Abordajes Psicoanaliticos Inquietudes
Abordajes Psicoanaliticos Inquietudes
Abordajes Psicoanaliticos Inquietudes
ISBN: 978-958-8436-88-3
Tiraje: 300 ejemplares.
Depósito legal: se da cumplimiento a lo estipulado en la Ley 44
de 1993, decreto 460 de 1995 y decreto 358 de 2000.
Impreso en Colombia - Printed in Colombia.
Prólogo
Atrevimiento y ejercicio de la libertad............................................................ 9
Por: Eduardo Botero Toro
Prefacio
A propósito del psicoanálisis en la Universidad........................................... 17
Por: Manuel Alejandro Moreno Camacho
Capítulo 1:
Responsabilidad moral y consciencia en la obra de Sigmund Freud............ 27
Marco Alexis Salcedo
Capítulo 2:
El dinero y el psicoanálisis............................................................................. 51
Javier Navarro
Capítulo 3:
Estudio de caso, entrevista investigativa
y Clínica del caso en psicoanálisis................................................................. 67
Héctor Gallo
Capítulo 4:
Trauma, subjetividad y acto: sus rostros desde la clínica psicoanalítica....... 87
Alexander Gordillo Millán
8 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Capítulo 5:
El suicidio: entre la subjetividad y lo social................................................ 115
Andrea Otero Ospina
Capítulo 6:
La transferencia en la clínica psicoanalítica............................................... 133
Luis Jairo Obando Burbano
Capítulo 7:
La sobreprotección: una intención agresiva............................................... 153
Ximena Yadira Perdomo Quiñónez
Capítulo 8:
¿Es Lacan un estructuralista?
Sobre la relación de Lacan con el Estructuralismo
y sus implicaciones clínicas......................................................................... 177
Johnny Javier Orejuela Gómez
Posfacio
Algunas consideraciones sobre los principios clínicos
y la actualidad de la clínica freudo-lacaniana............................................. 199
Johnny Javier Orejuela Gómez
Botero Del olvido deliberado o deliberación sobre el olvido (coautor) (U. Libre,
2005). Correo electrónico: [email protected]; Blog: www.
Toro masalladelprincipiodeldivan.blogspot.com
Atrevimiento y ejercicio de la libertad
De entrada debo confesar que hubiera preferido ser autor de un capítulo de este
libro de la serie Cuadernos de Posgrado que sus compiladores ponen a disposición
de la comunidad cultural del país, desde la Universidad San Buenaventura,
la de Cali. Dueño de mi decir sugiero al lector no tome mi declaración como
protesta; todo lo contrario. No estar entre los autores no significa que no sea
parte del equipo de docentes que participa de la Especialización de Psicología
Clínica con orientación psicoanalítica, como que estoy a cargo del módulo Bases
Conceptuales Psicoanalíticas de la Psicosis.
Mi confesión va más allá, o más acá si se prefiere: el encargo que me han hecho
los compiladores para que realice el prólogo a esta primera entrega procedente
de la experiencia académica mencionada, creo que excede la estimación que
creo merecer pues me coloca en el lugar de una autoridad que considero no
poseer. A lo mejor ellos, capaces de distancia, consideren que mis años me
califican para ser prologuista. Sin embargo, en el libro aparece un ensayo es-
crito por Javier Navarro, El dinero y el psicoanálisis, y entonces no puedo hacer
sostenible mi suposición.
que llaman las masas (incluidas las académicas…) están interesadas en estos
momentos de mal humor pusilánime en pensar con profundidad los problemas
de la vida cotidiana?
Y es lo primero que debo destacar del valor que tiene este libro: aquí el estudiante
opera como productor de saber y da testimonio de que las preguntas se las ha
formulado con toda la seriedad del atrevimiento. Evoco al Lucilio destinatario
de las cartas de Séneca; en ellas es evidente que Séneca no agota su contenido
confiriendo consejos sino que él mismo se atreve a pedirlos de su interlocutor.
Evoco la correspondencia del psicoanalista Sigmund Freud con el otorrinola-
ringólogo Wilhem Fliess, que situado en la condición de no saber, consiguió
convertirse en maravilloso testigo del ejercicio fundacional del psicoanalista.
Evoco (o más bien, imagino) la coral de lectores prefigurada por los autores de
los capítulos de este libro, concediéndoles una sinfonía de música concreta, tipo
Schoenberg, a la manera de su La Noche Transfigurada, estrenada por la misma
época en la que se publicó la primera edición de La Interpretación de los Sueños1.
nunca han pedido ser analizados, que buscan al psicoanalista como se busca un
remedio y que es labor del psicoanalista dar testimonio de su deseo, el deseo
de analizar, para convertir una demanda de alivio en una demanda de trans-
formación personal. Las temáticas escogidas se corresponden con aquellas que
se emplean para criticar desde los argumentos ad-hominem al psicoanálisis. En
lugar de practicar la prédica de la censura para con tales críticas, asumen su
abordaje de manera decidida y amplia.
Es curioso que esto suceda justamente en dos “lugares”, ambos lejanos de los
espacios propios del psicoanálisis: la academia y una especialización de psicología
clínica de orientación psicoanalítica. Mientras que en el ámbito psicoanalítico
local la tensión psicoanalítica, la que es el resultado del desencuentro entre
quienes apuestan por la vinculación del discurso con la tradición médica y
quienes apuestan por su vinculación con la tradición antigua de los ejercicios
propios de la inquietud de sí (epimeleia heautou), solamente obtiene silencio y
evitación por parte de los implicados, aquí, en un ámbito ajeno y lejano, surgen
propuestas de abordaje psicoanalítico que se independizan del afán por hacer
del psicoanálisis la exégesis de tal o cual autor, de tal o cual tiempo del mismo
autor, etc.
Que así suceda debe ser testimonio de esta especie de licuefacción de los saberes
comandada por el motor de lo no sabido, que reclama de los psicoanalistas algo
distinto a demostrar que el mundo actual ya estaba previsto por los maestros. Hay
que saltar donde la rosa salte, y estos textos son el resultado del sometimiento
del sobresalto (las inquietudes) a la criba del pensamiento reflexivo.
Confianza con las virtudes provistas por el paso a través de la nada, ejercicio de
verdadera libertad, cuando los referentes antiguos se despedazan ante nuestros
ojos y los nuevos dan testimonio de una infancia más deseosa de inquietud
que de respuestas. Posibilidad única para la creación y para entablar relaciones
irónicas consigo mismo en tiempos en los que el Amo reclama de nuestra parte
trascender en la satisfacción de su deseo asumiéndonos objeto de sacrificio.
Manuel
Alejandro
Cuatro principios fundamentales para la formación de psicólogos (2011),
Consideraciones sobre el paso a la vida civil de jóvenes desvinculados de
grupos armados ilegales (2009), Algunas reflexiones desde el psicoanálisis
Moreno
Camacho
acerca de la guerra (2009). Correo electrónico: mamoreno@usbcali.
edu.co; [email protected]
A propósito del psicoanálisis en la Universidad
La relación entre psicoanálisis y universidad ha sido motivo de reflexión para
los psicoanalistas desde Freud. Él mismo, aunque participó en diferentes
espacios universitarios para la difusión de la teoría psicoanalítica, sentó una
posición crítica frente a la enseñanza del psicoanálisis en la universidad, más
específicamente, en relación con la inclusión del psicoanálisis en la formación
de los médicos de su época.
Ello implica una relación ambivalente. Aun así, los fundamentos para sostener
dicha posición no son vagos y comportan un trasfondo ético. Principalmente,
es importante destacar que el mismo Freud enunció los tres ámbitos funda-
mentales para la formación de los psicoanalistas, a saber: el estudio de la teoría
psicoanalítica, el análisis personal y la práctica clínica supervisada o control
de la experiencia. En este sentido, la propuesta freudiana de transmisión del
psicoanálisis no incluía explícitamente a la universidad como escenario privi-
legiado para la formación de los psicoanalistas.
En el entorno histórico social en el que vivió Freud, los motivos para la ex-
clusión del psicoanálisis del ámbito universitario estaban más del lado de la
universidad que del psicoanálisis, pues tuvo que pasar algún tiempo para que
el descubrimiento del inconsciente se posicionara como un discurso a ser
tenido en cuenta por los académicos de la época. Sin embargo, en el año 1919,
cuando por primera vez se formalizaba la inclusión del psicoanálisis en un plan
de estudios de medicina en Hungría, Freud advierte sobre los riesgos que para
el psicoanálisis entraña su incorporación en el pensum universitario.
20 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
En palabras de Freud:
Cabe atender a la objeción de que, con la enseñanza aquí esbozada [en la universi-
dad], el estudiante de medicina nunca podrá aprender cabalmente el psicoanálisis.
Efectivamente es así si encaramos el ejercicio práctico del análisis, pero para el caso
bastará con que aprenda algo del psicoanálisis y lo asimile. (Freud, 1919, p. 171).
Por su parte, la formulación de los cuatro discursos propuesta por Lacan, entre
ellos el discurso universitario y el discurso del psicoanálisis, contribuyó a la
polémica acerca de la posibilidad de enseñar el psicoanálisis en las aulas uni-
versitarias. Para Lacan el discurso universitario es una variante del discurso del
Amo, y en ese sentido redunda sobre la misma estructura; en tanto el discurso
del psicoanálisis es el reverso del discurso del Amo. Es claro, entonces, que las
diferencias expresadas en las formulaciones discursivas de Lacan contribuyen
a la argumentación que sostiene la imposibilidad de transmitir el psicoanálisis
en el contexto universitario.
El propio Lacan fue enfático al hacer alusión a este tema y en el Seminario siete
dice: “Carezco de tiempo, dado el camino que aún nos queda por recorrer, para
detenerme en preocupaciones de profesor. No es esa mi función. Incluso me
disgusta tener que colocarme en posición de enseñanza” (Lacan, citado por
Saraspe, 2010).
Aun así, es una realidad que después de mediados del siglo XX el psicoanálisis
hace parte de los planes de estudio de la carrera de psicología. En este contexto,
la Facultad de Psicología de la Universidad de San Buenaventura, seccional Cali,
desde sus inicios asumió el reto de incorporar el psicoanálisis en su currículo,
Prefacio 21
Fue así como en 2009 se dio inicio a la primera cohorte del programa de Es-
pecialización en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica, una oferta
dirigida a profesionales en psicología o psiquiatría interesados en un espacio de
formación académica, ética y clínica, concebido con el propósito de aportar a
la comprensión y develamiento de los malestares individuales y colectivos en
la cultura contemporánea.
En el capítulo escrito por Héctor Gallo, este aborda en qué consiste el uso del
método clínico en la investigación psicoanalítica cuando se aplica a sectores
externos a la clínica en su expresión más convencional del caso por caso y pro-
fundiza sobre qué se entiende por la clínica del caso, así como lo que implica la
construcción de éste en psicoanálisis, en donde la dimensión de lo intimo juega
un papel fundamental. El objetivo de esta indagación preliminar, es precisar en
Prefacio 25
Marco
Alexis
ción y Profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de San
Buenaventura, Cali. Coordinador de varios proyectos de investigación
sobre psicología y ciudad, financiados por la Universidad San Buena-
Salcedo ventura, seccional Cali.
Introducción
¿Cómo es posible la responsabilidad moral en un yo escindido? Esta pregunta
remite a la siguiente problemática. Como es sabido, la historia de la filosofía
moral moderna se inaugura con el supuesto de que en el interior del hombre,
después de superado el periodo de infancia, se asienta plenamente el poder
iluminativo de la consciencia. Con las luces proporcionadas por esta magna
instancia psíquica, se estableció que el hombre tenía libre albedrío, y por tanto,
podía ordenar su modo de vida de acuerdo con los deseos que lo animaban,
claro está, tomando en consideración las rigurosas estipulaciones que la ley ha
dictaminado. Desde esta perspectiva, quien se atrevía a traspasar el umbral
fijado por la norma e infringía el orden instituido, se haría acreedor a graves
sanciones sociales y jurídicas, pues se partía del supuesto de que todos los seres
humanos, gracias a la razón y a la consciencia, podían evaluar los efectos de sus
actos, y por consiguiente, abstenerse de quebrantar las normas de convivencia.
Ahora bien, con Freud entrará en crisis este modelo. El ser humano es plan-
teado ahora como un ser escindido en el que la consciencia es sólo una de sus
30 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
las razones que asignan los individuos a sus actos son, desde todo punto de vista,
falsas y engañosas, pues los auténticos móviles de la praxis humana corresponden a
ciertas proposiciones inaccesibles a la consciencia; proposiciones que, por lo demás,
resultan ineludibles, ya que señalan el camino que siempre se habrá de tomar en
la vida. Dicho en otros términos, si se establece “una oposición entre inconsciente
y preconsciente-consciente... ¿quién domina la vida psíquica? ¿El inconsciente?”
(Galende, 1992, p. 127).
According to this doctrine, a person can act against his better judgment, but only
when an alien force overwhelms his or her will. This is what happens when Medea
begs her own hand not to murder her children. Her hand, or the passion of revenge,
behind it, overcomes her will… And given the thesis, the term is suitable, for the
will of the agent is weaker than the alien passion2 (Davidson, 1982, p. 295).
A partir de tales consideraciones, varios han sido los desarrollos teóricos del
psicoanálisis para el estudio y comprensión de la acción humana. Ora se afirma
que, en el contexto teórico y clínico del psicoanálisis, la consciencia de ninguna
forma se atiende y debe dejarse que otras ciencias se ocupen de ella y de cual-
quier interrogación filosófica asociada con ella; ora se lleva hasta tal extremo
el cuestionamiento de la consciencia que se la sitúa como fuente de engaño, al
modo del genio maligno de las meditaciones de Descartes, y tilda de incorrecta
e ingenua toda formulación científica o filosófica que toma en serio a “seme-
jante embustera”. Es decir, que aun en el más feliz de los casos el destino que
se le ofrece a la consciencia es el exilio. O se pretende excluirla de un contexto
específico, o se aspira a desterrarla de todo campo en el que haga su aparición.
Este precepto sería válido si a los dos discursos fuera posible –como es lo de-
seable– mantenerlos dentro de esos confines. Sin embargo, es de dudar que
los mismos psicoanalistas quieran sostener tal separación, pues se estarían exi-
miendo de analizar y juzgar con base en su doctrina los hechos que acontecen
en la sociedad y que van más allá de lo que sucede en sus consultorios. Por
ello los dos discursos, el del sujeto legal y el del sujeto del psicoanálisis, inevi-
tablemente convergirán; inevitablemente requerirán su mutua asistencia, y la
glándula pineal de estos dos discursos es precisamente la responsabilidad moral.
Curiosamente, después de señalar Masotta lo anterior y al considerarse como
falso el supuesto de que la consciencia ha podido fijar un motivo válido para la
acción, concluye que “durante la famosa escena del lago (en el caso Dora)... no
(es) la mano de Dora la que propina [la cachetada], sino a través de esa mano
la estructura inconsciente en que la histérica está apresada” (Masotta, 1988,
p. 91). Siguiendo tal perspectiva, en el análisis que realiza de una situación
que no aconteció en el contexto clínico que domina un psicoanalista, hasta se
pregunta “¿quién dio la bofetada al señor K.? ¿Dora?” (Masotta, 1988, p. 91).
De estas últimas apreciaciones de Masotta sólo se podría concluir que el sujeto
es considerado nuevamente como indiviso. Esto es, después de planteársele
como eventualmente consciente de todo su actuar, se pasó a suponerlo puro
inconsciente, porque sólo de esa manera se pondría en duda quién le dio la
bofetada al señor K.
Dicho en forma más extensa, en sus pacientes Freud comprobó la existencia “de
un destino que los perseguía, de un sesgo demoníaco en su vivenciar […] Destino
fatal […] que desde el comienzo el psicoanálisis juzgó […] era autoinducido y
estaba determinado por influjos de la temprana infancia” (Freud, 1990ñ, p 21).
Al respecto halló múltiples ejemplos:
Esta lógica fue la que halló en las neurosis traumáticas, en las cuales se reiteraba
insistentemente una experiencia muy dolorosa para el individuo. Freud también
coligió la repetición como uno de los caracteres fundamentales de la pulsión,
que procura conducir al organismo a estados anteriores.
En otros términos,
Es decir,
el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente, y trans-
formarla en un motivo para el recordar, reside en el manejo de la transferencia.
Volvemos esa compulsión inocua y, más aun […] le abrimos la transferencia como
la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total y donde se
le ordena que escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca
escondido en la vida anímica del analizado (Freud, 1990t, p. 156).
Resta por enfatizar el medio a través del cual logra domeñarla: “El vencimiento
de la resistencia comienza, como se sabe, con el acto de ponerla en descubierto
el médico, pues el analizado nunca lo discierne, y comunicársela a este” (Freud,
1990 t, p. 156). La operación de hacer consciente lo inconsciente fue para Freud
el procedimiento que habría de seguirse para doblegar la poderosa resistencia.
38 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Así, pues, en ese abismo de oscuridad al que parecía condenar al ser humano
la compulsión de la repetición, el autor del psicoanálisis no dudó en designar
aquello que sería la luz. “Al principio nos inclinamos a rebajar el valor del criterio
de la consciencia, ya que tan poco seguro se ha demostrado. Pero hacemos mal
[…] Sin las luces de la consciencia estaríamos perdidos en las tinieblas de la
psicología abisal” (Freud, 1990o, p. 62). Al devenir inconsciente Freud opuso,
entonces, “el hecho de la consciencia, hecho sin parangón, que desafía todo
intento de explicarlo y describirlo” (Freud, 1990h, p.155), ya que para él era
imposible “poder edificar una psicología que prescinda de este hecho básico”
(Freud, 1990h, p. 155).
Con tal convicción sobre este punto, reiterará la misma intelección de diversas
maneras, en distintos textos.
Sólo puede sobrevenir una alteración si el proceso consciente del pensar avanza
hasta ese lugar y vence ahí las resistencias de la repetición (Freud, 1990v, p. 143).
Para vencer el motivo ignorado se precisaría algo diverso del designio contrario
consciente; haría falta un trabajo psíquico que hiciera consabido a la consciencia
lo no consabido (Freud, 1990r, p. 232).
Lo asombroso es que el enfermo, su yo, nada sepa del íntegro encadenamiento
entre esos motivos y sus consiguientes acciones. El modo de combatir el influjo de
esas aspiraciones es obligar al yo a tomar noticia de ellas (Freud, 1990s, p. 208).
Por otro lado, Freud, sin dejar de desconocer los incesantes esfuerzos de los
pacientes por mantener su estado de no saber, agrega a modo de enmienda:
Sobre lo que llama la atención el autor del psicoanálisis en este texto es que no
ha de esperarse el cese inmediato de los síntomas por la mera expresión de los
contenidos inconscientes. Es necesario, a su parecer, un periodo de trabajoso
empeño para reelaborar el material desalojado de la consciencia. “Es preciso dar
tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia no consabida por él; para
reelaborarla, vencerla, prosiguiendo el trabajo en desafío de ella y obedeciendo
a la regla analítica fundamental” (Freud, 1990t, p. 157).
Responsabilidad moral y consciencia en la obra de Sigmund Freud – Marco Alexis Salcedo 39
Freud sustenta su requerimiento de dar al paciente tiempo para que resigne sus
resistencias, es decir, para que las reelabore, en el reconocimiento del factor
dinámico subyacente en toda esta trama:
Difícilmente sea otro que este: tras cancelar la resistencia yoica, es preciso superar
todavía el poder de la compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos incons-
cientes sobre el proceso pulsional reprimido; y nada habría que objetar si se quisiese
designar ese factor como resistencia de lo inconsciente (Freud, 1990l, p. 149).
(el) niño a la tierna edad de 1½ años […] (recogió) la percepción del (coitus a
tergo de sus padres) y la conservó de manera fiel en su inconsciente... A los 4 años
(elaboró) […] con posterioridad {nachträglich}, hasta llegar a entenderlas, esas
impresiones recibidas […] las impresiones cuya comprensión con efecto retardado
le fue posibilitada luego […] (aconteció) por su desarrollo, su excitación sexual y
su investigación sexual (Freud, 1990f, p. 37).
40 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Entonces, ¿es posible la influencia sobre el inconsciente? Sin duda. “La cura
psicoanalítica se edifica sobre la influencia del inconsciente desde la consciencia,
y en todo caso muestra que, si bien ella es ardua, no es imposible” (Freud, 1990n,
p. 191). Es decir, “la modificación del inconsciente por parte de la consciencia
Responsabilidad moral y consciencia en la obra de Sigmund Freud – Marco Alexis Salcedo 41
Además, ¿de qué modo se puede llegar a conocer lo inconsciente? “Desde lue-
go, lo conocemos sólo como consciente, después que ha experimentado una
transposición o traducción a lo consciente” (Freud, 1990n, p. 165). Por eso, su
fórmula central en el ejercicio del psicoanálisis es esta: “Mudar lo inconsciente
en consciente” (Freud, 1990c, p. 256). Y es que
nuestro combate contra las resistencias en el análisis se basa en esa concepción de ellas.
Hacemos consciente la resistencia toda vez que, como es tan frecuente que ocurra, ella
misma es inconsciente a raíz de su nexo con lo reprimido; si ha devenido consciente,
o después que lo ha hecho, le contraponemos argumentos lógicos y prometemos al yo
ventajas y premios si abandona la resistencia (Freud, 1990l, p. 149).
Lo que resulta crucial observar es, entonces, que si a lo que aspira la cura es al
“wo es war soll ich werden”, “donde Ello era, Yo advendrá” (Freud, 1990o, p. 74),
es decir, a “restablecer al yo, librarlo de sus limitaciones; devolverle su imperio
sobre el ello, que perdió a consecuencia de sus tempranas represiones” (Freud,
1990 l, p. 191), la manera para auxiliar a ese yo convaleciente es sólo una:
Lo expuesto puede contribuir, pues, a validar una posición optimista con res-
pecto al futuro del hombre, sin importar qué determinantes lo hayan marcado.
Su “donde Ello era, Yo advendrá”, por muchas vueltas retóricas que quiera darse
a la significación de esta fórmula, constituye un llamado optimista a esa capacidad
del sujeto de encauzar las aguas de su vida, y a la vez un llamado a abandonar
la pretensión de seguir edificando diques con la ilusión, neurótica, de un dominio
absoluto sobre ellas (Galende, 1992, p. 81).
El principio que plantea el psicoanálisis es, después de todo, que toda reflexión
o actuar está marcada por el carácter de lo escindido. Mejor dicho, todo saber
significa a su vez un no saber,3 y el inconsciente es ese no saber en el saber. Es
lo no dicho en lo dicho. Así, “si en la práctica psicoanalítica nos surgiera un
discurso […] sospecharíamos unos motivos secretos tras la argumentación”
(Freud, 1990i, p. 307). Acorde con esto, el inconsciente no es un mal a erra-
dicar ni sería posible lograrlo. Desde los inicios de la doctrina, el inconsciente
estuvo relacionado con la idea de salud psíquica del individuo, aunque después
deviniera en la fuente última de sus desgracias y sufrimientos. Lo reprimido era
un costoso intento para conferir mayor poder a ese yo endeble de la primera
infancia; yo que a la postre se convertirá en el núcleo mismo de lo inconscien-
te. “Lo inconsciente es lo infantil; es aquella pieza de la persona que en aquel
tiempo se separó de ella, no ha acompañado el ulterior desarrollo y por esto ha
sido reprimida (suplantada)” (Freud, 1990a, p. 141).
3. Este mismo punto de vista es señalado por Charles Taylor en su respuesta a Vincent Des-
combes, y en él plantea una consecuencia necesaria generada por el lenguaje. “Por erudito
que sea (alguien), nunca logra dominar una lengua entera. Cada uno de nosotros nos com-
prendemos como empleadores de una lengua que no dominamos plenamente. Aun cuando
empleamos ciertas palabras, señalamos más allá de nuestra propia comprensión de ella a un
sentido propio que quizás sólo algunos especialistas realmente dominan. Nuestras intenciones
implícitas de habla, si pudiéramos articularlas, tendrían que formularse en términos de una
lengua que ninguna persona sola plenamente posee” (Taylor, 1994).
44 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Hace unos pocos meses se me presentó un joven declamando ser el “pequeño Hans”,
acerca de cuya neurosis de infancia yo había informado en 1909. Me alegró mucho
volverlo a ver, pues lo había perdido de vista apenas dos años después de concluido
su análisis, y llevaba más de diez años sin tener noticias sobre su destino […] Una
comunicación del pequeño Hans me resultó particularmente curiosa […] Cuando
leyó su historial clínico, todo se le antojó ajeno, no se reconoció, no pudo acordarse
de nada […] Así, el análisis no había preservado de la amnesia el episodio, sino que
él mismo había caído bajo ella. Algo parecido le pasa muchas veces en el dormir al
familiarizado con el psicoanálisis. Despierta de un sueño, se resuelve a analizarlo
sin dilación, torna a dormirse, satisfecho con el resultado de su empeño, y a la
mañana siguiente ha olvidado sueño y análisis (Freud, 1990b, p. 118).
Siendo, entonces, “el más duro reclamo del yo […] sofrenar las exigencias
pulsionales del ello” (Freud, 1990h, p. 173), lo que va a significar dicha tarea
en la cura psicoanalítica es la movilización al Yo
para que venza sus resistencias […] ya sea que el Yo acepte tras nuevo examen
una exigencia pulsional hasta entonces rechazada, o que vuelva a desestimarla,
esta vez de manera definitiva, en cualquiera de ambos casos queda eliminado un
peligro duradero, ampliada la extensión del Yo y en lo sucesivo se torna innecesario
un costoso gasto (Freud, 1990h, p. 179).
La mira del análisis siempre ha sido, entonces, el Spaltung del sujeto y con ello
no se esta promulgando el predominio de una de las dos formas de expresión
psíquica. “(Freud) gave us a vocabulary that lets us describe all the various parts of
the soul, conscious and unconscious alike, in homogenoues terms: as equally plausible
candidates for ‘the true self’” (Rorty, 1991, p. 152). Eso es lo que podría explicar el
esfuerzo intelectual de Jacques Lacan por situar los conceptos freudianos más allá
de la estructura espacial en la que el fundador del psicoanálisis los colocó. Una
de sus propuestas fue representar la consciencia y el inconsciente como un nudo
Responsabilidad moral y consciencia en la obra de Sigmund Freud – Marco Alexis Salcedo 45
Agregó que las críticas a las teorías basadas en presuntas psicopatologías o motivos
inconscientes de su autor difícilmente podían prosperar, puesto que igualmente
dichos argumentos podrían con toda propiedad esgrimirse contra quienes critican.
“El análisis no se presta a un uso polémico o quien emprenda un análisis con
propósito polémico tiene que disponerse a que el analizado a su turno se vuelva
contra él, y así la discusión caería en un estado en que no habría posibilidad al-
guna de producir convencimiento a un tercero imparcial” (Freud, 1990d, p. 48).
En primer lugar, la escisión que divide al yo es la que permite que “el yo pueda
tomarse a sí mismo como objeto, tratarse como a los otros objetos, observarse,
criticarse, y Dios sabe cuántas otras cosas...” (Freud, 1990d, p. 55). Digámoslo
en las palabras de Wittgenstein: si el yo se constituyera como pura consciencia,
¿dónde se ha de encontrar un sujeto metafísico en el mundo? Para Wittgenstein,
el yo psicológico, ese yo que es un objeto más para la consciencia, es un objeto
que no aparece en el mundo de la experiencia; Aunque es “la fuente de esa
experiencia […] no está más localizado allí que el ojo en el campo visual […]
tú no ves el ojo y nada hay en el campo visual que te permita inferir que ello
es visto por un ojo” (Wittgenstein, 2008, p. 88). El yo visualizador está en ese
punto en el que nada se visualiza. Así pues, el fenómeno de la consciencia basa
su existencia en la presencia misma de fenómenos puramente inconscientes,
que son a su vez los que hacen comprensibles transcendentales interrogantes
éticos como ¿quién soy?, ¿por qué hago lo que hago?, ¿qué quiero para mi vida?
y demás, al estar gran parte de los móviles que incitan el comportamiento hu-
mano en la más profunda oscuridad. El inconsciente, componente ontológico
de lo humano que muestra la imposibilidad del hombre de ser transparente a sí
mismo, funda la consciencia, y viceversa.
El análisis entraña un compromiso con lo ético al velar en todos los casos “por
la autonomía última del enfermo” (Freud, 1990u, p. 118). Ese compromiso
con lo ético Freud lo estableció al acogerse a una nueva forma del “paradigm
of self-knowledge”4, en el que, tal como lo señala Rorty, no es la búsqueda de los
elementos comunes de los seres humanos por los que él abogó: “He broke some of
the last chains that bind us to the greek idea that we, or the world, have a nature that,
once discovered, will tell us what we should do with ourselves”5 (Rorty, 1991, p. 148).
Todo lo contrario. La doctrina psicoanalítica ante todo subraya los elementos
más propios de cada persona; a saber, aquello que nos diferencia de los otros, no
lo que nos iguala.
On Freud`s accounts of self knowledge, what we are morally obligated to know
about ourselves is not our essence, not a common human nature that is somehow
the source and locus of moral responsibility. Far from being of what we share with
the other members of our species, self-knowledge is precisely of what divides us from
them: our accidental idiosyncrasies the “irrational components in ourselves, the ones
that split us up into incomtible, sets of beliefs and desires (Rorty, 1991, p. 148)6
A modo de conclusión
El análisis es una operación ética en la que se pretende que el individuo obre
por sí mismo en busca de su bien. La paradoja de esta operación consiste en
que buscar ser mejor es buscar la manera de aceptarse como se es. En última
instancia, nuevamente es el decir de los antiguos el que probó en la doctrina
psicoanalítica su enorme sabiduría: “Llega a ser tal como eres” (Lacan, 1969,
p. 168). De modo que siendo esta la perspectiva que Freud adoptó con respecto a
las afecciones nerviosas, al aspirar al final de cuentas a que el individuo, mediante
el auxilio de la psicoterapia, asuma otra postura con lo “infantil”, y al señalar,
igualmente, que el individuo se muestra más ignorante del estado de las cosas
cuanto más comprometido está con ellas, con toda lógica es posible concluir
que lo que él pretendió fue contribuir a la lucha del hombre contra ese mismo
determinismo que precisamente le habían endilgado. Y su magna contribución
consistió quizás en haber descubierto la única manera como el ser humano puede
llegar a ser libre: ser con lo que se es. Porque si lo que pretende el neurótico es
ser con lo que no se es, Freud le objeta lo siguiente: “Está por verse si llegará en
la vida a algo más que a la hipocresía o a la inhibición quien, no satisfecho con
ello, pretenda ser ‘mejor’ de lo que ha sido creado” (Freud, 1990m, p. 136). En
síntesis, el decisivo aporte de Freud al conocimiento del ser humano es haber
redescubierto o reactualizado un precepto ético que desde los griegos se había
postulado: la única manera que tiene el ser humano de ser libre, de estar más
allá de todo determinante exterior, es, paradójicamente, siendo fiel a sí mismo.
Responsabilidad moral y consciencia en la obra de Sigmund Freud – Marco Alexis Salcedo 49
Bibliografía
– Davidson, Donald. (1982). “Paradoxes of irrationality”, en: Philosophical essays on
Freud. Cambridge University, Gran Bretaña. Editorial B. Wolheim and J. Hopkins.
Cambridge University Press.
– Foucault, Michel. (1957). “La psicología de 1850 a 1950”. Trad. Anthony. Samp-
son. En: Dits et écrits, Vol 1, París, Gallimard, Texto de circulación universitaria.
– Rorty, Richard. (1991). “Freud and moral reflection”. Essays on Heidegger and
others. Cambridge University Press.
Javier
Navarro
virtual (en colaboración con F. Cornejo) [2008]; De Sobremesa de Silva.
Selección de poemas en: Atlas poético de Colombia (Valle); Resumen
ad hoc del Amor Lacan de Jean Allouch (2009).
Assai bene è trascorsa
D’esta moneta già la lega e’ l peso,
Ma dimmi se tu l’hai nella tua borsa”.
“Muy bien la ley y el peso
de esta moneda comprobada ha sido;
mas dime si en tu bolsa tienes eso.”
[Dante, Divina comedia, “El Paraíso”, canto XXIV, versos 83-85]
Resumen
El dinero no es un objeto neutral, es el representante imaginario del goce
ilimitado o el símbolo concreto del significante del goce. Por ello, este artí-
culo profundiza sobre el valor simbólico del dinero, y con ello del pago de
las sesiones, en la clínica psicoanalítica. La reflexión pasa por el análisis de
la relación analítica en el contexto contemporáneo, regido por las leyes del
mercado; indica las características particulares del intercambio que tiene
lugar en una relación analítica y hace énfasis en el tipo de producción que
puede resultar de dicho encuentro.
¿Pecunia olet?
A la antigua expresión latina pecunia non olet, es decir, el dinero no huele, habría
que agregarle, para traducirla más precisamente, el adjetivo mal, que en aquella
está sobreentendido. Según parece, es frase dicha por el emperador Tito, hijo de
Vespasiano, para responder a las críticas que se le dirigían porque su padre había
creado un impuesto sobre los orinales; es decir, un impuesto sobre la suciedad
y el desecho. No importa, dijo, pecunia non olet; no importa la procedencia del
dinero porque el dinero nunca huele mal. Algunos atribuyen la frase al propio
emperador Vespasiano. “La frase el dinero no tiene olor es un trastrocamiento
54 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Pero... ¿huele mal el dinero? En su artículo “Pecunia olet”, Sandor Ferenczi asegura
que sí, porque el amor al dinero está relacionado con el erotismo anal, vale decir,
con las pulsiones excrementicias y en ese sentido está plenamente sexualizado.
¿De dónde surge la relación entre el erotismo anal y el dinero, señalada por
Ferenczi, como antes lo había sido por Freud?
7. Freud desarrolló esto en detalle en sus libros Tres ensayos de teoría sexual (1905); El carácter y el
erotismo anal (1908); Sobre las transposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal (1917).
El dinero y el psicoanálisis – Javier Navarro 55
Decir en psicoanálisis que algo tiene valor fálico equivale a decir que ese algo
representa el deseo o el goce o es significante de ellos. Del deseo como anhelo
universal de ser; del goce como suposición de plenitud del disfrute del Otro.
El dinero es, por tanto, un fetiche, es decir, “un ídolo u objeto de culto al que se
atribuyen poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos”,
mirado desde la antropología social o del estudio de las llamadas religiones
primitivas: un objeto inanimado de culto. Y lo es también desde el punto de
vista psicoanalítico. Freud, con los términos que tenía en su época, denominó
el fetichismo como una perversión por medio de la cual sólo puede conseguirse
la excitación sexual si se posee o utiliza un objeto específico que sustituya, que
reemplace, por horror, al objeto que falta en la castración. Por eso es un objeto
facticio, según la etimología de “fetiche”, esto es, artificial, imitativo. Pero que
lo sea no implica que no tenga un poder real como un “nivelador que borra las
diferencias”, según Marx (1968), quien cita el Timón de Atenas, de Shakespeare,
para refrendarlo:
Otra cosa distinta sucede con el pobre. El pobre, tanto como el rico, quiere que
lo amen por lo que es, pero, a diferencia del rico, no puede suscitar la mirada
sobre su ser, no tiene los medios. El rico insiste en el tener para ser amado y
fracasa, porque el amor es “dar lo que no se tiene y sólo se puede amar si se
hace como si no se tuviese, aunque se tenga. El amor como respuesta implica
el dominio del no tener”. En otras palabras, como dice Platón en El Banquete,
“sólo la miseria, Penía, puede concebir el amor”. El pobre insiste en lo que es,
en su Ser, por lo que su deseo es permanente, insistente, y él mismo, de por
sí, muy potente. Tal vez por ello el cristianismo ha insistido en las virtudes de
la pobreza. “Cierto predicador de Galilea”, dice Lacan con tono irónico, muy
pobre en bienes materiales, aseguraba que los ricos difícilmente podrían entrar
al Paraíso.
de que no se puede, de que es pobre (pero sin la potencia del pobre), e insiste
en que se es impotente y en que el Otro lo priva de un goce que debería ser el
suyo. Así las cosas, el neurótico siempre es pobre sin importar la cantidad de
dinero que posea. Porque precisamente lo que no se tiene es el amor del Otro
que es lo que se busca con insistencia en la Demanda que es siempre petición
de amor. Es esto lo que resulta tan cargante y fastidioso para el compañero o el
demandado: que le pidan lo que no puede dar porque no lo tiene, si nos atenemos
a la definición del amor de Lacan ya citada: “Amar es dar lo que no se tiene”.
8. Lacan, Jacques (1974). Télévision, Seuil, p. 40. Lacan utiliza la palabra heureux que sería
mejor traducir, en este contexto, como afortunado más que como feliz. Es aquel que se
topa, que tiene un buen encuentro con el azar, un buen presagio en un buen momento, en
una buena hora. Heure procede fonéticamente del latín augurium, presagio. Habría, pues,
un buen augurio (bonheure) para un encuentro en la estructura del lenguaje. Allí todo se
lo debe a la suerte. “Y todo encuentro con la fortuna es bueno para él por el hecho de que
lo sostiene, es decir, para que se repita”. Como se ve, la “felicidad” aquí no tiene nada de
psicológica o de yoica. Se trata de la lógica del significante y de su sujeto. Lo sorprendente
no es que el sujeto sea afortunado, puesto que esto es así porque depende de la estructura
del lenguaje. Lo sorprendente es que se crea o se piense en la “felicidad”, en la beatitud, en
la posibilidad de ser Uno con el goce del Otro. Allí no queda sino el exilio.
58 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Todo esto está muy bien expresado por Dostoyevski cuando describe en El jugador
a alguien a quien le han dado un encargo: el de ganar a la ruleta, fuere como
fuere. La descripción, en el capítulo II de la novela, de las ciudades ruletescas
es una alegoría de la pasión por la consecución de dinero. Poco o mucho, el oro
se acumula en las mesas (“en la magnificencia de las sucias salas”). El narrador
no se anda con moralismos: “¿Por qué el juego ha de ser peor que cualquier otro
medio de adquirir dinero, que el comercio, pongo por caso?”.
Nos encontramos en la plenitud del pecunia olet de Ferenczi. Porque lo que hay
en tales salas llenas de riqueza es lo moralmente repulsivo y asqueroso, es decir,
el lado anal de lo aparentemente legal o comercial, o simplemente divertido.
Lo sucio no es el deseo de ganar. Lo sucio radica en aparentar que se juega por
El dinero y el psicoanálisis – Javier Navarro 59
Lacan sostiene que lo contrario del amor, en cuanto al tener, es la fiesta, puesto
que esta sí es dar lo que se tiene y darlo hasta el derroche (2003, p. 396).
9. En francés el vocablo lettre remite al mismo tiempo a las acepciones españolas letra y carta.
Sin embargo, en el español antiguo, letra equivalía también a carta, particularmente en
Nebrija. Véase el Diccionario crítico-etimológico de J. Corominas, volumen III, editorial
Gredos, p. 80. Aludimos, por supuesto, al texto de Lacan, Seminario sobre la carta robada.
60 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
tiene, en otra fiesta e incluso más (pasando los límites de lo que se tiene, para
llegar hasta el sacrificio).
El aspecto sacrificial y anal del despilfarro del derrochador lo explica muy bien
George Bataille en el mismo texto que acabamos de citar. La contradicción,
en forma de joya, se incrusta en el corazón mismo de la moral burguesa que
trata de contener (en su doble sentido) a los agalma, a los objetos que por su
su brillo suscitan las pasiones humanas, negándolos y reteniéndolos al mismo
tiempo, poniendo la moral misma que la justifica en oposición a la vida que se
desarrolla en su seno.
los excrementos son unas materias malditas que manan de una herida, parte de
uno mismo destinado a un ostensible sacrificio (sirven de hecho a unos regalos
suntuosos cargados de amor sexual)” (Bataille, 1974, p. 41).
La deuda misma de los padres se hereda. Así lo enseña Freud en su análisis del
llamado Hombre de las ratas. La deuda nunca pagada por el padre tiene que
pagarla el paciente de Freud con su neurosis y con buena parte de su vida. Por
otra parte, las religiones no dejan de referirse a la Gran Deuda con un Padre
Absoluto, primario, que no debe nada y al que se le debe todo. Por estructura,
entonces, el neurótico es deudor de nacimiento. Así lo confirma el padrenuestro
católico, con su “perdónanos nuestras deudas”, como se recitaba hace ya muchos
años y lastimosamente modificado en este punto (et dimitte nobis debita nostra)
en que se hace alusión a la deuda simbólica.
10. Diderot, Salons, Salón de 1767, Satire contre le luxe a la manière de Perse (cfr. OEuvres, t.
II, 1821, p. 147), citado por Marx en El Capital, Capítulo III: el dinero o la circulación de
mercancías. Según nota de Gramci a El Capital, Diderot censura el estado de cosas en que
“la riqueza de unos” se conjuga con “la miseria general del resto” y denuncia la “consigna
funesta que resuena de un extremo a otro de la sociedad: Seamos o parezcamos ricos [Soyons
ou paraissons riches]”.
11. Muy conveniente y muy actual para establecer la relación entre la deuda y la culpa, una
relectura de La genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche, especialmente el tratado segundo
(“Culpa” “mala conciencia” y similares). En alemán la palabra Schuld significa indistintamente
culpa y deuda.
El dinero y el psicoanálisis – Javier Navarro 63
No puede pasarse por alto el problema que implica tener asistencia pública en
salud y contar, en algunos países, con la posibilidad de consultar gratuitamen-
te al analista. Aquí también hay algo que no cuaja entre el psicoanálisis y la
medicina. El psicoanálisis no pertenece a la salud pública, y en Inglaterra y en
Francia es un hecho el que se lo quiera descalificar, y que pueda llegar incluso
a ser prohibido.12
Por otra parte, ¿es posible el psicoanálisis para los pobres y en los países pobres?
12. Véanse los debates en torno a la enmienda Accoyer (Francia) y las discusiones en Francia
sobre legalización de las psicoterapias y el psicoanálisis en www.psiconet.com/foros/psa-estado/
index.htm, y los drásticos “dictates” ingleses.
64 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Tampoco vende un saber. Este es algo que pone entre paréntesis, como saber
previo, es decir, prejuicioso y que se construye en análisis como resultado del
mismo. Mucho menos ofrecerá, en el mercado de las ilusiones, la felicidad. No
tiene sermones que vender sobre el asunto. Se lo impide la ética, no del bien-
estar, sino la del bien decir.
Nada.
Bibliografía
– Bataille, George (1974). Obras escogidas. Barral Editores.
– Ferenczi, Sandor (1967). “Pecunia olet”. En: Teoría y técnica del psicoanálisis.
Buenos Aires: Editorial Paidós.
– Maus, Marcel (1972). “Don, contrato, intercambio”. En: Obras III. Barral Editores.
Héctor
Gallo
Así, cuenta con una amplia trayectoria clínica e importantes aportes
teóricos al psicoanálisis, a las ciencias sociales y a la sociedad en general.
Correo electrónico: [email protected].
Resumen
El presente capítulo aborda en qué consiste el uso del método clínico en la
investigación psicoanalítica cuando se aplica a sectores externos a la clínica
en su expresión más convencional del caso por caso y profundiza sobre qué
se entiende por la clínica del caso, así como lo que implica la construcción
de éste en psicoanálisis, en donde la dimensión de lo intimo juega un papel
fundamental. El objetivo de esta indagación preliminar, es precisar en qué
consiste el estudio de caso en las ciencias sociales y enseguida establecer
en qué se aproxima y diferencia de la clínica del caso en psicoanálisis a
partir de una reflexión sobre las proximidades y diferencias de la entrevista
en ciencias sociales y en la clínica e investigación psicoanalítica. En suma,
el texto orienta la reflexión alrededor de los aportes del psicoanálisis a las
investigaciones en ciencias sociales.
Introducción
Dado que este texto se concentrará en la pregunta por el “caso” y que dicho
término no es exclusivo del campo de la investigación psicoanalítica, se acudirá
preliminarmente a consultar a estudiosos del caso y su uso en el campo de la
investigación social cualitativa, en el cual ha sido de utilidad en la observación
de distintos hechos sociales. El objetivo de esta indagación preliminar es precisar
en qué consiste el estudio de caso en las ciencias sociales y en seguida establecer
en qué se aproxima y diferencia de la clínica del caso en psicoanálisis.
Para algunos autores el estudio de caso es una opción metodológica; para otros,
un objeto de estudio. También se dice que es una estrategia de investigación
fundamental en disciplinas de las ciencias sociales como la sociología y la antro-
pología. Al respecto no parece haber unidad de criterios entre los investigadores
sociales, sino que hay una discusión viva, usos diversos y pluralidad de enfoques.
13. “Los estudios de caso único suelen utilizarse, fundamentalmente, para abordar una situación
o problema particular poco conocido que resulta relevante en sí mismo o para probar una
determinada teoría a través de un caso que resulta crítico. Este último tipo reproduce la
lógica del experimento y pone a prueba a partir de un caso que por sus condiciones resulta
apropiado para evaluar la adecuación de una teoría establecida”.
74 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Lo particular del estudio de caso en las ciencias sociales no parece reñir con la
manera como Miller define lo particular en la clínica. En ambos casos lo parti-
cular no es lo que vale para todos, pero sí puede haber un rasgo que identifique
lo que en cada uno se parece a algunos otros. No sucede igual para lo singular,
que evoca una distancia con cualquier comunidad o clase, en la medida en “que
no vale más que para uno solo” (Miller, J., 2008). Lo más singular es lo que no
se parece a nada, lo que se coloca fuera de lo que puede ser común. Dice Miller
que para nombrar eso que es singular, eso que se coloca por fuera de la clínica
que involucra la clasificación, Lacan inventó “el concepto de sinthoma”, que es
“lo singular en su absolutismo” (Miller, J., 2008).
Lo que pueda haber de sinthoma con h en cada uno, es eso que se desabona del
inconsciente simbólico, que es donde se fabrican sentidos, equívocos, eso con
respecto a lo cual funciona la interpretación como develamiento de un sentido
oculto y en donde se anida lo que conmueve a un sujeto. A este inconsciente se
articula cualquier neurótico corriente que pretenda encarnar “[…] la herencia
de su familia, un gran personaje, ideales.” (Miller, J., 2008).
Pero no todo en el sujeto, por ejemplo su forma de gozar, entra en relación con
el discurso articulado del inconsciente simbólico que se inscribe en una dialéc-
tica del deseo, y tampoco de todos los sujetos puede decirse que se abonan al
inconsciente. A juicio de Miller, Joyce es un ejemplo de lo que es la singularidad
de un sujeto: lo que escribe nada tiene de común con ningún otro escritor y
ningún lector puede decir que por verse ahí representado se apasionó con su
obra. Lo más singular de Joyce es que “se mantuvo encarnando el sinthoma en
el espacio del desabonamiento al inconsciente. Y de este modo hizo ver algo
que la clínica disimulaba” (Miller, J., 2008).
etnográfico, donde “además del énfasis por la información de primera mano pro-
ducto de las observaciones del investigador, es renuente al empleo de esquemas
teóricos preestablecidos” (Gundermann, H., 2004, p. 263). En la presentación
psicoanalítica de un caso lo más importante no es su aspecto global, sino su
aspecto más singular, eso que se contrapone a lo común y al para todos.
Anotemos al pasar que los aspectos evocados con respecto al estudio de caso, si
bien no lo asimilan a lo que se concibe como caso en la investigación psicoana-
lítica en el ámbito clínico, sí lo acercan, al menos fenomenológicamente, en la
medida en que le es dada la palabra al actor social y se le concede peso porque
es escuchado en su forma propia de percibir, expresar y concebir lo vivido.
Aquí el conocimiento profundo del caso en sí y eso que lo hace único, es más
importante que “la generalización de los resultados” (Neiman, G.; Quaranta,
G., 2000, p. 219). Para cumplir este objetivo, es indispensable que la escucha y
la observación estén lo más libre posible de prejuicios teóricos, sociales, políticos
y religiosos, pues de lo contrario, según señala Hans Gundermann, se perderá
la autenticidad de los datos obtenidos y con ello desparecerá el caso como “el
foco final de interés” (Gundermann, H., 2004, p. 256).
15. La inferencia es una operación lógica mediante la cual es posible captar, tomando como apoyo
algunos elementos que sirvan de orientación, algún aspecto no observable de un fenómeno.
La inferencia es una especie de iluminación. En el caso de Joyce, a partir de “datos biográfi-
cos, literarios, su obra, su correspondencia, los recuerdos de sus más próximos […]”, Lacan
pudo inferir que Joyce no tenía relación con el inconsciente. Por esta vía externa al análisis
Lacan construyó por inferencia el caso clínico de Joyce; muestra por qué en él no hay nada
que se parezca al discurso del inconsciente y da cuenta de lo que inventa para decir qué hay
en lugar del inconsciente. Lacan llama sinthome a la invención de Joyce mediante la letra,
y a la postre se volvió “el término clave” de su última clínica. Por su parte, Freud hizo algo
semejante con Schreber, quien tampoco estuvo en análisis pero como aportó las Memorias
sobre su enfermedad, su estudio le permitió inferir “una estructura clínica, que ordenó
los fenómenos —en fin, los ha diagnosticado a partir de Kraepelin y hay una articulación
construida” (Véase para los distintos entrecomillados de esta nota, Jaques-Alain Miller, La
orientación lacaniana, Cosas de finura en psicoanálisis, Curso del 10 de diciembre de 2008,
Tomado (De AMP-UQBAR), (De EOL-Postal).
Estudio de caso, entrevista investigativa y clínica del caso en psicoanálisis – Héctor Gallo 77
Miller, “como un arte, exactamente, como un arte de juzgar un caso sin regla
y sin clase preestablecida, lo que se distingue por completo de un diagnóstico
automático, que refiere cada individuo a una clase patológica” (Miler, J., 2010).
En el psicoanálisis podría definirse como clínica, “la que construye cada analista
teorizando los efectos que produce en la experiencia, su práctica” (Cancina, P.,
2008, p. 55). En este sentido, el estado de la formación de un analista se deduce
de lo que formaliza como reflexión acerca de los efectos de su práctica y, en
el campo investigativo, depende de si lo teorizado por fuera de la experiencia
Estudio de caso, entrevista investigativa y clínica del caso en psicoanálisis – Héctor Gallo 81
La regla de la no relación sexual es lo que hace que para el psicoanálisis “el sujeto
humano, el ser hablante, nunca puede simplemente subsumirse a sí mismo como
un caso bajo la regla de la especie humana. El sujeto se constituye siempre como
una excepción a la regla, y esta invención o reinvención de la regla que le falta
la hace bajo la forma del síntoma” (Miller, J., 2008, p. 129). En este sentido, el
síntoma sería la ley que cada sujeto se da a sí mismo, la regla que sigue y “según
la cual se distribuye su libido” (Miller, J., 2008, p. 130).
En las Escuelas de la AMP, se les pide a los practicantes que presentan casos
que sean breves, que empleen el menor desarrollo teórico posible, focalicen
bien los aspectos que esperan resaltar y demuestren, siguiendo la textualidad
del caso, cada afirmación que hagan. No se trata de una exposición de saber,
sino de recoger rigurosamente los dichos del analizante que dan cuenta de su
estructura, de la función que ha adquirido en su vida el síntoma, de las posibi-
lidades que tiene de separarse libidinalmente de él, de los significantes amo que
82 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
En cuanto al residuo del síntoma que queda investido al final del análisis, dice
Miller que era llamado por Lacan “objeto pequeño a” (Miller, J., 2008, p. 130).
Este objeto deberá pasar de ser en el sujeto causa de goce a causa de invención,
movimiento al que Miller denomina estetización del síntoma. Esta expresión
la entiendo como el nombre que podría tomar el paso de una forma de vida
convertida en infernal por el goce que transporta el síntoma a otra en donde se
hace la invención de un nuevo síntoma constituido como una forma de vida
intensa y apasionada, pero no infernal y mortificante.
De lo que se acaba de decir dan cuenta los psicoanalistas de la AMP, pues cada
uno con su estilo mantiene un semblante íntimamente intenso y a pesar de
conservar su singularidad, resulta notable que comparten un interés común. No
he notado a ninguno inquieto, desesperado o de mal humor; más bien es común
oirlos decir: “Yo no me canso”. No es que sean máquinas muy bien programadas
por un amo, sino que como el deseo de analista no admite el estándar, y se
cuida de la repetición y la obediencia, excluye de plano el aburrimiento y con
ello el cansancio.
Así como la verdad es no toda posible, tampoco del acto analítico todo puede
llegar a saberse. Por esto no hay expertos en condiciones de capacitar sobre
lo que es dicho acto, aunque un analista, basado en un saber elaborado en su
Estudio de caso, entrevista investigativa y clínica del caso en psicoanálisis – Héctor Gallo 83
Bibliografía
– Cancina, Pura H. (2008). La investigación en psicoanálisis. Rosario: Homo Sapiens.
– Cena, Daniel (2002). La presentación de casos hoy. III jornada clínica de la sección
clínica de Barcelona. Discusión sobre el seminario de casos del SCFB. Tomado de
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Madrid: Biblioteca Nueva.
– Gundermann, Hans (2004). “El método de los estudios de caso”. En: María
Luisa Torres, Observar, escuchar y comprender en la investigación social. Facultad La-
tinoamericana de Ciencias Sociales.
– Zaidel, Rosalba. Sobre la presentación de casos en el eje del curso. Seminario del
Campo freudiano en Barcelona Sesión inaugural. Tomado de: http://www.scb-icf.
net/nodus/323 Presentación de casos.htm. (datos editoriales incompletos)
Trauma,
subjetividad y acto:
sus rostros desde la
clínica psicoanalítica
Alexander Gordillo Millán
Alexander Gordillo Millán
Psicólogo de la Universidad del Valle, Cali. Especialista en Psicología
Clínica con Orientación Psicoanalítica de la Universidad de San Bue-
Gordillo
e institucional, en la atención terapéutica y en proyectos psicosociales,
Millán
especialmente en temas de niñez. En la actualidad ejerce como psicólogo
en el ICBF. Correo electrónico: [email protected].
Introducción
El presente capítulo plantea una revisión y una reflexión conceptual y clínica
del trauma, un fenómeno complejo tanto desde el punto de vista subjetivo
como del social, en especial en la esfera de la niñez. Ello reviste importancia
ya que este tema –el cual se encuentra usualmente enmarcado dentro de los
fenómenos del maltrato y de la violencia en general, así como del abuso sexual
en especial– constituye una preocupación en el contexto de la sociedad actual
por sus implicaciones jurídicas, epidemiológicas y de salud pública, que se guían
por la defensa de los derechos humanos y de la infancia. Esto es relevante tam-
bién en el estudio de las ciencias humanas y de la salud mental, ya que plantea
inquietudes y demandas específicas tanto para la comprensión como para la
intervención de la condición del afectado, o también llamado “víctima”. Con
ello queda claro el interés que nos convoca en el campo clínico respecto de la
interrogación de dicho estatuto de víctima, y precisar la posición subjetiva del
afectado con respecto a su experiencia denominada traumática (Sanín, 2009).
90 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
del lenguaje’, y se aplica a todo sujeto humano hablante” (2001, p. 28). Este sujeto
resultante, considerado como el efecto de una división, es inicialmente concebido
por un mecanismo que se refiere a la noción freudiana de “represión primaria”
[urverdrängung]: es el “momento inicial de la instauración del lenguaje” (De Waelhens,
1973/1982, p. 43). En este punto el sujeto se funda y se estructura, mediante una
división que da origen al inconsciente, “al primero y más temprano representante de la
pulsión en la consciencia […] su efecto, una vez producido, es para siempre imborrable
[…] ningún análisis logrará hacer retornar su contenido a la consciencia” (1973/1982,
p. 42). Hay, entonces, un principio del sujeto en el instante de un corte divisorio
que se produce sobre el infans (el infante o ente humano previo a la injerencia y
la apropiación de la palabra; el infans es el infante real, hasta cuando la palabra
se lo apropia y transforma dicho estatus).
Hablamos, por tanto, de una marca, de una secuela subjetiva que es fundada por
el lenguaje; ahí inicia una relación del sujeto con el trauma. Para comprenderlo
mejor debemos partir de Freud. En sus observaciones plasmadas en Más allá
del principio del placer, Freud (1920a) conceptúa la noción de trauma como un
evento patológico y, no obstante, como una condición que funda el psiquismo.
En esta obra Freud se pregunta por qué en el sujeto con una experiencia sub-
jetiva traumática, como la llamada “neurosis traumática” (p. 12) o “neurosis
de guerra” (p. 13), se presenta una reincidencia involuntaria en la memoria de
escenas dolorosas que desafían el mismo principio del placer (principio que es
–para Freud– una satisfacción pulsional parcial, un rango posible de bienestar
subjetivo). Así, en el sujeto traumatizado habría un empeño impertinente de
revivir su horror pasivamente en sus recuerdos, en el sueño y en la vigilia.
92 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Esta noción de goce es acuñada por Lacan para dar cuenta de aquello que Freud
aludía en Más allá del principio del placer respecto de por qué un sujeto persistía
en revivir repetidamente una experiencia penosa. Este concepto corresponde a
94 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
la manera como la actividad del sujeto alcanza una satisfacción “de otra índole”,
que consiste en un “plus” pulsional (un algo más, un exceso), que termina, no
obstante, mortificándolo. Freud, para explicarlo, manifiesta que en el fondo de
este “más allá” del rango del placer, debe operar la pulsión de muerte, como fuerza
que tiende hacia un hipotético máximo placer: siendo el placer una satisfacción
pulsional parcial (una reducción de las tensiones, en términos freudianos), la
pulsión de muerte apunta a la anulación de toda tensión del organismo hasta
el límite de un grado cero, es decir, la muerte. El goce es, pues, ambivalente; es
tanto un exceso de tensión y dolor, como también una tendencia a la aniquilación
de toda tensión existente. Milmaniene resume la definición del goce como un:
El goce propiamente dicho es, entonces, conducente del sujeto hacia la ficción
regresiva de su propia disolución, en la armonía del acoplamiento supuestamente
perfecto y absoluto respecto del objeto originalmente perdido o renunciado;
aquel objeto que en adelante –nos dice Braunstein (2006)– circulará en el
entramado del orden significante como objeto fantaseado, cuya meta de cum-
plimiento es tan negada o prohibida como lo sería el incesto.
Así como la palabra conduce a la muerte del infante para dar nacimiento al niño
capaz de simbolizar su experiencia de sufrimiento, reviviéndola como un modo
de goce (tal como el niño del juego del fort – da), el goce mismo comporta la
posibilidad de muerte subjetiva si se acerca a la realización de la conexión real
con su objeto.
Para Soler, el trauma no sólo es la abrupta irrupción real, sino que también puede
llegar a ser el acento –secundario como condición– de discursos sociales poco
consistentes o que no operan suficientemente como una pantalla amortiguadora
ante la excesiva tensión, desde el punto de vista de las narraciones, de los idea-
les, los valores, las creencias, en otros términos, el nexo con representaciones
imaginarias y simbólicas. Para Soler, estos discursos son las figuras del Otro (lo
religioso, lo mágico, lo místico, lo legal, científico o humanístico que pueden
aportar una palabra significante de autoridad y sentido ante el sin-sentido de lo
real); se trata de discursos que podrían ser insuficientes con respecto al agujero
que presentan en torno a la falta de sentido adjudicado a la cuestión traumática.
Este exceso de tensión que caracteriza el impacto incontrolable del trauma,
es redefinido como angustia, la cual, para Freud (1920a), está constituida por
energía no ligada (a representaciones psíquicas, es decir, a significantes).
del objeto (objeto a) perdido para siempre. El sujeto ocupará también un lugar
de significante entre otros significantes, será un vagabundo, errante, en falta,
marcado en su división con el inconsciente, y será conducido en función de
una cadena discontinua. Aquí es el lugar o los lugares donde estará operando la
repetición (recordemos el “fort-da” y la insistencia en repetir el acontecimiento
doloroso). En efecto, cada repetición del sujeto señala una posición significante
diferenciada en la serie, que intentará reproducir lo mismo, el mismo goce de
una falta (es decir, tanto lo diferente como lo mismo a la vez y cada vez). Cada
intento es una inscripción novedosa en la cadena, pues siempre refiere a un
desencuentro, a lo faltante. Por esto la repetición repite precisamente lo que no
puede repetir, es lo imposible. Así, en tanto sostiene un fracaso del reencuen-
tro imposible con el objeto perdido, bajo el llamado de la angustia, el acto de
repetición defenderá al sujeto de la realización del goce mismo.
excesivo e insoportable para un sujeto sin recursos suficientes. Siendo esto así,
lo real forcluido involucra una no–atribución subjetiva de alguien que no se
reconoce implicado sino “aplastado” y víctima. Por lo tanto, el reconocimiento
subjetivo en torno a la memoria personal, a la inclusión significante, es una
forma de modulación del impacto traumático.
acto fallido podría decirse que devela una verdad del sujeto del inconsciente,
de lo reprimido y excluido de la consciencia, de lo no sabido y que no se quiere
saber. Este autor nos dice que para Lacan el concepto de acto es una cualidad
eminentemente humana por estar ligado al orden simbólico, de la cual se deriva
una responsabilidad subjetiva; es un concepto esencialmente ético, a pesar del
origen inconsciente de la intención.
Siguiendo esta lógica, el acting out (el acto como repetición) alude a la imposibi-
lidad de recordar el pasado que el sujeto está condenado a repetir, expresándolo
mediante una acción. Para Lacan esta dimensión del no recordar implica un
aspecto intersubjetivo de las representaciones, de comunicación a un Otro
que ha sido “sordo” a la palabra del sujeto. “De modo que el acting out es un
mensaje cifrado que el sujeto dirige a un Otro” (Evans, 1997, p. 29) y que no
sabe que lo produce en sus acciones. El acting out es, en estos términos, una
“transferencia sin análisis” (p. 29); entendida esta transferencia en términos de
que consta de un acto desplegado por el sujeto dirigido al Otro; sin embargo,
en este caso por fuera del dispositivo de la clínica, pues es ahí en el dispositivo
donde su interpretación es lograda, o malograda, con la presencia de la función
de la escucha con el acto analítico.
Este tipo de acto inconsciente que es el acting out conserva, por tanto, un lazo
social implícito, no escapa del todo del orden simbólico, y manifiesta una in-
tención comunicativa hacia el Otro; es decir, que sostiene en un punto, una
queja, una división subjetiva. Dicho de otro modo:
Tanto el acting out como el pasaje al acto son últimos recursos para hacer frente
a la angustia, pero quien realiza un acting out aún se sitúa en una escena inscrita
en el orden simbólico, en tanto mensaje dirigido al gran Otro. El pasaje al acto
es, en esta perspectiva, una huida del Otro, o sea, de la red simbólica y del lazo
Trauma, subjetividad y acto: sus rostros desde la clínica psicoanalítica – Alexander Gordillo Millán 101
social, camino hacia lo real en el cual el sujeto se diluye; siendo que en lo real
mismo del acto, este último (el acto) ocupa la función que le corresponde al
lenguaje (Flórez & Gaviria, 2009).
Para entender un poco mejor la diferenciación entre acting out y pasaje al acto
en un mismo caso, se puede mencionar el caso de una joven homosexual pre-
sentado por Freud (1920b), quien describe el acto de esta joven de pasearse
públicamente con su amada, una dama “descocada” (o considerada sexualmente
libertina), a pesar de la desaprobación de la autoridad paterna y de tener la
intención consciente de sostener dicha relación en secreto, imposible de rea-
lizar por lo paradójico del acto mismo. Este es un acting out, un acto dirigido
al padre, inserto en una lógica de discurso con el Otro. “Lacan interpreta que
esta joven realiza posteriormente un pasaje al acto, pues se sale de la escena en
un intento suicida cuando no logra simbolizar la mirada colérica de su padre al
descubrirla con su amada, no soporta la angustia, y se identifican con un mero
objeto al arrojarse al foso de un tranvía” (Evans, 1997, p. 148).
Así pues, el acto en diversas formas adopta una función particular, sustitutiva
del lenguaje, que será clave y que requiere ser comprendida para advertir lo
poco o mucho que puede comunicar, o lo simbólico que conlleva para los fines
de la clínica. Al respecto de esta relación:
El acto ligado de esta manera con el lenguaje vendrá a suplir una falencia
de este vínculo. Lo cual sitúa al acto en una vertiente variable, más o menos
indeterminada o fortuita, con diversos rostros, de acuerdo con la forma como
se ubica en la estructuración del sujeto en relación con el orden significante.
los cuales el horror de lo real puede ser devuelto. Con un ejemplo ya aludido, se
trata de la “venganza” y hostilidad del niño del fort-da hacia su objeto de amor
ausente, que lo abandona temporalmente, y que es simbolizada en el juego de
desaparecer el objeto y en las palabras que sentencian dicho estado cuando el
niño desea la muerte del objeto.
Es decir, el sujeto está situado con su acto. Pertinente a esto, Silvia Elena Tendlarz
y Carlos Dante García (2008) en una obra llamada Psicoanálisis y criminología.
¿A quién mata el asesino?, abordan la cuestión de cómo se sitúa el sujeto frente
a su propio acto, o como éste sujeto se implica en el acto mismo, por ser el acto
una manera particular de realización pulsional. En relación con ello, resulta
necesario recordar que la pulsión de muerte es la tendencia develada del acto
de repetición y del pasaje al acto. Como consecuencia, hay un rostro oscuro y
siniestro del acto, que en su lado más extremo involucra la destructividad del
sujeto o del objeto, un “plus de goce” que toca el borde de la desaparición. Este
es el goce que el deseo esconde; este último crea una distancia simbólica que
garantiza la evitación del primero: “(…) De consumarse el deseo, entraríamos en
esa zona siniestra del goce, con el riesgo ya inevitable de la máxima disolución
subjetiva” (Milmaniene, 1994, p. 18). El crimen es un ejemplo extremo e idóneo
del lado siniestro del acto; reviste también una posibilidad de la subjetividad,
en la cual en dicho acto la pulsión inviste a un objeto. El crimen tomará, en
consecuencia, la forma de la estructura y de la relación pulsional particular del
sujeto con su objeto, en este caso principalmente la tendencia tanática de la
pulsión de muerte.
Por ende, el crimen en cuanto acto real del sujeto criminal neurótico (que ela-
bora su culpa mediante el encuentro con un juez externo), reemplaza lo que el
neurótico común resuelve de su padecimiento en el orden del síntoma (rodean-
do la pulsión simbólicamente o desde la fantasía) (Miller, 2010). No obstante,
un acto de este tipo se circunscribe al discurso de la ley, obedece a una culpa
fantasmática que conduce al sujeto a su expiación en el castigo, remitiéndose
al escenario de un Otro que goza y que pone a gozar. Lo fatídico de este acto
es el modo en que la culpa –en tanto índice de subjetivación– se anticipa y lo
causa, estando estrechamente ligada a la eficacia del orden simbólico. El acto
criminal de este sujeto connota un profundo y paradójico compromiso con la
ley. Podríamos decir que el castigo ocupará el lugar de un significante ordenador
(de nombre del padre) ante el sentimiento o amenaza de su falta oportuna o de
la fragilidad estructural. En este sentido, el verdadero trauma para el sujeto que
comete este tipo de crimen es no obtener la debida sanción.
Trauma, subjetividad y acto: sus rostros desde la clínica psicoanalítica – Alexander Gordillo Millán 103
Por otro lado, Tendlarz y García (2008) expresan que el acto del psicótico pre-
senta una modalidad diferente con respecto a su objeto pulsional, no mediado
en el registro simbólico. El acto del psicótico se organiza en torno a la relación
imaginaria, especular, y por tanto, paranoica del yo con el objeto. El semejante
al que se dirige el acto hostil es una imagen de sí no reconocida como propia,
104 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Aun en los aspectos más radicales del acto, la ubicación del sujeto dentro de su
acto marca una diferenciación, un antes y un después, una discontinuidad; es el
“estatuto del acto por el cual cambia la posición del sujeto” (Tendlarz & García,
2008, p. 20). Para Tendlarz y García (2008), tanto en el acting out como en el
pasaje al acto puede encontrarse una estructura significante subyacente en la
que es factible su “lectura”, ya que una vez que se logra reconstruir a-posteriori
la motivación psíquica del acto, se constata que éste es desencadenado por
palabras o frases (es decir, que posee cierto nexo con una estructura significante
y el atisbo de una fantasía o lógica fantasmática). Evidentemente, el acto, y en
particular su versión como pasaje al acto, es en mayor o menor medida una fuga
Trauma, subjetividad y acto: sus rostros desde la clínica psicoanalítica – Alexander Gordillo Millán 105
La psicoterapia cura por medio del lenguaje, cura del dolor de existir por medio
del lenguaje como función del sentido, da sentido al dolor de existir: propone un
significante amo para dar razón a ese dolor. El psicoanálisis cura del lenguaje, es
decir, cura de la palabra como un modo de goce, como debilidad mental, cura del
goce del sentido (…) El psicoanálisis se presenta como el modo de curación del
drama del lenguaje sobre el ser vivo. J.-A. Miller decía que también el psicoanálisis
implica una relación con el silencio o con el uso del silencio: pocas palabras y que
sean acto, que tengan un efecto sobre lo real. Esta es precisamente la diferencia
con la psicoterapia (Marie-Hélène Brousse, 2002, p. 127).
Trauma, subjetividad y acto: sus rostros desde la clínica psicoanalítica – Alexander Gordillo Millán 107
De parte del acto analítico (o clínico), Colette Soler (2009) describe que existe
una violencia en este; hay algo de traumático en la clínica. La primera forma
de violencia del acto analítico es la premisa con que comienza el dispositivo del
tratamiento: el sujeto es responsable, en cuanto a que se busca en él la causa de
su padecimiento, su implicación subjetiva. Porque ello va en cruda oposición
de lo que el sujeto espera de benigno para sí como víctima. El soporte de esta
violencia de entrada para el sujeto es una pantalla, una ilusión: el amor de
transferencia. En el dispositivo del tratamiento se experimenta la idea de que
el sujeto es acogido, que se recibe y escucha su palabra sin crítica o censura.
El acto introducido por el sujeto ocupa, por ende, un lugar siempre y cuando
adquiera valor de palabra.
la tercera sesión, la cual duró casi una hora, la niña trae una muñeca por su
cuenta, con la que juega una especie de ventriloquismo y manifiesta su hostilidad
y rechazo hacia mí con la voz de la muñeca (una voz cambiada) e interactuando
con ella desde su posición de niña. A esta misma muñeca le comienza a retirar la
ropa, ante lo cual me vuelvo diciendo que la muñeca necesita privacidad y que
giraré de nuevo únicamente cuando ésta se encuentre vestida. La niña enseguida
oculta la muñeca bajo un escritorio para, aparentemente, vestirla otra vez, y
anuncia que puedo dar la vuelta; pero inmediatamente dice: “¡todavía no!”;
entonces doy la espalda de nuevo y reitero que giraré sólo cuando me confirme
que la muñeca se encuentre vestida. Esta situación “sí, ¡ya! – ¡todavía no!”,
sucede varias veces, hasta que la niña opta por detener esta actividad repetitiva
con una “caída” repentina de la muñeca en el suelo, al tiempo que exclama que
se ha golpeado en la cabeza, que le duele y que se la ha partido. De ahí, la única
ocurrencia fue la de decir “¡hay que curarla!”. El juego de la niña da un giro
hacia la escena de una relación “médico – paciente” con la muñeca, en la que
ésta debe ser llevada al hospital. La niña manipula la muñeca, que es atendida
y examinada mediante radiografías de la cabeza con unos papelitos en los que
garabateo algo sin forma definida; la niña ve en ellos “gusanos en la cabeza”, y
dice que hay que sacarlos, razón por la cual se prepara una cirugía y se procede
a su retiro; esto sucede en varias ocasiones puesto que dice: “todavía hay más”.
La niña colabora como asistente de la cirugía al igual que como titiritera de la
muñeca, hasta que paulatinamente asume una postura más activa desechando
los gusanos. Y el juego finaliza junto con la sesión.
Del lado terapéutico es viable suponer, después de la sesión, que puede haber
algo de un acto clínico en respuesta, como la abstención de responder al acto
en la escena “perversa” dirigido hacia el Otro (un acting out, una escena fan-
tasmática de ofrecimiento); esto es, desde el acto clínico una escansión tal vez,
en acto y en palabra; un “no” de respeto; lo cual desencadenó en una serie de
actos de repetición por parte de la niña, intentos de simbolización, de castración,
de limitación. Es decir, se inicia una subjetivación en el acto. Agotado esto,
la niña en otro acto lastima a su muñeca, tal vez la castiga, la sitúa sufriente
y responsable. Este acting out en situación de juego trae a colación lo que en
el instante aparece como demanda terapéutica dirigida al Otro; pero en este
otro momento se trata de un Otro diferente, ya no de goce; por lo cual, se le
pronuncia lo que la niña ya desea con su acto, mediante el significante de la
“curación” de sus imágenes repulsivas. Posteriormente los actos en el juego se
reubican en otro acontecimiento significante cualitativamente distinto, y con
ello parece “mutarse” o “rectificarse” al menos un poco la posición subjetiva
de la niña hacia el dominio simbólico de lo real y de lo ominoso o siniestro que
ésta trae de su trauma.
A modo de conclusión
¿Qué es un trauma? Teniendo en cuenta el recorrido realizado, el trauma es
un acontecimiento y una cualidad subjetiva que se liga a una complejidad de
aspectos: es una imagen dolorosa recurrente en la memoria; una huella psíquica
del horror; es ominoso y extraño; es también algo familiar y consabido que estaba
oculto y que emerge bruscamente a la luz; es algo inédito; es un pretexto para
que opere la pulsión de muerte; es una ganancia en el exceso, una sobrecarga,
un “plus” o un “más allá” del placer; igualmente es una pérdida en el ser y de
un objeto de amor; es pasividad; es una invasión o una irrupción insoportable
de lo real; es una amenaza interior o exterior; es un modo de goce personal que
es real e insoportable, que acerca la muerte subjetiva; es el efecto del Otro (una
seducción o una castración); es una metáfora de una fantasía, es una intención
del Otro; pero también puede ser contingente, un accidente, una sorpresa; es una
violencia; es la presencia de un acontecimiento significante; y es igualmente una
ausencia de significantes y de sentidos; es una escansión, un corte, una ruptura
o división; es un origen fundador que sirve de protección a un trauma mayor, el
de realización del goce originario; es una condición inherente a la estructuración
110 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
del sujeto; es el efecto del lenguaje que humaniza; es creador del cuerpo y de
la subjetividad; puede ser también la condición de un acto clínico o analítico.
La fantasía, por su parte, propicia desde el registro imaginario, por sí misma, una
defensa frente al goce, o del peligro de su cumplimiento; y ello es alcanzado
mediante una gramática - dramática relacional del sujeto: un posicionamiento
subjetivo con respecto a la atribución de un Otro agresor (una lógica signifi-
cante: víctima - verdugo), que permite dar sentido a la experiencia penosa y
recortan su poder desorganizador o excesivo en un modo de goce más regulado
(limitado simbólicamente). Es decir, la fantasía se prestaría como causante de
un trauma modulado por una lógica significante en el que el sujeto se inscribe
para hacerse una barrera frente a un trauma real, puro e inmanejable.
Sin embargo, el acto, con sus diferentes rostros, es aquella realización pulsional
–conducido por la pulsión de muerte– que aproxima al sujeto a un goce más
directo de cumplimiento (con respecto al alcance del objeto a), no exento de
angustia. De modo que en caso de estar más del lado de lo real, se descubren
las inclinaciones siniestras, mortíferas o sacrificiales inconscientes de éste. Pero
dentro de lo ominoso, hay una ambivalencia; existe un lado menos siniestro, más
afable y afín a la simbolización como posibilidad de rectificación subjetiva; pues
el acto hace función de suplencia ante la falta de significantes que se liguen con
algo de lo real de un acontecimiento.
Bibliografía
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– Soler, C. (2009). ¿Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista? (pp.139 – 238).
Segunda Edición. Buenos Aires Ediciones Letra Viva.
Andrea
Otero
del Valle. Psiquiatra de la Unidad de Salud Mental del Hospital
Universitario del Valle. Coordinadora del Servicio de Psiquiatría del
Centro Médico Imbanaco, Cali. Correo electrónico: andrea.otero@
Ospina imbanaco.com.co
Resumen
El suicidio es un acto que conduce a la pregunta por la vida. Puede ser visto
como un hecho social susceptible de ser recogido en las estadísticas de salud
pública o analizado desde una perspectiva clínica propiamente dicha. Este
artículo procura la convergencia de tres vertientes importantes para enten-
der el suicidio con base en el psicoanálisis. Ellas son la mirada médica, la
función clínica que permite ayudar a resignificar el dolor que hay en quien
no soporta su propia realidad, y la comprensión del fenómeno social que
rodea el incremento del suicidio. Para este fin se exploran la estadística que
evidencia la magnitud del problema, la óptica clínica que en el psicoanálisis
propone Freud y la perspectiva sociológica de Durkheim. A través de este
recorrido se encuentran puntos de unión y de ruptura entre las miradas del
psicoanálisis y la sociología que pudieran ser utilizados para una construc-
ción conceptual que permita acercarse a algunos puntos en el trabajo con
pacientes con intento suicida.
Introducción
El suicidio es un fenómeno creciente, considerado por la psiquiatría como un
problema de salud pública debido a su magnitud y frecuencia. A pesar de ser
visto desde diferentes ópticas a través de los años, en general ha sido conde-
nado por la cultura. El término suicidio surge, tardíamente, como un término
clínico. Sin embargo, su examen desde la perspectiva Freudiana nos lleva a
pasar de las motivaciones subjetivas del caso por caso, a examinarlo, tal como
lo hizo Durkheim, como “un hecho de causas sociales”, cuyo vertiginoso creci-
118 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Las definiciones son muy amplias y dejan un campo abierto para múltiples
conductas que pudieran ser consideradas como actos suicidas y que por su
variabilidad no logran ser unificadas.
Tal como lo refiere Aries (1982), esta actitud hacia el suicidio se debía a que la
muerte estaba sacralizada, domesticada e integrada
…en un sistema de ritos y creencias que tenían por objeto convertirla en una
etapa más del destino; por ello, rechazaban y condenaban el suicidio: el cuerpo
del suicida era castigado, arrastrado por el piso, y no tenía derecho a ser sepultado
en la iglesia…solo en el caso del soldado vencido que se suicidaba por honor, o de
otras formas de suicidio, como el duelo (p. 47).
mitió considerar legítimas muchas de las razones para la práctica del suicidio.
El filósofo romano Séneca lo consideraba el último acto de una persona libre:
Tratándose de la muerte –dice Séneca–, debemos sujetarnos a nuestra fantasía.
La mejor muerte es la que más nos guste […] La obra maestra de la ley eterna es
haber procurado varias salidas a la vida del hombre, que sólo tiene una entrada
(Séneca, 1844, citado en Jinkis, 1986).
En el siglo XIX el suicidio empezó a ser considerado como síntoma de una pato-
logía. La sociedad rechazó el paradigma medieval y la muerte pasó a depender
cada vez más de la voluntad del individuo (Ramírez, 1998).
En términos de las motivaciones que empujan al suicida, estas sólo pueden ser
halladas en la subjetividad particular del caso por caso. En cada caso hay una
historia de vida y unas circunstancias, delimitadas en los significantes del sujeto
que en determinado momento toma como opción el suicidio. Por tanto no es
posible hacer de las motivaciones conscientes la causa única de un suicidio. Si
bien en algunos casos pudiera encontrarse un hecho pleno de sentido, en otros
aparece más bien el pleno sin sentido.
Si bien el psicoanálisis pudiera aportar una forma de dialectizar las relaciones del
sujeto con los significantes de su historia, no tiene una teoría sobre el suicidio.
122 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
El modo más estrepitoso de la separación del Otro es, sin dudarlo, el suicidio […]
impugna la deuda simbólica, deuda eterna y externa que no contrajo y que no quiere
pagar. Porque, para él, es impagable […] en los suicidas el cuerpo es la prenda
que se entrega a cambio de la deuda, una libra de carne que es toda la carne que
se libra en las manos y en la voluntad del Otro. De tal modo se materializa la
suspensión de pagos, el “dispongan de mi”. Arrojando su cuerpo al abismo es como
los suicidas responden a la demanda insaciable de un acreedor usurario (p. 284).
Freud califica el suicidio como un enigma (Freud, 1915). En una carta escrita
a Martha en 1883, se refiere, impactado al suicidio de su amigo Nathan Weiss:
“Aun ahora, después de haber oído el ruido sordo que hacia la tierra cayendo sobre su
ataúd, no puedo hacerme a la idea” (S. Freud, 1883/1993). En la carta se pregunta
“¿por qué lo hizo?” (Freud, 1883/1993). En 1898 cuenta a su amigo Fliess cómo
el esfuerzo por olvidar el suicidio de un paciente le hace olvidar el nombre del
pintor de los frescos de Orvieto. Este es el primer ejemplo mencionado por Freud
en Psicopatología de la vida cotidiana en 1901 (Jinkis, 1986). Por otro lado, Fliess
ocultó siempre el suicidio de su padre y le mintió a Freud acerca del mecanismo
de su muerte (Chiabai, 2010).
…ya sea como hecho consumado (la hermana del Hombre de los lobos); como
modo lúcido de interrumpir el sufrimiento (intentos de Schreber por ahogarse en
el baño); como impulsos obsesivos (analizados como mandamientos reactivos a
una violenta cólera en el Hombre de las ratas, lo que para Freud atenúa el riesgo
cierto de suicidio en la neurosis obsesiva); en tanto intención comunicada, como
método de chantaje y solicitación de auxilio (identificación parcial de Dora con su
padre); como tentativas a veces impropiamente consideradas “fallidas” (las de Ana
O. después de la muerte de su padre o el pasaje al acto de la joven homosexual)
(Jinkis, 1986, p. 87).
Los conceptos definidos por Freud pueden ser utilizados para explicar el suicidio,
pero no permiten llegar a una teoría de su formación.
Freud ubica la melancolía entre las afecciones narcisistas, puesto que el amor al
objeto es sustituido por una identificación del yo. Hay una regresión de la libido
objetal a la fase oral de la libido, constituyendo así un fenómeno perteneciente
al narcisismo pues elige al yo como objeto.
A partir de 1920, con Más allá del principio del placer, la teoría de Freud da un
giro. Hasta 1920, la investigación de Freud se había orientado hacia la teoría
de la represión; teoría que le permitió construir el concepto de inconsciente.
En Más allá del principio del placer introduce el concepto de pulsión de muerte,
El suicidio: entre la subjetividad y lo social – Andrea Otero Ospina 125
La clínica se queda corta cuando pretende dar respuesta al fenómeno social que
es hoy el suicidio. Necesita apelar a otros conceptos para entender el crecimiento
del suicidio, más allá de las explicaciones individuales. La pulsión de muerte
está sometida a unas reglas que son sobrepasadas por las formas actuales de
consumo, que no dejan entrever, en muchos casos, la posibilidad de un límite
diferente al de la muerte; que no dan lugar a formar lazo social con otros ni
con la cultura; en las cuales el sujeto se enfrenta a una lógica por fuera de los
límites del entendimiento común.
Suicidio y civilización
En El porvenir de una ilusión (Freud, 1927) Freud señala la forma como el hombre
es alienado por la cultura. La civilización, a través del ideal cultural, impone
al hombre la renuncia a sus instintos hostiles. La función de la cultura es de-
fenderse contra la naturaleza, frente a la cual el hombre se siente indefenso.
Es así como crea la religión: “No transforma sencillamente las fuerzas de la
naturaleza en seres humanos, sino que los reviste de un carácter paternal y los
convierte en dioses…” (Freud, 1927, p. 2768). En este texto Freud se adelanta
a los efectos de la progresión científica: “La religión no ejerce ya sobre los hom-
bres la misma influencia que antes” (Freud, 1927, p. 2784); y de la lógica del
consumo. “La sustitución de los motivos religiosos de una conducta civilizada
por otros motivos puramente terrenos se desarrollará en ellos calladamente”
(Freud, 1927, p. 2784).
A modo de conclusión
Queda así planteada la duda inquietud de cómo debería ser estudiado el suici-
dio y a qué disciplina compete: si es considerado como una acción individual
130 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Bibliografía
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psiconet.com/ramirez/articulos2/suicidio.html
Luis
Jairo
Villegas de Santos en Samaniego, Nariño. Actualmente se encuentra
vinculado como Coordinador de Desarrollo Humano en el Colegio
Obando
Técnico Comfacauca y es Asesor de Práctica Clínica y Educativa de
la Fundación Universitaria de Popayán. Correo electrónico: psicojob@
Burbano hotmail.com
Este artículo fue escrito como requisito para optar el título de Especialista
en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica. Universidad de
San Buenaventura, seccional Cali, Colombia, septiembre 24 de 2010.
Resumen
El presente texto estudia el concepto de transferencia a partir del discurso
freudiano, su definición, su génesis y la forma como se instaura en el análisis.
Establece su trascendencia en la clínica y en una posible cura psicoanalítica.
Plantea la trayectoria conceptual hacia el discurso lacaniano para ubicar
los puntos de encuentro y el giro del concepto de Freud a Lacan. Presenta
algunas ideas que implican la necesidad del concepto de transferencia en
la clínica psicoanalítica. Por último, aduce algunas razones por las cuales
no es pertinente su inclusión en otros enfoques de la relación terapéutica.
ya como pasado, sino como relación actual con la persona del médico” (Freud,
1901-05, p. 998). Desde esta perspectiva la transferencia es interpretada como
el pasado psíquico transferido al presente. Y casi una década después, el mismo
Freud (1914) lo confirma en Recuerdo, repetición y elaboración: “No tardamos en
advertir que la transferencia no es, por si misma, más que una repetición y la
repetición, la transferencia del pretérito olvidado, pero no sólo sobre el médico
sino sobre todos los demás sectores de la situación presente” (Freud, 1914, p.
1685). Se debe decir que repetir es asumir una actitud de la misma manera que
en el pasado pero en el presente, sin saber que se recuerda ese pasado. Freud
postula la existencia de una “compulsión básica a repetir, como explicación
de ciertos hechos clínicos, sobre todo la existencia del sujeto a exponerse a
situaciones angustiantes” (Evans, 1997, p. 168). Por tanto, en la transferencia
el analizando “repite todo lo que se ha incorporado ya a su ser partiendo de las
fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inútiles y sus rasgos de
carácter patológico” (Freud, 1914, p. 1685).
Ahora bien, en sus inicios se consideraba que la transferencia no era parte fun-
damental de la relación terapéutica; incluso podríamos decir que la transferencia
surge como un problema en la clínica. Verbigracia, en el caso Dora podemos
leer el fracaso del tratamiento analítico, quizá por la falta de interpretación
de la transferencia –posible lectura de un próximo texto– que hace que Dora
no vuelva al análisis. Lo particular en el psicoanálisis es precisamente ver qué
se hace con esta situación que se presenta tan particular en cada paciente. El
psicoanálisis logra de ésta la fuente de energía que en el análisis mueve al ana-
lista en el transcurso de la terapia a una posible cura. Pero, ¿cómo es posible
que el psicoanálisis encuentre en la transferencia la eficacia necesaria para
posibilitar una cura? Como el mismo Freud lo decía: “El análisis tropezaba con
una perturbación provocada por un suceso accidental sin relación ninguna
con el tratamiento propiamente dicho” (1916-17, p. 2398). Con esto se refería
a la transferencia antes de pensar qué se podría hacer con ella. Pero Freud se
ve obligado a abandonar la idea inicial de perturbación y a reconocer que el
fenómeno está estrechamente vinculado con la naturaleza misma del estado
patológico, después de darse cuenta de que este fenómeno se presentaba con
claridad, una y otra vez, por la misma experiencia, en sus nuevos pacientes; e
incluso en aquellos con las condiciones más desfavorables, en casos en los que,
a su juicio, no podía haber atractivo alguno ni fuerza de seducción posible, se
presentaba también la transferencia.
Por eso dice Freud (1916-17): “…hay que vencer la transferencia, demostrándole
al enfermo que sus sentimientos no son producto de la situación del momento ni se
refieren en realidad a la persona del médico, sino que repiten una situación anterior
de su vida” (p. 2399). De esta manera se insta al analizando a remontarse a los
sucesos originales de su vida y a vencer la transferencia, logrando así acceder,
al descorrer el velo y franquear la barrera que la transferencia establecía en su
psique, a instancias que antes eran inaccesibles. Aquí se muestra la transferencia
como la condición sine qua non para una posible cura, y que Freud (1916-17)
señala muy claramente cuando dice que “el factor que decide el resultado de la
curación no es sino la actitud del paciente con respecto al médico” (p. 2400), a
saber, la transferencia. Pero, ¿cómo puede ser la actitud del paciente con respecto
al médico? Para absolver esto hay que tener en cuenta que la transferencia, en
17. De hecho Jung (1946) dedica toda una reflexión al fenómeno transferencial en su texto “La
psicología de la transferencia”.
138 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
una situación analítica, se presenta desde dos posiciones opuestas. Como dijo
Freud (1916-17): “La transferencia puede manifestarse como una apasionada
exigencia amorosa o en formas más mitigadas” (p. 2398), es decir, con una
disposición afectiva hacia el analista, que según Freud, “existía en el enfermo
en estado latente y que ha surgido en ocasión del tratamiento analítico” (p.
2398). Esta transferencia bien puede ser llamada transferencia positiva, en la
cual el paciente reviste al médico de una gran autoridad y confiere a él sus más
íntimos deseos. “Cuando la cura comienza bajo el patrocinio de una transferencia
positiva no muy acentuada, nos permite penetrar al principio, profundamente,
en los recuerdos…” (Freud, 1914, p. 1685)
Pero Freud, dos años después, refiere otra forma de transferencia que se halla en
contradicción con la anterior: es la transferencia “hostil o negativa” (p. 2398),
que puede surgir cuando el analista ha cometido errores en su intervención; por
ejemplo, como una respuesta válida del paciente para proteger su deseo frente a la
sugestión de aquellos analistas que se autoproclaman expertos en la experiencia:
“Es lo que el paciente logra armar para proteger su deseo cuando el otro se le coloca
como un amo” (Gallo, H., 2009); es decir, como el que sabe cómo se tienen que
hacer las cosas según aquello que supone le acontece al paciente. Esta situación
se presenta muy a menudo en la práctica psicológica, particularmente cuando
los pacientes comunican las experiencias pasadas, y se constata el fracaso de la
terapia por el inefectivo manejo de la transferencia; aunque en la mayoría de
los casos, en enfoques que operan con otro tipo de justificación teórica, por el
desconocimiento total o parcial del concepto. Por esta situación es pertinente
y hasta imprescindible hacer un llamado de viva voz al retorno de las teorías
psicológicas, a pensar más allá de donde pensamos, a mirar más allá de donde
miramos, a indagar a fondo en la teoría, tanto en aquella que nos complace
como en aquella que no compartimos, para determinar así, razonablemente,
qué es lo mejor para el sujeto. Se debe conocer de una y de otra lo mejor, y no
optar por ninguna hasta saber de todas las demás. Es preciso recordar que no hay
que criticar nada desde afuera; que para hacerlo es necesario tener elementos
de juicio, en otras palabras, criticar con conocimiento de causa.
Este personaje es quien llega al banquete, “una ceremonia con reglas, una especie
de rito, de concurso íntimo entre gente de élite, un juego de sociedad […] que
se refiere a costumbres, a costumbres reales, diversamente practicadas según
las localidades de Grecia y, digamos, el nivel de cultura” (Lacan, 1960, p. 31).
Alcibíades irrumpe en la casa de Agatón y empieza a decir cosas que para la época
escandalizan. Y entre lo que dice y lo que le dicen aparecen varios discursos.
Procuraremos entender el sentido que hay en dichos discursos, y qué tienen que
La transferencia en la clínica psicoanalítica – Luis Jairo Obando Burbano 141
ver estos con la transferencia. “Alcibíades, que se presenta aquí de carne y hueso,
tiene de hecho la relación más estrecha con el problema del amor” (Lacan, 1960,
p. 36). Y de esto se trata. Es precisamente lo que se intenta explicar, respecto de
lo que se pone en juego en El banquete. “Es ahí donde se esclarecerá de la forma
más profunda, no tanto la cuestión de la naturaleza del amor como la cuestión
que aquí nos interesa, a saber, su relación con la transferencia” (Lacan, 1960,
p. 37). En este contexto cabe anotar que el tema al cual refiere El banquete es,
justamente, el tema del amor: “¿para qué sirve ser sabio en amor?” (1960, p.
39), como bien lo plantea Lacan en el Seminario, Libro 8. Pero, primero, ¿qué
es ser sabio en amor? Se debe decir, secundado en las palabras de Lacan que, al
contrario de la época, en El banquete “el amor y sus fenómenos, y su cultura, y
su dimensión, el amor ya no engrana desde hace algún tiempo con la belleza”
(Lacan, 1960, p. 44). De acuerdo con Lacan, esto se puede verificar “por ambas
partes; por el lado de las obras bellas, del arte, primero, y por el lado del amor”
(Lacan, 1960, p. 44). Es decir, el amor y el arte no se enlazan con la belleza;
éstos, quizá, van solos por los caminos de los hombres y en ciertas ocasiones,
como en la situación del banquete y en El banquete mismo, se entrecruzan para
juntar palabras, para expresar al unísono un solo decir.
Pero, ¿cuál es ese decir? Se advierte que esa manifestación está alejada de las
propiedades del amor, de la contemplación, de la belleza, aquella que da el
verdadero sentido a lo que nos intenta decir Platón sobre el amor. Este amor
del que nos habla Lacan muy presurosamente, como recordatorio, dice ser un
sentimiento de comedia, por cuanto de cómico podemos esperar de él; y quizá,
no sólo de cómico en la comedia, o de dramático en el teatro, o en el cine de
habitual, sino también para percatarnos de que es un tema del todo inagotable,
pero por lo inagotable desgastado en general, por la forma, por el tiempo, por
su definición. Lacan intenta brindarnos una noción elaborada del amor, por lo
cual recrea toda una serie de conceptos que en torno a él se manifiestan. In-
tenta brindarnos una posición diferente, y para ello debe sobrepasar las teorías
anteriores. En su intento por teorizar nos dice que “el amor es dar lo que no se
tiene” (Lacan, 1960, p. 45), y es precisamente esta definición, no tan consumi-
da, la que nos servirá de guía en la relación que queremos encontrar entre El
banquete y la transferencia; en otras palabras, lo que nos dará luces acerca de
lo que, en la interpretación de Lacan, intenta decir Platón respecto del amor
en El banquete. Se trata, a nuestra manera de ver, de lo que Lacan llamaría el
amor griego. Recordemos el recorrido que hace Lacan acerca del amor: el amor
cortés, el amor dantesco, el amor divino.
142 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Se debe tener en cuenta esta nueva posición, un concepto creado, como bien
lo dice Allouch, “a conveniencia de la experiencia del amor situado en la expe-
riencia analítica” (2009, p. 4), que “nos permitirá aislar en la relación del amor
los dos participantes –el amante y el amado– en neutro” (Lacan, 1960, p. 45) y
comprender cómo esta hilación y sus funciones están fielmente vinculadas con
la relación analítica; es decir, la relación analista-analizante, “el punto de partida
desde donde se intenta pensar el inconsciente y aquello de lo que trata el aparato
psíquico” (Miller, 2007, p. 43), en la cual veremos al amante como sujeto de deseo
y al amado como aquel que tiene algo en relación con lo que le falta al amante.
cadena significante y “en cuanto tal constituyente del sujeto, aquello por lo que
éste es distinto de la individualidad tomada simplemente hic et nunc” (Lacan,
1960, p. 115), que es lo que la define. Es decir, una individualidad que no está
limitada únicamente a lo que acontezca en el analizante, sino que involucra
tambien lo que pasa con el deseo del analista, quien es capaz de llegar a ocupar
su lugar en el análisis, “aquel que le debe ofrecer, vacante, al deseo del paciente
para que se realice como deseo del Otro” (Lacan, 1960, p. 125). De estas arti-
culaciones y sus relaciones entre sí derivan la importancia de la transferencia
y su tan estrecha relación con el amor a partir del discurso lacaniano. Veamos,
entonces, cómo se conjugan éstas relaciones, cómo se hilvanan.
El amor en El banquete
Para empezar a hablar de los discursos de El banquete a los cuales hacíamos
referencia anteriormente, abordaremos primero el discurso de Fedro para
adentrarnos en el problema del amor desde la perspectiva ya planteada, analista-
analizante. “El discurso de Fedro se refiere a la noción de que el amor es un
gran dios, casi el más antiguo de los dioses, nacido inmediatamente después
del caos” (Lacan, 1960, p. 56). Recordemos, de todas maneras, la dificultad
que existe, según Platón en El banquete, de decir del amor algo que se pueda
sustentar en el contexto en el que se desarrollan dichos diálogos. No es igual
decir algo ahora sobre el amor, dios o la religión, que decirlo en el tiempo en
el que se escribió El banquete, es decir, aproximadamente 384-379 años antes
de nuestra era. “Aquí las palabras tienen su importancia plena, la discusión es
verdaderamente teológica” (Lacan, 1960, p. 56).
Así como para la tradición cristiana, para este personaje de El banquete hablar
de amor es hablar de Dios y de sus atributos y perfecciones, de ese amor divino,
de sus efectos, de ese amor del cual los esfuerzos del hombre acabarían sepa-
rándose, por cuanto el amante y el amado “son eminentemente susceptibles de
representar la más alta autoridad moral, aquella ante la que no se puede ceder,
aquella ante la que uno no puede deshonrarse” (Lacan, 1960, p. 57), y de la
cual sólo queda el sacrificio ofrendado a un sólo dios. En este sentido, el amor
divino es el más alejado del concepto de transferencia. Donde hay dios no hay
analista porque el analizante adjudica todo el saber a dios. He aquí que “hemos
partido del amor como dios, es decir, como realidad que se manifiesta y se revela
en lo real. Así, no podemos hablar de él sino como mito” (Lacan, 1960, p. 65),
es decir, como aquello en relación con lo inexistente, con lo inexplicable, con
el encuentro con lo real, con la angustia.
144 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Nos hemos ocupado del concepto del amor, que para Lacan es de importancia
trascendental en el abordaje del concepto de transferencia, por cuanto marca
una perspectiva fundamental en las cuestiones que de ella se despliegan. Ahora
bien, ¿qué tiene que ver el amor, y sobre todo su enfoque en los discursos de El
banquete, con la transferencia? Y ¿cuál fue el camino por el que quiso transitar
Lacan en este asunto?
todo lo que sabemos sobre el inconsciente desde el principio, a partir del sueño, nos
indica que hay fenómenos psíquicos que se producen, se desarrollan, se construyen
para ser escuchados, por lo tanto, precisamente, por este Otro que está ahí aunque
no se sepa. Aunque no se sepa que están ahí para ser escuchados, están ahí para
ser escuchados, y para ser escuchados por Otro (Lacan, 1960, p. 203).
cación del deseo como deseo del Otro, el modo como se sitúa el analizante con
respecto al analista, al deseo que el analizante le atribuye al analista, deseo que
se convierte en la energía que mueve el análisis, ya que mantiene al analizante
pendiente del deseo del analista y de lo que este último quiere de él, lo cual
hace posible la transferencia.
su paciente. Pero debe saber no sólo no ceder a ellos, ponerlos en su lugar, sino
usarlos adecuadamente en su técnica” (Lacan, 1953-4, p. 57). Es decir, la forma
como debe utilizar la transferencia en el análisis.
18. Otra forma de concebir de acuerdo con Lacan la transferencia negativa es como una cierta
posición en el analizante de “no quitarle el ojo de encima al analista”, esto significa que
se trata de una resistencia por parte del analizante a entrar en transferencia plena con el
analista; es negativa en el sentido de negarse a la transferencia y no en el sentido de los
sentimientos de odio como negativos respecto del amor.
148 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
No importa la veracidad de las afirmaciones del paciente –si son verdad o menti-
ra–; es la expresión de lo real lo que debemos tener en cuenta, es esto lo que nos
La transferencia en la clínica psicoanalítica – Luis Jairo Obando Burbano 149
habla del goce del paciente y es donde debemos operar. “El fundamento único de
la verdad es que la palabra aun mentirosa, la invoca y la suscita” (1964, p. 139).
Bibliografía
– Allouch (2009). El amor Lacan. En: Orejuela, J. et al (Comp.) El psicoanálisis, el
amor y la guerra. Santiago de Cali: Bonaventuriana.
– _________ (1913). La iniciación del tratamiento, Madrid: Biblioteca Nueva, Cap. LX.
– _________ (1916-1917). “La transferencia”. Cap. XCVII. Parte. III. C. XXVII. En:
La teoría general de la neurosis, (pp. 2391-2401). Madrid: Biblioteca Nueva.
– _________ 1964. El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Buenos Aires, Barcelona, México: Paidós.
Ximena
UMz en convenio con Cinde (Centro Internacional de Educación y
Desarrollo Humano - cooperador de Unesco), Medellín. Trabajó en
Yadira el ICBF, CZ Popayán. Actualmente es docente orientadora en la I.E.
Perdomo Nuestra Señora del Pilar en Guatapé, Antioquia. Correo electrónico:
Quiñónez [email protected].
Introducción
Sobre la tendencia agresiva Freud escribe en diversas obras posteriores a sus
Tres Ensayos, pero a partir de 1920 esta argumentación toma el estatuto de
concepto con la pulsión de muerte. Cabe decir, además, que antes de con-
ceptualizar la pulsión de muerte, y ligado a la pulsión sexual, Freud se refirió
a la tendencia de hacer daño al semejante o a sí mismo, a producir dolor o a
recibirlo, enmarcado en el amor y el odio19 como una ambivalencia presente
en el ser humano.
Freud (1920) en Más allá del principio del placer encuentra, en efecto, que:
19. Varios textos Freudianos dan cuenta de esta elaboración: “Tótem y Tabú” (1912), “De guerra
y muerte. Temas de actualidad” (1915), “Pegan a un niño” (1919).
156 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Es así como Miller (1991) en Agresividad y pulsión de muerte, expresa que amor y
odio aparecen solidarios, escinden al sujeto y lo dejan “dividido por el semejante
de tal modo que se siente agredido o agresor con respecto al otro y con respecto
a sí mismo”. De ello resulta un carácter esencialmente paranoico en la relación
del sujeto con el otro, con todo el despliegue de rivalidad, odio y hostilidad.
El niño se identifica con esa imagen virtual imaginaria del espejo y supone que
“ése soy yo”, teniendo en cuenta que el yo para Lacan corresponde a una ilusión
de completitud, una imagen virtual. Esto coloca de entrada a Lacan en una
158 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
A esto se suma que ante el reflejo que el niño observa como la totalidad de su
imagen, en contraste con la falta de coordinación del cuerpo real, tal contraste es
experimentado por el niño como una tensión agresiva entre la imagen especular
que refiere ilusiones de totalidad que introducen una agresividad subyacente, y
el cuerpo real, puesto que la completud de la imagen parece amenazar al cuerpo
con la desintegración y la fragmentación.
Figura 1
Triada que nace de la competencia agresiva entre el despertar
del deseo por el deseo del otro
Prójimo
Objeto Yo
Por ello Lacan (1964) en sus Escritos considera la experiencia subjetiva como
punto de partida para reconocer el nudo central de la agresividad ambivalente,
y alude a observaciones hechas ya por San Agustín: “Vi con mis propios ojos y
conocí a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba
todo pálido y con una mirada envenenada a su hermano de leche” (p. 85). Esta
observación da cuenta de la relación de ambivalencia que se entreteje con el
semejante, pues a este hecho no se escapa ni el vínculo fraternal. Por ende puede
entreverse también la estrecha relación de la agresividad con el narcisismo, pues
como se había señalado anteriormente, la primera constituye una característica
fundamental de la segunda.
instancia inconsciente que reprime el deseo sexual del niño hacia la madre, el
ideal del yo ejerce una presión consciente a favor de la sublimación y le permite
al niño asumir un rol sexual.
Cabe señalar, además, que la agresividad no solo está presente en actos vio-
lentos como generalmente se esperaría, sino que también se manifiesta en
actos que parecen ser afectuosos, debido al carácter ambivalente presente en
cada persona. De ahí que Lacan (1964) mencione en los últimos párrafos de
su capítulo dedicado a la Agresividad y el Psicoanálisis: “Ninguna oblatividad
podría liberar su altruismo” (p. 97), pues como Freud ya lo había demostrado en
Más allá del principio de placer: “En el centro del narcicismo vendría a ubicarse
la pulsión de muerte” (p. 14) que llevaría al sujeto a experimentar sensaciones
que traspasan el placer mismo.
el goce aparece inicialmente adentro del sujeto. El organismo sería, entonces, donde
reposa el goce que luego se manifiesta como placer, pero su umbral en el organismo
se va expandiendo, hasta hacerse un placer que linda con el dolor, y luego, más
allá del principio del placer, en la autodestrucción (p. 45).
No obstante, no puede olvidarse que existe una gran diferencia entre el principio
de placer y el goce, en tanto que en la pulsión hay lenguaje, en cambio el goce
es mudo y se alberga en el cuerpo.
Una vez sentado, grosso modo, el bagaje teórico con el cual Lacan fue hilando la
noción conceptual de agresividad, podría enunciarse enseguida como hipótesis
de trabajo que la agresividad es en principio un modo de identificación narcisista
debido a la ambivalencia que se imprime en esta, y que además determina la
estructura formal del yo en la medida en que el yo se relaciona con el objeto,
pues aparece un rasgo de carácter agresivo que puede evidenciarse en el niño a
partir del estadio del espejo, en el que además de percibir la totalidad de su imagen,
advierte una amenaza agresiva a tal integridad, lo cual se traslada también a la
relación del yo con su semejante, incluidos aquellos más íntimos.
Un año más tarde Freud (1921) pone de manifiesto que la dupla amor-odio
guarda relación con una tendencia agresiva que define como “una disposición
instintiva innata y autónoma del ser humano”; hipótesis que desarrolla en Psico-
logía de las masas y análisis del Yo al especificar que “cuando la hostilidad se dirige
contra personas amadas decimos que se trata de una ambivalencia afectiva”
(p. 2330). Lo anterior deja entrever que Freud encuentra una tendencia a la
destrucción al semejante e incluso a sí mismo en la naturaleza del ser humano.
Lacan, por su parte, hace un gran énfasis en la conexión íntima entre el amor
y la agresividad, y postula que la presencia de uno necesariamente implica la
presencia de la otra. En este sentido, Lacan (1973) propone en su Seminario,
Libro 11 que “el amor es autoerótico” y que “tiene una estructura fundamentalmente
narcisista” (p. 186), puesto que como ya lo habia dicho en el Seminario, Libro
1, “es al propio yo al que uno ama en el amor” (p.142). No obstante, Grasser
(2002) refiere que Lacan reconoce dos tipos de amor, a saber: “Una primera
forma posesiva, egoísta y anal; y otra segunda forma que él llamaba «el amor
evanescente».” De acuerdo con Grasser, el amor posesivo corresponde a los
primeros cinco años de edad del ser humano, al cabo de los cuales se produce
una transformación.
dejaría agujeros que no podrían ser llenados, debido a que no hay desprendi-
miento de los objetos.
Por su parte, Grasser (2002) refiere que hay posibilidad de trascender del amor
posesivo hacia “el amor evanescente” de acuerdo con cómo se haya resuelto el
Edipo. Sin embargo, Lacan (1973) en su Seminario, Libro 11 afirma que “como
espejismo especular el amor es esencialmente engaño” (p. 99) puesto que, como
diría en su Seminario, Libro 8, “supone dar lo que uno no tiene” (Lacan, 1969, p.
14), refiriéndose al falo. Además, el amor no se dirige hacia lo que el objeto de amor
tiene, sino a lo que le falta, a la nada que está detrás de él. Es así como el objeto
es admirado en la misma medida en que viene a ocupar el lugar de dicha falta.
En este sentido, Lacan en su Seminario, Libro 20 manifiesta que “el amor mata el
deseo, puesto que el amor se basa en un fantasma de unidad con el amado” (p. 46) y
esto anula la falta, la diferencia que da origen al deseo. En este sentido, si el niño
todo lo tiene como en el caso de la sobreprotección, entonces no hay cabida para
la insatisfacción, pues todas sus demandas están colmadas; sin insatisfacción no
hay deseo, y sin este difícilmente el niño podrá alcanzar una separación subjetiva
que le permita asumirse en su propio deseo y no como el deseo de la madre, lo
cual, como se demostrará más adelante, es contraproducente.
Al respecto, cabe resaltar que la primera persona representada en el lugar del
Otro es la madre, de cuyo deseo está a merced el niño; mas cuando el padre
articula el deseo con la ley, mediante la castración de la madre, el hijo/a tiene
la posibilidad de no quedar atrapado/a en los caprichos del deseo de ella, es
decir, del fantasma materno.
De manera especial, se mostrará a continuación que en un Edipo esperado o
lo que podría llamarse normal es muy importante la manera como el niño se
enfrenta con la castración, ya que esta confrontación orientada por el padre
mediante la prohibición permite que en gran medida se anude el deseo a la
Ley; aspecto fundamental en la configuración del propio deseo del niño/a como
sujeto dividido.
[…] todo síntoma infantil se estructura a partir de la posición que ocupa el niño
en relación con la posición femenina de la madre, puesto que la madre, como
mujer, tiene una relación especial con la falta de un objeto primordial, que desde
el estudio que hizo Freud de la sexualidad femenina, ese objeto se caracteriza por
ser aquello que causa el deseo femenino y aquello que del lado femenino se inscribe
como faltante: El falo (p. 54).
Podría decirse que el falo es aquel objeto imaginario que se deduce a partir de
la subjetivación de una falta simbólica, evidenciada mediante la castración, la
cual concierne a todos los seres hablantes.
Cabe mencionar que con ese objeto la mujer tiene una relación fundamental,
con ese objeto el niño va a introducirse en la subjetividad de la madre, puesto
que el lugar que ocupa el hijo/a en dicha subjetividad es el de ser deseado en el
lugar de ese objeto del que ella carece.
Tal orientación hacia el padre permite que la niña simbolice la falta, es decir,
posibilita que la niña transforme la rivalidad imaginaria, en la cual esta falta
estaba incluida, en su relación con la madre. Pero también es necesario que la
niña se decepcione del padre para que pueda despegar esa demanda del padre
y la dirija a otro lugar, hacia los hombres.
En el caso del niño, él ocupa para la madre el lugar del objeto que a ella le
falta como mujer. Por ello, Lacan afirma que no solo se distingue la relación
de la madre con el niño, sino que además interviene su falta como mujer en
la relación madre – hijo; por tanto, Lacan habla de que se trata de una pareja
triangular y no dual.
En la figura hay una flecha que señala que el deseo de la madre (M) va orientado
hacia ese objeto imaginario (-j) que es el objeto que simboliza su deseo.
que lo que la madre desea es otra cosa, y que la madre no satisface todos sus
deseos en su relación con el niño.
Cabe señalar que durante este proceso tiene lugar un aspecto fundamental en
relación con la demanda del niño y la presencia intermitente de la madre, o
constante si se habla de una madre sobreprotectora. Para comprender esto debe
considerarse que en un primer tiempo “la madre opera para todo niño como
agente simbólico” (Gresser, 2002), pues la madre responde al llamado del niño
en la medida en que ella encuentra un significado a cada llanto o balbuceo en
términos de demanda.
Bien. Una de las estructuras más alienadas por la tendencia agresiva es la per-
versión. Por tanto, en el intento de comprender la perversión como estructura
deben considerarse esencialmente tres momentos por los cuales pasa la persona
cuya estructura es perversa: renegación, ley y desafío.
En este sentido, para que una persona asuma la castración simbólica se considera
que a la afirmación “la madre fue castrada por el padre” ha de seguir “la madre
es deseada por el padre y es deseante de él”, como lo menciona Lacan (1938) en
su texto Los complejos familiares en la formación del individuo. Pero es justamente
esta inscripción la que falla en el perverso, puesto que él niega en un segundo
momento que no es el objeto de deseo de su madre, con lo cual falla también
en la instauración de la ley, que le indicaría el lugar donde debería situarse.
Por su parte, la ley del deseo remite a la analogía del binomio madre-hijo en
relación con ser el falo-tener el falo, en tanto objeto causa de deseo del Otro.
En este sentido, reconocer que el objeto que él ofrece no es lo que el otro desea,
es reconocer que ningún objeto parcial o real ocupa el lugar del falo, sino el
deseo mismo; es decir, asumir que el deseo es siempre deseo de deseo hace parte
de esa castración simbólica. Para que ello tenga lugar en el niño, basta con que
éste asuma que el padre es deseado por la madre y que investido de ese deseo
el padre puede ser para ella el lugar del goce. De esta manera el sujeto puede
reconocer a su madre como prohibida ante el deseo, pero como modelo del
objeto de deseo en el futuro.
Cabe decir, de igual manera, que el perverso sólo tiene acceso a su goce en la
medida en que lo paga con el precio de una representación repetida de la cas-
tración y con ella ese goce es reiteradamente anulado; por tanto, el perverso al
pasar por las relaciones que definirían su identificación, en lugar de relacionarse
166 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
@ $
La madre manifiesta que no quiere que nadie, aparte de ella, se encargue del
cuidado de la niña, debido a que su hija solo ha crecido con ella y nunca la
ha dejado sola, ni siquiera cuando la niña ha estado hospitalizada por el asma
que sufre.
Ahora bien, el hecho de que la niña no haya estado en los planes de su madre
en el momento de la concepción, y el marcado rechazo durante la gestación
(debido a que no le dirigió una sola palabra), coadyuva a que esta haya asumido
una posición de madre sobreprotectora.
La niña se comporta como una gran tirana en relación con su madre, pues la
toma por el cabello cuando la madre no accede a sus deseos, entre otras patale-
tas. Pero la madre, en lugar de refrenar estas actitudes, le concede todo lo que
la niña le pide, e incluso le da hasta lo que no necesita. En este caso se puede
afirmar que la niña en ausencia de un mediador que le permitiera acceder a la
falta en ser, no se vio enfrentada a la castración, por lo cual no ha tenido lugar
la renuncia al goce, y con ello tampoco ha logrado civilizar el vínculo, cosa que
le trae sufrimiento en la media en que la relación con sus semejantes puede
resultar caótica.
En una ocasión en que la madre se hallaba sola en el consultorio, mientras su
hija interactuaba con algunos niños en el césped pudo observarse que ésta trata
de arrebatarle una fruta de manera agresiva a una niña de año y medio, ante lo
cual la defiende su hermana de aproximadamente nueve años, a quien su hija
toma por el cabello y la golpea, y cuanto más le dice a madre que pare, lo hace
con más fuerza; es decir, parece que goza causando dolor al Otro.
De igual forma, la niña en una ocasión usó un arma blanca para amenazar a
su madre porque ella se negaba a entregarle dinero; y es cruel físicamente con
los animales, dado que mata todo insecto y mariposa –entre otros animales
pequeños– que cae en sus manos.
La manera como la niña se comporta da cuenta de varios síntomas asociados a
rasgos propios de una estructura perversa, los cuales afloran con más fuerza en
la medida en que la niña va saliendo del Edipo.
Es así como Lacan (1969) en Dos notas sobre el niño, respecto al cuidado ma-
terno señala que “sus cuidados llevan la marca de un interés particularizado,
aunque solo fuese por la vía de sus propias faltas”, atendiendo a la castración
de la madre. En este sentido, “Lacan concibe que la madre también transmite
algo suficientemente malo por no ser ideal”, y es justamente dicha imperfección
lo que el hijo/a debe observar, pues “lo peor es la madre ideal” (Ramírez, 2000,
p. 25), dado que como madre ideal no permitiría el reconocimiento de la falta
en ser de su propio hijo, y negarle esta posibilidad al ser a quien dice amar in-
condicionalmente refiere maltrato en la medida en que “sólo cuando una madre
desea a un hijo, le excluye de toda configuración de maltrato” (Gallo, 2008).
[…] Todo lo que puede reducir una madre a una función ideal produce efectos
catastróficos. […] Por ello es necesaria una madre con fallas, para que obstaculice
la madre ideal. Pero esa función de la madre, dice Lacan en la nota que nos ocupa,
está articulada a la del padre (p. 38).
En este sentido, el Nombre del Padre es el que designa un lugar, un orden y una
regulación al deseo en el niño, para tratar de humanizar el deseo para regular
el goce: es la función de la cual el padre debe encargarse.
Por tanto, en el caso de la neurosis el niño viene a ubicarse en el lugar del síntoma,
pues como dice Lacan (1969): “El síntoma del niño se encuentra en el lugar desde
el que puede responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar”.
Esta afirmación implica que el síntoma del niño involucra otros síntomas fami-
liares, pero además que “El síntoma como un encadenamiento significante S1-S2
representa un sujeto en el lugar de la verdad” (Ramírez, 2000, p. 29); y si el niño
ocupa el lugar de síntoma es porque representa una verdad correspondiente a
la cadena significante en la que se halla inscrito.
Al escuchar a Adriana con calma, se encuentra que ha tenido una vida social
reducida, que no ha logrado alcanzar una separación subjetiva, pues en gran
medida sus padres han ejercido influencia sobre cada decisión que ella ha inten-
tado tomar. Adriana manifiesta que durante su adolescencia sentía tanta presión,
especialmente de su madre, sobre todas las actividades que ella realizaba en el
colegio y sobre las amigas que pretendía tener, que llegó un día en que trató de
escapar de esa situación suicidándose, intento que no pasó a mayores, por lo
cual no recibió asistencia médica. Luego de este intento sucedieron algunos más.
Expresa que sentía esperanza al cortarse las muñecas en momentos de extrema
angustia, pues pensaba que tal vez era la única salida para escapar de su madre.
Cabe señalar que Adriana se ubica en una posición histérica, pues su discurso
da cuenta de un extremo sentimiento de abandono. Su madre, por el contrario,
elabora un discurso sobre la base de unos rasgos perversos, por lo cual ella refiere
que la única que necesita ayuda profesional es su hija; que el problema está
situado en Adriana. Así mismo manifiesta que como su hija actúa de manera
impulsiva, ella siempre se ha visto en la necesidad de estar “muy encima” de
Adriana para evitar que cometa más errores.
De igual forma sucede con una adolescente de quince años, que para este caso
se llamará Luisa, quien estuvo durante quince años al cuidado de su abuela
materna únicamente y esta consideraba que solo ella estaba en condiciones de
proporcionarle los cuidados necesarios a su nieta, pues su hija vivía en otra ciu-
dad. De modo que Luisa creció en un ambiente restringido, en el cual la abuela
trató de proporcionarle todos los cuidados por sus propios medios; incluso, a
la única institución a la que envió a su nieta fue al colegio, pero fuera de allí
le daba temor, al estar su nieta bajo su responsabilidad, y al no poder estar a su
lado todo el tiempo algo le sucediera.
En este sentido, como lo señala Ramírez (2003) “el niño inicialmente depende
directamente de la subjetividad de la madre”, etapa en la que no puede ser
descartado el narcisismo primario, presente tanto en la madre como en el hijo.
Visto así, y parafraseando a Lacan, Ramírez menciona que “no hay armonía, no
hay felicidad entre madre e hijo; hay irrupción fantasmática […]”, puesto que
las condiciones en que una madre viene a engendrar un hijo están rodeadas
por el fantasma de la madre.
Lo anterior ratifica que “cuando el niño no tiene valor de ideal para la madre,
sin la mediación paterna, aparece el valor del goce” (Ramírez, 2000). Se trata,
entonces, de un caso extremo en el cual el síntoma que prevalece en el niño
resulta del fantasma de la madre. En este sentido, cuando el síntoma del niño
se halla en correlación con el fantasma de la madre, tiene lugar aquella metá-
fora que Lacan propone en el reverso del psicoanálisis y que Ramírez (2003)
menciona en su texto: “Lacan compara a la madre con un cocodrilo devorador
del hijo y el Nombre del Padre como el barrote que colocado verticalmente en
la boca del cocodrilo impide que la madre devore al hijo” (p. 46).
De otra parte, para que se instaure el Nombre del Padre es preciso no solo la
presencia del padre –literalmente, que el padre se presente–, sino, además, que
sea la madre quien presente al padre ante el hijo e igualmente al hijo ante el
padre, para que el hijo crezca respetando la autoridad paterna. De efectuarse
esto, es posible que se instaure la ley, la cual a su vez instaura el orden psíquico.
Podría concluirse, entonces, que la Ley vendría a ser la actitud que tiene el
padre para prohibir el incesto y que podría ejemplificarse de la siguiente forma:
Con tu madre no te acostarás, con tu hermana no te acostarás y a mí no me matarás.
De modo que el niño que aprende la Ley de la prohibición del incesto puede
conducir su vida con los cánones de lo que conoce como un buen ciudadano
(un neurótico normal).
Cabe decir, además, que tanto en los casos de perversión como de psicosis influye
marcadamente la actitud sobreprotectora de la madre, quien –aun en presencia
del padre y pese a que éste procure instaurar la Ley en el hijo– se encarga de
debilitar el Nombre del Padre, debido a que lo que ella pasa por la palabra puede
ser o bien un padre débil o un padre forcluido, lo que puede generar estragos en
el hijo, los cuales se acentuarán en una estructura que poco favorezca la manera
de relacionarse con su semejante y, por el contrario, regule menos la tendencia
agresiva a la destrucción y a la autodestrucción misma del ser.
Por ello, como bien lo señalan Zapata et ál. (2009), el psicoanálisis concibe el
maltrato como una “dimensión del orden de la intimidad familiar, que por estar
atravesado por el masoquismo primordial de la sexualidad femenina se convierte
en un asunto estructural dentro del núcleo familiar” (p. 54).
De modo que cuanto mayor sea el cuidado y amparo de una madre con su hijo,
mayor saturación del deseo y menor cercanía con la castración tendrá el sujeto,
y con ello menor posibilidad de ubicarse como sujeto civilizado.
A modo de conclusión
Para que el deseo se anude a la Ley debe estar presente el Nombre del Padre,
pues de esta manera tendrá lugar el triángulo edípico, a partir del cual habrá
una regulación de ese deseo y una inserción en la cultura. Por lo tanto, el hom-
bre, por intermedio del deseo, hace valer en la madre que ella es una mujer y
que introduce en ella una división, y es la división que el niño en cierto modo
toma en cuenta. Una muestra de ello podría ser, que en tanto la presencia de
un hombre en posición masculina, permite que el hijo observe que la madre
tiene una falta como mujer deseante y deseada por el padre, y no precisamente
por él en posición de hijo.
Cabe señalar que es con ese objeto con el cual la mujer tiene una relación fun-
damental y con el cual el niño va a introducirse en la subjetividad de la madre,
puesto que el lugar que ocupa el hijo/a en dicha subjetividad es el de ser deseado
en el lugar de ese objeto del que ella carece. En este sentido, puede decirse que
cuando una madre colma a su hijo de todo lo que éste necesite o exija, podría
hablarse de sobreprotección, posición desde la cual se duda de un deseo genuino
de la madre por el hijo, como bien lo señala Gallo (2008), y visto desde este
punto de vista el hijo/a está expuesto a un alto riesgo de maltrato, dado que el
maltrato tiene sus raíces en la falta de deseo de una madre por su hijo/a.
La sobreprotección: una intención agresiva – Ximena Yadira Perdomo Quiñónez 175
Bibliografía
– Aulagnier, P. (2000). La perversión 19. Madrid: Editorial Azul.
– Freud, S. (2006). Obras Completas. Más allá del principio del placer. Buenos Aires-
Madrid. Traducido por José Etcheverry. Amorrortu Editores. Volumen 18, p. 14 y
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– Gallo, H. (1999). Usos y abusos del maltrato. Una perspectiva psicoanalítica. Medellín,
Colombia. Editorial Universidad de Antioquia.
– ______ (1964). El Seminario de Jacques Lacan. Libro 11. Los cuatro conceptos funda-
mentales del psicoanálisis. Texto establecido por Jacques-Alain Miller. Buenos Aires,
Barcelona y México. Ediciones Paidós.
– _______ (1964). Escritos I. El estadio del espejo como formador de la función del yo (je)
tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno
Editores.
– Miller, J.-A. (1998). ¿Qué es ser lacaniano?. El partenaire - Síntoma. Buenos Aires:
Editorial Paidós.
Johnny Orejuela
Johnny Javier Orejuela Gómez
Psicólogo de la Universidad del Valle. Psicoanalista. Magíster en
Sociología de la Universidad del Valle. Doctorando en Psicología
Social, Universidad de Sao Paulo -Brasil-. Colaborador del Grupo
de Investigación Estéticas Urbanas y Socialidades. Director de la
Maestría en Psicología de la Universidad de San Buenaventura,
Cali. Ex-coordinador académico y docente de la especialización en
Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica de la USB, Cali.
Docente-Investigador, asociado de la Facultad de Psicología USB,
Cali. Miembro del Colectivo de Análisis Lacaniano Canal. www.
colectivocanal.org. Análisis personal con el doctor Javier Navarro por
ocho años. Algunas de sus publicaciones: El psicoanálisis, el amor y la
Johnny guerra (2009) [Editor], Sujeto, amor y goce en el estilo de vida Swinger
(2010) [coautor], La práctica swinger ¿una práctica perversa? (2012),
Javier Palabra Plena: conversaciones con psicoanalístas (2012), entre otros.
Orejuela
Gómez
Correos electrónicos: [email protected]; jjo@usbcali,edu.
co. www.johnnyorejuela.jimdo.com.
Es necesario que haga ante ustedes la pregunta: ¿es Lacan estructuralista?
En un primer sentido, Lacan es estructuralista y su noción de estructura
le viene de Román Jakobson, por intermedio de Claude Lévi-Strauss,
y también directamente de su trabajo con Jakobson que, efectivamente,
puede ser a la vez colocado entre sus maestros y sus amigos.
En un segundo sentido, Lacan es estructuralista pero no es un estructuralista
radical, porque se ocupa de la conjunción entre la estructura y el sujeto,
mientras que para los estructuralistas, la cuestión misma del sujeto no existe,
queda reducida, es un cero. Lacan intentó, por el contrario,
elaborar cuál es el estatuto del sujeto que es compatible con la idea de estructura.
En un tercer sentido, Lacan no es para nada un estructuralista porque
la estructura de los estructuralistas es una estructura coherente y completa
(por principio la estructura diacrítica es completa), mientras que la estructura
lacaniana es fundamentalmente antinómica y descompletada. Diría que el primer
aspecto es bien conocido y que los otros dos son mucho menos conocidos
(Miller, J. A., 1986; pp. 20-21).
Resumen
El presente capítulo tiene por propositivo plantear la discusión respecto
de la relación de Lacan con el paradigma estructuralista y apunta a aclarar
su posición respecto de esta orientación epistemológica tan en boga en un
periodo del desarrollo de su pensamiento, lo que sin duda ha marcado su
obra, pero a la vez se constituye en uno de los puntos de fuerte crítica en su
contra, lo que creemos injusto por demás, pues descuidan tanto precisiones
del estructuralismo como particularidades de Lacan. Aquí abordamos la
discusión enmarcada en la definición de lo que es el estructuralismo como
referencia epistemológica, cuál es la noción de estructura de la que parte, y
finalmente, en qué medida o desde qué perspectiva se puede considerar o no
a Lacan un estructuralista, sobre todo cuando de valorar su oferta clínica se
trata. Consideramos, sin duda, que Lacan es un heredero del estructuralis-
mo, pero pensamos que no es un heredero cualquiera; la relación de Lacan
con el estructuralismo es paradójica, pues es y no es un estructuralista –tal
180 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Generalidades
El estructuralismo puede ser concebido de diferentes maneras según diferentes
autores. En general, se considera que el estructuralismo es una teoría. A este
¿Es Lacan un estructuralista? – Johnny Orejuela 181
Antecedentes
Los orígenes del estructuralismo pueden rastrearse en dos campos: el de las
ciencias formales y el de las ciencias sociales. En el campo de la ciencia formal,
el estructuralismo tiene origen en las matemáticas, particularmente en las
matemáticas relacionadas con la teoría de conjuntos y el cálculo diferencial:
“La obra de Lévi Strauss es pura etnología que recoge de las matemáticas la
teoría de conjuntos, los grupos de transformación, el cálculo matricial, las per-
mutaciones y algunas nociones más” (Auzias, J.M., 1970, p. 48). Y en el campo
de las ciencias sociales tiene origen en la lingüística estructural de F. Saussure
(cuyo trabajo fue continuado por R. Jakobson, además de la escuela de Moscú
y la escuela de Praga). De estos dos autores, pero principalmente de Saussure,
Lévi Strauss retomó la noción de estructura y la aplicó al estudio de los mitos
y de las relaciones de parentesco.
¿Es Lacan un estructuralista? – Johnny Orejuela 183
p. 92). Es esto lo que explica por qué en Lacan se da un giro del estructuralis-
mo lingüístico al estructuralismoo matemático, más exactamente topológico.
Lacan, con el grafo del deseo, el matema del fantasma y artefactos como la
banda de moebius, intenta matematizar al psicoanálisis, formalizar la teoría,
darle estatuto científico.
La noción de estructura
El vocablo estructura procede del latín struere, que significa construir. El Diccio-
nario Larousse da una definición asociada a 1. Modo como un edificio está
construido y 2. Por extensión, ordenación de las partes de un edificio desde el
punto de vista de la belleza arquitectónica, de la belleza plástica. También, remite
a vocablos como orden, constitución, contextura, disposición, forma y organización.
En química, se refiere a la agrupación de diferentes partes de un conjunto o de
puntos que permiten su cohesión: estructura del átomo…, sistema complejo
como característica de este conjunto y como duradera. En filosofía, estructura se
utiliza a propósito de un conjunto, de un todo formado por fenómenos solidarios,
tales que cada uno depende de los otros, y no puede serlo más que por su rela-
ción con los otros. Vemos, pues, cómo la noción de estructura está ligada a las
nociones de conjunto, orden, organización, totalidad y forma. En este sentido,
la estructura así definida es muy poco diferente de la forma, y adicionalmente
se indica que la estructura puede encontrarse en conjuntos diferentes, esto es,
la estructura es la ley de formación e inteligibilidad de los diversos conjuntos.
Para aclarar la definición de estructura, Jean Pauillon (1966) ofrece una clave
para comprender el lenguaje estructuralista, y nos recuerda la diferencia en el
francés entre los adjetivos structurel y structural:
¿Es Lacan un estructuralista? – Johnny Orejuela 187
Permiten mostrar que este dualismo (encerrado en una sola palabra en español)
no es en modo alguno una ambigüedad: una relación es structurel cuando se la
considera en su papel determinante en el seno de una organización dada; la misma
relación es structurale cuando es susceptible de realizarse de varias maneras dife-
rentes e igualmente determinantes en varias organizaciones. Structurel remite a la
estructura como sintaxis y Structurel remite a la estructura como realidad (p. 42).
Por otra parte, Piaget (1971) concibe que una estructura es:
“un sistema de transformaciones, que implica leyes como sistema (por oposición
a las propiedades de los elementos), y que se conserva o se enriquece por el juego
mismo de sus transformaciones, sin que estas lleguen más allá de sus fronteras o
recurran a elementos exteriores. En una palabra, una estructura comprende, de este
modo, los tres caracteres de totalidad, transformaciones y autorregulación” (p. 17).
Para Piaget (1971) la estructura debe poder dar lugar, por un lado, a una forma-
lización, permitir la inteligibilidad de la realidad, y por otro, permitir identificar
los caracteres generales (las invariantes) a pesar de sus transformaciones.
188 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
20. En adelante y hasta el siguiente subtítulo, los entrecomillados no llevarán autor, pues todos
se refieren al planteamiento de Deleuze (1973).
¿Es Lacan un estructuralista? – Johnny Orejuela 189
Los sujetos verdaderos no son los individuos empíricos, sino en primer lugar
las plazas o posiciones en un espacio estructural y topológico definido por las
relaciones de producción (Althusser), por las posiciones en la familia (Freud)
y por las posiciones subjetivas en relación con el Otro, en las estructuras
clínicas (Lacan). Los sujetos son secundarios a estas posiciones, pues ellas
los definen. No hay sujetos ni preexistentes ni por fuera de ellas.
En este preciso punto, quisiéramos detenernos para indicar que es por esta
posibilidad de asumir imaginariamente, singularmente una posición, que
consideramos que no hay tal negación del sujeto ni una visión tan reducida
de él en la estructura, menos aun en el psicoanálisis y la clínica ofertada
por Lacan. Pues ese rasgo único que singulariza al sujeto, la particular
posición subjetiva que tuvo en la estructura familiar y para interpretar los
significantes que marcaron su historia de vida, es lo que hace al individuo
único, sujeto de la historia y del lenguaje pero no de cualquier manera, ni
¿Es Lacan un estructuralista? – Johnny Orejuela 191
6. El cuadro vacío: Se dijo que el objeto que está presente en ambas series y hace
de embrague entre ellas es un elemento simbólico, y es simbólico porque no
pertenece a ninguna de las series en particular, pero las recorre, circula entre
ellas y salta de la una a la otra con rapidez. Este objeto simbólico, inmanente a
las dos series y punto de convergencia de ellas, no puede llamarse sino objeto
=X, objeto de adivinanza, misterioso, objeto enigmático que en psicoanálisis
se denomina objeto “a”, objeto de goce, objeto de deseo. El objeto “a” es
parte constitutiva del matema del fantasma que es: $ ◊ a. El objeto “a” es la
forma particular de designar algo que no existe, el objeto complementario
que está por siempre perdido. Es un ludión teórico va a decirnos Eidelsztein
(2001).
Este objeto “a”, =X, enigma, es un objeto que domina la estructura, objeto
diferenciador, simbólico, no imaginario, no se encuentra donde se le busca y
se le halla donde no se le busca. Ese tercer elemento simbólico diferenciador
es el que mueve la estructura, le imprime dinámica. Todas las otras posiciones
tienen una relación absoluta con el objeto “a”; la “estructura está movida por
este tercero original que también falta en su propio origen”. El objeto “a” no
es el objeto que falta, sino el objeto que viene a colocarse en el lugar de un
vacío, en el lugar de un objeto que se perdió; y se coloca en ese lugar haciendo
semblante. El objeto =X no tiene lugar, porque circula en la serie. Carece de
194 Abordajes psicoanalíticos a inquietudes sobre la subjetividad
Lacan sin duda se benefició del estructuralismo de su época que le sirvió para
sistematizar la clínica freudiana. Tuvo la genialidad de tomar a Freud y sistema-
tizarlo tanto en su teoría del sujeto como en su clínica; fue capaz de dar orden
a las estructuras freudianas formulando una clínica estructural y para eso se
valió del estructuralismo lingüístico y antropológico. Organizó con base en el
estructuralismo una clínica que si bien le permitió comprender que hay estruc-
turas neuróticas, psicóticas y perversas como posiciones subjetivas genéricas en
relación con el Gran Otro, también le posibilitó superar la fenomenología de los
síntomas respecto de la histeria, la obsesión, las psicosis, etc., para comprender
¿Es Lacan un estructuralista? – Johnny Orejuela 195
y dejar muy claro que pese a que la histeria es una estructura clínica como to-
talidad organizada –pero incompleta– alrededor de la represión que trae como
síntoma en plus la insatisfacción como condición estructural para todos aquellos
que participan de esa estructura, cada histérica es una a la vez, cada neurótico
es particular y cada psicótico es singular; que no hay sujetos idénticos; que las
estructuras clínicas son una forma de organización teórica que sirve como es-
quema general para orientar la cura, pero que ningún paciente se reduce a esa
etiqueta diagnóstica; por el contrario, el paciente con su particularidad la puede
interrogar, y solo puede ser idéntico a sí mismo. La comprensión estructuralista
de Lacan jamás le impidió darle toda centralidad a la singularidad del sujeto en
relación con la verdad que lo constituye en relación con su historia personal que
siempre es socio-históricamente situada, lo que se traduce en una oferta clínica
del caso por caso, pues hay principios -estructurales- pero no estándares.
“Que quede claro: el sujeto soporte de las estructuras (ideología, lenguaje e incons-
ciente) no es el organismo biológico en algún momento de su maduración; el sujeto
soporte es un presupuesto abstracto, condición de la existencia de la estructura.
Estructura que, sobra decirlo, no podría existir sino en –y a través de– estos su-
jetos soportes que corporizan sus posibilidades de funcionamiento” (Braunstein,
1980, p. 85). Hecha esta claridad, Lacan no podría ser considerado, pues, un
“estructuralista a ultranza” en el sentido de ese estructuralismo mal entendido
que prescinde del sujeto, pues Lacan comparte la concepción de la autonomía de
lo simbólico, pero al mismo tiempo le preocupa darle cabida a la singularidad, a
lo unario de cada sujeto (Leader, D.1995). No olvidemos que para Lacan solo
es sujeto aquel que se pregunta cómo ha devenido en serlo. El proyecto final de
Lacan es, por tanto, volver a encontrar en el sujeto, por medio del psicoanálisis,
las tres fuentes no psicológicas de la humanidad individual: felicidad, libertad y
verdad (Auzias, J. M. 1970).
Bibliografía
– Auzias. J.M. (1970). El estructuralismo. Madrid. Alianza editorial.
– Navarro, J. (2011). Lacan está lejos de haber sido leído completamente, parece inago-
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– PAUILLON, J., et. al (1969). Problemas del estructuralismo. México: Siglo XXI.
– Quintero, J. (2012). “Lacan está lejos de haber sido leído completamente; parece
inagotable”. Entrevista a Javier Navarro 2011. En: Orejuela, J. (Comp.). Palabra
Plena: entrevistas con psicoanalistas en Cali. Santiago de Cali: Bonaventuriana.
– Zafiropoulos, Markos. (2001) Lacan y las ciencias sociales. Buenos Aires. Nueva
Visión.
Posfacio
Por: Johnny Orejuela
Algunas consideraciones sobre los principios clínicos
y la actualidad de la clínica freudo-lacaniana
dice J. D. Nasio (1998), se termine siendo más uno mismo, pues analizarse es
el proceso de pasar de lo inicial a lo inicial.
Para empezar, digamos que aún subsiste el debate, aunque en menor proporción
que en el pasado, sobre si la clínica psicoanalítica es o no una terapéutica. Algu-
nos en posición radical, consideran que de ninguna manera se puede considerar
el psicoanálisis como una terapéutica, pues su propósito no es curar en el sentido
general que dan a la cura otras ofertas psicoterapéuticas: adaptar el sujeto a la
“realidad” o a un cierto ideal de normalidad estadística y socialmente aceptado.
Otros, por su parte, aunque admiten que la cura puede venir como plus del ejer-
cicio de analizarse, consideran que lo central es el trabajo sobre el inconsciente
y que la cura es algo adjetivo, razón por la cual el psicoanálisis no debería ser
inscrito en la serie de las psicoterapias. Y otros, en posición intermedia, sostie-
nen que si bien no se puede negar la importancia del trabajo sobre la historia
personal y el inconsciente como base, por ser el propósito del análisis ayudar a
un sujeto a disminuir el sufrimiento que padece se podría asimilar a un proceso
terapéutico21 (en el sentido de terapon, acompañamiento en un tramo difícil –Ei-
delsztein, 2000–) como lo indican los dos epígrafes que encabezan este apartado.
Visto así, el psicoanálisis nació no solo del interés intelectual de Freud (1904)
por el inconsciente, sino por su espíritu humanista, “la meta de una psicoterapia
exitosa es cambiar el sufrimiento extremo del neurótico en la aflicción normal de
la existencia humana”. Diremos, entonces, respecto de la clínica psicoanalítica,
21. Terapia: etimologicamente viene de therapeutikós “servicial” que cuida de algo o alguien,
therapeutes: servidor (Coroninas, 1961, p. 541)
Posfacio 203
Creemos que esto nos permite comprender mejor y superar la antinomia clínica
versus psicoterapia, pues como nos lo indica Dunker (2011) una propuesta clí-
nica incluye una etiología, una semiología, una diagnóstica y una terapéutica. Si
se reconoce la clínica freudo-lacaniana como una clínica en este sentido quizás
quede superada la discusión.
Empecemos por aceptar, con J. D. Nasio (1998) que la cura, como efecto te-
rapéutico del análisis, “es algo que el analista no debe buscar, pero sí es algo
que el analista puede esperar”(p. 106). Esto significa que los analistas freudo-
lacanianos debemos estar atentos a evitar aquel efecto contratransferencial (en
el sentido de que opera en contra del establecimiento de la transferencia como
motor del análisis) que Freud advirtió muy temprano: el furor curandis, ese deseo
vehemente de curar al sujeto como manifestación de amor del analista, porque
obstaculiza el análisis como experiencia de relación con el inconsciente, e impide
la cura como plus. Es decir, el análisis no debe buscar la cura, no porque no sea
un noble propósito humanista que subyace en toda la operatoria psicoanalítica,
sino porque su búsqueda incesante e inmediata impide que tal propósito pueda
ser efectivamente alcanzado. Las paradojas de esta experiencia.
Además de estas y otras prescripciones que los lectores podrán agregar e incluso
considerar más relevantes, existe un principio clínico que singulariza la clínica
freudo-lacaniana: la clínica no está orientada por estándares sino por principios; se
trata de una clínica del caso por caso. En este fundamental principio convergen
todos los anteriores, norte que novatos y “experimentados” (con el inconsciente
no hay experiencia que valga) nunca deben perder de vista, pues es consecuente
con la teoría del sujeto (del inconsciente) y el método propuesto (clínico) en el
marco de una epistemología estructural-dialéctica. No hay dos casos idénticos
esto ya se discutio en el capítulo sobre el estructuralismo; por ello la clínica
no puede fijar estándares sino que debe atender cada caso en su particularidad
(neurosis) o en su singularidad (psicosis). Es este principio cardinal, que debe
observarse rigurosamente, lo que singulariza la clínica psicoanalítica: la clínica
del caso por caso. Así, no hay estándares ni para el proceso, ni para el paciente
y su posible analizabilidad, menos aun para el psicoanalista que en todo caso
esta impelido inevitablemente a desarrollar un estilo propio, su estilo, condición
sine qua non es posible autorizarse como analista, y “Nada ayuda mas en esta
tarea que separarse del otro. Cuanto mas rico, extenso y complejo el otro mejor
será su estilo, su corte, su separación” (Dunker, 2010).
La anterior es sólo una versión, a guisa de ilustración, del proceso que anuda
esos cuatro principios clínicos. Cada quien podrá enfocarlo según su repertorio
y conveniencia, pero de seguro aludirá a los mismos términos.
Hay otro principio sustancial no solo técnico sino ético: No está en posibilidad
de orientar el análisis de otro sino aquel que ya ha pasado por sí mismo y en su propio
cuerpo la experiencia de su análisis personal (por demás consistente con que el
resultado de todo análisis es un analista). No hay otra manera; la supervisión
de casos lo ratifica: el obstáculo para orientar un análisis no es tanto técnico como
subjetivo, así como la dificultad para comprender la teoría psicoanalítica no
obedece a un problema cognitivo sino subjetivo (J. Navarro, 2012). Después
de haberse analizado (o en el proceso mismo paulatinamente) los conceptos de
Freud y Lacan se transparentan (como una buena jarra de cerveza, dirá Lacan),22
se comprende mejor su lógica argumentativa; incluso resulta menos incómoda
la jerga lacaniana y su tendencia hermética y gongorística. Se aclara la relación
entre los conceptos y se deriva en conclusiones lógicas respecto de la trama
conceptual y clínica. A esta aseveración cabe sólo agregar que el psicoanálisis
es la perspectiva clínico-terapéutica que más insiste en la observación de este
principio como la condición sine qua non para autorizarse como analista/tera-
peuta. Otras sin duda lo dicen, pero no lo plantean como una exigencia ética
con consecuencias técnicas, y terminan autorizándose desde otras lógicas: la
certificación universitaria, p.e.
22. Ver entrevista a Jacques Lacan, Freud por siempre, 1974. En: Palabra plana: conversaciones
con psicoanalistas. Santiago de Cali: Bonaventuriana.
23. Ver Análisis epistemológico de las psicologías con énfasis en psicología transpersonal. Santiago de
Cali: Bonaventuriana. (2011).
Posfacio 207
Tengo la firme impresión de que la clínica de los nudos tiende, al menos en su más
difundida aplicación actual –o en lo que soy capaz de leer de ella-, a una concepción
individualista. Casi siempre se trata en las presentaciones del nudo de “alguien”,
quien a pesar de ser designado “sujeto”, o “sujeto dividido”, es concebido como un
uno, sin inmixión de Otredad” (p. 27).
– Braunstein, Néstor (1980). Psiquiatría, teoría del sujeto y psicoanálisis: hacia Lacan.
México: Siglo XXI.
– Dunker, Christian (2010). Os 27+1 erros mais comuns de quem quer escrever
uma Tese em Psicanalise. Revista da Associação Psicanalítica de Curitiba. Vol. 20.
Editora Jurúa.
– Eidelsztein, Alfredo (2008). Las estructuras clínicas a partir de Lacan. Vol. II.
Buenos Aires: Letra Viva.
Y es lo primero que debo destacar del valor que tiene este libro: aquí el
estudiante opera como productor de saber y da testimonio de que las
preguntas se las ha formulado con toda la seriedad del atrevimiento.
Evoco al Lucilio destinatario de las cartas de Séneca; en ellas es eviden-
te que Séneca no agota su contenido confiriendo consejos sino que él
mismo se atreve a pedirlos de su interlocutor. Evoco la correspondencia
del psicoanalista Sigmund Freud con el otorrinolaringólogo Wilhem
Fliess, que situado en la condición de no saber, consiguió convertirse en
maravilloso testigo del ejercicio fundacional del psicoanalista. Evoco (o
más bien, imagino) la coral de lectores prefigurada por los autores de los
capítulos de este libro, concediéndoles una sinfonía de música concre-
ta, tipo Schoenberg, a la manera de su La Noche Transfigurada,
estrenada por la misma época en la que
se publicó la primera edición de La
Interpretación de los Sueños...
ISBN 978-958-8436-88-3
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