Ponencia Final Congreso Laicos 2020
Ponencia Final Congreso Laicos 2020
Ponencia Final Congreso Laicos 2020
0. Premisa
En la dinámica de nuestro Congreso, la Ponencia final tiene un doble objetivo: de un
lado, presentar las aportaciones que, en un ejercicio de discernimiento, los Grupos
de Reflexión han formulado tras el recorrido de los cuatro itinerarios que
constituyen el eje central de nuestro encuentro; de otro, ofrecer un escenario de
futuro inmediato que nos permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio
de sinodalidad, hemos podido identificar durante este proceso.
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Los laicos somos una parte fundamental del pueblo de Dios. También los laicos
somos discípulos misioneros de Jesús. No somos una cosa o la otra, sino discípulos
misioneros, sin separaciones, sin divisiones, sin compartimentos estancos. Somos
discípulos misioneros:
- con la mirada puesta en Jesús. Somos hombres y mujeres de fe que miramos
a Jesús y queremos mirar la vida con la mirada de Jesús. “La fe no sólo mira a
Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una
participación en su modo de ver” (LF 18).
- conscientes de nuestra propia vocación. Somos hombres y mujeres
agradecidos por el regalo de la vocación que el Señor dibuja en nuestras
entrañas. “Porque la vida que Jesús nos regala es una historia de amor,
una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la
tierra de cada uno” (ChV 252). Deseosos de vivir en comunión con los
cristianos que tienen otras vocaciones dentro del Pueblo santo de Dios.
- con una vida entregada a los demás. Nos gustaría sacar fuera lo mejor de
nosotros para la gloria de Dios y para el bien del mundo. Decimos “aquí estoy
Señor”, porque queremos acoger el don que nos hace el Señor, y colaborar
con Él en la misión.
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convicción ha estado muy presente en la convocatoria de este Congreso. Estamos
convencidos que el Espíritu Santo busca la manera de renovar nuestras Iglesias y
utiliza acontecimientos como este mismo Congreso. Este es un Congreso de todo el
Pueblo de Dios que peregrina en nuestras iglesias de España y de manera particular
es un Congreso de laicos.
Llegamos aquí después de haber recorrido un estimulante camino de preparación.
Ponerse en camino ya ha sido causa de alegría y podemos afirmar que estamos
viviendo este proceso como un acontecimiento de gracia. En estos meses de
preparación hemos podido ver cómo el Espíritu Santo iba despertando a muchos
laicos, generaba ilusión e inquietud en no pocos, curiosidad en otros, ilusión en
todos, nos ponía en movimiento, creaba espacios de diálogo y de comunión.
Por eso, podemos afirmar que en estos meses hemos vivido una experiencia de
sinodalidad. Sinodalidad es caminar juntos. La Iglesia sinodal, gracias al Espíritu
Santo, cultiva relaciones, pone en valor la vocación de cada fiel, favorece los carismas
y el sentir con la Iglesia, se caracteriza por la comunión. El proceso sinodal que
hemos vivido ha estado caracterizado por:
- la escucha. Queremos ser una Iglesia que escucha con la misma actitud que
Jesús. La escucha tiene un valor teológico y pastoral. “Una Iglesia a la
defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que
la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo” (ChV 42).
- el discernimiento. Queremos ser una Iglesia de discernimiento. “ (Este) nos
hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y
de su gracia, para no desperdiciar inspiraciones del Señor, para no dejar
pasar su invitación a crecer” (GE 169).
- la corresponsabilidad y la participación. Queremos ser una Iglesia
caracterizada por la corresponsabilidad y la participación de todos los
bautizados, cada uno según su edad, su estado de vida y su vocación.
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El fundamento de la sinodalidad lo encontramos en la eclesiología del pueblo de Dios
que “destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de
la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus
ministerios” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6).
Para hablar de sinodalidad el papa Francisco utiliza varias imágenes. Unas veces
habla de una pirámide invertida donde los ministros están al servicio de todos; otras
veces de una canoa donde todos reman en una dirección; y en ocasiones prefiere
usar la imagen del poliedro. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las
partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos
y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades
que en él conservan su originalidad” (EG 236).
Esta diversidad nos complementa. “En la Iglesia sinodal toda la comunidad, en la
libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar,
dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más
conformes con la voluntad de Dios. Para llegar a formular las propias decisiones, los
Pastores deben escuchar entonces con atención los deseos de los fieles” (La
sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 68). En el ejercicio de la sinodalidad
todos nos ponemos a la escucha del Espíritu y hacemos juntos el camino pero cada
uno desde su propia responsabilidad.
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2.3. La importancia de la cultura
Hace ya cuarenta años el Papa Pablo VI afirmaba que el compromiso evangelizador
atiende una doble fidelidad: “Esta fidelidad a un mensaje del que somos servidores,
y a las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo, es el eje central de la
evangelización” (EN 4). Esta fidelidad al Señor y a las personas lleva a reconocer el
valor de la cultura. “El ser humano está siempre culturalmente situado: naturaleza
y cultura se hallan unidas estrechísimamente. La gracia supone la cultura, y el don
de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe” (EG 115).
La cultura que vivimos trae nuevas preguntas. El Sínodo sobre los jóvenes habló
sobre algunos desafíos antropológicos y culturales a los que estamos llamados a
enfrentarnos en nuestro tiempo: el cuerpo, la afectividad y la sexualidad, el papel de
la mujer en la Iglesia y en la sociedad; los nuevos paradigmas cognitivos y la
búsqueda de la verdad; los efectos antropológicos del mundo digital; la decepción
institucional y las nuevas formas de participación; la parálisis en la toma de
decisiones por la superabundancia de propuestas; ir más allá de la secularización.
Estas son algunas de las preguntas de nuestro tiempo, que se suman a otros retos
que llevamos enfrentando años y que nos siguen exigiendo una respuesta.
Necesitamos tomar conciencia de estos cambios para poder responder a los nuevos
retos del tiempo y de la historia.
Los discípulos de Jesús siempre nos hemos preguntado cómo ser cristianos en el
tiempo. San Pablo propuso dos criterios: “No os acomodeis a este mundo” (Rom
12,2) y “examinad todo y retened lo bueno” (1Tes 5,21). San Mateo expresó esto
mismo de manera distinta: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo” (Mt
5,5). Según el evangelista, los cristianos están en medio del mundo como sal y, al
mismo tiempo, tienen algo que ofrecer como luz que ellos mismos han recibido.
- Salir hasta las periferias. Salir hasta las periferias no consiste en esperar a
que vengan quienes están en ellas, sino que lleva ponernos en camino y
acudir a su encuentro con actitud humilde para acoger y caminar juntos.
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quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras
sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios”
(EG 259).
- Cultivar las semillas del Verbo. En las semillas el Verbo ya está presente,
aunque sea de manera incipiente. Por eso vemos muy útil una pedagogía de
pequeños pasos. Solo desde lo pequeño podemos llegar a lo grande.
- Cercanía a los pobres y a quienes sufren. La Iglesia tiene entre sus pilares
fundantes la predilección por los pobres. “Hoy y siempre, los pobres son los
destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida
gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir
sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres.
Nunca los dejemos solos” (EG 50).
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Estamos llamados a desplegar la vida desde la propia vocación. La vocación es el
regalo que Dios nos dona junto a la vida. Tiene mucho sentido vivir desde lo que soy
porque eso es lo que ha soñado Dios para mí.
Siguiendo la ruta trazada por el Concilio Vaticano II, el papa Francisco propone
situar todas las vocaciones a la luz del bautismo y dentro del Pueblo de Dios. Este
pueblo ha sido bendecido con distintas vocaciones. “Las vocaciones eclesiales son,
en efecto, expresiones múltiples y articuladas a través de las cuales la Iglesia cumple
su llamada a ser un verdadero signo del Evangelio recibido en una comunidad
fraterna. Las diferentes formas de seguimiento de Cristo expresan, cada una a su
manera, la misión de dar testimonio del acontecimiento de Jesús, en el que cada
hombre y cada mujer encuentran la salvación” (DF 84). Este criterio nos iguala y, al
mismo tiempo, nos diferencia. No podemos dejar de recordar, en este sentido, que
la vocación laical es una auténtica vocación: “A los laicos corresponde, por propia
vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios” (LG 31).
No es extraño entender la vocación como camino de santidad, como fruto del
Espíritu Santo en nuestras vidas y en nuestras comunidades, porque toda vida es
misión. “Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión.
Inténtalo, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da.
Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu
existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa
en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a
Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23). Hay una continuidad inseparable entre
vocación, misión y santidad. La llamada a la santidad es una llamada a la entrega, a
la donación y a la alegría misionera.
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3.3. Un laicado en acción
En este sentido, podemos hablar con rigor del protagonismo del laicado. Este
protagonismo brota del don de la vocación laical y se hace concreto en la
responsabilidad que toda vocación conlleva. Cuando posibilitamos y ejercemos este
protagonismo, desarrollamos la sinodalidad. Esta se hace efectiva cuando todos los
miembros de la Iglesia ejercen su responsabilidad en ella, según la vocación recibida.
La responsabilidad de unos está unida a la responsabilidades de otros. Por eso
hablamos de corresponsabilidad, que es más que de responsabilidad, porque
implica una responsabilidad compartida y ejercida complemenariamente. En la
Iglesia sinodal nos necesitamos todos. No podemos excluir a nadie y nadie puede
excluirse.
Nos gustaría ver este mismo protagonismo laical en los cauces de participación
eclesial, siempre en clave de misión y no de poder. El papa Francisco decía en la
exhortación Evangelii Gaudium: “En su misión de fomentar una comunión dinámica,
abierta y misionera, (el obispo) tendrá que alentar y procurar la maduración de los
mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras
formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que
le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será
principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos”
(EG 31).
Dicho todo esto, también hay que afirmar opción por el laicado asociado y la
importancia del laicado no asociado. Tanto unos como otros queremos dar
importancia a la vida de cada día. Sería prolijo describir espacios de protagonismo
laical. Este protagonismo se ejerce en la familia, las parroquias, escuelas,
universidades, hospitales, programas de acción social, misiones ad gentes, medios
de comunicación, política, mundo profesional, empresas, sindicatos, proyectos de
investigación. Este protagonismo se ejerce en la calle, entre los vecinos, en la ciudad
y en el campo. No hay realidad humana donde no se vea el protagonismo laical.
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No partimos de la nada. Hemos seguido un proceso que, en sí mismo, a medida que
íbamos soñándolo, concretándolo y poniéndolo en práctica, ha ido planteando un
marco de referencia para nuestros próximos pasos. El Documento-Cuestionario, el
Instrumentum Laboris, los contenidos y propuestas de los Itinerarios son el
esqueleto sobre el que podemos construir el futuro inmediato.
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“Es el pueblo convocado por Dios, que camina sintiendo el impulso del
Espíritu, que lo renueva y le hace volver a Él, una y otra vez, para sentirnos
cosa suya” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en
salida”).
En los grupos hemos reflexionado sobre las actitudes que debemos convertir, tanto
a nivel personal como a nivel comunitario. En uno y otro caso, sabemos que la
conversión tiene su fuente en Dios, gracias al impulso del Espíritu, mediante
el encuentro con Jesús el Señor. Es el Espíritu quien envía a la misión, nos hace
salir de nosotros mismos y de nuestra autorreferencialidad. Es el Espíritu quien nos
acompaña por los caminos de la vida y de la historia. Es el Espíritu el auténtico
formador de los formadores. Es el Espíritu quien nos ayuda a vivir la identidad
cristiana laical en la vida profesional y social.
Para ser Iglesia en salida vemos que hemos de combatir nuestro individualismo,
abandonar el derrotismo, el pesimismo y la tentación del clericalismo. Debemos
comprender que el Señor ha querido confiar en nosotros y que contamos con su
Gracia. Asumir nuestra responsabilidad como bautizados implica, ante todo,
observar la realidad a la luz de la fe, ser conscientes de que debemos anunciar
explícitamente a Jesucristo con nuestra palabra y con nuestras obras; y, siempre,
desde la alegría. En los grupos de reflexión hemos recordado que una Iglesia en
salida no es posible sin reconocer el papel de la mujer en la Iglesia, el protagonismo
de los jóvenes en nuestras comunidades y la inclusión en ellas de personas con
diversidad funcional.
Ser Pueblo de Dios en salida supone para nosotros la alegría de haber comprendido
que nuestra fe adquiere todo su sentido cuando somos capaces de compartirla
con quienes están a nuestro alrededor –especialmente con los más débiles y
desfavorecidos–; cuando vivimos como propios sus desvelos y deseos de felicidad;
cuando nos comprometemos con el sueño que Dios tiene para cada persona, para
que sea respetada su dignidad y el bien común constituya el fin y objetivo de la
sociedad. Los cristianos estaremos trabajando codo con codo con todos los hombres
y mujeres de buena voluntad que persigan estos mismos anhelos.
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4.2.2. Procesos y proyectos
Activar procesos supone partir de la realidad que queremos cambiar y tener claro a
dónde deseamos llegar. A ello ayuda articular proyectos, iniciativas de especial
significación, acciones privilegiadas que aglutinan y propuestas que permiten que
los procesos se sustancien. Procesos y proyectos son necesarios porque en ellos
vemos una herramienta eficaz de comunión.
En este sentido, existen dos premisas que deben marcar el diseño de los diferentes
procesos que hemos de activar y de los proyectos concretos que queremos
proponer: el discernimiento como actitud y metodología; y la creatividad desde la
escucha al Espíritu y como oferta al mundo.
a) El primer anuncio
b) El acompañamiento
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heridas de nuestra gente… esta es la Iglesia de Dios, que se arremanga para
salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la
mano, para sostenerlo, animarlo o, simplemente, para acompañarlo en su
vida” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”).
El acompañamiento tiene un gran protagonismo en la pastoral de nuestro tiempo.
Esta tarea pone en acción la misión de compasión que ha recibido todo creyente para
hacer presente al Señor y su Reino, mediante una relación caracterizada por la
hospitalidad, la pedagogía y la mistagogía.
Planteamos proponer procesos de acompañamiento como actitud pastoral
básica en lo que hace referencia a las personas y a los grupos. En este sentido,
se ha hablado de cuidar el acompañamiento de personas en situación de sufrimiento
y vulnerabilidad, de los matrimonios y familias, de los jóvenes y, más en general,
para el discernimiento de la propia vocación.
Los proyectos asociados a estos procesos que pueden ayudar a desarrollarlos son,
entre otros, la promoción de Grupos y Redes de Acompañantes, la creación de
Grupos de Acogida en las Parroquias y la puesta en marcha de Escuelas de
Acompañamiento y Discernimiento Espiritual. También valoramos como una
propuesta importante la elaboración de un Plan de Formación en el
Acompañamiento.
“(El pueblo de Dios) está llamado a dejar sus comodidades y dar el paso
hacia el otro, intentando dar razón de la esperanza, no con respuestas
prefabricadas, sino encarnadas y contextualizadas para hacer
comprensibles y asequibles la Verdad que como cristianos nos mueve y nos
hace felices” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en
salida”).
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d) La presencia en la vida pública
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participar en este Congreso y con el deseo de vivirlo como un momento de gracia,
del que debemos salir con el compromiso compartido de seguir potenciando el
papel de laicado en la Iglesia que peregrina en España.
La mies es mucha, ciertamente. Los Itinerarios que hemos recorrido en estos días
nos han mostrado que existen nuevas preguntas sobre las que hemos de reflexionar,
en comunión, para encontrar respuestas. Pero en ellos hemos podido contemplar la
riqueza de la Iglesia, con muchas experiencias pastorales interesantes y necesarias
que buscan dar respuesta a necesidades concretas, siempre en cumplimiento de la
misión encomendada.
Comunión, esa es la clave. Hemos de proponer caminos de manera unida,
coordinada, desde una mirada profunda, aprendiendo los unos de los otros, creando
espacios compartidos de escucha, estudio, trabajo, servicio, activando procesos y
poniendo en marcha proyectos pastorales ricos y fecundos que nos ayuden
eficazmente a reaccionar ante lo que Dios nos está pidiendo.
Soñemos juntos. Recordemos las palabras que el Papa Francisco les decía a los
jóvenes –y, a través de ellos, a todos los que formamos la familia de la Iglesia–, en el
número 166 de Christus Vivit:
No perdamos la capacidad de seguir soñando juntos. Este proceso tiene ahora una
clara continuidad. No hemos acabado con este Congreso, sino que constituye el
punto de partida de nuevos caminos. Los cuatro itinerarios serán los hitos que
habremos de desarrollar en los próximos años en la pastoral con el laicado y,
concretamente, desde las Delegaciones de Apostolado Seglar.
Tenemos que salir de este lugar donde hemos estado estos días con el propósito de
llegar, en primer lugar, a todos esos hermanos nuestros de nuestras diócesis,
parroquias, movimientos, colegios, instituciones, a los cuales representamos y tratar
de comprender que hay un camino ya recorrido, pero que queda otro más
importante aún por andar y que queremos hacer juntos, como Pueblo de Dios. Sin
perder nuestro carisma, sin renunciar a nuestra espiritualidad, sin abandonar
nuestros propios proyectos, pero soñando juntos.
En las aportaciones al Documento-Cuestionario preparatorio del Congreso hemos
detectado inquietudes compartidas; en el Instrumento de Trabajo, partiendo de
ellas, hemos concretado líneas de acción; en las reflexiones formuladas en los grupos
de reflexión hemos planteado nuevas propuestas. Ahora debemos dar forma a todo
ello, siguiendo la misma metodología sinodal, para ir profundizando de manera
organizada en los diferentes desafíos identificados, que nos planteamos a partir de
este momento como objetivos que debemos asumir e ir abordando en los próximos
años con periodicidad prefijada.
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No lo olvidemos, hemos iniciado un proceso. Un proceso que continúa abierto y nos
exige seguir caminando como Pueblo de Dios en Salida.
Somos conscientes de que ha sido y es un proceso guiado por el Espíritu, presente
desde el principio. Valiéndose de nuestras virtudes e, incluso, de nuestras
debilidades, ahora nos seguirá acompañando para llevar a nuestras realidades de
procedencia lo que hemos vivido estos días. Sacerdotes, Laicos y Consagrados,
guiados por nuestros Pastores, tenemos la tarea, que se nos encomienda hoy, de
abordar la evangelización desde el primer anuncio, de crear una cultura del
acompañamiento, de fomentar la formación de los fieles laicos, de hacernos
presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe.
Hemos vivido en estos días un renovado Pentecostés. Los miedos, dudas o
prejuicios que hemos podido traer a este Congreso se han disipado al ver cómo el
Señor, desde la sencillez de la Eucaristía, nos da fuerzas para la misión; al comprobar
cómo el Espíritu, disponible para quien lo invoca sinceramente, actúa con eficacia;
al sentir cómo María, siempre oculta pero presente, nos alienta y reconforta como
en el Primer Pentecostés. Sigamos adelante. No estamos construyendo para hoy. No
estamos trabajando para mañana. Estamos forjando un camino para la eternidad.
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