Yo Como, Tú Comes, Él Come

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YO COMO, TÚ COMES, ÉL COME

Cierta flor amarilla floreció junto a la laguna. Era la primera flor, hasta donde ella
alcanzaba a ver, que florecía. El viento inclinó su largo tallo, y la flor se contempló
en el agua quieta y habló a los grillos. –¡Qué maravillosa soy! –les dijo– ¡y qué
importante! ¿Saben que el agua de la laguna, la tierra, toda esta planta con sus
raíces, el sol y el aire, todos, todos trabajan para que yo exista? – Chirrr –
contestaron los grillos. En ese momento, una mariposa que revoloteaba se posó
en la flor. –¡Claro que eres importante! –le dijo– porque sirves para que yo me
alimente –y con su larga trompa comenzó a beber el néctar de la flor. –¿Quién te
ha dado permiso para robar mi néctar? –preguntó ésta indignada. –¿Permiso? –
exclamó extrañada la mariposa– pero si las flores están hechas sólo para que
nosotras podamos comer... –y se fue volando...– y podamos volar y ser
hermosas... Iba tan abstraída la mariposa pensando en su belleza que no se dio
cuenta que una libélula la observaba. –¡Qué presumida! –le dijo la libélula a una
lombriz– ¡No sabe ni volar bien! –y agregó– por supuesto, mi vuelo es mucho más
seguro –y volando directamente hacia la mariposa la cazó con sus poderosas
mandíbulas antes que ésta pudiera escapar. Se detuvo en una piedra junto a la
laguna.
–Puede ser que tengas lindos colores –añadió– pero tienes mejor sabor –y se la
comió.
Desde el fondo de la laguna, dos sapos contemplaban la escena: –¡Mira esa
libélula! –le dijo el sapo viejo al sapo gordo –se está comiendo la mariposa.
¿Creerá acaso que las mariposas son para comer? La libélula posada en la
piedra, permanecía muy quieta tomando el sol. –No sé –le contestó el sapo gordo,
que era muy conversador y glotón, al sapo viejo–, lo que sí sé, es que las libélulas
son un bocado delicioso. Y desdoblando su larga y pegajosa lengua atrapó a la
libélula, y se la comió de un solo bocado. –Nunca he probado comer mariposas –
agregó, pero el sapo viejo notando un ligero movimiento en el agua y presintiendo
un peligro, se alejaba, y hacía bien, porque la tenue agitación del agua la había
ocasionado una culebra deslizándose en la laguna. –Por lo demás, ¿a quién le
pueden importar las mariposas? –continuaba diciendo el sapo gordo sin darse
cuenta que su amigo ya no lo escuchaba– cuando lo interesante es que haya
muchos bichitos para que nosotros los sapos, los amos de la laguna, podamos
comer y saltar y comer y croar y comer y... Tan distraído estaba el sapo hablando
sobre las cosas apetitosas para comer, que no sintió la presencia de la culebra
hasta que ya fue muy tarde. Abriendo su enorme boca, la culebra se tragó al sapo.
–¡Qué tontos son todos estos animales! –dijo– se creen tan importantes, cuando
en verdad no son más que un poco de comida para mí, que soy la más astuta, la
mejor cazadora, la más elegante de todas las criaturas. Ya anochecía en la
laguna, y todos los animalitos que durante el día correteaban, se ocultaban en sus
madrigueras, o en pequeños rincones para pasar la noche, y todos los animales
que durante el día habían dormido, comenzaban a despertar para buscar su
alimento.
Una lechuza, parada en la rama baja de un árbol cercano, ya había abierto los
ojos, e inmóvil, había oído a la culebra y la había visto comerse al sapo y luego
quedar flotando perezosamente sobre el agua. –¡Uhu! –dijo la lechuza– ahí está
mi desayuno –dijo reflexionando: –¡Qué privilegiadas somos las aves, que vemos
desde lo alto el ir y venir insensato de las pobres criaturas terrestres! –¡Uhu! –le
contestó el viento del anochecer. –Sí señor, lo que yo hago –continuó la lechuza–
sí tiene sentido y está muy bien calculado. La culebra hizo un movimiento y la
inexperta lechuza, que no le había quitado la vista de encima, se dejó caer sobre
ella y la apresó con las garras y el pico. La culebra murió casi al instante pero con
la cola hirió gravemente un ala de la impetuosa y torpe lechuza. Sin embargo, aun
herida, ésta logró llegar a la orilla y allí se comió a la culebra, pero al no poder
volar, se echó al suelo. Esa noche, llovió con fuerza y la lechuza murió a causa de
su herida, del frío y de la humedad. La lluvia produjo derrumbes, y el cuerpo quedó
cubierto de tierra y piedras junto a la laguna. En poco tiempo, debido al trabajo de
las bacterias, los restos del ave se convirtieron en abono. Abono que las raíces de
una planta recogieron disuelto en el agua y enviaron al otro extremo, en donde
una pequeña flor amarilla floreció. –Qué maravillosa soy –les dijo a los grillos– y
qué importante. ¿Saben que el agua de la laguna, la tierra, toda esta planta con
sus raíces, el sol y el aire, todos, todos trabajan para que yo exista? –Chirrr –
contestaron los grillos. En ese momento una mariposa que revoloteaba se posó en
la flor...

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