Biografías de Grandes Cristianos

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Lidia Zulema Tostado Bojórquez

Curso 3

JORGE WHITEFIELD
Predicador al aire libre 1714-1770

Jorge Whitefield era un predicador en el cuál ardía en él un santo celo de ver a todas las
personas liberadas de la esclavitud del pecado. Durante un período de veintiocho días
realizó la increíble hazaña de predicar a diez mil personas diariamente.

Whitefield merece el título de príncipe de los predicadores al aire libre, porque predicó un
promedio de diez veces por semana, durante un período de treinta y cuatro años, la mayoría
de las veces bajo el techo construido por Dios, que es el cielo.

Nació en una taberna de bebidas alcohólicas. Jorge se interesaba grandemente en la


lectura de las Escrituras aún sin ser salvo, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y
preparando sermones.

En la escuela se lo conocía como orador. Se costeó sus propios estudios en Pembroke


College, Oxford, sirviendo como mesero en un hotel.

Pasó mucho tiempo ayunando y esforzándose en mortificar la carne, a fin de alcanzar la


salvación, sin comprender que "la verdadera religión es la unión del alma con Dios y la
formación de Cristo en nosotros". Acerca de su salvación escribió poco antes de su muerte:
"Sé el lugar donde... Siempre que voy a Oxford, me siento impelido a ir primero a ese lugar
donde Jesús se me reveló por primera vez, y me concedió mi nuevo nacimiento."

Jorge tenía en el corazón un plan que consistía en preparar cien sermones y presentarse
para ser destinado al ministerio. Sin embargo, era tanto su celo que cuando apenas había
preparado un solo sermón, ya la iglesia insistía en ordenarlo, teniendo él apenas veintiún
años, a pesar de existir un reglamento que prohibía aceptar a ninguna persona menor de
23 años para tal cargo. El día anterior a su separación para el ministerio lo pasó en ayuno
y oración. El domingo me levanté de madrugada y oré sobre el asunto de la epístola de San
Pablo a Timoteo, especialmente sobre el precepto: "Ninguno tenga en poco tu juventud."
Los labios de Whitefield fueron tocados por el fuego divino del Espíritu Santo en ocasión de
su separación para el ministerio. El domingo siguiente, en esa época de frialdad espiritual,
predicó por primera vez.

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Curso 3

Cuando era estudiante del colegio de Oxford, su corazón ardía de celo, y pequeños grupos
de alumnos se reunían en su cuarto diariamente; se sentían impelidos como los discípulos
se sintieron después del derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El Espíritu
continuó obrando poderosamente en él y por él durante el resto de su vida, porque nunca
abandonó la costumbre de buscar la presencia de Dios.

Dividía el día en tres partes: ocho horas solo con Dios y dedicado al estudio, ocho horas
para dormir y tomar sus alimentos, y ocho horas trabaja entre la gente. De rodillas leía las
Escrituras y oraba sobre esa lectura, y así recibía luz, vida y poder.

Jorge Whitefield predicaba en forma tan vivida que parecía casi sobrenatural. Repetidas
veces Whitefield predicó en los campos porque las iglesias le habían cerrado las puertas.
A veces ni los hoteles querían aceptarlo como huésped. En Basingstoke fue agredido a
palos. En Staffordshire le tiraron terrones de tierra. En Moorfield destruyeron la mesa que
le servía de pulpito y le arrojaron la basura de la feria. En Evesham las autoridades, antes
de su sermón, lo amenazaron con prenderlo si predicaba. En Exeter, mientras predicaba
ante un auditorio de diez mil personas, fue apedreado de tal modo que llegó a pensar que
le había llegado su hora.

El secreto de obtener tales resultados con su predicación era su gran amor para con Dios.
Cuando todavía era muy joven, se pasaba las noches enteras leyendo la Biblia, que tanto
amaba. Después de convertirse, tuvo la primera de sus experiencias de sentirse arrebatado,
quedando su alma enteramente al descubierto, llena, purificada, iluminada por la gloria y
llevada a sacrificarse enteramente a su Salvador. Desde entonces nunca más fue
indiferente al servicio de Dios, sino que, por el contrario, se regocijaba trabajando con toda
su alma, con todas sus fuerzas y con todo su entendimiento. Solamente le interesaban los
cultos y le escribió a su madre que nunca más volvería a su antiguo empleo. Consagró su
vida totalmente a Cristo. Y la manifestación exterior de aquella vida nunca excedía su
realidad interior; así pues, nunca mostró cansancio, ni disminuyó la marcha durante el resto
de su vida.

Algunas veces pasó días y semanas enteras postrado en tierra suplicando a Dios que lo
liberase de los pensamientos diabólicos que lo distraían. El interés propio, la rebeldía, el

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orgullo y la envidia lo atormentaban, uno después de otro, hasta que resolvió vencerlos o
morir. Luchaba en oración para que Dios le concediese la victoria sobre ellos.

Jorge Whitefield se consideraba un peregrino errante en el mundo, en busca de almas.


Nació, se crió, estudió y obtuvo su diploma en Inglaterra.

En su biografía hay un gran número de ejemplos como los siguientes: "¡Oh, cuántas
lágrimas se derramaron en medio de fuertes clamores por el amor del querido Señor Jesús!
Algunos desfallecían y cuando recobraban las fuerzas, al escucharme volvían a desfallecer.
Otros gritaban como quien siente el ansia de la muerte. Y después de acabar el último
discurso, yo mismo me sentí tan vencido por el amor de Dios, que casi me quedé sin vida.
Sin embargo, por fin reviví y después de tomar algún alimento, me sentí lo suficientemente
fuerte como para viajar cerca de treinta kilómetros, hasta Nottingham. En el camino alegré
mi alma cantando himnos. Llegamos casi a medianoche; después de entregarnos a Dios
en oración, nos acostamos y descansamos bajo la protección del querido Señor Jesús.
Se inició el culto doméstico en los hogares. Como resultado, los hombres se interesaron en
estudiar la Palabra de Dios y a tener comunión con su Padre celestial." Pero no fue
solamente en los países populosos que la gente afluyó para oírlo. En los Estados Unidos,
cuando todavía era un país nuevo, se congregaron grandes multitudes de personas que
vivían lejos unos de otros en las florestas.

Nunca otro orador experimentó tantas formas de predicar como él. A pesar de su gran
obra, no se puede acusar a Whitefield de buscar fama o riquezas terrenales. Sentía hambre
y sed de la sencillez y sinceridad divinas. Dominaba todos sus intereses y los transformaba
para la gloria del reino de su Señor. No congregó a su alrededor a sus convertidos para
formar otra denominación, como algunos esperaban. No solamente entregaba todo su ser,
sino que quería "más lenguas, más cuerpos y más almas para dedicarlos al servicio del
Señor Jesús".

Vivía en la pobreza y se esforzaba para conseguir lo necesario para el orfanatorio. Amaba


a los huérfanos con ternura y les escribía cartas, dirigiéndose a cada uno de ellos por su
nombre. Para muchos de esos niños él era el único padre y el único medio de su sustento.

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Fue así como, a los 65 años de edad, durante su séptimo viaje a la América del Norte,
finalizó su carrera en la tierra, una vida escondida con Cristo en Dios y derramada en un
sacrificio de amor por los hombres. Su muerte fue tal como él la predijo.

APLICACIONES PERSONALES

1. Leer la Biblia. Si no se tiene el tiempo en el día se puede hacer hasta altas horas de

la noche.

2. Leer las Escrituras de rodillas y orar sobre la lectura, y así recibir luz, vida y poder.

3. No buscar fama ni riquezas terrenales

4. Anhelar o querer más lenguas, más cuerpos y más almas para dedicarlos al servicio

del Señor Jesús.

5. Ayunar y Orar sin cesar para buscar la presencia de Dios en todo momento.

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HUDSON TAYLOR
Padre de la misión en el interior de lo chino 1832 1905

Hudson Taylor fue criado por padres en el temor de Dios. En un memorable día, antes del
nacimiento de Hudson, el primogénito de la familia, sus padres de rodillas, entregaron su
primogénito al Señor, pidiéndole que ya desde ese momento lo separase para su obra.

Santiago Taylor, el padre de Hudson, no solamente oraba fervorosamente por sus cinco
hijos, sino que también les enseñó a todos a pedir a Dios todas las cosas detalladamente.
Arrodillados diariamente al lado de la cama, el padre colocaba el brazo alrededor de cada
uno, mientras oraba insistentemente por él. No es de admirarse, por lo tanto, que al crecer
Hudson se consagrase enteramente a Dios. El gran secreto de su increíble éxito era que
cuando carecía de algo, fuera espiritual o material, él siempre recurría a Dios y recibía de
Él los tesoros infinitos.

Hudson Taylor aceptó para su propia vida la obra propiciatoria de Cristo, un acto que
transformó totalmente el resto de su vida. Acerca de su consagración, él escribió lo
siguiente: "Recuerdo muy bien ese momento cuando con mi corazón lleno de gozo,
derramé mi alma ante Dios, confesándome repetidamente agradecido y lleno de amor
porque Él lo había hecho todo salvándome cuando yo había perdido toda esperanza, y
tampoco quería la salvación. Le supliqué entonces, que me concediese una obra que
realizar como expresión de mi amor y gratitud, algo que requiriese abnegación, fuese lo que
fuese; algo para agradar a quien había hecho tanto por mí. Recuerdo cómo, sin reservas,
consagré todo; colocando mi propia persona, mi vida, mis amigos y todo sobre el altar. Con
la seguridad de que mi ofrecimiento fue aceptado, la presencia de Dios se volvió
verdaderamente real y preciosa. Me postré en tierra ante Él, humillado y lleno de indecible
gozo.

Se regocijaba con riquezas y bendiciones indecibles. Él y su hermana desistieron de ir a los


cultos de los domingos por la noche y salieron para anunciar el mensaje, de casa en casa,
entre las clases más pobres de la ciudad. Sin embargo, Hudson Taylor no estaba satisfecho
todavía; sabía que aún no estaba en el centro de la voluntad de Dios. Entonces, en la
angustia de su espíritu exclamó: No te dejaré, si no me bendices. Entonces, encontrándose
solo y de rodillas, surgió en su alma un gran propósito; si Dios rompiese el poder del pecado

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y lo salvase en espíritu, alma y cuerpo, para toda la eternidad, él renunciaría a todo en la


tierra para entregarse para siempre a la disposición de Dios.

A los 21 años fue a Shangai de misionero. La victoria alcanzada en todas las diferentes
pruebas que experimentó en ese tiempo, fue debida a la característica sobresaliente de
Hudson Taylor, tal vez la de seguir siempre adelante, sin quedarse nunca paralizado en su
obra, fuese cual fuese el contratiempo. Durante los primeros tres meses que pasó en la
China, distribuyó 1.800 Nuevos Testamentos y Evangelios y más de 2.000 libros. Durante
el año de 1855 hizo ocho viajes.

A fin de ganar más almas para Cristo, a pesar de la censura de los demás misioneros,
adoptó el hábito de vestirse igual que los chinos. Pero una de las cruces más pesadas que
nuestro héroe tuvo que llevar, era la falta de dinero cuando la misión que lo había enviado
se encontraba sin recursos.

El 20 de enero de 1858, Hudson Taylor se casó con María Dyer, una misionera de talento
en la China. De ese enlace nacieron cinco hijos.

Por enfermedad tuvo que regresar a Inglaterra donde inició inmediatamente, con su espíritu
indómito, la tarea de preparar un himnario, así como la revisión del Nuevo Testamento para
los nuevos convertidos que había dejado en China.

Acostumbraba a pasar orando, en ayunas, a veces la mañana, otras veces la mañana y la


tarde. Era la mañana de un domingo, 25 de junio de 1865, a la orilla del mar. Hudson Taylor,
cansado y enfermo, estaba con algunos amigos en Brighton. Pero no pudiendo soportar
más el regocijo de la multitud en la casa de Dios, se retiró para andar solo en la arena de
la playa.

Todo a su alrededor era paz y bonanza, pero en el alma del misionero rugía una tempestad.
Por fin, sintiendo un alivio indecible, exclamó: "Tú, Señor, sólo Tú puedes asumir toda la
responsabilidad. A tu llamado y como tu siervo, avanzaré, dejando todo en tus manos." Así
pues, la "Misión del Interior de la China" fue concebida en su alma, y todas las etapas del
progreso de la misma se realizaron por medio de sus esfuerzos. En la calma de su corazón,
en la comunión profunda e indecible con Dios, se originó la misión.

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A comienzos del año 1867, el Señor llamó a Gracia Taylor, la hija de Hudson Taylor, para
el Hogar eterno, cuando ella cumplía ocho años de edad. Al año siguiente la esposa de
Taylor y su hijo, Noel, fallecieron de cólera. Entonces, solemnemente se dedicó a sí mismo
nuevamente al servicio del Señor."

Casi seis años después que "el grupo del Lammermuir" desembarcase en la China, Hudson
Taylor estaba nuevamente de regreso en Inglaterra. Durante ese tiempo de la obra en la
China, la misión había aumentado de dos estaciones con siete obreros, a trece estaciones
con más de treinta misioneros y cincuenta obreros, estando separadas las estaciones, una
de la otra, a unos ciento veinte kilómetros, como término medio. Fue durante esa visita a
Inglaterra que Hudson Taylor se casó con la señorita Faulding, también una fiel y probada
misionera a la China.

En 1874 en un viaje por el río Yangtsé, el señor Taylor, sufrió una caída, de tal manera que
el golpe lesionó la espina dorsal. Después de llegar a Inglaterra, la lesión producida por la
caída se agravó hasta dejarlo postrado en cama. Fue entonces que le sobrevino la mayor
crisis de su vida, justamente cuando había la mayor necesidad de sus esfuerzos.
(Completamente paralítico de las piernas, tenía que pasar todo el tiempo acostado boca
arriba).

Allí, acostado de espaldas, mes tras mes, permaneció nuestro héroe, rogando y suplicando
al Señor a favor de la China. Le fue concedida la fe para pedir que Dios enviase 18
misioneros. En respuesta a sus Llamamientos para la oración, escritos con la mayor
dificultad y publicados en el periódico, sesenta jóvenes respondieron de una vez.
Veinticuatro de ellos fueron escogidos. Allí al lado de su lecho, él inició clases para los
futuros misioneros y les enseñó las primeras lecciones de la lengua china y el Señor los
envió para la China.

Él se curó tan maravillosamente, en respuesta a sus oraciones, que podía cumplir con un
increíble número de sus obligaciones. Pasó casi todo el tiempo de sus vacaciones con sus
hijos en Guernsey, escribiendo. Durante los quince días que pasó allí, a pesar de tener
deseos de compartir con sus hijos las delicias de la playa, salió con ellos solamente una

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vez. Sin embargo, dedicó su tiempo a escribir y las cartas que escribió para la China y otros
lugares, valieron más que el oro.

Hudson Taylor reconocía profundamente que para evangelizar a los millones de chinos, era
imperioso que los creyentes de Inglaterra mostrasen mucha más abnegación y sacrificio.
Pero, ¿cómo podía él insistir en que otros practicasen el sacrificio, sin primeramente
practicarlo él en su propia vida? Así pues, él cortó deliberadamente de su vida toda
apariencia de comodidad y lujo.

Durante los viajes que hizo por el interior de la China, "invariablemente él se levantaba para
pasar una hora con Dios, antes que rayase el día"

Otro secreto del gran éxito que alcanzó al llevar el mensaje de salvación al interior de la
China, fue la determinación de que la obra no solamente continuase con carácter
internacional, sino también que se extendiese entre todas las denominaciones, es decir,
que se aceptase a misioneros dedicados a Dios, de cualquier nacionalidad y de cualquier
denominación
Hudson Taylor no inició precipitadamente el programa de orar y de esforzarse para recibir
cien misioneros más. Como siempre, debía tener la seguridad de la dirección de Dios, antes
de resolverse a orar y de esforzarse para alcanzar la meta.

Hudson Taylor, sin esperarlo, obtuvo la más amplia visión de su vida, una visión que dominó
la última década de su ministerio. Con los cabellos ya grises, después de cincuenta y siete
años de experiencia, afrontó el nuevo sentido de responsabilidad con la misma fe y
confianza que lo caracterizaban cuando era más joven. (Su alma ardía al meditar en sus
antiguos propósitos). Se volvió aún más firme al ejecutar la visión de otrora.

No es pues de admirar que las fuerzas físicas de Hudson Taylor comenzasen a flaquear,
no tanto por las privaciones y el cansancio de los continuos viajes, ni por los agotadores
esfuerzos de escribir y predicar, ni debido al peso de las grandes e innumerables
responsabilidades de dirigir la Misión del Interior de la China. Los que lo conocían
íntimamente, sabían que era un hombre gastado de tanto amar. La gloriosa cosecha de
almas que tenía lugar en la China, aumentaba cada vez más. Pero la situación política del
país empeoraba día tras día, hasta que culminó en la matanza de los bóxers, en el año

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1900, cuando centenares de creyentes fueron muertos. Solamente de la Misión del Interior
de la China perecieron cincuenta y ocho misioneros, y veintiuno de sus hijos. En esa
ocasión Hudson Taylor y su esposa se encontraban nuevamente en Inglaterra, cuando
comenzaron a llegar telegrama tras telegrama, comunicándoles los horribles sucesos
acaecidos en la China; aquel corazón que tanto amaba a cada uno de los misioneros, casi
cesó de latir a causa de esas noticias. Acerca de esos acontecimientos él se expresó así:
"No sé leer, ni sé pensar, ni siquiera sé orar; pero sí sé confiar."

Fue el 30 de julio de 1904 que su esposa falleció. "No siento ningún dolor, ningún dolor", le
decía ella, a pesar de la dificultad para respirar. Entonces, de madrugada, percibiendo la
angustia de espíritu de su marido, le pidió que orase rogando al Señor que se la llevase lo
más pronto posible. Esa fue la oración más difícil de la vida de Hudson Taylor, pero por
amor a ella, oró pidiendo a Dios que libertase el espíritu de su querida esposa. Después
que él oró, en cuestión de minutos la angustia cesó en su pecho y ella durmió poco después
en Cristo. La desolación de espíritu que Hudson Taylor sintió después de la partida de su
fiel compañera, era indescriptible. Sin embargo, encontró una paz inefable en esta promesa:
Bástate mi gracia. Comenzó a recuperar las fuerzas físicas, y en la primavera hizo su
séptimo viaje a los Estados Unidos de América. Desde allí hizo su último viaje a la China,
desembarcando en Shangai el 17 de abril de 1905

En Chin Kiang, el veterano misionero visitó el cementerio donde están grabados los
nombres de cuatro hijos y de su esposa. Los recuerdos eran motivo de inmenso gozo, es
decir, el día de la gran reunión se aproximaba. En medio del viaje cuando visitaba las
iglesias allí en la China, sin que nadie lo esperase, ni él mismo, acabó su carrera en la tierra.
Eso aconteció en la ciudad de Chang sha, el 3 de junio de 1905, acostado en su cama, sin
mostrar ninguna dificultad en su respiración, ni tuvo ninguna ansiedad. Su semblante
reflejaba descanso y serenidad.

En la ciudad de Chin kiang, a la orilla del gran río que tiene una anchura de más de dos
kilómetros, fue enterrado el cuerpo de Hudson Taylor.

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APLICACIONES PERSONALES

1. Cortar deliberadamente en mi vida toda apariencia de comodidad y lujo. No se le

puede insistir a alguien (en mi caso a mis discípulos) que practiquen el sacrificio, sin

primeramente practicarlo yo en mi propia vida.

2. Tener la seguridad de la dirección de Dios, antes de comenzar a pedir en oración y

de esforzarme para alcanzar la meta.

3. Cuando carezca de algo, espiritual o material, siempre recurrir a Dios y recibir de Él

los tesoros infinitos.

4. Postrarme ante Dios, humillada y llena de indecible gozo. Regocijarme con riquezas

y bendiciones indecibles.

5. Seguir siempre adelante, sin quedarme nunca paralizada en su obra, fuese cual

fuese el contratiempo.

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