Iglesia de Efeso 2

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IGLESIA DE EFESO

La ciudad de Éfeso ubicada al occidente de Asia Menor y centro importante en la


historia de la iglesia primitiva, estaba situada entre Mileto y Esmirna, en el valle del río
Caistro, a 5 Km del mar Egeo y entre las montañas de Koresos. Su excelente acceso al mar la
convirtió en el principal puerto de Asia durante el Imperio Romano. Centro postal y
administrativo para los gentiles y paganos de la época, dicha ciudad era llamada “Guardiana
del Templo” el dedicado a la diosa Artenis (o Diana, en latín) (Hchs. 19: 23-41)

“El '''Templo de Artemisa''' en la ciudad de Éfeso, dedicado a la


diosa Artemisa, denominada Diana por los romanos. Su
construcción fue comenzada por el rey Creso de Lidia. De grandes
dimensiones y hermosa arquitectura, era considerada una de las
Siete Maravillas del Mundo Antiguo”

Hacia el 52 de nuestra era, que el cristianismo penetró en la ciudad por el ministerio


de Priscila y Aquila, siendo Pablo el fundador de aquella iglesia. Pablo se afincó en Éfeso por
espacio de dos años. Posterior a Pablo, fue Juan quien se afincó allí, teniendo bajo su cuidado
tanto ésta iglesia, como las otras seis de Asia a las cuales se les dirigen las respectivas cartas
del Apocalipsis. El Señor tenía un interés muy especial por ésta iglesia, en gran manera
formada por gentes de origen gentil, representando un gran triunfo del evangelio en una
tierra en primera instancia ajena a la palabra de Dios.

El Apóstol Pablo en su segundo viaje misionero llegando de Corinto para ir a Jerusalén


se detuvo en dicha ciudad, dejando allí a Aquila y Priscila, entrando a una sinagoga y
discutiendo con lo judíos por muy poco tiempo, habiéndoles comunicado su intención de
volver a ellos (Hchs. 18: 18-21). En su tercer viaje misionero, volvió a la ciudad, allí tuvo
experiencias de poder del evangelio, de las cuales fueron testigos muchos. Por más de dos
años, a partir de Éfeso, “todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra
del Señor Jesús” (Hchs. 19: 10)

Acompañando a la exposición sencilla y autentica de la palabra, “Dios hacía milagros


extraordinarios por mano de Pablo de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o
delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espiritas malos salían” (Hchs.
19: 11-12)

Tanta fue la fama de todos estos actos divinos, que algunos quisieron imitarle al intentar echar
fuera demonios, pero estos vivían muy alejados de la vida del Señor, y por tanto, consiguieron
algo muy distinto a lo que esperaban (Hchs. 19; 13-16). Los creyentes efesios fueron testigos
sin igual del amor y poder de Dios. Tanto fue así que, “muchos de los que habían creído venían,
confesando y dando cuenta de sus hechos” todo ello en el contexto del verdadero
arrepentimiento, haciendo obras dignas del mismo, como podemos leer en Hchs. 19: 19.

Pasaron los años, pero el recuerdo de su amado apóstol perduró. Esos hombres tuvieron en
Pablo el mejor ejemplo de como debía ser un Siervo de Dios. Querían a Pablo con un amor
difícilmente superable. Pero Pablo, en su final encuentro con ellos en Mileto, cuando se
despidió de ellos definitivamente, en su camino hacia Jerusalén, por el Espíritu Santo les
advirtió:

“Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he
rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño
en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él
ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de
vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán
hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad,
acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a
cada uno” (Hechos 20: 26-30).

De alguna manera, Pablo intentaba advertirles que no todos iban a ser como él, es decir,
siervos verdaderos del Señor. Que muchos vendrían a ellos una vez él les hubiera dejado, y se
iban a presentar como apóstoles del Señor, pero no lo serían. Iban a ser lobos rapaces que no
iban a perdonar al rebaño.

Pasaron casi cuarenta años después de la experiencia de los ancianos de Éfeso en Mileto con
Pablo, cuando ahora el Señor Jesús les envía un mensaje altamente admonitorio y realmente
grave; un ultimátum: habían perdido el primer amor, y por tanto, debían recordar de dónde
habían caído, arrepentirse y volver a hacer las obras primeras; de lo contrario, pronto Él iba a
quitar el candelero de su lugar. Ese candelero era Su misma presencia por el Espíritu en la
citada iglesia (ver Ap. 2: 3-5).

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