Diez Consejos para Preparar Un Sermón Expositivo - Will Graham
Diez Consejos para Preparar Un Sermón Expositivo - Will Graham
Diez Consejos para Preparar Un Sermón Expositivo - Will Graham
Will Graham
Cuando comencé a predicar, siempre hablaba sobre los mismos temas. Mi metodología era encontrar pasajes
para apoyar mis ideas. Citaba muchos textos desde el púlpito, pero solo con el fin de apoyar lo que quería
decir. Después de varias invitaciones a predicar a otras iglesias, me encontré en desesperación, porque se
me acababan las ideas y no sabía qué decir.
No fue hasta que cursé una clase de homilética que aprendí de la predicación expositiva, en la cual el
predicador se basa únicamente en un determinado pasaje bíblico. En lugar de usar el púlpito como un lugar
para dar a conocer mis opiniones espirituales; empecé a verlo como un lugar sagradísimo desde el cual se
exponía la Palabra de Dios versículo por versículo.
Entonces, quiero compartirles diez cosas que he aprendido para predicar sobre un texto de manera
expositiva.
1. Ora.
La oración tiene que acompañarnos en cada paso de la preparación del sermón. Es vital mantener un espíritu
de oración: sea en el púlpito, o cuando ya hemos bajado de él. En las palabras de Martyn Lloyd-Jones, “La
oración es vital para el predicador. Lee las biografías y autobiografías de los más grandes predicadores a lo
largo de los siglos y hallarás que esta fue la gran característica de sus vidas. Siempre fueron grandes
hombres de oración y dedicaron una considerable cantidad de tiempo a la oración”.[1]También hay que
interceder por las personas que van a estar escuchando el mensaje: “Señor, alumbra su entendimiento, abre
sus ojos y oídos para que vean maravillas en tu Palabra”.
Es importante leer el texto que vamos a predicar varias veces, hasta prácticamente haberlo memorizado.
Además del contexto inmediato, hay que fijarse bien en los capítulos anteriores y posteriores del pasaje. No
podemos predicar sobre Romanos 2 sin leer Romanos 1 y Romanos 3. Sin esta lectura más amplia, nos
resultará muy difícil seguir el hilo de pensamiento del autor.
Otra cosa a tener en mente es el estilo literario del libro. ¿Es un libro histórico como Crónicas o poético como
los Salmos o sapiencial como Eclesiastés o doctrinal como las epístolas? Entender el género literario nos
ayudará a interpretar mejor los pasajes de tales libros. No podemos, por ejemplo, interpretar la literatura
apocalíptica ni la literatura poética de la misma forma que los textos históricos. Generalmente hablando,
resulta más fácil y menos peligroso predicar sobre una carta doctrinal que sobre un texto poético ya que las
epístolas doctrinales suelen ser mucho más claras y menos simbólicas.
Hay que tomar en cuenta la identidad del autor del libro para entender cómo pensaba y razonaba, para quién
y por qué estaba escribiendo. Esto explicará varios rasgos distintivos del libro. Si comparamos el Evangelio
de Marcos con el de Mateo, vemos cómo Marcos resalta el dinamismo y poder de Jesús a lo largo de su libro
ya que iba dirigido a los romanos, mientras que Mateo se preocupa mucho más por cómo Jesús cumplía la
ley judía a la perfección porque escribía para los judíos convertidos al cristianismo. Todos estos datos
producen una lectura más rica del libro en cuestión.
Si conoces bien el texto, te resultará más fácil discernir la idea central y las ideas subordinadas que se
presentan en tu pasaje. En casi todos los casos, las palabras más importantes en cualquier versículo bíblico
son los verbos. Hay que prestar atención a los adjetivos, los sustantivos, los adverbios y las conjunciones
también; pero el sentido del versículo suele residir en sus verbos. “De tal manera amó Dios al mundo
quedio su Hijo unigénito…” (Jn. 3:16). Es una buena idea escribir los versículos en un folio, colocando la idea
principal arriba y las ideas subordinadas abajo usando líneas, flechas, dibujos, etc.
Cada texto forma parte de un determinado libro, pero también tiene un lugar en la historia de la salvación. Es
beneficioso siempre conectar el texto que estamos estudiando con Jesucristo. A veces el texto nos hablará
explícitamente de Cristo, por lo tanto, no hará falta añadir este paso; pero en otros libros donde no se
menciona al Señor, hay que pensar en cómo se relaciona este pasaje a Él (sin forzar el texto, por supuesto).
7. Desarrolla un bosquejo.
Después de tener claro cuáles son las ideas clave del texto, podemos proseguir a hacer nuestro bosquejo. El
bosquejo nos ayuda a la hora de predicar en el culto. Tristemente, muchos sermones actuales van en diez mil
direcciones diferentes, y cuando el mensaje acaba, nadie se ha enterado de nada.
Esto no es culpa de la congregación, sino por la falta de preparación de parte del predicador. Podemos hacer
un maravilloso estudio literario, histórico y gramatical, pero si no estructuramos bien nuestros pensamientos,
nuestros oyentes van a salir de la reunión confundidos. La meta del predicador debe ser que la gente
entienda bien el mensaje para que cuando se vayan a casa, sepan claramente de lo que que habla la Biblia.
Recuerdo el consejo de mi profesor de homilética: “Cada punto en tu sermón tiene que tener una verdad, una
ilustración de esta verdad, y una aplicación de dicha verdad”.
El valor de la ilustración reside en enseñar la verdad de una manera más entendible. Si hay personas
filosóficas en tu congregación, pillarán la enseñanza doctrinal enseguida puesto que su mundo es el mundo
de los conceptos. No obstante, la mayoría de las personas aprenden más mediante ilustraciones. Por
ejemplo, al hablar sobre la doctrina de la justificación por la fe, siempre viene bien la imagen de un juez
declarando a un criminal justo porque otro paga la condena por él.
La aplicación es importante para que el sermón no sea un simple discurso bonito, sino la proclamación de la
Palabra predicada a los corazones de nuestros oyentes.
Después de estudiar el pasaje, vale la pena estudiar otras obras sobre el mismo. Podríamos consultar un
comentario bíblico, por ejemplo. Esta lectura incluso nos aportará nuevas ideas que podríamos incorporar al
mensaje. Cuando voy a predicar sobre un texto, casi siempre leo lo que dos de mis expositores bíblicos
favoritos –John Piper y John MacArthur- han dicho al respecto. Me aportan nuevas ideas y muchas veces, el
Señor les usa para corregir ciertas conclusiones incorrectas que había sacado del pasaje.
10. ¡A predicar!
Cuando todo esté en orden, no nos queda más que esperar a que empiece el culto y subir a predicar la
gloriosa Palabra del Señor. Si sabemos que nos hemos aferrado exclusivamente al texto bíblico durante
nuestro tiempo de preparación, disfrutaremos de la bendición de Dios al predicar Su Palabra ya que el
Espíritu siempre respaldará las Escrituras que Él mismo inspiró. Estaremos conscientes de que su autoridad
nos acompaña e incluso experimentaremos cómo a veces el amado Señor nos va predicando a nosotros
mismos mientras estamos allí arriba exponiendo Su Palabra. Tales momentos son inolvidables, y son por los
que oramos semana tras semana.
Luego, bajaremos del púlpito, agradecidos al Señor, animados en el Espíritu y con mucha paz en el corazón
hasta que volvamos a preparar el próximo mensaje.
[1] Lloyd-Jones, Martyn, La predicación y los predicadores (Peregrino: Ciudad Real, 2003), p. 191.
[2] Duvall, Scott y Hays, Daniel, Hermenéutica: entendiendo la Palabra de Dios (Clie: Barcelona, 2008), p. 139