Bodegas y Bodegueros

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Bodegas y bodegueros

21 de Febrero del 2020

Catalina Botero Marino

¿Pueden los servidores públicos posicionar tendencias o difundir


masivamente opiniones negativas contra críticos del gobierno?

Para responder esta pregunta es necesario hacer algunas precisiones. En


primer lugar, los legisladores, los funcionarios de la Rama Ejecutiva y los
jueces tienen distintas limitaciones en materia de libertad de expresión. En
este artículo me refiero exclusivamente a funcionarios del Poder Ejecutivo.
También es necesario distinguir las actividades de comunicación
políticamente inofensivas de las campañas poco transparentes, destinadas
a hostigar, amedrentar, estigmatizar o desprestigiar a sectores críticos, que
es a las que alude la pregunta. Finalmente, la pregunta no se refiere a
comunicaciones privadas, sino a expresiones que circulan masivamente
amparándose en el anonimato de internet para ocultar su origen.

Lo anterior excluye de esta reflexión a los comentarios políticos en


espacios protegidos por el derecho a la privacidad y a las estrategias
legítimas de comunicación que cualquier gobierno, de manera
transparente y respetuosa de los derechos de terceros, puede emplear. La
pregunta formulada se concentra en la actividad de funcionarios del Poder
Ejecutivo que emprenden o instigan campañas masivas de estigmatización
u hostigamiento contra quienes cuestionan al gobierno local, regional o
nacional. También se extiende a los contratistas cuyo trabajo real sea
diseñar o impulsar estas campañas. Se trata, por decirlo coloquialmente,
de bodegueros pagos con recursos públicos.

Frente a las denuncias periodísticas sobre la existencia de este fenómeno,


los líderes políticos beneficiados suelen afirmar que se trata del ejercicio
del derecho a la libertad de expresión. Señalan que los activistas son
personas libres que en su tiempo de descanso y usando sus teléfonos
celulares manifiestan legítimamente sus preferencias políticas. Se refieren
al fenómeno como si fuera una expresión espontánea de ciudadanía que
refresca el debate democrático. Uno podría discutir si estas prácticas
tienen ese loable efecto, pero este no es el caso. Si hablamos de
funcionarios o de personas contratadas por el Estado para ese propósito,
ellos y sus superiores están incurriendo en graves faltas que, incluso,
pueden comprometer la responsabilidad internacional del Estado.

Los funcionarios tienes tres obligaciones en el campo del derecho a la


libertad de expresión que no tienen los particulares. Por un lado, deben ser
más tolerantes a la crítica, pues están sometidos a un mayor escrutinio,
dada la naturaleza de las funciones y los recursos que administran.
También tienen deberes en materia de acceso a la información y
transparencia, por lo cual, por ejemplo, si usan sus redes sociales para
divulgar información pública no pueden bloquear a sus contradictores, y
deben responder a las solicitudes de acceso a la información de manera
oportuna, accesible, completa y fidedigna.

Finalmente, tienen una obligación de contención que apareja la prohibición


de hostigar, estigmatizar o amedrentar a los críticos u opositores del
gobierno. Esta última obligación se encuentra, entre otros, en los artículos
2º y 13 de la Constitución Política, en la prohibición de participación en
política y en los principios de imparcialidad e igualdad que gobiernan la
función pública e informan el Código Único Disciplinario. Dicha obligación
fue reconocida, entre otros, por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, en las sentencias Ríos y otros c. Venezuela y Perozo y otros c.
Venezuela. En esas decisiones, la Corte condenó al Estado venezolano
por encontrar que expresiones de funcionarios “crearon, o al menos
contribuyeron a acentuar o exacerbar, situaciones de hostilidad,
intolerancia o animadversión por parte de sectores de la población hacia
las personas vinculadas con (el) medio de comunicación (atacado por los
funcionarios)”. Si el efecto de bodegueros pagos con recursos públicos es
el de amedrentar, inhibir o estigmatizar a los críticos del gobierno, la única
manera de no incurrir en responsabilidad internacional es que internamente
esas prácticas sean sancionadas.

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