Todas Las Sangres
Todas Las Sangres
Todas Las Sangres
ESCENA I
Narrador: El viejo subió a tiendas las gradas de piedra que conducían como un túnel a lo alto de
la torre el volteo y miro al cerro alto y pronuncio.
Narrador: el cura silbo al mayordomo pero el mayordomo había corrido hacia la plaza.
Viejo: ¡no silbes como un alcahuete! ¡Oye cuervo! Vosotros son los peores; Fermín, el ladrón; y
tú, anticristo, escuchadme bien. ¡Uyariychis! ¡Cura anticristo voy a morir! escuchadme con cuidado.
Dejo mi casa, a los indios y caballeros más pobres.
ESCENA II
Viejo: ¡fuera! ¡Campo al cadáver!
Narrador: Gritaba paseando por las calles al ver un vecino y una vecina le acompaño.
Viejo: Déjeme aquí
Narrador: El cura vacilo largo rato. Luego se dirigió a donde estaban los hermanos.
Cura: Ha sido un testamento público. No nos oponemos
Don Fermín: Usted, vicario cuide a mi padre, que no muera sin absolución
Narrador: El cura se despidió de los hermanos igual que los otros. Ya estaban solos en el atrio
cuando reventaron los tiros.
Anto: Si papay
Viejo: Bueno me despido.
Narrador: Abrió el cajón y saco una cajetilla azul y detrás anto se había puesto a rezar. Mientras
el viejo agarraba una botella de cañazo, se tomaba las pastillas y se enveneno. Después de esos
días don Fermín le pidió ayuda a su hermano para una mina y él le da ayuda.
Escena III
Narrador: Nemesio Carhuamayo, mandón de la hacienda “Providencia”, de don Bruno, recorría
las chozas de los indios colonos. Las chozas formaban pequeños grupos sin calles, cerca de los
manantiales que bajaban de las cumbres. Un campo apisionado con una piedra. Carhuamayo
tampoco subió a la piedra para pregonar.
Adrián: ¡Don Nemesio, don Nemesio!- grito-¿Cuál es la voluntad del patrón? ¿Para qué va a
reunir cabildo grande?
Narrador: el mandón siguió trotando
Adrián: el rosado no es tuyo, padre nuestro ¿todo, todo?... el rosado muere el amarillo se levanta.
¡No abandones a tus hijos! Don bruno te siente, no te adora pero te siente; don fermión es sordo.
No sabemos quién es peor. Deja al cerdo; cerdo deja sordo al sordo. Ya no puedo conocer tu
voluntad.
Narrador: entono el himno y volvió a su estancia. Invito un trago de aguardiente a cada cabecilla.
Adrián: si, pero el dios de la iglesia puede que nos mande la rabia. Nada importa.
Don santos: amen
Escena IV
Narrador: besaron toda la vara de don adrián y se fueron. Con el primer rayo de sol, ingresaron
al inmenso patio de la hacienda los quinientos jefes de familia, siervos de don bruno. En fila tenía
delante de si a los treinta cabecillas. Don Adrián ocupaba el centro.
Don Bruno: en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.
Narrador: los indios agacharon la cabeza.
Adrián: amen
Don bruno: hombres de mi penitencia.
Narrador: con su poncho de vicuña cubriéndole el cuerpo.
Don bruno: habrá mita. Iréis por turnos de doscientos cincuenta a trabajar en las minas de mi
hermano.
Adrián: yo no necesito las mayas; que cada indio tenga derecho a criar 10 ovejas, 5 alpacas, 2
vacas, un caballo.
Don bruno: ¡levántate koto! ¡Yo hago sufrir! Eso mancha, ensucia. Ustedes sufren. Son puros.
Narrador: los siervos en este instante levantaron la cabeza y buscaron algo en el cielo.
Don bruno: quince días cada hombre y cada mes. Mi hermano está levantando un corral bien
cercado para ustedes; habrá techo adentro.
Escena V
Narrador: don bruno concluyo de hablar. El pisonay, entonces, abrió sus flores que se habían
opacado mientras el amenazaba. Don adrián y todos los indios lo contemplaron, como si de veras,
en cada uno de ellos no hubiera alma que vibrara, sino nada más que un trozo de barro seco.
Adrián recibió la vista hacia el nevado, y luego, animado por un entusiasmo repentino, como si
algo amaneciera en el mundo, se inclinó reverente.