Todas Las Sangres

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TODAS LAS SANGRES

Autor: José María Arguedas


País: Perú
Género: Narrativo
Editorial: Lozada (Buenos Aires)

ESCENA I
Narrador: El viejo subió a tiendas las gradas de piedra que conducían como un túnel a lo alto de
la torre el volteo y miro al cerro alto y pronuncio.

Viejo: ¡Yo te prefiero, “Apukintu”! Te han robado flores.


Narrador: El viejo empezó a llora copiosamente. Temió caer y se arrodillo en la piedra.
Viejo: ¡Que salgan los malditos! ¡Que salgan ya los malditos!
Narrador: Dela iglesia salieron los indios y el viejo se ocultó detrás de una columna cuando
apareció su hijo ‘’Don Fermín’’.

Viejo: ¡Aquí malditos!


Don Fermín: ¡Corran a la torre! ¡A la torre!
Viejo: ¡Escuchadme malditos! ¡Maldito pueblo! ¡Maldito cura! ¡Maldita plaza!
Don Fermín: ¡Dos mil soles al que lo baje!
Viejo: El anticristo es el cura
Don Fermín: ¡levántate, bruno, levántate!
Narrador: No podían irse ya los hermanos. Toda la gente del distrito había formado una masa
compacta que les cerraba el paso.

Narrador: el cura silbo al mayordomo pero el mayordomo había corrido hacia la plaza.
Viejo: ¡no silbes como un alcahuete! ¡Oye cuervo! Vosotros son los peores; Fermín, el ladrón; y
tú, anticristo, escuchadme bien. ¡Uyariychis! ¡Cura anticristo voy a morir! escuchadme con cuidado.
Dejo mi casa, a los indios y caballeros más pobres.

Don Fermín: ¡levántate bruno!


Viejo: y que echen hielo sobre mi cadáver.
Narrador: Y así siguió el viejo boceando y apareció luego en las escaleras de piedra casi
tambaleándose, se apareció en la puerta de la torre.

ESCENA II
Viejo: ¡fuera! ¡Campo al cadáver!
Narrador: Gritaba paseando por las calles al ver un vecino y una vecina le acompaño.
Viejo: Déjeme aquí
Narrador: El cura vacilo largo rato. Luego se dirigió a donde estaban los hermanos.
Cura: Ha sido un testamento público. No nos oponemos
Don Fermín: Usted, vicario cuide a mi padre, que no muera sin absolución
Narrador: El cura se despidió de los hermanos igual que los otros. Ya estaban solos en el atrio
cuando reventaron los tiros.

Don Fermín: ¿A tu casa o a la mía?


Don Bruno: A la mía
Narrador: Al caminar por el callejón dirigiéndose a su solar lo siguieron alcaldes, comuneros,
mestizos, indios y niños.

Viejo: Hay algunas herramientas, armas, coca, todo, todo.


Narrador: Abrió el postigo de zaguán, detrás lo esperaba Anto su criado.
Viejo: Dame todo; me vigilaras desde la puerta ¡anto! Me está despidiendo este pajarito; le dirás
a mis hijos que los espero en el purgatorio.

Anto: Si, papayo


Viejo: Le echarías trigo al techo para darle mi recuerdo a ese pichitanka. Gertrudis es para que te
sirva. ¡No la vayas a tocar! Don bruno la corrompió, derramo sobre ella su maldita semilla, ese
cerdo del infierno la violo en el corral. ¿Te acuerdas?

Anto: Si papay
Viejo: Bueno me despido.
Narrador: Abrió el cajón y saco una cajetilla azul y detrás anto se había puesto a rezar. Mientras
el viejo agarraba una botella de cañazo, se tomaba las pastillas y se enveneno. Después de esos
días don Fermín le pidió ayuda a su hermano para una mina y él le da ayuda.
Escena III
Narrador: Nemesio Carhuamayo, mandón de la hacienda “Providencia”, de don Bruno, recorría
las chozas de los indios colonos. Las chozas formaban pequeños grupos sin calles, cerca de los
manantiales que bajaban de las cumbres. Un campo apisionado con una piedra. Carhuamayo
tampoco subió a la piedra para pregonar.

Nemesio: ¡yau, yau!, mañana sábado, al amanecer, a la casa-hacienda.


Narrador: los colonos recibieron la orden con temor. Y los cabecillas de cada casa se pusieron
su poncho y apenas Carhuamayo se alejaba, ellos tomaron el camino del ayllu principal. Don
Adrián K’oto, cabecilla de kuychi y de todos los siervos de Aragón de Peralta, alcanzo a
carhuamayo montando en su veloz caballito.

Adrián: ¡Don Nemesio, don Nemesio!- grito-¿Cuál es la voluntad del patrón? ¿Para qué va a
reunir cabildo grande?
Narrador: el mandón siguió trotando

Adrián: ¡don Nemesio, corazón mío; habla!


Narrador: “no sabe”, comprendió el “cabecilla”; carhuamayo señalo el “Pukasira”. Que sobre el
filo de sus tres cumbres, jugaba una luz rosada, se elevaba a cierta altura.

Adrián: el rosado no es tuyo, padre nuestro ¿todo, todo?... el rosado muere el amarillo se levanta.
¡No abandones a tus hijos! Don bruno te siente, no te adora pero te siente; don fermión es sordo.
No sabemos quién es peor. Deja al cerdo; cerdo deja sordo al sordo. Ya no puedo conocer tu
voluntad.
Narrador: entono el himno y volvió a su estancia. Invito un trago de aguardiente a cada cabecilla.

Adrián: padres, hermanos míos. No conocemos la voluntad.


Don santos: no habrá rabia, padres, hermanos. Ahí está nuestro padre Señor, tranquilo; esta ya
del color del sol, tranquilo.

Adrián: si, pero el dios de la iglesia puede que nos mande la rabia. Nada importa.
Don santos: amen

Escena IV
Narrador: besaron toda la vara de don adrián y se fueron. Con el primer rayo de sol, ingresaron
al inmenso patio de la hacienda los quinientos jefes de familia, siervos de don bruno. En fila tenía
delante de si a los treinta cabecillas. Don Adrián ocupaba el centro.

Don Bruno: en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.
Narrador: los indios agacharon la cabeza.
Adrián: amen
Don bruno: hombres de mi penitencia.
Narrador: con su poncho de vicuña cubriéndole el cuerpo.
Don bruno: habrá mita. Iréis por turnos de doscientos cincuenta a trabajar en las minas de mi
hermano.

Adrián: yo no necesito las mayas; que cada indio tenga derecho a criar 10 ovejas, 5 alpacas, 2
vacas, un caballo.

Don bruno: ¡levántate koto! ¡Yo hago sufrir! Eso mancha, ensucia. Ustedes sufren. Son puros.
Narrador: los siervos en este instante levantaron la cabeza y buscaron algo en el cielo.
Don bruno: quince días cada hombre y cada mes. Mi hermano está levantando un corral bien
cercado para ustedes; habrá techo adentro.

Escena V
Narrador: don bruno concluyo de hablar. El pisonay, entonces, abrió sus flores que se habían
opacado mientras el amenazaba. Don adrián y todos los indios lo contemplaron, como si de veras,
en cada uno de ellos no hubiera alma que vibrara, sino nada más que un trozo de barro seco.
Adrián recibió la vista hacia el nevado, y luego, animado por un entusiasmo repentino, como si
algo amaneciera en el mundo, se inclinó reverente.

Indio: padrecito mandón, Don Nemesio…


Don Bruno: ¡háblame! O tienes licencia
Adrián: hijo de dios, werak’ ocha patrón. Yo respondo. Yo te agradezco, tendremos que bajar5
un poco de las mayas para criar 10 ovejas, 5 alpacas, 2 vacas, un caballo.

Don Bruno: tienes licencia.


Adrián: ¡ahí está el pisonay, atrás! Pero estoy viendo el manto de sus flores en el suelo.
Narrador: don bruno iba a interrumpir al cabecilla; en su rostro fue encendiéndose la ira.
Don bruno: tienes licencia k’oto. Te escucho, sigue sin poder ocultar su ansiedad y su enojo.
Adrián: la tierra se ha empequeñecido en paraybamba.
Don bruno: los colonos no venden. ¡los colonos no tienen nada, k’oto! Todo es de mi pertenencia

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