Juan José Vega - La Emancipación Frente Al Indio Peruano

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LA EMANCIPACIÓN FRENTE
AL INDIO PERUANO
Juan José Vega
Juan José Vega

LA EMANCIPACIÓN FRENTE AL INDIO PERUANO


La Legislación Indiana del Perú en la iniciación de la
República: 1821-1830*

Juan José Vega

Preliminar
No se si sea propio hablar de Derecho Indígena salvo respecto al incaico.
Estimo inadecuado el término en referencia a la legislación protectora de la
Colonia y de la República; y simplemente porque tal derecho no ha sido obra
de los indios. Menos correcto aún creo que es emplear el término indigenista,
porque sobran disposiciones contrarias al indio en sus fines y en su esencia.
Tampoco Derecho Indio, por la misma razón que se rechaza Derecho
Indígena. Tal vez el término más adecuado sea el de Indiano. Es bien cierto
que este vocablo posee en su contenido jurídico una raigambre española y
colonial demasiado profunda, pero, en verdad, la posición del legislador repu-
blicano es, exactamente, la misma que la del legislador español, porque la ley
indiana, en ambos casos, tanto hoy como durante el Virreinato, regula las rela-
ciones económicas y sociales entre dos grupos igualmente diferenciados:
criollos occidentalizados en diversos grados e indígenas. Es siempre, actual-
mente como ayer, la misma ley generalmente protectora y, a menudo, inefi-
caz. En la ley indigenista republicana no existe diferencia radical con la ley
indiana española, ni por el hombre que le da ni por el hombre a que se la des-
tina, ni en sus fines ni en su forma. En esto, como en tantas otras cosas, la
Colonia se ha mantenido viva en la República. ¿Por qué cambiarle entonces
de nombre y llamar indígena a una ley que no es obra de los indios? ¿Por qué
llamarle indigenista, cuando ha sido a menudo anti-indigenista? Si ha existido
algún Derecho Indígena ha sido el del Tawantinsuyu y el de las culturas prein-
caicas. Pero no lo es, en modo alguno, el creado por los hispanidas afincados
en el Nuevo Mundo.
* Tesis para optar el grado de Bachiller en Derecho en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Lima, 1951.

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La Emancipación frente al Indio Peruano

Capítulo 1
Ellos siguen siendo distintos: son los indios

“La nacionalidad peruana no estará definitivamente constitui-


da mientras en la conciencia pública y en las costumbres no se
imponga la imprescindible solidaridad y confraternidad entre
los blancos, los mestizos y los indios”.
José de la Riva Agüero.

Introducción

Enseñó Federico Carlos de Savigny que para mejorar el estado de dere-


cho en un pueblo era necesario impulsar la organización progresiva de la cien-
cia jurídica y sostuvo que las investigaciones de la Historia del Derecho llenan,
en primer término, tan alto objetivo, abriendo fuentes positivas a la ley. De
esas fecundas y vivas fuentes, ocultas en el pasado, pero adheridas a la entra-
ña social, mana la savia vigorosa que vivifica el texto de la ley y, como al árbol
la raíz, la sustenta vigorosa. Frente al tradicional descuido por lo nuestro, por
lo nacional, adquiere la afirmación del jurista alemán, respecto al pretérito
derecho peruano, toda la fuerza de un mandato imperativo cuyo cumpli-
miento es, para nosotros, de inmediata necesidad. El retorno a las fuentes del
Derecho Peruano, cuyos orígenes se pierden en los legendarios tiempos ante-
riores a los inkas, es ineludible deber. Las antiquísimas normas consuetudina-
rias indígenas, aún en parte vigentes en el agro andino, la riquísima legisla-
ción virreinal y las casi infinitas disposiciones republicanas derogadas o caí-
das simplemente en desuso, permanecen en casi total abandono, por lo
tanto sin prestar ninguna utilidad, a un país que tanto las necesita para com-
prender mejor su pasado y estructurar su porvenir.
Puede afirmarse que de no existir ese temerario desprecio por la ley, tan
propio de los pueblos latinoamericanos, herencia de la inaplicabilidad del
Derecho Indiano Colonial, habría solución para numerosos de nuestros pro-

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blemas con el solo conocimiento y la estricta aplicación de las actuales y de


las olvidadas normas jurídicas. Muchos de los presentes dilemas peruanos se
hallan, jurídicamente, solucionados desde hace decenios o siglos. Pero
lamentablemente la ignorancia o el incumplimiento de las leyes han sido las
normas que más se han respetado en el Perú.
Es grande la riqueza del Derecho Peruano pues aquí se han dado cita el
consuetudinarismo indio, olvidado, escaso en normas escritas, pero vigente
en la tradición ancestral del Ande, con los principios clásico-germánicos traí-
dos por la hispanidad con la Conquista. Ignorándose a la mayor parte de la
población peruana, desde nuestra incorporación al gran mundo, a occidente,
es decir, desde el siglo XVI, se dieron códigos y leyes a la europea, criterio colo-
nialista que no varió tras la Emancipación Americana. No fue pues la síntesis
el resultado del choque de las dos culturas, de los dos derechos. La antigua
legislación inka, tan estudiada por hombres como Spencer, Markham,
d'Orbigny, De Greef y Toynbee, sufrió siempre injusto rezago. De este des-
precio por la legislación india; inkaika, colonial o republicana, dio excelente
muestra el reciente Congreso de Juristas efectuado en 1951 bajo los auspi-
cios de la Universidad de San Marcos con motivo de su cuarto centenario: de
todos las ponencias presentadas, apenas si una se ocupó de temas indígenas,
la del Dr. Jorge Eugenio Castañeda, más adelante citada.
España moderó posteriormente esta actitud implantando normas de res-
peto por algunas de las costumbres aunque, por lo general, en la Colonia
primó como era lógico, el derecho del conquistador. El Derecho Inca, al que
aluden directa o tácitamente todos los cronistas, especialmente Cieza,
Guaman Poma, Cobo, Santillán, Polo de Ondegardo, Garcilaso y Murúa tuvo
tras el aluvión de la conquista un campo de acción cada día menos limitado,
aunque siempre reducido y controlado por el derecho conquistador. La
norma india era aceptada solo en cuanto servía para el mejor gobierno virrei-
nal; de lo Contrario, no. En lo jurídico, como en casi todo lo demás, el Imperio
no desapareció con la Conquista, como generalmente se cree. Más bien fue,
en gran parte, usufructuado por los españoles. Así lo estimó, siglos ha, Juan
de Matienzo y lo ha estudiado en tiempos recientes y solo en forma parcial,
1
Nuñez Anavitarte . El propio Means sostiene que “el español no destruyó el
2
Imperio; sino lo utilizó” . Fue mucho lo que de América tomó España, aparte
de oro y plata, para su propio provecho.

1
Núñez Anavitarte, Carlos. El cacicazgo como supervivencia esclavista-
patriarcal en la sociedad colonial . Cuzco, 1955.
2
Means, Philip Ainsworth. Indian legislation in Peru . Boston, 1920.

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La Emancipación frente al Indio Peruano

Pero esas normas indias aceptadas en la Colonia fueron la excepción. Por


lo general el indio, en todas las ramas de la actividad humana, siguió un modo
de vida distinto del resto de la población. Su “weltanschaung” es, aún ahora,
distinta. Está en el Perú, pero no vive en él. Desde la Conquista mantuvo un
mundo separado que, con el transcurso de los siglos, ha provocado la gesta-
ción de un país con dualidad espiritual. La vida del indio se halla, en parte, regi-
da por el antiguo derecho del Tawantinsuyu.
Al Derecho Inka, cuya existencia e importancia imposible es discutir, han
dedicado numerosas páginas varios de los más destacados escritores e histo-
riadores peruanos: Basadre, Porras, Encinas, Valcárcel, Varallanos, Urteaga y
otros muchos. Entre los extranjeros, ha sido tema de investigación, aparte de
los anteriormente citados, para Tschudi, Trimborn, Schmidt, Cunow y Means.
Comentar sus trabajos no es objeto de esta tesis. La obra de más aliento ha
3
sido, empero, la realizada por Jorge Basadre en su Historia del Derecho
4
Peruano, quien ha señalado dos aspectos que dan particular interés al
Derecho Inka: el haberse desarrollado sin influencias extrañas y el pertenecer
5
a un pasado reciente y no remoto. Igualmente recalca que, dada la multiplici-
dad de pueblos y regiones que abarcaba el Tawantinsuyu, sería más conve-
niente hablar de “derechos inkas” que de Derecho Inka. Los funcionarios que
aplicaban aquella justicia, la burocracia judicial inkaika, la estudia Horacio
6
Urteaga .
Este derecho indio ha supervivido en la forma que Maurier llama el “fol-
klore jurídico”: derecho al margen del derecho; escrito en los corazones y
transmitido por la obra y el acto; nunca promulgado, formulado ni codifica-
do; derecho local; derecho privado, en el sentido de no ser publicado; oficio-
so y no oficial; aceptado y no establecido; creación de los gobernados y no de
7
los gobernantes .
Es notable la fuerza de este derecho en el campo de las relaciones fami-
liares. En muchos aspectos del Derecho de Familia tal como lo analiza Víctor

3
Basadre, Jorge. Historia del derecho peruano . Lima, 1921.
4
Basadre, Jorge. “Origen histórico de la norma jurídica y la existencia del dere-
cho Inca”. En, Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos.
Lima, Año I, Nro. 1, 1936.
5
Basadre, Jorge. “La ley del Inca”. En, Revista de la Facultad de Derecho y
Ciencias Políticas de San Marcos. Lima, t. VI, Año VI.
6
Urteaga, Horacio. La organización judicial en el imperio de los incas. Lima,
1928.
7
Basadre, Jorge, “La ley del Inca”. En, Revista de la Facultad de Derecho y
Ciencias Políticas de San Marcos. Lima, t. VI, Año VI.

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8
L. Villavicencio siguen imperando las normas indígenas seculares de la época
prehispánica, apenas tocadas por el impacto de la nueva economía occiden-
tal y del catolicismo.
Este derecho indígena, fundamentalmente en lo que concierne a los dere-
chos reales, fue languideciendo durante la Colonia y en la República, a causa
de su carencia de validez efectiva. Los indios, para defenderse, tuvieron que
apelar al derecho occidental, el que sólo tomó, para uso exclusivo en
América, algunas normas entre las numerosas del consuetudinarismo ameri-
cano precolombino. De estos rezagos normativos precolombinos, de los prin-
cipios cristianos de piedad y caridad, de la ética jurídica occidental, fue sur-
giendo algo nuevo en América: el Derecho Indiano.
Ese Derecho Indiano, supérstite en la República con otras denominacio-
nes, tuvo, ayer como hoy, su razón de ser en la coexistencia, no siempre pací-
fica, de dos grandes grupos humanos en el Perú. Es la nuestra, la peruana, una
doble personalidad, que se manifiesta a través de distintos idiomas, modos
9
de vida, sistemas económicos, psicologías y hasta territorios . Es este el fun-
damental de los problemas del Perú. A los indios no se le ve como al resto de
peruanos, pese a siglo y medio de vida republicana, pese a programas y pla-
nes, a leyes y constituciones, a revoluciones y guerras. Ellos siguen siendo dis-
tintos: son los indios. “Viven al margen de las leyes nacionales”, opinó sobre
ellos, visitando recientemente Vicos (Ancash), donde el Instituto Indigenista
y la Universidad de Cornell realizan una promisoria labor, el Dr. Manuel
Abastos, decano del Colegio de Abogados. Borrar ese margen; salvar la dis-
tancia que separa al indígena del criollo y del mestizo; defender al grupo más
débil del más poderoso, han sido las metas del Derecho Indiano, logradas
solo en parte insignifi cante d urante la Colonia y la República.
Lamentablemente, el indígena tiene que luchar por su igualdad real en un
campo en que la inferioridad social y económica es un lastre muy pesado: la
10
administración provincial de justicia. Afirma así el Dr. Frisancho Macedo por
ejemplo, que durante su experiencia como Fiscal en Puno, jamás vio a un
indio ganar un juicio a un hacendado.
Toda la intelectualidad ha defendido empero, de un modo u otro, al
indio, porque éste, el primero o cuando menos el primigenio de los elemen-
8
Villavicencio, Víctor. La vida sexual del indígena peruano. Lima, 1942.
9
Véase el mapa étnico-lingüístico de la documentadísima obra “Poblaciones
indígenas”, editada por la OIT. Desde el límite sureste del departamento de Lima, cor-
dillera de Turpicotay, hasta la frontera con Bolivia, la presencia india se eleva a lo largo
de los Andes, a un 80% sobre, la población total.
10
Frisancho Macedo, José. Visitas fiscales en Puno . Lima, 1916.

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La Emancipación frente al Indio Peruano

tos humanos integrantes de nuestra surgente nacionalidad, quien al decir de


11
Riva Agüero dio sangre y territorio para la formación del Perú, ha sido el eter-
no olvidado. Disculpable esta situación en la Colonia por condición de venci-
do y de siervo es inaceptable en la República. Y no caben argumentos de infe-
rioridad o de degeneración para justificar el menosprecio por lo indígena.
Antes de preguntarse, ¿qué es el indio? es menester plantearse otra interro-
gante: ¿en qué lo hemos convertido el español y el peruano? Para responder
a esta última no es necesario recurrir a argumentos polémicos (en final de
cuentas no hay soluciones racistas sino problemas raciales). Es suficiente
recordar, como símbolos de la tragedia de un pueblo, el sacrificio de los
Tupaq Amaru o las masacres de Piérola e Iglesias en Puno y Ancash.
La obra social del genio inkaiko fue desmoronándose con el tiempo. Hoy
no queda en los indios sino un recuerdo vago de su pasado y sólo allí donde
existen ruinas que testimonien antigua grandeza. Salvo algunas notables ins-
tituciones, la comunidad verbigracia, todo se ha ido perdiendo por lógica evo-
lución sociológica. El indio no vive su Inkario. Quedan solo, entre otros restos,
fragmentos del antiguo derecho imperial cuzqueño que no por drástico era
12
menos efectivo . De etapas posteriores permanece, como reliquia histórica
o como norma transformada, el Derecho Indiano.
El completo conocimiento de la legislación indiana del pasado sería para
el Perú de suma utilidad. El Derecho es exponente, de la vida social y sus prin-
cipios están arraigados en la entraña misma de las sociedades. Nos revela el
Derecho la historia de cada pueblo, pues, como la palabra, la ley solo nace
para enfrentar una realidad determinada. Jamás hubo norma o vocablo que
emergiese de la nada y así como la Lingüística revela detalles insospechados
del más remoto pasado del hombre, la Historia del Derecho hace lo propio
con la antigua realidad social de los pueblos. Las leyes olvidadas, ocultas, o
simplemente desconocidas, contribuyen cuando se desempolvan, a la eleva-
ción material y espiritual de un pueblo; evitan futuros errores, señalan nue-
vas sendas o recuerdan las abandonadas por falta de fe o por desfavorables
circunstancias históricas.
De aquel primer decenio de nuestra vida independiente mucho nos ha
quedado. Más negativo es el saldo que positivo. Pero no es poco lo alentador,
lo afirmativo. Es así, un hermoso ejemplo para las generaciones actuales, el
afán de libertad y de igualdad de los primeros constituyentes; y ante sus leyes
11
Riva Agüero, José de la. La historia en el Perú . Madrid, 1952.
12
Arias Guzmán, Hernando. Etnología Jurídica del aborigen del Perú imperial.
Arequipa, 1943.

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Juan José Vega

y discursos, al evocar luego nosotros las tiranías que oprimieron sucesiva-


mente al Perú, en forma casi ininterrumpida, no puédese sino recordar aque-
13
lla sentencia de Voltaire : “No hay sobre la tierra un gobierno verdaderamen-
te despótico; lo será, en mayor o menor grado, en razón de la observancia o no
de las leyes y éstas serán cumplidas en la proporción que las sepan o ignoren
los asociados”. Por desgracia, en aquella lejana época de la emancipación, tal
cual sucede ahora, las leyes no llegaron a todos los ciudadanos -mucho
menos a todos los peruanos-, haciéndose de este modo, a causa del descono-
cimiento por el pueblo de sus propios derechos, fácil el triunfo del despotis-
mo. Pero éticamente poco importa que las leyes de entonces se ejecutaran o
no. Quedó el espíritu. Era imposible además, que se cumplieran, cuando los
tribunos que soñaron las grandes reformas, los que dieron las primeras bases
para la construcción de la República, fueron desplazados por los generales
que solo habían cambiado de bandera cuando la causa realista estaba defini-
tivamente perdida y solamente era una cuestión de tiempo su derrota final.
Lo que permanece para las generaciones posteriores, para las nuestras, es el
culto a la libertad, que, por ilusorio que haya sido en ciertas épocas, no deja
de ser grande. En toda aquella etapa -se ha dicho- la personalidad lo fue todo;
el derecho, prácticamente nada. Es un deber impedir que esa historia vuelva
a repetirse. Ni el Parlamento se ha creado solo para hablar ni el Ejecutivo úni-
camente para mandar.
Ilusorios también fueron, en ese entones, ciertos ideales, no porque la
libertad sea inalcanzable en si misma, sino a causa de que era ella, en el perio-
do histórico a que nos referimos, anhelo de unos pocos de los más avanzados
representantes de la intelectualidad colonial y no un sentir multitudinario.
Expresaba tan solo la realidad de un grupo escogido y no la de un pueblo al
cual no habían llegado las nuevas ideas europeas. Carecía el ideal de libertad,
entendido a la francesa -no al modo sanguinario y heroico de las insurreccio-
nes qeswas y de los primeros movimientos criollos-, de vinculación con las
masas nacionales. Este distanciamiento era total con respecto a las masas
indias, que constituían la mayoría de la población peruana al empezar el siglo
XIX. Se hallaban los indígenas espiritualmente aislados de la minoría domi-
nante del país. No tenían elementos anímicos de conexión, salvo el catolicis-
mo, y un catolicismo paganizado, con el país que empezó a forjarse, en un
ciclo histórico que no ha finalizado todavía, con el desembarco de Pizarro en
Tumbes y la muerte de Atawalpa en Cajamarca. El cataclismo ocasionado por

13
Voltaire. Diccionario filosófico . Buenos Aires, 1950.

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La Emancipación frente al Indio Peruano

14
la Conquista, al que se refiere Julio C. Tello en su Introducción a la Historia
Antigua del Perú, seguía entonces, en mayor grado que hoy, sin ser supera-
do. La situación de inferioridad, de aislamiento del indio, se ha debido en gran
parte al menosprecio que por el han sentido blancos y mestizos -y aun amari-
llos y negros- a lo largo de toda la historia peruana. Por ventura ese senti-
miento ha sido, con discutible éxito, acremente censurado por mentalidades
tan dispares y antagónicas como Víctor Andrés Belaúnde, José Carlos
Mariátegui, González Prada y Riva Agüero. Aunque desde distintos puntos de
vista, todos han concordado en la necesidad de redimir al indio. Nadie, empe-
15
ro, lo ha logrado. V. A. Belaúnde, en La Realidad Nacional reconoce -con
hidalguía hacia la izquierda- que el merito principal de Mariátegui es “haber
dado el primer lugar en la sociología nacional al problema del indio” . Por su
parte el heterodoxo marxista peruano reconoce la noble labor del sacerdote
en América y las vanguardistas concepciones sociales jesuíticas en algunos
puntos de América. Pero la concordancia, en líneas generales y sin afirmar
por ello que sea perjudicial o innecesaria, poco de positivo ha producido para
el indígena. Tal vez la causa principal de esta situación sea que el indio no es
indigenista. Hasta ha sido difícil definir al indio (y existen para ello quizá dema-
siados criterios) y ya el Primer Congreso Indigenista Interamericano celebra-
do en Patzcuaro (Michoacan) se planteó la interrogante: ¿existe el indio?
Es pues muy poco lo que se ha avanzado en la senda de la recuperación
del indígena peruano. Pese a algunas mejoras parciales, su status es uno de
los peores del orbe. En lo referente a la alimentación, por ejemplo, la
Comisión de la ONU para Estudio de las Hojas de Coca, calificó a la nuestra, y a
16
la boliviana, de población desnutrida . El nivel promedio de vida en la sierra,
17
por la elevada morbilidad, alcanza solo a 32 y 40 años, según regiones .
Afirma Luis N. Sáenz que en escasos grupos humanos del mundo puede
18
hallarse poblaciones tan subalimentadas como entre los indios del Perú . En
lo que a vivienda se refiere, se ha dicho que en diversas partes de la sierra no
existen diferencias muy grandes entre las actuales construcciones y lo edifi-
cado por el hombre cuando abandonó las cavernas. En la promiscuidad, con
carencia absoluta de higiene, en convivencia con animales domésticos, viven
las familias indígenas.
14
Tello, Julio C. Introducción a la historia antigua del Perú. Lima, 1922.
15
Belaúnde, Víctor Andrés. La realidad nacional. Lima, 1945.
16
ONU. Informe de la Comisión para el Estudio de las Hojas de Coca . Nueva York,
1950.
17
OIT. Poblaciones indígenas. Ginebra, 1953.
18
Sáenz, Luis N. El punto de vista médico en el peruano . Lima, 1945.

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Juan José Vega

El campo rural indígena, zona marginal de nuestra civilización, sostiene


Kuczinsky Godard, esta continuamente azotado por enfermedades contagio-
sas. Los indios permanecen hostiles a la medicina y se encuentran fuera del
19
radio de la asistencia y prevención del Estado . La salud del indio se encuen-
tra a merced del curandero aborigen. Igualmente, asistimos en la actualidad
a una perenne migración humana, pues el indio marcha hacia la costa y la
selva y la República ignora enteramente el problema de la agresión climática.
Apenas si los ganaderos de la sierra -afirma Carlos Monge- comienzan a apro-
vechar de los conocimientos científicos en aplicaciones industriales de eleva-
do porvenir económico, mientras “el hombre de los Andes todavía espera que
estos hechos reciban adecuada interpretación en beneficio de su condición
20
humana y de su legislación social” . Por otra parte, del alcoholismo, es
mucho lo que se puede decir. En cuanto a la coca, siendo el Perú uno de los
21
países del mundo en los que menos leche, carne y frutas se consume es el
primer productor y exportador de esa hoja, cuya masticación, si bien no
causa los trágicos efectos que en un tiempo se le atribuyó, es perjudicial y
22
nociva en alto grado para individuos subalimentados . En lo educacional,
solo una cuarta parte de los niños serranos, en 1950, estaban inscritos en las
23
escuelas . Esta proporción ha disminuido, pero el problema básico reside en
que, en la escuela rural, inscripción no equivale a asistencia. Los trabajos cam-
pestres y las distancias motivan un fuerte ausentismo colegial. Esto es tanto
mas grave si se toma en cuenta que más del 70% de la población de la sierra es
24
analfabeta. En algunos departamentos del sur pasa del 80%. En cuanto al
problema de la tierra, el más grave de todos, el indio se ve cercado por el lati-
fundio, mientras que, por otro lado, el minifundio agota sus posibilidades de
producción.
La situación de inferioridad del indio no se da, sin embargo, solo en el
agro, como pretenden quienes tratan de circunscribir la cuestión indígena
dentro de la esfera agraria, o de identificar plenamente ambos problemas. En
el campo se agrava el status indio, pero existe también en la urbe, en la ciu-
19
Kuczinsky Godard M. H. y Paz Soldán C. E. Disección del indigenismo peruano .
Lima, 1948.
20
Monge, Carlos. Aclimatación en los Andes. Confirmaciones Históricas sobre la
“agresión climática” en el desenvolvimiento de las sociedades de América. Lima, 1945.
21
Castro, Josué de. Geopolítica del hambre . Buenos Aires, 1955.
22
Gutiérrez Noriega, Carlos y Zapata Ortiz, Vicente. Estudio sobre la coca y la
cocaína en el Perú .- Lima, 1947.
23
Ministerio de Educación. Plan de Educación Nacional . Lima, 1950.
24
Según datos del Censo de 1940, inaparente, como se señala.

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La Emancipación frente al Indio Peruano

dad, un problema indígena, un problema racial. Para nadie es un secreto que


determinadas instituciones tienen cerradas sus puertas a los indios y aún a
los mestizos. Los prejuicios son, en la costa, fuertes frente al indio, al “cholo” y
hasta respecto al “serrano”. ¿No es acaso grave la situación del niño indio
domestico? ¿Esta debidamente protegida esa niñez arrancada de sus provin-
cias? Por cierto que no. Asimismo, los domésticos, casi siempre indios, care-
25
cen de una protección legal efectiva, real. Ya Moisés Poblete señaló en 1938
la necesidad de que se dicte una adecuada legislación del servicio doméstico,
porque, tal como es entendido ese contrato de locación de servicios en varios
países latinoamericanos, solo constituye una reminiscencia, en pleno siglo
XX, de las prácticas feudales de la Colonia.
En realidad es pus muy poco lo que se ha logrado en tantos años de
República y de indigenismo. Sobran -como afirma Moisés Sáenz- los estudios
que hacen del indio un objeto de curiosidad científica, candidato a la vitrina
de un museo, tema para monografía de estudiosos o para discusión de un
26
Congreso de Americanistas . Falta una acción social justa, eficiente, que per-
mita aplicar las leyes existentes y la dación de las nuevas que sean necesarias,
siempre y cuando existan los canales seguros para su ejecución. Lo contrario
sería caer en el mismo circulo vicioso en el que se ha movido un estado cen-
tralista, “unitario en su forma de gobierno, (que) no logra representar sino
aparentemente y en grado muy relativo, las fuerzas sociales que integran la
27
nación” .
Para iniciar una nueva política frente al indio pocos elementos podrán
ser tan útiles como la Historia del Derecho Indiano. Un derecho nutrido con la
pugna que se produjo del choque de dos concepciones, indígena y occidental,
puesto que la lucha entre el vencido y el vencedor no se tradujo sólo en insu-
rrecciones y represiones, sino también en prolongadas controversias jurídi-
cas, durante las cuales más de un español sirvió desinteresadamente la causa
de los indios y más de uno de estos sirvió de instrumento de opresión de su
raza. De la lucha, y más que de la lucha, de la existencia misma de estos dos
grandes grupos, conquistadores y conquistados, españoles e indios y -
posteriormente- criollos e indios, surge, no únicamente una densa jurispru-
dencia, un prolongado diálogo filosófico-jurídico, hechos que interesan a la
presente tesis, sino también el fundamental de los problemas del Perú: su
25
OIT. Poblete Troncoso, Moisés. Condiciones de vida y trabajo de la población
indígena del Perú . Ginebra, 1938.
26
Sáenz, Moisés. Sobre el indio peruano y su incorporación al medio nacional .
Méjico, 1933.
27
Haya de la Torre, Víctor Raúl. A dónde va indoamérica . Santiago de Chile, 1935.

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Juan José Vega

desunción, su carencia de unidad nacional y de la cual aquellos hechos, la


jurisprudencia y el diálogo, no son sino meros reflejos, expresiones de una
determinada situación social.
Superar nuestro actual estado social es deber de las jóvenes generacio-
nes. Quienes estudiamos Derecho sabemos que al lado de las leyes perjudi-
ciales, que las hubo, se dieron también muchísimas leyes buenas, en el pasa-
do peruano. Se fracasó por su inaplicabilidad. Ese es el punto fundamental
que debe ser tenido en cuenta en toda política indigenista. Se hace necesaria
una reforma de procedimientos, es decir, del Derecho Procesal Peruano,
para los litigios de todo tipo en los cuales intervengan los indígenas.
Asimismo, las leyes proteccionistas deben dedicar más importancia a lo que a
su aplicación misma se refiere que, si cabe, al contenido positivo de la disposi-
28
ción. Sería así necesario acercarse, en ese aspecto, a la tesis de Dora Mayer ,
quien sostiene la necesidad de una dualidad de legislación. De todos modos,
coincidimos con ella en que: “la suerte del indígena es la suerte del Perú”.
Hoy más que nunca se hace sentir la necesidad de una política de aliento
hacia el indio. La sierra y la selva avanzan vertiginosamente. El avión ha llega-
do a lugares en los que es prácticamente desconocida la rueda. La llama y la
mula coexisten hoy con la maquinaria industrial más moderna. Una oleada de
renovación sacude a toda la sierra del Perú. Indudablemente la capitalización
de esta región es el fenómeno más importante de nuestro país en la actuali-
dad. No es fácilmente perceptible desde la capital. Si, en cualquiera de las pro-
vincias. Las nuevas condiciones económicas han acrecentado el capitalismo
nativo en las tres regiones del Perú. Ciudades como Pucallpa, Huancayo y
Piura son ejemplos nítidos de ese proceso. El indígena se va así superando,
más que por las leyes de los hombres por las de la Economía. El capitalismo
está penetrando en el agro andino con la fuerza de un ácido corrosivo para la
sociedad semifeudal. Antes la tierra lo era todo. Hoy es lo principal y nada
más. El campesino conoce ya medios de liberarse. El prosaico camión, la
carretera, la fábrica, la mina, han hecho más por el indio que las más bellas
paginas de indigenismo. Caminos y ferrocarriles, comercio y moneda, han
hecho tanto, o más, por despertar la mentalidad indígena que las predicas
liberales o revolucionarias, el sermón religioso, la escuela laica o la rigidez
29
cuartelaria. Hasta un pensador socialista como Castro Pozo reconoce que:
“la redención del indio depende de un amplio plan vial” y que “sin la existencia
de la línea férrea, Muquiyauyo no habría adquirido el progreso que actual-

28
Mayer de Zulen, Dora. El indígena y su derecho. Lima, 1929.
29
Castro Pozo, Hildebrando. Nuestra comunidad indígena . Lima, 1924.

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La Emancipación frente al Indio Peruano

mente ha alcanzado”. Esa fuerza india que despierta en la sierra es la que es


necesario impulsar, mediante leyes con criterio económico. La “acción popu-
lar” de las comunidades indígenas será punto de partida. Y es promisor el que
un nuevo partido haya tornado su nombre de esta actitud milenaria del hom-
30
bre peruano . Millones de hombres, comuneros, esperan solo al ingeniero, al
técnico, al técnico, al sociólogo, a la máquina, para continuar la labor que,
casi a tientas, realizan desde hace siglos. Hoy se hace necesario el profesio-
nal, el hombre práctico, el técnico, que se encargue en el Perú, entre otras
múltiples tareas, de la ejecución de las reformas agrarias que sean necesarias
y de la realización de una autentica política indigenista, libre de influencias
extrañas y hondamente arraigadas en la realidad nacional. Es realmente,
como lo ha señalado la Organización Internacional del Trabajo, “obligación
americana la de procurar, por todos los medios, la supervivencia de vínculos
comunitarios, que son esencia de tradiciones aborígenes, pero buscando
31
métodos de mejoramiento y progreso colectivo” . La formación de un Banco
Comunal y una tan irrestricta como múltiple ayuda a la comunidad campesi-
na son deberes impostergables de la peruanidad. Dentro de todos estos pla-
nes futuros el conocimiento del Derecho Indiano será de gran utilidad para no
repetir errores y comprender mejor las dificultades del pasado. No para for-
jarse soluciones idealistas como aquella presentada en el Congreso Mundial
de Juristas de Lima (IV Centenario de la Universidad de San Marcos,1951) en
32
una ponencia según la cual el indio resultaba propietario con actual derecho
33
a las tierras que trabajaba en virtud de los decretos de San Martín y Bolívar .
Y también para recordar una y mil veces, que, como con justa indignación
34
escribiera alguna vez Ciro Alegría , “con Códigos y en papel sellado se ha
escrito parte de la tragedia del Perú”.

30
Fue en Chincheros, comunidad apurimeña, donde Fernando Belaúnde tomó el
nombre de “Acción Popular” para su partido.
31
OIT. Garcés, V. G. Condiciones de vida de las poblaciones Indígenas en los paí-
ses americanos. Montreal, 1946.
32
Castañeda, Jorge Eugenio. “El indio es propietario de la tierra que posee.” En,
Revista de derecho y ciencias políticas.- Año XVI, Nro. II-III. Lima, 1952.
33
La ponencia del Dr. J. E. Castañeda fue la única que, sobre temas indígenas, se
presentó en aquel certamen no obstante participar en él una mayoría de peruanos.
¿No es ésta una clara muestra del descuido por nuestros propios problemas?
34
Alegría, Ciro. El Mundo es Ancho y Ajeno. Lima, 1957.

65
Juan José Vega

Capítulo 2
La República, el Indio y la Ley

“La sierra, asiento de la gran mayoría de los habitantes,


cuna de la nacionalidad, necesaria columna vertebral de su
vida, tronco del cual parten las dos cuencas de tierras cali-
das, tiene que ser, por toda especie de razones geográficas e
históricas, la región principal del Perú”.
José de la Riva Agüero

La república debió reivindicar al indio. Esta es una verdad irrefutable, tanto


1
más cierta si se considera, como lo ha señalado Emilio Romero , que, si en el
pasado pudo ser el indígena un problema, hoy significa “la solución”. Nada,
en efecto, es posible sin él: agricultura, minería, ejército e industria. Sin
2
embargo, como con acierto lo sostuvo Mariátegui ; los regímenes republica-
nos han sido, en medidas de protección al indio, inferiores al virreinato.
La Corona Española, desde la promulgación del Codicilo de 1504 por
Isabel la Católica y a partir del reconocimiento de la calidad humana del abori-
gen americano por Alejandro VI, (seriamente discutida en Europa pese a que
la condición humana del asiático o el africano jamás había sido puesta en
duda) evidenció una autentica preocupación por el nuevo hombre descubier-
to por el Occidente. En el Perú, la Colonia concedió -como ha sido estudiado
hasta el agotamiento por los especialistas en Derecho Indiano de Europa y

1
Romero, Emilio. Perú por los senderos de América . Méjico, 1955.
2
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad perua-
na. Lima, 1952.

66
La Emancipación frente al Indio Peruano

3
América - un estatuto jurídico especial al indígena y rodeo a este de varios
organismos protectores en cuyas deliberaciones intervenía, a veces, el pro-
pio virrey. Aún cuando sea cierto que estos organismos no alcanzaron sino
una mínima parte de las metas que se proponían, es indudable que velaron
por algunos de los derechos del indio, entonces, como hoy, social y económi-
4 5
camente inferior. Niceto Alcala Zamora y Rafael Altamira destacan, con
razón, el mérito de España en haber sido el primer país occidental que pro-
mulgó una legislación humana hacia los pueblos dominados. Legislación cuya
complejidad y alcances han merecido profundos estudios de Enrique Ruiz
6 7
Guiñazú y de Ricardo Levene . Lástima fue el que este derecho fuese inapli-
cado en América, especialmente en las zonas mineras.
Durante la Colonia, pasado el momento del botín de la Conquista -a dife-
rencia de la república tras el botín de la Emancipación- España organizó y pro-
tegió el ayllu inkaiko, con miras a una organizada tributación, dado que la
posesión agraria era condición indispensable para el pago de impuestos
entre los indios. Respetó España asimismo el cacicazgo -que pese a sus defec-
tos era una supervivencia de lo antiguo como lo demostraron los posteriores
8
levantamientos- aunque adaptándolo a la nueva forma de gobierno , tal cual
se hizo con tantas instituciones qeshwas. En el plano agrario hubo en la
Colonia, a diferencia de la República, un Santo Toribio de Mogrovejo que veri-
ficó personalmente la redistribución de las tierras entre los indios pobres. Y
existió un exagerado de las Casas, que con sus exageraciones consiguió atraer
9
la atención de los monarcas sobre la miserable situación del aborigen .
Indigenistas, al modo de su época, fueron el primer rector de San Marcos,
10
Fray Tomas de San Martín Fray Cristóbal de Molina y Fray Domingo de Santo
11
Tomas, a quien Raúl Porras llama el primer gramático que chua .
3
Encinas, José Antonio. Contribución a una legislación tutelar indígena. Lima,
1920.
4
Alcalá Zamora, Niceto. Reflexiones sobre las leyes de Indias. Madrid, 1935;
Nuevas reflexiones sobre las leyes de Indias. Buenos Aires, 1944.
5
Altamira, Rafael. Técnica de la investigación del derecho indiano. Méjico, 1939.
6
Ruiz Guiñazú, Enrique. La magistratura indiana . Buenos Aires, 1916.
7
Levene, Ricardo. Introducción a la historia del derecho indiano. Buenos Aires,
1921. Notas para el estudio del derecho indiano. Buenos Aires, 1918.
8
Núñez Anavitarte, Carlos. El cacicazgo como supervivencia esclavista-
patriarcal en la sociedad colonial . Cuzco, 1955.
9
Brion, Marcel. Bartolomé de las Casas. Buenos Aires, 1945.
10
Vargas Ugarte, Rubén. Pareceres jurídicos en asuntos de Indias. Lima, 1951.
11
Porras, Raúl. Prólogo a la edición facsimilar de Gramática Quechua de Fray
Domingo de Santo Tomás. Lima, 1951.

67
Juan José Vega

A diferencia de estos clérigos, que desaparecieron con la innegable deca-


dencia de la Iglesia en el Perú, surgieron durante la República, con éxito
muchísimo menor, los laicos como protectores del indio. El ejemplo del bon-
dadoso Nuñez de Vela no fue seguido. Contrastando con el primer virrey del
Perú hubo muchos presidentes que, como Piérola -en conducta que censura
amargamente González Prada-, sostuvieron en los hechos, por sus vincula-
ciones con el latifundismo provinciano, la primacía de la pólvora sobre las
leyes indianistas. Y Piérola, como otros, llevó el título de Protector de la Raza
Indígena. El demócrata, aunque no por cierto impecable, de los criollos y mes-
tizos, olvidó sus convicciones políticas y hasta religiosas en las masacres de
Ilave, Amantani y Huancané. Y su caso no es una excepción sino más bien una
muestra del proceder de los hombres públicos durante la república.
El gran acierto jurídico indiano del Coloniaje fue el partir en su legislación
de un supuesto innegable: la inferioridad socio-económica del indio. Al adve-
nimiento de la República, en cambio, se dictaron, por buena fe de algunos e
interés de los demás, leyes igualitarias. Es decir, se dieron leyes iguales para
13
individuos desiguales. Felipe II había dispuesto, por ejemplo , el respeto de
los usos y las costumbres en los pleitos, en otras palabras el respeto por las
normas consuetudinarias no opuestas al buen sentido, con lo cual la tradición
ancestral andina adquiría el carácter de fuente supletoria de Derecho
Indiano. La República, no pudiendo liquidarlas, ignoró gravemente dichas nor-
mas. Durante el coloniaje el virrey Príncipe de Esquilache, en su Relación al
sucesor Marqués de Guadalcazar, escribió, resumiendo el notable criterio
imperante: “...una de las cosas que más rigurosamente se les defiende y
prohíbe es la venta de sus tierras, porque solo sirven de que las que valen diez
compra el español por dos y una vez introducido entre los indios los consume
14
poco a poco” . La República concedió, la “igualdad” y la “libertad”. El indio
fue libre de vender sus tierras, incluso las comunitarias. La consecuencia lógi-
ca de esta libertad fue la opresión ya que se produjo una marejada de fraude
legal y de despojo ante la cual poco o nada podían hacer los ignaros, impoten-
tes, campesinos qeshwas, ajenos a leyes, reglamentos y jueces. Como bien ha
señalado Bustamante Santisteban, la República falseó la igualdad real
15
implantando la legal, con resultados que no tardaron en hacerse sentir .

12
Gonzales Prada, Manuel. Horas de Lucha , (Nuestros indios). Callao, 1924.
13
Felipe II. Ordenanza de 17 de agosto de 1565.
14
Frisancho Macedo, José. La propiedad agraria y el caciquismo . Lima, 1923.
15
Bustamante y Santisteban, Pedro. Necesidad de establecer una institución judi-
cial protectora de indígenas. Lima, 1916.

68
La Emancipación frente al Indio Peruano

Así, ante el asombro de los panegiristas de Rousseau y de Montesquieu,


la libertad para el indio se trocó en opresión de este. Con la igualdad, el indivi-
dualismo y la libertad lograba tan solo el crecimiento del feudo y de su poder
económico y burocrático en todas las esferas de la vida provinciana. Resultó
pues el reverso de la Revolución Francesa: inevitable resultado de aplicar, sin
consideraciones de lugar y tiempo, doctrinas entonces prematuras y en parte
inadecuadas para nuestro país. Los grandes lemas de Francia resultaron ina-
plicables al Perú en escala nacional; beneficiaron tan solo a una minoría privi-
legiada con su individualismo disolvente. El liberalismo francés no coincidía
con nuestro desarrollo económico. Los grupos intelectualmente revoluciona-
rios fueron económicamente conservadores. Parte de razón tiene Urquidi
Morales para afirmar que los criollos deseaban tan solo, con la Emancipación
el usufructo del trabajo del indio y del negro del cual era, hasta 1821, España
16
el primer beneficiario .
Al iniciarse la Republica, disolvió Bolívar, dictatorialmente, la comunidad
17
indígena . Habría de suprimir también, con demasiada anticipación, el caci-
18
cazgo -marchito rezago del nacionalismo qeshwa. Y así se hizo pese a que
San Martín había declarado “títulos del Perú a los que antes se llamaban de
19
Castilla” , lo cual hacía necesario el contrapeso de algunos privilegios indios.
Éste fue el principio de la prolongada odisea del indio a través de la República.
Dentro del marco de este abandono y en muchos casos del ataque a lo indíge-
na, la primera víctima institucional ha sido la comunidad, precisamente el
más sólido reducto de los menoscabados derechos indígenas.
Paso un siglo de República antes que se concediese personería legal a la
20
comunidad , soporte económico de más de un tercio de nuestra población e
21
institución cuyos orígenes y formación son los del propio Perú . Fue la comu-
nidad, entre 1821 y 1920 una propiedad no sólo desatendida sino duramente

16
Urquidi Morales, Antonio. La comunidad indígena.- Cochabamba, 1941.
17
Decreto del Libertador de 8 de abril de 1824.
18
Decreto del Libertador de 4 de julio de 1825, en el cual alude a la Constitución
de 1823.
19
Decreto del Protector de 27 de diciembre de 1821.
20
Augusto B. Leguía en 1920. Véase Legislación indigenista. Ministerio de
Trabajo, 1948.
21
La comunidad campesina agrupa, según recientes estudios etnológicos, unos
cuatro millones de peruanos. Al parecer de origen preinkaiko, se vigorizó evolucio-
nando en el ayllu del Tawantinsuyo, tomó varios importantes elementos de la comuna
española y marcha actualmente, ahí donde las vías de comunicación se lo permiten,
por una senda de franco progreso.

69
Juan José Vega

combatida por nuestra legislación. De no mediar otros argumentos, este solo


bastaría para condenar el régimen republicano nacional. Es argumento, tam-
bién, en favor de la discutida obra de Augusto B. Leguía, cuya labor guberna-
mental indigenista -exagerada por sus partidarios, quienes le titularon “Gran
Benefactor del Indio”- es recordada por Ricketts Burga en sus Ensayos de
22
Legislación Pro-Indígena . Fueron, de cualquier modo, cien años en los que
el indio estuvo, económica y jurídicamente, al margen de la ley. La comuni-
dad solo subsistió, como lo afirma Manuel Vicente Villarán, porque respondía
23
a un estado social que no se suprime a fuerza de decretos .
Decir que el indio fue liberado con la Emancipación es hacer una frase,
muy repetida además, para los manuales escolares de historia del Perú. Lo
real es que con ella se le despojó de las leyes protectoras establecidas por el
Derecho Indiano Colonial, entregándole a la avidez de sus compatriotas, los
nuevos ciudadanos. La República quería tierras y riqueza para sus pro-
hombres. Y la austeridad de unos pocos no bastó para frenar las ambiciones.
Pronto se olvidaría que las leyes españolas habían dispuesto no solo el respe-
to por la propiedad agraria India sino también, en muchos casos, la devolu-
ción de lo injustamente arrebatado. El romanticismo igualitario causó tam-
bién no poco daño a los indios peruanos. Las leyes protectoras de los reyes
españoles -dueños de las tierras por entrega de Alejandro -VI, leyes que en
24
más de un aspecto pueden ser un modelo de legislación moderna de trabajo
desaparecieron para dar paso al caos legislativo. La legislación del periodo
inicial republicano, desordenada y confusa, “fue contraproducente para los
intereses del indio y si bien fue sincera, en armonía con los principios genera-
les que se preconizaban era empero impremeditada, inaparente, para las
25
especiales condiciones y situación de las comunidades indígenas” . E1 uso de
la propiedad por el indio, en las condiciones de ignorancia y aislamiento de
aquella época, equivalía, como apunta García Calderón, a poner en manos de
un niño una preciosa joya que arrebataría el primero que quisiera apoderarse
de ella.
“El régimen agrario colonial en América, aun siendo política y económica-
mente, un sistema de inicua explotación y tuvo el acierto de organizar el
22
Ricketts Burga, Carlos. Ensayos de legislación pro-indígenas. Arequipa, 1936.
23
Villarán, Manuel Vicente. Narración biográfica del gran mariscal José de la
Mar. Lima. 1847.
24
Belaúnde Guinassi, César. Aporte Colonial a la legislación del trabajo. Lima,
1949.
25
Guillén, Víctor. La reintegración de la propiedad común al indígena, Cuzco,
1921.

70
La Emancipación frente al Indio Peruano

colectivismo agrario de la comunidad indígena, proveyendo de tierras comu-


26 27
nales también llamadas ejidos y propios” . Ya Francisco de Vitoria , lumino-
so precursor español de tantos principios modernos, había sostenido desde
un comienzo -que los indios eran propietarios del suelo que trabajaban y
hasta osó dudar del poder pontificial de Alejandro VI para conceder las tierras
a los reyes de de Castilla emanante del argumento de que “los indios eran
infieles” .
España había traído, brutalmente, a la América, la noción rotunda de pro-
piedad, solo concebida parcialmente en el Inkario. Tras la Conquista continuó
la lucha por la posesión de la tierra: la antigua nobleza india provinciana trató
de recuperar lo que había sido suyo; los caciques qehswas trataron de con-
servar lo conquistado por su Inka, para lo cual se ofrecieron como servidores
al conquistador; los españoles tomaron para sí; los innúmeros auxiliares
indios de Pizarro pidieron su recompensa; nuevas oleadas de españoles que-
rían otras presas. Hasta la llegada de La Gasca no se establece un orden jurídi-
co rural en el Perú. Desde entonces, reina cierta paz en el agro peruano y las
penalidades indígenas son motivadas fundamentalmente por la industria
minera. Pasado, pues, ese primer momento existió cierta equidad hacia el
indio agricultor, hacia la comunidad, hacia el propietario pequeño, cuya exis-
tencia convenía con miras a la tributación.
La República rompió ese respeto por la comunidad con las leyes iniciales
de la República. Una legislación contradictoria fue mermando lentamente la
propiedad india; y ni aun el decreto de Bolívar impidiendo a los indios el ena-
jenar sus tierras hasta el año de 1850 -revocado posteriormente-, impidió la
desposesión de las propiedades comunales. El propio Estado como lo anota
28
Valdez de la Torre se apoderó de muchos “sobrantes de tierras”, sin tener en
cuenta a la comunidad. Cuando esta los pidió, arguyese que con ellos se aten-
dería a los gastos de la “instrucción primaria”. En la actualidad, cien años des-
29
pués, el indio carece de esas tierras y es analfabeto en su inmensa mayoría .
Otra de las causas del malestar agrario en la república, estudiada tam-
bién por Valdez de la Torre, fue la supresión de los municipios, entidades lógi-
26
Frisancho, José. La propiedad agraria y el caciquismo. Lima, 1923.
27
De Vitoria, Francisco. Relección primera de los indios recién descubiertos: en “el
pensamiento vivo de Vitoria” de Ángel Ossorio . Buenos Aires, 1943.
28
Valdez de la Torre, Carlos. Evolución de las comunidades de indígenas. Lima,
1921.
29
En este sentido, alfabetización del indio, ha sido notable la obra realizada por
el general Juan Mendoza Rodríguez, en la sierra, así como la que ha permitido efec-
tuar, en la selva, a misiones extranjeras.

71
Juan José Vega

camente interesadas en que los bienes comunales no cayesen en poder de


extraños. Los municipios, suprimidos el 10 de diciembre de 1826 se crearon
otra vez en 1853. Estas trasmutaciones, efectuadas con una terminología jurí-
dica que utilizaba indistintamente los vocablos de municipio y de comunidad,
de indio y de mestizo, provocó confusiones, anfibologías, que solo podía, en
cualquier contienda, utilizar en su favor la parte más fuerte.
Posteriormente la ley del 31 de marzo de 1828 desconoció a la comuni-
dad, reconociendo sólo el derecho de propiedad los indígenas que hubiesen
obtenido sus tierras por reparto o estuviesen poseyendo con o sin contradic-
30 31 32
ción. Castro Pozo , Luis A. Eguiguren y Abelardo Solís insisten en la impor-
tancia socioeconómica que tuvieron posteriormente las confusiones de esta
época. Ese mismo año por, ejemplo, la Constitución, (la efímera Carta Magna
de 1828, liberal) pese al desconocimiento arriba mencionado, reconocía a la
comunidad indígena, en forma implícita en su numeral 76. El desorden era
total y fue notado ya en aquella etapa de nuestra historia. Los abusos, nume-
33
rosos. Quirós y Oviedo transcriben muchas notas referentes a la extorsión
34
de los indios por autoridades y hacendados.
El debate sobre la comunidad, que llegó a su clímax en la segunda década
del presente siglo -por la agitación social en la sierra-, es antiguo en el Perú.
En el siglo en que vivimos, como otros escritores en el pasado, Juan Bautista
35 36
de Lavalle y Ricardo Bustamente Cisneros han defendido esa institución,
como baluarte del indio contra el hacendado, concepto que comparte, desde
un punto de vista marxista, aparte de Mariátegui, Ricardo Martínez de la
37
Torre . Rebaza Balbi llegó, en 1923, a proponer un Reglamento de
Comunidades, idea que, desventuradamente, no arraigó en la mentalidad de
38
nuestros legisladores . Federico Hilbck se ocupó de la condición jurídica de
30
Castro Pozo, Hildebrando. El ayllu y el cooperativismo socialista. Lima, 1936.
Nuestra comunidad indígena . Lima, 1924.
31
Eguiguren, Luis A. El ayllu peruano y su condición legal.
32
Solís, Abelardo. Ante el problema agrario peruano . Lima, 1928.
33
Quirós, Mariano Santos de. Colección de leyes, decretos y ordenes publicadas
en el Perú desde su independencia en el año 1821, hasta el 31 de diciembre de 1830.
Lima, 1832.
34
Oviedo, Juan. Colección de leyes, decretos y resoluciones publicados en el Perú
desde 1821 hasta el 31 de diciembre de 1859. Lima, 1870.
35
Lavalle, Juan Bautista de. En varios artículos y en la cátedra.
36
Bustamante Cisneros, Ricardo. Condición jurídica de la comunidad. Lima, 1919.
37
Martínez de la Torre, Ricardo. El Perú, una nación? Lima, 1943.
38
Rebaza Balbi, Ernesto. Condición jurídica de las Tierras de propiedad de las
comunidades de indígenas. Lima, 1923.

72
La Emancipación frente al Indio Peruano

39
las comunidades . La obra indigenista de aquel periodo, pese a la dispersión
ideológica reinante, rindió sus frutos. No solamente, como se ha dicho ya, se
reconoció a la comunidad, sino que el 25 de agosto de 1925 fue conseguida la
expedición de un decreto sobre procedimientos de “reconocimiento y regis-
tro” de comunidades. Cinco años más tarde, el 28 de junio de 1930, otro
decreto trataría de esbozar un plan de política indigenista en el Perú. El 11 de
mayo del 23 se había expedido un Reglamento de servicios y salarios indíge-
nas en el que se establecía el salario mínimo, el pago en metálico, contratos
máximos de un año de duración y la intervención del Ministerio Fiscal en cier-
tos casos. Reiteró y amplió esta ley los conceptos emitidos por la del 16 de
octubre de 1916. Ambas fueron, sin embargo, de dudosa ejecución, El dere-
cho de los débiles no fue respetado. Se necesitaba, además, una legislación
integral y no leyes aisladas, leyes desvinculadas de los códigos y hasta de la
Constitución. Aun ahora, necesitándose un cuerpo de leyes, apenas si se han
dictado medidas inconexas.
En opinión del jurisconsulto español Ángel Ossorio y Gallardo “es verda-
deramente doloroso que la liberación política de América pusiera termino al
derecho protector de los indios y que en los códigos civiles vigentes no se hable
de ellos para nada. Ello fue sin duda consecuencia de traducir para América el
Derecho Político de la Revolución Francesa, excelente para Europa, pero ina-
decuado para América, por la sencilla razón de que en América había indios y
en Europa no”. Esta afirmación puede parecer exagerada, pero solo relativa-
mente lo es. No se debe olvidar, por otra parte, que proviene de un español,
40
que se refiere a toda la América y que no es una aseveración reciente.
El Código Civil de 1852 ignoró totalmente al indio. Fue dicho cuerpo de
leyes -como lo estudia Basadre-, desafecto a lo consuetudinario, por lo cual
41
repercutió contra el derecho indígena , el que, durante la Colonia, había sido
42
respetado mientras no perjudicase a “las buenas costumbres” . El Código del

39
Hilbck, Federico. Condición jurídica de las comunidades . Lima, 1905.
40
Todos los países americanos, con excepción de Uruguay, tienen en su seno gru-
pos indígenas, grandes o pequeños. En parte de estas naciones, los indios están vir-
tualmente al margen de la ley, justificándose esta situación por constituir ellos reduci-
das minorías.
41
Basadre, Jorge. “Hacia una interpretación histórica del código civil de 1852”.
En, Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de San
Marcos. Año VI, t. VI.
42
Desde 1555 se había dispuesto en la Colonia, en virtud de una real cédula, la
aplicación de las leyes españolas “sin perjudicar a las buenas y justas costumbres y
estatutos suyos” (de los indios).

73
Juan José Vega

43
52 declaró también que todas las propiedades eran enajenables . Su exage-
rado individualismo, propio, por otra parte, de su época, desamparó a la
comunidad y al pequeño propietario indígena. Siguió el plan de las Institutas
(resumiendo los libros Tercero y Cuarto de éstas), recibió influencias castella-
na, canónica, francesa y, tal vez, germana, pero desconoció la realidad andi-
na. Producíase nuevamente en 1852 el choque de dos derechos, de dos men-
talidades; choque, colisión, que se remonta a los días de la Conquista.
Empezábase, -como anota Dora Mayer de Zulen, respecto al indio-, a declarar
tácitamente claro está, con verdadera mentalidad colonial, la incapacidad
44
por el solo hecho de hablar la lengua natal . Sin embargo, como ha sucedido
tantas veces en la historia de los pueblos, las leyes de la minoría se impusie-
ron inconsultamente a la mayoría dominada. Ni el 52 ni el 36 se produjo esa
dualidad de legislación, tan deseada por el indigenismo peruano, la que no
tiene por que caer en el romanticismo jurídico indigenista, en el chauvinismo
indio que, con tanta razón, critica Jorge Basadre.
La crisis deriva fundamentalmente de que “nuestro Derecho se ha gene-
rado en la adaptación apresurada y puramente racional de derechos extran-
45
jeros”, como apunta Oscar Miró Quesada . Se ha tratado de hacer con el
indio lo mismo que con su idioma: encasillarlo dentro de normas que le eran
inadecuadas. La gramática latina era tan inaparente como el Derecho
Romano. Muy escasas veces se ha observado, para dictar legislación, el géne-
ro de vida de la numerosa población India, “su estado de incultura, su idioma
particular, la idiosincrasia de su carácter el acervo de sus viajes costumbres y
mitos infantiles, su dura experiencia de esclavitud y explotación interrumpi-
46
das” . La diversidad tan heterogénea, del Perú obliga a leyes distintas, cuan-
do menos en el terreno procesal, pero ha sido imposible, hasta el momento la
dación de un adecuado sistema de legislación indigenista durante la repúbli-
ca. No puede argüirse la caducidad de esta afirmación aludiendo a los códigos
vigentes y aún a la Carta Magna. El Código Civil del treinta y seis y la constitu-
ción del treinta y tres, en sus numerales 76 y 212 respectivamente, eluden
legislar sobre el indio. Dice el primero que “Las comunidades de indígenas
están sometidas a las disposiciones pertinentes de la Constitución y a la legis-
lación que esta ordena dictar”. Afirma el segundo que “El Estado dictaría la

43
Artículo 1194 del código civil de 1852.
44
Mayer de Zulen, Dora. El indígena y su derecho. Lima, 1929.
45
Miró Quesada, Oscar. La nacionalización del derecho . Lima, 1912.
46
Bustamante y Santisteban, Pedro. Necesidad de Establecer una Institución
Judicial Protectora de Indígenas. Lima, 1916.

74
La Emancipación frente al Indio Peruano

legislación civil, penal, económica, educacional y administrativa que las pecu-


liares condiciones de los indígenas exigen”. Ambos cuerpos jurídicos esqui-
van, pues, un planteamiento frontal del problema indígena. Los dos se refie-
ren a una legislación que se dictara en el futuro.
Salvo las disposiciones constitucionales sobre inembargabilidad, inena-
jenabilidad e imprescriptibilidad (Art. 209), ningún saldo a favor dejan los
mencionados cuerpos jurídicos. Aún lo dispuesto en el numeral 209 es viola-
do, a menudo, con el sencillo método de impedir o retardar el reconocimien-
to legal de la comunidad a la que se proyecta perjudicar. La burocracia provin-
cial, dominada por los grandes intereses regionales, es culpable principal de
este hecho. Prueba de ello es que hay en Lima más comunidades reconocidas
que conjuntamente en Puno, (departamento que cuenta con 800,000 indios)
47
Huánuco y Ancash (medio millón de indios) .
La tramitación fácil, por la cercanía a la sede del Ministerio de Trabajo y
Asuntos Indígenas y un superior nivel cultural son las causas del alto índice de
Lima -223 comunidades reconocidas. Junín el más próximo a Lima entre los
departamentos serranos, donde existe alto porcentaje indígena y florecen
ricas comunidades es el departamento que mayor número de estas ha logra-
do reconocer.
Las demás disposiciones sobre la comunidad indígena de la carta funda-
mental del 33 pertenecen a lo que se podría llamar “romanticismo constitu-
cional”. Garantía de integridad y dotación de tierras (Art. 208 y 211) son
meras declaraciones literarias únicamente recordadas en campañas electo-
rales. Es necesario además recalcar que la Constitución solo alude a la comu-
nidad. No extiende su protección a las grandes masas de siervos indios de los
latifundios serranos. Incumplidas están también las disposiciones constitu-
cionales sobre parcelación de latifundios improductivos (Art. 47) y sobre
libertad de trabajo (Art. 42), aunque esta última en menor grado.
La Constitución debió asimismo haber reconocido como legales las auto-
ridades propias y tradicionales de los indígenas, tal como en la constituyente
lo demandaron Belaúnde, Vara Cadillo y otros representantes. La disposición
había sido además consignada por la comisión que presidiera Manuel
Vicente Villarán. No se consiguió, sin embargo, dar ese paso que habría sido
decisivo para el desarrollo de las comunidades indígenas. Una vez más la repú-
blica quedó atrás del derecho Indiano Virreinal, el que permitía en las reduc-
ciones la elección por los indios de sus propias autoridades. Hoy sólo se reco-
noce a los personeros de las comunidades.

47
OIT. Poblaciones indígenas. Ginebra, 1953.

75
Juan José Vega

En materia penal es de señalarse, por la tragedia que encierra para un


país desde hace siglo y medio republicano, el art. 45 del Código Penal, el que
dispone que tratándose de delitos perpetrados por “indígenas semi-
civilizados o degradados por la servidumbre y el alcoholismo” , los jueces
podrán atenuar la pena en forma prudencial. El numeral 225 del mismo
Código señala penas ínfimas para el que, “abusando de la ignorancia y de la
debilidad moral de cierta clase de indígenas, los sometiera a situación equiva-
lente o análoga a la servidumbre”.
El Código de Aguas prescribe (art. 235) que “los derechos sobre aguas de
las poblaciones y comunidades de indígenas serán representados por sus res-
pectivos personeros”. No hay pues proteccionismo. No hay tampoco un
Código de Trabajo. No existe, se repite, un efectivo reglamento del servicio
doméstico, al cual están condenados los indígenas en las ciudades. Figuran sí,
en la Cámara de Diputados, varios proyectos de ley de represión del abigeato,
los que compiten todos en severidad y rudeza.
48
El anteproyecto del Código de Trabajo consta de seis libros y 11 títulos.
Al recorrerlos resalta la diferencia que existe entre el trabajo del indio en el
agro y el trabajo de ese mismo indio en la mina. Condiciones generales de tra-
bajo, horas de labor, salarios, vacaciones, indemnizaciones, jubilación, higie-
ne y seguridad, asociación sindical, trabajo de mujeres y menores, trabajo a
domicilio, trabajo de domésticos, son conceptos sin sentido en la sierra cam-
pesina. No así en la sierra obrera. Pocos kilómetros significan así un cambio
de sistema social. El mismo anteproyecto del Código de Trabajo peca si por no
considerar en el título correspondiente a trabajo agrícola sino el contrato de
yanaconaje, que no es sino una de las formas de prestación de servicios o
arrendamiento de tierras existentes en el agro peruano.
Indudable protección al indio brinda si el reglamento de la policía mine-
ra, de 15 de enero de 1936, el que fuera modificado en mayo de 1948, como
también lo hacen diversas leyes sobre trabajo de minerales. A ese proletaria-
do minero, indio en su mayor parte, protegen también las resoluciones
supremas de 20 de mayo de 1936, de 31 de agosto de 1943, que norman las
medidas de protección en las minas de vanadio y plomo respectivamente; las
leyes y resoluciones acerca de la prevención e indemnización de enfermeda-
des profesionales, sobre todo la neumoconiosis (12 de enero de 1935, 20 de
mayo de 1940, 17 de julio de 1945 y 12 de marzo de 1947) y el decreto supre-
mo de 4 de septiembre de 1950, por el cual se reglamentan la seguridad e

48
Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas. Anteproyecto del código de trabajo .
Lima, 1950.

76
La Emancipación frente al Indio Peruano

higiene en la industria minera. Estas ventajas efectivas resultan del hecho


que la minería se desarrolla actualmente dentro del marco del capitalismo y
brinda por ello mejores condiciones generales de vida a sus asalariados que
las que caracterizan al caduco sistema semifeudal que impera en el agro.
Contrastan estas disposiciones con las dadas, tomando un caso, frente al
trabajo indígena, por el reglamento de enganche de peones, del alto 1911, el
reglamento de locación de servicios de 1913 y el Reglamento de la policía
minera de principios de siglo. Los abusos llegaron en aquella época a ser tan
graves que el gobierno se vio obligado a promulgar el 23 de mayo de 1914 una
ley por la cual se derogaban todos los artículos de los citados reglamentos
que estuviesen “en oposición” con la ley 1183 de 23 de noviembre de 1909.
Esta ley prescribía gigantesco avance social: la prohibición absoluta de pre-
siones por parte de las autoridades políticas para la firma por los indios de los
49
contratos de trabajo. No mucho antes , se había dictado una ley que declara-
ba conminativamente que las autoridades políticas debían emplear la fuerza
pública “para obligar a los vecinos a concurrir a la reparación de puentes y
caminos” .
Pero pese a la persecución legal de que ha sido objeto y a su grave situa-
ción económica, el indígena es honrado por lo menos mientras vive en el cam-
po. Es tal vez un vestigio de la antigua norma inkaika del “no robar”. La docto-
50
ra Susana Solano ha establecido que un 80% de los delincuentes indígenas lo
son por hechos de sangre. La ley del talión sigue imperando en el Ande, pero
en Lima se obstinan en imponer, sin etapas transitivas, los modernos códigos
europeos. También abundan en las cárceles indios que han sido arrestados
por “cuestiones de tierras”. Es un sencillo método expeditivo de finalizar un
conflicto legal con él cuando no queda otro recurso y es, naturalmente, posi-
ble. El 90 y, en algunos puntos, hasta el 98% de los litigios judiciales de los indí-
genas son por asuntos de límites de tierras. Acosado por el latifundio, por el
hambre, por la sequía, por la ignorancia, por la autoridad, a veces su resigna-
ción desaparece. Se convierte entonces en el delincuente mas perseguido de
la justicia nacional y hasta se llaman tropas extranjeras para combatirlo. La
historia de la república esta tenida en sangre de los indios.
Afirma José Frisancho Macedo que “la legislacin peruana no ha tornado
en cuenta la condición del indio, ni su situación geográfica, para implantar
51
disposiciones nacionalmente normativas” . Es decir, ha sido rota la unión

49
Ley de 14 de noviembre de 1910.
50
Solano Susana. El indígena y la Ley Penal. Buenos Aires, 1949.
51
Frisancho Macedo, José. Del jesuitismo al indianismo . Lima, 1928.

77
Juan José Vega

que debe existir entre ley y realidad. Y no solo las leyes son inaplicables o ina-
decuadas, sino que, cuando benefician al campesino indígena, este, por lo
general, las desconoce, no siéndole por tanto de ninguna utilidad. A diferen-
cia del Atawalpa de hace siglos, el indio de hoy sabe que los papeles “hablan”,
pero sigue sin saber que es lo que “dicen”.
Los elementos conectivos entre la ley y el campesino indígena - aboga-
dos, jueces y autoridades- corrompen el sentido normativo de la legislación
(lo cual no hace sino enaltecer a quienes en la provincia cumplen honrada-
mente con su deber) y traban fundamentalmente su desarrollo procesal. Y en
este campo, el proceso mismo, el mecanismo administrativo de la justicia, el
indio, por razones sociales y económicas, posee una notoria inferioridad fren-
te a su oponente; este vive en el Perú “oficial” y aquel en un mundo aparte.
Los separan sangre, idioma, posición social y poder económico. Fue por ello,
para liberar a los juicios de indígenas de estos males, que Felipe II dispuso en
1565 que los “pleitos de indios” se determinen “sumariamente”, con el obje-
to de evitar dilaciones que solo la parte económicamente más capaz puede,
de ordinario, soportar.
En la formación de títulos supletorios -Titulo X de la Sección Tercera del
52
CPC- no es difícil observar -como lo estudia Artemio Añaños - el modo como
es arrebatada la propiedad indígena. Analiza Añaños la prueba testimonial,
siempre fraguable, y a la publicidad (siempre restringida en la sierra) no
seguida de oposición. El indígena, ignorante de avisos y de testimonios falsos,
se entera -por inercia o corrupción de las autoridades- de lo que ha sucedido,
cuando es ya demasiado tarde; cuando ha sido legalmente despojado de su
posesión; cuando la fuerza pública le conmina a retirarse. La mejor suerte
que puede esperar es que el nuevo dueño, siempre un “señor” , le acepte
como simple colono. El formular oposición -abogados, viajes y avisos- puede
53
costarle más de lo que el terreno vale. Manuel Sánchez Palacios , refiriéndo-
se a la ley 6648 del 14 de diciembre de 1926, que subsana vacíos en la titula-
ción de inmuebles rústicos, señala que es utilizada para variar los linderos de
fundos y que, además, llama la atención “por su hermetismo para amparar
derechos de terceros”.
Otros puntos procesales, con escaso detenimiento, son estudiados por
54
Malpartida Morales en Problemas indígenas en Relación con nuestras Leyes ,
52
Añaños, Artemio. Los títulos supletorios y la propiedad rústica indígena. Lima,
1918.
53
Sánchez Palacios, Manuel. Derecho Procesal Civil . Lima, 1950.
54
Malpartida Morales, Oscar. Problemas indígenas en relación con nuestras
leyes. Lima, 1920.

78
La Emancipación frente al Indio Peruano

55
por Escobar Gamarra en su Condición Civil del Indio y por Luis Aguilar en sus
56
Cuestiones Indígena s . La situación de desamparo del indio perdura, por
otra parte, no solo por deficiencia o falta de adecuación de la ley, sino tam-
57
bién porque, como ha dicho Guillermo Romero , “no todos los jueces están a
la altura moral que les corresponde” y es demasiado frecuente la “ignorancia
inexcusable”. Taita Yoveraqué, reciente novela laureada de Francisco Vegas
Seminario, narra, con meritorio realismo, la forma en que procede el gran
hacendado para efectuar el despojo legal de las tierras de sus miserables veci-
58
nos .
Se ha seguido, pues, durante la república, mirando al indio no como a un
compatriota, como a un conciudadano, sino cual siervo que solo tiene debe-
res pero que carece de derechos. Los prejuicios raciales, sólidamente arraiga-
dos en nuestro país, especialmente en las clases medias -que, irónicamente,
son mayoritariamente mestizas- han contribuido a complicar aún más la
situación general del indio, ya agravada por el hecho de que este carece por
completo de orgullo racial, a causa de lo cual trata de fugar de su grupo, a
hacerse pasar por lo que no es, tal como magistralmente lo estudia, desde un
59
punto de vista literario y psicológico el ecuatoriano Icaza .
60
Es natural que el indígena tienda a sustraerse de su grupo social. La OIT
ha estudiado con detenimiento que así sucede en todas partes en donde una
minoría se encuentra en una situación de suma inferioridad con respecto al
resto de la población. En el Perú, esa inferioridad va desapareciendo muy len-
tamente por la marcha general de la economía. El indio -como lo afirma el boli-
61
viano Otero- ha variado de medio circundante. El indio atawalpense no tuvo
el mismo medio circundante que el indio actual, aunque se halle sometido al
mismo control geográfico. El indio actual sufre influencias de medios distin-
tos. Con solo salir del campo irrumpe a diversos paisajes, como la ciudad, las
minas y las industrias, “donde recibe otras influencias y despiertan tendencias
y vocaciones dormidas” . Labor de los legisladores es ahora, repito, el orien-
tar, sin perder de vista las antiguas leyes, el capitalismo surgente en la sierra;
pero orientarlo de modo que beneficie en el mayor grado posible al indígena.
El creciente comercio serrano, las nuevas carreteras de penetración, la multi-
55
Escobar Gamarra, Julio. La condición civil del indio . Lima, 1925.
56
Aguilar, Luis F. Cuestiones indígenas. Cuzco, 1922.
57
Romero, Guillermo. Estudios de legislación procesal . Lima, 1914.
58
Vegas Seminario, Francisco. Taita Yoveraqué . Lima, 1956.
59
Icaza, Jorge. Media vida deslumbrados . Buenos Aires, 1950.
60
OIT. Poblaciones indígenas. Ginebra, 1953.
61
Otero, Gustavo Adolfo. Figura y carácter del indio . La Paz, 1954.

79
Juan José Vega

plicación de las empresas mineras, el desarrollo de la industria, son fenóme-


nos nuevos en la región del indio, los que merecen detallados estudios con
miras a establecer sus futuras proyecciones y su innegable contribución al
despertar de la conciencia qeshwa. Va surgiendo el “neo-indio” de Uriel
62
García .
Y las leyes han logrado tan poco en nuestro país por la tan repetida des-
vinculación entre lo legislado y la realidad nacional. La carencia le grupos
auténticamente vanguardistas al iniciarse la Emancipación contribuyó a per-
judicar la futura condición del indio en la república.
Al empezar este periodo histórico, como en todos los demás campos,
carecimos en el Perú de un cuadro eficiente de legisladores, es decir, de hom-
bres que uniesen a su brillante oratoria, su habilidad para la intriga política,
un sentido claro de la realidad peruana. Como esos cuadros faltaron, las leyes
del virreinato siguieron imperando. Las ordenanzas de minería conservaron,
relativamente, su vigencia. Juan José Flores llegó en Ecuador hasta el extre-
63
mo de declarar, en 1830, vigente la Recopilación de Leyes de Indias . Basadre
ha estudiado en el Perú la utilización por los tribunales de justicia de la
Novísima Recopilación y Leyes de España, de las Partidas y de la Recopilación
64
de Leyes de Indias, hasta épocas avanzadas del siglo pasado . En materia de
aduanas, de tributación, de administración, escasas fueron las variaciones
efectivas que trajo consigo la Independencia.
Al iniciarse la república, los impuestos fueron los mismos que los estable-
cidos por la tributación colonial, con excepción de la contribución de castas e
66
indígenas, abolida en virtud un Decreto de San Martín . Parecía que el indíge-
na se había librado de esa discriminatoria carga. Solo fue, sin embargo, un
engaño temporal. No mucho después, para atender a la “deuda externa” y al
“equilibrio del presupuesto” , dichas imposiciones fueron restablecidas. Por
una de esas curiosidades de la historia la deuda contraída para sufragar los
gastos de las guerras de la independencia resultó pagada por el sector menos
beneficiado con ese hecho histórico.
62
García, Uriel. El nuevo indio . Cuzco, 1930.
63
Barrasa y Muñoz, José de la. La colonización española en América y la situación
social y legal del indio en algunas repúblicas Sudamericanas, desde la independencia
hasta nuestros días. Madrid, 1925.
64
Basadre, Jorge. Contribución al estudio del derecho anterior al código civil de
1852. En, Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos, Año
XVI, Nos. I-II-III.
65
Decreto del Protector de 27 de agosto de 1821.
66
Decreto del Protector de 26 de setiembre de 1821.

80
La Emancipación frente al Indio Peruano

Sea coma fuere, a partir del 11 de agosto de 1826, el indio sufrió nueva-
mente el vejatorio tributo. La contribución de castas estuvo vigente solo
hasta noviembre de 1829, pero la de indígenas siguió en vigencia por un lapso
mucho más prolongado que abarca hasta el gobierno del Mariscal Castilla,
quien la suprimió el 5 de julio de 1854.
El tributo representó para los caudillos emancipadores una sola cosa: un
ingreso seguro. Que hubo divergencias notables entre los grupos dirigentes
sobre la inconveniencia o conveniencia de restablecerlo lo prueba el hecho
de que existen 28 disposiciones sobre contribución entre 1821 y 1830.
Suprimir, aumentar, disminuir, igualar, exonerar, recargar son las constantes
de esas disposiciones. Causa o consecuencia, o ambas cosas simultáneamen-
te, en círculo vicioso, fue el desorden económico y administrativo. El perjuicio
fue para el sector más débil, el indio, que más de una vez se preguntaría que
era lo que realmente significaba la Independencia, las nuevas banderas y los
nuevos himnos. Mejor dicho, el indio “pagó”, por segunda vez. San Martín, a
poco de subir al poder (66) declaró “propiedad nacional” a las Cajas de
Comunidades y de Censos. Se apropió así el gobierno de 150 mil pesos,
mediante un despojo carente de todo fundamento jurídico. Fue punto de par-
tida de esta apropiación la creación el 12 de setiembre de 1821 de la
Dirección de Censos y Obras País, organismo destinado a administrar todos
los “haberes del estado”, entre los que se incluyó a los “censos de indios”.
Fueron graves las consecuencias de esta medida. Las Cajas de
Comunidad eran un factor de cohesión en los poblados indígenas.
Prácticamente eran los saldos del tributo colonial que durante la Colonia se
empleaban con fines de beneficencia provincial y para el pago de las obras
públicas locales. El indio, indudablemente, debió sentir esta medida como un
acto en su contra. Máxime si se considera que dichas cajas, por Declaración
Real, pertenecían a los indios. Era imposible lograr una peruanidad integral
con decretos de este cariz.
67
Los deudores de la caja, por otra parte -según Carlos Valdez de la Torre - ,
todos pudientes, persistieron en su política virreinal de no pagar réditos ni
devolver capital hasta, por prescripción, eximirse de los pactos contraídos.
Los requerimientos fueron vanos y los capitales de las comunidades pasaron
a incrementar los de sus explotadores de la época colonial, convertidos ahora
en ardorosos republicanos. Con extraño simbolismo antinacional el 7 de
noviembre de 1823 fueron devueltos por Bolívar los bienes embargados a los
enemigos de la emancipación americana.
67
Valdez de la Torre, Carlos. Evolución de las comunidades indígenas . Lima, 1921.

81
Juan José Vega

Hubo sin embargo necesidad de disfrazar los argumentos invocados para


restablecer el tributo. El aristocrático Pando, Ministro de Hacienda de
68
Bolívar hizo defensa de esta imposición “sabiamente restablecida”: expe-
riencia de siglos había demostrado que la tasa de los indígenas fue determi-
nada con prudencia y perspicacia y que arraigada profundamente por la cos-
tumbre, tan poderosa en el ánimo de estos contribuyentes, toda innovación
era peligrosa”. Prudencia, perspicacia y costumbre.
Unanue había tratado inútilmente de levantar una saneada economía
nacional. Fracasó en lo general aunque logró consolidar varios ramos. La
dependencia exclusiva de las aduanas, la falta de economistas, la oposición
de los comerciantes importadores a la independencia, las vacilaciones sobre
el tributo, la carencia de estadísticas, el atraso de la contabilidad, impidieron
el éxito de la obra del anciano estadista.
Y así continuo la historia por varios decenios. Cuando el Mariscal Castilla
suprimió el tributo en 1854, aquel mandatario, el único gran presidente del
69
Perú , declaró: “la independencia conquistada con tantos sacrificios, es un
vano nombre para la mayoría de los peruanos que viven en la más dura escla-
70
vitud y el más completo envilecimiento” .
Fue tenaz la lucha que hubo de sostener Castilla para mantener la aboli-
ción del tributo, pero su obra se recuerda hasta nuestros días. La veneración
que obtuvo entre los indios fue tal que, trece años más tarde, cuando agoni-
zaba en Tiviliche, las indiadas de Huancané -las más rebeldes del Perú repu-
blicano- de Cuzco, La Mar y Junín, ya exacerbadas por el restablecimiento del
tributo en forma de contribución personal en 1867, se levantaron con fiereza
71
al saberlo revolucionario y perseguido . El movimiento se extendió a depar-
tamentos vecinos pero “Dios”, por desgracia, no concedió a Castilla los “po-
cos días más de vida” que pidió. No pudo salvar a la Patria. De haber continua-
do Castilla su obra, tal vez el indio no habría sido llevado a ciegas a combatir
contra el general “Chile”. Habría sido en la época de la Guerra del Pacifico un
ciudadano más en el campo de batalla. Habríase dado íntegro por una patria
que empezaba a ser también la suya.
Castilla suprimió igualmente los derechos que se cobraba a los indios por
el transito a través del territorio de la república. Así consta en circular presi-
68
Pando, José María de. “Memoria sobre el estado de la hacienda de la república
en fin del año 1830”. El Comercio, Suplemento Dominical, del 21-4-1957.
69
Un año después, Castilla sentó las bases del primer sistema moderno de tribu-
tación en el Perú.
70
Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas. Legislación Indigenista . Lima, 1948.
71
Bustamante, Juan. Los indios del Perú . Lima, 1867.

82
La Emancipación frente al Indio Peruano

dencial de 16 de abril de 1856. Logró igualmente, adelantándose en mucho a


su época, la aprobación de una ley que concedía a los indios el derecho al
sufragio.
Ramón Castilla sentó escuela. En la década del sesenta se produjo un
movimiento pro-indígena que reclutó sus mejores hombres entre jóvenes
militares. El lema de este grupo, reducido por cierto, era: igualdad real de
todos los peruanos . Su programa, su meta final, el que los indios fuesen inclui-
dos en “los beneficios sociales que la esplendente independencia otorga a los
blancos”. En 1870 la corriente indigenista lograría la aprobación de una ley
que recordaba la necesidad de cumplir los decretos de San Martín y Bolívar
sobre la abolición de la servidumbre del indio, el que seguía viviendo “bajo la
72
sombra de los antiguos fueros” . Destacado indigenista fue el Coronel Miguel
Zavala, quien proyectó la creación del cargo de Protector de Indígenas, en
todos los departamentos, con la misión específica de velar por el buen cum-
plimiento de las leyes. Luchó además por la educación del indio y la abolición
73
de todas sus formas de servidumbre .
Vivir bajo la sombra de los antiguos fueros, expresión de la mencionada
ley del 70, no era una afirmación infundada puesto que, la mayor parte de las
servidumbres, seguían existiendo en los Andes, la tensión social era conside-
rable en la sierra y se había tratado de restablecer el tributo en forma de con-
74
tribución personal, mediante decreto dictatorial . Intensos debates acompa-
ñaron la dación de ese decreto y otros más intensos se produjeron cuando su
75
derogatoria, un año después en 1867 . El argumento fundamental de los abo-
licionistas fue que era injusto gravar al indio en igual forma que a los demás
habitantes de la república, dado que sus ingresos eran muchísimo menores y,
76
en la práctica, no usufructuaba las instituciones públicas . Argumento favori-
to en favor del tributo fue, nuevamente, la falta de fondos fiscales. Pasadas
las orgías económicas del guano, el indígena pagó, otra vez, la deuda del país.
Castilla, diez años antes, había intentado también la recaudación de una con-
tribución general, pero el experimento duró poco. Prado insistió y fracasó,
con el agravante de que los indios del sur se levantaron en asonadas desde
Puno hasta Ayacucho. Los desórdenes se sintieron en Junín. Sin embargo, en
72
Ley promulgada el 12 de febrero de 1870.
73
Zavala Miguel. Protectorado de Indios. Lima, 1868.
74
Decreto Dictatorial de 20 de enero de 1866.
75
Ley de 12 de marzo de 1867.
76
Sánchez Espinoza, Marcelo. La abolición de la contribución Personal por el
Congreso Constituyente de 1867 . En, Revista de Historia de América , Nro. 17.- México,
1944.

83
Juan José Vega

Lima, aún después de las algaradas indígenas, se habría, inconscientemente,


77
de discutir sobre la necesidad de restablecer el tributo . No parecía importar
a los legisladores la unidad nacional.
Pero en la etapa que nos interesa, iniciación de la república, una ampli-
tud de miras como la de Castilla se hallaba aún muy lejana. Durante el veinti-
tantos, en cualquier campo que se estudie a la legislación, se encuentra irrea-
lidad y descuido frente al indio. La abundancia de leyes sobre el indígena no
prueba sino la inefectividad de las disposiciones dictadas. Se nota más bien
en los legisladores de aquel tiempo, una decidida vocación a “la nueva vida”.
Varias páginas ocuparía el enumerar las leyes expedidas sobre uniformes,
78
protocolos, ascensos y condecoraciones, tal cual aparecen en Oviedo y en
79
Quirós . Solo de “ceremonial” se dictaron 33 leyes.
Sin embargo, al menos durante aquella época existió un sentimiento de
conmiseración hacia el indio -que mal o bien se traduce en la legislación dicta-
da. Posteriormente, avanzada ya la República, cuando el indio empezó a
reclamar por sus derechos la conducta oficial fue otra. La masacre de Ancash,
cuatro meses de carnicería, queda como el más trágico recuerdo de las peti-
ciones qeshwas de justicia. Parecería que todo el odio acumulado durante la
tragedia del Pacífico se volcó en 1885 sobre los indios sublevados en el
Callejón de Huaylas. Las ejecuciones en masa, a cañonazo, en la Plaza de
Armas de Huaraz no pueden hallar otra explicación. La narración de este movi-
miento, que espera aún una interpretación sociológica, ha sido hecha, con
80
notorios defectos, por Ernesto Reyna . Al atraso y a los abusos en aquel
departamento en el siglo pasado dedicó asimismo un libro Manuel Vásquez,
81
con escasos méritos . Jorge Basadre le dedica a este movimiento una página
82
en uno de sus libros de mayores alcances .
Sería empero un error -error muy repetido, además-, el reprochar única-
mente a los militares por estas represiones sanguinarias de los levantamien-
tos qeshwas. El ejército ha contado con preclaros indigenistas a todo lo largo
83
de la historia peruana y en la actualidad nombres como Felipe de la Barra o

77
Algunas Cuestiones Sociales con motivo de los cané. Lima, 1867.
78
Oviedo, Juan. Colección de leyes, decretos y resoluciones . Lima, 1870.
79
Quirós, Mariano Santos de. Colección de leyes, decretos y resoluciones. Lima,
1831.
80
Reyna, Ernestq. El Amauta Atusparia . Lima, 1932.
81
Vásquez, Manuel. Indígenas del Perú . Caraz, 1906.
82
Basadre, Jorge. La multitud, la ciudad y el campo . Lima, 1947.
83
Barra, Felipe de la. El indio peruano en las etapas de la conquista y frente a la
república.- Lima. 1948. .

84
La Emancipación frente al Indio Peruano

84
Dellepiane lo confirman . Y sería un error de apreciación histórica así afir-
marlo porque los militares de entonces no podían ir, socialmente (aunque a
veces lo hicieron y con éxito) más allá de donde iban los legisladores. La acti-
tud de los “padres de la patria”, frente a las justas sublevaciones indias, no
fue positiva y tal vez la prueba más amarga de esta consideración la de un pro-
yecto de ley presentado el 8 de mayo de 1867 a las cámaras por los diputados
por Puno, Quiñones, Luna y Riquelme, con motivo del levantamiento de
Huancané. El proyecto de ley, que el congreso tuvo la osadía de “aceptar a
consideración” -y que habría sido aprobado de no intervenir fogosamente la
prensa- solicitaba el envío de una división de las tres armas al Titicaca, “apar-
te de las fuerzas destacadas” ; formación de Consejo de Guerra a los jefes de
los sublevados; el confinamiento en la selva de las comunidades más belico-
sas y el remate de los bienes de los indios participes en la insurrección. Como
si esto fuera poco se pidió asimismo la dación de las leyes que sean necesarias
“para cortar de raíz la funesta tendencia a una guerra de castas”. Mientras
esto sucedía en el parlamento, en la frontera, el Prefecto de Puno pedía la
85
intervención de las tropas bolivianas para sofocar el movimiento .
Y se cometería una seria equivocación si se juzgase a estos acontecimien-
tos como remotos o irrepetibles. Hay pruebas muy cercanas del malestar
86
social indígena traducido en violencia . También Bustamante Cisneros seña-
87 88
ló en 1918 el riesgo de una sublevación indígena . La liga de hacendados
citó treinta y tres casos de disturbios que calificó de “serios” solo durante el
lapso de 1922. Los sucesos de Cerro de Pasco en 1947, de la sierra de La
Libertad, de Lircay, de Cajamarca y de otros lugares en fechas posteriores son
casos dignos de ser tomados en consideración para obrar con la previsión
necesaria. Igualmente los choques entre comunidades se multiplican y el abi-
geato se desarrolla. El abigeo es el indio no solo descontento sino también
burlador de la ley. Y como bandolero es antecesor directo del guerrillero. Los
ejemplos pues de México y de Bolivia no deben ser olvidados para evitar
cruentas luchas internas en el país. Y quienes propugnan estas rebeliones
deben recordar que en el Perú todos los movimientos indios, están condena-
dos al fracaso, mientras no se adecúen a la realidad del siglo, mientras signifi-
quen un retorno al nacionalismo inka, ya caduco en un país que debe tanto a
las culturas nativas como al occidente para su formación. “El retorno román-
84
Dellepiane, Carlos.- Historia Militar del Perú.- Lima, 1943.
85
Bustamante, Juan. Los indios del Perú . Lima, 1867.
86
Almanza, Antonio. También el indio ruge . Cuzco, 1930.
87
Bustamante Cisneros, Ricardo. Condición jurídica de la comunidad. Lima. 1919.
88
Liga de hacendados. La verdad en la cuestión indígena . Lima, 1922.

85
Juan José Vega

tico -ha dicho José Carlos Mariátegui, hablando de una revolución india en la
89
república -, no es mejor como plan, menos anacrónico, que la honda y el
rejón para vencer a la república”. El programa del movimiento era tan viejo
como su parque bélico.
Esas insurrecciones no debieron haberse producido en la república, obli-
gada a reivindicar al indio. Pero fueron lógica consecuencia de leyes inade-
cuadas, de leyes incumplidas. La estructura de la propiedad agraria en la sie-
rra ha sido causa fundamental del problema indígena, como bien lo estable-
90 91
cen José Domingo González y Bedoya Villacorta , pero no la única, como
92
meridianamente lo señala, aunque exagerando lo racial, Erasmo Roca . Es
93
sin embargo imposible negar, como lo hace Pedro Irigoyen , el papel desem-
peñado por el patrón y el hacendado en el atraso y servidumbre del indio
peruano, aunque dignas excepciones aparenten lo contrario.
El indio ha estado prácticamente al margen de la ley en el Perú. En el pre-
sente siglo, apenas promulgada la nueva Constitución de 1933, el gobierno se
encargaba de “aplicar” las garantías individuales con los trabajos forzados de
los indios en la carretera de Huánuco-Pucallpa. Saturnino Vara Cadillo estu-
dió detenidamente el punto: hambre, persecución, miseria (un sol por 15
94
días de trabajo) y muerte . Se continuaba aplicando el tradicional método
del “enganche”, sistema de contrato sui géneris estudiado por Francisco
95 96 97
Mostajo , J. M. Salazar y M. A. Denegri . De la lectura de estos tres tratadis-
tas se deduce que fue innegable el retorno a dicha práctica esclavizante pese
al retroceso que a principios de siglo (1902) se experimentó con la obra de la
Misión Maguiña. Los Reglamentos de Locación de Servicios de 1913 y de
Enganche de Peones de Montana de 1911 solo fueron utilizados contra el
indio; nunca a su favor. La tribu selvática de los huitotos casi desapareció en
aquella época. Hoy estos abusos van siendo liquidados en virtud del desarro-

89
Mariátegui, José Carlos. Prólogo a “El Amauta tusparia”. Lima, 1932.
90
González, José Domingo. “El problema de la tierra en el Perú”. Revista
Universitaria, 1930.
91
Bedoya Villacorta, Julio. El problema indígena . Lima, 1948.
92
Roca, Erasmo. Por la clase Indígena. Lima, 1935.
93
Irigoyen, Pedro. El conflicto y el problema indígena . Lima, 1922.
94
Vara Cadillo, Saturnino. La trata de indios en la carretera Huánuco-Pucallpa.
Lima, 1936.
95
Mostajo, Francisco. Algunas ideas sobre la cuestión obrera . Contrato de
Enganche . Arequipa, 1913.
96
Salazar, J. M. El contrato de enganche. Lima, 1920.
97
Denegri, M. A. La crisis del enganche. Lima, 1911.

86
La Emancipación frente al Indio Peruano

llo del capitalismo que, a través de sus diversas manifestaciones, brinda a los
pueblos atrasados mayores posibilidades de libertad y de justicia.
El Estado asimismo ha permitido, con su indiferencia, la supervivencia de
antiguas instituciones que perduran por consuetudinarismo, pese a ser las-
tres para la superación de la conciencia indígena, al menos, mientras no se
modifiquen en lo substancial. Legalmente no existen servidumbres persona-
les, pero en la realidad subsisten. Tal es el caso de los varayoq que, con dete-
98
nimiento, analiza Pastor Ordóñez . Son mochas las costumbres antiguas que
superviven en el agro serrano sin que la ley actúe para modificar lo que de
malo exista en ellas. El Fisco, increíblemente, multiplica sus ingresos en el ren-
glón correspondiente, con los gravámenes a la coca. Le es indiferente que en
muchas haciendas se practique la costumbre de pagar parte del salario con
este producto cuyos perjudiciales efectos para la salud pública nacional y la
elevación del nivel intelectual del aborigen son asaz conocidas. Los crecientes
impuestos al alcohol han sido llamados, con justicia, el nuevo tributo del
indio. Llama la atención saber que según la Memoria del Estanco de la Coca
(99) los ingresos del Fisco con el consumo de esa hoja han subido de 2 a 17
millones de soles, en cifras redondas, entre 1949 y 1956, lo cual no impide
que radios y periódicos, incluyendo los del Estado, se refieran constantemen-
te a la necesidad de extirpar el coqueo.
Hoy en día asombra encontrar numerosas disposiciones lo bastante
recientes como para que no hayan caído en el olvido y lo bastante antiguas
como para haberlas ejecutado aun fuese parcialmente. Ejemplos de estos
casos son la ley que permite el empleo de las lenguas aborígenes en la alfabe-
tización indígena; la obligatoriedad de levantar una escuela allí donde existan
más de 30 niños; la ayuda estatal a prestarse a las comunidades; la obligato-
riedad de la inscripción de las comunidades (cientos pugnan por ser reconoci-
das), etc. Causa pasmo verificar que la última ley sobre salario mínimo de los
100
indios se remonta a 1916 y que este es de solo 0.20 cts. Llama asimismo la
atención la rapidez con que fue olvidada esa ley de Ramón Castilla de 11 de
octubre de 1847, fruto de la ardorosa polémica sostenida entre Bartolomé
Herrera y José Gálvez, por la cual se declaró ciudadanos, con derecho a sufra-
gio, a los indios casados o mayores de 25 años, supiesen o no leer y escribir.
101
Por ello Luis E. Valcárcel ha dicho “ilusión perniciosa, engaño interesa-
do (es el) pensar que el indio puede redimirse por una ley o unos cuantos
98
Ordóñez, Pastor. Los Varayoq . Cuzco, 1918.
99
Estanco de la Coca. Memoria. Lima. 1957.
100
Ley de 13 de octubre de 1916.
101
Valcárcel, Luis E. Tempestad en los Andes . Lima, 1927.

87
Juan José Vega

decretos” . Esta exagerada afirmación contiene una gran parte de verdad. La


ley sola no basta. Pero sin ella -y esto es lo importante- nada puede hacerse.
La redención del indio será solo posible con la realización de una serie de pla-
nes, entre los cuales, la labor de reeducar la mentalidad criolla, proclive al
menosprecio por lo indígena, debe ocupar primerísimo lugar.
A la pregunta de Dora Mayer, ¿quien hará respetar el Derecho Indígena?
se podría responder: el indio mismo -cada vez más fuerte por la marcha de la
economía serrana-, las instituciones tutelares actuales y, por último, las que
habrán de crearse. El proyecto romántico del siglo pasado de crear protecto-
rados de indígenas en todos los departamentos podría quizás recobrar vigen-
cia. Y esto sin olvidar que la ley pura no basta. Quien lo crea debiera leer algu-
nas páginas de Dora Zulen de Mayer que llevan por título una directa acusa-
102
ción: El indígena peruano a los cien años de vida independiente .
Cita especial merecen sin duda los frustrados intentos de redimir al indio
por medio de una legislación integral. Destaca entre todos los proyectos de
legislación india, por su vastedad y conocimiento del problema, el de Atilio
103
Sivirichi, cuyo código indígena de 1743 artículos constituye un todo unifor-
me. Tal vez su defecto sea la presencia de ciertas disposiciones, justas en prin-
cipio, pero no bien precisadas en sus alcances, como la registrada en el nume-
ral 414, que permite, sin fijar medios y alcances, a las comunidades el “reivin-
dicar sus tierras”.
El pedido más importante en favor de una legislación tutelar indígena fue
el formulado en el Congreso Constituyente de 1931, en forma simultánea,
104
por Emilio Romero, Erasmo Roca y Magdaleno Chira . Roca y H. Luna habían
presentado ya en 1928 un proyecto de ley tutelar indígena, para garantizar
“vida e intereses” al indio. Lo propio hizo Manuel Bustamante de la Fuente en
su proyecto de Código de Trabajo, donde incluye normas protectoras del
105
indio obrero . Espacialísima mención merecen asimismo los artículos del
106
anteproyecto sobre personas jurídicas, publicados por J. J. Calle , que se pre-
sentara a la Comisión reformadora del código civil. Se señala la necesidad de
que las comunidades de indígenas sean regidas por sus propias autoridades y
conforme a la costumbre.
102
Mayer de Zulen, Dora. El indígena peruano a los cien años de república libre e
independiente. Lima, 1921.
103
Sivirichi, Atilio. Derecho indígena. Lima, 1946.
104
Chira Magdaleno. Observaciones e indicaciones de legislación indígena . Lima,
1932.
105
Bustamante de la Fuente, Manuel. Proyecto de código de trabajo. Lima, 1934.
106
Calle, Juan José. Comunidades indígenas. Lima, 1924.

88
La Emancipación frente al Indio Peruano

Todo este prolongadísimo paréntesis demuestra, en forma por demás


sucinta, la confusión, el caos que ha reinado siempre en la república del Perú,
respecto al problema del indio. Los demagogos e idealistas románticos bus-
caron solo soluciones extremistas, para beneficio de aquellos a quienes no
interesaba ninguna solución. Parte de ese lamentable desorden, de aquel olvi-
do por lo peruano que tenemos los peruanos, trata de enmendar el presente
trabajo, hurgando en la frondosa e inorgánica legislación de los primeros
años de la república. Como se ha repetido ya tantas veces, es imposible
encontrar, en las disposiciones de aquella época, una línea fija, una doctrina
uniformemente al campesino, frente al indio. Todas, en sus considerandos,
coinciden en una conmiseración no distante de lo melodramático, pero asi-
mismo todas muestran en su parte resolutiva contradicciones, es decir diver-
gencias entre lo que se expone y lo que se decide -y lo que es más grave-,
entre la realidad y lo dispuesto. Y también hubo leyes anti-indigenistas, en su
contenido práctico, pocas por mala fe; las más por ignorancia de realidad
peruana y optimismo exagerado de quienes las dictaron.
Los primeros legisladores del Perú -religiosos y laicos, civiles y militares-
entusiasmados en demasía con sus nuevas funciones, multiplicaron en forma
exagerada las disposiciones legales dejadas por los funcionarios virreinales,
ya de por si bastante numerosas. Un funcionario que había servido durante la
época colonial decía que “antes gobernaba perfectamente con la Ordenanza
de Intendentes, pero ahora, con tantas leyes y decretos ¿Quién diablos se
107
entiende en esta algarabía?” . Y el jurista y recopilador Mariano Santos de
Quirós expresó, en el prólogo de su obra fundamental , que “la multitud de
leyes diseminadas en tantos y diversos cuerpos, sin orden alguno, producirá
ciertamente la confusión y el desorden y el estudio de la jurisprudencia perua-
na será muy pronto igual al de las cifras de los chinos, quienes después de un
1 08
estudio de 20 años apenas si han aprendido a leerlas” . Fue pues aquel dece-
nio una era de caos jurídico en la que para el gobierno valían y no valían las
disposiciones españolas las aceptaban unas familias principales y las rechaza-
ban otras, regían en unos departamentos y en otros no (durante las guerras
emancipatorias) y, por último, si valían unas hoy podían no ser validas maña-
na por el movimiento de los ejércitos contrarios y los pronunciamientos,
tanto patriotas como realistas. Muchas leyes, algunas de gran importancia,
como la que establecía, en forma interina, la imposición única en todo el

107
Fraga Iribarne lo recuerda en el prólogo de “Las Constituciones del Perú” de
José Pareja Paz Soldán. Madrid, 1954.
108
Quirós, Mariano Santos de. Colección, etc. Lima, 1831.

89
Juan José Vega

109
Perú no llegaron nunca a publicarse. Razón tuvo Francisco García Calderón
110
en preguntarse , tras más de cincuenta años de república, “¿con tantas
leyes, que ventajas positivas ha reportado el indio, en cambio de tantos servi-
cios que se le exigen?”. Grave interrogante. Aun hoy es posible, en varias
regiones del país, recoger interminables versiones y casos de abusos e ilegali-
dades, tal como lo hizo, años ha, el Patronato de la Raza Indígena de
111
Huánuco .
Así, lentamente y a tumbos, fue formándose el Estado peruano. Aún no
éramos una nación. Las dificultades se multiplicaban. La Carta del 28 fue una
esperanza por la indudable esterilidad de los caudillos militares. Pronto ven-
112
drían las “jornadas tal vez fangosas” de la Guerra con Colombia . Muere
Bolívar en 1830. Casi simultáneamente nace Ecuador y se disuelve la Gran
Colombia. Deja por tanto de ser la alianza con Bolivia la base de la política
exterior peruana. (Santa Cruz habría de invertir los conceptos, mirando avizo-
ramente hacia el sur). Se había dejado de tener el enemigo más poderoso al
norte. Surge el sur, esa espada colgada al cinturón de América que es, como
se ha dicho, Chile. Como la Gran Colombia combatirá también este país la
unión peruano-boliviana que pudo haber logrado de estos dos Estados una
gran potencia americana. A partir de entonces habríamos de ser siempre,
como lo ha escrito Emilio Romero, “amigos o víctimas de la paz americana”.

109
Ley expedida el 12 de marzo de 1824.
110
García Calderón, Francisco. Diccionario de la legislación peruana - Lima, 1879.
111
Patronato de la raza Indígena de Huánuco. Memoria . Huánuco, 1929.
112
Basadre, Jorge. La iniciación de la república . t. 1. Lima, 1929.

90
La Emancipación frente al Indio Peruano

Capítulo 3
El Decenio 1821 - 1830

“El Perú moderno ha vivido y vive de dos patrimonios:


del castellano y del incaico, y aunque éste es subalterno
en ideas, instituciones y lengua es primordial en sangre,
instituciones y tiempo".
José de la Riva Agüero

No es solo por el prurito de empezar por el principio que ha sido escogido el


lapso comprendido entre 1821 y 1830. Es también porque es aquel periodo,
uno de los más trascendentales de la vida peruana; durante esos diez años se
produjo la polonización del Perú -dimos a luz a Bolivia y virtualmente al
Ecuador-, nos vimos arrastrados a una independencia para la cual no nos
hallábamos aun maduros; se hizo clara la separación existente entre el indio y
el criollo peruanos; y asimismo es importante este periodo porque entre
1821 y 1830, oscilando entre caudillismo y demagogia, entre republicanismo
y monarquismo, entre liberalismo y conservadorismo, gozamos los perua-
nos, por primera vez y aunque tan solo fuera por breves intervalos, y con
resultados discutibles, del debate franco y libre de nuestros problemas y de lo
que se creía entonces nuestra realidad, discusión antes imposible por el des-
1
potismo virreinal y, más remotamente, por el totalitarismo inkaiko . En 1830,
también, Bolívar muere y con el la Gran Colombia. Acaba así un periodo de la
historia de América, periodo caótico, de formación de nacionalidades, de

1
El imperio Inkaiko no sólo fue un estado totalitario sino, tal vez, el más totalita-
rio de los Estados en la historia humana. Su rígido centralismo puede compararse con
el de Egipto Antiguo. Su disciplina militar con la espartana. Por la dureza de sus leyes

91
Juan José Vega

transformaciones bruscas y de legislaciones disímiles. El Perú tras la muerte


del genio venezolano y de la disolución de la que pudo ser gran potencia del
norte no tendría ya que cuidar más su frontera norte, pero habría de descui-
dar en el futuro, salvo con Castilla, el sur.
La confusión en la que se sumerge el Perú tras la llegada de José de San
Martín -desorden institucional, político, económico, social ideológico-, es per-
fectamente perceptible a través de la vertebración jurídica de aquella época.
Causa fundamental de esa trágica situación “Venga Señor y salve a este país
de su locura”, implorarían los peruanos a Simón Bolívar, fue la precipitación
con que nos vimos lanzados a una vida independiente. Antes que por la madu-
rez de nuestra intelectualidad o el arrojo de nuestros caudillos nos vimos en
plena libertad merced a los aludes emancipadores que, desde el norte y el
sur, impulsados ambos por los ideales franceses y los intereses británicos,
convergieron en el Perú, primer centro del poder realista, sede del más anti-
guo virreinato austral y cuna de los más rancios linajes continentales. No por
mera coincidencia San Martín y Bolívar, hombres de países atlánticos, se vie-
ron obligados a combatir en el Perú, país del Pacifico. Nuestra patria, enton-
ces prácticamente aislada del mundo (no existía entonces Canal de Panamá),
apartada, por tanto bastante retrasada con respecto a las ideas de Occidente,
no produjo ningún caudillo emancipador; por su aislamiento, mirando a un
Asia aun más atrasada y demasiado distante para comerciar con ella, careció
el Perú de una fuerte burguesía. Fue asiento, por el contrario, de una nobleza
hispánica de elevada alcurnia; estuvo por ello el Perú más bien al lado de la
corona en la lucha por la emancipación de América.
Nos faltó cumplir, con nuestros propios medios, un periodo histórico. La
etapa de preparación para la libertad, virtualmente, la saltamos. Ello ocasio-
nó perjuicios que, en muchos casos, no han sido todavía reparados. Existe por
ello, por nuestra falta de capacidad en aquella época, una gran similitud entre
los problemas que tratan de resolver las leyes en aquella época y los proble-

penales hace recordar a los antiguos reinos mesopotámicos. Por el absolutismo de sus
monarcas puede parecerse a los sultanatos turcos. Empero, el lnka no era un sobera-
no cruel, salvo en casos extremo, y gobernaba más bien como un padre muy severo
sobre sus dos o tres millones de súbditos entre los cuales la supervivencia de formas
colectivas de trabajo hacía posible no únicamente una mayor productividad sino tam-
bién la vigencia de normas de previsión social. Sin embargo, esto no indica que el impe-
rio fuese socialista, mucho menos, comunista. La existencia de la gran propiedad en el
inkario es indudable. Las rebeliones fueron frecuentes. Se dio también un tipo espe-
cial de esclavismo. Además, los conceptos de comunismo y Estado se excluyen mutua-
mente.

92
La Emancipación frente al Indio Peruano

mas actuales. Este hecho, que presta mayor interés a la historia del derecho
peruano, muestra claramente que no se ha descontado la ventaja que la his-
toria o el tiempo nos tornó en aquel periodo. De cualquier modo, con o sin
nuestra voluntad, iniciamos en 1821 una vida independiente y entonces,
injustamente, pagamos el retraso de España frente al resto de Occidente,
retraso que habíamos heredado ya con la Conquista y del cual no se han libra-
do hasta el momento ni la metrópoli ni la mayor parte de sus antiguas colo-
nias.
Faltó en la etapa de la Emancipación y en los primeros años de la repúbli-
ca el temple que solo dan, durante la tiranía, la conspiración intensa, el
motín, la asonada. Todos los estudiosos de la realidad peruana fueron fidelis-
tas: Baquíjano y Carrillo, Morales Duárez, Victorino Montero, Bravo de
Lagunas, Lorenzo de Vidaurre. Los futuros ministros y consejeros de los liber-
tadores extranjeros lo habían sido también de los virreyes. Los caudillos mili-
tares, salvando a los adolescentes, que solo alcanzarían la madurez en la déca-
da del 30, o aún más adelante, fueron en el Perú de filiación realista y sólo
cambiaron de banderas al ver perdida la causa de España. El movimiento inte-
lectual -hombres e instituciones-, fue religioso, conservador y totalmente
moderado. Con excepción del Diario de Lima , manuscrito y clandestino,
todos los periódicos fueron reformistas. Amantes del País no pensó en la inde-
pendencia americana salvo, tal vez, como disquisición dialéctica. Las traicio-
nes, por otra parte, es sabido que, en esa época, abundaron, entre civiles y
militares. Faltó pues, en general, quien asumiese en esa época la responsabi-
lidad de la emancipación peruana y de los anárquicos años que siguieron. De
ahí no solo la falta de planes nacionales, especialmente para las masas indias,
sino también la frecuente intervención de los extranjeros en la iniciación de la
vida republicana. Expresión de aquel estado fue la redacción del Estatuto y
del Reglamento de San Martín por extranjeros. La independencia, por así
decirlo, nos cogió de sorpresa. De los tres ministros de San Martín, solo uno
fue peruano: Hipólito Unanue. Y, aún este, un tanto tarde se había acogido
bajo sus banderas. En las negociaciones de Miraflores había actuado como
secretario del Virrey.
En general, antes de la Emancipación, todos coincidieron con Baquíjano
en demandar tan solo un “gobierno sensato”, por parte de España. Única-
mente Riva Agüero, en sus celebres 28 Causas, se había atrevido a afirmar
rotundamente que el interés de América estaba en abierta contradicción con
el de España.
Posteriormente, tras la retirada de San Martín, ante el vacío dejado por el
prócer argentino, por ese proceso de nuestra evolución política que, García

93
Juan José Vega

2
Calderón llama “los excesos del gobierno o los excesos de la anarquía”, se
trató de pasar de un reformismo tímido, de un republicanismo indeciso (que
había sido precedido de un realismo acérrimo, largamente cultivado por el
absolutismo de los incapaces Felipes y de los increíblemente torpes Carlos IV
y Fernando VII) sin escalones intermedios, sin formas eclécticas y transaccio-
nales, a la vida democrática, liberal y parlamentaria. Los resultados fueron la
idealista Constitución del 23, la demagogia, el libertinaje político y las derro-
tas militares frente a los realistas. Las consecuencias no se hicieron esperar:
motines, asonadas, traiciones y confabulaciones se sucedieron ininterrumpi-
damente sobre un telón de fondo de leyes incumplidas, obscuras y, a veces,
contradictorias; de una legislación tan frondosa como inoperante. El indio,
tan explotado como antes, pudo bien preguntarse si se habían producido real-
mente cambios esenciales en el país. Pudo afirmar, con más seguridad que
nadie en América, que, como dijera un irónico sacerdote, no se había hecho
sino cambiar “mocos por babas”. El indio sabía, sin conocerla, cuan cierta era
aquella frase que alguien escribió en los muros de la Plaza de Quito, debajo
del jactancioso lema “último día del despotismo”. Esa frase era: “… y primero
de lo mismo”.
Por ese debilitamiento institucional, por la invalidez de los principios que
debieron ser los rectores de la iniciación de la vida republicanas, la crisis del
nacimiento del Perú independiente, se agudizó. Era ya tarde para pensar en
la monarquía constitucional, formula sagaz y conciliatoria, en opinión de Raúl
3
Porras . Debió adoptarse desde un principio, y a ello tendieron los esfuerzos
del Protector. Pronto caducaría, empero, la tesis de establecer un príncipe
4
europeo en el Perú. El propio Bolívar -según Távara - habría dicho a San
Martín en Guayaquil: “Si Ud. quiere ser rey, yo seré su general; pero no traiga-
mos basura de Europa”. Pero ambos pensaron sin duda que, en medio del
caos reinante, había demasiados aspirantes a una corona y muy pocos capa-
ces de llevarla con prestancia. Quedó establecida la República, pero con el
5
tiempo el presidente se convirtió en lo que Víctor Andrés Belaúnde llama un
virrey sin monarca, sin Consejo de Indias, sin oidores y sin juicio de residencia.
Fueron los caracteres del sistema presidencial su poder absoluto en el ejecu-
tivo, su dominio del parlamento y la tendencia a la reelección.

2
García Calderón, Francisco. Le Perou Contemporain . París, 1907.
3
Porras, Raúl. “La conferencia de Punchauca y el republicanismo de San
Martín”. En, Revista Mar del Sur, Nro. 12.
4
Távara, Santiago. Historia de los partidos. Lima, 1951.
5
Belaúnde, Víctor Andrés. La crisis presente . Lima, 1940.

94
La Emancipación frente al Indio Peruano

La situación fue grave desde un primer momento en razón de las hondas


rivalidades que separaron, desde el mismo día de la Independencia, a libera-
les y conservadores, diferencias que no fueron salvadas ni por el hecho, tan
grave, de no haberse terminado con la tarea fundamental: la expulsión de los
españoles del territorio nacional. A los primeros les sobró optimismo, con-
fianza en las instituciones, fe en los ideales. A los segundos, temor a lo nuevo,
a las masas, a la discreta izquierda de entonces.
Esta pugna fue, sin embargo, cada vez menos fuerte. Tras el reparto del
gran imperio soñado por Bolívar, la lucha ideológica fue menguando hasta
convertirse, con el tiempo, en una simple rivalidad, sin diálogo ideológico,
entre civiles y militares, salvedad hecha de algunas reducidas etapas en las
cuales el debate adquirió si notables caracteres. Fue una suerte que en esa
época de anarquía en el continente, la Santa Alianza -demasiado preocupada
con los siempre complejos asuntos europeos-, no decidiese la intervención
en América, tal como, con sobradas razones, lo temía el libertador. Habría
encontrado la Santa Alianza, desde Río Grande hasta Patagonia, naciones divi-
didas y anarquizadas, presas siempre fáciles de ejércitos organizados. Éra-
6
mos ya lo que Basadre llama los Estados desunidos de Sudamérica , porque,
tal cual apunta certeramente Emilio Romero la unidad americana solo existió
mientras se dependía de una nación: España. Los proyectos de Bolívar fraca-
saron rápidamente. América habría de consumirse en guerras y luchas civiles,
escapando de estas últimas solamente aquellas naciones, como Chile, que
contaron con gobiernos civiles pero autoritarios. En el Perú, tras la emancipa-
ción, la pasión política fue atenuándose hasta terminar por convertirse en
intriga de salón y demagogia de plazuela, únicos elementos con los que se
trató de contrarrestar a los caudillos militares. Estos contaron siempre con el
ejército, que, mal que mal, era la fuerza mas disciplinada del país.
Pero todo esto corresponde a una etapa algo posterior, pues, en el dece-
nio comprendido entre 1821 y 1830 hubo si una seria inquietud política en el
Perú, no desprovista de cierto carácter filosófico. Esta inquietud no llegó sin
embargo al agro serrano (aunque si a las capas altas de las principales ciuda-
des de los Andes), porque, como lo ha dicho Basadre, en política, como colec-
tividad, la sierra solo dio en nuestra historia, por lo general, “soldados, bes-
tias, forrajes y dinero”. El indio, la gran masa, cuando intervino en política no
fue por plan revolucionario, credo o partido, sino por estallido de indigna-
ción. Esa indignación estalló en 1780 y 1814, aparte de movimientos meno-
res, pero no en 1821 ó 1824, cuando argentinos y chilenos, colombianos y

6
Basadre, Jorge. Chile, Perú y Bolivia independientes . Barcelona, 1948.

95
Juan José Vega

venezolanos, vinieron a combatir en el Perú contra los españoles, contra los


criollos hispánidas y contra las tropas indias realistas. Es importante conside-
rar que si bien criollos había en los dos bandos, realistas y patriotas, no suce-
día lo mismo con los indios. Las filas del ejército “español” estaban formadas
por campesinos qeshwas arrastrados a filas por los oficiales peninsulares que
eran apenas un puñado. Pero arrastrados o no, combatían muy bien -“con un
7
batallón de indios me pasearía por los campos de Europa”. decía el general
Jerónimo Valdez-, tan bien como en las campañas del Alto Perú en 1810.
Muchos sectores indígenas optaron además, libremente, por la causa del rey,
como los iquichanos que lucharon fieramente contra la república hasta 1830,
es decir, hasta muchos después de la rendición de Rodil en los castillos del
Callao. Los más esclarecidos entre los españoles comprendían que en la gue-
rra de la independencia en el Perú, el indio no era un enemigo, aunque excep-
ciones, como el desatinado Ricafort, pensase solo en “ahogar en sangre la
8
criminal insolencia de los indios” . Enemigos del rey fueron en el Perú, duran-
te la emancipación, en parte el criollo, el mestizo y, sobre todo, el extranjero.
Valdez llegó hasta el extremo de amenazar a San Martín en Punchauca con
9
restaurar el imperio de los incas y, realmente, cabe preguntarse que es lo
que habría sucedido si tan osado plan, por ironía de la historia, hubiese sido
llevado a cabo.
Los indios peruanos combatieron en Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador
contra las fuerzas emancipadoras. Con ellos, contra la Independencia, esta-
ban distinguidos oficiales peruanos que serían después caudillos en nuestra
patria: San Cruz, Castilla, Gamarra, Gutiérrez de la Fuente, La Mar, etc. Los
dragones chumbivilcanos -indios de a caballo-, se hicieron celebres por su
10
temeridad en el Alto Perú, donde, favorecidos por el clima vencieron fácil-
mente a Belgrano, Rondeau y Castelli. Fueron comandados en esas victorio-
sas campanas contra los patriotas argentinos por el peruano que fue, talvez,
el más notable hombre de armas de la América de su época: el Mariscal de
campo Goyeneche. Resulta, pues, difícil, como algunos pretenden, concluir
que el indio fue un aliado de los criollos en la lucha emancipadora (lo cual,
como se ha dicho, no desmerece las virtudes del indio, quien tuvo sus propios
movimientos revolucionarios). Y es este un hecho de fundamental importan-
7
Barra, Felipe de la. El indio peruano en las etapas de la conquista y frente a la
república. Lima, 1948.
8
Sivirichi, Atilio. Historia del Perú. Lima, 1942.
9
Basadre, Jorge. La multitud, la ciudad y el campo . Lima, 1947.
10
Monge, Carlos. Aclimatación en los Andes . Confirmaciones, históricas sobre la
agresión climática en las sociedades de América. Lima, 1945.

96
La Emancipación frente al Indio Peruano

cia social e histórica. Es cierto que en Estados Unidos, durante la guerra de la


Independencia de ese país, los pieles rojas, armados por los ingleses, hostili-
11
zaron duramente a las tropas de Washington , pero, esa circunstancia care-
ció allá de mayor trascendencia para el futuro desarrollo de la formación de la
conciencia nacional por la simple, y conocida, razón de ser los indígenas una
reducida minoría. Los indios constituían en el Perú, por el contrario, en 1821,
las cuatro quintas partes de la población.
Por todos estos hechos es imposible negar que la independencia se pro-
dujera prematuramente en nuestro país. Un estudio de la actuación de nume-
rosos criollos podría también conducir a conclusiones demasiado desalenta-
doras, aún sin tomar en consideración que la casi totalidad de los llamados
precursores de la Emancipación fueron, en realidad, fidelistas. Asimismo,
parte de los dirigentes reformistas y de los valerosos conspiradores revolu-
cionarios terminaron abandonando la causa de América en la hora de las gran-
des decisiones, cuando la Emancipación se identificó con los grandes caudi-
llos continentales.
Por fortuna para la libertad de América, la aristocracia peruana de aque-
lla época, muelle y sensualizada, ablandada por la calma y el lujo de tres
siglos, había descuidado el arte de las armas. No tuvo la nobleza valor ni capa-
cidad suficiente para enfrentarse a San Martín y solo el odio a Bolívar la lleva-
ría, más tarde, a una posición más decidida en contra de la Emancipación.
Pero, en verdad, la aristocracia de aquellos años careció de virtudes. Los cua-
renta y cinco condes, cincuenta y ocho marqueses y los innumerables caba-
lleros de Santiago, Montesa, Alcántara y Calatrava ya hasta habían olvidado,
como lo apunta irónicamente un comentarista de aquella época, de que lado
se ponía la espada. No fue, pues, esta clase un obstáculo serio para la libertad
del continente, al menos en un principio y sobre todo merced a la hábil flexi-
bilidad de San Martín. No hay que olvidar, empero, que un considerable sec-
tor conspiró si, intensamente, aunque con escasos resultados, desde el
mismo día de la entrada del prócer argentino a Lima, por lo cual este se vio
obligado a dictar numerosos decretos contra quienes se confabulasen contra
el poder revolucionario. Muchos decretos de este cariz hubieron de darse
hasta 1824, especialmente tras la llegada de Bolívar, cuya recia personalidad
hizo a los dirigentes peruanos sentirse empequeñecidos, lo que provocó
deserciones y traiciones en las filas libertarias peruanas. No se comprendió,
al parecer, lo necesario que fue el autoritarismo bolivariano en aquel
momento. Se le opusieron, como tantas veces ha sido señalado por los histo-

11
Hamm, William A. The American people . Nueva York, 1939.

97
Juan José Vega

riadores americanos, el sentimiento nacionalista peruano, las ambiciones de


los caudillos segundones y el excesivo afán democrático de los liberales. Una
idea de los odios e intrigas de la época lo da aquel episodio, que nos llega a
través de Távara, según el cual San Martín, cierta vez, habría dicho que cuan-
do diera cuenta a Dios de su conducta en el ejercicio del poder, la única falta
de que le pediría perdón era de no haber fusilado a Riva Agüero. Así se expre-
saba el ecuánime caudillo argentino del que, pocos años antes, había sido
valiente conspirador. Y Bolívar, poco después, lo condenaría a muerte con la
aprobación del Congreso.
La verdad es que la aristocracia peruana, es decir, la clase más conserva-
dora de América, que había hecho de Fernando de Abascal su ídolo -a punto
de quererle coronar rey, algunos de sus más fogosos partidarios-, no podía
aceptar con facilidad a los plebeyos insurrectos. Del culto por el “hombre fuer-
te” de España en el continente no era realmente fácil pasar a la aceptación de
generales extranjeros que solo eran vistos como traidores o masones.
La aristocracia pues, por todo ello, hasta instigaba a sus esclavos a la
12
deserción de las filas republicanas, cuando no los ocultaban de las levas . Las
leyes de la época revelan asimismo, en lo que a orden público se refiere, cons-
tante temor a un movimiento que pusiese la capital en manos realistas.
Definitivamente, se puede sostener que la aristocracia peruana no solo no
combatió virilmente por la Independencia sino que impidió que sus esclavos
y siervos lo hiciesen y negóse además a arriesgar sus considerables intereses,
por la sencilla razón de que los estimaba en juego si triunfaban los patriotas.
Existen en total veinte decretos dados en Lima contra los desertores entre
1821 y 1824; más aun, a principios en 1824 fue necesario expedir una severa
ley contra “los oficiales desertores”. Sería injusto, empero, achacar toda la
responsabilidad a las clases dirigentes peruanas. La apatía, la falta de com-
presión por lo nuevo, la ausencia de civismo y la carencia de virtudes militares
fueron, como producto del medio, cualidades comunes a toda la nación. El
13
servilismo era entonces, como señala Raúl Porras el vacío más característi-
co de nuestro pueblo.
Sólo algunos elementos de nuestra nobleza, los más perspicaces, capta-
ron lo poco que tenían que perder con la Emancipación y lo mucho que podía
ganar utilizándola para sus propios fines. Estos elementos, lado de otros aris-
tócratas desinteresados y un puñado de patriotas convencidos, provenientes
de todas las clases sociales, apoyaron a San Martín cuando llegó al Perú. A
12
Véase el decreto del protector de fecha 25 de octubre de 1821.
13
Porras, Raúl. José Faustino Sánchez Carrión, el tribuno de la república peruana .
Lima, 1957.

98
La Emancipación frente al Indio Peruano

causa del predominio de los primeros se produjo en esos años lo que John
14
Rowe denomina el “curioso espectáculo” de la formación de un régimen
para el Perú independiente integrado por los mismos sectores que lo habían
disfrutado bajo el yugo de España. Las nobles, en efecto, acapararon los mejo-
res puestos en la iniciación de la república. Intrigas y rivalidades habrían pron-
to de enfrentar a esos hombres entre sí y, principalmente, con los jefes
extranjeros. Por ello Bolívar tuvo que luchar decididamente contra ellos y ter-
minar la emancipación peruana con la oposición de los más visibles miem-
bros de la nobleza. La envidia de los émulos fue, empero, antes que el interés
clasista encontrado (Bolívar jamás pensó lesionar los intereses de la aristo-
cracia) en móvil de las tradiciones de entonces. La nobleza podía llegar hasta
el extremo de aceptar a regañadientes la Emancipación, pero no aceptada al
amo venido de fuera que significaba don Simón Bolívar para aquella clase.
La aristocracia peruana ganaría aquella lucha. Los bienes “secuestrados”
-a causa de haber seguido sus propietarios al ejército realista-, por San
15 16
Martín fueron devueltos por Bolívar , seguramente deseoso e atraerse a la
nobleza o cuando menos, de acentuar las disensiones en ella existentes. Ya
17
San Martín, además, había permitido, mediante ley especial , el uso de los
escudos nobiliarios. No mucho más tarde, tras la capitulación de Ayacucho,
habría de recuperar la aris tocracia casi todas sus antiguas posiciones, bajo un
manto suntuoso de republitanismo, igualdad nacional y democracia. Como
bien se ha dicho, la Capitulación de Ayacucho demostró, en cada uno de sus
18
parágrafos, la vacuedad social de la Emancipación Americana . La
19
Emancipación fue sólo “afirmación y autonomía del poder feudal colonial” ,
logradas con la deformación de las nuevas ideas europeas, totalmente pre-
maturas para nuestro país.
Al iniciarse la república -ha dicho García Calderón- “sólo había dos cami-
nos a seguir: o negar al indio sus derechos políticos, faltando a la justicia y a la
humanidad; o hacer de él un ciudadano igual en derechos a los demás. El pri-
mer expediente era injusto o inconsecuente con la libertad que por todas par-
tes se había proclamado; y además conservando a los indígenas en su abati-
14
Rowe, John. “El movimiento nacional inka en el siglo XVIII”. En, Revista de la
Universidad del Cuzco, Nro. 107. Cuzco, 1954.
15
Decreto de agosto de 1821, dado por el protector.
16
Ley de 7 de noviembre de 1823.
17
Ley de 27 de diciembre de 1821.
18
Castro Pozo, Hildebrando. Del ayllu al cooperativismo socialista . Lima, 1936.
19
Haya de la Torre, Víctor Raúl. El anti-imperialismo y el Apra. Santiago de Chile,
1936.

99
Juan José Vega

miento, poco o, nada podía esperarse del porvenir. La concesión de derechos


políticos al indígena no era tampoco un expediente más ventajoso. Atendida
su carencia absoluta de conocimiento; la indiferencia con que miraban el
cambio de su denominación y la real superioridad de las otras razas sobre la
indígena, era natural suponer que aquellos, siguiendo el ejemplo recibido en
20
el coloniaje, continuasen el sistema de explotación” .
¿Por qué extrañarse entonces de que en Ayacucho cayeran más perua-
nos por el lado realista que por el independista? Nada puede censurarse a la
21
tropa realista “formada por el reclutamiento forzoso de indígenas” . Mucho
a la oficialidad, a la aristocracia nativa, que siguió sirviendo a la causa de
España y, sobre todo, a los que cambiaron de bandera, traicionando no al
Perú, sino a toda América, en las horas más difíciles. El indio nada sabía; nada
podía saber cuando ninguna proclama fue lanzada en lengua qeshwa; cuan-
do no recibió ningún ofrecimiento; cuando veía marqueses y hacendados en
los dos bandos beligerantes. Por ello fue que murieron más peruanos por el
Rey que por la patria en Junín y en Ayacucho.
No es posible, sin embargo, en modo alguno, atacar al indio por su con-
ducta a través de la historia republicana, pues, cuando ha comprendido su
misión la cumplió con heroísmo. Bastaría citar a Olaya, a los morochucos, en
1815, a nuestros pequeños grandes triunfos en la sierra contra el ejército chi-
leno -casi los únicos-, o a los reducidos pero efectivos grupos guerrilleros que
facilitaron las campañas de Bolívar y San Martín. Por ello, antes que opinar
negativamente sobre el indígena -hecho tan común en el Perú-, es necesario
preguntarse, en qué lo han convertido el español y el peruano; sólo es posible
luchar cuando se tiene algo, sea material o moral, que defender. Idealismos
elevados es absurdo exigir a las ignaras masas campesinas qeshwas de nues-
tro pasado, siempre recelosas, y con razón, del uniforme y del blanco, del doc-
tor y del mestizo.
La causa de la actitud india frente al Perú en muchas de las acciones de la
República -en opinión del general Dellepiani en su Historia Militar del Perú-,
“no ha podido ser otra que la ignorancia de las grandiosas concepciones de la
22
Patria y la Bandera” . Es decir -completando este pensamiento-, ignorancia
del Perú. Por ese desconocimiento de la nación -que desaparece lentamente-
el indio no se ha sentido nunca vinculado a la suerte del resto de la población
de nuestro país, cuyos intereses -por otra parte- muy a menudo no compar-
tía. El qeshwa puso sí todo su valor en sus propios movimientos nativos. A
20
García Calderón, Francisco. Diccionario de la legislación peruana. Lima, 1879.
21
Dellepiani, Carlos. Historia militar del Perú. t. 1, Lima, 1943.
22
Dellepiani, Carlos. Historia militar del Perú. t. 1, Lima, 1943.

100
La Emancipación frente al Indio Peruano

quien dudase de su capacidad y valentía, en un afán de exaltar en demasía el


reducido papel jugado por los criollos peruanos en la Independencia, habría
que recordarle la gesta y el sereno sacrificio de Tupac Amaru II y también la
conducta de Riva Agüero o de Torre Tagle. Qué comparación cabe entre las
masas qeshwas que se enfrentaban inermes a los cañones realistas con la
felonía de los 105 oficiales y numerosos diputados que en Lima, con armas y
bagajes, se pasaron a las filas españolas en 1824. Decididamente, antes de
juzgar al indio, es menester, por necesidad, juzgar al resto de los peruanos.
Aparentemente, la reducida participación del indio en las jornadas de las
guerras emancipadoras no concuerda con los grandes movimientos indíge-
nas que, en el Perú precedieron a la Independencia: Juan Santos Atawalpa,
Túpac Amaru y Pumakawa. Pero es sólo una apariencia. En verdad, no pudo
suceder otra cosa, puesto que, durante la Colonia, indios por un lado y crio-
llos por otro, habían hecho y perdido “sus” revoluciones. Más de una vez,
hasta se combatieron con fiereza. La ignorancia impidió a las masas qeshwas
calcular las ventajas que les habría aportado el marchar, entre 1821 y 1824,
contra el poder español, al lado del marqués y el hacendado; del argentino y
el colombiano, del intelectual y el militar. Movimiento criollo y sin programas
agrarios, la Independencia no era una causa que tuviese atractivos para el
indio, por lo cual se limitó a ser un observador pasivo de la lucha entre dos fac-
ciones cuyas diferencias no acertaba a distinguir con claridad.
Cuan distinto habría sido el sentido de la Independencia nacional y -aún
de la americana- si el desembarco de San Martín en Paracas hubiese coincidi-
do, así fuese por azar, con el pronunciamiento de algún caudillo indio en la
sierra. Es peligroso usar el condicional en la historia, pero cuando menos se
puede suponer que el indígena, fortalecido con la guerra, habría podido exi-
gir el cumplimiento de algunas de sus reivindicaciones. Desvinculado de la
lucha carecía de fuerza cuando triunfaron los patriotas. Por ello, las promesas
ideológicas que la Emancipación encerraba, quedaron sin cumplirse. Habría
de continuar así hasta nuestros días la división social entre los que son indios
y los que no lo son o creen no serlo. El agro heredó además, en el Perú, el
ausentismo en la vida política nacional. Aún hoy, el aprismo, el comunismo o
las ideas sociales católicas le son ajenas, tan ajenas como lo fueron las france-
sas a principios del siglo XIX.
La vida republicana debió haberse iniciado con un programa de reivindi-
cación india, puesto que el indígena había sido la principal víctima de la opre-
sión colonial. Los grandes jefes indios (Tupaq Amaru y Pumakawa) habían ade-
más, cuando sus insurrecciones, llamado a sus filas a blancos y mestizos (a
diferencia de los criollos que jamás apelaron a las masas queshwas). Es bien

101
Juan José Vega

sabido que a estos llamamientos de los líderes indígenas se les respondió no


sólo con la indiferencia sino con una abierta colaboración con la autoridad
virreinal. Un futuro presidente del Perú ganó sus galones combatiendo en
1814 a Pumakawa: Agustín Gamarra. No faltaron, empero, adhesiones de
blancos y mestizos a esos movimientos, pero encajan más dentro de un admi-
23
rable romanticismo libertario o del maquiavelismo criollo . Por todo ello,
había una inmensa deuda moral hacia el indígena peruano. Pero las pocas pro-
mesas quedaron incumplidas. Asambleas y generales, si bien prodigaron
leyes de corte indigenista durante la iniciación de la república, mantuvieron
en cambio intacto el poder feudal de las antiguas familias hispánicas. De ahí la
babel jurídica que se produce en aquella anárquica época. La debilidad de la
burguesía peruana y la fatal carencia -ya señalada- de una “intelligentzia”, de
un equipo de suficiente preparación ideológica, más uniforme en los medios
y en los fines, contribuyeron al caos y luego al estancamiento social del Perú.
Nada habría, pues, de ganar con la Emancipación quien más firme actitud
de rebeldía había demostrado, por desorganizada que fuese, durante el
virreinato. El indio, siempre insurrecto desde la muerte de Atawalpa, no dejó
24
casi pasar un año en la Colonia sin levantarse en algún lugar del Perú . Los
mensajes de Juan Santos, de Pumakawa y del Precursor de la Emancipación
25 26
Sudamericana y Libertador del Negro , Tupaq Amaru II, no fueron recorda-
dos tras la Independencia. La importancia del patriotismo indio fue disminui-
da en la historia oficial de la Colonia, pues ella no fue sino “la historia de la
23
De muchos criollos en 1781 y en 1814 no se sabe en realidad si colaboraron con
el virrey o con los insurrectos.
24
Cornejo Bouroncle, Jorge. En su Tupaq Amaru enumera sucintamente los prin-
cipales movimiento rebeldes de los indígenas durante el virreinato. Cuzco, 1949.
25
Lewis, Boleslao. En su documentadísima obra Tupaq Amaru el rebelde; su épo-
ca, sus luchas y su influencia, demuestra el sentido separatista del movimiento pre-
cursor. Buenos Aires, 1943. También Cornejo Bouroncle trata de este punto en su cita-
da obra y Luis A. Eguiguren en su Guerra separatista. Rebeliones de indios en sur
América. La sublevación de Tupaq Amaru (Lima, 1952), donde sostiene la tesis de la
intención separatista de Tupaq Amaru que disfrazaba en una apariencia necesaria de
fidelísimo justicialista. Era pues como el propio Eguiguren lo dice, un “político ladino”.
El único en sostener la posición fidelista, no bien definida aún en sus mismas obras, es
Carlos Daniel Valcárcel (La rebelión de Tupac Amaru , México 1947).
26
En el santuario de Tungasuca, el 16 de noviembre de 1780 hizo un llamamiento
sin distinciones de raza. Apeló a todos, incluyendo a los negros, “aunque sean escla-
vos, con el aditamento que quedarán libres de la servidumbre y esclavitud en que esta-
ban”. Colaborador de Tupaq Amaru fue un ex-esclavo, el negro Oblitas, quien fue
cruelmente ajusticiado en el Cuzco al lado del líder indio.

102
La Emancipación frente al Indio Peruano

27
comunidad de españoles” . Es, doloroso comprobar que la república no ha
cumplido ni siquiera con glorificar a los antiguos héroes del Perú.
Pero la república, al iniciarse, no solamente olvidó a estos héroes. Olvidó
también al indio sepultado en las minas y al esclavizado en las punas. Olvidó a
ese indio que durante tres siglos, mientras en Lima vivíase regaladamente,
había optado por el suicidio colectivo antes que seguir soportando una vida
28
infamante . A las madres indias que practicaban el infanticidio para evitar a
29 30
sus hijos futuros sufrimientos . A una raza diezmada por la coca y por el
aguardiente, productos ambos propagados por los españoles. A una raza
cuyo volumen disminuía trágicamente por obra de las nuevas enfermedades
31
europeas y africanas , los trabajos forzados y las sanguinarias represiones.
32
El español no valoró al hombre como factor económico . Lo humano,
33
carecía de importancia para él, pese a los esfuerzos de la corona y a -unos
pocos funcionarios y sacerdotes humanitarios. El ansia por los metales pre-
ciosos, perfectamente lógica, como afirma Mariátegui, en una época en que
no podían exportarse otros productos a Europa, llevó a los conquistadores a
una explotación cruel del indio. Por ello provocaron despoblación e insurrec-
ciones.
Razón tuvieron Riva Agüero y Torre Tagle, al afirmar en los consideran-
34
dos de una de las primeras leyes republicanas del Perú que “los españoles no
tenían otra idea de la riqueza que el que habita en el fondo del África y la gra-
duaban sólo por las cantidades de oro y plata que exportaban de sus estable-
cimientos ultramarinos”. Cuando cayó la plata, se desplomó el imperio.

27
Rowe, John. “El movimiento nacional inca del Siglo XVIII”. En, Revista
Universitaria del Cuzco, Nro. 107.
28
Fernández de Oviedo, Gonzalo. Historia general y natural de las Indias .
Asunción, 1944.
29
“Del cedulario del Arzobispado de Lima”, en: La multitud, la ciudad y el campo
de Jorge Basadre. Lima, 1947.
30
Gutiérrez Noriega, Carlos y Zapata Ortiz, Vicente. Estudios sobre la coca y la
cocaína en el Perú . Lima. 1947.
31
Rosemblatt, Ángel. La población indígena y el mestizaje en América. t. I.
Buenos Aires, 1954.
32
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos : Lima, 1952.
33
La Corona inició una política de protección al indígena no mucho después del
descubrimiento de América. Isabel La Católica concedió gran importancia al problema
del indio: “En un concilio dictado en Medina del Campo el 23 de noviembre de 1504
sentó la reina las primeras bases del futuro derecho indiano.
34
Ley dictada en 19 de abril de 1822.

103
Juan José Vega

En muy poco se aliviaron, al iniciarse la república, los infortunios que el


indio había padecido en la Colonia, a los cuales dedica más de un comentario
35
el Padre Rubén Vargas Ugarte . Sólo en el campo de la explotación de mine-
rales, el indio se vio más protegido, pero no por acción de las “leyes protecto-
ras” sino por la creciente decadencia de la minería andina, decadencia que no
se remedió con la Emancipación y la que había sido una de las causas funda-
mentales del debilitamiento de España. La corona había tratado de remediar
el mal estado de la minería peruana expidiendo una Real Cédula en 1785 por
la cual se ordenaba la aplicación en el Perú de las ordenanzas de Minería de
36
Nueva España o México de 1783 . Aquellas leyes siguieron rigiendo, en par-
te, durante la república, pero el agotamiento de las minas de plata era un
hecho indiscutible que no podía ser alterado con los códigos.
La estructura de la propiedad agraria no fue alterada con la emancipa-
ción. Las medidas sociales decretadas por la república, rara vez alcanzaron
37
alguna efectividad. Se despreciaba a la ley, lo cual no era sino una herencia
del desacato tricentenario del Derecho Indiano Colonial. Por todo ello, es
indudable que “en asegurar, al menos, pan, vestido y vivienda a cada uno de
sus vasallos, se mostraban los inkas indudablemente superiores a los explota-
38
dores de la Colonia y la república” . La trágica realidad social del Perú era
pues que en el agro se contaba con un atraso de varios siglos en lo que a pro-
ductividad y condiciones sociales se refiere.
Las medidas iniciales adoptadas en favor del indio fueron abolidas poste-
riormente en el Perú. Aunque no se llegó al extremo de Bolivia, donde Andrés
de Santa Cruz, en ley de 26 de noviembre de 1835, osó referirse a los indios
como a “los esclavos destinados a las labranzas campestres que abandonan
39
el trabajo” , en nuestro país se produjo un retroceso hasta en el orden teóri-
co -en el práctico poco había obtenido el indio. No era esto de extrañar pues-
to que las clases dirigentes peruanas habían juzgado extremistas las medidas
sobre tributo, sobre repartición de tierras y otras semejantes expedidas en
los primeros años republicanos. Y del decreto con el cual San Martín libertó al
35
Vargas Ugarte, Rubén. Historia del Perú, virreinato. (2 tomos). Buenos Aires,
1949 y 1954.
36
Las Ordenanzas de minería de nueva España fueron expedidas por Carlos III el
22 de mayo de 1783. Por Real Cédula de 8 de diciembre de 1785 se aplicaron en el
Perú, aunque su efectividad solo se produjo a partir del 10 de agosto de 1786, tras las
declaraciones de Escobedo.
37
García, J. A. Ciudad indiana . Buenos Aires, 1900.
38
Arze, José Antonio. Ensayo socio-dialéctico de la historia de Bolivia.
39
Bonifaz, Miguel. El problema agrario en Bolivia. Sucre, 1948.

104
La Emancipación frente al Indio Peruano

negro habían dicho que fue “gratuita ingerencia”, “usurpación manifiesta” y


40
“prurito de legislar de un caudillo extranjero” . Cuando San Martín acampó
en los valles de Ica, tras el desembarco en Paracas, Lima no se levantó contra
el Virrey. Aún más, el Cabildo de la capital calificó abiertamente de “enemi-
41
go” al futuro Libertador del Perú.
Los criollos feudales, pues, al proclamarse la república “desvirtuaron las
aspiraciones político-económicas que impulsaron la guerra de la independen-
cia, y en lugar de destruir la herencia colonial, realizando una efectiva revolu-
ción nacional y democrática, consolidaron el proceso de concentración de la
tierra en favor de algunos latifundistas y mantuvieron la condición servil, el
atraso cultural y la opresión política de la mayoría nacional” malogrando así
las posibilidades de un desarrollo ulterior sobre bases económico-
42
capitalistas .
En lo agrario es donde, a través del ordenamiento jurídico correspon-
diente a los años comprendidos entre 1821 y 1830, resaltan con mayor clari-
dad las contradicciones de la Emancipación. Difícil sería el lograr una inter-
pretación integral de la abigarrada legislación dictada en aquel entonces
sobre el problema de la tierra, porque existe un gran número de disposicio-
nes ricas en ambigüedades y abstracciones.
La primera alusión a lo agrario se encuentra en una nota dirigida el 21 de
noviembre de 1821 por la Municipalidad de Lima a José de San Martín. En ella
se acuerda distribuir entre sus soldados “tierras vacantes en las provincias
que vayan recobrando su libertad e incorporándose en el Estado”. A esta
nota, incumplida, por cuando era difícil hallar tierras “vacantes”, a menos
que se pensase en arrebatar con ese fin a los indios o a los hacendados las
suyas, siguió en la legislación de tierras un prolongado vacío que sólo es inte-
rrumpido con el más radical de los decretos agrarios del Decenio, expedido
por Simón Bolívar, en Trujillo, al empezar sus campañas libertadoras.
En esa ciudad, Simón Bolívar, el 8 de abril de 1824, antes pues de Junín y
de Ayacucho, disolvió dictatorialmente la comunidad indígena, sin duda “im-
43
buido por las ideas de la fisiocracia dominantes en su tiempo” . Este fue un
grave error de Bolívar, pues dio margen al fraude y al abuso, no sólo a causa
40
Ulloa Sotomayor, Alberto. La organización social y legal del trabajo en el Perú.
Lima, 1916.
41
Castro Pozo, Hildebrando. Del ayllu al cooperativismo socialista. Lima, 1936,
(lo toma de M. de Mendiburu).
42
Ley de la Reforma Agraria Boliviana; fragmento de los considerandos del
decreto ley 03464 expedido por Víctor Paz Estenssoro.
43
Bonifaz, Miguel. El problema agrario en Bolivia. Sucre, 1948.

105
Juan José Vega

de la desaparición del más sólido bastión indio contra el latifundio sino tam-
bién, y esto es lo principal, porque se estableció, en esa ley, que los indios
podrían enajenar “libremente” sus tierras. Asimismo dispuso Bolívar, con
avanzado criterio, que se vendiesen todas las tierras del Estado por “una ter-
cera parte menos de su tasación legítima”. Lo más discutido, aún en nuestra
44
época fue, en ese decreto, el acápite 29 por el cual se declaró a los indios pro-
pietarios de la tierra que poseían.
Es difícil precisar cuáles fueron los alcances de esa última afirmación (el
concepto de posesión ha sido siempre discutido y es más discutible aún cuan-
do lo emite un profano). Empero, posteriores disposiciones bolivarianas pare-
cen indicar que no se trató, en absoluto, con esa medida, de lesionar, como se
ha creído, a veces, a la gran propiedad agraria, al latifundio feudal, sino sim-
plemente de defender al pequeño propietario (quien sólo poseía hasta ese
momento porque la propiedad era negada en la Colonia a quienes no supie-
sen leer y escribir) y al excomunero, no ya, por tanto como integrante de una
entidad corporativa -la comunidad, que disolvía este mismo decreto-, sino
como nuevo propietario individual, como propietario de un lote de tierra que
sus antepasados laboraban desde siglos atrás y que recién le había sido con-
cedido en propiedad merced al reparto de las tierras comunales. Que no
trató Bolívar de perjudicar a la gran propiedad puede también deducirse de
posteriores circulares por él expedidas, en las que insistió sólo en el reparto
de las tierras “sobrantes” y “de comunidad”, sin mencionar, como hubiese
sido necesario por las reacciones que tal medida habría provocado, hacien-
das ni fundos. Una posterior disposición de Bolívar aclaró asimismo que los
repartos debían realizarse sin “agravio” de nadie. Por otra parte, el momento
político, principios del 24, no era adecuado para ganarse la animadversión de
la aristocracia.
La suerte de la Emancipación Peruana estaba más incierta que nunca.
Bolívar no podía ahuyentar a la parte de la nobleza que lo apoyaba. Menos
podía atemorizar a quienes, en el bando realista, empezaban a vacilar en su
empeño de seguir combatiendo por una causa que no recibía el menor soco-
rro de la metrópoli. De todos modos, este decreto bolivariano peca por cierta
oscuridad, máxime si se tiene en cuenta que en los considerandos da, como
razón fundamental, la decadencia de la agricultura motivada por la “posesión
precaria” y el “arrendamiento” . Puede haber algo de las ideas de Manuel

44
Castañeda, Jorge Eugenio. “El indio es propietario de la tierra que posee”. En,
Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos, Año XVI, tomos I,
II y III.

106
La Emancipación frente al Indio Peruano

Lorenzo Vidaurre, partidario de reformas agrarias, en este decreto de Bolívar,


influencia que habría sido contrarrestada por los demás colaboradores del
caudillo venezolano.
A los pocos días dictó Bolívar un nuevo decreto referente a los problemas
agrarios, por el cual se dispuso que todos los bienes de comunidades, o de
individuos particulares, que existían bajo la dominación española, contribu-
yesen a la Hacienda Pública. Esta ley se dictó en vista de que en el Perú libre
existían “varias haciendas, obrajes y otras pertenencias de individuos que se
mantienen entre los enemigos” . Se trató de evitar, con esta medida, la ruina -
y los fraudes- en esas propiedades y, principalmente, lograr mayores ingre-
sos para el erario, cuya situación era desastrosa. Es indudable que si Bolívar
hubiese tratado de dividir los latifundios, ninguna oportunidad habría existi-
do mejor que esta. Hubiera dividido, por lo menos, las haciendas de los
peruanos realistas. No sólo no lo hizo así sino que, con la Capitulación de
Ayacucho, permitió a éstos recobrar su plena propiedad.
El 4 de julio de 1825 Bolívar, triunfante en el Cuzco, decretó que “se
ponga en ejecución lo mandado en los artículos 3, 4 y 5 del decreto dado en
Trujillo a 8 de abril de 1824, sobre repartición de tierras de comunidad”. Nada
se dijo de los latifundios. En ese mismo decreto insistió en la disolución de los
cacicazgos y en arrebatar, a caciques y a recaudadores, las tierras que ilegal-
mente se habían apropiado “por razón de su oficio”. Ordenó igualmente que
se recompensase con ventaja en el reparto de tierras a los indígenas que fue-
ron desprovistos de las suyas tras la revolución de Pumakawa en 1814. En su
último numeral, el decreto bolivariano señala que “la propiedad absoluta
declarada a los denominados indios en el Art. 2 del citado decreto se entienda
con limitación de no poderlos enajenar hasta el año 50 y jamás en favor de
manos muertas, so pena de nulidad”. Es indudable, a juzgar por este acápite,
que el libertador, a la fecha de dictar esta última disposición había percibido
claramente los desastrosos efectos que acarreó el declarar a los indios libres
de vender sus tierras.
No mucho después, el 5 de agosto del mismo año, Bolívar dictó una
nueva disposición respecto a las tierras que debían ser dispuestas para los
caciques y sus familiares. Algunos meses más tarde insistió ante los prefectos
a fin de que se cumpliesen estrictamente los decretos referentes al reparto
de las tierras de las comunidades. Dictó luego el libertador otra disposición
conminando a los visitadores a que, en el más breve plazo posible, se ejecuta-
se la remensura y la repartición de las tierras. Esto dio lugar a muchos abusos
por lo cual Bolívar se vio obligado, el 19 de octubre de 1826, a prohibir termi-
nantemente que los visitadores extendiesen títulos de propiedad, como lo

107
Juan José Vega

venían haciendo con enormes beneficios personales. Aclarándose poco des-


pués que la remensura debía efectuarse sin turbar a los indígenas en su pro-
piedad, “sin agravio” de nadie y que sólo debían repartirse, aparte de las tie-
rras comunales, las “sobrantes” . Se estableció, a fines del 25, que con las ante-
dichas medidas debían beneficiarse indios y mestizos, y no unos u otros como
venía sucediendo. Esos mismos días se suprime en el Perú el impuesto llama-
do de cabezón, que pagaban los hacendados.
Santa Cruz, igualmente, sentó determinadas reglas para la avaluación de
los fundos rústicos el 2 de enero de 1827. Al mes siguiente fue necesaria una
severa circular a los prefectos para que limitasen las atribuciones de los visi-
tadores que estaban cometiendo innúmeros abusos en perjuicio de las clases
menesterosas. En vista de la imposibilidad de controlar la situación, el gobier-
no, en agosto de 1827 -liberales-, decide suspender la venta de las tierras de
las comunidades. Asimismo, se condonaron todas las deudas pasadas del
impuesto de cabezón que no habían sido pagadas por los hacendados. El 11
de abril de 1828 se dictó la primera ley sobre irrigaciones en el Perú. Dos años
más tarde el gobierno decide “devolver” tierras a los indios; ésos, según esta
curiosa disposición, habían entregado “voluntariamente” sus propiedades al
Estado. Ese mismo año, 1830, se dictan algunas disposiciones generales
sobre impuestos a las tierras. Finalmente, el 14 de octubre de 1830 se recha-
za un pedido tendente a que el Estado “reasuma” las tierras entregadas a indí-
genas y mestizos, con el fin de dedicar sus rentas a la educación.
En lo educacional, durante el decenio, ninguna medida se dicta sobre el
indígena hasta el ascenso al poder de Simón Bolívar. El libertador restauró, en
mayo de 1825, el Colegio de Indígenas, el cual debía ser mantenido con los
fondos de la Caja de Censos de las Comunidades. Poco después, por decreto
del mismo gobernante, el Colegio de Indígenas se fusionó con el de San
Carlos, yendo sus rentas a terminar en este centro de estudios. Fue así de efí-
mera duración. En el de San Carlos subsistieron magníficas becas para indíge-
nas, las que no fueron utilizadas. Su aplicación práctica fue, pues, nula. Quizás
hoy, en pleno siglo XX, sería necesaria su creación para quienes, por factores
asaz conocidos, no pueden concurrir a las escuelas comunes.
Más tarde Santa Cruz dispuso que, “para la clase desvalida”, se creasen
colegios lancasterianos en todas las capitales de departamento de la repúbli-
ca. El caudillo altoperuano “ordenó” igualmente que parte de las tierras “so-
brantes” de las comunidades se dispusiese para escuelas. En años posterio-
res algunas disposiciones aplicaron rentas de “tierras sobrantes” de comuni-
dades y -en un caso- el remate de la propiedad de un cacicazgo, con fines edu-
cativos.

108
La Emancipación frente al Indio Peruano

Por último, en junio de 1828 se devolvió a la comunidad de Huácar (Huá-


nuco) tierras que “habían sido entregadas voluntariamente por los indígenas
al Estado” . Con ellas debía de sufragarse la construcción y gastos de manteni-
miento de una escuela.
En lo eclesiástico, San Martín, Riva Agüero y Torre Tagle no se atrevieron,
por sus convicciones religiosas y por temor al poder económico y político del
clero, a tocar los numerosos privilegios de la Iglesia, tal como se hizo en
Francia. No poco influyó en esta actitud, sin embargo, el respeto por los senti-
mientos cristianos de todas las clases sociales del Perú. Por otra parte, la inte-
lectualidad “revolucionaria” nacional, nunca lo solicitó. Era difícil, pues,
actuar de otro modo ¿Quién podía atreverse a atacar a la Iglesia en un país en
el que varios parlamentarios abogaron porque el catolicismo fuese condición
indispensable para gozar de la ciudadanía y de la nacionalidad peruanas,
45
como sucedió en la Constituyente del 23? . La Iglesia defendióse con habili-
dad, una vez más en la historia y muchos de sus representantes resultaron
además notables defensores del nuevo orden constituido con la independen-
cia. En ciertos casos hasta militaron, con brillantez, en las filas de la extrema
46
izquierda de entonces, el liberalismo. Sostiene Belaúnde que atacar los bie-
nes del clero, en ese momento, sólo habría beneficiado a las clases dominan-
tes, más no al pueblo, tal cual sucedió en otros países latinoamericanos. Es
difícil interrogarse sobre lo que no sucedió en la historia, pero, en las condi-
ciones de aquella época, con la ambición desmedida de los caudillos criollos,
era difícil que el indio hubiese resultado verdaderamente beneficiado con la
47
confiscación de los bienes de la Iglesia. Incluso en la misma Europa fue, la
nobleza la clase que, en breve o largo lapso, usufructuó este tipo de medidas.
No el pueblo.
Hasta el año de 1825 nadie lesionó en el Perú los intereses de la Iglesia.
Sólo en un decreto de San Martín se afirma que ninguna persona, “sea ecle-
48
siástica o secular” , podrá forzar a los indios a trabajar. En este terreno si se
luchó, y con derecho, contra el clero. Pero sus grandes privilegios jamás fue-
ron lesionados. En e1 25, Bolívar -que durante las luchas emancipadoras no
había dicho nada al respecto-, dictó dos medidas en relación con e1 problema
indígena, durante su permanencia en el Cuzco. En la segunda, firmada el 15
de noviembre, colocó a los párrocos bajo el control de los gobernadores, en lo
que a cobro por servicios religiosos se refiere.
45
Pareja y Paz Soldán, José. Las constituciones del Perú . Madrid, 1954.
46
Belaúnde, Víctor Andrés. La realidad nacional . Lima, 1945.
47
Houtin, Albert. Historia del cristianismo . México, 1948.
48
La primera medida indigenista del Perú independiente.

109
Juan José Vega

En mayo del 26 dictó el libertador otro decreto limitando el cobro de cier-


tos servicios religiosos y disponiendo la gratuidad de alguno de ellos. Grande
fue sin duda la oposición del clero a estas medidas -indiscutiblemente nece-
sarias por los abusos de los párrocos en las aldeas, abusos con los que desde-
cían las doctrinas que predicaban-, cuando Simón Bolívar se vio obligado a
derogar la ley por la cual dispuso la intervención de las autoridades civiles en
el cobro de los servicios religiosos. Quedaron obligados, sin embargo, los “cu-
ras” -como los llaman las leyes de entonces- a dar papeletas por lo cobrado a
los indígenas, “los que podrán ocurrir al juez competente por el remedio opor-
tuno” si así se juzgase necesario.
Tras la salida de Bolívar del Perú, ninguna disposición sobre asuntos ecle-
siásticos se dicta hasta el 24 de julio de 1830, en que se ordena que “los curas
de hospitales no deben llevar más de ocho reales por las certificaciones que se
le piden de muerte o bautismo de indígenas en lugar de los cuatro y medio
pesos que abusivamente se ha cobrado”. Por lo expuesto, trataron los párro-
cos -para mal de la religión-, de resarcirse con rapidez de las restricciones
impuestas justicieramente por el libertador Bolívar. Ninguna otra disposición
existe hasta el final de la década del 30 sobre temas eclesiásticos que se vin-
culen al problema del indio.
En lo concerniente a la legislación de trabajo, sólo existe un decreto hasta
la llegada al Perú de Bolívar. Fue ese el dado por San Martín, en agosto de
1821, prohibiendo “mitas, pongos, encomiendas., yanaconazgos y toda otra
clase de servidumbre personal”. El libertador venezolano habría de expedir
en 1824 un decreto, reglamentando el trabajo en las minas. Dispuso el pago
semanal a los obreros, los que debían ser tratados como “hombres libres” y
no como “esclavos”.
Al año siguiente, en el Cuzco, expidió otro decreto, muy severo, prohi-
biendo terminantemente “faenas séptimas, mitas, pongajes y otras clases de
servicios domésticos y usuales”. Impuso en el que, indios y criollos, concurrie-
sen por igual a la realización de las obras públicas; el contrato libre de trabajo;
el control del pago de los derechos parroquiales y el juicio de residencia para
las autoridades que contraviniesen lo dispuesto o lo permitiesen a otros.
Ambos decretos repiten algunos de los conceptos de la ley sanmartiniana arri-
ba aludida.
Santa Cruz ratificó más tarde, en lo referente al trabajo en minas, lo seña-
lado por Bolívar. Se exoneró además del pago de contribución (medida que
fue luego levantada) a los obreros registrados en los padrones de minería. Los
reos a presidio en las provincias podrían igualmente, por este decreto, cum-
plir su condena en las minas. No se señaló, sin embargo, en esta ley, penas
contra quienes violasen lo prescrito.

110
La Emancipación frente al Indio Peruano

Durante la Constituyente de 1827 quedó establecido el derecho de los


mineros a pagar a los obreros con parte del metal extraído en los yacimien-
tos, dando margen así a numerosos abusos.
Finalmente, Agustín Gamarra declaró, en setiembre de 1829, “vagos y
perjudiciales a la república” a quienes no se ocupasen en la agricultura o en
alguna industria. Señaló asimismo que los hacendados debían efectuar con
los peones una “contrata” , “autorizada por testigos o las justicias locales” .
Ninguna vigencia efectiva alcanzaron estas disposiciones. En general, la repú-
blica no dio nada, ni remotamente, semejante a lo que sobre el trabajo de los
49
indios, especialmente en minas, declaró el jesuita Antonio de Ayanz . Nada
de esta terrible requisitoria contra el sistema económico español fue utiliza-
do. Se continuó con los métodos hispánicos hasta principios del siglo XX.
La legislación más nutrida -y la menos consecuente con los principios
republicanos- es, en el decenio, la dictada sobre tributación. Se inicia con la
supresión del tributo por San Martín el 27 de agosto de 1821 y termina con
una serie de medidas coactivas contra los indios que no abonaban esa onero-
sa y discriminatoria carga fiscal que la república restableció mucho antes de
lo que hubiesen calculado los más pesimistas ideólogos de la emancipación.
Por extraña coincidencia, numerosas disposiciones, realmente vergonzosas,
habían ya desaparecido de los archivos en la década del 30 del siglo pasado.
50
Oviedo , en su monumental obra, da una relación de ellas. Faltan así las leyes
que conceden facultad conminatoria a los subprefectos para reconvenir,
apremiar, embargar, rematar y encarcelar al indígena remiso en el pago de
sus contribuciones. El indio no sólo perdía sus bienes sino también su libertad
cuando no podía pagar el nuevo tributo republicano. Alude a esas leyes
Gutiérrez de la Fuente en un casi desconocido Reglamento para la recauda-
ción de las contribuciones de indígenas y castas de la república peruana, que
fue expedido el 12 de junio de 1829.
Varias decenas de disposiciones son expedidas en aquéllos años sobre
tributación. Las contradicciones son también aquí, como en el resto de la
legislación, numerosas. Destacan algunas leyes por las cuales se exonera de
impuestos a los habitantes de algunas villas que se caracterizaron por su beli-
cosidad contra los realistas. El tributo fue suprimido, restablecido con otros
nombres, rebajado, aumentado, vuelto a suprimir. Unos decretos sancionan

49
Figura la Breve Relación de los Agravios del Jesuita Antonio de Ayanz en “Pare-
ceres jurídicos en asuntos de Indias”, del padre Rubén Vargas. Lima, 1951.
50
Oviedo, Juan de. Colección de leyes, decretos… . Lima, 1870. La relación de las
leyes indigenistas que han desaparecido se encuentra en el t. XV, p. 315.

111
Juan José Vega

extorsiones, otros condenan deudas, algunos disponen la prisión de los deu-


dores, uno levanta esta pena, otro estipula el enrolamiento de los “morosos” ,
etc. El aludido reglamento de La Fuente es el máximo documento de la época,
en lo que a tributación indígena se refiere. El mismo jefe suprimió una rebaja
de un peso que se había decretado en favor de los indios y luego suprimió
todas las contribuciones, dejando sólo en vigencia la de indígenas, con el
aumento del peso. Nombró comisiones para que inspeccionasen el cobro del
tributo y puso condiciones draconianas a los subprefectos e intendentes para
que procediesen a la recaudación por cualquier vía. Cierra la serie de normas
dictadas sobre tributo indio en esta época una circular dirigida a los prefectos
el 18 de noviembre, de 1830 señalando que los gobernadores gozan también
de las “facultades coactivas necesarias” para la recaudación de las contribu-
ciones indígenas.
En este decenio se dicta igualmente un sinnúmero de disposiciones
indianistas sobre temas variados. Desde las instrucciones que debe observar
el ejército libertador de San Martín hasta una ley de 1827 en la cual se dispo-
ne la recuperación de Huanta e Iquicha, asoladas por la resistencia que a los
patriotas opusieron hasta ese año (posteriormente sólo hubo manifestacio-
nes esporádicas en favor del Rey). Las disposiciones aludidas comprenden
temas tan variados como el buen trato que debe dar la oficialidad patriota a
los pueblos de la sierra, la importación de mulas y ovejas para levantar la eco-
nomía del agro serrano, la exoneración de tributo a ciertos pueblos por
hechos especiales, notables o desgraciados, la supresión del cacicazgo, etc.

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