Lacomba, Juan A. - La Historia Local y La Microhistoria
Lacomba, Juan A. - La Historia Local y La Microhistoria
Lacomba, Juan A. - La Historia Local y La Microhistoria
CONFERENCIA DE CLAUSURA
La historia local y su importancia
Juan Antonio Lacomba
Universidad de Málaga
Para advertir la importancia que en los estudios históricos ha represen‑
tado y representa hoy la Historia local es conveniente acercarnos a evaluar su pa‑
pel en sí misma –por los conocimientos que aporta– y como parte y componen‑
te de las más amplias Historia regional y nacional. La Historia local hará posible
que podamos avanzar en el conocimiento de la realidad local, como totalidad o
bien parcial o sectorialmente, según a qué cuestiones atienda, pero siempre con
su referente necesario en lo regional y nacional1. “Pequeña historia que es la gran‑
de historia de un pueblo”, escribía hace años un historiador local, refiriéndose a
los “sucesos” que “son los que imprimen carácter histórico a un pueblo y forman
su pequeña historia”2. Pero no se puede olvidar nunca, y de ahí su importancia,
que esta “pequeña historia” es parte componente –y sustancial en ocasiones– de
la historia mayor.
Pasemos ahora a la Historia. Ésta se puede caracterizar como el estu‑
dio del proceso de la sociedad, de sus permanencias y cambios, a lo largo del
tiempo. No obstante, por razones didácticas y analíticas la parcelamos. Desde la
didáctica, aparece la segmentación temporal (Prehistoria, Edades Antigua, Me‑
dia, Moderna y Contemporánea) y temática (Historia Económica, Historia Social,
Historia Política, etc.). En cuanto a lo analítico, el gran mosaico histórico se frag‑
menta en Historia local, Historia regional, Historia nacional, Historia general. Sin
embargo, las “partes” sólo cobran pleno sentido y significado como elementos
del “conjunto” al que pertenecen. Así entendido, lo “local” debe plantearse como
un componente de lo “regional”, que, a su vez, es elemento de sustentación de
lo “nacional”, que discurre, y se explica, en el despliegue de la Historia “general”.
Lo que a continuación sigue es una reflexión sobre la importancia de la Historia
local, sobre su papel en la Historia regional y en la Historia, bosquejando luego la
conexión entre la parte –la Historia local– , el conjunto –la Historia regional– y
el todo –la Historia–. Se trata, por consiguiente, de aproximarnos, aunque sea de
manera sucinta, al contenido y sentido de estos encuadres, desde la prioridad de
lo local, a su forma de interrelacionarse y al papel que la parte desempeña en el
todo, ya que constituyen enfoques complementarios. Así entendida su vincula‑
ción, el historiador, como práctica de su oficio, debe ser el artífice de su articula‑
ción metodológica.
En esta perspectiva, la consideración de la función social de la Historia
como recuperación, análisis e interpretación del pasado, para mejor entender
1
Una primera versión de este trabajo se presentó el 12 de mayo de 2006 en Sevilla, en el "Tercer encuentro
provincial de investigadores locales".
Torres Laguna, C. de, Andújar a través de sus Actas Capitulares (1600-1850). Jaén. Diputación, 1981, p.18.
2
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A. Herrera García, Historia de la Villa de Benacazón y noticia de los antiguos lugares de Castilleja de Talara,
10
mográfico que diverge de lo que ocurre en el país. Franco Quirós lo expone así: "Linares diverge del proceso
español, sobre todo a partir de mediados del siglo XIX y se debe a la incidencia del gran progreso tecnológico
o revolución industrial que potencia la explotación minera del distrito (...). El factor económico produce el
crecimiento demográfico registrado con aportes fundamentalmente de inmigración". Véase J. Franco Qui‑
rós, "Una nueva ciudad andaluza: Linares 1875", Actas I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Con‑
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toria en, en la que el sujeto es el proceso general que se investiga, lo que se trata
de averiguar es cómo funciona en el ámbito local que se aborda16.
Centrándonos en el caso de la Historia local, hay que distinguir entre
las dos tipologías apuntadas por Aróstegui. De un lado, la de “contenido general”
articula distintos niveles de la realidad (demografía, economía, política, sociedad,
cultura, etc.) con el fin de presentar, dialécticamente cohesionadas, las formas de
organización social de una colectividad a lo largo del tiempo o en un momento
dado, que, quizás por lo reducido de su tamaño, puede ofrecer una significativa
“unidad histórica” susceptible de ser aprehendida, así como contrastada con la
dimensión “mayor” regional/nacional. De otro lado, en la Historia local “secto‑
rial”, el objetivo sustancial al que se tiende es precisar la “singularidad”, o bien la
“generalidad”, del fenómeno “parcial” que se estudia. En este caso se trata de una
aproximación analítica a un segmento de la realidad. En conjunto, sea cual sea
el planteamiento que se adopte, “general” o “sectorial”, la Historia local presenta
tres características distintivas básicas: 1) pretende conocer la realidad histórica
de unas gentes que quedan habitualmente diluidas y anónimas en el estudio de
los procesos generales; 2) puede servir para corroborar la concordancia de in‑
gredientes locales en los “contenidos” de fenómenos generales, o bien para mos‑
trar la existencia de divergencias, matices o excepciones locales en los mismos; 3)
debe ser un paso previo necesario para alcanzar las síntesis más amplias, regional
o nacional. Además de todo lo expresado, la Historia local, por la escala contro‑
lable del espacio que aborda, tiene posibilidades de abarcar, prácticamente, las
dimensiones que integran la totalidad del tema tratado, así como la entidad de
sus componentes parciales.
En la investigación de la Historia local el historiador debe: por un lado,
sustentar su trabajo en la indagación documental, gracias a la cual obtendrá datos
y referencias clave; por otro lado, encajar sus averiguaciones en los procesos más
generales en los que discurre la historia que analiza; por último, y como resulta‑
do, comprobar si así construido el discurso hay o no una diferenciada “identidad
histórica local”. Las fuentes escritas, aunque no son las únicas utilizables, tienen
un gran valor para la Historia local, pero no el mismo interés. En este sentido, se
temporánea. (Siglos XIX y XX). t. I. Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 1979, p. 511 y sigs. En este
sentido, ver también: J. Franco Quirós y A. Moreno Nofuentes, Análisis sociodemográfico de una nueva ciudad
andaluza. Linares (1875-1900). Jaén, Cámara Oficial de Comercio e Industria s/f.
16
Véase para lo dicho, en el caso de Andalucía, mi trabajo "Historia e identidad: de la Historia en Andalucía
a la Historia de Andalucía", en J. Hurtado Sánchez y E. Fernández de Paz (Eds.), Cultura Andaluza. Sevilla,
Ayuntamiento/Universidad, 1999, pp. 119-127. Un ejemplo de este diferenciado planteamiento lo constitu‑
yen dos monografías sobre temas sevillanos: Pino Jiménez, A. del, Demografía rural sevillana en el Antiguo
Régimen: Utrera, Los Palacios, Villafranca y Dos Hermanas (1600-1850). Sevilla, Diputación, 2005, es un caso
claro de Historia de, que además permite advertir el contraste entre la población rural y la urbana, con lo
que ayuda a conocer el funcionamiento de la demografía sevillana en el Antiguo Régimen; Pareja Fernández,
J.A., La Falange en la Sierra Norte de Sevilla (1935-1956). Sevilla, Universidad, 2005, que ejemplifica la Historia
en, ya que analiza un fenómeno general en un ámbito local, enriqueciendo el conocimiento general con los
matices locales.
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rural” del libro de J. Sánchez Jiménez, Vida rural y mundo contemporáneo..., op. cit., pp. 21-54.
F. Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid, Alianza, 1968, pp. 60-106.
20
Una aproximación al tiempo del mundo urbano en J. L. García Delgado (Ed.), Las ciudades en la moder‑
21
nización de España. Los decenios interseculares. Madrid, Siglo XXI, 1992; F. Bonamusa y J. Serrallonga (Eds.),
La sociedad urbana. Segundo Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea. Barcelona, AHC, 1994.
22
Sobre la “pluralidad de tiempos” en la Escuela de Annales y en Braudel, F. Dosse, La historia en migajas. De
“Annales” a la “nueva historia”. Valencia, Alfons el Magnanim, 1988, pp. 111-124; F. Ruiz Martín, “Prólogo” a F.
Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales, op. cit., pp. 10-13. Una síntesis sobre tiempo, duración y cronología
en la historia en P. Pagés, Introducción a la historia. Epistemología, teoría y problemas de método en los estudios
históricos. Barcelona, Barcanova, 1983, pp. 241-268.
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El despliegue de la Historia local se produce en las investigaciones referentes a todos los períodos de la
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historia. Puede verse al respecto J. Andrés-Gallego (Coord.), Historia de la historiografía española. Madrid,
Encuentro, 2000.
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27
Véase a este respecto J. A. Lacomba, “En torno a la historia regional”, en el libro colectivo Estudios de his‑
toriografía regional. Las Palmas de Gran Canaria, Real Sociedad Económica de Amigo del País de Las Palmas,
1996, pp. 67-98 y, en general, todos los trabajos. Un reciente ejemplo de Historia regional, a partir de datos
locales, es el libro de Morilla Critz, J. y otros, Estudio de los precios agrarios y la formación del mercado regional
en Andalucía en la segunda mitad del siglo XIX. Jaén, Universidad, 2005.
28
Una región es un ámbito territorial determinado por elementos singularizadores: una realidad espacial
peculiar, que permite su acotamiento, en la que se asienta un grupo humano que desarrolla unas actividades
económicas, que generan unas relaciones sociales, crea unas formas culturales y, en consecuencia, despliega
un proceso histórico diferenciado. Puede verse, entre otros muchos trabajos posibles, E. Orduño Rebollo,
"Fuentes bibliográficas, históricas, jurídicas y políticas para el concepto de región en España", Documentación
jurídica, nº 13, 1977, pp. 73-153.
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29
A. M. Bernal, "Canarias y su historia: la obra singular de Viera y Clavijo", en Serta gratulatoria in honorem
Juan Régulo, vol. III. La Laguna, Universidad, 1988, pp. 262-263.
J. M. Cuenca Toribio, "Balance del I Congreso de Historia de Andalucía", Actas I Congreso de Historia de
30
Andalucía. Fuentes y Metodología. Andalucía en la Antigüedad. Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros,
1978, p. XVI.
M. Cardalliaguet, Historia de Extremadura. Badajoz, Universidad, 2ª ed. 1993, p. 11.
31
J. A. Lacomba, "Propuestas para una historia de Andalucía", en Revista de Estudios Regionales, vol. I, Extr.,
32
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ca política, etc.), con el fin de presentar el proceso histórico global que se desplie‑
ga en la región y sus conexiones, hacia abajo con las historias locales, hacia arriba,
con las historias mayores (nacional y europea/mundial).
En conclusión, ha habido un reciente proceso de desarrollo de la Histo‑
ria local y de la Historia regional. Este se ha debido, básicamente, a tres razones:
1) la formación del Estado autonómico, que ha impulsado en las Comunidades
la preocupación por indagar en el conocimiento de la “historia propia”; 2) el au‑
mento en el país del número de Universidades, que ha favorecido el interés por
los estudios de este tipo, propiciados por el más fácil acceso a la documentación
de sus archivos; 3) el apoyo de las instituciones locales y autonómicas a proyectos
de investigación de este tenor33. Gracias a todo ello, la Historia local –e igual‑
mente la regional– ha visto incrementada significativamente su presencia en la
historiografía y ha experimentado un decisivo refinamiento analítico, fundamen‑
tado en la mejor preparación de los investigadores y en un importante enrique‑
cimiento metodológico y documental, sustentado en el amplio recurso a fuentes
diversas y a la interdisciplinariedad, así como en el uso de un instrumental cada
vez más preciso y adecuado. Por todo ello se puede decir, pues, que estamos en
el tiempo de la Historia local.
Historia local e Historia
Veamos ahora el término Historia. Tiene origen griego y significa ‘tes‑
tigo’, en el sentido de ‘el que ve’. A partir de este principio, se desarrolla su con‑
tenido social: ‘el que examina a los testigos y obtiene la verdad a través de averi‑
guaciones e indagaciones’34. Desde esta raíz inicial, cabe señalar que, en general,
la concepción de la Historia, a lo largo del tiempo, ha tenido tres grandes etapas.
Una primera es la Historia-verificación. Corresponde a sus inicios en Grecia, cuan‑
do nace, en contraposición a la épica y el mito, como un menester ligado a la
escritura testimonial. Historia significa aquí ‘indagación y relato de quien ha visto’
y se fundamenta en la visión propia de quien relata. La veracidad de lo investiga‑
do se basa en ser testigo de los hechos o en el testimonio de testigos fiables. La
segunda es la Historia-reconstrucción. Para conocer el pasado, al no ser ya testigo
de lo acontecido, el historiador recurre a las fuentes. El relato histórico se hace así
más complejo y junto al desarrollo de la praxis historiográfica surge la teoría de
la historia, que es el ingrediente sustentador del quehacer histórico y garante de
su validez científica. Finalmente aparece, como último estadio, el más reciente, la
Historia-interpretación. El historiador, en tanto que narrador-intérprete, organiza
la trama de los hechos, selecciona los datos, valora y reconstruye, desde una pers‑
pectiva propia, de manera que “atenerse a los hechos mismos” es sólo el punto
33
J. A. Lacomba, “Prólogo” al nº 5 de BIHES, Bibliografía de Historia de España, Monográfico sobre “Historia
Contemporánea de Andalucía”. Madrid, CSIC, 1995. Quizás la nota negativa está en la desaparición de docu‑
mentos o el desorden de algunos archivos locales.
E. Moradiellos, El oficio de historiador. Madrid, Siglo XXI, 1994, p. 7.
34
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P. Vilar, Introducción al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica, 1980, p. 27; para el amplio
37
E. Moradiellos, El oficio de historiador, op. cit., p. 13; R. Marín López, "Notas sobre el concepto de Historia e
39
Historia local", en J. J. Martínez Sánchez (Coord.), II Congreso de Historia local. Metodología de la investigación
histórica. La Orotava, Gobierno de Canarias. 2003, p. 45.
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una fría compilación de hechos sino la evocación llena de calor y de vida de las
civilizaciones que nos precedieron”40. El pasado cuenta, sustantivamente, “por lo
que significa para nosotros”; es el “tejido fundamental” que constituye la “memo‑
ria colectiva” que aclara nuestras raíces. Desde un enfoque antropológico “el pa‑
sado histórico concreto y las etapas evolutivas de la sociedad son los ingredientes
que habría que conocer en primer lugar para entender el fenómeno actual”, la
realidad presente. En consecuencia, importa “descubrir de dónde venimos para
saber quiénes somos”41. En este sentido, y como objetivo prioritario, la ciencia
histórica busca la reconstrucción de la memoria colectiva de un pueblo. De aquí
que se pueda afirmar: “La historia es una relación activa con el pasado”42. En tanto
que tal, la recuperación de la memoria histórica implica, siempre, la construcción
de un imaginario colectivo.
Ante la presencia histórica de muchos, y muy diversos, grupos huma‑
nos, con diferentes “historias” y distintos “imaginarios”, cabe pues decir que ha
llegado a su fin la idea de una sola historia. A este respecto se ha escrito: “No hay
una historia única, hay imágenes del pasado propuestas desde diversos puntos de
vista (...)”43. Así pues, nadie discute ya que existen múltiples historias. Ello hace po‑
sible, y necesaria, una pluralidad de perspectivas, con lo que la historia ha ganado
en significados44. Pero conviene advertir que la Historia nunca está escrita defini‑
tivamente. Se ha dicho que cada época reescribe la Historia. Y ello, básicamente,
a partir de los nuevos problemas y preocupaciones que acucian a la sociedad. En
alguna medida, se mira el antes para encontrar respuestas a demandas del ahora.
En este sentido, como se ha destacado, toda historia es, sustancialmente, historia
contemporánea. El interés por el ayer viene orientado por las urgencias del hoy.
En consecuencia, y como resultado de esta revisión reiterada, la ciencia histórica
avanza y lo hace, fundamentalmente, a través de dos vías. Una, el hallazgo de
nuevas fuentes que permiten reconsiderar o esclarecer determinadas cuestiones.
La otra, la relectura de fuentes ya conocidas, pero interrogadas ahora con pre‑
guntas antes no hechas o desde supuestos no utilizados, lo que propicia nuevas
interpretaciones45.
40
F. Guillén Robles, Historia de Málaga y su provincia, op. cit., p. 6. También en el XIX se señala que al "escribir
la historia" hay que sacar de ella "las consecuencias de una manera natural y filosófica, puesto que sin filoso‑
fía una historia, no es más que un encadenamiento de hechos, sin orden ni concierto, que a muy poco con‑
duce, y que casi nada enseñan". V. Martínez Montes, Topografía médica de la ciudad de Málaga, op. cit., p. 231.
41
J. Alcina Franch, “Antropología e identidad andaluza: pasado y presente”, en J. Hurtado Sánchez y E. Fer‑
nández de Paz (Eds.), Cultura Andaluza. Sevilla, Ayuntamiento/Universidad, 1999, pp. 129 y 133.
42
J. Chesnaux, ¿Hacemos tabla rasa del pasado?. A propósito de la historia y de los historiadores. México, Siglo
XXI, 1977, p. 22.
E. Moradiellos, “Últimas corrientes en la Historia”, Historia Social, nº 16, 1998, p. 103.
43
C. G. Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales. Una visión panorámica y crítica del
44
de los archivos, sino también muchas veces de la lectura inteligente y la cultura copiosa”. Véase J. M. Cuenca
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Toribio, “La historiografía sobre la Edad Contemporánea”, en J. Andrés-Gallego (Coord.), Historia de la histo‑
riografía española, op. cit., p. 225.
46
Ver para esta cuestión una buena síntesis en C. F. S. Cardoso, Introducción al trabajo de la investigación his‑
tórica. Conocimiento, método e historia. Barcelona, Crítica, 1981, Capítulo “El tiempo de las ciencias naturales
y el tiempo de la historia”, pp. 195-216.
47
Para el desarrollo de estas cuestiones, J. Aróstegui, La investigación histórica, op. cit., pp. 320-324.
48
F. Guillén Robles, Historia de Málaga y su provincia, op. cit.., p. 6.
Cit. por R. Marín López, art. cit., pp. 66-67.
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A. Ybarra Lara, “Introducción” a E. Gómez Martínez, La represión franquista en Arjona. Andújar, Alcance,
50
1997, p. 11.
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T. Martínez Vara, Santander de villa a ciudad. (Un siglo de esplendor y crisis). Santander, Ayuntamiento,
51
1983, p. 17.
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y los grupos con las estructuras y los procesos sociales”, manteniéndose siempre
dentro del “marco histórico general”, para no convertirse “en una suma de histo‑
rias particulares”52. Bien al contrario, debe ser una pieza imprescindible que haga
posible alcanzar un más correcto conocimiento de la historia más general, de la
que es parte constitutiva y en cuyo seno cobra sentido. De esta manera, la historia
local se sitúa y funciona como un elemento del proceso histórico general.
La Historia –la local, la regional, la nacional/general– hace posible co‑
nocer el pasado como forma de entender el presente. No obstante, en el mundo
de hoy, en la sociedad actual, como escribe Umberto Eco, “lo que sabemos sobre
el pasado, incluso el más próximo, es poco”, con lo cual “se está renunciando a
extraer de la experiencia del pasado una lección para el presente”53. De aquí el
importante papel social de la Historia y del historiador y el valor de su tarea pro‑
fesional.
En definitiva, los años finales del siglo XX conforman una época de im‑
portantes cambios en el desarrollo historiográfico; cambios epistemológicos, que
implican necesarias revisiones metodológicas, que afectan de pleno a la concep‑
ción de la Historia y, en consecuencia, al entendimiento de la Historia local. Estos
cambios han incidido muy sustancialmente en la Historia local en un sentido pro‑
fundo: ha dejado ya de ser la crónica erudita del pasado local “en sí mismo”, para
convertirse en el estudio “interpretativo” de la “manera local” de estar presente
en el proceso histórico general.
52
J. Serna y A. Pons, “El ojo de la aguja. ¿De qué hablamos cuando hablamos de microhistoria?”, en P. Ruiz
Torres (Ed.), “La Historiografía”, nº 12 de la Revista Ayer, 1993, p. 131; P. Ruiz Torres, “Algunas reflexiones sobre
el análisis local y la historia”, en Actes I Congres Internacional d’Historia Local de Catalunya. Barcelona, 1993,
p. 60.
U. Eco, "Érase una vez Churchill", El Mundo Andalucía, 20 de marzo de 2008, p. 5.
53
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