Sentencia Capellino CFA
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5/11/2018, agregada a fs. 3242/3403 vta, que
resolvió, en lo que aquí interesa:
FALLO:
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concurso premeditado de dos o más personas (art. 80
incs. 2 y 6 del Código Penal, texto según Ley
21.338) contra Juan Alberto Osuna y Carlos José
María Fernández, por aplicación de lo dispuesto en
el artículo 3° del Código Penal y 13 del Código de
Procedimientos en Materia Penal de la Nación.
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da cuenta el acta de fs. 3557/3559, compareciendo en
la oportunidad de su inicio el Sr. Defensor Público
Oficial Coadyuvante, Dr. José Boxler, el Fiscal
General ante esta Cámara, Dr. Ricardo Carlos María
Álvarez; el Dr. Marcelo Boeykens en representación
de la querella de Clarisa Sobko y junto con la Dra.
Sofía Uranga en representación de la querellante
ASOCIACIÓN CIVIL H.I.J.O.S y de la Dra. Ana Lucía
Tejera en representación de la querellante
SECRETARÍA DE DERECHOS HUMANOS DE LA NACION.
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Y CONSIDERANDO:
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de imposición de vejaciones, apremios ilegales y
tormentos (arts. 144 bis inc. 3º y 144 ter, CP,
textos según ley 14.616) en perjuicio de Sergio G.
Hennekens; y c.- del delito de homicidio calificado
por alevosía y por el concurso premeditado de dos o
más personas (art. 80 incs. 2º y 6º, CP, textos
según ley 21.338), ambos en calidad de partícipe
secundario, en perjuicio de Carlos José María
Fernández y Juan Alberto Osuna.
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1.b).La absolución por los hechos que
damnificaron a Osuna y Fernández
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la libertad agravada por la especial calidad de
funcionario público en abuso de sus funciones sin
las formalidades previstas por la ley (art.144 bis
inc.1°, CP, texto según ley 14.616)en perjuicio de
Sergio Gustavo Hennekens, y de homicidio calificado
por alevosía (art.80 inc.2°, texto ley 21.338) en
perjuicio de Pedro Miguel Sobko, en concurso real.
La escala penal, según los arts. 46 y 55 del CP,
para esa atribución delictiva, sería de entre 10 a
17 años y 6 meses de prisión. A pesar de ello el Dr.
Seró resolvió aplicar una condena de 13 años de
prisión.
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Que la provincia de Entre Ríos pertenecía
a la jurisdicción del II Cuerpo de Ejército con sede
en Rosario y estuvo a cargo sucesivamente de los
Generales Ramón Genaro Díaz Bessone y Leopoldo
Fortunato Galtieri.
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Asimismo, el Fiscal se refirió a la no
ultraactividad de las leyes que limitaron la
punibilidad, con motivo del planteo efectuado por la
defensa y por medio del cual solicitó la declaración
de la inconstitucionalidad del art. 1° de la ley
25.779 y, en su consecuencia, la insubsistencia de
la acción penal por la vigencia de las leyes 23.492
y 23.521, todo lo cual tiene adecuada fundamentación
–dijo- en la sentencia apelada. Hizo transcripción
del Dictamen del Fiscal de fecha 19/10/2007 en
“INCIDENTE DE INCONSTITUCIONALIDAD POR LA DEFENSA”
(Autos caratulados “ROMÁN, CÉSAR MANUEL-DENUNCIA”,
L.de E. N°16.726).
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Expresó que mantiene los agravios y las peticiones
expuestas en dicha oportunidad.
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Los querellantes sostuvieron que en la
sentencia atacada se ha incurrido en una
inobservancia o errónea aplicación de la ley
sustantiva, conforme lo dispuesto por el art. 501.
del CPMP.
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En esta línea, consideraron que Capellino
es coautor penalmente responsable de gravísimos
delitos que configuran crímenes de lesa humanidad y
genocidio, los que se inscriben en el marco del
terrorismo de estado instaurado en Argentina durante
la última dictadura cívico militar.
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y que, trasladados a la morgue del Hospital Militar
de Paraná, luego fueron enterrados como NN en el
Cementerio Municipal de esta ciudad.
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desplegada por el Terrorismo de Estado del que
Capellino formaba parte como un engranaje más del
sistema de represión ilegal. Y, si bien tomó
antecedentes jurisprudenciales que así lo
consideran, luego se aleja de ellos para atribuirle
una mera participación secundaria.
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fueron cometidos, al menos, en el marco o en el
contexto de un genocidio, tal como fue establecido
en el precedente “Harguindeguy” y los que le
siguieron del Tribunal Oral Federal de esta
jurisdicción.
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tiene por probada por los distintos testimonios y
por las propias características de lo que fue la
masacre de “La Tapera”.
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El representante de la Querella de
H.I.J.O.S. expresó que mantiene los agravios
oportunamente deducidos. Refirió que Capellino
siempre tuvo el codominio funcional de los hechos
que se le enrostran, no sólo por los hechos por los
que fue condenado sino también por aquéllos por lo
que fue absuelto. Invocaron, entre otros, los
precedentes “Zaccaría” y “Appelhans”, apreciando
que, en esa línea, esta Cámara debe resolver.
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calidad de coautor contra Juan Alberto Osuna, Carlos
José María Fernández y Pedro Sobko, todos ellos en
concurso real.
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le impidió ejercer su derecho de defensa y de ser
oído (art.8 de la CADH y art. 14 del PIDCP).
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ellos los que podían abusar de la función propia del
cargo.
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pues desde una perspectiva ex ante (comienzo de la
acción) supone una ventaja que hace más probable la
producción del resultado delictivo.
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Concluyó solicitando su absolución de su
asistido por la infracción al art 144 bis, CP, que
se le atribuye, que catalogó violatoria del
principio de congruencia y de legalidad.
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conocedor de los hechos cometidos por los grupos de
tareas. Peticionó se rechace la coautoría funcional;
en subsidio, se mantenga la participación secundaria
de Capellino en el hecho del que fue víctima Sobko.
Por último, refirió que los agravios
expuestos por la defensa respecto a la agravante de
“alevosía” no fueron contestados por las querellas,
por lo que solicita se revoque la aplicación de
dicha agravante.
SEGUNDO: TRATAMENTO DE LOS AGRAVIOS
1). LA PARTICIPACIÓN DEL IMPUTADO
En este considerando, habremos de dar
tratamiento a la cuestión atinente a la
participación típica que la sentencia de primera
instancia cuestionada asigna al imputado y en la
medida de los agravios expuestos por las partes
acusadoras –MPF y querellas- que la han impugnado
parcial o totalmente.
La naturaleza del tópico, el modo en que
en la sentencia se ha resuelto y los alcances de los
agravios –que abarcan y comprenden la situación del
encartado- justifican que su examen preceda al de la
concreta valoración de los hechos y las pruebas en
particular.
1.a). En el fallo apelado, el a quo
condenó al imputado atribuyendo a Capellino
participación secundaria en los hechos ilícitos
objeto de condena en perjuicio de Sergio Gustavo
Hennekens y Pedro Miguel Sobko. A su vez, lo
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una derivación razonada del derecho y de la prueba
obrante en el expediente.
Liminarmente sostenemos que no le asiste
razón al defensor sobre este tópico. El imputado, en
oportunidad de su comparendo indagatorio, fue
intimado ‘por su participación’, o ‘por haber
participado’ o ‘por haber intervenido’ en los hechos
que concretamente se le atribuyeron y que
damnificaron a las víctimas de autos, en las
circunstancias de tiempo, lugar y modo descriptas en
cada caso.
Siendo así, el supuesto fáctico de
intervención personal involucrado en dicha
formulación imputativa –cualquier fuera la
calificación provisoria adjudicada en ese inicial
momento de la instrucción- admite su encuadramiento
legal en cualquiera de los supuestos que los arts.
45 y 46, CP, abarcan (autoría, coautoría funcional,
autoría mediata, participación necesaria o primaria
y participación secundaria).
Estamos en presencia, sin lugar a dudas,
de un problema de calificación jurídica y, en esos
términos y con esos alcances, corresponde dilucidar
la cuestión bajo examen.
Pero, además –cabe resaltar- que respecto
de la objeción acerca de la participación secundaria
que en la sentencia se le atribuyó, la defensa no
precisó cuál es el perjuicio que, a su defendido, le
ha irrogado ese cambio en la calificación jurídica
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se adscriba para interpretarlos-, como en las demás
sentencias que se han venido dictando a lo largo y
ancho del país en los juicios de lesa humanidad
durante los últimos años, poseen el estatus de
verdad histórica objetiva irrevisable.
En este orden y en lo que es aquí
pertinente, el sentenciante consideró probado que
“[d]entro del cuadro de situación vivido en nuestro
país durante el período comprendido entre el mes de
marzo de 1976 y diciembre de 1983, durante el cual
las instituciones fueron sometidas al control
absoluto de facto de las Fuerzas Armadas, y se
implementó una sistemática desde el Estado tendiente
a garantizar la impunidad de los autores en un marco
de clandestinidad, mediante el secuestro de las
víctimas en horario nocturno por medio de individuos
desprovistos de identificación, la sustracción de
los detenidos de cualquier tipo de contacto con el
mundo exterior mediante su aislamiento, la negación
de homicidios muchas veces cometidos bajo la excusa
de un ficticio enfrentamiento armado, entre otras
acciones que colocaron a las víctimas en un completo
estado de indefensión y desamparo bajo condiciones
de degradación humana, para así dar por acreditado
que los ilícitos cometidos tuvieron lugar desde el
aparato estatal a partir de la implementación de un
plan sistemático y generalizado de represión contra
la población civil” (Considerando III, “Antecedentes
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un golpe de estado militar que instauró la Junta
Militar como principal entidad política del Estado.
Desde 1974 hasta 1983 se sucedieron 4 Juntas
Militares. A partir del derrocamiento del gobierno
de María Estela Martínez de Perón la Junta Militar
tomó el control de los poderes públicos e implantó
un plan de persecución y represión ilegal.
En ese contexto, mediante el dictado de
los decretos leyes 21.338, 21.264, 21.268, 21.461 y
21.468 se declararon ilegales las organizaciones
políticas, sociales y sindicales y se implantó la
jurisdicción militar para civiles.
Sostuvo el a quo que “Se dio comienzo a la
instauración de un sistema ilegal de represión, con
el significativo aumento de personas desaparecidas,
según informes elaborados por los organismos
nacionales e internacionales vinculados con la
protección de los derechos humanos, donde se expone
claramente el plan sistemático de exterminio como
así también sobre la estrategia de impunidad que
tuvo por objeto impedir la investigación y castigo
de los responsables”.
Dejó establecido que el plan fue
sistemático: se secuestraba, torturaba y asesinaba
sobre una matriz cuyo objetivo era sustraer la
identidad de la víctima. Con ese propósito se
estableció una red de centros de detención
clandestinos donde las personas eran sometidas a
interrogatorios mediante torturas que en ocasiones
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En esta línea de análisis, el juez de
primera instancia tuvo por probado que “Fue en ese
contexto que el Hospital Militar, donde cumplió
funciones Capellino, conformó uno de los puntos para
llevar a cabo las operaciones en un marco de
clandestinidad amparado por el poder estatal
detentado por el gobierno de facto”. Es pertinente
destacar que esta declaración y afirmación sobre los
hechos probados no fue objeto de ninguna objeción o
cuestionamiento por parte de la defensa. El “Área
Paraná” Subzona 22, quedó comprendida dentro de la
jurisdicción del II Cuerpo de Ejército con sede en
Rosario a cargo de los Comandantes Generales Ramón
Genaro Díaz Bessone y Leopoldo Fortunato Galtieri.
El Hospital Militar, donde se desempeñaba Jorge
Horacio Capellino (desde el 02/01/1975 al
03/12/1979, con el grado de Tte. 1° y Capitán
sucesivamente, cfr. fs. 10), dependía de la II
Brigada de Caballería Blindada, con asiento en
Paraná y a cargo, sucesivamente, de los Generales
Catuzzi y Trimarco.
El a quo señaló también que fue
característico de esta subzona el alojamiento de las
víctimas en condiciones deplorables en los calabozos
para soldados del Escuadrón de Comunicaciones 2 y su
traslado para interrogatorios y aplicación de
tormentos a lugares que se encontraban en el mismo
Escuadrón, en la Escuela Álvarez Condarco, en la
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como también la intervención de todos y cada uno de
los procesados de autos” pues –añadió- “las
características referidas con antelación, se
encuentran presentes en los hechos que conforman el
objeto procesal, por lo que no ha de consignarse en
modo expreso la caracterización de cada uno de los
hechos como ejecución concreta del plan sistemático
de represión, toda vez que la descripción del
contexto resulta válida para la totalidad de ellos”.
Más adelante, en el considerando VI, al
dar tratamiento a “El Grado de responsabilidad del
acusado en los hechos acreditados”, el a quo expresó
que habría de considerar la cuestión en el marco del
acreditado “plan sistemático de represión y
desaparición de personas pergeñado en el marco de
una estructura militar que había tomado el poder
gubernamental de la Nación...”.
Finalmente, en el considerando VII “La
pena”, al momento de graduar y mensurar las penas a
imponer, el Magistrado realizó manifestaciones que
guardan estrecha vinculación con el tópico bajo
escrutinio.
Aseveró así que “No ha de perderse de
vista que los hechos por los que resulta responsable
el acusado se hallan incursos dentro de la categoría
de lesa humanidad, en tanto fueron cometidos en el
marco de un plan sistemático de represión y
desaparición de personas que tuvo vigencia durante
el denominado ¨Proceso de Reorganización Nacional en
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ello solo puede desprenderse el emplazamiento del
imputado como un interventor en la ejecución no
fungible, con aportes no banales sino esenciales,
tomando parte y con co-dominio de los hechos y, por
tanto, con una participación típica que solo halla
debido encuadramiento en el art. 45, CP, como
coautor funcional por reparto de tareas.
Y, huelga señalar, que el magistrado de la
anterior instancia ha fundamentado la participación
secundaria que le atribuye con consideraciones
doctrinarias generales relativas a la fungibilidad
de los subordinados (ejecutores) para el
cumplimiento de las órdenes impartidas por quienes
idearon el plan (cfr. inicio del Considerando VI).
Semejante errónea línea argumental es
claramente inconsistente porque se desentiende de la
contundente prueba acerca de las circunstancias
concretas y probadas en la causa respecto al rol y
actuación que cupo a Capellino en los hechos que se
le enrostran.
La extensión de semejante razonamiento nos
llevaría a la irrazonable conclusión de que solo las
cúpulas que idearon el plan e impartieron las
órdenes o directivas estarían incursas en una
responsabilidad penal autoral y que a los centenares
de subordinados (incluidos los mandos medios y los
ejecutores materiales) solo cabría adjudicarles una
participación inesencial, banal y fungible, lo que
configura –a nuestro criterio- un sinsentido
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clásicos de imputación basados, por ejemplo, en la
autoría por dominio de la acción, que es propio de
la autoría directa o por propia mano (individual),
insuficiente como criterio atributivo de
responsabilidad para casos como el que nos ocupa”.
En esta línea de análisis es dable
anticipar que calificar los aportes del imputado
Capellino en los hechos en los que intervino como
fungibles o banales –propios de la participación
secundaria- tiene la adicional aptitud de escamotear
la verdad de lo sucedido, pues entonces aquéllos
habrían sido ejecutados por otros, sus (ignotos)
autores/coautores, con quienes el imputado habría
colaborado de modo inesencial o banal, lo que
configura un desatino fáctico.
“No cabe hesitar que, en hechos como los
que nos ocupan, la obra común es la que tiene
significación jurídico penal por sobre los aportes
singulares que en ella se insertan, pues en el marco
del terrorismo de Estado es el colectivo el que
organiza un marco de ilicitud. Se trata de lo que
algunos han llamado un injusto de organización”
(cfr. citado fallo “Nast”).
En todos los casos, las querellas
particulares –en postura que compartimos- se
agraviaron del adjudicado carácter de partícipe
secundario y enfocaron la responsabilidad que
atribuyeron al imputado, postulando, como criterio
atributivo de responsabilidad, la aplicación de la
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total del hecho, pero tampoco ejerce un dominio
parcial, sino que el dominio completo reside en las
manos de varios, del grupo (ROXIN, Claus; Autoría y
dominio del hecho en Derecho Penal, Marcial Pons,
Madrid, 1998, p. 303 y ss).
O, en palabras de Welzel: “cada uno es …
no mero autor de una parte, sino un coautor (Mit-
tater) en la totalidad” (WELZEL, Hans; Estudios
sobre el sistema de Derecho Penal, Ed. BdeF, 2002,
p. 80 y ss). Ello determina que no rija aquí el
principio de accesoriedad propio de la
participación, sino el principio inverso, que es el
de la imputación recíproca de las distintas
contribuciones. Y así, lo que haga cada coautor es
imputable a todos los demás.
No se nos escapa que “un tema debatido en
materia de coautoría funcional está constituido por
el ámbito en que se inserta la contribución o aporte
del coautor. De allí que Roxin distinga –en la obra
de mención- entre dos grupos de casos: la
cooperación en la fase ejecutiva y la cooperación en
la fase preparatoria. En este punto, la doctrina no
exhibe desacuerdo acerca de que la contribución en
la ejecución es un criterio delimitador de la
coautoría” (cfr. “Nast”). Existe, en cambio, alguna
discrepancia respecto del segundo ámbito de aportes
para concebirlo como coautoría; algunos califican
dicha cooperación en ámbito de preparación como
participación necesaria.
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decir, supone una cooperación para que él se ejecute
(cit. en Ibidem, op.cit.).
Se ha dicho también que “El concepto de
coautoría basado en un control conjunto sobre el
crimen está asentado en el principio de división de
tareas esenciales con el objetivo de cometer una
conducta ilícita entre dos o más personas actuando
de manera concertada. Por lo tanto, a pesar de que
ninguno de los participantes resulta el ofensor
principal, ya que todos dependen unos de otros para
la comisión, todos comparten la responsabilidad
porque cada uno de ellos puede frustrar la comisión
del crimen si no lleva adelante su parte de la
tarea” (Sala de Cuestiones Preliminares de la Corte
Penal Internacional, en la confirmación de
“Lubanga”; cit. por AMBOS, Kai; “El derecho penal
internacional en la encrucijada: de la imposición ad
hoc a un sistema universal basado en un tratado
internacional”, en Polít. Crim., Vol. 5, Nº 9, julio
2010, p. 242).
En esta estructura de cooperación propia
de la coautoría funcional juegan así un elemento
subjetivo, que es la decisión común al hecho (que
comprende la aquiescencia o adscripción voluntaria
al plan en el que el hecho se inserta) y otro
objetivo, la división de roles con la necesaria
imbricación de las sucesivas aportaciones y la
interdependencia funcional entre ellas para la
configuración total del injusto, en la que cada uno
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funcional del hecho en base al reparto funcional de
roles, en el que además del acuerdo previo en la
realización del delito se requiere una contribución
material en él, no necesariamente en actos
ejecutivos” (cit. por Villavicencio Terreros,
Felipe; Autoría mediata por dominio de organización:
el caso Fujimori”, en “Investigaciones”, 1 -2010,
Instituto de Investigaciones, CSJN, p.33/44).
“En la misma línea que se viene
exponiendo, Muñoz Conde sostiene que la coautoría no
requiere necesariamente de la presencia física al
momento de la comisión delictiva, pues su
configuración está determinada en la medida del
grado de contribución del agente al evento criminal
(cit. en Ibidem, p. 44)” (cfr. “Nast”).
Ahora bien: no se nos escapa tampoco que,
planteada así la cuestión, parecería subsistir el
problema de delimitar la coautoría de la
participación primaria o necesaria, pues ambas
reclaman de aportes esenciales.
Aunque dicho límite pueda parecer a veces
difuso, pues es la complicidad necesaria la que
tiene aptitud para solaparse con la coautoría (no
así la secundaria), es dable resaltar que no es la
naturaleza o entidad objetiva del aporte un criterio
válido o útil para esa delimitación, según se
desprende de la propia letra del art. 45, CP, pues
en ambos casos se trata de aportes esenciales para
la configuración del injusto.
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Con igual significación se pronuncia Mir
Puig cuando postula que autoría es pertenencia del
delito. Es autor todo aquél que contribuye al delito
en condiciones tales que puede imputársele como
suyo; no como un aporte que, aunque esencial, se
efectúe a un hecho ajeno, que es el supuesto de la
participación necesaria o primaria.
Por lo tanto, son coautores no solo los
que ejecutan en sentido formal los elementos del
tipo, sino todos quienes aportan una parte esencial
de la realización del plan durante la fase ejecutiva
(MIR PUIG, Santiago; Derecho Penal. Parte General,
7º ed., Bdef; Bs.As., 2004, p. 390 y ss).
1.e). En definitiva, conforme los
criterios sentados hasta aquí y bajando a las
concretas circunstancias de la causa en relación a
los hechos enjuiciados, dado el contexto de
actuación (delitos consumados desde el aparato de
poder estatal), si estamos –como se expresó- en el
plano de los ‘hombres de adelante’ o ejecutores,
esto es, de aquél/aquéllos ‘que han puesto en obra’
(Núñez) el plan pergeñado con las privaciones
ilegales de la libertad, las vejaciones y apremios
ilegales y/o la imposición de tormentos y los
homicidios, con pluralidad de intervinientes
actuando sucesiva y conjuntamente, como colectivo y
con imbricadas estructuras en cooperación, no cabe
hesitar en que el/los delitos no le han sido ajenos
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contexto de actuación, cabe señalar que, incluso,
desde otras perspectivas o categorizaciones
dogmático-penales distintas a la aquí asumida se
llega a la misma conclusión que propiciamos: la
autoría (coautoría) del imputado.
En este sentido, examinando los
denominados delitos de infracción de deberes
especiales en supuestos de macrocriminalidad estatal
y para el caso argentino, Falcone sostiene –con cita
de Jakobs- que “Cuando la ejecución del hecho es
producto de una obra colectiva, tanto los
intervinientes que han fijado el marco antes de la
ejecución o los ejecutores que lo rellenan deberían
ser calificados de autores ya que la realización del
tipo delictivo es marco y relleno, como una obra de
teatro; ella es la representación de los actores,
pero también del director, del encargado del
escenario” (cfr. Falcone, Roberto Atilio; Falcone,
Andrés; “Elevada disposición al hecho e infracción
de deberes especiales en el marco del terrorismo de
Estado argentino”, en Revista de Derecho Penal y
Criminología, dir. E. Raúl Zaffaroni, Año II, Nº 4,
mayo 2012, p.3/22).
Sentados, entonces, aquellos fundamentos
en orden a los criterios normativos de imputación en
coautoría funcional que cabe asignar al imputado,
como delimitador de la participación típica que le
fue atribuida, corresponde hacer lugar al recurso de
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precedente “Harguindeguy” (TOF Paraná, 04/04/13),
solicitaron se los califique como delitos de lesa
humanidad “perpetrados en el marco del segundo
genocidio nacional”.
2.b). El fallo impugnado
A fs. 3396, el a quo efectúa el análisis
de este tipo de causas entendiendo que en la
Argentina hubo crímenes de lesa humanidad. Más, sin
embargo, considera que los secuestros, las torturas,
la desaparición de personas, si bien son acciones
abominables, no constituyen delito de genocidio.
Para ello considera el concepto jurídico y
político concebido por Rafael Lemkin, judío nacido
en Polonia en 1900, quien se abocó al estudio de sus
causas y rasgos comunes. Sostiene que, en su obra
“El dominio del Eje en la Europa ocupada”, utiliza
la palabra genocidio para referirse a las masacres
de población civil por razones étnicas, religiosas o
raciales.
Bajo esta significación, el Juez a quo
considera genocidios a los ocurridos por
destripamiento de los negros del Congo por el rey
Leopoldo II de Bélgica; el exterminio armenio por el
régimen de Ataturk; los judíos, gitanos y testigos
de Jehová eliminados por los nazis, entre otras.
Ello, porque estos casos presentan en común el
exterminio sistemático por parte del Estado por
razones de raza o etnia. Según Lemkin los genocidas
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Pese a la centralidad de la cuestión
cuando se trata del juzgamiento de crímenes
estatales en contexto de dictadura, el fallo
impugnado solo tangencialmente alude a la noción de
‘crimen contra la humanidad’, de ‘delitos de lesa
humanidad’ o refiere -con cita de la sentencia de la
causa 13/84- que los hechos juzgados “son
antijurídicos para el Derecho interno argentino” y
“contrarios al Derecho de Gentes”, sin otra
referencia a este último.
Pero no aborda ni da tratamiento motivado
a dicho encuadramiento jurídico adicional o
complementario pretendido, procedente de fuente
normativa internacional, que es el que en definitiva
ha resultado determinante para que, a más 40 años
del acaecimiento de los hechos, éstos hayan sido
válidamente juzgados.
Mas, ésta es precisamente la razón por la
que -sobre este punto- no cabe hesitar en que el
juez de sentencia ha enmarcado los hechos como
delitos de lesa humanidad, aunque no desarrolle
conceptualmente esta categoría delictiva ni exponga
los fundamentos de ello, lo que se deduce de haber
admitido una de las consecuencias ineludibles
propias del estatuto jurídico de estos crímenes de
derecho internacional, cual es la
imprescriptibilidad de la acción penal.
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adicional y que, en consecuencia, hace posible esa
imprescriptibilidad.
La alusión reiterada y persistente que el
magistrado efectúa a la ya legendaria sentencia de
la causa 13/84 –en la que, en cambio, se aplicó el
instituto de la prescripción y no se encuadraron los
hechos como crímenes contra la humanidad-, así como
las abundantes transcripciones de su texto a las que
acude en fundamento del fallo aquí apelado, nos
permite colegir el incuestionable emplazamiento y
anclaje que éste exhibe en aquel paradigma jurídico
propio de la penúltima década del siglo pasado, con
manifiesta desatención de las firmes y sólidas
construcciones doctrinarias y jurisprudenciales –
tanto nacionales como internacionales- habidas
durante el presente siglo que lo ampliaron,
enriquecieron y consolidaron a la luz tanto del
derecho internacional de los derechos humanos como
del derecho penal internacional.
Ésta es una razón, a nuestro criterio, que
explica las falencias, imperfecciones y anacronismo
que, con razón, la querella achaca a la sentencia
recurrida; pero –claro está- no las justifica.
Porque, sin perjuicio del valor histórico y jurídico
que corresponde asignar a aquel fallo de la causa
13/84, a la corrección jurídica que en materia de
valoración probatoria exhibe y cualquiera sea el
enfoque al que se adscriba para interpretar lo
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Se dijo en “Nast”, en expresiones que son
aquí pertinentes: “El derecho –desde el ángulo de su
positivización como desde el de la interpretación
jurídica- es el producto de una lucha constante, con
sus avances y retrocesos, íntimamente relacionada –
como no puede ser de otro modo- con las relaciones
de poder existentes en cada momento. Un paso
adelante (la causa 13/84), dos pasos atrás (las
leyes de impunidad) y así en lo sucesivo, hasta
culminar en este paradigma, en esta doctrina
pacífica de la CSJN –pretoriana, pero sólida,
ejemplo en el mundo, respetuosa del principio de
legalidad y también de los principios de verdad y
justicia- respecto de la cual, ya no hay ‘marcha
atrás’, porque nos señala como mojón indestructible
que ella solo admite avances mas no retrocesos,
sintetizando el “nuevo contrato social de los
argentinos”.
Se expresó allí también que “La concepción
del Estado constitucional y democrático de derecho,
nutrido del derecho internacional de los derechos
humanos, constituye el paradigma de la ciencia
jurídica y de la teoría del Estado actuales, y en
nuestro país claramente desde los últimos veinte
años”.
Pues bien, con base en la normatividad y
la interpretación jurídica propias del paradigma
jurídico actual corresponde abordar el tratamiento y
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Por ello, como se ha expresado en dichos
precedentes y en tantas otras sentencias a lo largo
y ancho del país, aunque estos hechos reconduzcan a
figuras del Código Penal y a las penas allí
establecidas y vigentes al momento de su
acaecimiento, con estricto resguardo del principio
de legalidad, su calificación legal no queda
completa ni abastecida de modo suficiente con la
consideración exclusiva de las normas penales del
derecho interno pues éstas –como se dijo en
“Priebke” (CSJN, 02.11.1995, Fallos 318:2148)- “no
abarcan íntegramente la sustancia de la infracción”
en tanto son “hechos delictivos claramente
contrarios al común sentir de los pueblos
civilizados dada su específica crueldad e
inmoralidad”.
Ello determina –como en la misma línea
sostuvo la Corte en “Simón” (14.06.2005, Fallos
328:2056)-, que además de subsumir los hechos en
esos tipos del Código Penal –lo que es válido, pero
insuficiente y parcial-, su calificación legal deba
completarse atendiendo jurídicamente también a ese
atributo adicional que portan, a ese plus delictivo
añadido a su ilicitud común, sin cuya consideración
el injusto no puede ser valorado en toda su
dimensión.
Para ello debe atenderse a su concreta
configuración y al específico contexto en que los
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concretando en un largo y azaroso proceso de
desarrollo doctrinario y jurisprudencial que la
comunidad internacional fue elaborando y
formalizando, en forma consuetudinaria y
convencional, en respuesta a la sucesión de masacres
estatales padecidas por la humanidad, sobre todo a
lo largo del siglo XX.
Sin repasar los jalones de ese itinerario
evolutivo, baste recordar que después de la segunda
guerra mundial la categoría específica de crímenes
contra la humanidad integró –junto a los crímenes
contra la paz y los crímenes de guerra- la trilogía
formalmente contemplada por el Estatuto del Tribunal
Militar Internacional de Nüremberg para enjuiciar a
los criminales de guerra de las potencias del eje
europeo, firmado el 8 de agosto de 1945 (Carta de
Londres) y aprobado por la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 2 de diciembre de 1946.
Ellos quedaron formalmente receptados –
luego de los juicios- en los denominados “Principios
de Nüremberg”, aprobados el 31.12.1950 por la
Comisión de Derecho Internacional de la ONU como
principios o directrices que debían regir el castigo
de esos crímenes bajo las leyes internacionales.
De acuerdo a la definición contenida en el
artículo 6º, apartado “c” del Estatuto, la categoría
abarcaba dos tipos de crímenes contra la humanidad;
por un lado, los actos inhumanos contra la población
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Deberes del Hombre del 02/05/1948, la Convención
Internacional para la Prevención y Sanción del
Delito de Genocidio del 09/12/1948 y la Declaración
Universal de Derechos Humanos del 10/12/1948.
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la dignidad de las personas; derechos y bienes que
son naturales y humanos, preexistentes al Estado e
indisponibles. Su comisión importa no solo la
infracción de normas de nuestro derecho interno,
sino la transgresión de normas jurídicas
internacionales –consuetudinarias y convencionales-
que reflejan valores fundamentales que el consenso
de las naciones reconoce como inherentes a todos sus
integrantes en tanto seres humanos.
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los hechos objeto de las presentes encuadran en
dicha noción y categoría procedente del derecho
internacional y que ellos deben ser calificados como
delitos de lesa humanidad.
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humanidad o si, en cambio, ella proviene de la norma
convencional internacional que, para aquella época,
ya describía y tipificaba el crimen de genocidio,
como lo sostiene la querella.
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de un hecho social de pertenencia y vinculación con
ese Estado Nacional (cfr. CIJ, caso “Nottebohm” o
“Liechtenstein vs. Guatemala” del 06.04.1955).
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aceptar rendiciones en R.C.9-1, lo que documenta
aquella intención calificada de exterminio.
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las acciones y las relaciones de los llamados
‘enemigos internos de la patria’, y así, quienes
eran secuestrados –y en muchos casos desaparecidos
posteriormente- profesaban ideologías políticas
adversas a la doctrina emanada desde los más altos
mandos de las Fuerzas Armadas”.
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modificar la calificación jurídica y sólo nos
hallemos vinculados por los hechos materia de juicio
y objeto de acusación, una variación relevante de la
calificación jurídica -como ésta- tiene entidad para
repercutir sobre la plataforma fáctica y aptitud
para desbaratar la estrategia defensiva del acusado,
impidiéndole formular sus descargos. Tal
encuadramiento complementario, en definitiva, no
sería conforme al art. 18, CN, con afectación
adicional del principio de contradicción (cfr. CSJN,
“Sircovich”, 31/10/2006, Fallos 329:4634).
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sistematicidad de la práctica criminal empleada), el
mecanismo causal que explica lo sucedido y la
intención calificada del delito, claramente de
exterminio parcial del grupo nacional argentino y de
reorganización o reconfiguración de la sociedad
toda. Se recrea así su significado histórico, se
recuperan funciones no punitivas (reparadoras) del
acto de juzgar, se aporta a la construcción de la
memoria colectiva, se colabora para que lo que
sucedió no vuelva a repetirse, todo ello, sin mengua
al debido proceso ni a las garantías del
justiciable, sin agravio computable –en definitiva-
para la defensa”.
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En relación a esta víctima, en el fallo de
primera instancia apelado por las partes:
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Capellino fue intimado en oportunidad de su
indagatoria, es el mismo por el que fue dictada su
prisión preventiva, luego acusado y a la postre,
condenado, sentencia cuya revocación propicia el
defensor.
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Julio B.J.; Derecho Procesal Penal, tomo I,
“Fundamentos”, Edit. del Puerto, Bs.As., 1996, 2º
ed., p.568).
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No hay entonces incongruencia fáctica, ni
tampoco sorpresa en la calificación jurídica, toda
vez que el material imputativo se ha mantenido
inalterado. El encartado Capellino fue condenado por
el mismo hecho que se le atribuyó en perjuicio de
Hennekens desde el acto indagatorio y con
encuadramiento típico en la misma figura delictiva
(art. 144 bis inc. 1°, CP, Ley 14.616) que, ya
entonces, se le mencionó como prima facie aplicable,
por lo que corresponde rechazar el agravio
introducido por la defensa en este punto.
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calidad funcionarial y la competencia funcional que
este delito especial propio exige.
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clandestino de represión y exterminio –a lo que
agregamos-, con el designio de destrucción parcial
del grupo nacional argentino.
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una enfermera cabo, el informe referido desvirtúa
esa afirmación”.
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valoración equivocada sobre este hecho, la que no se
compadece con un examen crítico, racional y
razonable del material convictorio colectado.
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procedimiento de introducir un tubo plástico en una
vena del brazo izquierdo. Esta operación, contra lo
normal, la realizó sin aplicación de ningún tipo de
anestesia, y utilizando una tijera en vez de
bisturí. Cuando la enfermera presente le hizo notar
la irregularidad del procedimiento el médico militar
nombrado respondió que ´no merecía el gasto´,
lamentándose que yo estuviera vivo cuando había
tanta gente buena que moría…” (cfr. fs. 21).
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Ello explica que, desde la perspectiva
subjetiva de Hennekens –a quien el profesional le
aplicó un doloroso procedimiento contra natura para
colocarle suero- haya ‘interpretado’ a Capellino
como agresivo y violento, pues fue víctima de un
acto médico marcadamente irregular y cruel que lo
tuvo al imputado como autor directo y de propia mano
y a Hennekens como personalmente damnificado.
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considerar que “En este proceso el valor de la
prueba testimonial adquiere un valor singular; la
naturaleza de los hechos investigados así lo
determina… 1º) La declaración testimonial es un
medio de prueba que se privilegia frente a modos
particulares de ejecución en los que deliberadamente
se borran las huellas, o bien se trata de delitos
que no dejen rastros de su perpetración, o se
cometen al amparo de la privacidad. En tales
supuestos a los testigos se los llama necesarios. En
la especie, la manera clandestina en que se encaró
la represión, la deliberada destrucción de
documentos y de huellas, el anonimato en que
procuraron escudarse sus autores, avala el aserto.
No debe extrañar, entonces, que la mayoría de
quienes actuaron como órganos de prueba revistan la
calidad de parientes o de víctimas. Son testigos
necesarios” (Cámara Federal de la Capital Federal;
“Causa 13/84” del 9/12/1985, Tomo I, pág 294,
Imprenta del Congreso de la Nación, 1987).
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En definitiva, nos permitimos concluir en
que el mérito efectuado por el a quo se exhibe –a
este respecto- como un desacierto mayúsculo que la
prueba contradice de modo rotundo.
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Solicitó, en definitiva, que se revoque la
sentencia de condena contra su asistido por este
hecho, correspondiendo su absolución. En subsidio –
en la audiencia- pidió se revoque la agravante de
alevosía y se califique el hecho como homicidio
simple (art. 79, CP).
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sistema de represión ilegal y eliminación física de
personas que, como consecuencia, produjo un
incremento de desaparecidos”. Asimismo, citó el
fallo de la histórica Causa 13/84 y jurisprudencia
de la Sala III de la Cámara Federal de La Plata.
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Es un dato dirimente de la gravedad del
aporte esencial de Capellino al hecho que nos ocupa
que –a la fecha y luego de casi 43 años- los hijos
de Sobko no hayan encontrado aún sus restos para
darles sepultura.
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No estamos en presencia –como expresó el
defensor- de un aporte de Capellino a un hecho ya
consumado. La configuración total del injusto no se
encuentra colmada con el disparo y posterior muerte
(homicidio) de Sobko, pues –insistimos- en ella
adquiere un significado jurídico-penalmente
dirimente la desaparición del cadáver y, a este
respecto, el aporte del imputado ha sido esencial y
determinante.
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Carlos Rubén Osuna, los cuales –dijo- no fueron
valorados en debida forma. Consideró débiles las
conclusiones plasmadas en la sentencia dado que se
basa en un procedimiento mental equivocado.
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solamente por el testigo Genolet, cuyos dichos
tampoco permiten afirmar que fue aquél quien
trasladó los cadáveres de Osuna y Fernández, en
tanto expresó que vio al acusado dirigirse en
ambulancia hacia el lugar del hecho y al regresar
éste manifestó delante suyo y del suboficial que
estaba a cargo que ‘cómo iba a auxiliar a estas
personas cuando los sesos estaban hasta pegados en
el techo´”.
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tergiversaron otros, se fraguaron situaciones para
enmascarar, ocultar y encubrir los crímenes” (cfr.
“Appelhans”, FPA13007824/2003/CA31).
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en el interior del Hospital Iturraspe de la ciudad
de Santa Fe, fue trasladado a una casa de campo,
presumiblemente en la zona de Rincón, donde fue
sometido a torturas y mantenido en cautiverio en
condiciones inhumanas. Luego, del hecho de ‘La
Tapera’, su cuerpo fue depositado en una fosa común
del Cementerio Municipal de esta ciudad, enterrado
como ‘N.N.’. Años después fue recuperado por sus
familiares y durante los años 2006 y 2007 se
llevaron a cabo tareas de exhumación de sus restos
por parte del Equipo Argentino de Antropología
Forense, cuyo informe da cuenta de que se logró
identificar dichos restos con quien en vida fuera
Osuna (cfr. fs. 262/299 del legajo de prueba de Juan
Alberto Osuna). Asimismo, se comprobó que la causa
de su muerte es compatible con traumatismo toráxico
causado por impactos de proyectil de arma de fuego,
presentando lesiones de igual tipo en sus miembros
superiores y tórax.
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–fs. 3/15-; denuncia –fs. 16/24-; listado del Libro
del Cementerio Municipal de Paraná –fs. 46/47-.
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Ley 21.338) en perjuicio de Juan Alberto Osuna y
Carlos José María Fernández.
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asignó el juez de sentencia por la de coautor
funcional por reparto de tareas (art. 45, CP).
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posibilitar su continuidad, sea para ocultar las
heridas y/o utilizando su función médica para
encubrir el accionar criminal, favorecer su
impunidad y perfeccionar la desaparición forzada de
personas.
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Solo las querellas apelantes expresaron
agravios a este respecto, lo que habilita a este
Tribunal para su tratamiento y resolución.
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Así votamos.
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los que hago míos, por ser ellos producto y fiel
reflejo de la deliberación que tuvo lugar.
Así voto.
S E N T E N C I A:
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Alberto OSUNA y Carlos José María FERNÀNDEZ –dos
hechos-, todos ellos a su vez en concurso real entre
sí y con los anteriores (art. 55, CP).
ANTE MI
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