactos oficiales u oficiosos con esos grupos, que no
se identificaban con exactitud, esperaban ir ganando
p o sicio n es en el pueblo españ ol, trabajand o por la
m ejora de sus condiciones de vida en los campos de
"salud, construcción, educación, investigación científica,
seguridad social, reform a agraria, m odernización agríco­
la, reforestación, gestión m oderna de los negocios y las
prácticas em p resariales” . Los am ericanos pretendían
aportar su experiencia para "anim ar el desarrollo de un
sistem a de Gobierno estable y con base popular en la
España posfranquista, junto a su completa integración en
Europa y en la comunidad atlántica” . Uno de esos in for­
mes a los que era muy inclinada la diplom acia estadouni­
dense, concluía con estas ingenuas y cándidas palabras:
"Gomo línea general de nuestros contactos con intelectua­
les españoles y con form adores de opinión de todos los
matices —decían en 19 6 5—, tratarem os de inducirles a
olvidar el amargo pasado y concentrarse en el futuro” . No
se puede expresar m ejor la mezcla de buenos propósitos y
de egoísmo pragmático que inspiró la actuación de aque­
llas agencias en España.

LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS, OBJETIVO PRIORITARIO

Desde 19 61 los estudiantes se convirtieron en uno de los


objetivos prioritarios del USIS en España, por considerar
"esencial que los jóvenes y líderes de los próximos cinco o
diez años m irasen hacia los Estados Unidos como una guía
de conducta” (citado por Martín, ? o n ) . Las algaradas uni­
versitarias de 1956 habían provocado el prim er estado de
excepción de la Dictadura, y el movimiento estudiantil de los
años sesenta amenazaba con ligar la oposición a la Dictadura
con el antiamericanismo característico de aquella coyuntu­
ra. La agitación en las universidades se mezclaba con las
denuncias del intervencionism o americano en Am érica
Latina y en Vietnam, influidas por las teorías tercermundis-
tas y por el avance del Partido Comunista de España, la fuer­
za de oposición más numerosa, disciplinada y respetada en
los medios estudiantiles. La tendencia general era el empeo -
ramiento de la imagen exterior de los Gobiernos estadouni­
denses, potenciado por el desarrollo en los propios Estados
Unidos de un pensamiento crítico que tendría su influencia
en el exterior.
En este clima la embajada en Madrid creó en 1964 un
Youth Committee, como parte de un programa global desarro­
llado en Washington llamado Emphasis on Youth. El comité
estaba encargado de "identificar a los Estados Unidos con las
aspiraciones constructivas del importante sector juvenil”
(Martín García, 2 0 11, p. 39), El desarrollo de este programa
en España puede ser un buen ejemplo de las limitaciones,
incluso del fracaso de estas iniciativas, cuando las orienta­
ciones de la propaganda están en clara contradicción con las
condiciones políticas reales.
El mensaje que se lanzaba a los jóvenes españoles era
simple y directo: las bases militares se habían establecido
para la defensa del mundo libre, los Estados Unidos era la
potencia que preservaba la paz y el progreso, y cualquier
futuro en España debía combinar el pluralismo político con
la economía de libre mercado. Los medios empleados in sis­
tían en los que ya se utilizaban desde los años cincuenta:
intercambios educativos con los lideres estudiantiles, con­
ferencias en universidades y colegios mayores, actividades
culturales y promoción de la enseñanza del inglés y de los
American stuches-, todo ello recibía ahora una especial orien­
tación hacia la juventud. El programa debía cultivar a "aque -
líos estudiantes brillantes con una orientación básicamente
democrática y con excepcionales cualidades de liderazgo” .
Se intensificó la actividad propagandística a través de
la radio, utilizando intermediarios locales como la cadena
Unión Radio y la propia Radio Nacional de España, que se
p restaban a em itir program as hechos por los servicios
de propaganda americanos. Se subvencionó la traducción de
textos y la distribución masiva y gratuita de libros selec­
cionados a las bibliotecas universitarias, colegios mayores
y asociaciones juveniles, con la esperanza de contrarrestar
así el avance de las teorías m arxistas en los m edios univer­
sitarios. También se hicieron esfuerzos por difundir entre
los líderes estudiantiles la versión española de Problems of
Communism, una revista pseudoacadém ica patrocinada
por la U SIA desde 1952. A l parecer el program a solo tuvo
resultados cuando prestó m ateriales inform ativos a revis­
tas estudiantiles del entorno del Opus Dei, como Gaceta
Universitaria o Diagonal, y poco se pudo hacer para llegar a
los sectores más críticos de la m ilitancia estudiantil.
Todo ello sucedía cuando en Europa crecían las denun­
cias del im perialism o económico y del intervencionism o
m ilitar americano. En 1965 se hizo visible su participación
en la guerra de Vietnam y se produjo la intervención de sus
tropas en la República Dom inicana. En 1968 se publicaba
una crítica clásica y de gran difusión, El imperio americano,
escrita por el periodista de Le Monde, Claude Julien.
En 1967 el International Visitors Program —continuación
del Foreign Leaders Program—financió el viaje de una qu in­
cena de líderes estudiantiles de M adrid y Valencia, para
que tuvieran una inm ersión en la sociedad americana. Se
esperaba, ingenuam ente, que un contacto directo con la
realidad de ese país disolviese las actitudes antiam erica­
nas, y que a su vuelta actuaran como m ensajeros locales de
las ventajas del sistem a político am ericano. La embajada
valoraba positivam ente el resultado de aquellos viajes de
inm ersión, incluso entre estudiantes críticos que adopta­
ban, a su juicio, "una visió n mucho más equilibrada y
razonable” .
Uno de aquellos jóvenes líderes elegidos para hacer el
viaje fue Antonio Elorza, historiador, ensayista y catedrá­
tico de Ciencia Politica. En 19 6 5 pasó tres sem anas en
Estados Unidos en un viaje que él califica como "un Disney -
land político a la carta” . A llí aprovechó, entre otras cosas,
para participar en una m anifestación contra la guerra de
Vietnam.

Este viaje tuvo un efecto contraproducente porque vi de cerca e l " mundo


libre” y no me gustó demasiado. Total: volví antiamericano [...] Fue
interesante, pero pude darme cuenta de que Kennedy había dejado un
gran recuerdo, pero no una huella, que las cosas no habían cambiado
demasiado, y que imperialismo no era una palabra vacía. La sensibi­
lidad hacia la democracia española era nula en USA, y el racismo
seguía. Me reafirmé como un joven ayudante de izquierdas, marxista,
pero radicalmente antisoviético, y con ganas de hacer cosas contra el
régimen.3

Nada podía hacer la diplomacia pública americana para


rem ediar la pérdida de prestigio que suponía la guerra de
Vietnam, las noticias de los disturbios raciales y, sobre todo,
la presencia militar en la Península y la colaboración con el
Gobierno del dictador. La propaganda no puede rem ediar
los desperfectos de una mala política. El reconocimiento del
fracaso de este programa llevó a la embajada a abandonarlo
en 1970, y a reforzar su actividad entre los jóvenes profesio­
nales de la alta burguesía, el Opus Dei, la ACNP o el M ovi­
miento.

LOS BECARIOS ENVIADOS A LOS ESTADOS UNIDOS

El programa que sí dejó una huella profunda y perdurable, y


que sigue en marcha aún hoy día, es el programa Fulbright de
intercambios académicos (Delgado, 3009). España entró a
form ar parte de los ben eficiarios de este program a en
octubre de 1958, el mism o año que se creaba la Comisión
A sesora de Investigación Científica y Técnica (CAICYT), el
prim er órgano asesor y consultivo en m ateria de investi­
gación científica y desarrollo tecnológico. Se convertía así
en el trigésim o noveno país incorporado a dicho progra­
ma, aunque lo hacía doce años después de su inicio. El
program a se financiaría con fondos de contrapartida pro­
cedentes del Acuerdo sobre Excedentes A grícolas de 2,0 de
abril de 1955, hasta una suma total de pesetas equivalente
a 6 0 0 .0 0 0 dólares. Para la aplicación del program a se
estableció, a finales de 1958, una Com isión de Intercam ­
bio Cultural, integrada por cinco m iem bros de cada país.
Tal y como concebía Estados Unidos el program a Ful-
bright, estaba destinado a posgraduados y profesores de
Humanidades y Ciencias Sociales, pero las autoridades
españolas no tenían ningún interés en recib ir a profesores
estadounidenses que explicaran literatura y filología
inglesa, historia y civilización de la nación norteam erica­
na, o hispanistas que explotaran los tesoros de la literatura
y de los archivos españoles. El intercam bio cultural y
científico no lo concebían como un medio para m ejorar el
conocimiento y la com prensión mutua, sino estrictamente
como un instrum ento para form ar el capital humano
necesario para el desarrollo económico del país. Por eso
exigieron que tam bién pudieran beneficiarse del mismo
"técnicos que fuesen a form arse a N orteam éricay especia­
listas en energía nuclear y otros aspectos técnicos y cien ­
tífico s” . El problem a radicaba en que, para el Gobierno
estadounidense, esas m aterias ya se encontraban cubier­
tas por el programa de intercam bio técnico.
Según la apreciación americana, en las objeciones
puestas por las autoridades españolas también se percibía
un cierto recelo por el influjo liberalizador que podía tener el
aumento de los intercambios entre profesores y estudiantes
de ambos países, al introducir entre el personal universita­
rio español algunas ideas que no eran acordes con la ideolo­
gía oficial del régimen. Estos recelos se solucionaron
mediante un cuidadosa selección por ambas partes de los
profesores, estudiantes, líderes y especialistas que cruzaban
el Atlántico. Del lado español se filtraban los candidatos con
criterios sociales o familiares, además de académicos, para
garantizar su correcto comportamiento. Del lado estadouni­
dense, uno de los criterios de elección de los becarios era su
potencial como "formadores de opinión” en un sentido
favorable a Estados Unidos a su regreso.
Desde 1959 a 1975, dentro de los programas gestionados
por la Comisión de Intercambio Bilateral (Fulbright y de
Cooperación Cultural y Educativa) se concedieron 1.08 1
becas a posgraduados, profesores e investigadores españoles
para desplazarse a Estados Unidos (60 de ellas para el Sem i­
nario de Salzburgo). En cuanto a los candidatos norteameri­
canos, obtuvieron 937 becas para viajar a España (319 para el
Seminario de Burgos). Es cierto que todas esas cantidades
fueron bastante inferiores a las adjudicadas a otros países
europeos durante los prim eros años de vigencia del progra­
ma. Por ejemplo, entre 1949 y 1956 se beneficiaron del pro­
grama franco-norteam ericano casi 3.50 0 becarios. Sin
embargo, en el caso español esa vía de formación significó
una aportación muy considerable, pues hasta mediados de
los años sesenta el resto de los programas de becas para el
extranjero fueron bastante reducidos. Si consideramos tam ­
bién el periodo democrático, hasta el 2004, el total de becas
concedidas a españoles, solo mediante el programa Fulbright,
fue de 5.162;, de las cuales 3.670 son nuevas adjudicaciones,
y 1.49 3 renovaciones. Al mismo tiempo se repartieron un
total de 3 .0 8 3 becas a estadounidenses para realizar investi­
gaciones en España.
19<50 1970 1960 1990 2000 2004

Entre los prim eros beneficiados del programa figuran


grandes figuras de la filología: Fernando Lázaro Carreter,
Gregorio Salvador, Zamora Vicente o Alarcos Llorach, que
fueron en los años sesenta a dar cursos en universidades de
Estados Unidos. Miguel Delibes fue en 1964, a la Universidad
de Maryland para enseñar "Novela española contemporá­
nea” . A su regreso publicó un libro contando sus experien­
cias: USA y yo, 1966, una deliciosa crónica de la sociedad
americana de entonces vista por un escritor castellano. Con
becas Fulbright fueron tam bién a los Estados Unidos muchos
de los profesores, investigadores, artistas o periodistas que
triunfaron después en su profesión, y cuya relación sería
imposible hacer aquí.
La firm a del Convenio de Am istad y Cooperación
entre ambos Gobiernos en agosto de 1970 dio un renovado
impulso a la corriente de intercam bios al incluir diversos
program as de cooperación: cultural y educativa, científica
y técnica, desarrollo urbano y m edio am biente, agricultu­
ra, economía y m edios inform ativos, además de la coope­
ración defensiva, claro está, que daba sentido desde la
óptica norteam ericana a todo lo demás. El program a de
cooperación cultural y educativa daba preferencia a las
ciencias naturales y aplicadas, las ciencias económicas,
junto a la lengua y la cultura de am bos países. En la p e rs­
pectiva del Gobierno español, la ayuda para la form ación
de cuadros destinados a cooperar en la expansión del s is ­
tema educativo y el desarrollo científico-técnico aparecía
como una de las contrapartidas por la colaboración m ili­
tar con Estados Unidos. El prim ero de esos program as
venía a suponer, hasta cierto punto, una am pliación del
program a Fulbríght. De hecho, su gestión se encom endó a
la Comisión de Intercam bio Cultural que adm inistraba
aquel. El program a de cooperación cultural y educativa
comenzó a aplicarse en el curso 1973-19 74,, recibiendo
entre ese año y el siguiente la suma de 1.6 0 0 .0 0 0 dólares.
La m ayor parte de esa cantidad se destinó a fin an ciar e s ­
tancias en Estados Unidos de profesores de universidad e
investigadores del GSIC. En el tratado hispano-norteam e­
ricano de 1976, las contrapartidas para la cooperación no
m ilitar fueron mayores que nunca.- la científica y tecnoló­
gica recibió ^3 m illones de dólares; la cultural y educativa
12 m illones.
El program a de intercam bio educativo, las becas Ful-
bright y luego el convenio de cooperación cultural y educa­
tiva de 1970 convirtieron a Estados Unidos en el principal
destino de profesores y estudiantes españoles desde fin a ­
les de los años cincuenta, muy por delante de Europa o
Iberoam érica. Tal corriente mantuvo su prim acía cuando
menos hasta finales de la década de los ochenta. Las auto­
ridades académicas españolas pusieron gran interés en
ese cauce de intercam bio, al considerar que podía p aliarla
in su ficien cia de profesores u niversitarios, técnicos y
científicos con que contaba el país con vistas a la consecu­
ción de los objetivos de los planes de desarrollo em pren­
didos en los años sesenta. Adem ás, esas becas sirvieron
para im pulsar en el caso español una corriente mucho más
am plia de estudiantes e investigadores que acudían a
Estados Unidos con financiación privada en busca de una
form ación suplem entaria. Un estudio publicado en 1967
contabilizaba un total de 3.6 99 españoles que habrían
realizado la travesía transatlántica, entre 19 5 4 ^ 19 6 6 , para
incorporarse a centros norteam ericanos.
El éxito de estos programas lo pone de relieve un hecho
incuestion able: en cuanto desapareció Franco, camino
del ju icio de D ios y de la H istoria, todos los G obiernos
españoles se apresu raron a red u cir las facilidad es m ili­
tares contenidas en los pactos, pero sim ultáneam ente
m antuvieron e in clu so am p liaro n los program as de
cooperación cien tífica y técnica. Todos sin excepción,
hasta el punto de que la casi totalidad de la fin an ciación
de esos program as la aportan hoy día organism os p ú b li­
cos y em presas privadas españolas. Resulta patente para
cualquier observador de la actividad cien tífica y tecn o ­
lógica en España que la vin cu lación de España con los
Estados U nidos en este campo continúa siendo al m enos
tan im portante como la que existe con el resto de E u ro ­
pa. El "e u ro p eísm o ” de la orien tación intern acion al del
país, en este dom inio, se equ ilibra con un persisten te
"atlan tism o ” . Y esta vin cu lación con los centros, lab o ra­
torios y u n iversid ad es de los Estados U nidos, lejos de
d ism in u ir, parece seguir una evolución hacia el c re c i­
m iento tanto en térm in os absolutos como relativos.
Sin duda, la prin cipal exp licación de este hecho se
h alla en la atracción que ejerce por sí m ism o el e xtrao r­
din ario d esarrollo cien tífico y tecnológico alcanzado en
los Estados U nidos. Pero el resultado no se ría tan lla ­
m ativo sin las facilid ad es que ofrecen los program as
oficiales de intercam bio, y sin los m ecanism os que los
G obiernos han arbitrado para prom over esa coopera­
ción. Seguram ente estam os presenciando ahora los e fe c­
tos retardados de una penetración estadounidense en
España que comenzó en los años cincuenta, la prim era
que se organizó a gran escala, y que se ha m antenido
ininterrum pidam ente hasta la actualidad.

UNA EVALUACIÓN PROVISIONAL DE LOS PROGRAMAS


DE INTERCAMBIO

Las iniciativas oficiales tienen ahora mucha menos im ­


portancia que la que han adquirido los intercam bios
espontáneos entre ambas sociedades, en los que p artici­
pan universidades, fundaciones y una multitud de grupos
y organism os. Pero hay que considerar que, en los años
cincuenta, los program as oficiales actuaron de catalizado­
res e im pulsores de las iniciativas privadas, y tuvieron un
efecto m ultiplicador considerable. En conjunto, y para el
periodo franquista, la cifra de ayuda para intercam bio cu l­
tural y científico, dejando aparte los program as de a sis­
ten cia técn ica y m ilita r, estuvo algo por en cim a de los
7 m illones de dólares, lo que equivaldría a una cifra apro­
ximada de 4,00 m illones de pesetas.
Es difícil evaluar el impacto real de estos programas en
el desarrollo científico y educativo español, y menos aún su
contribución, más indirecta, al desarrollo de la economía del
país. Sus efectos suelen ser a largo plazo y raramente resul­
tan directamente visibles. Hay ciertas magnitudes que pue­
den medirse con relativa facilidad: el número de estudiantes
que estudian una lengua, el número de becarios que se for­
man en tal país, el montante de los presupuestos asignados a
tal proyecto, la cantidad de instituciones que intervienen en
esas actividades, etc. Pero estas magnitudes, que son tangi­
bles, no nos proporcionan una idea exacta ni completa de los
efectos producidos.
Sabemos que los intercambios culturales y científicos
tenían, además de los fines propios a estas actividades, una
utilidad política añadida. Se esperaba que estos programas
sirvieran para poner a un sector de las elites españolas en
relación con los esquem as políticos, económ icos, sociales
y culturales predom inantes en el mundo occidental. Al
mism o tiempo, debían servir para proyectar una imagen
de colaboración con el desarrollo de España, que am orti­
guara el impacto negativo que provocaba en la opinión
pública española la presencia de las bases m ilitares. Por
últim o, suponían una inversión susceptible de rentabili-
zarse tam bién en un futuro más o menos inm ediato, pues
perm itían ir configurando una red de am istades y solida­
ridades entre los m edios influyentes, que iba más allá de
los grupos que apoyaban al franquism o, y que podía ser
fundam ental cuando llegase la hora de la Transición p o lí­
tica en España.
No sabem os, a falta de estudios de detalle, el efecto
de estos program as sobre la orien tación ideológica de
aquellas elites sociales. Unos se quedaron allí, otros v o l­
viero n encantados y se integraron en las estructuras del
régim en y no faltaron quienes superaron la experiencia
sin ceder a su deseo de tran sform ación política de E sp a­
ña y a su v isió n crítica de la potencia estadounidense. La
efervescencia social y los m ovim ientos de protesta en los
cam pus norteam ericanos de los años sesenta hicieron
com patible durante algún tiem po esa form ación con la
actitud de rebeldía y de contestación propia de esas
generaciones.
Curiosam ente, cuando se form ó el p rim er Gobierno
socialista, en diciem bre de 19 8 ?, el más peligroso poten­
cialmente para los intereses am ericanos en España desde
que comenzó la transición, un buen núm ero de sus m iem ­
bros habían residido en Estados Unidos para com pletar su
form ación académica o para desarrollar actividades p ro ­
fesionales. "E n los equipos que habían llegado al poder en
España —apunta Fem ando Morán— abundaban quienes
habían recibido form ación académica en centros am eri­
canos” (España en su sitio , 19 9 0 , p. 156). Aunque Morán
solo identifica a uno de ellos, Julio Feo, secretario de la
Presidencia de Gobierno, en Estados Unidos habían com ­
pletado su form ación varios dirigentes socialistas como
Javier Solana, Narcís Serra, Pascual Maragall, José Borrell
o Fernández Ordóñez. Quizá por ello, el comportamiento
de aquellos "jóvenes nacionalistas” , como les llam ábanlos
dirigentes estadounidenses, fue menos desfavorable de lo
que se esperaba: no se produjo la salida de la OTAN, la
política económica fue mucho más ortodoxa de lo que
cabía imaginar, y solo la reducción de la presencia m ilitar en
España provocó algún desencuentro.

L A D IP L O M A C IA P Ú B L IC A Y SU S L IM IT A C IO N E S

Es im posible concluir hasta qué punto se lograron todos o


parte de los objetivos de tipo político que inspiraron los
program as am ericanos de diplom acia pública en España.
La perm anencia de una fuerte desconfianza ante la política
internacional am ericana en im portantes sectores de la
opinión española parece indicar que no se logró evitar el
impacto negativo que los propios estadounidenses esp e­
raban como resultado de su colaboración con Franco. Tam­
poco ayudó la poca contribución de la diplom acia am eri­
cana durante los mom entos más difíciles de la transición
hacia la dem ocracia. Fueron los Gobiernos y los partidos
europeos, y no los estadounidenses, los verdaderos in ter­
locutores de las fuerzas políticas que asentaron la dem o­
cracia en España.
Esa frialdad del "am igo am ericano” , y la herencia
h istórica que recib iero n los españoles de la transición,
explican en parte la fuerte oposición al ingreso en la
OTAN —identificada con la hegem onía estadounidense—
y al m antenim iento de las bases en su territorio. Por el
contrario, la form a en que se desarrolló la transición
política hacia la dem ocracia y la plena integración en el
bloque occidental pueden sugerir que sí se alcanzó el
objetivo de sacar al país de su aislam iento y acercarlo a los
regím enes dem ocráticos europeos. Pero sería muy a rrie s­
gado sacar conclusiones al respecto. La propaganda p o lí­
tica, la política de intercam bios culturales o científicos y
las relaciones públicas en el exterior no son más que
algunos de los instrum entos que concurren a la realiza­
ción de los objetivos políticos, y seguram ente no de los
más importantes. De ahí que la evaluación global de los re ­
sultados obtenidos por la diplom acia pública sea en la
práctica casi im posible. Esta no puede ser aislada y estu­
diada " in v it r o ” , al m argen de las coyunturas ideológicas,
diplom áticas u otras. Sus efectos, adem ás, son inm ateria­
les y se producen a largo plazo, ¿cómo se calcula el capital
de confianza internacional acumulado por un país? ¿Y el
valor de sus am istades en el extranjero? ¿Y el prestigio de
su cultura?
Lo que queda claro es el hecho de que durante al menos
los últim os sesenta años la adm inistración estadouniden­
se ha realizado constantes esfuerzos y ha financiado suce­
sivos program as para ganarse el apoyo de la población
española, con resultados inciertos. Las m isiones de p ro ­
ductividad de los años cincuenta, las campañas "in fo rm a­
tivas” , las instituciones culturales m antenidas en España,
los program as de intercam bio de becarios, y todo lo que se
engloba bajo el ancho apartado de la cooperación cultural,
científica y técnica, tenía como objetivo último transm itir
una im agen positiva de la sociedad estadounidense y de su
modo de vida, y extraer un rendim iento político de ello.
Al m ism o tiem po, toda la cooperación técnica, científica
y educativa, extraordinariam ente desarrollada desde los
pactos de 19 5 3 , ha fom entado estrechos vínculos o rgán i­
cos entre las sociedades de los dos países. Es una p ara­
doja solo aparente la muy distinta percepción que los
españoles tienen de la aportación científica y cultural
estadounidense respecto a la política exterior seguida
por sus Gobiernos.
Tam bién puede decirse que el efecto de esas políticas
"de im agen” y de creación de solidaridades ha sido en or­
me sobre determ inados grupos de las elites económicas,
políticas, científicas y m ilitares, pero que no ha tenido
ninguna repercusión sobre los colectivos más num erosos
de la población. Eso es compatible con la estrategia elegi­
da de concentrar el esfuerzo de captación en las elites
sociales, de las que se esperaba después que actuaran
como caja de resonancia en sus respectivos ámbitos de
actuación.
Desde una perspectiva más general, esta cuestión se
relaciona con la existencia de un modelo estadounidense y
su influencia en el desarrollo de la sociedad española. E v i­
dentemente, el térm ino "m odelo” resulta algo confuso y
ambiguo, pero tiene la virtud de sugerir todas las cuestio­
nes que estamos señalando y que se derivan de los m ú lti­
ples efectos que ha producido la relación con los Estados
Unidos. En este capítulo hemos analizado los esfuerzos
realizados por las adm inistraciones norteam ericanas para
inculcar ese modelo de m odernización. En el próximo
verem os los resultados que espontáneam ente produce su
proyección internacional en la percepción y en la imagen
de ese país.
NOTAS
i. Despacho de J. Meyrier, embajador de Francia en Madrid: "Unrevenant dansla
politique européenne” , Madrid, 6-10-19 53. Archives Diplomàtiques (París),
Amérique, 1953-196?, Etats-Unis, 403.
3. Las citas de esta sección proceden de los informes y de los programas anuales
que elaboraba el USIS en España, y de la correspondencia diplomática inter­
cambiada entre la Embajada en Madrid y el Departamento de Estado en la
década de los años cincuenta. Las referencias completas y un análisis más deta­
llado se puede encontrar en Niño, A. y Montero, J. A., 3 0 1 3 .
3 . En Ana Martínez, "Un paseo por la vida y la historia. La trayectoria personal y
profesional de Antonio Elorza” , H is t o r ia d e l p r e s e n t e , 13 3008/3, p. 68.
CAPÍTULO 3

PREJUICIOS Y REACCIONES ANTE LA LLEGADA


DEL ESTILO DE VIDA AMERICANO

La am ericanización es un concepto naturalmente polém i­


co. Sea más o menos real el fenóm eno, lo cierto es que
provoca continuos debates. Por eso las actitudes y las valo­
raciones de la gente ante lo que representan los Estados
Unidos son una dim ensión insoslayable de la cuestión, y
ello por varias razones. En prim er lugar porque, como
cualquier proceso de transferencia de cierta magnitud, es
inseparable de su percepción por los sujetos interesados.
A l tratarse de un fenómeno cultural, oscila inevitablem en­
te entre lo real y lo imaginario. Si la am ericanización con­
siste en un parecido cada vez mayor con el tipo de sociedad
americana, son los sujetos implicados quienes deciden en
cada momento qué cambios cabe considerar indicios de
americanización. No es posible determ inar, a priori, los
rasgos "típicam ente” americanos que debemos rastrear en
otras sociedades para comprobar la existencia o no de un
proceso de americanización, ni debemos dar por supuesto
que su aparición sea resultado de una m igración o de una
transferencia, en vez de una evolución propia.
Los españoles de cada coyuntura histórica han seña­
lado unos signos u otros como distintivos del modo de vida
am ericano, y han identificado unos síntomas u otros, no
siem pre coincidentes, como prueba de su infiltración.
Pero esas alarm as ante el peligro de contam inación cultu­
ral pueden obedecer tanto a una influencia efectivamente
recibida del exterior, como a construcciones imaginarias
con un fin político o ideológico. La distinción no es fácil,
entre otras cosas porque los signos de americanización
solo son a menudo iconos con un valor más sim bólico que
real.- cierta form a de vestir, ciertos gustos m usicales, la
im plantación de em presas de com ida rápida, etc.
En segundo lugar, la am ericanización es visible, sobre
todo, por las reacciones que provoca, unas veces bendi-
ciéndola, otras impugnándola. Esto últim o es lo que se
suele confundir, equivocadam ente, con m anifestaciones
de "antiam ericanism o” . La crítica de la americanización
no equivale a una descalificación global de lo que esa
nación representa, pero aun cuando se traduce en diatri­
bas y requisitorias contra su modelo social, contra su
organización política o contra su actuación internacional,
no es más que una form a de protestar y de prevenir contra
una contam inación que se considera cercana y peligrosa.
Los debates sobre qué cabe atribuir a la influencia esta­
dounidense y, sobre todo, las valoraciones que recibe, son
el m ejor termóm etro para m edir las subidas y las bajadas
de la fiebre que resulta de la "in fección ” americana. Por el
contrario, el panegírico a lo que representa ese país suele
ser la expresión de un deseo de evolución y de cambio
según patrones de m odernidad cuyo arquetipo es la so cie­
dad estadounidense.
Por últim o, es conveniente detenerse a analizar las
percepciones que los españoles elaboran de la realidad
americana, porque las representaciones nacionales suelen
tener un efecto de retorno. Las diversas imágenes de N or­
teamérica acaban influyendo en la vida nacional en la
medida en que inspiran cam bios, señalan modelos, in c i­
tan a im itar tal o cual comportamiento-, o bien al contrario,
inspiran rechazos y provocan repliegues identitarios.
Dicho de otro modo, las im ágenes de los países form an
parte de las culturas nacionales, y por ello pueden influir
en los patrones de conducta y en los rum bos seguidos en
los más diversos ámbitos. No es posible com prender, por
ejemplo, la "am ericanización” de las sociedades europeas,
especialmente intensa en la segunda mitad del siglo XX,
sin considerar el poderoso efecto del prestigio adquirido
por los Estados Unidos en diversos órdenes de la vida
social y cultural. Solo con sus éxitos m ilitares, o por su
condición de país líder y hegemónico en el sistem a in ter­
nacional, no hubiera ejercido tanta influencia.

LA S IM Á G E N E S FO R M A N E L CO NTEXTO
D E LA S P E R C E P C IO N E S

Por su propia naturaleza, las im ágenes son una evocación


mental y globalizadora de algo que no puede ser percibido
directam ente, se expresan m ediante calificativos y contie­
nen de manera inseparable un juicio de valor sobre la
nación representada. Conform an así un contexto de p e r­
cepciones y de prejuicios que es el verdadero ambiente en
el que se producen los contactos culturales internaciona­
les. Tienen además una característica muy importante: las
imágenes se com ponen de elem entos muy estables, que
provienen de la historia y que se transm iten a través de las
generaciones.
Pues bien, la im agen de los Estados Unidos en España
no pudo empezar el siglo XX en peores circunstancias.
Durante el conflicto hispano-norteam ericano de 1898 se
m anejaron, como es natural, im ágenes muy negativas de
un país y de otro. La coyuntura favorecía la actualización
de ciertos tópicos, presentados con una fuerte carga nega­
tiva. La prensa, inm ersa en un clim a de belicism o patrió­
tico, se inundó de caricaturas del Tío S a m y de represen­
taciones de los estadounidenses como cerdos, bandidos y
"tocineros” . Estas imágenes insistían en el estereotipo de
un país mercantilista, de tenderos y de nuevos ricos a los
que faltaba el poso cultural y el abolengo que tenía España.
También se explotó la im agen de país imperialista, repre­
sentado por aventureros, bandidos y m ercenarios dispues­
tos a apropiarse de nuevos territorios por la fuerza. Un país
incivilizado e hipócrita, en suma, que pretendía disfrazar su
intervención armada y su atentado al derecho internacional
como una intervención humanitaria. En estas dos imágenes
dominantes entonces sobre los Estados Unidos, extraordi­
nariamente popularizadas por la guerra, podemos encon­
trar elementos muy anteriores al inicio de la guerra hispa­
no-estadounidense. Sus raíces procedían de una serie de
prejuicios muy arraigados respecto a la protestante e iguali­
taria nación norteam ericana.

R E S E N T IM IE N T O S H IST Ó R IC O S Y E ST E R E O T IP O S
N A C IO N A L E S

Una de las vetas del antinorteam ericanism o latente en el


siglo XIX procedía de la amenaza del experim ento dem o­
crático que representaba ese país. Para la Iglesia Católica y
los sectores tradicionalistas, los Estados Unidos en cam a­
ron todos los m ales de la dem ocracia y el protestantism o
juntos. En justa sim etría con ello, el progresism o en gen e­
ral consideró al mismo país un modelo ideal de sistema
político avanzado. Los amigos y adm iradores de los Esta­
dos Unidos se encontraban en la Liga A bolicionista de la
Esclavitud, en la Institución Libre de Enseñanza y en
todos los grupos de tendencias dem ocráticas que se opo­
nían al integrism o católico y al poder oligárquico. En un
libro escrito en 18 9 1 por el republicano Gum ersindo de
Azcárate, La República Norteamericana, se hacia un rendido
elogio de sus instituciones políticas, del papel que allí
desem peñaba la opinión pública, de la tolerancia religiosa
im perante y del puesto que había conquistado la mujer.
No resultó casual que fueran los republicanos federalistas
como Pi y Margall o Labra los únicos que proyectaron una
im agen positiva del modelo socio-político estadouniden­
se cuando estalló la crisis entre los dos países. El repu b li­
canismo español había sido un adm irador entusiasta de la
federación estadounidense como modelo de libertad y de
orden constitucional.

LA DOBLE CABA DE AMÉRICA

En realidad, esta doble percepción —nación espejo de


demócratas y fuente de igualitarism o nivelador, por un
lado, y país de virtudes cívicas y m orales y agresor e im pe­
rialista, por el otro— se corresponde muy bien con la te n ­
sión que tradicionalm ente ha existido, en el interior de los
propios Estados Unidos, entre dos principios nacionales
diferentes: el del "experim ento dem ocrático” y el del
"destino m anifiesto” , tensión que se ha manifestado tanto
en su conducta como en su autoconcepción como país.
El éxito del experim ento político de instaurar un
orden constitucional y democrático inspiró entre los esta­
dounidenses, desde sus orígenes, el mito del "excepcio-
nalism o” , una im agen de sí m ism os como pueblo elegido,
una nación especial que representaba como ninguna las
aspiraciones universales de libertad y democracia. In i­
cialm ente, adem ás, esa im agen de pueblo ejem plar se
asoció con el realism o geopolítico de sus prim eros tiem ­
pos, que predicaba la abstención en cualquier conflicto
internacional y la renuncia a im itar a las potencias euro­
peas en sus prácticas coloniales.
Pero la fortuna al extender su territorio, su creciente
prosperidad y su papel internacional cada vez más im por­
tante, reorientaron ese mito de ser un pueblo elegido
hacia la doctrina del "destino m anifiesto” , una ideología
m esiánica que im pulsaba a sus dirigentes a comportarse
como una gran potencia. Ese m esianism o fue creciendo a
medida que el país se hacía consciente de su enorme poder
internacional, y en el proceso se fue combinando de diver­
sas formas con la idea del excepcionalismo siem pre vigente.
Nadie ha explicado m ejor esa singularidad americana que el
senador J. William Fulbright, quien presidió la Comisión
del Senado de Relaciones Exteriores de 1959 a 1974:

La incoherencia de la política estadounidense no es accidental, sino


una expresión de los dos diferentes lados del carácter norteamerica­
no. Ambos se caracterizan por una suerte de moralidad, pero en un
caso es la moralidad de los instintos decentes temperados por la con­
ciencia de la humana imperfección y en el otro es la moralidad de la
seguridad absoluta en sí mismo alentada por un espíritu de cruzada.
La primera moralidad está personificada por Lincoln [...] "no juzgue -
mos, para que no seamos juzgados” . La otra moralidad queda ejem­
plificada en Theodore Roosevelt, quien en su mensaje anual al
Congreso de 6 de diciembre de 1904,, sin cuestionar ni dudar de su
propia capacidad y de la del país para juzgar el bien del mal, proclamó
deber de los Estados Unidos el ejercer un "poder de policía interna”
en el hemisferio fundándose en que "los errores crónicos o una
impotencia que lleva consigo la disolución de los vínculos de la socie­
dad civilizada puede en América [...] requerir en último término la
intervención de alguna nación civilizada [...]” El humanismo de Lin­
coln o la arrogancia de aquellos que quisieran hacer de Norteamérica
la policia del mundo.
[...] Durante los años de nuestro gran poderío hemos tendido a
desconcertar al mundo, presentándole ahora una cara de Norteamé­
rica, luego otra, y a veces ambas al tiempo. Son muchas las personas
que en todo el mundo han terminado por creer a Norteamérica capaz
de magnanimidad y clarividencia histórica, pero no menos capaz de
ruindades y orgullo. El resultado es una imposibilidad de prever la
conducta norteamericana, lo cual se traduce en temor y falta de con­
fianza en los objetivos norteamericanos (La arrogancia del poder, 1967
pp. 285-387 y 282-383. Edición original de 1966).

Fulbright contraponía la tradición del humanismo


democrático, partidario del compromiso, con la del purita­
nismo intolerante, de áspero y airado moralismo, que tom a
los conflictos en cruzadas y aplica una moralidad hipócrita.
No encontró el famoso senador mejor ilustración de esa ten­
dencia hacia el dogmatismo y el celo ideológico excesivo en
su política exterior que la guerra contra España, en la que se
impuso la peor de las tradiciones americanas:

El espíritu puritano fue uno de los factores importantes de la breve y


desgraciada aventura imperialista que comenzó con la guerra de
1898. Comenzando con frases emotivas sobre el "destino manifiesto”
y un sentido natural de ofensa moral por las atrocidades cometidas en
Cuba —alimentado por una animada competencia publicitaria entre
los periódicos de Hearst y Pulitzer—, Norteamérica forzó a España a
una guerra cuando España estaba dispuesta a pagar cualquier precio,
que no fuera la humillación total, con tal de evitarla. La guerra fue
iniciada para liberar al pueblo cubano, y terminó siendo Cuba puesta
bajo el protectorado norteamericano, con lo que se inauguró una
centuria de intervención norteamericana en los asuntos internos de
Cuba [...] (ibídem, p. 290).
La guerra contra España fue la prim era intervención
que los am ericanos em prendieron con el espíritu de una
cruzada justiciera, aunque im pulsados por el sagrado inte­
rés patrio. Un caso tem prano de aplicación de esa doble
m oral en su política exterior, que ya denunció en su
momento el jurista e historiador Rafael Altam ira. Los
Estados Unidos comenzaban a construir su im perio utili­
zando el argumento hum anitario, justificándolo siempre
con una ideología progresista y liberal que apelaba a la
liberación de los pueblos oprim idos. Las conquistas, pos­
teriorm ente, se enm ascaraban bajo fórm ulas jurídicas que
evitaban el reconocim iento de su condición colonial, lo
que resultaba muy eficaz para tranquilizar la conciencia de
la opinión pública interna y m antener intacto el mito del
" excepcionalism o ” estadounidense.

MITOS NACIONALES CONTRAPUESTOS

El mito del excepcionalism o am ericano se correspondía, a


su vez, con otro mito nacional español muy propio de
principios del siglo XX: el de su "excepcionalidad” , que
podría definirse como la creencia de que España, desde la
edad moderna, había seguido un destino histórico d istin ­
to, si no opuesto, al de los países europeos más avanzados.
La Generación del 98 adoptó una visión pesim ista de la
historia de España, que planteó de form a dramática la n e­
cesidad de explicar una experiencia histórica percibida en
térm inos de fracaso. Derrota, atraso, incapacidad de acce­
der al mundo m oderno, fueron los térm inos que se u tili­
zaron para caracterizar la situación histórica del país. La
noción de fracaso enlazaba además con otra categoría de
más antigua raigam bre: la "decadencia” , térm ino utilizado
para caracterizar la trayectoria de España en el conjunto
de la Europa moderna. La cuestión de la decadencia se
había convertido en un tópico del pensam iento español
desde mucho tiempo atrás, pero los regeneracionistas de
finales del siglo XIX convirtieron el concepto de decaden­
cia en la clave explicativa de la historia de España. El
desastre de 1898, con la pérdida de los últim os restos
coloniales, no parecía más que la consum ación de un largo
proceso que arrancaba con el quebranto de su poder hege-
mónico en el siglo XVII, y había continuado con la in d e ­
pendencia de su im perio continental.
Ese sentim iento de ser una nación con un destino
histórico diferente y peculiar, "excepcional” , muy exten­
dido en la España de entonces, daba lugar a dos reacciones
esenciales muy dispares. La prim era, muy bien rep resen ­
tada por M arcelino Menéndez Pelayo, consistía en reiv in ­
dicar esa "españolidad” que distinguía al país como nación
y cultura excepcional, cultivar su singularidad y disfrazar
ese sentim iento de inferioridad que latía en el fondo con
un exagerado orgullo y un tenaz nacionalism o. La defensa
del pasado nacional frente a las ofensas de la leyenda
negra y la preservación de las esencias patrias eran las
tareas que se im ponían para sus partidarios. Esta orienta­
ción fue utilizada, posteriorm ente, como justificación
para im poner regím enes autoritarios y dictar medidas
represivas, ya que la dem ocracia, una de las m anifestacio­
nes de la m odernidad que no habíam os alcanzado, parecía
no adaptarse a la idiosincrasia nacional. La otra reacción
consistía en intentar recuperar la senda perdida de la
m odernidad, haciendo de España un país "norm al” , es
decir, reform ando su cultura y sus instituciones sociales
para ponerlas en sintonía con las de los países más avan­
zados.
Solo un año después del desastre, el ?o de junio de
1899, el diputado liberal Eduardo Vincenti decía en las
Cortes que la derrota m ilitar ante los Estados Unidos había
sido la consecuencia, sobre todo, de la inferioridad cien­
tífica y técnica española.

Yo no cesaré de repetir —decía—que, dejando a un lado un falso patrio­


tismo, debemos inspirarnos en el ejemplo que nos han dado los Esta­
dos Unidos. Este pueblo nos ha vencido no solo por ser el más fuerte,
sino también por ser más instruido, más educado-, de ningún modo por
ser más valiente. Ningún yanqui ha presentado a nuestra escuadra o a
nuestro ejército su pecho, sino una máquina inventada por algún elec­
tricista o por algún mecánico. No ha habido lucha. Se nos ha vencido en
el laboratorio y en las oficinas, pero no en el mar o en la tierra (Política
pedagógica: treinta años de oída parlamentaria, 1916).

Según los argumentos de este diputado, la derrota en


Cuba había sido una derrota científica y tecnológica, no
estrictam ente m ilitar. Vincenti, conviene aclararlo, p e r­
tenecía a la Institución Libre de Enseñanza, que entonces
llevaba a cabo una intensa campaña para reform ar la en se­
ñanza en España, para que se destinaran a ella más recur­
sos y para que se hiciera de form a más racional. En 1907
sería uno de los prim eros vocales de la recién creada junta
para A m pliación de Estudios (JA E ).
Otro destacado científico y tam bién vocal de la JAE
entre 19 0 7 y 1938 , José Rodríguez Carracido, expresaba la
m ism a idea en 19 0 9 , que coincidía con el sentir de muchos
intelectuales de la época:

El problema de la educación científica en España se ha planteado


como necesidad apremiante inmediatamente después de la pérdida
de los últimos restos de nuestro poderío colonial. Replegada en sus
lares solariegos el alma nacional, hizo examen de conciencia y vio con
toda claridad que había ido a la lucha y en ella había sido vencida por
su ignorancia de aquellos conocimientos que infunden vigor mental
positivo en los organismos sociales. Refiriéndose a los títulos de las
asignaturas de la segunda enseñanza, alguien dijo donosamente que
nuestra derrota era inevitable, por ser los Estados Unidos el pueblo
de la física y de la química, y España el de la retórica y la poética (Estu­
dios histórico-críticos de la Ciencia Española).

Para Ram iro de Maeztu, la m odernización debería


basarse en un proyecto de tran sform ació n capitalista
inspirado por "el prodigioso desarrollo de la república
am ericana” (Hacia otra España , 18 9 8 ). Todos estos razo­
nam ientos eran sim ilares a los que se escucharon en
Francia tras la derrota ante Prusia en la guerra de 1870.
En am bos casos el desastroso resultado de la contienda
fue interpretado como el triunfo de la técnica y de la
ciencia sobre la cultura hum anística tradicional. A quella
debacle im pulsó en Francia un vasto program a de m o d er­
nización de la enseñanza universitaria, científica y téc­
nica, copiando los sistem as alem anes de enseñanza
u niversitaria. No es extraño pues que la hum illación ante
N orteam érica diera lugar a sim ilares análisis: la derrota
era consecuencia de la in ferio rid ad técnica del país; y
parecidas conclusiones: había que im itar los métodos de
enseñanza del vencedor.
La interpretación que cada sociedad se hacía del otro
se fundaba, por lo tanto, y de manera primordial, en la im a­
gen que cada grupo nacional se forjaba de sí mismo, que se
plasmaba en los diferentes mitos nacionales a los que hemos
aludido. Es importante observar, para entender las miradas
cruzadas entre esas dos sociedades, que el mito del "excep-
cionalismo” norteamericano se basaba en un sentimiento de
éxito histórico, mientras que el mito de la "excepción” espa­
ñola se alimentaba del sentimiento de fracaso: fracaso en la
salvaguardia de su imperio colonial cuando el resto de las
potencias construían el suyo; fracaso en el cultivo de la
ciencia m oderna, que no había germ inado en el país;
fracaso al no haber conseguido construir una sociedad
próspera e integrada. Se trata de dos mitos narcisistas que
en el siglo XX im pregnaron profundamente la visión que los
dos pueblos tenían de sí m ism os, y que form aron, por
decirlo así, la atm ósfera en la que se desarrollaron todos
los contactos entre las dos sociedades. Sobre el fondo de
esos mitos nacionales se levantaban las respectivas im á­
genes nacionales, unas representaciones esquemáticas y
sim plistas del otro que se form aban como producto del
sedim ento de la historia.

UN MODELO DE 'SOCIEDAD DE MASAS’

En las prim eras décadas del siglo XX, la im agen de Estados


Unidos entre los europeos era la de un país identificado
con la m odernización y en continuo dinam ism o social, un
laboratorio donde se podía contem plar por adelantado el
futuro que nos esperaba, con todos los tem ores y esperan­
zas que ello despertaba. Igual que antes ocurrió con el
peligro democrático, la m odernización que representaba
ese país siguió provocando la aprensión y la angustia entre
los sectores conservadores que intentaban preservar un
modo de vida más estable y tradicional. A ellos se sumaron
también muchos representantes de la elite intelectual euro­
pea, asustados por el avance del modelo de sociedad iguali­
taria y de masas que representaban los Estados Unidos.
Ellos fueron quienes forjaron el tópico de ese pais caracte­
rizado por la vulgaridad, la ordinariez, la falta de refin a­
miento y de sofisticación, un páramo cultural e intelectual
dirigido por nuevos ricos burdos y sin estilo, incapaces de
alcanzar una espiritualidad elevada. La imagen de nación
incivilizada, materialista y sin principios que había forjado
el tradicionalismo católico se transform aba ahora, a manos
de las clases distinguidas europeas, en el arquetipo de la
sociedad de masas, plebeya y grosera.
El ascenso de aquel país-continente como potencia
mundial, y su intervención en Europa durante la Prim era
Guerra M undial, en "defensa de los ideales de la civiliza­
ción” , provocó inevitablem ente una nueva curiosidad
hacia esa joven nación. Hasta entonces los Estados Unidos
se veían físicam ente lejanos, su voz no se había hecho oír
en las relaciones políticas intereuropeas, y sus m anifesta­
ciones culturales resultaban exóticas para el gusto euro­
peo. Pero fue en aquel tiempo cuando se extendieron en
Europa las prim eras m anifestaciones de la cultura popular
estadounidense —el cine de entretenim iento, el jazz, c ie r­
tas pautas de consum o...—. Todo ello dio lugar a toda una
serie de valoraciones, casi siem pre negativas, del modelo
de sociedad americana.
El tópico de la crisis de Europa tras la Gran Guerra era
un tema repetido por los ensayistas y pensadores euro­
peos, y el nuevo liderazgo alcanzado por A m érica fue uno
de los motivos por los que se insistió tanto en esa idea. Los
m ism os autores que se preocupaban por el destino de
Europa utilizaron el modelo am ericano, a modo de reacti­
vo, para identificar los peligros que amenazaban a la civ i­
lización del Viejo Continente.

UNA VISIÓN EUROPEA DE LA AMÉRICA MECANIZADA

En la segunda mitad de los años veinte y prin cipios de los


treinta se publicaron un buen número de obras que se
proponían identificar los elem entos específicos de aquel
modelo. Las más conocidas fueron las de Georges Duha-
mel, A ndré Siegfried, Paul Morand, Waldo Frank —autor
norteam ericano— y el conde K eyserling, traducidas y
comentadas en todo el continente. A l contrario que el gran
y olvidado precedente que constituía la obra de Tocquevi-
lle, Democracia en América, la m ayoría de esos libros perte­
necían al género del ensayo y la requisitoria; no eran el
resultado de profundos análisis sociológicos, aunque p re­
cisamente por ello su influencia inm ediata fue mayor.
Esas obras estaban marcadas por la autocomplacencia
y el carácter prejuicioso de una mirada sobre la joven
A m érica llena de lugares comunes. Gomo sentenció Geor-
ges Duhamel: "A m érica no es una prolongación de la
cultura europea, es una desviación y una ru ptu ra” (Esce­
nas de la vida futura, 19 8 0 , ed. origin al de 19 3 9 ), lo que
no dejaba de se r un consuelo, pues Europa podía estar
enferm a, pero lo peor de sus m ales no provenía de ella
m ism a, sino que ven ía de más allá del océano. En Esce­
nas de la vida futura, A m érica representaba la corrupción
de la civilización occidental p o r el pred om inio de las
m asas, los valores m aterialistas y el im perio de la té c n i­
ca deshum anizada. Era el país de la uniform id ad, de la
m ediocridad esp iritu al y del gigantism o técnico. ¿Era
esa la nueva potencia que iba a suceder a Europa en el
liderazgo m undial? ¿E ran esos los valores destinados a
m arcar el nuevo estadio de la civilización occidental?
Estos escrito res con sid eraron su obligación advertir del
peligro y h acer un llam am iento a la d efen sa de los v a lo ­
res genuinam ente europeos, y lo h icie ro n provocando
un enorm e eco. El peligro era, naturalm ente, la "a m e ri­
canización” de Europa, entendida no ya como una in v a­
sió n de productos o de filia le s norteam ericanas, sino
como una tran sfere n cia unilateral de la civilización m ate­
rialista, utilitarista y grosera de los Estados Unidos hacia
el Viejo Continente.
Es curioso com probar que, en esa prim era fase, el
discurso contra la am ericanización no reprochaba a este
fenóm eno su carácter inducido sino, precisam ente, su
carácter espontáneo, el hecho de que su despliegue fuera
relativamente independiente del contexto diplom ático, lo
que la hacía aún más tem ible. Sin duda, este discurso
"antiam ericano” reflejaba en buena m edida las obsesio­
nes de quienes lo producían y lo utilizaban para reafir­
marse a sí m ism os. D espreciar aquella civilización por
m aterialista ofrecía a los representantes de la elite euro­
pea "cultivada” la ocasión de poner de relieve cualidades
"desconocidas al otro lado del A tlántico” ; les hacía sen tir­
se más espiritualistas.
La m anifestación de resistencias al increm ento de la
influencia am ericana en Europa no era algo nuevo. Ya nos
hemos referido al libro de W illiam Stead y a la obra Ariel
(19 0 0 ), del escritor uruguayo José Enrique Rodó, que
popularizó en el mundo hispano la im agen de los Estados
Unidos como un grosero Talibán del norte amenazando la
cultura latina representada por A riel. Aquella obra, escrita
justo después de la guerra de 1898, era un síntom a in eq u í­
voco de que las sociedades latinoam ericanas percibían
desde entonces, de form a clara e im periosa, la amenaza de
la civilización m aterialista del norte. Gozó tam bién de una
gran popularidad en España, donde fue presentada por
Rafael Altam ira como una guía de vida para la juventud
com prom etida con su tiempo.

EL FUTURO ESTÁ EN AMÉRICA

Tal y como reflejaba el título del libro de Duhamel, los


Estados Unidos eran una anticipación del modo de vida
futuro, el país en el que resultaban más visibles las singu­
laridades de una etapa del desarrollo histórico. Lo advirtió
muy bien Luis A raquistáin, uno de los españoles que más
se interesó por diseccionar las peculiaridades de la socie­
dad americana.
Esta civilización de cantidad y dinamismo no puede interpretarse
como una variedad, como una particularidad de un pueblo, sino como
un grado superior de desarrollo en el proceso universal; por lo tanto,
para un observador con visión histórica no puede ser considerada
como un tema puramente pintoresco, lo cual sería tan pintoresco
como juzgar como pintoresco un tren porque se le contempla desde el
punto de vista de una diligencia (El peligro yanqui, 1931, p. 2,2).

Sin embargo, casi todos los autores se dejaron llevar,


im perceptiblem ente, por la pendiente que va de la denun­
cia de las tendencias de un estadio histórico, al discurso de
desconfianza hacia el país que m ejor representaba esas
tendencias, como si fuera una singularidad o una inva­
riante de su ser nacional. A m érica se convertía en un
"individuo histórico” con una peculiar civilización, y todo
lo que no coincidía con el estereotipo era descartado del
cuadro como carente de interés y de significación.
El tono de estos ensayos denotaba varias cosas: en
prim er lugar, una conciencia de superioridad europea,
que se convertía fácilm ente en un complejo de soberbia
continental. A l juzgar la civilización am ericana, de pronto
los intelectuales dejaban de ser franceses, alem anes o
españoles y hablaban como europeos, como si les resulta­
ra demasiado desproporcionado juzgar a los Estados U n i­
dos desde su rincón nacional; se subían al monte invisible
de la unidad europea y desde allí, de continente a continen­
te, formulaban su sentencia. Pero junto a la conciencia de
superioridad latía en estos escritos un reflejo defensivo
ante una Am érica ascendente, expansiva en lo económico e
influyente en lo político. La insistencia en lo espiritual se
produce cuando se incuba un sentimiento de derrota en lo
material. El padre Sobrino, fino crítico de esa condescen­
diente literatura europea, lo resum ía en una frase: "Es
decir, la rica Am érica se ve juzgada por una serie de filósofos
pobres, a través de una m etafísica esencialm ente envidio­
sa” (Introducción crítica a los Estados Unidos, 19 5?, p. 28).
Frente al catastrofismo de esa literatura, inspirada en
una lectura pesim ista del progreso, otros escritores d e­
fen d iero n el m odelo social am ericano por lo que tenía
de utopía democrática y de redención de los trabajadores de
los aspectos más penosos de su existencia, gracias p reci­
samente al m aquinism o. Los intelectuales liberales b u r­
gueses hacían advertencias, con aire serio y som brío, para
evitar el infierno que se vivía allí; pero ¿y si la realidad de
allá no fuera más infernal que la de aquí? Para el escritor
ruso Ilya Ehrem bourg, por ejem plo, el m aquinism o era la
manera de liberarse de la servidum bre del trabajo, una
forma de obtener más tiempo que dedicar al ocio y a la
cultura ( j o CV, i ^3 o ). La izquierda, en general, era menos
reacia a aceptar la sociedad de consumo de masas, aunque
ello supusiera el em pobrecim iento de la alta cultura, si
con ello las clases trabajadoras alcanzaban un mínimo
confort y ganaban un poco de tiempo para su vida p erso ­
nal. Desde su perspectiva, "la m asa” tenía el derecho a
conseguir que la vida m aterial, esa pobre vida que era su
único bien y su única certidum bre, les resultara lo más
dulce posible. Los am ericanos lograban producir riquezas
en cantidades desconocidas, y conseguían a la vez rep ar­
tirlas dem ocráticamente, cosa que la m ayoría de los euro­
peos no eran capaces de ver. Los logros del taylorism o y el
fordism o no resultaban tan siniestros si redundaban en
una m ejora del nivel adquisitivo de los obreros.
Es curioso com probar que ya entonces la actitud ante
la civilización am ericana servía de criterio pertinente para
distinguir entre posiciones de izquierda y de derecha, con la
particularidad de que los frentes estaban entonces orienta­
dos a la inversa de como lo estarían durante la Guerra Fría.
Hasta 1945 una gran parte de la opinión de derechas,
influida por su desconfianza hacia la dem ocracia igualita­
ria y sus tem ores ante una crisis general de la civilización,
se mostraba especialm ente am ericanófoba. Por el contra­
rio, la am ericanofilia se asociaba a los sectores reform istas
y progresistas, más optim istas ante la m odernidad, más
confiados ante las virtudes liberadoras del m aquinism o y
todavía poco sensibles al tem a del im perialism o nortea­
mericano, excepto en el contexto hispano, como ya hemos
apuntado. Todo ello es una dem ostración de cómo los
ejem plos extranjeros sirven a menudo para nutrir de
argumentos las batallas internas.

EL PELIGRO DE LA RAPACIDAD AMERICANA

¿Qué posiciones adoptaron los intelectuales de la Pen ín­


sula al respecto? ¿Cuál fue la percepción española de las
ventajas e inconvenientes del "m odelo am ericano” ?
Tomaremos las obras de dos escritores representativos,
escritas en el periodo de entreguerras y que gozaron de
una gran repercusión por la calidad de sus autores y por el
estilo ensayístico que adoptaron. Uno representa el recha­
zo de una "dom inación” extranjera, el otro el tem or a una
"m odernidad” de la que ese país sería la más justa aproxi­
mación. Sus obras serían capaces de crear opinión y de
conform ar una im agen ampliam ente difundida acerca de
ese objeto lejano pero cada vez más influyente que era la
sociedad y la república de los Estados Unidos.
El prim er libro importante (El peligro yanqui, 1924)
recoge las im presiones de Luis A raquistáin tras un viaje
realizado a los Estados Unidos que apenas duró dos meses,
de fines de octubre a fines diciem bre de 19 19 . El objeto de
aquel viaje era asistir a la Conferencia del Trabajo de Was­
hington, como m iem bro de una delegación de la UGT en la
que tam bién estaban Largo Caballero y Fernando de los
Ríos. Eso explica que varios capítulos del libro se dedica­
ran a analizar la organización sindical y la situación de la
clase trabajadora de ese país. A raquistáin, que había sido
un ferviente propagandista —a sueldo— de la causa aliada
en la reciente guerra europea, era entonces, además de
dirigente sindicalista, director de la revista España—p u es­
to en el que sucedió a Ortega y Gasset desde marzo de
19 16 —, un sem anario que se había convertido en portavoz
de los intelectuales críticos y de la oposición de orienta­
ción republicana.
El título del libro de Luís A raquistáin era ya su ficien ­
temente expresivo de su intención: ¿peligro para quién?
"Para el mundo entero; incluso para los m ism os Estados
Unidos. Esta gran nación se nos ha antojado un trasunto
de la A lem ania que se em briaga en altivez y m esianism o de
1870 a 1 9 14 .” A sí de contundente se mostraba el autor
desde la prim era página del prólogo. El libro no denuncia­
ba la civilización am ericana, sino la siniestra política de
armamentos navales de la nueva potencia y sus ansias
im perialistas mal disim uladas, lo que dibujaba un futuro
más som brío y trágico de lo que esperaban la mayoría de
los europeos. La civilización occidental volvía a estar en
peligro, no por la revolución rusa, como creían muchos,
sino fundam entalm ente por la guerra, y la nueva potencia
am ericana no tem ía la guerra; más bien se preparaba para
un nuevo choque m ientras decidía hacia dónde dirigir sus
ímpetus expansionistas. De los diversos escenarios donde
era previsible que estallaran nuevos conflictos, el autor
ponía el acento en aquellos que más podían alarm ar a un
observador español:

El peligro yanqui, además, lo es especialmente para el resto de Am é­


rica. El capitalismo norteamericano puede ser espuela de progreso
para las Repúblicas rezagadas de América; pero tras el capital van la
bandera, los ejércitos, las instituciones, la lengua, la cultura del pue­
blo invasor. Admiramos vivamente la cultura anglosajona; ha sido
nuestro mayor sustento espiritual; pero la aborreceríamos si quisiera
imponérsenos, descuajando la personalidad histórica de nuestro
país. Y en cierto modo, cada país americano de lengua española es una
continuación, a veces superada, del nuestro. A España no puede serle
indiferente el futuro de la América de su lengua. Extinguido feliz­
mente el imperio de la materia, queda un imperio ideal, de tipo his­
pánico y fines culturales entre Europa y América. Este imperio del
espíritu es el que nos duele ver amenazado por el peligro yanqui. No
nos dolió la pérdida de las Antillas; antes bien, nos pareció una ley del
tiempo y una sanción histórica a nuestros desaciertos. Pero nos aflige
que un puertorriqueño, por ejemplo, hable el español como un nor­
teamericano. Contra ese peligro específico hemos de estar preveni­
dos españoles e hispanoamericanos.

Era la conciencia de form ar parte de una comunidad


cultural hispana amenazada por el expansionism o de la
civilización estadounidense lo que despertaba esa tem ­
prana crítica al "im perialism o yanqui” , en térm inos sim i­
lares a las voces que ya se habían levantado en A m érica
Latina. A raquistáin denunciaba la diplom acia del dólar y
del garrote, y recordaba las intervenciones en México, en
Haití, Santo Dom ingo y Nicaragua —paradójicam ente
durante el mandato del idealista presidente W ilson—, así
como en Panamá anteriorm ente.
Araquistáin era el continuador de una tradición deci­
m onónica que contemplaba a ese país en el papel que
anteriorm ente representaba Inglaterra como enemigo
histórico de los intereses de España en el continente am e­
ricano. Para los sectores conservadores españoles, el
expansionism o norteam ericano, a pesar de su retórica
anticolonialista, había sido siem pre una amenaza para las
islas que todavía conservaba la m onarquía española en
Am érica. A comienzos del siglo XX, cuando España ya no
conservaba ningún resto de su antiguo dom inio colonial
en Am érica, el intervencionism o en las repúblicas del sur
fue calificado de explotación "neocolonial” y de im peria­
lism o. Luis A raquistáin y otros publicistas retom aron
aquella tradición de denuncia de la política im perialista
"yanqui” en A m érica Latina desde presupuestos m arxis-
tas, en concordancia con la cam paña antiim perialista que
la III Internacional comunista llevaba a cabo entonces en
el continente.
A partir de los años veinte esa crítica antiim perialista
se identificó tam bién con el radicalism o de izquierdas. La
dura represión del sindicalism o revolucionario que se
realizó en los Estados Unidos identificó ese país con el
capitalismo más descam ado y las prácticas burguesas más
represivas —el caso Sacco y Vanzetti fue determ inante—, lo
que acabaría arruinando definitivam ente, entre los secto­
res de izquierdas y los relacionados con el m ovimiento
obrero, la anterior im agen democrática y progresista de
los Estados Unidos. Para el dirigente socialista aquel país
se había convertido en "el baluarte más fuerte del capita­
lism o” . Los frentes políticos se definían a escala conti­
nental: "Los Estados Unidos representan ahora la derecha
social frente a Rusia, que es la extrema izquierda —el resto
de Europa sim boliza el centro, un anhelo de conciliación” .
Araquistáin estaba sem brando los tópicos de la am erica-
nofobia política de la Guerra Fría, estructurada en torno a
la denuncia del país prototipo de la injusticia social, del
capitalism o salvaje, del racism o y sobre todo del im peria­
lism o belicista.
Lo paradójico es que Araquistáin había sido un fe r ­
viente propagandista del m ensaje wilsoniano, del proyec­
to de la Sociedad de Naciones y de la ilusión de establecer
unas relaciones internacionales basadas en la justicia y el
respeto de la voluntad nacional. Ahora denunciaba la con­
tradicción entre estos ideales y el com portamiento de la
nación que los había alentado: "E l máximo im perialism o
en el periodo regido por uno de los presidentes más idea­
listas de los Estados Unidos. ¿Cómo explicarse este contra­
sentido?” . El idealismo estadounidense no había sido más
que la piel de cordero con la que se disfrazaba el lobo de los
intereses im perialistas. A raquistáin inauguraba una co­
rriente de denuncia de las prácticas intervencionistas de la
República im perial cuando aún solo tenían por escenario el
área antillana y las Filipinas. Pero la advertencia se dirigía
tam bién a los europeos, en tonos casi apocalípticos.-

Este niño gigante, todo mecanización e incapaz de toda crítica, es el


que está ahora en el cruce principal de los caminos del mundo, entre
Europay Asia, todo apetencia, sin idea de límite, mesiánico, ávido de
poder, riqueza y gloria, ebrio de propia Historia, no aleccionado aún
por la experiencia común, que es la Historia universal [...] el águila
inquiere con los ojos los países y pueblos donde ha de clavar sus
garras. Tiemblan las víctimas, actuales ya o en potencia-. México, las
Antillas, las repúblicas centroamericanas, las islas del Pacífico [...]
los pueblos hispánicos sienten sobre sus espaldas el escalofrío de las
invasiones [...]

A raquistáin publicó unos años después otro libro en


el que desarrolló extensamente su análisis del expansio­
nism o norteam ericano: La agonía antillana. El imperialis­
mo yanqui en el mar Caribe (19 38). Significativam ente, la
obra comenzaba con un prim er capitulo titulado "La am e­
ricanización de Europa” , donde analizaba los prim eros
síntom as que había observado en París —no en España
todavía— de ese fenóm eno tan tem ible.
Los libros de A raquistáin recogían, de form a precoz,
casi todos los lugares com unes del antiam ericanism o
divulgado por los intelectuales europeos de los años treinta,
a los que nos hemos referido. El adelanto de los Estados
Unidos "en el orden cuantitativo y mecánico” lo calculaba el
autor en medio siglo de ventaja. Por el contrario, la ventaja
de Europa era indiscutible en reflexión, en valores esp iri­
tuales y en su concepción de la sociedad y de la vida.
Y ¿cómo se nos revelaba ese futuro que, al menos en el
orden del progreso m aterial, se podía atisbar contem ­
plando la nación norteam ericana? Esa civilización estaría
dominada por la cantidad, por el afán de lucro y la vulgari-
dad, valores que eran justam ente los opuestos a la calidad
y al hum anism o que se asociaban con la civilización euro­
pea. Y junto a ello, el m aquinism o, hijo de una concepción
cuantitativa de la vida. Pero el m aquinism o tenía un
aspecto positivo para un líder sindical: elim inaba gran
parte del trabajo más penoso que realizan los obreros y,
sobre todo, sustituía las tareas más indignas. "E n muchos
establecim ientos públicos de com er y de beber, el clie n ­
te se sirve a sí m ism o” , señala asom brado el autor. "E l
m aquinism o ha liberado al hom bre de una serie de p re s­
taciones serviles, y con ello ha ganado su economía y su
dignidad” . A sí pues, el maquinism o perm ite que el hom ­
bre se vaya liberando del hom bre, de las derivaciones
serviles de la antigua esclavitud. A cambio "ha surgido una
nueva esclavitud: la del ser humano frente a la máquina [...]
Las m áquinas dan la pauta [...] son los hom bres los que
parecen haberse mecanizado: sus m ovim ientos y la mayor
parte de sus actos tienen la uniform idad y la celeridad de
las m áquinas” .
Estas descripciones evocan inevitablem ente las im á­
genes de Tiempos Modernos (19 36 ), obra del genial Charles
Chaplin, subtitulada "una historia sobre la industria,
sobre la iniciativa individual. La cruzada de la humanidad
en busca de la felicidad” . La película comenzaba con una
secuencia que m ostraba un rebaño de ovejas, seguida de
otra con una multitud saliendo del subway y a continua­
ción la m ism a multitud entrando en una fábrica. A llí, en el
gran complejo industrial, los personajes se convertían
literalm ente en parte del engranaje mecánico que todo lo
controlaba. A raquistáin lo había descrito de form a sim ilar
con doce años de antelación, lo que sirve para demostrar
hasta qué punto era estrecha la asociación entre Nortea­
m érica y los progresos del m aquinism o deshumanizador,
antes de que Chaplin llevara el tema a la pantalla. Por cier­
to, Ghaplin fue el europeo que más influyó, durante el
periodo de entreguerras, en la form ación de una cierta
im agen de Am érica.

ORTEGA Y LA SOCIEDAD DE MASAS AMERICANA

El segundo autor que analizó extensam ente las caracterís­


ticas del modelo am ericano, sin haber viajado a los Esta­
dos Unidos, fue el filósofo y periodista José Ortega y
Gasset. Sus prim eros com entarios sobre la sociedad am e­
ricana aparecieron en marzo de ig ? 8 , muy poco antes de
que el libro de Duhamel hiciera de la am ericanización un
tem a de debate público. La prim era referencia es circuns­
tancial, incluida en un artículo dedicado a la interpreta­
ción que hizo Hegel del Nuevo Mundo como un espacio
esencialm ente prim itivo:

Si hoy reviviera y asistiese [Hegel] a la magnífica escena de la vida


"yanqui”, con todas las maravillas de su técnica y organización ¿qué
diría? ¿Rectificaría su criterio? Es de sospechar que no. Todo ese
aspecto de ultramodernidad americana le parecería simplemente el
resultado mecánico de la cultura europea al ser transportada a un
medio más fácil, pero bajo él vería en el alma americana un tipo de
espiritualidad primitiva, un comienzo de algo original no europeo.
En suma, lo que estimaría de América sería precisamente sus dotes
de nueva y saludable barbarie. De estas y no de su técnica europea,
mera repercusión del Viejo Mundo, dependería, en su opinión, el nue­
vo estadio de la evolución espiritual que América está llamada a repre­
sentar. ¿Cuál sería este? ¿Cuáles sus rasgos distintivos? Hegeí aparta
con temor su vista del tal problema y dice: "Por consiguiente, América
es el país del porvenir” . En tiempos futuros se mostrará su importancia
histórica ("Hegel y América” , en El espectador Vil, 1929-1930).

En esta breve caracterización aparecen varios de los


topoi más comunes en la im agen de A m érica de esos años:
compendio de modernidad, espejo del futuro, y al mismo
tiempo ejem plo de espiritualidad prim itiva y amenaza de
barbarie.
Quizá no sea casual que la obra en la que Ortega trata­
ba extensamente de la sociedad estadounidense, para u ti­
lizarla como arquetipo de algunos de los fenóm enos que
caracterizaban su época, fuera La rebelión de las masas,
libro publicado en i g 3o. Era el momento en que el triunfo
de su modelo social deslum braba a los europeos, justo
antes de que las consecuencias del crack de 1929 echaran
súbitam ente por tierra el prestigio alcanzado.
En aquella obra fundam ental son constantes las re fe ­
rencias a la sociedad estadounidense como ejem plo de
sociedad-m asa, pero al contrario de lo que pensaban
muchos autores, Ortega no creía que el nuevo protagonis­
mo que adquirían las multitudes en Europa fuera fruto de
la influencia de Norteamérica. El triunfo de la vulgaridad,
el hecho de que ahora "la masa arrolla todo lo diferente,
egregio, individual, calificado y selecto” , no se debía a que
las sociedades europeas se estuvieran conform ando a
im agen de la sociedad americana, sino a que se estaban
nivelando con ella. Ortega construye así una interesante
interpretación del fenómeno-, la clave de lo que estaba
pasando no era la "am ericanización” de Europa, sino la
elevación de su "tono vital” y el triunfo de las m asas a costa
de rebajar el nivel de sus m inorías m ejores, como había
ocurrido antes en Am érica:

Al aparecer en Europa ese estado psicológico del hombre medio, al


subir el nivel de su existencia integral, el tono y maneras de la vida
europea en todos los órdenes adquiere de pronto una fisonomía que
hizo decir a muchos: "Europa se está americanizando” . Los que esto
decían no daban al fenómeno importancia mayor; creían que se tra­
taba de un ligero cambio en las costumbres, de una moda y, desorien­
tados por el parecido externo, lo atribuían a no se sabe qué influjo de
América sobre Europa. Con ello, a mi juicio, se ha trivializado la cues­
tión, que es mucho más sutil y sorprendente y profunda [...] Europa
no se ha americanizado. No ha recibido aún influjo grande de Am éri­
ca. Lo uno y lo otro, si acaso, se inician ahora mismo-, pero no se
produjeron en el próximo pasado, de que el presente es brote. Hay
aquí un cúmulo desesperante de ideas falsas que nos estorban la
visión a unos y a otros, a americanos y a europeos. El triunfo de las
masas y la consiguiente magnífica ascensión del nivel vital han acon­
tecido en Europa por razones internas, después de dos siglos de edu­
cación progresista de las muchedumbres y de un paralelo enrique­
cimiento económico de la sociedad. Pero ello es que el resultado
coincide con el rasgo más decisivo de la existencia americana; y por
eso, porque coincide la situación moral del hombre medio europeo
con la del americano, ha acaecido que por vez primera el europeo en­
tiende la vida americana, que antes le era un enigma y un misterio. No
se trata, pues, de un influjo, que sería un poco extraño, que sería un
reflujo, sino de lo que menos se sospecha aún; se trata de una nivela­
ción (La rebelión de las masas).

Guando Ortega hablaba de las masas no se refería a las


"m asas obreras” , naturalmente, sino al "hom bre m edio” . A
diferencia de Araquistáin, no concebía la sociedad dividida
en clases sociales, sino en clases de hom bres: las masas
por un lado y las m inorías excelentes por el otro. Se trata­
ba de un concepto aristocrático de la sociedad, aunque
para su gusto, la aristocracia histórica debía ser sustituida
por la aristocracia intelectual, esa m inoría selecta encar­
gada de dar un alto ejem plo a la masa. El gran problem a de
su tiempo, desde esa perspectiva, era que al elevarse el
nivel medio de vida, las masas habían dejado de resign ar­
se a ser dirigidas por las m inorías e intentaban im poner
una nueva tiranía, la de las multitudes.
El interés de la sociedad am ericana radicaba ju sta­
mente en que allí se había producido precozmente esa
evolución hacia la nivelación social que ahora tam bién se
hacía patente en Europa. Ortega fue quien m ejor com ­
prendió que el modelo de m odernización americano hacía
a la clase media, y no a la clase obrera, la protagonista de
las esperanzas de la humanidad. Los valores americanos
eran por ello una alternativa al marxismo, sobre todo en la
medida en que el proyecto incluía el objetivo de poner el
mercado al servicio del contrato social —Wilson frente a
Lenin—. Guando Ortega afirmaba que allí el tono vital era
más alto, se refería a que el hombre medio se sentía amo,
dueño y señor de sí mismo y de su vida, que se negaba a toda
servidumbre, que disponía de facilidades materiales, que
vivía con holgura económica y que disfrutaba del confort.
Nada de esto le parecía negativo, salvo las consecuencias
morales que se derivaban de que ese hombre medio im pu­
siera su voluntad: la vulgaridad intelectual, la tiranía del
hom bre-m asa y el riesgo del retroceso a la barbarie: "El
europeo que empieza a predom inar —esta es mi h ip ó te sis-
sería, relativamente a la compleja civilización en que ha nacido,
un hombre primitivo, un bárbaro emergiendo por escoti­
llón, un 'invasor vertical’ ” . Antes había definido al hom ­
bre-m asa como aquel que, sintiéndose vulgar, proclama el
derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias
superiores a él: "Como se dice en Norteam érica: ser dife­
rentes es indecente. La masa arrolla todo lo diferente,
egregio, individual, calificado y selecto” .
Uno de los rasgos más tem ibles para Ortega del ascen­
so de las masas era su com portamiento irracional y violen­
to. Tam bién en este aspecto N orteam érica ofrecía la
dem ostración de las funestas consecuencias que se deri­
vaban del im perio de la multitud: "Cuando la masa actúa
por sí mism a, lo hace solo de una m anera, porque no tiene
otra: lincha. No es completamente casual que la ley de
Lynch sea am ericana, ya que A m érica es en cierto modo el
paraíso de las masas. Ni mucho menos podrá extrañar que
ahora, cuando las masas triunfan, triunfe la violencia y se
haga de ella la única ratio, la única doctrina” .
Aunque se considera a Ortega el prim er teórico de la
sociedad de masas, la idea del peligro que suponía la cre­
ciente p resión ejercida por las masas estaba ampliamente
difundida en el contexto intelectual de su época. Autores
norteam ericanos como Jam es Biyce o George Santayana
—antiguo profesor de filosofía en Harvard— habían soste­
nido tesis parecidas desde un aristocraticism o intelectual
muy sim ilar. Jam es Biyce había insistido en la tremenda
hom ogeneidad de costum bres y form as de pensar de los
norteam ericanos en contraste con los pueblos europeos, y
Santayana —autor de origen español— era un crítico de la
cultura am ericana por la ausencia en ella de valores estéti­
cos y por la tendencia de sus gobernantes a convertirse en
rehenes de algo tan volátil como era la opinión pública.
El propio Walter Lippm ann, autor de la obra clásica
Public Opinión (192:2;) y discípulo de Santayana, heredó de
su maestro el mismo intelectualism o defensivo y su con­
vencim iento respecto a las lim itaciones de la democracia.
Am bos se apoyaban en el concepto tocquevilliano de
"tiranía de la m ayoría” . Ortega tam bién coincidía con
Tocqueville cuando definía precisam ente el liberalism o
como la capacidad de resistencia a la presión ejercida por
la sociedad, la defensa del individuo frente a la im posición
de la opinión de la mayoría. Todo ello pone de relieve que,
en estos autores, el discurso sobre los Estados Unidos se
apoyaba en una ideología cultural más que una ideología
política. Su razonamiento se basaba en el fantasm a del
"paraíso perd id o” de las elites, una idea im plícita que se
oponía sim étricam ente a la esperanza de un "m añana pro-
m etedor” , propia de la ideología de izquierdas: la visión
paradisíaca del pueblo emancipado de las necesidades
m ateriales y del dominio de las viejas aristocracias.
Ciertamente, la crítica al papel de las masas la utiliza­
ba Ortega sobre todo para defender la tradición liberal
decim onónica, que el filósofo creía en peligro, pero la
estrecha asociación que establecía entre N orteam érica y
la completa m asificación de la sociedad, acababa creando
una oposición entre Norteam érica y Europa cargada de
valoraciones. Ortega no creía en la decadencia de Europa,
y menos en que el destino hubiera reservado a los Estados
Unidos el liderazgo que estaba a punto de perder. Se reb e­
laba contra la idea de que los pueblos-m asa —entre los que
tam bién incluía al soviético— fueran a sustituir a los pu e­
blos-creadores en su papel de líderes mundiales.

En última instancia [la fuerza de Nueva York] se reduce a la técnica.


¡Qué casualidad! Otro invento europeo, no americano. La técnica es
inventada por Europa durante los siglos XVIII y XIX. ¡Qué casualidad!
Los siglos en que América nace. ¡Y en serio se nos dice que la esencia de
América es su concepción practicista y técnica de la vida! En vez de
decirnos: América es, como siempre las colonias, una repristinación o
rejuvenecimiento de razas antiguas, sobre todo de Europa. Por razones
distintas que Rusia, los Estados Unidos significan también un caso de
esa específica realidad histórica que llamamos "pueblo nuevo” [...]
América no ha sufrido aún: es ilusorio pensar que pueda poseer las
virtudes del mando.

Aquí aparece otra asociación que desarrolla am plia­


mente en su obra: la que relaciona técnica con prim itivis­
mo, y especialism o con barbarie. Norteam érica se asocia­
ba habitualmente con el dom inio de la técnica, y por lo
tanto con uno de los rasgos característicos de la "cultura
m oderna” . Pero, nos dice Ortega, la técnica no puede exis­
tir si no existe previam ente un interés por la ciencia pura,
desinteresada, y por lo tanto por los prin cipios generales
de la cultura, y eso es precisam ente lo que caracteriza a
Europa: "¡Lucido va quien crea que si Europa desaparecie­
se podrían los norteam ericanos continuar la cien cia!” . La
explicación del triunfo de la técnica en aquél p aís-co n ti­
nente es sencilla para él, y la corroboraría cualquier eco­
nom ista de hoy día: "Todas las gracias peculiares de la
técnica am ericana son casi seguramente efectos y no cau­
sas de la amplitud y hom ogeneidad de su mercado. La
'racionalización’ de la industria es consecuencia automá­
tica de su tam año” .
La conclusión de todo este análisis no podía ser más
satisfactoria para el intelectual europeo.- la A m érica de la
prosperity, del hom bre-m asa, del hom bre standard, lejos
de representar el porvenir, era en realidad la pervivencia
de un remoto pasado, porque representaba el p rim itivis­
mo y la barbarie disfrazadas de m odernidad. Todo era
fruto de una ilusión óptica: el utillaje m aterial de plena
m odernidad ocultaba el relativo prim itivism o caracterís­
tico de su origen colonial.
El norteam ericano era definitivam ente un hom bre
standard, sin person alidad individualizada, sin in tim i­
dad espiritual. Y esa form a de ser no obedecía a ninguna
condición peculiar, ni a la form a de su civilización, ni a su
sistema educativo, sino que era síntom a inm ediato de su
prim itivism o. La dem ostración definitiva de ese vacío
interior del hom bre americano la apoyaba Ortega en un
hecho experim ental, en un ensayo que, al parecer, había
realizado él mism o, no precisam ente con varones, sino
con algún representante de la parte fem enina:

Por lo mismo, no es tampoco nada peculiar la impresión de vacuidad


que deja en nosotros el tipo medio de la mujer norteamericana. Con­
trasta sorprendentemente el pulimento físico de su cuerpo y aderezo
exterior, la energía y soltura de sus maneras sociales con su nulidad
interna, su indiscreción, su frivolidad e inconsistencia. Al ensayar el
europeo intimar con una de estas mujeres, cuyo entorno es tal vez el
más atractivo que hoy existe en el mundo, realiza la experiencia de
laboratorio que mejor confirma la doctrina sustentada por mí [...] La
mujer norteamericana es el ejemplo máximo de la incongruencia
entre la perfección del haz externo y la inmadurez del íntimo, carac­
terística del primitivismo americano ("Sobre los Estados Unidos” ,
publicado en Luz, 37-V II-193?).

Esta últim a cita puede arrojar una mancha de friv o li­


dad a toda la argumentación orteguiana sobre el ser am e­
ricano. El estereotipo de la "m ujer emancipada” americana
tenía ya entonces bastante solera, y había sido sistem á­
ticamente utilizado como piedra de escándalo por los sec­
tores más conservadores: su desprecio de las convencio­
nes, su aparente rechazo de la dom inación m asculina la
hacían parecer como una amenaza peligrosa. Ortega, sin
embargo, se refiere a la m ujer am ericana con condescen­
dencia. Lo más asom broso es que Ortega, que no había
estado todavía en los Estados Unidos cuando escribió esas
opiniones, tenía muy cerca un modelo en el que fijarse de
lo que era la m ujer moderna americana.
UN 'COLLEGE’ FEMENINO EN MADRID

Un pequeño grupo de educadoras y de m isioneras protes­


tantes procedentes de M assachusetts había creado en
M adrid lo que se llamó el Instituto Internacional de Seño­
ritas. En su origen fue el empeño de una entusiasta m isio­
nera, A lice Gulick, que desde 1874 venía trabajando en
España en una obra de enseñanza cristiana y protestante
para niñas, prim ero en Santander, luego en San Sebastián
y finalm ente, desde 19 0 1, en M adrid. Gomo la ley españo-
laprohibía que una organización religiosa como elWomen’s
Board of M issions fuese propietaria de un edificio en Espa­
ña, se creó una corporación aconfesional: The International
Institute for Girls in Spain, que se ocupó de la construcción
de un edificio, al estilo de un College Hall americano, en la
calle Miguel Angel 8, muy cerca de la sede de la Institución
Libre de Enseñanza. La fundación se concibió como "un
regalo de A m érica” al pueblo español, nada más acabar la
guerra hispano-am ericana. En palabras de un miembro
del Comité de Boston: "el pueblo cristiano de Am érica,
como el buen sam aritano, ayuda al país vencido, herido y
abandonado al borde del cam ino” .
El Instituto Internacional, obra del m ovim iento
m isionero protestante y fem inista que se había desarro­
llado en las décadas anteriores en Nueva Inglaterra, se
creó específicam ente para defender la causa de la educa­
ción de la m ujer y tenía por m isión dar una formación inte -
lectual y cristiana a señoritas de clase media y alta, fueran
protestantes o católicas. En un momento en el que la p re ­
sencia fem enina en la enseñanza superior era inexistente,
las "bostonianas” preparaban a las jóvenes españolas para
los exámenes del bachillerato, la escuela normal y poste­
riorm ente la universidad. El propósito empezó siendo
misionero, luego se sustituyó por el objetivo propiamente
fem inista de "sacar a las m ujeres españolas de su reclu­
sión oriental” , y acabó siendo una form a de extender los
m étodos educativos norteam ericanos y m antener una
presencia de ese país en España. El Instituto Internacio­
nal seguía los últim os m ovim ientos pedagógicos de los
Estados Unidos, y a través de su personal llegaron esas
novedades a M adrid.
La relación con los hom bres de la Institución Libre
fue inm ediata y muy estrecha. Gum ersindo de Azcárate
ejerció, desde la instalación de la fundación en Madrid,
como asesor legal del Instituto, y la adm iración entre su
directora y G iner de los Ríos fue mutua. Am bos grupos, los
institucionistas y las m isioneras bostonianas, com partían
una m oral y una ética exigentes. En ambos grupos la fe
religiosa se oponía a la ortodoxia católica del momento y se
acompañaba de la defensa de la libertad de conciencia.
También compartían una convicción profunda en que la re ­
forma de la sociedad solo se podría hacer mediante la edu­
cación, y en especial la educación de la mujer. Era común el
interés por los nuevos métodos pedagógicos que preconiza­
ban la form ación integral del individuo, incluyendo el
aspecto moral, físico e intelectual. Las excursiones por la
naturaleza, los juegos, la educación física, el uso de labora­
torios, el estudio práctico, el destierro de los manuales
obligatorios y de los exám enes m em orísticos eran n o ­
vedades compartidas y aplicadas por los dos centros edu­
cativos, tan próxim os física como ideológicamente. El
círculo de amigos del Instituto se nutrió de académicos
institucionistas y de personalidades de talante liberal que
im pulsaban entonces la reform a educativa en España
—Bartolomé Cosío, Menéndez Pidal, Am érico Castro, el
propio Ortega y Gasset, etc.—.
La labor del Instituto Internacional fue lim itada en su
extensión pero significativa por su gran valor sim bólico.
Concedió becas a jóvenes españolas para estudiar en los
Golleges fem eninos de la costa este de los Estados Unidos,
organizó cursos dirigidos a preparar profesionalm ente a
las m ujeres, y sus profesoras, con un alto nivel profesio­
nal, colaboraron dando clases en los diversos centros de la
Junta para A m pliación de Estudios (JAE) en Madrid. En
19 16 cedieron parte de sus locales para instalar la R esi­
dencia de Señoritas recién creada por la Junta el año ante­
rior. La directora de la nueva Residencia, M aría de Maeztu,
era una antigua colaboradora del Instituto. Poco después,
en 19 19 , tam bién se alquiló el gran edificio de la calle
Miguel A ngel 8 para instalar allí el nuevo Instituto-Escue­
la. El Instituto Internacional acabaría integrándose en
esas dos instituciones, m anteniendo la participación de
profesoras norteam ericanas, y perdiendo completamente
su carácter confesional. Su presencia sirvió para poner en
práctica, de form a cotidiana, la tolerancia religiosa y la
convivencia entre católicos y protestantes.
Pero lo que m ás influyó en la sociedad m ad rileñ a
de su tiempo, más que las clases que ofrecían de gimnasia, de
quím ica o de inglés, fue el ejem plo directo que suponia la
presencia de esas m ujeres. El trato diario con esas profe­
soras era la m ejor dem ostración de lo que podía llegar a
hacer una m ujer independiente. Suponían, para las jó v e ­
nes españolas más avanzadas que trataban de hacer carre­
ras universitarias, un modelo vivo de m ujer m oderna al
estilo am ericano, profesional, emancipada y con un de
tipo de vida desconocido para ellas. Las bostonianas acos­
tum braban a pasear solas por la ciudad cuando ni siquiera
las pupilas de M aría de Maeztu en la Residencia de Señ o­
ritas tenían perm itido salir sin que alguien las acom paña­
se. Según sus tendencias políticas y religiosas, unos
españoles se escandalizaban por el pernicioso ejemplo
que representaban, m ientras que otros las adm iraban por
su sólida preparación académica y por su empeño en
defender la verdadera tolerancia en su colegio.

APORTACIÓN AMERICANA AL RENACIMIENTO


DE IA CIENCIA ESPAÑOLA

Algunos varones selectos tam bién tuvieron ocasión, en el


prim er tercio de siglo, de experim entar una inm ersión en
la sociedad am ericana gracias a las becas de la JAE. La
m isión principal de esta Junta, como es sabido, consistía
en enviar pensionados al extranjero para com pletar su
form ación profesional o científica en los laboratorios,
universidades y centros de investigación de los países más
avanzados. En los prim eros años de actividad de la JAE, el
envío de pensionados a los Estados Unidos no superó un
núm ero casi simbólico-, un pensionado por año entre 1908
y 19 14 . El contingente creció con el estallido de la guerra
europea, que cerró el destino de las universidades del
continente: 8 pensionados en 19 15 , 11 en 19 16 , y poste­
riorm ente entre 3 y 7 pensionados por año. Estados U ni­
dos recibió el 3 ,? por ciento del total de pensionados en el
extranjero, frente al 29 ,1 por ciento de Francia, el 2 2,1 por
ciento de A lem ania o el 14 ,2 por ciento de Suiza, los países
más frecuentados. Las razones de ese porcentaje tan bajo
son varias: en prim er lugar, el coste de un pensionado en
Estados Unidos era considerablem ente mayor no solo por
los gastos del transporte en barco, sino por la carestía
relativa de aquel país. Conociendo el criterio extrem ada­
mente austero de la Junta en la utilización de sus fondos,
ese motivo tuvo que pesar considerablem ente. En segundo
lugar, los centros de excelencia más reputados entonces
estaban en Europa, y solo a partir de los años veinte
comenzaron a ser conocidos por su aportación a la ciencia
algunos de los grandes laboratorios creados en los Estados
Unidos. Contando no solo a los pensionados, sino también a
los equiparados a pensionados —es decir, que viajaban por
sus propios medios pero obtenían el reconocimiento de sus
estudios por parte de la JAE—, becarios y profesores, entre
1908 7 19 3 4 , la Junta patrocinó estancias de estudio en Esta­
dos Unidos a un total de 110 investigadores, que realizaron
estancias de 6 , 1 ? o 24 m eses en muy diversas universida­
des y laboratorios de los Estados Unidos.
Estados Unidos se consideraba un buen destino para
los estudios de la ciencia experim ental: investigación
m édica —el prem io Nobel Severo Ochoa fue uno de los
pensionados—, física y química, biología y zoología. En
mucha m enor m edida se cotizaba como destino de la cien­
cia aplicada-, m edicina clínica, m ecánica e ingeniería. El
resto de las ciencias, en especial las ciencias sociales y las
hum anidades, estaban prácticam ente ausentes. Parece
que en cuestiones de derecho, de filosofía, o de historia,
las universidades norteam ericanas no eran apreciadas en
absoluto, es decir, que las disciplinas especulativas o h u ­
m anísticas eran una especialidad europea y no norteam e­
ricana. Solo aparecen algunos especialistas en cuestiones
com erciales y pedagógicas, las más aplicadas, por decirlo
así, de las ciencias sociales. La gran excepción a esta
ausencia de disciplinas sociales y hum anísticas es la p re ­
sencia de profesores de lengua, literatura y arte, que eran
muy apreciados para apoyar la expansión del hispanism o
norteam ericano.
El prestigio científico de los Estados Unidos creció
extraordinariam ente cuando se establecieron lazos de
cooperación con diversas fundaciones privadas estadouni­
denses. Dos m isiones enviadas por la JAE en 19 19 , a cargo
de María de Maeztu y José Castillejo, prepararon el inter­
cambio científico que se desarrolló en el periodo de entre-
guerras. En febrero de 1922 visitó España una delegación
del International Health Board (IH B), organism o depen­
diente de la Fundación Rockefeller, presidido por el Dr.
Wickliffe Rose. Enseguida se entabló una relación de enten­
dimiento y amistad entre esos hombres y los dirigentes de la
Junta, en especial Castillejo y Pittaluga. Los intereses de los
científicos españoles y sus puntos de vista sobre las reformas
a introducir en España parecían coincidir con los de los
directivos de la Fundación Rockefeller, como antes coinci­
dieron con los objetivos de los responsables del Instituto
Internacional. La Fundación pretendía instaurar el estilo
americano de gestión de los programas de salud y aumentar
la eficacia administrativa de la sanidad española. Para ello
mandó expertos a España con el fin de hacer una evaluación
de los servicios públicos de salud, realizó campañas contra la
m alariay otorgó becas para la formación de posgraduados en
sus laboratorios. El procedimiento consistía en formar en
Estados Unidos a jóvenes médicos que ya ocuparan puestos
de responsabilidad administrativa, para que, a su vuelta,
extendieran en su país los métodos aprendidos durante su
estancia. Un total de 4 1 médicos e investigadores se benefi­
ciaron de esas becas entre 1935 y 1936.
Poco tiempo después de que comenzara ese proyecto de
colaboración se creó, también en el seno de la Fundación
Rockefeller, y a iniciativa del hijo del fundador, el Interna­
tional Education Board, destinado a extender a otros países
la labor de promoción de la educación que la Fundación ya
venía realizando en Estados Unidos. Una afortunada coinci­
dencia hizo que el director nombrado en 192.3 para dirigir
ese nuevo organismo fuera el mismo doctor W. Rose, que
había estado al frente del IHB y con quien Castillejo m ante­
nía tan buenas relaciones. El astuto secretario de la Junta no
dejó escapar la oportunidad y consiguió que el nuevo direc­
tor visitara otra vez Madrid, en enero de 1924, para inspec­
cionar los principales laboratorios de Física, Química,
Ciencias Naturales y Agricultura que había creado la Junta.
Una entrevista con el dictador Primo de Rivera y la promesa
de este de que no faltaría el apoyo oficial acabó de conven­
cerle de la conveniencia de financiar el edificio y la instala­
ción de un nuevo Instituto Nacional de Física y Química
(4,20.000 dólares de la época), que se construyó en el com­
plejo que la Junta poseía en la calle Pinar.
Otra afortunada intervención de la Fundación Rockefe-
11er fue el apoyo material que dio a la Comisión nombrada
por la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de
Madrid para llevar a cabo un viaje de exploración, en 1927,
por algunas de las más acreditadas universidades norteame­
ricanas. Los expertos de la Fundación asesoraron a la Junta
Constructora, hicieron la lista de los centros a visitar —que
incluía los campus de Yale, Harvard, el Massachusetts Insti -
tute of Technology, Montreal, McGill, Toronto, Michigan,
Rochester, Washington, Baltimore, Princeton y Colúmbia—
y establecieron los contactos con directivos y responsables.
Aquel viaje fue fundamental para determinar la orientación
global del proyecto de la Ciudad Universitaria de Madrid.
Durante meses conocieron de prim era mano las soluciones
adoptadas en distintas universidades de Estados Unidos
para resolver los múltiples problemas que planteaban esos
complejos docentes. Se entrevistaron con responsables aca­
démicos, administrativos y técnicos. Estudiaron las formas
físicas de implantación en el territorio, las relaciones entre
la universidad y la ciudad, los modos de convivencia, etc.
Para desarrollar una universidad concebida como la
ciudad ideal se siguió el modelo form al en los campus
norteam ericanos. Para el arquitecto responsable del p ro ­
yecto, López Otero, fue un viaje iniciático que transform ó
sus concepciones arquitectónicas. Abandonó el h istori-
cism o ecléctico im perante hasta entonces en España, y
adoptó decididam ente el racionalism o, la expresión pura
y claram ente geom étrica de la estructura y de la función,
cuya más tem prana expresión en España fue precisam ente
la Ciudad U niversitaria de Madrid. En la Junta, antes de
i()27, habían dominado criterios tradicionalistas, y la idea
inicial era la de trasladar a las nuevas construcciones u n i­
versitarias las castizas fachadas de Salamanca y de Alcalá.
Gracias al viaje a Norteam érica, la Com isión pudo cam biar
el parecer de la Junta e im poner el m odelo vanguardista de
construcciones que finalm ente se llevó a cabo. Pero no fue
solo el estilo lo que se importó de los Estados Unidos;
tam bién la escala —los contem poráneos acusaron a sus
prom otores de megalomanía—, la organización y el con­
cepto de la vida universitaria, con sus residencias de estu­
diantes y sus campos de deportes. M adrid tuvo entonces el
campus universitario más m oderno de Europa, que poco
duró, porque la Guerra Civil arrasó los edificios y tam bién
el espíritu que había inspirado aquella em presa.
Estos fueron algunos ejem plos del interés que los
reform adores españoles mostraban por ciertas novedades
desarrolladas en América. No estaban interesados en com­
prender la civilización norteamericana en toda su com pleji­
dad, pero sí en estudiar sus logros como una fuente de
alternativas y de soluciones prácticas. No eran seguidores
entusiastas del modelo americano —como lo fueron en el XIX
los republicanos, y como lo sería en la segunda mitad del XX
cierta derecha "liberal" en el sentido europeo—, pero sí
admiradores y peregrinos ocasionales, que actuaban como
mediadores en lo que consideraban práctico y útil.

NUEVAS FORMAS DE OCIO Y CAMBIOS EN EL PAISAJE URBANO

Para el conjunto de la sociedad española, la cultura n o r­


team ericana se fue convirtiendo desde los años veinte en
referencia universal: el jazz, los bares am ericanos y una
cierta concepción del lujo se con virtieron en algo fam iliar
gracias al creciente control de los m ercados y a la mayor
p resen cia en los m edios de com unicación. La pen etra­
ción y el éxito de los productos cinem atográficos n o r­
team ericanos constituían el m ejor ejem plo de ello. La
industria de la cultura estadounidense convirtió el en tre­
tenim iento en un producto de exportación para una
audiencia de m asas, y de paso divulgó las im ágenes y el
estilo de vid a am ericano por todo el m undo. La industria
cinem atográfica no solo era un nuevo y potente sector
económ ico, sino una actividad que tenía el p oder de fo r­
jar los sueños de los ciudadanos del m undo, de poblar
con sus relatos en im ágenes la fantasía de las gentes, y de
fam iliarizarlas con los com portam ientos, las con ven cio­
nes sociales y los ideales del país donde se fabricaban las
películas.
Con la llegada de la II República parecía que se daban
las condiciones para fundar un m ejor entendim iento
entre los dos países, basado en la defensa de los valores
dem ocráticos com partidos y de las instituciones repu b li­
canas. Pero el cambio de régim en en España coincidió con
la Gran D epresión que sumió a los Estados Unidos en la
m ayor crisis social y económ ica de su historia, alejándolo
aún más de las cuestiones internacionales y de sus in tere­
ses en Europa. Precisam ente esa crisis acabó, aunque
fuera m om entáneam ente, con el espejism o del éxito am e­
ricano. Lo que habían sido triunfos y logros en p ro sp eri­
dad, desarrollo y consenso social, se trocó en depresión,
desorden y pesim ism o. Sus críticos aprovecharon para
hacer leña del árbol caído. Ortega y Gasset no pudo ocultar
su satisfacción, en 198?, al com probar que un autor n o r­
team ericano coincidía con sus ju icios y que, sobre todo,
la reciente crisis económ ica echaba por tierra el mito de la
prosperidad estadounidense:
Después de La rebelión de las masas se publicó el libro de Keyserling,
América, un libro lleno de intuiciones certeras. Yo quise entonces
tratar el asunto en todo su desarrollo [...] proyecté una larga serie de
artículos bajo el título "Los 'nuevos’ Estados Unidos” , de los cuales
solo el primero apareció en La Nación, de Buenos Aires. Estos "nue­
vos” Estados Unidos significaban la "nueva” idea rectificada que
sobre aquel país proponía yo a los europeos y suramericanos. Entre­
tanto, los Estados Unidos, con una celeridad aún superior a mis cál­
culos, se han derrumbado como figura legendaria, y hoy todo el
mundo sabe que sufren una crisis más honda y más grave que ningún
otro país del mundo.

No llegó Ortega a realizar su proyecto porque le absor­


bió la política española del momento, pero dio pistas su fi­
cientes sobre sus ideas, o más bien sobre sus prejuicios,
acerca de aquella sociedad. En realidad fueron autores ame­
ricanos, que estaban siendo traducidos entonces por las
editoriales españolas de avanzada, quienes divulgaron una
versión extremadamente crítica de su propia sociedad. A de­
más deWaldo F ran kysu TheRediscovery of'America (1939), se
hicieron muy populares Sinclair Lewis con su Babbitt (19 ??),
y John Dos Passos con su Manhattan-Transfer (192:9).
La llegada de Roosevelt a la presidencia norteam eri­
cana, en 19 33, se tradujo en una mayor disposición a
cooperar con la República española, por la conveniencia,
según sus palabras, "de tener a España en nuestro lado de
la m esa” . El panoram a internacional estaba cambiando
muy rápidam ente: el retroceso de la dem ocracia en Euro­
pa, a la altura de 19 33, constituía una seria amenaza. Pero
desde la parte española, entre 19 3 1 y 19 36 nadie m iró en
busca de m odelos hacia un país que atravesaba una depre­
sión gravísim a. El novedoso reform ism o del New Deal
coincidió ya con el segundo bienio radical-cedista, y solo
suscitó una atención superficial en la prensa española.
Todos los grupos políticos españoles estaban pendientes
de los cam bios dramáticos que se producían entonces en
Europa.
M ientras tanto, en el M adrid de los años veinte y
treinta había surgido una zona que concentraba todas las
novedades de la incipiente industria cultural americana.
En la Gran Vía m adrileña se iban acumulando los sím bo­
los de esa nueva form a de entender el ocio y el entreteni­
miento que en Estados Unidos nutría una poderosa cultura
de m asas. El cin e, ju nto al d ep orte, em pezaba a se r un
factor determ inante en la configuración del ocio de las
masas urbanas. En la Gran Vía se situaron los palacios
cinem atográficos más lujosos y de mayor aforo, inspirados
en los grandes cines de Nueva York. El sector del cine estaba
copado entonces por las producciones am ericanas: de 400
largom etrajes estrenados en 1984, 357 eran de proceden­
cia norteam ericana, a los que había que añadir otros 37
producidos en Hollywood directam ente en castellano para
el mercado español y latinoam ericano. Frente a ellos, 48
estrenos eran de películas alemanas, 37 francesas y 30
españolas, las m ism as que aportaba Gran Bretaña. Las
grandes productoras am ericanas controlaban tam bién la
distribución en España y poseían salas propias de exhibi­
ción. Casi todas ellas instalaron sus sedes adm inistrativas
en la Gran Vía, junto au n ó de esos grandes palacios cin e­
matográficos que se levantaban con una función em inen­
tem ente representativa.
En el mism o espacio urbano se situaban los bares,
cafeterías y restaurantes de tipo americano, entonces de
moda por su novedosa oferta de comida rápida. Una de las
creaciones de la civilización americana más curiosa para los
europeos de entonces era la aplicación a la vida cotidiana y al
ocio de las técnicas de racionalización ensayadas en la
industria. Los restaurantes "automáticos” proporcionaban
bebida y com ida preparada en serie y a la vista del público,
a la que se accedía introduciendo las monedas en una
ranura. Se ganaba en rapidez y en precio, prescindiendo
del servicio de cam areros. Los bares "am ericanos” tam ­
bién se pusieron de moda, con sus cocktails y taburetes
altos, y con ellos las orquestas de jazz y la moda de la
"m úsica negra” , popularizada entonces por la bailarina
Josephine Baker.
La nueva avenida m adrileña se convirtió en el gran
emporio de los ocios más m odernos, un "barrio cinem a­
tográfico” , flanqueado por vanguardistas edificios m ulti-
funcionales en altura —pequeños rascacielos como el
Capítol o el Palacio de la Prensa— que ofrecían oficinas en
alquiler, muchos de ellos imitando form alm ente el estilo
racionalista y funcional de la arquitectura americana. El
edificio de la Telefónica, diseñado por un arquitecto ame -
ricano para la ITT había inaugurado esta tendencia, au n ­
que todavía incluía una portada barroca en su fachada. El
Capítol era el ejem plo más logrado del nuevo tipo de e d i­
ficio m ultifuncional, capaz de albergar cine, salas de baile,
cafetería, teatro y despachos de oficina a la vez. Hasta la
publicidad de letreros lum inosos que cubría su fachada
recordaba la invasión del espacio urbano por la publicidad
tal y como ocurría en la neoyorquina Tim es Square.
La zona de M adrid más m oderna y más cosmopolita
aparecía así como una representación a escala de cierto
tipo de vida urbana americanizada. A llí se concentraba
una nueva oferta de ocio, ofrecida incesantem ente todos
los días del año, que venía a com petir con los espectáculos
tradicionales —toros, teatro o género chico— y con las
fiestas tradicionales castizas o religiosas. Aquella cultura
del ocio y del entretenim iento "a la am ericana” , basada en
el consumo y en la publicidad, tenía ya entonces una gran
aceptación entre aquellos sectores sociales, reducidos
todavía, que deseaban acceder a form as de vida cosm opo­
litas, fantasiosas j de rutilante modernidad.

A L A R M A Y A D M IR A C IÓ N E N T R E L A S E L IT E S

La Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial


interrum pieron aquella acelerada m odernización de la
sociedad española, visible sobre todo en el m edio urbano,
y cam biaron radicalm ente la form a de relacionarse con el
modelo americano. La crisis bélica supuso un vuelco com ­
pleto en el juego de percepciones e im ágenes recíprocas.
El antinorteam ericanism o se convirtió en uno de los
motivos favoritos de la propaganda del bando nacion alis­
ta, coincidente en esto con los m ensajes de las potencias
fascistas. Estados U nidos se representaba como una de
las cabezas de la hidra judeo-m asónica antiespañola. A la s
viejas im ágenes del 98, recuperadas para la ocasión, se
sum aron los preju icios antiliberales y tradicionalistas
com partidos por todos los grupos que form aban el bando
vencedor, a los que habría que añadir el discurso antim a­
terialista de la Iglesia, incluso anticapitalista en el caso de
Falange. La participación de unos 3 .000 estadounidenses
y canadienses en las Brigadas Internacionales, sostenidas
por el Partido Com unista y organizaciones afines, y el
sum inistro de un volum en importante de m edicinas y a li­
m entos al bando republicano, no m ejoraron la im agen de
los Estados Unidos entre los vencedores.
Las circunstancias de la posguerra tam bién contribu­
yeron a que la im agen de los Estados Unidos sufriera más
distorsiones que nunca. Los españoles evolucionaron sin
apenas m antener contactos con las potencias dem ocráti­
cas durante quince años. La amistad del régim en fra n ­
quista con las potencias del Eje prim ero, su neutralidad en
el conflicto mundial después y, por últim o, la condena y la
cuarentena a la que fue sometido en 19 4 6 , interrum pieron
la participación de la sociedad española en el intercam bio
de ideas y en las profundas transform aciones sociales que
se produjeron en Europa durante esos años. El país vivió
todo ese tiem po en alerta ante la hostilidad del mundo
exterior, a veces verdadera, otras veces inventada por la
Dictadura para ocultar los problem as interiores. Los Esta­
dos Unidos nunca fueron tan vilipendiados como enton­
ces por la prensa y por el discurso público.
Durante la Segunda Guerra M undial se difundió en
España una propaganda oficial antiam ericana ligada a la
adm iración que despertaba la A lem ania nazi entre falan ­
gistas y m ilitares. La crítica a la dem ocracia y al capitalis­
mo am ericano, a sus afanes expansionistas, al carácter
multiétnico de su población, fueron temas habituales.
Posteriorm ente, en los años del aislam iento, cuando el
régim en se reorganizó en torno al catolicismo conserva­
dor y el anticom unism o, Estados Unidos pasó a ser una
amenaza por su dem ocracia liberal, por la corrupción de
las costumbres que reflejaba su cine, y por el vacío e sp iri­
tual e histórico de su civilización m aterialista. A todo ello
se oponía, desde el lado católico, el elogio de la pobreza
y de la austeridad como fuente de altos valores m orales, y
desde el lado m ilitar y falangista, la alabanza de las cos­
tum bres castrenses, el espíritu de sacrificio y la disciplina
social, virtudes que se contrastaban con la m olicie y la
perm isividad americanas.
En 1947, un viajero por los Estados Unidos, el doctor
Luis Amargos Bertrán, contaba así a sus compatriotas sus
impresiones del modo de vida americano:

No, no envidio a esos buenos yanquis, amables y no muy instruidos,


despreocupados e inocentes, codiciosos y al mismo tiempo gastadores,
dominados por el fetichismo del dólar. Aunque parezcan infantil­
mente contentos, no pueden ser felices, o, al menos, jo no acierto a
comprender su felicidad, j me parece que, comparativamente,
muchos de los indígenas que he tratado durante el viaje por las islas
tropicales disfrutan de mayor tranquilidad y gozan de mejor vida
(aunque no conozcan la radio, el cine, los deportes ni la salsa de
tomate) que estos yanquis que ganan muy buenos sueldos, y aun
muchos poseen auto, pero ni siquiera pueden tener un pisito coque-
tón, comer los sanos guisos caseros, dedicarse las madres al cuidado
de sus hijos y disponer de los días tranquilos gozando de la calma del
hogar, el home, que es donde se encuentra la felicidad verdadera. Por
esto —repito—no deseo para mi país una vida como la de aquí. No vale
la pena (citado por Daniel Fernández, 2009).

Los ensueños del falangism o de los años cuarenta


respecto a la hispanidad señalaron a los Estados Unidos y
su Doctrina Monroe como su peor enemigo. En la defensa
de la hispanidad se enfatizó aquella vieja dicotomía que
oponía un mundo espiritual y desinteresado, de altos
valores m orales, liderado por la católica España, frente a
la prosaica y m aterialista civilización americana. Los valo­
res heroicos y ascéticos del ideario fascista tenían ju sta­
mente su contrapunto en el modo de vida norteam ericano,
basado en el confort y el lucro. El cine am ericano era el
escaparate de ese modo de vida, además de una de las
pocas ventanas al exterior en la España aislada y cerrada
autárquicamente de la segunda mitad de los años cuaren­
ta. Es lógico que fuera juzgado muy críticam ente por los
elem entos más nacionalistas y tradicionalistas del rég i­
men, en especial por los falangistas, por su efecto corrup­
tor de las costum bres patrias. R om ero-M archent, un
com entarista falangista, hacía en 194,2 este recuento de los
males introducidos por las películas norteam ericanas en
la sociedad española:
Enseñaron a nuestra juventud cómo desde cualquier esquina, con
una pistola ametralladora, se podía asaltar a un banco. Fomentaron el
espíritu liberal y la mala educación con aquellas películas de argu­
mento vidrioso en las que los buenos eran siempre demócratas y a los
malos se les daba el carácter que convenía a su política. Explicaron un
curso de mala educación al mundo enseñando a las muchachitas a
faltar el respeto a los ancianos, y a los muchachitos a penetrar en las
estancias con el sombrero puesto, poner los pies encima de las mesas
de trabajo, escupir la colilla del puro por el colmillo y sentarse en
mangas de camisa en las terrazas de los cafés. Y esos directores que
pusieron su mejor técnica a este servicio, y aquellos grandes intérpre­
tes que ofrecieron sus talentos a la causa contraria de Europa y de su
civilización, han sido, y lo siguen siendo, nuestros mayores enemigos.
Ellos y su técnica admirable eran droga que envenenaba cerebros sin
preparación; veneno que se subía a la cabeza de las multitudes para
llevarlas a la locura y a la barbarie (citado por Fernández, D. 5009).

Con estos antecedentes, se com prende que los acuer­


dos de 19 53 fueran aceptados sin ningún entusiasmo,
como un precio a pagar para ganar respetabilidad intern a­
cional. Se tem ía el contagio, la extensión de ese virus que
estaba contaminando a los españoles con unos valores
extraños y una m oral relajada, ajena a sus tradiciones.

LOS PREJUICIOS DE LOS ESPAÑOLES SEGÚN LOS SERVICIOS


AMERICANOS DE PROPAGANDA

Guando los servicios am ericanos de propaganda com enza­


ron a trabajar para preparar el acercamiento diplomático,
a partir de 19 50 , sus responsables no albergaban dudas
sobre el problem a al que se enfrentaban. El clima moral y
político dominante en España no favorecía una percep­
ción positiva de la sociedad norteam ericana, sino todo lo
contrario. Según sus inform es, la errónea concepción de
los Estados Unidos que m antenían las elites sociales espa­
ñolas podía dificultar su desem barco en la Península. Los
viejos tópicos de país "esencialmente materialista y hedo­
nista” , vulgar en sus gustos y grosero en sus modos, se refor­
zaban entonces con los rasgos de una degeneración moral
que le hacía doblemente sospechoso a los ojos de los sectores
católicos y conservadores españoles. Los americanos desta­
cados en España señalaban que su país era considerado por
las clases profesionales no solo estéril culturalmente, sino
primitivo en valores morales y sociales:

[...] tienen graves errores de percepción de los Estados Unidos como


la tierra de la discriminación racial donde los negros son linchados,
los judíos son excluidos de la sociedad, el Ku Klux Klan persigue a los
católicos y una desenfrenada masonería está preparando de nuevo
fórmulas de hechicería [sobre] las que España está obligada a man­
tener una continua vigilancia. También somos considerados como el
país de las máquinas automáticas, el divorcio fácil, los hogares rotos,
y dos Cadillacs en cada garaje. Los estadounidenses no son apreciados
por los intelectuales españoles como gente especialmente cultivada,
ni les impresiona nuestra trayectoria en el campo de la literatura clá­
sica, aunque admiten fácilmente que nuestras publicaciones científi­
cas son las mejores en el mundo.1

Otra enorm e dificultad para m ejorar la im agen de los


Estados U nidos era la negativa d isp osición de la Iglesia
católica española, una institución om nipresente en la vida
pública y privada del país, que controlaba la educación, las
lecturas, los espectáculos, las distracciones y casi toda la
vida intelectual. La jerarquía eclesiástica, según los serv i­
cios estadounidenses, "tiende a ver a un hom bre del saco
protestante detrás de cada arbusto. Hollywood, los libros
am ericanos y los divorcios son considerados por el clero
como las term itas de A m érica del Norte que lenta pero
inexorablem ente van carcom iendo la fib ra m oral de E s ­
pañ a” .
El público español en general no parecía tan estricto
en tem as de m oralidad, ni tan exquisito en la valoración de
lo que hubiera aportado aquella nación a la literatura clá­
sica, pero tam bién tenía, naturalmente, una idea estereo­
tipada de lo "am ericano” , en la que Hollywood ejercía de
gran escaparate de la vida de los estadounidenses. El cine
com ercial, el principal producto cultural que llegaba de los
Estados U nidos, era un entretenim iento barato, muy
popular, pero nada valorado por la crítica como producto
de creación y con una consideración social in ferior a otros
espectáculos como el teatro. Pero el éxito popular del cine,
del star system, y de otros productos de entretenim iento
am ericanos como la novela negra o las historias del lejano
Oeste tenían un efecto propagandístico nefasto, porque no
hacían sino reforzar la negativa im presión extendida entre
las elites conservadores de que aquel gran país solo era
capaz de producir cultura de evasión, diseñada para el
escapism o y para la m ercantilización del ocio, un tipo de
cultura pensada para el consumo de masas, y por lo tanto
de muy baja calidad.
Para la mayoría de los españoles —como para el resto
de los europeos—, los Estados Unidos de la posguerra
representaban sobre todo la prosperidad económ ica y el
bienestar material. Su espectacular desarrollo tecnológico
y la m ejora generalizada de los niveles salariales habían
perm itido el acceso masivo de sus ciudadanos a los bienes
de consumo duradero que se asociaban en aquella época
con el éxito económico y social: la vivienda, los electrodo­
m ésticos, el automóvil, etc. Sin duda, desde este punto de
vista, ofrecían un modelo muy atractivo a la Europa devas­
tada y empleada todavía en la reconstrucción de finales de
los años cuarenta y principios de los cincuenta. Para los
españoles, que vivían todavía las consecuencias de la
autarquía, el racionam iento de los bienes de prim era
necesidad y las estrecheces económ icas, la prosperidad de
los am ericanos se elevaba a la categoría de mito. La muy
aguda y em blem ática película Bienvenido Mr. Marshall,
rodada precisam ente en 19 5 ?, es el m ejor ejemplo de
aquella percepción popular de Norteam érica como la tie ­
rra de la abundancia. La letra de la conocida canción que
los habitantes de V illar del Río preparan para recibir a los
am ericanos no deja duda sobre este estereotipo, dibujado
con humor e ironía-.

Los yanquis han venido,


olé salero, con mil regalos,
y a las niñas bonitas
van a obsequiarlas con aeroplanos,
con aeroplanos de chorro libre
que corta el aire,
y también rascacielos, bien conservaos
enfrigidaire.

Estribillo:
Americanos,
vienen a España
gordos y sanos,
viva el tronío
de ese gran pueblo
con poderío,
olé Virginia,
y Michigan,
y viva Texas, que no está mal.
Os recibimos
americanos con alegría,
olé mi madre,
olé mi suegra y
olé mi tía.

El Plan Marshall nos llega


del extranjero pa nuestro avío,
y con tantos parneses
va a echar buen pelo
Villar del Río.
Traerán divisas pá quien toree
mejor corría,
y medias y camisas
pá las mocitas más presumías.

Es curioso com probar que el análisis que hacían los


responsables norteam ericanos del estado de opinión en
España respecto a su país no difiere sustancialm ente del
que nos muestra la m ejor película del neorrealism o espa­
ñol. Y la mayor paradoja es que su argumento fue escrito
en colaboración entre dos realizadores, uno de orienta­
ción comunista, Juan Antonio Bardem , y el otro con un
pasado falangista, Luis García Berlanga.
En aquel retablo burlesco de la España de principios
de los cincuenta aparecen retratados los principales sec­
tores sociales de una pequeña localidad —el país era toda­
vía m ayoritariam ente rural—, cada uno con su idea
estereotipada de lo que eran los am ericanos. El alcalde, un
tipo sencillo y popular, con sus ensoñaciones del viejo
Oeste; el aristócrata altanero que se muestra despectivo
ante esos advenedizos, a los que equipara con los salvajes,
que son la ruina de nuestro antiguo im perio; el cura con
sus obsesiones moi’alistas y sus prejuicios antiprotestan­
tes, que se im agina perseguido por el Ku Klux KLan y acu­
sado ante un tribunal que recuerda directam ente los
procesos del M cCarthism o. La joven maestra, cautivada
por los logros económ icos y tecnológicos del dinámico y
próspero país. El em presario que "sab e” que los am erica­
nos son sim ples e inocentes, y que convence a todos para
montar un show a la m edida de sus expectativas. Y por fin
el cam pesino pobre, que sueña con los am ericanos como
unos Reyes Magos que llegan en avión y le traen de regalo
un tractor que desciende en paracaídas. Todo el pueblo
pide favores a los am ericanos, porque estos estaban a
punto de llegar cargados de obsequios y dispuestos a sacar
al país de la pobreza.
En la ficción de la película la caravana de los am erica­
nos pasa finalm ente por V illar del Río, pero lo hace tan
velozmente que no da a sus habitantes la oportunidad de
exponer sus deseos. Parece que los Reyes Magos solo se
relacionaban con las "altas esferas” y no tenían tiempo de
escuchar las demandas de los pobres habitantes del pue­
blo que, desilusionados, deben pagar los gastos de la fie s ­
ta que habían preparado en su honor. La película se
convierte así en una prem onitoria m etáfora del desencan­
to que produciría la llegada, esta vez real, de los equipos
civiles y m ilitares estadounidenses, no para repartir rega­
los como muchos esperaban, sino para levantar bases
m ilitares y estaciones de apoyo por todo el territorio
nacional. A los españoles se les privó de los beneficios
sociales que hubiera supuesto la aplicación del Plan M ar-
shall, pero no de la presencia m ilitar ni de la campaña de
difusión del American wayoflife que orquestaron las agen­
cias am ericanas de propaganda.
A comienzos de los años cincuenta, por lo tanto,
incluso antes del desem barco de los equipos m ilitares en
la Península, el modo de vida am ericano ya era am plia­
mente conocido por los españoles, aunque muy deform a­
do por estereotipos y prejuicios diversos. Un observador
de la sociedad am ericana, que pretendía explicársela a los
españoles en 19 53, reconocía en su libro que: "tanto se nos
han 'introducido’ los Estados Unidos en nuestra sustan­
cia, que no tienen necesidad de introducción. Se nos ofre­
cen como espectáculo de cine, como técnica en sus
m ecanism os, como fórm ula política en sus instituciones,
como inyectable en sus antibióticos, como panoram a de
esperanza en sus verdes dólares” (José A. Sobrino, Intro­
ducción crítica a los Estados Unidos, 19 5?, p. 7). Como toda
representación colectiva, el valor de las im ágenes no re s i­
de en ajustarse a una realidad, que está fuera del alcance y
de la experiencia de la inm ensa mayoría de los individuos,
sino en su capacidad de proporcionar un conocimiento
m ínim o de form a rápida y sencilla, suficiente para in ter­
pretar cualquier noticia referida a esa nación haciéndola
encajar en esos moldes previos.

EL ABRAZO AL DICTADOR'Y LAS CONSECUENCIAS


SOBRE IA IMAGEN DE LOS AMERICANOS

La actitud oficial hacia los Estados Unidos sufrió un vuelco


radical, como era de esperar, a raíz de los Pactos de 1953.
El hecho de que oficialm ente ese país se convirtiera en el
principal aliado de la España de Franco, tuvo efectos
inm ediatos en la im agen que proyectaba la prensa espa­
ñola. Hasta entonces los tres grandes bastiones del régi­
men: el Ejército, la Iglesia y la Falange, no ofrecían más
que m uestras de hostilidad en sus medios de expresión. A
partir de los pactos, y sobre todo a partir de finales de la
década de los cincuenta, cuando llegó al poder la nueva
tecnocracia ligada al Opus Dei, la representación de los
Estados Unidos en los controlados m edios de com uni­
cación de la Dictadura cambió sustancialmente. Desde
entonces in sistiría en los elem entos de orden de aquella
sociedad, el puritanism o de sus costumbres, la probada
eficacia de su sistem a económico y su com prom iso antico­
munista, en lo que siem pre contaría con el apoyo del régi­
men español. En una Dictadura donde la prensa estaba
controlada y las inform aciones de carácter internaciona­
les eran teledirigidas, las críticas al amigo y benefactor
quedaban vedadas. Ese giro tendría un impacto decisivo a
medio plazo en la evolución del antiam ericanism o con­
servador español.
También se produjo un cambio en la actitud de la Ig le­
sia española, favorecido por algunas iniciativas de los
servicios americanos. La decisión de encargar a Cáritas
Española, la organización benéfica de A cción Católica —y
no al Auxilio Social controlado por la Falange—, la m isión
de canalizar la ayuda social am ericana a partir de 1954, fue
un gesto muy apreciado por la jerarquía católica. Cáritas
experim entó un crecim iento espectacular gracias al im pul­
so que supuso gestionar los donativos de alim entos envia­
dos desde los Estados Unidos. Otra iniciativa muy rentable
políticam ente fue la especial colaboración que los se r­
vicio s am ericanos estab leciero n con los hom bres y las
instituciones del Opus Dei, el grupo de poder entonces
ascendente en España. Entre las personas seleccionadas
por el Foreign Leaders Program se encontraban, por ejem ­
plo, dos de los m iem bros más destacados y carism áticos
del Opus Dei de entonces: Laureano López Rodó y Rafael
Calvo Serer. El prim ero de ellos, uno de los políticos liga­
dos al Opus con más influencia, se inspiró en el modelo
socioeconómico estadounidense para pilotar la m oderni­
zación del país. López Rodó fue quien prologó la traduc­
ción al español de Política y etapas de crecimiento, la
influyente obra del econom ista y politólogo norteam eri­
cano Walt W. Rostow, que se había convertido a comienzos
de los años sesenta en el catecismo de un desarrollo capi­
talista sin revolución, alternativo al com unismo. Rafael
Calvo Serer, por su parte, era una de las figuras intelectua­
les más relevantes del Opus Dei. Fue invitado a visitar
Estados Unidos por prim era vez en 1958, y a partir de
entonces estableció contactos regulares con universidades,
grandes periódicos, escritores y políticos de ese país. Sus
obras posteriores constituyeron una apología descarada del
modelo social americano. En un libro titulado La fuerza
creadora de la libertad (1958), elogiaba el capitalismo popu­
lar, slogan de una campaña propagandística de la época,
como solución para acabar con los conflictos sociales-.

Este capitalismo popular, o nuevo conservatismo, ofrece bajo el


Gobierno de Eisenhower unas características antitéticas de las que
tuvo la economía capitalista, estigmatizada por la actitud del mero
provecho y la pura ganancia. Ahora los hombres de empresa saben
que el bienestar de sus obreros es tan importante para el negocio
mismo como la producción o el mercado [...] El aumento de los nive­
les de producción y el progreso de la técnica permiten así la partici­
pación del trabajo en los beneficios del capital, y al ser redistribuidos
estos por la política fiscal y los seguros sociales, el antiguo proletario
está desapareciendo. Por esto, el nuevo capitalismo popular termina­
rá por acabar con la lucha de clases.

Calvo Serer se hizo el propagandista del pensam iento


derechista estadounidense y el abogado de la colaboración
entre los conservadores norteam ericanos y europeos. Su
caso es representativo de la ruptura que supuso la actitud
del Opus Dei respecto a la tradicional desconfianza, cuan­
do no hostilidad, del catolicismo español hacia lo que
sim bolizaban los Estados Unidos. La ética del trabajo que
predicaba esa organización, su aceptación del liberalism o
económico, la im portancia que daba a la eficacia en la g es­
tión, a la com petencia técnica en la dirección de los asun­
tos públicos, así como su disposición a circunscribir la
religiosidad al ámbito de lo privado, conectaron bastante
bien con el m ensaje am ericano de la época, Sus posturas
muy rígidas en el terreno político y m oral, pero muy lib e­
rales en los temas económ icos coincidían con las de los
sectores republicanos que entonces dom inaban la adm i­
nistración. Otros libros de Calvo Serer siguieron p red i­
cando las virtudes del modelo am ericano, lo que le sitúa en
una tradición europea de autores que reclam aban explíci­
tamente la am ericanización de sus sociedades para no
perder el tren de la m odernidad —el libro de Jean -jacq ues
Servan -Sch reib er, Le défi américain, 1967, fue el que
mayor impacto tuvo—. Eso indica que la am ericanización
tam bién podía ser estimulada por los propios europeos, y
en nuestro caso por algunos españoles situados en puestos
estratégicos o con una capacidad de influencia notable.
Esta revolución en la concepción tradicional de los
Estados Unidos entre los católicos españoles era sintom áti­
ca de un cambio general que experimentó la consideración
de ese país en los años cincuenta. Con la Guerra Fría su
imagen se asoció a valores cada vez más conservadores.
Poco a poco, los intelectuales del régim en y la elite tecno­
cràtica en form ación serían partidarios convencidos del
modelo americano, mucho más adecuado al proyecto de la
España desarrollista de los años sesenta que los modelos
manejados durante el período de la autarquía. La amistad
con Norteamérica dejó de contemplarse en térm inos exclu­
sivamente instrumentales, como un aliado de convenien­
cia, y pasó a considerarse una herram ienta imprescindible
para el progreso socioeconómico, aunque no político. La
sintonía ideológica, el común anticomunismo y, sobre todo,
el apoyo norteamericano al reconocimiento internacional
del régim en de Franco explican la paulatina disolución del
antiamericanismo conservador, que en el tardofranquis-
mo acabó reducido a un fenóm eno apenas residual.
AMERICANIZACIÓN POR CONTAGIO

En los años sesenta la sociedad española experimentó


cam bios trascendentales. M illones de españoles abando­
naron la vida rural y em prendieron un éxodo masivo hacia
las ciudades de las regiones más industrializadas o hacia
Europa. Con la vida urbana y la terciarización de los traba­
jo s cam biaron los hábitos, el control com unitario de las
costumbres disminuyó y la m oral se relajó. Algunos de
esos cam bios sociales se in terp retaro n como signos
de americanización, aunque la mayoría de ellos respondían
simplemente al acelerado proceso de modernización que
estaba sufriendo la sociedad española como consecuencia del
desarrollo económico. Como signos de la evolución propia de
aquellos tiempos, los lazos sociales fundados en el contrato y
en el mercado adquirieron primacía sobre el clientelismo
tradicional o la solidaridad de clase, progresó la fe en las solu­
ciones individuales a los problemas colectivos, aumentó la
tolerancia religiosa y moral, y se produjeron muchas otras
transformaciones que se atribuían a influencias extranjeras,
pero que acompañaban inevitablemente al desarrollismo
español. Algunos de esos cambios se asociaron con un fenó­
meno de americanización, simplemente porque en los Esta­
dos Unidos se desarrollaron un poco antes, y allí se percibían
con mayor brillantez e intensidad. Era una reacción similar a
la que se había producido en el siglo XVIII, cuando los cam­
bios en las costumbres tradicionales se atribuían al afrance-
samiento característico de aquella época.
La sociedad estaba evolucionando, y con ella las
prioridad es de los españoles. Los valores de los años
cuarenta, como el ascetism o, la d isciplin a, la in tra n si­
gencia de la fe verdadera, el patriótico rechazo de las
in flu en cias extran jeras, estaban siendo abandonados
por otros que se parecían mucho a los que se atribuían a la
civilización am ericana y que tanto se habían criticado. Un
representante del sentido común de la nueva clase media,
el escritor Miguel Delibes, reflejaba muy bien ese cambio
de actitud cuando contaba sus im presiones tras una estan­
cia en los Estados Unidos —patrocinada, por cierto, por el
Foreign Leader Program—.

[ ..J no dejan de parecerme pueriles las afirmaciones, no nuevas, de


que el americano no es libre "sino esclavo de la masa” [...] estas afir­
maciones de que el americano es esclavo de la Coca-cola, del automa­
tismo, del espíritu gregario, no dejan de ser ingenuos latiguillos. Si
tener una casa propia con árboles y césped —aunque sea más o menos
semejante a la del vecino—, ver la televisión cada noche, salir de
excursión en automóvil con la familia los domingos y disponer todos
de los mismos ingenios culinarios —frigorífico, lavadora, lavaplatos,
secadora, limpiacalzado, etc.—, es una forma de esclavitud, bienveni­
da sea la esclavitud [...] (Miguel Delibes, Usayyo, 1966, p. 171).

El modelo am ericano que calaba más profundam ente


en el conjunto de la sociedad era precisam ente el que se
relacionaba con sus aspiraciones al bienestar, al ocio
creativo, al consumo de electrodom ésticos, y a una cultura
liberada de censuras y de ataduras m orales. La m oderni­
dad se presentaba, más que nunca, con las modas expresi­
vas y con la cultura de evasión americana. La juventud
empezaba a fascinarse por el jazz y el rock and roll, la nove­
la negra, los cóm ics y la literatura de ficción, el cine am e­
rican o y m ás tarde las se rie s te le v isiv a s. Los estu d ios
de Hollywood cooperaron decisivamente en esa ofensiva de
nuevos estilos de vida "glam urosos” , excitantes o atrevi­
dos. Tam bién un conjunto de revistas y magazines, como
Time, Newsweek, Leader’s Digest, Cosmopolitan, Scientific
American o Glamour, que adquirieron entonces una reso ­
nancia mundial.
La am ericanofilia de entonces, como la am ericanofo-
bia, solo se puede entender en térm inos de clases sociales,
de generaciones y de coyunturas políticas. En unos casos
aparecía como un sim ple signo de snobism o, en otros era
una form a de m ostrar su aspiración a la modernidad,
m ientras que algunos la utilizaron para m arcar su in con ­
form ism o y su rechazo a los cánones del gusto tradicional.
A sí, la cultura popular española se abrirá a muchas de las
novedades que venían de los Estados Unidos, dándole
unas veces un significado político, pero muchas otras con
la sim ple intención de seguir las modas o las últim as ten ­
dencias. Unos trataron de im itar el m ovimiento hippie,
otros quedaron hechizados por la fuerza expresiva de
artistas como Jim i H endrix o Jan is Joplin. Muchos jóvenes
universitarios españoles que viajaron para completar su
form ación se encontraron con los m ovim ientos de protes­
ta de los campus norteam ericanos. La efervescencia social
de los años sesenta hizo compatible durante algún tiempo
la actitud de rebeldía que se extendía en las generaciones
jóvenes con la adm iración hacia los movim ientos de con­
testación de una A m érica alternativa y hasta entonces
desconocida.

D E N U N C IA D E L IM P E R IA L IS M O Y A N Q U I
Y A N T IC A P IT A L IS M O D E IZQ U IER D A S

La entrada de España en la órbita de la potencia hegem ò­


nica del bando occidental, y su creciente dependencia en
todos los órdenes desde los pactos de 19 53, surtieron de
motivos y de argumentos a la incipiente cultura de izquier­
das española. Desde los años sesenta, revistas culturales
con una fuerte tonalidad política, como Triunfo en su
segunda etapa (19 6 3 -19 8 2 ) o Cuadernos para el Diálogo
(1963-1978), la editorial asociada a esta última y la clan­
destina Ruedo Ibérico, encontraron en la crítica de la
influencia americana una razón para minar a la vez la legi­
timidad del régimen y el prestigio de su protector y prin­
cipal aliado. Artículos e informes críticos como los del
colectivo "Arturo López Muñoz”2, periodistas y ensayistas
comprometidos en la denuncia del franquismo como
Eduardo Haro Tecglen o Manuel Vázquez Montalbán, fue­
ron elaborando la crítica de la americanización de España
en sus más diversas manifestaciones. En un ambiente
internacional marcado por las protestas contra la inter­
vención militar en Vietnam, era inevitable que la ola
internacional de antiamericanismo llegara a España, y que
aquí se mezclara con la denuncia del apoyo estadouniden­
se al régimen de Franco y las protestas por la presencia de
bases militares estadounidenses en territorio español.
Aquellas publicaciones de izquierdas, toleradas aunque
vigiladas y a menudo suspendidas, eran los únicos medios
de comunicación que ofrecían una información política
sobre los Estados Unidos no condicionada por el respeto
sacramental que imponía la línea oficial del régimen.

UNA PENETRACIÓN NO DESEADA

El libro de Manuel Vázquez Montalbán, La penetración


am ericana en España, escrito en 1971, supuso un hito en
esa corriente de protestas por las consecuencias de la
americanización, y puede ser un buen testigo de la actitud
de la izquierda española hacia los Estados Unidos en el
final del franquismo. La obra, a medio camino entre el en­
sayo y el reportaje cultural, seguía un itinerario argu-
mental ortodoxo en ese tipo de literatura de denuncia.
Primero hacía una categorización del imperialismo en
general, y de su versión americana durante la Guerra Fría
en particular, inspirándose en teóricos marxistas norte­
americanos para dar mayor consistencia a su análisis.
Luego desmenuzaba las claves geopolíticas de los pactos de
1953 y sus consecuencias favorables a la perpetuación de la
Dictadura franquista. La tercera parte se dedicaba a los efec­
tos de la compensación económica por la instalación de las
bases y la llegada de sus multinacionales, "colonizando” la
econom ía del país. La cuarta y últim a parte se dedicaba a
la "penetración ideológico-cultural” , la aportación más ori­
ginal del autor, y la más difícil, según él, por tratarse de un
nivel que "por ser el más evidente es tam bién el menos
clarificado por los datos” .
Vázquez Montalbán impugnaba tanto la am ericaniza­
ción real como la am ericanización del im aginario colecti­
vo —que no hay que confundir con la am ericanización
im aginaria—. La "colonización cultural” no sería sino un
subproducto de la penetración económica, que a su vez era
el correlato de la penetración estratégica, pero con efectos
especialmente perniciosos sobre el espacio mental de los
pueblos, un espacio interior más que territorial. La cultura,
según este análisis, era parte del arsenal de recursos a d is­
posición del im perialism o americano, un instrumento con
el que los dirigentes americanos trataban de im poner una
concepción del mundo que asegurara su posición imperial.
En el libro se utilizaba una term inología m ilitar para
describir el fenóm eno, como si de una guerra encubierta
se tratara. Se hablaba de "invasión cultural” , de "o fe n si­
vas” , "posiciones ganadas” y "resisten cia” . En el ámbito
de la cultura "con m ayúsculas” , la penetración corría a
cargo de los program as de cooperación científica deriva­
dos de los acuerdos bilaterales —que vim os en el capítulo
3—, las actividades propagandísticas de la U SIA en España
o el proyecto de reform a educativa apoyado por el Banco
Mundial. En el ámbito de la subcultura producida por los
mass-media, la invasión se realizaba a través del cine, la
televisión, la prensa del corazón y la canción popular. El
com plejo industrial de Hollywood no era más que la
expresión cinem atográfica del capitalismo norteam erica­
no, capaz de provocar una sistem ática m ixtificación de las
form as de vida autóctonas, lo que en algunos sectores
sociales derivaba en "auténticos traumas colectivos” . La
difusión por estos m edios de los productos culturales
am ericanos estaba condicionada en todos los casos "por
una utilización estratégica im perial de esa penetración y,
sobre todo, por su carácter de cultura pirata con respecto a
la del país atacado” .
Para el autor, esas m ercancías "subculturales” que se
im ponían al público tenían efectos secundarios perversos.
Aunque no se advirtiera inm ediatam ente, podían alterar
el ADN cultural de un pueblo-, "la invasión de la produc­
ción cinem atográfica norteam ericana no solo tiene valor
por sí misma, sino por su influencia sobre el código lin ­
güístico, mitológico, sim bólico del espectador español” .
Al tratar del cine Vázquez Montalbán ensayaba una intere­
sante crítica de sem iótica que ponía especial énfasis en la
transm isión de mitos y sím bolos referenciales cargados
de valor. Esos mitos estaban alterando la conciencia h is­
tórica del pueblo español y suponían un riesgo de pérdida
de la identidad nacional. Pero ¿cómo funcionaba real­
mente el mecanism o de alienación colectiva? Nuestro
crítico lo describía al explicar la form a en que el espejism o
cinematográfico m anipulaba los deseos y las ilusiones de
la gente: en las salas de cine los españoles eran trasladados
"del neorrealism o de su m edio am biente, en claroscuros
desgarradores, al tecnicolor de la Golumbia Broadcas-
ting” , y allí quedaban hipnotizados por esos héroes im agi­
narios que representaban "todo lo que en su vida pudo
haber sido y no fue, todo lo que en su vida jam ás será” .
El libro incluía una lista de las principales películas
que se habían difundido en España "al servicio de la m iti-
ficación de los nuevos dueños de O ccidente” , agrupadas
por el tipo de m ensajes que pretendían inocular en el
espectador. Estos mitos eran el del héroe individual como
protagonista de la historia; el m aniqueísm o racial; la ley
como arbitrio en la jungla de asfalto; la vida como un juego
desenfadado dirigido por el azar-, y la apología directa del
sistem a am ericano. Con esta m itología se estaría culm i­
nando un proceso de "colonización del sim bolism o, de la
com unicación, del sistem a imaginativo de nuestro p u e­
blo” , que "constituyó una preparación inestim able para la
acogida de los acuerdos hispan o-am erican os” . Aunque las
em presas cinem atográficas actuaban según las leyes del
mercado, tratando de colocar sus excedentes en el m erca­
do europeo, su lógica iba más allá que la colocación de sus
productos como una sim ple m ercancía de entretenim ien­
to. La utilización apologética del cine americano se hacía
con el fin de realizar "una penetración ideológica, una
apología directa o indirecta de un sistem a de vida” .
La publicidad era el complemento perfecto de esta
operación de hipnosis porque "ha promovido un espíritu
de participación en el paraíso del consumo creado, como
por arte de encantam iento, en la fascinación fugitiva de la
pequeña pantalla” . Lo mismo se podía decir de las "re v is­
tas de sociedad” , con su cohorte de estrellas y personajes
rutilantes, o de los personajes de las fotonovelas y de las
series de televisión, que entonces estaban sustituyendo al
cine como gran plataform a de entretenim iento. El efecto
deseado era el mismo: "crear a la larga una insensibilidad
informatizada a la hora de juzgar críticam ente el com por­
tam iento de los Estados Unidos en el m undo” .
Los nuevos ritm os anglosajones, como el rock o el
twist, m erecían una atención especial. Según Vázquez
Montalbán, la dialéctica entre la canción popular españo­
la y la subcultura am ericana se decantó fácilm ente a favor
de esta últim a "por la im posibilidad del desarrollo lógico
—de la prim era—, asfixiada por el dirigism o autárquico,
im perial, épico y andalucista” . Es decir, que la canción
tradicional habría sido rechazada por los jóvenes españo­
les por la m anipulación ideológica que el régim en hizo de
ella, lo que precipitó "la anglosajonización de la canción
española a partir de la acción de arietes, como Paul Anka o
Elvis Presley, y de quinta-colum nistas como el Dúo D iná­
m ico” . Hoy puede sorprendernos que alguien calificara al
Dúo Dinámico como la quinta columna de la cultura am e­
ricana, sohre todo considerando todo lo que ha venido
después. El caso de este famoso dúo podría servir, más
bien, para ilustrar uno de los m isterios de la recepción
cultural: la capacidad de convertir los ritm os importados
de fuera en la m ateria prim a de una nueva canción popular
que ahora todo el mundo considerada esencialm ente
nacional. Lo cual indica que los criterios sobre lo que debe
considerarse nativo o extranjero son esencialm ente con­
tingentes y no paran de cam biar con el paso del tiem po.

EL ANTIIMPERIALISMO AMBIENTE

Es fácil criticar algunos de los supuestos implícitos en el


análisis que hace Vázquez Montalbán de la penetración am e­
ricana. No está demostrado el carácter impositivo que atri­
buye al proceso de americanización; no se ha confirmado la
supuesta conspiración entre directivos de la industria cultu­
ral y dirigentes políticos para emprender una ofensiva ideo­
lógica en el extranjero a través de los productos culturales-,
no hay evidencias de que el pueblo español se dejara m ani­
pular como víctima inconsciente de esa conspiración, ni
parece lógico presentarlo como cómplice por su pasividad y
al mismo tiempo absolverlo condescendientemente de cual­
quier responsabilidad (León, 20 10). Y sobre todo, nada
demuestra que su afición al cine o a las series americanas
haya alterado su universo simbólico hasta el punto de provo­
car un efecto disolvente sobre su identidad cultural.
Pero no debería d escalificarse el ensayo de Vázquez
M ontalbán incluyéndolo sin m ás en la categoría de la
literatura m ilitante antiam ericana, porque su propósito
no era juzgar negativamente los valores ni la form a de vida
americana. Lo que criticaba duramente era su expansión a
costa de otras culturas, su introm isión en la vida política
de otras naciones, su tendencia a sostener dictaduras y
explotarlos recursos ajenos. El antiam ericanism o sería un
sentim iento de antipatía genérica hacia los Estados U n i­
dos y la predisposición a p ercib ir muy negativamente los
productos o las novedades procedentes de ese país, pero el
libro hacía la crítica del com portamiento de sus agentes
políticos y com erciales, no del modo de vida que con tri­
buían a difundir.
Ya hemos señalado que Vázquez Montalbán cita y se
inspira en teóricos marxistas americanos de los años sesen­
ta como Wright Mills, David Horowitz, Paul Baran y Paul
Sweezy. También la revista Triunfo, la más combativa en
estos temas, copiaba en los análisis de la nueva izquierda
norteam ericana. En la revista escribieron algunos colabo­
radores estadounidenses que fueron los críticos más rad i­
cales del sistem a social americano. Thomas G. Buchanan
comenzó a escrib ir en Triunfo en 19 6 3 y colaboró frecu en ­
te hasta su desaparición en 1982;. Este ejem plo pone de
manifiesto un fenóm eno llam ativo: las críticas al sistem a
norteam ericano eran favorecidas por personalidades que
estaban inm ersas en el mismo sistema.
Influidos por la movilización política de esos años y los
disturbios raciales internos, estos críticos establecieron
una estrecha relación entre la investigación académica y la
protesta social. La oposición a la intervención de los Esta­
dos Unidos en el Tercer Mundo, particularmente en Viet­
nam, implicaba una crítica del capitalismo estadounidense
en sí mismo. El capitalismo americano era malvado porque
socavaba la integridad de las personas, el sentido de comu­
nidad, los lazos sociales, y la identidad de las naciones. Los
llamados "críticos del im perialism o cultural” denunciaban
que los Estados Unidos se habían convertido en el agente
universal de la contrarrevolución y del im perialism o beli­
cista, e interpretaban la identificación estadounidense con
la democracia como algo vacío e hipócrita. Fueron, por lo
tanto, los intelectuales norteamericanos de los años sesenta
quienes pusieron en entredicho la legitimidad misma de las
bases morales que sustentaban la política exterior de Was­
hington, y los que interpretaron la exportación de la cultura
americana como una versión de la explotación económica
internacional que practicaba su país.
La Escuela de Frankfurt aportó tam bién su contribu­
ción teórica a esa interpretación de los Estados Unidos
como una sociedad alienada por una cultura de masas que
aniquilaba la libertad, la dem ocracia y la conciencia in d i­
vidual. Los principales representantes de esta escuela
trabajaron en im portantes universidades norteam eri­
canas y llegaron a ejercer una gran influencia entre los
jóvenes universitarios de ese país. El sociólogo Herbert
Marcuse, el más popular de todos ellos, se convirtió en una
especie de líder intelectual para los jóvenes revoluciona­
rios de 1968. Sus análisis teóricos inspirados en el m arxis­
mo ponían de manifiesto el totalitarismo sublim inal de los
medios de comunicación. Animados por la pujanza intelec­
tual de estas teorías críticas, sociólogos, teóricos de la
com unicacióny antropólogos culturales americanos y euro­
peos entablaron un politizado debate sobre el significado y
consecuencias globales de la hegemonía norteamericana.
Se acuñaron térm inos como "im perialism o cultural” ,
"im perialism o mediático” , "contam inación” o "contagio
cultural” para poner de relieve el peligro que representaba
aquella hegemonía para la diversidad cultural del planeta.
El ensayo de Vázquez Montalbán, por lo tanto, no era sino
un limitado intento de trasladar al caso español los an áli­
sis y las categorías que estaban de moda desde al menos
una década antes en los m edios académicos americanos.
Estos debates no pueden desligarse tampoco de la agi­
tación política de aquellos tiempos. Además de los aconte­
cimientos de la época—descolonización, Bahía de Cochinos,
guerra de Vietnam, lucha por los derechos civiles, revueltas
estudiantiles—, los años sesenta contemplaron la aparición
de un movimiento contracultural en los Estados Unidos
que tendría una enorme influencia en la izquierda europea.
La counter-culture, o cultura juvenil subversiva, se en fren ­
taba al sistem a establecido y a las normas sociales dom i­
nantes, defendiendo nuevos valores como el hedonismo, el
pacifism o, el ecologismo o la rebeldía juvenil. Más que un
movimiento estructurado con una doctrina articulada, se
trataba de una actitud anti y de un radicalismo que se ex­
presaba en conductas inconform istas, cambios en la forma
de vestir, liberación de las prácticas sexuales, rechazo del
sistem a educativo oficial, etc. Se trataba de corrientes de
ideas que, como movimientos de mareas, desplazaban en
un mismo sentido infinidad de actitudes individuales hasta
el punto de provocar lo que se llama un vuelco en la opinión
dominante. Un nuevo conjunto de sím bolos y de signos
culturales de origen am ericano inundó las sociedades
europeas, en este caso con una significación radicalmente
distinta a la anterior cultura de consumo.
En qué grado la izquierda española asimiló elementos
de los movimientos contraculturales y de la nueva izquierda
americana, es algo que está por determinar. No contamos
con investigaciones sobre esta otra cara de la "americaniza­
ción” , pero sería muy interesante explorar esa curiosa
forma en que la americanofobia se alimenta de argumentos
y de tópicos que llegan directamente de los elementos con­
testatarios que anidaban "en las entrañas de la bestia” .
A sí pues, el proceso de am ericanización resultaba
im parable pero al mism o tiempo tenía efectos ambiguos.
Un nuevo público, joven en su mayoría, adoptaba formas
culturales contestatarias —especialm ente visibles en la
canción—, como un cauce de identificación y expresión
sentim ental. Vázquez M ontalbán atisbaba el mecanismo
subyacente en ese proceso: la apertura a las influencias
extranjeras es a menudo la expresión de la insatisfacción
de los individuos con su propio entorno cultural, más que
la im posición de una estética ajena. Es decir, que la asim i­
lación de m odelos extranjeros puede ser una manera de
inm unizarse contra sus propias tradiciones y sus mitos
nacionales. El escritor español reconocía la capacidad que
ten ían las nuevas form as culturales —como el rock o la
música pop — de convertirse en señas de rebeldía en un
contexto de im posibilidad de m anifestar su incon form is­
mo en la acción política. Lo que deploraba es que estuvie­
ran "vueltas de espaldas a toda la sem anticidad del p aís” ,
es decir, que se hicieran en una lengua extraña y que sus
contenidos ignoraran la realidad propia.

L A IM A G E N D E LO S EST A D O S U N ID O S
Y LO S PO SO S D E L A H IS T O R IA

Todos los procesos que hem os repasado desembocaron en


una inversión de las actitudes sociales durante el periodo del
desarrollismo: los franquistas, herederos de una derecha
históricam ente antiestadounidense, aparecían como los
amigos de Estados Unidos; y los demócratas españoles,
cuyos antepasados habían asum ido anteriorm ente la
defensa de los valores políticos que representaba ese país,
se convertían en sus críticos más feroces. La prim era
inversión se podía explicar por la acción com binada de la
propaganda am ericana, concentrada en captar a las elites
sociales del franquism o, y la asociación de ese país con los
valores conservadores o la defensa del orden vigente. El
nuevo antiam ericanism o, por su parte, se nutría de diver­
sas fuentes: el resentim iento por el apoyo al dictador, las
posiciones tradicionales del com unismo ortodoxo, la c rí­
tica antiim perialista y anticapitalista de la nueva izquierda
y la influencia de los m ovim ientos contraculturales.
En los años de la Transición, después de más de v e in ­
te años de asociación form al con los Estados Unidos, y
siendo ese país el principal referente de la política exte­
rior y de seguridad española, la m ayoría de los españoles
percibían a Estados Unidos negativamente. Pensaban que
la suerte de la dem ocracia española im portaba poco en
Washington, consideraban que un vínculo m ilitar con
Estados Unidos aumentaba los riesgos en vez de p ropor­
cionar seguridad y rechazaban la presencia m ilitar estado -
unidense en España.
Esta m ala "im agen pública” de los Estados Unidos
entre am plios sectores españoles se ha m antenido prácti­
camente hasta la actualidad. Debido, al menos en parte, a
esa identificación entre franquism o, m ilitarism o y "am e­
ricanism o” , la m ayoría de los grupos políticos que habían
m ilitado en el antifranquism o m ostraron durante la T ran­
sición una actitud reticente, cuando no una oposición
m ilitante, a la continuación de la dependencia americana.
Aquellos m ism os partidos identificaban a "Europa” con
dem ocracia, m odernidad y progreso, lo que explica la
aceptación unánim e y casi sin debate de la adhesión a la
Comunidad Europea. En contraste, la incorporación de
España a la Alianza Atlántica —percibida como una orga­
nización al servicio de los intereses estratégicos am erica­
nos— fue motivo de intensas polém icas y se decidió en un
arriesgado referéndum .
Es sabido que las percepciones son resistentes al
cambio, y que se requiere tiempo y experiencias con tras­
cendencia popular para que creen y se consoliden nuevas
imágenes. El tiempo transcurrido desde la Transición y las
enorm es transform aciones que han sufrido tanto el siste­
ma social español como el sistem a internacional, podrían
hacer suponer que se han dado sobradam ente las condi­
ciones para que la im agen de Estados Unidos haya cam ­
biado profundam ente. Y sin embargo, los datos que revelan
las encuestas realizadas en las últim as décadas ponen de
m anifiesto que la im agen negativa que se tiene de ese país
no ha cambiado sustancialm ente.
En una encuesta realizada en 1987, cuando se estaban
renegociando los pactos m ilitares con los Estados Unidos,
el 50 por ciento de los encuestados consideraban que ese
país suponía una amenaza para la propia seguridad, frente
al 33 por ciento que citaba a la URSS y el 34 por ciento que
citaba a Marruecos. Estos datos reflejaban una extraña
paradoja: para la opinión pública, España tenía un "alia­
do” que resultaba amenazador y un "enem igo” en cuya
amenaza se creía menos, lo que revela, al menos, una d ife ­
rencia de percepción muy grande entre los actores guber­
nam entales y el conjunto de la opinión pública.
La percepción de los Estados Unidos como riesgo
específico para España descendió en los años noventa, coin­
cidiendo con el derrumbe del bloque comunista. Pero al
preguntar en las encuestas qué países amenazaban en
mayor medida la paz mundial y no solo la de España, Estados
Unidos seguía siendo citado por la población en general
como la principal amenaza. Cabe destacar por lo tanto la
persistencia del "peligro estadounidense” , aunque matiza­
do por una gran divergencia entre la población en general y
los líderes. Mientras qne un 31,7 por ciento en 19 9 1 y un
14,2 por ciento de los españoles encuestados en 19 9 3 con­
sideraba qne Estados Unidos era una amenaza para la paz
mundial, solo un pequeño porcentaje, 3,9 por ciento de los
líderes señalaba a ese país como fuente de amenaza.
Sondeos más recientes de la opinión pública española
en m ateria de política exterior, como los del Instituto de
Cuestiones Internacionales y Política Exterior (INCIPE) y
los Baróm etros del Real Instituto Elcano (BRIE), perm iten
calibrar con cierta exactitud la percepción general de
Estados Unidos a comienzos del siglo XXI. El BRIE revela
que en junio de ? o o 3 la percepción desfavorable de Esta­
dos Unidos entre los españoles alcanzaba el 61 por ciento
—frente a un 33 por ciento de respuestas favorables—. El
resultado presentaba sesgos hacia la izquierda, entre los
universitarios y entre los jóvenes, lo que apunta a que la
percepción negativa persistía en los m ism os sectores
sociales. Lo mism o venía a decir la respuesta a una p re ­
gunta del estudio del IN CIPE en la que se pedía a los espa­
ñoles que valorasen la estim a que les m erecían una serie
de países. Estados Unidos obtenía una valoración del 4,72
que le colocaba en la decimosexta posición, igualado con
Egipto. De nuevo las respuestas presentaban un sesgo más
negativo entre los jóvenes, la izquierda y los universita­
rios. Cabe destacar, además, que entre 19 9 1 y 3 0 0 ? la
valoración de Estados Unidos había seguido un curso d es­
cendente.
Estas encuestas solo nos dicen qué proporción está a
favor o en contra de los Estados Unidos, globalmente, sin
explicarnos las razones de fondo, ni aportar indicaciones
sobre el significado de sus opiniones. Contar con cifras las
cohortes de los que están de acuerdo o en desacuerdo es
poco instructivo si se ignora todo de lo que hay tras esas
m anifestaciones. El problem a quizá esté en preguntar a
los individuos su opinión sobre los Estados Unidos como
entidad global. La im agen de un país, y más de un país tan
complejo como ese, es el conjunto de las apreciaciones
parciales que provocan las distintas dim ensiones de su
vida nacional: su sistem a político, sus productos cultura­
les, su modelo económico, su sistem a de educación y cien ­
cia, y tam bién su política exterior. Los especialistas en
marketing dirían que la im agen de Estados Unidos es una
"m arca corporativa” , m ientras que esas im ágenes secto­
riales son "subm arcas” , con un grado de aceptación entre
el público que puede ser muy variable.

LA MARCA CORPORATIVA USA Y LAS SUBMARCAS

Por eso tiene más interés el BRIE de marzo ?o o 3 , que pre­


sentaba los datos distinguiendo lo que les gusta a los españo­
les y lo que no de los Estados Unidos. Los resultados dejaban
clara la positiva apreciación que tienen los españoles del
hacer científico y tecnológico de Estados Unidos —el 66 por
ciento de los españoles lo admira y solo un 27 por ciento n o -
así como su música, cine y televisión —al 60 por ciento le
gusta y al 2,8 por ciento no—. En el prim er caso, además, hay
consenso, de manera que no hay diferencias significativas
entre la población que se considera de izquierdas o de dere­
chas. En lo que se refiere a la cultura de masas, por el contra­
rio, la edad es la variable clave: el porcentaje de admiradores
llega al 70 por ciento entre las generaciones jóvenes m ien­
tras que se queda en un 40 por ciento entre los mayores.
La encuesta revelaba tam bién que solo le gusta la
dem ocracia estadounidense al 3 i por ciento m ientras que
al 50 por ciento no le gusta —la valoración era más positiva
entre la población con un estatus ocupacional alto—. Mayor
era el disgusto de los españoles con la form a estadouni­
dense de hacer negocios y llevar la economía: a un $3 por
ciento no le gustaba y a un 26 por ciento sí. Este último
porcentaje subía hasta el 4,6 por ciento en la derecha y se
quedaba en el 17 por ciento en la izquierda. En este mismo
sentido cabe anotar que el 57 por ciento de los españoles
consideraban malo que las ideas y costum bres de Estados
Unidos se extiendan por el mundo, incluyendo España, y
solo el %%por ciento lo consideraba positivo. Curiosam en­
te, son los jóvenes, los mayores consum idores de la cultu­
ra de masas estadounidense, los que más se oponen a la
hegem onía de sus valores. El porcentaje que lo rechazaba
es del 61 por ciento frente al 4 1 por ciento entre los m ayo­
res de 65 años. También la variable ideológica incide en
ese rechazo: 68 por ciento en la izquierda frente al 42; por
ciento en la derecha.
Los porcentajes de rechazo global del modelo social
americano son sistemáticamente más altos entre los espa­
ñoles que entre el resto de europeos. El fenómeno se repite
cuando se pregunta a ciudadanos de diversas nacionalidades
si las diferencias que hay entre sus países y Estados Unidos
se deben a que tienen valores distintos o a que siguen políti­
cas distintas. Para el 47 por ciento de los españoles, sus dife­
rencias con Estados Unidos obedecen a qne sus valores son
distintos a los de ese país, y solo el 3y por ciento las atribu­
yen a políticas distintas. Esta última explicación alcanza una
media del 55 por ciento entre británicos, franceses, italia­
nos y alemanes. Teniendo en cuenta que valores e historia
están íntimamente relacionados, se diría que en este tipo de
diferencias se hacen presentes los posos de la historia adver­
sos a Estados Unidos que existen en las percepciones de los
españoles y no en las de otros europeos.
Si todo lo anterior reza para una mayoría de españo­
les, tam bién hay una m inoría que tiene una opinión muy
positiva de lo que representan los Estados Unidos. El BRIE
ofrece datos para caracterizar a esa m inoría: está sesgada
políticam ente hacia la derecha y socialm ente hacia la
gente de mayor edad y m enores estudios, m ientras que el
sesgo de la mayoría es el inverso, es decir, hacia la izquier­
da, los jóvenes y las personas con más estudios. La valora­
ción positiva de Estados Unidos entre las personas de
izquierda se sitúa en el i o por ciento mientras que entre las
de derecha alcanza el 4,0 por ciento; en cuanto al liderazgo
estadounidense, solo el 8 por ciento de las gentes de izquier­
da considera que es deseable, mientras que entre las dere­
chas lo desean el 50 por ciento. En resumen, una mayoría de
españoles, en la que predominan las personas de izquierda,
las más jóvenes y las más formadas, tiene una percepción
negativa de Estados Unidos, mientras que la positiva se da en
una minoría en la que dominan las personas de derechas,
mayores y con menos formación. Los abundantes datos que
ofrece el BRIE perm iten estim ar que la m ayoría citada
incluye más del 60 por ciento de los españoles, m ientras
que la m inoría no llega al 3o por ciento.
No existe paradoja en el hecho de que los sectores más
"antiam ericanos” : los jóvenes, los sectores de izquierdas y
los sectores con mayor form ación, sean los más "am erica­
nizados” : los que consumen más productos de aquella
procedencia, se identifican con su estilo de vida y aprecian
las pautas culturales de su sociedad. Su "am ericanofobia”
no se refiere a los valores de la sociedad estadounidense
—libertad, creatividad y prosperidad, según proclam an
sus portavoces oficiales—, sino a su com portamiento como
potencia internacional. Por eso resulta sim plista la acusa­
ción de "antiam ericanism o” : su oposición al liderazgo
internacional de los Estados Unidos y a sus form as de
organización social es compatible con su afición a los p ro ­
ductos de su sociedad civil y con el reconocim iento de que
la sociedad estadounidense es una de las más creativas y la
que más hace progresar la ciencia y la tecnología.
En resum en: parece claro que las percepciones espa­
ñolas de Estados Unidos están, más o menos, donde esta­
ban hace 3o años-, entre los españoles siguen dominando
las percepciones negativas. Los españoles rechazan deci­
didamente el liderazgo estadounidense. Pero cuando se
les pregunta su opinión, no sobre la acción del Gobierno,
sino sobre la sociedad estadounidense, el resultado cam ­
bia espectacularm ente. Es patente la corriente de atrac­
ción que despiertan entre los españoles su ciencia y su
tecnología, así como su música, su cine y el resto de sus
m anifestaciones culturales. Esa adm iración no se extien­
de a las form as que allí adopta la dem ocracia ni a la m ane­
ra en que allí se m aneja la economía.
Evidentem ente, la subm arca "política exterior esta­
dounidense” tiene un peso y una influencia enorm e sobre
el conjunto de la im agen corporativa del país, entre otras
cosas porque esa dim ensión tiene una extraordinaria tras­
cendencia en el destino de las demás naciones. Esto no
ocurre con el resto de los países: en el caso de Suecia, por
ejemplo, no es su política exterior sino el estado del bien es­
tar allí creado el elemento que más contribuye a colorear
su "im agen co rp orativa” exterio r com o país. Todo esto
puede explicar la muy diferente valoración que reciben los
diversos aspectos de la nación estadounidense.
Una últim a constatación: según los datos que hemos
visto, la propaganda y la diplom acia pública am ericanas,
cuyo despliegue vim os en el capítulo anterior, han tenido
a la larga muy pobres resultados. Si su propósito era hacer
una gestión rentable de la "m arca corporativa nacional” ,
procurando realizar una tran sferen cia de legitim idad
entre las dim ensiones m ás apreciadas en el extranjero, los
productos culturales y tecnológicos, hacia las menos valo­
radas o directam ente rechazadas, la política exterior, las
tendencias de la opinión española parecen confirm ar que
no lograron su propósito.

NOTAS
i. Estas citas proceden de ios c o u n t r y p l a n s elaborados por el USIS en España en
los años cincuenta, consultados en los archivos del Departamento de Estado
norteamericano.
Seudónimo tras el que se ocultaban los economistas Santiago Roldán, Juan
Muñoz y José Luis García Delgado.
CONCLUSIONES

La am ericanización constituye uno de los fenóm enos más


llam ativos del siglo XX. En térm inos generales la expre­
sión hace referencia a un modelo de m odernización que
ha sido dom inante a escala internacional, sobre todo
desde la segunda posguerra mundial. Como realidad cu l­
tural, la hegem onía am ericana se m anifiesta en la gen era­
lización de un modo de vida y de una civilización creada al
otro lado del Atlántico por la fusión de aportes m últiples,
procedentes a su vez la mayor parte de ellos de Europa. Sus
elementos más visibles los hem os repasado en los capítu­
los de esta obra: la transferencia de los métodos de racio­
nalización de la producción, la exportación de ciertos
productos de consumo emblem áticos (desde el chicle a la
Coca-Cola, de los jeans a los restaurantes de comida ráp i­
da, del jazz al cine de Hollywood), y ciertas prácticas so-
cioculturales identificadas con los Estados Unidos.
La expansión de la civilización am ericana ha puesto su
acento a la fase de la globalización propia del siglo pasado.
Salvando las distancias, se trata de un fenóm eno sim ilar a
la difusión que alcanzaron la lengua y la cultura francesas
entre las elites europeas del siglo XVIII, o el éxito que tuvo
el modelo británico en el XIX. Lo norteam ericano se con­
virtió en el siglo XX en un patrón de lo global y lo global se
conform ó a su im agen y semejanza. Los Estados Unidos
fueron los principales im pulsores de la globalización, y
tam bién sus principales beneficiarios, hasta el punto de
que ambos procesos han acabado confundiéndose para
quienes se han visto afectados.
En España este fenómeno ha tenido históricamente su
alternativa en la "europeización” . Guando el vínculo con los
grandes países europeos se debilitaba, como en los años
cincuenta, la americanización se presentaba dominante y
casi exclusiva como vía de modernización, y viceversa. Tanto
la americanización como la europeización han provocado
parecidos reflejos de resistencia o de apoyo entusiasta,
según sectores sociales o inclinaciones ideológicas, lo que
prueba que ambas influencias obedecían a sim ilares im pul­
sos modernizadores. Los encendidos debates que han in s­
pirado ambos modelos sugieren que, tanto o más que
provocar cambios reales, se han utilizado como argumento
en los combates ideológicos de cada momento histórico.

A M E R IC A N IZ A C IÓ N O M O D ER N IZ A C IÓ N

El análisis de la am ericanización no puede consistir en


observar si los españoles han empezado a comportarse
como los americanos en cualquier circunstancia —algo im ­
posible de comprobar empíricamente, por otro lado. Algu­
nos sociólogos (Moneada, España americanizada, 1995) han
confundido la americanización con el cambio social deriva­
do de grandes procesos como la urbanización de la pobla­
ción, el crecimiento de la clase media, la liberalización de
las costumbes y todo lo que ello suele arrastrar. Efectiva­
mente, esas grandes transform aciones ligadas al desarro­
llo han creado una cierta homología con el modelo social
am ericano: una estructura social abierta, una clase media
en plena expansión, unos hábitos sociales y unas pautas de
consumo características de la sociedad de masas, etc. Pero
estas tendencias no son el resultado de la influencia am e­
ricana, sino indicadores de una cierta convergencia p ro ­
vocada por el cambio social. Correlación no equivale a
causalidad. Por eso hem os diseccionado el fenóm eno de la
am ericanización en España, no fijándonos en la evolución
de la sociedad española, sino rastreando la atracción que
ha ejercido el modelo am ericano a través del tiem po, los
canales de difusión, las redes transnacionales que han
facilitado las transferencias culturales y las reacciones que
todo ello provocaba en los diferentes sectores sociales.
La "penetración estadounidense” , por utilizar el térm i­
no de Vázquez Montalbán, se ha concentrado en dos coyun­
turas: la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias en los
años veinte, y la década de los cincuenta y sesenta, coinci­
diendo con la formalización de los pactos defensivos y con
un vacío de la presencia de otras potencias europeas. En
ambos periodos se produjo un salto cualitativo en las rela­
ciones de todo orden entre España y Estados Unidos.
El elemento determ inante es que desde 19 53 y hasta la
actualidad existe una vinculación estratégica perm anente
y debidamente plasmada en una sucesión de convenios
que ligan al Estado español con los Estados Unidos. No hay
en toda la historia diplom ática española una vinculación
protocolarizada tan duradera, y ello a pesar de que el s is ­
tem a internacional ha registrado en estos sesenta años
m odificaciones esenciales. Eso quiere decir que la am eri­
canización en España se ha producido en unas condicio­
nes de dependencia política y económ ica respecto a
Estados Unidos particularm ente acusadas —sobre todo en
el periodo del segundo franquism o— y que el proceso ha
tenido aspectos coercitivos evidentes. La condicionalidad
de la ayuda económica que se recibió entonces, la orienta­
ción de la cooperación técnica, la finalidad propagandísti­
ca de la cooperación educativa y científica, o la ventaja con
la que actuaba la diplom acia pública am ericana en España,
son elem entos que no deben ser m inusvalorados al tratar
de la vinculación entre los dos países.
Esta relación, por otra parte, se ha apoyado en un d e ­
sequ ilibrio estructural perm anente. Si desde los in tere ­
ses de los Estados U nidos el caso español resultaba un
asunto m enor, desde el lado español, en cam bio, la ap ro ­
xim ación a la potencia norteam ericana tuvo una im p o r­
tancia vital en ciertos m om entos, y ha sido decisiva en
m uy d iv e rso s ó rd en es. Lo m ism o se p o d ría d e c ir de las
in flu en cias culturales: el caudal de las tran sfere n cias
ha sido incom parablem ente m ayor en una dirección que
en otra.
La influencia am ericana no es la que explica la p ro ­
funda transform ación social y económ ica que experim en­
tó España en los años sesenta y setenta, ni fue la única
influencia, pero sin ella el resultado no se habría produci­
do de la m ism a form a ni con la m ism a velocidad. Este caso
plantea la cuestión general de cual es la relación entre
dependencia exterior y m odernización. Hemos visto que
toda la cooperación técnica, cien tíficay educativa, extraor­
dinariam ente desarrollada desde los pactos de 19 53, se
utilizó para m arcar una cierta orientación a la evolución de
la sociedad española. Determ inados grupos de las elites
adm inistrativas, económicas, científicas y m ilitares fu e­
ron sometidos a un intenso proceso de im pregnación y de
asim ilación. Los vínculos orgánicos que se crearon entre
las sociedades de los dos países —inversiones directas,
transferencia de tecnología, exportación de m odelos orga­
nizativos y de gestión, atenciones con los líderes de o p i­
nión, intercam bios educativos, etc. — tuvieron sin duda su
influencia sobre la vía seguida en el proceso de m od ern i­
zación española.
La trascendencia de la conexión bilateral no se c ir­
cunscribe por lo tanto a las relaciones políticas y d e fe n si­
vas, sino que ha repercu tid o en los n iveles más
variopintos. La relación de subordinación ha estado p re ­
sente en los distintos ám bitos en los que se ha m a n ife s­
tado la am ericanización. En el terreno económ ico, la
ad o pció n de nuevos m étodos de o rgan izació n lab o ral,
la im portación de conocim ientos técnicos, m odelos de
gestión em presarial, técnicas de marketing, o la im i­
tación de instituciones de form ación de los cuadros d i­
rectivo s. E n el terre n o cie n tífico hem os visto cómo
generaciones de investigadores y de profesores se han
form ado en los Estados U nidos, incorporando con ellos,
a su vuelta, m étodos de trabajo, escuelas de pensam iento
y referen cias teóricas. La influ encia académ ica am erica­
na ha sido profunda en determ inadas ciencias sociales
—la econom ía, la sociología, la p sico lo g ía ...—, in sp irá n ­
dolas en sus pretensiones de alcanzar una especie de
in gen iería de lo hum ano, y fundam ental en la in vestiga­
ción m édica o en la física. Cientos de líd eres políticos,
cuadros de la adm in istración y dirigentes sociales han
visitado los Estados Unidos como invitados de sus agen­
cias gubernam entales. El intercam bio de person as, ap o­
yado por program as oficiales, ha favorecido la form ación
de redes y la creación de canales inform ales de com uni­
cación de gran duración y de notable influ encia social.
Estas redes sociales que atraviesan las fronteras han
sido, a la larga, los m ejores soportes de un flujo con stan­
te de conocim ientos y experiencias.
L A C O N Q U IST A D E L A IM A G IN A C IÓ N
PO R E L SU EÑ O A M E R IC A N O

Pero lo más llamativo del proceso de am ericanización ha


sido su impacto sobre los hábitos culturales y las form as de
ocio de la gente. Durante varias décadas el cine estadouni­
dense fue señalado como el m ás poderoso instrum ento de
influencia cultural. Se ha dicho que las salas de cine espa­
ñolas fueron las iglesias donde se desarrolló un auténtico
culto al modo de vida am ericano. Se suponía que su in flu ­
jo ha sido esencial para prom over la expansión de modos
de vida, instituciones y valores am ericanos por todo el
mundo. Aunque se trata en principio de un sim ple espec­
táculo de entretenim iento, tiene la capacidad de tran sm i­
tir, junto con las im ágenes, códigos de conducta, hábitos
sociales, prácticas de consumo y estilos de vida. El cine fue
durante décadas la gran diversión de am plias masas de
población que carecían de otras alternativas con las que
rellenar sus ratos de ocio, al menos hasta la difusión de la
televisión. Los espectadores de las películas am ericanas
—porque eran am ericanas en un altísim o porcentaje—,
accedían a un mundo im aginario diferente y superior, con
relaciones sociales más inform ales, coches de lujo, una
cierta libertad de costumbres, hasta otra form a de besar
—que fuera de las salas era sancionada con una multa—.
El cine servía de com pensación a las m iserias de la vida
cotidiana en España, la única vía de evasión fren te a la
rep resión política del régim en y a la estricta m oralidad
im puesta por el nacionalcatolicism o de la Iglesia.
El sueño americano, desde luego, se proyectaba a tra­
vés de las pantallas de cine. Las películas americanas siem ­
pre llegaron puntualmente a España y gozaron de una
distribución masiva —aunque a veces eran censuradas. Otros
canales de "americanización” , por el contrario, llegaron con
retraso: las inversiones privadas, los program as de coope­
ración técnica, las becas Fulbright, los m iles de m ilitares,
con sus fam ilias, que se instalaron en las bases, incluso la
propaganda oficial. En todos estos casos el impacto en
España se produjo con unos años de retraso respecto al
resto de Europa.
Los intelectuales críticos de los años sesenta señala­
ron las películas y las series de ficción como la principal
fuente de contam inación cultural, y estaban convencidos
de que form aban parte de un plan arteramente dirigido
por el Gobierno estadounidense para am ericanizar la
sociedad española, con la colaboración necesaria de las
m ultinacionales y grandes fundaciones de aquel país, y
con la connivencia de las autoridades franquistas. Ahora
nadie cree que se pueda explicar el éxito de los productos
culturales norteam ericanos apelando a un malévolo plan
neocolonialista y despreciando la lógica del mercado,
aquella con la que los m ism os estadounidenses enfocaban
estos asuntos. Pero tampoco podem os soslayar el hecho de
que la adm inistración estadounidense hizo un enorme
esfuerzo para influ ir en la opinión a través de agencias
como la USIA, con iniciativas como las becas Fulbright,
que dedicó enorm es recursos para el programa de visitan ­
tes y líderes extranjeros, y que coordinó a departamentos
oficiales con fundaciones privadas, todo ello para hacer
una propaganda sistem ática de sus valores y m ejorar su
im agen entre los españoles.

IN F IL T R A C IÓ N O IN C U LC A C IÓ N

A l poner frente a frente m edios tan distintos de influir en el


público extranjero como son el cine comercial y la propa­
ganda oficial, saltan a la vista las diferencias fundamentales
que existen entre los procesos que llam arem os de "in fil­
tración” cultural, y los fenóm enos de "inculcación” . Los
prim eros son los que actúan a través de canales com ercia­
les, contactos académicos o redes inform ales transnacio­
nales, y se caracterizan por carecer en prin cipio de
intencionalidad. Su capacidad de in flu ir en los com porta­
mientos de los dem ás se basa en el poder m ovilizador que
ejerce un modelo exitoso. Si la distribución internacional
de un producto de entretenim iento como pueden ser las
películas de ficción provocan algún tipo de infiltración
cultural, es un resultado no previsto, una consecuencia
no intencionada, sim ple contam inación al dejar sus m en ­
sajes como residuos inadvertidos de una operaciónco-
m ercial.
Los fenóm enos de "inculcación” , por el contrario,
obedecen a una intención política. La propaganda y la
diplom acia pública responden a un im pulso oficial, p re ­
tenden in flu ir ideológica o sim bólicam ente en la opinión,
y por ello se puede decir que buscan deliberadam ente
producir efectos culturales. Los documentales cinem ato­
gráficos que distribuía el United States Information Service
en España, por ejemplo, típico producto de propaganda
más o menos camuflada, utilizaban el mismo soporte que
el cine com ercial, pero con una finalidad muy distinta. Su
distribución era gratuita, se financiaban con presupuestos
aprobados en el Congreso y los contenidos los selecciona­
ban los departam entos y agencias especializadas del
Gobierno.
Este ejem plo sugiere que aveces los m edios utilizados
pueden coincidir, pero la intencionalidad diferencia cla­
ram ente unos procesos de otros. Podem os encontrar
documentales de propaganda que tratan tem as aparente­
mente inocentes y adoptan un estilo narrativo, como hay
películas de ficción producidas por em presas com erciales
claram ente inspiradas por un objetivo político, pero
ambos productos se pueden distinguir siguiendo el crite­
rio de la intencionalidad prim aria. La lógica en el proceso
de transferencia de contenidos culturales es muy d iferen ­
te en cada caso. Tam bién la actitud de los receptores es
distinta. La propaganda oficial despierta inmediatamente
las prevenciones del público, por eso suele ocultar su
naturaleza. El m ensaje que se recibe por canales com er­
ciales suele encontrar m enos resistencias.
La peculiaridad de la fase que coincide con la Guerra
Fría es que la am ericanización no se apoyó solo en la atrac­
ción del modo de vida am ericano, sino que fue impulsada
por la propia adm inistración. Se puede decir que hubo un
auténtico voluntarism o por parte de Estados Unidos en su
intento de im poner sus valores y su modelo de organiza­
ción social en Europa, como una vacuna que se inoculaba
contra el peligro comunista.
Am bas form as de transm isión pueden ser com ple­
m entarias pero tam bién antagónicas. A menudo los o fi­
ciales am ericanos encargados de la diplom acia pública se
quejaban de que su peor enemigo era precisam ente la
industria cultural norteam ericana, pues consideraban que
sus productos, que tanto éxito tenían, proyectaban una
im agen de su país nada conveniente para sus intereses.
Sus agencias especializadas intentaban contrarrestar esa
influencia organizando una difusión program ada de lo que
ellos consideraban "los auténticos valores” am ericanos. El
modelo am ericano que pretendían inculcar los organ is­
mos oficiales era más sim ple, más esquemático y más
conservador que aquel que proyectaban los actores p riva­
dos de la sociedad civil estadounidense.
No es fácil determ inar la mayor o m enor eficacia,
como vías de transferencia cultural, de los fenóm enos de
infiltración frente a los procesos de inculcación. ¿Cómo
saber si los españoles se fam iliarizaban más conAmencan
way oflife a través de las historias que contem plaban en las
pantallas de cine, o a través de la versión oficial que se
ofrecía en las revistas, folletos y documentales de propa­
ganda? Podría suponerse que la cultura de masas im preg­
na de forma más extensa pero tam bién más superficial. Su
contagio actúa por efecto dem ostración, es decir, por la
propensión del espectador a querer em ular el com porta­
miento o los hábitos de consumo de los personajes de las
películas a los que adm ira. Por el contrario, la inculcación
intencionada se dirige a sectores elegidos —la propaganda
cinem atográfica se proyectaba en colegios, cuarteles y
centros culturales—, selecciona los contenidos de forma
más precisa y apela al interés o a la razón, más que a la
emotividad.
Su audiencia es norm alm ente más lim itada, pero sus
efectos a largo plazo pueden ser enorm es si consideram os
el efecto m ultiplicador. La diplom acia pública americana
concentró sus esfuerzos en las elites, en lo que ellos lla ­
maban los "líderes de opinión” de los distintos ámbitos,
precisam ente por su capacidad de arrastrar a colectivos
mayores. Contaban con que hicieran de caja de resonancia
para sus m ensajes, de propagandistas voluntarios de su
propia causa, con la credibilidad que les otorgaba su con­
dición de nativos. Ese fue, por ejem plo, un criterio deter­
m inante en la selección de los ben eficiarios de su
program a de visitas a los Estados Unidos.
Tampoco debe m inusvalorarse la capacidad de las
intervenciones oficiales para crear una tendencia, para
iniciar una corriente que luego cobró im pulso por sí
m isma. Un ejem plo conocido es la capacidad que tienen
los program as oficiales de ayuda al desarrollo de arrastrar
a los inversores privados. La ayuda económ ica de carácter
público suele tener un impacto m enor que las inversores
privadas, pero proporciona el im pulso inicial necesario
para que fluyan los capitales. Las agencias oficiales que se
encargan de los program as de diplom acia pública cum ­
plen tam bién esa función de catalizadores e im pulsores de
intercam bios que luego se m antienen por el propio in te ­
rés de los im plicados. Se ha calculado que por cada becario
que se form a en otro pais con un program a de fondos
públicos, otros cuatro estudiantes acuden al mism o país
por sus propios medios. El éxito del program a Fulbright
en España consiste precisam ente en que desde hace años
se financia casi totalmente con fondos que aportan las
adm inistraciones y las em presas españolas. Las redes
sociales que se tejen alrededor de los program as de coope­
ración no form an parte de sus objetivos inm ediatos, y sin
embargo son las que garantizan unos efectos prolongados
en el tiempo. Todo ello debe tom arse en cuenta cuando se
valora el resultado de los esfuerzos de inculcación que lle ­
varon a cabo las agencias am ericanas.

¿CÓ M O R EA C C IO N A N LO S IN T E R E SA D O S?

Aun así, el éxito en cualquier proceso de transferencia, sea


espontánea o forzada, depende fundamentalmente de la
disposición de los receptores. Esa disposición puede variar
entre una gama de actitudes que va desde la aceptación
entusiasta hasta el rechazo activo. A su vez, la disposición
suele cambiar de un sector social a otro. Como hemos visto,
las actitudes de americanofobia o de americanofilia de los
españoles en el pasado siglo se distribuían de forma dife­
rente según tendencias políticas, sectores de edad o nivel
social. Estas actitudes son precisamente un buen indicador
de la menor o mayor receptividad a las novedades que
venían o se asociaban con América.
Eso lo comprobó la propia diplomacia pública am erica­
na con la serie de éxitos y fracasos que cosechó en España.
De poco sirvieron los esfuerzos dedicados a inclinar a su
favor los sectores más críticos, como los jóvenes universita­
rios de los años sesenta. Sin embargo, obtuvieron un gran
resultado cuando se propusieron ganar la simpatía y el apre­
cio de sectores previamente bien dispuestos, como los
directivos em presariales o los cuadros de la tecnocracia
franquista de los años sesenta. La propaganda raramente
sirve para hacer cambiar de opinión a la gente, pero puede
reforzar las convicciones ya existentes y movilizar a quien
comparte y se identifica con su mensaje.
La disposición del receptor también es determinante
para explicar el éxito de ciertas modas o la popularidad de
ciertos productos. Como sugería con agudeza Vázquez Mon-
talbán, el éxito de la canción pop y de los ritmos musicales
anglosajones en España tuvo que ver con el hecho de que la
juventud encontró en ellos un vehículo adecuado para
expresar sus aspiraciones y sus estados de ánimo. Las can­
ción "m oderna” respondía al deseo de ruptura con un canon
musical tradicional que había sido ampliam ente m anipu­
lado por el nacionalism o franquista. Los lingüistas saben
que cuando una palabra extranjera entra en un léxico ya
constituido, no desplaza los térm inos ya existentes, sino
que ocupa un lugar particular, y tanto sus connotaciones
como su funcionam iento en la lengua que lo recoge d ifie ­
ren habitualmente de los que le correspondían en la le n ­
gua de origen. Lo mismo pasa en el dom inio cultural: la
adopción de prácticas culturales extranjeras no suprim en
las anteriores, sino que se sum an a ellas, aveces para com ­
batirlas, y generalm ente con una reinterpretación adapta­
da a las necesidades locales.
Analizar el proceso de am ericanización desde el lado
del receptor es importante tam bién por otra razón. Los
españoles fueron capaces de aceptar las transferencias
selectivam ente, incorporando determ inados elem entos,
excluyendo otros o adaptándolos a sus necesidades en la
mayoría de los casos. La am ericanización no llegaba en un
paquete cerrado que hubiera que asum ir íntegramente.
Las autoridades españolas, por ejem plo, aceptaban con
agrado la asim ilación de las técnicas de "gestión eficiente”
y la tecnología que facilitaban los program as de coopera­
ción, pero no la visión liberal del mundo ni el tipo de
"contrato social” que estaban im plícitos. En la fase más
intensa de am ericanización, durante los años cincuenta y
sesenta, el librecam bio solo se toleró de form a parcial,
haciéndolo compatible con la planificación y el dirigism o
económico. Se asum ieron algunos postulados de la orga­
nización científica del trabajo, procedentes del taylo­
rism o, pero no aquellos que chocaban con "el modelo
cristiano” de producción. Y desde luego, la Dictadura no
tenía intención de aceptar un tipo de relaciones laborales
establecidas sobre la base de la libre negociación, un com ­
ponente importante, sin embargo, de la gestión de los
recursos humanos al estilo am ericano.
La am istad reticente y la incom odidad de las autori­
dades españolas con el tipo de relación entablada explican
que ofreciera resistencias a ciertas influencias, y que
im pusiera ciertos filtros para controlar los intercam bios
con Norteamérica. La adm inistración española determ i­
naba qué sectores podían beneficiarse de la cooperación
técnica am ericana, qué especialidades debían fom entarse
con los program as de becas en los Estados Unidos, selec­
cionaba a los candidatos con criterios de idoneidad no
exclusivam ente académicos, o practicaba la censura con
los productos culturales am ericanos cuando estos atenta­
ban contra norm as m orales o principios políticos que el
régim en consideraba esenciales. ¡Cómo iba a perm itir la
censura española que la película Por quién doblan las cam­
panas, basada en el relato hom ónim o de Ernest H em in-
gway, le contara a las nuevas generaciones cómo había sido
la Guerra Civil! ¡0 que los españoles se rieran con las b u r­
las de Chaplin en El gran dictadorl

T R A N S F E R E N C IA S S E L E C T IV A S Y A D A PT A C IÓ N
C R E A T IV A

La aceptación selectiva y la adaptación a la realidad local es


por lo tanto más frecuente que la pura asim ilación. Esto es
producto a veces de la rigidez de algunas estructuras, muy
resistentes al cambio a pesar de recib ir poderosas in flu en ­
cias de fuera. Es el caso, por ejem plo, de la estructura
universitaria española. Desde los años sesenta m iles de
becarios, futuros docentes, y centenares de profesores
universitarios se form aron en los Estados Unidos gracias a
los program as y las facilidades oficiales. Algunas especia­
lidades, especialm ente en las ciencias sociales, se desa­
rrollaron en España muy influ idas por los m odelos
am ericanos. La investigación en num erosas disciplinas
siguió las pautas de la escuela am ericana. Pero la organiza­
ción universitaria española no se adaptó al modelo am eri­
no. El sistem a científico español tampoco ha evolucionado
hacia el modelo de gestión privado, con gran protagonis­
mo de las fundaciones, im perante en los Estados Unidos.
La influencia científica y tecnológica estadounidense ha
sido enorm e en España, pero las estructuras y las institu ­
ciones se han mostrado im perm eables a cualquier in flu en ­
cia. Esto es al menos lo que lam entan los partidarios del
modelo universitario de referencia liberal tipo Harvard, que
cuenta en España con propagandistas entusiastas y califica­
dos como Víctor Pérez-Díaz.
Por eso, cuando nos referim os a la americanización de la
sociedad española debemos contar con que las influencias
externas dan lugar a formas específicas de adopción, adapta­
ción e hibridación. A l igual que ocurrió en el resto de los
países europeos, a pesar de la riada de productos am erica­
nos, el impacto innegable de la cultura americana de masas,
y los esfuerzos de Washington para hacer a los españoles más
agradecidos con su apoyo económico y su presencia militar,
España no se convirtió en una versión en miniatura de los
Estados Unidos. La resistencia y la capacidad de absorción
de culturas nacionales fuertes y antiguas como las europeas
contrarrestan el peligro de asimilación. Los españoles cam ­
biaron y aun así continuaron siendo los mism os.
A menudo se confunde la am ericanización con la
"am erican ofilia” . Querer im itar los métodos am ericanos,
sus modos de vida o utilizar sus referencias culturales no
supone necesariamente adhesión a sus valores, y mucho
menos apoyo a la política de su Gobierno. Ya hem os visto
cómo la juventud contestataria de los años sesenta y
setenta utilizaba ciertos sím bolos —como los jeans—, adop -
taba signos de la contracultura y se aficionaba a los nuevos
ritm os am ericanos, pero al mismo tiempo mantenía p o s­
turas radicalm ente enfrentadas al modelo de capitalismo
estadounidense y a su política im perialista. ¿Se puede ser
un entusiasta consum idor de productos culturales estado­
unidenses y rechazar al mismo tiempo su modelo político?
Pues claro que sí, como se ha demostrado reiteradam ente.
Algunos autores se han propuesto analizar crítica­
mente el "antiam ericanism o” dominante —como antes se
denunciaba la "am erican ización”—, como si fuera un
fenóm eno unívoco, persistente y con una línea de conti­
nuidad en el tiem po. Pero el "antiam erican ism o” no
form a un discurso coherente, consistente y sin fisuras,
sino que se com pone de actitudes selectivas, de muy
distinta consistencia y perdurabilidad. Las m anifestacio­
nes de "antim aericanism o” en España difieren de unas p o ­
siciones políticas a otras, cam bian según las coyunturas
históricas, y m anejan un conjunto de im ágenes y de este­
reotipos muy diversos.
El antiam ericanism o es un concepto particularm ente
confuso porque en él se engloba sin distinción la antipatía
hacia lo que A m érica hace y hacia lo que A m érica es, o más
bien las im ágenes que de ella elaboran los que la contem ­
plan. Adem ás es un concepto polémico que sugiere un
paralelism o con grandes corrientes de opinión negativas,
como el antisem itism o o el anticom unism o. Sin embargo,
la crítica sistem ática a los Estados Unidos no adopta la
form a reductora y autónoma de este tipo de ideologías, ni
adquiere el carácter estructural y obsesivo que las otras
tienen en algunos autores. La hostilidad a los Estados U n i­
dos nunca se ha "organizado” en un grupo, en una asocia­
ción o en un órgano de prensa, como sí lo ha hecho,
curiosam ente, el filoam ericanism o. La americanofobia,
que sería la form a adecuada de llam arlo, siem pre tiene un
carácter instrum ental en relación a los debates culturales
y políticos de cada momento.

E L CO N TAGIO C U LT U R A L Y L A ID E N T ID A D
C O LEC T IV A

Es verdad que la infiltración cultural am ericana ha provo­


cado polémicas virulentas en determ inadas coyunturas,
por sus efectos derivados. Pero hay una cierta ingenuidad
en pensar que el consumo de productos americanos o la
imitación de sus hábitos conduce necesariamente a la iden­
tificación con sus valores. Esta era una convicción incues­
tionada de sus críticos, al estilo de Vázquez Montalbán: la
colonización cultural de los españoles explicaba su p asivi­
dad ante la situación de dependencia a la que habían sido
reducidos, y en especial su resignación a la presencia
m ilitar yanqui. No muy distinto era el silogism o de partida
con el que trabajaba la propaganda americana: vendiendo
el estilo de vida am ericano creían contribuir a crear un
estado de opinión favorable al liderazgo americano en el
mundo. ¿No era una sobreestim ación de los efectos p o lí­
ticos del contagio cultural?
En el caso de la propaganda am ericana resultaba ade­
más contradictorio con un hecho fundamental: si se puede
hablar de una identidad "am ericana” , esta tiene sin duda
fundam entos políticos más que culturales. A l contrario
que en Europa, no son la cultura, la lengua o la religión los
com ponentes esenciales de la identidad nacional estado­
unidense. Esos elem entos se considera que pertenecen a
la esfera individual y que no form an parte de las señas
nacionales, como corresponde a una nación form ada por
inm igrantes de muy diversa procedencia. La identidad
am ericana se basa en la adhesión a los principios de su
sistem a dem ocrático, a sus instituciones, a una historia
particular y a un panteón de proceres propios. ¿No resu l­
taba paradójico que la nación am ericana, "com unidad
política” por excelencia, intentara m ejorar su prestigio en
el exterior difundiendo sus productos culturales y su e sti­
lo de vida, en vez de sus principios políticos?
Parece que se equivocaban quienes suponían que la
difusión masiva de ciertas m ercancías culturales, la p ro ­
m oción de sus creaciones artísticas o el panegírico del
estilo de vida propio tendrían necesariam ente un efecto
positivo en la valoración global del país que las producía.
La influencia cultural no necesariam ente tiene efectos
políticos. No es fácil cam biar los prejuicios o m odificar el
sistem a de valores de una población. La am ericanización
se asocia fácilm ente con la presencia de la cultura de
masas y el consumo de m ercancías norteam ericanas, pero
la proliferación de m arcas, iconos y señas altamente v is i­
bles no dice nada sobre las actitudes de los españoles. La
mayoría de las veces son sím bolos triviales sin mayor tra s­
cendencia.
Mayor dificultad plantea calibrar el impacto de la
am ericanización sobre las pautas culturales más profun­
das, o sobre ciertos patrones con los que nos hem os fam i­
liarizado inadvertidam ente. El éxito del cine am ericano ha
hecho que incorporem os ciertos estilos de com unicación
y de estéticas fílm icas que consideram os naturales. La
historia personalizada con happy ending, o los alardes téc­
nicos de las películas de acción, son innovaciones que han
impregnado profundam ente la film ografia de otros p aí­
ses. En el ámbito de la inform ática, el "lenguaje” de
M icrosoft se ha convertido en un verdadero idiom a que,
tanto como el inglés, da a la gente acceso a los flujos m un­
diales de com unicación, inform ación y com ercio. Estos
ejem plos sugieren que hay un tipo de transferencias cul­
turales más ocultas y más sutiles que las que estamos acos­
tum brados a señalar, pero que son probablem ente más
determ inantes a largo plazo. ¿Qué efectos tuvo realmente
sobre los deseos y sobre la im aginación de los españoles el
hecho de que se popularizaran los mitos am ericanos a tra­
vés de las películas de Hollywood, y que en sus sueños
aparecieran los héroes de ficción que las protagonizaban?
¿Fue el impacto am ericano tan destructor de las tradicio­
nes locales y nacionales como denunciaban sus críticos?
Las creaciones am ericanas provocaban fascinación,
servían de modelo y despertaban deseos de imitación.
Pero tam bién provocaban rechazo. A m érica podía servir
de contramodelo para reafirm ar las señas de identidad de
la propia sociedad y de la propia cultura. Los intelectuales
liberales de los años treinta utilizaron profusam ente el
contramodelo americano para reafirm ar, por contraste,
sus propios valores y su identidad como europeos. Poste­
riorm ente, el "horizonte de fascinación” que constituyó la
cultura am ericana para la juventud de los años sesenta y
setenta se combinó con m anifestaciones de rechazo que
no significaban otra cosa que la reafirm ación de la propia
personalidad que consideraban amenazada.

¿P O R QUÉ T E M E R L A IN F L U E N C IA
D E L A C U LT U R A A M E R IC A N A ?

Hemos visto que la ansiedad ante la penetración americana


se produce tanto en sectores conservadores como en re­
presentantes de la cultura de izquierdas. Estas actitudes de
rechazo se explican normalmente por razones ideológicas
opuestas, pero tras ellas se encuentra también algunas coin­
cidencias significativas al menos en dos aspectos fundamen­
tales de la cuestión. Los intelectuales, de uno u otro signo, se
mostraban igualmente preocupados porque la americani­
zación avanzaba en paralelo el aumento del poder de los va­
lores del mercado en el espacio cultural. El hecho de que
las producciones culturales más representativas de América
conquistaran al gran público: series televisivas, cine de en­
tretenimiento, canción popular, y que se considerasen pro­
ductos baratos, inferiores y de mala calidad, explica que la
americanización se asocie, recurrentemente, con el triunfo
de la banalizacióny de la mercantilización de la cultura.
La segunda coincidencia es que sectores nacionalistas,
tanto de derechas como de izquierdas, consideran la am eri­
canización como un sabotaje a las tradiciones propias, una
amenaza para la identidad colectiva del pueblo. Esta reac­
ción coincidente en derechas e izquierdas tiene un origen
común: la concepción de la cultura nacional como un árbol
profundamente enraizado en su terreno natural, que no
puede ser trasplantado ni alimentado con otro humus que
no sea el producto de la acumulación y descomposición de
las tradiciones locales. El reproche a la americanización se
basa en suponer que ocasiona un "desarraigo” cultural.
Ahora bien, los que tem en que las influencias externas
acarrean una pérdida de identidad o de pureza en el terre­
no cultural, ignoran el hecho fundam ental de que todas las
culturas, como las lenguas, están hechas de múltiples
"im purezas” pasadas que fueron asim iladas e incorpora­
das con el paso del tiempo. La civilización am ericana es el
m ejor ejem plo de un proceso de amalgamación de e le­
mentos diversos. La m etáfora del meltingpot refleja bien
esa realidad, la de una cultura como una ensalada hecha
con elem entos diversos cuyo origen ya fue olvidado. De
hecho, si se reprocha a la cultura am ericana el efecto p e r­
verso que produce de homogenización, o m ejor de sin cre­
tism o cultural, es porque la cultura americana ofrece la
imagen de un gran supermercado repleto de productos
tanto nativos como exóticos, donde el individuo se sirve a
voluntad según su propias necesidades de expresión, sin
ataduras respecto al espacio comunitario al que pertenece
por nacimiento.
El debate en torn o a la am ericanización es en realidad
un debate entre los partidarios de la apertura y los que
tem en ser devorados o invadidos si se abren las puertas al
exterior. Quienes se oponen a las influencias externas no
confían en la capacidad de la cultura propia para absorber
los ingredientes que llegan de fuera. La am ericanización
se convierte así en el chivo expiatorio de los que se oponen
a la evolución social o cultural. Lo que late tras esa p o si­
ción tem erosa es la negativa a reconocer la propia debi­
lidad en la relación de fuerzas internacionales, o la
desconfianza en la capacidad de la cultura nativa para
asim ilar creativam ente las aportaciones que vien en de
fuera.
Es habitual, por ejemplo, que la industria de Hollywood
adapte creaciones universales, se sirva de historias clásicas
o utilice mitos de cualquier país para producir sus películas.
Es llamativo el hecho de que la época gloriosa de esta indus­
tria la protagonizaron en gran medida directores de cine
europeos que hicieron allí su fortuna. Estados Unidos, en
ese sentido, también ha sufrido históricamente y sigue
sufriendo una europeización indudable. La cultura de N or­
team érica, en general, puede considerarse un derivado
histórico de la cultura europea que se inspira librem ente
en otras tradiciones, dando lugar a creaciones sincréticas.
Ese carácter híbrido, el hecho de que esté dirigida a una
sociedad m ultiétnica y que sea capaz de absorber conti­
nuamente nuevas influencias del exterior son p recisa­
mente las razones de su atractivo universal. ¿Qué es, cabe
preguntarse, lo genuinamente americano en sus películas?
Probablemente su capacidad de adaptar esas historias a
cualquier tipo de publico, su habilidad para construir narra­
ciones accesibles a todo el mundo después de pasarlas por la
batidora. Dada la diversidad de elementos que com ponen
la cultura americana, más que tem er el uniformism o im ­
perialista de su expansión, habría que tem er el sincretismo
helenístico a que puede dar lugar.
¿Debe catalogarse la cultura únicamente por su lugar de
producción? ¿El made in USA otorga a sus creaciones un
sello ideológico determ inado? Woody A lien puede ser el
más neoyorquino de los directores de cine, pero sus p e lí­
culas son más apreciadas entre el público europeo que
entre los espectadores am ericanos. De igual modo, Noam
Chom sky es un exponente de cierto tipo de intelectual
crítico que es capaz de producir el sistem a universitario

s¡49
am ericano, pero su audiencia está más fuera que dentro de
los Estados Unidos.
Otro debate clásico en relación a la invasión de produc­
tos culturales americanos es el que enfrenta a proteccionis­
tas con librecambistas en el delicado terreno del comercio
internacional. Los denunciantes de la colonización cultural
hacen hincapié en las ventajas que tiene la industria cultural
americana por su capacidad financiera y por el tamaño de
sus empresas, incluso la posibilidad de controlar las reglas
del mercado e imponer prácticas monopolísticas. Eso justi­
ficaría la im posición de límites a su penetración para pre­
servar la identidad cultural de las sociedades amenazadas.
Contra esa postura está el argum ento que apela al d e re ­
cho del público a elegir los espectáculos que quieren ver o
la música que quieren oír según sus gustos. El éxito de la
cultura am ericana, sostienen, se debe solo a la populari­
dad de sus producciones, a su capacidad para atrapar la
im aginación de los espectadores y canalizar sus necesida­
des expresivas.
La cuestión está en saber si el éxito de la cultura de
masas o los productos de consumo am ericanos depende
en lo esencial de su inherente atractivo, o si el dominio
político, económico y m ilitar que han ejercido los Estados
Unidos es lo que le ha perm itido im poner su cultura de
masas a los consum idores de los dem ás países. Nadie duda
de que los Estados Unidos están en el centro de una red de
relaciones socioeconóm icas y culturales que algunos com ­
paran con un im perio, y que esta posición privilegiada le
da ventajas para penetrar en los m ercados culturales euro­
peos, incluso para teleguiar en cierta m edida al consum i­
dor por la oferta de sus productores. Pero esta posición de
dominio, ¿le hace totalmente cautivo, o puede seguir e li­
giendo entre la oferta crecientem ente diversificada que
produce un mercado mundializado? ¿Se pueden orientar
realm ente las elecciones libres de los individuos, incluso
de una form a que no da la im presión de ser coactiva?
Ahora, con la extensión del fenóm eno de la globaliza-
ción, estam os más dispuestos a aceptar que la americaniza­
ción no fue sino una fase de un proceso mayor, la tendencia
a un creciente intercam bio de creaciones, de ideas y de
costumbres en constante evolución. En este proceso las
identidades pueden reafirm arse o pueden cambiar, pero
raramente desaparecen. Quizá se haya sobreestimado la
amenaza que suponía la americanización para la idiosincra­
sia de los españoles y la salvaguardia de sus costumbres. Las
presiones de la globalización despiertan ahora los mismos
tem ores que anteriormente la presión de la americaniza­
ción, pero puede que no sea más que la manifestación de la
tensión constante que siem pre ha existido entre lo nacional
y lo cosmopolita.
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Fenómeno en parte real, en parte imaginario, muchas veces
exagerado y siempre utilizado con fines políticos e ideológicos,
la americanización fue la cara visible de la globalización durante
el cénit de la hegemonía estadounidense. Este libro recons­
truye el debate que provocó en España, a lo largo de todo el si­
glo XX, donde unos la apoyaron como vía hacia la modernidad
y otros la denunciaron como amenaza para la identidad co­
lectiva de los españoles. El libro trata de la manipulación de
ese controvertido concepto y explora las principales vías por
las que ha penetrado la influencia de los valores y del modo de
vida americano en España: la implantación de las empresas
multinacionales, los programas de cooperación económica y
técnica, la propaganda oficial y la diplomacia pública de las
agencias americanas.

Antonio Niño es catedrático de Historia Contemporánea en la


Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado numerosos
trabajos sobre historia de las relaciones internacionales y so­
bre historia cultural. Acaba de editar la obra Guerra Fría y pro­
paganda. Estados Unidos y su cruzada cultural en Europa y
América Latina.

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