Breve Examen Critico
Breve Examen Critico
Breve Examen Critico
I
Al celebrarse en Roma en el mes de octubre de 1967 el Sínodo episcopal se le pidió a la misma asamblea de
Padres un juicio sobre la así llamada “Misa normativa”, a saber, de esa “Misa”, que había sido excogitada por
el Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra Liturgia. Pero el esbozo de semejante Misa suscitó
perplejidades entre los Padres convocados al Sínodo, de modo tal que, mientras de los 187 sufragios 43 la
rechazaron abiertamente, 62 no la aprobaron sino juxta modum (con reservas). Tampoco se debe pasar por alto
el hecho de que la prensa y los diarios internacionales anunciaron que aquélla nueva forma de la Misa había
sido sin más rechazada por el Sínodo. En cambio, las publicaciones de los innovadores prefirieron pasar en
silencio el asunto: No obstante, una revista bastante conocida, destinada a los obispos y que divulga las
opiniones de éstos, describió el nuevo rito sintéticamente con las siguientes palabras: ” Aquí se ordena hacer
tabla rasa de toda la teología de la Misa. En pocas palabras, se acerca a esa teología de los protestantes, que ya
abolió y destruyó totalmente el Sacrificio de la Misa”.
Pues bien, en el Novus Ordo Missae, recientemente publicado por la Constitución Apostólica Missale romanum,
se encuentra desgraciadamente casi la misma “missa normativa”. Tampoco consta que las Conferencias
episcopales, difundidas por todo el mundo, hayan sido entre tanto interrogadas, al menos en cuanto tales.
Efectivamente, en la Constitución Apostólica se afirma que el antiguo Misal promulgado por San Pío V el día
13 de julio del año 1570 (pero que en gran parte debe ser atribuido ya a San Gregorio Magno, y más aún, que
se deriva de los primitivos (1) orígenes de la religión cristiana) en los últimos cuatro siglos fue para los
sacerdotes de rito latino la norma para celebrar el Sacrificio; y no es sorprendente si en tal y tan grande Misal
en todas partes del mundo “innumerables y además santísimos varones alimentaron con gran copiosidad la
piedad de sus almas para con Dios, sacando de él ya sus lecturas de las Sagradas Escrituras, ya sus oraciones”.
Así leemos en el Novus Ordo; y, sin embargo, esta nueva reforma de la Liturgia, que arranca y extermina de
raíz aquel Misal de San Pío V, es considerada necesaria por el Novus Ordo, “desde el tiempo en que con más
amplitud comenzó a robustecerse y prevalecer en el pueblo cristiano el afán por fomentar la Liturgia”.
Sin embargo, con la debida reverencia, sea permitido declarar que en este asunto hay un grave equívoco; pues
si alguna vez se manifestó algún deseo del pueblo cristiano, esto aconteció – estimulándolo principalmente el
gran San Pío X cuando el pueblo mismo comenzó a descubrir los tesoros eternos de su Liturgia. El pueblo
cristiano no pidió nunca una Liturgia cambiada o mutilada para comprenderla mejor; pidió más bien que se
entendiese la Liturgia inmutable, pero nunca que la misma fuese adulterada.
Además, el Misal Romano, promulgado por mandato de San Pío V y venerado siempre religiosamente, fue muy
querido para los corazones católicos tanto de los sacerdotes como de los laicos; de tal manera que nada parece
haber en ese Misal que, previa una Oportuna catequesis, pueda inhibir una más plena participación de los fieles
y un conocimiento más profundo de la sagrada Liturgia; y, por lo tanto, no aparece suficientemente claro por
qué causa se cree que un Misal semejante, refulgente con tan grandes notas reconocidas además por todos, se
haya convertido en un erial tal que ya no pueda seguir alimentando la piedad litúrgica del pueblo cristiano.
Sin embargo, la “misa normativa “, aunque rechazada ya “sustancialmente” por el Sínodo de los Obispos, hoy
es nuevamente propuesta e impuesta como “Novus Ordo Missae”, por más que tal Ordo nunca haya sido
sometido al juicio colegial de las Conferencias. [Episcopales. N. del T.]. Pero si el pueblo cristiano ha rechazado
cualquier reforma de . la Sacrosanta Misa (y esto mucho más en tierras de misiones), no vemos por qué causa
se imponga esta nueva ley, que, como por lo demás lo reconoce la misma predicha Constitución, subvierte una
tradición inmutable en la Iglesia ya desde los siglos IV y V.
Por lo tanto, como esta reforma carece objetivamente de fundamento racional, no puede ser defendida con
razones adecuadas, por las cuales no sólo se justifique ella misma si no también se torne aceptable para el pueblo
católico.
Es verdad que los Padres del Concilio, en el párrafo 50 de la Constitución Sacrosanctum Concilium decretaron
que las diversas partes de la Misa se ordenaran de tal modo, “que aparezcan con mayor claridad el sentido
propio de cada una de las partes como también su mutua conexión”. Pero de inmediato veremos cuán poco el
Ordo recientemente promulgado responde a esos deseos, de los cuales apenas si parece quedar allí algún
recuerdo.
Pues examinando con mayor atención y pesando de nuevo en la balanza cada uno de los elementos del Novus
Ordo se llegará a esa conclusión de que aquí se han añadido o quitado tantas y tan grandes cosas que con razón
se debe aplicar también aquí idéntico juicio al de la “Missa normativa”. Por consiguiente, no es nada extraño
que tanto este Ordo como la “Missa normativa ” agraden en muchos puntos a aquellos que entre los mismos
protestantes son más “modernistas”.
II
Comencemos por la definición misma de la Misa, que se propone en el párrafo 7, o sea, al comienzo del segundo
capítulo del Novus Ordo. “Acerca de la estructura de la Misa”; “La cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis
o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial
del Señor (2). Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de
Cristo: ‘Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ (Mt. 18, 20)
Por consiguiente, la definición de la Misa se circunscribe a la sola noción de “Cena”; y ello se repite siempre
ya cada paso (n’!s. 8, 48, on- 55, 56); además, tal “cena” está constituida por la reunión de los fieles bajo la
presidencia del sacerdote, y consiste en la renovación del memorial del Señor, a saber, en la conmemoración de
lo que el Señor realizó el Jueves Santo. Pero todo esto ni implica la presencia real, ni la verdad del Sacrificio,
ni la sacramentalidad del sacerdote consagrante, ni el valor intrínseco del Sacrificio eucarístico, el cual no
depende en absoluto de la presencia de la asamblea (3).
En una palabra, esta Cena no implica ninguno de aquellos “valores dogmáticos” esenciales de la Misa, que
constituyen . su verdadera definición. Ahora bien, esta omisión, en cuanto voluntaria, equivale a la “superación”
de aquellos valores y, por lo tanto, al menos en la práctica, a su negación (4).
En la segunda parte del mismo párrafo (agravando el ya gravísimo equívoco) se afirma algo asombroso, o sea,
que para esta asamblea vale en grado eminente la promesa de Cristo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20). Con esta promesa, que sólo corresponde a la presencia
espiritual de Cristo, se compara y se coloca en el mismo orden y modo de presencia, aunque con mayor fuerza
y. vigor aquélla institución que, por el contrario, atañe al orden físico o al modo sustancial de la presencia
sacramental eucarística.
Sigue inmediatamente en el texto (Nº 8) la bipartición de la Misa en Liturgia de la palabra y Liturgia eucarística,
y allí se afirma, sin hacer ninguna distinción, que en la Misa se prepara la Mesa de la palabra de Dios y la mesa
del Cuerpo de Cristo, para que los fieles sean “instruidos y alimentados”; esta asimilación equivalente de las
dos partes de la Misa, como si estos dos signos tuvieran idéntica significación simbólica, debe ser declarada
absolutamente ilegítima. Pero sobre esto ya volveremos más tarde.
Por otra parte, las denominaciones de la Misa son innumerables; las cuales pueden aceptarse por cierto en
sentido relativo; pero todas deben ser rechazadas si -como de hecho ocurre- son usadas aisladamente y en
sentido absoluto: Acción de Cristo y del pueblo de Dios, Cena del Señor o Misa, Banquete pascual,
Participación común en la mesa del Señor, Memorial del Señor, Plegaria eucarística, Liturgia de la palabra y
Liturgia eucarística, etc.
Como se evidencia esplendorosamente, en tales definiciones se pone el acento -como con exagerada
estudiosidad- en la Cena y el memorial, pero no en la renovación incruenta del Sacrificio del Señor realizado
en el Monte Calvario. Ni tampoco la fórmula misma “Memorial de la Pasión y Resurrección del Señor” puede
decirse totalmente correcta; pues la Misa por su propia esencia es el memorial del único Sacrificio, que es en sí
mismo redentor; mientras que, por el contrario, la Resurrección es el fruto consiguiente a aquél (5). Luego
veremos cómo y con qué coherencia estos equívocos se introducen y se repiten en la fórmula misma de la
Consagraci6n y, en general, en todo el Novus Ordo.
III
Vayamos ahora a los fines de la Misa.
1) FIN ÚLTIMO. El fin último del sacrificio de la Misa es la alabanza que debe tributarse a la Santísima
Trinidad, según la explícita intención de Jesucristo en el mismo misterio de su Encarnación: “Al entrar al mundo
dice: ‘No quisiste hostia ni ofrenda: en cambio a mí me preparaste un cuerpo’ ” (Heb. 10, 5; cfr. Ps. 39, 7-9).
Por cierto, este fin buscado ha desaparecido completamente en el Novus Ordo: desapareció ciertamente del
Ofertorio, pues la plegaria “Recibe, oh Trinidad Santa” ha sido eliminada; desapareció de la conclusión de la
Misa, ya no se dirá más “Seate agradable, oh Trinidad Santa”; también fue suprimida del Prefacio, ya que el
Prefacio de la Santísima Trinidad, que hasta ahora se recitaba oportunísimamente todos los domingos, ahora en
el Novus Ordo sólo se dirá en la fiesta de la Santísima Trinidad, y por lo tanto solamente una vez al año.
2) FIN ORDINARIO. El fin ordinario del Sacrificio es el propiciatorio. En cambio, en el Novus Ordo, este fin
se aparta de su verdadera senda, pues ya no se pone más el acento en la remisión de los pecados, sea de los
vivos, sea de los difuntos, sino en la nutrición y santificación de los presentes (nº 54). Por cierto, Cristo instituyó
el sacramento de la Eucaristía en la última Cena y se puso a Sí mismo en estado de víctima para unirnos a Él, a
ese estado victimal; pero este fin antecede a la misma manducación y tiene un pleno valor redentor antecedente,
que se deriva de la inmolación cruenta de Cristo; de allí que el pueblo asistente a Misa no esté obligado de suyo
a recibir la comunión sacramental (6).
3) FIN INMANENTE. Cualquiera sea la naturaleza del sacrificio, pertenece a la esencia de la finalidad de la
Misa el que sea agradable a Dios, aceptable y aceptado por Él. Por lo tanto, en la condición de los hombres que
estaban inficionados por la mancha original, ningún sacrificio hubiera sido aceptable a Dios; el único sacrificio
aceptado ahora con derecho por Dios es el Sacrificio de Cristo. Por el contrario, en el Novus Ordo la naturaleza
misma de la oblación es deformada en un mero intercambio de dones entre Dios y el hombre: el hombre ofrece
el pan que Dios transmuta en “pan de vida”; el hombre lleva el vino que Dios transmuta en “bebida espiritual”:
“Bendito eres, Señor Dios del universo, porque de tu largueza recibimos el pan (o: el vino) que te ofrecemos,
fruto de la tierra (o: de la vid) y de la obra de las manos de los hombres, del cual se hará para nosotros el pan
de vida (o: la bebida espiritual)” (7).
Superfluo es advertir cuán totalmente vagas e indefinidas son estas dos fórmulas “pan de vida” y “bebida
espiritual”, que, de por sí, pueden significar cualquier cosa. Hallamos aquí el mismo equívoco capital que
examinamos en la definición de la Misa: allí Cristo se hace presente entre los suyos únicamente de un modo
espiritual; aquí se dan el pan y el vino, que son cambiados “espiritualmente” (pero no substancialmente!) (8).
Igualmente, en la preparación de las ofrendas se descubre idéntico juego de equívocos, pues se suprimen las
dos maravillosas plegarias de la antigua Misa. La oración: “Oh, Dios, que admirablemente formaste la dignidad
de la naturaleza humana y que más admirablemente aún la reformaste” recordaba a la vez la primitiva condición
de inocencia del hombre y su presente condición de restauración, en la que fue redimido por la Sangre de Cristo.
Era, por lo tanto, una verdadera, sabia y rápida recapitulación de toda la Economía del Sacrificio, desde Adán
hasta la historia presente. En la otra plegaria, la oblación propiciatoria del cáliz para que subiera “con olor de
suavidad” a la vista de la Divina Majestad, cuya clemencia se imploraba, repetía con suma sabiduría esta
Economía de la salvación. Mientras que suprimida esta continua elevación hacia Dios por medio de la plegaria
eucarística, no queda ya ninguna distinción entre sacrificio divino y humano.
Eliminado el eje cardinal, se inventan vacilantes estructuras; echados a pique los verdaderos fines de la Misa,
se mendigan fines ficticios. De aquí que aparecen los gestos que en la nueva Misa deberían expresar la unión
entre el sacerdote y los fieles, o entre los mismos fieles; aparecen las oblaciones por los pobres y por la Iglesia
que ocupan el lugar de la Hostia que debe ser inmolada. Todo esto pronto caerá en el ridículo, hasta que el
sentido primigenio de la oblación de la Única Hostia caiga poco a poco completamente en el olvido; así también
las reuniones que se hacen para celebrar la inmolación de la Hostia se convertirán en conventículos de
filántropos y en banquetes de beneficencia.
IV
Pasemos a considerar la esencia del Sacrificio.
El Misterio de la Cruz ya no está expresado explícitamente, sino en forma algo oscura, con palabras falseadas
que no pueden ser percibidas por el pueblo (9). Y he aquí por qué causa.
1) SIGNIFICACIÓN DE LA “PLEGARIA EUCARÍSTICA”
El sentido que se atribuye en el Novus Ordo a la así llamada “Plegaria eucarística” es éste: “Para que toda la
asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las grandezas de Dios y en la oblación del sacrificio”
(nº 54, al final) .Pero uno pregunta: ¿de qué sacrificio se trata? ¿quién es el que ofrece? A estos interrogantes
no se da ninguna respuesta.
La definición de la “Plegaria Eucarística” dada en la misma Instrucción es la siguiente: ” Ahora se inicia el
centro y culmen de toda la celebración, a saber, la misma Plegaria eucarística, o sea, la plegaria de acción de
gracias y de santificación” (nº 54 pr .) .Por consiguiente, se ponen los efectos en lugar de las causas, de las que
nada se dice en el texto. Nada reemplaza a la mención acerca del fin de la oblación, que antes estaba explícita
en la antigua plegaría “Recibe, oh Padre Santo”.
En verdad, el cambio de la formulación revela también un cambio de la doctrina.
2) EL SACRIFICO EUCARÍSTICO Y LA PRESENCIA REAL DE CRISTO
La razón por la cual el Sacrificio no tiene ninguna indicación lo suficientemente explícita en el Novus Ordo
está en que la Presencia Real perdió su lugar verdaderamente central (tan esplendoroso en la antigua Misa).
Sólo se hace una mención -a saber, la única cita al pie, sacada del Concilio de Trento- y que se refiere a la
Presencia Real en cuanto nutrimento (nº 241, nota 63). Pero no se señala nunca la Presencia Real y Permanente
del Cuerpo y Sangre de Cristo, junto con su Alma Divinidad, que se da bajo las especies luego de la
transubstanciación. Más aún, la misma palabra “Transubstanciación” se ignora totalmente.
Además, la razón de por qué se suprime la invocación a la tercera Persona de la Santísima Trinidad (Ven,
Santificador. ..), por la cual se imploraba al Espíritu Santo que descendiera sobre las oblatas preparadas para
obrar el milagro de la Presencia Divina, como antes en el seno de la Santísima Virgen, es objetivamente la
misma: vale decir, pertenece al mismo tipo de silencio y de negación tácita, más aún a la continua cadena de
negaciones sobre la Presencia Real.
Quedan también abolidas:
• a) las genuflexiones, de las que sólo quedan tres por parte del sacerdote y una por parte del pueblo en el
momento de la Consagración (y ésta, sometida a muchas excepciones);
• b) las abluciones de los dedos sobre el cáliz;
• c) la preservación de los mismos dedos de cualquier contacto profano después de la Consagración;
• d) la purificación de los vasos (sagrados, N. del T.), que no se manda hacer necesariamente de inmediato
después de la asunción del cáliz, ni sobre el mismo corporal;
• e) la palia, con la cual se protegía la Preciosísima Sangre de Cristo en el cáliz;
• f) el dorado de los vasos sagrados;
• g) la consagración del altar móvil;
• h) la piedra sagrada y las reliquias en el altar móvil, e incluso sobre la mesa cada vez que la celebración se
realice en lugares no sacros. Admitida esta excepción, queda abierto el camino para las “cenas eucarísticas” en
casas privadas ;
• i) los tres manteles del altar, de los cuales ahora sólo se prescribe uno.
• k) la acción de gracias, que debía hacerse de rodillas, y a la que substituye una torpe acción de gracias del
sacerdote y de los fieles sentados; añádase que la Comunión se recibe irreverentemente por los fieles
de pie;
• I) finalmente, las santas prescripciones antiguas para el caso de la Hostia consagrada caída en tierra, que se
reducen mezquinamente a sólo esto: “tómese reverentemente la Hostia ” (nº 239).
Todas estas cosas juntas, con su repetición manifiestan y confirman injuriosamente la implícita negación de la
Fe en el augustísimo dogma de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
3) LA FUNCIÓN DEL ALTAR EN LA NUEVA MISA (Nº 262)
El altar casi siempre es llamado mesa (10): “El altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la liturgia
eucarística” (nº 49; cfr. 262); pero se prescribe que el altar esté siempre separado de las paredes, para que así
cualquiera pueda girar alrededor de la mesa y que la misa se celebre de cara al pueblo (n’? 262); con mayor
insistencia se determina que el altar debe convertirse en el centro de la asamblea de los fieles, de manera tal que
su atención se dirija espontáneamente hacia el altar (ib). Pero considerados a la vez los números 262 y 276,
parece excluirse que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía pueda conservarse sobre este altar. De aquí surge
una irreparable división: por una parte estará la mística presencia del Sumo y Eterno Sacerdote en el presbítero
celebrante; y por otra parte estará la Presencia Real Sacramental del mismo Cristo en persona. En la antigua
Misa estaba manifiesta una sola presencia de Cristo a la vez (11).
En la nueva Misa se nos invita a conservar el Santísimo Sacramento en otro lugar apartado, donde se alimente
la devoción privada de los fieles, como si la Hostia no fuese sino una simple reliquia; de manera que ya no sea
más el tabernáculo el que atraiga los ojos y la fe de los fieles que ingresan al templo, sino una mesa tosca y sin
adorno. He aquí nuevamente cómo la piedad privada se opone a la piedad litúrgica; se erige el altar contra el
altar.
También, la tan frecuente recomendación de distribuir la Comunión sólo de las especies consagradas en la Misa;
más aún, que se consagre un pan de grandes dimensiones (12), de modo que el sacerdote pueda dividir su pan
con al menos alguna parte de los fieles, con firma y acrecienta la indiferencia anímica y el desprecio hacia el
Tabernáculo, como también hacia toda piedad eucarística fuera de la Misa. He aquí una nueva injuria a la fe en
la Presencia Real de Cristo, mientras perduran las Especies Eucarísticas consagradas (13).
4) FÓRMULAS CONSAGRATORIAS
La antigua fórmula de la Consagración era clara y propiamente sacramental, pero no meramente narrativa,.
mientras que las tres consideraciones siguientes parecen demostrar que en el Novus Ordo se insinúa lo contrario:
a) No se reproduce más literalmente el texto de la Sagrada Escritura; además, la
inserción de las palabras paulinas “Mysterium Fidei” significaba la inmediata
confesión de fe que debía proferir el sacerdote ante el Misterio operado por la Iglesia
a través de su sacerdocio jerárquico.
b) Las nuevas puntuaciones de las palabras y la nueva tipografía. En efecto, en el
antiguo Misal el mismo punto y aparte significaba claramente el paso del modo
narrativo al modo sacramental y afirmativo, las mismas palabras consagratorias se
trazaban en el antiguo Misal con letras mayúsculas y en el medio de la pagina; más
aún, con frecuencia escritas también en color diferente, de manera que se separasen
del contexto meramente histórico. y todas es tas cosas, por cierto, conferían
sapientísimamente a toda la fórmula consagratoria una fuerza propia de significación
absolutamente individual y singular .
c) La anamnesis (“Cuantas veces hiciereis es tas cosas, las haréis en memoria mía”),
que en griego se dice así: “eis tén emoú anámnesin”. La anamnesis en el Canon
Romano se refería a Cristo operante en acto, pero no a la mera memoria de Cristo
o de un mero acontecimiento; se nos mandaba recordar lo que Él mismo hizo ( ”
…estas cosas. ..haréis en memoria mía”), y el modo cómo Él las hizo, pero no
únicamente su persona o su cena. En cambio, la fórmula paulina (“Haced esto en
conmemoración mía”), que en el Novus Ordo reemplaza a la fórmula antigua -
repetida todos los días en las lenguas vernáculas- cambiará irreparablemente la
fuerza misma del significado en las mentes de los oyentes, de modo tal que la
memoria de Cristo, que debe ser el principio de la acción eucarística, parezca
convertirse en el término único de esta acción o rito. O sea, la “conmemoración”,
que cierra la fórmula de la consagración, ocupará poco a poco el lugar de la “acción
sacramental” (14).
La forma narrativa se pone ahora de relieve de hecho con las mismas palabras en la Instrucci6n oficial:
“Narraci6n de la Institución” (nº 55d) ; y ella se confirma en la definición de la anamnesis, donde se dice: “La
Iglesia celebra la memoria de Cristo mismo” (nº 55c).
En síntesis, la teoría que se propone sobre la epiclesis y la misma innovación en cuanto a las palabras de la
Consagración y de la anamamnesis implican que también se ha realizado un cambio en el modo de significar;.
pues las fórmulas consagratorias son ahora pronuncia das por el sacerdote como parte de alguna narración
histórica y no son enunciadas en cambio como expresando un juicio categórico y operativo, proferido por Aquél
en cuya representación el sacerdote mismo obra, diciendo: “Esto es mi Cuerpo”, pero no: “Esto es el Cuerpo de
Cristo” (15) .
Además, la aclamación asignada al pueblo para decir después de la Consagración (“Anunciamos tu muerte,
Señor, etc., hasta que vengas”) introduce, bajo la apariencia de escatologismo, una nueva ambigüedad sobre la
Presencia Real. En efecto, se proclama oralmente, sin solución de continuidad después de la Consagración, la
expectación de la segunda: venida de Cristo en la consumación de los tiempos, en el mismo momento en el que
Él se halla verdadera, real y substancialmente presente sobre el altar, como si sólo aquélla última fuera Su
verdadera venida, pero no ésta.
Y esto se recalca con mayor vigor en la fórmula de aclamación a elegir libremente: “Cada vez que comemos
este pan y bebemos el cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas”; donde se mezclan con la máxima
ambigüedad cosas diversas, como la inmolación y la manducación, la Presencia Real y la segunda venida de
Cristo (16).
V
Y ahora pasemos a cada uno de los elementos concretos del Sacrificio.
En la Misa anterior, eran cuatro los elementos del Sacrificio: 1) Cristo; 2) el
sacerdote; 3) la Iglesia; 4) los fieles.
1ª Comencemos por los fieles. En el Novus Ordo, la parte asignada a los fieles es autónoma o absoluta, y, por
consiguiente, totalmente falsa ya desde la misma definición propuesta al comienzo (“La Misa es la sagrada
sinaxis o asamblea del pueblo”), hasta el saludo con el cual el sacerdote expresa al pueblo la “presencia ” del
Señor en la comunidad reunida (nº 28): “Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio
de la Iglesia reunida”. Por lo tanto, se trata aquí de una, por cierto, verdadera presencia de Cristo, pero
meramente espiritual, y asimismo del misterio de la Iglesia, pero en cuanto simple comunidad que manifiesta y
solicita tal presencia espiritual. y esto se encontrará por doquier: recuérdese el carácter comunitario de la Misa
recalcado con tanta insistencia (nº 32); 74-152); la impía distinción entre “Misa con pueblo” y “Misa sin pueblo”
(nº 203-232); la definición de la “oración universal o de los fieles” (nº 45), donde nuevamente se pone de relieve
“el oficio sacerdotal” del pueblo (“el pueblo ejerciendo el oficio de su sacerdocio”) proponiéndolo en forma
equívoca; en efecto, no se indica en modo alguno que está subordinado al oficio del sacerdote jerárquico. Y
esto tanto más se confirma por el hecho de que el sacerdote, en cuanto que ha sido consagrado mediador, está
constituido intérprete, según la vieja Misa, de todas las intenciones del pueblo, sea en la plegaria “Te igitur”,
sea en los dos “Memento”.
También en la “Plegaria eucarística ” III (“Vere Sanctus”, pag. 123) se nos ordena
dirigirnos así al Señor: “No dejas de congregar a tu pueblo, para que desde la salida
del sol hasta el ocaso sea ofrecida una oblación pura a tu nombre”: donde la partícula
“para que” insinúa que el elemento necesario sobre todos los demás para celebrar
la Misa es el pueblo, y no el sacerdote. y como en ninguna parte del texto se indica
quién es el sacrificador secundario y particular (17), todo el pueblo mismo es
presentado provisto de un poder sacerdotal propio y pleno. ¡Lo cual es falso!
¡Nada de extrañar pues si, con esta manera de obrar, bien pronto se le atribuya también al pueblo la facultad de
unirse al sacerdote en la pronunciación de las mismas palabras consagratorias (lo cual, por lo demás, se nos
informa, que ya sucede en ciertos lugares)!
2º El ministerio del sacerdote aparece disminuido, alterado, viciado. En primer lugar , por cierto, respecto del
pueblo. Se lo presenta (al sacerdote), como un simple presidente o hermano (no mediador), más bien que como
un ministro consagrado, que celebra en representación de Cristo; luego, respecto de la Igle sia, en cuanto que
es propuesto como “uno del pueblo”. También en la definición de la epiclesis (nº 55c) las invocaciones se
atribuyen en forma anónima e incierta a la Iglesia. El oficio de mediador, propio del sacerdote, desaparece.
En la oración del “Confiteor”, que se recita ahora sólo en forma colectiva, el sacerdote ya no es más juez. testigo
y mediador ante Dios; por consiguiente, no se imparte más al pueblo la absolución sacerdotal, que se tenía en
el antiguo rito. En efecto, el sacerdote viene simplemente connumerado entre los “hermanos”. De donde, incluso
el mismo monaguillo que ayuda en una “Misa sin pueblo” lo llama con este nombre de hermano.
Pero ya antes de esta última reforma de la Misa, se había abrogado la significativa distinción entre la Comunión
de los fieles y la Comunión del sacerdote (momento en el cual el Sumo Eterno Sacerdote y el que actuaba en
representación de Él se confunden en una casi diríamos íntima unión y se logra la consumación del Sacrificio).
Ahora, en cambio, ni una palabra siquiera acerca del poder del sacrificador, sobre su acto
consagratorio, por medio del cual se renueva realmente la Presencia eucarística. y de este modo, el
sacerdote católico ya reviste la figura de un ministro protestante.
Además, la omisión o el libre uso de muchas vestiduras sagradas ( pues en algunos casos bastan el
alba y la simple estola: nº 298) debilita aún más la primigenia conformación del sacerdote con Cristo;
en efecto, el sacerdote ya no se presenta más revestido con las virtudes de Cristo; él es ya un simple
“funcionario” que apenas se distingue de la multitud de los fieles por uno o dos signos (18) (“él mismo
un poco más hombre que los demás hombres”: así lo describió, bella y humorísticamente aunque en
forma involuntaria, cierto predicador contemporáneo (19).
Por lo tanto, nuevamente se divide lo que Dios ha unido: a saber, así como ya viene separado el
Tabernáculo del altar de la Misa, así ahora se desgarra el único sacerdocio del Verbo de Dios y el
sacerdocio de Sus Ministros consagrados.
Por último, trataremos simultáneamente de Cristo y de la Iglesia. En un solo texto, donde se trata de
la “Misa sin pueblo”, como con displicencia se reconoce a la Misa en cuanto que es “acción de Cristo
y de la Iglesia” (nº 4; cfr. Presb. Ord., nº 13) ; mientras que por el contrario en el caso de la Misa “con
pueblo” no se recuerda ninguna otra finalidad sino la de hacer “memoria de Cristo” y la santificación
de los presentes. “El presbítero celebrante. ..asocia a sí mismo. ..al pueblo al ofrecer el sacrificio por
medio de Cristo a Dios Padre en el Espíritu Santo” (nº 60), en vez de asociar el pueblo a Cristo, quien
se ofrece a Sí Mismo en sacrificio “por el Espíritu Santo a Dios Padre”.
Nótense en este contexto otras cosas: la gravísima omisión en las oraciones de las cláusulas “Por
Cristo Nuestro Señor”, quien fue dado a la Iglesia de todos los tiempos como única garantía de ser
escuchada (Jo.. 14, 13-14; 15, 16; 16, 23-24) ; además, un pertinaz y ansioso “pascualismo”, como
si la comunicación de las gracias no tuviese otros aspectos igualmente fecundos; también, ese
“escatologismo” vesánico y peligroso, en el cual la comunicación de la gracia, que de suyo es
permanente y eterna, es rebajada a meras dimensiones temporales; el “pueblo”, como ejército en
marcha (en italiano: “popolo in marcia”), la “Iglesia peregrinante” (¡ojo! ya no más militante contra la
Potestad de las tinieblas) hacia cierto “futuro” que no está vinculado a la eternidad venidera ( y que
por lo mismo no depende de ella en el presente) , sino que corresponde a la verdadera y propia
posteridad temporal.
La Iglesia -Una, Santa, Católica, Apostólica -es humillada en cuanto tal por la fórmula de la “Plegaria
Eucarística IV”, en la cual la oración del Canon Romano: “Por todos los ortodoxos y seguidores de
la fe católica y apostólica ” se cambia de tal modo que todos estos creyentes son sustituidos
simplemente ¡por todos los que te buscan con corazón sincero!
También en el “Memento” de los difuntos, los muertos ya no son aquellos “que nos precedieron con
el signo de la Fe y duermen el sueño de la paz”, sino solamente “los que murieron en la paz de tu
Cristo”. A quienes además se añade (no sin un nuevo y patente abandono de la legítima noción de
la unidad y visibilidad de la Iglesia) la turba de “todos los difuntos cuya fe Tú solo conociste”.
En cambio, en ninguna de las tres nuevas Plegarias Eucarísticas se hace alguna mención -como ya
más arriba dijimos- sobre el estado de penas y tribulaciones de las almas en el Purgatorio; en ninguna
de ellas se da lugar a que se haga un “Memento” los difuntos en particular. Todo lo cual enerva
nuevamente la fe en la naturaleza propiciatoria y redentora del Sacrificio (20).
NOTAS
(1) Las oraciones de nuestro Canon se hallan ya en el tratado “De los Sacramentos” (de fines de los siglos IV y
V) …La Misa de San Pío V o Tridentina toma su inicio en aquellos tiempos, en los cuales se desarrolló por
primera vez a partir de la antigua Liturgia común, sin sufrir luego mutaciones esenciales. Conserva aún el
carácter de aquella Liturgia primigenia que floreció en aquellos días en que los Césares Romanos gobernaban
el mundo y esperaban llegar a extinguir la fe cristiana; son aquellos tiempos en los cuales nuestros padres se
congregaban antes de la aurora para cantar un himno a Cristo Dios (cfr. Plinio el joven, Ep. 96) … En toda la
Cristiandad no se posee un rito tan venerable como la Misa Romana (A. FORTESCUE) .El ,Canon Romano,
tal cual hoy existe, se remonta San Gregorio Magno. Tanto en Oriente como en Occidente no se encuentra
ninguna oración Eucarística vigente hasta nuestros tiempos, que esté dotada de tanta antigüedad, Si la Iglesia
Romana excluyera este Canon, no sólo los ortodoxos sino también los anglicanos y los mismos protestantes
que de algún modo aprecian aún la tradición juzgarían que la misma Iglesia Romana ha abdicado el derecho y
su propio deber de representar a la verdadera Iglesia Católica (P. LOUIS BOYUER). volver
(2) En una nota se remite a dos textos del CONCILIO VATICANO II. En realidad, quien lee estos dos textos
no encuentra allí ninguna prueba de tal definición. El primero (del Decreto “PRESBYTERORUM ORDINIS”,
nº 5) , dice así: “Los presbíteros son consagrados por Dios, siendo ministro el Obispo, para que, hechos en
forma especial partícipes del Sacerdocio de Cristo, al celebrar los oficios sagrados actúen como ,ministros de
Aquél que en la Liturgia ejerce constantemente, por obra del E¡spíritu Santo, su ministerio sacerdotal en favor
nuestro. ..sobre todo, por la celebración de la Misa ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo”.
Por su parte, el otro texto al cual se remite (de la Constitución “SACROSANCTUM CONCILIUM”, nº 33) se
expresa así: “En efecto, en la Liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando su Evangelio. En cuanto
al pueblo, responde a Dios sea con sus cantos sea con su oración. Más aún, las oraciones que dirige a Dios el
sacerdote -que preside la asamblea representando a Cristo- se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de
todos los circunstantes”. Es imposible comprender cómo de estas palabras se haya podido sacar aquella
definición. Advertimos además acerca de la gravísima corrupción por la cual en esa definición de la Misa se
modifican las palabras de la definición del mis mismo CONCILIO VATICANO II (Presb. Ord. nº 5) : “Es, por
consiguiente, la Sintaxis Eucarística el centro de la asamblea de los fieles”. Suprimida fraudulentamente
la palabra “centro” de la asamblea, en el Novus Ordo el término “asamblea” usurpó sin más el lugar principal
de aquélla. volver
(3) El CONCILIO DE TRENTO sancionó así la Presencia Real Eucarística: “Primeramente, el Santo Sínodo
enseña y confiesa abierta y simplemente que en el nutricio Sacramento de la Santa Eucaristía, después de la.
consagración del pan y del vino se contiene verdadera, real y substancialmente (canon I) Nuestro Señor
Jesucristo, verdadera Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles” (DB 874) .
En la SESIÓN XXII, que atañe directamente a nuestro asunto (“Sobre el Santísimo Sacrificio de la Misa”), la
doctrina definida (DB 937a -956) está luminosamente contenida en nueve cánones.
1º: La Misa es un Sacrificio verdadero y visible -y no una Representación simbólica- “‘por el cual se representa
aquel sacrificio cruento que hubo de realizarse una sola vez en la Cruz ( …) y se aplica su fuerza salvadora para
la remisión de los pecados que diariamente cometemos” (DB 938) .
2º: Jesucristo Nuestro Señor, “declarándose a Si mismo Sacerdote constituido para la eternidad según el orden
de Melquisedec (Ps. 109, 4), ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y
bajo los símbolos de esas mismas cosas los dio a sus Apóstoles (a quienes entonces constituía sacerdotes del
Nuevo Testamento) para que los tomaran, y a ellos mismos y a sus sucesores en el sacerdocio les mandó que
los ofrecieran por medio de estas palabras: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19; ICor 11,24), como
siempre lo entendió y enseñó la Iglesia Católica” (DB ibid.) .El celebrante, el oferente, el sacrificador es el
sacerdote, para eso consagrado, pero no el pueblo de Dios, la asamblea. “Si alguien dijere que con aquellas
palabras: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11,24), Cristo no instituyó sacerdotes a los
Apóstoles o que no los ordenó, para que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y sangre, sea anatema”
(Canon 2; DB 949).
3º: El Sacrificio de la Misa es un verdadero sacrificio propiciatorio, y no “una mera conmemoración del
sacrificio realizado en la cruz”.
“Si alguien dijere que el Sacrificio de la Misa es sólo de alabanza y de acción de gracias o una mera
conmemoración del sacrificio realizado en la cruz, pero no propiciatorio; o que sólo aprovecha al que lo recibe
y que no debe ser ofrecido por los vivos y difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades,
sea anatema” (Canon 3; DB 950).
Recuérdense además. el cano: 6: “Si alguien dijere que el Canon de la Misa conti2ene errores, y que por lo tanto
debe ser. abrogado, .sea anatema” (DB 953) ; y el canon 8: “SI alguien dijere que las Misas en las cuales sólo
el sacerdote comulga sacramentalmente, son ilícitas y que por lo tanto deben ser abrogadas, sea anatema (DB
955). volver
(4) Apenas es necesario advertir que si se negase un solo dogma definido, ipso facto se derrumbarían todos los
dogmas, porque se hundiría entonces el principio mismo de la infalibilidad del Magisterio Apostólico, incluso
el supremo y solemne, sea del Romano Pontífice, sea del Concilio Ecuménico. volver
(5) Se debería añadir también la Ascensión, si alguien quisiera retomar aquella oración “Unde et Memores”. En
este texto, sin embargo, no se expresaba una cierta agrupación equivalente de vocablos, sino una clara y sutil
distinción: “. ..de tan bienaventurada Pasión, como también de la Resurrección de entre los muertos y también
de la gloriosa Ascensión al cielo”. La Pasión se conmemoraba por sí.misma y por la fuerza de la misma Misa;
la Resurrección y Ascensión se presentaban añadidas, por la conexión de la fe. volver
(6) De igual modo se cambia la fuerza de la significación también en los tres nuevos “Cánones”, en los que
sorpresivamente se eliminan por completo el peculiar “Memento” de los muertos y la mención de los
sufrimientos de las almas de los fieles difuntos [en el purgatorio. N. del T.] por las cuales siempre y
universalmente se aplicaba el Sacrificio satisfactorio. volver
(7) Véase la encíclica MySTERIUM FIDEI, donde Pablo VI condena no sólo los errores del simbolismo sino
también las nuevas teorías inventadas de la “transsignificación” y de la “transfinalización”: “. ..o que tanto
insisten. ..en el valor del signo. ..como si el simbolismo, que nadie niega existe con toda certeza en la Santísima
Eucaristía, expresase y agotase toda la medida de la presencia de Cristo en este Sacramento. .. o que hablan
sobre el misterio de la transubstanciación sin hacer mención alguna de la admirable conversión de toda la
sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre de Cristo, según se expresa el Concilio
de Trento, de tal manera que consista sólo en las que llaman “transsignificación” y “transfinalización” (A.A.S.,
LVll, 1965, p. 775). volver
(8) En la encíclica “MYSTERIUM FIDEI” profusa y extensamente se refuta y condena la introducción de
modos nuevos de hablar o locuciones que, aunque aparezcan en textos de los Santos Padres y de los Concilios
y en documentos del Sagrado Magisterio, se los emplea en un sentido común y unívoco, sin subordinarlos a la
doctrina sustancial, de la cual, pues, no pueden se:pararse (por ejemplo, “alimento espiritual”, “comida
espiritual”, “bebida espiritual”, etc.) .Pablo VI previene : “Guardada la integridad de la Fe, conviene también
que se observe un apropiado modo de hablar, no sea que al usar nosotros palabras impropias, surjan falsas
opiniones, ¡lo que no suceda!, sobre la Fe en cosas altísimas”. Cita a SAN AGUSTÍN: “Pero nosotros conviene
que hablemos según una regla cierta, para que la licencia en las palabras no genere una opinión impía incluso
de las cosas que por ellas se significan” (La Ciudad de Dios, X, 23, PL 41, 300). Y continúa diciendo: “Por lo
tanto, la regla de hablar, que la Iglesia introdujo en una larga elaboración de siglos y no sin la protección del
Espíritu Santo, y que luego confirmó con la autoridad de los Concilios y que más de una vez fue contraseña y
estandarte de la Fe ortodoxa, debe ser conservada santamente y nadie presuma cambiarla por capricho o con el
pretexto de una ciencia nueva. ..De igual modo, no debe tolerarse que cualquiera pretenda derogar por propia
voluntad las fórmulas con las cuales el Concilio de Trento propuso para creerlo el Misterio Eucarístico” (A.A.S.,
LVII, 1965, p. 758).
NOTAS
(9) Esto contradice abiertamente lo que prescribe el Concilio Vaticano II (“Sacrosanctum Concilium”, nº 48).
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(10) Una sola vez (nº 259) se reconoce su función principal: “El altar, en el cual se realiza el sacrificio de la
cruz presente bajo los signos sacramentales. Pero aún esto no parece ser suficiente para eliminar las
ambigüedades del otro término, que, por el contrario, reaparece constantemente. volver
(11) “Separar el Tabernáculo del altar sería lo mismo que separar dos cosas que por su origen y naturaleza
deben permanecer unidas” (Pío Xll ; Alocución al 18-23 Congreso Internacional Litúrgico, celebrado en Roma
y Cf. Asís, 18-23 de septiembre de 1956). Véase también la encíclica “Mediator Dei”, I, 5 (cfr. más adelante,
nota. 28). volver
(12) Rara vez se utiliza en el Novus Ordo la palabra “hostia”, que es tradicional en los libros litúrgicos y que se
emplea con su sentido propio de “víctima”. Y esto responde perfectamente a aquella intención habitual, que en
el mismo Novus Ordo procura poner en evidencia únicamente los aspectos de “Cena” y de “comida”. volver
(13) Suele ocurrir que se trueque una cosa por la otra. Y de ahí que falsamente se equipare la Presencia Real
Eucarística con la presencia en la palabra (nº 7; 54). Pero, sin embargo, esta otra presencia es, realidad, de una
naturaleza totalmente diversa, ya que sólo existe en el uso; aquélla, en cambio, se da estable y objetivamente,
incluso independientemente de todo uso o comunión sacramental. Estas fórmulas son propiamente de los
protestantes: “Dios habla a su pueblo. ..Cristo por su palabra está ‘presente en medio de los fieles” (nº 33; cfr.
“Sacros. Conc.”, nos. 33 y 7) ; lo cual hablando con propiedad, no dice nada, puesto el que la presencia de Dios
en la :palabra es mediata y está conectada a un acto del espíritu ya la condición espiritual del sujeto e igualmente
circunscrita en el tiempo, Este error tiene gravísimas consecuencias: en efecto, afirma o insinúa la opinión de
que la Presencia Real Eucarística está conectada sólo al uso y se acaba junto con el uso. volver
(14) La «acción sacramental” instituida por Cristo es presentada en este Novus Ordo como producida cuando
Cristo dio a sus Apóstoles su Cuerpo y Sangre bajo las especies del pan y del vino, “para que comieran ” ; li y
no en la acción misma de la doble consagración y en en la separación mística del Cuerpo y Sangre, que se
produce por esa, misma consagración: en lo cual se tiene la esencia del Sacrificio Eucarístico (cfr. Pío XII,
«Mediator Dei”, todo el capitulo I de la segunda parte : “Del Culto Eucarístico”). volver
(15) Las palabras de la Consagración, por el modo como se insertan en el contexto del Novus Ordo pueden ser
válidas por la eficacia subjetiva de la intención del ministro. Pero pueden no ser válidas, en cuanto que ya no
son tales por la fuerza misma de las palabras, o más exactamente, por la virtud objetiva del modo de significar
que tenían hasta ahora en la Misa. Por lo cual, los sacerdotes que en un futuro próximo no habrán sido instruidos
conforme a la doctrina tradicional y quienes simplemente se fiarán del Novus Ordo con la intención de “hacer
lo que hace la Iglesia”, ¿consagrarán en realidad válidamente? Es licito dudar de ello. volver
(16) No se diga, según el modo de proceder de los protestantes -como nadie ignora- en su ,método crítico, que
estas palabras pertenecen al mismo texto de la Sagrada Escritura. Pues la Iglesia siempre evitó el yuxtaponer
estos textos, de manera de disipar toda con- fusión entre las diversas cosas y verdades que estos textos expresan.
volver
(17) Contra los luteranos y calvinistas, que afirman que todos los cristianos son sacerdotes, y que, por lo tanto,
ofrecen la cena, cfr. Concilio de Trento, Sesión XII canon 2. Sobre ello, dice A. TANQUEREY en “Sinopsis
de teología dogmática”, t. III, Desclée, 1930 : “Todos los sacerdotes y sólo ellos son, propiamente hablando,
ministros secundarios del Sacrificio de la Misa. Cristo es, ciertamente, el ministro princi,pal. Los fieles sólo
mediatamente, pero no en sentido estricto, ofrecen por medo de los sacerdotes”. volver
(18) Adviértase una increíble innovación, que conmocionará espiritualmente los ánimos de los fieles. El Viernes
Santo, en la Parasceve, las vestiduras sacras serán de color rojo (nº 308 b), y no negras o, al menos, violetas. Lo
cual alude más bien a la conmemoración de algún santo mártir, antes que al luto de toda la Iglesia por la muerte
de su divino Fundador (cfr. encíclica “Mediator Dei”, 1,5; ver más adelante, nota 28). volver
(19) P. ROGUET, O. P., a las Hermanas Dominicas de Betania de Plessis-Chenet. volver
(20) En ciertas versiones del Canon Romano se traduce el “lugar del refrigerio, de la luz y de la paz” como un
simple estado (“beatitud, luz, paz”) .¿Qué decir ahora de la omisión de toda mención explícita a la Iglesia
purgante