Cuentos Tomo I - El Partido de Fútbol PDF

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CUENTOS TOMO I

Rafael García Herreros

Cuentos
Tomo l

Colección Obras Completas No. 16


Corporación Centro Carismático Minuto de Dios
Bogotá, Colombia
2009

3
RAFAEL GARCÍA HERREROS

Con las debidas licencias


©Corporación Centro Carismático Minuto de Dios • 2009

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por cualquier medio.

ISBN 978-958-

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RAFAEL GARCÍA HERREROS

La partida
de fútbol

E l pobre ángel estaba rendido. Un cansancio


atroz, desde las alas hasta las plantas, lo
hizo sentar en el baúl de su pupilo, rapaz de doce años,
llamado José, mientras éste se iba durmiendo, muerto
también de cansancio.
Ese día había sido el famoso desafío anual entre los
teams del claustro, y nuestro diablito había capitaneado
el equipo “Azules”, triunfador en la tarde. Pero a costa
de qué esfuerzos terribles, a fuerza de cuántos chorros
de sudor que lavado habían todos los cuerpos, fortalecido
todas las almas, empapado todas las blusas.
¡A todas esas, el ángel tenía que ir al pie de José,
para que no tropezara, para que no se matara! A pesar de
sus alas tan grandes y tan bellas, estaba muerto de este
tejemaneje en que lo ponía su amiguito. A ratos, dábanle
ganas de renunciar a pupilaje tan turbulento y agitado:
pero cuando le miraba la cara a su encomendado, tan
dulce, tan alegre, tan puro, rechazaba la idea de dejarlo
y, sonriendo, tomaba alientos para seguirlo en todas sus

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carreras.
Sentóse, decíamos, en el baúl de su protegido,
y viéndolo ya profundo a los dos minutos, hundió él
también la cabeza entre las alas, cerró sus ojos azules y se
fue quedando dormido...
A su lado, al rato, el vigilante del dormitorio pasó
tan quedamente, que ni el ángel ni el rapaz se despertaron
a su paso.
El padre iba pensando lo que les diría a los alumnos
al día siguiente en la meditación. Inútil hablarles de
otra cosa, fuera de su juego. ¿Qué le iban a entender
otro tema, si dentro de los oídos todavía resonaban los
urras del juego y aún golpeaban, como una obsesión, los
balonazos?
Amaneció el otro día. Maltratados y lastimados,
levantáronse todos.
“¿De qué nos irá a hablar el padre en la meditación?
¡Ah, bueno, nos hablará de la partida de ayer!... Pero no:
seguro nos vuelve con el disco de la humildad, que ya nos
tiene fritos. Llevamos como cuarenta meditaciones sobre
eso y no tiene todavía el asunto cara de quererse agotar”.
Así pensaban muchos para su chirumen.
Con la regularidad austera de nuestros seminarios, se
llegó el momento de la lectura espiritual, como llamamos
la platiquilla matinal.
El padre, con una sonrisa alegre en sus labios,
empezó: “Hoy, naturalmente, vamos a hablar, no de la
virtud de la humildad, como lo veníamos haciendo, sino
del juego de fútbol”. Todos abrieron los ojos y despertaron,
aun los que beatíficamente pasaban dormiditos aquel
rato.
“Bien, muy bien pensado”, se decía José, el capitán

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de los “Azules”; “era lo que esperábamos, que nos hablara


de los balonazos de portería a portería de Pacho, y los
pases del negro Manolo, y, ¿por qué no?, ¡los dos goles
que metí yo!”.
El padre sintió la buena acogida de sus palabras y
continuó entusiasmado:

–– La vida es una partida: la vida, mis hijitos, es


un verdadero desafío de balón. San Pablo, gran
conocedor de ella y muy entendido, también, de los
deportes de su tiempo, lo dijo claramente y escribió
que cada cristiano es un jugador. Viéndolo bien,
se puede explicar el funcionamiento de la vida del
Espíritu, diciendo que ella es una partida de fútbol.
Me vais a oír muy bien, porque lo que os voy a
decir es mucho más bello que la partida de ayer,
perfectamente verdadero. Oídme.

Los muchachos habían tenido un instante de


desilusión cuando les mentó el padre a san Pablo, pero ya
volvían a su atención futbolística.

–– Ante todo, os preguntaréis: ¿Dónde están el estadio


y los jugadores y el balón? Vamos por partes: el
estadio está labrado en la piedra viva del alma.

–– ¿Y caben todos los jugadores ahí? Caben, y sobra


puesto... La cancha del corazón humano parece
pequeña, a primera vista, pero es inmensa...
En el estadio y en los palcos, se apiñan los
espectadores. En el palco más alto, a mano derecha,
está Dios. A su lado, la santísima Virgen, que es

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quien más se apasiona por este juego y, por último,


los santos ángeles. Todos alerta a ver qué tal va la
partida. No hay la menor jugada que se escape a sus
santísimos ojos.
Al frente de estos celestiales espectadores, están: a
mano izquierda, los diablos mayores en los palcos,
y una legión de diablillos en el tendido, a todo sol.
Todo ese mundo de diablejos sigue con gran interés
la partida y, cuando va ganando su equipo, hacen la
algarabía más endiablada.

El padre demoró un instante y vio que todos estaban


interesados por su meditación. Pero quien se lo comía
con los ojos era José, que entendía perfectamente toda
la actualidad que aquellas palabras tenían y que estaba
en ascuas por saber quiénes eran los jugadores y de qué
modo se desarrollaba el juego.

–– ¿Y quiénes son los jugadores en este encuentro tan


apasionante? Vais a retener bien en la memoria los
nombres y los puestos de los futbolistas porque es
de una importancia capital saberlo, ya que cada
uno de nosotros es capitán en ese juego interior
y debe saber qué amigos tiene por tal lado y qué
enemigos.

Los dos equipos

–– Oíd, pues, el cartel de jugadores; pero antes, olvidaba


deciros, los dos equipos son: el equipo de Dios o
de la gracia; y el equipo del demonio o del pecado.
Estos equipos se alinean del modo siguiente:

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–– No hay para qué decir que la colocación de los


equipos es: los buenos defienden la portería del
pecado, para que no entre allá el balón; y los rojos,
la de la gracia para ver que no llegue allá la bola. El
nivel del campo, desde hace años, desde la famosa
y funesta partida en el paraíso terrenal, ha quedado
ladeado considerablemente en contra de los buenos,
pero éstos ya están acostumbrados al juego, en esas
pésimas circunstancias.

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Empieza el juego desde las cinco de la mañana: a esa


hora no tiene mucho interés ciertamente la partida.
Son escaramuzas entre la pereza, delantero derecho, y
la mortificación. Muchas veces gana y se muestra más
airosa en el juego la pereza; cuando el juego toma gran
interés es a horas generalmente de la tarde, cuando
entran todos los jugadores en actividad, especialmente
los delanteros. La mortificación y la obediencia son
dos terribles delanteros que casi siempre meten gol,
cuando “se la truecan”, por supuesto.
Por otra parte la impureza y el orgullo no se quedan
atrás, y cuando se juntan y se dan pases, es la
desgracia más terrible, porque es seguro que triunfa
el equipo del diablo. Buen jugador de ellos es la gula
y también, aunque no de primera línea, el desaliento.

El gol espectacular

–– Los arqueros de ambos lados son excelentes: el


diablo, hay que reconocerlo, es un magnífico
guardameta, y hace todo lo posible porque no le
entre el balón a la portería del bien, que es la que
él defiende; y, por otra parte, da unos cañonazos
verdaderamente espectaculares, mejores que los de
Di Stefano, a pesar de que dizque el mismo Papa lo
condecoró. El equipo de Dios tiene como portera,
como todos sabemos, a la libertad.
Ella defiende la portería de modo soberbio, cuando
quiere, y ni el mismo diablo en persona, a pesar de
su empuje, es capaz de entrarle el neumático.
Por desgracia, cuando le da en gana, deja pasar todos
los goles que se presentan, sin importarle nada la

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partida. Es el único defecto que tiene, pero enorme.


En decididas cuentas, no se sabe cuándo va a atajar
y cuándo no... Desde el gol que le metieron en el
paraíso terrenal ha quedado un poco desmoralizada,
y a ratos es el desespero de todos los jugadores.
El juez de este juego es la conciencia. Cuando van
ganando los del team de la gracia, son los aplausos
más cariñosos y entusiastas de los ángeles y el
echar flores desde el palco de la santísima Virgen.
Momento ese de indecible alegría, cuando la
Virgen, con sus manos tan blancas, nos hace señas
de felicitación desde su trono.
Entonces empieza un murmullo en la galería de los
diablos; se oyen voces destempladas que dicen que
el juez es parcial, que no hubo gol, etc. Lo mismo
que ayer en el juego...
Pero cuando el equipo del pecado va ganando,
entonces sí los de la izquierda casi hunden los
palcos con la algarabía y zambra que forman. Y si
llegan a meter gol, el desorden es tan desagradable,
la gritería tan altanera, que los celestes espectadores
tienen que retirarse y dejarlos solos... Se hace
intolerable la infernal alharaca en el corazón de un
hombre.
Dejan solo al team de los buenos para que siga
luchando, si quiere. El equipo, con la ausencia
de Dios, de la Virgen y de los buenos ángeles, se
desmoraliza, se desalienta y, las más de las veces,
sigue siendo vencido indefinidamente, hasta que
pierde la cuenta de los goles... menos a la hora de
la muerte, en el que la cuenta es sacada en limpio y
examinada severamente.

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Por misericordia de Dios, esos goles que puede


meter el diablo se borran con la confesión bien
hecha y con ella vuelve el buen Dios a ayudarnos
con su presencia en el corazón.

Todos habían oído sin pestañar el relato patético


de aquella partida de fútbol. El padre lo veía en las
caritas de sus oyentes. Pero sobre todo José, nuestro
capitanzuelo, sentía que de veras en las bandas de su alma
se estaban dando los balonazos, y se estaba enterando
muy seriamente del juego, para cambiar tal vez algunos
jugadores y organizar mejor la partida desde entonces.

El padre terminó su platiquita:

–– Para concluir, mis viejitos, pidámosle a la Virgen que


nos ayude toda la vida en ese desafío perpetuo que
se efectúa en el alma, y hoy, cuidado con dejarnos
meter, no digo un gol, pero ni un punto. A jugar
bien porque Dios, la Virgen y los angeles nos ven...

Ya por la tarde

A la una del día, tenían los de segundo año clase de


latín. Y les habían puesto una terrible lección: aprender
de memoria el verbo “soler” y llevar la traducción
de un párrafo de “Tobías y el ángel”. José, digámoslo
sinceramente, era un gran jugador; pero lo que era a la
gramática latina le tenía un odio cordial... Pero ese día se
sentía impulsado a estudiar hasta chino, si era el caso, con
tal de ganarle al diablo la partida. Se sentó en su puesto
y muy serio, mirando para dentro, mirando al estadio del

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alma, empezó a estudiar. Cada tiempo, cada modo que


aprendía, era un gol... Agarró la gramática de los padres
eudistas con las dos manos y empezó con rabia: Solor,
solaris... y luego el imperfecto y el futuro y el supino y
el participio. Una carga en verdad formidable. El campo
del alma era una polvareda por lo agitado de la lucha.
La pereza, a consecuencia de un fuerte golpe, se había
retirado de la cancha... Los diablos aullaban de rabia:
nunca habían sufrido un ataque tan peligroso...
José, sudoroso, lo veía todo. Levantó los ojos un
instante y los clavó en el cuadro de la Virgen que colgaba
al frente, en el testero. Parecióle que la Virgen estaba
sonriendo... ¿Sería por su juego tan bien llevado?
Bajó otra vez la mirada y siguió enloquecido de
entusiasmo: Solatus sum, es, est; solati sumus, estís,
sunt... Mientras tanto, la fanaticada de los diablos hundía
la gradería en el delirio de la derrota.

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