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Pelagianismo

El documento describe el pelagianismo, una doctrina cristiana del siglo V que negaba el pecado original y la necesidad de la gracia divina para la salvación. Fue promovida principalmente por Pelagio y su seguidor Celestio. Aunque inicialmente tuvo éxito en Roma, la doctrina fue condenada como herética por la Iglesia Católica en el 417 luego de ser refutada por san Agustín. El pelagianismo continuó siendo debatido y rechazado en los siglos siguientes.

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El documento describe el pelagianismo, una doctrina cristiana del siglo V que negaba el pecado original y la necesidad de la gracia divina para la salvación. Fue promovida principalmente por Pelagio y su seguidor Celestio. Aunque inicialmente tuvo éxito en Roma, la doctrina fue condenada como herética por la Iglesia Católica en el 417 luego de ser refutada por san Agustín. El pelagianismo continuó siendo debatido y rechazado en los siglos siguientes.

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Pelagianismo

El pelagianismo es una de las doctrinas que la Iglesia Católica ha considerado como herejíacristiana,
con más peso en la Edad Antigua. La doctrina recibe su nombre de Pelagio.

Índice
Contexto
Vida
Obra
Pelagio y Celestio
Continuación y fin de la controversia (415-418)
Las disputas de San Agustín con Juliano de Eclana (419-428)
Últimas trazas del Pelagianismo (429-529)
Notas

Contexto
Surgió como doctrina en el siglo V, siendo condenado por la Iglesia católica de forma definitiva el año
417. Negaba la existencia del pecado original, falta que habría afectado solo a Adán, por tanto la
humanidad nacía libre de culpa y una de las funciones del bautismo, limpiar ese supuesto pecado,
quedaba así sin sentido. Además, defendía que la gracia no tenía ningún papel en la salvación, sólo era
importante obrar bien siguiendo el ejemplo de Jesús.

Vida
Aparte de los principales episodios de la controversia pelagiana, poco o nada se conoce sobre la vida de
Pelagio. Son más abundantes las fuentes tras su salida de Roma en el 411, hasta después del 418,
cuando de nuevo se produce un silencio sobre su persona en la Historia. Como, según San Agustín(De
peccat. orig., XXIV) testifica, Pelagio vivió en Roma «por largo tiempo», podemos suponer que residió
allá al menos desde el pontificado del papa Anastasio I (398-401). Respecto a su larga vida antes del
año 400 y, sobre todo respecto a su juventud, todo es oscuridad; aun el lugar en que nació está en
discusión. Mientras que testimonios fiables, como Agustín, Orosio, Próspero y Mario Mercátor, son
absolutamente explícitos en asignar Britania como su país nativo, como así parece según su nombre
familiar: Brito o Britannicus. Jerónimo1 lo ridiculiza como «escocés»,2 quien, habiendo sido
«rellenado con gachas de avena escocesa» (Scotorum pultibus proegravatus) sufre de débil memoria.

Argumentando correctamente que los «escoceses» de aquellos días eran realmente los irlandeses, H.
Zimmer3 ha adelantado razones de peso para la hipótesis de que el verdadero lugar de origen de
Pelagio debiera ser buscado en Irlanda, y que habría permanecido en el sudoeste de Gran Bretaña sólo
en tránsito hacia Roma. Alto de estatura y corpulento de apariencia,4 Pelagio tenía educación
superior, hablaba y escribía bien, con gran fluidez, tanto el latín como el griego, además era versado
en teología. Fue monje, entregado consecuentemente a prácticas de ascetismo, pero nunca fue clérigo.
Tanto Orosio como el Papa Zósimo lo llamaron «hombre de leyes». En Roma misma gozó de
reputación por su austeridad. S. Agustín lo llama «varón santo», vir sanctus. Mantuvo una edificante
correspondencia —que más tarde usó para su defensa personal— con San Paulino de Nola (405) y
otros prominentes obispos.

Obra
Durante su permanencia en Roma compuso varias obras:

De fide Trinitatis libri III, ahora perdida, que fue elogiada por Gennadio como «indispensable
materia de lectura para los estudiantes»
Eclogarum ex divinis Scripturis liber unus, que es la principal colección de pasajes de la Biblia
basada en el Testimoniorum libri III de Cipriano. De esta obra san Agustín ha preservado un
número de fragmentos
Commentarii in epistolas S. Pauli. Fue elaborada sin duda antes de la destrucción de Roma
por Alarico (410) y conocida por san Agustín en el 412. Zimmer5 es digno de crédito por haber
redescubierto, en este comentario sobre san Pablo, el trabajo original de Pelagio, que había sido,
en el curso del tiempo, atribuido a san Jerónimo.6 Un examen riguroso de esta obra, que ha
llegado a ser de un momento a otro famosa, ha traído a la luz que contiene las ideas
fundamentales condenadas después por la Iglesia como «herejía pelagiana». En esta obra
Pelagio negaba el estado primitivo del hombre en el paraíso y el pecado original,7 insistía en la
naturalidad de la concupiscencia y la muerte del cuerpo, y vinculaba la existencia y universalidad
actual del pecado al mal ejemplo dado por Adán al cometer el primer pecado.
Como todas las ideas de Pelagio estuvieron principalmente radicadas en la antigua filosofía pagana —
especialmente en el popular sistema de los estoicos— en lugar de estarlo en el cristianismo, consideró
la fuerza moral de la voluntad humana (liberum arbitrium), cuando está fortalecida por el ascetismo,
como suficiente en sí misma para desear y conseguir el noble ideal de la virtud. El valor de la
redención de Cristo era, en su opinión, limitado principalmente a la formación (doctrina) y al ejemplo
(exemplum) que el Salvador puso en la balanza como contrapeso frente al mal ejemplo de Adán, de
manera que la naturaleza mantiene la habilidad de someter al pecado y ganar la vida eterna aun sin la
ayuda de la gracia.

Por justificación mediante la sola fe hemos sido indudablemente limpiados de nuestros pecados
personales,8 pero este perdón (gratia remissionis) no implica una renovación interior de la
santificación del alma. Hasta qué punto la doctrina de la sola fides «no haya tenido un defensor más
potente antes de Lutero que Pelagio» y si, en particular, la concepción protestante de fe
fiducialdespuntó en éste varios siglos antes que en Lutero, como Loofs9 asume, es algo que
probablemente necesita más cuidadoso examen. Por lo demás, Pelagio no habría anunciado nada
nuevo con esta doctrina, dado que los adversarios de la naciente Iglesia Apostólica estaban ya
familiarizados con la «justificación por la sola fe». Por otro lado, la presunción de Lutero de ser el
primero en proclamar la doctrina de la fe fiducial, ya había encontrado oposición. Sin embargo,
Pelagio insiste expresamente10 «Ceterum sine operibus fidei, non legis, mortua est fides».

Pelagio y Celestio
Una influencia de largo alcance, sobre el posterior desarrollo del pelagianismo, fue la amistad que
Pelagio contrajo en Roma con Celestio, un abogado de noble ascendencia (probablemente italiana).
Celestio había sido ganado para el ascetismo debido a su entusiasmo por la vida monástica y, en su
condición de hermano lego, se esforzó por convertir las máximas prácticas, aprendidas de Pelagio, en
principios teóricos que fueron propagados en Roma con éxito. San Agustín, mientras califica a Pelagio
de misterioso, mendaz y peligroso, llama a Celestio (De peccat. orig., XV) no sólo «increíblemente
locuaz», sino también persona de ánimo abierto, obstinado y desenvuelto en las relaciones sociales.
Aun cuando sus intrigas secretas o abiertas no pasaron desapercibidas, los dos amigos —Pelagio y
Celestio— no fueron molestados por los círculos oficiales romanos. Pero las cosas cambiaron cuando,
en el 411, dejaron el hospitalario suelo de la metrópoli, al ser saqueada por Alarico (410), y se
embarcaron al África del Norte. Cuando desembarcaron en la costa, cerca de Hipona, san Agustín, el
obispo de la ciudad, estaba ausente, encontrándose muy ocupado en calmar las disputas donatistas en
África. Más tarde se encontraría varias veces con Pelagio en Cartago, pero sin entrar en estrecha
relación con él. Después de un breve periodo de estancia en África del Norte, Pelagio viajó a Palestina,
mientras Celestio trataba de ser ordenado presbítero en Cartago. Pero su plan fue frustrado por el
diácono Paulino de Milán, quien envió al obispo Aurelio un memorial en el que las seis tesis de
Celestio —quizá extraídas de su obra ahora perdida Contra traducem peccati— fueron marcadas como
heréticas. Las tesis eran las siguientes:

Aun si Adán no hubiera pecado, habría muerto.


El pecado de Adán lo perjudicó solo a él, no a la humanidad entera.
Los niños recién nacidos se encuentran en el mismo estado que Adán antes de la caída.
La humanidad entera ni murió a través del pecado o de la muerte de Adán, ni resucitó a través de
la resurrección de Cristo.
La ley mosaica es tan buena guía para el cielo como el Evangelio.
Antes de la venida de Cristo hubo hombres que se mantuvieron sin pecado.
A causa de estas doctrinas, que contienen claramente la quintaesencia del pelagianismo, Celestio fue
citado para comparecer ante el sínodo de Cartago (411); pero se negó a retractarse de ellas, alegando
que la herencia del pecado de Adán era una cuestión abierta y que su negación no era una herejía.
Como resultado, Celestio no fue sólo excluido de la ordenación, sino que sus seis tesis fueron
condenadas. Declaró entonces su intención de apelar al papa en Roma, pero, sin ejecutar su decisión,
se fue a Éfeso en Asia Menor, donde fue ordenado sacerdote.

Mientras tanto las ideas de Pelagio se habían extendido por un amplia área, especialmente en torno a
Cartago, de manera que san Agustín y otros obispos se vieron impulsados a tomar una postura firme
contra estas concepciones en los sermones y conversaciones privadas. Urgido por su amigo Marcelino,
quien «diariamente soportó extenuantes debates con hermanos equivocados», san Agustín en el 412
escribió sus famosas obras De peccatorum meritis et remissione libri III (P. L., XLIV, 109 sqq.) y De
spiritu et litera (ibid., 201 sqq.), en las que positivamente establece la existencia del pecado original, la
necesidad del bautismo de los niños, la imposibilidad de una vida sin pecado y la necesidad de la
gracia interior (spiritus) en oposición a la gracia exterior de la ley (litera). Cuando en el 414
inquietantes rumores llegaron de Sicilia y, las así llamadas Definitiones Caelestii (reconstruidas por
Garnier, Marii Mercatoris Opera, I, 384 sqq., París, 1673), consideradas obras de Celestio, fueron
enviadas a san Agustín, quien publicó como réplica: De perfectione justitiae hominis (P. L., XLIV, 291
sqq.), obra en la que, otra vez, demolió la ilusión de una completa libertad frente al pecado. Fuera el
hacerlo por caridad, o con el fin de vencer el error más eficazmente, san Agustín, en estos escritos,
nunca mencionó a los dos autores de la herejía por su nombre.
En tanto, Pelagio, quien permanecía en Palestina, no se quedó inactivo; escribió una carta, que aún se
conserva (en P. L., XXX, 15-45), a una noble virgen romana llamada Demetria quien, a la llegada de
Alarico, había emigrado a Cartago. A ella le había inculcado sus principios estoicos de la ilimitada
energía de la naturaleza. Además publicó en el 415 una obra ahora perdida: De natura, en la que trata
de probar su doctrina a partir de autoridades, apelando no sólo a los escritos de Hilario y Ambrosio,
sino también a las obras más recientes de Jerónimo y Agustín, estando aún, estos ambos, vivos. San
Agustín le respondió entonces con su tratado De natura et gratia (P. L., XLIV, 247 sqq.). Jerónimo,
sin embargo, a quien Orosio, sacerdote español y discípulo de san Agustín, había personalmente
explicado el peligro de la nueva herejía, y quien había sido humillado por la severidad con que Pelagio
hubo criticado su comentario a la Epístola a los Efesios, maduró con el tiempo su entrada en la lista de
los opositores a Pelagio; lo hizo mediante su carta a Ctesiphon (Ep. CLXXIII) y su obra llena de
gracia Dialogus contra Pelagianos (P. L., XXIII, 495 sqq.). Estuvo ayudado por Orosio, quien
inmediatamente acusó a Pelagio de herejía en Jerusalén. Después, el obispo de Jerusalén estimó
mucho (S. Agustín, Ep. CLXXIX) a Pelagio y lo tomó como su invitado. Convocó en julio del 415 un
concilio diocesano para la investigación del cargo. Los procedimientos se vieron obstaculizados por el
hecho de que Orosio, la parte acusadora, no entendía el griego y había conseguido un mal intérprete,
mientras que Pelagio, el defendido, fue muy hábil para defenderse a sí mismo en griego y sostener su
ortodoxia. Sin embargo, de acuerdo al informe personal (escrito al término del 415) de Orosio (Liber
apolog. contra Pelagium, P. L., XXXI, 1173), las partes litigantes al final acordaron dejar el último
juicio de todas las cuestiones a los latinos —dado que tanto Pelagio como sus adversarios eran latinos
— y apelar a la decisión de Inocencio I; mientras tanto se impuso silencio a ambas partes.

Pero Pelagio tenía concedido sólo un breve plazo. Porque en el mismo año, los obispos de las Galias,
Heros de Arlés y Lázaro de Aix, quienes, después de la derrota del usurpador Constantino (411),
habían dejado sus diócesis retirándose a Palestina, llevaron el asunto ante el obispo Eulogio
de Cesarea, con el resultado de que este último convocó a Pelagio en diciembre del 415 delante de un
sínodo de catorce obispos, que se llevó a cabo en Diospolis, la antigua Lida. Sin embargo, la fortuna
favoreció otra vez al heresiarca. Respecto a las acciones legales y el asunto en sí estamos
extraordinariamente bien informados gracias a De gestis Pelagii (P. L., XLIV, 319 sqq.) de san
Agustín, obra escrita en el 417 y basada en las actas del sínodo. Pelagio puntualmente obedeció a las
citaciones, pero los principales acusadores, Heros y Lazaro, no hicieron su aparición, uno de ellos
debido su mala salud. Y como Orosio, demasiado expuesto al ridículo, hubo de partir, Pelagio no se
defendió personalmente, sino que encontró un hábil abogado en el diácono Aniano de Celeda (cf.
Hieronym., Ep. cxliii, ed. Vallarsi, I, 1067). Los puntos principales de la petición fueron traducidos al
griego por un intérprete y leídos sólo como un extracto. Pelagio, habiendo ganado la buena voluntad
de la asamblea, debido a que les leyó algunas cartas privadas recibidas de prominentes obispos, entre
ellos san Agustín (Ep. cxlvi), empezó a refutar las diversas acusaciones. Entonces, se eximió del cargo
de que él había afirmado la posibilidad de una vida sin pecado, solamente dependiente de la libre
voluntad; diciendo, por el contrario, que requería la ayuda de Dios (adjutorium Dei) para vivir sin
pecado, aunque, sin embargo, con esto no se refería nada más que a la gracia de la creación (gratia
creationis). Respecto a las otras doctrinas de que se le acusaba, dijo que, tal como estaban formuladas
en la acusación, no eran de su autoría y que él las rechazaba. Después de la audiencia, no quedó nada
más para el sínodo que retirar los cargos al defendido y anunciar que éste gozaba de la comunión con
la Iglesia. Oriente ahora había hablado dos veces y no había encontrado nada que condenar en Pelagio.

Continuación y fin de la controversia (415-418)


La nueva absolución de Pelagio no dejó de causar excitación y alarma en el Norte del África, donde
Orosio se había dirigido en el 416 con cartas de los obispos Heros y Lázaro. Para enfrentar la cuestión
algo decisivo debía hacerse. En otoño del 416, sesenta y siete obispos del África Proconsular se
reunieron en un sínodo en Cartago, fue presidido por Aurelio, mientras que cincuenta y nueve obispos
de la provincia eclesiástica de Numidia, a la que pertenecía la sede de Hipona, sede de S. Agustín,
sostuvieron un sínodo en Milevo. En ambos lugares las doctrinas de Pelagio y Celestio fueron de nuevo
rechazadas como contradictorias a la fe católica. Sin embargo, para asegurar sus decisiones con la
«autoridad de la Santa Sede», ambos sínodos escribieron a Inocencio I, pidiendo su sanción suprema.
Además, para llamar la atención del Papa con mayor fuerza sobre la seriedad de la situación, cinco
obispos (Agustín, Aurelio, Alipio, Evodio y Posidio) le adelantaron una carta conjunta en la que
detallaban la doctrina del pecado original, el bautismo de los niños, y la gracia cristiana (S.
Agustín, Epp. clxxv-vii). En tres cartas separadas, fechadas el 27 de enero de 417, el papa contestó a las
cartas sinodales de Cartago y Milevo así como también a las de los cinco obispos (Jaffé, 'Regest., 2nd
ed., nn. 321-323, Leipzig, 1885). Comenzando a partir del principio de que las resoluciones de los
sínodos provinciales no tienen fuerza vinculante hasta que son confirmadas por la suprema
autoridad de la sede apostólica, el papa desarrolló la enseñanza católica sobre el pecado original y
la gracia y excluyó a Pelagio y Celestio, quienes habían rechazado estas enseñanzas, de la comunión
con la Santa Sede, hasta que ellos revirtieran sus pareceres (donec resipiscant). En África, donde la
decisión fue recibida con sincera alegría, la controversia no podía considerarse cerrada, y Agustín,
el 23 de septiembre de 417 anunció desde el púlpito (Serm., cxxxi, 10 in P. L., XXXVIII, 734), «Jam de
hac causa dúo concilia missa sunt ad Sedem apostolicam, inde etiam rescripta venerunt; causa finita
est». Dos sínodos han escrito a la santa sede sobre este asunto, la respuesta ha llegado, el asunto ya
está aclarado). Pero estaba equivocado; el asunto aún no había quedado terminado.

Inocencio I murió el 12 de marzo de 417 y Zósimo, un griego de nacimiento, lo sucedió. Ante su


tribunal la cuestión pelagiana en su integridad fue ahora una vez más abierta y discutida con todas sus
implicaciones. La ocasión para esto fueron las instancias que Pelagio y Celestio enviaron a la sede
romana para justificarse a sí mismos. Pero, aunque las previas decisiones de Inocencio I habían
removido todas las dudas sobre el asunto mismo, aún la cuestión de las personas comprometidas
estaba sin decidir, es decir: ¿Habían realmente enseñado Pelagio y Celestio las doctrinas condenadas
como heréticas? El sentido de justicia de Zósimo le impedía castigar a alguien con excomunión, siendo
éste dudosamente convicto de su error. Y, si los pasos recientemente dados por los dos que se
defendían habían sido considerados, las dudas que debieron surgir sobre este punto no fueron
enteramente carentes de fundamento. En el 416 Pelagio publicó un nuevo trabajo, ahora perdido, De
libero arbitrio libri IV que, en su fraseología parece inclinarse hacia la concepción agustiniana de
gracia y del bautismo de los infantes, aunque en principio no se separe del anterior punto de vista del
mismo autor. Hablando de la gracia cristiana, Pelagio no sólo admite la revelación divina, sino que
además se refiere un tipo de gracia interior, es decir una iluminación de la mente (por medio de los
sermones, la lectura de la Biblia, etc.) añadiendo, sin embargo, que esta última no sirve para que sea
posible hacer obras que salven, sino sólo para facilitar su realización. Respecto al bautismo de los
infantes, Pelagio afirma que les debe ser administrado en la misma forma que a los adultos, no para
limpiar a los niños de un reato original, sino para asegurar su entrada «en el reino de Dios». Los niños
no bautizados, estima, podrían ser excluidos del «reino de Dios» después de su muerte, pero no de la
«vida eterna».
Pelagio envió esta obra junto con una confesión de fe que aún se conserva. En ella testimonia su
obediencia como la de un niño, humildemente necesitado y, al mismo tiempo reconoce inexactitudes
fortuitas que pueden ser corregidas por él quien «sostiene la misma fe y el parecer de Pedro». Todo
esto fue dirigido a Inocencio I, de cuyo deceso Pelagio no se había aún enterado. Celestio quien,
mientras tanto, había cambiado su residencia de Éfeso a Constantinopla, pero había sido proscrito
desde entonces por el obispo anti-pelagiano Ático, dio activamente pasos hacia su rehabilitación. En el
417 fue a Roma en persona y dejó a los pies de Zósimo una confesión de fe detallada (Fragmentos, P.
L., XLV, 1718). En ésta afirma su creencia en todas las doctrinas, «desde que hay un Dios Uno y Trino
hasta la resurrección de los muertos» (cf. S. Agustín, De peccato orig., xxiii). Muy contento con esta fe
católica y obediencia, Zósimo envió dos cartas diferentes (P. L., XLV, 1719 sqq.) a los obispos
africanos, diciendo que, en el caso de Celestio, los obispos Heros y Lázaro habían procedido sin la
debida circunspección y que, Pelagio también, como se había probado por su reciente confesión de fe,
no se había desviado de la verdad católica. Como para el caso de Celestio, quien estaba entonces en
Roma, el Papa encargó a los Africanos revisar la anterior sentencia o acusarlo de herejía delante del
mismo Papa dentro de dos meses. El mandato papal golpeó África como una bomba. Con gran rapidez
se convocó un sínodo en Cartago en noviembre del 417, y se escribió a Zósimo pidiéndole no rescindir
la sentencia que su predecesor, Inocencio I, había pronunciado contra Pelagio y Celestio, hasta que
ambos hubieran confesado la necesidad de la gracia interior para todos los pensamientos, palabras y
actos saludables. Al fin Zósimo se detuvo. Por un rescripto del 21 de marzo de 418, aseguró a ellos que
no se había pronunciado definitivamente, sino que había despachado al África todos los documentos
sobre el pelagianismo para pavimentar el camino hacia una nueva investigación conjunta. De acuerdo
con el mandato papal se celebró el primero de mayo del 418, en presencia de 200 obispos, el famoso
Concilio de Cartago, que otra vez tipificó al pelagianismo como una herejía en ocho (o nueve) cánones
(Denzinger, Enchir., 10th ed., 1908, 101-8). Debido a su importancia ellos se resumen a continuación:

La muerte no vino para Adán por necesidad física sino a través del pecado.
Los niños recién nacidos deben ser bautizados a causa del pecado original.
La gracia justificante no sólo vale para perdonar los pecados pasados sino que ayuda a evitar los
pecados futuros.
La gracia de Cristo no sólo permite conocer los mandamientos de Dios sino que también da
fuerza a la voluntad para ejecutarlos.
Sin la gracia de Dios no es tan sólo más difícil, sino absolutamente imposible, realizar buenas
obras.
No sólo por humildad sino con toda verdad debemos confesarnos como pecadores.
Los santos refieren la petición del Padre nuestro, «Perdona nuestras ofensas» no sólo a otros
sino también a ellos mismos.
Los santos pronuncian la misma súplica no sólo por mera humildad sino con toda verdad.
Algunos códices contienen un noveno canon (Denzinger, loc. cit., nota 3):

Los niños que mueren sin bautismo no van a un lugar intermedio (medius locus), ya que la no
recepción del bautismo excluye tanto del «reino del cielo» como de la «vida eterna».
Estos cánones claramente expresados, que (excepto el último mencionado) después llegaron a ser
artículos de fe de la Iglesia universal, dieron el tiro de gracia al pelagianismo que, más pronto o más
tarde, se desangraría hasta morir.
Mientras tanto, urgido por los africanos (probablemente mediante un cierto Valerio, quien
como comes tenía una posición influyente en Ravena) el poder secular también tomó en sus manos la
disputa. El emperador Honorio I, por un rescripto del 30 de abril de 418, desde Ravena, expulsó a
todos los pelagianos de las ciudades de Italia. Si Celestio evadió la audiencia ante Zósimo, a la que él
ahora estaba citado, «huyendo de Roma» (S. Agustín, Contra duas epist. Pelag., II, 5), o si él fue uno
de los primeros en caer víctima del decreto imperial de exilio, no puede ser satisfactoriamente
establecido a partir de las fuentes. Respecto a su vida posterior, hemos dicho que en el 421,
nuevamente, llegó a Roma o a sus proximidades pero fue expulsado una segunda vez por un rescripto
imperial (cf. P. L., XLV, 1750). Se afirma además que en el 425 su petición de audiencia con Celestino I
fue respondida con una tercera expulsión (cf. P. L., LI, 271). Entonces buscó refugio en Oriente, donde
lo encontraremos más tarde. Pelagio no pudo ser incluido en el decreto imperial de exilio de Roma,
porque en ese momento sin duda residía en el Oriente, ya que a más tardar en el verano del 418, se
comunicó con Piniano y su esposa Melania, quienes vivían en Palestina (cf. Card. Rampolla, Santa
Melania giuniore, Roma, 1905). Pero esta es la última información que tenemos sobre él.
Probablemente murió en el oriente. Habiendo recibido las actas del Concilio de Cartago, Zósimo envió
a todos los obispos del mundo su famosa Epistola tractoria (418) de la que desgraciadamente
solamente nos han llegado fragmentos. La encíclica papal, un largo documento, proporcionó un
minucioso recuento de la entera causa Caelestii et Pelagii, de cuyas obras incluye abundantes citas, y
categóricamente demanda la condenación del pelagianismo como una herejía. La afirmación de que
cada uno de los obispos del mundo estaba obligado a confirmar esta circular mediante su propia firma,
no puede ser probada; es más probable que se hubiera requerido a los obispos transmitir a Roma su
acuerdo por escrito; si un obispo se negaba a firmar, sería depuesto de su oficio y condenado. Un
segundo y más drástico rescripto publicado por el emperador el 9 de junio de 419 y dirigido al
obispo Aurelio de Cartago (P. L., XLV, 1731), dio fuerza adicional a la medida.

El triunfo de Agustín fue completo. En el 418, sacando el balance de cómo fue la entera controversia,
escribió contra los heresiarcas su última gran obra: De gratia Christi et de peccato originali (P. L.,
XLIV, 359 sqq.).

Las disputas de San Agustín con Juliano de Eclana (419-


428)
Mediante las vigorosas medidas adoptadas en el 418 el pelagianismo estaba sin duda condenado pero
no aplastado. Entre los dieciocho obispos de Italia que fueron exiliados por rehusarse a firmar el
decreto papal, Juliano I, Julián, Obispo de Eclana, una ciudad de la Apulia ahora abandonada, fue el
primero en protestar contra la Tractoria de Zósimo. Muy bien educado y capaz en filosofía y
dialéctica, asumió el liderazgo entre los pelagianos. Pero pelear por el pelagianismo en ese entonces
significaba pelear contra Agustín. El ámbito literario fue el fijado para el combate. Es probable que el
mismo Julián haya sido quien denunció a San Agustín como damnator nupitarum ante el
influyente comes Valerio en Rávena, un hombre noble, quien estaba muy felizmente casado. Para
enfrentar la acusación, Agustín escribió al comienzo del 419 una apología: De nuptiis et
concupiscentia libri II (P. L., XLIV, 413 sqq.) y la dirigió a Valerio. Inmediatamente después (419 o
420), Julián publicó una réplica que atacaba el primer libro de la obra de Agustín y llevaba el título
de Libri IV ad Turbantium. Agustín refutó esta obra de Julián en su famosa réplica, escrita en el 421 o
422: Contra Iulianum libri VI (P. L., XLIV, 640 sqq.). Cuando dos circulares pelagianas, escritas por
Julián castigando las «concepciones maniqueas» de los antipelagianos, cayeron en sus manos, las
atacó enérgicamente (420 0 421) en una obra dedicada a Bonifacio I, Contra duas epistolas
Pelagianorum libri IV (P. L., XLIV, 549 sqq.). Siendo conducido fuera de Roma, Julián encontró (a
más tardar en el 421) un lugar de refugio en Cilicia con Teodoro de Mopsuestia. Allí empleó su tiempo
libre para elaborar una extensa obra: Libri VIII ad Florum, que fue enteramente dedicada a refutar el
segundo libro del De nuptiis et concupiscentia de San Agustín. Esa obra fue redactada poco después
del 421, así que no llegó a ser conocida por San Agustín hasta el 427. La última réplica, que cita la
argumentación de Julián sentencia por sentencia, refutándolas una a una, fue desarrollada sólo hasta
el sexto libro, de aquí que se la denomine en la literatura patrística como Opus imperfectum contra
Iulianum (P. L., XLV, 1049 sqq.). Un reporte comprehensivo del pelagianismo, que puso en definido
relieve las concepciones diametralmente opuestas de su autor, fue elaborado por Agustín en su
obra De haeresibus (P. L., XLII, 21 sqq.). Se trata de uno de los últimos escritos de San Agustín
publicado antes de su muerte (430), que ya no fue dirigido contra el pelagianismo sino contra
el semipelagianismo.

Después de la muerte de Teodoro de Mopsuestia (428), Julián de Eclana dejó la hospitalaria ciudad
de Cilicia y, en el 429 lo encontramos inesperadamente en compañía de sus compañeros exiliados: los
obispos Floro, Oroncio y Fabio; en la corte del patriarca Nestorio de Constantinopla, quien
voluntariamente mantuvo a los fugitivos. Fue aquí también, en el 429, donde Celestio emergió otra vez
como protegido del patriarca. Esta es su última aparición en la Historia. A partir de aquí toda traza de
él se ha perdido. Los obispos exiliados no por mucho tiempo gozaron de la protección de Nestorio.
Cuando Mario Mercator, un laico y amigo de San Agustín, que estuvo presente en Constantinopla,
escuchó sobre las maquinaciones de los pelagianos en la ciudad imperial, escribió hacia fines del 429
su Commonitorium super nomine Caelestii (P. L., XLVIII, 63 sqq.), en el que expuso la desgraciada
vida y el carácter herético de los protegidos de Pelagio. El resultado fue que el emperador Teodosio
II decretó su destierro en el 430. Cuando el Concilio de Éfeso (431) repitió la condenación
pronunciada en occidente (cf. Mansi, Concil. collect., IV, 1337), el pelagianismo fue aplastado en
oriente. De acuerdo al fiable relato de Próspero de Aquitania (Chronic. ad a. 439, in P. L., LI,
598), Juliano de Eclana, pretendiendo arrepentimiento, trató de retomar posesión de su anterior
diócesis, plan que Sixto III frustró valientemente. El año de su muerte es incierto. Parece que murió en
Italia entre el 441 y el 445 durante el reinado de Valentiniano III.

Últimas trazas del Pelagianismo (429-529)


Después del Concilio de Éfeso (431), el pelagianismo no ocasionó más disturbios en la Iglesia Griega,
de manera que los historiadores del siglo V no mencionan ya la controversia ni los nombres de los
heresiarcas. Pero los rescoldos de la herejía continuaron encendidos en occidente y ésta murió muy
lentamente. Los principales centros fueron las Galias y Gran Bretaña. Respecto a las Galias, un sínodo,
celebrado probablemente en Troyes en el 429, se vio obligado a tomar medidas contra los pelagianos.
Este sínodo además envió a los obispos Germán de Auxerre y Lobo de Troyes a Gran Bretaña, para
combatir la rampante herejía, que recibió poderoso apoyo de dos discípulos de Pelagio: Agrícola y
Fastidius (cf. Caspari, Letters, Treatises and Sermons from the two last Centuries of Ecclesiastical
Antiquity, pp. 1-167, Christiania, 1891). Casi un siglo después, Gales fue el centro de las intrigas
pelagianas. El santo arzobispo David de Menevia participó en el 519 en el sínodo de Brefy y dirigió sus
ataques contra los pelagianos residentes allá. Después fue hecho primado de Cambria y convocó un
sínodo contra ellos. En Irlanda también el Comentario de S. Pablo de Pelagio, descrito al comienzo de
este artículo, estuvo en uso por largo tiempo después, como está probado por varias citas irlandesas de
esta obra. Aun en Italia se pueden encontrar trazas, no solamente en la diócesis de Aquilea (cf.
Garnier, Opera Marii Mercat., I, 319 sqq., Paris, 1673) sino también en Italia central; el así
llamado Liber Praedestinatus, escrito cerca del 440 quizá en Roma misma, consta no tanto de
semipelagianismo sino, más bien, de genuino pelagianismo (cf. von Schubert, Der sog.
Praedestinatus, ein Beitrag zur Geschichte des Pelagianismus, Leipzig, 1903). No fue sino hasta el
segundo Concilio de Orange (529) cuando el pelagianismo exhaló su último aliento en Occidente, pero
esta convención dirigió sus decisiones primariamente contra el semipelagianismo (q.v.).

Notas
1. Praef. in Jerem., lib. I y III
2. loc. cit., «habet enim progeniem Scoticae gentis de Britannorum vicinia».
3. «Pelagius in Ireland», p. 20, Berlín, 1901
4. Jerónimo, loc. cit., «grandis et corpulentus».
5. loc. cit.
6. P.L., XXX, 645-902
7. cf. P. L., XXX, 678, «Insaniunt, qui de Adam per traducem asserunt ad nos venire peccatum».
8. loc. cit., 663, «per solam fidem justificat Deus impium convertendum».
9. Realencyklopädies fur protest. Theologie, XV, 753, Leipzig, 1904.
10. loc. cit. 812

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