Educación Teológica y Misión - Orlando E. Costas
Educación Teológica y Misión - Orlando E. Costas
Educación Teológica y Misión - Orlando E. Costas
EDUCACION TEOLOGICA
Y MISION
Orlando E. Costas
LA EDUCACION TEOLOGICA
COMO DIMENSION DE LA MISION
La educación teológica es una dimensión de la misión. Ello procede de la
misma misión de Dios, que es el marco referencial dentro del cual se puede
entender la misión propia de la iglesia.
Las Escrituras nos presentan a Dios revelando su reino en la historia. Se
puede decir que Dios no tiene otra misión que no sea la de manifestar su reino. -
Ese reino es una realidad trascendente e inmanente, escatológica e histórica;
está por encima de nosotros y en medio nuestro; se ha cumplido en Cristo y
está por venir. Como bien ha dicho Emilio Castro, “el reino de Dios es una
realidad eterna en Dios; es la manifestación histórica del amor trinitario de
Dios.”3
Dentro de esa misión, la iglesia ha sido llamada por Cristo y enviada en el
poder del Espíritu Santo, a dar testimonio del reino para la gloria del Padre. Se
trata de un testimonio vivencial, encarnado en la historia, a través de hechos y
palabras, basado en el modelo por excelencia de Jesús, quien predicaba,
enseñaba y sanaba (Mt. 4.23, 9.35), y hecho posible por la presencia y poder
del Espíritu.
Siguiendo la pista que nos ofrecen los Evangelios podemos decir que una de
las dimensiones del testimonio de la iglesia es su ministerio docente. La
educación teológica es una forma especializada, pero no elitista, de ese
ministerio. Es decir, desempeña un papel específico dentro del magisterio de la
iglesia.
Por magisterio no entendemos un cuerpo especializado que define la
doctrina de la iglesia, sino su ministerio docente —su vocación de enseñar la
fe. Se trata de una tarea que procura (1) formar (carácter, habilidades y
pensamiento), (2) informar (mente, praxis y contemplación) y (3) transfor
mar (valores, personas, instituciones y comunidades). No sólo explica el
misterio de la fe, sino también conduce a la obediencia de la fe (Rom. 1.5), se
expresa en el seguimiento de Jesús hacia la consumación del reino (Mt.
28.16-20) y se verifica en la acción creadora y renovadora (Rom. 12.1-2; 1 Co.
4.20; 2 Co. 5.17). De ahí que encuentre su modelo en el ministerio docente de
Jesús. Enseñar la fe es hacer lo que Jesús hizo con sus discípulos: invitarlos a
seguir en pos de El, ayudándolos a escuchar y entender su Palabra, capacitán
dolos para obedecerla y dotándolos del poder transformador de su Espíritu. La
iglesia es enviada a discipular a los pueblos, bautizándoles y enseñándoles a
guardar todo lo que Cristo ordena por el poder del Espíritu, viviendo anticipa
damente la vida del reino para la gloria de Dios Padre.
Para esa tarea la iglesia necesita líderes especializados, es decir, hombres y
mujeres aptos y capacitados para la enseñanza. Una iglesia sin líderes es como
una escuela sin maestros.
El liderazgo docente de la iglesia tiene diversas expresiones. Por una parte,
todo el ministerio “ordenado” de la iglesia tiene una función docente. Es un
don que el Espíritu da a la iglesia para capacitarla en la misión. Aquellos que
son llamados y apartados para tal servicio tienen la responsabilidad de
preparar a la iglesia para dar testimonio del reino en las situaciones concretas
del diario vivir. Por otra parte, hay aquellos que son llamados a ejercer el
magisterio en nombre de la iglesia para la formación de sus ministros. Las
epístolas paulinas los llama “doctores.” Desempeñan la función que ejercían
los rabinos en la época de Jesús. En la tradición cristiana se les conoce como
“teólogos” o “profesores.” No podemos dejar de lado, sin embargo, a aquellos
miembros del pueblo de Dios que no siendo ni “doctores” ni “pastores” tienen
el don de la enseñanza y contribuyen al ministerio docente de la iglesia como
laicos. Tales personas hacen posible que la educación cristiana alcance a todo
el pueblo de Dios. Más aun, son magníficos mediadores teológicos por estar
inmersos en las mismas faenas cotidianas de la feligresía. El liderato docente
laico hace posible que la teología “aterrice” en las luchas y pruebas del diario
vivir.
Es así como la educación teológica tiene por lo menos una triple función. La
primera y más básica es la de preparar a líderes laicos (hombres o mujeres)
para ayudar en el ministerio educativo de la iglesia. Ese ministerio se orienta
hacia el interior de la comunidad de fe, instruyendo al pueblo de Dios en los
rudimentos básicos de la fe, en la vivencia eficaz del evangelio y en el
testimonio cotidiano a través de sus respectivas vocaciones en el mundo. Sin
líderes laicos preparados no se puede contar con un programa educativo
dinámico en la iglesia local. Tampoco se puede esperar que la iglesia desem
peñe con fidelidad y eficacia su ministerio docente fuera de la comunidad, en
la sociedad secular. La iglesia es llamada a enseñar a los pueblos el camino de
justicia, misericordia y obediencia a Dios. Dar testimonio del reino en la esfera
de lo público requiere instrucción ética, además de crítica y anuncio profético.
Exige una feligresía bien informada en cuanto a la fe cristiana y sus implica
ciones sociopolíticas.
Por ello, se necesitan programas de reflexión teológica para laicos. Dichos
programas deberán no sólo capacitar a los líderes que han de dirigir las
diversas actividades de la iglesia local, sino también crear una “masa crítica”
capaz de ayudar a la iglesia a interpretar su situación histórica concreta,
articular una visión clara de una sociedad justa en conformidad con el reino de
Dios, y desarrollar una teología positiva del trabajo y la vida social cotidiana.
En otras palabras, la educación teológica debe contribuir al desarrollo de una
base de teólogos laicos en cada iglesia con un ministerio profético y pastoral en
sus respectivos lugares de trabajo y comunidades de residencia.
La segunda función de la educación teológica es la de desarrollar ministros
de “la Palabra y los sacramentos” (como se los llama en algunas denomina
ciones) que animen y adiestren en la fe a todo el pueblo de Dios, cultiven y
desarrollen líderes para las diferentes facetas de la misión de la iglesia, y en
particular, el ministerio docente, y ayuden a la iglesia a articular su fe con
claridad y precisión en cada momento y situación. Ciertamente, el ministerio
“ordenado,” que (como se lo conoce comúnmente) es un don que el Espíritu
da a la iglesia para capacitarla en su obediencia misionera, tiene varias
responsabilidades: la proclamación del evangelio, la administración de la vida
y misión de la congregación y el cuidado espiritual de sus miembros son tareas
que atañen el ministerio pastoral. Ninguna de ellas debe ni tiene que opacar o
sustituir la de instruir en la fe. Los pastores deben ser ante todo maestros y
teólogos. Cuando fallan en esta tarea, condenan a sus congregaciones a la
mediocridad y al fracaso de su misión educativa.
La educación teológica no debe ser simplemente “profesional” en el sentido
de instruir en el arte del ministerio (cómo predicar y aconsejar, administrar y
enseñar), sino también académica e informativa. Es decir, debe proveer una
amplitud de conocimientos en cuanto al contenido de la fe, la dinámica de la
iglesia y la complejidad de la sociedad. Para enseñar hay que tener un
contenido a la mano y saber pensar. En el caso de la fe, se necesita entender su
trayectoria y tener herramientas intelectuales para interpretarla.
Por otra parte, la educación teológica que procura preparar a hombres y
mujeres para el ministerio apartado de la iglesia deberá ser también formativa
y práctica. La docencia cristiana busca formar discípulos de Cristo, tarea que
requiere una reflexión crítica y espiritual en el apostolado. Los pastores se
hacen en la práctica concreta de la fe que es obediencia. Exige eficacia. Para
ello se necesita actuar reflexivamente y reflexionar activamente.
La tercera función de la educación teológica es la de preparar maestros de
ministros y “científicos” de la fe. La educación teológica requiere el desarrollo
de eruditos que provean las herramientas y recursos intelectuales para el
desarrollo de la docencia cristiana. Sin “doctores” y “teólogos” el ministerio
docente de la iglesia carece de espina dorsal.
Por supuesto, la erudición teológica puede ser tan complicada como cual
quier rama del saber humano. Está limitada por los recursos humanos y eco
nómicos de la iglesia, que a la vez están condicionados por la sociedad. Si bien
es cierto que la iglesia debe procurar desarrollar al máximo este aspecto de su
misión educativa, no es menos cierto que con frecuencia no tiene los recursos
para hacerlo. De hecho, la especialidad teológica es a veces un lujo que la
iglesia no está en condiciones de sufragar. Con todo, es posible desarrollar
teólogos versátiles que sin ser especialistas en un solo campo pueden interac
tuar con varias ramas del saber teológico y ofrecer cursos en ellas.