Velazquez Fuera Del Museo Del Prado - Manuel Mesonero Romanos
Velazquez Fuera Del Museo Del Prado - Manuel Mesonero Romanos
Velazquez Fuera Del Museo Del Prado - Manuel Mesonero Romanos
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Manuel Mesonero Romanos
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Título original: Velázquez fuera del Museo del Prado
Manuel Mesonero Romanos, 1899
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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ÍNDICE
Advertencia al lector
Preliminar
ALEMANIA
Berlín.—Museo Real.—Galería Nacional
Munich.— Pinacoteca
Stuttgard.—Galería de Pinturas
AUSTRIA-HUNGRÍA
Viena.—Galería de pinturas del Palacio Imperial.—Galería del Conde de
Harrach.—Academia Bildende Kunst.—Colección del Conde de Czernin
ESPAÑA
Madrid.—Real Palacio.—Duque de Villahermosa.—Duque de Alba.—Duque
de Fernán Núñez.—D. Aureliano de Beruete.—Marqués de Casa-Torres.—D.
Leandro de Alvear.—Marqués de Heredia
Madrid.—Otras colecciones.
Valencia.—Museo Provincial
Valladolid.—Museo Provincial
Plasencia.—Catedral
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Jerez de La Frontera.—Cartuja.—Otros puntos
FRANCIA
París.—Museo del Louvre.
HOLANDA
La Haya.—Museo Real de Pintura
INGLATERRA
Londres.—National Gallery.—Buckingam Palace.—Colección de Lord
Ashburton.—del Duque de Wellington.—del Duque de Westminster.—del
Colegio de Dulwich.—de Sir Walter Ralph Bankes.—de Mr. Morrit.—de Sir
Francis Cook.—de Sir Edward Huth.—de George Salting.—del Conde de
Southesk.—de W. Holman Hunt.—del Conde de Northbrook.—del Conde de
Carlisle.—de Sir Francis Clare Ford.—de Sir J. H. Macfadden.—de R. W.
Waitman.—de Miss Clara Montalva.—de Sir Charles Butler.—del Capitán G.
L. Holford.—de Sir W. Cuthber Quilter.—del Conde de Clarendon.—de Sir
George Donaltson.—de Sir Hercules Baillie Brabanzon.—del Duque de
Abercorn.—de Mr. León Somzed.—de Miss Lucy y Miss Louise Cohen.—de
Miss Grimshaw y Miss Preston.—de Mr. Martin Colnaghi.—de Lady Richard
Wallace.—de Sir Charles Robinson.—Otros coleccionistas
ITALIA
Roma.—Palacio Doria.—Galería Capitolina.—Galería Corsini
Nápoles.—Museo Nacional
Turín.—Real Pinacoteca
Módena.—Pinacoteca
RUSIA
San Petersburgo.—Ermitaje Imperial.—Galería del Príncipe Lenchtenberg
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SUECIA
Stockolmo.—Museo Nacional.
SUIZA
Ginebra.—Museo Rath
ÍNDICE DE FOTOGRABADOS
Notas
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Advertencia al lector
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primer y casi único mérito consistiera en la publicación del mayor número
posible de esas pinturas ignoradas.
Aunque no llene este libro tal propósito, creo haberlo realizado en una
parte considerable, sin otros medios que los de mi propio entusiasmo, dando a
la estampa sobre treinta lienzos tan completamente nuevos en España, que ni
han sido reproducidos, ni siquiera existen sus fotografías entre nosotros,
siendo poco menos desconocidos los restantes.
Diferentes por su tendencia y por su forma aquellos notables trabajos y el
modesto mío, aún hubiese renunciado a publicarlo a no impedírmelo una
consideración: la de que es todavía el primer libro que se publica en España
dedicado a Velázquez exclusivamente, o al menos a estudiarle fuera del
Prado.
Verdad es que Cruzada Villaamil, según queda dicho, lo hizo en uno
admirable; pero desdichadamente su trabajo magistral quedó ya impreso
recogido por el editor, sin que anden en manos de los aficionados arriba de
cuatro ejemplares[1].
El libro del Sr. Beruete es un trabajo monumental por su forma y por el
fondo, pero la circunstancia de estar escrito en francés dificulta su difusión en
España.
Es decir, que ninguna de tales obras, por una u otra causa, llena este
hueco, aparte, repito, que el objeto de este libro es diferente.
Extraño parecerá tal vez estudiar a Velázquez fuera del Museo del Prado,
al cual vienen en peregrinación artística nacionales y extranjeros para
extasiarse ante sus obras capitales.
Pero reconociendo que no hay en Europa galería alguna que ofrezca del
gran pintor español nada parecido en número y calidad, es indudable que las
obras repartidas en ellas y en las colecciones particulares ostentan en conjunto
méritos muy suficientes para ser apreciados.
Cierto es que estos lienzos no hacen más grande su figura ni modifican la
gloria del artista.
Pero aun rebajando su valor, eminentísimo más de una vez, aun
suponiendo que añaden a lo sumo algunos laureles a su corona, todavía no
será baladí su estudio para completar el conocimiento del español por quien
se pronuncia más veces el nombre de España en el extranjero.
Evidente es que en este libro habrán de hallarse no pocos errores,
deficiencias y aun omisiones totales; pero adviértase respecto a estas últimas
que no se propone formar una lista completa de las obras atribuidas a
Velázquez, sino tan sólo de las principales, pues además de que muchas de
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aquéllas son apócrifas y casi injuriosas notoriamente, la dificultad de obtener
datos en algunos casos hubiera hecho inútil tal intento.
No quiere esto decir que la inclusión de las que comprende prejuzgue su
autenticidad, sino sólo la verosimilitud de la atribución fundada en la
descripción de cada cuadro y en sus antecedentes históricos, dejando el autor
a quien con mayor competencia pueda hacerlo el estudio crítico y técnico
preciso para depurar el fundamento y fuerza de la legitimidad que se concede
a estas obras en las respectivas galerías.
Un solo valor puede ofrecer este trabajo: el de estar basado en noticias
obtenidas directamente de los Directores o propietarios de las galerías,
confirmando en parte y rectificando otras veces las investigaciones de los
autores españoles o extranjeros que han sido guía para las nuestras.
El autor cumple el deber de manifestar su reconocimiento hacia los
ilustres personajes ingleses, italianos, austriacos y franceses, autoridades y
particulares nacionales que, con exquisita cortesía, le han proporcionado datos
y reproducciones hechas expresamente en algún caso, así como a los
fotógrafos de reputación europea Anderson, de Roma; Morelli, de Londres,
Lovy, de Viena, que nos han autorizado graciosamente para reproducir sus
preciosos trabajos.
Mención especialísima de gratitud merecen los artistas eminentes
extranjeros que han honrado al autor con una correspondencia tan erudita
como expresiva de su simpatía y admiración hacia nuestro erran pintor,
especialmente los señores Mr. A. Kremfen, Director de los Museos
Nacionales y de la Escuela del Louvre, de París; Sir Frederic Burton, Director
de la National Gallery, de Londres; Her Schöne, del Museo de Berlín; Mr.
Aug. Schaeffer, de la Galería de cuadros de la Casa Imperial, de Viena;
Profesor doctor Karl Woerman, de la Galería Real de cuadros, de Dresde; Dr.
Weizsäker, del Städelsches Kunst Institut, de Francfort; Mr. A. Somoff,
conservador jefe de la Galería del Ermitaje Imperial, de San Petersburgo; Mr.
Wiessel, conservador adjunto de los Museos de la Academia Imperial de
Bellas Artes, de San Petersburgo; Mr. Georg Gothe, autor del catálogo del
Museo Nacional, de Stockolmo; A. Verne, Director de la Real Pinacoteca, de
Turín; A. Bertini y su sucesor doctor Ricci, de la Real Pinacotea y Museo di
Brera, en Milán; Sir Robert K. Douglas, Director del Dulwich College; Mr.
Leonard C. Lindsay, de la New Gallery, de Londres; Her. V. Rustije, de
Stuttgard; Teodore de Sampure, de Ginebra; Karl Purgold, de Gotha, etc. A
todos ellos, nacionales y extranjeros, particulares y artistas, debe el autor
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profundo reconocimiento por haber facilitado este trabajo otorgándole la
única autoridad y mérito que puedan avalorarle.
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ANO intento sería el de decir algo nuevo de Velázquez después
de cuanto han escrito propios y extraños.
Los extranjeros especialmente, que en esta, como en tantas
otras glorias patrias, impusieron con su fallo una especie de exequatur a
nuestra admiración, lo han dicho todo, agotando la alabanza del pintor de
Felipe IV en obras monumentales que honran los nombres de Stirling, Burger,
Blanc, Viardot, Gauthier, Dauvilliers, Lefort, Curtis, Stove, Justi, Michel,
Gonse, Armstrong y tantos otros, franceses, ingleses, alemanes y
norteamericanos.
Nuestros biógrafos estudiáronle asimismo en no pocos excelentes
trabajos, desde los de su suegro Francisco Pacheco y su discípulo Juan de
Alfaro, fuente primera para los de Palomino y Cean, avalorados más tarde por
las investigaciones de críticos tan eminentes como Ochoa, Pi y Margall,
Musso y Valiente, Agustín Bonnat, Madrazo, Araujo, Zarco del Valle,
Asensio, Balart, Cruzada Villaamil, Cánovas y Vallejo, Picon y Beruete.
Para todos la figura del maestro español se ostenta en la región del arte
como una de las más colosales y de gloria más imperecedera, sin que la crítica
tenga que examinarle, como a otros portentos de la pintura, con regateos ni
convencionalismos de tiempo o de escuela.
No tiene su pincel la mágica tonalidad de Ticiano, la robustez de Miguel
Ángel, la minuciosidad maravillosa de Holbein o Durero, la lujuriante
plasticidad de Rubens; pero su paleta, más varia, huye de la monótona
distinción del pintor flamenco, buscando aquella mezcla de vulgar y de
exquisito que ofrece la vida; no seduce con colores brillantes, usando sólo
tintas medias, pero en tan prodigiosa gradación de tonos y de valores que da a
sus figuras tanta luz como Rembrandt, sin apelar a su efectismo algo violento;
contadas veces hace gala de su imaginación en composiciones de gran
movimiento o muchos personajes, pero triunfa como nadie en lienzos de una
sola figura a la cual sirve de fondo un sencillo paisaje o una estancia sin más
adorno que una cortina o un bufete.
Suma fenomenal de cualidades, artista cuyo pincel sintético dibuja,
modela y colorea a la vez, con vigor de brochazo y transparencias de
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veladura, copiando la Naturaleza sin esfuerzo, con la augusta sencillez de un
dominador, sincero como la misma realidad, su obra lo abarca todo, concepto,
asunto, procedimiento, expresión, determinándose en ella una de las grandes
evoluciones de la Pintura.
Verdadero precursor del arte moderno, que sigue sus huellas como nuevo
camino de verdad y de belleza, es místico y profano, grave y satírico, pintor
de lo excelso y de lo miserable, cortesano y demócrata.
Pinta a Cristo en la cruz elevándose al ideal religioso, y luego iguala en
humorismo a Cervantes y Quevedo en sus bufones y borrachos; deja un solo
lienzo histórico, «Las Lanzas», que es, puede decirse, compendio de la
historia nacional y símbolo de las glorias guerreras y del espíritu de nuestra
raza; apenas pinta el paisaje, sino como fondo de sus cuadros, y es el primer
paisista español; de una cámara del alcázar, lóbrega y destartalada, hace un
dogma del arte y una adivinación perfeccionada de la fotografía; de un telar
de la fábrica de tapices, otro portento de perspectiva lineal y aérea; de cada
retrato, un cuadro con más enseñanzas que las que ofrece una composición de
multitud de figuras.
Si el arte es medio de reflejar el modo de ser de un tiempo, ¡dónde
encontrar otro pincel que haya trasmitido por tal manera el alma de una
sociedad y de una época!
Por el suyo, se ha repetido, es más conocida la de Felipe IV que por los
minuciosos anales y diarios de los cronistas de la corte, rodeándola, sin
menoscabo de la fidelidad, de seducción y encanto singulares.
¡Cómo parangonar en verdad al Rey-poeta y a su tiempo con el César
Carlos o con Felipe II, ni siquiera con Felipe V, Fernando VI y Carlos III!
Y a pesar de ello, ¡cuán más rodeados de poesía y de atractivo aparecen
para la mente popular aquel monarca y aquella corte que los otros períodos
históricos, de mayor grandeza sin duda, pero que apenas dejan rastro en la
imaginación hasta que otro pincel egregio, el de Goya, inmortalizó al
vulgarísimo Carlos IV!
¡Coincidencia singular y poder del genio, que, a despecho de la historia,
diviniza con su luz los finales de dos dinastías, llenos de decadencias y
tristezas!
Podrá la posteridad unir el nombre de Felipe IV a grandes catástrofes
nacionales; le tachará, con dudosa justicia, de débil, inepto o negligente;
acumulando en él resultantes de la política o de la historia, le imputará
defectos y culpas, pero al imaginarle, con más o menos verdad; pintando la
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cruz de Santiago en el pecho de Velázquez, inclinase el espíritu a confirmar el
calificativo de grande que le dieron sus cortesanos.
Imagen de su época, pocos monarcas habrán simbolizado como él la
grandeza y la miseria de su pueblo.
Porque aquella época de decadencia política ya comenzada desde el
anterior Felipe, fue la edad de oro de nuestra pintura; las obras de Sánchez
Coello y de Pantoja, de Murillo y de Alonso Cano, de Ribera y de Zurbarán,
mezclaron durante un siglo en el corazón del pueblo el sentimiento del arte
con el sentimiento religioso; aclamaba la multitud sus nombres en
Exposiciones que se celebraban al aire libre: venía Rubens a la corte de
España como embajador gratísimo; los nuestros en Europa ocupábanse
frecuentemente en acaparar cuadros célebres y estatuas de la antigüedad con
destino a las colecciones regias, como sucedió con la del malogrado Carlos I
de Inglaterra; para embellecer el flamante Buen Retiro mandaban virreyes y
gobernadores las maravillas de las escuelas italianas, alemanas y flamencas;
era familiar para grandes y cortesanos el cultivo de la pintura, y siguiendo las
aficiones del Rey y de los Infantes, poseían muchos de ellos galerías
copiosísimas, hasta el extremo de que la del Marqués de Leganés contaba
sobre 1.300 lienzos, sin que escaseasen los coleccionistas entre las demás
clases.
Los escritores publicaban panegíricos del arte en verso y prosa, ganando
contra el fisco pleitos en que se eximía de títulos y alcabalas a las Artes
liberales; cada iglesia era un museo, cada convento un depósito de las
riquezas artísticas del fundador, Madrid el pueblo de Europa que poseyó
mayor número de cuadros excelentes, y las galerías del Rey de España más
ricas que las de ningún otro monarca.
Por desgracia, en lo que se refiere a Velázquez, las aficiones artísticas de
Felipe IV fueron casi funestas, convirtiéndose en un verdadero monopolio de
su pincel.
Pintor de la cámara de S. M., quedó reducido a la categoría de un servidor
del monarca, obligado a producir retratos y más retratos de la Casa Real[1].
Cuando se nos representa en aquel estudio de la galería del Cierzo del
Alcázar pintando un día y otro día la marchita faz de su señor, la silueta de
cualquiera Infanta estrafalariamente ataviada al uso de la época, o la horrenda
catadura de algún hombre de placer, especie de sabandija de las cámaras
palaciegas, pintando casi siempre asuntos antipáticos e impuestos, cuya forma
y tamaño marcaba muchas veces el lienzo de una pared o el hueco de una
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sobrepuerta, compenétrase nuestra alma con el dolor que debió sufrir la del
artista sujeto por tales ligaduras.
¡Ah, si libre de ellas Velázquez hubiese dado alas a su ingenio! ¡Qué
cuadros nos hubiese dejado! ¡Qué páginas de historia cual Las Lanzas,
muestra magistral de lo que gustaba de pintar cuando elegía los asuntos!
Los tiempos, es cierto, no ofrecían ya a cada paso un asalto de Breda; pero
¡qué maravillas no inspiraran a su pincel, de haberlo podido mover sin trabas,
las glorias de Nordlingen y de Fleurus y la misma rota de Rocroi con la
sublime muerte del Conde de Fuentes, más o menos legendaria!
Desastre por desastre, hubiese, sin duda, valido más reproducir éste que
aquel otro de encargo regio representando simbólicamente la Expulsión de los
moriscos por Felipe III, que se perdió en el incendio del Alcázar. ¡Cómo
explicar también, sino por los apremios de sus tareas palatinas, que
Velázquez, tan galán y aficionado al boato y figura muy principal en las
fiestas de la corte, no se inspirase nunca en aquellas esplendorosas del Buen
Retiro, que quizás organizó, en sus bailes y fiestas de toros, en sus juegos de
sortija y luchas de fieras, en sus mascaradas, justas literarias y simulacros
guerreros, cuando él mismo había embellecido sus aposentos con su pincel,
contribuyendo tal vez a crear aquellos deliciosos verjeles![1]
Por desgracia, ni siquiera de las únicas escenas de la vida cortesana que
pintó, las cacerías en la Moncloa y El Pardo, existe más que una copia en el
Museo, atribuida a Goya, y contadísimos lienzos en alguna galería inglesa.
¿No es raro también que, amigo inseparable de Rubens todo el tiempo que
éste permaneció en Madrid, siendo testigo de los retratos de hermosuras
dedicados por el pintor flamenco a la galería de su señor, el Duque de
Toscana, no sintiese Velázquez el deseo de reproducir alguna de las bellezas
de la corte?
¿Se ha de suponer que prefería la faz horrenda de Mari Bárbola u otra
indigesta dueña a las damas de la Reina y las beldades aristocráticas?
Y no hay que tachar su paleta de poco apta para femeniles encantos,
porque la Venus del Espejo, hoy en Inglaterra y antes en la casa de Alba, es
una figura de incomparable belleza, como lo es también la joven tejedora de
Las Hilanderas; ni vale tampoco explicar el hecho por la fidelidad de un
pincel reñido con toda suerte de lisonjas y galanterías, como lo hace Cruzada
Villaamil, pues esto, en tal caso, sería explicación de no haber retratado a las
feas; ni por la poca costumbre de hacerlo las damas españolas fuera de las
Reinas y Princesas, porque existen de otros pintores, y algunos, aunque
rarísimos, del mismo Velázquez.
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El artista apasionado del natural y de sus enseñanzas al extremo de copiar
directamente cuanto pintaba, cosa excepcional entonces como lo da a
entender su suegro Pacheco al consignarlo en su libro; Velázquez, tan
impresionable al espectáculo de la realidad y de la vida, y uno de cuyos
primeros cuadros representa un aguador callejero de Sevilla, viene a la corte y
aparece indiferente ante el espectáculo de sus calles y plazas animadísimas y
pintorescas, ante sus romerías y verbenas en el río y en el Prado, sus riñas y
autos de fe, procesiones, fiestas y entradas solemnísimas, como la de la
Duquesa de Chevreuse, a quien se dice retrató, y la Princesa de Carignán, que
formaron época entre los regocijos aparatosos y de campanillas, ante
acontecimientos tales como el entierro de Lope, cuya magnificencia quedó
como proverbio, o las fiestas de la canonización de San Isidro, objeto de loas
y de odas para los más celebrados poetas y de justa admiración para la villa.
Pero ¿qué más? Sabido es que su estudio en el alcázar era frecuentado,
siguiendo el ejemplo del monarca, por lo más eminente de la corte, centro de
palaciegos y de poetas, entre los cuales más de una vez acaso se encontraron
Calderón y Lope de Vega; del doctor Juan Pérez de Montalbán asegúrase que
empezó allí la quintilla a un desconocido San Jerónimo del maestro,
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de poetas, «cárcel dorada del arte», como dice Palomino, habíase
acostumbrado desde su juventud a estimar y a enaltecer a los hombres de
talento, y teniendo él mismo aficiones literarias no comunes, desaprovechase
la coyuntura de unir su nombre a aquellos famosísimos, según antes lo había
hecho pintando el retrato de Góngora, que guarda nuestro Museo, y quizás el
de Moreto, que se afirma hizo también.
Infiérese de esto y lo antes dicho que Velázquez apenas tuvo ocasión de
manifestar libremente su genio, sujeto por su regio protector a una especie de
amortización artística.
En la información testifical para concederle el hábito de Santiago, se
supuso por todos que Velázquez había pintado para el Rey exclusivamente,
salvando con tal dicho la tacha que ofrecía entonces el ejercicio público de la
pintura… Pero la afirmación era casi rigurosamente exacta, pues si pueden
discutirse los grados de estimación del monarca por su liberalidad para el
artista, no cabe regatearle el mérito de haber apreciado desde luego su talento.
Joven de veintitrés años, llega de Sevilla el pintor, y apenas en Madrid,
después de otro viaje infructuoso, comienza el retrato de un amigo palaciego;
lo ve el Rey, y enamorado de la obra, mándale hacer el suyo, terminado el
cual concede al autor la exclusiva para reproducir en adelante su regia figura.
Al menos hay que reconocer que Felipe IV escogió bien y pronto su pintor de
cámara[1].
Sin duda, esta protección fue interesada; pero ¿cuándo no ha sido el móvil
del valedor comprar fama e inmortalidad? ¿Por qué vive en la historia el
Conde de Lemos sino por socorrer a Cervantes?
Del autor del Quijote pudo afirmarse, igual que se ha dicho de Velázquez,
que fue más bien protector que protegido. Pero al menos sirvió el apoyo en
ambos casos para conservar las obras de los dos genios, sobre todo las de
Velázquez, pues siendo sus lienzos parte del patrimonio real, figuraron desde
luego en los inventarios formados a la muerte de los monarcas, guía preciosa
para determinar los que pintó el artista, muchos de los cuales pasaron más
tarde al Museo del Prado. Pero la autoridad de estos inventarios, aunque
grandísima, no puede considerarse fuente exclusiva de averiguación de las
obras de Velázquez, como hace Cruzada Villaamil, cuyo criterio es negar
todo lienzo que en ellos no figure, pues puede asegurarse que produjo otros
antes de su entrada en Palacio, y aun después, no dedicados al monarca,
dijeran lo que quisieren los testigos con amistosas intenciones en la
información para el hábito; en sus viajes a Italia consta también que pintó
algunos, fuera de los remitidos al Rey, y sin duda más que no se conocen[1].
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Cierto que una parte no pequeña de su vida hubo de ocuparla Velázquez
en sus oficios cortesanos, sobre todo el de aposentador de Palacio, cargo del
cual dice Palomino que él sólo precisaba un hombre entero; pero debe
considerarse que al casar nuestro artista con la hija de Pacheco en 1618, ya le
estimaba éste, más que principiante, como un pintor hecho; que, creciendo su
fama en Sevilla, trascendió a Madrid, y que en la corte manejó los pinceles
desde 1623 hasta su fallecimiento en 1660.
Es decir, que su producción artística comprendió por lo menos un período
de cuarenta y cinco años, largo en demasía para la labor que algunos le
adjudican.
Porque suponer que un pintor de sus maravillosas cualidades ejecutó por
término medio al año (aun admitiendo las 240 obras que le adjudica Cruzada)
cinco lienzos, retratos en su mayor parte, parece la más palmaria
confirmación de su pereza o de su dificultad de factura.
¿No es más lógico admitir que el pincel del artista, harto familiarizado con
sus regios modelos, emplease contadas sesiones en aquellos retratos, parcos
en detalles y de tan sencilla composición?
Todo esto es verosímil en un pintor cuya facilidad era grande, sin que
alcance a desvirtuar la suposición el concepto de indolente en que le tuvo el
Rey, lo concienzudo de su labor que le hacía borrar y rehacer sus cuadros,
llenos de arrepentimientos, como es sabido, al extremo de que la cabeza de
Spínola en Las Lanzas está repintada hasta cuatro veces:
Así, pues, puede afirmarse que Velázquez fue un pintor fecundo;
desgraciadamente, sus ocupaciones palatinas no permitieron que lo fuese en el
grado que han supuesto algunos de sus biógrafos. Para llegar a la verdad hay
que colocarse entre los que cuentan por cientos sus cuadros y los que lo hacen
por docenas; sin vacilar puede asegurarse que pintó algunos más de los que le
adjudica Cruzada Villaamil, pero menos, muchos menos, de los que enumera
Curtis, otro biógrafo suyo norteamericano[1].
No hay que decir lo inseguro de tales atribuciones que, como todas las de
análoga índole, no tienen otra fuerza muchas veces sino la de una conjetura
lógica, pues es indudable lo aventurado de la adjudicación de un lienzo,
basada en una fecha o en una concomitancia de estilo y de técnica, cuando es
caso frecuente que en un mismo autor y época se presenten maneras y
facturas distintas y aun opuestas.
Pero tal empeño en atribuir lienzos a nuestro Velázquez muestra el
aprecio altísimo en que todos le tienen, no existiendo apenas en Europa un
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Museo importante que deje de señalar su nombre en el catálogo, aun en el
concepto de dudoso, como un honor al que no quiere renunciarse.
Patentiza también semejante excepcional estimación los precios fabulosos
satisfechos por los Museos, como ha sucedido en la adquisición última de la
National Gallery de Londres, las polémicas originadas por algunas de dichas
obras, hasta el punto de escribirse libros enteros para acreditar su legitimidad,
dando otras veces ocasión a pleitos curiosísimos, como el relativo al retrato
del Príncipe de Gales, acerca del cual se publicaron multitud de folletos y
artículos. Y si esto sucede en las galerías oficiales, calcúlese qué será en las
colecciones particulares, a las cuales ennoblece y caracteriza un nombre como
el de Velázquez. Abundan las que alardean de este honor en Italia, Austria,
Francia e Inglaterra. Pero entre todos sobresalen, los coleccionistas ingleses,
cuyas galerías riquísimas cuentan, sin género de duda, con bastantes
indudables obras del maestro sevillano.
Más de una vez el catálogo de dos diferentes colecciones afirma la
verdadera posesión de un mismo lienzo, como ha sucedido ya con los retratos
del Almirante Pulido Pareja y el esclavo de Velázquez; la que no alcanza una
pintura ufánase con el boceto de otra famosa, y si esto no es posible se
satisface con poseer una repetición de aquellos Felipe IV y Olivares, en la
mayor parte de los cuales no puso Velázquez la mano, aunque se le
adjudiquen por docenas.
No cabe desconocer que muchas, quizá el mayor número de las obras que
se le atribuyen en el extranjero son apócrifas; algunas notorias extravagancias,
en ocasiones verdaderas injurias hechas al inmortal maestro; pero tampoco
que entre ellas existen hermosos lienzos de indudable legitimidad que
justifican los precios de adquisición y el entusiasmo, digno de alabanza
siempre por la estimación altísima que significa para el nombre de Velázquez.
En cambio, en nuestra patria, ¡qué otra cosa sucede!
Sevilla, su cuna, guarda sólo una obra, y en tal estado de deterioro, que ni
puede verse ni menos ser reproducida.
De todos los Museos provinciales de España, únicamente el de Valencia
posee otro pequeño lienzo de su mano. En Madrid, fuera del Museo del
Prado, donde se guarda, como es sabido, el tesoro de Velázquez, no es mayor
la abundancia.
Contadísimos retratos de familia en alguna casa de la nobleza, tan cual
lienzo poco importante y de autenticidad no bien contrastada, algún boceto o
dibujo más estimable como recuerdo que por el valor es todo lo que existe en
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el pueblo que dio luz a sus pinceles durante cuarenta años, savia e inspiración
a su genio, tumba ignorada a sus cenizas[1].
A tal pobreza nos ha traído aquella absurda moda calificada de locura por
el erudito Ponz a fines del pasado siglo, que impulsó a buena parte de nuestra
nobleza a despojar sus casas de las obras de arte, «riéndose los compradores y
burlándose —dice— de los mismos que se las vendían o cambiaban por cosas
verdaderamente despreciables».
Facilitó también la dispersión de tales riquezas la falta de galerías
familiares en las grandes casas de la aristocracia y de colecciones de
aficionados, a semejanza de las que existen en otras naciones, escasez
sensible y que contrasta con el entusiasmo que por ellas hubo en nuestra
patria en tiempos pasados.
Basta leer los Diálogos de la Pintura, de Carducho, para convencerse de
que este amor por los cuadros y antigüedades era muy general en la época de
Felipe IV, no sólo entre los títulos y magnates, como los Marqueses de
Leganés, de Alcañices, de la Torre, de Velada y Almazán, Condes de
Monterey, Osorno, Benavente, Humanes y Duques de Medina de las Torres y
Alcalá, cuyos palacios encerraban grandes riquezas en cuadros y tapices, sino
entre personas de menor calidad, tales como D. Jerónimo Muñoz, el
Licenciado Francisco Manuel, D. Juan de Espina, D. Francisco Garnica, D.
Francisco de Aponte, D. Tomás Lavaña, D. Gaspar de Bracamonte, D. Mateo
Montañés, D. Francisco Mirades, el Licenciado López Madera, el mismo D.
Francisco de Quevedo y otros muchos, a todos los cuales elogia como
poseedores de muchas buenas pinturas y peritísimos en materia de arte[1].
Corrigióse, por suerte, en el presente siglo aquella aberración del gusto
experimentada en el pasado, acrecentándose las colecciones artísticas que
existían y formándose otras copiosísimas, con lienzos de los más famosos
maestros españoles, italianos, flamencos, alemanes y holandeses, como las del
Infante D. Sebastián, D. José de Madrazo, D. Pedro Jiménez de Haro,
Carriquiri, Marqués de Remisa, D. Francisco García Chico, Duque de Liria,
Marqués de Salamanca y otros. Todavía a mediados de la centuria contaban
estas galerías con más de treinta obras de Velázquez, entre retratos, asuntos
mitológicos y religiosos, de los cuales pasaban de una docena los que se le
atribuían en la del Marqués de Salamanca. Pero las mudanzas de la fortuna
trajeron la dispersión de estas galerías, y muchos de sus lienzos, entre ellos
los de Velázquez, entraron a formar parte de los Museos y colecciones
extranjeros, donde seguramente tendrán paradero más definitivo.
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Los representantes diplomáticos de las diferentes naciones han sido
también extractores temibles de nuestras obras artísticas. Baste señalar como
muestra, concretándose a Velázquez, a los Embajadores rusos Tatischtnefeff y
Conde de Gessler, el austriaco Conde de Harrasch y los ingleses sobre todo,
pudiéndose citar en lo que va de siglo los nombres de Stanhope, Lord Colew,
Sir Bartle Frere, Lord Clarendon, Sir Lumley y Sir Francis Clare Ford, que
enriquecieron sus galerías con obras atribuidas al maestro sevillano, sin contar
las que Fernando VII regaló al Duque de Wellington en recompensa de sus
victorias en nuestra patria contra los ejércitos napoleónicos, entre las cuales se
encuentra el famoso Aguador de Sevilla y otras de grandísimo interés.
Sólo elogios merece tal entusiasmo, halagador para nuestro patriotismo
por el aprecio que significa; pero hay que condolerse de que hayan salido de
España tantos lienzos hermosos, merced a la riqueza y depurado gusto de los
extranjeros, que pone más de relieve nuestra carencia de medios o de
entusiasmo.
La mayor cultura de hoy dificulta la dispersión; no faltan ya entre
nosotros magnates que guardan y aumentan las riquezas artísticas de sus
antecesores, ni aficionados inteligentes que en sus galerías prueben el buen
uso que hacen de sus riquezas; pero tan escasas excepciones no evitan el
peligro, quizá hoy mayor que nunca, por el cebo que ofrece a la codicia el
aprecio creciente que obras como las de Velázquez alcanzan en el extranjero.
Italia ha prohibido la exportación de sus obras de arte: ¿por qué no ha de
limitarse algo también en España? Mejor sería que las defendiese la
ilustración general, el respeto de la aristocracia hacia sus timbres y recuerdos,
las aficiones estéticas de todos; pero ya que desgraciadamente no sea así, urge
una disposición que procure conservar lo que aún nos queda, guardando
también nuestro decoro, harto maltrecho en los Museos extranjeros, que
enseñan tantas obras españolas, pinturas, joyas artísticas, códices, trozos y
hasta fachadas enteras casi, notables por su historia o por su belleza[1].
Pero mientras se dicta tal disposición parece que no han de ser inútiles los
trabajos encaminados a consignar tales pérdidas, despertando el celo para
evitar otras semejantes, objeto también del nuestro humildísimo. Aparte de tal
interés, otro mayor bastaría a justificar este estudio, siquiera sólo fuese el de
propagar entre nosotros el concepto y admiración que logra en Europa el
genio soberano del príncipe de los pintores españoles, ya que por desgracia
nuestro aplauso a las glorias patrias se mide y se vigoriza por el que obtienen
de los extranjeros.
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ALEMANIA
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BERLÍN
Museo Real
L primero de los cuadros atribuidos a Velázquez en esta galería,
una de las más ricas de Europa, es un soberbio retrato de cuerpo
entero que, si no de la mano del maestro naturalista, parece digno
de ella por su ejecución grandiosa, potente claro-oscuro, novedad
y valentía de postura que produce extraordinario efecto.
De pie en la última grada de una escalinata, destácase vigorosamente
sobre una columna el corpulento personaje, vestido de negro terciopelo,
pisoteando una bandera de fajas rojas y blancas con abejas de oro.
Como el punto de vista está muy bajo, el escorzo resulta marcadísimo,
sobre todo en la cabeza, de magistral dibujo y luz; la mano derecha, grande,
carnosa, es prodigio de modelado, y toda la figura, a pesar de su obesidad,
resulta bizarra y elegante porto hábil de su disposición.
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BERLÍN. MUSEO REAL
El General italiano Alejandro del Borro
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Cuanto a que lo pintara Velázquez se apoya la suposición en que debió
conocerle en la corte de Felipe IV, a cuyo servicio estuvo, pero en realidad ni
una ni otra conjetura son irrebatibles.
Algún crítico, como el ilustre Justi, echa de menos en el retrato los rasgos
generales y el estilo propio del pintor sevillano en la época en que se le puede
atribuir, y aunque esta clasificación, fundada en las diversas maneras del
artista, tampoco puede admitirse como irrefutable, la opinión autorizada del
sabio catedrático alemán y de otros escritores parece privar de autenticidad al
lienzo, cuya historia conocida se redilee a que se encontró en una villa»
cercana a Arezzo, pueblo del general italiano, adquiriéndose el año 1893 en
Florencia. Mide el lienzo 2 por 1,21 metros.
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BERLÍN. MUSEO REAL. Dama desconocida
(¿Doña Juana de Miranda?)
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Salamanca, y de ella lo adquirió Lord Ward el año 1867 en 98.000 francos,
comprándole el Museo en 1887.
Creyó Cruzada, fundado en la descripción del catálogo de Salamanca, si
este retrato, cuyo comprador desconocía, pudiera ser el de la hermosísima
dama celebrada por el poeta Bocángel en aquellos versos:
Pero basta ver la reproducción del lienzo para apreciar que ni la belleza ni la
edad de la dama justifican tan hiperbólicas alabanzas y, por consiguiente, que
no debe ser ésta la celebrada.
Retrato de un bufón de la Corte de España.— Figura de un enano vestido
de señor flamenco, y junto a él un gran perro de manchas negras y blancas. Es
una antigua reproducción del original que existe en nuestro Museo, cuyo
Catálogo lo supone «D. Antonio el Inglés», aunque Justi cree que es
«Velazquillo», retrato perdido, según Cruzada. Se adquirió en Viena en 1879
del pintor Peuther, quien lo había traído de España. Lienzo de 1,39 por 1,01
metros.
Galería Nacional
Aunque esta parte del Museo Real es principalmente de obras modernas,
comprende bastantes lienzos antiguos, en su mayor número de las escuelas
italianas y española.
Casi todos proceden de la colección formada por el Conde Raczynski,
Embajador de Alemania en Madrid por los años 1860 al 64. Entre ellos dos se
atribuyen al fundador de la escuela madrileña, y aunque no de gran interés por
el asunto, son muy estimables por su factura. El primero es un hermoso
estudio que pone de manifiesto una vez más las condiciones notabilísimas de
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Velázquez como pintor animalista. Perro y gato es el título del cuadro, en el
cual se ve un perrito de raza de Bolonia sentado y vuelta la inteligente cabeza
hacia el espectador, y detrás un gato de frente, más ligeramente pintado.
Autorizada la reproducción.
Ignóranse los antecedentes del lienzo, que no concuerda con las únicas
pinturas de perros atribuidas a Velázquez por algunos biógrafos antiguos. Más
parecido guarda con la perrita que se ve sobre un sillón en el retrato del
Príncipe Felipe Próspero, del Museo de Viena, la cual, según se dice,
estimaba mucho el artista. ¿Será el actual un estudio del mismo perro?
El lienzo mide 0,410 de alto por 0,535 de ancho.
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0,435 de alto por 0,320 de ancho, es de gran interés, como uno de los pocos
retratos femeninos que se conocen de Velázquez.
Autorizada la reproducción.
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MUNICH
Pinacoteca
E los cuatro supuestos cuadros de Velázquez, el más importante
es el señalado con el número 313, que figura en el Catálogo
como «Retrato del autor».
MUNICH. PINACOTECA
Velázquez
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Este hermoso lienzo reproduce en tamaño natural el busto del autor de Las
Lanzas vestido de ropilla negra, cuello liso y una cadena de oro al pecho de la
cual pende una medalla. No hay más que mirarlo para cerciorarse de, que el
personaje representado es el gran maestro, pues todos los rasgos fisionómicos
coinciden con la faz que de sí propio dejó en Las Meninas y con la gentileza y
gallardía que le adjudican sus biógrafos. Pero aún guarda mayor parecido con
otro que también se supone de su mano, existente en el Museo de Valencia; el
movimiento hacia la izquierda, el semblante, facción por facción, el modelado
y claroscuro, el arreglo de la cabellera, el rizo del bigote, todo es en ellos
semejante, mejor dicho, casi igual, hasta el punto que, si no fuera mucho más
prolongado el de Munich que el de Valencia, pudiera parecer a primera vista
reproducción y aun repetición uno de otro. Pero cotejándolos nótase que el
Velázquez de Valencia parece representarle en mayor edad, de facciones más
acentuadas y enérgicas, con mayor inteligencia y fuego en los ojos, con aire
más español en el tipo y velazquino en la factura, sin que esto quiera dar por
resuelta la duda de cuál sea el verdadero, pues aunque consta por testimonio
de Pacheco que estando Velázquez en Italia se retrató a sí mismo, dícese
también, y es muy verosímil, que no lo hizo una vez sola, como hace
sospechar las coincidencias marcadísimas que se notan entre ambos, y aun
con otros varios, en especial con el existente en Florencia, de que nos
ocuparemos más adelante.
Tres lienzos más ostentan el nombre de Velázquez: uno el Retrato del
Cardenal Rospigliosi, después Clemente IX, y otro que se titula Un Mendigo,
los cuales son de discutible legitimidad, según afirman Cruzada y Viardot. El
tercero es el retrato de Un joven español, vestido de negro, media figura, que
Beruete considera la sola obra auténtica de la Pinacoteca, en absoluta
contradicción con Cruzada, para quien es dudosa.
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DRESDE
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DRESDE. GALERÍA REAL DE PINTURAS
Juan Mateos
Autorizada la reproducción.
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DRESDE. GALERÍA REAL DE PINTURAS
Hombre desconocido
Autorizada la reproducción.
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DRESDE. GALERÍA REAL DE PINTURAS
El Conde-Duque de Olivares
Autorizada la reproducción.
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STUTTGARD
Galería de Pinturas
L cuadro titulado Olivares y su jardinero, aunque recuerda el
estilo del insigne artista, no puede atribuirse a Velázquez en
opinión del Director de este Museo, H. von Rustige, estando sólo
inscrito en el catálogo como perteneciente a la escuela española,
sin que sea conocida su historia y procedencia. No existe fotografía de este
lienzo, que mide 1,15 por 1,55 metros.
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FRANCFORT
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FRANCFORT. GALERÍA DEL INSTITUTO STÆDL
El Cardenal Borja.
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Bermúdez, formando parte más tarde de la galería del Marqués de Salamanca,
en la cual lo adquirió el Museo en 1867 en 27.100 francos[1].
En una dependencia de la Catedral de Toledo (no en la sala capitular)
existe otro retrato de este personaje, como Arzobispo que había sido de a
Primada; se cree copia o repetición del anterior, menos prolongado, aunque la
altura de su colocación no permite apreciarlo bien. Para el Sr. Beruete ambos
son copias cuidadosamente hechas de un original perdido.
Otro precioso lienzo enriquece el Museo de Francfort con autoridad bien
contrastada: es el Retrato de la Infanta Margarita, adquirido de la galería
Pereire en 1872.
Y en realidad no sólo debe considerarse obra auténtica, sino como una
obra primorosa del pincel que supo enaltecer con su magia el horrible atavío
de la tierna Princesa, haciendo de aquella figura encerrada en el desmesurado
tontillo un prodigio de gracia, de distinción y gentileza.
El lienzo, casi idéntico a otro del Museo Imperial de Viena, es también
repetición del retrato de Las Meninas, con la sola diferencia de ser contrario
el movimiento de la cabeza.
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OLDEMBURGO
Museo Augusteum
NTRE los cuadros de escuela española atribúyese a nuestro pintor,
aunque no con seguridad, un retrato del Cardenal Infante
D. Fernando, malogrado hermano de Felipe IV.
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AUSTRIA
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VIENA
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VIENA. GALERÍA IMPERIAL.
Felipe IV
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matrimonio del Rey, entonces de unos cuarenta años, con la que había sido
prometida de su hijo, el malogrado D. Baltasar Carlos.
Según el catálogo, aparece ya en 1663 en el inventario de la colección
imperial de Inspruck, y ha venido al Museo recientemente.
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VIENA. GALERÍA IMPERIAL
D.ª Isabel de Borbón
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Director del Museo, Mr. Augusto Schaeffer. Tiene el Príncipe traje de
terciopelo negro con bordados y mangas de plata, cuello blanco, capa y
medias grises, la espada en bandolera y el Toisón pendiente de una larga
cadena de plata.
Se cree que hubo de pintarse hacia 1536, aunque Cruzada lo supone del
41, remitiéndose para dar a conocer al Príncipe a Viena donde sin duda fue
tan admirada la galanura del doncel como la maestría del pintor, que hizo en
este uno de sus más celebrados retratos: 1,28 por 1 metros.
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en el cuello y puños.
Apoya la mano derecha en una mesa con tapete azul, encima de la cual
hay un florero, y en la izquierda tiene un abanico. Lienzo pintado hacia 1642,
y tan excelente que se ha comparado en mérito al que existe en el Prado del
Príncipe Baltasar Carlos. Lienzo, 1,28 por 1 metros. Una copia o repetición
existe en poder de la casa de Alba, en Madrid.
Otro Retrato de la Infanta María Teresa.—De unos doce años, con traje rojo
galoneado de plata. Lleva al pecho la doble águila imperial. En la mano
derecha tiene un pañuelo, en la otra un ramo. Lienzo hasta las rodillas, del
cual es repetición, en lienzo de mayor tamaño, el número 1.084 del Museo de
Madrid. Lienzo, 1,21 por 0,95 metros.
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Retrato de la Infanta María Teresa lo llama el catálogo, aunque debe
serlo de la Reina Doña Mariana, segunda mujer de Felipe IV. Figura de pie
hasta las rodillas; aparenta tener unos quince años. Llamóse el de los dos
relojes por colgar en la cadera derecha, sobre el abultadísimo tontillo. Aquella
moda que martirizara en vida a las mujeres y las condenó a pasar a la
posteridad en un atavío con el que no hay belleza posible, llega al límite de la
extravagancia en el vestido, que es blanco, bordado en plata, y en el peinado
lleno de cocas y lazos blancos y rojos. Este lienzo, que según Viardot es una
copia, mide 1,27 por 0,98 metros.
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se ve un mono pequeño. La figura, de tamaño natural, se destaca sobre una
cortina, viéndose un jardín a la derecha del fondo. Lienzo, 1,30 por 1 metros.
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Retrato del Infante Felipe Próspero.—El Infante, de unos dos años, con ojos
azules, de viva mirada, viste amplio roponcillo y delantal blanco que llega al
suelo, teniendo colgados varios juguetes de niño. Sobre una silla carmesí se
ve una perrilla que se dice estimaba mucho Velázquez, en un taburete la
montera con plumaje blanco y en el fondo una cortina roja y algunas
habitaciones.
Es otro cuadro de primer orden en opinión general y en la de Palomino de
los más excelentes retratos de Velázquez; ostenta una curiosa mezcla de
trozos detalladísimos al lado de algunos muy francos y ligeros.
Dice el catálogo que debió ser pintado en el año de la muerte del autor.
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Según Sterling, que copia a Palomino, este retrato y el de la Infanta
D.ª Margarita, ofrecidos al Emperador, su abuelo, fueron las dos últimas obras
de Velázquez.
Consta poco después la existencia del lienzo en el castillo de Gratz, de
donde pasó a Viena como «un retrato de tamaño natural de un niño de la regia
familia que no habla todavía» (sic). Lienzo, 1,28 por 0,99 metros.
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VIENA. GALERÍA IMPERIAL
La familia de Velázquez
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Cruzada un escudo, quizá no descubierto por el erudito biógrafo, en el ángulo
derecho del cuadro en esta forma:
el cual equivale en este caso a una firma clara y terminante del yerno del
artista.
Verdad es que pudiera interpretarse este signo heráldico como un modo de
expresar Velázquez que la retratada era la familia de del Mazo; pero aparte lo
violento de tal suposición, hay que repetir que la factura ni la composición
hacen sospechar que sea de su mano; contribuye a la prueba también el hecho
de que ninguno de sus biógrafos españoles haga la más remota indicación de
esta obra.
El catálogo de la rica galería lo considera, sin embargo, como un cuadro
principal de Velázquez, encomiando la concepción y la valentía de la factura,
que, según él, compite con Las Meninas, de cuya época o poco antes lo
supone, opinión corroborada por críticos tan notables como Sterling y Burger,
quienes la elogian cual una de las más importantes de Velázquez que se
encuentran fuera de España. ¿Cómo llegó este lienzo a Viena? Esto se
preguntaba Cruzada, sin poder hallar respuesta.
El origen de este curioso cuadro es bastante oscuro; sábese sólo que
procede de Italia por un informe emitido en 1800 por el Director de las
Colecciones imperiales, en el cual, después de hablar de otros varios lienzos
de la misma procedencia, añade que «entre ellos se encontraba un cuadro de
mucho valor de Velázquez, por lo que se mandó forrar y restaurar». El índice
unido a dichos cuadros le denominaba Famiglia di Diego de Velázquez. Pero
en ningún documento, según el catálogo actual, se ha encontrado a quién
perteneció en Italia, cosa rara en verdad tratándose de un cuadro que, aunque
no sea de mano de Velázquez, no podía ser desconocido, por el interés
biográfico que encierra, por su mérito y por la simpatía que le presta su
evidente inspiración en Las Meninas. Mide el lienzo 1,50 por 1,72 metros y
tiene once figuras de tamaño dos tercios de natural.
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VIENA. GALERÍA IMPERIAL
Un muchacho riéndose
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Esta colección, de las más ricas particulares de Viena, pues su catálogo
enumera cerca de cuatrocientos cuadros de los primeros maestros italianos,
flamencos, holandeses, alemanes y españoles, fue fundada por un ascendiente
del aristócrata austriaco, Embajador que fue en la Corte de España.
El señalado con el núm. 306 bajo el nombre de Velázquez figura un
Retrato de un Príncipe español niño vestido de Cardenal. Como se ve en la
reproducción, el tierno purpurado representa unos cinco o seis años; apoya la
mano derecha en una mesa, sobre la cual hay un frasco con flores; a la
izquierda, en la alfombra, se ve un perrillo, y por la puerta del fondo un
paisaje que se supone las orillas del Manzanares, con figuras en primer
término y el Guadarrama a lo lejos. Aunque de este cuadro, que su ilustre
poseedor actual estima como el mejor de todos los cuadros de su colección,
no existen noticias precisas en el archivo de la casa, sábese que fue adquirido
en Madrid por el citado Embajador austriaco.
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Cardenal-Infante D. Fernando, muerto en Bruselas en 1641 con más fama de
General esforzado y buen político que de aficiones eclesiásticas; pero tal
conjetura queda destruida con una simple confrontación de fechas. En efecto,
Velázquez empezó a pintar en Palacio en 1623, en cuyo año debla contar el
Cardenal-Infante catorce años (lo era desde los diez), como nacido en 1609, o
sea mayor edad con mucho de la que representa en el lienzo, y no siendo
probable tampoco que lo representase en pretérito, parece que no debe ser D.
Fernando el Infante retratado.
Autorizada la reproducción.
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procedencia. Representa, como se ve, una dama de mediana edad
elegantemente vestida y de hermosura algo ajada. Ni el tipo parece español, ni
el traje ni el peinado son los que usaban en aquella época las señoras
españolas; la manera de hacer difiere también mucho de la amplia y sintética
del maestro sevillano, aunque es una bella pintura, fuera de ciertos descuidos
de dibujo en la oreja y algún otro detalle.
Varios otros cuadros de Velázquez citan los catálogos de diferentes
galerías de Viena, entre ellas las de los palacios Czernin y del Archiduque
Alberto, que posee cinco dibujos atribuidos al maestro español presentados en
la Exposición Histórico-Europea de Madrid, alguno tan interesante como el
boceto o primera idea para el retrato ecuestre de Felipe IV.
Autorizada la reproducción.
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presente, según noticias que debemos a su actual poseedor, quien ignora la
historia y procedencia del único cuadro atribuido en su galería a Velázquez Es
una cabeza de muchacho de unos ocho a diez años, casi de frente, con un
cuello grande blanco abocetado, como la escasa parte del busto que se ve: Su
autenticidad la consideran dudosa algunos escritores, y efectivamente parece
discutible, pues aunque la pintura e3 notable, falta en ella el brío, soltura y
maestría de la pincelada velazquina.
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BUDAPEST
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ESPAÑA
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MADRID
Real Palacio
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Sabido es que las obras capitales del pintor de Felipe IV que poseía la
Casa Real pasaron, por el generoso desprendimiento de Fernando VII, con
multitud de otras joyas artísticas, a formar el Museo del Prado; allí es donde
se encuentra el tesoro de Velázquez, sus grandes creaciones religiosas,
históricas, humorísticas y toda aquella maravillosa colección de retratos en
que se mezclan, iluminadas por su genio con inmortalidad igual, las figuras de
los Austrias, de las Princesas, los personajes poderosos, los capitanes
insignes, los pordioseros, los comediantes, los bufones y los fenómenos y los
hazmerreir de la corte. La generosidad del fundador del Museo fue completa
respecto a las obras de Velázquez y hace sospechar si seria más bien
indiferencia hacia sus encantos, pues apenas guardó alguna, y ésta tan de poca
monta que más parece olvido que propósito de conservar con tan pobre
representación la memoria del gran pintor cortesano, pues fuera de un Retrato
de Felipe IV, arrodillado en actitud de orar, y otro de Doña Mariana de
Austria, su segunda esposa, lienzos ambos de 0,53 por 0,40, que proceden de
El Escorial y se atribuyen a Velázquez, creemos que sólo se guarda en el Real
Palacio un Retrato del Conde-Duque de Olivares, minúscula tabla cuadrada
de diez centímetros, también atribuida a Velázquez, y otras dos cabezas de
mujeres desconocidas en tamaño natural.
Posteriormente se adquirió en la galería de Salamanca un lienzo o
fragmento de cuadro de 11 pulgadas por 10, representando una mano de
eclesiástico apoyada en el brazo de un sillón, teniendo un pliego dirigido al
«Ilmo. Sr. Diego Velázquez», la cual fue presentada en la Exposición
Histórico-Europea.
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representada en el retrato lo debió pintar Velázquez a su vuelta de Roma en
1631. En opinión del reputado crítico D. José Ramón Mélida, que
bondadosamente nos ha facilitado interesantes noticias de los retratos, el de
que hablamos «está pintado con maestría y soltura extraordinarias, y la cabeza
es admirable por la vida y el carácter con que está interpretada». Lienzo, 2,05
por 2,15.
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Carlos, de unos tres años de edad. Lefort, equivocadamente, lo denomina
«Retrato del hijo de D. Cristóbal del Corral».
Esta señora desempeñó en Palacio lugar muy distinguido, análogo al de
los gentiles hombres de manga, así llamados por formar parte del cuarto de un
Príncipe niño, a quienes la etiqueta prohibía llevar de la mano, sino de la
manga vuelta del sayal denominado baquero.
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campanillita. El retrato de D.ª Antonia es muy hermoso, aunque inferior al de
su marido; el del Príncipe, más duro y falto de gracia, no parece de mano de
Velázquez.
Otros dos retratos, que se le atribuyen también por algunos, guarda esta
ilustre casa. Son de igual tamaño que los anteriores y representan Un Infante
(que se duda si es Felipe IV) y Un Personaje con el Toisón, que pudiera
creerse el Conde-Duque. El primero ofrece reminiscencias de varios retratos
del Museo del Prado, y el segundo se parece, en efecto, al Conde-Duque; pero
en su aspecto teatral y fantaseado dista bastante de la sencillez elegante y
seria usada constantemente por el maestro español en sus retratos.
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confiscados y repartidos sus bienes, fue a parar a Inglaterra, adquirida por un
ascendiente del actual dueño, Mr. Morrit.
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MADRID. COLECCIÓN DE AURELIANO DE BERUETE.
San Pedro.
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Colección del Marqués de Casa-Torres
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MADRID. COLECCIÓN DEL MARQUÉS DE CASA TORRES.
¿Ochoa, portero de Corte?
Autorizada la reproducción.
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Representa al mismo sujeto, con levísimas variantes, hijas de la ligereza,
desenfado y hasta de la incorrección que usó el autor de los Caprichos al
reproducir los lienzos del gran artista, como se ve en grado superlativo en las
demás aguafuertes de la colección.
Autorizada la reproducción.
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cuyos dibujos habían sido propiedad de Cean Bermúdez, quien al hacer
mención de ellos en su conocida obra señala uno como el de Un viejo de
golilla llamado el alcalde del Ronquillo, suponiendo el original de Velázquez.
¿De dónde pudo salir tal denominación?
Notoria es la imposibilidad de que Velázquez retratara al personaje así
llamado; pero aun suponiendo que fuese un apodo, es rarísimo que este
nombre no aparezca en los inventarios ni en ninguna parte, hasta que Ponz
señaló el lienzo en el Palacio Nuevo, al finalizar el anterior siglo, como el de
Un viejo con ciertos papeles en la mano que dicen el Alcalde Ronquillo.
Ya aquí Ponz salva el absurdo histórico indicando que el nombre es de
tradición; pero repetimos que es sorprendente que esta denominación
tradicional no aparezca hasta entonces en ningún documento.
Este desconocido lienzo de Velázquez, que surge de pronto, coincide con
la desaparición de otro señalado en los archivos de la Casa Real, y con el cual,
sin duda, se confundió: el retrato de Ochoa, portero de corte, inventariado en
el Buen Retiro en 1700 a la muerte de Carlos II, en cuyo Real Sitio hacía
pendant al del bufón «D. Juan de Austria»[1].
Después de este inventario y de esta fecha desaparece el retrato de Ochoa.
¿Pereció en el incendio del Alcázar en 1734?
No es probable, porque no consta por ningún documento que saliese del
Retiro.
Pero el hecho es que no se vuelve a tener noticia de este lienzo ni de otro
semejante hasta que a fines del siglo pasado señala Ponz en el Nuevo Palacio
el viejo de golilla que dicen el alcalde Ronquillo, grabado al agua fuerte por
Goya, según afirmó Cean hacia la misma época.
Todo esto parece indicar la confusión que ha venido a sustituir un cuadro
por otro.
Este mismo lienzo, sin duda, fue el bautizado disparatadamente en el
inventario del Retiro en 1780 con el nombre del Alcalde de Zalamea[1]; han
creído otros que el grabado representaba a Francisco Bazán, cuadro de
Carreño existente en el Prado y diferente por completo; no falta quien
suponga que el retrato del Alcalde Ronquillo es otro también distinto que
anda de venta en venta en Inglaterra y cada día más despreciado.
En el lienzo del Marqués de Casa-Torres todas las circunstancias hacen
conjeturar que es el retrato de Ochoa, objeto de tantas confusiones.
El tipo, el traje, la larga vara, el estar colocado en la meseta o último
peldaño de una escalera, la actitud misma, dicen claramente que es un portero
de estrados; los memoriales en la mano, la golilla, circunstancias únicas
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señaladas por Ponz y Cean, las dimensiones que convienen con las señaladas,
todo hace creer que es el Ochoa de los inventarios.
Pero sea este sujeto u otro apodado el Alcalde Ronquillo, ¿es obra de
Velázquez la pintura?
Autorizada la reproducción.
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un ignorado cuadro de Velázquez con tinta belleza y parecido que casi
consolaría de la pérdida del original.
Otro lienzo atribuido a Velázquez, aunque sin el fundamento histórico del
anterior, representa Una vieja de semblante y manos llenas de arrugas y
surcos profundísimos, de un colorido pardo, terroso, algo duro, pero lleno de
relieve y vida y de un efecto extraordinario; al lado izquierdo hay otra figura
de un muchacho, también vigorosamente pintada.
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probablemente italiana, de hernioso color y modelado, pero sin la grandiosa
sencillez del maestro.
Respecto a su procedencia sábese sólo que lo poseyó el grabador
Carmona, yerno del famoso Mengs, y como éste fue grande amigo de Azara,
supónese que procede del diplomático español.
De todas las galerías particulares de Madrid, sólo en la de Villahermosa se
señalan más cuadros de Velázquez, y ya hemos visto que sólo dos de los
cuatro ele la casa ducal deben considerarse verdaderas obras de su mano.
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Sobre la oscura coloración general del lienzo se destaca con vigor la
cabeza de tonos ocres y rojos llena de expresión, de correcto dibujo, pero de
color algo seco y duro, que recuerda el de las figuras de la Adoración de los
Reyes de nuestro Museo, hecho en su primera época, en la cual se cree pintó
también el lienzo.
Éste ha sido víctima de torpes restauraciones, que velan parte de su
encanto, bien manifiesto por suerte en algunos trozos, como la cabeza y el
busto, la mano que sostiene el racimo y los pámpanos que la rodean, que son
bellísimos, y de gran trasferencia y finura de color estos últimos. En cambio,
la mano izquierda y parte del fondo están malamente repintados.
Procede de la testamentaria de D. Luis Guardamino, y de ella lo recibió su
actual poseedor, permaneciendo oculto el mérito del lienzo hasta que lo puso
de manifiesto al ejecutar su restauración el reputado pintor Sr. Arroyo, cuya
opinión corroboraron después artistas como los señores Lemus, D. Bartolomé
Maura y otros.
El notable crítico francés Emile Michel, en su libro Etudes sur l’histoire
de l’art: Diego Velazquez, habla en términos entusiastas de la franqueza del
efecto, fuerza de entonación y maestría de factura del lienzo, ante el cual dice
ese siente al pintor enamorado de su arte y conmovido en presencia de la
Naturaleza, que ha hecho pasar una parte del fuego que arde dentro de sí, a
esta simple interpretación arrancada en pocas horas».
El cuadro, presentado en la Exposición Histórico-Europea celebrada con
ocasión del centenario de Colón, obtuvo unánime aplauso de los inteligentes,
éxito justificado no sólo por su belleza, sino como una de aquellas
contadísimas pinturas de la primera juventud del autor, que Palomino y Cean
califican de rústicas o bambochadas.
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con bastante probabilidad, especialmente uno de ellas, que es un busto de
hombre de bigotes negros, pálida tez y tipo marcadamente español, que se
destaca sobre oscuro fondo, y cuya factura y casta de color parece revelar la
paleta del gran artista.
Esta pintura procede de la colección que formó en Madrid D. Serafín de la
Huerta, peritísimo coleccionador de pinturas, ignorándose su origen anterior,
así como quién sea el personaje representado, por más que en aquella
colección era considerado como el retrato de Becerra.
Ignoramos a quién pueda referirse tal nombre.
Ninguno de los biógrafos antiguos la menciona: los inventarios reales
tampoco señalan este retrato.
De manera que, o debe considerarse como un error conservado por la
tradición, o tal vez corresponde a algún servidor palatino de categoría
secundaria, «de aquellos varios sujetos de la Corte», de que habla Palomino.
El otro lienzo que se señala como de Velázquez es un retrato de cuerpo
entero del Duque de Feria, cuyo nombre se lee en la parte inferior del cuadro,
procedente, según creemos, de la casa de Medinaceli.
Aunque su colocación no permite apreciarlo bien, parece una hermosa
pintura; si no pudiera calificarse de obra indudable del gran artista, habría al
menos que atribuirla a otra mano maestra.
Alguna otra obra más del artista podrá hallarse en propiedad de los
coleccionistas o amateurs de Madrid, como la cabeza de la Reina D.ª Isabel
de Borbón, primera esposa de Felipe IV, que poseyó el difunto General
Nogués; otro busto de D.ª Mariana de Austria que perteneció a D. Nicolás
Gato de Lema, también fallecido, y tal vez alguno de los diminutos retratos de
la colección de la Condesa de Santiago.
El Conde de Valencia de Don Juan posee un hermoso retrato de Quevedo
muy parecido al de la galería de Wellington, del cual quizá es copia pintada
por mano desconocida, que recuerda la manera del maestro y fijé presentado
en la Exposición Histórico-Europea como de escuela de Velázquez.
En la misma Exposición presentó D. Luis de Navas un retrato de
Felipe IV y D. José María Aguado y Rojas un boceto de Las Lanzas que, en
opinión de algunos críticos, es el original del famoso lienzo, aunque otros
creen que es sencillamente una imitación hecha por Eugenio Lucas.
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MADRID. D.ª MARIANA DE AUSTRIA.
De los herederos de D. Nicolás Gato de Lema.
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La escena animadísima, los grupos bien dispuestos, el aire de las figuras y
caballos al galope o levantados para esquivar el derrote de los toros, los
dramáticos episodios de la mujer caída ante la fiera y del numeroso grupo
corriendo a ver al herido que trasportan exánime, aparte de la concienzuda
fidelidad de la parte arquitectónica del fondo, parecen autorizar la supuesta
paternidad del cuadro.
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EL ESCORIAL
Real Monasterio
N la Sala Capitular hállase el conocido cuadro del pintor
representando La túnica de José. Hízolo en Roma en 1630 y
estuvo colocado antes en el Palacio del Retiro. Es una de sus
obras de menos importancia. La galería de D. José Madrazo
poseía un supuesto boceto de éste, que se creía pintó el artista antes de salir de
Madrid, y de aquella colección pasó luego a la de Salamanca. 1,07 por 3,25.
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SEVILLA
Casas Consistoriales
ETRATO de Velázquez. De medio busto, en tamaño natural, con
cierta exageración de tintas rojizas e idéntica la cabeza a la de la
figura del cuadro de Las Meninas. En la parte superior tiene esta
leyenda: Don Diego Velázquez de Silva, Cav.º de la orden de S.n Tiago.
Pintor de Felipe IV, natural de Sevilla. Sábese únicamente de este lienzo que
se llevó a las Casas del Consistorio junto con los retratos de Montañés y de
Cortés, desde el gabinete de lectura de San Acacio: tampoco parece
demostrado, en opinión de los inteligentes, que sea el retrato de mano del
famoso pintor. El Sr. Sánchez Pizjuan, Secretario del Ayuntamiento de
Sevilla y amabilísimo comunicante de estas noticias, ha intentado varias
fotografías de este retrato y del cuadro del Palacio Arzobispal; pero
desgraciadamente no pudo realizar su deseo por el nial estado de las pinturas.
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repeticiones o copias de los famosos ecuestres del Prado, aunque en tamaño
tan reducido.
¿Fueron comprados el de Olivares y Felipe IV en la galería de
Salamanca? Las dimensiones parecen iguales.
Estos cuadros, cuya autenticidad debe creerse indudable, los posee en la
actualidad S. A. R. la Sra. Condesa de París.
Otros dos cuadros muy interesantes y de importancia por sus asuntos dice
Cean que existían en el Carmen Calzado de esta ciudad: una Purísima
Concepción y un San Juan Evangelista. Según Cruzada estos cuadros forman
hoy parte de la colección de Mr. Bartle Frere, de Londres, heredero del
Embajador de éste nombre, quien lo compró en 1809 al Deán de la Catedral
D. Manuel López Cepero; pero lo cierto es que en los registros de las
esculturas y cuadros procedentes de las iglesias y conventos de Sevilla,
depositadas en el Alcázar durante la dominación francesa, no constan dichas
pinturas entre las del Carmen Calzado.
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Palacio Arzobispal
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VALENCIA
Museo Provincial
TRO retrato de D. Diego Velázquez de Silva: 0,46 por 0,37.
Que Velázquez se retrató a sí mismo, «con la manera del gran
Ticiano y no inferior a sus cabezas», lo dice Francisco Pacheco.
Pero como cuatro galerías en Italia, tres en Inglaterra, una en Alemania y dos
corporaciones oficiales en España poseen otras tantas efigies del pintor, es
punto poco menos que imposible determinar la verdadera. Sin embargo, la
opinión de artistas de tanta autoridad como D. Federico de Madrazo, que
reconoce y estima el retrato del Museo de Valencia como de mano de
Velázquez, parece decidir la contienda en favor de éste. El lienzo lleva al
presente el número 674; fue donado con otros a la Academia de Bellas Artes
de Valencia en 1834 por D. José Martínez, cónsul de España en Niza y
persona de aficiones y conocimientos artísticos nada comunes.
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VALENCIA. MUSEO PROVINCIAL
Velázquez
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VALLADOLID
Museo Provincial
N hombre y una mujer hablando en una posada.—Es un
bodegón con figuras de medio cuerpo junto a una mesa, en la
cual se ven gallinas muertas y vivas colocadas en cestos,
verduras, jarras y platos con viandas, etc.; alto, 1,50 por 2,10.
Su legitimidad parece dudosa, y de su historia sólo se sabe que fue
remitido por el cabildo catedral al Museo a cambio de la sillería del ex
convento de San Pablo en 1842.
Lefort lo da como estudio auténtico de la primera juventud de Velázquez,
y por esto lleno de interés. La fotografía que poseemos es tan borrosa que no
permite la reproducción.
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PLASENCIA
Catedral
ENCIONA Cean un Nacimiento del Señor, obra de Velázquez.
Aunque efectivamente se encuentra en el altar mayor de
dicho templo, al lado de la Epístola, un cuadro de este asunto, de
dos metros de largo por uno de ancho, según parecer de personas competentes
no debe atribuirse al insigne pintor sevillano, sin que conste cuál sea su
verdadero autor por ningún dato o documento. Cruzada se concreta a
mencionarlo en concepto de dudoso.
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JEREZ DE LA FRONTERA
Éstas son las únicas noticias acerca de los cuadros de Velázquez que se
conocen en nuestra patria, fuera de los que comprende el Museo Nacional.
Su numero, como se ve, es escaso, sin que entre las obras que lo forman
pueda mencionarse ninguna de capital importancia, ni siquiera que ostente
méritos iguales a varias de las que existen en el extranjero. Alguna más se
señala, como la vendida recientemente por un señor canónigo de Burgos,
representando dos figuras de Las Meninas; varias en otras colecciones de
Barcelona, como dos bustos de mujer en la del Sr. Carreras, cuyas fotografías
no publicamos a causa de sus malas condiciones, y otras pocas cuya
atribución carece, a nuestro juicio, de fundamento.
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FRANCIA
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PARÍS
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PARÍS. MUSEO DEL LOUVRE
La Infanta Margarita
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guantes de gamuza; tiene la escopeta en la mano derecha, sostiene la gorra
con la otra, que apoya sobre la cadera. A su izquierda hay un gran dogo
sentado sobre las patas. La principal diferencia con d retrato de Madrid es que
en el del Louvre el Rey aparece descubierto. Lefort y Cruzada la califican de
copia. Gautier dijo que «es la misma Naturaleza», con cuyo elogio no aparece
desproporcionado el precio de 23.000 francos satisfecho por Napoleón III en
1862; pero, es más acertada la opinión que niega la legitimidad de este
cuadro, adjudicándoselo a Bautista del Mazo.
El Busto de Felipe IV que existe en esta galería, procedente de la
colección La Caze; debe considerarse únicamente como una copia.
Mayor importancia ofrece el Retrato de la Infanta María Teresa, busto
también adquirido por Mr. La Caze en 1863 en la venta Viardot. La futura
Reina de Francia aparenta unos doce años y adornan su rubia Cabellera joyas,
lazos rosa y plumas blancas, y el pecho la insignia de una orden.
El reputado biógrafo de Velázquez Sr. Beruete considera esta obra como
estudio auténtico preliminar para el lienzo de mayores dimensiones que existe
en la Galería Imperial de Viena.
Un cuadro que ofrece no pequeña curiosidad es el titulado Reunión de
trece Personajes, en el que aparecen formando animados grupos otros tantos
caballeros españoles, que se cree son artistas amigos del autor. Entre éstos se
señala en el lado izquierdo al mismo Velázquez y a Murillo, de quien apenas
se ve más que la cabeza, y otro interlocutor vuelto de espaldas.
Este lienzo, cuyas dimensiones son tan reducidas que sólo mide 0,47 por
0,77, perteneció al Marqués de Fortin-Janson y posteriormente a Mr.
Laneville, de quien lo adquirió el Museo en 6.500 francos.
Aunque algún crítico como Lefort lo considera estudio para otro cuadro,
la opinión, casi unánime, lo califica rotundamente de apócrifo, si bien es un
cuadro apreciabilísimo de la escuela madrileña del siglo XVII.
El Retrato de D. Pedro Moscoso de Altamira no ofrece mayor
autenticidad, y lo mismo puede asegurarse del otro lienzo, Retrato de mujer
joven, representando una dama desconocida vestida de blanco y negro, busto
ovalado, que procede también de la colección La Caze.
Varios son los cuadros que bajo el nombre de Velázquez guardan las
galerías particulares de París y de los cuales hemos de prescindir, ya que casi
ninguno ofrece interés extraordinario; pero deben mencionarse el Retrato de
D. Luis de Haro en la colección Rothschild y otros en poder de Mrs. Lefort,
Pereire, Scheneider, Marcille, etc.
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RUEN
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NANTES
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VALENCIENNES
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HOLANDA
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LA HAYA
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LA HAYA. MUSEO
El Príncipe Baltasar Carlos
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INGLATERRA
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LONDRES
National Gallery
UENTA este riquísimo Museo nueve pinturas de Velázquez,
número que le da, bajo este aspecto, el segundo lugar entre los
extranjeros, después del de Viena, al que puede disputar la
primacía por la calidad de las obras, alguna de ellas de autenticidad
indudable.
La primera (señalada con el núm. 197) representa El Rey Felipe IV de
España en una montería de jabalíes. Se le llamó antiguamente Cacería del
Hoyo, nombre de un cazadero en las cercanías de Madrid, en cuya proximidad
tenía una ermita la Virgen de aquella advocación. Citan los inventarios reales
y Palomino el lienzo en el Real Palacio, y allí estuvo hasta que Fernano VII le
regaló al Embajador inglés Lord Cowley, de quien lo adquirió la National
Gallery en 1846 por 2.200 libras[1].
Para compensar en parte la salida de tan interesante obra, que en dicho
Museo demuestra, según Stirling, «todo lo que Inglaterra ha ganado y perdido
España», existe en el del Prado una copia hecha por Goya (núm. 1.116).
La bella composición está animadamente dispuesta.
Dentro de la contratela, o sea el recinto cerrado por lienzos en que estas
cacerías se verificaban, varios jinetes acosan con horquillas a las fieras,
distinguiéndose entre ellos el Rey, el Cardenal Infante, el Conde-Duque y el
ballestero mayor Juan Mateos, quien describió en su Origen y dignidad de la
Caza estas lides venatorias[1].
Presenciando el acoso hállanse dentro de varios coches la Reina Isabel de
Borbón y sus damas, y fuera de los lienzos porción de hombres a pie o a
caballo descansan o beben, viéndose en distintos sitios grupos de mulas y
traíllas de perros. Este admirable cuadro, cuya restauración fue objeto de un
minucioso análisis, llegando a ocupar a una Comisión de la Cámara de los
Comunes, nombrada para investigar la administración de la National Gallery,
es, con el otro de Lord Ashburton que describimos mes adelante, los únicos
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que se conservan de escenas de cacerías de las pintadas por Velázquez. Mide
el lienzo 10 pies por 6 pies ingleses.
Retrato del Almirante español D. Adrián Pulido Pareja.—De uno a otro
biógrafo del artista ha pasado la fama del retrato del defensor de Fuenterrabía,
desde que Palomino afirmó que fue de los más celebrados de Velázquez,
quien hubo de pintarle con pinceles y brochas de astas largas. Cuenta el
mismo escritor en su Museo Pictórico, y de él lo reprodujo Cean, que
entrando el Rey en el estudio del alcázar, alucinado por el parecido y
asombrosa verdad, se dirigió al que creía el Almirante en persona,
amonestándole porque no había partido ya a su destino, hasta que el silencio
del personaje le hizo volverse a su pintor favorito exclamando:
—Me has engañado.
Fábula al estilo de la de Zeussis y Parrasio o sucedido, prueba la fama que
tuvo el lienzo. Fue uno de los contadísimos que firmó su autor en esta forma:
Didacus Velazquez fecit Philip IV a cubiculo eiusque Pictor-1639. El catálogo
de la National Gallery manifiesta que está firmado y datado en 1639, pero sin
expresar la forma; sin embargo, en letras microscópicas, al lado derecho del
cuadro se lee: «Did Velazq.z Philip IV a cubiculo eius Pictor 1639», idéntica
con ligerísima variante a la señalada por Palomino.
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LONDRES. NATIONAL GALLERY
El Almirante Pulido Pareja.
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Formaba parte de la colección del castillo de Longford, y allí lo adquirió
la New Gallery el año 1890, mostrando tal empeño en la compra que, no
siendo suficiente la consignación anual del Gobierno para cubrir el importe
del cuadro y otros dos de Holbein y Moroni, contribuyeron con 10.000 libras
esterlinas cada uno los señores N. M. Rothschild, Charles Cottes y Sir
Edwards Guimers, cuya suma, unida a las 25.000 libras disponibles, forman
las 55.000 satisfechas por las tres obras, lo que da a cada lienzo el valor
medio de dos millones de reales próximamente.
Aunque el lienzo no es pequeño, nunca como ahora puede decirse que se
le ha cubierto de oro.
El defensor de Fuenterrabía aparece de tamaño natural y cuerpo entero,
con justillo y calzones de terciopelo negro, medias y zapatos. Lleva las
mangas de tisú de plata y de color carmín, con filamentos de oro, la faja que
rodea su cintura y el cordón de que cuelga la venera de Santiago; el pelo,
oscurísimo, cae en rizada y larga melena sobre amplio cuello de encaje. El
Almirante tiene en la mano derecha la bengala o bastón de mando, y en la
izquierda, también enguantada, ancho sombrero negro.
El retrato es, sin duda, una hermosa obra; el tipo del personaje, bien
castizo y español; la factura, abreviada y fácil, sabe a Velázquez. A pesar de
todo, Stirling, Lefort y otros le niegan semejante paternidad, lo mismo que a
otro retrato de Pulido Pareja existente en la galería del Duque de Bedford
(Woburn Abbey) de tamaño natural y cuerpo entero también y con igual traje
y actitud.
La única diferencia es que a la derecha del fondo se ve una flota en el mar,
y en el ángulo inferior de la izquierda un escudo de armas con la inscripción
siguiente:
Adrian
Pulido Pareja
Capitan General
de la armada y
flota de nueva
España
Falleció en la ciudad
nueva?
de la rivera Vera
Cruz
1660.
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Esta pintura, que elogian Stirling y Vaagen, es calificada de apócrifa por
Cruzada Villaamil, fijándose en que la fecha es la misma del año en que
murió Velázquez; pero la razón no parece de mucha fuerza, porque bien pudo
ser la inscripción posterior al retrato.
Más poderoso argumento es que ni por su factura ni por su dibujo,
descuidado y débil, parece ostentar este lienzo ninguna base sólida para
creerlo de Velázquez.
Pero aun quedando en pie la duda de si alguno de estos dos retratos es el
que poseía el siglo pasado el Duque de Arcos, con seguridad puede afirmarse
que el de Bedford no es de mano del gran artista, debiéndose, en todo caso,
atribuir a su yerno Juan Bautista del Mazo, lo que explicaría el año y hasta la
misma cartela de inscripción, costumbre usada por él en algún otro retrato de
nuestro Museo del Prado. Mide el lienzo 6 pies 9 pulgadas por 38 pulgadas.
Cristo atado a la columna.—W. Burger califica este cuadro de soberbio y
de gran importancia, y efectivamente la tiene, no sólo por su hermosura, sino
por ser de los contadísimos religiosos pintados por Velázquez, en el supuesto
de que sea de su mano, punto controvertido aún por opiniones tan autorizadas
como la del señor Beruete, que lo afirma, y Cruzada Villaamil, y otros para
quienes es dudosa la autenticidad.
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Fotografía Morelli, de Londres. Autorizada la reproducción.
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El único antecedente histórico del lienzo es que fue adquirido por el
Museo en 1882 en la venta de las pinturas del palacio Hamilton.
Los tres restantes cuadros que en la New Gallery aparecen bajo el nombre
de Velázquez son más que dudosos.
La Natividad o Adoración de los pastores.—La Sagrada Familia ocupa el
lado izquierdo del establo. La Virgen destapa al Niño Dios, que está echado
en el pesebre; a la derecha los pastores llegan guiados por la estrella de la
Epifanía y le ofrecen corderos, aves, etc. Lienzo de 7 pies y 7 pulgadas por 5
pies 6 pulgadas; nueve figuras tamaño natural.
Se dice que esta obra, la única de las que se cree dedicó el artista al mimo
sagrado asunto y de las contadas de su primer estilo, fue adquirida por el Rey
Luis Felipe en 1832 en la galería del Conde del Águila, famoso coleccionista
de Sevilla, y al deshacerse la colección de Luis Felipe la adquirió el Museo
inglés en 2.050 libras esterlinas. Pero en la actualidad atribúyese
generalmente a Zurbarán el lienzo, y a este pintor se lo adjudica ya el último
catálogo.
Un guerrero muerto, por otro nombre Orlando muerto, es considerado
apócrifo tiempo ha.
El famoso paladín yace en una especie de cañada o caverna oscurísima; su
figura, cuya cabeza ocupa el primer término, está en escorzo y echada sobre
las espaldas, cubiertos de hierro los muslos y el pecho; sobre éste la mano
derecha y en la empuñadura de la espada la izquierda; un candil colgado de
unas raíces deja ver en el suelo dos calaveras y varios huesos y concentra su
luz sobre la desgreñada cabeza del guerrero.
En el fondo tempestuosas nubes se desvanecen al apuntar de la autora,
concluyendo de dar tinte siniestro a la escena.
Este cuadro, de composición teatral, figura en el catálogo como atribuido
comúnmente a Velázquez, a pesar de lo cual lo califican rotundamente de
apócrifo Cruzada, Lefort y la opinión unánime de la crítica, frente al parecer
de Stirling. Procede de la colección Pourtalés, donde se adquirió en 1865 por
37.000 francos.
El último lienzo que debemos reseñar es el Boceto de un duelo en el
Pardo. País con seis figuras legado por Sir Wiliam Gregory, del cual no se
afirma rotundamente en el catálogo del Museo la atribución, aunque para
apoyarla señala algunos parecidos en el agrupamiento y en la pintura larga
propia del maestro, citando como tipo de cotejo la Cacería del Hoyo, lo que
parece envolver cierta duda respecto de los otros.
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Buckingam Palace
Retrato de D. Baltasar Carlos.—Se cree que este lienzo fue regalado por
Felipe IV a Carlos I de Inglaterra. Es repetición del ya citado en el Museo de
La Haya, y quizá con otro de Hampton Court representando a D.ª Isabel de
Borbón, los únicos de Velázquez propiedad de la Reina Victoria, pues
ignoramos si se conservan en el palacio de Kesington los retratos de Felipe III
y su esposa la Reina Margarita, que Ponz señaló allí como bellísimos en su
Viaje fuera de España.
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LONDRES. COLECCIÓN DE LORD ASHBURTON
Cacería de ciervos (Cacería del Tabladillo).
En el centro del cuadro la contratela forma una oblicua calle formada por
lienzos, que era corriente usar en tales casos. El fondo, cuya arboleda y
detalles recuerdan la Casa. de Campo, lo ocupa gran concurrencia de
hombres, caballos y carruajes.
En primer término, animada multitud de caballeros montados o pie en
tierra, escuderos y lacayos, carrozas, perros, caballos hermosísimos, unos
quietos, otros arrastrando reses o en corveta, enanos y pajes, todo ello
agrupado con verdadera maestría e impregnado de un sabor netamente
español y velazquino por sus tipos y su elegancia de dibujo.
En otro lado los ballesteros rematan las piezas, los perreros castigan a los
canes, hombres y chicos se arriman a los lienzos o se encaraman sobre ellos
para atisbar las peripecias de la cacería o degollina, presenciada por la Reina,
sus damas y dueñas sentadas en un tablado que cierra la calle de lienzo, y por
bajo del cual pasan las reses a manos de los monteros, que las rematan.
De aquí el nombre de Cacería del Tabladillo con que de antiguo es
conocido el cuadro.
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A gran dicha tenernos el poder reproducir la fotografía que, con bondad
que agradecemos profundamente, nos ha facilitado el dueño del
interesantísimo lienzo, tan poco conocido que creemos que no ha sido nunca
publicado en España.
La hermosa pintura figuró en los inventarios de Palacio desde 1772. En el
Palacio Nuevo, antecámara de la Princesa, con el número 381 en esta forma:
«De El Pardo: Un cuadro de una cacería del Sr. D. Felipe IV con unas vallas
de lienzo entre las cuales hay un tabladillo, y en él la Reina con sus damas, y
en término principal algunos coches y figuras, de tres varas y media de largo
y dos y media de caída, original de Velázquez».
Esta pintura, que antes se cree estuvo en la Torre de la Parada, permaneció
en el Palacio Nuevo hasta que la sustrajo José Bonaparte, quien la vendió a un
ascendiente del dueño actual.
Esta cacería y la citada en la National Gallery son las únicas que quedan
de las varias pintadas por Velázquez que registran los inventarios de Palacio;
por esto su valor sube de punto, tanto más cuanto que la de la galería pública
está en bastante mal estado por las restauraciones sufridas.
Lienzo de tres y media por dos y media varas.
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servicios recompensados, sirva de consuelo que nadie haría de ellas más
estima que su ilustrado poseedor,
Ni nadie tampoco le excedería en su afanoso deseo de obtener datos
históricos que avaloren unos lienzos de cuya posesión se enorgullece, ejemplo
que, de haberse imitado en todo tiempo por nuestra aristocracia, hubiera
evitado la pérdida de muchas joyas artísticas. A su entusiasmo debemos no
pocas noticias, además de los ocho bellos fotograbados hechos expresamente
para este trabajo y de alguno de los cuales tenemos que prescindir por lo
imperfecto de la reproducción.
Entre los ocho lienzos, Uño de los de más importancia por su autenticidad
indudable y por ser de los rarísimos que se conservan de la primera juventud
del artista, es El aguador de Sevilla. Representa a un astroso viejo, muy
popular en dicha ciudad a la sazón, llamado el Corzo, el cual apoya la mano
izquierda sobre un cántaro, sirviendo con la otra una copa de agua a un
muchacho de semblante despierto y simpático, mientras que en el fondo otro
mozo apura el contenido de una jarra. Figuras hasta las rodillas en tamaño
natural.
Página 109
Autorizada la reproducción.
Autorizada la reproducción.
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como se ve, dos jóvenes comiendo, sentados a una mesa sobre la cual se ven
vajilla de barro, platos, un jarro cubierto con una naranja y otros objetos[1].
Las dos medias figuras son de tamaño natural: la del primer término lleva
coleto de ante y está bebiendo en un cuenco, en tanto que la otra se inclina
sobre la mesa.
Cean cita también un cuadro del mismo asunto procedente de la casa del
Marqués de la Ensenada, suponiendo que éste y otros bodegones o
fantochadas de asuntos domésticos son de la juventud de Velázquez, quien los
hacía para ensayar la mano y sorprender la expresión del natural.
Otro lienzo de Velázquez, o al menos digno de a merece especial mención
en esta galería.
Es el retrato de un caballero español, media figura de tamaño natural,
enérgica expresión, huesudo cráneo y negros retorcidos bigotes, vestido de
capa y golilla.
Autorizada la reproducción.
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¿Quién es el personaje? No se sabe; quizá uno de los que cumplieron con
Spínola el tomad a Breda; tal vez un capitán del Cardenal Infante o del
Marqués de Leganés; pudiera ponerse debajo: estuvo en Rocroi; de seguro un
soldado que no venció sólo en las fiestas del Buen Retiro. Algún crítico ha
supuesto que es el propio Velázquez; dudan otros que siquiera lo haya pintado
él; pero si lo primero no tiene fundamento, hay que reconocer como de su
mano aquel modelado tan brioso y fácil y aquel castizo corte tan español.
Retrato de D. Francisco de Quevedo Villegas. Que Velázquez retrató a
Quevedo lo dice Palomino, tomando sus notas de Juan de Alfaro, discípulo
del pintor, y de D. Lázaro Díaz del Valle, íntimo de D. Diego, y lo han venido
confirmando todos los críticos posteriores.
El hecho no es sólo verosímil, sino naturalísimo; pintor y poeta gozaban
de la mayor popularidad; estimadísimos en la corte y figuras principales de
ella, con afinidades de carácter que se revelan en sus obras, burlones a veces,
valerosos, sinceros, con la independencia del genio, de tendencias artísticas
innovadoras, ¿cómo extrañar que Velázquez dedicara esta prueba de afecto al
poeta cuya pluma mordaz sólo había tenido para él elogios y flores?
El biógrafo inglés Stirling supuso que el retrato se pintó entre 1645 y
1648, error evidente con sólo notar que Quevedo falleció en Villanueva de los
Infantes el mismo año 1645 y que había salido de Madrid el 1644.
Cean cree que lo hizo en este año 1644, cosa imposible también, pues
terminada la prisión de Quevedo en León en 1643, no es verosímil que un
enfermo, lacerado y casi moribundo, «doliéndole el habla y pesándole la
sombra», según sus frases, tuviese humor ni fuerza para reproducir tan
lastimosa efigie.
Resultaría además Quevedo un anciano de sesenta y cuatro años, de
aspecto bien diferente al trasmitido de generación en generación.
Compulsando la vida del pintor y la del poeta se ve que hubo de hacerse
necesariamente entre los años 1623 al 39, único período en que coincidió su
estancia en Madrid, con el breve intervalo del viaje de Velázquez a Italia.
El retrato, pues, debió representar a Quevedo de más de cuarenta y tres
años y menos de sesenta, lo que concuerda con el tipo del cincuentón bien
conservado, lleno de vida y energía que nos sabemos todos de memoria.
Pero ¿dónde fue a parar tal retrato? ¿Es este de la galería de Wellington?
Como se ve, el lienzo representa a Quevedo en la edad dicha, con melena
entrecana y rizosa, bigotes de crespas guías, los anteojos sobre la robusta
nariz, vestido de capa y ropa negras, golilla abierta y al pecho la venera de
Santiago.
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Del cotejo entre el lienzo y todos los retratos conocidos resulta un
parecido casi absoluto, que guarda también con la semblanza hecha por el
propio poeta, pues hasta parecen distinguirse en su frente,
las cicatrices de que blasonaba; el alma y la verdad con que está pintado y la
hermosura del lienzo, que Burger califica de chef d’œuvre, parece conceder la
paternidad al maestro sevillano.
Por desgracia, el actual Duque de Wellington, que con gran amabilidad y
entusiasmo ha cooperado a nuestro trabajo remitiéndonos un fotograbado
hecho ad hoc (del cual es reproducción el que acompaña a estas líneas), sólo
sabe que perteneció en Cádiz el año 1773 a D. Francisco de Bruna
(probablemente el mismo que cita Ponz como uno de los más notables
aficionados y coleccionistas de Sevilla hacia 1780); piérdese luego el lienzo,
hasta que aparece en Londres en poder de Lady Stuart, de la cual lo adquirió
el Duque padre del actual en 1841, con intervención del marchante Mr. Smit,
en la suma harto modesta de 195 libras esterlinas, o sean 4.875 pesetas.
Su heredero ignora la persona de quien lo hubo dicha dama, pero resulta
al menos que este lienzo no fue, como se cree de los otros Velázquez de la
galería, regalo del Rey Fernando VII. Estos antecedentes no bastan a resolver
la dificultad, pero completados con otros indudables, es fácil conjeturar la
probable historia del lienzo.
A la muerte del poeta, acaecida en la Torre de Juan Abad, sin otros
herederos que sobrinos, pasó a éstos y en su familia estuvo hasta que,
extinguida ésta o perdido su recuerdo, halló la pintura estimadísima acogida
en D. Francisco de Bruna, a cuya fama de pericia artística contribuyó quizá la
adquisición de tal joya.
Probable es que en ella le sucediese, ya en este siglo, D. José de Madrazo,
pintor de cámara desde 1818, de quien se sabe por una litografía dirigida por
él en persona, quizá hacia 1826, que poseyó un retrato de Quevedo obra de
Velázquez, según se le lee al pie de la misma.
Difícil es precisar cuándo salió de la riquísima galería de Madrazo; pero
casi puede asegurarse que no existía en ella por los años 1835 y 36,en los
cuales se publicó El artista por sus hijos don Federico y D. Pedro, pues de
otro modo lo hubieran reproducido en las páginas de su periódico, según lo
hicieron con el retrato de Velázquez, atribuido también en dicha galería al
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inmortal pintor, y con otros de escritores antiguos que no ofrecían la doble
importancia de este de Quevedo.
El de la galería de Wellington ¿será el original del que existe en la
Biblioteca Nacional?
Éste, en opinión del erudito D. Aureliano Fernández-Guerra, es una copia
de mano poco diestra de algún lienzo de valor, y ha sido, en unión del busto,
también propiedad de la Academia, doble fuente para todos los retratos del
poeta.
El parecido entre ambas pinturas salta a los ojos. Igual es el movimiento
del busto; los mismos el tipo, la edad y los rasgos de la fisonomía; idénticos
todos los detalles del traje.
Pero ¿basta tal serie de coincidencias, esta correlación de hechos y de
fechas que no contradicen noticia alguna conocida, para afirmar que éste sea
el pintado por Velázquez y origen de todos los Quevedos que andan por el
mundo?
Autorizada la reproducción.
Página 114
Enfrente de todos estos antecedentes, que parecen confirmarlo, está la
opinión del Sr. Beruete, y doblemente autorizada por la del insigne pintor
francés Bonnat, que rotundamente reducen la categoría de este retrato a una
buena copia del de Velázquez, que consideran perdido.
Pero al menos hay que afirmar que es el mejor de todos los que se
conocen, y doblemente interesante por revelar no sólo cómo fue el gran poeta,
sino la maestría con que le reprodujo el gran pintor.
Un lienzo muy estimable, cualquiera que sea la autenticidad que le
corresponda, es el Retrato del Papa Inocencio X, cabeza y hombros del gran
lienzo de la Galería Pamphili, en Roma, y del cual se considera estudio o
repetición, según algunos críticos. Creen otros que lo es del que existe en el
Ermitaje de San Petersburgo, y alguno, como Cruzada, conjetura si será una
copia que trajo Velázquez de Roma, la cual no figura en los inventarios
posteriores a 1776, en el que lo cita Ponz como existente en el Retiro[1]
Autorizada la reproducción.
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Al menos no puede disputarle la autenticidad el busto existente en la
Academia de San Fernando, que debe Considerarse como una copia, y no
buena.
Otro retrato incógnito, el de un Cardenal. Se desconoce también quién
pueda ser este purpurado, cuya juventud indica altísima alcurnia.
Y concluyen los cuadros de Velázguez dos paisajes con figuras. En el que
se cree representa una peregrinación a algún monasterio o un mercado, se ven
coches, ganados y mucha gente a pie, a caballo, preparando la merienda, etc.
En segundo término, y sobre las murallas de una ciudad o convento, algunos
frailes y distintas figuras. El lienzo mide 26 pulgadas por 35, y no
reproducimos su fotograbado ni el del cuadro siguiente porque dan sólo una
confusa idea de la composición; el otro lienzo, Fiesta en las cercanías de una
fortaleza, representa extenso valle, en cuyo centro se alza una plaza fuerte
rodeada de foso.
Ocupa el primer término multitud de figuras, entre las cuales atraviesa un
coche y un furgón con cuatro caballos en dirección a la ciudad.
Ignórase la procedencia de este lienzo, así como del anterior. W. Burger
cree que representa una fiesta o kermesse y calificó el cuadro de chef d’œuvre.
Su autenticidad debe creerse más que dudosa, pues ni parece siquiera de
escuela española por su composición, asunto y factura.
Los biógrafos primitivos de Velázquez no citan obra suya alguna de
asunto análogo, pues no parece probable que se refiera a este lienzo Ponz
cuando cita en el Palacio de Boadilla Ciertas ruinas con figurillas de
Velázquez.
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centro del patio, asisten al tierno jinete el Conde-Duque, como caballerizo
mayor, y otros dignatarios de la corte; uno de ellos le presenta una lanza o
caña, dedicada sin duda al gentil Príncipe. Detrás de éste asoma la figura de
un enano bufón y en el fondo del cuadro se ve un lacayo o paje ordenando
otras lanzas, y más acá unas armaduras de mimbre o madera, dedicadas
probablemente al hípico juego de las cañas. Esta bellísima escena de la vida
íntima de la corte tiene un sabor castizo, una luz y una verdad sorprendentes.
El Príncipe recuerda al gentilísimo del Prado y las figuras del centro la actitud
noble de los protagonistas de Las Lanzas.
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quien enseñaba a andar a caballo D. Gaspar de Guzmán, cuya pintura tiene
hoy la casa del Marqués de Liche, su sobrino, con singular aprecio y
estimación; pero la autorizada pluma de don Pedro de Madrazo y de Cruzada
dudan de que sea éste el original, frente a la afirmación de Viardot, Burger y
Stirling, que lo consideran como de lo mejor del pintor.
Lienzo, 57 por 39 pulgadas.
Retrato de Velázquez. —Cabeza sola cubierta con gorra de plumas.
Procede de la colección Agar. Dudoso para Burger. Inexactamente se creyó
retrato del propio Velázquez.
Colegio de Dulwich
La magnífica galería de este colegio, situada en las cercanías de Londres,
posee también otro retrato de Felipe IV. Pero un retrato que no se parece a los
demás. La elegancia del traje y la extremada distinción del monarca justifican
los piropos que dedicaran los poetas a su gentileza y bizarría.
Más que de Velázquez, parece una figura de Van Dyck, y es de notar a
este propósito la semejanza que tiene con la del Cardenal Infante, hermano
del Rey, pintada por el artista flamenco, que guarda el Museo del Prado, de
medio cuerpo, igualmente, y vestido con el riquísimo traje con que hizo su
entrada en Bruselas en 1634.
El monarca lleva también espléndido vestido de corte, con gabán o
tabardo carmesí cuajado de plata bordada, banda, blancas mangas de seda y
gran cuello de encaje; apoya el brazo izquierdo sobre la espada, sosteniendo
en la mano ancho sombrero; en la otra empuña el bastón de mando.
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LONDRES. COLEGIO DE DULWICH
Felipe IV.
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Procede este cuadro de las colecciones Bouchardon y Tronchin.
En el mismo colegio se conserva un retrato ecuestre de Baltasar Carlos,
el cual, según Stirling, es una repetición del de nuestro Museo, pero que sólo
figura en el catálogo de aquella galería como una buena y antigua copia.
Antiguamente se atribuía también a Velázquez la Conversión de San
Pablo, pero en el último catálogo aparece como de autor desconocido de la
escuela española.
Página 120
Uno de los más bellos lienzos de asunto mitológico que pintó Velázquez y
su único desnudo de mujer que existe guárdase en esta colección. Con el
título de Venus y Cupido lo cita Ponz entre las pinturas de la casa de Alba al
final del siglo XVIII.
Propiedad más tarde del Príncipe de la Paz, fue llevado a Inglaterra, donde
lo adquirió en 500 libras un ascendiente su poseedor actual. Esta Venus, que
Lefort califica de maravilla de verdad, fue reproducida en un almanaque de
La Ilustración Española y Americana con un estudio crítico de D. Pedro de
Madrazo, tan hermoso como todos los suyos, en que manifiesta que fue
pintada para el Salón de espejos del alcázar, suponiendo que es el Psiquis y
Cupido quemado en el incendio del alcázar según Cruzada.
Representa una mujer desnuda sobre un lecho de púrpura, vuelta de
espaldas y reflejándose su rostro en un espejo que le presenta un cupidillo a
sus pies. En el fondo hay una cortina carmesí.
Stirling y Justi, entre otros, afirman también la autenticidad.
En opinión de Mr. Emile Michel, fue el primer desnudo de mujer hecho
en España. Créese que fue pintado hacia 1654.
Cruzada Villaamil supone que pereció en el incendio del alcázar en 1734
por no figurar en el inventario de los salvados, pero no puede negarse la
posibilidad de que fuese regalado antes al Duque de Alba.
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LONDRES. COLECCIÓN DE SIR FRANCIS COOK
Dos aldeanos, La vieja friendo huevos.
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LONDRES. COLECCIÓN DE SIR FRANCIS COOK
Un mendigo español.
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Retrato de Felipe IV.—Figura entera, en tamaño natural, vuelto a la
derecha, con vestido negro y la insignia del Toisón; lleva la capa echada hacia
atrás sobre los hombros. Su mano izquierda descansando en la espada, y sobre
ésta el sombrero; en su derecha tiene un papel con la palabra Señor. Detrás
del Rey hay una mesa cubierta con un paño rojo, y en el fondo una cortina del
mismo color; al lado derecho, por una puerta abierta, se observa el interior de
una cámara, a cuyo extremo hay una mesa. Procede de la colección de Luis
Felipe.
Retrato de Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV.—Pendant del
anterior con traje negro bordado de hojas de oro y plumas blancas en el
cabello: en la mano izquierda tiene un abanico chino, descansando la otra
sobre el respaldo de una silla. De la colección de Luis Felipe.
Retrato del Conde-Duque de Olivares.—Figura entera de frente, de
tamaño natural, con traje negro ricamente bordado, sobre el cual lleva una
capa corta y la cruz de Alcántara. Usa golilla, calzones cortos, medias,
zapatos y una ancha cadena de oro sobre el pecho. La mano derecha asiendo
una vara o bastón, símbolo de su categoría de Maestre de Caballería, descansa
sobre una mesa cubierta con tapete rojo y tiene la otra sobre la espada.
Procede de la colección de Luis Felipe, y críticos tan reputados como Justi y
Beruete lo creen repetición de los de Mr. Holford y del Ermitaje de San
Petersburgo, que reproducimos al tratar de este Museo.
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LONDRES. COLECCIÓN DE SIR GEORGE SALTING
Una Infanta niña con su servidor.
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de Pinturas de Berlín, «es un cuadro de gran humorismo y sumamente justo,
tratado con una tonalidad cálida y transparente». También el difunto crítico y
biógrafo de Velázquez, Sir Wiliams Stirling-Maxwell, apreciaba esta pintura
como una buena obra de Velázquez.
Lo borroso de la fotografía que debemos a la bondad del dueño del lienzo,
no puede dar idea del original, que se encuentra en perfecto estado.
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El tierno personaje, de unos dos o tres años, y cuya rubia cabecita con
ojos azules es encantadora, va vestido con traje verde y rosa bordado de oro.
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expresamente, y de alguna de las cuales hemos de prescindir con sentimiento,
por no estar en condiciones de fotograbarse.
Otro lienzo, que ofrece doble valor, artístico e histórico, es el retrato de
Juan de Pareja que, así como el anterior, temía Cruzada Villaamil se hubiese
perdido.
No es cosa bien averiguada si Pareja, el esclavo de Velázquez, fue en
efecto esclavo, criado o discípulo del artista, pero sábese de cierto que le hizo
un retrato en Roma, como ensayo o preparación para el del Papa Inocencio X.
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igual color. Probable es que fuese comprado este cuadro, como el anterior, en
Italia, donde lo pudo dejar Velázquez a la Academia de Roma, en
reconocimiento de haberle nombrado académico. El Sr. Beruete cree, no
obstante, que el lienzo es una buena copia con retoques de mano de
Velázquez del que posee el Conde de Radnor en su galería.
El tercer lienzo es un pequeño busto de la Reina D.ª Mariana de Austria,
legado por la Duquesa de Sutherland al quinto Conde de Carlisle.
Colección de J. H. Macfadden
Retrato de D.ª Mariana de Austria.—Busto tamaño natural, vestido de
blanco y negro, cadena de oro sobre los hombros, cabello ensortijado con
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lazos rojos y plumas blancas y rojas: 26 ½ por 21 pulgadas.
Colección de R. W. Waitman
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Retrato de Felipe IV.—Media figura, tamaño natural, traje negro de seda
con golilla y el Toisón. 31 por 24 pulgadas.
Igual al busto del Ermitage, de San Petersburgo.
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LONDRES. COLECCIÓN DE LORD CLARENDON
La Alameda de Sevilla
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izquierda hay un gran perro echado y dos galgos a la derecha. La figura está
en una galería con cortina carmesí; en el fondo se ve un paisaje. 62 ½ por
42 ½ pulgadas.
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Colección de Martin Colnaghi
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Colección de Sir Charles Robinson
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Sir Algemon Neeld (Guttleton Wilks) posee un retrato de hombre
desconocido, titulado Un alcalde español, que se ha considerado siempre
como una preciosa pintura, siendo exhibida en alguna Exposición. El
propietario no posee más antecedentes sino que fue comprada en Londres en
1831 a Felipe Roorus; está en lienzo y mide 54 pulgadas por 30 íd. Tampoco
posee fotografías del cuadro.
Entre las demás colecciones particulares que poseen cuadros de
Velázquez, deben citarse las del Duque de Suterland, Condes de Stanhope,
Ellesmere, Mrs. Bartlle Frere, Deucht y Lady Henri Hutz.
Uno de nuestros críticos de arte más reputado dijo años ha que pronto se
buscarían las obras capitales de los maestros españoles en los palacios de
Londres y sus cercanías; la predicción, según vemos, se ha cumplido respecto
a Velázquez, más que por la calidad por el número, aunque haya que poner en
tela de juicio muchos lienzos, restando bastantes notoriamente apócrifos.
Así y todo, los que quedan aún son en número considerable.
Otra autoridad tan indiscutible como el señor D. Juan Facundo Riaño
decía en 1867 que «en Londres había veintiocho cuadros de Velázquez, sin
contar los otros puntos de Inglaterra»[1].
Y seguramente este número ha tenido aumento considerable desde que
señaló el anterior el sabio Presidente de la Academia de San Fernando.
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ITALIA
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OS viajes hizo nuestro pintor al país del arte.
El primero, en 1629, tuvo por único objeto el estudio de los
monumentos antiguos y las maravillas de la pintura italiana; el
segundo, el año 1648, lo realizó Velázquez en el apogeo de su nombradía con
el carácter de Embajador extraordinario cerca de la Santa Sede y el encargo
de escoger esculturas y cuadros notables para el adorno del alcázar de Madrid.
Ambos viajes ofrecieron ocasión al monarca y al Conde-Duque para dar al
artista pruebas de su gran aprecio, sufragándolos generosamente de su
bolsillo, además de reservarle durante su ausencia el disfrute de sus sueldos y
emolumentos[1].
Pertrecháronle bien de cartas dirigidas a Príncipes, Cardenales y
Embajadores, los cuales le agasajaron sentándole a su mesa y honrándole
como un gran amigo del todavía poderoso monarca; hospedáronle en el
propio Vaticano los Pontífices Urbano VIII e Inocencio X, otorgándole
permiso para pintar a toda hora en las Loggias y en la Capilla Sixtina.
Los honores, las fiestas, el movimiento incesante, la visita de ciudades y
el espectáculo admirable de monumentos y museos no le quitaron el tiempo
preciso para trabajar. En el primer viaje, que duró año y medio, pintó algunos
originales como Las fraguas de Vulcano, La túnica de José y el retrato de
D.ª María, hermana del Rey, además de varias copias del Tintoreto y muchos
dibujos de las profetas y sibilas, la Disputa del Sacramento, San Pablo en
Atenas, etc., producción que acredita su diligencia y la facilidad de su mano.
Durante el segundo aún fue mayor su producción, pues famoso en toda
Italia desde su célebre retrato del Papa Inocencio X, era natural que se
solicitase su pincel dentro y fuera de la corte pontificia.
Cita Palomino entre los retratos que hizo entonces el del heredero del
mismo Pontífice, Cardenal Pamphili; el de su sobrino Olimpio Pamphili, el
del mayordomo de Su Santidad, el de los camareros Jerónimo Rebaldo, el
abad Hipólito y Camilo Máximo; el de Fernando Brandano, oficial de la
Secretaría; el de Flaminio Triunfi y hasta el de Michel Angelo (barbero del
Santo Padre). Por desgracia, todos estos retratos o se han perdido o tienen
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ignorado paradero. Vamos sólo a ocuparnos de los que existen o se le
atribuyen con más o menos fundamento.
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ROMA
Palacio Doria-Pamphili
Autorizada la reproducción.
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católico; pero aquélla sólo basta para poner el nombre de Velázquez entre los
más excelsos. Prodigio de dibujo, de un colorido imposible de superar por su
fuerza, sincero hasta ser cruel, realista como la verdad misma.
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Hizo este retrato obedeciendo al deseo del Pontífice y sin duda al suyo de
dar a conocer su maestría en la patria clásica del arte.
No hay que decir que el triunfo fue grande y celebrado con tal lienzo, que
Lefort califica de maravilla de vida.
Cuéntase que como el Pontífice enviase al artista su remuneración por
conducto de un chambelán, no quiso aceptarla, contestando que el Rey su
señor le pagaba siempre en persona; pero tal respuesta, inadmisible e
impropia en hombre como Velázquez, pugna con la complacencia mostrada
por el Santo Padre, quien consta le regaló una soberbia cadena y medalla de
oro, que el artista luda luego en las galas de la Corte.
A la amabilidad y exquisita cortesía del Príncipe Doria Pamphili, actual
jefe de la ilustre familia de aquel Pontífice, debemos la fortuna de reproducir
tan magnífico chef d’œuvre, del cual dice Mr. Taine en su libro Roma,
después de ocuparse de otros retratos obra de Veronés, de Sebastián del
Piombo, del Broncino y de Rafael: «La obra maestra entre todos los retratos
es el del Papa Inocencio X, por Velázquez», y añade luego: «¡Este cuadro no
se olvida jamás!». Según Emilio Michel, Reynols no le cede en entusiasmo;
afirmando que es «la más bella pintura que existe en Roma».
El afortunado dueño de esta obra posee también otra cabeza de un
adolescente que se atribuye asimismo a Velázquez. Parece representar algún
Príncipe de la familia de España, tal vez D. Baltasar Carlos, con quien guarda
gran semejanza.
Por desgracia, no hay ningún antecedente histórico del lienzo, que es muy
hermoso, aunque está abocetado solamente.
Galería Capitolina
Retrato de Velázquez.—Supónese uno de los varios retratos que hizo de sí
mismo el pintor favorito de Felipe IV. Es de medio cuerpo y le representa de
unos treinta y cinco a cuarenta años de edad. Su aspecto no lleva el
convencimiento al ánimo del que lo ve, ni el porte mal aliñado y vulgar
propio de quien era tan galán y cuidadoso en su atavío. Lo que d puede
afirmarse es que el retrato es de gran vigor y hermosa factura.
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ROMA. GALERÍA CAPITOLINA
Velázquez.
Galería Corsini
Retrato de Inocencio X.—De medio cuerpo sin vérsele los brazos, en lo
que se diferencia del de la galería Doria antes citado. Parece un boceto o
copia del mismo, con algunas variantes ligeras como el plegado de la muceta,
que así como el birrete están guarnecidos de fina piel.
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NÁPOLES
Museo Nacional
OS Borrachos o el Triunfo de Baco.—Con este segundo título
aparece en el catálogo. Es una copia muy buena o una repetición
del famoso de nuestro Museo. El catálogo estampa el nombre de
Velázquez en interrogación, no atreviéndose a resolver esta duda.
Esta copia, según se cree, fue hecha antes del incendio del alcázar en
1734, que maltrató mucho al original y por esa circunstancia ofrece interés.
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FLORENCIA
Galería Pitti
NO de los pocos lienzos auténticos existentes fuera de España,
según Cruzada Villaanlii, es el Retrato de Felipe IV, Rey de
España, señalado con el núm. 243. Sobre un caballo
encabritado aparece el Rey de perfil hacia la derecha, vestido de coraza y
banda rosa, botas de piel, sombrero con plumas también rosadas, y en la mano
derecha el bastón de mando.
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Este lienzo se atribuyó equivocadamente a Rubens; más acertada es la
opinión de los que creen fue remitido al famoso escultor florentino Pedro de
Tacca como modelo de conjunto (aparte de otro retrato de busto sólo de
tamaño natural y del boceto en barro de Martínez Montañés) para la estatua
de Felipe IV que se alza en la plaza de Oriente.
Según Burcknard, es una repetición del ecuestre del Museo del Prado, al
cual es, en efecto, idéntico por completo, pero de mucho menos dimensiones,
pues no excede de 1,26 por 0,91 metros.
Otros dos retratos figuran como velazquinos en esta galería: el uno es una
media figura de hombre desconocido embozado en su capa, y representa el
otro asimismo un incógnito de media figura también, joven, casi de frente,
con bigote y perilla, apoyando una mano en la cintura y la otra en la guarda de
la espada.
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Ni el tipo ni el traje parecen españoles: la factura, minuciosa, nimia en el
pelo y en el cuello de encaje, carece de la amplitud de Velázquez.
También este Museo posee otro Retrato ecuestre de Felipe IV. El Rey,
sobre un caballo bayo, galopa hacia la izquierda; lleva gran sombrero negro
con plumas, coraza y botas de tafilete, banda roja y espada; en la mano
derecha la bengala. Un indio o personaje semi-fantástico presenta el casco al
Rey; en el aire dos ángeles llevan un globo terrestre, sobre el cual la Paz
coloca una cruz ofreciendo al monarca una corona de laureles, mientras la
Guerra se adelanta lanzando sus rayos. Fondo de país. Lienzo, 3,37 por 2,63.
Casi seguramente puede afirmarse que este cuadro no es de Velázquez, ni
su composición simbólica está en armonía con la sobriedad y naturalidad,
Página 147
sello característico en los retratos de Velázquez. Otra opinión más probable lo
atribuye a Rubens o al pintor flamenco Gaspar de Crayer.
En la primera sala dedicada a reproducir los retratos de pintores antiguos,
figura el de Velázquez, de medio cuerpo, tamaño más pequeño que el natural.
Muy parecida la cabeza al busto del Museo de Valencia, aunque le representa
en edad más juvenil y con cabellos y bigotes rubios, lo que pudiera hacer
dudar del personaje representado. Guarda también gran semejanza con él la
miniatura que poseía Mr. Stirling, reproducida al frente de su obra, y con el
otro retrato de la Pinacoteca de Munich.
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Módena, y una llave en la cintura que alude a su oficio de aposentador de S.
M. Lienzo, 1,01 por 0,80 metros.
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TURÍN
Real Pinacoteca
N solo cuadro se atribuye en ella a Velázquez, y casi de seguro
sin fundamento. Reproduce el eterno busto de Felipe IV,
semejante, aunque más joven, a los de Madrid y Viena, pero
muy inferior y en estado de gran deterioro.
De este lienzo, que debe ser una copia, como cree Burger, y no buena
siquiera, falta toda clase de antecedentes históricos.
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MILÁN
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MILÁN. PINACOTECA Y MUSEO DE BRERA
Un fraile muerto.
Según el Sr. Bertini, director que fue de este Museo, el origen del lienzo
es desconocido y su legitimidad dudosa. ¿Cuál puede ser el fundamento de la
atribución?
Consta por testimonio de Palomino que Velázquez retrató un religioso en
el lecho de muerte; al beato Simón de Roxas, confesor de la Reina, por
encargo de la augusta señora[1]. Cruzada consideró perdido el cuadro. ¿Será
éste? Como se ve, la tradición, la factura, los antecedentes parecen
autorizarlo, sin que destruya tampoco la afirmación el cotejo con los retratos
grabados del beato que, incorrectos y desiguales entre sí, no bastan a fijar su
semblante; pero una consideración hace casi insostenible la hipótesis de tan
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curioso hallazgo. Simón de Rojas fue trinitario y debió usar, por consiguiente,
hábito blanco con la cruz encarnada, y no el oscuro que viste el desconocido
fraile del Museo de Milán.
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MÓDENA
Pinacoteca
ETRATO del Duque de Módena Francisco de Este.
El magnífico lienzo, cuya reproducción da idea clara de su
valor, y que Cruzada y Lefort creían perdido, lo pintó Velázquez
en 1638 en ocasión de haber venido a Madrid el Duque para apadrinar en la
pila bautismal a la Infanta María Teresa, después esposa de Luis XIV.
El Rey le nombró generalísimo de ambos Océanos, concediéndole el
Toisón, que ostenta el retrato, recibiéndole con tan gran agasajo que,
habiendo llegado a despertar los recelos de los grandes de España, dispuso
¢que sin réplica ninguna le diesen el título de Alteza o Serenidad».
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MÓDENA. PINACOTECA
El Duque Francisco de Módena.
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RUSIA
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SAN PETERSBURGO
Ermitaje Imperial
S el único Museo de Rusia que guarda cuadros absolutamente
auténticos de Velázquez, entre ellos una repetición del retrato
famoso de Inocencio X de la galería Doria en Roma, aunque sólo
de la cabeza.
Según Burger, es el primitivo estudio del natural para el lienzo grande.
Lo adquirió la Emperatriz Catalina II en 1779 de la galería de Lord
Wolpole, Conde de Oxford.
Varias son las repeticiones y copias de esta cabeza, entre ellas las de las
colecciones del Duque de Wellington (véase fotograbado pág. 204) y
Marqués de Landsdowne, en Londres.
En la Academia de San Fernando de Madrid existe otra, muy mediana por
cierto y sin concluir, según lo que puede juzgarse por su alta colocación.
Otro lienzo también auténtico como el anterior, a juicio del dificilísimo
Cruzada, representa al Rey Felipe IV de España, joven de unos treinta y cinco
años, de pie, vestido de negro terciopelo, con el Toisón, y muy parecido al del
Museo Imperial de Viena, aunque éste es sólo de medio cuerpo. Tiene
también la mano izquierda en la guarda de la espada y la derecha caída
sujetando una carta.
La habitación del fondo está guarnecida de tapicería roja, lo mismo que la
mesa, dejando ver a la izquierda una arcada abierta sobre una terraza.
Fue adquirido por el Ermitaje en 1850 de la galería del Rey Guillermo II
de Holanda, juntamente con el retrato de Olivares de que se habla luego, en
38.815 florines.
El busto de Felipe IV que posee este Museo le representa en su aspecto
característico, de unos cuarenta años, vestido de negro, pero adornado con
brillante botonadura de oro.
Lo adquirió en 1815 el Emperador Alejandro I en la colección del
banquero holandés W. G. Coesvelt.
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Algún crítico manifiesta dudas de su legitimidad; el catálogo del Museo
supone, en cambio, que es una repetición del de la National Gallery de
Londres, y que otras son las de la Galería Imperial de Viena, la del Louvre, la
de Mr. Robert S. Holford de Londres y nuestro soberbio busto del Museo del
Prado. Pero es más probable que todas ellas sean repeticiones o buenas copias
de éste, con ligerísimas variantes fisionómicas y la adición de los botones y
cadena. (Véase fotograbado del de Viena página 75).
En nuestra Academia de San Fernando existe una copia de mano de
Carreño.
Otro de los buenos lienzos de Velázquez, aunque no sea tan magistral
como el ecuestre de nuestro Museo, es el Retrato del Conde de Olivares,
Duque de Sanlúcar. Ofrece además la novedad de estar representado de pie.
Viste traje negro y capa con la cruz de Alcántara, apoyando la mano
izquierda, soberbiamente modelada como la otra, en la guarnición de h
espada, y la derecha, que empuña un látigo o bastón ligerísimo, sobre una
mesa en la cual se halla el sombrero.
Este hermoso lienzo procede también de la colección del Rey Guillermo II
de Holanda y fue adquirido, como dice arriba, juntamente con el retrato de
Felipe IV.
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SAN PETERSBURGO. MUSEO DEL ERMITAJE
El Conde Duque de Olivares.
Página 159
Tres son las obras dudosas del pintor español en este Museo: la primera
representa un joven campesino riendo, cuya autenticidad niega Justi;
supónese que el retratado puede ser un estudio del esclavo de Velázquez Juan
de Pareja, por el parecido que tiene la cabeza del muchacho, aunque en
diferente actitud, con la figura del Museo de Viena; pero queda dicho que ésta
tampoco debe ser la de Pareja. Procede de la colección Coesvelt. El segundo
lienzo es un viejo leyendo, figura de medio cuerpo que recientemente se ha
clasificado como de escuela italiana. La última obra, Paisaje con figuras, se
ha considerado del maestro español hasta que el crítico alemán Vaagen
rebatió en 1870 tal creencia.
Aunque Cruzada cita un retrato ecuestre de Baltasar Carlos, en la
actualidad no figura en el Museo.
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SUECIA
Página 161
STOCKOLMO
Museo Nacional
EGÚN noticia del erudito Dr. Georges Gothe, autor del catálogo,
este Museo no posee ningún cuadro de Velázquez, aunque en otro
tiempo se consideraban suyos los siguientes:
Retrato ecuestre de Felipe IV.—Conceptúalo como obra del flamenco
Gaspar de Crayer, aunque sea cierta la tradición según la cual fue regalo del
Ministro de España a la Reina Cristina de Suecia. Stirling, por su parte,
apunta la idea, fundándose en la juventud que representa el Rey, de si podría
ser repetición del primero que hizo Velázquez a Felipe IV, que dio fama al
pintor al ser expuesto en la calle Mayor y que, como se sabe, se perdió
después. Lienzo, 1,94 por 1,67 metros.
Retrato del Papa Inocencio X.—Copia antigua y excelente, aunque sólo
del busto, del gran retrato de la galería Doria en Roma y análogo al de la
galería Wellington de Londres (véase fotograbado página 204) y repetido
asimismo en otras colecciones.
Retrato de un joven vestido a la española.—Figura de medio cuerpo de la
escuela española del siglo XVII, comprado, como el anterior, en 1850 de la
colección Bystroom.
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SUIZA
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GINEBRA
Museo Rath
ON el título de Cantantes españoles existe en esta galería un
lienzo que se dice de Velázquez y cuyas dimensiones son 0,71
por 0,58 metros.
Según informes del director del Museo, no hay otro fundamento histórico
de la autenticidad que una tradición constante corroborada por el parecer de
personas competentes. En opinión de dicho señor es una pintura muy atrevida
y vigorosa que no puede atribuirse en ningún caso a un artista vulgar. Una de
las figuras es de dibujo algo descuidado, debiéndose considerar más bien el
lienzo como un estudio. Consta de dos figuras hasta medio cuerpo. Una de
ellas representa un hombre joven casi de costado con traje de jugar adornado
de plumas y cascabeles tocando unos hierros. El picaresco semblante, vuelto
hacia el espectador, aparece animado por una risa forzada que descubre la
dentadura.
Página 164
GINEBRA. MUSEO RATH
Cantantes españoles.
El otro cantante, mucho más bajo, de cara fea y repulsiva, mira de perfil a
su colega, y parece unir su voz al instrumento del acompañante. El cuadro,
como se ve en la fotografía, tiene gran fuerza de expresión y naturalismo,
recordando la primera figura en su riente boca la del joven aldeano que se
atribuye al artista en el Belvedere de Viena.
Como tantos otros Museos de Europa, guarda éste el inevitable retrato de
Felipe IV y otro de la Reina María Ana.
De acuerdo con la juiciosa observación del director de la galería, debe sin
duda considerarse uno de tantos obra de los discípulos de Velázquez.
Este cuadro no lo citan Cruzada, Lefort ni Stirling.
Al dar por terminada la reseña de los cuadros atribuidos a Velázquez fuera del
Museo del Prado, permítase al autor repetir que su propósito no fue señalarlos
todos, sino los principales y de adjudicación más verosímil. Prescíndese por
esta razón en el presente trabajo de tal cual lienzo que figura con su nombre
Página 165
en algún Museo americano, así como de sus dibujos, tan escasos por cierto,
que los conocidamente auténticos no llegan a una docena, incluyendo los
ligeros apuntes que guarda la Academia de San Fernando y la Biblioteca
Nacional.
Harto evidentes han de ser los defectos de forma y de fondo en esta obra,
debidos casi siempre a nuestra insuficiencia, otras veces a la imposibilidad de
reunir más datos, a pesar de no haber escaseado tiempo ni buen deseo para
conseguirlo.
Y sirva también en parte de disculpa a nuestro trabajo la precipitación con
que hubimos de terminarlo para que, coincidiendo su publicación con el tercer
centenario del gran artista, supliese y disculpara su oportunidad la carencia de
otras cualidades[1].
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ÍNDICE DE FOTOGRABADOS
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Ídem id. (grabado por Goya). (Biblioteca Nacional, Madrid).
Cabeza de Ochoa (ampliación). Colección del Marqués de Casa-
Torres, Madrid).
Una vieja y un muchacho. (Ídem id. Ídem).
El vendimiador. (Colección de D. Leandro de Alvear, Madrid).
Retrato de la Reina D.ª Mariana de Austria. (Familia de D. Nicolás
Gato de Lema, Madrid).
Un encierro de toros en la ribera del Manzanares.(Madrid).
Retrato de hombre desconocido. (Palacio de San Telmo, Sevilla).
Retrato de D. Diego Velázquez de Silva. (Museo Provincial, Valencia).
Retrato de la Infanta D.ª Margarita. (Museo del Louvre, París).
Retrato del Príncipe D. Baltasar Carlos. (Museo Real de Pinturas, La
Haya).
Retrato del Almirante Pulido Pareja. (National Gallery, Londres).
Cristo atado a la columna. (Idem id. Ídem).
Cacería de ciervos (Cacería del Tabladillo). (Colección de Lord
Ashburton, Londres).
El Aguador de Sevilla. (Colección del Duque de Wellington, Londres).
Dos muchachos comiendo. (Ídem id. Ídem).
Retrato de un caballero español. (Ídem id. Ídem).
Retrato de D. Francisco de Quevedo Villegas. (Ídem ídem. Ídem).
Retrato del Papa Inocencio X (busto). (Ídem id. Ídem).
El Príncipe D. Baltasar Carlos dando lección de picadero. (Colección
del Duque de Westminster).
Retrato de Felipe IV. (Colegio de Dulwich).
Dos aldeanos o la vieja friendo huevos. (Colección de Sir Francis
Cook).
Un mendigo español. (Ídem id. Ídem).
Una Infanta niña con su servidor. (Colección George Salting).
El Príncipe D. Baltasar Carlos y su enano. (Colección del Conde de
Carlisle, York).
Retrato de Juan de Pareja. (Ídem id Ídem).
La Alameda de Sevilla. (Colección de Lord Clarendon).
Retrato del Papa Inocencio X. (Palacio Doria Pamphili, Roma).
Cabeza de un Infante niño. (Ídem id. Ídem).
Retrato de Velázquez. (Galería Capitolina, Roma).
Retrato ecuestre de Felipe IV. (Galería Pitti, Florencia).
Personaje desconocido. (Ídem id. Ídem).
Retrato ecuestre de Felipe IV. (Galería degli Uffici, Florencia)
Retrato de Velázquez. (Ídem id. Ídem).
Un fraile muerto. (Pinacoteca y Museo de Brera, Milán).
Retrato del Duque Francisco de Módena. (Pinacoteca, Módena).
Página 168
Retrato del Conde-Duque de Olivares. (Ermitaje Imperial, San
Petersburgo).
Cantantes españoles. (Museo Rath, Ginebra).
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Notas
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[1] Además del que guardo en mi poder, sólo conozco los que poseen los Sres.
Página 171
[1] Mr. Paul Lefort menciona de su mano treinta y cuatro retratos de Felipe IV
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[1] No sólo es probable que interviniese muy eficazmente como artista tan
apreciado en el adorno del palacio y jardines del Real Sitio, sino que de
seguro lo hizo luego que fue nombrado aposentador de S. M. en 1652, pues
según la enumeración de funciones que hace un escritor de la época,
correspondía a tal cargo el disponer «el aparato de las fiestas que se hacen en
Palacio, sean comedias, máscaras, torneos y saraos, consultando con S. M. el
orden que se ha de guardar en todo». Consta asimismo que Velázquez dirigió
la decoración de algunas piezas del Alcázar, trayendo de Italia al efecto
porción de estatuas antiguas y cuadros de gran valor. <<
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[1]
Refleja el espíritu de la época y la decidida protección que el artista
mereció del Rey la siguiente nueva de un escritor incógnito contemporáneo:
«A Diego Velázquez han hecho ayuda de guardarropa de S. M. que tira a
querer ser un día ayuda de cámara y ponerse un hábito, a ejemplo de
Ticiano».
(Noticias de Madrid desde el año 1636 hasta el año 1638. MS. Biblioteca
Nacional de Madrid). <<
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[1] Estos inventarios cuyo examen nos ha hecho fácil la competencia y bondad
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Aunque posteriormente, en el reinado de Carlos III y Fernando VII, se
formaron otros documentos de esta clase, los anteriores son los dignos de
estudio, especialmente el de Felipe V. (Inventario general de los bienes y
alhajas de los cuartos de SS. MM.) del año 1747, por establecer
definitivamente los cuadros salvados del incendio.
Esta es, pues, la base para determinar cuáles fueron los lienzos de Velázquez
que quedaron (de los existentes en el Alcázar) luego de la catástrofe, además
de los que estaban en el Retiro y demás sitios reales.
El estudio de unos y otros sirve para formar la siguiente lista de cuadros que,
por no figurar en el catálogo del Museo del Prado, patrimonio real, ni
conocerse su paradero, se consideran perdidos, aunque se salvaron del
incendio:
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Ídem de D. Nicolás Cardona y Lusigniano.
Ídem de Pereira.
Ídem del Marqués de la Lapilla.
Ídem del beato Simón de Roxas.
Ídem del Cardenal Pamphili.
Ídem de Flaminia Triunfi.
Ídem de Jerónimo Ribaldo.
Ídem de Fernando Brandano.
Ídem de Michel Angelo, barbero de su Santidad.
Ídem del abad Hipólito.
Ídem de monseñor Camilo Máximo.
Retrato de una dama de peregrina belleza.
Ídem de la mujer del abanico.
Ídem de la Duquesa de Chevreuse.
Ídem de la Condesa de Monterey.
Job en el muladar.
Nacimiento de Nuestro Señor. (Catedral de Plasencia).
La Concepción.
San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis.
Un bodegón en el cual hay un muchacho contando dinero.
Otro bodegón con un muchacho que tiene una jarra en la mano y en la cabeza
una escofieta.
Cruzada cita además:
Retrato de la Infanta Margarita, hija de Felipe IV. Galería del Infante D.
Sebastián.
El nacimiento de Nuestro Señor. Gaceta de 1.º de Febrero de 1837.
Santa Inés. Ídem íd.
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D. Vicente Poleró, en un artículo acerca de la galería que ormó en el
siglo XVIII el Marqués de Leganés, señala en el inventario estos cuatro lienzos:
Un retrato del Príncipe Baltasar con faldas y edad de dos años.
Otro de medio cuerpo del pintor Velázquez, hecho de su mano, 2 ½ varas de
largo por 2 de ancho.
El Infante D. Carlos con banda roja.
La Reina de Hungría. ¿El núm. 1.072 del Museo del Prado?
El Sr. Zarco del Valle, entre los documentos relativos a Velázquez publicados
en el tomo LV de la Colección de documentos inéditos para la historia de
España, señala en un MS., propiedad de D. Valentín Carderera, los siguientes
cuadros:
Cinco ramilleteros.
Cuatro paisitos.
Dos bodegones.
El mismo autor ofrece otro trabajo acerca de Velázquez, «con noticia de
desconocidos cuadros de su mano inventariados en diversos puntos por los
contemporáneos del artista». Muy interesante sería el libro para completar el
anterior cuadro de obras ignoradas del gran pintor. <<
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[6] Aunque tales estadísticas están sujetas más que ningunas otras a variantes
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En Inglaterra 121
En España 75
En Francia 13
En Austria-Hungría 12
En Italia 10
En Rusia 7
En los Estados Unidos 7
En Sajonia 3
En Suecia 3
En Holanda 2
En Baviera 1
En paradero ignorado 21
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muchas que figuran entre los Museos extranjeros sólo da por incontestables
veintitrés que pueden agruparse de esta manera:
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Venus del Espejo
Cacería del Hoyo
Inglaterra Ídem del Tabladillo
El Aguador de Sevilla
El Príncipe Baltasar Carlos
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Retrato en pie de Felipe IV
Ídem de D. Felipe Próspero
Busto de Felipe IV (viejo)
Austria (Belvedere,
Infanta María Teresa (dos retratos)
Museos Imperial y Real
Ídem de D.ª Mariana de Austria (dos retratos)
Reina D.ª Isabel de Borbón
Príncipe Baltasar Carlos
Infanta D.ª Margarita (dos retratos)
Página 183
Retrato de Felipe IV
Rusia Ídem del Conde-Duque
Busto de Inocencio X
Página 184
Retrato ecuestre de Felipe IV
Italia Ídem del Pppa Inocencio X
Ídem de un desconocido
Página 185
Francfort Cardenal Borja
Página 186
[1] La partida de defunción que publicamos en un artículo excitando a colocar
Página 187
[1] D. Vicente Poleró, en un interesante estudio publicado por el Boletín de la
Página 188
[1] El Conde de Floridablanca dictó en 1799 una disposición que de haberse
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[1] La conjetura del sabio catedrático de Bonn parece confirmarse cotejando
este retrato con el del mismo Juan Mateos grabado por Pedro Perret, que se ve
en la portada de su obra Origen y dignidad de la Caza, Madrid, Fernando
Martínez, 1634. Entre el grabado y el lienzo de Dresde hay notables
semejanzas fisionómicas. ¿Tuvo presente el grabador, para dicho retrato,
alguno de mano de Velázquez, como lo hizo en el mismo libro con otro del
pintor representando al Conde-Duque, a quien va dedicada la obra? <<
Página 190
[1]
Nuestra Biblioteca Nacional conserva un precioso facsímil del retrato,
dibujado por D. Vicente López, procedente de la colección Carderera y que
poseyó antes el citado Cean.
El dibujo tiene el bonete sin terminar; pero concuerda en todo, salvo que el
modelado está hecho con menos sencillez exagerándose el claroscuro y la
línea de la nariz, que parece ya deforme. <<
Página 191
[1] Palomino afirma que, en efecto, en 1659 «pintó Velázquez dos retratos que
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[1] En la galería de D. José de Madrazo existían de Velázquez las obras
siguientes: Retrato en busto de la Infanta D.ª María de Austria, después
Reina de Hungría; Retrato del Conde-Duque, otro de un Caballero de
Santiago con anteojos (¿se designaría así el de Quevedo antes de
averiguarlo?), un Paisaje en que se ve a Adonis con carcax y arco y a sus pies
un paleto rendido por perros; Retrato de una dama, vestida de cazadora, con
su trahilla de perros; otro de La Condesa de Monterrey, pintado en Roma; Las
hijos de Job presentando a su padre la túnica ensangrentada de su hermano
José (¿repetición del lienzo de El Escorial?).
En la colección del Marqués de Remisa había dos, cuyos asuntos no podemos
precisar.
En la de D. Francisco García Chico: una Santa Teresa escribiendo su vida y
un San Pablo en el desierto. También contaba algún lienzo del maestro la
galería de D. Pedro Jiménez de Haro, y otros dos la casa del Duque de Alba.
En la galería de Salamanca, por último, figuraban: Retrato de un Cardenal,
sentado; Interior de una Posada: dos hombres y una mujer comiendo; Vista
del Buen Retiro y Paseo del Buen Retiro, una Cabeza de hombre, una Perra
con su cría, un Águila y varias Cabezas de animales, una Cacería (boceto),
una Mano con la firma de Velázquez, Retrato de señora desconocida (hoy en
el Museo de Berlín), Busto de mujer, Personaje desconocido, David vencedor
de Goliat, Santa Clara niña, Retrato ecuestre de D. Baltasar Carlos, id. id del
Conde-Duque, Retrato de D.ª Isabel de Borbón, Retrato de ¿D.ª Mariana?
otro Retrato de D. Baltasar Carlos, y alguno más. <<
Página 193
[1]
Otro del mismo tamaño y autor y mano que el penúltimo, de Ochoa,
portero de corte, con unos memoriales, tasado en 25 doblones».
El penúltimo a que alude es el del bufón D. Juan de Austria, de dos varas y
media de alto por vara y tercia de ancho. <<
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[1] La primera vez que aparece este nombre fijé en el inventario formado a la
Página 195
[1] Por su interés histórico descriptivo fue reproducido este cuadro entre los
Página 196
[1] En el inventario de 1700 (tomo I, testamentaria del señor D. Carlos II,
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[1] Se hacía con largos palos terminados en una horquilla de hierro o madera,
para detener a las fieras por los colmillos, verificándose en un espacio cerrado
por lienzos que se llamaba la contratela, el cual tenía una puerta que
comunicaba con un largo callejón, también de tela, por donde entraban las
reses hostigadas por los cazadores, que, según el mismo Mateos, eran de
cuatro clases: monteros, ballesteros, cazadores y chucheros. <<
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[1] «Otra (pintura) de vara de alto y tres cuartas de ancho, con un retrato de un
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[1] El grabado forma parte de la colección de la Calcografía Nacional y tiene
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[1] Pero mayor analogía ofrece con el que cita Ponz entre los existentes en el
Palacio de Madrid en 1776: «Un bodegón con dos muchachos que están
comiendo y bebiendo». <<
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[1] En el inventario se describe así: «Un retrato del Papa Inocencio X de
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[1] Induce a suponer la escena en el Retiro, además, el que el picadero del
alcázar, según dice Carducho en sus Diálogos, era una pieza cubierta. <<
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[1] Con mayor verosimilitud que a Velázquez pudiera adjudicarse este cuadro
a otro pintor mediano de la época, tal vez a Bautista del Mazo. Ni el fondo, ni
las figuras, ni menos los caballos, en que tanto sobresalió aquél, pueden
atribuírsele con algún fundamento. Parece apoyar nuestra conjetura un asiento
del inventario real hecho en 1700 (tomo I, testamentaria del señor D. Carlos
II. Pinturas del Palacio de Madrid, que dice así:
«N.º 541. Item una pintura de dos varas de alto y vara y tres cuartas de ancho
de otra montería del Rey Nuestro Señor D. Phelipe quarto tirando a unos
benados de mano de Juan Bautista del Mazo tasada en veinticinco doblones».
Como se ve, el asunto es igual, las dimensiones son también las mismas, con
una levísima diferencia, explicada por la falta de precisión material de dichos
inventarios.
¿Será éste el cuadro de Lord Clarendon? <<
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[1] Emile Michel, hablando del lienzo de Wallace, dice que viendo este retrato
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[1] El Arte en España. <<
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[1] Entre los curiosos reales decretos, nombramientos, cuentas y papeles
referentes a Velázquez que se guardan coleccionados en el archivo de Palacio,
algunos de ellos autógrafos del artista o rubricados por el monarca, hay uno
que confirma lo que cuenta Palomino acerca del primer viaje de nuestro
artista; dice así:
«Diego Velazquez, pintor de Cámara.
Licencia para que pueda pasar á Italia y gozar como si estuviera presente.
Su magd se ha servido de dar licencia a Diego Velazquez, su pintor de
Cámara, para que baya á Italia, y tiene por bien que por el tiempo que durase
su ausencia goze lo mismo que hoy se le da, así de gajes como de
recompensa, de que me ha avisado por orden de veinti y tres del corriente.
Vm. esté advertido para que se le confirme lo que en esta conformidad
hubiere de tratar. g Dios a Vm. 28 de Junio de 1629.—El Conde de los
Arcos». <<
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[1] El Padre Fr. Francisco de la Vega y Toraya, que escribió la historia del
Beato Simón de Rojas en 1715, o sea en el mismo año que Palomino su obra,
afirma que embió tambiem su magestad tres célebres pintores para que
retratasen con puntualidad al padre Roxas, por que si le faltaba su Santo
Padre no quedase tan del todo huérfana la Reina.
Hiciéronlo con todo primor y salieron muy parecidas las copias del
original».
Como Simón de Rojas falleció de setenta y dos años en 1624, debió retratarle
Velázquez, caso de ser cierto el hecho, al año siguiente de su llegada a
Madrid desde Sevilla. <<
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[1] «Vino el Duque de Módena al Retiro, preparándole dos cuartos de casa de
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[1] Este apremio del tiempo nos obliga a darlo a la estampa sin reproducir La
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[*] «De tres varas de ancho y dos y cuarta de caída, original de D. Diego
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