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San Alfonso y Su Mensaje Salvador

Este documento describe la espiritualidad y enseñanzas de San Alfonso de Ligorio sobre la santidad, el amor, la oración y las verdades eternas. San Alfonso enfatiza que la santidad se basa en amar a Dios y al prójimo, y que la oración es fundamental para alcanzar la salvación.

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San Alfonso y Su Mensaje Salvador

Este documento describe la espiritualidad y enseñanzas de San Alfonso de Ligorio sobre la santidad, el amor, la oración y las verdades eternas. San Alfonso enfatiza que la santidad se basa en amar a Dios y al prójimo, y que la oración es fundamental para alcanzar la salvación.

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SAN ALFONSO Y SU MENSAJE SALVADOR

Alfonso de Ligorio puede ser considerado como el doctor de los grandes


pensamientos salvadores y uno de los mayores pedagogos de la santidad. Su
doctrina espiritual no es un sistema frío y reducido a esquemas muy bien trazados
y carentes de vida. Todo su programa es una tendencia asidua, sincera y
perseverante a la santidad y al aborrecimiento de toda mediocridad y tibieza en el
servicio de Dios.

1. SANTIDAD Y PERFECCIÓN CON BASE EN EL AMOR

Alfonso presenta de modo claro el llamamiento universal de Dios a la perfección.


En el capítulo IV de su libro la Verdadera esposa de Jesucristo, leemos: “El
cristiano que no tenga en su corazón el deseo de hacerse santo, será cristiano,
pero no buen cristiano”. Para ello nos presenta:

Diez máximas de vida

  El que sólo a Dios busca se siente colmado, y en todo lo que ocurre halla
alegría.
 En amar a Dios consiste todo el bien, y amar a Dios está en cumplir su
voluntad.
 Confiar presuntuosamente en sí es perderse. El que confía en Dios nunca
se defrauda.
 Dios está pronto a darse todo a quien todo lo deja por su amor.
 Que no pase un día sin lectura espiritual. Día sin meditar y orar es día
perdido.
 La mejor oración es la que se hace aceptando sobre sí el proyecto de Dios.
 Todo lo encaja con serenidad el que tiene los ojos puestos en el crucificado.
 No Hay quietud ni asunto que robe la paz, por bueno que parezca, que
proceda de Dios.
 La mejor caridad consiste en ganarnos, a fuerza de bien, al que nos causa
el mal.
 Todo buen deseo tiene en sí mismo el premio. Caminad siempre, y seguro
que llegáis. 

Lo que repite con frecuencia a los religiosos y encarece a los sacerdotes y a sus
misioneros para que lo prediquen. Pero antes de proyectar su vida hacia la
santidad, el cristiano debe conocer y elegir su camino:

“Está fuera de duda que nuestra eterna salvación depende principalmente de la


elección de estado. Esta elección es la rueda maestra de la vida. Y, así como,
descompuesta la rueda maestra de un reloj, queda todo él descontrolado, así
también respecto de nuestra salvación; si erramos en nuestra elección de estado,
toda nuestra vida andará desarreglada y descompuesta” (La vocación religiosa).
Estas palabras, destinadas a futuros religiosos, tienen aplicación para toda clase
de fieles.

Hablando de perfección y santidad en San Alfonso, necesariamente hay  que


tratar del amor. La caridad es el principio, el medio y el fin de toda vida espiritual.
Su visión sobre la estructura del amor no es fruto de consideraciones
especulativas, sino vivencia de su espiritualidad y de las necesidades reales de la
gente para la que escribía.

“Dios es amor”. Por esto, el amor egoísta no es amor verdadero. Jesucristo dio su
vida por amor. Por tanto el amor quiere amor. Y este mandamiento tenemos de él:
“que quien ama a Dios, ame también a su hermano”. Veamos, según Alfonso
cómo tenemos que practicar la caridad fraterna en pensamientos, palabras y
obras, de acuerdo al croquis de un sermón que hizo sobre el amor al prójimo:

a. No juzgar mal de nadie sin pruebas ciertas. Tenemos que practicar la caridad
con el prójimo en pensamientos, no juzgando mal de nadie sin fundamento cierto.
Quien juzga sin motivo cierto que alguien haya cometido un pecado mortal, él
mismo es quien lo comete. Si se contentase sólo con sospecharlo temerariamente,
cometería pecado venial. Quien ama la verdadera caridad piensa siempre bien de
los demás y rechaza todo juicio o sospecha desfavorable.

b. No regocijarse de la desgracia del prójimo, si no es con miras a su bien


espiritual; de igual modo, no entristecerse por sus éxitos por la razón de que sea
un bien. He aquí las palabras del santo: “Acontece muchas veces que, sin pérdida
de la caridad, nos alegre la ruina del enemigo y, sin hacernos culpables de
envidia, nos entristece su prosperidad”.

c. Hay que evitar la denigración y la calumnia y ante todo debemos de


abstenernos de críticas injustas y de murmuraciones. Cométese, pues,
murmuración no sólo cuando se quita la fama al prójimo achacándole cualquier
pecado como verdadero o exagerando lo cierto, sino también cuando se descubre
en otros algún pecado oculto.

d. Hay que evitar los chismes ya que éstos dañan mucho y siembran discordias.
Evitar las palabras que ridiculizan o hieren a alguien; cuando estas palabras se
dicen para hacer reír, esta risa es contraria a la caridad. Es fundamental evitar las
contestaciones y peleas. Hay quienes tienen el espíritu de contradicción sin
necesidad alguna, y sólo por el afán de contradecir, llevan siempre la contraria,
con perjuicio de la caridad.

e. Socorrer con limosnas o servicios y en toda necesidad a los que están


necesitados.

f. Aliviar a las almas del purgatorio.


g. Ejercer la caridad de modo especial con los enfermos.

h. Practicar la caridad sobre todo con las personas que nos son antipáticas.

El amor para con Dios y el prójimo como ya se ha descrito hace que se destaque
en la espiritualidad de Alfonso. Su concepción de la perfección y de la santidad
basada en el amor tiene un eje, CRISTO. Tal es la consigna con que abre su libro
sobre la Práctica del amor: “La suma santidad y perfección del alma se cifra en
amar a Jesucristo, nuestro Dios, Bien soberano y Salvador nuestro.

Alfonso encerró toda sus doctrina de la perfección en una fórmula que viene a
constituir el núcleo y resumen de toda su labor espiritual: “Toda la santidad
consiste en amar a Dios y todo el amor a Dios consiste en cumplir su voluntad”
(Uniformidad con la voluntad de Dios) . Y sin duda alguna la voluntad de Dios se
manifiesta en las necesidades de los demás. 

2.  PENSAMIENTO SOBRE LAS VERDADES ETERNAS

Otro de los grandes pilares de la espiritualidad alfonsiana es lo que conocemos


con el nombre de “pensamiento de las verdades eternas” o “problema del temor de
Dios”.

Alfonso insiste en la meditación de la verdades eternas (cielo, infierno, purgatorio),


no tanto porque pueda impresionar nuestra sensibilidad, sino en cuanto nos llevan
a considerar su realidad y las consecuencias que tienen en el plano de nuestra
salvación y santificación.

En el cap. 16 de La Verdadera esposa de Jesucristo, escribe: “El que tiene


cerrados los ojos, no puede ver el camino que lleva a la Patria”. Las verdades
eternas son realidades que no se ven con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del
espíritu, es decir, con la reflexión y la consideración.

En una carta a un religioso amigo le decía: “Hay que procurar escoger las materias
que mueven más a aborrecer el pecado y a amar a Dios. Es provechoso recordar
con frecuencia la muerte, haciendo sobre ella sermones durante el año, hablando
sea de la incertidumbre de la muerte con la que terminan tanto los placeres como
todos los sufrimientos de este mundo; sea de la incertidumbre del momento en
que ha de llegar la muerte, sea de la muerte desgraciada del pecador, esa de la
muerte dichosa de los santos”.

Pero después añadía. “Hay que procurar también hablar con frecuencia del amor
que nos tiene Jesucristo y del amor que nosotros debemos tenerle a él… No hay
duda, que los sermones de miedo ayudan a despertar a los pecadores del sueño
del pecado; pero hay que persuadirse al mismo tiempo que la vida del que se
abstiene del pecado sólo por temor a los castigos difícilmente tendrá una larga
perseverancia”.
La causa de la pérdida de muchas almas es el descuido en considerar el gran
negocio de la salvación y las obligaciones que debemos cumplir para conseguirla.
Cuando se tienen ante los ojos verdades, como las de, la muerte, el juicio, la
eternidad feliz o desgraciada que nos espera, no se cae en pecado.

3.  LA ORACIÓN, GRAN MEDIO DE SALVACIÓN Y SANTIFICACIÓN

“Más tengo para mí que no he escrito hasta ahora obra más útil que este librito
que viene a tratar de la oración, porque creo que es el medio más necesario y
seguro para alcanzar la salvación y todas las gracias que a ella conducen. Si me
fuera posible, quisiera lanzar al mundo tantos ejemplares de esta obra, cuantos
son los cristianos que en la tierra viven”. San Alfonso.

El lenguaje que Alfonso considera más apropiado para describir las relaciones
entre Dios y el hombre es el lenguaje del amor. El amor debe expresarse, y el gran
medio de hacer surgir y crecer el amor del hombre a Dios es la oración.

El concepto central, y que recorre todos los escritos, de la teología de San Alfonso
es que la oración es un medio necesario de salvación. Esta idea la expresó más
explícitamente en el libro publicado en 1759 “El gran medio de la oración”. Alfonso
comienza afirmando que sin la gracia de Dios el hombre no puede hacer nada
bueno.

LA ORACIÓN DE PETICIÓN

De ordinario la  gracia se da solamente a los que la piden: “Esto es lo que Dios
quiere de nosotros: que pidamos una y otra vez, y que nunca dejemos de pedir
que él nos asista y ayude, que nos ilumine y nos dé fuerzas y que nunca permita
que perdamos su gracia”. Alfonso concluye que la oración es absolutamente
necesaria para la salvación. Sin la oración, el hombre no tiene fuerza necesaria
para resistir a las tentaciones y para observar los mandamientos.

Alfonso afirma: “El que reza, ciertamente se salva. El que reza ciertamente no se
condena. Todos los salvados, se salvaron por medio de la oración. Todos los
condenados se perdieron por no rezar; si hubiesen orado no se habrían
condenado” (El gran medio de la oración ).

Muchos confesores dice, no se cuidan más que del buen propósito formado por
sus penitentes de no ofender a Dios en adelante y descuidan comprometerlos a
recurrir a la oración cuando se vean tentados a recaer; pero hay que persuadirlos
para que, cuando la tentación es fuerte, si el penitente no implora el auxilio de
Dios para resistir, todas las resoluciones le servirán de poco.

Para salvar nuestras almas no es necesario ir a los infieles ni sacrificar nuestras


vidas. No es necesario retirarse al desierto y  comer sólo hierbas.
“¿Qué cuesta decir: Dios mío, ayúdame,

Señor asístame, Ten misericordia de mí?

¿Hay algo más fácil que esto?

Y esto simplemente nos bastará para salvarnos si estamos prontos a hacerlo”.

La siguiente máxima de San Agustín, fue adoptada por el Concilio de Trento,


inspiró a San Alfonso: “Dios no manda lo imposible sino que al mandarnos algo
nos advierte que hagamos lo que podemos y pidamos lo que no podemos hacer, y
entonces El nos ayudará a hacer lo que no podíamos”.

En su libro Preparación para la muerte, Alfonso escribe: “Dios quiere que todos se
salven y no quiere que nadie se condene… Pero quiere también que le pidamos
las gracias necesarias para la salvación. Pues, por un lado, es imposible guardar
los mandamientos y salvar nuestra alma sin la ayuda actual de Dios, y, por otro,
de ordinario, Dios no nos da sus gracias a menos que se las pidamos”.

Con este tema Alfonso ha afirmado que todos pueden orar, y, por consiguiente,
salvarse. Ha insistido en la oración de petición para no caer en las tentaciones y
evitar el pecado.

LA ORACIÓN MENTAL

Alfonso hace una clara exposición de su forma de entender la oración mental en


un libro publicado en 1755, La práctica del confesor. Pretendía servir de manual
de confesores y directores espirituales, para enseñarles cómo dirigir las almas
hacia el amor de Dios.

“La oración mental se nos presenta como necesaria para conservar el alma en
estado de gracia… nunca el pecado puede coexistir con la oración mental”.  “La
persona dejará el pecado dejará la oración… una cosa o la otra, por ello es
necesario un acto de fe en la presencia de Dios, un acto de humildad, y una
oración para pedir a Dios que le guíe”. “La mejor regla es que meditemos sobre las
verdades y misterios que más nos impresionan y procuran nuestras almas el más
abundante alimento” (El gran medio de la oración).

Una vez  que uno ha orado mentalmente en una verdad eterna y Dios le ha
hablado al corazón, debe  hablar a Dios con el corazón, haciendo actos de fe, de
acción de gracias, de adoración, de alabanza, de humildad, y, sobre todo de amor
y arrepentimiento que es también acto de amor. (La práctica del confesor).

Alfonso, nos invita a evitar una falta que cometamos frecuentemente, y poner
especial cuidado en el ejercicio de una virtud que debamos practicar con particular
esmero. Y nos lo propone en tres actos:
a. Agradecimiento a Dios por las luces recibidas durante la oración.

b. El propósito de cumplir las resoluciones tomadas en la meditación.

c. La oración a Dios para pedirle que le ayude a cumplir las promesas hechas
durante la oración.

Para Alfonso, la oración expresa su unidad con la vida de cada día. El deseo de
amar a Dios debe auto-expresarse  en el modo de vida que la persona lleva en
casa, en el trabajo, en la escuelas, en el juego. Dice: “Acostúmbrate a hablar con
él a solas, con familiaridad, con confianza y amor, como con el amigo más querido
que tengas y que más te quiere” (El camino de la salvación).

LA ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN

En la meditación el alma va buscando a Dios con esfuerzo discursivo. En la


contemplación contempla sin esfuerzo a Dios ya encontrado. En la meditación la
persona actúa a través del ejercicio de sus facultades; en la contemplación, por el
contrario, Dios actúa, y el alma, en estado pasivo, recibe los dones de Dios que le
son infundidos por la gracia, sin ninguna contribución de su parte.

4. ALFONSO Y LA TEOLOGIA DE LA CONVERSION

La proclamación de San Alfonso como Doctor de la Iglesia, en 1871, atrajo la


atención sobre su doctrina y movió a estudiarla. La claridad, su vinculación en la
vida concreta cristiana, su aplicabilidad a los diversos ambientes de los fieles, etc.,
son los valores fundamentales de su doctrina.

________________________________

Artículo tomado de “San Alfonso, Misionero de los Pobres”, Capitulo III: Alfonso
Orante. P.35

© P. Luis Antonio Rojas

Misionero Redentorista de la Provincia de Bogotá

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