Amor de Hijo
Amor de Hijo
Amor de Hijo
Mortocoro
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Después de dieciséis años conviviendo con su madre, Luis descubre cómo es de verdad.
Lorena era una mujer felizmente casada. Con cuarenta y tres años tenía una vida que muchas
de sus amigas envidiaban, un marido de buen ver y un hijo de catorce años que era muy
educado y aplicado en sus estudios. Juan, su marido, era directivo de una multinacional,
debido a ello pasaba mucho tiempo viajando por distintos países. Ella estaba segura de que la
engañaba con otras mujeres y seguro que más de una prostituta habría llenado las noches
lejos de casa, pero a cambio tenía un buen nivel de vida y la verdad es que no necesitaba tener
sexo.
Para Lorena el sexo era más bien cuestión de obligación marital, más que un disfrute de los
sentidos. Por eso tuvo sólo un hijo, por obligación. Amaba más el dinero de su marido que a él,
y tener a su hijo le aseguró que Juan la siguiera manteniendo.
Sólo había una cosa que le gustaba más que el dinero, alardear de que le sobraba. Le gustaba
mostrar en el club social de la urbanización las ropas que se había comprado y todos aquellas
cosas que ella suponía la hacían ser mejor que cualquier mujer que la rodeara. Pero lo peor no
era que no tuviera amor en su vida, lo peor es que no lo necesitaba.
Dedicaba mucho tiempo a cuidar su cuerpo y nunca necesitó pasar por el quirófano para
mostrar siempre un esbelto y espectacular cuerpo. Casi todos los hombre que había por su
alrededor, vecinos, amigos de su marido; todos la deseaban y más de uno se dieron con la fría
personalidad de aquella mujer. Incluso los compañeros del colegio de su hijo.
Con cuarenta y cinco años aún mantenía toda su hermosura. Luis, su hijo, ahora tenía dieciséis
años e iba al instituto. Para no tener que ir a llevarlo y recogerlo, le habían comprado un
pequeño cochecito de esos que se conducen con una licencia y ella seguía con su vida,
reuniéndose con sus amigas y alardeando de sus cosas.
Pero la vida de Lorena iba a cambiar. Todo empezó un día que Luis regresó del instituto con un
compañero de clase. Eran las cinco de la tarde y Lorena se disponía a ir al gimnasio para hacer
su mantenimiento diario. Iba vestida con aquellas mayas que se ajustaban a su cuerpo y con su
mochila en la mano estaba preparada para salir. Se abrió la puerta justo cuando ella iba a salir.
- ¡Hola mamá! – La saludó Luis. – He venido con mi compañero Jorge. Vamos a estudiar
un rato.
- ¡Encantado, señora! – Dijo Jorge titubeando un poco al ver aquella impresionante mujer.
- ¡Joder, tu madre está para mojar pan! – Dijo Jorge sin dejar de mirarla.
Y ese día cambió la vida de Luis y de Lorena. En cuanto Jorge comentó el cuerpo que tenía la
madre de Luis, todos los de la clase querían conocerla, y todos querían ser amigos de Luis.
Nunca la habían visto por el instituto, y si el tutor de Luis pedía una reunión con sus padres,
nunca estaban presentes, por lo que la maravilla que había descrito Jorge hizo que todos
aquellos chavales de dieciséis años quisieran conocerla.
Luis sabía que todo aquel interés por ser su amigo venía por la curiosidad de conocer a su
madre. Incluso Antonio, un chaval repetidor de dieciocho años, un auténtico chulo, le pidió
estudiar con Luis y Jorge una tarde. Bajo un poco de coacción, los dos accedieron y una tarde
de sábado se reunieron los tres en casa de Luis.
Antonio quedó de piedra cuando aquella madura mujer entró en la habitación de Luis donde
estudiaban. Acababa de salir de la ducha y creyendo que su hijo estaría solo, abrió la puerta
para hablar con él. Su hermoso cuerpo estaba cubierto por una simple toalla que dejaba gran
parte de sus piernas a la vista y llegaba hasta sus redondos y generosos pechos.
- Hijo… - Laura se quedó de piedra al descubrir que Luis no estaba solo. – Cuando puedas
ven a mi habitación… - Cerró la puerta rápidamente.
- ¡No te preocupes Jorge! – Le dijo Luis levantándose. - ¡Este no es tío para mi madre! – Se
marchó a hablar con su madre.
Unos minutos después volvió de hablar con su madre. Sus dos compañeros discutían y se
callaron cuando lo vieron entrar. Luis no se inmutó, pero sabía que estarían hablando de su
madre. No había pasado ni media hora cuando Antonio se levantó de su asiento y preguntó
dónde estaba el baño. Luis se lo indicó y su compañero salió de la habitación.
Antonio sentía que su polla estaba erecta. Ya había follado con algunas maduras amigas de su
madre, y aunque en un principio le habían opuesto resistencia, él era muy macho y sabía lo
que una madre caliente necesitaba. Lorena estaba muy buena y Antonio sabía que necesitaba
que su polla llenara su caliente vagina.
Bajó por las escaleras y escuchó ruidos en la cocina. Se acercó acechando, espiando a aquella
mujer que lo había puesto tan caliente. ¡Y allí estaba aquella preciosa diosa del deseo! Laura
estaba de pie, junto a la encimera preparando un café. De espaldas a la puerta no notó que
aquel depredador se le acercaba por detrás.
- Creo que debes darme algo por la impresión que me has producido antes… - Lorena
botó por el susto al escuchar la voz de aquel chico. Se giró y lo tenía a menos de un metro de
ella. – O mejor, creo que tengo algo que tú necesitas… - Se acercaba lentamente a ella
intentando acorralarla con sus brazos, contra la encimera.
- ¡Esto es muy poco para lo que yo necesito! – Lorena agarró su polla por encima de los
pantalones y comprobó que aquel estúpido chico tenía una polla gorda. - ¡Esto es una mierda
para mí! – Contestó empujándolo para separarlo. - ¡Cuando te crezca me la enseñas!
- ¡Mira putona, sé que estás caliente y necesita que te la meta! – Antonio la agarró por la
cintura e intentó besarla. Todas las anteriores maduras se habían asustado en un principio,
pero esta no. - ¡Vamos, eres una madre caliente que necesita a un macho entre sus piernas!
Lorena lo empujó con todas sus fuerzas y consiguió separarlo un poco, lo necesario para
lanzarle una bofetada y gritarle que se fuera. Aquel desagradable chico sintió su hombría
herida por el desprecio de aquella mujer. Levantó una mano para devolverle la bofetada.
Aquella vez fue la primera vez que Lorena sintió miedo ante el acoso de un hombre. Todos
habían desistido cuando ella los había rechazado, pero ese chico estaba como enloquecido.
Antonio lanzó un quejido al sentir un gran dolor en su costado, debajo de sus costillas. Luis le
había dado un certero puñetazo al ver que intentaba atacar a su madre. Con una mano en el
costado Antonio se giró, lanzó su puño con toda la furia que le provocaba ser abofeteado por
la madre y golpeado por el hijo. Luis esquivó el brazo y contraatacó con dos puñetazos, uno en
el otro costado y el siguiente en la boca del estómago. Antonio cayó de rodillas casi sin poder
respirar. Luis agarró una de sus muñecas y la retorció hasta ponerle el brazo tras la espalda e
inmovilizarlo. La otra mano agarró los pelos de su contrincante y lo levantó sin ningún esfuerzo
del suelo. De esta forma lo llevó hasta la puerta, mientras que Antonio intentaba respirar.
Jorge había bajado al escuchar los gritos y abrió la puerta a la orden de Luis. Cuando estuvo a
dos metros de la moto de Antonio, lo empujó para hacerlo rodar por el suelo. El humillado no
dijo nada, se levantó, arrancó su moto y se marchó de allí.
- ¿Estás bien, hijo? – Le preguntó Lorena.
- Sí mamá, estoy bien… - Sentía como todo su cuerpo temblaba por la adrenalina que le
había provocada toda aquella violenta situación.
Luis y Jorge volvieron a la habitación, pero ya no pudieron estudiar más. Pasaron tiempo
hablando de lo ocurrido y después jugaron con la consola para intentar acabar con la rabia que
le había provocado el ataque de Antonio a su madre. Tras muchos combates en la consola,
toda la adrenalina que circulaba por el cuerpo de Luis se había disipado. Ya eran las diez de la
noche.
- Luis, he de irme… - Dijo Jorge levantándose tras otra horrorosa derrota en aquel vídeo
juego. – He quedado con unos cuantos amigos… ¿Te vienes con nosotros?
- No, voy a aprovechar para estudiar un poco después de que te deje en tu casa.
- ¡Cómo quieras! Pero deberías relacionarte con alguien, no estar todo el tiempo entre
esos malditos libros.
- ¡Mamá, voy a llevar a Jorge a su casa y ahora vuelvo! – Lorena pensó por unos segundos.
- ¿Vale mamá?
- ¡Espera! – Contestó girándose a la puerta y acercándose a él. - ¿Te apetece que lo
llevemos en mi coche y después vamos a dar una vuelta por la ciudad? – Luis mostró cara de
extrañeza. - ¡Tengo que agradecerte que hayas sido mi héroe esta noche!
- Bueno… No sé… - Él no sabía que decir, su madre siempre se había mostrado tan
distante durante todos aquellos años de su vida que estaba confuso. – Vale… Iremos a… donde
sea.
Lorena salió por la puerta de la casa hacia el coche, después salió Jorge y esperó a que Luis
cerrara la casa. Jorge no dejaba de mirar la estupenda figura de aquella mujer.
- ¡Perdona Luis! ¡Tu madre es que está demasiado buena! – Aquellas palabras le salieron
del corazón y miraba a su amigo pidiendo perdón por el comentario.
- Ya lo sé Jorge… - Luis se acercó para hablarle al oído. – Te confesaré una cosa, pero
como salga de tu boca te haré lo mismo que a Antonio… ¡Muchas veces me masturbo
pensando en ella!
- ¡Sí, pero tú esta noche seguro que te casca una con la imagen de mi madre entrado con
aquella toalla! – Lo señaló con un dedo indicando que lo sabía.
- ¡Eso seguro! – Señaló a Luis con un dedo también. - ¡Pero lo tuyo es más pervertido!
Llevaron a Jorge hasta su casa. Lorena podía ver como aquel chaval no dejaba de mirarla por el
espejo retrovisor. Cada vez que ella miraba atrás, él estaba mirándola. Jorge no podía dejar de
mirar los preciosos ojos de Lorena. Deseaba que aquella mujer fuera su madre y poder mirarla
todo el día. Aquellos verdes ojos lo tenían hipnotizado. Se sentía atraído por aquella mujer
madura.
- ¡Llegamos! – Dijo Lorena y Jorge salió del coche con pocas ganas.
- ¡Muchas gracias y hasta otro día! – Estaba junto a la ventanilla de ella para poder ver su
cuerpo.
- ¡Dale un beso a tu tía Lorena! – Le pidió ella y Jorge quedó un poco aturullado al no
esperar aquella petición. Se agachó y le dio un beso en cada mejilla. – Gracias por ayudarme a
echar al chulo grosero de tu compañero.
- ¡Nada, nada! – No sabía que decir. El perfume de ella le había nublado la razón. Al
moverse su escote se había abierto y pudo ver aquel prohibido canalillo que formaban sus
tetas. Se excitó como nunca lo había hecho.
Vieron como Jorge entraba en su casa. Lorena continuó circulando en dirección al centro
comercial para cenar en un burguer. Luis miraba a su madre, estaba preciosa, siempre lo
estaba. Era una cosa que cuidaba en extremo. Siempre quería estar perfecta, tanto en su ropa
como en su maquillaje. Mientras ella conducía, él la miraba pensando en como era posible que
con aquel cuerpo nunca hubiera tenido un amante… O sí lo tenía y todos estaban engañados.
Él nunca había salido con ella, aquella era la primera noche. Otras veces habían ido a casa de
algún familiar, pero nunca los dos solos por la ciudad. Aquello le pareció raro.
Lorena notaba cómo su hijo la observaba. Lo había visto crecer desde que nació y hasta el
momento en que la salvó del ataque de aquel estúpido chaval no sintió cariño por él. No es
que no lo quisiera, lo quería como una madre… o por lo menos como creía ella que tenía que
ser el amor de una madre. En realidad Luis era un extraño para ella. Le había dado siempre
todo lo que él necesitaba, dinero, medios para estudiar, campamentos en verano… todo lo que
él le reclamara materialmente, ella se lo concedía. Pero se sentía rara pues nunca había
sentido cariño o amor por ninguna persona. Ni siquiera por su marido. Para ella, Juan era un
medio de obtener un estatus social, su marido le conseguía dinero y ella le daba sexo cada vez
que él se lo pedía. Pero aquella tarde, al ver como su hijo se ponía en peligro para salvarla…
Aquella tarde sintió el amor de su hijo que despertó un sentimiento dormido y reprimido en
ella.
- Verás hijo… - Hizo una pausa para preparar lo que le iba a decir. – Sé, se nota, que a
Jorge le pone… palote verme. - Miró a su hijo para ver como reaccionaba al hablarle así. – Así
que como agradecimiento le he dado dos besos…
- ¡Sí, claro! – Luis agitó las manos mostrando que sabía más. - ¿Y lo de desabrochar un
botón más de tu escote para que te viera las tetas?
- ¿Imagen?
- Claro… - Puso su mano sobre el muslo de él. - ¿Estará ahora haciéndose una pajilla con
esa imagen?
- ¡Mamá, eres una pervertida! – Luis rió al recordar la conversación con su amigo cuando
cerraban la puerta. – Perdona, pero ya llevaba tu imagen en toalla después de la ducha. ¡Creo
que esta noche no saldrá, se la pasará masturbándose como un mono!
- ¡Dios, qué vergüenza! ¡Sentí cómo los ojos de tus amigos se clavaron en mí! ¿No se me
vería nada?
- ¡Lo suficiente para ver lo preciosa que eres! – Luis dijo aquellas palabras y sintió como se
ruborizaba pues le salieron del corazón, sin pensar.
Se hizo el silencio. Lorena no pudo ver los colores y calores que su hijo estaba sufriendo. En
cambio aquel sentimiento que había sentido por él se hacía más intenso. No podía identificar
que era lo que su hijo le estaba provocando aquella noche. Nunca ninguna persona le había
producido ese calor y esos nervios que en aquel momento le producían las palabras de su hijo
de dieciséis años.
Las palabras de ella no llevaban ninguna intención, pero el doble sentido afloró en la mente de
Luis y hundió avergonzado la vista, pero no por aquellas palabras, si no por la excitación que
sintió. Lorena se ruborizó por primera vez con su hijo. No pensó lo que decía y pareció que se
estaba insinuando a su propio hijo, muchos hombres le habían hecho proposiciones peores y
ella no se inmutó ni un momento, pero decir aquellas inocentes palabras a su hijo era como si
lo provocara. Salieron del coche y caminaron por el centro comercial para buscar una pizzería.
Luis notaba como todos los hombre miraban a su madre. No lo podían evitar. Su madre era
toda una preciosidad. Se sintió orgulloso y afortunado de ir acompañado de aquella
impresionante mujer.
Entraron en aquella pizzería y disfrutaron de la comida. Hablaban como nunca antes habían
hablado, de todo un poco, de los estudios, de los gustos de películas y libros, de la música que
les gustaba escuchar. Eran una madre y un hijo cenando en aquel restaurante. Pero entonces
Luis hizo una pregunta que ella no se esperaba.
- Perdona mamá. – Ella lo miró sonriente y él desvió la mirada. - ¿Sabes que papá te
engaña?
- ¡Oh, eso…! – Lorena se puso seria. – Verás hijo… - No sabía bien que contestarle. – La
relación con tu padre es algo… rara.
- ¡Eso es algo que no entiendo! – Luis estaba preocupado. - ¿Por qué tenéis una relación
“rara”?
- ¡No Luis, no! – Lorena lo interrumpió. – Ya te estás haciendo mayor y hay cosas que no
podemos ocultarte… - Hizo una pausa intentando aclarar sus ideas. – Verás, nuestro
matrimonio, en principio, fue por amor. Yo quería a tu padre y creo que él a mí. Al poco
tiempo descubrí que era aficionado a las “malas mujeres” y por un tiempo estuve pensando en
divorciarme de él. Esto fue antes de que tú nacieras. Entonces pensé que si lo dejaba perdería
el nivel de vida que llevaba durante aquellos dos años. Si bien no tenía amor, tenía dinero para
conseguir todo lo que quisiera.
- ¿Y buscaste un amante?
- ¡No hijo, no! Después de la experiencia con tu padre decidí no tener más relación con
ningún hombre.
- Especifica… - Dijo ella mientras metía una cucharada de helado en su hermosa boca.
- Especificar ¿qué? – Luis alargó la mano y le retiró restos de helado que había quedado
en la comisura de la boca de su madre.
- Pero yo esta noche no soy tu hijo… - La miró a los ojos. - ¡Esta noche soy tu héroe!
- ¡Vaya, vaya! – Ella sonrió. - ¡Así que tengo un hijo cotilla que quiere saber las
intimidades de su madre!
- ¡Oh, no mamá! – Esta vez Lorena pudo ver perfectamente como su hijo se ruborizaba. –
No, no me cuentes nada que no quieras…
- ¡Vamos héroe! – Lanzó unas carcajadas que avergonzaron más a Luis. - ¡No te pongas
así! Verás, te confesaré una cosa como mujer. – Agarró la mano de su hijo. – Estoy tranquila
pues sólo tengo sexo con los hombres de los que me enamoro. Desde que me enteré del ritmo
de vida que le gusta a tu padre, sólo he tenido sexo para tenerte a ti.
- La verdad es que es la única vez que he tenido sexo sin amor, ya no lo quería, pero tenía
que asegurarme un futuro… - Lorena agachó la cabeza avergonzada.
- Siempre te he querido, hijo. – Los verdes ojos se humedecieron al sentir pena. – Lo que
no he sabido nunca cómo ha de querer una madre… Siempre te he dado todo lo que me has
pedido, pero nunca te he dado el cariño que necesitabas.
- ¡No te preocupes! ¡Nunca es tarde para dar cariño y esta noche creo que eres la mejor
madre del mundo! – Lorena sonrió y le dio un beso en la mejilla a Luis. Él le susurró al oído. - ¡Y
la más bonita! ¡Tienes a todos los hombres pendientes de ti!
Después de aquella cena, compraron palomitas, unas bebidas y entraron a ver una película. Él
en dieciséis años apenas había podido disfrutar de su madre. Lo había llevado a muchos sitios,
pero siempre la había sentido distante, como si le acompañara por obligación, sin disfrutar de
su presencia. Aquella noche ella estaba allí, junto a él. La película era de terror, bueno, más
bien de sustos, y ella a los pocos minutos de empezar se abrazó a su brazo y lo torturó en
todos los momentos que ella se sobresaltaba. Para Luis aquello era nuevo, aquel día empezó a
sentir que tenía madre.
Cuando acabó la película ya eran cerca de las dos de la mañana. Caminaron hasta el coche y
volvieron a casa, en silencio, disfrutando de aquella noche en que eran madre e hijo. Entraron
en la casa y, como todos los días, cada uno se preparó para dormir.
Luis estaba sobre la cama, en pijama, pensando en aquella tarde y en aquella noche. Cómo
había sido posible que un hecho puntual con el cabrón de Antonio hiciera cambiar tanto a su
madre… Y en tan poco tiempo. No encontraba explicación, pero se sentía extrañamente feliz.
Pensaba en su madre y descubrió que ella le producía una excitación que no podía explicar, su
mano acarició levemente su polla mientras en su mente volvía a recordar la imagen de su
hermosa madre.
Lorena destapó la cama y se metió dentro. Al apagar la luz su mente volvió a llevarla al
momento en que su querido hijo golpeaba a aquel bribón. Era como si pasara a cámara lenta.
Podía recordar como el cuerpo de su hijo se tensaba para defenderla. Aquel niño regordete
que recordaba, se había convertido en todo un hombre, y aunque aún no estaba totalmente
desarrollado, ella se sintió excitada por él. “¡No, eso no puede ser!” Gritó su mente cuando se
descubrió deseando a su hijo. Ella no deseaba sexo desde hacía mucho tiempo, incluso había
soportado los sublimes acosos de su cuñado Roberto dos años antes de que éste se casara, y
eso que después del nacimiento de Luis llegó a sentir mucho más de lo que se siente por un
cuñado. “¡Pero no, con mi hijo no puede ser!” Se repetía una y otra vez.
- Nada… ¿Podría dormir contigo? – Lorena quedó unos segundos en silencio, extrañada
por la petición de su hijo. – Es que no puedo dormir y si no te importa… podríamos hablar… Si
quieres claro.
- Vale, métete en la cama. – Encendió la luz de la mesita y en ese momento Luis pudo ver
uno de sus pechos desnudos. - ¡Dios, no me acordaba que duermo desnuda!
Ella se mantuvo tapada hasta que él entró en la cama y después se giró para apagar la luz. Luis
no pudo evitar mirarla, la ropa se elevó y por un maravilloso instante pudo ver su redondo y
maravilloso culo desnudo bajo las telas que los cubría. Era evidente que los dos se necesitaban.
Algo había cambiado entre ellos y no paraban de hablar, de preguntarse cosas banales y otras
más íntimas. Durante más de una hora hablaron y hablaron, conociéndose poco a poco hasta
que los dos quedaron dormidos.
El domingo por la mañana amaneció. La habitación estaba totalmente iluminada por el sol que
entraba por la ventana. Lorena estaba echada de lado en la cama y sentía en su cuerpo una
agradable sensación de calidez que hacía tiempo no sentía. Su hijo estaba abrazado a ella. Un
brazo caía sobre su cintura y la joven palma de la mano se apoyaba sobre su vientre. Sentía la
respiración de su hijo sobre la nuca y aquello le producía una dulce excitación. Los dos cuerpos
estaban pegados, sin espacio entre ellos, sus piernas entrecruzadas. Sobre su desnudo culo
podía sentir la erecta polla de su hijo. No sabía si estaba dormido o disfrutando del roce del
cuerpo de su madre, pero a ella aquello le gustaba y no deseaba despertarlo para que acabara.
Lorena buscó con su mano la de su hijo que se apoyaba sobre su vientre, la acarició y la
presionó contra ella.
Un calambre de placer y excitación recorrió la espalda de Lorena al sentir los calidos labios de
su hijo que besaron su nuca. Su mano se aferró más a la de él y sintió el impulso de llevarla a
su sexo. Se contuvo a duras penas y una sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar la voz de su
hijo.
- ¡Buenos días mamá!
- ¡Hacía años que no dormía tan bien! – Ella agitó levemente su cuerpo para acurrucarse y
frotarse contra él.
Lorena sentía como su hijo la acariciaba cariñosamente y su coño se humedecía cada vez más,
deseando ser penetrado por la terrible erección que se apoyaba sobre su culo. Los dos se
mostraban su cariño, los dos querían amar al otro, los dos ocultaban sus verdaderos deseos.
- ¡Vamos cariño, hay que levantarse! – Dijo Lorena apartando la mano de su hijo y
dándole un empujón con su culo para que se levantara. - ¡Ya son las once de la mañana!
- ¡Un poquito más, mami! – Dijo Luis y volvió a dar otro beso en el delicado cuello de su
madre. - ¡Quedémonos un poco más! – Dio otro beso más, pero hacia el lateral del cuello. -
¡Por favor!
- ¡Deja de hacer eso ya! – Lorena no lo decía por que ella fuera su madre, si no porque
cada beso que le daba le provocaba una excitación que hacía que brotaran flujos de su vagina.
- ¡Arriba ya tontaina!
Luis no lo pensó, nunca sabría que irracional y estúpido impulso lo llevó a hacer aquello. Se
apoyó en el brazo inferior y colocó su boca sobre el lateral del cuello. Lo mordió y después
succionó. El cuerpo de su madre se tensó y un leve gemido brotó de su boca. Lorena no podía
creer lo que le estaba pasando. Una terrible corriente de placer recorrió su cuerpo. Su mente
se nubló, toda su piel se erizó, sus piernas temblaron un poco y de su vagina brotó un
manantial de flujos. Había tenido un orgasmo. Después de muchos años había tenido un
tremendo orgasmo. El roce del cuerpo del hijo y aquel delicioso mordisco, la habían llevado al
éxtasis como pocas veces había sentido en su vida. Luis abrió los ojos y vio la cara de su madre,
sus ojos cerrados, su boca entreabierta, y ese gemido lo asustaron.
- No nada… - Lorena apenas podía hablar mientras intentaba disimular el placer que
estaba sintiendo. - ¡Vamos, levántate y ve a la cocina a preparar el desayuno! Ahora voy yo,
cuando me vista.
Luis obedeció, extrañado al verla de aquella manera. Lorena se tapó la cara para que él no
descubriera el placer que había sentido. Escuchó la puerta cerrarse y miró. Estaba sola. Se puso
boca arriba y abrió las piernas. Sus dedos empezaron a acariciar su clítoris que creció al
momento. No podía creerlo. Volvía a sentir deseos de tener a un hombre entre sus piernas. Se
acariciaba mientras imaginaba a su hijo masturbándola y penetrándola. Se retorció y se mordió
el labio mientras otro orgasmo la invadía. Quería volver a tener a un hombre amándola, quería
tener sexo con un hombre. “¡Quiero tener sexo con mi hijo!” Resonó en su mente.
Tras ducharse, Lorena entró en la cocina y encontró a su hijo preparando el desayuno. Pocas
veces antes había desayunado con su hijo, y aquella mañana era especial. Ella se acercó a su
hijo por detrás, ya que él aún preparaba el café, vertiéndolo en las tazas.
- ¡Vamos dormilona, que se enfrían las tostadas! – Sintió el abrazo de su madre que lo
rodeó por la cintura. Se giró y se miraron a la cara. - ¿Un beso de buenos días?
- ¡Sí hijo, un beso de buenos días! – Se soltaron y aproximaron sus labios para darlo.
Tanto tiempo sin darse un beso, que no se pusieron de acuerdo y sus labios se unieron en un
dulce beso. - ¡Vaya, nos falta práctica! – Rió y vio como su hijo se tornaba en un color
sonrojado. - ¡Bueno, pues desde ahora nuestros besos serán así! – Agarró el mentón de su hijo
y besó suavemente sus labios.
Luis quedó paralizado por un momento. Su madre lo había besado en los labios. Sintió un
placer especial y su polla creció un poco, aquello le excitaba. Había pasado de tener una madre
que lo ignoraba, a tener una madre que lo excitaba. Pusieron todo lo que iban a desayunar
sobre la mesa y comieron. Hablaron poco, pero Lorena podía ver como su hijo la miraba.
Cuando ella lo miraba a él, éste desviaba la mirada. Sin duda había provocado a su hijo y había
despertado en él al hombre en el que se estaba convirtiendo poco a poco. No quería hacerle
daño con los posibles sentimientos que pudiera sentir él hacia ella, pero no podía dejar la
dulce y perversa excitación que él le provocaba.
- ¿A depilarte?
- Sí, es que hace tiempo que no voy a depilarme y por la parte de atrás de los muslos me
salen unos pelos que no puedo quitármelos sola. Sólo te pido que me ayudes a acabar con
ellos… ¿Quieres? – Lorena improvisó.
- ¡Estupendo! – Lorena botó de la silla. - ¡Recoge esto y ven al salón, allí te espero!
Luis recogió todo y marchó al salón. Allí estaba ella, su madre, su preciosa y adorable madre.
Estaba manipulando una máquina de depilar. El se acercó con curiosidad para ver que hacía.
- ¿Ves hijo? – Lorena puso una pierna sobre el sillón y empezó a pasar la máquina. - ¡Así
es como tienes que hacerlo!
- Espera, mejor me quito esto… - Se quitó un pantalón corto que llevaba y quedó en
bragas, unas bonitas bragas blancas de encaje por el que se podía ver perfectamente los bellos
púbicos. – Espera, me pongo de rodillas aquí. – Allí estaba, con su culo en pompa, redondo,
respingón… La polla de Luis volvía a crecer. – Esta zona es por la que quiero que pases la
máquina esa. – Con su mano señalo.
Luis se acercó a los tersos muslos de su madre. No encontraba ningún bello que quitar. Miraba
y miraba para descubrir alguno sin pasar la máquina.
- ¿Qué pasa Luis? – Miró atrás para ver que hacía su hijo. - ¿Por qué no empiezas?
Luis empezó a mover la máquina por uno de los muslos de ella. A poca distancia tenía aquel
excitante culo, aquel en el que unas horas antes había reposado su polla. Por el encaje podía
ver perfectamente la raja que separaba sus cachetes. Pero en la parte que él quería ver, justo
en su sexo, ahí la tela cambiaba y no dejaba ver nada de nada.
Lorena se había colocado en la posición adecuada. Podía comprobar como su hijo observaba
su culo, como lo miraba de arriba abajo. Antes de que él llegara había buscado el sitio preciso
para observar la reacción de Luis en el reflejo de un espejo que estaba a poca distancia. Podía
ver que su hijo se sentía excitado y como con la mano libre se acomodaba la inminente
erección que le provocaba el tener a su madre con el culo en pompa. Sintió que su coño
empezaba a mojarse.
Aquella tela que no dejaba ver lo que guardaba, no era muda del todo. En ella se dibujaba el
contorno de los labios vaginales de su madre. Intentaba disimular por si su madre volvía la
cabeza, miraba unos segundos por donde pasaba la máquina, después volvía a mirar la
abultada tela de la blanca braga. Y entonces observó algo en aquella tela. Su madre se estaría
orinando, pues en aquel lugar empezaba a aparecer una pequeña mancha de humedad. Tal
vez no podía contener la orina. Había escuchado que una tía suya tenía algo así como
"incontingencia" o algo parecido, vamos que se meaba sin querer. Luis sintió un irrefrenable
deseo de oler la orina que escapaba de ella. Se movió un poco y acercó disimuladamente la
nariz a aquella mancha. Su madre miraba hacia el otro lado y no podía verlo.
“¡Dios, Luis tiene que estar viendo mis bragas manchadas!” Pensó Lorena al sentir como los
flujos eran expulsados de su vagina incontroladamente, y ese pensamiento la excitó más y más
flujos salieron. “¿Qué estará pensando?” No sabía que hacer ante tan humillante situación,
una madre con las bragas mojadas por la excitación que le provoca su propio hijo. Tenía que
hacer algo. Entonces esperó. Él se había movido un poco y acercaba su nariz hacia el culo.
Seguro que lo había visto, pero en vez de repulsa, aquello le produjo curiosidad. “¡Pero que
pretende hacer!”
Luis casi podía rozar con su nariz la tela, aspiró cerrando los ojos y un aroma embriagador, que
nunca antes había olido, le invadió. Por alguna extraña razón, aquel olor le provocó más
excitación, su polla creció más y tenía que colocarla para que no le hiciera daño. Su mano la
empujó para colocarla y el roce le produjo placer. Suavemente se acariciaba y comenzaba una
masturbación mientras olía el coño de su madre.
“¡Me está oliendo el coño!” Lorena no pudo evitarlo. Su boca lanzó un leve gemido y más
flujos chocaron contra la tela que cubría su sexo. No podía creer lo que veía. “¡Ahora se
masturba mientras me huele!” Aquello no se lo esperaba. Su hijo movía la máquina sin ver que
estaba haciendo, mientras con los ojos cerrados olía su coño y con su mano se masturbaba.
Aquello era demasiado. “¡Lámelo, lame mi coño!” Lorena estaba a punto de reventar y
necesitaba que su joven hijo le diera su lengua. Cerró los ojos y lo imaginó lamiéndola,
bajándole las bragas y comiéndosela. De golpe abrió los ojos. “¡Eso no puede ser!” Movió un
poco el cuerpo y sus bragas tocaron levemente la nariz de Luis.
“¡Joder, que me va a pillar!” Pensó Luis al sentir la abultada tela que tocaba la punta de su
nariz. Dejó de tocarse la polla y puso atención a los movimientos de la máquina.
- Pasa la mano a ver si notas algún bello… - Él obedeció y sólo sentía la suave piel de aquel
hermoso muslo. – Toca hasta arriba, hasta mi culo por si notas alguno por allí.
No pudo hablar. Movió la mano y fue subiendo hasta llegar al comienzo de aquel redondo
culo. Siguió subiendo hasta que tocaba todo el culo, hasta por encima de las bragas. Lorena lo
veía disfrutar de su cuerpo. Notaba la excitación que estaba sufriendo su hijo mientras la
acariciaba. Deseaba tener sexo con él, pero no podían hacerlo. Deseaba no provocarlo, pero la
propia excitación le impedía parar.
Lorena se excitaba, sus bragas lo mostraban. Le encantaba ver como su hijo la acariciaba con
deleite mientras sus ojos iban de un lado a otro, de su muslo a sus bragas. Aquella experiencia
era nueva para los dos y estaban disfrutando. Ella que había decidido hacía muchos años no
tener relación sexual con ningún hombre, salvo su marido para no ser abandonada, ahora
sentía un deseo irrefrenable por aquel guapo muchacho en que se había convertido su hijo.
- No, no…
- ¿Por qué?
- No lo sé…
- Pero… ¿Las mujeres te excitan? – Ella lo miró mordiéndose el labio esperando una
respuesta.
- A ver, - Luis dejó su trabajo y la miró a la cara. – esta mañana has notado como me he
despertado… - Los ojos de ella se abrieron al escuchar las palabras de su hijo. – Ahora mismo
mira cómo estoy… - Se señaló a los genitales. – Serás mi madre, pero hemos pasado de casi no
tratarnos a tener un contacto demasiado íntimo… ¿Crees que soy maricón?
- ¡No, hijo, para nada! – Le agarró la mano. – Me halaga que “crezcas” de esa manera por
mi culpa, pero eso es un poco… pervertido.
- Ya lo sé mamá… y la verdad es que desde anoche no estoy muy tranquilo. – Soltó la
máquina y su rostro mostró preocupación. - ¿Te puedo ser sincero?
- Siempre he pensado que eras muy guapa y que tenías un cuerpo muy bonito… Nunca he
entendido tanta obsesión con el gimnasio, pero si estás a gusto, no te hace mal… Desde la
primera vez que estuvo aquí Jorge, eres famosa en el instituto, todos quieren conocerte… Por
eso vino el capullo de Antonio. Perdóname por haberlo traído…
- No te preocupes hijo. Gracias a él pude descubrir que tengo un hijo que sabe cuidarme.
- Sí, claro. – Luis sonrió levemente. – Y gracias a las clases de lucha a las que me apuntaste
sin yo querer…
- Pero… - Dudaba en hablar. – Verás, el problema es que desde ayer tengo algo raro… -
Sonó el timbre de la puerta y Luis se cayó.
- ¡No importa, sigue hijo! – Volvió a sonar insistente. – ¡Joder, voy a abrir! – Lorena se
levantó del sillón y comenzó a caminar.
- ¡Mamá, mamá! – La llamó desde el sillón agitando los pantalones. Ella se miró y se dio
cuenta que se le veían las bragas. El timbre seguía sonando.
Desde el salón, Luis reconoció la voz de Amparo, una mujer de unos cincuenta años, amiga de
su madre y que a él personalmente le reventaba su forma de ser. No lo pensó, se levantó y se
marchó rápidamente a su habitación. No quería ni saludarla. Desde hacía algún tiempo,
aquella mujer intentaba endosarle a su hija para que salieran juntos, siempre le decía que
serían buenos amigos, pero en realidad su intención era endosarle aquella fea y repelente
niña. Y después de dos años aún le guardaba algo de rencor al intentar emparejarlo con su hija.
Se sentó en su mesa y sacó los libros, aprovecharía para estudiar algo. Comenzó a leer, pero las
ideas sobre su madre no dejaban de invadir su mente, sin dejarle concentrarse. Optó por mirar
por la ventana y pensar en toda aquella situación que se producía desde el día anterior. Cómo
era posible que su madre, esa mujer distante que durante años había tenido el mínimo
contacto con él, mostrándole un cariño superfluo, dedicándose puramente a satisfacer sus
necesidades materiales sin apenas preocuparse de sus sentimientos; cómo era que ahora se
mostrara tan cercana y cariñosa con él. Qué buscaba ella…
Para colmo, la cercanía de su madre le producía aquel sentimiento que nunca antes había
tenido hacia ninguna mujer, era como una mezcla de amor y lujuria por tan hermosa mujer.
Pero ella era la misma que lo parió, que lo crió y que lo vio crecer… ¿Por qué ahora ya no era la
misma para él? La había defendido del chulo de Antonio pues era su madre y parecía que iba a
golpearla. No sería raro que una madre se enorgulleciera de que su hijo la defendiera, pero tal
muestra de cariño, tal confianza de buenas a primera… Aquello le resultaba raro.
Y aquella excitación permanente que sentía le alteraba el pulso, le producía una semi erección
permanente que lo volvía loco. Recordaba cuando minutos antes la tenía a cuatro patas en el
sillón… ¿De verdad necesitaba que la ayudara a aquello? ¿Intentaba seducirlo con aquellas
posturas? La imagen de su redondo culo, de aquellos contorneados muslos lo volvió a excitar y
su polla tomó un tamaño y una dureza que no podía soportar. Se levantó y caminó hacia el
baño, tenía que masturbarse para aplacar aquel fuego que lo invadía.
- ¿Te pasa algo Luis? – Preguntó a sabiendas de que interrumpiría su masturbación. Abrió
un poco la puerta y podía ver a su hijo reflejado en el espejo del baño. - ¿Estás bien?
- ¡No, nada…! – Ella lo agarró por un hombro e intentó girarlo. Puso un poco de
resistencia, pero finalmente se giró.
- ¡Oh, Dios mío! – Luis intentaba tapar la mancha que tenía su pantalón. Justo en el
momento de guardar su polla, está comenzó a lanzar semen y estaba todo mojado. - ¡Perdona
hijo! – Le dijo Lorena con una mueca de preocupación, aunque por dentro se sintiera victoriosa
al fastidiar a su hijo por tener sexo en soledad. - ¿Te puedo ayudar?
Luis se quitó toda la ropa manchada. Con las prisas, se había manchado hasta la camiseta.
Quedó totalmente desnudo y se limpió. Tomó la ropa y marchó hacia su habitación, se asomó
y vio que en el pasillo no estaba su madre. Salió y caminando con pequeños botes, llegó hasta
su habitación.
Lorena estaba escondida en la escalera. Miraba al pasillo y vio perfectamente a su hijo
totalmente desnudo. Su polla aún mostraba algo de erección y botaba con cada paso que
daba. Se giró para dirigirse a su habitación, y si bien ya no veía su polla, podía ver
perfectamente su prieto culo. “¡Cómo ha crecido mi niño!” Pensó y se sintió la mujer más
pervertida del mundo… la madre más guarra que jamás ha existido, sus bragas volvieron a
mojarse imaginando que aquella noche tenía que volver a tenerlo en su cama.
Luis volvió de su habitación unos minutos después. Su madre lo recibió con una bonita sonrisa,
era evidente que ella sabía lo que había pasado. Ya era cerca de las dos de la tarde. Lorena
estaba sentada de lado, con las piernas subidas al sofá y hablando por teléfono. Él la escuchó
pedir comida. Normalmente, los fines de semana iban a casa de algún familiar, o bien iban a
algún restaurante a comer. Él sabía perfectamente que ella no era una madre común, rara fue
la vez que su madre le hizo de comer, y la verdad es que siempre rezó para que no le diera por
hacer ella la comida, pues realmente no sabía cocinar.
Lorena hablaba con el restaurante para pedir que le enviaran comida. Muchas veces, cuando
su hijo no estaba y ella estaba sola en casa, pedía allí comida, ya la conocían. Además usaba
una triquiñuela para que se la trajeran rápido. El primer día que pidió la comida, una vez que
sonó el timbre, ella salió a recibir la comida con unas mayas ajustadas, vio que era un chico el
que la traía. Aquella primera vez tardó más de una hora en traer la comida, pero una vez que la
vio tan excitante y atractiva, las sucesivas entregas las realizaban en menos de tres cuartos de
hora y cada vez venía un chico diferente, al que le daba conversación por unos minutos. Así era
ella, sabía como rentabilizar todas las horas que pasaba en el gimnasio.
- ¿Estás ya más tranquilo? – Preguntó Lorena mientras colgaba el teléfono. Él asintió con
la cabeza. – Perdona que antes haya entrado en el baño y te interrumpiera… eso.
- Es que nunca te había escuchado de esa forma y me asusté… - Lorena mostraba cara de
aflicción, pero por dentro gozó escuchando los gemidos de su hijo. – ¡La próxima vez respetaré
“tus momentos privado”!
- ¿Qué te pasa hijo? ¿Te he molestado con algo que he hecho? – Ella disfrutaba por
dentro viendo como su dulce y joven hijo no sabía decirle que se sentía excitado con el cuerpo
de su madre.
- ¿Por qué? ¿Qué te pasa? – Lorena sentía mariposas por su estómago, sentía un placer
especial al ver a su hijo en aquella situación.
- Siempre hemos tenido una relación muy… vacía de sentimientos… Perdona mamá, pero
siempre he creído que no eras una buena madre… - Lorena se sintió triste con aquellas
palabras, pero era verdad, lo había utilizado como moneda de cambio y no se había
preocupado por él más que lo necesario. – Pero desde ayer no te separas de mí… Casi no me
dejas un momento a solas…
- ¡Perdona hijo! – Sus verdes ojos se empezaron a llenar de lágrimas. - ¡Ya te dejo en paz!
– Hizo el intento de levantarse, pero él la retuvo.
- ¡No te vayas! – Le pidió. – La verdad es que me gusta que seas cariñosa y atenta
conmigo… Me gusta tener confianza, poder hablar de lo que queramos sin tener que
avergonzarme… ¡Conocerte!
- Pues la verdad… la verdad es que… - Sonó el timbre. Sin duda era la comida.
- ¡Dios, es que una madre y un hijo no pueden hablar tranquilos! – Lorena se levantó y
caminó algo enfadada hacia la entrada. - ¡Ahora la comida!
Caminó hasta la puerta. La abrió de mala manera y aquel repartidor que tantas veces había
llevado la comida a esa casa, la esperaba con una gran sonrisa. “¡Buenos días Lorena!” Fue lo
único que pudo decir.
Lorena cerró la puerta y dejó a aquel chaval con la palabra en la boca y el dinero en la mano.
Fue a la cocina y dejó la comida sobre la encimera. Sonó el teléfono. “¡Y ahora quién será!”
Pensó mientras descolgaba, y mientras lo acercaba a su oreja, escuchó a su hijo que había
descolgado antes.
- Sí, dime Jorge. – Lorena pulsó el botón para anular el micro del aparato que ella tenía y
escuchar la conversación de su hijo y su amigo.
- ¡Tranquilo qué estás hablando de mi madre! – Luis se sintió como nunca se había
sentido, celoso de que otro hablara así de su madre.
- ¡No te preocupes que ella es mucha mujer para unos pringados cómo nosotros! – Ella
sonreía con la conversación y no dejaba de escuchar. - ¿Crees que me dará otro beso la
próxima vez que la vea?
- ¡Qué va! Me he levantado tarde y ahora vamos a comer… ¡A ver si después puedo
aprovechar un rato!
- Aquí en casa…
- ¡¿Tu madre y tú en vuestra casa?!
- No, malo no, es muy raro… Siempre coméis fuera… ¿No habrá hecho ella la comida
como cuando estuviste malo?
- No, ha pedido comida. – Los dos reían y Lorena se sintió ofendida por aquel comentario.
- ¡Aquella vez casi me muero, pero no por la enfermedad! – Los dos reían y Lorena colgó el
teléfono algo enfadada.
Marchó con paso firme hacia el salón y allí estaba su hijo con el teléfono y riendo.
- ¡Adiós, después te llamo! – Se despidió y colgó. Caminó tras su madre que parecía
enfadada.
Entraron en la cocina y entre los dos prepararon los platos para ponerse a comer. Todo el
tiempo estuvieron en silencio. Lorena estaba molesta con las bromas que habían hecho con su
forma de cocinar. Ella nunca había sido una buena madre, no sabía serlo. Cuando Luis estuvo
enfermo, ella procurar darle todo el cariño y los cuidados que podía, pero no se esperaba que
se burlara de su forma de cuidarlo. Tras la silenciosa comida, metieron todo en el lavavajillas y
Lorena se marchó al jardín. Luis estaba extrañado. Antes de la comida ella era cariñosa, pero
tras la conversación con Jorge no era la misma. “¿Habría estado escuchándolos? ¡Seguro que
sí!” Caminó hasta el jardín y allí estaba ella, en el verde y blanco balancín, meciéndose
suavemente y mirando hacia ningún lado.
- ¿Por qué voy a estar enfadada? – Dijo ella y su tono confirmaba que sí lo estaba.
- ¿Has estado escuchando lo que hablábamos Jorge y yo?
- ¡Ah, era Jorge! – Dijo con mal tono como si quisiera mostrar que no sabía nada de la
conversación.
- ¡Oh, nada! – Dijo Lorena una vez que se vio descubierta. - ¡Me esfuerzo en cuidarte
cuando estás enfermo y tú te burlas de mí con tus amigos!
- ¡No, es por tu poco paladar! – Luis se sentó junto a ella. Lorena se giró y le dio la
espalda.
- Perdona mamá… - Luis la agarró por la cintura cariñosamente. – Nunca te he dado las
gracias por haberme cuidado tantas veces durante mi vida… - Besó suavemente su cuello y le
habló con dulzura al oído. - ¡Gracias mamá! – Le dio otro beso en su dulce cuello.
Lorena no pudo resistirlo. Lanzó su brazo atrás y lo agarró por el cuello mientras los labios de
su hijo aún estaban en su cuello, produciéndole una descarga de placer que recorría todo su
cuerpo. Aquellos jóvenes y amorosos labios recorrían su cuello y bajaban hacia el hombro. Ella
no quería que parara, deseaba seguir sintiendo los besos que su hijo le daba y de nuevo la
invadió la extraña excitación que le producía su hijo. No podía consentirlo, no podía dejar que
él, su hijo, le diera el amor de un hombre, no podía ni quería dejar de sentirlo así, como a un
hombre. Luis separó los labios de la piel de su madre y la miró. Tenía los ojos cerrados y poco a
poco se abrieron. Estaba hipnotizado por el verde de aquellos maternales ojos. Ella lo miraba y
veía como los labios de su hijo se acercaban a los suyos. Estaban abrazados, en el jardín, cómo
dos amantes que se descubren por primera vez. Era inevitable que sucediera lo que los dos
llevaban deseando desde la noche anterior.
- ¡Ya estoy en casa! – La voz de Juan, padre y marido de ellos, los sacó de su ensueño y
corrieron nerviosos al sentirse pillados en un acto impuro de amor. - ¿Dónde estáis?
- ¡Aquí, en el jardín! – Respondió Lorena.
El apuesto marido de Lorena salió de la casa y se dirigió hacia ellos. Notaba que había algo raro
en su mujer y su hijo. Ella siempre fue más distante cuando se reencontraba con su marido,
pero Luis siempre se le acercaba con alegría, por cariño y esperando que le trajera uno de esos
regalos que siempre le traía de los lugares del mundo donde viajaba.
- ¿Os pasa algo? – Preguntó Juan al ver el poco cariño que mostraba Luis.
- ¡Hola papá! – Dijo Luis al ver el regalo que le traía y reaccionó como si recordara el
cariño que tenía que mostrarle a su padre.
- ¿Has tenido buen viaje? – Lorena se levantó y besó en las mejillas a su marido.
Luis ayudó a sus padres a subir la maleta a la habitación, después se marchó a la suya para
estudiar algo. No podía concentrarse. Su padre casi los coge en una situación comprometida,
casi besa a su madre cuando escucharon la voz de él. Pero aquel momento, en el que casi besa
a su madre, le produjo una sensación que por días era diferente. Cada vez había más carga
sentimental en aquella sensación, se sentía igual de excitado sexualmente que al principio,
pero necesitaba hablar con ella, escucharla y conocerla le producía un placer que hasta ese
momento no había sentido con ninguna chica. Pero aquello no podía ser, no podía enamorarse
de su madre. Y de nuevo le envolvía la dulce sensación que sintió unos minutos atrás en el
jardín.
Lorena y Juan hablaban con la falta de cariño mutuo que siempre habían usado en sus
conversaciones. Ella le preguntaba por su trabajo y él le contaba lo que le interesaba, siempre
evitando contar los sentimientos que sentía al estar alejado de su familia, bueno, de ella pues
por su hijo sentía un gran amor de padre. Él era consciente de que ella lo quería por su dinero,
también sabía que tenía derecho a tener sexo con aquella espectacular mujer si en algún
momento lo necesitaba. Pero la miraba y veía que algo había cambiado en ella. Parecía más
feliz, si bien mostraba indiferencia por lo que él le contaba, parecía estar absorta en sus
pensamientos y viviendo en un mundo aparte en el que era feliz. Por su cabeza pasó la idea de
que talvez se hubiera buscado un amante.
- ¡Estoy muy cansado! El cambio horario me mata hasta que me acostumbre… Iremos
pronto a comer y después yo me acostaré a descansar.
Y así ocurrió. Sobre las ocho de la tarde Lorena entraba en la habitación de Luis, que estudiaba
delante de su ordenador. Lo abrazó por la espalda y le pidió que se vistiera para salir a las
nueve a cenar. No tardarían mucho pues su padre estaba cansado y volverían pronto.
Luis esperó que su madre saliera de la habitación. No había estudiado nada… Bueno, nada de
nada no, había buscado algunas páginas en las que unos hombres explicaban lo que a las
mujeres les gustaban que le hicieran en cuanto a sexo, eran páginas prohibidas para él, por
edad y por que su padre había capado el ordenador para que no pudiera entrar, pero él sabía
como verlas sin dejar rastro en el ordenador. Aquella tarde, gracias a un vídeo muy explícito,
aprendió cómo era el coño de una mujer y donde les gustaba que les dieran caricias, tanto con
los dedos, como con la lengua. Aprendió y de paso se llevó una gran erección pensando que
aquella mujer era su madre y él el que le daba placer.
Los tres se dirigieron al restaurante. La cena fue como todas las cenas que habían tenido
durante tantos años. Apenas se hablaban y se dedicaban a comer en silencio. Pero aquella
noche, los ojos de Luis miraban furtivamente a su madre. Lorena iba tan guapa como siempre,
pero al igual que su padre, él también notó que los ojos verdes de su madre brillaban con un
brillo especial… ¡Adoraba aquella mirada!
- Toma, prueba esto… - Lorena tomó un poco de comida de su plato con el tenedor y se la
ofreció a su hijo que mostró que aquello le había gustado. - ¡Ves, la próxima vez a ver si comes
algo diferente a lo que siempre pides!
- ¡No, nada de eso! – Aseveró Lorena. - ¡Qué quieres, qué se ponga gordo!
- Lorena, no vayas a inculcarle al niño esa manía por la gordura. Tiene una edad en que su
cuerpo le pide comida, y si la quiere que la tome. – Le regañó con voz tranquila y firme. Lorena
obedeció mostrándose sumisa a los deseos de su marido.
Luis sintió rabia al ver como su padre trataba a su adorada madre. No pidió más comida para
agradarla a ella. Después de aquella cena, los tres marcharon a la casa. Tras unos minutos de
silencioso viaje en el coche, llegaron. Lorena y Juan entraron en la casa primero, Luis se
distrajo un poco en el porche y después entró. Nunca se había sentido tan impresionado al ver
a su madre y su padre. Juan abrazaba por detrás a su mujer y le daba besos en el cuello. Un
sentimiento raro le quemó por dentro a Luis. Su amada madre estaba siendo tocada por aquel
hombre que no la amaba.
- ¡Cariño, sube conmigo y me dejas tu cuerpo antes que me duerma! – Le dijo Juan a su
mujer susurrándole al oído. - ¡Hoy estás preciosa y me has puesto con ganas!
- ¡Lo siento Juan! – Lorena le contestó. – Mira cómo estoy. – Cogió una de las manos de
Juan y se la metió entre las piernas hasta llegar a su sexo. - ¡Hoy no puede ser! ¡Tengo el
periodo!
- ¡Luis nos está mirando! – Lorena lo apartó un poco de ella. - ¡Sube y ahora voy yo!
Juan la soltó y caminó hacia la escalera. Lorena se quedó en el mismo lugar, mirando a su hijo
que pasaba junto a ella. En sus ojos podía ver que él sentía algo que un hijo no podía sentir.
“¿Tendrá celos de su padre?” Se preguntó Lorena. Aquella noche se había librado de follar con
su marido. Por la tarde, antes de vestirse, imaginó que Juan le pediría tener sexo. Se colocó
una compresa al vestirse y con aquello consiguió librarse. Pero no calculó que a él no le
importa follar su coño o su boca. Gracias a Dios el sexo anal era algo que aún no le gustaba a
Juan. Lorena fue a la cocina donde estaba Luis preparándose un baso de leche.
- Hijo… - Lorena colocó una mano sobre uno de los hombros del hijo y apoyó su cuerpo
contra el de él. – Voy arriba con tu padre un momento y ahora vuelvo contigo… ¿Te apetece
hablar?
- ¡Has los que tengas que hacer! – Sintió un pellizco doloroso y nuevo para él, era una
sensación desagradable que no le dejaba pensar con claridad.
Subía pensativa. Tenía que ejercer de prostituta con su propio marido. Aquella situación no era
nueva para ella, pero nunca antes había sentido que engañaba a otro hombre al tener que
tener sexo con su marido… Entonces una lágrima recorrió su mejilla. “¡Amo a mi hijo!” En
aquel momento fue conciente de sus verdaderos sentimientos. Llegó a la planta superior y
caminó lentamente, dudando si darle a su marido lo que le reclamaba. Escuchó crujir la
escalera. Sin duda, Luis la seguía. “¡Por Dios, qué no se le ocurra hacer ninguna tontería!”
Pensó. Llegó a la puerta de su habitación y se detuvo agarrada al pomo. Aún estaba a tiempo
de huir… No, no podía hacer evidente lo que estaba ocurriendo entre ella y su hijo, aún no.
Abrió la puerta y la habitación estaba iluminada por una débil y calida luz. Aquella era la señal
de que su marido deseaba follarla, siempre encendía aquella lámpara para tener sexo con ella.
- ¡Ven cariño! – Le dijo Juan desde la cama. - ¡Aquí tengo algo para ti! – Se destapó,
estaba en medio de la cama, desnudo, con su erección esperándola. No era una polla
excesivamente larga, pero si era muy gruesa.
- ¡Voy a sacarte todo lo que guardan tus huevos! – Lorena sabía que a él le gustaba que le
hablaran de forma soez en aquellos momentos. Miró la polla que tantas veces había mamado
y sintió náuseas. – ¡Te la voy a comer entera y quiero que me llenes la boca con tu leche!
- ¡Tienes ganas de darme todo lo que tienes guardado! – Lorena estaba de rodillas junto a
su marido y su mano agitaba su gruesa polla. Miró al espejo y pudo ver en la penumbra del
pasillo la figura de su hijo. Le lanzó una sonrisa. - ¡La tienes muy dura, como a mí me gusta! –
Repetía sin dejar de mirar al reflejo de su hijo.
- ¡Sí putona, tengo guardado un gran cargamento de leche para ti! – Le dio una sonora
cachetada en el redondo culo. - ¡Agáchate y mámala!
Lorena abrió las piernas y colocó su culo sobre el pecho de su marido. Las dos manos de aquel
hombre se lanzaron a acariciar cada cachete. Luis sentía odio al ver como su padre tocaba a su
deseada madre, pero no podía irse, sentía la necesidad de ver a su madre. Ella no dejaba de
mirar hacia el reflejo, él sabía que lo estaba mirando, sabía que ella no estaba pensando en su
padre, si no en él, en su hijo.
Lorena sabía que su marido no intentaría tocar su coño sabiendo que tenía el periodo. Una de
sus manos agitaba aquella polla sin dejar de mirar al espejo. Sacó su lengua indicando a Luis
que iba a mamar aquella gorda polla. Él se acercó más a la puerta y ella lo pudo ver con
claridad. Abrió la boca, Luis agitó la cabeza indicando que no lo hiciera. Ella movió la suya
diciéndole que sí, que tenía que hacerlo.
Le dio dos profundas e intensas mamadas a su marido. Juan no pudo soportar tanto placer y su
cuerpo se tensó. Lorena dejó la polla y miró a su hijo. Luis se acariciaba el pantalón, justo
encima de la erección que tenía. Ella llevó un dedo a su ojo, le indicaba que quería verlo. Luis
obedeció como buen hijo ante los deseos de su madre. Su mano bajó la cremallera del
pantalón y su polla salió.
Lorena se pasó la lengua por los labios al ver aquella polla joven, mientras su mano agitaba la
de su marido. Bajó la mano y liberó el glande, la punta de su lengua jugó con él, haciéndole
círculos a su alrededor. Las caderas de Juan se agitaban por el placer mientras sus manos
acariciaban y amasaban aquel culo y aquellos dos muslos. Luis se empezó a masturbar en
honor de su madre, ante su vista, para disfrute de los dos.
- ¡Esta noche estás más puta que nunca! – Dijo Juan al sentir como su polla era engullida
por la caliente boca de su mujer. - ¡Qué mamada más buena me estás dando! ¡Te hacía falta
una polla!
- ¡Sí cariño! – Ella hablaba a su marido y miraba a su hijo, pues a él era a quien hablaba
verdaderamente. - ¡Cuando mi marido no está aquí, necesito una polla siempre! ¡Quiero esa
polla! ¡Quiero tu polla! – Puso dos dedos en su boca y lanzó un beso a su hijo.
- ¡Trágatela entera que quiero correrme ya! – Le ordenó Juan y ella la tragó por completo.
Lorena movía su cabeza y chupaba con fuerza para que se corriera pronto. Mientras se
agitaba, intentaba ver a su hijo. A duras penas podía verlo masturbándose. Sentía que su coño
lanzaba grandes cantidades de flujos. Necesitaba tener en su coño aquella polla, pero no la del
marido, no, necesitaba la polla de su hijo. Sintió el golpe del aquel asqueroso semen que su
marido lanzaba contra su garganta. Aguantó todos los chorros que su marido le daba mientras
las caderas de él empujaban su polla para introducirla por completo, haciendo que ella se
atragantara.
- ¡Joder so puta, que buena mamada, me estoy corriendo como nunca! – Decía
entrecortadamente por el placer. - ¡Eres mejor que la puta de anoche! – Juan se quedó inmóvil
después de que se le escapara aquello.
Lorena no le dijo nada. Mientras aún salía algo de leche de la polla, la soltó y lo miró como si
quisiera matarlo. Bajó de la cama, cogió una bata y se dirigió a la puerta.
- ¡Lorena, Lorena! – La llamaba Juan mientras se movía por la habitación. - ¡Por favor,
acábame, no me dejes en este momento! – Su mano se agitaba torpemente sobre la polla.
- ¡Qué te la chupe la puta de anoche! – Lorena salió por la puerta y cerró dando un
portazo.
- ¡Qué te jodan so puta! – Gritó Juan en la cama. - ¡Vete al carajo, ya me he corrido en tu
puta boca!
Ella aprovechó la equivocación de su marido para dejarlo. Esa noche sentía asco de estar con él
y sólo la presencia de su hijo la hizo soportable. Temió encontrarse a Luis en el pasillo, que la
viera con la boca y parte de la cara llena del semen de su padre. Se limpió con la mano y miró a
todos lados. “¡Gracias a Dios no está!” Suspiró aliviada y caminó al baño para limpiarse.
Los pensamientos, los temores, el odio, el amor, todo se mezclaba en la cabeza de Lorena.
Había mamado con asco la polla de su marido, mientras se sentía excitada por la presencia de
su hijo, ese joven que la había enamorado en apenas dos días, que había conseguido al
defenderla que su corazón volviera a sentir amor. Pero sentía vergüenza por aquellos
sentimientos y odiaba a su marido por estar allí, con ellos. Acabó de lavarse la boca y caminó
hacia la cocina para buscar a su querido hijo.
Entró con sigilo a su habitación, simulando que buscaba ropa, comprobó que su marido ya
estaba dormido. “¡Cabrón, hace quince minutos que se ha corrido en mi boca y ya está
dormido!” Pensó con odio y se puso una bata para bajar a la cocina. Bajó por la escalera
mirando a todos lados por si encontraba a Luis. Llegó a la puerta de la cocina y lo encontró
sentado delante de la mesa, de espaldas a la puerta. Caminó despacio hacia él y puso una
mano en su hombro.
- Sí… - Luis se giró y se puso en pie frente a ella. - ¡Te amo mamá!
La abrazó sin que ella lo esperara y besó su boca. Lorena primero se asustó, pero después se
dejó llevar por los sentimientos que ambos tenían. El inocente beso de Luis la encandiló. No
sabía besar, no usaba la lengua. Simplemente agitaba sus inocentes labios sobre los suyos,
sobre los de su madre.
Los dos estaban abrazados. Él la aprisionaba, fuertemente, como si quisiera que sus cuerpos se
mezclaran. No separaba su boca de la de la madre. Lorena sintió la humedad de su vagina
cuando la erecta polla presionó contra su cuerpo. No podía creerlo, su hijo la amaba… y ella a
él. Aquel sentimiento de amor hacía años que estaba dormido en ella. Aquel dulce chico, su
hijo, lo había despertado. A sus cuarenta y cinco años, se sentía enamorada como cuando
tenía quince. No podía ni quería separarse de aquel dulce beso.
- ¿Qué te pasa hijo? – Luis se separó como mareado, con convulsiones en sus piernas.
- ¡Lo.. lo siento mamá! – Se sentó como pudo en una silla. - ¡No lo he podido evitar!
Lorena preocupada se agachó para ver que le ocurría a su hijo. Entonces todo quedó claro.
Una mancha en su pantalón indicaba que se había corrido sólo con besar y rozarse un poco
con ella. Una dulce sonrisa se dibujó en los carnosos labios de ella.
Desabrochó los pantalones y sacó su polla. Era menos gruesa que la de su marido, pero
aunque menguaba por momentos, era más larga. Luis la miraba, veía como sus manos
acariciaban aquella polla. Le quitó los pantalones y lo dejó sentado con una media erección.
Fue a la pequeña habitación que había junto a la cocina y trajo unas calzonas limpias.
- ¡Antes de ponértelas, hay que limpiarte! – Lorena se arrodilló entre sus piernas.
Con suavidad la agarró con una mano y comenzó a agitarla. Rápidamente, aquella polla volvió
a tomar volumen, un volumen y tamaño que a ella le provocó gran excitación. No lo pensó, la
boca de aquella caliente madre se abrió y comenzó a mamar y a retirar los restos de semen de
su precoz hijo. Podía saborear el semen. Si el de su marido le provocaba asco, aquel que ahora
saboreaba le sabía a néctar, al néctar de su hijo. Tenía toca la cavidad de su boca llena con la
endurecida polla de su hijo, de su amante. Ya no había vuelta atrás. Durante el día anterior,
habían jugado al deseo. Ya habían dado rienda suelta a aquel inmoral deseo y tenían sexo, un
sexo dulce, inocente y excitante. Lorena sabía mamar y sabía cuando un hombre iba a soltar su
semen. El cuerpo de Luis se puso rígido, su polla daba movimientos indicando que estaba
preparada para lanzar lo que sus testículos contenían.
Lorena liberó sus tetas con una mano mientras la otra masturbaba a su hijo. Luis miró los
hermosos y seductores pezones oscuros, redondos y erectos, que deseaban ser untados con
aquel líquido sagrado. Cerró los ojos cuando un gran placer recorrió todo su cuerpo, iba a
correrse sobre su madre. Ella lo sabía y acercó su pecho para recibirlo. Los ojos de él se
abrieron y un gran chorro de semen se lanzó como un balazo de placer. Lorena esperaba con la
boca abierta. Le llegó hasta la garganta y volvió a saborearlo. Su mano seguía castigando
aquella pobre polla que experimentaba por primera vez los placeres que dan las mujeres. No
dejaba de salir más semen, cada vez con menos fuerza, pero sin dejar de salir más y más
semen.
- ¡Dios, qué maravilla! – Decía Lorena viendo la corrida que su hijo le regalaba. - ¡Eres
adorable! – Lo halagaba con una dulce y sensual sonrisa. - ¡Dámelo todo!
Luis no podía hablar. Tanto era el placer que lo único que podía hacer era gemir y seguir
lanzando semen. Ya se había hecho pajas en soledad, pero sentir la calida boca de su madre
envolviendo su polla, las expertas caricias y ver aquellas dos hermosas tetas… Eso no lo podía
soportar ningún humano. Quedó exhausto sobre la silla mientras su madre acababa de lamer
su polla hasta dejarla limpia.
- ¡Vamos, ponte rápido esto! – Le dio las calzonas mientras ella se limpiaba la boca y las
tetas con una servilleta. - ¡Luis, cariño, no le cuentes a nadie lo que hemos hecho!
- ¡Mamá, no estoy loco! – Agarró a su madre y le dio un beso en la boca. - ¡Tú eres sola
para mí y no te compartiré con nadie! ¡Ni contándolo!
Luis se vistió, Lorena se recompuso sus ropas y se marcharon al salón. No encendieron la luz, ni
la televisión. Todo estaba a oscuras y ellos se abrazaron sentados en un sillón. Se acariciaban y
se daban dulces besos, sin hablar, sobraban las palabras en aquel amor prohibido que les había
unido, después de tantos años, a aquel hijo y su madre.