Juan José Vega - La Emancipación Frente Al Indio Peruano
Juan José Vega - La Emancipación Frente Al Indio Peruano
Juan José Vega - La Emancipación Frente Al Indio Peruano
LA EMANCIPACIÓN FRENTE
AL INDIO PERUANO
Juan José Vega
Juan José Vega
Preliminar
No se si sea propio hablar de Derecho Indígena salvo respecto al incaico.
Estimo inadecuado el término en referencia a la legislación protectora de la
Colonia y de la República; y simplemente porque tal derecho no ha sido obra
de los indios. Menos correcto aún creo que es emplear el término indigenista,
porque sobran disposiciones contrarias al indio en sus fines y en su esencia.
Tampoco Derecho Indio, por la misma razón que se rechaza Derecho
Indígena. Tal vez el término más adecuado sea el de Indiano. Es bien cierto
que este vocablo posee en su contenido jurídico una raigambre española y
colonial demasiado profunda, pero, en verdad, la posición del legislador repu-
blicano es, exactamente, la misma que la del legislador español, porque la ley
indiana, en ambos casos, tanto hoy como durante el Virreinato, regula las rela-
ciones económicas y sociales entre dos grupos igualmente diferenciados:
criollos occidentalizados en diversos grados e indígenas. Es siempre, actual-
mente como ayer, la misma ley generalmente protectora y, a menudo, inefi-
caz. En la ley indigenista republicana no existe diferencia radical con la ley
indiana española, ni por el hombre que le da ni por el hombre a que se la des-
tina, ni en sus fines ni en su forma. En esto, como en tantas otras cosas, la
Colonia se ha mantenido viva en la República. ¿Por qué cambiarle entonces
de nombre y llamar indígena a una ley que no es obra de los indios? ¿Por qué
llamarle indigenista, cuando ha sido a menudo anti-indigenista? Si ha existido
algún Derecho Indígena ha sido el del Tawantinsuyu y el de las culturas prein-
caicas. Pero no lo es, en modo alguno, el creado por los hispanidas afincados
en el Nuevo Mundo.
* Tesis para optar el grado de Bachiller en Derecho en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Lima, 1951.
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La Emancipación frente al Indio Peruano
Capítulo 1
Ellos siguen siendo distintos: son los indios
Introducción
55
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1
Núñez Anavitarte, Carlos. El cacicazgo como supervivencia esclavista-
patriarcal en la sociedad colonial . Cuzco, 1955.
2
Means, Philip Ainsworth. Indian legislation in Peru . Boston, 1920.
56
La Emancipación frente al Indio Peruano
3
Basadre, Jorge. Historia del derecho peruano . Lima, 1921.
4
Basadre, Jorge. “Origen histórico de la norma jurídica y la existencia del dere-
cho Inca”. En, Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos.
Lima, Año I, Nro. 1, 1936.
5
Basadre, Jorge. “La ley del Inca”. En, Revista de la Facultad de Derecho y
Ciencias Políticas de San Marcos. Lima, t. VI, Año VI.
6
Urteaga, Horacio. La organización judicial en el imperio de los incas. Lima,
1928.
7
Basadre, Jorge, “La ley del Inca”. En, Revista de la Facultad de Derecho y
Ciencias Políticas de San Marcos. Lima, t. VI, Año VI.
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8
L. Villavicencio siguen imperando las normas indígenas seculares de la época
prehispánica, apenas tocadas por el impacto de la nueva economía occiden-
tal y del catolicismo.
Este derecho indígena, fundamentalmente en lo que concierne a los dere-
chos reales, fue languideciendo durante la Colonia y en la República, a causa
de su carencia de validez efectiva. Los indios, para defenderse, tuvieron que
apelar al derecho occidental, el que sólo tomó, para uso exclusivo en
América, algunas normas entre las numerosas del consuetudinarismo ameri-
cano precolombino. De estos rezagos normativos precolombinos, de los prin-
cipios cristianos de piedad y caridad, de la ética jurídica occidental, fue sur-
giendo algo nuevo en América: el Derecho Indiano.
Ese Derecho Indiano, supérstite en la República con otras denominacio-
nes, tuvo, ayer como hoy, su razón de ser en la coexistencia, no siempre pací-
fica, de dos grandes grupos humanos en el Perú. Es la nuestra, la peruana, una
doble personalidad, que se manifiesta a través de distintos idiomas, modos
9
de vida, sistemas económicos, psicologías y hasta territorios . Es este el fun-
damental de los problemas del Perú. A los indios no se le ve como al resto de
peruanos, pese a siglo y medio de vida republicana, pese a programas y pla-
nes, a leyes y constituciones, a revoluciones y guerras. Ellos siguen siendo dis-
tintos: son los indios. “Viven al margen de las leyes nacionales”, opinó sobre
ellos, visitando recientemente Vicos (Ancash), donde el Instituto Indigenista
y la Universidad de Cornell realizan una promisoria labor, el Dr. Manuel
Abastos, decano del Colegio de Abogados. Borrar ese margen; salvar la dis-
tancia que separa al indígena del criollo y del mestizo; defender al grupo más
débil del más poderoso, han sido las metas del Derecho Indiano, logradas
solo en parte insignifi cante d urante la Colonia y la República.
Lamentablemente, el indígena tiene que luchar por su igualdad real en un
campo en que la inferioridad social y económica es un lastre muy pesado: la
10
administración provincial de justicia. Afirma así el Dr. Frisancho Macedo por
ejemplo, que durante su experiencia como Fiscal en Puno, jamás vio a un
indio ganar un juicio a un hacendado.
Toda la intelectualidad ha defendido empero, de un modo u otro, al
indio, porque éste, el primero o cuando menos el primigenio de los elemen-
8
Villavicencio, Víctor. La vida sexual del indígena peruano. Lima, 1942.
9
Véase el mapa étnico-lingüístico de la documentadísima obra “Poblaciones
indígenas”, editada por la OIT. Desde el límite sureste del departamento de Lima, cor-
dillera de Turpicotay, hasta la frontera con Bolivia, la presencia india se eleva a lo largo
de los Andes, a un 80% sobre, la población total.
10
Frisancho Macedo, José. Visitas fiscales en Puno . Lima, 1916.
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13
Voltaire. Diccionario filosófico . Buenos Aires, 1950.
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la Conquista, al que se refiere Julio C. Tello en su Introducción a la Historia
Antigua del Perú, seguía entonces, en mayor grado que hoy, sin ser supera-
do. La situación de inferioridad, de aislamiento del indio, se ha debido en gran
parte al menosprecio que por el han sentido blancos y mestizos -y aun amari-
llos y negros- a lo largo de toda la historia peruana. Por ventura ese senti-
miento ha sido, con discutible éxito, acremente censurado por mentalidades
tan dispares y antagónicas como Víctor Andrés Belaúnde, José Carlos
Mariátegui, González Prada y Riva Agüero. Aunque desde distintos puntos de
vista, todos han concordado en la necesidad de redimir al indio. Nadie, empe-
15
ro, lo ha logrado. V. A. Belaúnde, en La Realidad Nacional reconoce -con
hidalguía hacia la izquierda- que el merito principal de Mariátegui es “haber
dado el primer lugar en la sociología nacional al problema del indio” . Por su
parte el heterodoxo marxista peruano reconoce la noble labor del sacerdote
en América y las vanguardistas concepciones sociales jesuíticas en algunos
puntos de América. Pero la concordancia, en líneas generales y sin afirmar
por ello que sea perjudicial o innecesaria, poco de positivo ha producido para
el indígena. Tal vez la causa principal de esta situación sea que el indio no es
indigenista. Hasta ha sido difícil definir al indio (y existen para ello quizá dema-
siados criterios) y ya el Primer Congreso Indigenista Interamericano celebra-
do en Patzcuaro (Michoacan) se planteó la interrogante: ¿existe el indio?
Es pues muy poco lo que se ha avanzado en la senda de la recuperación
del indígena peruano. Pese a algunas mejoras parciales, su status es uno de
los peores del orbe. En lo referente a la alimentación, por ejemplo, la
Comisión de la ONU para Estudio de las Hojas de Coca, calificó a la nuestra, y a
16
la boliviana, de población desnutrida . El nivel promedio de vida en la sierra,
17
por la elevada morbilidad, alcanza solo a 32 y 40 años, según regiones .
Afirma Luis N. Sáenz que en escasos grupos humanos del mundo puede
18
hallarse poblaciones tan subalimentadas como entre los indios del Perú . En
lo que a vivienda se refiere, se ha dicho que en diversas partes de la sierra no
existen diferencias muy grandes entre las actuales construcciones y lo edifi-
cado por el hombre cuando abandonó las cavernas. En la promiscuidad, con
carencia absoluta de higiene, en convivencia con animales domésticos, viven
las familias indígenas.
14
Tello, Julio C. Introducción a la historia antigua del Perú. Lima, 1922.
15
Belaúnde, Víctor Andrés. La realidad nacional. Lima, 1945.
16
ONU. Informe de la Comisión para el Estudio de las Hojas de Coca . Nueva York,
1950.
17
OIT. Poblaciones indígenas. Ginebra, 1953.
18
Sáenz, Luis N. El punto de vista médico en el peruano . Lima, 1945.
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28
Mayer de Zulen, Dora. El indígena y su derecho. Lima, 1929.
29
Castro Pozo, Hildebrando. Nuestra comunidad indígena . Lima, 1924.
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30
Fue en Chincheros, comunidad apurimeña, donde Fernando Belaúnde tomó el
nombre de “Acción Popular” para su partido.
31
OIT. Garcés, V. G. Condiciones de vida de las poblaciones Indígenas en los paí-
ses americanos. Montreal, 1946.
32
Castañeda, Jorge Eugenio. “El indio es propietario de la tierra que posee.” En,
Revista de derecho y ciencias políticas.- Año XVI, Nro. II-III. Lima, 1952.
33
La ponencia del Dr. J. E. Castañeda fue la única que, sobre temas indígenas, se
presentó en aquel certamen no obstante participar en él una mayoría de peruanos.
¿No es ésta una clara muestra del descuido por nuestros propios problemas?
34
Alegría, Ciro. El Mundo es Ancho y Ajeno. Lima, 1957.
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Capítulo 2
La República, el Indio y la Ley
1
Romero, Emilio. Perú por los senderos de América . Méjico, 1955.
2
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad perua-
na. Lima, 1952.
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3
América - un estatuto jurídico especial al indígena y rodeo a este de varios
organismos protectores en cuyas deliberaciones intervenía, a veces, el pro-
pio virrey. Aún cuando sea cierto que estos organismos no alcanzaron sino
una mínima parte de las metas que se proponían, es indudable que velaron
por algunos de los derechos del indio, entonces, como hoy, social y económi-
4 5
camente inferior. Niceto Alcala Zamora y Rafael Altamira destacan, con
razón, el mérito de España en haber sido el primer país occidental que pro-
mulgó una legislación humana hacia los pueblos dominados. Legislación cuya
complejidad y alcances han merecido profundos estudios de Enrique Ruiz
6 7
Guiñazú y de Ricardo Levene . Lástima fue el que este derecho fuese inapli-
cado en América, especialmente en las zonas mineras.
Durante la Colonia, pasado el momento del botín de la Conquista -a dife-
rencia de la república tras el botín de la Emancipación- España organizó y pro-
tegió el ayllu inkaiko, con miras a una organizada tributación, dado que la
posesión agraria era condición indispensable para el pago de impuestos
entre los indios. Respetó España asimismo el cacicazgo -que pese a sus defec-
tos era una supervivencia de lo antiguo como lo demostraron los posteriores
8
levantamientos- aunque adaptándolo a la nueva forma de gobierno , tal cual
se hizo con tantas instituciones qeshwas. En el plano agrario hubo en la
Colonia, a diferencia de la República, un Santo Toribio de Mogrovejo que veri-
ficó personalmente la redistribución de las tierras entre los indios pobres. Y
existió un exagerado de las Casas, que con sus exageraciones consiguió atraer
9
la atención de los monarcas sobre la miserable situación del aborigen .
Indigenistas, al modo de su época, fueron el primer rector de San Marcos,
10
Fray Tomas de San Martín Fray Cristóbal de Molina y Fray Domingo de Santo
11
Tomas, a quien Raúl Porras llama el primer gramático que chua .
3
Encinas, José Antonio. Contribución a una legislación tutelar indígena. Lima,
1920.
4
Alcalá Zamora, Niceto. Reflexiones sobre las leyes de Indias. Madrid, 1935;
Nuevas reflexiones sobre las leyes de Indias. Buenos Aires, 1944.
5
Altamira, Rafael. Técnica de la investigación del derecho indiano. Méjico, 1939.
6
Ruiz Guiñazú, Enrique. La magistratura indiana . Buenos Aires, 1916.
7
Levene, Ricardo. Introducción a la historia del derecho indiano. Buenos Aires,
1921. Notas para el estudio del derecho indiano. Buenos Aires, 1918.
8
Núñez Anavitarte, Carlos. El cacicazgo como supervivencia esclavista-
patriarcal en la sociedad colonial . Cuzco, 1955.
9
Brion, Marcel. Bartolomé de las Casas. Buenos Aires, 1945.
10
Vargas Ugarte, Rubén. Pareceres jurídicos en asuntos de Indias. Lima, 1951.
11
Porras, Raúl. Prólogo a la edición facsimilar de Gramática Quechua de Fray
Domingo de Santo Tomás. Lima, 1951.
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12
Gonzales Prada, Manuel. Horas de Lucha , (Nuestros indios). Callao, 1924.
13
Felipe II. Ordenanza de 17 de agosto de 1565.
14
Frisancho Macedo, José. La propiedad agraria y el caciquismo . Lima, 1923.
15
Bustamante y Santisteban, Pedro. Necesidad de establecer una institución judi-
cial protectora de indígenas. Lima, 1916.
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16
Urquidi Morales, Antonio. La comunidad indígena.- Cochabamba, 1941.
17
Decreto del Libertador de 8 de abril de 1824.
18
Decreto del Libertador de 4 de julio de 1825, en el cual alude a la Constitución
de 1823.
19
Decreto del Protector de 27 de diciembre de 1821.
20
Augusto B. Leguía en 1920. Véase Legislación indigenista. Ministerio de
Trabajo, 1948.
21
La comunidad campesina agrupa, según recientes estudios etnológicos, unos
cuatro millones de peruanos. Al parecer de origen preinkaiko, se vigorizó evolucio-
nando en el ayllu del Tawantinsuyo, tomó varios importantes elementos de la comuna
española y marcha actualmente, ahí donde las vías de comunicación se lo permiten,
por una senda de franco progreso.
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las comunidades . La obra indigenista de aquel periodo, pese a la dispersión
ideológica reinante, rindió sus frutos. No solamente, como se ha dicho ya, se
reconoció a la comunidad, sino que el 25 de agosto de 1925 fue conseguida la
expedición de un decreto sobre procedimientos de “reconocimiento y regis-
tro” de comunidades. Cinco años más tarde, el 28 de junio de 1930, otro
decreto trataría de esbozar un plan de política indigenista en el Perú. El 11 de
mayo del 23 se había expedido un Reglamento de servicios y salarios indíge-
nas en el que se establecía el salario mínimo, el pago en metálico, contratos
máximos de un año de duración y la intervención del Ministerio Fiscal en cier-
tos casos. Reiteró y amplió esta ley los conceptos emitidos por la del 16 de
octubre de 1916. Ambas fueron, sin embargo, de dudosa ejecución, El dere-
cho de los débiles no fue respetado. Se necesitaba, además, una legislación
integral y no leyes aisladas, leyes desvinculadas de los códigos y hasta de la
Constitución. Aun ahora, necesitándose un cuerpo de leyes, apenas si se han
dictado medidas inconexas.
En opinión del jurisconsulto español Ángel Ossorio y Gallardo “es verda-
deramente doloroso que la liberación política de América pusiera termino al
derecho protector de los indios y que en los códigos civiles vigentes no se hable
de ellos para nada. Ello fue sin duda consecuencia de traducir para América el
Derecho Político de la Revolución Francesa, excelente para Europa, pero ina-
decuado para América, por la sencilla razón de que en América había indios y
en Europa no”. Esta afirmación puede parecer exagerada, pero solo relativa-
mente lo es. No se debe olvidar, por otra parte, que proviene de un español,
40
que se refiere a toda la América y que no es una aseveración reciente.
El Código Civil de 1852 ignoró totalmente al indio. Fue dicho cuerpo de
leyes -como lo estudia Basadre-, desafecto a lo consuetudinario, por lo cual
41
repercutió contra el derecho indígena , el que, durante la Colonia, había sido
42
respetado mientras no perjudicase a “las buenas costumbres” . El Código del
39
Hilbck, Federico. Condición jurídica de las comunidades . Lima, 1905.
40
Todos los países americanos, con excepción de Uruguay, tienen en su seno gru-
pos indígenas, grandes o pequeños. En parte de estas naciones, los indios están vir-
tualmente al margen de la ley, justificándose esta situación por constituir ellos reduci-
das minorías.
41
Basadre, Jorge. “Hacia una interpretación histórica del código civil de 1852”.
En, Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de San
Marcos. Año VI, t. VI.
42
Desde 1555 se había dispuesto en la Colonia, en virtud de una real cédula, la
aplicación de las leyes españolas “sin perjudicar a las buenas y justas costumbres y
estatutos suyos” (de los indios).
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52 declaró también que todas las propiedades eran enajenables . Su exage-
rado individualismo, propio, por otra parte, de su época, desamparó a la
comunidad y al pequeño propietario indígena. Siguió el plan de las Institutas
(resumiendo los libros Tercero y Cuarto de éstas), recibió influencias castella-
na, canónica, francesa y, tal vez, germana, pero desconoció la realidad andi-
na. Producíase nuevamente en 1852 el choque de dos derechos, de dos men-
talidades; choque, colisión, que se remonta a los días de la Conquista.
Empezábase, -como anota Dora Mayer de Zulen, respecto al indio-, a declarar
tácitamente claro está, con verdadera mentalidad colonial, la incapacidad
44
por el solo hecho de hablar la lengua natal . Sin embargo, como ha sucedido
tantas veces en la historia de los pueblos, las leyes de la minoría se impusie-
ron inconsultamente a la mayoría dominada. Ni el 52 ni el 36 se produjo esa
dualidad de legislación, tan deseada por el indigenismo peruano, la que no
tiene por que caer en el romanticismo jurídico indigenista, en el chauvinismo
indio que, con tanta razón, critica Jorge Basadre.
La crisis deriva fundamentalmente de que “nuestro Derecho se ha gene-
rado en la adaptación apresurada y puramente racional de derechos extran-
45
jeros”, como apunta Oscar Miró Quesada . Se ha tratado de hacer con el
indio lo mismo que con su idioma: encasillarlo dentro de normas que le eran
inadecuadas. La gramática latina era tan inaparente como el Derecho
Romano. Muy escasas veces se ha observado, para dictar legislación, el géne-
ro de vida de la numerosa población India, “su estado de incultura, su idioma
particular, la idiosincrasia de su carácter el acervo de sus viajes costumbres y
mitos infantiles, su dura experiencia de esclavitud y explotación interrumpi-
46
das” . La diversidad tan heterogénea, del Perú obliga a leyes distintas, cuan-
do menos en el terreno procesal, pero ha sido imposible, hasta el momento la
dación de un adecuado sistema de legislación indigenista durante la repúbli-
ca. No puede argüirse la caducidad de esta afirmación aludiendo a los códigos
vigentes y aún a la Carta Magna. El Código Civil del treinta y seis y la constitu-
ción del treinta y tres, en sus numerales 76 y 212 respectivamente, eluden
legislar sobre el indio. Dice el primero que “Las comunidades de indígenas
están sometidas a las disposiciones pertinentes de la Constitución y a la legis-
lación que esta ordena dictar”. Afirma el segundo que “El Estado dictaría la
43
Artículo 1194 del código civil de 1852.
44
Mayer de Zulen, Dora. El indígena y su derecho. Lima, 1929.
45
Miró Quesada, Oscar. La nacionalización del derecho . Lima, 1912.
46
Bustamante y Santisteban, Pedro. Necesidad de Establecer una Institución
Judicial Protectora de Indígenas. Lima, 1916.
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47
OIT. Poblaciones indígenas. Ginebra, 1953.
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48
Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas. Anteproyecto del código de trabajo .
Lima, 1950.
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49
Ley de 14 de noviembre de 1910.
50
Solano Susana. El indígena y la Ley Penal. Buenos Aires, 1949.
51
Frisancho Macedo, José. Del jesuitismo al indianismo . Lima, 1928.
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que debe existir entre ley y realidad. Y no solo las leyes son inaplicables o ina-
decuadas, sino que, cuando benefician al campesino indígena, este, por lo
general, las desconoce, no siéndole por tanto de ninguna utilidad. A diferen-
cia del Atawalpa de hace siglos, el indio de hoy sabe que los papeles “hablan”,
pero sigue sin saber que es lo que “dicen”.
Los elementos conectivos entre la ley y el campesino indígena - aboga-
dos, jueces y autoridades- corrompen el sentido normativo de la legislación
(lo cual no hace sino enaltecer a quienes en la provincia cumplen honrada-
mente con su deber) y traban fundamentalmente su desarrollo procesal. Y en
este campo, el proceso mismo, el mecanismo administrativo de la justicia, el
indio, por razones sociales y económicas, posee una notoria inferioridad fren-
te a su oponente; este vive en el Perú “oficial” y aquel en un mundo aparte.
Los separan sangre, idioma, posición social y poder económico. Fue por ello,
para liberar a los juicios de indígenas de estos males, que Felipe II dispuso en
1565 que los “pleitos de indios” se determinen “sumariamente”, con el obje-
to de evitar dilaciones que solo la parte económicamente más capaz puede,
de ordinario, soportar.
En la formación de títulos supletorios -Titulo X de la Sección Tercera del
52
CPC- no es difícil observar -como lo estudia Artemio Añaños - el modo como
es arrebatada la propiedad indígena. Analiza Añaños la prueba testimonial,
siempre fraguable, y a la publicidad (siempre restringida en la sierra) no
seguida de oposición. El indígena, ignorante de avisos y de testimonios falsos,
se entera -por inercia o corrupción de las autoridades- de lo que ha sucedido,
cuando es ya demasiado tarde; cuando ha sido legalmente despojado de su
posesión; cuando la fuerza pública le conmina a retirarse. La mejor suerte
que puede esperar es que el nuevo dueño, siempre un “señor” , le acepte
como simple colono. El formular oposición -abogados, viajes y avisos- puede
53
costarle más de lo que el terreno vale. Manuel Sánchez Palacios , refiriéndo-
se a la ley 6648 del 14 de diciembre de 1926, que subsana vacíos en la titula-
ción de inmuebles rústicos, señala que es utilizada para variar los linderos de
fundos y que, además, llama la atención “por su hermetismo para amparar
derechos de terceros”.
Otros puntos procesales, con escaso detenimiento, son estudiados por
54
Malpartida Morales en Problemas indígenas en Relación con nuestras Leyes ,
52
Añaños, Artemio. Los títulos supletorios y la propiedad rústica indígena. Lima,
1918.
53
Sánchez Palacios, Manuel. Derecho Procesal Civil . Lima, 1950.
54
Malpartida Morales, Oscar. Problemas indígenas en relación con nuestras
leyes. Lima, 1920.
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La Emancipación frente al Indio Peruano
55
por Escobar Gamarra en su Condición Civil del Indio y por Luis Aguilar en sus
56
Cuestiones Indígena s . La situación de desamparo del indio perdura, por
otra parte, no solo por deficiencia o falta de adecuación de la ley, sino tam-
57
bién porque, como ha dicho Guillermo Romero , “no todos los jueces están a
la altura moral que les corresponde” y es demasiado frecuente la “ignorancia
inexcusable”. Taita Yoveraqué, reciente novela laureada de Francisco Vegas
Seminario, narra, con meritorio realismo, la forma en que procede el gran
hacendado para efectuar el despojo legal de las tierras de sus miserables veci-
58
nos .
Se ha seguido, pues, durante la república, mirando al indio no como a un
compatriota, como a un conciudadano, sino cual siervo que solo tiene debe-
res pero que carece de derechos. Los prejuicios raciales, sólidamente arraiga-
dos en nuestro país, especialmente en las clases medias -que, irónicamente,
son mayoritariamente mestizas- han contribuido a complicar aún más la
situación general del indio, ya agravada por el hecho de que este carece por
completo de orgullo racial, a causa de lo cual trata de fugar de su grupo, a
hacerse pasar por lo que no es, tal como magistralmente lo estudia, desde un
59
punto de vista literario y psicológico el ecuatoriano Icaza .
60
Es natural que el indígena tienda a sustraerse de su grupo social. La OIT
ha estudiado con detenimiento que así sucede en todas partes en donde una
minoría se encuentra en una situación de suma inferioridad con respecto al
resto de la población. En el Perú, esa inferioridad va desapareciendo muy len-
tamente por la marcha general de la economía. El indio -como lo afirma el boli-
61
viano Otero- ha variado de medio circundante. El indio atawalpense no tuvo
el mismo medio circundante que el indio actual, aunque se halle sometido al
mismo control geográfico. El indio actual sufre influencias de medios distin-
tos. Con solo salir del campo irrumpe a diversos paisajes, como la ciudad, las
minas y las industrias, “donde recibe otras influencias y despiertan tendencias
y vocaciones dormidas” . Labor de los legisladores es ahora, repito, el orien-
tar, sin perder de vista las antiguas leyes, el capitalismo surgente en la sierra;
pero orientarlo de modo que beneficie en el mayor grado posible al indígena.
El creciente comercio serrano, las nuevas carreteras de penetración, la multi-
55
Escobar Gamarra, Julio. La condición civil del indio . Lima, 1925.
56
Aguilar, Luis F. Cuestiones indígenas. Cuzco, 1922.
57
Romero, Guillermo. Estudios de legislación procesal . Lima, 1914.
58
Vegas Seminario, Francisco. Taita Yoveraqué . Lima, 1956.
59
Icaza, Jorge. Media vida deslumbrados . Buenos Aires, 1950.
60
OIT. Poblaciones indígenas. Ginebra, 1953.
61
Otero, Gustavo Adolfo. Figura y carácter del indio . La Paz, 1954.
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La Emancipación frente al Indio Peruano
Sea coma fuere, a partir del 11 de agosto de 1826, el indio sufrió nueva-
mente el vejatorio tributo. La contribución de castas estuvo vigente solo
hasta noviembre de 1829, pero la de indígenas siguió en vigencia por un lapso
mucho más prolongado que abarca hasta el gobierno del Mariscal Castilla,
quien la suprimió el 5 de julio de 1854.
El tributo representó para los caudillos emancipadores una sola cosa: un
ingreso seguro. Que hubo divergencias notables entre los grupos dirigentes
sobre la inconveniencia o conveniencia de restablecerlo lo prueba el hecho
de que existen 28 disposiciones sobre contribución entre 1821 y 1830.
Suprimir, aumentar, disminuir, igualar, exonerar, recargar son las constantes
de esas disposiciones. Causa o consecuencia, o ambas cosas simultáneamen-
te, en círculo vicioso, fue el desorden económico y administrativo. El perjuicio
fue para el sector más débil, el indio, que más de una vez se preguntaría que
era lo que realmente significaba la Independencia, las nuevas banderas y los
nuevos himnos. Mejor dicho, el indio “pagó”, por segunda vez. San Martín, a
poco de subir al poder (66) declaró “propiedad nacional” a las Cajas de
Comunidades y de Censos. Se apropió así el gobierno de 150 mil pesos,
mediante un despojo carente de todo fundamento jurídico. Fue punto de par-
tida de esta apropiación la creación el 12 de setiembre de 1821 de la
Dirección de Censos y Obras País, organismo destinado a administrar todos
los “haberes del estado”, entre los que se incluyó a los “censos de indios”.
Fueron graves las consecuencias de esta medida. Las Cajas de
Comunidad eran un factor de cohesión en los poblados indígenas.
Prácticamente eran los saldos del tributo colonial que durante la Colonia se
empleaban con fines de beneficencia provincial y para el pago de las obras
públicas locales. El indio, indudablemente, debió sentir esta medida como un
acto en su contra. Máxime si se considera que dichas cajas, por Declaración
Real, pertenecían a los indios. Era imposible lograr una peruanidad integral
con decretos de este cariz.
67
Los deudores de la caja, por otra parte -según Carlos Valdez de la Torre - ,
todos pudientes, persistieron en su política virreinal de no pagar réditos ni
devolver capital hasta, por prescripción, eximirse de los pactos contraídos.
Los requerimientos fueron vanos y los capitales de las comunidades pasaron
a incrementar los de sus explotadores de la época colonial, convertidos ahora
en ardorosos republicanos. Con extraño simbolismo antinacional el 7 de
noviembre de 1823 fueron devueltos por Bolívar los bienes embargados a los
enemigos de la emancipación americana.
67
Valdez de la Torre, Carlos. Evolución de las comunidades indígenas . Lima, 1921.
81
Juan José Vega
82
La Emancipación frente al Indio Peruano
83
Juan José Vega
77
Algunas Cuestiones Sociales con motivo de los cané. Lima, 1867.
78
Oviedo, Juan. Colección de leyes, decretos y resoluciones . Lima, 1870.
79
Quirós, Mariano Santos de. Colección de leyes, decretos y resoluciones. Lima,
1831.
80
Reyna, Ernestq. El Amauta Atusparia . Lima, 1932.
81
Vásquez, Manuel. Indígenas del Perú . Caraz, 1906.
82
Basadre, Jorge. La multitud, la ciudad y el campo . Lima, 1947.
83
Barra, Felipe de la. El indio peruano en las etapas de la conquista y frente a la
república.- Lima. 1948. .
84
La Emancipación frente al Indio Peruano
84
Dellepiane lo confirman . Y sería un error de apreciación histórica así afir-
marlo porque los militares de entonces no podían ir, socialmente (aunque a
veces lo hicieron y con éxito) más allá de donde iban los legisladores. La acti-
tud de los “padres de la patria”, frente a las justas sublevaciones indias, no
fue positiva y tal vez la prueba más amarga de esta consideración la de un pro-
yecto de ley presentado el 8 de mayo de 1867 a las cámaras por los diputados
por Puno, Quiñones, Luna y Riquelme, con motivo del levantamiento de
Huancané. El proyecto de ley, que el congreso tuvo la osadía de “aceptar a
consideración” -y que habría sido aprobado de no intervenir fogosamente la
prensa- solicitaba el envío de una división de las tres armas al Titicaca, “apar-
te de las fuerzas destacadas” ; formación de Consejo de Guerra a los jefes de
los sublevados; el confinamiento en la selva de las comunidades más belico-
sas y el remate de los bienes de los indios participes en la insurrección. Como
si esto fuera poco se pidió asimismo la dación de las leyes que sean necesarias
“para cortar de raíz la funesta tendencia a una guerra de castas”. Mientras
esto sucedía en el parlamento, en la frontera, el Prefecto de Puno pedía la
85
intervención de las tropas bolivianas para sofocar el movimiento .
Y se cometería una seria equivocación si se juzgase a estos acontecimien-
tos como remotos o irrepetibles. Hay pruebas muy cercanas del malestar
86
social indígena traducido en violencia . También Bustamante Cisneros seña-
87 88
ló en 1918 el riesgo de una sublevación indígena . La liga de hacendados
citó treinta y tres casos de disturbios que calificó de “serios” solo durante el
lapso de 1922. Los sucesos de Cerro de Pasco en 1947, de la sierra de La
Libertad, de Lircay, de Cajamarca y de otros lugares en fechas posteriores son
casos dignos de ser tomados en consideración para obrar con la previsión
necesaria. Igualmente los choques entre comunidades se multiplican y el abi-
geato se desarrolla. El abigeo es el indio no solo descontento sino también
burlador de la ley. Y como bandolero es antecesor directo del guerrillero. Los
ejemplos pues de México y de Bolivia no deben ser olvidados para evitar
cruentas luchas internas en el país. Y quienes propugnan estas rebeliones
deben recordar que en el Perú todos los movimientos indios, están condena-
dos al fracaso, mientras no se adecúen a la realidad del siglo, mientras signifi-
quen un retorno al nacionalismo inka, ya caduco en un país que debe tanto a
las culturas nativas como al occidente para su formación. “El retorno román-
84
Dellepiane, Carlos.- Historia Militar del Perú.- Lima, 1943.
85
Bustamante, Juan. Los indios del Perú . Lima, 1867.
86
Almanza, Antonio. También el indio ruge . Cuzco, 1930.
87
Bustamante Cisneros, Ricardo. Condición jurídica de la comunidad. Lima. 1919.
88
Liga de hacendados. La verdad en la cuestión indígena . Lima, 1922.
85
Juan José Vega
tico -ha dicho José Carlos Mariátegui, hablando de una revolución india en la
89
república -, no es mejor como plan, menos anacrónico, que la honda y el
rejón para vencer a la república”. El programa del movimiento era tan viejo
como su parque bélico.
Esas insurrecciones no debieron haberse producido en la república, obli-
gada a reivindicar al indio. Pero fueron lógica consecuencia de leyes inade-
cuadas, de leyes incumplidas. La estructura de la propiedad agraria en la sie-
rra ha sido causa fundamental del problema indígena, como bien lo estable-
90 91
cen José Domingo González y Bedoya Villacorta , pero no la única, como
92
meridianamente lo señala, aunque exagerando lo racial, Erasmo Roca . Es
93
sin embargo imposible negar, como lo hace Pedro Irigoyen , el papel desem-
peñado por el patrón y el hacendado en el atraso y servidumbre del indio
peruano, aunque dignas excepciones aparenten lo contrario.
El indio ha estado prácticamente al margen de la ley en el Perú. En el pre-
sente siglo, apenas promulgada la nueva Constitución de 1933, el gobierno se
encargaba de “aplicar” las garantías individuales con los trabajos forzados de
los indios en la carretera de Huánuco-Pucallpa. Saturnino Vara Cadillo estu-
dió detenidamente el punto: hambre, persecución, miseria (un sol por 15
94
días de trabajo) y muerte . Se continuaba aplicando el tradicional método
del “enganche”, sistema de contrato sui géneris estudiado por Francisco
95 96 97
Mostajo , J. M. Salazar y M. A. Denegri . De la lectura de estos tres tratadis-
tas se deduce que fue innegable el retorno a dicha práctica esclavizante pese
al retroceso que a principios de siglo (1902) se experimentó con la obra de la
Misión Maguiña. Los Reglamentos de Locación de Servicios de 1913 y de
Enganche de Peones de Montana de 1911 solo fueron utilizados contra el
indio; nunca a su favor. La tribu selvática de los huitotos casi desapareció en
aquella época. Hoy estos abusos van siendo liquidados en virtud del desarro-
89
Mariátegui, José Carlos. Prólogo a “El Amauta tusparia”. Lima, 1932.
90
González, José Domingo. “El problema de la tierra en el Perú”. Revista
Universitaria, 1930.
91
Bedoya Villacorta, Julio. El problema indígena . Lima, 1948.
92
Roca, Erasmo. Por la clase Indígena. Lima, 1935.
93
Irigoyen, Pedro. El conflicto y el problema indígena . Lima, 1922.
94
Vara Cadillo, Saturnino. La trata de indios en la carretera Huánuco-Pucallpa.
Lima, 1936.
95
Mostajo, Francisco. Algunas ideas sobre la cuestión obrera . Contrato de
Enganche . Arequipa, 1913.
96
Salazar, J. M. El contrato de enganche. Lima, 1920.
97
Denegri, M. A. La crisis del enganche. Lima, 1911.
86
La Emancipación frente al Indio Peruano
llo del capitalismo que, a través de sus diversas manifestaciones, brinda a los
pueblos atrasados mayores posibilidades de libertad y de justicia.
El Estado asimismo ha permitido, con su indiferencia, la supervivencia de
antiguas instituciones que perduran por consuetudinarismo, pese a ser las-
tres para la superación de la conciencia indígena, al menos, mientras no se
modifiquen en lo substancial. Legalmente no existen servidumbres persona-
les, pero en la realidad subsisten. Tal es el caso de los varayoq que, con dete-
98
nimiento, analiza Pastor Ordóñez . Son mochas las costumbres antiguas que
superviven en el agro serrano sin que la ley actúe para modificar lo que de
malo exista en ellas. El Fisco, increíblemente, multiplica sus ingresos en el ren-
glón correspondiente, con los gravámenes a la coca. Le es indiferente que en
muchas haciendas se practique la costumbre de pagar parte del salario con
este producto cuyos perjudiciales efectos para la salud pública nacional y la
elevación del nivel intelectual del aborigen son asaz conocidas. Los crecientes
impuestos al alcohol han sido llamados, con justicia, el nuevo tributo del
indio. Llama la atención saber que según la Memoria del Estanco de la Coca
(99) los ingresos del Fisco con el consumo de esa hoja han subido de 2 a 17
millones de soles, en cifras redondas, entre 1949 y 1956, lo cual no impide
que radios y periódicos, incluyendo los del Estado, se refieran constantemen-
te a la necesidad de extirpar el coqueo.
Hoy en día asombra encontrar numerosas disposiciones lo bastante
recientes como para que no hayan caído en el olvido y lo bastante antiguas
como para haberlas ejecutado aun fuese parcialmente. Ejemplos de estos
casos son la ley que permite el empleo de las lenguas aborígenes en la alfabe-
tización indígena; la obligatoriedad de levantar una escuela allí donde existan
más de 30 niños; la ayuda estatal a prestarse a las comunidades; la obligato-
riedad de la inscripción de las comunidades (cientos pugnan por ser reconoci-
das), etc. Causa pasmo verificar que la última ley sobre salario mínimo de los
100
indios se remonta a 1916 y que este es de solo 0.20 cts. Llama asimismo la
atención la rapidez con que fue olvidada esa ley de Ramón Castilla de 11 de
octubre de 1847, fruto de la ardorosa polémica sostenida entre Bartolomé
Herrera y José Gálvez, por la cual se declaró ciudadanos, con derecho a sufra-
gio, a los indios casados o mayores de 25 años, supiesen o no leer y escribir.
101
Por ello Luis E. Valcárcel ha dicho “ilusión perniciosa, engaño interesa-
do (es el) pensar que el indio puede redimirse por una ley o unos cuantos
98
Ordóñez, Pastor. Los Varayoq . Cuzco, 1918.
99
Estanco de la Coca. Memoria. Lima. 1957.
100
Ley de 13 de octubre de 1916.
101
Valcárcel, Luis E. Tempestad en los Andes . Lima, 1927.
87
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88
La Emancipación frente al Indio Peruano
107
Fraga Iribarne lo recuerda en el prólogo de “Las Constituciones del Perú” de
José Pareja Paz Soldán. Madrid, 1954.
108
Quirós, Mariano Santos de. Colección, etc. Lima, 1831.
89
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109
Perú no llegaron nunca a publicarse. Razón tuvo Francisco García Calderón
110
en preguntarse , tras más de cincuenta años de república, “¿con tantas
leyes, que ventajas positivas ha reportado el indio, en cambio de tantos servi-
cios que se le exigen?”. Grave interrogante. Aun hoy es posible, en varias
regiones del país, recoger interminables versiones y casos de abusos e ilegali-
dades, tal como lo hizo, años ha, el Patronato de la Raza Indígena de
111
Huánuco .
Así, lentamente y a tumbos, fue formándose el Estado peruano. Aún no
éramos una nación. Las dificultades se multiplicaban. La Carta del 28 fue una
esperanza por la indudable esterilidad de los caudillos militares. Pronto ven-
112
drían las “jornadas tal vez fangosas” de la Guerra con Colombia . Muere
Bolívar en 1830. Casi simultáneamente nace Ecuador y se disuelve la Gran
Colombia. Deja por tanto de ser la alianza con Bolivia la base de la política
exterior peruana. (Santa Cruz habría de invertir los conceptos, mirando avizo-
ramente hacia el sur). Se había dejado de tener el enemigo más poderoso al
norte. Surge el sur, esa espada colgada al cinturón de América que es, como
se ha dicho, Chile. Como la Gran Colombia combatirá también este país la
unión peruano-boliviana que pudo haber logrado de estos dos Estados una
gran potencia americana. A partir de entonces habríamos de ser siempre,
como lo ha escrito Emilio Romero, “amigos o víctimas de la paz americana”.
109
Ley expedida el 12 de marzo de 1824.
110
García Calderón, Francisco. Diccionario de la legislación peruana - Lima, 1879.
111
Patronato de la raza Indígena de Huánuco. Memoria . Huánuco, 1929.
112
Basadre, Jorge. La iniciación de la república . t. 1. Lima, 1929.
90
La Emancipación frente al Indio Peruano
Capítulo 3
El Decenio 1821 - 1830
1
El imperio Inkaiko no sólo fue un estado totalitario sino, tal vez, el más totalita-
rio de los Estados en la historia humana. Su rígido centralismo puede compararse con
el de Egipto Antiguo. Su disciplina militar con la espartana. Por la dureza de sus leyes
91
Juan José Vega
penales hace recordar a los antiguos reinos mesopotámicos. Por el absolutismo de sus
monarcas puede parecerse a los sultanatos turcos. Empero, el lnka no era un sobera-
no cruel, salvo en casos extremo, y gobernaba más bien como un padre muy severo
sobre sus dos o tres millones de súbditos entre los cuales la supervivencia de formas
colectivas de trabajo hacía posible no únicamente una mayor productividad sino tam-
bién la vigencia de normas de previsión social. Sin embargo, esto no indica que el impe-
rio fuese socialista, mucho menos, comunista. La existencia de la gran propiedad en el
inkario es indudable. Las rebeliones fueron frecuentes. Se dio también un tipo espe-
cial de esclavismo. Además, los conceptos de comunismo y Estado se excluyen mutua-
mente.
92
La Emancipación frente al Indio Peruano
mas actuales. Este hecho, que presta mayor interés a la historia del derecho
peruano, muestra claramente que no se ha descontado la ventaja que la his-
toria o el tiempo nos tornó en aquel periodo. De cualquier modo, con o sin
nuestra voluntad, iniciamos en 1821 una vida independiente y entonces,
injustamente, pagamos el retraso de España frente al resto de Occidente,
retraso que habíamos heredado ya con la Conquista y del cual no se han libra-
do hasta el momento ni la metrópoli ni la mayor parte de sus antiguas colo-
nias.
Faltó en la etapa de la Emancipación y en los primeros años de la repúbli-
ca el temple que solo dan, durante la tiranía, la conspiración intensa, el
motín, la asonada. Todos los estudiosos de la realidad peruana fueron fidelis-
tas: Baquíjano y Carrillo, Morales Duárez, Victorino Montero, Bravo de
Lagunas, Lorenzo de Vidaurre. Los futuros ministros y consejeros de los liber-
tadores extranjeros lo habían sido también de los virreyes. Los caudillos mili-
tares, salvando a los adolescentes, que solo alcanzarían la madurez en la déca-
da del 30, o aún más adelante, fueron en el Perú de filiación realista y sólo
cambiaron de banderas al ver perdida la causa de España. El movimiento inte-
lectual -hombres e instituciones-, fue religioso, conservador y totalmente
moderado. Con excepción del Diario de Lima , manuscrito y clandestino,
todos los periódicos fueron reformistas. Amantes del País no pensó en la inde-
pendencia americana salvo, tal vez, como disquisición dialéctica. Las traicio-
nes, por otra parte, es sabido que, en esa época, abundaron, entre civiles y
militares. Faltó pues, en general, quien asumiese en esa época la responsabi-
lidad de la emancipación peruana y de los anárquicos años que siguieron. De
ahí no solo la falta de planes nacionales, especialmente para las masas indias,
sino también la frecuente intervención de los extranjeros en la iniciación de la
vida republicana. Expresión de aquel estado fue la redacción del Estatuto y
del Reglamento de San Martín por extranjeros. La independencia, por así
decirlo, nos cogió de sorpresa. De los tres ministros de San Martín, solo uno
fue peruano: Hipólito Unanue. Y, aún este, un tanto tarde se había acogido
bajo sus banderas. En las negociaciones de Miraflores había actuado como
secretario del Virrey.
En general, antes de la Emancipación, todos coincidieron con Baquíjano
en demandar tan solo un “gobierno sensato”, por parte de España. Única-
mente Riva Agüero, en sus celebres 28 Causas, se había atrevido a afirmar
rotundamente que el interés de América estaba en abierta contradicción con
el de España.
Posteriormente, tras la retirada de San Martín, ante el vacío dejado por el
prócer argentino, por ese proceso de nuestra evolución política que, García
93
Juan José Vega
2
Calderón llama “los excesos del gobierno o los excesos de la anarquía”, se
trató de pasar de un reformismo tímido, de un republicanismo indeciso (que
había sido precedido de un realismo acérrimo, largamente cultivado por el
absolutismo de los incapaces Felipes y de los increíblemente torpes Carlos IV
y Fernando VII) sin escalones intermedios, sin formas eclécticas y transaccio-
nales, a la vida democrática, liberal y parlamentaria. Los resultados fueron la
idealista Constitución del 23, la demagogia, el libertinaje político y las derro-
tas militares frente a los realistas. Las consecuencias no se hicieron esperar:
motines, asonadas, traiciones y confabulaciones se sucedieron ininterrumpi-
damente sobre un telón de fondo de leyes incumplidas, obscuras y, a veces,
contradictorias; de una legislación tan frondosa como inoperante. El indio,
tan explotado como antes, pudo bien preguntarse si se habían producido real-
mente cambios esenciales en el país. Pudo afirmar, con más seguridad que
nadie en América, que, como dijera un irónico sacerdote, no se había hecho
sino cambiar “mocos por babas”. El indio sabía, sin conocerla, cuan cierta era
aquella frase que alguien escribió en los muros de la Plaza de Quito, debajo
del jactancioso lema “último día del despotismo”. Esa frase era: “… y primero
de lo mismo”.
Por ese debilitamiento institucional, por la invalidez de los principios que
debieron ser los rectores de la iniciación de la vida republicanas, la crisis del
nacimiento del Perú independiente, se agudizó. Era ya tarde para pensar en
la monarquía constitucional, formula sagaz y conciliatoria, en opinión de Raúl
3
Porras . Debió adoptarse desde un principio, y a ello tendieron los esfuerzos
del Protector. Pronto caducaría, empero, la tesis de establecer un príncipe
4
europeo en el Perú. El propio Bolívar -según Távara - habría dicho a San
Martín en Guayaquil: “Si Ud. quiere ser rey, yo seré su general; pero no traiga-
mos basura de Europa”. Pero ambos pensaron sin duda que, en medio del
caos reinante, había demasiados aspirantes a una corona y muy pocos capa-
ces de llevarla con prestancia. Quedó establecida la República, pero con el
5
tiempo el presidente se convirtió en lo que Víctor Andrés Belaúnde llama un
virrey sin monarca, sin Consejo de Indias, sin oidores y sin juicio de residencia.
Fueron los caracteres del sistema presidencial su poder absoluto en el ejecu-
tivo, su dominio del parlamento y la tendencia a la reelección.
2
García Calderón, Francisco. Le Perou Contemporain . París, 1907.
3
Porras, Raúl. “La conferencia de Punchauca y el republicanismo de San
Martín”. En, Revista Mar del Sur, Nro. 12.
4
Távara, Santiago. Historia de los partidos. Lima, 1951.
5
Belaúnde, Víctor Andrés. La crisis presente . Lima, 1940.
94
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6
Basadre, Jorge. Chile, Perú y Bolivia independientes . Barcelona, 1948.
95
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96
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11
Hamm, William A. The American people . Nueva York, 1939.
97
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causa del predominio de los primeros se produjo en esos años lo que John
14
Rowe denomina el “curioso espectáculo” de la formación de un régimen
para el Perú independiente integrado por los mismos sectores que lo habían
disfrutado bajo el yugo de España. Las nobles, en efecto, acapararon los mejo-
res puestos en la iniciación de la república. Intrigas y rivalidades habrían pron-
to de enfrentar a esos hombres entre sí y, principalmente, con los jefes
extranjeros. Por ello Bolívar tuvo que luchar decididamente contra ellos y ter-
minar la emancipación peruana con la oposición de los más visibles miem-
bros de la nobleza. La envidia de los émulos fue, empero, antes que el interés
clasista encontrado (Bolívar jamás pensó lesionar los intereses de la aristo-
cracia) en móvil de las tradiciones de entonces. La nobleza podía llegar hasta
el extremo de aceptar a regañadientes la Emancipación, pero no aceptada al
amo venido de fuera que significaba don Simón Bolívar para aquella clase.
La aristocracia peruana ganaría aquella lucha. Los bienes “secuestrados”
-a causa de haber seguido sus propietarios al ejército realista-, por San
15 16
Martín fueron devueltos por Bolívar , seguramente deseoso e atraerse a la
nobleza o cuando menos, de acentuar las disensiones en ella existentes. Ya
17
San Martín, además, había permitido, mediante ley especial , el uso de los
escudos nobiliarios. No mucho más tarde, tras la capitulación de Ayacucho,
habría de recuperar la aris tocracia casi todas sus antiguas posiciones, bajo un
manto suntuoso de republitanismo, igualdad nacional y democracia. Como
bien se ha dicho, la Capitulación de Ayacucho demostró, en cada uno de sus
18
parágrafos, la vacuedad social de la Emancipación Americana . La
19
Emancipación fue sólo “afirmación y autonomía del poder feudal colonial” ,
logradas con la deformación de las nuevas ideas europeas, totalmente pre-
maturas para nuestro país.
Al iniciarse la república -ha dicho García Calderón- “sólo había dos cami-
nos a seguir: o negar al indio sus derechos políticos, faltando a la justicia y a la
humanidad; o hacer de él un ciudadano igual en derechos a los demás. El pri-
mer expediente era injusto o inconsecuente con la libertad que por todas par-
tes se había proclamado; y además conservando a los indígenas en su abati-
14
Rowe, John. “El movimiento nacional inka en el siglo XVIII”. En, Revista de la
Universidad del Cuzco, Nro. 107. Cuzco, 1954.
15
Decreto de agosto de 1821, dado por el protector.
16
Ley de 7 de noviembre de 1823.
17
Ley de 27 de diciembre de 1821.
18
Castro Pozo, Hildebrando. Del ayllu al cooperativismo socialista . Lima, 1936.
19
Haya de la Torre, Víctor Raúl. El anti-imperialismo y el Apra. Santiago de Chile,
1936.
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comunidad de españoles” . Es, doloroso comprobar que la república no ha
cumplido ni siquiera con glorificar a los antiguos héroes del Perú.
Pero la república, al iniciarse, no solamente olvidó a estos héroes. Olvidó
también al indio sepultado en las minas y al esclavizado en las punas. Olvidó a
ese indio que durante tres siglos, mientras en Lima vivíase regaladamente,
había optado por el suicidio colectivo antes que seguir soportando una vida
28
infamante . A las madres indias que practicaban el infanticidio para evitar a
29 30
sus hijos futuros sufrimientos . A una raza diezmada por la coca y por el
aguardiente, productos ambos propagados por los españoles. A una raza
cuyo volumen disminuía trágicamente por obra de las nuevas enfermedades
31
europeas y africanas , los trabajos forzados y las sanguinarias represiones.
32
El español no valoró al hombre como factor económico . Lo humano,
33
carecía de importancia para él, pese a los esfuerzos de la corona y a -unos
pocos funcionarios y sacerdotes humanitarios. El ansia por los metales pre-
ciosos, perfectamente lógica, como afirma Mariátegui, en una época en que
no podían exportarse otros productos a Europa, llevó a los conquistadores a
una explotación cruel del indio. Por ello provocaron despoblación e insurrec-
ciones.
Razón tuvieron Riva Agüero y Torre Tagle, al afirmar en los consideran-
34
dos de una de las primeras leyes republicanas del Perú que “los españoles no
tenían otra idea de la riqueza que el que habita en el fondo del África y la gra-
duaban sólo por las cantidades de oro y plata que exportaban de sus estable-
cimientos ultramarinos”. Cuando cayó la plata, se desplomó el imperio.
27
Rowe, John. “El movimiento nacional inca del Siglo XVIII”. En, Revista
Universitaria del Cuzco, Nro. 107.
28
Fernández de Oviedo, Gonzalo. Historia general y natural de las Indias .
Asunción, 1944.
29
“Del cedulario del Arzobispado de Lima”, en: La multitud, la ciudad y el campo
de Jorge Basadre. Lima, 1947.
30
Gutiérrez Noriega, Carlos y Zapata Ortiz, Vicente. Estudios sobre la coca y la
cocaína en el Perú . Lima. 1947.
31
Rosemblatt, Ángel. La población indígena y el mestizaje en América. t. I.
Buenos Aires, 1954.
32
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos : Lima, 1952.
33
La Corona inició una política de protección al indígena no mucho después del
descubrimiento de América. Isabel La Católica concedió gran importancia al problema
del indio: “En un concilio dictado en Medina del Campo el 23 de noviembre de 1504
sentó la reina las primeras bases del futuro derecho indiano.
34
Ley dictada en 19 de abril de 1822.
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de la desaparición del más sólido bastión indio contra el latifundio sino tam-
bién, y esto es lo principal, porque se estableció, en esa ley, que los indios
podrían enajenar “libremente” sus tierras. Asimismo dispuso Bolívar, con
avanzado criterio, que se vendiesen todas las tierras del Estado por “una ter-
cera parte menos de su tasación legítima”. Lo más discutido, aún en nuestra
44
época fue, en ese decreto, el acápite 29 por el cual se declaró a los indios pro-
pietarios de la tierra que poseían.
Es difícil precisar cuáles fueron los alcances de esa última afirmación (el
concepto de posesión ha sido siempre discutido y es más discutible aún cuan-
do lo emite un profano). Empero, posteriores disposiciones bolivarianas pare-
cen indicar que no se trató, en absoluto, con esa medida, de lesionar, como se
ha creído, a veces, a la gran propiedad agraria, al latifundio feudal, sino sim-
plemente de defender al pequeño propietario (quien sólo poseía hasta ese
momento porque la propiedad era negada en la Colonia a quienes no supie-
sen leer y escribir) y al excomunero, no ya, por tanto como integrante de una
entidad corporativa -la comunidad, que disolvía este mismo decreto-, sino
como nuevo propietario individual, como propietario de un lote de tierra que
sus antepasados laboraban desde siglos atrás y que recién le había sido con-
cedido en propiedad merced al reparto de las tierras comunales. Que no
trató Bolívar de perjudicar a la gran propiedad puede también deducirse de
posteriores circulares por él expedidas, en las que insistió sólo en el reparto
de las tierras “sobrantes” y “de comunidad”, sin mencionar, como hubiese
sido necesario por las reacciones que tal medida habría provocado, hacien-
das ni fundos. Una posterior disposición de Bolívar aclaró asimismo que los
repartos debían realizarse sin “agravio” de nadie. Por otra parte, el momento
político, principios del 24, no era adecuado para ganarse la animadversión de
la aristocracia.
La suerte de la Emancipación Peruana estaba más incierta que nunca.
Bolívar no podía ahuyentar a la parte de la nobleza que lo apoyaba. Menos
podía atemorizar a quienes, en el bando realista, empezaban a vacilar en su
empeño de seguir combatiendo por una causa que no recibía el menor soco-
rro de la metrópoli. De todos modos, este decreto bolivariano peca por cierta
oscuridad, máxime si se tiene en cuenta que en los considerandos da, como
razón fundamental, la decadencia de la agricultura motivada por la “posesión
precaria” y el “arrendamiento” . Puede haber algo de las ideas de Manuel
44
Castañeda, Jorge Eugenio. “El indio es propietario de la tierra que posee”. En,
Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos, Año XVI, tomos I,
II y III.
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49
Figura la Breve Relación de los Agravios del Jesuita Antonio de Ayanz en “Pare-
ceres jurídicos en asuntos de Indias”, del padre Rubén Vargas. Lima, 1951.
50
Oviedo, Juan de. Colección de leyes, decretos… . Lima, 1870. La relación de las
leyes indigenistas que han desaparecido se encuentra en el t. XV, p. 315.
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Juan José Vega
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