Dubet - Reseña
Dubet - Reseña
Dubet - Reseña
Y es que Pablo de Tarso irrumpe en la filosofía del siglo XXI con una fuerza
inusitada: Badiou, Zizek, Agamben le dedican sendos trabajos y numerosos
escritos destacan no solamente la importancia de su obra para el discurso cristiano
sino, también, las consecuencias políticas de su convocatoria y el poder de su
interpretación de la palabra de Dios.
Como en cualquier otro libro de su autoría, El tiempo que resta será de grata
recordación para el lector en tanto sea posible superar los compromisos que
impone su estilo al escribir. En medio de la mayor parsimonia, la lectura se
ve ornamentada por una erudición copiosa, imparable. Es imposible quedar
incólume después de acercarse a este seminario, pues las conexiones que establece,
el ritmo que impone y las conclusiones a las que arriba, transforman el panorama
de la filosofía política.
1 Los mediadores son sujetos jóvenes que ingresaron en las escuelas “extramuros” de Francia posterior
a 1980, su principal actividad es mediar entre los estudiantes y el medio escolar con particular atención a sus
expresiones de violencia.
463
engendra este tipo de trabajo, incluyendo también una conclusión reflexiva sobre
las posibilidades de hacer las instituciones actuales mas democráticas.
Definida la institución como un conjunto de maneras de ser y pensar la vida
social, dentro de los cuales se desarrollan ciertos marcos cognitivos y morales, en
su primer capítulo sobre El programa institucional, Dubet prioriza su definición
a partir de la noción de valores y principios compartidos, que funcionan como
marcos externos desde su función universal en el proceso de socialización y poseen
cierta voluntad de control al sujeto, empero rara vez resultan impugnados
por su fuerza, coherencia y su capacidad de reducción de tensiones. Esta idea
de socialización propuesta como la función de asegurar la continuidad entre
estructura social y personalidad es retomada de Parsons.
El “programa institucional” reposa sobre la resolución de una paradoja,
en un mismo movimiento socializa al individuo y le inculca una identidad,
mientras sus objetivos son construir un sujeto capaz de dominar o construir
libertad por vía de la fe o de la razón. De esta manera cumple con un doble
proceso de socialización y subjetivación. Además, posee un valor mágico en
tanto transforma principios y valores abstractos en prácticas y disciplinas que
resultan completamente llenas de sentido cuando los actores creen y participan
de determinados cuadros cognoscitivos y morales indispensables para cumplir el
proyecto de socialización. En este apartado es evaluada de manera problemática
la vocación que legitimaba los principios universales de socialización y que e no
es parte principal de la relación social n el actual declive institucional.
En el segundo capítulo, “La decadencia del programa institucional” el autor
se encarga de demostrar cómo esta decadencia no es total, ni homogénea, así
como tampoco es un fenómeno que afecte sólo al trabajo sobre los otros, sino
que va más allá, que proviene de un proceso de racionalización, de desencanto
y diversificación de la vida social y de sus representaciones. “La decadencia
del programa institucional proviene de la exacerbación de sus contradicciones
latentes, cuando ya no posee la capacidad ideológica para borrarlos, cuando ya
no cuenta con la fuerza para reducir las paradojas que podía superar el don de su
magia” (Dubet, 2006: 64). El principal factor de su debilitamiento fue el retroceso
del modelo burocrático y vocacional, el desarrollo de organizaciones complejas
abiertas a sus entornos y en cuya dinámica el programa institucional terminó por
disolverse. Los actores ya no creen en la continuidad que suponía la socialización
y la subjetivación, por lo cual el mayor problema no es la socialización, sino
el distanciamiento y el trabajo sobre sí mismo, mediante el cual el actor tiene
que construirse como sujeto a partir de sus experiencias. Es decir, la cadena de
socialización se invirtió (Dubet, 2006: 64).
464
La profesionalización de los oficios sobre los otros conllevó el desplazamiento
de la legitimidad sagrada de la institución a una legitimidad racional, fundada
sobre la eficacia del trabajo evaluado por sus resultados. Hay por lo tanto una
racionalización del modo de gestión con la construcción de métodos basados
en objetivos, índices y evaluación donde lo importante no es el desarrollo del
trabajo, sino su eficacia. La mayoría de los actores vive la decadencia del programa
institucional como una crisis, aunque no se puede hablar ni de rol, ni de vocación
al momento de definir el trabajo sobre los otros, sino verlo en el marco de la
experiencia social donde el control social, el servicio y la relación son los nuevos
elementos a tener en cuenta.
En la segunda parte el análisis de los casos comienza con el estudio de los
profesionales docentes, en el tercer capítulo “Una mutación bajo control: los
docentes”, Dubet presenta la transformación de la escuela primaria que surge
como la institución privilegiada, con un cuerpo de profesores formados como
profesionales en métodos sólidos y homogéneos, con un ideal por la vocación
que inspiraba un trabajo meticuloso, disciplinado que era expresado en la
ejecución de reglas inequívocas. Tal transformación en las entrevistas realizadas
a los profesores no aflora como una nostalgia del pasado. A pesar de que los
cambios que vive la escuela, la sociedad y la relación alumno-docente son vividas
como problemáticas, no ha conllevado a que se les interprete como una invasión
total del programa institucional. Los profesores por su parte, han conservado la
capacidad de objetivar su trabajo por medio del seguimiento de sus propuestas
y el desarrollo de los estudiantes, lo que les permite seguir creyendo en su
acción aunque en los momentos de evaluación de los objetivos sea necesario
desembarazarse de la culpa.
Esta cuestión implica que la escuela primaria ejemplifica un caso de evolución
del programa institucional que, sin romper con su lógica interna, supo librarse
de los aspectos más violentos de su matriz institucional, como el imperio de
la disciplina, aspectos que resultan contrarios para los docentes de enseñanza
media que aborda en el cuarto capítulo “Una experiencia sitiada: las cátedras
en la educación media”. Para la mayoría de estos docentes la transformación
es interpretada como una crisis y una decadencia del oficio, por lo tanto, son
interpretados como síntomas de un derrumbe generalizado de la institución. Todo
comienza a suceder de una manera desligada, como si el hilo que anudaba los
valores de la organización del trabajo y las prácticas profesionales hubiera dejado
de existir. El dictar cursos más allá de una actividad agotadora se vive como la
posibilidad de hacer entrar a los alumnos a un universo intelectual definido por
sus programas de área.
465
La decadencia del programa institucional para los estos docentes va acompañada
de una crisis de autoridad, de la pérdida del monopolio cultural escolar ya que
los alumnos pueden acceder a otras informaciones por fuera de este ámbito. La
escuela no sólo es invadida por más alumnos, sino que es objeto de demandas
específicas, como la igualdad de oportunidades o por la cuestión de las identidades
culturales de los jóvenes. Dubet propone dos posibles maneras de entender la
experiencia profesional de los profesores de secundaria: la primera, en términos
de crisis donde todo resulta tener explicación en el marco de las desmembración
del programa institucional y la segunda que expresa el desajuste propio de este
programa como producto de la modernidad cultural, la transformación de los
modos de legitimidad y la inclusión de la escuela en la lógica de los servicios.
Trabajar con formadores de centros de reeducación de adultos en artes y
oficios de cinco centros diferentes tuvo como objeto acercarse a la eficacia de
estas actividades en la reinserción laboral de los asistentes en el quinto capítulo
“El lugar del oficio: los formadores de adultos”, donde se analiza cómo este
trabajo construido en torno a un centro, un oficio y a partir de una conciencia
de clase obrera constituye las bases del programa institucional que logra estabilizar
las relaciones entre formadores y participantes. No sólo por eso se consolida el
programa sino, también, por el compartir una historia militante en el movimiento
obrero, y por que la acción de formación en el oficio no es reductible a un oficio
ofrecido a ciertos clientes, sino que esta enseñanza es concebida como un proyecto
educativo que apunta a la persona, a su socialización y emancipación. Además,
los integrantes del grupo se encargan de darle identidad al compartir una cultura,
por lo cual su oficio es a la vez su identidad y su herramienta de trabajo a pesar
de estar sujetos a rápidas modificaciones en la cualificación del oficio.
El estudio de este grupo de formadores generó en Dubet la sensación de
llegar al término de una historia, al momento en que este programa se volvía una
excepción, ya que el cambio de personas que llegan a los centros está generando
un desplazamiento hacia el seguimiento del trabajo social. No menos compleja
resulta la realidad jerárquica descrita en el sexto capítulo “Entre técnica, relaciones
y organización: las enfermeras”, un conjunto inestable de prácticas que remiten
a principios contradictorios. Entre la dominación ejercida por los médicos,
la administración y las enfermeras jefas, logra que las enfermeras se sientan
desposeídas. Las enfermeras con las que se trabajó en la investigación tienen la
sensación de cristalizar todas las funciones del hospital, y se ven tentadas a definir
su experiencia en tres dimensiones: la técnica, la relación que apunta a hacer
del enfermo un buen sujeto y el enfermo como usuario al que es importante
proporcionar servicios de calidad.
466
Si bien este oficio posee gran capacidad de crítica, se vive en un continuo
desgaste ya que siempre se trabaja con la urgencia. El hospital es un universo
negociado e institucionalizado por su tradición, es mucho más que la prolongación
colectiva de un modelo institucional que jerarquiza valores y principios. En este
caso, los cambios del programa institucional forman parte de la evolución amplia
del sistema que incluye cuestiones tales como la privatización y la desocialización
de los individuos que trae consigo la dinámica de mercado comentada en otros
casos anteriores. A diferencia de la escuela y del hospital, el trabajo social nunca
fue visto como una organización por su carácter polisémico de intervención. Sin
embargo, Dubet propone en el séptimo capítulo “Una experiencia crítica: los
trabajadores sociales”, que este tipo de actividad puede ser muestra del trabajo
sobre los otros, ya que trabajador mismo cumple con las tareas de institución y se
piensa así mismo como tal (Dubet, 2006: 264). Esta representación de sí mismo
como institución es un imaginario fundamental de la profesión, son los actores
de intervención que representan a la institución puertas afuera.
La vocación de los trabajadores sociales está fundada en la creencia de que
toda relación con el otro es de por sí un programa pedagógico. Se conciben como
militantes de los principios de solidaridad y libertad, afirman que detrás de la
demanda de los casos sociales hay una demanda real que permite a la persona
convertirse en sujeto. Durante las nueve sesiones de trabajo los integrantes
definieron el trabajo social como una actividad de control, de servicio y como
una relación. Sin embargo no pudieron alejarse de la tendencia de definirse en
términos de crisis, de perdida de un sentido central de la relación pedagógica.
Aún así estas dificultades no son vividas como crisis que vacíen de sentido y de
contenido la acción. La cuestión principal es encontrar un ámbito de trabajo
que resguarde de las tensiones, el rol esperado por el equipo que le da un sentido
profesional a la actividad. Para Dubet, el trabajo social es una figura inacabada e
incierta, pudiendo verse en él los límites de los procesos actuales de socialización
que corresponden a la modernidad ética.
Los actores de los que el texto se ocupó hasta este punto pertenecían a una
profesión con una calificación reconocida y todos forman parte de una historia
institucional. Sin embargo en el octavo capítulo “Fuera de la institución: los
mediadores”, son jóvenes que su cualidad profesional es, por una parte, su
juventud y, por otra, el pertenecer al ámbito cultural de las poblaciones con las
que van a trabajar. Aparentemente su principal habilidad es tener aquello de lo
que están desprovistos los profesionales de las instituciones educativas. Estos
aspectos facilitan ver que la mediación corresponde más a una crisis de la escuela
y de sus actores que a problemas específicos, ya que las intervenciones de los
mediadores son producto de un ambiente de violencia escolar que reposa en la
467
idea de que esta violencia proviene sólo del entorno social de los individuos y
llega a la vida escolar, la invade y la destruye.
Este es sin duda el punto más lejano del programa institucional en tanto este
oficio no requiere cierta profesionalización, formación, ni cualificación. Se trata
de una generación espontánea que tiene para vender lo que son: su edad, género,
cultura de clase y su cultura étnica (Dubet, 2006: 306). Aún así, sus condiciones
de ingreso al mundo escolar son tan efímeras como su juventud: son adultos
cuando participan del orden de la escuela y son jóvenes en su rol social que es
cercano a las dimensiones cultural y escolar de los alumnos. El trabajo de los
mediadores queda englobado en la disciplina, no pertenecen al personal de planta
de la instrucción pública, hacen lo que otros no quieren hacer, se mantienen
en una situación paradójica para mantener el orden, castigar y sin embargo son
los que mas presentes y cercanos a los alumnos se encuentran. Esta relación está
en las antípodas de lo que se ha denominado programa institucional, lo cual lo
hace interesante ya que podría llegar a ser visto como una señal precursora de
las nuevas formas de trabajar sobre los otros. Los mediadores son trabajadores
independientes puestos a disposición de los colegios que no representan otra cosa
que así mismos, definiendo una situación de inestabilidad que nos demuestra la
decadencia institucional que aunque sea una tarea remunerada, no es un oficio
en los que el rol define la personalidad. Este caso es contrario: la personalidad
de los individuos define su adscripción a este rol
La tercera parte de El declive de la institución constituye una amplia reflexión
que inicia en el noveno capítulo “El trabajo y el trabajo sobre los otros”, que
se diferencia del trabajo productivo porque es un trabajo sobre sí mismo y que
resulta difícil de objetivar y evaluar. La cualificación del trabajador no sólo
moviliza conocimientos generales y disposiciones personales sino que además
ofrece tres dimensiones personales: el oficio como cualificación pertinente a los
aprendizajes, el rol, que deriva de la posición del individuo en la organización y,
por último la personalidad que es definida por la capacidad de establecer relaciones
con los individuos. La complejidad de estos tres elementos permite seguir la
discusión de Dubet cuando señala que el trabajo sobre los otros no se transformó
simplemente de vocación a profesión, en distintos grados se fragmentó y tomó
un carácter diverso.
En este contexto el programa institucional reconoce que el oficio, el rol y la
personalidad están completamente relacionados con el compromiso personal, la
vocación y el oficio, cuestiones que hacen que los individuos compartan una
identidad y generen cierta homogeneidad, pues la institución se afirma en esos
valores que la fundan. Sin embargo su decadencia puso a los actores frente a su
personalidad y motivación, cuando antes les dictaba su rol, vocación y legitimidad.
468
Los trabajadores sobre los otros abordados, tienen como preocupación por
lograr el reconocimiento, interés que se alimenta del núcleo central del trabajo
sobre los otros que plantea el problema de objetivación del trabajo realizado por
los individuos y de definir la experiencia cuando el trabajador está demasiado
comprometido por su convicción o por necesidad.
Las hipótesis sobre el trabajo de socialización son abordadas en el último
capítulo con la idea principal de que éste reposa sobre un principio de homología
de las experiencias del profesional y del socializado. Esta homología no indica
que su experiencia sea igual, sólo que responden a una dinámica cercana en
tanto comparten un contexto y, con él, un mínimo de reglas que se configuran
como una interacción que forma una experiencia compartida. A su vez, el
objeto del trabajo comienza a definir las características de la experiencia de los
profesionales, quienes comienzan a tener la sensación de verse confrontados
por las mismas debilidades que sus objetos. Con su trabajo, y a pesar de tener
historias institucionales diferentes, los actores estudiados construyen y afrontan
problemáticas comunes, sus experiencias profesionales están estructuradas de
modo idéntico, se presentan como experiencias y no como roles, puestas en escena
como modos de construir una actividad con fuertes lazos subjetivos y con gran
capacidad critica. Los “objetos” del trabajo, cumplen una función determinante
en las relaciones, y cuentan con el poder de imponer una experiencia y conjunto
de problemas a los que el trabajador debe adaptarse.
A modo de reflexión, Dubet deja abierta varias cuestiones para proseguir
el análisis y debate sobre la decadencia de las instituciones, planteando cuatro
tipos de problemas para los trabajadores y para sus objetos que son producto
de las mutaciones que ha tenido la experiencia de socialización: la lucha por la
legitimidad y la autoridad, el establecimiento de una relación sin mediación subjetiva
en la que la relación quede expresada en términos de cumplir los objetivos
del profesional, la inestabilidad de los principios y las practicas que guían a las
instituciones y la protección a los mas débiles. Este último punto es de especial
reconocimiento, ya que el autor presenta una discusión muy interesante en
términos de la igualdad que proponen en la actualidad algunas políticas sociales
que terminan engendrando en sí mismas las formas de desigualdad que se vuelven
cada vez más intolerables.
Con las cuestiones anteriores Dubet señala que el debilitamiento del programa
institucional no está ligado a una reducción de su poder, sino por el contrario
a su expansión. Es producto de una ruptura grabada en los límites mismos
de la modernidad y no solo afecta a los grupos estudiados en este texto sino
también a instituciones tradicionales como la familia y la Iglesia. Esta decadencia
proviene del desarrollo de cuestiones complejas por los que hay que diseñar
469
orientaciones hacia un reformismo radical que lleve a una concepción política de
las instituciones donde se pueda socializar a los actores, garantizar la subjetivación
de sus individuos sin estar atados a un servicio social específico. Es decir, lograr
una ruptura con el modelo antiguo, en donde el profesional pueda hacer de su
oficio algo capaz de objetivar, que el lugar de los usuarios pueda constituirse de
un modo claro por medio de reglas específicas.
Por último, Dubet propone que el mecanismo para mejorar las instituciones,
es lograr su democratización, cuestión que implicaría la reducción en la escala
de su acción por medio de definir órdenes de acción limitados, autónomos y
ajustados a los problemas tratados. Además el autor propone que la política
debe tomar un lugar muy importante en la construcción de este nuevo orden
institucional para que sea más legítimo. Sin embargo, se considera que esta
propuesta puede fortalecer los mecanismos burocráticos en la acción social.
A lo largo del texto se mantiene el análisis sobre la sensación de crisis de los
profesionales del trabajo sobre los otros, pero algunos comparten la posibilidad
de una reconstrucción del programa institucional que puede resultar en mejores
alternativas que inclinarse por la acción política.