Pasaje Al Acto

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Pasaje al acto

Virginia Cosin
Raúl A. Cuello

(PUBLICADO ORGINIALMENTE EN LA REVISTA EL DILETANTE)

WWW.ELDILETANTE.NET

¿Cómo se representa el deseo? O mejor, ¿cómo se hace para representar la


ausencia de deseo? El deseo, como todos sabemos, no es simplemente el deseo
por una cosa en particular (un objeto, una persona, una transacción), se trata
antes bien de un deseo que anhela continuar deseando. Desde Žižek a nuestros
días podemos establecer que el último estadio del deseo es “el deseo de no
desear”. Por eso toma relevancia el título de la novela de Virginia Cosin
(Caracas, 1973), porque en la determinación de pasar al acto se esconde esa
decisión irrevocable de no desear más, “No voy a esperar unos días. No voy a
esperar ni un día. Me quiero ir. Yo no soy como el resto. Soy distinta. Estoy
actuando.”
Entre recuerdos familiares que operan como radiografía clínica y el acontecer
diario en una institución de encierro, la novela muestra los pliegos afectivos de
una persona que busca incesantemente dar con el núcleo de su malestar. Por
supuesto que ese núcleo es de tipo vacío ya que no importa si estás afuera o
adentro de un sitio de reclusión, al final uno siempre está (como en el film de
Miloš Forman) atrapado sin salida. Quizás es ese grado cero de libertad el que
hace posible que la experiencia de lectura sea más vívida que la vida misma.
Desde allí, entonces, el personaje que revela sus pesares construye
fragmentariamente la lectura de sí. Abundan, al igual que voces externas, citas
de Pizarnik, de Anne Sexton, de Louise Glück, Shakespeare e, inclusive, de
Mansilla. Pero la que siempre está presente es la voz del Flaubert de Madame
Bovary. No solo porque la historia de la protagonista de la novela de Flaubert es
identificable a la de Pasaje al acto (encontrar que la vida tiene menos para
ofrecernos que las ficciones), sino que la operación de la voz externa se hace
más imperceptible que el resto de las citas: la historia que nos cuenta Flaubert
se imbrica de tal forma con la de Cosin que termina por diluirse y ser una misma
y sola cosa.
Luego viene aquello que resalta Juan Laxagueborde en su productiva lectura del
libro; en torno a la narradora —nos recuerda Laxagueborde—, esta escribe “con
las sombras proyectadas en el papel”. Y entonces entramos de nuevo en el loop
de lo que existe y de lo que finalmente proyectamos de nosotros mismos, a veces
sin una referencia visible. Como cuando Octavio Paz indaga en los experimentos
duchampianos: “si un objeto de tres dimensiones proyecta una sombra de dos
dimensiones, deberíamos imaginar ese objeto desconocido de cuatro
dimensiones cuya sombra somos. Por mi parte me fascina la búsqueda del
objeto de una dimensión que no arroja sombra alguna”. Queda al final de Pasaje
al acto la sensación de extenuación, de recorrer una fatigada (por momentos
fatigosa) biografía que intenta sobreponerse a las vicisitudes inherentes de la
especie: la capacidad experimentar el dolor y de vivir para contarlo.

Pasaje al acto
Virginia Cosin
Editorial Entropía, 2019
120 págs.

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