El Descubrimiento de América 2

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El descubrimiento de América

En tanto que «encuentro entre dos mundos», el descubrimiento de América es


probablemente el más espectacular de los acontecimientos historiográficos.
Hasta ese momento, y desde los orígenes de la humanidad, el devenir histórico
de las civilizaciones americanas y euroasiáticas se había desarrollado de forma
totalmente independiente; con la llegada a las Antillas de Cristóbal Colón,
entraron en contacto dos universos paralelos que se hallaban en puntos
evolutivos muy distintos.
El impacto sería enorme. España, Portugal y otras potencias europeas se
lanzaron a la colonización del nuevo continente; el gran impulso económico
llevaría a la larga a la ascensión de la burguesía y al desarrollo del capitalismo.
Para América, en cambio, las consecuencias inmediatas fueron devastadoras:
extinción de las culturas precolombinas, exterminio o explotación de los nativos
y saqueo de sus recursos naturales.
Desde la perspectiva de las circunstancias que condujeron al mismo, el
descubrimiento de América ha de entenderse como la culminación del
expansionismo que caracterizó a la Europa de la Baja Edad Media y que tuvo
entre sus puntos de partida las exploraciones atlánticas protagonizadas por los
navegantes portugueses. A principios del siglo XV, los Estados europeos
medievales habían alcanzado su máximo desarrollo y se abrían a nuevas y
complejas fórmulas de organización y gobierno. La acción expansionista de la
industria y el comercio y el nacimiento de la burguesía en el seno del feudalismo
suscitaron un afán por descubrir nuevas rutas comerciales.
Europa y Asia habían mantenido contactos comerciales desde tiempos remotos;
los principales productos asiáticos (especias, piedras preciosas, tejidos de seda
y algodón) eran transportados por caravanas a través de desiertos hasta las
costas del Mediterráneo y, desde allí, las flotas venecianas y genovesas los
distribuían por el resto de Europa. Las especias eran un producto fundamental
para la conservación y condimentación de los alimentos, especialmente la carne
de los animales que era necesario sacrificar ante la carencia de pastos
invernales. Otros productos suntuarios orientales, como sedas, ungüentos, tintes
y drogas, eran demandados por una sociedad que aspiraba a una vida más
cómoda y lujosa.
Cuando Constantinopla (en 1453) y otros puertos del Mediterráneo cayeron en
poder de los turcos otomanos, los mercaderes cristianos hubieron de buscar
otras rutas para continuar su extremadamente lucrativo comercio con Oriente.
Portugueses y españoles eran los mejor situados para intentarlo por la vía
marítima. En Portugal se había creado una escuela náutica bajo el patrocinio del
infante Enrique el Navegante, y en la ciudad española de Cádiz, en la costa
atlántica, un colegio de pilotos. Ambos organismos presentaban las mismas
características: se daban enseñanzas prácticas de navegación y se formaba a
los pilotos, adiestrándolos en el manejo de la cartografía y los instrumentos de
navegación, que en los últimos tiempos habían conocido un notable
refinamiento. La brújula fue usada ya por los navegantes italianos en el siglo XIII
y montada en la rosa de los vientos en el siglo XIV. La latitud se averiguaba por
medio del astrolabio, instrumento destinado a medir la altura de la estrella Polar
sobre el horizonte del hemisferio norte.
Enrique el Navegante
Los portugueses, más adelantados que los españoles, fueron los primeros y
principales impulsores de la expansión europea. Enrique el
Navegante estableció un centro de estudios náuticos en el cabo San Vicente,
donde reunió a los más destacados geógrafos, cosmógrafos y marinos. Allí se
examinaron todas las teorías geográficas en boga, con la esperanza de alcanzar,
por mar, territorios lejanos para difundir la religión católica, ensanchar los
territorios del reino y aumentar sus recursos. Sus esfuerzos se vieron
recompensados con numerosos descubrimientos y con el establecimiento de
prósperas colonias en los archipiélagos atlánticos y en las costas de África, y
culminarían, casi cuarenta años después de su muerte, con la expedición
de Vasco da Gama (1497-1499), quien, al alcanzar la India bordeando el
continente africano, abrió para los portugueses una nueva ruta comercial entre
Europa y Asia.
Los éxitos de Portugal debieron mucho a la aplicación de las últimas
innovaciones en materia de cartografía, instrumentos de navegación y diseño de
naves, y también a la reintroducción en Europa de las antiguas concepciones
geográficas de Ptolomeo sobre la esfericidad de la Tierra. Ciertamente, la
viabilidad del proyecto colombino es históricamente incomprensible si se olvida
que hay todo un ciclo de navegaciones previas y de mejoras técnicas que
crearon las condiciones para que el logro fuera posible. De la llamada Media
Luna Fértil de los descubrimientos geográficos (la región comprendida entre el
Algarve portugués y la costa de Huelva), habían partido desde comienzos del
siglo XV innumerables embarcaciones que recorrían la costa africana,
adentrándose cada vez más hacia el sur y hacia el oeste, ya que en su camino
de regreso debían practicar la llamada "Vuelta de Guinea", es decir, navegar
hacia el oeste en busca de los vientos alisios para poder tomar entonces el
rumbo a la península.
El proyecto colombino
La idea de alcanzar la India a través del océano Atlántico no era en modo alguno
novedosa; había sido formulada por geógrafos y cartógrafos desde el siglo XIV,
y también era conocida (aunque habitualmente rechazada por su temeridad)
entre los navegantes. Ciertamente, los nuevos medios técnicos y el ánimo
lucrativo hubiesen tarde o temprano empujado a alguien a emprender la travesía.
Experto marinero, influido por el ambiente de Portugal y por las lecturas
de Ptolomeo, Estrabón, Marco Polo y otros, Cristóbal Colón reunía ya en aquel
momento las virtudes necesarias para el triunfo de la empresa: la determinación,
la audacia y la experiencia. Un famoso humanista, Toscanelli, influyó
decisivamente en él y le indujo a cometer importantes errores de cálculo, que le
llevaron a pensar que la Tierra era más pequeña y Asia mayor; eso suponía que
las distancias se acortaban considerablemente, por lo que estaba convencido de
que podía realizar el viaje en carabelas sin necesidad de hacer escalas. Su
objetivo era el mismo que el de los portugueses: abrir una «ruta de las especias»
que, por no tener que bordear toda África, había de resultar mucho más rápida,
fácil y rentable.
Las capitulaciones de Santa Fe
Eran varios los motivos por los que los Reyes Católicos no se decidían a prestar
su apoyo al proyecto colombino. Aparte de la guerra de Granada, las
contrapartidas exigidas por Colón resultaban exageradas, y los expertos que
analizaron el proyecto determinaron que era muy arriesgado. Algunos
cortesanos, como Luis de Santángel y Francisco de Pinelo, convencieron a los
reyes de la necesidad de transigir. Cuando la guerra de Granada tocaba a su fin,
Colón fue recibido en Santa Fe (Granada) por los monarcas, quienes le
manifestaron su intención de autorizar la empresa.
Las carabelas de Colón
El resultado de la negociación fue recogido en las capitulaciones de Santa Fe,
firmadas en abril de 1492. En ellas se hacían una serie de concesiones a Colón,
pero todas condicionadas al hecho del descubrimiento. Los puntos
fundamentales de este contrato otorgaban a Cristóbal Colón considerables
privilegios, como el título de Almirante y Gobernador General de las tierras por
descubrir. También se le concedía el diez por ciento de los beneficios
comerciales, aparte de otras ventajas económicas.
El primer viaje de Colón
Cuando terminaron los preparativos, unos noventa hombres se embarcaron en
tres naves. Dos carabelas, la Pinta y la Niña, eran capitaneadas respectivamente
por los hermanos Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón; Cristóbal Colón
comandaba la nao Santa María. La mayoría de la tripulación era de Palos; sólo
quince expedicionarios no eran andaluces: diez vascos y cinco extranjeros. No
se embarcaron mujeres, frailes ni soldados, pero sí oficiales reales para velar por
los intereses económicos de los monarcas, y un intérprete de lenguas orientales.
El descubrimiento de América
Cuando, por fin, el 12 de octubre se divisó tierra, la alegría de los expedicionarios
fue inmensa. Habían llegado a una isla de las Bahamas, a la que Colón dio el
nombre de San Salvador y que los indígenas llamaban Guanahaní. Siglos
después, cuando los ingleses colonizaron las Bahamas, pasó a llamarse isla
Watling.
La nueva división del mundo
El recibimiento que tuvo Colón en Barcelona fue grandioso, y los reyes le
confirmaron todos los privilegios pactados en Santa Fe. Enseguida se iniciaron
contactos diplomáticos con el Papa para conseguir la concesión sobre las tierras
descubiertas y por descubrir, y con Portugal para establecer una frontera en los
descubrimientos, tema que provocó tensión entre ambos reinos.
Finalmente, en junio de 1494, el problema se consideró zanjado con el tratado
de Tordesillas, según el cual ambas partes aceptaron que la línea de
demarcación fuera el meridiano situado a 370 leguas al oeste de Cabo Verde.
De ello derivaría la posterior y desigual configuración de los imperios coloniales:
a Portugal solamente le correspondía el área de Brasil. Pero las imprecisiones
del acuerdo y las dificultades para determinar la longitud (sólo se pudo establecer
con precisión en el siglo XVIII) hicieron que no acabaran los problemas
jurisdiccionales; la expansión de los portugueses en Brasil y de los españoles en
el Sudeste Asiático, con la conquista de las islas Filipinas, suscitarían problemas
diplomáticos entre los monarcas de la Península Ibérica, que se resolverían con
políticas de fuerza y de hechos consumados.
Segundo viaje
En septiembre de 1493 se hacía a la mar una Armada formada por diecisiete
barcos y una formidable contingente, cercano a los mil quinientos hombres. Sus
objetivos eran socorrer a los españoles que habían quedado en América durante
el primer viaje (en el fuerte La Navidad), continuar los descubrimientos tratando
de alcanzar las tierras del Gran Kan y colonizar las islas halladas anteriormente.
Tras una escala en Canarias, que con el tiempo se convertiría en algo habitual
en la Carrera de Indias, Cristóbal Colón ordenó poner rumbo más al sur que en
el primer viaje, pensando que de esta manera llegaría a Cipango (Japón) más
fácilmente.
Lo que Colón halló en este segundo viaje fue, en realidad, la ruta más rápida y
segura para navegar a América. En sólo veintiún días consiguieron llegar a las
islas Deseada y Dominica, y descubrir a continuación Guadalupe, Monserrat y
Puerto Rico. En la costa norte de Haití, donde se hallaba el fuerte La Navidad,
Colón supo que los treinta y nueve hombres que había dejado en el primer viaje
habían sido asesinados, según le dijeron, por el cacique Caonabó y sus
compañeros. El 6 de enero de 1494 Colón fundó en ese lugar La Isabela, primera
población española en América. Desde ella mandó algunas expediciones en
busca de oro, del que remitió algunas muestras a España, y propuso a la corona
que autorizara el intercambio de ganado y vituallas por esclavos indios caribes.
En abril se trasladó a Cuba y poco después a Jamaica.
Tercer viaje
Tres años tardó Colón en conseguir organizar su siguiente viaje, mientras su
prestigio y el de la propia empresa americana, que parecía ya un negocio
ruinoso, decaía por momentos. De las ocho naves que componían esta vez la
flotilla colombina, que partió de la península en enero de 1498, cinco pasaron a
reforzar los establecimientos de La Española, y tres se dedicaron a nuevos
descubrimientos. A finales de julio desembarcaba Colón en la isla de Trinidad, y
poco después exploraba la costa venezolana de Paria y la desembocadura del
gran río Orinoco, región que, por su belleza, juzgó como la ubicación del antiguo
paraíso terrenal. En agosto de 1498 estaba de vuelta en La Española.
En adelante, los conflictos políticos y administrativos absorberían por completo
a Colón, impidiéndole continuar con las exploraciones. Primero tuvo que hacer
frente a una sublevación indígena y, más tarde, se rebelaron los propios
españoles, acaudillados por Francisco Roldán. Sólo la autorización del reparto
de las tierras de los indígenas y la concesión del servicio personal de los mismos
a los españoles, junto a algunas medidas de fuerza, consiguió detener la
revuelta.
En 1500 llegó a La Española un enviado real, Francisco de Bobadilla, en calidad
de juez pesquisidor con plenos poderes para poner orden en la colonia. Bobadilla
halló culpable a Colón de todos los males, se apoderó de su casa, papeles y
bienes, le abrió un proceso y lo remitió a España cargado de grilletes junto a sus
hermanos Diego y Bartolomé. A continuación dio libertad para coger oro, vendió
tierras y repartió indios. Acababa así la etapa de gobierno personalista del Nuevo
Mundo y empezaba un nuevo orden. Colón llegó a España en noviembre de
1500. Aunque los reyes mandaron ponerlo en libertad de inmediato, sus enormes
privilegios se habían esfumado. Colón había triunfado como marino y
descubridor, pero había fracasado como gobernante.
Cuarto viaje
A pesar de todo, en marzo de 1502 fue autorizado para emprender un cuarto y
último viaje, cuyo objetivo debía ser hallar el estrecho que se creía que separaba
las tierras firmes del norte y del sur para lograr paso franco al continente asiático.
Colón tenía prohibido el desembarco en La Española para evitar conflictos, así
como el prendimiento de esclavos. Se prepararon cuatro carabelas con ciento
cuarenta hombres, entre los cuales figuró el hijo del descubridor, Hernando
Colón, que nos legó un relato del viaje.
En mayo de 1502 partieron de la península; el periplo los llevó a las islas de
Martinica, Dominica, La Española (pese a la prohibición), Jamaica y Cuba. De
allí navegó Colón hacia la costa de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá,
donde logró rescatar (comerciar) cierta cantidad de oro. En noviembre fundaron
Portobelo y poco después, también en la costa panameña, Nombre de Dios. Tras
sufrir un ataque indígena hubieron de poner rumbo a Cuba, pero naufragaron a
la altura de Jamaica. Hasta ese momento, el cuarto viaje colombino había
servido para probar que desde Brasil a Honduras no existía paso alguno hacia
el oriente. Desde Jamaica, Colón despachó a siete de sus hombres para que
pidiesen socorro en La Española (Santo Domingo). Por fin, en julio de 1504, los
náufragos fueron rescatados. En noviembre de aquel año Colón llegaba, ya muy
enfermo, a España; falleció en mayo de 1506, convencido de que su logro era
haber abierto una nueva ruta hacia las indias. Correspondería a Américo
Vespucio señalar que un nuevo continente había sido descubierto.

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