Lacomba, Juan A. - La Historia Local y La Microhistoria

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I Congreso de Historia de Linares

Linares, abril de 2008

CONFERENCIA DE CLAUSURA
La historia local y su importancia
Juan Antonio Lacomba
Universidad de Málaga
Para advertir la importancia que en los estudios históricos ha represen‑
tado y representa hoy la Historia local es conveniente acercarnos a evaluar su pa‑
pel en sí misma –por los conocimientos que aporta– y como parte y componen‑
te de las más amplias Historia regional y nacional. La Historia local hará posible
que podamos avanzar en el conocimiento de la realidad local, como totalidad o
bien parcial o sectorialmente, según a qué cuestiones atienda, pero siempre con
su referente necesario en lo regional y nacional1. “Pequeña historia que es la gran‑
de historia de un pueblo”, escribía hace años un historiador local, refiriéndose a
los “sucesos” que “son los que imprimen carácter histórico a un pueblo y forman
su pequeña historia”2. Pero no se puede olvidar nunca, y de ahí su importancia,
que esta “pequeña historia” es parte componente –y sustancial en ocasiones– de
la historia mayor.
Pasemos ahora a la Historia. Ésta se puede caracterizar como el estu‑
dio del proceso de la sociedad, de sus permanencias y cambios, a lo largo del
tiempo. No obstante, por razones didácticas y analíticas la parcelamos. Desde la
didáctica, aparece la segmentación temporal (Prehistoria, Edades Antigua, Me‑
dia, Moderna y Contemporánea) y temática (Historia Económica, Historia Social,
Historia Política, etc.). En cuanto a lo analítico, el gran mosaico histórico se frag‑
menta en Historia local, Historia regional, Historia nacional, Historia general. Sin
embargo, las “partes” sólo cobran pleno sentido y significado como elementos
del “conjunto” al que pertenecen. Así entendido, lo “local” debe plantearse como
un componente de lo “regional”, que, a su vez, es elemento de sustentación de
lo “nacional”, que discurre, y se explica, en el despliegue de la Historia “general”.
Lo que a continuación sigue es una reflexión sobre la importancia de la Historia
local, sobre su papel en la Historia regional y en la Historia, bosquejando luego la
conexión entre la parte –la Historia local– , el conjunto –la Historia regional– y
el todo –la Historia–. Se trata, por consiguiente, de aproximarnos, aunque sea de
manera sucinta, al contenido y sentido de estos encuadres, desde la prioridad de
lo local, a su forma de interrelacionarse y al papel que la parte desempeña en el
todo, ya que constituyen enfoques complementarios. Así entendida su vincula‑
ción, el historiador, como práctica de su oficio, debe ser el artífice de su articula‑
ción metodológica.
En esta perspectiva, la consideración de la función social de la Historia
como recuperación, análisis e interpretación del pasado, para mejor entender

1
  Una primera versión de este trabajo se presentó el 12 de mayo de 2006 en Sevilla, en el "Tercer encuentro
provincial de investigadores locales".
  Torres Laguna, C. de, Andújar a través de sus Actas Capitulares (1600-1850). Jaén. Diputación, 1981, p.18.
2

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el presente, adquiere plena virtualidad en la Historia local: ésta, al tiempo que


reconstruye la textura histórica de un colectivo específico, que se sitúa en un
espacio concreto, ayuda a un mejor conocimiento de la Historia regional, de
la que en primera instancia forma parte, y de la Historia nacional/general en
la que se desenvuelve. Sólo integrando la Historia local en la Historia más am‑
plia, evitando cualquier “campanarismo” limitativo, cobra su pleno sentido. Lo
mismo cabe decir de la Historia regional, en la que participa directamente y a
la que sustenta.
En torno a la Historia local
La Historia local ha sido por largo tiempo un “discurso escrito” que,
por el apego al lugar propio y por la mayor facilidad de acceso a las fuentes, ha
constituido, desde antiguo, una corriente historiográfica de amplio arraigo en
España. Su despliegue, sin embargo, ha sido bastante discontinuo, presentan‑
do significativos cambios en su concepción y maneras de hacerse. La Historia
local, tradicionalmente en manos de los llamados “historiadores locales”, no
siempre ha estado científicamente abordada y, a veces, se ha planteado en
exceso anecdótica o erudita, incluso mítica; y en buena parte de su dilatada
trayectoria se ha desplegado más como Crónica que como Historia; más como
relato detallado de acontecimientos, que como análisis interpretativo de he‑
chos acaecidos. Hay que decir que desde hace unos años estos planteamientos
se han modificado.
Veamos unos momentos de su evolución. Quizás en el XVIII hay ya
un cambio importante. A este respecto escribe A. Canales: “Aunque en el siglo
XVIII no faltaron tampoco quienes confundieron la Historia con la fábula e
incluso quienes la falsearon con torcidos propósitos, no se puede negar que
hubo también, paralelamente, una tendencia a profundizar en las historias lo‑
cales, despejándolas de lo legendario y adobándolas con un estilo llano, co‑
loquial o epistolar para que no perdieran su atractivo ante el lector menos
docto”. Por ello, “los reformadores de la Ilustración”, como señala la profesora
M. Reder, entendieron que “era preciso dotar a la Historia de nuevos métodos
críticos”3. En el XIX algunos historiadores insisten en esta actitud crítica. Así,
por ejemplo, M. Rodríguez de Berlanga, que apunta los elementos que debe
contener toda Historia local: debe estar “purgada” de las muchas fábulas que
desfiguran su despliegue; debe examinar críticamente los textos a los que re‑
curre para su redacción; debe desvelar y rechazar los documentos “notoria‑
mente falsos”4. En el XIX abundan las Historias locales y las que se publican en
la segunda mitad del siglo, en general, son libros en los que hay que señalar “el
3
  A. Canales, "Prólogo" y M. Reder, "Estudio introductorio" a J. M. de Rivera Valenzuela, Diálogos de memorias
eruditas para la Historia de la Nobilísima Ciudad de Ronda. Reed. facsímil de la de 1766-67. Málaga, Unicaja,
2002, pp. VII y IX.
4
  M. Rodríguez de Berlanga, "Prólogo" a F. Guillén Robles, Historia de Málaga y su provincia. Reed. de la de
1874. Málaga, Diputación, 1977, pp. XXVII-XXIX.

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interés histórico que tienen en sí mismos, tanto por su recopilación de datos,


como por el tratamiento que de ellos hacen en lo que se refleja una forma de
pensar”. Se puede decir que en ellos predomina la historia fáctica, basada en
el relato documentado de hechos, jalonada de reflexiones más de orden mo‑
ral que científico5. En años recientes la Historia local se ha convertido en una
muy utilizada y consolidada línea de investigación, ampliamente abordada
por historiadores profesionales, que han aportado novedosos planteamientos
epistemológicos y metodológicos6. Cabe decir que su progresiva renovación
ha conducido a lo que podríamos llamar “la nueva Historia local” que, como
se ha señalado, por el instrumental y las técnicas que ahora emplea, metodo‑
lógicamente, no se diferencia de la Historia nacional o general. La clave de la
distinción entre ellas se encuentra en el ámbito territorial abarcado por cada
una y en el sujeto del proceso que se analiza.
Aproximémonos a una consideración de la Historia local7. En una carac‑
terización sumaria, se puede entender por Historia local la corriente historiográ‑
fica que se ocupa de la indagación de procesos sociales a escala local 8. Así con‑
siderada, la Historia local sería el estudio de la realidad local, o de algún aspecto
de la misma, a lo largo del tiempo, o en un momento dado, atendiendo bien a
lo general, bien a un determinado componente concreto9. Viene a ser, pues, la
territorialización del objeto de análisis, que debe ir acompañada de su inserción y
relaciones con su despliegue regional y nacional. Por lo tanto, se trata de fijar su
singularidad, o no, en el desenvolvimiento colectivo, precisando su perfil propio
y su papel en el proceso histórico general del que forma parte. En suma, la His‑
toria local busca, en el contexto de los pasos y las etapas de la historia regional/
nacional, averiguar “el modo y la manera” que “esos pasos y etapas” han tenido en
el ámbito local objeto de estudio. En definitiva, “cómo sus características se han
5
  R. Corzo, "Introducción" a A. de Castro, Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta
1814. Reed. de la de 1858. Cádiz. Diputación. 1982, s/p.
6
  Una sumaria revisión sobre la evolución y características de la Historia local, en particular en Andalucía,
puede encontrarse en: J. A. Lacomba, "Las etapas de la reconstrucción historiográfica de la historia de An‑
dalucía. Una aproximación", Revista de Estudios Regionales, nº 56, 2000, pp. 15-48; id., "Reflexiones sobre la
Historia local", Hespérides. Anuario de investigaciones, nº 8, 2001, en especial pp. 23-31; L. C. Álvarez Santaló,
"Historia para la sociedad: Historia local", en Cádiz en su historia. III Jornadas de Historia de Cádiz. Cádiz, Caja
de Ahorros de Cádiz, 1984, pp. 5-21; A. M. Bernal, "Riesgo y ventura de la Historia local. Andalucía", en J. J.
Martínez Sánchez (Coord.), II Congreso de Historia local. Metodología de la investigación. La Orotava, Gobier‑
no de Canarias, 2003, pp. 219-235.
7
  Se acepta como tal, sustancialmente, la historia del municipio, aunque por "asimilación administrativa"
puede acoger el nivel comarcal e, incluso, alcanzar el provincial.
8
  Retomo aquí algunas de las ideas y cuestiones expuestas en mis trabajos "Reflexiones sobre la Historia local",
ya cit. y "La inserción de la Historia local en la Historia general", en J. J. Martínez Sánchez (Coord.), II Congreso
de Historia local. Metodología de la investigación histórica. La Orotava, Gobierno de Canarias, 2003, pp. 71-89.
9
  Ejemplos de ambos planteamientos pueden ser: en el tiempo, Aznar Sánchez, J.A., Dinámica demográfica
y económica de Almería en el siglo XX. Almería, Universidad, 2000; en un momento dado, Barragán Moriana,
A., Córdoba: 1898/1905. Crisis social y regeneracionismo político. Córdoba, Universidad, 2000, libro en el que
se conjuga lo "local" y lo "provincial" .

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manifestado en el desarrollo de las formas de vida de sus gentes a través de los


sucesivos períodos y qué particularidades distintivas han tenido” en la localidad
que se analiza10.
La variable fundamental, identificadora de esta línea historiográfica
(también de investigación geográfica, económica, sociológica y antropológica,
o de su “todo conjunto”), es el ámbito espacial de estudio. Así considerada, la
Historia local forma parte de lo que el prof. Aróstegui denomina “historias terri‑
toriales”: éstas pueden tener un “contenido general”, y en este caso agrupan todos
los aspectos y componentes de la actividad social y su desenvolvimiento en el
tiempo11, o bien un enfoque “sectorial”, que se ocupa de elementos “parciales” de
la realidad (economía, sociedad, formas de vida, política, cultura, mentalidades,
etc.)12. Lo distintivo es que su centro de atención se sitúa en un específico esce‑
nario territorial 13. Por su parte, el prof. Bernal, al reflexionar sobre este campo
histórico, distingue entre Historia local e investigación local. Y escribe: “Mientras
que la Historia Local hace de la comunidad un sujeto histórico en sí mismo, la
investigación histórica local actúa (...) como un elemento probatorio de un tema
general de investigación”. Apunta que, en el primer caso, la Historia local “es fina‑
lista”, ya que se convierte en objeto de investigación en sí misma; en cambio, “la
investigación histórica local” viene a ser “un mero factor coadyuvante al servicio
de una investigación más general”14. Este planteamiento permite diferenciar entre
la Historia de y la Historia en, lo que implica un sustancial cambio de enfoque. De
una parte, la Historia de, en el caso de lo local, fija aquí el sujeto. En este enfoque,
a veces, surgen divergencias con la historia más general –regional o nacional– y,
entonces, conviene precisar las razones de que así sea15. De otra parte, para la His‑

  A. Herrera García, Historia de la Villa de Benacazón y noticia de los antiguos lugares de Castilleja de Talara,
10

Gelo de Cabildo y la Torre de Guadiamar. Sevilla, Diputación/Ayuntamiento de Benacazón, 2005, p. 21.


11
  Por ejemplo, entre las "clásicas" del XIX pueden citarse: A. de Castro, Historia de Cádiz y su provincia desde
los remotos tiempos hasta 1814. Reed. de la de 1858. Cádiz, Diputación, 1982; F. Guillén Robles, Historia de
Málaga y su provincia. Reed. de la de 1874. Málaga, Diputación, 1977; entre las recientes, la de A. Herrera
García, Historia de Benacazón..., ya cit. y, en general, las publicadas por la editorial Sarriá de Málaga en su
colección "Andalucía en breve".
12
  Por ejemplo, entre las del XIX, V. Martínez Montes, Topografía médica de la ciudad de Málaga. Málaga,
Imp. de D. Ramón Franquelo, 1852 (Hay reed. facsímil. Málaga, Primtel. 1993); entre las modernas, J. Artillo
González y otros, La minería de Linares (1860-1923). Jaén, Diputación/Ayuntamiento de Linares, 1987; tam‑
bién Rodríguez Alemán, I., "Desarrollo socioeconómico de Málaga en el siglo XVII: el vecindario de 1632",
Anuario de Investigaciones Hespérides, nº 8, 2001, pp. 235-253.
  J. Aróstegui, La investigación histórica: teoría y método. Barcelona, Crítica, 1995, pp. 45-49. Se afirma así la
13

caracterización sustantiva de esta corriente historiográfica.


14
  A .M. Bernal, "Riesgo y ventura de la Historia local...", art. cit., p. 224.
  Valga como ejemplo el caso de Linares. A mediados del XIX hay en la ciudad un fuerte crecimiento de‑
15

mográfico que diverge de lo que ocurre en el país. Franco Quirós lo expone así: "Linares diverge del proceso
español, sobre todo a partir de mediados del siglo XIX y se debe a la incidencia del gran progreso tecnológico
o revolución industrial que potencia la explotación minera del distrito (...). El factor económico produce el
crecimiento demográfico registrado con aportes fundamentalmente de inmigración". Véase J. Franco Qui‑
rós, "Una nueva ciudad andaluza: Linares 1875", Actas I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Con‑

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toria en, en la que el sujeto es el proceso general que se investiga, lo que se trata
de averiguar es cómo funciona en el ámbito local que se aborda16.
Centrándonos en el caso de la Historia local, hay que distinguir entre
las dos tipologías apuntadas por Aróstegui. De un lado, la de “contenido general”
articula distintos niveles de la realidad (demografía, economía, política, sociedad,
cultura, etc.) con el fin de presentar, dialécticamente cohesionadas, las formas de
organización social de una colectividad a lo largo del tiempo o en un momento
dado, que, quizás por lo reducido de su tamaño, puede ofrecer una significativa
“unidad histórica” susceptible de ser aprehendida, así como contrastada con la
dimensión “mayor” regional/nacional. De otro lado, en la Historia local “secto‑
rial”, el objetivo sustancial al que se tiende es precisar la “singularidad”, o bien la
“generalidad”, del fenómeno “parcial” que se estudia. En este caso se trata de una
aproximación analítica a un segmento de la realidad. En conjunto, sea cual sea
el planteamiento que se adopte, “general” o “sectorial”, la Historia local presenta
tres características distintivas básicas: 1) pretende conocer la realidad histórica
de unas gentes que quedan habitualmente diluidas y anónimas en el estudio de
los procesos generales; 2) puede servir para corroborar la concordancia de in‑
gredientes locales en los “contenidos” de fenómenos generales, o bien para mos‑
trar la existencia de divergencias, matices o excepciones locales en los mismos; 3)
debe ser un paso previo necesario para alcanzar las síntesis más amplias, regional
o nacional. Además de todo lo expresado, la Historia local, por la escala contro‑
lable del espacio que aborda, tiene posibilidades de abarcar, prácticamente, las
dimensiones que integran la totalidad del tema tratado, así como la entidad de
sus componentes parciales.
En la investigación de la Historia local el historiador debe: por un lado,
sustentar su trabajo en la indagación documental, gracias a la cual obtendrá datos
y referencias clave; por otro lado, encajar sus averiguaciones en los procesos más
generales en los que discurre la historia que analiza; por último, y como resulta‑
do, comprobar si así construido el discurso hay o no una diferenciada “identidad
histórica local”. Las fuentes escritas, aunque no son las únicas utilizables, tienen
un gran valor para la Historia local, pero no el mismo interés. En este sentido, se

temporánea. (Siglos XIX y XX). t. I. Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 1979, p. 511 y sigs. En este
sentido, ver también: J. Franco Quirós y A. Moreno Nofuentes, Análisis sociodemográfico de una nueva ciudad
andaluza. Linares (1875-1900). Jaén, Cámara Oficial de Comercio e Industria s/f.
16
  Véase para lo dicho, en el caso de Andalucía, mi trabajo "Historia e identidad: de la Historia en Andalucía
a la Historia de Andalucía", en J. Hurtado Sánchez y E. Fernández de Paz (Eds.), Cultura Andaluza. Sevilla,
Ayuntamiento/Universidad, 1999, pp. 119-127. Un ejemplo de este diferenciado planteamiento lo constitu‑
yen dos monografías sobre temas sevillanos: Pino Jiménez, A. del, Demografía rural sevillana en el Antiguo
Régimen: Utrera, Los Palacios, Villafranca y Dos Hermanas (1600-1850). Sevilla, Diputación, 2005, es un caso
claro de Historia de, que además permite advertir el contraste entre la población rural y la urbana, con lo
que ayuda a conocer el funcionamiento de la demografía sevillana en el Antiguo Régimen; Pareja Fernández,
J.A., La Falange en la Sierra Norte de Sevilla (1935-1956). Sevilla, Universidad, 2005, que ejemplifica la Historia
en, ya que analiza un fenómeno general en un ámbito local, enriqueciendo el conocimiento general con los
matices locales.

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pueden señalar tres grupos documentales a manejar: a) la documentación general,


referente al país, la región y la comarca, que nos fija el marco de lo que indaga‑
mos y en el que debemos “situar” el proceso local; b) la documentación propia del
lugar que estudiamos, que es el corpus esencial en el tema que se investiga; c) la
documentación complementaria, que es la que nos transmite aspectos o cuestio‑
nes más coyunturales o episódicas17. Y un aspecto sustancial a retener, cuando se
trata de aproximarse a la historia local: para su más adecuado entendimiento, es
necesario tener en cuenta el distinto “tempo histórico” que, hasta épocas muy
recientes, diferenciaba el mundo rural del mundo urbano18. Se debe tener pre‑
sente que en el medio rural, por lo general, la historia se ralentiza, se hace más
“fría”, los cambios se retardan19; predomina, pues, el “tiempo largo”, lo que Braudel
caracteriza como “larga duración”20. En cambio, en el ámbito urbano, la historia es
más agitada y dinámica, más “cálida”, en definitiva, los cambios son más rápidos21;
tienen pues más protagonismo el tiempo corto y medio, lo que Braudel propo‑
ne como “corta” y “media duración”22. Este diferente “tempo histórico” permite
entender los importantes desfases de todo tipo que han existido entre el campo
y la ciudad, que la Historia local hace posible verificar. En este sentido, es tesis
mantenida y bastante contrastada que el medio rural, con su “tempo” lento, favo‑
rece la “permanencia” de las formas y elementos tradicionales, frente a la mayor
aceleración, que propicia el “cambio” y el avance “modernizador”, que se produce
en el mundo urbano.
En el marco de la Historia local cabe situar la corriente conocida como
microhistoria, de interesante presencia en la segunda mitad del siglo XX. Son mu‑
chas las caracterizaciones que de la misma se han hecho, aunque se ha desta‑
cado que no existe una “ortodoxia microhistórica”. En cualquier caso, se puede
17
  Se pueden considerar dos bloques diferenciados de documentación: la manuscrita, del más diverso tipo,
a rastrear en Archivos públicos, pero también, si los hay, privados; la impresa (folletos, memoriales, alegacio‑
nes, certificados, etc.), igualmente localizable en Archivos, Hemerotecas e Instituciones.
18
  J. Mª. Jover Zamora, en el “Prólogo” al libro de J. Sánchez Jiménez Vida rural y mundo contemporáneo.
Análisis sociohistórico de un pueblo del sur. Barcelona, Planeta, 1976, al referirse a la España del XIX, señala
tres niveles de “tempo histórico”, que corresponden a las tres Españas que coexisten en el “tiempo real”: “la
España urbana y capitaleña que vive el tiempo europeo”; “la España provinciana más o menos sumida en el
pasado”; “la España rural (...) inmersa en un tiempo histórico que no tiene de común con los anteriores (...)
más relación que la de la mera contemporaneidad” (op. cit., p. 12).
  Para el “tempo histórico” en el mundo rural es muy sugerente el capítulo “Espacio y tiempo en la vida
19

rural” del libro de J. Sánchez Jiménez, Vida rural y mundo contemporáneo..., op. cit., pp. 21-54.
  F. Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid, Alianza, 1968, pp. 60-106.
20

  Una aproximación al tiempo del mundo urbano en J. L. García Delgado (Ed.), Las ciudades en la moder‑
21

nización de España. Los decenios interseculares. Madrid, Siglo XXI, 1992; F. Bonamusa y J. Serrallonga (Eds.),
La sociedad urbana. Segundo Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea. Barcelona, AHC, 1994.
22
  Sobre la “pluralidad de tiempos” en la Escuela de Annales y en Braudel, F. Dosse, La historia en migajas. De
“Annales” a la “nueva historia”. Valencia, Alfons el Magnanim, 1988, pp. 111-124; F. Ruiz Martín, “Prólogo” a F.
Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales, op. cit., pp. 10-13. Una síntesis sobre tiempo, duración y cronología
en la historia en P. Pagés, Introducción a la historia. Epistemología, teoría y problemas de método en los estudios
históricos. Barcelona, Barcanova, 1983, pp. 241-268.

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entender que es aquella línea de investigación que atiende al individuo, al acon‑


tecimiento y al tiempo breve; que establece relaciones entre los grupos y las per‑
sonas y analiza la reacción de éstas a las presiones externas. Se trata, pues, de un
enfoque que reduce la escala de observación, buscando un resultado que se pro‑
pone significativo. En suma, la aproximación microhistórica plantea el “acceso al
conocimiento del pasado mediante indicios, signos, síntomas”23. Se trata de una
tendencia historiográfica, ahora en cierto declive, cuya breve referencia aquí se
debe al hecho de que “lo local” constituye el escenario en el que se desarrolla el
proceso que se estudia, presentado como “significativo”.
La Historia local es, como antes se ha dicho, una vieja corriente histo‑
riográfica, de secular presencia. En el XX, a principios de los 70, se defendía el
papel y la importancia de la Historia local y como razones de su expansión se
aducían básicamente dos: una, el interés por la historia propia, por cuanto “al
terruño natal se refiere”24; la otra, la esperanza de descubrir un hecho histórico,
una peculiar tradición o la existencia de personajes de cierta notoriedad. Desde
estas perspectivas se afirmaba “que el pasado de las pequeñas localidades ofrece
un amplio e interesante campo a la investigación histórica”; al tiempo, se critica‑
ba el desdén por estas historias de quienes “llevados por erróneas y superficiales
apreciaciones” califican esta línea de trabajo “como el “género chico” de nuestra
historiografía”25. Mucho han cambiado las cosas y, desde hace un cierto tiempo,
lo “local”, en el más amplio sentido, se ha consolidado como ámbito de investi‑
gación en el conjunto de las ciencias sociales. Quizás esta decantación se debe a
que ofrece una triple ventaja: a) su limitada escala espacial, que permite controlar
plenamente la cuestión que se estudia; b) el manejo de las fuentes fundamenta‑
les, en general más asequibles y verificables, que hace posible aplicarles avanzadas
técnicas metodológicas; c) los dos aspectos señalados propician el recurso a la
interdisciplinariedad, con lo que se enriquecen los resultados alcanzados.

Sobre Historia local e Historia regional


Por todo lo expresado, en el último cuarto del siglo XX la Historia local
ha experimentado un decisivo impulso26, acompañado, como ya se ha dicho, de
una total renovación metodológica y epistemológica, siendo en consecuencia
23
  Resumo los aspectos abordados en mi trabajo "Sobre historia local y microhistoria. Una aproximación",
Isla de Arriarán, VI, 1995, en particular pp. 131-133, en donde se aporta una bibliografía básica. Puede verse,
Serna, J. y Pons, A., Como se escribe la microhistoria. Madrid, Cátedra, 2000.
24
  A este respecto se ha escrito: "El estudio de la zona en la que hemos nacido o en la que nos movemos siem‑
pre despierta un interés especial y de una forma u otra ha sido en muchas ocasiones rampa de lanzamiento
de investigaciones de mayor envergadura", R. Morán Martín, El señorío de Benamejí. (Su origen y evolución en
el siglo XVI). Córdoba, Universidad/Diputación, 1986, p. 13.
  F. Muñoz y Muñoz, "Prólogo" a R. Conejo Remilo, Historia de Archidona. Granada, Autor. 1973, pp. 13-14.
25

  El despliegue de la Historia local se produce en las investigaciones referentes a todos los períodos de la
26

historia. Puede verse al respecto J. Andrés-Gallego (Coord.), Historia de la historiografía española. Madrid,
Encuentro, 2000.

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fundamento sustancial del amplio desenvolvimiento que en los últimos tiempos


ha vivido también la Historia regional27. Ésta, que constituye una línea historio‑
gráfica con entidad propia, es a su vez parte integrante de los procesos históricos
“mayores” (nacionales y generales), al igual que ella integra procesos históricos
“menores” (locales, sectoriales). Así pues, la Historia regional se sustenta en las
monografías locales, cuyos conocimientos sintetiza y asume, y viene a ser, en ter‑
minología de Pierre Vilar, el análisis del todo social y del fondo de los problemas
del grupo humano regional, a lo largo del tiempo, en el contexto más amplio de la
Historia nacional –y de la general– en la que se halla inserta. En definitiva, se pue‑
de decir, en una caracterización esquemática, que la Historia regional es síntesis
de análisis locales y, al mismo tiempo, análisis para síntesis nacionales28.
Situada en medio de la Historia local y la Historia nacional, la Historia
regional viene jugando un importante papel. De un lado, obliga a replantear,
desde la óptica regional, no pocas cuestiones de la historia nacional por la can‑
tidad de variantes regionales que pueden aparecer; de otro, puede ofrecer pecu‑
liaridades singulares, no tenidas en cuenta en la visión tradicional de la historia
nacional; por último, aglutina y da sentido a los procesos históricos locales que
la cimentan, a los que inserta en la dinámica regional y en el despliegue de la his‑
toria nacional. La Historia regional y la local tienen, entre otros, un doble riesgo
en el que no pueden caer: campanarismo y ombliguismo. Ambas deben evitar
el estrecho campanarismo (la historia “se cierra” y “concluye” en los límites del
lugar), así como el absurdo ombliguismo (todo en la historia “depende” de lo
que en un sitio ocurre). En suma, frente a los peligros apuntados, y otros que
se podrían añadir, el objetivo perseguido ha de ser, a partir del desarrollo de los
estudios locales, enfrentarse con el pasado regional, en el contexto de la historia
nacional, para que todas –local, regional, nacional– “se expliquen” de manera
más coherente.
La Historia regional así considerada es también una “territorialización”
del objeto de análisis: aglutina sus dinámicas locales y no debe obviar la conexión
con los procesos más generales, su vinculación al marco histórico más amplio
en el que se desenvuelve y que le sirve de referencia. Trata de mostrar bien la
singularización, bien la generalización de lo regional en el desarrollo colectivo,
así como su “peso” y papel en el despliegue de la historia mayor en cuyo proceso

27
  Véase a este respecto J. A. Lacomba, “En torno a la historia regional”, en el libro colectivo Estudios de his‑
toriografía regional. Las Palmas de Gran Canaria, Real Sociedad Económica de Amigo del País de Las Palmas,
1996, pp. 67-98 y, en general, todos los trabajos. Un reciente ejemplo de Historia regional, a partir de datos
locales, es el libro de Morilla Critz, J. y otros, Estudio de los precios agrarios y la formación del mercado regional
en Andalucía en la segunda mitad del siglo XIX. Jaén, Universidad, 2005.
28
  Una región es un ámbito territorial determinado por elementos singularizadores: una realidad espacial
peculiar, que permite su acotamiento, en la que se asienta un grupo humano que desarrolla unas actividades
económicas, que generan unas relaciones sociales, crea unas formas culturales y, en consecuencia, despliega
un proceso histórico diferenciado. Puede verse, entre otros muchos trabajos posibles, E. Orduño Rebollo,
"Fuentes bibliográficas, históricas, jurídicas y políticas para el concepto de región en España", Documentación
jurídica, nº 13, 1977, pp. 73-153.

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se sitúa. Desde hace un cierto tiempo gana terreno en la historiografía española


el estudio de la temática regional. A partir de la formación en España del Esta‑
do Autonómico, según ha señalado A. M. Bernal, “cada pueblo, cada comunidad
hispana con sentimientos específicos diferenciales en diversos órdenes del que‑
hacer colectivo trata de ahondar en el conocimiento de su pasado como mejor
camino para comprender el presente y construir sobre herencias verosímiles y
no fantasmagóricas el futuro”29. En definitiva, el impulso autonómico favoreció
el desarrollo de la Historia local y, en consecuencia, la profundización en la His‑
toria regional como mecanismo de ayuda a la recuperación de la historia de un
pueblo, haciendo balance del pasado, tratando de entender mejor el presente y
colaborando así a la construcción del futuro. En esa línea interpretativa, el prof.
Cuenca Toribio, refiriéndose a Andalucía, reflexionaba sobre el pasado y escribía
que la construcción del presente y del futuro andaluz “pasa indefectiblemente
por un conocimiento de su pasado desprovisto de oportunismos ideológicos o
políticos”30.
Se ha señalado un doble papel al despliegue de la Historia regional en
los años recientes. De un lado, crear “un cauce de afirmación regional a partir del
conocimiento de los condicionantes históricos que nos definen como pueblo y
que nos unen al resto de las gentes de España”; de otro, en el momento “de ma‑
duración de la autonomía como realidad política y económica que se justifica a sí
misma, es oportuno cuajar también una “autonomía” conscientemente asumida
en la cultura, en el pasado común y en el proyecto de futuro”31. Así, la Historia
regional y la Historia local en la que primordialmente se sustenta, planteadas sin
campanarismos de ninguna clase, utilizando técnicas y métodos científicos y con
planificación de objetivos y coordinación de tareas, se han convertido en líneas
especiales del desarrollo historiográfico.
En definitiva, la Historia regional estudia el largo proceso histórico de la
región, observándolo desde sí misma, desde su propia trayectoria y textura cons‑
titutiva, partiendo de sus componentes locales e insertándolo en el contexto ma‑
yor en el que se despliega32. El papel del escenario geográfico y de su relación con
el grupo humano en él instalado es el núcleo central de la Historia regional. Ésta
aborda ese marco, entendido como “unidad histórica” situada en un más amplio
y general “conjunto”, buscando, a partir de los análisis locales y parciales, alcanzar
la totalidad de los aspectos sectoriales (demografía, economía, sociedad, dinámi‑

29
  A. M. Bernal, "Canarias y su historia: la obra singular de Viera y Clavijo", en Serta gratulatoria in honorem
Juan Régulo, vol. III. La Laguna, Universidad, 1988, pp. 262-263.
  J. M. Cuenca Toribio, "Balance del I Congreso de Historia de Andalucía", Actas I Congreso de Historia de
30

Andalucía. Fuentes y Metodología. Andalucía en la Antigüedad. Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros,
1978, p. XVI.
  M. Cardalliaguet, Historia de Extremadura. Badajoz, Universidad, 2ª ed. 1993, p. 11.
31

  J. A. Lacomba, "Propuestas para una historia de Andalucía", en Revista de Estudios Regionales, vol. I, Extr.,
32

1979, pp. 23-35.

CONFERENCIA DE CLAUSURA
La historia local y su importancia

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I Congreso de Historia de Linares
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ca política, etc.), con el fin de presentar el proceso histórico global que se desplie‑
ga en la región y sus conexiones, hacia abajo con las historias locales, hacia arriba,
con las historias mayores (nacional y europea/mundial).
En conclusión, ha habido un reciente proceso de desarrollo de la Histo‑
ria local y de la Historia regional. Este se ha debido, básicamente, a tres razones:
1) la formación del Estado autonómico, que ha impulsado en las Comunidades
la preocupación por indagar en el conocimiento de la “historia propia”; 2) el au‑
mento en el país del número de Universidades, que ha favorecido el interés por
los estudios de este tipo, propiciados por el más fácil acceso a la documentación
de sus archivos; 3) el apoyo de las instituciones locales y autonómicas a proyectos
de investigación de este tenor33. Gracias a todo ello, la Historia local –e igual‑
mente la regional– ha visto incrementada significativamente su presencia en la
historiografía y ha experimentado un decisivo refinamiento analítico, fundamen‑
tado en la mejor preparación de los investigadores y en un importante enrique‑
cimiento metodológico y documental, sustentado en el amplio recurso a fuentes
diversas y a la interdisciplinariedad, así como en el uso de un instrumental cada
vez más preciso y adecuado. Por todo ello se puede decir, pues, que estamos en
el tiempo de la Historia local.
Historia local e Historia
Veamos ahora el término Historia. Tiene origen griego y significa ‘tes‑
tigo’, en el sentido de ‘el que ve’. A partir de este principio, se desarrolla su con‑
tenido social: ‘el que examina a los testigos y obtiene la verdad a través de averi‑
guaciones e indagaciones’34. Desde esta raíz inicial, cabe señalar que, en general,
la concepción de la Historia, a lo largo del tiempo, ha tenido tres grandes etapas.
Una primera es la Historia-verificación. Corresponde a sus inicios en Grecia, cuan‑
do nace, en contraposición a la épica y el mito, como un menester ligado a la
escritura testimonial. Historia significa aquí ‘indagación y relato de quien ha visto’
y se fundamenta en la visión propia de quien relata. La veracidad de lo investiga‑
do se basa en ser testigo de los hechos o en el testimonio de testigos fiables. La
segunda es la Historia-reconstrucción. Para conocer el pasado, al no ser ya testigo
de lo acontecido, el historiador recurre a las fuentes. El relato histórico se hace así
más complejo y junto al desarrollo de la praxis historiográfica surge la teoría de
la historia, que es el ingrediente sustentador del quehacer histórico y garante de
su validez científica. Finalmente aparece, como último estadio, el más reciente, la
Historia-interpretación. El historiador, en tanto que narrador-intérprete, organiza
la trama de los hechos, selecciona los datos, valora y reconstruye, desde una pers‑
pectiva propia, de manera que “atenerse a los hechos mismos” es sólo el punto
33
  J. A. Lacomba, “Prólogo” al nº 5 de BIHES, Bibliografía de Historia de España, Monográfico sobre “Historia
Contemporánea de Andalucía”. Madrid, CSIC, 1995. Quizás la nota negativa está en la desaparición de docu‑
mentos o el desorden de algunos archivos locales.
  E. Moradiellos, El oficio de historiador. Madrid, Siglo XXI, 1994, p. 7.
34

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Juan Antonio Lacomba

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I Congreso de Historia de Linares
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de partida, el fundamento para alcanzar la “interpretación” del proceso que se


analiza, que tiene como resultado la “explicación” como forma del conocimiento
histórico35. En definitiva, el objetivo final es construir la “interpretación explicati‑
va” del fenómeno analizado, que, como destaca A. Schaff, es siempre hipotética.
A este respecto escribe: “El trabajo del historiador (...) es a la vez una síntesis y
una hipótesis: una síntesis en la medida en que el historiador tiende a reconstruir
la totalidad de la imagen a partir del conocimiento de los hechos particulares;
una hipótesis en la medida en que las relaciones establecidas nunca son absolu‑
tamente evidentes ni comprobables. Sería exacto afirmar que la producción del
historiador es una síntesis hipotética”36.
Así pues, en este tramo final en el que la clave es la interpretación se
configura plenamente la “Historia conocimiento”, que se convierte en ciencia “en
la medida que descubre procedimientos de análisis originales adecuados a esta
materia particular”37. Ciencia compleja, que requiere un instrumental adecuado
a la problemática de la que se ocupa y a la metodología que emplea. En esta
perspectiva, la Historia es una ciencia social, “caracterizada por su idoneidad para
ofrecer al grupo humano su propia identificación”. Se la puede considerar, como
antes se apuntaba, “la conciencia y memoria colectivas del pasado que un grupo
humano necesita para comprenderse y explicarse a partir de su medio físico, de
las relaciones con grupos más o menos cercanos, de sus formas de producir y de
relacionarse, de sus instituciones, valores, ceremonias, etc., desde los que se ha
articulado su convivencia en el pasado y sigue haciéndose en un presente desde
el que se proyecta (...) el futuro (...)”38.
Ello es así porque todo grupo humano tiene la necesidad social de al‑
canzar “una conciencia de su pasado”, como “componente inevitable de su pre‑
sente”; y en este sentido, la Historia le proporciona “conciencia de sí mismo, de
su identidad, de su situación en el tiempo, de su continuidad”39. Ya en el siglo XIX
un historiador local, Guillén Robles, reflexionando sobre como se debía atender
al pasado, escribía “que la misión del historiador no consiste solamente en inves‑
tigar, discutir e interpretar los acontecimientos, si no que también en penetrar en
las ideas, pasiones y sentimientos de las pasadas generaciones (...) y presentar no
35
  Para Topolski la "explicación" es el resultado que debe alcanzar el análisis histórico. Véase J. Topolski, "Ex‑
plicación y teoría en historia económica. Observaciones introductorias", en J. Topolski y otros, Historia eco‑
nómica: nuevos enfoques y nuevos problemas. Barcelona, Crítica, 1981, pp. 11-12. Para unos planteamientos
más amplios, ver su libro Metodología de la Historia. Madrid, Cátedra, 1982. En este sentido, otros trabajos
podrían señalarse.
  A. Schaff, Historia y verdad. Barcelona, Crítica, 1976, p. 342.
36

  P. Vilar, Introducción al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica, 1980, p. 27; para el amplio
37

desarrollo del término Historia, pp. 17-47.


  J. Sánchez Jiménez, Para comprender la Historia. Estella, Verbo Divino, 1995, pp. 7-8.
38

  E. Moradiellos, El oficio de historiador, op. cit., p. 13; R. Marín López, "Notas sobre el concepto de Historia e
39

Historia local", en J. J. Martínez Sánchez (Coord.), II Congreso de Historia local. Metodología de la investigación
histórica. La Orotava, Gobierno de Canarias. 2003, p. 45.

CONFERENCIA DE CLAUSURA
La historia local y su importancia

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una fría compilación de hechos sino la evocación llena de calor y de vida de las
civilizaciones que nos precedieron”40. El pasado cuenta, sustantivamente, “por lo
que significa para nosotros”; es el “tejido fundamental” que constituye la “memo‑
ria colectiva” que aclara nuestras raíces. Desde un enfoque antropológico “el pa‑
sado histórico concreto y las etapas evolutivas de la sociedad son los ingredientes
que habría que conocer en primer lugar para entender el fenómeno actual”, la
realidad presente. En consecuencia, importa “descubrir de dónde venimos para
saber quiénes somos”41. En este sentido, y como objetivo prioritario, la ciencia
histórica busca la reconstrucción de la memoria colectiva de un pueblo. De aquí
que se pueda afirmar: “La historia es una relación activa con el pasado”42. En tanto
que tal, la recuperación de la memoria histórica implica, siempre, la construcción
de un imaginario colectivo.
Ante la presencia histórica de muchos, y muy diversos, grupos huma‑
nos, con diferentes “historias” y distintos “imaginarios”, cabe pues decir que ha
llegado a su fin la idea de una sola historia. A este respecto se ha escrito: “No hay
una historia única, hay imágenes del pasado propuestas desde diversos puntos de
vista (...)”43. Así pues, nadie discute ya que existen múltiples historias. Ello hace po‑
sible, y necesaria, una pluralidad de perspectivas, con lo que la historia ha ganado
en significados44. Pero conviene advertir que la Historia nunca está escrita defini‑
tivamente. Se ha dicho que cada época reescribe la Historia. Y ello, básicamente,
a partir de los nuevos problemas y preocupaciones que acucian a la sociedad. En
alguna medida, se mira el antes para encontrar respuestas a demandas del ahora.
En este sentido, como se ha destacado, toda historia es, sustancialmente, historia
contemporánea. El interés por el ayer viene orientado por las urgencias del hoy.
En consecuencia, y como resultado de esta revisión reiterada, la ciencia histórica
avanza y lo hace, fundamentalmente, a través de dos vías. Una, el hallazgo de
nuevas fuentes que permiten reconsiderar o esclarecer determinadas cuestiones.
La otra, la relectura de fuentes ya conocidas, pero interrogadas ahora con pre‑
guntas antes no hechas o desde supuestos no utilizados, lo que propicia nuevas
interpretaciones45.
40
  F. Guillén Robles, Historia de Málaga y su provincia, op. cit., p. 6. También en el XIX se señala que al "escribir
la historia" hay que sacar de ella "las consecuencias de una manera natural y filosófica, puesto que sin filoso‑
fía una historia, no es más que un encadenamiento de hechos, sin orden ni concierto, que a muy poco con‑
duce, y que casi nada enseñan". V. Martínez Montes, Topografía médica de la ciudad de Málaga, op. cit., p. 231.
41
  J. Alcina Franch, “Antropología e identidad andaluza: pasado y presente”, en J. Hurtado Sánchez y E. Fer‑
nández de Paz (Eds.), Cultura Andaluza. Sevilla, Ayuntamiento/Universidad, 1999, pp. 129 y 133.
42
  J. Chesnaux, ¿Hacemos tabla rasa del pasado?. A propósito de la historia y de los historiadores. México, Siglo
XXI, 1977, p. 22.
  E. Moradiellos, “Últimas corrientes en la Historia”, Historia Social, nº 16, 1998, p. 103.
43

  C. G. Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales. Una visión panorámica y crítica del
44

debate internacional. Barcelona, Idea Books, 1998, pp. 105-107.


  A este respecto, ha señalado J. M. Cuenca Toribio que los avances de la Historia “no provienen siempre
45

de los archivos, sino también muchas veces de la lectura inteligente y la cultura copiosa”. Véase J. M. Cuenca

CONFERENCIA DE CLAUSURA
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I Congreso de Historia de Linares
Linares, abril de 2008

Así planteada, la investigación histórica puede abordarse desde diferentes


enfoques formales e instrumentales, que son las posibles maneras de aproximarse al
análisis del fenómeno objeto de estudio: 1) el enfoque espacial, que atiende a la di‑
mensión territorial, al espacio en el que se desenvuelve el proceso objeto de estudio;
2) el enfoque cronológico, que se ocupa de la amplitud temporal de un problema; 3)
finalmente, el enfoque temático, que se refiere a la indagación de la naturaleza del
tema específico que nuclea un fenómeno. Dicho lo anterior, conviene precisar, sin
embargo, que los procesos históricos se producen en un tiempo concreto, aunque
puedan contener en su interior diferentes “duraciones” que se entrecruzan46, y se
despliegan en un espacio determinado. En consecuencia, estas dos coordenadas, la
territorial y la temporal, se hallan presentes en todas las historias, y, por lo tanto, a
ellas hay que atender en su análisis; a su vez, ofrecen un núcleo temático, que es el
objeto que persigue, articula y guía la investigación. Estos son, pues, los elementos
vertebradores de la estructura que fundamenta los procesos históricos.
A este respecto, cabe destacar que la Historia local incluye sustancial‑
mente las tres aproximaciones antes apuntadas: partiendo del específico nivel te‑
rritorial, que constituye su signo de identidad y fija los límites espaciales en los que
se aborda el fenómeno, se determina la temporalidad de su desarrollo, tratando
de desentrañar la naturaleza, peculiar o indistinta, del problema objeto de inda‑
gación47, finalmente, se concluye con el adecuado ensamblaje de lo “local” en lo
“regional” y en lo “general”. En este sentido, se ha señalado que no sólo no hay con‑
traposición entre lo “local” y lo “general”, sino que existe ligazón entre ambos, lo
que permite entender lo “local” como una pieza, singular o representativa, que, a
través de lo “regional”, forma parte de lo “general”. Ya algunos historiadores del XIX
lo entendían así. En este sentido, Guillén Robles escribe: “Habiendo también creído
siempre que circunscribir la historia a un pequeño territorio aislándola de la de los
demás era el mejor medio de desfigurarla, procuré relacionar los sucesos consig‑
nados en mi obra con los de sus respectivas épocas y al efecto fui sintetizando los
de nuestros anales patrios y colocando entre ellos los particulares de nuestra pro‑
vincia, como se coloca una piedra en el lugar que le corresponde en un mosaico”48.
Decía Domínguez Ortiz que las fronteras entre la Historia local y la His‑
toria son permeables “puesto que son partes de un todo”; por eso “el historiador
general saca un partido enorme de Historias locales bien hechas”49. Ya se apun‑

Toribio, “La historiografía sobre la Edad Contemporánea”, en J. Andrés-Gallego (Coord.), Historia de la histo‑
riografía española, op. cit., p. 225.
46
  Ver para esta cuestión una buena síntesis en C. F. S. Cardoso, Introducción al trabajo de la investigación his‑
tórica. Conocimiento, método e historia. Barcelona, Crítica, 1981, Capítulo “El tiempo de las ciencias naturales
y el tiempo de la historia”, pp. 195-216.
47
  Para el desarrollo de estas cuestiones, J. Aróstegui, La investigación histórica, op. cit., pp. 320-324.
48
  F. Guillén Robles, Historia de Málaga y su provincia, op. cit.., p. 6.
  Cit. por R. Marín López, art. cit., pp. 66-67.
49

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La historia local y su importancia

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taba antes la necesidad de la integración de “lo local” en “lo regional” y en “lo


general”, lo que permite entender plenamente “lo local” al situarlo en su contexto
(la inclusión del hecho en la estructura) y dimensionarlo como parte, diferenciada
o indistinta, de “lo regional/general”. Así, se ha escrito: “El historiador debe tener
en cuenta que no puede separar la historia universal, nacional y regional”. En este
“totum” se inscribe –y se explica y encuentra sentido– la Historia local. Y ello,
porque las “historias” locales o particulares son piezas constitutivas del “sistema
regional/general”, del que no deben “aislarse”. Hay que decir que en esta perspec‑
tiva la investigación de un hecho local, del tipo que sea, puede tener un triple va‑
lor: de un lado, permite conocer el hecho en cuestión en su desenvolvimiento local;
de otro lado, ayuda a precisar la dimensión regional que el hecho tiene; por último,
permite contrastar las variadas manifestaciones del hecho a escala nacional.
Se completan así las piezas del ya señalado planteamiento “territorial”.
Atendiendo al mismo, se pueden distinguir, básicamente, tres niveles de análisis
histórico: local, regional y nacional. Hay que entender que los estudios de tipología
“espacial” deben recurrir al método comparativo y no considerar estos ámbitos
como compartimentos estancos, sino, bien al contrario, asumir que están interco‑
nectados e interrelacionados. Así, desde el enfoque de abajo a arriba (la Historia
de), los avances de la Historia local permiten consolidar la Historia regional, que,
a su vez, hace posible construir una más precisa Historia nacional: “Sólo dando a
conocer esos pequeños acontecimientos trascendentes localmente, con su suma,
podremos instalarnos verdaderamente en la Historia”50. Desde la óptica contraria,
de arriba abajo (la Historia en), la Historia nacional presenta –o puede presentar–
unas formas de manifestarse regionales, que, por su parte, están constituidas por
las “peculiaridades” locales. Como se advierte, se trata de dos opciones diferentes,
que implican una modificación sustancial del punto de mira, lo que determina un
cambio en los supuestos epistemológicos: en un caso, es la observación “de arriba
a abajo”, desde lo nacional o regional a lo local, por lo que se propone una manera
de manifestarse “lo general” o “regional” en “lo local”, así pues, y de acuerdo con
lo antes ya señalado, no tanto la historia de, como la historia en; en el otro caso, la
perspectiva es “de abajo a arriba”, el análisis de “la manera local” de estar y partici‑
par en “lo regional” y en “lo general”, o sea, primordialmente, la historia de. En esta
perspectiva, la Historia local, sea cual sea el enfoque que se adopte, se preocupa
bien de la significación local del proceso histórico regional/general o bien de la
singularidad local en una coyuntura regional/general determinada. En suma, los
estudios de “enfoque territorial” son complementarios y su mayor interés y valor
historiográfico se halla en la “complementariedad” de sus resultados.
Esta línea argumental es la que permite distinguir entre Historia local,
lo que podríamos caracterizar como Historia “localista” y lo que Bernal deno‑
mina “investigación local”: a) la primera es aquella que, en su análisis, inserta la

  A. Ybarra Lara, “Introducción” a E. Gómez Martínez, La represión franquista en Arjona. Andújar, Alcance,
50

1997, p. 11.

CONFERENCIA DE CLAUSURA
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I Congreso de Historia de Linares
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problemática local, que es el sujeto investigado, en el proceso histórico general en


cuyo seno se despliega y en el que adquiere su pleno sentido; b) la segunda es la
que, erróneamente, “se queda” en “lo local” de los acontecimientos que indaga,
considerando que son principio y fin en si mismos, como si más allá de ellos no
existiera un proceso histórico general del que forman parte; c) la tercera, como
vimos, entiende “lo local” como elemento ilustrador integrante “de una investiga‑
ción más general”. Por todo ello conviene afirmar que la Historia local no es un su‑
mando más de un variado conjunto de “historias particulares”, sino que, con sus
peculiaridades y matices propios, que constituyen sus claves cualitativas, es un
componente “integrado”, e integrante, de la Historia regional/general en la que
se desenvuelve. En suma, la Historia local manifiesta la existencia de las “plurales
historias”, que básicamente hay que abordar “desde el interior de su verdadera
realidad”, pero “en interacción dialéctica con las demás”51.
Unas sumarias conclusiones
La Historia local constituye un fundamento imprescindible para cons‑
truir la Historia regional, que, a su vez, debe servir de sustento a la Historia na‑
cional. Este planteamiento epistemológico que es necesario tener en cuenta
(Historia local/Historia regional/Historia nacional/general), entendido como un
trabado proceso interrelacionado y “complementario”, propicia una revisión his‑
toriográfica que permite mejorar decisivamente el conocimiento histórico del
pasado y hace posible el doble enfoque ya señalado: de un lado, el más habitual
y menos significativo, de arriba a abajo, que da lugar al tradicional la historia en;
de otro lado, el más adecuado y correcto, de abajo a arriba, que genera la historia
de. Pero, además, la Historia local viene a desempeñar otras tareas de importante
alcance metodológico: por una parte, puede ser una especie de campo de expe‑
rimentación de unas técnicas de análisis histórico, y, por otra, y sobre todo, es
un medio para precisar y contrastar, a escala reducida y asequible, la estructura
interna y los matices diferenciales de fenómenos más generales.
Por todo lo dicho, la Historia local, que posee un pleno sentido, no pue‑
de reducirse a lo que podríamos calificar como “visión de campanario”; no puede
quedar “encerrada” en sí misma, limitada a un espacio que se considera principio y
fin de lo tratado, sino que debe insertarse en los procesos históricos más amplios
de los que forma parte y en cuyo contexto se desenvuelve. Y ello para su adecua‑
do entendimiento y explicación, ya que las cuestiones analizadas “localmente”
adquieren su verdadera dimensión y significado histórico al situarlas en el marco
más general (regional y nacional) en el que se despliegan. Se evita de esta forma
el empobrecedor “localismo”, que puede conducir, al descontextualizar el análisis,
a erróneas valoraciones, resultado de la cortedad del enfoque. En este sentido,
se ha precisado que la Historia local debe proponerse “relacionar los individuos

  T. Martínez Vara, Santander de villa a ciudad. (Un siglo de esplendor y crisis). Santander, Ayuntamiento,
51

1983, p. 17.

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y los grupos con las estructuras y los procesos sociales”, manteniéndose siempre
dentro del “marco histórico general”, para no convertirse “en una suma de histo‑
rias particulares”52. Bien al contrario, debe ser una pieza imprescindible que haga
posible alcanzar un más correcto conocimiento de la historia más general, de la
que es parte constitutiva y en cuyo seno cobra sentido. De esta manera, la historia
local se sitúa y funciona como un elemento del proceso histórico general.
La Historia –la local, la regional, la nacional/general– hace posible co‑
nocer el pasado como forma de entender el presente. No obstante, en el mundo
de hoy, en la sociedad actual, como escribe Umberto Eco, “lo que sabemos sobre
el pasado, incluso el más próximo, es poco”, con lo cual “se está renunciando a
extraer de la experiencia del pasado una lección para el presente”53. De aquí el
importante papel social de la Historia y del historiador y el valor de su tarea pro‑
fesional.
En definitiva, los años finales del siglo XX conforman una época de im‑
portantes cambios en el desarrollo historiográfico; cambios epistemológicos, que
implican necesarias revisiones metodológicas, que afectan de pleno a la concep‑
ción de la Historia y, en consecuencia, al entendimiento de la Historia local. Estos
cambios han incidido muy sustancialmente en la Historia local en un sentido pro‑
fundo: ha dejado ya de ser la crónica erudita del pasado local “en sí mismo”, para
convertirse en el estudio “interpretativo” de la “manera local” de estar presente
en el proceso histórico general.

52
  J. Serna y A. Pons, “El ojo de la aguja. ¿De qué hablamos cuando hablamos de microhistoria?”, en P. Ruiz
Torres (Ed.), “La Historiografía”, nº 12 de la Revista Ayer, 1993, p. 131; P. Ruiz Torres, “Algunas reflexiones sobre
el análisis local y la historia”, en Actes I Congres Internacional d’Historia Local de Catalunya. Barcelona, 1993,
p. 60.
  U. Eco, "Érase una vez Churchill", El Mundo Andalucía, 20 de marzo de 2008, p. 5.
53

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