Civilización Micénica
Civilización Micénica
Civilización Micénica
Máscara micénica realizada en una lámina dorada, llamada «máscara de Agamenón», Museo Nacional de Arqueología de Atenas.
La civilización micénica es una civilización prehelénica del Heládico reciente (final de la Edad
del Bronce). Obtiene su nombre de la villa de Micenas, situada en el Peloponeso.
Esta civilización fue descubierta a finales del siglo XIX por Heinrich Schliemann quien hizo
excavaciones en Micenas (1874) y Tirinto (1886). Schliemann cree haber encontrado el mundo
descrito por las epopeyas de Homero, la Ilíada y la Odisea. En una tumba micénica descubre
una máscara que denomina «máscara de Agamenón». Igualmente se bautiza como «palacio de
Néstor» un palacio excavado en Pilos. Habrá que esperar a los estudios de Arthur Evans, de
comienzos del siglo XX, para que el mundo micénico adquiera una autonomía propia con
respecto a la civilización minoica, que la precede cronológicamente.
En las excavaciones de Cnosos (Creta), Evans descubre miles de tablillas de arcilla, cocidas
accidentalmente durante el incendio del palacio, hacia el 1450 a. C. Bautiza esta escritura
como «lineal B», puesto que lo estima más avanzado que el lineal A. En 1952, el
desciframiento del lineal B ―identificado como un tipo de griego antiguo― por Michael
Ventris y John Chadwick traslada la civilización micénica de la protohistoria a la historia, y la
inserta en su posición correcta dentro de la Edad del bronce del mundo egeo.
Sin embargo, las tablillas de lineal B siguen siendo una fuente de información muy escasa.
Añadiendo las inscripciones sobre jarrones, no representan más que unos 5000 textos,
mientras que se calcula que hay varias centenas de millares de tablillas sumerias y acadias.
Además, los textos son cortos y de carácter administrativo: se trata de inventarios y otros
documentos contables que no estaban destinados al archivo. Sin embargo, tienen la ventaja de
mostrar una visión objetiva de su mundo, sin la marca de la propaganda real.
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Cronología
Ruinas de Micenas.
Durante el HR III la civilización micénica prosigue su expansión. Además de Creta, otras islas
del mar Egeo (como las Cícladas y Rodas) y lugares de Asia Menor muestran yacimientos
micénicos. Objetos micénicos se encuentran en todas las costas mediterráneas e incluso en
Europa central y las Islas Británicas. Colonias micénicas han sido encontradas en Chipre y el
Levante.
En la misma Grecia, los palacios fortaleza, los tholoi, se vuelven más monumentales. Durante el
HR III B1, los tesoros encontrados en Micenas y Orcómeno muestran la considerable riqueza
monumental que los reyes micénicos han acumulado. Este periodo constituye el apogeo de la
civilización micénica. Los archivos de Cnosos datan sin duda del HR III b (hacia el 1250 a. C.).
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GRECIA Y EL EGEO HASTA EL FINAL DE LA CIVILIZACIÓN MICÉNICA
Troya Cícladas Creta Continente griego
Troya I Grotta-Pilos
2920- 3200-
2450 a. C. 2700 a. C.
Troya II Karos-Siros
Bronce Minoico antiguo (Prepalacial) Heládico antiguo
2600- 2700-
antiguo 2500-1850 a. C. 2700-1850 a. C.
2350 a. C. 2200 a. C.
Troya III Filacopí I
2350- 2200-
2200 a. C. 2000 a. C.
Troya IV
2200-
1900 a. C.
Troya V Filacopí II Minoico medio I-IIIA
Bronce Heládico Medio
1900- 2000- (Protopalacial)
medio 1850-1580 a. C.
1700 a. C. 1800 a. C. 1850-1550 a. C.
Troya VI
1700-
1300 a. C.
Troya VII-A Minoico Medio IIIB-Minoico Micénico I
1300- tardío II (Neopalacial) 1580-1500 a. C.
Bronce 1200 a. C. 1550-1400 a. C. Micénico II
tardío Troya VII-B-1 Minoico tardío III 1500-1425 a. C.
1200- 1400-1100 a. C. Micénico III
1100 a. C. 1425-1100 a. C.
Fresco del siglo XIII a. C. en Micenas, participante en una procesión religiosa, Museo Nacional de Arqueología de Atenas.
Tras la traducción de las tablillas en lineal B, se ha descubierto que aquellos que se llaman
impropiamente «micénicos» son en realidad griegos. Ninguna fuente escrita que provenga de
un yacimiento micénico indica cómo se llamaba este pueblo a sí mismo (su autoetnónimo).
Según una lectura de la Ilíada, donde se llama aqueos a los griegos, y teniendo en cuenta la
mención de los ahhiyawa en fuentes hititas del Bronce reciente, se ha pensado en dar a los
micénicos el nombre de aqueos. Sin embargo, el segundo argumento está lejos de ser
aceptado por todos, y para el primero, el término de aqueos puede tener varias lecturas en los
textos de Homero.
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El análisis lingüístico de los textos en lineal B relaciona la lengua micénica con los dialectos
griegos de épocas posteriores, pero más al jonio, ático o eólico que a los dialectos aqueos de la
época clásica. Los primeros derivarían por lo tanto del micénico, mientras que los segundos
estarían emparentados, pero pertenecerían ya a un grupo distinto del de los micénicos del
Bronce reciente.
La cuestión lingüística, basándose en la comparación con lenguas de periodos posteriores, no
constituye una prueba suficiente para identificar claramente a los micénicos. Además, nada
prueba que estos hayan formado una única comunidad étnica o lingüística y es más probable
ver en ellos un conjunto de pueblos, ancestros de los aqueos, jonios, etc. de las épocas
posteriores, más que un solo pueblo.
Organización política
El mundo micénico
En ausencia de fuentes directas, la organización política general del mundo micénico no puede
ser conocida con seguridad.Grecia estaba dividida en diversos estados. Los citados en la Ilíada
son: Micenas, Pilos, Orcómeno, que son conocidos por la arqueología, pero quizás también
Esparta o Ítaca. Pero la arqueología no puede confirmar estos últimos. Tan solo los estados de
Pilos y Cnosos están claramente atestiguados por los textos en lineal B. Dicho esto, es
imposible conocer cual era el centro político dominante de la Argólida (si es que hubo uno):
Micenas, Tirinto o Argos, o quizás incluso Atenas, Gla o Yolco.
La mención de un «rey de los ahhiyawa» en las fuentes hititas ha sido comparada con el «rey
de los aqueos», que sería el rey de Micenas, Agamenón, en la Ilíada. Pero nada prueba que los
ahhiyawa sean los aqueos (aunque sea la solución más lógica) y la localización de su reino
continúa discutida: Asia Menor, Rodas, Grecia continental... Si ciertos investigadores quieren
convertir la Grecia micénica en una confederación de estados dominados por un rey, primus
inter pares, que podría ser el rey de Micenas, hasta el momento no hay nada que pueda
confirmarlo.
A una escala más reducida, existe información a través de las fuentes en lineal B sobre la
organización interna de los reinos mejor conocidos: Pilos y Cnosos. Pero tampoco ahí existen
muchas certezas.
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La forma del estado parece ser un reino, dirigido por un rey, el wa-na-ka (ϝάναξ / wánax), cuyo
papel es sin duda militar, jurídico y religioso. Es identificable con el ἄναξ / anax homérico
(«señor divino, soberano, señor de la casa»). La palabra aparece nueve veces en los textos de
ofrendas, lo que sugiere que los soberanos de Pilos y Cnosos eran objeto de culto. Sin
embargo, como en Homero, el término también puede designar a un dios.
El wa-na-ka está secundado por el ra-wa-ke-ta (lawagetas), sin duda el jefe del ejército.
Ambos poseen un dominio territorial propio, el te-me-no (τέμενος / témenos). Otros
dignatarios son los te-re-ta (telestai), que aparecen en los textos como propietarios
terratenientes. Quizás tengan una función religiosa. Los e-qe-ta (equetai), literalmente los
«seguidores», tenían esclavos a su servicio y pertenecían a un entorno social alto pero se
desconoce las funciones que desempeñaban con exactitud.
Además de los miembros de la corte, otros dignatarios están a cargo de la administración local
del territorio. El reino de Pilos está dividido en dos grandes provincias, la de-we-ra ka-ra-i-ja, la
provincia próxima, alrededor de Pilos, y la pe-ra-ko-ra-i-ja, la provincia lejana, alrededor de la
villa de Re-u-ko-to-ro. El reino se subdivide además en dieciséis distritos, que a su vez están
formados por una serie de pueblos o municipios. Para dirigir los distritos, el rey nombra a un
ko-re-te (koreter, «gobernador») y un pro-ko-re-te (prokoreter, «subgobernador»). Un da-mo-
ko-ro (damokoros, «aquel que se ocupa del damos »), se ocupa de los pueblos o municipios,
los da-mo (literalmente «pueblos», comparar con δῆμος / dễmos), y un pa-si-re-u (palabra
directamente predecesora de βασιλεύς / basileús) ejerce igualmente un cargo a nivel local,
mal conocido — parece dirigir un Consejo de Ancianos, el ke-ro-si-ja (γερουσία / gerousía).
Resulta interesante observar que entre los griegos clásicos, el basileus será el rey, el monarca,
como si entre la desintegración de la sociedad micénica y la época clásica hubiese sobrevivido
como autoridad más alta, de facto, y al cabo de algunas generaciones de jure, el funcionario
municipal.
Sociedad
La sociedad micénica parece estar dividida en dos grupos de hombres libres: el entorno del
rey, que se ocupa de la administración del palacio y el pueblo, el da-mo (demos), que vive a
nivel local. Como se ha visto anteriormente, este último está gobernado por agentes reales;
debe cumplir con trabajos comunales y pagar impuestos al palacio.
En cuanto a aquellos que evolucionan en el palacio, nos encontramos con altos funcionarios
acomodados, aquellos que probablemente habitan en las grandes casas que se encuentran en
las proximidades de los palacios micénicos, pero también con otras personas ligadas por su
trabajo al palacio, aunque no necesariamente más adinerados que los miembros del da-mo:
artesanos, agricultores, quizás mercaderes.
En lo más bajo de la escala social se encuentran los esclavos, do-e-ro (masculino) y do-e-ra
(femenino) (compárese con el griego δούλος / doúlos). Solo existen testimonios sobre aquellos
que trabajaban para el palacio.
Economía
La organización económica de los reinos micénicos conocida por los textos: un grupo trabaja
en la órbita del palacio, mientras que un segundo grupo parece que trabaja por su propia
cuenta. Esto se refleja en la organización social vista más arriba. Pero nada impide que las
personas que trabajan para el palacio no puedan tener paralelamente sus propios asuntos
personales.
La economía está controlada por los escribas que anotan las entradas y salidas de productos,
reparten los trabajos y se encargan de la distribución de las raciones. El du-ma-te parece ser un
tipo de intendente que supervisa un dominio de la economía.
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Agricultura
Predominio comunal, cultivado por aquellos a los que los textos llaman ka-ma-na-e-we, sin
duda el da-mo. Las tierras del palacio son atestiguadas por los textos. Una parte componía el
te-me-no del wa-ka-na y del ra-wa-ge-ta, como se ha visto más arriba. La otra se entrega para
su explotación (o-na-te-re) a los miembros de la administración del palacio. Estos pueden
explotarla con esclavos o por hombres libres, en régimen de arrendamiento.
La producción agrícola de estos reinos sigue la tradicional «tríada mediterránea»: cereales,
olivos y viña. Los cereales cultivados son el trigo y la cebada. También hay plantaciones de
olivos para la producción de aceite de oliva, que no se emplea necesariamente en la
alimentación, sino para los cuidados corporales y los perfumes. Con la vid se realizan diversos
vinos. Además se cultiva el lino para la vestimenta, el sésamo para el aceite y árboles como la
higuera.
La ganadería está dominada por los ovinos y los caprinos. Las vacas y los cerdos son más raros.
Los caballos se dedican fundamentalmente a tirar de los carros de guerra.
Industria
Tablilla micénica que trata de un pedido de lana, Museo Nacional de Arqueología de Atenas.
La organización del trabajo artesanal es conocida sobre todo en relación a los palacios. Los
archivos de Pilos muestran un trabajo especializado: cada obrero pertenece a una categoría
precisa y dispone de un lugar específico en las etapas de producción, especialmente en la
textil.
La industria textil es uno de los principales sectores de la economía micénica. Las tablillas de
Cnosos permiten seguir toda la cadena de producción, desde los rebaños de ovejas al
almacenaje de los productos finalizados en los almacenes del palacio, pasando por el teñido, el
reparto de la lana por los diferentes talleres y las condiciones de trabajo en dichos talleres. El
palacio de Pilos cuenta así con unos 550 obreros textiles. En Cnosos llegaban a los 900. Se ha
podido identificar quince especialidades textiles. Además de la lana, el lino es la fibra más
usada.
La industria metalúrgica está bien atestiguada en Pilos, donde se empleaba a 400 obreros en
estos menesteres. Se sabe por las fuentes escritas, que se les distribuía el metal para que
realizaran sus trabajos: como media 3,5 kg de bronce por forjador. Sin embargo, no se sabe
cuál era la remuneración: está misteriosamente ausente de las listas de distribución de
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raciones. En Cnosos algunas tablillas atestiguan la fabricación de espadas, pero sin evocar una
auténtica industria.
La industria de la perfumería también está atestiguada. Las tablillas describen la fabricación de
aceites perfumados: con olor a rosa, a salvia, etc. También se sabe por la arqueología que los
talleres dependientes del palacio comprendían otro tipo de artesanos: orfebres, trabajadores
del marfil, talladores, alfareros. También se hacía aceite de oliva. Algunos de estos productos
se dedicaban a la exportación.
Comercio
El comercio está curiosamente ausente de las fuentes escritas. Así, una vez que el aceite
perfumado de Pilos se almacena en pequeñas jarras, se ignora qué ocurre con él. Grandes
ánforas con señales de haber contenido el aceite han sido encontradas en Tebas, en Beocia.
Tienen inscripciones en lineal B indicando como origen la Creta occidental. Sin embargo, las
tablillas cretenses no revelan ni una palabra sobre la exportación de aceite.
Se dispone de poca información sobre el circuito de distribución de los textiles. Se sabe que los
minoicos exportaban telas finas al Antiguo Egipto; sin duda los micénicos hicieron lo mismo.
Probablemente retomaron por su cuenta los conocimientos minoicos en materia de
navegación, como lo demuestra el hecho de que su comercio marítimo comienza su desarrollo
tras la caída de la civilización minoica. A pesar de esta falta de fuentes, es probable que ciertos
productos, sobre todo los tejidos, el aceite y la metalurgia, estuvieran destinados a ser
vendidos en el exterior del reino, porque su producción es demasiado importante para estar
destinada solo al consumo interno.
El seguimiento de los productos micénicos de exportación se puede hacer sin embargo a través
de la arqueología. Numerosas ánforas han sido encontradas en el mar Egeo, Anatolia, Levante,
Egipto, pero también el oeste de Sicilia, o incluso en Europa Central y Gran Bretaña.
De forma general, la circulación de bienes micénicos se puede trazar gracias a los «nódulos»,
ancestros de las etiquetas modernas. Se trata de pequeñas bolas de arcilla, hechas entre los
dedos alrededor de una correa (probablemente de cuero) que sirve para atar el nódulo al
objeto. A veces se añaden otras informaciones, como la calidad, el origen, el destino, etc. 55
nódulos, que han sido encontrados en Tebas en 1982, llevan ideogramas que representan un
buey. Gracias a ellos se ha podido reconstruir el itinerario de los bovinos:2 venidos de toda
Beocia y Eubea, son llevados a Tebas para ser sacrificados. Los nódulos servían para probar
que no se trataba de animales robados y para demostrar su origen. Una vez que los animales
llegan a su destino los nódulos son comprobados y recogidos para realizar una tablilla
contable. Los nódulos son usados para todo tipo de objetos y explican la rigurosidad de la
contabilidad micénica: el escriba no tiene que contar él mismo los objetos, se basa en los
nódulos para realizar sus tablillas.
Religión
«Dama de Micenas», fresco del siglo XIII a. C. de Micenas representando una diosa, Museo Nacional de Arqueología de Atenas
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El hecho religioso es bastante difícil de identificar en la civilización micénica, en particular
cuando se trata de yacimientos arqueológicos, donde resulta complicado identificar con
seguridad un lugar de culto. En cuanto a los textos, solo las listas de ofrendas dan los nombres
de los dioses, pero no nos enseñan nada sobre las prácticas religiosas.
El panteón micénico ya muestra numerosas divinidades que se encuentran más tarde en la
Grecia clásica. Poseidón parece ocupar un lugar privilegiado, sobre todo en los textos de
Cnosos. En esta época se trata probablemente de una divinidad ctónica, asociada a los
terremotos. También se encuentran una serie de «Damas» o «Madonas» (Potnia), asociadas a
los lugares de culto, como una «Dama del Laberinto» en Creta —que recuerda el mito del
laberinto minoico, al igual que la presencia de un dios llamado Dédalo. También se encuentra
una «Diosa Madre» llamada Diwia. Otras divinidades identificadas que se encuentran durante
épocas posteriores son la pareja Zeus-Hera, Ares, Hermes, Atenea, Artemisa, Dioniso, Erinia,
etc.
Ningún gran templo de época micénica ha podido ser identificado. Algunos edificios
encontrados en las ciudadelas y que constan de una habitación central de forma oblonga
rodeada de pequeñas habitaciones podrían haber servido de lugar de culto.
Se puede además suponer que existió un culto doméstico. Algunos santuarios han podido ser
recuperados, como el de Filakopi, donde se ha encontrado una importante cantidad de
estatuas que sin duda formaban parte de ofrendas, y se cree que lugares como Delfos,
Dodona, Delos o Eleusis eran ya santuarios importantes. Pero esto resulta difícil de probar de
forma evidente.
Arquitectura
Las fortalezas
Las principales villas micénicas están todas fortificadas. Pueden estar situadas sobre una
acrópolis, como Atenas o Tirinto, adosadas a una gran colina como Micenas o frente al mar,
como Gla o Pilos. Además de las ciudadelas, se han encontrado también fortalezas aisladas
que servían sin duda para el control militar del territorio.
Las murallas micénicas son a menudo de tipo «ciclópeo»: están construidas de grandes
bloques que pueden llegar a tener hasta ocho metros de espesor, apilados unos sobre otros
sin argamasa para unirlas, o bien, cuando no se dispone de grandes bloques, de grandes
piedras encastradas unas en otras. Diferentes tipos de entradas y salidas fueron empleadas:
puerta monumental, rampa de acceso, puertas secretas o galerías abovedadas para salir en
caso de asedio.
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El temor a un ataque hace que el lugar elegido posea también una cisterna o un pozo.
Hábitat
Los yacimientos micénicos muestran diferentes tipos de residencias. Las más pequeñas son de
forma cuadrangular y miden entre 5 y 20 metros de lado. En ellas residen las capas más bajas
de la población. Pueden estar compuestas por una o más salas. Este último caso es más
extendido en épocas más recientes.
Más elaboradas son las residencias más grandes, que miden entre 20 y 35 metros de lado
aproximadamente y están constituidas por varias salas e incluso de patio central. Están
organizadas según un modelo próximo al del palacio. Sin embargo, no es seguro que se trate
de residencias de aristócratas micénicos, puesto que existe otra hipótesis que quiere ver en
estos edificios dependencias auxiliares del palacio, a menudo situado en su proximidad.
Arte y artesanía
Cerámica
Jarrón micénico exportado a Ugarit, siglos XIV al XIII a. C., Museo del Louvre
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Escultura
Cabeza de mujer, uno de los raros ejemplos de plástica monumental micénica, Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
El periodo micénico no produjo estatuas de gran tamaño. La mayor parte de la escultura del
periodo consiste en estatuillas finas de tierra cocida, encontradas sobre todo en el yacimiento
de Filacopi, pero también en Micenas, Tirinto o Asine. La mayoría de las estatuillas representa
figuras antropomórficas (aunque también las hay zoomorfas), masculinas o femeninas. Las
figuras están en diferentes posturas: brazos extendidos, elevados hacia el cielo; brazos
plegados sobre las caderas; sentados. Están pintadas, monocromas o polícromas. Su sentido
no está claro, pero parece probable que se trate de objetos votivos, encontrados en contextos
que parecen ser de lugares de culto.
La figura más representativa es la llamada Tríada Divina, que representa a dos diosas y a un
niño, quizás precedentes de Deméter, Perséfone y Triptólemo, divinidades vinculadas a la
fertilidad de los campos. También destaca una imagen de la diosa madre con su hijo en el
regazo.
También son corrientes los ídolos en psi, en fi o en tau, así llamados por su semejanza a estas
letras del alfabeto griego. Se encuentra principalmente en tumbas y en santuarios.
Pintura
Fresco de Micenas representando un escudo, símbolo de la diosa de la guerra, Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
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La pintura micénica está muy influenciada por la minoica. Se han encontrado algunos frescos
murales en los palacios micénicos. Los temas representados son varios: caza (incluyendo
tauromaquias), combates, procesiones, relatos mitológicos. Otros frescos están formados por
motivos geométricos. Una parte de la cerámica estaba pintada con temas idénticos (véase más
arriba).
Armas
Elementos militares han sido encontrados entre los tesoros del periodo micénico. El hallazgo
más impresionante es el de la armadura de Dendra, el equipamiento completo de un guerrero.
La coraza que lleva está compuesta de placas de bronce cosidas sobre un vestido de cuero. El
peso de la armadura debía impedir la movilidad del guerrero, por lo que se creía que se
trataba de un combatiente sobre carro. Sin embargo diferentes experimentos han demostrado
que también se podía usar de pie.
El armamento defensivo encontrado en los yacimientos micénicos está formado por algunos
cascos, a destacar un modelo en forma de cabeza de jabalí, que está ausente de los últimos
niveles del Heládico reciente. Se empleaban dos tipos de escudos: un modelo en forma de 8 (el
[http://www.dearqueologia.com/escudos_en_ocho.htm «escudos en 8», llamado también de
«escudo de perfil pinzado», véase imagen a la derecha) y otro modelo rectangular,
redondeado arriba. Estaban realizados en cuero.
Las armas ofensivas son sobre todo en bronce. Se han encontrado lanzas y jabalinas, además
de un conjunto de espadas de diferentes tallas, hechas para golpear con el filo como de
estoque. El resto del armamento encontrado para este periodo se compone de puñales y
flechas, demostrando la existencia de arqueros.
Prácticas funerarias
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en ocasiones, convirtiendo los thóloi en las tumbas de las elites dirigentes, las individuales en
las tumbas de las clases pudientes y las tumbas comunes en las del pueblo.
La cremación aumenta en número a lo largo de la época, hasta convertirse en muy importante
hacia el HR III C. Quizás sea la prueba de la llegada de un pueblo nuevo a Grecia.
Las tumbas más impresionantes de la época micénica son las tumbas reales monumentales de
Micenas, sin duda dedicadas a la familia real de la ciudad. La más célebre es la «tumba de
Agamenón» (el «Tesoro de Atreo») en Micenas, que tiene forma de thólos. Cerca se
encuentran otras tumbas (llamadas del «círculo A»), las llamadas «de Clitemnestra» y «de
Egisto». Todas han dado impresionantes tesoros, exhumados por Schliemann durante sus
excavaciones de Micenas.
Decadencia y final
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El despoblamiento de ciertas regiones, que se podría deducir de estas observaciones, parece
dudoso, puesto que estas mismas cifras pueden corresponder igualmente a una concentración
de población sobre asentamientos más seguros. Hasta entonces algunos lugares solamente
habían conocido una ocupación esporádica: Lefkandi, en Eubea, Perati, en Ática y, en menor
medida, Asini en Argólida. Otros conservan una posición preeminente, como Tirinto y Micenas,
cuyas fortificaciones, una vez reparadas y reforzadas, guardan siempre numerosas
construcciones.
Las hipótesis
Antes de plantear algunas de las hipótesis que se han imaginado para explicar tanto la
desaparición del sistema palacial como la decadencia de la civilización micénica, debe
subrayarse la fragilidad de las correlaciones cronológicas establecidas entre los diferentes
horizontes de destrucción. Dos destrucciones datadas en la misma fase estratigráfica pueden
estar separadas por diez o veinte años.
Las invasiones
En tiempos históricos, los griegos que hablaban dialectos dóricos y estaban establecidos en el
Peloponeso, a excepción de Arcadia, en algunas de las Cícladas, como Melos y Tera, en Rodas y
en las costas de Caria, pretendían basar su originalidad lingüística en su historia legendaria. El
mito muestra la invasión de los dorios como el retorno de los Heráclidas. La leyenda establece
que los hijos de Heracles reclamaron, como lo había hecho en vida su padre, el trono de Argos;
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acabaron por desterrarse al norte tras pasar un cierto tiempo acogidos en Atenas y consultar al
oráculo de Delfos que les auguró la vuelta triunfal. Al cabo de unas generaciones volvieron y
conquistaron la tierra de donde habían salido, derrotando a los Atridas, descendientes de
Euristeo, soberano de Micenas y expoliador del héroe. Los argumentos lingüísticos pueden
hacer creer que estas leyendas reflejan un momento histórico.
Sin embargo, cualquiera que sea la credibilidad que demos a estos relatos, especialmente a las
invasiones dorias, siempre se planea la cuestión de una eventual invasión del continente
griego. Al examinar los hallazgos arqueológicos de esta época se aprecia que la cerámica
llamada bárbara proporciona un buen ejemplo de las dificultades para pasar del testimonio
arqueológico a la interpretación histórica. Esta cerámica, de color oscuro, fina o basta, siempre
hecha a mano y pulida con un instrumento que deja huellas visibles en su superficie, decorada
a veces con cordones, se encontró por primera vez en Micenas y más tarde en Korakú,
Lefkandi, Atenas, Perati, Egera, Asiri, Tirinto y en el Menelaión de Esparta.
Esta cerámica aparece generalmente asociada con material y niveles que datan de principios
del HR III C, parece totalmente ausente al final de esta fase. Deduciendo argumentos a partir
de tales elementos, se ha podido creer que este material había acompañado, junto con otros,
a la migración de un grupo humano originario de los Balcanes o de Tracia, grupo del que se
encontrarían huellas en la cultura de Troya VII. Este grupo podría ser considerado el
responsable, solo o con otros, de la destrucción de los palacios, después de lo cual se habría
fundido en la cultura micénica, dejando de fabricar su propia cerámica. Se observa fácilmente
la fragilidad de esta hipótesis necesariamente reductora con respecto a la complejidad de los
hechos que pretenden explicar. El origen extranjero de la cerámica bárbara ha sido discutido
pero, aunque se demostrara, resulta imposible elegir un origen preciso para esta clase de
cerámica y se está lejos de poder establecer una correlación automática entre grupo étnico y
tipo de cerámica.
Y para que esta cerámica y otros objetos hallados, como espadas de estoque y filo, puntas de
lanza flameadas, dagas de Peschiera o fíbula de arco de violín, mostraran la realidad de una
invasión, sería necesario que aparecieran repentinamente, que fueran raros o desconocidos
antes del momento supuesto de la invasión y que se extendieran ampliamente. Ninguno de
estos testimonios responde a estas condiciones.
Es difícil admitir que unos invasores victoriosos se hubieran instalado de forma duradera en las
tierras conquistadas y no hubieran dejado una huella más profunda. Después de la oleada de
destrucciones al final del HR III B la civilización de Grecia continental continua siendo
esencialmente micénica. Por fin, se deberían presentar los movimientos de población
perceptibles en dirección de las zonas de las que se hacen precisamente surgir los ataques
(Grecia del noroeste y el Mediterráneo oriental).
Una segunda serie de hipótesis trata de establecer un vínculo entre los disturbios que
afectaron a la Grecia continental y las destrucciones sufridas por Anatolia, Chipre y el Levante
mediterráneo durante el último cuarto del siglo XIII. Los pueblos del mar, contra los que lucha
varias veces y a lo que parece con éxito Merenptah (1213-1203) y los primeros faraones de la
dinastía XX, especialmente Ramsés III (1184-1158), son los que se consideran responsables de
la desintegración de los pueblos hititas y también de todos los asentamientos de la costa
siriopalestina. Sin embargo, nada permite suponer que los pueblos del mar penetraran en
Grecia a finales del siglo XIII a. C., ni que las poblaciones griegas se movieran en aquel
momento hacia el Mediterráneo oriental, porque las únicas razones que se tienen pata asociar
los pueblos del mar con la historia del mundo egeo son la presencia en los archivos egipcios de
la palabra ekwesh, asimilada en “aqueos”, que después de la destrucción de sus palacios
habrían huido hacia el Oriente y la inspiración micénica de la cerámica filistea.
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El final del siglo XIII es un período de gran confusión en todo el Mediterráneo oriental. Las
destrucciones de Grecia continental, el abandono de los asentamientos tradicionales en Creta
a finales del imperio hitita, la destrucción de la mayor parte de los asentamientos chipriotas y
levantinos y el surgimiento de una entidad filistea (quizás después de que Egipto hubiera
establecido en Palestina como vasallos a una parte de los invasores que había conseguido
rechazar) ocurren en un lapso de tiempo bastante corto, como máximo unos treinta años. Pero
no se puede afirmar que alguno de estos hechos sea más la causa que la consecuencia de los
demás, a pesar de que los síntomas (ruptura de las tramas económica, social y política,
creciente inseguridad, resurgimiento de una piratería endémica) sean comunes a todas las
regiones del Mediterráneo oriental.
Las interpretaciones que tratan de descubrir un “estado de urgencia” tras algunos de los textos
hallados en Pilos, se vinculan también a esta primera serie de hipótesis. Presentan todo el oro
y el bronce recogidos como requisas obligatorias destinadas a afrontar una situación crítica y
las exenciones que benefician a algunos grupos como prueba de dicha situación. Igualmente,
las citas militares, especialmente sobre las tablillas o-ka, expresarían la instalación de un
dispositivo de defensa contra un inminente ataque surgido del mar. Todo ello resulta algo
exagerado, porque las exenciones fiscales o la recogida de metales preciosos pueden
perfectamente considerarse algo normal en el funcionamiento del palacio. Además, no es
seguro que las tablillas o-ka se refieran a preparativos militares, ni que estos sean
excepcionales.
Vemos, pues, basándonos en datos lingüísticos, la idea de una “invasión sin invasores”, y
encontramos también algunas paradojas: regiones que se hallan, como Laconia, en el centro
de las zonas dóricas aparecen casi completamente abandonadas después del HR III B, mientras
que otras no dóricas, como Ática, parecen más abiertas a las innovaciones o a las
transformaciones culturales.
Conflictos internos
Según Hooker, la caída del sistema palacial se debería a conflictos internos que opusieron a los
estados micénicos entre ellos o bien a diferentes categorías de población. En este último caso,
la “lucha de clanes” podría haber tenido origen en el desmoronamiento de un sistema
económico que no habría mantenido su papel esencial de regulación y redistribución. Esta
hipótesis se apoya en una interpretación original de las “invasiones dorias”. Aquellos a quienes
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las tradiciones legendarias llaman dorios habrían estado ya presentes en Grecia desde una
fecha muy anterior al siglo XIII a. C.; convertidos quizás en esclavos por los señores de los
palacios y hablando una lengua “especial”, podrían haber sido, en parte, los responsables del
repentino final del sistema palacial.
Esta hipótesis armoniza bien con los datos arqueológicos porque tiene en cuenta a la vez la
repentina ruptura que representa el final de los palacios y la continuidad cultural observada
entre los siglos XIII y XII, pero los lingüistas plantean dudas, porque según ellos el micénico
“especial” no puede asimilarse a un protodórico.
De hecho podrían haberse combinado varios factores para acabar destruyendo una
organización burocrática de la sociedad, frágil seguramente en tanto que muy rígida. Una
economía basada en la especialización de los productos agrícolas y muy dependiente del
exterior para el aprovisionamiento de materias primas esenciales, está siempre a merced de
una ruptura provocada o precipitada por un brusco aumento de la población, una contracción
de los intercambios en el continente o en la cuenca mediterránea, una interrupción o una
mayor lentitud de las comunicaciones, o por tensiones internas quizás violentas, o aún por
presiones en sus fronteras.
En cualquier caso, los acontecimientos de finales del siglo XIII marcan el ocaso de la
organización palacial pero no indican, en cambio, el final de la civilización micénica. La ruptura,
claramente evidente, será seguida por un lento desmoronamiento cultural.
La mayoría de las teorías propuestas para dar cuenta de la desaparición de los palacios hablan
de la decadencia de la civilización micénica y del paso hacia lo que aún resulta cómodo calificar
como los siglos oscuros como la consecuencia última de la desaparición. Pero los dos
fenómenos deben de verse por separado.
Por una parte, al final del MR III B nos hallamos frente a una repentina modificación de la
organización económica y política de la sociedad, pero esta modificación no provoca
aparentemente ningún cambio cultural importante.
Por otro lado, hacia el final del HR III C se observa la desaparición casi completa de algunas
costumbres, como la inhumación colectiva en las tumbas de cámara, y la multiplicación de
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costumbres sustitutorias: sepulturas individuales en cistas y en pozos y cremación de
cadáveres. Estas costumbres se van a convertir en los rasgos dominantes de otro tipo de
civilización, pero se imponen progresivamente, sin ruptura aparente.
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