16596331-Ejercicios-De-Coherencia-Y-Cohesion Noviembre
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Sevilla, con frecuencia, esta ciudad huele a azahares. Se lo puede comprobar en su famosa
catedral. Esta catedral es la más grande del mundo después de San Pedro, en Roma, y San
Pablo, en Londres. En la catedral, presumiblemente, duerme el sueño eterno el
descubridor de América. La catedral de Sevilla erigida en 1412 sobre una mezquita es el
templo gótico más grande de España. Conserva de la mezquita el Patio de los Naranjos y
la Giralda. La Giralda es uno de los iconos inconfundibles y más bellos de la ciudad. La
Giralda tiene 93 metros de altura hace las veces de mirador.
Por supuesto que no se debe abandonar la capital de Andalucía sin probar sus exquisitas
tapas. No se puede abandonar sin tomar una copa de jerez o manzanilla en alguno de sus
múltiples bares, o aún mejor, en un tablao flamenco. No se puede renunciar al mantel en un
buen restaurante. La cocina toma como propios ingredientes de zonas cercanas. Es el caso
del jamón, los mariscos de Cádiz y Huelva, el queso y otros platos: alcauciles salteados
con habas fritas, bacalao al perfume de ajos confitados; una lista interminable que hace
agua la boca. Estará siempre presente el aceite de oliva por la proximidad de Sevilla con
pueblos mediterráneos.
3. Explica ahora los mecanismos de cohesión que aparecen en los siguientes ejemplos:
Se trata de reducir todas las oraciones simples a una compleja sin ninguna repetición y que
incluya todos los datos o informaciones que aportan aquellas:
A)
—Juan es mi amigo.
—Mi amigo tiene una bicicleta.
—La bicicleta de Juan tiene muchas marchas.
—Juan practica media hora de ciclismo diariamente.
B)
C)
D)
E)
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el
hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores hedían a orina, los
huecos de las escaleras atufaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col
podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación, a polvo enmohecidos; los
dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los
orinales. [...] Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban
los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes,
a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas,
apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios.
P. Süskind, El perfume.