ENSAYO
ENSAYO
ENSAYO
La feria, novela del escritor mexicano Juan José Arreola (Zapotlán el Grande, hoy Ciudad
Guzmán, Jalisco, 1918 - Guadalajara, Jalisco, 2001). La feria cuenta la historia de
Zapotlán el Grande durante el periodo de mayo o junio a octubre de un año de mediados
del siglo xx, es decir a lo largo de la temporada que va de la siembra del maíz a la cosecha
y las festividades en honor a San José, patrono de los zapotlanenses, quienes cuentan La
feria son los propios habitantes de Zapotlán. Son sus voces las que oímos junto con las
de unas cuantas “personas” ajenas a esta población. ¿De qué hablan? De sí mismos, de
sus parientes, amigos y adversarios, de otros zapotlanenses, de lo que está ocurriendo
en su pequeña ciudad. Pero no hablan de corrido: toman turnos o se alternan. Algunas
de las voces nunca vuelven. Otras son recurrentes: invaden la página, dicen algo y dan
un paso atrás, sólo para reaparecer páginas adelante.
Queda claro con esto que La feria es una obra fragmentaria: está hecha de las partes
entremezcladas de esas múltiples alocuciones. Formada por múltiples historias parciales,
destacan dos: la de la disputa por la tierra y la de la organización de la feria. En la primera,
los indios de Zapotlán pretenden, una vez más, recuperar las tierras que obran en poder
de los hacendados pero que por derecho les pertenecen. Para ello, se organizan, buscan
ayuda y agotan las instancias legales. Los hacendados, por su parte, se valen de todos
los medios a su alcance para mantener la tenencia. En la segunda, la responsabilidad de
costear y realizar la feria de octubre recae de pronto en los tlayacanques. Normalmente,
algún zapotlanense de clase alta, nombrado mayordomo, reúne y aporta los fondos. Esta
vez, sin embargo, tras la súbita muerte del mayordomo en funciones, el cura determina
que la feria la harán “entre todos”. Mucha gente poderosa terratenientes, miembros de la
jerarquía eclesial y gobernantes reprueba la decisión porque puede afectar sus intereses
y trata de descarrilar el proceso, lo que da lugar a una serie de pugnas.
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Tema
La historia se relaciona con el arribo a Zapotlán del Señor San José y su proclamación
como patrono; la de la creación de una zona de tolerancia, por orden municipal la del
temblor, lo que atestiguamos como lectores de La feria es la actividad verbal de los
personajes. Vemos a los pobladores y a otros emisores hablar, contar, apuntar, relatar.
Éste es el primer plano y ésta es la acción principal: la acción de decir y escribir. La feria
trata de un montón de gente un pueblo entero, Zapotlán hablando.
Desarrollo
Primero antes que nada se tiene que empezar por definir el significado de la palabra
“feria” lo cual sería lo siguiente: “Mercado que se celebra al aire libre en unas fechas
determinadas y en el que se compran y se venden todo tipo de productos, especialmente
agrícolas y ganaderos.” Esta definición puede ser cierta en algunos aspectos ya que la
utilización de la feria varía dependiendo del lugar en donde se usa y las diferentes formas
que existen de este tipo de costumbres que tenemos desde hace mucho tiempo, otras
definiciones como “una feria es un evento económico, social o cultural que puede estar
establecido o ser temporal, y que puede tener lugar en sede fija o desarrollarse de forma
ambulante. Las ferias suelen estar dedicadas a un tema específico o tener un propósito
común.” Suelen ser más usadas actualmente para representar algún evento de alguna
cuidad o puedo, tal es el caso de este libro llamado “la feria”.
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En este presente ensayo voy a realizar un análisis de La feria, una novela escrita por
Juan José Arreola, desde el horizonte de la identidad, a través de algunos temas ahí
tratados. ¿Es La feria una novela mexicana; concretamente, una obra que revele el
espíritu del sur de Jalisco, encarnado en Zapotlán el Grande? ¿Basta el lenguaje que
Arreola presta a las voces y al par recoge de ellas para inferir una identidad clara y
distinta? Sea este trabajo de utilidad para percibir y constatar cómo el lenguaje que
identifica el alma (las almas múltiples) de una comunidad determinada, el propio del autor
y el lenguaje social, ambiental, diríase, en este caso, se cuela al texto por medio de los
personajes varios y de las diferentes voces.
El texto entero gira en torno a Zapotlán el Grande, a sus tierras y sus gentes. El evento
hacia el que se deslizan los acontecimientos, entretejido con otros muchos sucesos, es
el de la celebración de la tal Función (momento culmen de la feria de Zapotlán, junto con
el desfile de Carros Alegóricos, enmarcado en las fiestas de Señor San José, patrono de
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la villa, que se llevan a cabo anualmente y en el mes de octubre) de algún año, en este
caso, no precisado, pero que podría ser a finales de los años cincuenta o principios de
los sesenta. La Función no es sino la quema de los castillos y otras estramonios
elaborados con fuegos de artificio y mucha pólvora.
La identidad del sur de Jalisco es expuesta en esta obra con nitidez y contundencia.
Como dice claramente el mismo Arreola, el interés primordial es el lenguaje capaz de
manifestar el espíritu. Sea lo que sea eso que el autor entiende por espíritu, debe ser
algo muy parecido a revelar la identidad de lo humano, en este caso en los pobladores
de Zapotlán. La feria es una obra donde abunda y florece el lenguaje coloquial, dialógico
y aun una suerte de monólogo interno a través de notas y apuntes de diario. Tal y ya
queda dicho, la presencia, aquí y allá, de un narrador estructural es apenas necesario
para introducir voces, más que personajes, y articular algunos episodios. La obra es
radicalmente vocal, fónica a más no poder, y por tanto, polifónica. La voz del autor es
transparente y sin embargo es tal su habilidad, que logra inmiscuir su original voz y su
tonalidad inconfundible a través de todas y cada una de las voces que en la novela
actúan, y evita que éstas se desmadren, creando disonancias crudas y estridentes
choques de tonalidad, un rasgo inequívoco de la identidad propia de esta región de
Jalisco y tal vez de toda la zona central de México (ese México criollo/mestizo y
tradicional, en ciertos aspectos hispanizante). Hay un divertido uso de palabras
auténticas del pueblo, del habla diaria y que traslucen el carácter conservador de la
sociedad de la que emanan, conservador pero no falto de buen humor. Subrayo los
vocablos o los giros lingüísticos que considero típicos del habla de Zapotlán, y de Jalisco
en general.
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definen a sí mismos, se identifican, cuando se oponen a los otros. La actitud social
(política) que predomina en la clase dominante de Zapotlán el Grande es, desde luego,
la postura conservadora, la del Antiguo Régimen, donde la tal Revolución apenas si
cimbró jamás. Esto se aprecia al conocer las reacciones de algunas
personas acomodadas ante los cambios sociales que inexorablemente se llevan a cabo,
a pesar de todo y al paso de los años
La obra inicia precisamente con el fragmento en donde Juan Tepano, el más viejo de los
tlayacanques se lamenta por haber perdido la tierra que por derecho propio les pertenece
y deja ver el mar de injusticias, incansable, irresoluble, que ha cubierto la historia de
Zapotlán el Grande y las comarcas circundantes, como ha sucedido en otras mil partes
de México:
“…Antes la tierra era de nosotros los naturales. Ahora es de las gentes de razón. La cosa
viene de lejos. Desde que los de la Santa Inquisición se llevaron de aquí a don Francisco
de Sayavedra porque puso su iglesia aparte en la Cofradía del Rosario y dijo que no les
quitaran la tierra a los tlayacanques…”
En torno a la tenencia y usufructo de la tierra se levanta, tal vez, la mayor muralla entre
las dos comunidades principales de Zapotlán. Entre los tenedores de hecho de la tierra,
a veces hay visiones contrapuestas con respecto a la situación de los otros, y el
reconocimiento de faltas propias. El conjunto de estos fragmentos es un buen ejemplo
para ilustrar las condiciones, las actitudes y los valores en torno al desempeño laboral,
tanto de patrones como de empleados. Costumbres centenarias; desigualdades
centenarias, también por otra parte, los ilustrados del pueblo, a través de un miembro
del Ateneo Tzaputlatena, dejan ver la pobrísima vida cultural de Zapotlán, en el tiempo
aquel.
En este punto es necesario recordar algunas ideas, ya clásicas, con que Octavio Paz
aprecia el sentido de la fiesta en México: «Cualquier pretexto es bueno para interrumpir
la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos.
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El mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de soledad que el resto
del año lo incomunica. Al final de la novela, los acontecimientos, dirigidos a la celebración
de la Función, desembocan en un desastre: unos tipos disfrazados de diablo incendian
las torres que sostienen el castillo de fuegos artificiales y provocan el pánico y la
desbandada de la población, evitando que las fiestas llegaran a buen fin. Después se
quitaron inmediatamente las máscaras y los disfraces, quedando irreconocibles entre la
muchedumbre, contemplando el estropicio a sus anchas. La plaza ardió pero no como
estaba planeado.
Octavio Paz retrata muy bien en este pasaje algo de la esencia del pueblo, mexicano (y
aquí entiendo por mexicano ese pueblo del centro de nuestra República, el
mayoritariamente revuelto de criollos, mestizos e indios, valgan aún las viejas nociones
de la Colonia, para tal caso):
“En suma, si en la «fiesta», la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con
tal violencia que nos desgarramos y acabamos por anularnos. Y ante la muerte, como
ante la vida, nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa
desdeñosa.”
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Conclusión
La riqueza de esta obra desborda, afortunadamente para la literatura, los límites de éste
y cualquier otro trabajo sobre ella. Sobre las dos preguntas planteadas al inicio del
trabajo, la respuesta es afirmativa para ambas: La feria es una novela plenamente
mexicana, y más aún, jalisciense a manos llenas; en la cual, es posible conocer muchas
señas de identidad propias del sur de Jalisco y, en particular, de la comarca de Zapotlán
el Grande. A través de la novela, discurren suficientes situaciones humanas y los modos
en que éstas se resuelven; aparecen juicios y prejuicios tales sobre los momentos claves
de una vida, de varias vidas, que es posible confirmar una intuición de inicio: Arreola abre
las puertas y las ventanas de su tierra natal para que el lector mire adentro y conozca. Y
reconozca.
Un autor de la talla de Juan José Arreola, no puede más que ofrecer un profundo trabajo
sobre lo humano y su encarnado desenvolvimiento sobre la tierra que habita; un cuadro
de pasiones entrañables, incluso, como en este caso, a través de mil y una voces, la suya
y la de otros muchos Y es, pues, infiltrado en los personajes tan distintos y contrapuestos
que el autor nos regala una antífona: una voz ante (o contra) otra voz. También ofrece
las simultáneas voces que se escuchan en una verbena, contándose historias, recuerdos,
anhelos. Todo esto cuenta para verificar otra postulado: que el lenguaje relata y delata la
identidad de quien lo expresa; y no sólo lo relatado, los hechos, el contenido del relato;
sino además la forma, la inflexión, la tonalidad y la elección de las palabras revelan ese
modo de ser propio de un pueblo, de una cultura; esa forma de vida que se ofrece como
ejemplo a las demás.
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Bibliografía
http://web.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena_88/docs/4_La_Feria.pdf
http://arturoipiens.mx/?page_id=1962
https://definicion.de/feria/
Luis Villoro, Sobre la identidad de los pueblos, publicado en Estado plural, pluralidad de
culturas. México, UNAM/ Paidós, 1998. p. 54.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad, Postdata y vuelta a El laberinto de la soledad,
FCE, México, 2000 (3ª edición, 1ª reimpresión) p. 32.