02 - Insurrección de Thomas M Reid

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Forgotten Realms - Reinos Olvidados:

INSURRECCIÓN
(La Guerra de la Reina Araña, vol.2)
Autor: Thomas M. Reid
Coordinador de la serie: R.A. Salvatore
Traducción (no oficial): Leonor Ñañez

PRÓLOGO
Sintió como si una parte de ella se estuviera deslizando de su
matriz, y por un momento se sintió disminuida, como si estuviera
cediendo demasiado. El resentimiento se estaba escapando.
Porque en el caos, el único se convertiría en muchos y esos
muchos viajarían a lo largo de distintos caminos y hacia objetivos
que parecían igualmente diversos pero que eran, en efecto, uno y el
mismo. Al final, serían uno nuevamente, y serían como lo habían sido
antes. Este era un renacimiento más que un nacimiento, este era
crecimiento más que disminución o separación.
Esto era como había sido a lo largo del milenio y como debía ser
para que ella perseverara en las edades por venir.
Ella estaba vulnerable ahora --lo sabía-- y tantos enemigos la
atacarían, dada la oportunidad. Muchos de sus propios súbditos se
dignarían reemplazarla, dada la oportunidad.
Pero ellos, todos ellos, sostenían sus armas en defensa, lo
sabía, o con aspiraciones de conquista que parecían grandiosas pero
eran, en la vasta escala del tiempo y el espacio, diminutas e
inconsecuentes.
Más que nada, era la comprensión y la apreciación del tiempo y
el espacio, la previsión de ver los eventos como debían haber sido
vistos de aquí a cien años, que verdaderamente separaban las
deidades de los mortales, los dioses de las criaturas. Un momento de
debilidad a cambio de un milenio de una oleada de poder...
Entonces, a pesar de su vulnerabilidad, a pesar de su debilidad
(la cual odiaba por encima de todo el resto), estaba llena de alegría
mientras otro huevo se deslizaba de su arácnido torso.
Ya que la esencia que crecía en el huevo era ella misma.

_____ 1 _____

--¿Y por qué debería mi tía confiar en alguien que envía a un


hombre a hacer el trabajo por ella? --dijo Eliss'pra, mirando
desdeñosamente a Zammzt.
La sacerdotisa drow se reclinó imperiosamente sobre un sillón
demasiado mullido que había sido anteriormente rellenado con telas
de felpa, mas por decoración que por comodidad. Quorlana pensó
que la delgada elfa oscura debía lucir extrañamente fuera de lugar en
una sala de estar ricamente decorada, vestida como estaba con su
cota de malla finamente labrada y con su mazo al alcance de la
mano. Aun así, Eliss'pra se las arregló para parecer como si fuera
parte de la clientela más exclusiva de la Casa Innombrable. Quorlana
arrugó su nariz demostrando disgusto; sabía bien que Casa
representaba Eliss'pra, y encontró que la arrogante drow reclinada
enfrente suyo exhibía un poco demasiado las afectaciones
superiores de su tía.
Zammzt inclinó ligeramente su cabeza, reconociendo las
preocupaciones de la otra elfa oscura.
--Mi señora me ha dado ciertos... regalos que espera expresen
su completa y entusiasta sinceridad en este asunto --dijo él--. Ella
también desea que les informe que habrá muchos más de estos una
vez que el acuerdo esté sellado. Quizás eso aliviará sus propias
preocupaciones, también --añadió con lo que debe haber pretendido
que fuera una sonrisa respetuosa, aunque Quorlana la encontró mas
feraz que nada. Zammzt no era un hombre atractivo para nada.
--Tu "señora" --replicó Eliss'pra, evitando ambas apelaciones y
nombres, como habían acordado los cinco reunidos desde el
principio--, está pidiendo mucho de parte de mi tía, de hecho de cada
una de las Casas representadas aquí. Los regalos no son ni de cerca
una muestra generosa de confianza. Debes hacer algo mejor que
eso.
--Si --se metió Nadal, sentada justo a la derecha de Quorlana--.
Mi abuela no considerará esta alianza sin una prueba seria que la
Casa... --el hombre drow, vestido con un piwafwi mas bien sencillo,
cerró la boca en medio de la palabra. Su insignia proclamaba que era
un mago miembro de los Discípulos de Phelthong. Recuperó el
aliento y continuó--. Quiero decir tu señora, que tu señora está
realmente consignando los fondos de los que hablas.
Parecía mortificado de casi haber divulgado un nombre, pero el
hombre mantuvo su expresión firme.
--Tiene razón --añadió Dylsinae del otro lado de Quorlana, su
suave, hermosa piel prácticamente brillaba con los aceites
perfumados con los que se untaba. Su envolvente vestido de gasa
contrastaba drásticamente con la armadura de Eliss'pra, reflejando
su tendencia a tomar parte de placeres hedonistas. Su hermana, la
madre matrona, era quizás incluso más decadente--. Ninguno de los
que representamos levantará un dedo hasta que nos des alguna
evidencia de que no estamos poniendo nuestras cabezas en una
pica. Hay muchísimos pasatiempos más... interesantes con los
cuales entretenernos que una rebelión --terminó Dylsinae,
estirándose lánguidamente.
Quorlana deseaba no estar sentada tan cerca de la zorra. El
perfume de sus aceites eran enfermizamente dulces.
A pesar de su disgusto general por los otro cuatro drows,
Quolana estaba de acuerdo con ellos en este asunto, y lo admitió
ante el resto del grupo.
--Si mi madre fuera a aliar su propia Casa con sus otras Casas
menores en contra de un enemigo común, necesitaría ciertas
garantías de que no sería dejada colgada como chivo expiatorio en el
momento en que los acontecimientos se tornen difíciles. No estoy del
todo segura de que tal cosa exista.
--Créeme --respondió Zammzt, mirándolos en círculo a cada uno
por turno para hacer contacto visual--. Entiendo sus preocupaciones
y su reticencia. Como dije, estos regalos que me han ordenado poner
a disposición de vuestras Casas son mas que una pequeña muestra
del compromiso de mi señora para con esta alianza.
Buscó dentro de su piwafwi y sacó un pequeño tubo con
pergaminos, uno mas bien adornado. Después de sacar un rollo
grueso de pergaminos del tubo, los desenrolló. Quorlana se sentó
más adelante en su propia silla, de pronto curiosa de saber lo que
tendría el elfo oscuro.
Repasando el contenido de la pila de curvados pergaminos,
Zammzt los repartió y comenzó a rodear a los reunidos, removiendo
un par de páginas y dándoselos a cada conspirador por turno.
Cuando le dio a Quorlana su parte, ella los tomó de él
temerosamente, insegura de que tipo de magia pudieran tener esas
páginas. Los observó cuidadosamente, pero sus sospechas se
disiparon; eran hechizos, no maldiciones. ¡Él les estaba ofreciendo
rollos de hechizos como regalo!
Quorlana dejó que el regocijo desbordara dentro de ella.
Semejante tesoro era invaluable en días de incertidumbre y malestar.
La ausencia de la Madre Oscura había puesto restricciones en cada
sacerdotisa que la adoraba. Quorlana misma no había podido
entretejer su propia magia divina, y sudaba cada vez que pensaba en
ello. Pero con los rollos, el miedo, la ansiedad, el sentimiento de
desesperación podían ser desterrados, al menos por un tiempo.
Fue con un gran esfuerzo que la sacerdotisa resistió la urgencia
de leer los rollos de arriba a abajo una y otra vez. Forzándose a
recordar a quien servía, al menos por el momento, en cambio guardó
los pergaminos en el bolsillo de su piwafwi y volvió su atención a la
reunión clandestina frente a ella.
--La única otra prueba lo suficientemente fuerte para
convencerles de nuestra sinceridad sería avanzar y contratar a los
mercenarios --dijo Zammzt, aunque ninguno de los otros elfos
oscuros parecía estar prestándole atención.
Eliss'pra y Dylsinae tenían los ojos abiertos con la misma
emoción que Quorlana sentía. Nadal, aunque no estaba
personalmente impresionado --los hechizos no tenían valor para él
como mago-- todavía podía reconocer el valor de los regalos.
--Debería ser obvio para cada uno de ustedes --continuó
Zammzt--, que una vez que nuestra Casa se acerque a los
extranjeros no habrá vuelta atrás. Estaremos completamente
comprometidos, con o sin vuestras promesas de alianza. Eso, mis
encantadores compañeros, es poner el carro delante del lagarto.
--Sin embargo --respondió Eliss'pra, todavía sonriendo mientras
miraba los rollos en sus manos--, eso es precisamente lo que debes
hacer y deseas contar con mi tía entre tus aliados.
--Sí --estuvo de acuerdo Dylsinae.
Nadal asintió su concurrencia.
--Creo que mi madre estaría dispuesta a aceptar esos términos.
Especialmente después que vea estos --Quorlana expresó su
asentimiento, luego señaló los rollos guardados en su piwafwi--.
Definitivamente si hay más de donde vinieron estos.
¿Cómo en la Antípoda Oscura podían ellos dispensar de estos
rollos? Se preguntaba.
Zammzt frunció el ceño y dijo:
--No prometo nada. Dudo mucho de que pueda convencerla de
que esté de acuerdo con esto, pero si está dispuesta, yo procuraré
los servicios de los mercenarios y les traeré la prueba.
Nadie habló. Todos estaban con un pie afuera del punto sin
retorno, y a pesar del hecho de que ninguno de ellos estaba en
posición de realmente tomar una decisión, sintieron el peso de esa
decisión igualmente de pesada.
--Entonces, nos encontraremos nuevamente después de que
hayas contratado al ejército --dijo Eliss'pra, levantándose del sillón--.
Hasta entonces, no deseo ver a ninguno de ustedes cerca mío, ni
siquiera en la misma calle de la red.
Agarrando estrechamente su maza, la sacerdotisa drow caminó
furtivamente dejando la sala privada.
Ha llegado nuestro momento, insistió la drow silenciosamente.
Lolth ha expedido un desafío. Las grandes Casas de Ched Nasad
caerán, y las nuestras se levantarán para tomar su lugar. Nuestro
tiempo finalmente ha llegado.

***

Aliisza estaba tan acostumbrada a los constantes gruñidos,


regaños y babeo de los tanarukks que ya raramente los oía, por lo
que la quietud que la rodeaba mientras caminaba sola a lo largo de
la carretera enana era notable. Salir y dar vueltas en la antigua
Ammarindar sin un escolta de las hordas mitad demonio y mitad
orcos era un cambio refrescante. Kaanyr rara vez le pedía --ella se
negaba a decir "dejaba"-- hacer algo sin una escolta armada, por lo
que casi había olvidado lo placentero que era en realidad la soledad.
Aun así, por mucho que estuviera disfrutando su privacidad, a
pesar de lo breve que podía ser, tenía un propósito, y aceleró sus
pasos.
Siguió hasta el final de un largo y ancho bulevar, el cual había
sido labrado por enanos muertos hacía tiempo ya de los impolutos
lechos de roca de la Antípoda Oscura misma eones atrás. Aunque a
penas lo notaba, la artesanía del amplio pasaje era exquisita. Cada
ángulo era perfecto, cada columna y cornisa era gruesa y estaba
finamente decorada con runas e imágenes estilizadas de los fornidos
habitantes del pueblo. Al final del bulevar, Aliisza entró en una
cámara grande, que ya de por sí era lo suficientemente grande que
podría haber albergado la superficie de un pueblo. Entró por un túnel
en un costado que le permitiría cruzar varios pasajes principales que
eventualmente la llevarían directo al palacio de Kaanyr, en lo
profundo de la vieja ciudad. Todavía le sorprendía lo vacía que podía
estar la ciudad, incluso con todas las Legiones Hostigadoras del
Cetro vagabundeando por ahí.
Cruzó las avenidas y encontró el camino que quería, luego se
apresuró hacia el palacio.
Dos guardias tanarukk flanqueaban la puerta de la sala del
trono. Los fuertes humanoides verde grisáceos estaban encorvados
como siempre, con sus prominentes colmillos saliendo para afuera
desafiantes de sus prominentes mandíbulas mientras la miraban de
reojo con sus bizcos ojos rojos.
A Aliisza le parecía que las dos bestias prácticamente se
estaban preparando para cargar contra ella atropellarla con sus bajas
y empinadas frentes. Aliisza sabía que con su magia las crestas a
escala de aquellas salientes frentes no eran una amenaza para ella,
pero aun así las criaturas parecían dudar de quien era ella, por lo
que mantenían sus hachas de guerra cruzadas ante la entrada a
tiempo que ella se acercaba. Finalmente, justo antes de que tuviera
realmente que aminorar la marcha y decir algo --lo que la hubiera
puesto de muy mal humor-- las dos bestias casi desnudas y de pelo
grueso se hicieron a un lado y le permitieron pasar sin interrumpir
sus pasos. Ella sonrió para sí misma, preguntándose cuán divertido
habría sido desollarlos vivos.
Pasando a través de varias cámaras exteriores, Aliisza cruzó el
portal hacia la sala del trono mismo y observó al cambion del
marqués haraganeando en su trono, una silla grandiosa y
monstruosa construída con los huesos de sus enemigos. Cada vez
que ella veía esa cosa, le recordaba cuán crasa era. Conocía a
demasiados demonios que consideraban que sentarse sobre una pila
de huesos era un tipo de símbolo de poder y gloria, pero en su
opinión, no mostraba nada de clase, no sutilmente.
Era la única gran falta de visión de Kaanyr Vhok.
Kaanyr había puesto una pierna sobre el apoyabrazo del trono y
se sentaba con su barbilla apoyada en su mano, con el codo contra
su rodilla. Miraba los rincones más altos de la habitación, obviamente
pensando y desatento a ella.
Aliisza casi inconscientemente comenzó a pasearse
provocativamente mientras acortaba la distancia entre ellos, pero se
encontró admirando sus formas tanto como ella esperaban que él
estuviera apreciando las suyas. Su pelo gris estaba despeinado
pícaramente y, combinado con sus orejas tiradas hacia atrás, le
daban una apariencia de un más bien me-lleva-el-diablo, medio elfo,
madurando. Aliisza curvó sus labios en una astuta sonrisa, pensando
en como él se metía en los distintos recovecos que tanto le
gustaban, haciéndose pasar en el mundo de la superficie como un
miembro de esa bella raza.
Kaanyr finalmente escuchó los pasos de su consorte y la miró,
sus rasgos se iluminaron, aunque ella no estaba segura si era por la
visión de ella o por las noticias que traía. Llegó hasta los primeros
escalones del dosel y subió hasta donde se sentaba él, dejando que
una pizca de lloriqueo ensombreciera su gesto.
--Ah, mi deliciosa, has venido, y ¿con noticias espero?
--preguntó Kaanyr, enderezándose y palmeándole el muslo.
Aliisza le sacó la lengua y moviéndose presuntuosamente acortó
la distancia que quedaba para sentarse sobre su regazo.
--No me entusiasmes más, Kaanyr --pretendió quejarse,
apoyando su espalda mientras se sentaba--. Sólo me amas por el
trabajo que hago por ti.
--Oh, eso no es justo, pequeña --respondió Vhok, recorriendo
amorosamente con su mano una de sus brillantes alas de cuero
negro--. Tampoco es particularmente cierto.
Con eso, estiró su otra mano y colocándola bajo sus lustrosos y
negros rizos, la atrajo hacia él, colocando su boca contra la suya en
un profundo y escalofriante beso. Por un brevísimo instante ella
consideró resistírsele, jugando una de las infinitas variantes de los
juegos que tanto parecían gustarles a los dos, pero el pensamiento
duró poco. Su mano se deslizó por la garganta al hueco de su cuello
y continuó más abajo aun. Ella prácticamente zumbaba con su tacto,
y sabia que con las noticias que le traía, tales coqueteos sólo
romperían el hechizo.
Kaanyr se alejó después de un momento de acalorados abrazos
y dijo:
--Suficiente. Dime lo que has averiguado.
Esta vez, Aliisza realmente lloriqueó. Sus caricias sobre sus alas
y otros lados la dejaron levemente anhelante, y fueran o no noticias
importantes, no estaba lista para ser dejada a un lado tan
rápidamente. Consideró retener la información por un tiempo,
enviándole un mensaje sutil de que no se podía jugar con ella. Él
podía gobernar el lugar, pero ella no era su sirvienta. Ella era
consorte, consejera y era libre de encontrarse otro amante, si él
dejaba de satisfacerla. Satisfacer una alu --la hija de un súcubo y un
un hombre humano-- eran desafíos con los que pocos se atrevían.
Kaanyer era uno de esos pocos. Decidió contarle las noticias.
--No se han desviado de su curso, aunque es aparente que
saben que nos estamos acercando. Sus exploradores han divisado a
nuestros guerrilleros y han seguido evitando hacer contacto. Los
tendremos arrinconados contra el Araumycos, pronto.
--¿Estás segura de que no están aquí para espiarnos o
declararnos la guerra? ¿Ningún golpe rápido antes de desvanecerse
en el desierto?
Kaanyr golpeaba sin querer una de sus alas mientras
preguntaba esto y la alu-demonio temblaba de placer. Él parecía no
darse cuenta de su reacción.
--Medianamente en lo cierto. Aparentemente, se dirigen al
sudeste, hacia Ched Nasad. Cada vez que les cortamos la ruta,
buscan otra. Parecen decididos a mantener su camino.
--Aunque, no son una caravana --dijo él--. No tienen bienes o
animales de carga. De hecho, viajan irracionalmente livianos de
armas para un drow. Definitivamente están tras algo. La pregunta es
¿qué?
Aliisza tembló de nuevo, aunque esta vez fue más por la
anticipación del resto de las noticias que por las caricias ausentes de
Kaanyr.
--Oh, definitivamente no son una caravana --le contó ella--. Es el
séquito drow más extraño que creo he visto deambular cerca del
desierto. Llevan un draegloth con ellos.
Kaanyr se enderezó, mirando fijamente los ojos de Aliisza, y
preguntó:
--¿Un draegloth? ¿Estás segura? --Cuando la alu asintió, él
frunció los labios--. Interesante. Esto se vuelve más y más intrigante.
Primero, no hemos visto ninguna caravana drow de ningún tipo en
las últimas quincenas. Finalmente, cuando una partida de drows se
aventura, vienen derecho aquí, algo que normalmente evitarían como
el hedor de un pantano, y por último, tiene un draegloth que los
acompaña, lo que significa que las Casas nobles drow están
personalmente involucradas de alguna manera. ¿En qué andan, por
los Nueve Infiernos?
Vhok volvió a mirar en la distante oscuridad, de nuevo
acariciando a su consorte distraídamente, esta vez dejando que sus
dedos recorrieran sus costillas, las cuales estaban expuestas a
través de los lazos de su brillante corset de cuero negro.
Ella suspiró de encanto pero se forzó a mantenerse
concentrada.
--Hay más. Escuché una conversación cuando se detuvieron a
descansar. Uno de ellos, definitivamente un mago de algún tipo,
estaba criticando a otra, quien parecía ser una sacerdotisa.
--¿Uno de los hombres discutiendo con una mujer? Eso no
puede durar mucho.
--Y no cualquier mujer. Él se refirió a ella como "la Señora de la
Academia".
Kaanyr se sentó derecho, su mirada penetrando la suya.
--Oh, en serio --dijo en un tono tan intrigado, no se dio cuenta de
que su movimiento casi la hizo caer a Aliisza al suelo a sus pies.
Ella se las arregló para mantener el equilibrio, pero fue forzada a
pararse para no quedar como tonta. Ella miró al cambion.
El siguió, desatento:
--Oh, esto es demasiado bueno. Una de las más altas
sacerdotisas en todo Menzoberranzan está tratando de entrar de
incógnito a través de mi diminuto dominio. Y está dejando que un
mago le levante la voz. Ni una caravana en más de un mes, y ahora
esto. ¡Esto es demasiado divertido! --Kaanyr se volteó para mirar a
Aliisza una vez más, y una vez que vio su mirada, inclinó la cabeza a
un costado confundido--. ¿Qué? ¿Qué pasa?
La alu humeó:
--¿No tienes idea, verdad?
Kaanyr extendió sus manos impotentemente y sacudió su
cabeza.
--¡Bueno, entonces no voy a decírtelo! --dijo cortantemente y le
dio la espalda.
--Aliisza --la voz de Vhok era profunda y demandante, y le daba
escalofríos en la espalda. Estaba enojado, tal como lo había
esperado--. Aliisza, mírame.
Lo miró por sobre su hombro, levantando una de sus cejas
arqueadas interrogativamente. Se había levantado del trono y estaba
parado con sus manos en la cadera.
--Aliisza, no tengo tiempo para esto. ¡Mírame!
Ella tembló a pesar de sí misma y se dio vuelta por completo
para encarar a su amante. Sus ojos la quemaban y hacían derretir.
Lloriqueó un poquito para hacerle saber que no le gustaba que la
castigaran, pero que ya no estaba jugando más.
Vhok asintió levemente en satisfacción.
Su rostro se suavizó un poco y dijo:
--Lo que sea que haya hecho te lo compensaré más tarde.
Aunque, ahora mismo, tienes que volver allí y averiguar lo que está
pasando. Ve si puedes estar cara a cara con ellos e invitarlos a que
nos den una visita. Pero se cuidadosa. No quiero que esto me
explote en la cara. Si una alta sacerdotisa y un draegloth forman
parte de este grupo, entonces el resto también es peligroso. Mantén
a los Hostigadores cerca, que los acechen, pero no malgastes
demasiados cuerpos en un solo ataque. Pero tampoco lo hagas
demasiado obvio que los estás reteniendo. Además, no...
Aliisza revoleó los ojos, sintiéndose un poco insultada.
--He hecho estas cosas una o dos veces antes ¿sabes? --lo
interrumpió, su voz cargada de sarcasmo--. Creo que sé lo que tengo
que hacer. Pero...
Caminó más cerca de Kaanyr --en realidad hacia él-- y
levantándose con la punta de sus dedos lo envolvió con sus brazos
alrededor de su cintura y enroscándole una suave y desnuda pierna
por atrás de su pantorrilla. Se le arrimó aun más, y dejó que su
cuerpo presionara contra el de él, y continuó.
--Cuando termine con esta pequeña tarea --dijo ella con su voz
llena de deseo--, vas a dedicarte a mis necesidades por un tiempo.
--Se estiró y le mordisqueo la oreja, luego susurró--. Tu acoso está
funcionando demasiado bien, amor.

***

A Triel no le gustaba divagar, pero últimamente se daba cuenta


de que lo hacía con frecuencia. Esta vez, cuando notó que lo estaba
haciendo de nuevo, de pronto estaba consciente de las caras de las
otras siete matronas, mirándola expectantes. Pestañeó y las miró a
su vez por un momento, tratando de recordar las palabras de la
conversación que había quedado zumbando en el fondo de sus
pensamientos. Podía recordar las voces pero nada más.
--Pregunté --dijo la Matrona Miz'ri Mizzrym-- ¿Cuáles son las
otras posibles acciones a seguir que ha pensado si tu hermana no
logra regresar?
Como Triel todavía no respondía, el duro rostro de la madre
matrona añadió:
--¿Hay pensamientos flotando por ahí hoy, verdad Madre?
Triel pestañeó de nuevo, traqueteó de vuelta retomando la
conversación más a mano gracias a las mordaces palabras de
Mizzrym, centrando su atención donde debía estar en vez de la
sensación de vacío que sentía donde debería haber estado la
presencia de la diosa. Otras acciones a tomar...
--Por supuesto --contestó por fin--. Lo he considerado
detenidamente, pero antes de sumergirnos demasiado
profundamente en las alternativas, creo que deberíamos tener algo
de paciencia.
La Matrona Mez'Barris Armgo bufó.
--¿Ha escuchado alguna de las palabras que hemos dicho en
los últimos cinco minutos? La paciencia es un lujo que ya no
tenemos. Hemos agotado tantas de nuestras reservas de magia
sofocando la revuelta que deberíamos, "deberíamos digo", ser
capaces de resistir una mayor insurrección, si ocurriera alguna. Así
como adoro una buena batalla, reducir otra rebelión de esclavos
sería un malgasto, cuando es solo cuestión de tiempo antes que
Gracklstugh o los sobrevivientes de Blingdenstone determinen que
no tenemos poder, sin...
La tosca, bestial madre matrona titubeó, reacia, a pesar de lo
directa e indiscreta que era usualmente, a poner en palabras la crisis
que todas enfrentaban.
--Si es que no lo saben ya --intervino Zeerith Q'Xorlarrin
terminando los pensamientos inconclusos de Mez'Barris--. Incluso
ahora, una o más de las naciones podrían estar juntando un ejercito
para encaminarse a nuestras puertas. Nuevas voces podrían estar
susurrándole veneno en los oídos a criaturas inferiores allí en
Braeryn o en el Bazaar, voces pertenecientes a aquellos lo
suficientemente astutos como para enmascarar sus verdaderas
identidades, sus verdaderas intenciones. Es algo que debemos
considerar y discutir.
--Oh, si --dijo despectivamente Yasraena Dyrr--. Sí, quedémonos
sentadas aquí a discutir, no a actuar, nunca a actuar. ¡Tenemos
miedo de aventurarnos afuera en nuestra propia ciudad!
--¡Muérdete la lengua! --dijo repentinamente Triel, volviéndose
más y más furiosa.
Estaba furiosa no solo por el curso de la conversación --
¡sugerencias de cobardía de parte del Gran Concilio!-- sino también
por la ridícula, inusualmente abierta naturaleza mordaz de las
palabras de las otras madres matronas.
Una ridiculez dirigida a ella.
--Si alguna de nosotras tiene miedo de caminar por nuestras
calles, no necesita seguir sentada en este Concilio. ¿Eres tú,
Yasraena, una de ellas?
La madre matrona de la Casa Agrach Dyrr hizo una mueca ante
el castigo que estaba recibiendo, y Triel se dio cuenta de que no era
solamente porque Yasraena sabía que se había sobrepasado. Sino
porque era la matrona de la Casa Baenre, supuestamente una aliada
de la Casa de Yasraena, la que estaba impartiendo esta rígida
lección. Así lo pretendía Triel. Mandarle un mensaje, recordarles a
las otras madres matronas que ella todavía se sentaba en la cima de
la estructura de poder y que no toleraría tal insubordinación de
ninguna de aquellas sentadas a su alrededor, fuera o no aliada.
--Tal vez la Matrona Q'Xorlarrin tiene razón --dijo despacio Miz'ri
Mizzrym, en un obvio intento por desviar la dirección de la
conversación--. Quizás no solo deberíamos considerar a quienes
saben, o quienes se mueven en nuestra contra --de manera
encubierta o de otra forma-- sino quienes podrían estar aliándose en
nuestra contra. Incluso si dos o tres de las otras naciones se juntan
como enemigas nuestras...
Dejó que el pensamiento se desvaneciera, y las demás drows
en la habitación parecían incómodas, considerando la obvia
conclusión.
--Necesitamos saber lo que está pasando --continuó ella--, como
mínimo. Nuestra red de espías entre los duergars los ilítas, y las
otras razas de las profundidades no nos han sido de mucha utilidad
últimamente o quizás no es tan fuerte como quisiéramos nosotras.
Pero lo que hay tendría que estar enviándonos mayor información
sobre las intenciones de potenciales amenazas.
--Oh, debería estar haciendo más que eso --Byrtyn Fey dijo. Triel
levantó sus cejas en leve sorpresa, por lo que a menudo la
voluptuosa madre matrona de la Casa Fey-Branche no encontraba
interesantes las discusiones que estaban lejos de sus placeres
hedonistas.
»Debería estar buscando las posibles debilidades entre nuestros
enemigos. Debería estar explotando esas debilidades, estableciendo
potenciales aliados unos contra otros, y quizás, debería estar a la
pesca de elementos insatisfechos con esos enemigos tradicionales,
elementos que podrían considerar incluso una alianza.
--¿Pero, estás loca? --le cortó Mez'Barris--. ¿Aliándose con
extranjeros? ¿En quién pueden confiar? No importa como
abordemos semejante alianza, en el momento en que revelemos que
no podemos recibir las bendiciones de nuestra propia diosa, los
potenciales enemigos se reirán estruendosamente o se empujarán
unos a otros para hacer circular la noticia.
--No seas densa --le cortó a su vez Byrtyn--. Sé cuánto te gusta
utilizar el método de decir la verdad de forma directa y brutal para
todo, pero hay formas más sutiles y mejores de llevar a un aliado a tu
cama. Los potenciales aspirantes no necesitan saber tus limitaciones
hasta después de que hayas compartido sus encantos.
--El que no podamos defender nuestra propia ciudad cuando
esté bajo un ataque va a ser una limitación demasiado obvia como
para que la podamos ocultar --dijo Zeerith, frunciendo el ceño--.
Nuestros propios hechizos tendrán que ser de lo más convincentes
para poder cegar tales potenciales aspirantes de la verdad. Aun así,
la idea tiene su mérito.
--Es imposible --dijo la Matrona Mez'Barris, cruzando sus
gruesos brazos y echándose atrás como si estuviera desestimando
la discusión--. El riesgo del descubrimiento de parte de nuestros
enemigos solo sería magnificado, y la recompensa no vale la pena
ciertamente.
--Dicho como una bruja que tiene pocos con quien compartir su
cama --dijo presumidamente Byrtyn, estirándose lánguidamente para
asegurarse de que su simple figura bien redondeada fuera visible a
través de la trémula y fina tela de su vestido--. Y una que siempre
está tratando de convencerse a sí misma de que está mejor sin ellos,
de todas formas.
Varias de las otras altas sacerdotisas jadearon ante el insulto,
pero Mez'Barris solo entrecerró sus penetrantes ojos rojos,
arrojándole dagas a Byrtyn.
--¡Suficiente! --dijo finalmente Triel, interrumpiendo la
competencia de miradas entre las dos madres matronas--. Este
altercado no tiene sentido, y está por debajo de todas nosotras.
Miró una por vez a ambas Mez'Barris y Byrtyn hasta que ambas
dejaron de mirarse y le prestaron atención nuevamente a ella.
Si tan solo Jeggred estuviera aquí, pensó la madre matrona de
la Casa Baenre.
Triel se preguntó brevemente si debería sentirse perturbada ante
su deseo de tener la consoladora presencia del draegloth frente a
tales adversidades. Algo más era en lo que se había encontrado a sí
misma haciendo últimamente, y temía lo que eso pudiera simbolizar.
Quizás había llegado a depender demasiado de la protección externa
más que en sus propias habilidades. Temía que fuera una debilidad,
y la debilidad era algo de lo que definitivamente podía dispensar en
el actual clima.
No, se corrigió a sí misma, ahora y siempre.
Pero la necesidad de aliados, por más breves y volátiles que
tendieran a ser esas alianzas, eran una parte necesaria de su vida.
Tal vez Byrtyn tenía razón, pensó. Tal vez eso es lo que
Menzoberranzan necesita: un aliado. Otra nación, una raza de la
Antípoda Oscura, para ayudar a las Casas Nobles hasta que la crisis
haya pasado.
Triel apretó su mandíbula y sacudió su cabeza suavemente,
determinada a desvanecer semejantes nociones tontas de su mente.
Tonterías, se dijo a sí misma firmemente. Menzoberranzan es la
ciudad más fuerte de la Antípoda Oscura. No necesitamos a nadie.
Prevaleceremos como siempre lo hemos hecho, a través de la
astucia, y las mañas, y el favor de la diosa.
Donde sea que esté...
--Conozco muy bien el estado de las cosas en Menzoberranzan
--dijo Triel, mirándolas a los ojos a cada una de las matronas
presentes--. La crisis que enfrentamos nos pone a prueba --nos pone
a prueba más severamente que cualquier otra que hayamos
confrontado en la dominación de las Casas a lo largo de toda la
historia de la ciudad-- pero no podemos dejar que interfiera con el
resuelto gobierno de la ciudad. En el momento en que empecemos a
reñir, en el momento en que no mostremos un frente unido ante las
otras Casas, ante Tier Breche o Bregan D'aerthe, será el momento
en que le mostremos nuestra vulnerabilidad al resto del mundo, y
entonces todo estará perdido.
--Por el momento, continuaremos mostrando paciencia. Son
bienvenidas las discusiones para lidiar con la crisis, "discusiones
tranquilas, respetuosas" --y una vez más Triel inclinó su cabeza ante
las dos madres matronas-- o sugerencias de nuevas formas para
explorar lo que ha pasado con Lolth, pero no habrá más
conversaciones sobre miedo o cobardía, y no habrá más de estos
insultos. Ese es el comportamiento de hombres tontos de razas
inferiores. Manejamos los asuntos de nuestras Casas y nuestro
Concilio como siempre lo hemos hecho.
Triel se aseguró de atrapar todas y cada una de las miradas de
las madres matronas con su propia mirada esta vez, observándolas
resueltamente a cada par de ojos rojos por vez, esperando
asegurarse que todas las presentes entendieran su mensaje --eso y
asegurarse de que se estaba mostrando fuerte.
Lentamente, una a una, las otras madres matronas asintieron,
queriendo, al menos por el momento, condescender las exigencias
de la Baenre.
Ejercer poder siempre requiere tales toques de delicadeza, se
recordó a sí misma Triel mientras el grupo se dispersaba y las otras
altas sacerdotisas partían cada una por su lado, regresando a sus
hogares. Como una varilla flexible, si la haces oscilar demasiado
vigorosamente, la terminas rompiendo en la espalda del esclavo que
estabas tratando de castigar.

_____ 2 _____

--Te dije que venir por este lado era un error --resopló Pharaun
mientras se reponía de su precipitada carrera. El paso delante del
mago drow terminaba abruptamente, bloqueado por una enorme
masa gris de un material esponjoso que rellenaba completamente el
túnel. Dándose vuelta para enfrentarse a la dirección por la que
habían venido, el elfo oscuro rápidamente se desprendió de su
finamente labrada mochila, la depositó sobre el suelo rocoso, y la
mandó volando de una patada.
--No te regocijes, Mizzrym --dijo Quenthel, con semblante duro,
pasando a su lado.
Las cinco cabezas de serpientes que se balanceaban,
retorciéndose del látigo de la Baenre que colgaba de su cadera se
levantaron y sisearon su propio descontento al mago, duplicando el
ánimo de su señora, como siempre. Quenthel liberó su martillo de su
cinto con un tirón y se paró al lado de Pharaun esperando.
El draegloth le pisaba los talones al altanero drow. Jeggred
llevaba no uno sino dos pesados bultos, y cuando el semidemonio
provisto de dos pares de brazos alcanzó a los dos elfos oscuros, tiró
las provisiones al piso, aparentemente sin faltarle el aliento en lo más
mínimo por cargarlos. Destelló una torcida y salvaje sonrisa en su
rostro que expuso sus amarillentas falanges y se dio vuelta,
avanzando unos cuantos pasos para posicionarse entre Quenthel y
cualquier cosa que pudiera venir de otra dirección, con un profundo y
bajo gruñido retumbando en su demoníaca garganta.
El Maestro de Sorcere no estaba de humor para vérselas con el
mal temperamento de la alta sacerdotisa, y gesticuló mientras
consideraba varios hechizos. Resolviéndose por uno, buscó en su
piwafwi tomando de uno de los bolsillos de su extravagante capa los
reactivos que necesitaría para entretejer la magia elegida.
Eventualmente, sacó un pedacito de tentáculo de calamar. Les
había advertido que quedarían atrapados si venían por ese camino, y
también lo había hecho Valas, pero Quenthel había insistido. Como
siempre, le tocaba a Pharaun sacarlos del embrollo a todos.
Faeryl Zauvirr fue la siguiente en aparecer, con su respiración
trabajosa. La embajadora de Ched Nasad divisó el bloqueo en el
paso y se quejó, sacándose su carga de la espalda y mandándola de
un puntapié por rocoso suelo junto a la de los otros. Cansadamente
sacó una pequeña ballesta de mano de su propio piwafwi y se puso
al otro lado del mago.
--Están justo detrás nuestro --anunció Ryld Argith mientras él y
el último miembro del contingente drow, Valas Hune, aparecían
apresuradamente de detrás de la curva del paso.
Más allá del fornido guerrero y el diminuto explorador, Pharaun
podía ver el rojo resplandor de múltiples pares de ojos rojos
avanzando hacia la posición del grupo. Las criaturas los observaban
ansiosas y el mago estimó cerca de dos docenas de tanarukks.
Encorvadas hacia adelante como si tuvieran dolor de espalda
las criaturas recordaban a orcos, aunque sus rasgos eran
decididamente más demoníacas, con sus escamas, inclinadas
frentes y sus colmillos prominentes. Llevaban poca armadura, por lo
que sus cueros eran velludos y gruesos, pero las hachas de guerra
que muchos de ellos blandían parecían pesadas y virulentas.
Pharaun sacudió su cabeza en resignación y se preparó a
conjurar un hechizo.
Los tanarukks aullaron de encanto y se les abalanzaron
anhelantes, parecía, de llevar la batalla hasta donde estaban sus
presas arrinconadas. Muchos se lanzaron contra Jeggred y el
semidemonio bramó su propio grito de batalla aplastando y
cortajeando salvajemente. Tiró a un lado a uno de los tanarukks sin
esfuerzo, aplastándolo contra el muro más lejano, cerca de la
posición de Ryld.
Pharaun jadeó por un momento ante la desenfrenada
grandiosidad y ferocidad que desplegaba el draegloth, al mismo
tiempo que dos atacantes humanoides más fueron a parar bajo el
corte preciso de Splitter, la mágica espada que blandía con gran
habilidad Ryld Argith. Faeryl disparaba su ballesta al lado de Pharaun
luego se agachó para recargarla. Quenthel mientras tanto parecía
contentarse mirando a sus subordinados hacer el trabajo.
Sin embargo, llegaron más tanarukks y el mago casi no
reaccionó a tiempo cuando uno de ellos traspasó la línea de defensa
que Jeggred y Ryld habían formado.
El esclavo tanarukk de piel verde se inclinó hacia el mago, con
su hacha tirada hacia atrás para dar un golpe salvaje. Pharaun solo
pudo retroceder lo suficiente como para esquivar el corte de la hoja
cuando ésta barrió el aire donde había estado su cara unos
segundos antes. Consideró llamar al espadín mágico de su anillo
encantado que lo contenía, pequeño y fuera del alcance hasta que lo
necesitaba, pero sabía que el esfuerzo sería inútil. La delgada hoja
nunca podría resistir la fuerza del hacha, y además, no podía
hacerse un espacio entre él y la bestia como para usar esa ágil arma
más efectivamente. Rápidamente corrió fuera de su alcance para
poder maniobrar mejor.
Cuando el tanarukk arqueó su espalda y aulló de furia y dolor,
Pharaun vio que Quenthel estaba detrás de él, llevando su arma
hacia atrás para otro estallido de su pavoroso látigo. El tanarukk se
giró, todavía gritando de rabia. Levantó su hacha bien alto para dar
un golpe mortal, pero antes de que éste o la alta sacerdotisa
pudieran terminar sus ataques, un destello de sombras se materializó
al borde del campo de visión de Pharaun, y la sombra se convirtió en
Valas Hune.
El explorador mercenario se arrastró por lo bajo detrás de la
criatura de piel verde y sacó uno de sus kukris a través del tendón
del tanarukk lisiándolo con el cuchillo de extraña curvatura. Negra
sangre saltó por todos lados de la profunda herida mientras la bestia
caía sobre una rodilla, revolcándose y tratando inútilmente de
encontrar con las manos la fuente de su tormento. Tan rápido como
había aparecido Valas, se había ido, desvaneciéndose nuevamente
en las sombras.
Quenthel aprovechó la oportunidad de azotar al tanarukk de
nuevo con su látigo, y Pharaun vio los colmillos de las cabezas de
serpientes hundirse profundamente en la carne de la cara y el cuello
de la criatura.
Ya había comenzado a ahogarse y toser, su cara y lengua
hinchándose, envenenado por los azotes del látigo. Dejó caer su
hacha y se desplomó al suelo, llorando en agonía y sacudiéndose
con espasmos.
Pharaun se dio cuenta de que estaba reteniendo el aliento y
exhaló bruscamente, recobrando su agilidad mental. Disgustado
consigo mismo por ser tan indisciplinado, recordó el pequeño
pedacito de tentáculo de calamar que tenía en su mano.
Enderezándose, hizo una rápida inspección del campo de
batalla para determinar cual era el mejor lugar para conjurar el
hechizo que tenía en mente. Una hueste de tanarukks muertos se
habían apilado alrededor de Jeggred y Ryld pero las criaturas que
quedaban todavía peleaban por llegar hasta el dúo, gruñendo y
saltando alrededor, buscando una abertura en donde pudieran usar
sus hachas. El mago decidió que podía colocar la magia fácilmente
detrás de aquellos pocos humanoides que quedaban, pero luego se
detuvo, sorprendido.
Un rostro había llamado la atención del mago al fondo del paso.
Pestañeó y observó más detenidamente, sin confiar en su
suposición. Acechando en la oscuridad, mirando la batalla, había una
hermosa mujer. Pharaun la encontró atractiva, a pesar de que no era
una drow y parecía humana.
Un negro cabello rizado enmarcaba su rostro, y estaba vestida
con un corset negro de cuero brillante ajustado que marcaba sus
curvas como si fuera una segunda piel. Parecía estar diciéndole algo
a la última fila de humanoides, dándoles órdenes y gesticulando,
pero cuando notó que Pharaun la estaba mirando, le sonrió y enarcó
sus curvadas cejas incluso más en una sonrisa de perplejidad. Ahí
fue cuando el mago notó también las negras alas de cuero
sobresaliendo de su espalda. No era humana después de todo.
Pharaun sacudió su cabeza por el asombro. Semejante criatura
encantadora dirigiendo una compañía de malolientes demonios
enfurecidos, de algún modo no le parecía bien al mago. Pero,
hermosa o no, estaba del otro lado de la pelea. Tarde o temprano,
suponía él, se las tendrían que ver con ella.
Aunque no aquí; ni ahora.
Volviendo al asunto que tenía entre manos, Pharaun terminó de
conjurar el duomer que había elegido y una colección de negros
tentáculos surgieron situándose entre el contingente drow y los
tanarukks que quedaban. Cada una de las retorcidas y delgadas
cositas era tan gruesa como su muslo y serpenteaban alrededor
buscando cualquier cosa que estrangular. Demasiado tarde Pharaun
notó que Ryld había volteado a los enemigos que habían quedado y
que lo habían desafiado directamente y se estaba aproximando listo
para enfrentar el manojo que quedaba atrás.
Pharaun abrió la boca para gritar una advertencia al maestro de
armas, pero antes que le salieran las palabras vio a Jeggred alcanzar
y sujetar al Maestro de Melee-Magthere por la solapa de su pechera
y tirarlo abajo fuera de peligro. Un instante más tarde, uno de los
tentáculos se enroscó alrededor de uno de los cadáveres de un
tanarukk que había estado a los pies de Ryld y rápidamente se
enrolló más apretadamente, estrechando el cadáver. Si el maestro de
armas hubiera estado allí todavía, habría apresado su pierna.
Numerosos tentáculos se retorcían y azotaban, sujetando a los
sorprendidos tanarukks y enroscándose a su alrededor. Las criaturas
gritaban y quedaban estupefactas y mordían mientras los tentáculos
comenzaban a exprimirles las vidas.
La diablesa en el rincón lejano simplemente levantó una ceja
ante la aparición del hechizo, dando un solo paso quedando así fuera
del alcance de los retorcidos apéndices negros. Parecía
extrañamente contenta de observar como una a una quedaban
silenciadas sus tropas, sus alientos perdidos y sus costillas partidas.
Pharaun no perdió el tiempo esperando que terminara el hechizo
y permitirle a la hermosa diablesa o a cualquiera de los servidores
que quedaban que alcanzara a su grupo. Tampoco queriendo revelar
el alcance de su magia más de lo necesario, el mago se inclinó y
golpeó el suelo delante suyo. Dio una última mirada a la hermosa
diablesa frente a él mientras la oscuridad manaba entre ellos. Al
instante en que terminó ese hechizo, comenzó otro, sacando una
pizca de polvo de gemas de otro bolsillo y entretejiendo un
encantamiento que plantó un muro de invisibilidad entre los drows y
los tanarukks.
La barrera mágica era impermeable a cualquier ataque normal,
resistiría la mayoría de las agresiones mágicas y le daría tiempo a la
expedición de encontrar una salida. El muro de energía no
aguantaría indefinidamente pero duraría lo suficiente como para que
idearan un escape sin ser vistos. Pharaun se desempolvó las manos
mientras se alejaba del conjuro.
--Bueno, esa es una bella solución --acotó Quenthel--,
encerrarnos aquí. Sería mejor que nos enfrentáramos a esas sucias
bestias del otro lado antes que quedarnos sentados aquí.
Ryld se agachó cerca, respirando pesadamente, limpiando su
espada con un paño. Faeryl se desplomó exhausta, contra el muro
más lejano, tratando de recobrar el aliento. Sólo Jeggred y Valas
parecían incólumes, manteniéndose tranquilos ambos. El explorador
se movió para estudiar el bloqueo, mientras que el draegloth rondaba
cerca de Quenthel.
--Como traté de decirte --replicó Pharaun, recorriendo con su
mano la superficie de la gris y húmeda sustancia que evitaba su
traspaso--, este es el Araumycos. Podría seguir por kilómetros.
El mago drow sabía que su tono de regaño era inconfundible,
pero no le importaba. Quenthel dejó salir un suspiro de exasperación
mientras se apoyaba contra el muro del paso. Un hongo masivo, el
Araumycos era lo que más se parecía al exterior del cerebro.
Llenaba el paso completamente.
--Al menos podemos dejar de correr por un tiempo --dijo
Quenthel--. Estoy harta de llevar esta maldita cosa. --Refunfuñó
pateando la mochila a sus pies. Comenzó a sobarse los hombros.
Pharaun sacudió su cabeza sorprendido ante la obstinación de
la alta sacerdotisa. El mago había tratado de ser tan deferente como
le era posible, dejándole ver la insensatez de seguir en esa dirección,
pero a pesar de sus advertencias --y las de Valas-- la Señora de
Arach-Tinilith se había impuesto, con su usual conducta orgullosa, a
que ellos obedecieran sus deseos de todas formas. Ahora estaban
arrinconados contra la cobertura esponjosa, y ella simplemente iba a
ignorar el hecho.
Pharaun frunció los labios molesto mientras la miraba por el
rabillo del ojo. Ella se esforzó por quitarse el entumecimiento de los
hombros. Él solo podía imaginarse la molestia que ella podía estar
sintiendo, pero no le tenía compasión por su condición. A pesar del
hecho de que su propia mochila estaba aligerada mágicamente, a
Pharaun también le dolían los hombros. Le habían más que dolido,
estaba seguro de que estaban en carne viva.
--Ah, sí --dijo él, siguiendo con la exanimación de la cobertura
esponjosa--, lo dejaste bien claro cuan bajo puede una Baenre "nada
menos que la Señora de la Academia" llegar a... ¿cómo dijiste?...
"degradarse a sí misma como un esclavo ordinario revolviendo
mierda de rothé en un pantano de musgo". Pero, volvería a señalar
--de nuevo-- que fue tu decisión de táctica magistral dejar nuestros
sirvientes y lagartijas atrás, atados y sangrando para poder escapar
de esos encapuchados.
El mago sabía muy bien que sus cortantes comentarios
amargarían aun más su ya desagradable humor, pero sinceramente
no le importaba. Molestar a Quenthel le daba una alegría sin fin,
incluso durante circunstancias penosas como estas.
--Presumes mucho, chico --le dijo cortante la alta sacerdotisa
mientras se paraba derecha de nuevo, mirándolo funestamente--.
Quizás demasiado...
Aun sin mirarla, Pharaun enrolló los ojos donde ella no lo
pudiera ver.
--Mil veces mil perdones, Señora --dijo presintiendo que era hora
de cambiar de tema--. Entonces supongo que no te molestarás con
los bienes que piensas están almacenados en los depósitos de la
Garra Negra Mercante en Ched Nasad. Incluso si por derecho
pertenecen a la Casa Baenre, ¿cómo vamos a llevarlos de vuelta a
Menzoberranzan? Ciertamente, tú no los llevarás de regreso y una
vez que corra el rumor de que te gusta usar tus animales de carga
como anzuelo, nadie más los querrá llevar tampoco.
Pharaun le robó una mirada de costado a la alta sacerdotisa,
mayormente por el simple placer de observar su estado de disgusto.
El ceño de Quenthel era bastante severo, remarcando a pleno la
línea vertical entre sus cejas y dándole esa apariencia de estar en
apuros que el mago estaba empezando a encontrar excesivamente
cómica.
El mago sofocó una risita.
Eso la molestaría, pensó, sonriendo, pero luego vio a Jeggred
moviéndose para pararse entre ellos dos. La bestia amenazó al
mago y la sonrisa de Pharaun se desvaneció. Contuvo el aliento
mientras el draegloth le sonreía sombríamente. El fétido aliento del
demonio se vertió sobre él revolviéndole el estómago.
El demonio servía a Quenthel tenazmente y, con una palabra de
ella, intentaría gustosamente desgarrar al mago --o a cualquiera en
el grupo en realidad-- miembro a miembro con un regocijo malicioso.
Hasta ese momento, esa palabra no había sido dicha, pero Pharaun
no saboreaba la posibilidad de tener que defenderse ante una
agresión del demonio, especialmente en tal alojamiento cerrado
donde pasaría un mal momento haciéndose un espacio para poder
ejercer su cuota de hechizos. Preferiría una caverna más grande
para defenderse de Jeggred, pero desafortunadamente, solo estaba
este estrecho pasaje, sin espacio para huir de las garras de la bestia.
A pesar de su actual mal humor y de la muy torpe manera en la
que últimamente había acarreado la carga en su espalda, Quenthel
de algún modo se las arregló para parecer regia mientras se alejaba
del muro y caminaba a través del pasillo hacia Pharaun, su piwafwi
crujiendo a su alrededor. Él entendió que no estaba simplemente
ignorando sus mofas. Ella había esperado hasta que su fiel sirviente
se hubiera tomado la posición de defenderla antes de confrontar al
mago.
--Sé muy bien lo que hice y dije, y no necesito que imites mis
palabras de vuelta para mí como un erudito idiota exhibido en una
jaula dorada para que todos lo vean y se rían. --Concentró su mirada
sobre él y la sostuvo allí--. Estamos en una misión diplomática,
mago, pero esos bienes sí pertenecen a mi Casa, y regresarán allá.
Veré que sea así. Si no puedo contratar una caravana para llevarlas
de vuelta, entonces lo harás tú por mí. Y Jeggred se asegurará de
ello.
Sostuvo su mirada fija por un momento mientras Jeggred
sonreía carnalmente a su lado. Finalmente, se enderezó, le hizo un
pequeño gesto al draegloth, y el demonio se hizo a un lado para
lamerse la sangre de las garras.
--Busca como salir de esta... cosa --dijo Quenthel, indicando con
el dedo la cobertura masiva antes de darse la vuelta y caminar de
regreso hasta donde estaba su carga y sentarse en el suelo.
Pharaun suspiró y puso los ojos en blanco, sabiendo que había
presionado demasiado a la alta sacerdotisa. Más tarde sufriría por
sus pequeñas burlas. La miró a Faeryl para observar su reacción al
enfrentamiento. La embajadora de Ched Nasad simplemente le
sacudía la cabeza, con puro desdén en su semblante.
--Pensaba que tú, de todas las personas, estarías un poco más
que un poco disgustada de que ella esté planeando despojar por
completo la compañía mercantil de tu madre --le dijo por lo bajo.
Faeryl se encogió de hombros y dijo:
--No me incumbe. Mi Casa meramente trabaja para ella, para la
Casa Baenre y la Casa Melarn. Ambas son dueñas de la Garra
Negra, por lo que si ella quiere robarle a sus compañeros ¿quién soy
yo para detenerla? Siempre y cuando llegue a casa...
Pharaun se sorprendió de efectivamente ver una expresión de
melancolía en el rostro de la embajadora.
El Maestro de Sorcere gruñó ante la respuesta de Faeryl y se
dio vuelta una vez más para inspeccionar el material que bloqueaba
el camino. Estaba por un lado fascinado de verlo en persona por
primera vez y por el otro desesperado por encontrar una salida por
allí. Sabía que el Araumycos llenaba incontables de kilómetros de
cavernas en esa parte de la Antípoda Oscura, pero los viajeros a
veces habían encontrado la forma de rodearlo o atravesarlo.
Valas ya estaba escalando la superficie de la cobertura,
presionado firmemente contra ella, haciéndose camino hacia la parte
superior. Pharaun podía ver que el paso que habían seguido se
habría a lo que debía ser una caverna más grande, por que el techo,
al igual que el paso, se elevaba abruptamente. Podía ver que el
explorador se estaba haciendo camino arriba hacia una estrecha
abertura entre la cobertura y el costado de la caverna, quizás
esperando que allí hubiera un camino por el cual escurrirse, pero a
donde, Pharaun no tenía idea.
Pharaun consideraba que el diminuto mercenario de Bregan
D'aerthe era un poco tosco, sin embargo, estaba contento de que
estuviera con ellos en este viaje.
--¿Cuánto tiempo tenemos antes de que eso se acabe?
--preguntó Faeryl, mirando el camino por donde habían venido todos
de vuelta hacia la negrura.
A Pharaun le sorprendió de que le hablara a él. Ella estaba
envalentonada, suponía el mago, por su conversación anterior. Sin
molestarse en mirar a la embajadora, Pharaun continuó su
inspección, produciendo una pequeña llama desde la punta de sus
dedos con la que comenzó a quemar el hongo. Donde la llama
tocaba la cobertura, se ennegrecía y ajaba, pero no formaba un
hueco en ningún lado.
--No mucho --le dijo.
Sintió más que vio la incomodidad de su comentario descuidado.
El mago sonrió a pesar de si mismo mientras trabajaba, sorprendido
ante la irónica situación de Faeryl. No había sido tanto tiempo atrás
que ella había estado desesperada por hacer este viaje, regresar a
su ciudad natal.
Lo suficientemente desesperada como para huir de
Menzoberranzan y ponerla de mal humor a Triel Baenre, la matrona
más poderosa en la ciudad, en el proceso. Faeryl había fallado por
supuesto. Había sido capturada en las puertas y había terminado
presa como el juguete de Jeggred. Pharaun solo podía imaginar lo
que el draegloth le podría haber hecho a ella en nombre del deporte,
pero de alguna manera la Zauvirr se había ganado el indulto de Triel
y se le había asignado la participación en esta pequeña excursión a
Ched Nasad.
Al final, Faeryl había logrado lo que quería, pero el mago se
preguntaba si ella todavía estaba contenta por ello, a pesar de sus
comentarios anteriores. Incluso si ella realmente llegaba a casa, se
enfrentaba al trance de informar a su madre, la madre matrona de la
Casa Zauvirr, que Quenthel venía a llevarse todo. Absolutamente
todo. Sin hacer caso de la viabilidad de semejante movimiento y la
habilidad del contingente para llevárselo todo sin que la Casa Melarn
se molestara por ello, Faeryl y su madre serían las que estuvieran
atrapadas en el medio. No envidiaba su posición.
Además, cada vez que Jeggred simplemente se daba vuelta
para mirar en su dirección, ella retrocedía y se apartaba. El demonio
parecía disfrutarlo, tomando cada oportunidad para acrecentar la
incomodidad de la embajadora con una sonrisa sugestiva, una
relamida de sus labios, o una exanimación estudiada de sus filosas
garras.
A Pharaun le era claro que Faeryl estaba cerca de perder
completamente la compostura. Si eso sucedía, suponía que
entonces ellos tendrían que en verdad dejar que el draegloth la
tomara y terminara con ella.
Luego, por supuesto, estaba el asunto de los suministros.
Faeryl, al igual que el resto de los miembros de la pequeña excursión
había sido forzada a llevar sus propias pertenencias, algo a lo que un
elfo oscuro de buena cuna no estaba acostumbrado a hacer. Las
sillas de mano portadas por esclavos era más su estilo, como el de
Quenthel. Dejar esos sirvientes atrás para forzar la búsqueda había
sido lamentable, e incluso con la habilidad de Jeggred para acarrear
una parte substancial de la carga, el resto de ellos todavía tenía
considerables bultos. Difícilmente podía culpar a Faeryl si se estaba
preguntando si este viaje no era mas bien un grave error.
Por el comportamiento de Quenthel parecía que ella ya lo sabía,
o quizás no le importaba si el silencio de Lolth se extendía tan lejos
como Ched Nasad como mínimo y que su viaje de exploración se
había convertido en algo más semejante a una invasión. Eso estaba
bien para Pharaun, pero todavía sospechaba que habría más para
llevar de Ched Nasad que un depósito de chucherías mágicas.
Mirando una vez más su propia mochila y sintiendo la tensión en
sus hombros, Pharaun deseó por décima vez en el día poder
conjurar un disco mágico que llevara sus suministros. Tantas nobles
Casas drows hacían uso regular de tales conveniente hechizos que
las madres matronas generalmente insistían en que los magos de
sus Casas los aprendieran mientras iban a estudiar a Sorcere, la
antigua rama de la Academia. Aunque Pharaun nunca se había
molestado en familiarizarse con ellos ya que tenía una mochila
mágicamente espaciosa por dentro.
Incluso cargado con todas sus libros de magia, rollos, y otros
suministros más mundanos, pesaba una fracción de lo que pesaría
una mochila normal. Además, volviendo a la Academia, si él hubiera
tenido algún motivo para transportar algo con un disco mágico,
siempre había un grupo de estudiantes a mano que podrían haber
realizado esa tarea por él. Aun así...
Pharaun descartó la idea recordándose a sí mismo que su
magia era una mercancía demasiado preciosa. Con la diosa Lolth
todavía extrañamente silenciosa, ninguna de sus sacerdotisas podía
ganarse el favor de su magia divina, dejando a ambas Quenthel y
Faeryl severamente impedidas y limitadas en poder.
Los desiertos de la Antípoda Oscura no eran lugares en los
cuales estar siendo vulnerable. Además, no había mayor satisfacción
que ver como Quenthel, la Alta Sacerdotisa de Arach Tinilith, la rama
clérical de la Academia, lidiaba con su fardo.
Quenthel sorbió por la nariz, sacando a Pharaun de su
ensimismamiento. La alta sacerdotisa señaló hacia donde el
explorador todavía estaba escalando. Sólo sus piernas seguían
todavía visibles. El resto de él desaparecía en la hendidura formada
entre el muro de la caverna y el hongo. Ella se volvió a Ryld y le dijo:
--Tu amigo está buscando un camino a través. Deja de soñar
despierto y ayúdalo. --Volviéndose luego hacia Pharaun, añadió:--
Tú, también.
Decidiendo que la había atormentado suficiente por el momento,
especialmente con Jeggred tan cerca, Pharaun sonrió, le hizo una
reverencia, blandiendo su piwafwi, luego continuó examinando el
Araumycos.
Mientras Ryld se le unía, el mago murmuró:
--Es en momentos como estos cuando la encuentro de lo más
encantadora, ¿eh?
--No deberías mofarte de ella --le murmuró a su vez Ryld,
deslizándose frente al hongo y buscando su espada corta--. Todo lo
que vayas a hacer nos angustiará más tarde.
Hizo un corte experimental y extrajo una sección de la cobertura
del cuerpo principal. Cayó al suelo a sus pies, se agachó para
recogerlo pero ya se estaba ennegreciendo y pudriendo.
--Oh, creo que quieres decir "me" mi fornido amigo --replicó el
mago, removiendo un pequeño frasco de ácido de uno de los
bolsillos ocultos de su piwafwi y vertiendo el contenido sobre la
superficie del hongo--. Yo estaré desbordado con suficiente angustia
por el resto de nosotros antes de que siquiera lleguemos a Ched
Nasad, me temo.
Donde el líquido revestía la cobertura, el hongo comenzaba a
chisporrotear y a ennegrecerse.
Ryld se detuvo y le lanzó una mirada a su amigo. El guerrero
parecía sorprendido. A pesar de sus muchos años de amistad,
Pharaun sabía que incluso Ryld ocasionalmente encontraba la
conducta del mago grosera.
Es el precio que pago por una personalidad y una mente
brillante, se dijo a sí mismo Pharaun irónicamente.
Observó como un hueco razonablemente grande era comido a
través del hongo. Había solo un hongo más detrás de este.
--Podríamos tratar de cortar o quemar un camino a través de
esta cosa eternamente --rezongó Ryld, alejándose por la fachada del
obstáculo hasta el punto directamente debajo de donde Valas había
ascendido--. No hay forma de saber cuán profundo o grueso es.
--Cierto, sin embargo, es fascinante. Hasta ahora he descubierto
que puede ser dañada con ácido, fuego y cortes físicos. Pese a que
las piezas que saco simplemente se disuelven en una masa oscura y
putrefacta. ¡Increíble! Me preguntó si...
--Ciertamente espero que no intentes decirme que has agotado
todas tus potentes fuerzas mágicas con esta cosa --le pidió Ryld,
mirando nuevamente la todavía oscura cortina de magia detrás de
ellos--. Podríamos necesitar tus trucos de manera más desesperada
dentro de un momento.
--No seas estrecho de mente, mi amigo espadachín --contestó
Pharaun guardando un pedacito de piedra rosa dentro de un
bolsillo--. Con mis talentos, tengo más que suficiente para versar con
todos, incluso con nuestros encantadores perseguidores.
Ryld gruñó y al instante un buen pedazo de hongo golpeó el
suelo de la caverna a los pies de Ryld, pudriéndose enseguida. Ryld
dio un solo paso atrás, fuera de la línea de fuego, mientras más
pedazos caían donde había estado antes.
--Parecería que Valas está cortando un camino a algún lugar
--observó Pharaun, mirando hacia donde había sido visible el
explorador recientemente--. Me pregunto si tan solo está
experimentando o si realmente ha descubierto un medio para salir.
El mago estiró el cuello tratando de obtener una mejor visión.
--Hay una salida por aquí --dijo Valas, reapareciendo por
completo--. Vamos.
--Bueno, eso contesta la pregunta. Hora de irnos --dijo Pharaun
volviéndose al resto del grupo. Señaló hacia arriba a Quenthel y
Faeryl donde se lo veía al explorador--. Solo nos quedan unos
minutos antes de que se agote mi muro de fuerza.
Los otros drows y el draegloth comenzaron a flotar hacia arriba,
pudiendo ascender gracias a las insignias mágicas de sus Casas.
Uno a uno, desaparecieron a través del hueco invisible hasta que
solo quedó Pharaun. Comenzó a elevarse mágicamente dándose
cuenta por primera vez cuan alegre estaba de que no tuvieran que
volver a combatir más tanarukks.

***

Aliisza sonrió mientras miraba a la última de sus tropas tanarukk


temblar y yacer quietas. Los tentáculos negros que los habían
matado todavía se enroscaban y revolcaban, buscando algo nuevo
que estrangular. La diabla alu se cuidaba de mantenerse fuera del
alcance de los apresantes apéndices negros, aunque sabía que los
podría haber removido mágicamente, si era necesario. De hecho,
podría haber intervenido y anular el hechizo del mago, rescatando
sus tropas, pero había decidió no hacerlo, y no era porque temía
desperdiciar un hechizo.
Era más curiosa que otra cosa.
Aliisza sabia que los elfos oscuros y su demonio eran más que
capaces, como solían serlo los drows. Se volvió por el pasaje por el
cual ella y su cuadrilla de tanarukks habían seguido a los drows,
sabiendo que al menos dos de ellos la habían visto. A pesar de ello
siguieron retrocediendo, como si estuvieran huyendo. Aliisza dudaba
de que los drows estuvieran allí por alguna razón relacionada con
Kaanyr Vhok.
La alu no perdió el tiempo regresando al lugar que habían
establecido con solo una escuadrilla, reincorporándose a la fuerza
mayor de la que había sido parte, la fuerza que ella comandaba.
--Han pasado a corredores más grandes --le anunció a los
demoledores tanarukks, dirigiéndolos a la nueva ruta--. Los
interceptaremos en la Roca del Diente Negro. No se detengan. Se
mueven rápido.
Con poco más que un gruñido, las hordas de humanoides
partieron, y no les llevó más que unos pocos minutos llegar a la gran
intersección conocida por las Legiones Hostigadoras como la Roca
del Diente negro. Era una cámara grande de múltiples niveles donde
se conectaban los distintos pasajes, y Aliisza ni siquiera estaba
segura para qué las habían usado los enanos quienes las habían
cavado. Muchas de ellas habían sido rellenadas con la colonia de
hongos que los enanos llamaban Araumycos. Sin embargo todavía
quedaban pasajes abiertos allí, las patrullas de las Legiones
Hostigadoras pasaban a través de ellos con frecuencia, y ella sabía
que a menos que hubieran utilizado algo de magia para cambiar su
curso, el pasaje que habían tomado los drows para escapar los
llevaría finalmente allí también.
La diablesa alu todavía estaba considerando que haría una vez
que enfrentara a los drows cuando su pequeño batallón de tanarukks
interceptó un segundo contingente de humanoides, uno que ella
había enviado a cortarles el escape por otra ruta.
--¿Qué están haciendo aquí? --le preguntó al sargento, aunque
en realidad estaba contenta por los refuerzos--. Los asigné a la
Cámara de las Columnas para que vigilaran cualquier cosa que
viniera del norte.
--Sí --respondió el sargento. Era un espécimen fornido que les
llevaba una cabeza a cualquiera de sus compañeros, su habla era
viciada debido a los prominentes colmillos--. Pero tenemos noticias
de que una fuerza mayor de enanos grises fue vista moviéndose a
través de la parte sur de Ammarindar, y una segunda patrulla, una
que había sido apostada al norte y el este ha desaparecido por
completo.
--Por el Abismo --susurró Aliisza--. ¿Qué está pasando? --Pensó
por un momento y luego le impartió órdenes a un pequeño
escuadrón de tanarukks que regresara al palacio de Vhok para
comunicarle las noticias, mientras ella y el resto de las fuerzas
continuaban persiguiendo a los drows.
Saben algo de todo esto, se dijo a sí misma, mientras partían, y
voy a averiguar que es.

***

Pharaun ya no saltaba cuando fuera que Ryld regresaba


silenciosamente después de acechar por los rastros que dejaba el
grupo, por lo que no mostraba ninguna reacción cuando el guerrero
se materializaba súbitamente en medio del grupo. Splitter seguía
guardada en la espalda del maestro de Melee-Magthere por lo que
Pharaun sabía que no estaban ante ningún peligro inmediato. Sin
embargo, prestó atención cuidadosamente mientras su viejo amigo
comenzaba a transmitirle un reporte a Quenthel en el lenguaje
silencioso de los drows.
Nuestros perseguidores están tras nuestra pista nuevamente,
signó el corpulento guerrero. Varias cuadrillas, todas cercando la
grieta. Las cabezas de serpientes sisearon, haciendo eco de la
irritación de su señora ante las noticias antes de que Quenthel las
calmara con una palabra susurrada.
¿Cuánto tiempo tenemos hasta que nos alcancen? Respondió
ella.
En la oscuridad, Pharaun vio que Ryld encogía los hombros. Tal
vez diez minutos, no más.
Quenthel replicó, Debemos descansar, al menos por unos
minutos más. Además, Valas no ha regresado aún. Averigua por qué
camino fue.
Le señaló el cruce. Ryld asintió y se movió para examinar los
muros cerca del túnel de tres caminos.
Si Valas había dejado alguna señal sobre que dirección había
tomado, Ryld la encontraría, y ellos podrían continuar. Pharaun
suspiró, arrepintiéndose de haber sugerido que siguieran este
camino para llegar a Ched Nasad. Pasar a través de los dominios de
Kaanyr Vhok había sido una elección arriesgada, pero una en la que
Quenthel había insistido, prefiriendo la velocidad antes que la
seguridad. Por consiguiente, el grupo de movía a través de
Ammarindar, las antiguas propiedades de una nación enana más
antigua aún, y hacía tiempo erradicada.
Pharaun sabia que Kaanyr Vhok había reclamado el área desde
la caída del Torreón de las Puertas del Infierno, el cual estaba en
algún lado arriba en el Mundo de la Superficie, un marqués demonio
cambion era un anfitrión intensamente desagradable, por lo que
recordaba Pharaun. La mayoría de las caravanas evitaban su
pequeño lugar de la Antípoda Oscura, por lo que los pasajes por los
que andaban habían sido poco concurridos, y Pharaun había
esperado que eso ayudara a mantener la discreción del grupo.
Aún moviéndose lo mas subrepticiamente posible el grupo fue
incapaz de evitar atraer la atención de los servidores de Vhok, y
varias de las patrullas del cambion estaban una vez más
persiguiéndolos sin descanso. Pharaun había esperado que al
haberse escabullido a través del Araumycos habría abatido a los
tanarukks, pero se dio cuenta de que ellos --o mejor la diablesa,
suponía él-- sabía exactamente a dónde se dirigía la expedición,
incluso si ellos mismos no lo sabían. No dudaba de que incluso
muchos más se estaban desplazando para flanquearlos,
interceptarlos antes de que pudieran salir de la región y cruzar más
allá del alcance de Vhok. La pregunta era ¿Podrían llevarles la
delantera a las patrullas esta vez?
Los Menzoberranyres no podían permitirse tener tratos con el
señor demonio. Con las noticias que llevaban, era primordial evitar
llamar la atención sobre sí mismos de cualquiera de las otras
grandes razas de la Antípoda Oscura.
Y a pesar de todo, Pharaun tenía la zozobra de que no iba a ser
un asunto sencillo. Ninguna parte del viaje a Ched Nasad iba a ser
sencillo, de eso estaba seguro. Había un riego a cada paso al igual
que en juego de sava.
A su modo, la decisión de Quenthel de aliviar al grupo de su
equipaje extra --y de los acarreadores de equipaje-- había sido
fortuito. Podía avanzar a mayor velocidad sin los extras que la suma
sacerdotisa había insistido que llevaran inicialmente. El mago miró a
Quenthel, sabiendo que ella luchaba entre la idea de avanzar más
rápidamente o estar muerta de cansancio de llevar un cargamento
que le aplastaba los hombros cuando pensaba que nadie la estaba
mirando.
Pharaun sospechaba que podrían habérselas arreglado incluso
con menos, y Quenthel podía todavía aligerar su carga descartando
más provisiones innecesarias antes de que llegaran a la Ciudad de
las Telarañas. Si se encontraban con otra pelea contra las hordas de
Vhok, entonces sería más pronto que tarde.
Casi como si supiera que se estaban quedando sin tiempo,
apareció Valas seguido de Ryld y Jeggred. El drow explorador trotó
hasta la intersección y se acuclilló cerca de uno de los muros del
pasaje, tanteando distraídamente una de las muchas baratijas que
adornaban su chaleco.
Mientras Pharaun y Quenthel se acercaban, Valas comenzó
rápidamente a comunicarse con las manos.
Nuestra ruta nos lleva a una gran cámara adelante.
Valas señaló el pasaje por el que había venido recién.
¿Qué hay allí? Signó Quenthel impaciente.
El explorador se encogió de hombros y luego dijo con signos:
Más hongos, pero esta vez no bloquea nuestro paso. Casi estamos
fuera del alcance de Vhok.
Entonces, vámonos, replicó Quenthel. Estoy harta de este lugar.
Valas asintió, y el grupo partió nuevamente. Los pasajes a través
de los cuales los guiaba el explorador era una vez más amplios y
llanos, cortados de la roca de la Antípoda Oscura por hábiles manos
enanos. Parecía que se estaban encaminando por la dirección en la
que querían ir, ya que Faeryl comentó más de una vez que las cosas
le comenzaban a parecer familiares. Con algo de suerte, estarían
fuera de los dominios de Kaanyr Vhok y en los alrededores de las
regiones patrulladas de Ched Nasad. Quenthel parecía contenta esta
vez de dejar que Valas y Ryld interpretaran las antiguas runas
Dethek inscriptas en los carteles de las hacía tiempo abandonada
ciudad enana e ir a donde sugerían, pro lo que Pharaun estaba
sumamente agradecido. Cuanto antes llegaran a las comodidades de
Ched Nasad, mejor se sentiría, al menos físicamente.
El mago había estado contemplando hacerle una sugerencia a
Quenthel, proponerle que entraran a la ciudad discretamente. No
creía que la suma sacerdotisa quisiera entrar marchando con sus
estandartes desplegados y demandando ver a los representantes
más poderosos de las Casas Nobles para simplemente poder
decirles que todo lo que tomaba era de ella, maldita fuera Ched
Nasad. Tenía que pensar el modo de convencerla de que se tragara
su orgullo e hiciera algo más astuto en cambio. Sería mucho mejor
para todos si no atrajeran tanta atención sobre ellos mismos, al
menos no en las calles de la ciudad.
Además, pensó Pharaun, ¿por qué quiero ser el huésped de
otro puñado más de madres matronas? Una posada, especialmente
una posada particularmente espléndida, sería mucho más
satisfactoria.
El truco, se dio cuenta, era como convencerla a Quenthel. Tratar
de hacerlo parecer como que la idea de ella era la mejor opción, pero
desarrollar una buena y sutil manera de plantar la semilla era difícil
cuando la suma sacerdotisa estaba preocupada. Ya había
demostrado ser difícil de manejar. Si la empujabas un poco
demasiado fuerte, te volteaba de una cachetada solo por ser varón.
Si no la empujabas lo suficientemente fuerte, estaría demasiado
ocupada con su mal humor tratando de ver qué era lo que tramabas
frente a ella. Pharaun podía pensar en un número de argumentos
que podía llegar a usar para convencerla en vez de tratar de
engañarla para que hiciera lo que él quería, pero de nuevo, con
Quenthel, él sabia que podía discutir hasta quedar sin aliento, y así y
todo ella seguiría negándose.
Pharaun de pronto se dio cuenta de que el pasaje había
comenzado a ascender y bastante abruptamente también. Miró hacia
arriba y vio a los otros trabajando para llegar a la cima de la cuesta.
Una vez que llegaron a la cresta hicieron una parada, y Faeryl dijo
algo suavemente mientras señalaba en la distancia.
El mago se preguntaba que habrían divisado. Apuró sus propios
pasos, y cuando los alcanzó se detuvo. El panorama de una enorme
y suavemente iluminada cámara le dio la bienvenida. Al menos
asumía que era una enorme cámara. A juzgar por la curvatura de los
muros, era bastante imponente, pero más de la mitad estaba llena
con el enorme hongo. Sacudió la cabeza, más impresionado que
nunca con el Araumycos. La totalidad de la cobertura era un solo
organismo viviente, tan bien como podía determinarlo cualquier
mago o sabio. Que esta fuera una parte diferente de la misma
entidad que habían encontrado hacía casi una hora era asombroso,
pero saber que lo que había visto, al menos hasta este punto, era
todavía una pequeña parte de toda la cosa hacía que le diera vuelta
la cabeza.
La cámara misma era natural, con una gigantesca estalactita
negra que lucía notablemente como un enorme colmillo justo a punto
de morder el hongo, siendo este el rasgo más prominente. Era
abundante también la evidencia del trabajo en las piedras de los
enanos. Los drows habían entrado a un punto bastante alto a lo largo
de los muros expuestos de la caverna, el pasaje desembocando a un
amplio borde que pasaba por encima del suelo. Una importante
rampa, lo suficientemente amplia como para que pasaran varias
carretas de lado a lado, descendía desde este borde del lado
izquierdo, entrando en una serie de caminos en zig zag que se
entrecruzaban por los costados de la caverna debajo del borde hasta
que llegaban al suelo. Allí, una carretera llana y pavimentada llevaba
a intersecciones esparcidas a lo largo del suelo donde otras
carreteras se lanzaban a más caminos en zig zag, eventualmente
subiendo a un número de túneles. En muchos casos, las sendas
simplemente desaparecían debajo del masivo hongo gris pastel.
A los ojos de Pharaun, el lugar entero podría haber sido una
pequeña ciudad, similar a una porción de Menzoberranzan, excepto
por dos diferencias notables. Primero, la arquitectura era obvia y
repulsivamente enana, todo grueso y cuadrado y anodino a la vista.
Segundo, estaba la débil pero penetrante luz, la cual parecía brillar
desde casi todos lados y le daba a la cámara completa, de hecho a
toda la superficie de piedras, un brillo gris enfermizo. En
Menzoberranzan, el felpudo de la ciudad era la oscuridad solo
quebrantada por ricos y lujosos matices de violeta, verde y ámbar
esparcidos a través del suelo y techo de la caverna. Aquí, todo era
visible, brillando por medio de alguna luz mágica que lo iluminaba
todo, pero nada tenía color.
El mago elfo oscuro extrañaba su hogar, ansiaba sentarse en los
balcones de la Academia y mirar la ciudad. Anhelaba incluso el
simple placer de observar Narbondel, su rojo resplandor marcando
las horas del día y la noche. En el desierto, Pharaun había
descubierto que sin la familiaridad del gran reloj de la Ciudad de las
Arañas estaba perdiendo toda noción del tiempo, aunque tenía otros
medios mágicos de seguir su paso. Por un breve momento, Pharaun
se preguntó si alguna vez volvería a ver Menzoberranzan de nuevo,
y sintió un toque de... de ¿qué? ¿Tristeza? ¿Así era como se sentía
la tristeza? Era extraño, y el mago se determinó a sacársela de
encima.
Lo que necesitas es un lindo baño de aceite caliente, Mizzrym,
seguido de un buen golpe por un maestro masajista y andarás
alegremente enseguida.
Con ese pensamiento alentador, el mago se enderezó y volvió
su atención a sus compañeros.
Valas había bajado por la rampa y había llegado al primer
camino en zig zag. Desde el ventajoso punto de vista de Pharaun, el
diminuto explorador verdaderamente parecía pequeño, dándole al
maestro de Sorcere un mejor sentido de la escala de la cámara.
Quenthel, Faeryl, Jeggred y Ryld, mientras tanto, estaban
descendiendo por el aire a la siguiente sección del camino y estaban
a mitad camino, cayendo en grupo sueltamente. Pharaun se rió por
lo bajo, preguntándose como todavía la Señora de la Academia
estaba afanándose con su equipaje.
Bueno, pensó Pharaun, ese baño de aceite te está esperando.
Dio dos pasos hacia el borde del balcón para seguir a la suma
sacerdotisa y a los otros, cuando sintió mas que escuchó un alboroto
detrás de él.

_____ 3 _____

Khorrl Xornbane no pudo evitar ponerse levemente tenso


mientras la puerta de la caseta privada donde se sentaba se abría
parcialmente. Su mano bajó instintivamente para sujetar el hacha
doble a su lado. Incluso cuando Zammzt se deslizó a través de la
angosta abertura con suaves pasos y se acomodó en una banqueta
con cojines del lado opuesto de la mesa, el duergar no se relajó. Miró
cautelosamente a través de la partición aun abierta hacia el pasillo
más allá, buscando ver quien podría estar acechando en las
sombras, viéndolos encontrarse. Solo había otros tres individuos allí,
y ninguno parecía estar prestándole atención a Zammzt. Dos drows
vestidos de mercaderes, guiados por un tercer elfo oscuro quien
obviamente era un anfitrión de la Copa Resplandeciente, se
dirigieron a otra caseta y desaparecieron dentro.
Khorrl frunció el entrecejo mientras el anfitrión se demoraba un
momento más. El sirviente apenas ladeó la cabeza a un costado,
aparentemente escuchando algo que se decía dentro del cubículo de
encuentro, hablado demasiado suavemente como para que lo
pudiera oir un duergar.
Está ordenando un trago simplemente, pensó el duergar. No hay
necesidad de ponerse inquieto.
A pesar de su autoadmonición, Khorrl sabía que no descansaría
fácilmente por al menos uno o dos minutos más. No sería la primera
vez que un tonto se hubiera dejado seguir durante un encuentro con
el mercenario duergar, y no quería estar en semejante posición
nunca más, atrapado desprevenido y obligado a pelear para
escaparse. No solo que apenas había logrado escapar sino que le
había tirado su reputación por el suelo.
Esa parte lo había enojado más que nada. Finalmente, cuando
estuvo seguro de que nadie los estaba estudiando de encubierto,
Khorrl se relajó, aunque tuvo que soltar conscientemente el apretón
sobre el hacha doble. Miró al otro lado de la mesa a Zammzt,
notando la falta de la insignia de la Casa en toda la vestimenta
sencilla del drow. Por su parte, Zammzt se estaba reclinando
despreocupadamente sobre la banqueta con almohadones, la más
mínima insinuación de una sonrisa en su rostro. A pesar de que
Khorrl no se consideraba un gran juez sobre la atracción,
especialmente en otras especies, estaba claro que la cara de
Zammzt estaba lejos de ser notable. El drow era de una apariencia
demasiado ordinaria. Si no fuera porque ya servía una Casa noble,
nunca habría llegado a más que un artesano común, un escalón más
arriba que un esclavo pero poco más que eso. Khorrl suponía que el
hecho de que fuera un negociador tan astuto era la única gracia
salvadora del elfo oscuro.
--Te aseguro que no me siguieron --dijo Zammzt, interrumpiendo
las meditaciones del duergar--. Lo habría sabido si alguien hubiera
tratado de hacerlo, y no hay razón para que alguien lo hiciera.
--¿Por qué piensas que estaba preocupado por eso? --preguntó
Khorrl, acomodándose--. No te he acusado de nada, todavía.
--El aspecto avinagrado de tu cara y las miradas furtivas que
sigues echando hacia la puerta son lo suficientemente claras
--replicó el elfo oscuro--, aunque no cuestiono tus preocupaciones.
Sin duda estarás contento de saber que te he observado tu llegada
desde una posición segura y te diré que nadie te siguió tampoco.
Khorrl se tensó levemente de nuevo, tratando de decidir si debía
sentirse insultado o impresionado. Pocas criaturas se las habían
apañado para estudiarlo inadvertidamente, por cierto no en los
últimos años. Que él no se diera cuenta de las observaciones de
Zammzt era sorprendente, si las afirmaciones del drow eran ciertas.
El duergar entrecerró los ojos, preguntándose si el elfo oscuro
estaba meramente mintiendo para impresionarlo. Lo dudaba,
aunque...
--Entonces debes sentirte lo suficientemente seguro como para
hablar libremente, ¿hmm? --preguntó Khorrl, acosándolo a su
compañero de casilla para ver cual sería su reacción.
La sonrisa de Zammzt se profundizó apenas mientras movía su
mano en señal de despedida y volvió su mirada a la mesa frente a él.
--Por supuesto --dijo--. Aunque pensaría que preferirías esperar
hasta que el anfitrión nos haya traído las bebidas primero.
--Ya las he rechazado --replicó Khorrl, dando su propia señal de
despedida--. No me molesta compartir mientras estoy haciendo
negocios.
--Como estoy bien enterado, Maestro Xornbane, por tu
reputación. Yo, sin embargo, ya he pedido que nos traigan un
refrigerio a la caseta. Creo que lo escucho venir ahora.
Khorrl volvió su mirada por un mero instante hacía la abertura de
la puerta, incluso a medida que habría su boca para indicar que no
había escuchado nada. Comenzó a darse vuelta hacía Zammzt, pero
luego volvió a mirar rápidamente, sin poder creerlo pero el anfitrión
de la otra caseta había aparecido al final del pasillo con una bandeja
de bebidas.
Khorrl cerró la boca de golpe mirando como el sirviente primero
entregaba un par de bebidas a otra caseta, luego se dirigía a él y su
acompañante. Aparentemente, además de su sorprendente habilidad
para seguir y vigilar alguien, Zammzt también poseía un oído
excepcional. Después entregar la bebida y preguntar si el duergar
había cambiado de opinión y quería algo, el anfitrión partió. Zammzt
se levantó y cerró por completo la puerta.
--Creo que es seguro que discutamos nuestro negocio --dijo el
elfo oscuro, sus ojos rojos brillando con satisfacción mientras tomaba
un sorbo de su jarra helada. Después de un largo trago, suspiró
encantado y dijo:-- Todo está listo. Deberías estar recibiendo la
entrega del primer pago al día siguiente.
Khorrl miró detenidamente al drow por un largo rato antes de
finalmente asentir.
--Y la cantidad ¿es satisfactoria? --preguntó el mercenario
duergar--. Ninguna de mi gente va a la ciudad hasta que sepa que
nos pagarán lo que dije.
--Absolutamente. Mi Señora me ha pedido que te informe que tu
tarifa es más que satisfactoria. Considera que es un precio menor a
pagar por los servicios que proveerás.
--Hmph --gruñó Khorrl evasivamente--. Eso quedará por verse,
¿no? Si me deja colgado en medio de la batalla, no habrá sido ni de
cerca lo suficiente, y lo sabes.
Zammzt le dio esa sonrisa de complicidad y asintió en
conformidad.
--Solo puedo asegurarte que ella y sus aliados tienen la
intención de llegar hasta el final con esto. Una vez que pongan un pie
sobre este camino, no hay vuelta atrás para ellos tampoco. Deberías
ser bien consciente de ello.
--Quizás, pero si las cosas se ponen feas para nosotros --dijo
Khorrl, recorriendo con sus manos su clava cabeza gris--, yo vendré
a buscarla personalmente.
--Por favor, por favor. No hay necesidad de lanzar amenazas
aquí. El pago inicial está llegando. Tan solo asegúrate que tienes al
primer grupo listo para marchar cuando llegue.
Khorrl asintió, más firmemente esta vez. Nunca había renegado
de un contacto antes, y no estaba por hacerlo ahora. Le estaban por
pagar a su clan una suma exorbitante, y su empleador lo
consideraba un dinero bien invertido precisamente por esa
reputación. El Clan Xornbane podía ser meramente una banda de
mercenarios en el esquema mayor de la jerarquía duergar, pero él
siempre se había asegurado de que honraran sus compromisos. Eso
no iba a cambiar mientras él fuera el jefe del clan.
--Estarán allí --dijo él finalmente.
--Excelente --replicó Zammzt--. Mi señora cuenta con ello. A
pesar de tu ayuda, derribar las Casas rivales no será fácil. Es por eso
que ella y sus aliados te están pagando un generoso adelanto.
Khorrl frunció el entrecejo nuevamente, pensando en el trabajo
que le esperaba por delante. El drow tenía razón; derrocar una Casa
Noble, incluso cuando su propio clero estaba vulnerable, no era una
hazaña menor. Se esperaba que él y sus hombres derribaran a
varias. El clan sufriría bajas en esto, sin dudas, aunque habían
estado ansiosos por aceptar este contrato en particular.
La suntuosa recompensa de ayudar a los elfos oscuros a
destruirse mutuamente sólo palidecía levemente en comparación con
el pago en sí mismo. Aquellos entre el Clan Xornbane que
sobrevivieran recibirían una mayor parte por su trabajo que lo que
habían recibido entre los cuatro contratos anteriores juntos. Valía la
pena la pérdida de tropas, especialmente entre las razas inferiores
de las mayores categorías.
Por el Abismo, pensó Khorrl. Incluso podría considerar retirarme
para cuando terminemos con esto.
--Haremos por lo que se nos pagar para que hagamos. Conoces
nuestra reputación --dijo el duergar, recorriendo afectadamente su
mano a lo largo del mango de su hacha doble--. Aunque me sentiría
mucho más seguro si supiera que tus sacerdotisas no se encontrarán
de golpe besadas por la reina araña en medio de la batalla. Sería
nuestra caída, y la vuestra también, más probablemente.
Zammzt extendió sus manos en un gesto de aplacamiento.
--Eso es un riesgo, seguro --lo dijo casi sonando como
disculpándose--. Pero la oportunidad para mi señora y la de sus co-
conspiradores vale la pena. Descansa seguro de que no serás
olvidado en todo esto. Ella espera el momento en el que pueda
agradecerte desde su nueva posición como una de las más
altamente posicionadas madres matronas en la ciudad.
Khorrl asintió por última vez y se preparó a partir.
--Muy bien entonces --dijo--. Estaremos esperando por la
primera paga. El plan está establecido.
Se levantó llevando consigo su hacha doble. Antes de abrir la
puerta se volvió a mirar de nuevo al elfo oscuro, quien parecía
contento de quedarse un rato a terminar su trago. Khorrl atrapó la
mirada del drow y la sostuvo.
--Estamos comprometidos ahora --dijo el enano gris--. No hay
vuelta atrás. Correrá sangre en Ched Nasad. Recuerda mis palabras.

***

Girando, Pharaun llamó a su espada mágica desde el anillo a su


mano, y cerró su piwafwi, antes de que se hubiera dado la vuelta
completamente. Mientras giraba para colocarse en una posición
defensiva, soltando la espada para que danzara en el aire frente a él,
buscó en los bolsillos de su piwafwi, eligiendo de memoria y
sintiendo los componentes que necesitaba para conjurar un hechizo.
Quizás a unos doce pasos de Pharaun, una puerta de trémula
luz azul, similar a un portal extra dimensional de los que le gustaba
usar a Pharaun mismo, se estaba cerrando justo, desapareciendo del
plano. La adorable criatura que había divisado brevemente durante la
batalla contra los tanarukks estaba parada justo frente a la puerta, su
sonrisa acentuando su arqueadas cejas mientras lo miraba, con los
brazos cruzados bajo sus prominentes pechos.
Parecía encontrar la ondulante y flotante espada en particular,
interesante.
--Lo siento, ¿Te asusté? --ronroneó ella y Pharaun encontró que
su voz era deliciosamente ronca.
--Oh, está todo bastante bien --replicó el mago, mirando
fijamente a la diablesa de pies a cabeza. Estaba vestida de cuero
ajustado y negro, y mientras que sus botas altas hasta los muslos y
un corset estaban lejos de ser prácticos como vestimenta para viajar
para un drow, él tuvo que apreciar la efectividad del conjunto.
Decidió que complementaban sus alas tan bien.
»Me preguntaba cuando aparecerías nuevamente --dijo
Pharaun, notando con su segundo recorrido con la mirada las
numerosas dagas que sobresalían de su cinto y desde el borde de
sus botas. Un anillo encantado que usaba él le permitió determinar
que una de esas dagas era obviamente mágica, al igual que larga
espada atada a su muslo derecho. También le llamó la atención un
anillo que llevaba en su dedo izquierdo, porque irradiaba un fuerte
duomer protector.
--Entonces me has estado esperando. ¡Qué encantador! --dijo
ella, paseando tranquilamente hasta un sector del balcón y
sentándose, apoyando su espalda y descansando sobre sus manos
mientras levantaba una larga pierna para apoyarla sobre la baranda.
Parecía ignorar el hecho de que la espada danzaba a su alrededor
mientras se desplazaba, manteniéndose entre ella y el mago--.
Arruina un poco mi gran entrada, supongo, pero de nuevo, dudo de
que estés terriblemente impresionado con trucos de salón como los
míos.
--Al contrario --respondió Pharaun, moviéndose para tomar
asiento a unos pocos pasos pero manteniendo la posición de la
espada entre ellos dos--. Siempre estoy encantado de conocer a un
colega que también practique la magia. No te imaginas lo aburrido y
triste que puede llegar a ser, viajar con compañeros poco
imaginativos que no pueden apreciar la diferencia entre una
adivinación y una invocación.
Barrió su brazo por un costado en dirección general hacia donde
estaban los otros drow, quienes se encontraban bien lejos abajo y
fuera del alcance el oído.
A pesar de sus modales casuales, el mago estaba alerta y
bastante cauto. Estaba seguro de que la diablesa lo estaba midiendo
tan críticamente como él hacia con ella, y consideraba todo
cuidadosamente antes de abrir la boca.
Ciertamente no quería revelar algo que pudiera meterlo en
problemas con ella mas tarde. Sin embargo, estaba bastante seguro
que ella ya sabía donde estaban el resto de sus compañeros, y
señalar sus posiciones allá abajo en la caverna no era revelar un
gran secreto.
--No estés tan seguro --dijo ella, jugando distraídamente con un
lazo del costado de su corset--. Puedo imaginarme tu apuro bastante
bien. Te olvidas de la cofradía con la que normalmente estoy. No
pueden apreciar mucho más allá de la próxima oportunidad en que
comerán o estarán en celo, mucho menos la complejidad que
requiere realizar un buen hechizo. ¿Qué puede hacer una chica con
eso?
Cuando terminó, ella le dio a Pharaun lo que éste asumió debía
ser uno de sus mejores pucheros.
--Sí, entiendo tu punto de vista --dijo el mago, riéndose--. No hay
muchas opciones... frecuentar a los varones o buscar un
entretenimiento más refinado. No te culpo por escaparte de ellos de
vez en cuando.
--Oh, nunca me mantengo demasiado alejada de ellos --dijo la
demonio, mirando al mago llanamente--. Uno u otro podría meterse
en problemas.
Pharaun asintió levemente, reconociendo la pista. Aun así, no
pudo evitar sonreír, encantado como estaba de poder involucrarse en
tan astuta insinuación. Esa era otra cosa que extrañaba desde que
habían dejado Menzoberranzan. No solo era que la mayoría de los
drows mostraba una total falta de humor, sus compañeros parecían
más serios de lo normal, aunque dadas las circunstancias, eso no
era del todo inesperado. Pero eran un grupo bastante reservado.
Quenthel estaba escalando demasiado ferozmente para
mantener el liderazgo como para gastar el tiempo disputando
mentalmente con el mago, Faeryl decía poco o nada, Valas
difícilmente estaba en las cercanías y las discusiones de Jeggred
tenían un tópico singular para ellos. Pharaun hacía rato se había
cansado de escuchar los deseos del draegloth de acabar con sus
enemigos de una forma u otra. Ryld siempre había estado más
dispuesto a conversar con él que el resto, pero incluso el guerrero se
había vuelto taciturno la mayor parte del viaje. Con la excepción de
unas pocas breves discusiones respecto a los métodos rudos de
Quenthel, ellos simplemente habían dejado la chanza que siempre
había caracterizado la amistad entre ellos. No es que Ryld no le
hablara, admitió Pharaun para sí mismo, pero definitivamente las
cosas no eran como antes.
Antes de que lo dejara para morir durante la insurrección,
concluyó el mago, suspirando internamente.
Ryld había aceptado las disculpas del mago después, afirmó
entender la necesidad de ello, pero en realidad la amistad de ambos
había sido dañada. No era que Pharaun sintiera ninguna culpa en
realidad sobre la decisión tomada. Simplemente extrañaba los
beneficios de la amistad.
--Me parece que estás apesadumbrado con pensamientos
lúgubres, digo.
Pharaun dio un respingo dándose cuenta de que la diablesa le
había estado hablando durante sus meditaciones. A medida que
volvía a concentrar su atención en ella, se dio cuenta de que la
espada se había desplomado por la falta de atención y la volvió a
poner en guardia. Furioso consigo mismo por haber relajado su
vigilancia, llamó de vuelta al arma y la hizo desaparecer en su anillo.
No hay razón para mantenerla fuera, pensó tristemente. Si ella
hubiera querido atraparla y atacarme, ya tuvo la oportunidad
perfecta.
El mago inclinó levemente su cabeza, disculpándose en silencio
por su lapso en sus modales. La alu solo sonrió.
--Ciertamente no querrías escuchar mis problemas --dijo él al fin,
con tono alegre--. Obviamente viniste aquí a visitarme por otras
razones.
--De nuevo, no estés tan seguro --replicó la diablesa,
levantándose y estirándose perezosamente--. Se requiere más que
una serie de eventos extraordinarios para traer un grupo de elfos
oscuros a través de Ammarindar...
--Oh, nada que traiga consecuencias de verdad --interpuso
Pharaun.
--... especialmente a una señora de la Academia y su séquito
--continuó ella, ignorando la interrupción del mago--. Eventos muy
extraordinarios, por cierto.
Ella lo estaba observando a Pharaun, tal vez midiendo su
reacción.
De hecho, su reacción fue un levísimo enderezamiento de sus
hombros y espalda, pero apenas fue una mera pista de su verdadero
asombro.
Ella lo sabía.
Una docena de pensamientos flotaron por la cabeza del mago al
siguiente instante, consideraciones de quien podría haberlos
traicionado, quien allá en Menzoberranzan los había enviado a este
viaje con el mero propósito de deshacerse de ellos en las garras de
Kaanyr Vhok y sus servidores, pero esas ideas fueron descartadas
casi de inmediato. El riesgo de exponer la condición de las
sacerdotisas de Lolth era demasiado grande para arriesgarla de esa
manera. La diablesa había descubierto sus identidades de alguna
otra forma. La amplitud de su sonrisa y sus chispeantes ojos verdes
le dijeron que él había confirmado las sospechas de ella.
--O, no te pongas quisquilloso sobre eso --dijo ella riéndose--.
Tus secretos están a salvo conmigo, al menos por esta vez --añadió,
ya sin sonreír--. Pero esto me lleva a la razón de por qué estoy aquí.
»El Entronado, Kaanyr Vhok, Maestro de las Legiones
Hostigadoras, señor de la parte de la Antípoda Oscura a través de la
cual ustedes están traspasando sin permiso, estaría encantado de
tener una audiencia con ustedes. Yo estoy aquí para extender dicha
invitación.
Casi como una señal, hubo un grito, haciendo eco débilmente,
desde abajo. Sin pensarlo, Pharaun se volteó y miró por sobre el
borde del precipicio hacia el suelo de la caverna abajo. Allí, Quenthel
y los otros habían estado en el proceso de cruzar por un túnel más
bajo, uno sin caminos en zig zag. Valas estaba regresando
rápidamente de la boca de la salida, aparentemente para unírseles.
Detrás de él, un diluvio de tanarukks emergía del pasaje y de otros
costados alrededor.
Observar la escena le había llevado solo un instante, pero le
llevó lo suficiente como para que la diablesa expendiera algún tipo de
energía mágica, lo cual podía ver Pharaun irradiando alrededor de
ella. Sin embargo, sus ojos verdes ardían. Aunque no estaba segura
si era por rabia o lujuria.
--Creo que deberías acompañarme de vuelta al palacio --dijo la
demonio, su voz ronca--, te va a gustar. Mucho.
Ella comenzó a caminar lentamente hacia él mientras hablaba, y
podía sentir la energía flotar sobre él. Ella esperaba poder forzarlo
mágicamente, de alguna forma, supuso. Dio un paso atrás y forzó su
mejor sonrisa de disculpas.
--Eso, me temo, está fuera del alcance, al menos por el
momento. Mis compañeros me necesitan.
La sonrisa de la diablesa se desvaneció y frunció los labios a
modo de irritación.
--Están rodeados, sabes --dijo ella, deteniendo su avance--. Esto
es, al menos por el momento, un ofrecimiento amigable. Ve con ellos,
convéncelos de que regresen al palacio de Kaanyr, y te prometo que
el encuentro será cordial. Mis fuerzas de allá abajo han sido
instruidas de que meramente mantengan sus posiciones y eviten que
tú y tus amigos se vayan antes de que tenga la oportunidad de
hacerles este ofrecimiento. ¿Lo harás?
Pharaun sonrió.
--¿Cuán bien conoces a Kaanyr Vhok? --le preguntó con un
sono sugestivo.
La sonrisa de ella se profundizó y sus ojos brillaron con lo que
definitivamente era lujuria.
--Bastante bien --contestó ella--, pero él está terriblemente
ocupado, por lo que no lo conozco tanto como me gustaría. Ven al
palacio conmigo.
La propia sonrisa de Pharaun se amplió, y preguntó:
--¿Cuál es tu nombre?
La diablesa se rió tontamente por la diversión de esto y dijo:
--¡Casi se me olvida decírtelo! Soy Aliisza. Ahora, ¿vendrás
conmigo?
--Estoy encantado de conocerte, Aliisza, yo soy Pharaun, y me
encantaría acompañarte, pero por el momento, las obligaciones me
llaman. ¿Asumo que nos encontraremos con un poco de resistencia
allá abajo? ¿O nuestra discusión te ha hecho cambiar de opinión a
tal punto que podríamos pasar por Ammarindar sin ser estorbados
hoy?
Aliisza hizo una mueca y dijo:
--Tengo mis órdenes, querido. Nada puede pasar más allá de la
frontera sin una pelea, pero te diré algo... voy a daros una
oportunidad, solo porque me gustas. --Su voz se había puesto ronca
nuevamente--. Solo por esta vez, me quedaré fuera del asunto. Unos
cuantos cientos de tanarukks no deberían de ser un problema
excesivo, ¿verdad?
Pharaun ladeó su cabeza a un costado, como si lo considerara y
luego dijo:
--Bueno, substancialmente serán una mayor dificultad que si
pudiéramos movernos sin ser molestados, pero como dices, es una
ventaja riesgosa. Hasta la próxima vez que nos encontremos,
entonces.
Aliisza asintió y sonrió en respuesta.
El mago se puso de espalda y se dejó caer por el borde el
precipicio.
Ante el distante grito de Valas Quenthel miró hacia arriba donde
había estado observado distraídamente la espalda de Jeggred,
siguiendo al draegloth a través de la masiva cámara. Espió al
explorador volverse apurado desde donde se había aventurado más
adelante, y la suma sacerdotisa divisó las hordas de tanarukks detrás
de él, emergiendo de los esculpidos muros del túnel. Maldijo por lo
bajo y las cinco serpientes de su látigo se retorcieron haciendo
mímica de su enfado.
--¡Nos interceptan de nuevo, Señora! --siseó K'Sothra--. ¿Tal vez
haya otra salida?
--No, déjanos destruirlos; saborear su carne hasta que los
hayamos acabado --discutió Zinda, irguiendo su largo y negro cuerpo
ansiosamente.
--Suficiente --las cortó Quenthel, avanzando para juntarse con
Valas.
Las serpientes se calmaron un poco, pero todavía alertas
prestando atención a los alrededores de su señora, tratando de
presentir cualquier otro posible peligro.
Los tanarukks no persiguieron al explorador sino que en cambio
se desplegaron en una formación defensiva. Parecía que estaban
contentos de esperar hasta que los drows fueran a ellos.
Mejor así, pensó Quenthel severamente. Que formen en fila
para que el mago los diezme más eficazmente.
--¿Qué se proponen? --preguntó Faeryl, trotando al lado de
Quenthel--. ¿Por qué no están persiguiendo al varón? --gesticuló
hacia Valas, quien estaba a tan solo unos cincuenta pasos de ellos.
--¿Por qué habrían de perseguirlo? --contrarrestó Quenthel,
dejando que sus largos trancos rápidamente acortaran la brecha
entre ella y Valas--. En cierta forma saben que debemos ir por allá.
Parecen conformes con esperar que vayamos a ellos.
Faeryl frunció la nariz ante esto pero no dijo nada más.
--Deberíamos vadearlos y cortarlos, dejar que su sangre
manche nuestro pies mientras pisoteamos sus cadáveres --sugirió
Jeggred, sus largos trancos coincidiendo fácilmente con los pasos
rápidos de Quenthel.
La Señora de Tier Breche lo miró al draegloth y vio que relamía
sus feraces labios en anticipación.
--Tonterías --dijo ella crispadamente--. No hay necesidad de
meternos en líos cuando parecen dispuestos a obligarnos a
quedarnos acá mientras ellos se quedan ahí y dejamos que Pharaun
los despache con uno o dos buenos hechizos. ¿Verdad mago?
Cuando no hubo respuesta, Quenthel se dio vuelta para
enfrentarlo... solo para descubrir que no había nadie detrás de ella.
Solo Ryld seguía a las dos mujeres y el draegloth.
--¿Dónde está ese maldito mago, por el Abismo? --le gruñó
Quenthel a Ryld, quien levantó una ceja de sorpresa y se volvió a
mirar.
--Estaba justo detrás de mí --replicó el guerrero, dejando que su
mirada recorriera el lugar de arriba a abajo, hacia el túnel por el cual
habían entrado originariamente--. No lo sé. ¡Allí!
El maestro de armas señaló a lo alto de un muro, y Quenthel
tuvo que detenerse para darse vuelta lo suficiente como para ver a
donde estaba señalando Ryld. Cuando divisó a Pharaun, murmuró
una invectiva por lo bajo. No estaba solo. Había alguien más, una
mujer, conversando con él.
--¿Quién está con él? ¿Qué está haciendo? --preguntó la suma
sacerdotisa pero a nadie en particular.
Ryld se encogió de hombros y dijo:
--No tengo idea, Señora. Nunca lo sentí detenerse.
--Bueno, ¡tráelo aquí abajo, ahora! Lo necesito --ordenó
Quenthel.
Ryld hizo como si fuera a protestar, luego se encogió de
hombros, se dio la vuelta y comenzó a trotar lentamente a través de
la carretera. Cuando ella se dio vuelta, Valas había llegado hasta su
posición.
--¿Y? --le preguntó al explorador.
Valas respiró profundamente, se calmó y explicó:
--Nos han cortado la ruta nuevamente, y se han asegurado de
que esta vez no los rodeemos.
El explorador señaló otras varias salidas de la enorme cámara.
Quenthel ya podía ver había más tanarukks allí, cada grupo
similar en tamaño al que estaba directamente frente a ellos. Se
estaban juntando en los bordes y rampas, justo al costado de sus
salidas por el túnel. No era difícil de ver que estaban cerrándoles el
paso a los drows intencionalmente, tratando de forzarlos para que
regresaran.
--Obviamente no están aquí para atacarnos simplemente --dijo
ella, pensando en voz alta--, por lo que deben querer algo más.
--Tal vez yo lo pueda explicar --dijo Pharaun, materializándose
por una trémula puerta azul que permanecía abierta en el aire a unos
cuantos metros. El portal desapareció y el mago se arregló un poco,
alisando su piwafwi y ajustando su mochila--. Hemos sido invitados a
unirnos a Kaanyr Vhok, el maestro de estos tipos, para discutir algo.
--¿De qué estás hablando? ¿Quién era esa mujer con la que
estabas hablando? --demandó Quenthel hirviendo de rabia por que
Pharaun pareciera tan colmado de sí mismo todo el tiempo.
El hecho de que él todavía pudiera usar su magia libremente,
mientras que ella no, la lastimaba constantemente. Aunque él nunca
diría nada, ella sabía que a él le encantaba ostentar de ese hecho
delante de ella cada vez que tenía una oportunidad.
Para agregar insulto al daño, él parecía esmerado en mostrarse
una cortesía desenfrenada hacía ella. Ella entrecerró los ojos
sospechando algo. Él quería algo, estaba segura.
--Pensamos que estabas en problemas. Envié a Ryld de regreso
para que te cuidara --dijo Quenthel. Movió un solo dedo apuntando a
la distante figura del maestro de armas--. Ahora, tendré que enviar a
Jeggred para que lo alcance mientras tú estás aquí y me explicas
qué es lo que está pasando.
Sin embrago, antes de que la suma sacerdotisa pudiera enviar
al draegloth para obedecer su mandato, Pharaun la interrumpió.
--Oh, eso no es necesario. Permíteme un momento. --El mago
se dio vuelta y miró hacia Ryld, apuntándolo con su dedo, y comenzó
a susurrar--. Ryld, mi querido amigo, aprecio tu preocupación por mi,
pero estoy bastante bien y estoy parado junto a mis estimados
compañeros. Puedes regresar de tu búsqueda para rescatarme.
A la distancia, Quenthel vio que el guerrero se detenía y
enderezaba. Se dio la vuelta mientras Pharaun le hablaba. Ryld
parecía mover su cabeza en consternación, y Quenthel creyó haber
escuchado un suspiro, aunque por supuesto era solo un susurro.
Para cuando el mago había terminado, Ryld ya estaba caminando
trabajosamente de vuelta hacia ellos.
--Muy astuto, mago --dijo Quenthel, rechinando sus dientes--.
Ahora, porque no nos eres útil de otra manera y nos dices que
estabas haciendo allá arriba.
--Por supuesto. Esa era Aliisza, una encantadora y en cierta
forma sociable representante del Maestro Vhok. Estaba acechando
en las sombras cuando huimos de ellos --hizo un gesto a la distancia
señalando los tanarukks-- en el túnel anterior. Ellos le obedecen a
ella, y ella le obedece a Vhok.
--Bueno, que interesante --dijo Quenthel cruzándose de
brazos--. ¿Y de qué tenían que hablar ustedes dos durante tanto
tiempo? No estabas poniéndote de acuerdo en algo con ella, no?
Pharaun lucía genuinamente dolido y dijo:
--Suma Sacerdotisa, solamente la escuché educadamente
mientras ella nos extendía su invitación. No pude, por supuesto,
darle ningún tipo de respuesta apropiada sin primero conversarlo
contigo. Ya sospechaba cual sería tu respuesta antes de siquiera
mencionarte la invitación pero faltaría a mis deberes si no te hubiera
al menos comunicado el mensaje.
--Ciertamente --dijo Quenthel. Sabía muy bien que el
extravagante mago delante de ella no lo habría pensado dos veces
antes de traicionarla a ella y al resto de ellos si esto le representaba
a él algún tipo de beneficio--. Es interesante que ella te haya elegido
como su recadero.
Pharaun hizo una mueca pero levemente.
--Nosotros compartimos una, uh, apreciación en común por las
artes arcanas --dijo al fin--, pasamos unos cuantos momentos en una
holgada conversación sobre las dificultades de viajar con aquellos
que no comparten nuestras apreciaciones.
Quenthel resopló.
--Estoy segura de que estabas interesado en algo más que sus
habilidades con la hechicería.
La sonrisa del mago no cambió, pero sus ojos se endurecieron
un poco.
Bien, pensó ella. Recuérdale que puedes ver a través de él.
--Muy bien --dijo ella--. Ciertamente no vamos a regresar con las
bestias para ver a Vhok, entonces la cuestión es, ¿cómo pasamos
entre ellos y seguimos nuestro camino?
--No hay forma de salir rodeándolos --dijo Valas--, a menos que
la embajadora conozca esta zona y tenga idea de otra ruta que
podamos tomar --terminó, mirando a Faeryl.
La sacerdotisa Zauvirr negó con la cabeza.
--Todavía estamos demasiado lejos de los alrededores propios
de Ched Nasad como para que reconozca cualquier rasgo con
seguridad --dijo ella.
--Entonces, debemos masacrarlos --anunció Jeggred--. Deja que
me ocupe de ellos y te abra un paso para ti, Señora.
--No, Jeggred, no hay necesidad, a pesar de la diversión que
piensas que sería. Pharaun, aquí, nos va a sacar de aquí. ¿No es
así?
El mago sonrió confusamente y dijo:
--Puede que tenga uno o dos encantamientos que nos permita
salir por el túnel. Aliisza me ha asegurado, de una manera bastante
arriesgada, que no interferirá. Masacrar a estas criaturas debería ser
un problema ínfimo.
--No me preocupa eso. Tan solo ábrenos un camino --ordenó
Quenthel.
--Muy bien --dijo mientras comenzaba a moverse hacia adelante,
dibujando el principio de un hechizo al mismo tiempo.

_____ 4 _____

Aliisza no estaba segura de cómo recibiría su última noticia


Kaanyr, pero eso no desaceleró sus pasos. Demorar la comunicación
no tenía sentido. Lo descubriría eventualmente, y ella podía
asimismo decírselas y pasar a otras cosas más interesantes.
Además, no estaba realmente preocupada por la perspectiva de la
bronca del cambion. Podía salirse de las casillas de vez en cuando
pero sabía muy bien que no era bueno descargarse con ella. Fuera
que se enfureciera o no esta vez, ella tenía una idea que podría
calmar sus plumas encrespadas y proporcionarle a ella un poco de
diversión también.
Al traspasar la enorme puerta hacia la sala del trono, Aliisza
esperaba encontrarlo a Vhok sentado en su trono, pero no estaba.
Se paseaba frente a este, lo que significaba que estaba deliberando
con asuntos serios en su mente, serios en el mal sentido.
La diablesa alu tenía bastante idea de lo que podían ser esas
cosas.
--¿Alguna otra información respecto de lo que esas hordas de
duergars están haciendo? --preguntó ella mientras se le aproximaba.
Vhok la miró saliendo de sus meditaciones, pareció mirar a
través de ella por un momento, y por fin dijo:
--Todo lo que he podido determinar hasta el momento es que
ellos no parecen dirigirse en esta dirección, lo cual es bueno.
--¿Bueno? ¿Por qué? --preguntó Aliisza. Se movió para sentarse
al final de los escalones del estrado--. Pensé que te gustaba la idea
de un poco de práctica para las Legiones. Me dijiste la otra noche
que las cosas se estaban poniendo un poco formales alrededor.
--Por que definitivamente está pasando algo --interrumpió
Kaanyr--, y porque ellos eran responsables de barrer las patrulla
hacia el noreste.
Aliisza había estado por estirarse, esperando distraer a Kaanyr
de todas estas discusiones serias por unos pocos instantes de
romance, pero se sentó derecha.
--Esa no era simplemente una banda errante de duergars
--continuó Vhok--, eran mercenarios profesionales. El clan Xornbane,
si la evidencia es correcta. No van a cualquier lado sin una buena
suma de dinero en la mano y grandes batallas por delante.
Aliisza frunció los labios pensativa.
--Si no se están movilizando contra nosotros --dijo ella--,
entonces ¿adonde?
--Aunque ya tengo una idea esperaba que me pudieras decir
--dijo Kaanyr, mirándola a la diablesa alu--, ¿Dónde están mis
invitados?
Aliisza evitó encontrarse con la mirada de Vhok.
--No me fue posible convencerlos de que vinieran --dijo ella
cuidadosamente--, y después de que derrotaran mi pequeña patrulla
tan fácilmente como lo hicieron, pensé que sería más sabio no
proseguir con el asunto tan directamente.
--¿Derrotaran? Aniquilada sería más apropiado.
El tono de Kaanyr era mesurado, y Aliisza podía decir que
estaba disgustado.
Así que ya lo sabía, ¿no?¿Me está espiando ahora?
Estaba contenta de haber sido directa con él respecto de este
asunto. Había sido tentador endulzarle un poco la verdad, decirle que
los tanarukks no habían obedecido sus instrucciones, pero al final,
algo la había convencido de que iba a tener que empezar a tener un
poco más de cuidado con Vhok.
--Son formidables --respondió al fin--. El mago que está con
ellos es... interesante. Él es con quien hablé, y definitivamente fue él
quien barrió con las Legiones. Los drows son formidables para
empezar, y fue un error táctico de mi parte ocuparme de ellos en una
cámara tan grande. Les fue posible evadir fácilmente a los
Hostigadores simplemente elevándose por encima del suelo y fuera
del alcance. Pharaun yermó las tropas sin pensarlo demasiado.
--Estoy seguro de que hiciste lo mejor que pudiste --dijo Kaanyr,
haciendo su explicación a un lado. Aliisza frunció el ceño ante el
insulto pero no dijo nada--. Es muy probable. Parece que los enanos
grises están obligados y determinados a llegar a Ched Nasad, que es
adonde se dirigen nuestros pequeños visitantes, también, creo. No
íbamos a disuadirlos de eso sin llevar a todas las Legiones
Hostigadoras y a algunas de tus hermanas de apoyo.
--Averigüé algunas otras cosas más --dijo Aliisza, lista para
proceder con sus ideas sobre Vhok--. Todos son altos nobles de
Menzoberranzan, no sólo la sacerdotisa. El mago es lo
suficientemente poderoso para ser un miembro, si no es un maestro,
de Sorcere, y algunas de las cosas que admitió me convencieron de
que la mayoría del resto son de rango similar.
--Bueno, eso es muy interesante, pero probablemente lo habría
inferido, para empezar, del hecho que la Señora de la Academia
estaba saliendo con un grupo tan pequeño. Todavía eso no me dice
lo que están haciendo. Podría ayudar a responder la cuestión de por
qué se están movilizando los enanos grises.
--Bueno, tengo una idea al respecto --dijo Aliisza, llegando al
momento de la verdad. Se preguntaba si Kaanyr estaría de acuerdo
con su plan o eligiría utilizar a alguien mas--. Lo que sea que estén
planeando hacer cuando lleguen a Ched Nasad, todos parecen muy
preocupados, muy amargados. Lo que sea, es muy serio, y apuesto
a que no son los únicos drows en la ciudad que están al tanto de ello.
Entonces, ¿Por qué no me escabullo en Ched Nasad y curioseo un
poco?
Kaanyr la miró a Aliisza, frunciendo sus labios. Ella no estaba
segura si él estaba considerando su idea o tan solo la estaba
estudiando para ver si estaba tramando algo. Por supuesto que
pretendía hacer lo que decía, por lo que él no tenía razones para no
confiar en ella, pero si además se divertía con ello, bueno entonces,
¿cuál sería el daño? Necesitaba unas vacaciones de Ammarindar, de
Vhok. Quizás estar un tiempo separados le haría bien a él también,
pensó.
--Muy bien --dijo al fin, y la diablesa alu sonrió ampliamente
antes de que se diera cuenta--. Anda y ve lo que puedes averiguar.
De hecho, quiero que pases a ver a Aunrae. Si está pasando algo,
las madres matronas estarán al tanto. Me gustaría mantener mi
relación con ella en buenos términos, al menos por el momento, así
que sé educada. Y mantenme al tanto. No quiero tener que buscarte
para saber lo que has averiguado.
Aliisza estaba asintiendo enérgicamente mientras se paraba y
se dirigía hacia la puerta.
--Lo haré --prometió ella, ya pensando en el tipo de disfraz que
le gustaría usar.

***

Mientras Khorrl sentía que la carreta se detenía, casi se quejó


en voz alta. Sus piernas estaban acalambradas donde se había
apretujado en el escondrijo debajo de las pilas de provisiones.
Apenas podía soportar estar allí por mucho más tiempo, y le rogaba
a Laduguer que el viaje hubiera terminado en realidad. No podía
imaginarse agazapado siquiera por unos pocos minutos.
El toldo de la carreta fue descorrido, y una pálida luz iluminó los
bienes amontonados debajo. Por supuesto, a cualquiera que no
estuviera apropiadamente preparado, eso era todo lo que hubiera
visto: una carrera llena de provisiones para la ciudad. Khorrl esperó
mientras escuchaba, no atreviéndose a moverse, en casi de que
fuera otro mero puesto de control. Ni siquiera quería respirar, por
miedo a que lo escucharan cualquiera --o lo que fuera-- que
estuviera revisando la carreta.
--Está bien --escuchó que decía una voz drow, y reconoció que
pertenecía a Zammzt. El elfo oscuro estaba lo suficientemente cerca
que no había equivocación de a quien le estaba hablando--. Pueden
mostrarse, ahora. Estamos dentro del almacén.
Con un gruñido de agradecimiento, Khorrl se levantó, sintiendo
que sus rodillas se quejaban. A su alrededor, otros catorce duergar
hacían lo mismo, volviendo a hacerse visibles uno a uno. Se miraron
entre ellos, como para confirmar que todos estaban bien, y
comenzaron a observar sus alrededores. Khorrl mismo saltó de la
carreta desmañadamente, sujetando el hacha al mismo tiempo.
Cerca, más carretas estaban siendo descubiertas y aparecían más
de sus guerreros, gateando entre canastas, barriles, y fardos de
comida. Sabía que había más de veinte carretas, por lo que tenía
cerca de trescientas tropas. Llegarían más, en tandas, en el
transcurso de las siguientes horas.
Como había prometido Zammzt, estaba establecidos dentro de
una enorme habitación abierta, obviamente un almacén de algún
tipo, aunque no había otros bienes allí mas que las carretas.
Ostensiblemente los contenidos de las carreta era para beneficio de
las Casas, pero en realidad, eran las provisiones de su ejército. Iban
a acampar allí unos pocos días, descansando y preparándose
mientras las otras unidades duergars llegaban, todas ellas esperando
hasta que fuera momento de hacer su trabajo.
Khorrl esperaba que dejaran los almacenes tranquilos, como
habían prometido.
Un puñado de drows se movían por ahí, descubriendo carretas
para liberar a los ocupantes escondidos o para descargar las
provisiones y apilarlas en otro lado. Khorrl pudo ver a Zammzt
ojeando un par de carretas y dándole unas cuantas instrucciones a
un joven drow varón. Cuando terminó el elfo oscuro, se dio volvió
hacia el líder del clan duergar.
--Espero que encuentres todo en orden aquí, Capitán Xornbane
--dijo Zammzt, sonriendo--. Comprendo que no es tan rústico como
en las estepas de la Antípoda Oscura, pero debería albergarlos
bastante bien.
--Está bien siempre y cuando nadie venga a husmear aquí antes
de que estemos listos para comenzar. Lo último que necesitamos es
que la ciudad se entere de nosotros antes de que tu Señora esté lista
para mostrar de qué está hecha.
Khorrl se paseaba mientras hablaba, tratando de volver a sentir
sus piernas al tiempo que supervisaba su hogar provisional.
--Dudo seriamente de que ese vaya a ser un problema --dijo
Zammzt, sonriendo. Khorrl quería decirle que se detuviera. La
sonrisa le recordaba al duergar la visión de una manada de
lagartos--. Tengo tropas drow leales en guardia y trabajando
alrededor del almacén, y ustedes están aislados al fondo de la
cámara trasera. Nadie los molestará.
--Si tu lo dices --contestó Khorrl dudoso. Había visto muchas
batallas cambiar de rumbo para mal cuando el aspecto más directo y
simple de un plan que se volvía erróneo--. Solo recuerda, todo ese
hermoso tesoro que me diste ya no está, ya está embarcado a
lugares más seguros. Si estás pensando en volver atrás no lo verás
nunca más. Sería una traición muy costosa.
Zammzt pareció realmente herido, pero solo por un momento.
--No estoy seguro si te das cuenta de los riesgos que toma mi
señora, simplemente por albergar un ejército aquí --dijo el drow--. Si
los descubren, ella también sufrirá las consecuencias. No es de su
interés hacerte daño, sabes.
--Hmm --respondió Khorrl--. Ya veremos.
--Entonces, presumo que trajiste todo lo que necesitabas --dijo
el drow cambiando de tema--, pero si hay algo más que necesites
mientras esperas aquí, ahora es el momento de pedirlo. Aunque, por
lo que te estamos pagando...
Khorrl largó una profunda carcajada a pesar de si mismo. La
idea de que llevara a sus tropas a una situación tan incierta sin
arreglar cada una de las provisiones, cada posible contingencia, era
divertido.
--No, estamos bien. Ahora, ¿cuándo vamos a saber a quien se
supone que mataremos?
--Pronto, mi gris amigo --dijo Zammzt, esa sonrisa dientuda
floreciendo nuevamente--. Muy pronto.

***

Al final, la batalla contra los tanarukks no tenía mucho de pelea.


Pharaun había devastado fila tras fila de los babeantes humanoides
a la distancia, llegando incluso a diezmar las fuerzas de reservas que
merodeaban atrás. Honestamente, ni siquiera lo encontraba
deportivo, especialmente cuando le era posible flotar por encima de
ellos, fuera de su alcance y atacarlos a gusto.
Los Menzoberranyres estaban más allá de los salones de
Ammarindar, y después de una noche de descanso se estaban
acercando a Ched Nasad.
--Deberíamos estar topándonos con las patrullas a esta altura
--gruñía Faeryl mientras incursionaban--. Estamos a casi veinticinco
kilómetros de la ciudad. Algo anda mal.
--Creo que eso lo sabíamos antes de que saliéramos de
Menzoberranzan --la cortó Quenthel.
El grupo se encontraba en la carretera principal que llevaba a la
ciudad desde el norte, preguntándose cuando llegarían realmente a
los alrededores de la ciudad propiamente dicha, el área protegida por
las patrullas.
Pharaun no podía culpar a Faeryl por estar preocupada. Incluso
después de varias semanas de preocupación por su ciudad natal, él
se imaginaba que ella podría haber albergado alguna esperanza de
que encontrarían todo en orden una vez que finalmente llegaran. Aun
así, dudaba de que hubiera caído alguna desgracia sobre la ciudad.
Aunque todavía no se habían topado con ninguna patrulla, ya no
estaban más solos en la ruta a la ciudad.
El tráfico que fluía desde hacia Ched Nasad era apenas un
goteo de lo que normalmente era, al menos de acuerdo con la
embajadora. Pharaun no lo dudaba. La avenida por la que seguían
era ancha, lo suficientemente amplia como para que pasaran
numerosas caravanas en ambas direcciones, pero no había ningún
convoy circulando ese día. La mayoría de aquellos que compartían la
ruta con los Menzoberranyres eran otros drows, aunque ocasionales
enanos grises, Kobold, o goblins los pasaban por igual. Esos seres
inferiores les llevaba a los una buena distancia. Cualquiera de los
peatones que se encaminaba hacia la ciudad estaban esparcidos
igual de lejos de aquellos que se iban, y Pharaun y sus compañeros
no pasaban ni eran pasados por ninguno.
El mago hizo un intento diplomático de sacar a relucir la
sugerencia que había estado contemplando.
--Quenthel, si ha sucedido algo aquí, similar a lo que hemos
estado pasando en casa, sería prudente considerar una entrada
menos obvia a la ciudad.
--¿Qué quieres decir? --preguntó la suma sacerdotisa, mirando
bruscamente a Pharaun.
--Solo que si nos aproximamos audazmente y anunciamos
nuestras intenciones y estatus, podríamos no recibir la calurosa
bienvenida que recibiríamos en otras circunstancias.
--¿Por qué no habrían de estar contentos de vernos? ¿Incluso
aliviados?
Sonaba como si Quenthel se estuviera indignando, Pharaun
luchó por encontrar la manera de explicar su punto de modo que no
sonara insultante.
Faeryl le ahorró el esfuerzo.
--Por que pensarían que estamos aquí para espiarlos --dijo ella.
Pharaun tuvo que reprimir una leve carcajada. Después de todo
era la misma razón que Triel había clamado cuando ella encarceló a
la enviada en Menzoberranzan. Era un argumento razonable.
--No si insistimos que queremos reunirnos con las madres
matronas de las Casas más eminentes --comenzó Quenthel.
--Con todo el debido respeto, Señora --interrumpió Faeryl--,
¿piensas que reaccionarías bien ante un noble de alto rango que
llegara a Menzoberranzan e insistiera en verte? ¿En este tiempo de
crisis?
Quenthel frunció el ceño y no dijo nada. Pharaun se sentía
aliviado de que al menos la suma sacerdotisa por fin estuviera
dispuesta a contemplar la idea.
--Incluso si no pensaran que somos espías, ciertamente
considerarían que nuestra visita es muy inusual, y se afanarían en
mantenernos vigilados --dijo el mago--. Nos podrían dar el hospedaje
y menesteres más lujosos por nada, pero también nos sería
absolutamente imposible averiguar algo.
»Una vez que determines el estado de las cosas aquí, si
verdaderamente es tu intención reclamar los bienes almacenados en
los almacenes de la Garra Negra Mercantil y llevarlo de regreso a
Menzoberranzan, ¿Por que llamar excesiva atención sobre ti?
¿Estabas planeando preguntarles primero a las madres matronas por
ellos?
Quenthel miró ceñuda a Pharaun como si la idea misma de pedir
permiso para tomar lo que era de ella por derecho fuera
inconcebible. Era exactamente la reacción que él quería.
--Faeryl --persistió el mago--, a pesar de que los bienes son por
derecho propiedad de la Casa Baenre y la Casa Melarn, ¿prevées
que la Madre Matrona Melarn --de hecho, cualquiera de las otras
Casas-- dejen que los saquemos fuera de la ciudad?
Faeryl sonrió satisfecha.
--Por supuesto que no --contestó ella--. No sé con seguridad
cuán feliz se sentirá mi madre al saber de tu plan. --Sonrió levemente
y añadió:-- concuerdo con el mago. Mientras menos digas, mejores
serán las oportunidades de tener éxito.
--Puede que sus argumentos tengan mérito --dijo Quenthel--.
Entonces, ¿Qué mas sugieren? ¿Cómo entramos sin ser notados?
--Como comerciantes, Señora --sugirió Faeryl--, miembros de la
compañía de la Garra Negra Mercantil. Triel misma dijo que
estábamos aquí para controlar los intereses financieros de la Casa
Baenre, al igual que para descubrir cuán difundido estaba el
problema, por lo que es la verdad desde cierto punto de vista.
--No lucimos mucho como comerciantes --dijo Valas, trotando un
poco delante del resto de ellos.
--Quizás Pharaun debería utilizar un hechizo de ilusión para
enmascarar nuestras apariencias.
--No --replicó Faeryl--. Los guardias de Ched Nasad están
equipados para vigilar esos engaños. Emplean hechizos de
detección y artefactos para notar si estás tratando de ingresar
invisiblemente o bajo algún disfraz ilusorio. De todas formas no es
necesario. Se sorprenderían del tipo de guardaespaldas que
contrataría una comerciante adinerada para que la protegiera. Yo soy
miembro de una casa de comercio. Si les digo a los guardias de la
ciudad que ustedes me están escoltando, y le dan una buena mirada
a la insignia de mi casa, no deberíamos tener ningún problema, pero
deben sacarse sus propias insignias. Es probable que las
reconozcan.
--¿Contratarías a alguien como él? --preguntó Quenthel,
señalándolo a Jeggred.
Faeryl frunció el ceño y dijo:
--Él podría ser un problema.
--Déjenmelo a mí --dijo Pharaun--, tengo un par de trucos en mi
manga que deberían ayudarnos muy bien. Puedo usarlos para que el
draegloth pasé las patrullas y por la ciudad sin que lo noten. Siempre
y cuando coopere, claro.
Quenthel miró a Jeggred y preguntó:
--¿Puedes mantenerte tranquilo y no despedazarle la garganta a
nadie?
Jeggred miró con desdén a la suma sacerdotisa pero asintió.
--Soy capaz de ser sutil cuando es necesario, Señora --dijo por
lo bajo.
Seguro que sí, pensó Pharaun.
--Muy bien --dijo Quenthel después de deliberar por un
momento--, entraremos en la ciudad de incógnito. Sáquense las
insignias y traten de aparentar ser... comunes.
Todos menos Faeryl se quitaron los broches de sus Casas y
comenzaron a guardar la mayor cantidad posible de sus
pertenencias más finas.
--Pharaun --dijo Quenthel, cabeceando hacia Jeggred--, haz lo
que debas hacer.
--Primero, voy a reducirlo levemente de tamaño, para que no
seas tan, um... obvio --dijo el mago, mirando a la criatura de dos
metros cuarenta de alto--. ¿No te molesta, verdad?
Jeggred gruñó y miró furiosamente al mago pero ante un gesto
sutil de Quenthel, asintió en conformidad.
--Bien --continuó Pharaun--. Luego, te cubriré con un hechizo
diseñado para desviar esas adivinaciones que son más probables
que utilicen las patrullas y si vas a usar tu piwafwi, cúbrete con la
capucha y quédate atrás, y los pasaremos sin inconvenientes.
--Si, eso funcionaría bien --concordó Faeryl.
--Muy bien, entonces, aquí vamos --dijo Pharaun sacando una
pizca de polvo de acero de uno de sus muchos bolsillos y
gesticulando.
El draegloth empezó a encogerse hasta que no fue más alto que
cualquiera de los drows.
--Bien --dijo el mago, comenzando el segundo hechizo. Cuando
terminó, dio un paso atrás y dijo:-- Ahora, envuélvete esa piwafwi
para esconder lo más posible de ti.
--Si, y apóyate en Ryld como si estuvieras herido --le ordenó
Quenthel--. Mantén tu cabeza gacha como si estuvieras cansado.
--Si, buena idea --concordó Pharaun, realmente impresionado--.
Todos somos mercaderes cansados de las rutas, listos para un baño
caliente y una cómoda cama.
--No demasiado pronto --dijo Valas, en voz baja--. Veo una
patrulla más adelante.
Pharaun miró a la distancia y vio un enorme contingente de
drows, algunos a pie, otros montando lagartos, bajando por la
carretera en su dirección. Estaban despegados a los ancho del
camino, por lo que no había manera de evitarlos.
--Manténganse tranquilos, y permítanme hablar con ellos
--susurró Faeryl.
El grupo comenzó a caminar hacia la patrulla, con Ryld atrás,
simulando ayudar a un Jeggred rengo. Pharaun solo podía imaginar
cuanto odiaba este esquema el guerrero.
No importa, pensó. Tendremos poca dificultad para pasar estos
centinelas. Sólo somos drows, tratando de llegar a una ciudad drow.
¿Por que seriamos un problema para ellos?
Mientras los grupos se acercaba cada vez más uno a otro, la
patrulla ajustó las armas y disminuyó la velocidad, obviamente
preparándose para algún problema. Uno, el líder, presumió Pharaun,
se adelantó unos pasos y sostuvo su mano extendida delante de él,
con la palma hacia adelante.
--Deténganse --dijo él, indicándole al grupo que frenaran--.
Declaren sus nombres y sus asuntos aquí.
Faeryl se adelantó, pasó a Valas y se detuvo a pocos pasos del
líder.
--Soy Faeryl Zauvirr de la Casa Zauvirr, Negociadora Ejecutiva
de la Garra Negra Mercantil. --Sacó su insignia y a sostuvo en alto
para que el líder de la patrulla le diera una buena mirada y la tomara
si quería. Estos son mis guardias de caravana.
El sargento, o lo que fuera, dio unos pasos adelante y tomó la
insignia, luego se la pasó a un subordinado mientras escrutaba a
Faeryl y los otros, por turno.
--¿Caravana? ¿Qué caravana? Ninguna mercadería ha entrado
o salido de la ciudad en seis semanas, al menos.
Faeryl asintió y explicó:
--Sí, lo sé. Estuvimos hace poco en Menzoberranzan, pero
perdimos la poca mercadería que teníamos en un ataque en el
camino. --Volteó su cabeza señalando a Ryld y Jeggred para
indicarle sobre sus compañeros heridos, pero con la sugerencia de
que no eran realmente importantes. El soldado drow delante de ella
miró por sobre su hombro por un breve instante, luego asintió y
volvió su atención a ella--. Deseamos dar nuestro informe y disfrutar
de algo de civilización por unos días --concluyó ella, dejando que el
cansancio trepara en su voz.
Bien, pensó Pharaun. Diles lo suficiente de la verdad como para
sonar razonable, sin admitir nada.
--¿Atacados por quienes? --preguntó el líder.
El segundo al mando le devolvió la insignia con un brusco
asentimiento de cabeza. Aparentemente había pasado la revista, por
lo que el hombre de patrulla se la devolvió a Faeryl.
--¿Qué les importa? --preguntó Quenthel agriamente--.
¿Siempre acostumbran interrogar a las caravanas de esta forma?
--Tanarukks --dijo Pharaun adelantándose y apoyando una mano
en el brazo de Quenthel--. Ella odia los tanarukks. Ha estado de mal
humor desde entonces. Unos buenos masajes le vendrán de
maravilla.
El Maestro de Sorcere podía sentirla erizarse, pero al menos no
se zafó de él. A su lado, las serpientes de su látigo se retorcían, pero
no se le tiraron encima como temía Pharaun.
El líder de la patrulla la miró fijamente a Quenthel por un
momento pero finalmente asintió y dijo:
--Lo acostumbramos cuando la ciudad está... --se detuvo antes
de revelar más, luego se volvió a Faeryl--. Pueden pasar, y buena
suerte para encontrar algo de "civilización" para disfrutar.
Con el último comentario amargo, se dio vuelta e hizo al resto de
la patrulla a un lado creando una brecha para que el séquito pudiera
pasar.
Faeryl le agradeció y le indicó al resto que la siguieran, luego
que hubieran pasado la patrulla estuvieron solos en la carretera una
vez más. Pharaun podía ver que la embajadora estaba preocupada
por las palabras del líder de la patrulla. Tenía que admitir que no era
una buena señal.
--¡Suéltame! --siseó Quenthel, liberando su brazo, y el mago
pestañeó sorprendido, habiendo olvidado que todavía le sujetaba el
brazo y la estaba conduciendo.
--Mis disculpas, Señora --dijo Pharaun, haciendo una reverencia
leve--. A la luz de la situación, pensé que sería prudente suavizar las
cosas de la mejor manera posible. En cierto modo, estuvo bien.
Desviaste la atención sobre el draegloth.
--Bien --contestó ella, todavía ceñuda--. Los pasamos, eso es lo
importante. Ahora, veamos cuán mal está la ciudad.
No pasó mucho antes de que el grupo alcanzara las puestas de
la Ciudad de las Telarañas Trémulas. Siguiendo con la mascarada de
mercaderes golpeados y abatidos, pasaron los guardias allí y se
encontraron dentro de la ciudad.
Era un caos.

_____ 5 _____

--Llegas tarde --le cortó Drisinil a medida que Ssipriina Zauvirr


entraba a pasos largos a la cámara de audiencias de la Casa Melarn.
La madre matrona de la Casa Zauvirr se forzaba a sí misma
para suprimir la réplica mordaz que le dolía soltar, conformándose en
cambio con fruncir los labios.
--Mis sinceras disculpas --mintió Ssipriina, haciendo una
reverencia a la otra madre matrona, sabiendo que se burlaba de las
otras drow simplemente a través del uso de tales comentarios
formales y anticuados--. No pude evitarlo. Tenía asuntos urgentes
que atender, cuestiones que mantiene llenos tus cajones, Madre
Matrona.
A Ssipriina le gustaba el peligroso brillo que estaba creando en
los calientes ojos de Drisinil. Le sería difícil a la cabeza de la Casa
Melarn castigar a su acólita por trabajar tan diligentemente para
mantener su fortuna, y Ssipriina sabía eso. Eso era lo que hacía que
todas estas mofas fueran tan divertidas.
--Aun así, me apresuré con tanta premura como me permitiera la
dignidad --añadió Ssipriina--, por que tengo buenas noticias. Han
entrado en la ciudad.
--¿Estás segura? --preguntó la madre matrona--. ¿Tienes algún
indicio de que han cambiado sus planes?
--Sí, estoy segura de ello --replicó Ssipriina--. Mi varón hizo
contacto con Faeryl tan solo unas horas atrás, y ella le informó que
se estaban dirigiendo hacia la Puerta De Fractura en los barrios más
bajos de la ciudad. Aparentemente, la Señora Baenre todavía se
inclina a robar tus bienes. Mis espías los vieron entrar a la ciudad
hace solo unos minutos.
Drisinil se sentó pensativa por unos momentos, dejando a
Ssipriina esperando expectante. Finalmente la madre matrona se
agitó.
--No sospechan que sabemos, ¿verdad?
--No lo creo. Le he ordenado a Faeryl que esté de acuerdo en
todo lo que pueda con lo que sea que esté planeando Quenthel, y
tengo a mis espías establecidos para que les sigan el rastro,
dondequiera que vayan. No sabrán nada hasta que sea demasiado
tarde.
--¿Y quieres que sigan con sus planes?
--Bueno, no exactamente, Madre Matrona. Estoy sugiriendo que
los dejemos ir al almacén y entren. Nosotros estaremos allí para
atraparlos en el acto. Tendremos la prueba, entonces, y podremos
presentársela a las otras madres matronas.
--Hmm, sí, me gusta eso --dijo Drisinil Melarn, cambiando su
considerable peso encima de su trono. Su cara tenía una apariencia
de determinación--. Quiero mucho ver la cara de Quenthel Baenre
cuando se de cuenta de no obtendrá una sola pieza de mi fortuna.
Quiero que se de cuenta de que se ha cruzado con la Casa
equivocada.
Nunca fueron dichas palabras más ciertas, pensó Ssipriina.
--Sí, por supuesto. Haré los planes para que estemos allí antes
de que lleguen al almacén. ¿Confío en que deseas que utilice a los
guardias de la Casa Melarn?
--Absolutamente --dijo Drisinil--. Ella necesita ver con quién está
jugando. Quiero una fuerte presencia allí, Ssipriina, y cuando esta
crisis termine y el Concilio levanté la prohibición sobre las
exportaciones, me aseguraré de que seas recompensada por tu
paciencia y diligencia.
--Por supuesto --dijo Ssipriina haciendo una reverencia--, me
ocuparé del asunto personalmente.

***

Ched Nasad era una ciudad bulliciosa repleta de drows,


duergars e incluso de ocasionales illitas durante tiempos normales,
pero Valas la encontraba sofocante. El explorador estaba seguro de
que había tres veces más la cantidad de criaturas que ocupaban el
lugar de lo usual. Estaba desbocada con masas hambrientas y
desesperadas que se hacían camino a empujones y arremetidas a
los largo de los caminos, levantando un retumbar ensordecedor y un
hedor penetrante.
La puerta por la que habían entrado los Menzoberranyres
estaba cerca del fondo de la Ciudad de las Telarañas Trémulas, una
metrópolis que llenaba un enorme foso en forma de V en la Antípoda
Oscura. La totalidad de la ciudad estaba atravesada con redes de
calcita macizas cubiertas con una luz mágica, cien o más capas de
senderos que corrían en todas direcciones y sostenían a la
población.
Miles de estructuras redondas y amorfas colgaban de estas
enormes redes como sacos de huevos o víctimas en capullos,
atravesados arriba o colgando debajo y albergando a los ciudadanos,
invitados, esclavos y sus negocios. Ahora mismo lucía como una
colonia retorcida de hormigas que bullían por encima de las redes,
por que por lo que podía ver Valas por encima de su cabeza,
literalmente las calles vibraban con las masas de humanoides que se
refugiaban allí.
Normalmente, el explorador habría ido a la cabecera del séquito,
pero era casi imposible moverse de tan atestadas que estaban las
calles. Quenthel en cambio le había ordenado a Jeggred que fuera al
frente y el colosal demonio estaba haciendo camino a empujones
despacio a través de la muchedumbre. Valas se quedaba cerca
detrás del draegloth, y el resto del grupo se apretujaba cerca detrás
del explorador, temerosos de ser separados en la locura y terminar
perdidos, Valas notó una y otra vez rostros hinchados que lo
observaban a Jeggred mientras le gruñía y rugía a todos que se
hicieran a un lado. Todos lo hacían intimidados por la formidable
criatura.
Había pocos drows abajo en la ciudad, pero casi todas las otras
razas estaban presentes. Muchas de las razas esclavas, al igual que
los representantes de las otras naciones mayores de la Antípoda
Oscura clamándose las unas a las otras, gritando, empujando,
permutando, o simplemente entremezclándose por ahí.
Los Menzoberranyres sobresalían y era claro que ellos estaban
siendo tanteados por el populacho. Tarde o temprano iba a haber
problemas.
Más de una vez, Valas sintió el roce de una mano o un dedo
cuando alguien en la moledora muchedumbre hábilmente intentaba
hurtar un dije de uno de sus bolsillos. Ya había alejado dos manos de
los amuletos enganchados al frente de su camisa, dejando a cada
una con un desagradable corte en las palmas de sus kukris.
Valas se dio vuelta y miró por sobre su hombro. Faeryl y
Quenthel estaban justo detrás de é, la Señora de Arach-Tinilith
amenazaba a los mirones con su horrible látigo. Detrás de las dos
sacerdotisas, Pharaun mantenía su piwafwi cerrado y su cabeza
gacha, protegiéndose de la presión de la muchedumbre. Ryld llevaba
su espada en alto, usando su corpulencia para escudar al mago
frente a él.
Esto es ridículo, pensó el explorador, sacudiendo su cabeza.
Tenemos que salir de esta parte de la ciudad. Comenzó a inclinarse
hacia Quenthel para hablarle cuando un disturbio frente a Jeggred lo
interrumpió.
Valas se dio vuelta a tiempo para ver al draegloth atacar
súbitamente a un ogro armado con una gran espada que les estaba
bloqueando el paso. Un segundo ogro estaba al lado, sopesando una
cachiporra con puntas y mirando penetrantemente.
Jeggred saltó hacia adelante como un resorte enroscado,
barriendo una de sus filosas garras a través del frente del primer
ogro. El ataque fue tan súbito que la criatura ni siquiera tuvo tiempo
para reaccionar. Se miró el estómago mientras brotaba la sangre.
Varios gritos irrumpieron desde la muchedumbre a medida que
peleaban por salirse del camino y otros empujaban y tironeaban para
tener una mejor vista, o una oportunidad de limpiar los cadáveres. El
primer ogro abrió la boca para gritar, cayendo sobre una rodilla y
sosteniendo sus manos a lo largo del corte en el medio, mientras
Jeggred lo cortaba de nuevo, desgarrándole la garganta al
humaoide. El ogro gorjeó y se revolcó, con los ojos abiertos de terror.
El segundo ogro gruñó y balanceó su cachiporra hacia Jeggred,
golpeando el hombro del draegloth con el arma llena de clavos. El
demonio giró con el choque, su melena de pelo blanco flotando
detrás de él. El giro evitó el peor daño y colocó a Jeggred de vuelta
cara a cara con su enemigo desde una posición agazapada.
En ese momento, Valas fue golpeado en el costado por un
goblin, con los dientes al descubierto y las dagas listas. Antes de que
el explorador pudiera patear lejos al miserable, Quenthel lo azotó con
el látigo. Varios pares de colmillos se hundieron en la carne del
goblin, y cayó al suelo, retorciéndose y echando espuma por la boca.
Valas se tambaleó hacia atrás antes de que más de la multitud
pudiera tirársele encima. Puso su espalda contra Quenthel y blandió
abiertamente sus kukris, deteniendo a diversos vociferantes enanos
grises.
Valas se dio cuenta de que el séquito había formado un círculo
defensivo. Ryld había sacado a Splitter, y la espada mágica del mago
danzaba en el aire frente a él, mientras Pharaun mismo sostenía una
pequeña varita de algún tipo, ojeando la creciente muchedumbre
enfurecida. Incluso Faeryl sostenía su martillo en las manos,
balanceándolo de atrás para adelante experimentalmente. Solo
Jeggred no formaba parte de la formación defensiva, habiéndose
movido unos metros más allá, terminando su sanguinario trabajo con
los dos ogros. Por el rabillo del ojo, Valas pudo ver al demonio
mordiendo a su oponente, arrancándole pedazos de la cara al ogro.
--¡Tenemos que subir más alto! --le gritó Valas a Quenthel por
sobre su hombro. Cuando la suma sacerdotisa pareció no
escucharlo, lo repitió--. Señora Quenthel, necesitamos llegar a un
sector más alto de la ciudad. ¡Esto no está funcionando!
Junto a él, Pharaun se sacudió mientras una saeta de ballesta
se rompía contra su piwafwi. Alguien estaba disparando al azar
desde la multitud.
--¿Qué sugieres? --le gritó Quenthel, extendiendo su látigo y
flagelando un desdichado kobold que se había apretujado al frente
de grupo y fue empujado hacia adelante desde atrás.
--¡Síganme! --gritó Faeryl y comenzó a elevarse del suelo,
levantándose en el aire--. Debemos llegar al distrito mercantil, y éste
es el camino más rápido.
--No --gruñó Valas, con los ojos abiertos de par en par--, ¡No
tengo manera de quedarme con ustedes!
Pero era demasiado tarde. Los otros drow habían comenzado a
seguir el ejemplo de la embajadora y se estaban elevándose del
suelo. Valas quedó en el centro de lo que había sido su circulo,
observando cauteloso la muchedumbre a su alrededor.
--¡Ryld! --gritó él--. ¡Espera!
Valas vio al guerrero mirar hacia abajo, pero antes de que los
otros drows pudieran hacer algo, Valas fue sujetado por detrás. Trató
de girarse y cortar con sus kukri, pero lo tenían fuertemente sujetado,
y no pudo zafarse fácilmente. Una milésima de segundo después,
estuvo contento, ya que era Jeggred quien lo tenía sujeto. Cubierto
de sangre que moteaba la pelambre del demonio, el draegloth sujetó
firmemente al explorador mientras dejaban el suelo. Un par de
enanos grises calvos atacaron en un intento de cortarle de cuajo los
pies a Valas con sus hachas de guerra, pero Jeggred todavía tenía
una de sus largas manos con garras libre y los acuchilló, forzando al
par de duergars a retroceder.
Varias saetas de ballestas más les pasaron silbando al lado, y
una se incrustó en el costado del draegloth cerca de Valas, pero
Jeggred solo gruñó y se dio vuelta, levitando hacia arriba adonde
habían ido el resto de los drows. Valas miró hacia abajo donde
habían estado parados tan solo unos momentos antes. Aun cuando
las enredadas calles se alejaban, el explorador vio la chusma bullir
sobre los ogros muertos, tironeando de los objetos de valor de los
cadáveres.
Salvajes, pensó.
Arriba, Faeryl se había detenido en un costado más pequeño de
la calle unos niveles más altos de donde habían estado los drows
previamente, en un espacio tranquilo entre las filas de vendedores.
En la carretera principal, las muchedumbres eran menos densas que
abajo, pero solo levemente. Valas sabían que todavía estaban
relativamente en lo bajo de la ciudad, por que el brillo trémulo de la
luz espectral que emanaba de los engranajes de las redes de piedra
todavía le encandilaban la vista, parpadeando a los lejos en la
distancia por encima de su cabeza.
Sabía que mientras más alto subieran, mejores serían los
vecinos. Cerca de la cima de la caverna, donde las cámaras en
forma de trincheras eran más anchas, los nobles habían construido
sus extendidas Casas lo suficientemente lejos del ruido y el tufo de la
chusma allá abajo. Los Menzoberranyres tenía aún un largo trecho
hasta llegar a ese vecindario.
--¿Es siempre así de... revuelto allí abajo? --preguntó Quenthel
mientras el grupo se establecía en la avenida de piedra,
acurrucándose y manteniendo sus voces bajas--. ¿Por qué toleran
esa multitud turbulenta las madres matronas?
Jeggred había soltado a Valas, quien se enderezó y miró al
draegloth, preguntándose cuánta de la sangre que llevaba encima el
demonio sería de sus enemigos y cuánta la suya propia. La mayoría
de la pelambre de Jeggred estaba moteada con el tibio y pegajoso
fluido, pero a excepción de la flecha de la ballesta en su cadera, la
bestia no parecía tener ninguna herida. El explorador examinó su
propia ropa y se dio cuenta malhumorado de que él también estaba
pegajoso con la sangre de ogro.
--No se les permite a las razas inferiores deambular tan
libremente en los sectores más altos de la ciudad sin un permiso
especial --explicó Faeryl--. Se pondrá mejor una vez que subamos un
poco más.
--Lo dudo --dijo la suma sacerdotisa, frunciendo la nariz--. Dudo
que las madres matronas sufran semejante azoramiento a la ligera.
Lo más probable es que estén atendiendo problemas más urgentes,
y creo que todos sabemos cuales son esos problemas urgentes.
Por sobre el hombro de Quenthel, Valas pudo ver a un trio de
mujeres drow quienes se habían detenido y estaban mirando
curiosamente a Jeggred mientras el demonio se quitaba la flecha de
la ballesta con un gemido de dolor. Una de las elfas oscuras le
susurró algo a sus compañeras, y las tres se escabulleron.
Pharaun le estaba sacudiendo el polvo a su piwafwi y la
enderezaba para volver a lucir arreglado y elegante de nuevo.
--Lo más probable es que estés en lo cierto --dijo el Maestro de
Sorcere, asintiendo en acuerdo--. Aun así, no nos haría daño que
buscáramos un lugar en donde pasar la noche, recobrar nuestro
genio y quizás encontrar algo más de información también. Estoy
seguro que entre nosotros seis, podemos averiguar un poco más de
por que la ciudad está en esta condición.
--Encontrar un lugar en donde quedarse puede resultar difícil
--comentó Ryld--. Me pregunto si habrá una habitación vacante en
toda Ched Nasad.
Valas frunció el ceño, imaginándose las miradas que recibirían al
preguntar por alojamiento.
--Si podemos encontrarlo --dijo el explorador--, tu
guardaespaldas llamará una atención substancial. Incluso ahora,
estamos atrayendo miradas. No deberíamos quedarnos al
descubierto por mucho tiempo.
Quenthel hurgó en su mochila de provisiones y sacó una varita.
Acercándose a Jeggred, apuntó el instrumento mágico a la sangrante
herida del draegloth y pronunció unas pocas palabras. El sangrado
se detuvo y el agujero comenzó a cerrarse.
--Sé más cuidadoso --le advirtió la suma sacerdotisa a su
sobrino mientras guardaba la varita una vez más--. La magia
sanadora es limitada.
--Incluso con lo sobrepoblada que está la ciudad --dijo Faeryl--,
Los niveles más altos no estarán tan mal. Conozco un lugar en
donde podríamos conseguir habitaciones.
--Quizás necesitamos repensar esto --contradijo Quenthel--. Me
parece obvio que aquí hay problemas. Pienso que sería más sabio
pasar a visitar a las Casas Zauvirr y la Casa Melarn. Tendremos
asegurado el alojamiento allí.
--No --dijo Pharaun, y los ojos de Quenthel se abrieron de
sorpresa. El mago continuó rápidamente antes de que la suma
sacerdotisa lo pudiera azotar--. Puede que tengas razón, pero aun
así, no querrás perder la oportunidad de moverte libremente,
¿verdad? Si tenemos alguna esperanza de reclamar el
abastecimiento de provisiones y monedas para tu Casa, debemos
evitar que las madres matronas se den cuenta.
--Bueno --dijo Quenthel, aparentemente titubeando--. Me
disgusta la idea de vivir como plebeyos en una posada, pero tus
argumentos tienen sentido.
Valas observó como la suma sacerdotisa se mordía el labio,
pensando profundamente.
Pharaun continuó, tratando de aprovechar la ventaja.
--Sabes que no nos dirán nada si hay problemas. Guardarán esa
información para sí mismos a cualquier precio. Así, podemos
explorar un poco, tratar de descubrir posibles pistas de la
desaparición de Lolth. Nos dará la oportunidad de determinar que
llevó a Ched Nasad a estas condiciones. --Se acercó más para evitar
que lo escucharan, ya que otro par de drows, varones que les habían
pasado al lado a esta altura, se pararon y los miraron por unos
instantes--. Al menos podremos aprender de los errores de esta
ciudad.
Ryld se dio vuelta y les devolvió la mirada a los varones, y ellos
rápidamente desviaron sus ojos y siguieron su camino.
--Lo que sea que hagamos, mejor que lo hagamos ahora --dijo el
maestro de armas por sobre el hombro--. Valas tiene razón...
estamos llamando demasiado la atención.
--¿Les muestro entonces el camino a la posada que conozco?
--preguntó Faeryl--. Se llama la Casa Sinnombre, y está justo...
--No harás tal cosa --la interrumpió Quenthel--. Pareces
demasiado deseosa de ayudarnos, y a expensas de tu propia Casa.
Faeryl miró boquiabierta a la suma sacerdotisa Baenre.
--Señora Quenthel, yo meramente estoy...
--Suficiente --la cortó Quenthel a la embajadora--. Hasta que
decida hacerles saber a las madres matronas de que estoy aquí, no
les advertirás de ello por adelantado. Jeggred, será tu
responsabilidad asegurarte de que no trate de escabullirse.
El draegloth sonrió, primero a Quenthel y luego a la embajadora.
--Será un placer, Señora --dijo él.
Faeryl hizo una mueca ante las atenciones del demonio, y Valas
se preguntó que habría pasado entre ellos dos antes de la partida del
grupo. Ella se había comportado de esa manera durante todo el
viaje. Hizo una nota mental para preguntarle a Ryld cuando tuvieran
un momento a solas.

--Ahora --dijo Quenthel volviéndose a los otros tres--, ¿quién de


ustedes conoce mejor esta ciudad?
--Yo he visitado Ched Nasad un par de veces, Señora Quenthel
--contestó Valas, y los otros dos varones asintieron de acuerdo,
dejándolo al explorador en el centro del escenario.
--Bien. Encuéntranos una posada, algún otro lugar que no sea
esta "Casa Sinnombre". Que sea una buena, te lo advierto. No voy a
soportar la mugre con la que puedas estar acostumbrado.
Valas levantó una ceja pero no dijo nada. Encontraba
interesante que la suma sacerdotisa hubiera cambiado de opinión,
estando de acuerdo con el plan de Pharaun sin siquiera admitirlo. Se
preguntaba si hablarían de ello mas tarde, pero por el momento, él
estaba suficientemente contento con hacer lo que ella le había
encomendado.
--La manera más rápida de llegar adonde queramos ir será
flotando hasta allí --dijo el explorador--. Siempre y cuando Jeggred
esté dispuesto a llevarme, claro.
Quenthel miró primero al draegloth, luego a Faeryl y dijo:
--No me vas a dar razones para que Jeggred o Pharaun te
maten si tratas de huir, ¿verdad?
Faeryl la miró hoscamente pero negó con la cabeza.
--Bien, entonces guíanos, Valas. Estoy cansada y me gustaría
disfrutar de la Ensoñación en una cama para variar.
Jeggred levantó al explorador en un brazo y pronto se elevaron
fácilmente hacia las partes más altas de la ciudad. Faeryl había
tenido razón. Mientras el grupo alcanzaba las elevaciones más y más
altas, las multitudes aminoraban de algún modo. Todavía eran más
bulliciosas de lo que Valas recordaba, pero en los niveles superiores,
al menos eran tolerables. Los guió a una gama superior de negocios
de la ciudad, una zona en donde muchas de las Casas, solo aquellas
con suficiente poder como para hacer una fortuna con el comercio al
contrario de las que eran lo suficientemente poderosas como para
manejar la ciudad, mantenían oficinas comerciales.
Era esta sección, sabía Valas, la que frecuentaban la mayoría de
los mercaderes de otras regiones de la Antípoda Oscura cuando
visitaban la ciudad. Las posadas aguantarían las comodidades que
esperaban las criaturas que comerciaban con la elite de la
comunidad, y no harán otra cosa más que cerrar los ojos ante
alguien tan inusual como Jeggred. Valas esperaba que allí, los
Menzoberranyres encontrarían un cuarto que satisficiera las
necesidades de consentimiento Quenthel y no llamara la indebida
atención sobre ellos. Si es que encontraban un cuarto.
Pharaun insistía en ser el que negociara con los posaderos. Los
dos primeros establecimientos casi se le rieron en la cara al mago, y
la tercera hizo unos comentarios mordaces respecto de la "Furia de
Lolth" antes de sugerir que un pago de sumisión por un ritual de
purificación les podría comprar la oportunidad de compartir un cuarto
entre todos. El cuarto lugar no tenía nada tampoco, pero el
propietario de allí, un medio orco ciego, sugirió un lugar cerca de los
límites de la ciudad. Afirmó que su primo atendía el lugar y abastecía
a los mercenarios contratados con las caravanas, o al menos solían
hacerlo, cuando todavía viajaban las caravanas. Valas se preguntaba
de que lado de la familia estaba el parentesco.
Les tomó un tiempo más de búsqueda antes de que el grupo
finalmente encontrara la Llama y la Serpiente, una extensa colmena
con formas de capullos amontonados anidados juntos por una única
hebra de telaraña de calcita que estaba anclada al muro de la
caverna. Parecía prometedora, al menos por su lejanía y su
apariencia.
Quenthel se empacó al ver por primera vez la posada, pero
Pharaun le sugirió que primero al menos preguntaran adentro antes
de desechar cualquier posibilidad, y la suma sacerdotisa una vez
más dejó que el varón la convenciera.
Realmente debe de estar agotada, se sorprendió Valas. Está
dejando que él maneje todo el asunto. Bueno, una linda noche de
Ensoñación y todo cambiará.
Como una sorpresa agradable, el interior de la Llama y la
Serpiente era substancialmente más acogedora de lo que había sido
por fuera. Mientras Pharaun se aproximaba al posadero, un orco
gordo con capuchones plateados en sus colmillos y dos ogros
bravucones para respaldarlo, Valas mirada a su alrededor.
Ciertamente había mucha gente sentada en la sala de registro, y a
pesar de que Jeggred había atraído más de una mirada prolongada
mientras se agachaba por debajo de un techo que no era de la altura
adecuada para él, la mayoría de los parroquianos los ignoraron.
Valas reconoció por qué. Ellos realmente eran mercenarios,
independientes en el negocio del oro y poco más, y siempre y
cuando nadie interfiriera con ellos o sus sustentos, no se meterían
con nadie. Eran el tipo de personas como Valas.
La expresión de Quenthel fue de disgusto, pero Pharaun regresó
con un brillo en sus ojos y la buena noticia de que efectivamente se
las habían arreglado para conseguir las dos últimas habitaciones de
la Llama y la Serpiente. Cuando el mago mencionó el precio,
Quenthel puso los ojos en blanco, peor Valas se dio cuenta de que
aun así habían obtenido una ganga probablemente.
--¿Sólo dos? --dijo Quenthel dudosa--. Entones, los varones
tendrán que compartir una, mientras que Faeryl y yo tomaremos la
otra. Jeggred, por supuesto que tu permanecerás conmigo.
El rostro de Faeryl lucía afligido ante el prospecto de compartir
sus aposentos con el draegloth, pero no dijo nada.
Las habitaciones no estaban en la misma área de la posada. La
más grande de las dos, la que Quenthel reclamó para sí, era una
cámara redonda con un baño separado. Estaba cerca del frente de la
estructura, con varias ventanas pequeñas que miraban hacia la
ciudad. Desde su balcón, las damas podían ver la magnífica red
luminosa de las calles expandiéndose a la distancia arriba y abajo
por igual. La cámara más pequeña estaba al fondo de la Llama y la
Serpiente, un cuarto estirado con dos camas y un diván para una
tercera persona. La única ventana se abría hacia una de los muros
de la caverna, en donde riachuelos de agua corrían hacia abajo,
goteando desde el Mundo de la Superficie y escurriéndose hasta el
fondo de la ciudad con forma de V, donde alimentaba lechos de
hongos.
No es una gran vista, decidió Valas, pero podría ser útil para
dejar la posada sin ser visto.
--Quiero descansar por un rato, así que ustedes tres --dijo
Quenthel, mirando a los varones--, manténganse fuera de
problemas. Nos citaremos al final del día y discutiremos que hacer a
continuación después de nuestra comida. Hasta entonces, ¡déjenme
en paz!
Con eso ella marchó majestuosamente hacia la cámara,
arrastrando con ella a Faeryl y Jeggred.
Valas estuvo de acuerdo en descansar en el sofá, y como ellos
tres estaban desempacando un poco, Pharaun se levantó y estiró,
haciendo sonar la espalda.
--No sé ustedes dos --dijo el mago después de un rato--, pero yo
estoy demasiado entusiasmado como para holgazanear aquí. Me
apetece un trago en algún lado y quizás una oportunidad para saber
más de los rumores del pueblo. ¿Están ustedes dos interesados en
acompañarme?
Valas miró a Ryld quien le dio un asentimiento de cabeza al
explorador.
--Seguro --dijeron ambos al unísono, y ellos tres salieron juntos.

***

Tres varones drows movilizándose por las calles de Ched Nasad


probó ser mucho más anónimo que cinco drows y un draegloth,
aunque Pharaun supuso que gran parte de ello se debía a que él,
Ryld, y Valas deambulaban tranquilamente por las calles traseras de
la red en una sección más elevada de la ciudad. Mientras paseaban,
escuchaban la algarabía de los negocios a su alrededor, el mago no
podía evitar emocionarse al explorar la ciudad. A diferencia de
Menzoberranzan, Ched Nasad era una colección de visiones,
sonidos y aromas cosmopolitas que permeaban la ciudad entera.
Ciertamente podía detectar ciertas diferencias sutiles a medida que
el trio se movía a través de los distintos sectores del centro, pero sin
importar donde se encontraran, el mago absorbía todo, notando que
el aire vibraba con una especie de clamor, la sensación de rodar e
hilar, que estaba presente solo en las áreas más humildes de
Menzoberranzan.
Por cierto que era más animada que Tier Breche, en donde
Pharaun pasó demasiado tiempo enclaustrado en las torres de la
Academia, escondido en Sorcere. De regreso a casa, se le había
convertido en hábito salir de la gran ciudad sólo cuando necesitaba
suministros o para un trago ocasional y un poco de diversión. Había
sido así por muchos años, al menos mientras su hermana Greyanna
ansiaba matarlo. Ahora que ella ya no planteaba un problema, se
recordó a sí mismo participar de los barrios más coloridos de su
hogar más seguido.
Mientras paseaban, Valas y Ryld parecían estar mirando a todas
partes al mismo tiempo, pero Pharaun sabía que su atención a la
cacofonía que los rodeaba se debía a una razón distinta a la suya.
Pues, él era cauteloso con los rateros o los brutos, pero para el
maestro de armas y el explorador, esto era para lo que se
entrenaban durante años. Ellos habían afilado sus habilidades de
cautela y observación a niveles agudos, y todos sus seres lo
reflejaban. Pharaun dudaba seriamente de que alguien en la ciudad
se le echara encima mientras estuviera escoltado por sus dos
compañeros.
Era un pensamiento reconfortante, si tan solo le permitiera
verdaderamente relajarse y disfrutar del esplendor de la Ciudad de
las Telarañas Trémulas.
El mago sabía ciertamente por qué Ched Nasad había sido
apodada así. La maraña de calles entrecruzadas en púrpuras,
ámbares, verdes y amarillos por cientos de metros en todas
direcciones, era una vista maravillosa. Por todos lados, ellos tres
caminaron por entre vendedores que pregonaban sobre hongos,
joyas o pociones. Pharaun notó que los bienes parecían de una
calidad inferior, aunque poca gente estaba comprando, todos tenían
una alusión a algo en sus ojos. Miedo, decidió. Todos lucían
asustados.
Un varón drow de apariencia sucia tenía pequeñas jaulas, cada
una contenía a un humanoide de cuatro brazos con ojos
polifacéticos, mandíbulas y un estómago muy delgado. No medían
más de treinta centímetros. Observándolos de más cerca, Pharaun
pudo ver que las criaturas tenían habilidades para tejer telarañas. Se
echaron para atrás mientras él los estudiaba.
--¿Desea comprar una, Maestro? --preguntó esperanzado el
hombre, saltando desde donde había estado sentado cruzado de
piernas.
--Chitines infantes --dijo Valas--. Los adultos son cazados por
deporte, y cuando encuentran un nido los traen aquí y los venden
como mascotas.
--Interesante --replicó Pharaun y brevemente contempló comprar
uno, aunque por como pintaban las cosas, el varón drow estaba
teniendo poca suerte en llamar la atención sobre su mercancía.
--Consideraría tener uno, como regalo para Quenthel, sabes,
pero estos parecen estar sobre valuados.
La mirada esperanzada del hombre se tornó en desilusión, y se
sentó al borde la calle nuevamente.
Ryld bufó, y Valas sacudió su cabeza.
--No son demasiado caros --dijo el explorador mientras seguían
de largo--. Probablemente el mercado rebosa de ellos ahora mismo.
--¿Por qué es eso? --preguntó Pharaun.
--Por que los chitines y los choldriths adoran a la misma diosa
también --contestó Valas en voz baja.
--¿Choldriths?
--Sacerdotisas chitines. Del mismo tipo racial, más altas y de piel
oscura. Sin pelo y ojos humanos. Sospecho que deben de estar
sufriendo la misma calamidad que ha recaído sobre nuestro clero.
La curiosidad de Pharaun fue en aumento.
--Realmente --dijo él, sorprendido--. Podría resultar interesante
si pudiéramos rastrear algunas de estas choldriths y averiguar si
están sufriendo la misma suerte. Es obvio que Ched Nasad padece
el silencio de la diosa también, y una vez que lo probemos, Quenthel
puede estar perdida en cuanto a qué hacer a continuación. Esto nos
daría los medios para explorar más allá, averiguar si la reticencia de
Lolth es universal o está solo limitada a nuestra propia raza.
--Es una buena idea en teoría, mago --dijo Ryld, sacándose de
encima a un vendedor que quería convencerlo de comprar un bol de
babosas--, pero estarías presionado a rastrearlos, y luchar aun más
para sacar algo de información de ellos. Los drows los cazan por
deporte, por lo que los chitines y las choldriths han aprendido a huir o
luchar hasta la muerte.
--Hmm --respondió Pharaun espiando un negocio que vendía lo
que quería--. Quizás, pero mis talentos particulares podrían ser de
utilidad en tales tentativas.
Los compañeros del mago lo siguieron hasta un kiosko
abarrotado que vendía bebidas, que colgaba en la esquina de dos
calles de la red. Para alcanzarlo, los clientes tenían que deslizarse
por una rampa empinada de telaraña hasta el frente del local de
ventas, luego ascender por una escalera de telaraña para regresar a
la calle. Pharaun estudió el pequeño grupo de gente reunido
alrededor, cada uno descendiendo por turnos por la rampa y
comprando un frasco o una cápsula de brebajes de hongos.
--Uno pensaría que podrían haber puesto escalones en ambos
lados --dijo el Maestro de Sorcere frunciendo la nariz
desdeñosamente.
--Oh, por la Madre Oscura --dijo Ryld sacudiendo su cabeza--.
Traeré algo para nosotros.
Con eso, el guerrero se movió a través de la muchedumbre, de
los cuales pocos estaban comprando en realidad, en cambio
mendigaban un moneda o un trago de los clientes que pagaban. Ryld
los ignoró y descendió hacia el vendedor, mientras Pharaun y Valas
se quedaron parados atrás fuera del tráfico y aprovecharon la
oportunidad de absorber la vista nuevamente.
Cuando regresó Ryld tenía una mirada extraña en su rostro.
--¿Qué pasó? --preguntó Valas.
--Ese enano gris me cobró diez veces lo que vale esta bazofia y
parecía deleitarse en ello.
--Bueno es de esperar un poco de recargo cuando el tráfico de
caravanas ha cesado --dijo Pharaun.
--Si pero cuando un goblin pidió lo mismo justo después de mi,
escuché que el propietario le vendió lo mismo a la mitad de precio de
lo que me cobró.
--Quizás el pequeño esclavo es habitual --ofreció Valas.
--Posiblemente --dijo Pharaun, abriendo la petaca que les había
procurado Ryld e inhaló el aroma. Echó la cabeza para atrás y arrugó
un poco la cara--. Sospecho que tenía más que ver con paladear la
oportunidad de ganarse una pequeña venganza contra los drows.
--Tomó un sorbo del brandy y le pasó la petaca A Valas--. Después
de todo, ¿quién regula el comercio en la ciudad? ¿Quiénes obtienen
a la primera oportunidad los mejores puestos para vender? ¿Quiénes
manejan los sistemas de caravanas? ¿Quiénes adquieren las
mejores mercaderías?
--En otras palabras, ¿quiénes se lo cargan a las otras razas con
regularidad? --terminó Ryld.
--Exactamente. Los enanos grises, trogs, los kuo-toans, y todos
los demás en la ciudad a los que la clase dominante les ha caído
encima, y a pesar del hecho de que les han permitido comerciar en
una ciudad de elfos oscuros, no desperdiciarán la oportunidad de
ganarse algo de venganza. Y Ryld --añadió Pharaun, señalando la
petaca que Valas le estaba pasando al guerrero--, tu les has pagado
mucho más de lo que vale.
Ryld se encogió de hombros, tomó un sorbo y dijo:
--Lo estás bebiendo, ¿no?
Los tres compañeros siguieron andando, compartiendo la petaca
y discutiendo los prospectos de adquirir algún tipo de confirmación
tangible de que Lolth estaba ausente de Ched Nasad. Pharaun
continuó profundamente intrigado por la idea de investigar otras
razas conocidas por adorar a la diosa, e incluso mientras contribuía a
la conversación, meditó sobre el concepto. Requeriría un poco de
investigación. Si había tiempo y la voluntad de Quenthel lo permitía,
tenía una buena idea de adonde podría ir a realizar los estudios.
Las meditaciones del mago fueron interrumpidas cuando el trio
ascendió por una escalera de telaraña, dieron vuelta una esquina y
se encontraron en una columnata que miraba a una plaza abierta.
Debido a la congestión de la alameda, Pharaun pensó que era obvio
que los refugiados habían acostumbrado usar el lugar como una
especie de campamento. Aun así, había suficiente lugar como para
moverse a lo largo de la senda elevada alrededor del perímetro sin
rozarse hombro contra hombro con la chusma, y los tres elfos
oscuros se desplazaron, ignorando las súplicas y demandas de
monedas de los sucios que los rodeaban.
Un grito desde abajo llamó la atención de los drows, y cuando
Pharaun espió hacia el centro de la plaza, descubrió la fuente del
disturbio. Una sacerdotisa estaba parada en una zona bastante
abierta, tres o cuatro hobgoblins se juntaban a su alrededor. Ella
parecía estar murmurando algo, pero desde la distancia Pharaun no
lograba entender que decía. La mujer drow levantó un brazo y trató
de azotar a uno de los hobgoblins con una fusta, pero la criatura se
hizo fácilmente a un lado, y la sacerdotisa tropezó hacia adelante
debido al esfuerzo. Estaba bastante borracha, se dio cuenta
Pharaun.
--Animales mugrientos --les ladró la sacerdotisa, enderezándose
mientras se tambaleaba--. ¡Aléjense de mi!
Pharaun notó si estado descuidado. Su piwafwi estaba sucio y
se le desprendía de la mitad de sus hombros, su lustroso cabello
blanco estaba despeinado y sostenía una botella en la otra mano de
algo que el mago presumía era licor.
Los hobgoblin meramente se reían de la drow delante de ellos,
rodeándola casualmente, lo que provocaba que la sacerdotisa se
diera vuelta para mantenerlos vigilados. El esfuerzo la hacía
tambalearse nuevamente, y casi se cayó en un montón.
--No creo haber visto cosa semejante --boqueó Valas--. Las
agallas que tienen estas infracriaturas es verdaderamente
desconcertante.
--Pongámosle fin a esto --dijo Ryld dando un paso adelante.
De pronto, Pharaun fue consciente de magia a su alrededor, un
efecto que parecía centrarse en él y sus dos compañeros. Lo alcanzó
y le puso una mano en el brazo del guerrero.
--Espera --le dijo--. Veamos qué sucede. --Cuando Ryld miró al
mago burlonamente, continuó:-- Llamar la atención sobre nosotros
mismos no es la mejor manera de investigar. Además --añadió el
mago--, podríamos ver de una vez por todas si nuestra teoría es
cierta. Esta podría ser la prueba que necesitamos.
El mago pasó rápidamente al lenguaje de signos, Creo que
alguien nos está vigilando, observándonos mágicamente.
Ambos, Ryld y Valas levantaron una ceja preocupados, pero
antes de que pudieran darse vuelta y mirar alrededor, Pharaun les
advirtió: No llamen la atención ante el hecho de que sabemos.
Simulen que estamos mirando el espectáculo.
Pharaun consideró brevemente desvanecer la magia, pero
descartó la idea porque sabía que alertaría al espía de que estaban
enterados de la presencia de él o ella. En cambio, pretendió enfocar
su atención a la creciente pelea debajo mientras en realidad
escudriñaba la plaza en busca de signos de alguien que lo estuviera
mirando a él más que a los hobgoblins. Había una gran cantidad de
auras mágicas que irradiaban de diferentes individuos, pero ninguno,
por lo que el mago había podido observar, parecía estar miraba en
su dirección.
Los hobgoblins parecían contentos por el momento en mantener
su distancia, aunque estaba presionados cada vez más desde atrás
por la turba reunida. Por su parte, la sacerdotisa parecía haber
perdido el interés en sus detractores y estaba parada relativamente
tranquila, con los ojos cerrados, meciéndose levemente. Estaba
murmurando algo, pero de nuevo Pharaun no podía descifrar que
era.
Bueno, espía o no, pensó, quiero saber lo que está diciendo.
Buscó en uno de sus muchos bolsillos y sacó un pequeño cuerno de
cobre, con el que realizó un encantamiento.
Cuando la magia estuvo completa, el mago pudo escuchar el
mascullo de la sacerdotisa como si estuviera parado justo al frente
de ella.
--... os lo suplico, nuestra Señora Lolth, regresa a mí. Dadme tus
bendiciones. No me abandones cuando soy tu leal... ¡aiee!
Uno de los hobgoblins había elegido ese momento para
pincharla a la drow con un palo filoso, y ella chilló mientras saltaba,
perdiendo el agarre de la botella de bebidas. Cayó al suelo
calcificado y se quebró, derramando las gotas que quedaban.
--¡Maldito seas, esclavo! --le gritó al hobgoblin que la había
molestado, intentando acecharlo, con sus manos extendidas como si
estuviera por estrangularlo.
Un segundo hobgoblin casualmente extendió su propia lanza e
hizo tropezar a la sacerdotisa, quien quedó repantigada en el suelo.
Se puso sobre sus manos y rodillas y comenzó a gritar:
--¡Mi diosa, ven a mí, ayúdame! No me abandones, a mí tu leal
sierva, quien te obedecerá...
--Tu diosa está muerta --se burló el primer hobgoblin, pateando
a la drow.
Gimió por el impacto y cayó de costado, tanteando en busca de
su fusta.
--¡No! --chilló--. ¡Lolth no nos abandonaría! ¡Ella es poderosa, y
sus fieles son poderosos!
Los otros cuatro hobgoblins avanzaron juntos, y la sacerdotisa
drow trató de patearlos, pero la criatura que los lideraba se hacía
fácilmente a un lado del ataque y la pinchaba con su lanza. Pharaun
vio que la punta le extrajo sangre del muslo de la sacerdotisa.
Ryld gruñó y con señas dijo rápidamente, Esto no está bien.
Deberíamos hacer algo.
Valas asintió en concordancia y sacó sus dos kukris, una daga
curva en cada mano.
El mago les puso una mano en el hombro de cada drow para
detenerlos.
Solo ponen nuestra misión en peligro, signó. Como pueden ver,
ningún otro drow se mueve para ayudarla.
Señaló a la muchedumbre, donde otros varios elfos oscuros
estaban presentes, observando desapasionadamanente.
Ella ha perdido la fe y no merece nada mejor, les advirtió
Pharaun a sus compañeros.
No es por la sacerdotisa por la que estoy preocupado, replicó
Ryld, con una tétrica mirada en su rostro, sino por que permitirles
creer a esas alimañas que pueden confrontar tan descaradamente a
un ser superior nos traerá problemas a todos nosotros. Deberían ser
puestos en su lugar.
Quizás, respondió Pharaun, pero necesitamos el anonimato si
queremos terminar nuestra tarea. Confrontar a aquellas bestias no
hace nada para avanzar en nuestros objetivos.
El mago tiene razón, signó Valas, retrocediendo del borde de la
columnata. Si las madres matronas se enteran de que tres
extranjeros interfirieron en lo que bien podría ser uno de sus propios
complots, no podremos caminar por la ciudad sin ser descubiertos y
sin que nos observen.
Si es que no nos están vigilando ya, dijo rápidamente Ryld.
¿Todavía estamos siendo observados? Cuando Pharaun asintió en
un sí, el guerrero continuó, tenemos la prueba que buscábamos de
todos modos. Volvamos a la posada. No tengo ya estómago para
esta ciudad.
Pharaun asintió aunque no compartía los sentimientos de su
amigo. Juntos, se dieron vuelta y caminaron de regreso por el
camino por el que habían venido, ignorando los gritos de la
sacerdotisa mientras los hobgoblins la abrían cientos de veces con
rápidas y controladas acometidas de sus lanzas cortas. Después de
unos pocos pasos, el hechizo mágico se desvaneció y Pharaun lanzó
miradas alrededor una vez más esperando encontrar la fuente. No lo
hizo y ellos tres salieron de la plaza.
Detrás de ellos, la muchedumbre se había reunido alrededor del
enfrentamiento se agitaba y se ponía cada vez más alborotada.
Otros varios drows en el agolpamiento eran empujados y codeados
mientras trataban de salir de las enturbiadas multitudes. Las otras
razas se estaban envalentonado después de atestiguar el asesinato
de una elfa oscura.
Se elevaron gritos, maldiciones a los drows y su diosa perdida.
Finalmente, el puñado de elfos oscuros logró escaparse, fuera
elevándose por encima de los agresores que los rodeaban, o
abriéndose camino a empujones hacia calles más despejadas. El
humor se estaba poniendo feo en Ched Nasad.
_____ 6 _____

Aliisza, disfrazada como una encantadora mujer drow, se


posaba sobre el techo de un pintoresco negocio que estaba al
costado de una de la calles que llevaba a la plaza, y observaba las
idas y venidas de los ciudadanos, esclavos y visitantes de Ched
Nasad. El local ofrecía envolturas decorativas de seda, ropa de moda
y otras prendas pero la diablesa agazapada en el techo redondo
como un capullo no estaba interesada en hacer compras. En cambio,
miraba intensamente mientras Pharaun y los otros dos varones
drows le daban la espalda a la masacre de una de las de su propia
raza y caminaban tranquilamente en otra dirección. Los observó
mientras desaparecían bajo una de las redes de calcificadas que
servía de calle en la inusual ciudad. Cuando casi estuvieron fuera de
vista, bajó de un salto desde su punto de ventaja y caminó tras ellos.
Aliisza no estaba terriblemente sorprendida de que los tres elfos
oscuros a los que estaba siguiendo no hubieran ayudado a la
sacerdotisa borracha. Había visto demasiada indiferencia en la
ciudad desde que había llegado allí como para que le extrañara. Aun
así, tenía la impresión distintiva de que todo el grupo de
Menzoberranzan estaba haciendo un gran esfuerzo por evitar llamar
la atención sobre ellos. Ella pretendía averiguar por qué, pero lo
primero era lo primero.
La alu no podía evitar sino sonreír mientras se hacía camino
entre las calles, siguiendo al mago y sus compañeros y simulaba
detenerse a comprar chucherías en los bazares y mercados. Ella
estudiaba las miríadas líneas de las redes calcificadas que se
extendían a través desde un costado de las masivas cavernas al
otro, brillando débilmente con una luz temblorosa y mágica tan lejos
como podía ver le ojo. Ella esperaba a medias ver alguna grandiosa
y pesada araña recorrer las vastas telarañas. De seguro que
adoraban sus motivos arácnidos, pensó irónicamente. Todo lo que
hacen gira en torno a la gran Lolth, Reina de las Arañas. Uno
pensaría que aprenderían a diversificarse un poquito, tratarían de
llegar a ser más experimentados.
Sonrió ante su propio chistecito. Los drows eran criaturas tan
extrañas, decidió. Por un lado eran tan caóticos y engañosos,
siempre volviéndose unos contra otros, pero por otro lado tratando
de vivir sus vidas con un código o estructura, basada en los
principios de la fe establecidos por un demonio que era tan
impredecible como podía serlo.
Al menos, estaban de acuerdo universalmente en una cosa,
concluyó la alu, todos pensaban que ellos eran superiores a cada
una de las otras especies de la Antípoda Oscura, y de la superficie
también.
Aliisza miró cómo un grupo de esclavos kobold, empujados por
sus esclavizadores hobgoblins, se escapaban bajando por una de las
calles de red a una rampa en declive hacia la siguiente red. En total,
había visto más especies de criaturas en Ched Nasad de lo que
podía imaginar juntas en cualquier otro lugar.
Las "razas inferiores" sobrepasaban a los drows dos a uno,
estimó, e incluyó a los enanos de la superficie, orcos, quaggoths,
bugbears, y otros, casi todos ellos esclavos. La única posible
excepción a esto eran los enanos grises, quienes comerciaban lo
suficientemente honestamente con los drows que eran tolerados en
la ciudad como mercaderes. Además, Aliisza había visto un aboleth
con su hueste de guardianes, ilítas, grells y lo que ella sospechaba
debía ser un dragón de las profundidades, por que aunque
disfrazado como un elfo oscuro, ella detectó el inconfundible aroma
mientras pasaba al lado.
La única notable excepción a la ecléctica colección de visitantes
eran los observadores, por los que Aliisza no sentía la más mínima
pena.
Hay una raza que gusta más de si misma que los elfos oscuros
si eso es posible todavía, pensó la alu. Los tiranos del ojo no eran
sino un problema por lo que sabía Aliisza, pero por suerte estaban en
un perpetuo estado de guerra con los drows, por lo que nunca se los
veía por los alrededores. Si ella hubiera llegado a ver alguno dentro
de la caverna en forma de V, se habría dado vuelta y encaminado
por la dirección opuesta tan endiabladamente rápido como le fuera
posible.
La alu pestañeó. Dándose cuenta de que con todas sus
ensoñaciones estaba dejando que su presa se le escurriera.
Echando una mirada a su alrededor, descubrió al trio encaminándose
hacia un segmento de redes de calles que llevaban a un muro, hacia
una parte alejada de la ciudad. Se dio cuenta de que estaban en el
distrito mercantil, y reconoció lo suficientemente rápido que Pharaun
y los otros se dirigía a una posada apostada al final de la calle sin
salida.
Bien, pensó. Ahora puedo vigilarlos y aun así disfrutar de la vista
y los sonidos por unos días. Quizás incluso pueda tenerlo al mago a
solas por un ratito...

***

Faeryl Zauvirr descansaba sobre la cama de felpa mientras


Quenthel se paseaba de un lado a otro en el cuarto que compartían
en la Llama y la Serpiente. A la suma sacerdotisa no le gustaba que
la dejaran esperando, ni en mejores circunstancias y mucho menos
ahora, en medio de una ciudad extraña, a diez días de su hogar, y
por tres varones, ni más ni menos.
El maldecible Mizzrym y su exasperante sonrisa, pensó
Quenthel. Debería hacer que Jeggred lo desgarre apenas regrese.
Pero ella sabía que no podía eliminar al mago o incluso permitir que
se lastimara. No importaba cuanto odiara la situación, Quenthel
sabía que dependía de Pharaun como un recurso.
Pero cuando regresemos a Menzoberranzan...
Su pensamiento inconcluso revoloteó en su cabeza, no tanto
porque no supiera lo que había que hacer con el irritante mago sino
porque no sabía cuando, o si, ella vería su hogar de nuevo.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había
sentido la presencia de Lolth, que se había bañado en la gloria y
favor de la diosa, que se preguntaba si ella recordaba correctamente
lo como se sentía.
¿Regresará alguna vez? ¿Se ha ido?
¡Detente! Se reprendió silenciosamente Quenthel. Si te están
poniendo a prueba, tonta, entonces en este momento tu puntaje no
es alto. Para nada alto. Incluso si ella te mando de vuelta para un
propósito.
Jeggred abrió la puerta y entró, agachándose para evitar la baja
jamba sobre su cabeza.
--Han regresado --gruñó, cerrando la puerta de un golpe tras él.
--¿En donde diablos estuvieron? --preguntó Quenthel,
paseándose todavía.
--Fueron a dar un paseo --contestó el draegloth encogiéndose
de hombros.
Quenthel ojeó la criatura, quien miraba de soslayo a Faeryl. La
embajadora lucía miserable bajo el escrutinio del demonio, y
Quenthel quiso reírse, recordando algunas de las cosas que Triel le
había contado sobre la tortura de la Zauvirr a manos de Jeggred. A
pesar de eso, este no era el momento.
Quenthel dijo:
--¿Están viniendo esos indignos varones o debo enviarte para
que los traigas?
--Estarán aquí en breve --replicó Jeggred, alejándose de Faeryl
para agazaparse en un rincón--. El mago me dijo que él tenía que ver
algo antes de reunirse con nosotros. --Incluso agachado sobre sus
piernas, el draegloth era tan alto como la suma sacerdotisa. Su
blanca melena le caía por detrás mientras se examinaba la garra de
una mano, recogiendo la punta de algo de la superficie con la mano
de sus brazos más pequeños--. Han estado bebiendo --terminó, sin
levantar la mirada.
Quenthel maldijo, atrayendo una mirada de Faeryl, pero no le
importaba a la suma sacerdotisa.
¡De juerga, como muchachitos tontos! Hirvió. Cuando
regresemos, deberían ser puestos a trabajar en los campos de rothé.
Hubo un golpe en la puerta, y Quenthel dejó de pasearse por fin,
plantando sus manos en la cadera mientras Jeggred se levantaba
para atender. Cuando abrió del todo la puerta, Pharaun, Valas y Ryld
entraron. Quenthel se sorprendió de la apariencia severa de los
rostros de los tres varones.
Antes de que nadie tuviera la oportunidad de hablar, Pharaun
signó rápidamente, Alguien nos estuvo vigilando hoy, con magia.
Que nadie diga una palabra hasta que proteja el cuarto.
Con eso, sacó un pequeño espejo y un diminuto cuerno de
cobre y los usó para realizar un hechizo de algún tipo, aunque
Quenthel no podía ver ninguna diferencia visible. No es que la
esperara, pero la idea de que el mago realizara hechizos motu
propio, como todo lo que hacía, la incomodaba.
--La ciudad está por explotar --dijo Pharaun cuando terminó de
conjurar. Tomó asiento en el sillón y evitó mirar directamente a
Quenthel.
Sabe que está a punto de ser castigado, pensó la suma
sacerdotisa.
--¿Qué quieres decir? ¿Quién los ha estado vigilando? ¿Y qué
estaban haciendo allá afuera de todos modos? No les ordené acaso
que descansaran y nos encontráramos aquí antes de la cena?
--En realidad, no lo hizo, Señora --contestó Pharaun mientras los
otros dos encontraron un lugar en donde apoyarse contra la pared
más lejana--. Dijiste que tú ibas a descansar, y nos dijiste
específicamente que te dejáramos sola. Bajo tales circunstancias, vi
que no sería sabio perturbarte con tales trivialidades como un paseo
refrescante.
Quenthel suspiró. Una vez más el mago estaba retorciendo sus
palabras, usándolas para su ventaja.
--Con respecto a quién nos estaba vigilando, no podría decirlo.
Puede que no haya sido nada, tan solo un mago curioso
inspeccionando unos personajes de apariencia inusual y que siguió
con otra cosa. Pero de nuevo, podría haber sido alguien preocupado
específicamente por nosotros. No ví quién nos estaba espiando.
Cuando regresé, saqué mis libros de hechizos y estudié un
encantamiento que detectaría un espionaje aunque no evitaría que
sucediera. Si doy una señal todos deben permanecer en silencio.
Quenthel asintió una vez, bruscamente, sabiendo que el mago
estaba tomando sabias precauciones.
--Muy bien --dijo ella--. ¿Qué descubrieron mientras paseaban
por la ciudad que les hace creer que ésta está por "explotar"?
--Es verdad --dijo Valas en voz baja desde su rincón--. Las razas
inferiores se están alborotando cada vez más. Fuimos testigos de un
ataque hoy.
--¿Y qué? --respondió la suma sacerdotisa--. Ellos disputan
entre ellos todo el tiempo allá en nuestro hogar.
--Si, pero ésta era una pandilla de ellos, agrediendo a una
sacerdotisa --dijo Ryld. Miraba furiosamente, aunque Quenthel no
estaba segura de a quién--. Fueron lo suficientemente atrevidos
como para matarla en frente de todos en una plaza abierta.
--¿Se atreverían? --Era Faeryl, sentada al borde de la cama, con
los ojos rojos brillando de rabia-- ¿Y ustedes no hicieron nada?
--A decir verdad, ella estaba bastante ebria --dijo Pharaun,
reclinándose en el sofá--. Aun así, nos proveyó de la prueba que
necesitábamos. El clero de Ched Nasad sufre los mismos, ah...
desafíos que ustedes, Señora.
Quenthel había cruzado los brazos debajo de su pecho y se
movió para plantarse frente al mago.
--¿No hicieron nada para ayudarla? --preguntó, volviendo su
mirada hacia los otros varones drows, observándolos mientras
miraban hacia otro lado, con algo de culpa en sus rostros.
Pharaun se encogió de hombros y dijo:
--Haber interferido solo hubiera llamado la atención sobre el
hecho de que estábamos en la ciudad, Señora. Si vamos a seguir
investigando, debemos mantener nuestra discreción. Además
--añadió, inclinándose hacia adelante nuevamente--, ella le estaba
rogando a Lolth para que regresara a ella, justo allí en el patio
abierto. Claramente había perdido su determinación y no era, en mi
humilde opinión, apta para servir a la diosa.
--¡En tu...! --estalló Faeryl--. La opinión de un mero varón es
tomada en cuenta como muy poco en la mayoría de los asuntos. ¡En
los asuntos de la hermandad, no se los tiene en cuenta para nada!
Se levantó dando un paso hacia el mago. Con gesto de
Quenthel, Jeggred estuvo instantáneamente entre ellos. La
embajadora se encogió ante el que fuera su torturador.
--Faeryl, mi querida, en esto estás generalmente en lo correcto
--dijo Quenthel con su voz más dulce. Era una que raramente usaba,
pero en esta instancia creía que estaba justificada. Por su parte,
Pharaun la miraba con la boca abierta, lo que la hizo sonreír--. Pero,
mi querida, piensa en ello --continuó la suma sacerdotisa--. En
realidad, el mago tiene razón, aunque debe de haber tropezado con
esta conclusión accidentalmente, ya que su mente parece estar
atontada con brandy. Entiendo tus miedos, pero no debes dejar que
estos devoren tu lógica. Si una sacerdotisa pierde su fe en semejante
espectáculo público, ¿le hace algún bien a la hermandad?
Faeryl negó con la cabeza al tiempo que se alejaba de Jeggred,
regresando a su lugar en la cama.
--No, por supuesto que no --masculló al fin--. Nos avergüenza a
todas con su cobardía.
--Precisamente --dijo Quenthel, asintiendo sabiamente--, y a
pesar de lo tonto que fue de su parte salir a dar vueltas por ahí en
primer lugar, estos tres muchachos zonzos solo habrían causado
más daño a nuestro progreso si hubieran hecho un espectáculo de
ellos mismos también.
--Perdona mi imprudencia, Señora Quenthel --dijo Faeryl, con
tono triste--. He regresado a mi hogar para encontrar a mi ciudad a
punto de explotar, donde los esclavos se atreven a agredir a las
sacerdotisas en pleno mercado. Como tu amas Menzoberranzan, tu
ciudad y tierra natal, así amo yo Ched Nasad y no deseo verla llegar
a este fin. Me excedí en un momento de emoción.
Quenthel descartó la disculpa con un gesto de la mano.
--Es entendible, en estos tiempos de crisis --dijo ella--, pero
debes aprender a controlar esa emoción si vamos a seguir adelante.
--¿Lo tomo entonces, como que crees que todavía hay más por
descubrir? --preguntó Pharaun.
--Tal vez --contestó la suma sacerdotisa, paseándose una vez
más--. Estoy ansiosa por escuchar lo que piensan el resto de
ustedes, antes de tomar mi decisión.
Valas fue el que habló primero.
--Creo que no es seguro permanecer en la ciudad por mucho
tiempo, Señora --dijo el diminuto explorador--. Hemos descubierto lo
que vinimos a averiguar aquí, y pienso que sería prudente regresar a
Menzoberranzan antes de que los amotinamientos llenen las calles y
quedemos atrapados en otra revuelta de esclavos, o algo peor.
--Estoy de acuerdo con Valas --añadió Ryld--. Está claro para mí
que el clero aquí no ha manejado tan bien como ustedes en casa la
desaparición de Lolth. Poco pueden hacer por nosotros.
Quenthel miró a Pharaun, sabiendo que él tendría algo
completamente diferente y poco ortodoxo en mente.
Pharaun se agitó un poco, ojeando a los otros varones antes de
decir:
--Creo que haríamos mejor en investigar un poco más. Valas me
abrió los ojos ante otro posible camino de estudio, una de la que me
gustaría sacar ventaja. Hay otras razas que veneran a la Madre
Oscura además de la drow, y nos convendría descubrir si ellos sufren
su perdida o no.
Quenthel asintió y dijo:
--Una idea interesante pero no una de mucha practicidad. No
somos amados por muchos otros, y dudo que aquellos que adoran a
Lolth impartieran semejante información secreta con nosotros
demasiado libremente. Figúrate como nosotros mismos no hemos
sido muy cercanos incluso con los elfos oscuros de nuestra ciudad
hermana. Sin embargo, como todavía quedan asuntos que considero
no están terminados aquí, no nos iremos enseguida.
--Si, precisamente --replicó Pharaun--. Mientras te ocupas de
todo eso, yo planeo al menos analizar mi teoría. Creo que sé de una
manera de confirmarla mañana.
--Tengo otro trabajo para ti mañana --dijo Quenthel, dándole al
mago una mirada fría--. Faeryl, Jeggred y yo visitaremos los
almacenes de la Garra Negra Mercantil y tomaremos lo que por
derecho le pertenece a la Casa Baenre mientras ustedes tres buscan
un medio de transportarlo de regreso. Pretendo salir de la ciudad con
esos bienes lo más rápido posible. Las caravanas se han retrasado
demasiado en Menzoberranzan, y estamos aquí para asegurarnos
de que se haga el pago.
Pharaun frunció el ceño brevemente, y Quenthel estaba
esperando una discusión, pero el mago meramente se quedó en su
lugar asintiendo nuevamente.

***

Pharaun se sorprendió cuando Quenthel le pidió que se quedara


por un momento después de despedir al resto del grupo, junto con
órdenes específicas a Jeggred de que mantuviera vigilada a Faeryl,
órdenes que hicieron que la embajadora temblara de verdad. El
mago permaneció silenciosamente mientras Quenthel cerraba la
puerta, luego arqueó una ceja cuando ella le preguntó si los hechizos
de detección permanecían todavía.
--Si, de hecho, permanecen --respondió el mago--. La
adivinación debería permanecer en su lugar al menos todo un día.
--Bien --dijo la suma sacerdotisa, asintiendo satisfecha--. Eres
bastante diestro adivinando información, ¿verdad?
Pharaun no pudo evitar sonreír pero se sentó en el sillón
mientras extendía sus manos ingenuamente, preguntándose porqué,
de todos los drows, le haría ella un cumplido.
--Me las arreglo para subsistir --dijo él.
--Quiero que hagas algo por mí --dijo Quenthel, mordiéndose el
labio.
Pharaun inclino la cabeza hacia un lado, sorprendido, por que
no era típico de ella, especialmente en los últimos diez días, hacerle
un cumplido y mucho menos pedirle un favor.
Verdaderamente estamos a un largo trecho de Menzoberranzan,
pensó irónicamente.
Le daría influencia al hechicero si pudiera realizar una auténtica
tarea para ella, pero por supuesto que la primera idea que se le
cruzó por la cabeza fue la posibilidad de que le estuviera jugando
una broma. Encogiéndose de hombros, la animó para que le dijera
más.
Luego de una largo pausa, la suma sacerdotisa dijo:
--Quiero que determines la identidad de alguien.
--¿"Alguien"? --preguntó Pharaun--. Seguramente tienes algo
más con lo que pueda trabajar?
--Si... --contestó Quenthel, mordiéndose el labio de nuevo--,
alguien que estuvo tratando de matarme.
Pharaun se sentó derecho en el sillón, mirando directamente a
la mujer frente a él.
--¿Matarte?
Estaba sorprendido, no por que fuera inconcebible que Quenthel
fuera el blanco de un ataque --meramente ser la Señora de Arach-
Tinilith traía consigo toda una hueste de enemigos-- pero porque ella
había decidido confiarle lo suficiente con esta confidencia y la tarea.
Si es que era eso lo que realmente quería ella. Quizás solo estaba
tratando de ocupar su tiempo, alejándolo de algo más. Montones de
posibilidades revolotearon en su cabeza.
--Alguien allá en Menzoberranzan envió varios demonios tras de
mí --dijo Quenthel--. Los envió directo a la Academia.
Afortunadamente, mi destreza fue suficiente como para rechazar los
ataques, pero me gustaría ponerles fin antes de que regresemos. Es
una pérdida de tiempo de ambas, las que tengo a cargo y de la
magia a la que me he visto forzada a consumir en el esfuerzo.
Pharaun asintió, pensando. Alguien lo suficientemente poderoso
como para doblegar demonios a su voluntad tenía que provenir de
Sorcere, razonó. Ciertamente, muchos magos en la escuela de
magia tenían los recursos, pero ¿cuántos de ellos estaban tan
interesados en eliminar a Quenthel Baenre?
--Me encargaré de ello --dijo el Maestro de Sorcere--. Si puedo
determinar quien envió a los demonios en tu dirección, serás la
primera en saberlo.
--Bien --dijo Quenthel--. No le dirás a nadie de esto, ni siquiera a
los miembros de nuestra expedición.
--Por supuesto que no, Señora --replicó Pharaun--. Este asunto
es entre nosotros dos, y sólo entre nosotros dos.
--Muy bien --dijo la suma sacerdotisa, indicando de que la
reunión había terminado--. Caza a mi enemigo y cuando regresemos
a Menzoberranzan triunfantes, me aseguraré de que seas
debidamente honrado por tu papel. Tu futuro en Tier Breche será tan
brillante como Narbondel.
Pharaun hizo una reverencia profunda a modo de
agradecimiento.
Si con eso quieres decir que brillaré con las llamas de miles de
tus hechizos mortíferos, pensó, entonces ya veremos.
--Espero con ansias los homenajes, Señora Quenthel --dijo el
mago en voz alta, y con eso le abrió la puerta a ella para ir a cenar
con los otros.

***

Gromph se sentaba en su escritorio de hueso, rumiando sobre


su inhabilidad para espiar en la Red Demoníaca donde residía Lolth.
Ninguno de sus hechizos comunes de espionaje habían resultado
exitosos, y se estaba irritando. Estaba considerando formas de darle
vueltas al dilema cuando le llegó un mensaje. Era un simple
murmullo, pero sin embargo Gromph reconoció la voz mágicamente
transmitida de Pharaun Mizzrym.
Llegamos Ched Nasad. Ciudad en caos; madres matronas solo
gobernando de nombre. Investigando nueva posibilidad, más
información próxima comunicación. Quenthel visitar Garra Negra
mañana.
La boca de Gromph se tensó a la mención de su hermana.
Con suerte, no regresará, pensó.
El archimago conocía el hechizo que estaba usando el mago
para comunicarse, y era consciente de que podía susurrarle una
respuestas a su contraparte. Desafortunadamente, no se había
preparado para esto. Pensando rápidamente, susurró unas pocas
órdenes.
--Concéntrate en juntar información para ayudar a nuestra
situación. Mantenme informado de todas las nuevas posibilidades.
Informa éxito en la Garra Negra con próximo... contacto --terminó
Gromph, pero sabía que el hechizo se había desvanecido antes de
que se las arreglara para pronunciar la última palabra. Sacudió su
cabeza, disgustado, pero sabía que el Mizzrym era lo
suficientemente inteligente como para desentrañar lo que quería
decir, a pesar de todo. Aunque si seguiría las instrucciones o no era
un asunto completamente diferente.
El hechicero Baenre se recostó en su silla, contemplando por un
momento, considerando en que condición era más probable que
estuviera el grupo de expedición. Especialmente se preguntaba
cómo se las arreglaba su hermana y si la fatiga de sus propios
ataques, junto con el viaje, no la habían doblegado. Ciertamente
esperaba que sí.
Sospechaba que ella y Pharaun chocaban regularmente. El
hechicero era demasiado independiente, demasiado egocéntrico
como para saber cuándo aplacar a la suma sacerdotisa, y ella había
permanecido demasiado tiempo dentro de la Academia, demasiado
acostumbrada a salirse con la suya, reacia a escuchar consejos, sin
importar cuán razonables fueran.
Esa es mi hermana, pensó el archimago, frunciendo el ceño.
A menudo le parecía a Gromph que sus dos hermanas tomaban
malas decisiones sin otro propósito mas que despreciar a otros.
Incluso si Quenthel sobrevivía el viaje, Gromph pensó que ella bien
podría estar lista para la masacre cuando regresara. Si regresaba. Si
Quenthel llevaba la expedición al desastre en Ched Nasad,
ciertamente sería para la ventaja de Gromph. Podría deshacerse de
ambos su hermana y al petimetre Mizzrym en un solo golpe
encantador. Aunque el destino de Menzoberranzan podía muy bien
apoyarse en sus hombros. ¿Enviarlos juntos había sido la elección
más sabia?
Aun inseguro respecto a su próximo paso a dar sobre sus
propias investigaciones de los dominios de Lolth, pero con una nueva
serie de asuntos que atender, Gromph se levantó de detrás de su
escritorio de hueso y se apresuró a buscar a su hermana.

***

Triel frunció levemente la frente cuando vio entrar a su hermano


en la cámara de audiencias. No eran tiempos para hacer peticiones
públicas, aunque difícilmente su hermano fuera un suplicante común,
ella había esperado evitar cualquier visitación por un tiempo. La
madre matrona se enderezó en el sumamente enorme trono mientras
se acercaba su hermano. El archimago hizo una reverencia y se le
acercó, irritando más a la madre matrona. Le gustaba que todos
mantuvieran un poco la distancia.
Gromph mantuvo su voz baja, inclinándose hasta casi susurrar...
--Triel, tengo noticias.
Triel dudaba de que los guardias afuera, flanqueando las
puertas fueran a escuchar una conversación normal, pero su
hermano no se había convertido en el Archimago de
Menzoberranzan por el descuido. Ella inclinó su cabeza para
escucharlo.
--Dime --dijo ella.
--Quenthel y los demás han llegado a Ched Nasad --dijo el
archimago--. Pharaun Mizzrym reporta que la ciudad está en un
tumulto. Aparentemente, Menzoberranzan no es la única ciudad
afligida con la desaprobación de Lolth.
--¡No sabemos si es desaprobación! --le cortó Triel--. Puede
haber otra explicación.
Gromph inclinó levemente su cabeza a modo de disculpa.
--Afligidos con su ausencia --se corrigió--. Pero las madres
matronas han hecho un mal trabajo para mantener en secreto la
situación.
--¿Cuán malo es?
--Entiendo que pueden surgir problemas... un problema mayor.
Triel suspiró. Por mucho alivio que fuera enterarse de que
Menzoberranzan no estaba siendo aislada a causa de algún tipo de
castigo, las noticias no los acercaba a descubrir por qué la Madre
Oscura había elegido desaparecer.
Triel estaba perdida respecto de qué hacer a continuación.
--¿Dijo lo que planeaban hacer? --le preguntó a su hermano.
--Quenthel parece resuelta a seguir con tus instrucciones para
traer de regreso los bienes desde la Garra Negra --replicó Gromph.
La idea de más provisiones mágicas le levantó el ánimo
ligeramente, pero solo ligeramente.
--Entonces supongo que estarán regresando en unas pocas
semanas --dijo ella--. Realmente no estamos más cerca de una
respuesta de lo que estábamos cuando se fueron. Es solo cuestión
de tiempo antes de que Menzoberranzan se encuentre en las
mismas dificultades que su ciudad hermana.
--Desafortunadamente, puede que estés más en lo cierto de lo
que piensas.
--¿Que otras terribles noticias tienes que reportar?
Si ésta era la manear en que iban a comenzar sus mañanas,
Triel consideró permanecer en Ensoñación hasta la comida del
mediodía una alternativa preferible a en verdad levantarse y lidiar
con los asuntos a mano.
--He recibido informes de que nuestras patrullas están
encontrando muchas más actividades alrededor de los perímetros de
la ciudad.
--¿Qué tipo de actividad?
--Exactamente la que esperarías --dijo Gromph--. Aunque no ha
sucedido nada en realidad, no han surgido escaramuzas, nuestras
patrullas han localizado lo que parecen ser grupos exploradores
examinando nuestra situación. Duergars, gnomos de las
profundidades, e incluso kuo-toans han sido vistos en números
mayores a los normales.
--Lo saben. Se dan cuenta de que las cosas no están bien.
--Quizás. O simplemente podrían estar de paso... viajando hacia
otro lugar, y nosotros simplemente nos hemos vuelto más sensibles a
su presencia.
--Lo dudo --replicó ella--. Esto no puede durar. Tendremos que
enfrentar la situación pronto. Lo trataré en la próxima reunión de
Concilio.
--Por supuesto --dijo Gromph e hizo un movimiento para
retirarse.
Triel le indicó a su hermano que podía retirarse y se dijo a sí
misma que era tiempo de seguir con el día, pero ella continuó
sentada sobre su trono por otro rato después de eso.

***

Quenthel estaba agradecida por contar con Jeggred en su viaje


desde la Llama y la Serpiente hasta el distrito de almacenes. El clima
de la ciudad había empeorado incluso desde el día anterior, y los
drows recibieron más que unas cuantas miradas y empujones
amenazadores al tiempo que circulaban por las calles.
Afortunadamente, el trío no tuvo que viajar muy lejos para llegar a
donde tenían que ir, y la mayor parte del viaje fue hecho levitando.
Faeryl estaba de malhumor, a pesar del hecho de que parecía
más que dispuesta a ayudar a los Menzoberranyres. Quizás todavía
estaba frustrada por la falta de confianza de Quenthel, o tal vez ella
simplemente no podía soportar la presencia de Jeggred. La suma
sacerdotisa no la podía culpar. El draegloth parecía deleitarse tanto
en atormentar a Faeryl, que Quenthel casi sentía lástima por la drow
más joven. Casi.
Quenthel había enviado a los varones a procurarles transporte
para el viaje de regreso a Menzoberranzan. Ella no iba a acarrear
sus propias provisiones en su espalda de nuevo, ya fuera que se las
arreglaran para localizar la reserva de bienes o no, y si lo lograban
necesitarían lagartos de cargas suficientes como para asegurarse
que los materiales llegaran a salvo.
Valas le había advertido a la suma sacerdotisa que cualquiera
que valiera su salario iba a imponer un precio exorbitante, si podía
ser convencido de trabajar, pero a Quenthel no le importaba y se lo
dijo al explorador.
¿Por qué era que con los hombres siempre había que explicar
las cosas con sumo detalle? ¿Por qué no pueden simplemente hacer
lo que se les ordena y conformarse con eso? Pensó Quenthel al
tiempo que se aproximaban a los almacenes de la Garra Negra
desde una calle trasera.
Pharaun era el peor, decidió. Quenthel no dudaba de que el
hechicero estaba realizando sus propias pequeñas tareas, ignorando
por completo sus órdenes de que ayudara a Valas y Ryld. Tenía un
hábito enfurecedor de ignorar sus deseos, y ella tendría que hacer
algo al respecto... cuando regresaran a Menzoberranzan, por
supuesto. Ella necesitaba demasiado de los talentos de él hasta ese
entonces.
--Ahora, recuerda --le advirtió a Faeryl mientras se acercaban a
la oficina del costado del almacén--. Sólo diles lo que te ordené. Si
no estoy contenta con este pequeño encuentro, Jeggred se
asegurará de que no sea un problema en el futuro.
El draegloth estaba caminando detrás de las dos sacerdotisas, y
Faeryl le dio un rápido vistazo por sobre su hombro. Quenthel notó
su leve temblequeo y sonrió para sí misma. Había resultado de
mucha utilidad que Triel le hubiera asignado la chica a Jeggred en
Menzoberranzan. La había hecho tan... dócil.
--Sí, Señora Quenthel --replicó Faeryl--. Entiendo.
Ellos tres estaban en la puerta del almacén, en donde un
contingente de seis guardias de la Casa Zauvirr bloqueaban la
entrada. Faeryl se les arrimó valientemente, aún cuando los varones
abrían la boca ante la visión del enorme draegloth detrás de ella.
--Debemos inspeccionar las reservas --dijo Faeryl en lo que
Quenthel pensó era una voz sorprendentemente imponente--.
Háganse a un lado y déjennos entrar.
El varón que aparentaba ser el líder se las arregló para quitar su
mirada de encima de Jeggred el tiempo suficiente como para mirarla
inquisitivamente.
--No te conozco --dijo él--. ¿Cuáles son tus asuntos aquí?
Faeryl se le acercó, parándose un poco más alto para forzarlo a
que observara su cara fruncida. Tomó la insignia de la Casa que
estaba enganchada en su piwafwi y se la mostró.
--¿Conoces esto, no? --le cortó, sacudiendo la insignia--. Estás
aquí para mantener fuera a la chusma, muchacho estúpido, no para
molestar a una enviada especial de las Madres Matronas Zauvirr y
Melarn.
Quenthel notó con satisfacción que el muchacho tragaba,
visiblemente temblaba mientras se movía apurado a un costado,
permitiéndole el acceso a la puerta a Faeryl. La embajadora entró
con la sacerdotisa y Jeggred justo detrás de ella. Cuando Quenthel
pasó caminando, le sonrió dulcemente a uno de los varones, quien
todavía miraba boquiabierto al draegloth, sus ojos bien abiertos.
Dentro del almacén, el cual parecía haber sido hilado con
telaraña y endurecida hasta convertirla en piedra, Faeryl los guió
hasta el área de una oficina, a través de una enorme puerta, y hacia
una cámara cavernosa que había sido subdividida por muros bajos
en zonas para almacenamiento. Sus pasos hacían eco en el vasto
almacén, Faeryl caminaba a lo largo del suelo de piedra, pasando
apurada fila tras fila de estantes y latas. Quenthel la siguió,
imaginando que la embajadora conocía el camino hacia las hordas
de magia más valiosas.
Quenthel suponía que había una sección asegurada del
almacén, y comenzó a preocuparse. Cualquier magia de valor era
probable que estuviera custodiada.
Debería haber traído al petimetre de Mizzrym con nosotros
después de todo, se reprobó a sí misma.
--¡Señora! --siseó Yngoth, elevándose desde el látigo--.
¡Estamos en peligro!
Quenthel se giró, buscando señales de amenazas, pero no pudo
ver nada.
--¿Qué peligro? --demandó--. ¿Dónde?
--Una fuerza está aquí... drow --respondió Zinda, y las cinco
serpientes se estaban agitando contra su cadera.
--Drow y otras --añadió Zinda.
Alguien se está escondiendo, se dio cuenta la sacerdotisa. ¿Qué
has hecho, niña insolente?
Un segundo más tarde, apareció un pequeño anfitrión drow
desde detrás de un muro bajo, soldados con espadas y ballestas de
mano listas, y un puñado de magos de la Casa, también. Todos ellos
eran de la Casa Zauvirr.
Quenthel reconoció a dos de los elfos oscuros como madres
matronas. Era obvio simplemente por su comportamiento y porte.
Una llevaba la insignia de la Casa Zauvirr, y estaba sonriendo
fríamente. La otra, una drow mas bien regordeta, definitivamente no
estaba sonriendo y de hecho lucía bastante angustiada.
--Por la Madre Oscura --boqueó uno de los varones parado
cerca de Faeryl, levantando su ballestas y apuntándole al demonio.
--Es peligroso --gritó Faeryl, pero varios magos de la Casa ya
estaban actuando, realizando hechizos incluso mientras el draegloth
les saltaba encima, con sus dientes descubiertos y sus garras
desplegadas, listo para hacer trizas a cualquiera. Faeryl dio un paso
involuntario hacia atrás estremeciéndose. Jeggred permaneció
inmóvil, agazapándose como si fuera a saltar nuevamente, gruñendo
furioso, pero sin embargo sin moverse.
--Eso lo detendrá --afirmó uno de los magos.
Quenthel jadeó de sorpresa, mirando de atrás para adelante a
Jeggred y Faeryl.
--Sí, Quenthel --le gritó Faeryl--. Ha sido inutilizado. No puede
sacarte de ésta.
Quenthel fijó su miraba en Faeryl mientras los soldados se
desplegaban, moviéndose para rodearla pero quedándose bien
atrás. Muchos de los varones le apuntaban con las ballestas, y los
magos y sacerdotisas parecían listos para invocar diversos hechizos,
por si la Señora de la Academia decidía escapar o atacar. Las
serpientes del látigo de Quenthel agitadas, abalanzándose sobre
cualquiera que quisiera acercárseles demasiado.
--Tú, pequeña cachorra de drow --le gruñó Quenthel, temblando
de furia al tiempo que miraba a Faeryl, quien solo sonreía
dulcemente a cambio--. Todo ese tiempo siendo tan abocada y todo
era una mentira. Sabía que estabas siendo demasiado complaciente.
Debería haber dejado que Jeggred se saliera con la suya allá en el
desierto. Veré que te despellejen por esto.
--Eso resultará ser difícil, Señora Quenthel --dijo Faeryl,
poniéndole todo el sarcasmo que le era posible a su tono cuando se
refería a los honoríficos--. Si piensas un momento es la situación,
verás, estoy segura, de que estás dominada. En verdad sería mucho
más prudente si renunciaras a este tonto empate.
Quenthel pestañeó, pesando las palabras de la embajadora.
Finalmente y de forma reticente, se dio cuenta de que estaba
dominada y asintió.
--Excelente, Señora --dijo Faeryl--. Ahora, creo que sería una
sabia idea si bajaras tus brazos y depositaras todas esas baratijas
que sé que llevas encima.
La mirada de Quenthel se profundizó pero depositó
cuidadosamente el látigo a sus pies.
--Vamos Quenthel --la amonestó Faeryl--. He estado viajando
contigo por varias semanas hasta ahora. Sé sobre el anillo y la vara y
todas las otras cosas. No lo hagas más difícil.
Suspirando, Quenthel comenzó a remover los diferentes
artefactos, y cuando Faeryl pareció satisfecha de que la suma
sacerdotisa no siguiera siendo una amenaza significante, le ordenó
que se alejara de la pila de bienes. Mientras los otros se arrimaban y
recogían las posesiones de Quenthel, Faeryl se acercó Quenthel,
sonriendo nuevamente.
--Lamento que tuviera que ser así, Quenthel --dijo ella--, pero
estoy segura de que entiendes.
Quenthel, quien había recuperado algo de su compostura, le
devolvió la sonrisa.
--Oh, lo entiendo bastante, Embajadora. Mi hermana estará
sumamente desilusionada cuando se entere de lo que has hecho,
pero no me preocuparía demasiado por eso. Aunque es una
vergüenza... si hay algo que Triel extrañará más que a su hermana,
deberá ser su amado hijo.
Faeryl no dejó que su sonrisa vacilara, pero Quenthel pensó que
tal vez la embajadora había tragado un poquito nerviosa ante el
pensamiento de la Madre Matrona de la Casa Baenre enterándose
de que su draegloth hubiera sido destruido.
Faeryl se encogió y dijo:
--Eso es preocupación para otro momento, Señora. Ahora, si
fueras tan amable como para acompañarme, te presentaré a la
Madre Matrona Drisinil Melarn y a mi propia madre, Señora Ssipriina
Zauvirr. Ellas están de lo más interesadas en escuchar más sobre
como planeaste robar nuestras provisiones y llevarlas de vuelta a
Menzoberranzan contigo.
--Esos bienes pertenecen a Menzoberranzan. Son nuestros por
derecho --dijo Quenthel, furiosa otra vez. Al fondo de su mente, una
parte de ella se dijo a si misma que realmente necesitaba aprender a
controlar mejor su furia, pero no quiso escucharla.
Faeryl se rió cínicamente.
--Realmente no pensaste que iba a dejarte robar mi Casa,
verdad? --dijo ella--. ¿De mi ciudad? ¡Estás loca! --Respirando para
calmarse, la embajadora continuó, goteando el hielo de su voz--.
Mira a tu alrededor, Señora Baenre. Esto es lo que queda de tus
valiosas reservas de bienes.
Por primera vez, Quenthel se dio cuenta de que las filas y filas
de estantes y contenedores estaban mayormente vacíos. No había
nada que tomar allí. Había sido completamente engañada, quizás
desde el comienzo del viaje, tomada por la tonta que era. La traición
no fue esperada, y Quenthel supo que si los roles hubieran sido
invertidos, la Casa Baenre habría llevado la situación a la misma
conclusión. Lo que le dolía era que quien fuera el tonto Baenre que
hubiera sido el responsable de la logística del trato nunca se hubiera
molestado en poner suficientes tropas leales a la Casa para
asegurarse de que nada de esto sucediera jamás. Quenthel
sospechaba que cualquier fuerza leal que hubiera estado aquí fue
rodeada y ejecutada cuando comenzó la crisis. El hecho de que no
hubiera nadie allí era un testamento a eso.
--¿Qué has hecho con los bienes? --le demandó Quenthel, mitad
interesada en la respuesta y mitad buscando algo de tiempo para
poder evaluar mejor la situación.
Aunque había un número de tropas drow allí, todavía había una
posibilidad de que pudiera escapar... pero eso requeriría dejar a
Jeggred atrás.
Faeryl rió.
--Oh, no te preocupes. Garra Negra hizo una buena ganancia
recientemente. Las reservas han sido puestas a un mejor servicio del
que tu pretendías, Señora.
La burla en el tono de la chica era inconfundible.
--Es suficiente, Faeryl --dijo Ssipriina Zauvirr, dando unos
cuantos pasos hacia adelante--. No hay necesidad de arruinar la
sorpresa que tenemos preparada para nuestra invitada.
Mientras Faeryl inclinaba ligeramente su cabeza en deferencia a
su madre, ella suavizó su pétreo rostro, pero Quenthel sabía que
detrás de la fachada, la hija Zauvirr estaba encantada de haberla
frustrado.
La Madre Matrona Melarn también se adelantó --o mas bien, dos
drows fuertemente armados se adelantaron escoltándola entre medio
de ellos--. Todavía fruncía el ceño profundamente, pero no dijo nada.
Ssipriina Zauvirr hizo la mitad del camino a Quenthel y se
detuvo.
--Cuando mi hijo se las arregló para tomar contacto en privado
con Faeryl y ella pudo contarnos lo que estabas planeando, por
supuesto que no perdimos tiempo en prepararte la bienvenida. Tengo
que decir que estoy más que sorprendida de que realmente
esperaras robar el almacén y salir de de la ciudad llena de bienes
bajo nuestras narices, sin que lo notáramos, pero eso no tiene
trascendencia. Como indicó mi hija, la Casa Zauvirr le ha dado un
mejor uso.
Quenthel pestañeó confundida.
--¿La Casa Zauvirr? --preguntó ella--. Ustedes son meramente
las cuidadoras. Esta compañía pertenece a las Casas Melarn y
Baenre. --La suma sacerdotisa se dirigió a la otra madre matrona y
dijo:-- ¿Estás permitiendo esto? ¿Estás contenta de dejar que estas
engañosas, clases bajas mercantes tomen las decisiones de tus
inversiones? Eres mucho más confiada que yo.
Drisinil Melarn no dijo una palabra, aunque hizo una mueca
levemente cuando Quenthel le habló, Ssipriina Zauvirr se rió, un
sonido amargo y rápido.
--Oh, está lejos de estar contenta, Quenthel Baenre, pero no
tiene opción en este asunto.
Quenthel se dio cuenta por que la Madre Matrona parecía tan
infeliz. Los dos drows que la flanqueaban no eran escoltas sino
guardias.
--¿Te atreverías? --preguntó Quenthel--. Le has puesto las
manos encima a la madre matrona de una alta Casa de tu propia
ciudad y esperas salirte con la tuya? ¿Cómo puedes esperar
sobrevivir, cuando... cuando...
La suma sacerdotisa cerró de golpe la boca, reacia a terminar el
pensamiento.
Cuando Lolth no te concederá hechizos.
--Oh, no te preocupes --dijo Ssipriina, sonriendo más
profundamente que antes--. Con los fondos de dinero que he hecho
vendiendo tus objetos de valor, me he asegurado que la Casa Zauvirr
no se arrodille nunca más ante las de su tipo.
Sus ojos brillaban rojos mientras terminaba, y Quenthel vio puro
odio ardiendo en ellos.
--Capitán Xornbane, ¿si es tan amable? --llamó Ssipriina.
Alrededor de los drows reunidos, saliendo de la nada, una horda de
enanos grises se paraban en un enorme círculo, blandiendo hachas
de aspecto horroroso y pesadas ballestas.
Claramente, habían estado parados allí por un tiempo pero de
forma invisible. Los duergars lucían confiados, listos para cualquier
cosa.
Quenthel sintió que tenía el estómago en la boca, pero antes de
que pudiera hacer algo sintió que una fuerza invisible la sujetaba y la
inmovilizaba. No podía mover un músculo y vio que Drisinil Melarn
estaba en la misma condición.
--¿Las matamos ahora? --preguntó uno de los duergars,
adelantándose.

_____ 7 _____

Es una fortuna que Valas haya estado aquí antes y conozca la


disposición de la tierra, pensó Ryld mientras se abría camino a
empujones a través de la muchedumbre detrás de su compañero.
Las calles estaban más atestadas que el día anterior, si eso era
posible, y el guerrero estaba seguro de que hubieran hecho un
progreso más lento si hubieran estado negociando en las red de
calles sin una pista de adonde ir para el tipo apropiado de
información o el tipo de gente apropiada.
Ryld y Valas habían partido prontamente temprano a la mañana
después de la comida, el explorador guiando al drow más corpulento
a los vecindarios más bajos de la Ciudad de las Telarañas Trémulas.
Con las órdenes de Quenthel de encontrar a alguien, cualquiera, que
tuviera provisiones, equipo, y cuerpos disponibles que les sirvieran
en el viaje de regreso a Menzoberranzan. Ryld todavía dudaba de la
probabilidad de que la sacerdotisa adquiriera algo que valiera la pena
en los almacenes de la Garra Negra, pero él no iba a evadir a la
Señora de Arach-Tinilith. Ya había visto la insensatez de ello con
Pharaun. O mas bien, había visto las dificultades. Pharaun parecía
zafar con sus pequeños comentarios insidiosos más y más
frecuentemente, y el mago se dio cuenta también de que el mago
había comenzado a seguir su propia agenda más consistente mente.
Ryld pasó a los empujones al lado de un grupo de ilítas --¡ilítas!
Cinco de ellos estaban parados en la esquina de una calle, y ninguno
les prestaba atención-- y él siguió al explorador a una taberna de
aspecto particularmente miserable.
Ryld no podía sacarse a Pharaun de la mente. El mago parecía
convencer a cualquiera a su alrededor, y cuando eso no funcionaba,
buscaba la forma de hacer lo que él quería de todas formas y daba
las explicaciones después. El guerrero se preguntaba cuantas veces
su viejo amigo le había hecho lo mismo a él para obtener lo que
quería.
Valas se abría camino a codazos a través de la multitud del bar,
encaminándose al fondo del lugar. Siempre parecía ser que era en
las mesas del fondo donde se manejaba la información, y no era una
excepción en esta taberna. Ryld tomó la posición de cubrirle la
espalda a su compañero mientras Valas se sentaba al frente de un
drow de apariencia arisca cuyo piwafwi estaba deshilachado y sucio.
El drow no era noble definitivamente, aunque Ryld nunca podría
decirlo con seguridad. Al haber crecido en las calles de
Menzoberranzan, el maestro de armas sabía tan bien como
cualquiera lo que era nacer como plebeyo.
Un tablero de sava descansaba sobre la mesa, y un juego
estaba en marcha. Ryld podía ver que quien fuera que hubiera
estado sentado frente a este drow se había colocado en una mala
posición y había partido antes de la inevitable conclusión. Se
encontró queriendo sentarse y empujar una pieza o dos tratando de
romper el final del juego, pero se forzó a si mismo a darse vuelta,
buscando en la multitud signos de problemas.
--Estamos buscando lagartos de carga --comenzó Valas,
poniendo unas monedas de oro en la mesa al tiempo que se estiraba
y hacía un movimiento en el tablero de sava--, algunas provisiones, y
una par de espadas que pueda custodiar todo lo de arriba.
El drow serpenteó una mano de debajo de su desmenuzado
piwafwi y guardó las monedas antes de que Valas hubiera
completado su movimiento, uno que no le ayudaba mucho en su
posición, notó Ryld.
Mejor dejarle seguir ganando al tipo, supuso el maestro de
armas.
--Tú y casi todo el resto de la ciudad --rió entre dientes el drow,
mostrando fugazmente una torcida sonrisa que revelaba que le
faltaban varios dientes--. Ese tipo de cosas requiere más oro del que
ustedes dos puedan tener --añadió, dándole a Valas y Ryld una
mirada apreciativa.
--No te preocupes por las monedas --replicó el explorador
mientras Ryld regresaba su atención al cuarto--. Tan solo indícanos
la dirección correcta.
--Bien, entonces --dijo el informante--. Conozco un enano gris
que aun podría tener unos pocos lagartos de carga disponibles --por
el precio adecuado, te advierto-- que les serviría lo suficiente. ¿Que
tal si le compran una ronda de tragos a alguien que los podría llevar
hasta él?
Ryld frunció sus labios en consternación. Había esperado que
este fuera un asunto rápido, pero por supuesto que no lo era.
El drow se levantó de la mesa, le palmeó el hombro a Ryld, y
dijo:
--Bueno, tu sí que eres uno saludable, ¿no? --antes de entrar a
los empujones en la multitud. Ryld miró hacia abajo a Valas, quien
parecía estudiar el tablero de sava. El explorador no hizo ningún
movimiento para llamarle la atención al muchacho que atendía.
--¿Vas a ordenarle esos tragos, o lo hago yo? --le preguntó el
maestro de armas a su compañero.
--No te preocupes por eso --contestó Valas, mirando hacia
arriba--. Cuando el canalla vuelva, le diré que no pude atraer la
atención de nadie en un lugar tan atestado.
Ryld asintió y se volvió a esperar.
No pasó mucho hasta que el mugriento drow regresara, y no
traía uno sino cuatro enormes semiogros de compañía. Los ojos de
Ryld se entrecerraron ante la vista de ellos abriéndose paso entre la
multitud de manera poco gentil.
--Puede que tengamos problemas --le masculló a Valas, quien
torció el cuello para espiar a través del guerrero.
--Déjame salir --le insistió Valas, empujándolo a Ryld lo
suficiente como para levantarse de la mesa.
El explorador permaneció al lado del guerrero, y Ryld notó que
Valas tenía sus kukris a mano, aunque las mantenía abajo a su
costado donde no podían ser vistas fácilmente.
--Estos son los tipos de los que te hablaba --le dijo el drow
informante al más grandote de los mitad-ogros.
--Estos son los que tienen un montón de monedas.
Ryld gruñó internamente mientras el semiogro, quien le llevaba
una buena cabeza a los drows, sonreía ominosamente.
--Justo estamos por ir a buscar una ronda de bebidas, como
sugeriste --dijo Valas, haciendo como fuera a pasar por entre el
semiogro que les estaba bloqueando el paso--. Creo que
necesitaremos unos tragos extras. Ryld ¿por qué no me ayudas a
traerlos? Luego hablaremos de negocios con los muchachos.
--Yo tengo una mejor idea --dijo el semiogro, su voz profunda y
cavernosa. ¿Por que no se sientan y nos cuentan cuanto oro
realmente tienen? Luego decidiremos si se pueden ir o no.
--No creo que esa sea tan buena idea --dijo Valas, su voz fría
como acero--. Simplemente llevaremos nuestros asuntos a otro lado.
--Supongo que el semiogro es lo suficientemente estúpido --le
dijo Ryld al explorador--, como para pensar que solo porque Lolth se
ha aquietado nos hemos olvidado de como pelear.
El semiogro sonrió y dijo:
--Ese es un muy buen chiste, elfo oscuro.
Y luego la criatura arremetió.

***

Al final, era la aproximación más directa, decidió Pharaun, que le


garantizaría la entrada a una de las instituciones de hechicería.
Sabía muy bien de su conocimiento por trabajar en las defensas de
Sorcere que la mayoría de las formas de disimulo sería detectadas
probablemente, sin importar cuan cuidadoso fuera. Era la naturaleza
de los magos ser desconfiados de otros magos, y había descubierto
eso con un puñado de diferentes academias, escuelas, y
organizaciones de investigaciones elegidas en Ched Nasad, los
lanzadores de hechizos eran incluso más cautelosos unos de otros.
Aparentemente, la competencia entre las asociaciones por
atraer nuevos talentos dentro de sus salones era feroz, y el prestigio
se ganaba por el éxito del reclutamiento máximo. Fieles a la
naturaleza drow, las sociedades no estaban por encima de utilizar
ningún método, fuera violento y clandestino, para cambiar el
equilibrio de poder. ¿Qué mejor manera de entrar, razonó Pharaun,
que plantear la perspectiva de un nuevo miembro? Todo lo que
requería era quitarse la insignia de su Casa y pedir a la entrada una
oportunidad de hablar con alguien que le pudiera dar un tour
explicándole las comodidades y responsabilidades y así. Fácilmente
se podía hacer pasar por un hechicero díscolo en busca de un hogar
sin revelar su verdadero nivel de experiencia o los medios por los
que lo había adquirido.
El primer lugar que visitó Pharaun fueron los imponentes
salones de los Discípulos de Phelthong, manejado por el mismísimo
Archimago de Ched Nasad, Ildibane Nasadra.
Pharaun dilucidó que siendo la más grande y mejor dotada de
las varias escuelas, tendría lo que buscaba. Sin embargo, fue
cuidadoso al explicarle al oficial menor que fue enviado a escoltarlo
que su interés, su área de especialidad, yacía en el estudio de
criaturas. Sería lo óptimo para su comodidad tener una vasta
colección de bestias a mano si realmente quería sentirse como en
casa.
Cuando descubrió que los Discípulos no mantenían semejante
zoológico, declinó educadamente hacer el tour.
El segundo lugar que eligió Pharaun para investigar fue el
conocido como Conservatorio Arcanista. No era ni la más
impresionante de lejos, pero la escogió del montón. El drow que salió
a su encuentro después de que le hubiera aclarado sus intenciones a
los centinelas al frente del edificio era un encantador llamado
Kraszmyl Claddath de la Casa Claddath, un tipo bajo,
sorprendentemente fornido con un cabello levemente amarillento y
malos dientes.
Pharaun simuló tener habilidades de naturaleza mediocre
mientras se presentaba, y Kraszmyl pareció genuinamente
encantado de acompañar a su invitado a los locales.
--Dime, Maestro Claddath, ¿mantiene el conservatorio una
colección o especímenes vivos en el lugar?
--Bueno, si se refiere a la mejor colección de bestias de ambos
mundos el de la Superficie y de la Antípoda Oscura, alojados y
cuidados apropiadamente, entonces sí.
--Oh, ¡qué encantador! --Pharaun no tuvo que disimular su
entusiasmo--. Este parece ser el lugar indicado para mí.
--Dime, Maestro Pharaun, ¿cuál es su especialización particular
con esta área de estudio?
--Bueno, mi último encargo fue de un comerciante que quería
que estudiara varios efectos de crianza en el ganado de rothé
--mintió el mago--, pero tengo un interés especial en un nuevo
campo. Estoy de lo más intrigado por aprender sobre los chitines y
choldriths.
--¿En verdad? --Kraszmyl parecía perplejo ante esa idea
mientras guiaba a Pharaun hacia los confines más profundos del
conservatorio--. ¿Por qué en el mundo encontraría uno algo de
interés en criaturas tan básicas?
--Oh, ¡son tremendamente fascinantes! --borboteó Pharaun--.
Mientras que nosotros los vemos como poco más que simplemente
presas para la cacería por deporte, ellos en verdad tienen un
enfoque de la cultura y religión única que en muchos aspectos se
asemeja a la nuestra.
--Oh, ya veo --dijo el Maestro Claddath secamente--. Espero que
no sea uno de esos extraños cretinos que piensan que deberíamos
dejar de cazarlos.
Pharaun se rió.
--Ciertamente no --dijo él--, pero imagine las posibilidades si los
pudiera convertir en un verdadero desafío.
--Sí, puedo ver el valor de ello. Bueno, aquí estamos --dijo el
guía, acomodándolo a Pharaun en un ala del lugar que contenía
incontables jaulas, celdas y corrales.
Pharaun nunca había visto semejante colección de especies
antes, y estaba más que impresionado.
--¡Es espectacular! --dijo.
--Sí, lo es Maestro Pharaun, pero he concluido por su reacción
que nunca ha visto nada parecido antes. Ahora, ¿por qué no me dice
la verdadera razón de su visita a nuestro pequeño conservatorio
hoy?
Pharaun metió una mano cuidadosamente en uno de los
bolsillos de su piwafwi, y sacó un fragmento de vidrio, se dio vuelta
para mirar al otro hechicero, quien estaba escudado por un número
de protecciones. Sostenía una varita en su mano que apuntaba al
mago visitante, y Pharaun sabía que el drow ya la había usado.
Algún tipo de encantamiento mágico, adivinó. Tratando de hacer que
aclare las cosas con un encantamiento.
--¿Es ésta la manera en que le dan la bienvenida a los posibles
nuevos miembros? --preguntó Pharaun sonriendo.
Kraszmyl pareció levemente sorprendido, luego hizo la varita a
un lado.
--No, solo a aquellos hechiceros que aparecen salidos de la
nada, afirmando querer unirse a nuestros rangos.
El otro mago sacó una segunda varita y le apuntó a Pharaun.
--Especialmente a aquellos lo suficientemente tontos como para
afirmar...
Las palabras de Kraszmyl Claddath quedaron pendiendo en el
aire, sin terminar, mientras se transformaba en vidrio. Por supuesto,
su piwafwi, su varita y varias de las baratijas que adornaban su
cuerpo quedaron intactas, pero la carne en sí, era puro cristal claro.
Suspirando de satisfacción, Pharaun guardó el fragmento de
vidrio en su bolsillo.
--Si no hubieras estado tan ocupado explicando mi necedad, tal
vez habrías escuchado las palabras de mi hechizo --le dijo a la figura
inerte, acercándosele.
Al estar hecho de vidrio, el drow bajito y corpulento era pesado.
Aunque Pharaun perseveró hasta que colocó al transformado elfo
oscuro en la posición exacta.
--Ahora, veamos si podemos encontrar lo que estamos
buscando.
El Maestro de Sorcere sintió la necesidad de apurarse, ya que
dudaba de que la colección de bestias permaneciera desatendida por
mucho tiempo. Requeriría muchos estudiantes de primer año
alimentar y limpiar todas los especímenes encerrados.
Moviéndose a través de los pasillo de jaulas, miraba alrededor,
tratando de encontrar lo que necesitaba. Incluso en su apuro, estaba
realmente impresionado con la colección que tenía frente a él. Avistó
unas jaulas mas bien grandes al fondo, pero no tenía tiempo de
satisfacer su curiosidad.
Una lástima, pensó, rodeando una esquina y siguiendo con su
búsqueda. Me gustaría pasar unas semanas aquí. Finalmente,
después de varias hileras, se topó con el objeto de sus deseos.
Sentada hoscamente con sus cuatro brazos atados con una especie
de sedal de resina, una solitaria choldrith lo miraba con unos ojos
blancos plateados de humanoide.
Él se acuclilló para examinarla.
Ella tenía una piel gris carbón y estaba completamente pelada.
Un grupo de diminutas mandíbulas, tan pequeñas que Pharaun
dudaba de que funcionaran, flanqueaban su boca humanoide. Sus
orejas sobresalían por encima de su cabeza, similar a las de un drow
pero más pronunciadas aun. Pharaun pensó que se asemejaban
vagamente a cuernitos. De lo poco que sabía de esta especie,
comprendió la necesidad del sedal, para prevenir que la criatura
realizara hechizos y se liberara.
--Tengo una propuesta para ti --le dijo en la lengua común de la
Antípoda Oscura. La choldrith lo miró sin decir nada--. Sé que
puedes entenderme lo suficiente, pero por si acaso... --buscó en sus
bolsillos unos cuantos elementos-- es bueno que haya venido
preparado, ¿eh?
Sacó un pequeño zigurat de arcilla y una pizca de hollín.
Rápidamente Pharaun entretejió un par de hechizos, uno para hablar
el idioma de ella y el otro para entenderlo, luego lo intentó de nuevo.
--Si contestas mis preguntas, te liberaré --le dijo.
Sus ojos se agrandaron con esperanza, pero luego se
entrecerraron con sospecha.
--Tu mientes --le dijo en un lenguaje extraño y castañeteante,
como el sonido de una araña--. Todos los drows nos mienten.
--Quizás eso sea cierto la mayor parte del tiempo, pero esta vez,
no. No gano nada al mantenerte aquí y gano mucho si consigo
algunas respuestas.
Sólo cuando volvió a mirarlo a Pharaun le preguntó:
--¿Qué tienes que perder? Estás atrapada en una jaula en una
ciudad drow, y tus manos están encerradas en una resina para evitar
que invoques a la Madre Oscura. Excepto que eso no importa, por
que ella también, te ha abandonado, verdad?
Los ojos de la choldrith se abrieron nuevamente, y Pharaun
supo que era cierto.
--¿Sabes lo de la diosa? --preguntó la criatura.
--Si y estoy tratando de averiguar a donde se ha ido. --El mago
no estaba seguro, pero creía haber detectado lo que podría haber
pasado por una sonrisa en la cara del miserable ser.
--Entonces no los ama más a los elfos oscuros --dijo ella,
aparentemente para sí misma. Ella no ha abandonado a la gente
araña en favor vuestro.
--No, parecería que su ausencia se ha esparcido
generosamente sobre todos sus adoradores --respondió Pharaun--.
Lo que estoy tratando de averiguar ahora es ¿por qué?
--La Madre Oscura teje sus propias telarañas. La Madre Oscura
se aísla lejos, pero regresará.
--¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué te dice eso?
--No te diré más, asesino de la gente araña. Me liberes o no, he
contestado tu pregunta.
--Lo has hecho --reconoció Pharaun--, y te dejaré salir de la
jaula, ahora como encuentres tu camino regreso a casa depende de
ti.
El mago abrió la puerta de la jaula y retrocedió unos pasos. La
choldrith se acercó hoscamente hacia la apertura, observándolo a
Pharaun, esperando algún truco obviamente. Él le indicó la salida,
con las palmas abiertas y arriba, y retrocedió otro paso. La criatura
salió disparada como un rayo de la jaula y estaba a mitad camino
cuando el mago se dio cuenta de que se estaba riendo. Se preguntó
como haría ella para sacarse la resina de las manos, pero eso ya no
era su preocupación.
--Ahora que sé, es hora de irse --se dijo en voz alta--. Pero
primero, no puedo resistir echar una ojeada... --y se dio vuelta para
caminar hacia las enormes jaulas que había visto anteriormente.
Muchas de las celdas más grandes estaban vacias. Las que
estaban ocupadas fueron las que hicieron que Pharaun boqueara.
Una criatura que no se parecía a nada que hubiera visto nunca
flotaba en una de las cámaras selladas mágicamente, algo horrible y
fascinante al mismo tiempo. Su cuerpo era gris y suave, como la
materia cerebral de las criaturas que Pharaun había disecado en sus
días más jóvenes, con múltiples tentáculos colgándole desde abajo.
Un pico de algún tipo sobresalía desde la frente de la criatura, peor el
mago no podía ver ningunos ojos discernibles.
Se cernía en la prisión con sus tentáculos colgando flojamente.
Pharaun lo miró fijamente por un momento y luego siguió. La
siguiente criatura con la que se encontró le era muy familiar al mago.
El tirano del ojo era un pequeño espécimen, de no más de sesenta
centímetros de diámetro. Un adolescente, conjeturó él. Los ojos de la
criatura estaban todos blancos lechosos y con cicatrices,
efectivamente cegado e incapacitado. Aun así, observando a la
criatura, Pharaun tuvo una pequeña sensación de temor.
Desde el otro lado de la gran cámara, hubo un grito, seguido de
cerca por un gran estrépito y el sonido de vidrio rompiéndose. El
mago sonrió. Ese debe ser el Maestro Claddath avisándome de que
viene gente. Gracias por el tour, Kraszmyl.
El mago se preguntó que tipo de alarmas mágicas estaría
activando él, mientras creaba una de sus puertas azules
extradimensionales y la traspasaba hacia el exterior del
Conservatorio Arcanista.
No importa, pensó, dejando que el pasaje mágico se
desvaneciera mientras flotaba entre dos niveles de la red de calles,
cerca de un muro de la gran caverna. Ellos simplemente pensarán
que mi presencia fue un ataque de una institución rival. Si a alguien
se le ocurre preguntarle a los centinelas, seré famoso.
Con eso, Pharaun se impulsó hacia la calle de abajo y comenzó
a caminar de regreso a la Serpiente y la Llama. Habría considerado
que el paseo de vuelta a la posada era placentero de no haber sido
que las calles estaban tan ajetreadas. A lo largo de todo el camino,
captó partes de conversaciones que se centraban principalmente en
el creciente descontento de los ciudadanos, la inminencia de un
ataque más allá de las puertas de entrada de seguro de ejércitos
diabólicos, y la convicción de que Lolth había abandonado la ciudad
a su suerte. Más de una vez presenció el comienzo de una pelea,
pero cada vez que veía que aumentaban los problemas, sabiamente
tomaba un camino diferente, levitando frecuentemente fuera hacia
arriba o abajo a un nivel distinto para evitar el alboroto.
--Pharaun --le llamó una voz mientras se abría camino a través
de una callejuela llena de negocios de queso, deseando que los
olores fueron un poco menos... bueno, rancios.
Sorprendido y quizás un poco enervado al ser llamado, metió
sus manos en su piwafwi, contemplando que tipo de hechizo podría
usar para salirse del problema.
El mago se dio vuelta para encontrarse observando a una
hermosa mujer drow, su plateado cabello blanco en lustrosos bucles
hasta los hombros. Ella le arqueó una ceja alta y le sonrió, y él sintió
como si la conociera. Su vestido era un poco inusual, y carecía de
cualquier tipo de insignia identificadora. Lo más significativo de todo
eran las auras de magia que irradiaba, y supo que ella no estaba
revelando todo.
--Perdón pero... ¿te conozco? --preguntó Pharaun.
En respuesta, ella meramente le guiñó un ojo y le indicó con un
dedo que la siguiera. Preguntándose en que juego peligroso se podía
ver envuelto pero deseando un poco de diversión, el mago se volvió
y la siguió.
La mujer lo guió a lo largo de unas pocas calles, mayormente
traseras, y arriba a un número de secciones, hasta que se
encontraron en un área residencial. La drow se refugió en una
pequeña morada y luego se volvió y lo miró expectante.
Pharaun vaciló en la puerta, mirando alrededor de las calles
buscando cualquier signo que le diera una pista.
--Vamos --le dijo su compañera, agachando su cabeza--. Ven
adentro.
--¿Por qué querría hacerlo? --preguntó el mago--. Obviamente te
has envuelto en un tipo de magia turbia, por lo que tus esfuerzos por
engañarme han tenido éxito parcialmente. Creo que mi bienestar y
yo nos quedaremos aquí afuera, gracias de todos modos.
Ella simplemente sonrió, y ante sus ojos el aura envolvente
desapareció al tiempo que su pelo pasaba de claro a oscuro, y su
piel de ébano se transformaba al color más puro de alabastro. La
ropa con la que se había vestido se trasformó también en un corset
de cuero negro.
Pharaun le sonrió.
--Hola, Aliisza --dijo él.
--Ahora entra, así podemos hablar --dijo la diablesa alu,
indicándole al mago que la siguiera y desapareciendo dentro.
El interior de la casa era pequeña, aunque arreglada, pero tenía
la apariencia de que hubieran vívido allí por mucho tiempo. Todo el
lugar brillaba con un suave matiz violeta, suficiente para iluminar un
sillón usado, y una mesita en el cuarto del frente.
--Me atrevería a decir que este lugar no es tuyo --le preguntó al
tiempo que observaba a Aliisza caminar furtivamente por el suelo y
acomodarse provocativamente sobre el sillón.
--No, solo lo estoy tomando prestado por un rato --dijo la
diablesa, reclinándose y apoyando una pierna arriba. No estaré aquí
tanto tiempo. Desafortunadamente, una casa, a diferencia de
cualquier otra cosa en esta ciudad, es una mala inversión en este
momento. Dudo de que pueda encontrar un comprador, incluso si me
perteneciera realmente.
Pharaun hizo una mueca irónica mientras se acomodaba en una
silla en el cuarto frente a la mujer alada.
--Entonces, has notado el inestable mercado, verdad?
--replicó--. Una lástima, pero no es de tu incumbencia ya que no es
tu lugar. ¿Dónde están los dueños en este momento?
La diablesa alu sonrió nuevamente, pero sus verdes ojos
chispearon peligrosamente al responder.
--Oh, no creo que regresen. Tenemos el lugar para nosotros
solos, sabes.
Se dio vuelta sobre su estómago y apoyándose sobre los codos
dejó que sus pies se balancearan indolentemente en el aire encima
de sus muslos.
--Bien, entonces, esto suena prometedor --dijo Pharaun,
ensanchando su sonrisa mientras se inclinaba hacia adelante--. Pero
una chica inteligente como tu debe tener cosas que hacer, lugares a
donde ir, Kaanyr Vhoks que ver.
Aliisza hizo una cara.
--Vamos, mago. No me vas a suplicar algo de honor o alguna
otra tontería, ¿verdad? Kaanyr está muy lejos.
--No es por el Entronado por el que me preocupo, adorable
criatura. Es por mí. Mi madre siempre me dijo que no me involucrara
con chicas malas, especialmente con las que tenían alas. Yo soy tan
solo un mago vagabundo lejos de casa. Tu podrías aprovecharte de
mí.
La diablesa alu se rió tontamente.
--Al contrario de lo que podría haberte dicho tu madre, nosotras
las "chicas malas" no siempre estamos buscando llevarte a casa al
Abismo con nosotras. A veces, solo nos gusta la apariencia de un
tipo.
Pharaun se miró las manos mientras decía:
--Seguro. Y tu quieres algo de diversión, ¿cierto? Me encantaría
quedarme y hacerte compañía, pero realmente necesito...
--Pharaun, ya sé lo que está pasando --dijo Aliisza en tono
serio--. Tu Reina Araña se ha desvanecido sin un rastro, dejándolas
sin un retazo de magia a las damas, y te viniste desde
Menzoberranzan para averiguar por qué. No me podría importar
menos. Bueno, eso no es completamente cierto, no puedo esperar a
verle la cara a Kaanyr cuando le cuente, pero puede esperar. Solo
pensé que antes de regresar a él y que tu siguieras con tu alegre
camino de vuelta a tu hogar podríamos disfrutar de una pequeña
conversación.
Ella se sentó, balanceando sus piernas al costado del sillón para
enfrentarlo.
--Además --añadió empezando a aflojar los lazos de su corset--,
tu y yo no terminamos de compartir los trucos de magia.
--No me esperan hasta más tarde --dijo Pharaun sofocando una
risa--. Supongo que podría quedarme un ratito.

***

Ryld sabía que Splitter sería poco más que inútil en tales lugares
apretados, por lo que ya había sujetado su espada corta. Deslizó la
hoja suavemente y fácilmente de su funda en un movimiento suave,
recordando la sensación de ésta en su mano, el equilibrio, inclusive
mientras la levantaba para defenderse contra la arremetida del
semiogro. Paró el golpe de la masa de las criaturas y luego le hizo un
corte limpio a través de la sección media de la bestia.
El semiogro se sacudió de la sorpresa pero sólo un poquito, y
Valas estaba sobre la criatura salido de la nada, extrayendo uno de
sus kukris de los tendones. Hubo un estallido de luz y un crujido de
las hojas extrañamente curvadas al golpear el objetivo y la bestia
aulló y se revolcó mientras se agarraba las entrañas y la pierna del
dolor.
Por el rabillo del ojo, Ryld divisó un movimiento súbito, y se
agachó justo a tiempo para evitar una jarra arrojada. El vaso pasó
por encima de su hombro y se estrelló contra el muro cerca de la
mesa, desperdigando pedacitos de cerámica. Ryld no perdió tiempo
evaluando la fuente del ataque. Cortó a otro de los semiogros,
dibujándole una gruesa abertura a lo largo del antebrazo que sangró
mientras la criatura se tambaleaba hacia atrás, luego el guerrero se
alejó girando y deteniendo una enorme cachiporra de un tercer
enemigo, hacia la derecha, se abalanzó sobre él. El enfrentamiento
estaba llamando la atención de otros parroquianos de la taberna, y
Ryld podía escuchar a más de unos cuantos alentar a los semiogros,
maldiciéndolos a él y a Valas, y quizás viendo la posibilidad de entrar
en acción ellos mismos.
Esto se está por poner realmente feo, pensó el guerrero,
moviendo cautelosamente la espada entre él y el semiogro que le
bloqueaba el camino.
La saeta de una ballesta le golpeó las costillas, pero su piwafwi
y pechera previnieron que el misil lo penetrara. Aun así, la fuerza del
disparo hizo que se tambaleara un poquito, y la cachiporra le aplastó
el hombro izquierdo con un fuerte chasquido. Todo su brazo quedó
adormecido, y casi perdió pie cuando algo le enganchó la pierna trató
de voltearlo.
Esto es una locura, pensó el guerrero mientras luchaba por
apoyarse contra la pared, empujando la mesa entre él y el resto de
los parroquianos. Valas no estaba por ningún lado.
--¡Atrápenlo! --gruñó alguien desde la muchedumbre.
--¡Maten a los elfos oscuros! --gritó otro.
Aunque nadie parecía dispuesto a acercársele.
Ryld mantuvo su espada corta en alto ante las amenazas en
frente de él mientras escudriñaba la habitación en busca de su
compañero, preguntándose si el explorador lo había abandonado
para poder escapar. Difícilmente hubiera sido la primera vez que
Ryld se encontraba en tal posición.
Cuando un par de quaggoths --enormes humanoides de pelaje
blanco, conocidos a veces como osos de la profundidad-- se le
abalanzaron al guerrero, Ryld se vio forzado a volver su atención a
las dificultades a mano. Cortando con su espada corta, paró la lanza
que la primera criatura trató de arrojarle al pecho, luego dio un paso
al costado para evadir el segundo ataque, el cual estuvo muy cerca
de abrirle la garganta. Una segunda saeta de ballesta se hundió
contra la pared cerca suyo, rompiéndose contra la piedra.
Al mismo instante apareció Valas, habiéndose escondido de
alguna manera en medio de la muchedumbre. El explorador hundió
ambos kukris en la espalda del primer quaggoth. Ryld pestañeó de la
sorpresa pero aprovechó la oportunidad de girar y hacer un corte
bajo, cortando al segundo oso de las profundidades en ambas
rodillas.
Ambas criaturas colapsaron chorreando sangre mientras Valas y
Ryld se reunían contra la pared.
--Eso fue impresionante --dijo Ryld mientras él y el explorador
mantenían a la vociferante y maldiciente chusma a raya con sus
armas.
--Cuando esos dos vinieron por ti, vi la oportunidad y la
aproveché.
--¿Cómo quieres salir de aquí? --le preguntó Ryld, supervisando
la habitación en busca de cualquier signo de escape--. ¿Nos
hacemos camino peleando?
--No se tú pero yo ya tengo un medio de escape --replicó
Valas--. Te veo afuera.
Con eso el explorador se metió en una abertura trémula azul
que había aparecido súbitamente a su espalda. Ryld no tuvo tiempo
de bostezar siquiera, mientras la puerta desaparecía de vista,
dejándolo solo contra la horda de enojados parroquianos de la
taberna. Un hobgoblin se le acercaba cauteloso desde la derecha, al
tiempo que un orco y un extraña criatura lagarto lo cercaban desde el
centro y la izquierda, respectivamente.
Típico, pensó. Todos menos yo parecen poder aparecer y
desaparecer con esas malditas puertas. Ryld embistió y cortó arriba
al orco antes de girar para desviar un golpe de la espada corta de la
criatura lagarto. El guerrero pateó al hobgoblin y cortajeó al orco de
nuevo, esta vez cortándolo a lo largo de la mejilla de su enemigo.
Salpicó sangre, y Ryld comenzó a abrirse camino entre la multitud,
sabiendo que no podía continuar contra la pared y esperar sobrevivir.
Mientras se metía entre la multitud y sus oponentes
revoloteaban a su alrededor, Ryld tuvo una idea. Cayendo sobre una
rodilla, dio un par de estocadas defensivas al mismo tiempo que con
una mano alcanzaba la puerta y manoteaba el piso, llamando a la
oscuridad mágica. Casi la taberna completa quedó imbuida de una
negra oscuridad y los gritos de batalla de la multitud cambiaron a una
ruidosa confusión y pánico. La oscuridad no lo molestaba a Ryld.
Estaba acostumbrado a pelear a ciegas, sintiendo y escuchando a
sus enemigos fácilmente como los había visto antes.
La reacción de la opresiva chusma fue exactamente como lo
había esperado Ryld. Sin el entusiasmo de atacar a un oponente que
no podían ver y poco dispuestos a golpearse entre ellos, la multitud
se alejó del guerrero, dándole un amplio espacio. Deslizó a Splitter
de su espalda. Sin Valas allí, no tenia que preocuparse por controlar
o acortar sus barridas. Con a espada larga, podría abrirse camino
mucho más rápido.
Sin esperar a que los revoltosos parroquianos recobraran la
astucia, Ryld comenzó a tajear y cortar con bravas estocadas,
despejando un camino hacia la puerta. Los gritos emanando de
alrededor del maestro de armas eran temibles para el resto de los
alborotadores. Suficientemente rápido, Ryld salió de la oscuridad,
encontrándose cerca de la salida del establecimiento. Otro par de
espectadores permanecían en la puerta, pero cuando vieron al
fornido guerrero aparecer con su enorme espada apuntándolos, se
dispersaron velozmente. Moreteado y sangrando de varios cortes
pequeños, Ryld salió enseguida por la puerta hacia la calle.
Valas estaba apoyado contra una pared en la calle opuesta,
esperándolo.
Cuando Ryld vio al explorador, frunció los labios de disgusto,
pero antes de que pudiera expresar su bronca, Valas asintió y dijo:
--Fue mucho más fácil abrirte camino sin preocuparte por
golpearme, ¿verdad?
Ryld abrió la boca para replicar, se dio cuenta de que Valas tenía
razón y la volvió a cerrar de golpe.
Finalmente, después de que los dos comenzaran a recorrer la
carretera, el guerrero dijo:
--En el próximo lugar que lo intentemos tomaremos una de las
mesas de adelante.
Solo cuando Ryld se dio cuenta de que no tenían que abrirse
paso a los empujones en las multitudes, quienes se hacían a un lado
cautelosamente, es que notó que todavía llevaba a Splitter en la
mano, con la hoja goteando con sangre.
_____ 8 _____

--Sí, Capitán Xornbane, por favor, desháganse de ellas --dijo la


madre de Faeryl al tiempo que los enanos grises cercaban a Drisinil
y Quenthel.
Las dos drows y el draegloth, imposibilitados de huir, se miraban
entre ellos. Mientras Jeggred meramente hervía de rabia,
esforzándose por romper la sujeción mágica sobre él, Quenthel y
Drisinil lucían salvajes, desesperadas. El duergar que había hablado
avanzaba, y varios de los otros enanos grises se movilizaban con
sus hachas levantadas.
--¡Esperen! --exclamó Faeryl, luego se inclinó cerca para
expresarle en un susurro a Ssipriina en privado por un momento--.
Madre, no matemos a los dos Menzoberranyres todavía. Me gustaría
mantenerlos por un tiempo.
--Creo que esa sería una extraordinaria mala idea --dijo uno de
los varones cerca de su madre, también inclinándose. Faeryl miró fijo
al varón impertinente, a quien ella parecía no reconocer como de la
familia pero que había trabajado diligentemente como ayudante por
un par de años. Zammzt, era su nombre pensó ella. Arrugó su nariz
ligeramente.
--¿Siempre te entrometes en las conversaciones que se supone
no debes escuchar? --preguntó la embajadora.
Zammzt simplemente hizo una reverencia en aceptación y dijo:
--Perdóname, pero sólo busco los mejores intereses para la
Casa. Si este plan de subversión y sorpresa ha de tener éxito en
derrocar la Casa Melarn, entonces nadie que sepa la verdad puede
ser dejado con vida. Si las drow o el demonio son capaces de
transmitirles a cualquiera --cualquiera-- de lo que pasó aquí hoy,
perderás el apoyo de las otras Casas. Nadie apoyará tu ascensión al
concilio, Madre Matrona. Es un riesgo innecesario.
La Madre Matrona Zauvirr estudió a su hija cuidadosamente por
un momento luego dijo:
--Él tiene un punto a favor.
--Madre, créeme --replicó Faeryl--, nunca tendrán la posibilidad
de hablar con nadie. Me aseguraré de ello.
Ssipriina finalmente asintió y dijo:
--Muy bien, te has ganado la oportunidad de obtener una
pequeña venganza, supongo, pero deber asegurarte de que no
hablarán con nadie, especialmente con Halisstra. ¿Comprendes?
Zammzt chasqueó la lengua en consternación, pero
aparentemente sabía que no le convenía seguir discutiendo. Había
expuesto sus razones y había perdido. Se alejó para entablar una
conversación con algunos de la Casa de hechiceros.
Faeryl, exaltada, dijo:
--Por supuesto, Madre. Lo comprendo muy bien. Si tu plan ha de
resultar, todos tienen que pensar que estos dos estaban
complotando juntos.
--Precisamente. Ahora, debo irme y prepararme. Todavía
tenemos mucho trabajo que hacer.
Con eso, Ssipriina Zauvirr partió, Zammzt siguiéndola a su lado,
con la cabeza inclinada cerca de ella discutiendo asuntos en privado.
La embajadora se acercó a Quenthel una vez más.
--Verás, Señora Baenre --dijo ella, tratando de enfatizar el
honorífico al punto de sonar absurdo--, en realidad no robamos la
mercancía de la Garra Negra. Tú lo hiciste. O al menos, así es como
aparecerá cuando reportemos haber encontrado a los miembros de
dos Casas poderosas reuniéndose en secreto, habiendo ya pasado
desesperadamente de contrabando las provisiones necesarias fuera
de Ched Nasad y preparándose para robar más aún.
»Estoy segura de que se preguntarán porque la Madre Matrona
Melarn habría querido volverle la espalda a su propia ciudad en favor
de Menzoberranzan, pero desafortunadamente, no podrán
preguntarle, ya que se nos resistió y tuvo que ser asesinada.
Faeryl le dio la señal al duergar a cargo y observó con una
cálida sensación como tres de los enanos grises se acercaban. Con
su asentimiento, levantaron las hachas alto y las balancearon. Detrás
de ella, Faeryl escuchó el grito ahogado de protesta de Quenthel,
pero no se molestó en darse vuelta.
No hubo mas que un gruñido de Drisinil mientras tres hachas
golpeaban su carne, pero las hojas se hundían profundamente y los
gordos ojos de la drow se abrían en terror y dolor, aunque no podía
reaccionar de ninguna manera.
Los tres duergars liberaron sus hachas y se prepararon para
golpear de nuevo pero Faeryl les indicó que esperaran. Quería
observar a Drisinil morir lentamente.
--Nunca más me mirarás con desprecio de nuevo, gorda rothé.
Los ojos rojos de Drisinil parpadearon y se agrandaron,
aparentando discutir de algún modo con Faeryl, pero la drow más
joven solo sonreía mientras estaba parada casualmente, con las
manos en la cadera, y observaba como la vida de la madre matrona
goteaba formando un charco en el suelo alrededor de su cuerpo
inmóvil. Drisinil se sacudió, y sus ojos comenzaron a mirar hacia
arriba. Su respiración fue rápida por un momento o dos y luego se
detuvo. Sus ojos sin vida miraban la nada.
Faeryl se volvió a Quenthel, quien había podido ver el asesinato.
La suma sacerdotisa parecía estar aterrorizada y furiosa todo al
mismo tiempo. La embajadora dio unos pasos hacia la noble Baenre
y sonrió.
--Por supuesto, a ellos le dirán que fuiste atrapada mientras
intentabas huir de la escena, aunque tú y yo sabremos la verdad, al
menos por un tiempo. Tu y Jeggred recibirán una prórroga de
ejecución, al igual que la que yo obtuve en Menzoberranzan.¿No
estás encantada? En lugar de morir de inmediato, obtendrás algo de
la hospitalidad de la Casa Zauvirr, tal como yo fui graciosamente
entretenida por tu hermana.
Faeryl le escupió las palabras a su cautiva, ya sin la sonrisa en
su cara. Todo el odio, el miedo, surgieron al frente de su mente.
--Y en cuanto a ti, pervertida y maloliente bestia demoníaca
--dijo Faeryl volviéndose a Jeggred--, me aseguraré de que sepas lo
que es el verdadero dolor.
Los ojos del draegloth la taladraron funestamente, pero ella se
forzó a si misma a mirarlo resueltamente por tres largas inspiraciones
antes de darse vuelta.
--Gruherth --llamó Faeryl, buscando a uno de sus hermanos en
el grupo de drows que todavía estaban allí--, quiero que lleven a
esos dos --secretamente, te lo advierto-- a los calabozos de la Casa
Melarn.
Gruherth apareció y dijo:
--Necesitaremos de un medio seguro para transportarlos.
--Yo cuidaré de ello --dijo otro mago, acercándose al demonio.
Sacando unos cuantos elementos de sus bolsillos, el mago
realizó un hechizo, y una enorme burbuja blanca se formó alrededor
del draegloth. A las órdenes del mago, cuatro guardias levantaron la
esfera --con sorprendente facilidad, notó Faeryl-- y comenzaron a
llevarlo a otra parte del almacén.
Muy rápidamente, el mismo hechizo le fue aplicado a Quenthel,
y otros cuatro muchachos drow se llevaron la lechosa esfera blanca
también.
Faeryl se dio vuelta y miró al líder duergar.
--Capitán... Xornbane, ¿verdad?
El enano gris que había dado la orden de matar a Drisinil asintió.
--Si entiendo bien, el siguiente paso en nuestro plan es introducir
vuestra compañía dentro de la Casa Melarn de forma desapercibida.
--Así es --repitió el duergar, cruzando sus brazos sobre el pecho
impacientemente.
--¿Han sido realizados todos los arreglos para lidiar con esto?
--Sí --dijo él, luego se volvió y caminó trabajosamente tras la
madre de Faeryl, dejando a la embajadora enfadada por su rudeza.
Gruherth reapareció.
--Estamos listos para empezar a mover todo a través del interior
de la Casa Melarn --le dijo a su hermana--. Madre te quiere allí al
frente para que podamos evadir las sospechas en caso de que haya
tropas Melarn a la vista una vez que comencemos a cruzar por el
portal.
Faeryl hizo una mueca y asintió. Había olvidado cuanto había
estado siempre a disposición de su madre cuando había sido la
última en la ciudad. Aun así, decidió que era mejor que estar siempre
a disposición de Quenthel.
Mucho mejor.

***

Aliisza retorcía los dedos de sus pies encantada mientras se


estiraba en la cama al lado del mago. Había pasado un buen rato de
la última vez que se había sentido tan bien, y no eran simplemente
los placeres físicos los que la deleitaban. Este Pharaun era bastante
ingenioso, había decidido ella, alborotador y astuto para ser un drow.
--¿Cómo es que eres tan distinto al resto de tu raza? --le
preguntó la diablesa alu, girando hacia el lado de él y caminando sus
dedos de alabastro sobre su delgado, agraciado brazo negro,
disfrutando del contraste de color--. Todos los otros elfos oscuros que
he conocido o con los que he hablado han sido tan predecibles y
aburridos. Tu, en cambio, me haces reír.
Pharaun, con su cabeza apoyada en las manos cruzadas
mientras estaba estirado sobre su espalda, sonrió.
--Mala suerte, supongo.
Aliisza frunció el ceño, confusa.
--¿Qué?
--¿Puedes imaginarte como debe ser para mí, estar rodeado de
"predecibles y aburridos" drows todo el tiempo? --le preguntó,
sentándose y cruzando las piernas--. Nadie nunca aprecia mi
ingenio. Ofrezco comentarios astutos, y o me miran burlonamente, si
estoy hablando con otros varones, o ceños fruncidos, si estoy ante la
presencia de las damas. Es condenadamente deprimente. Por lo que
digo que es mala suerte. Nací drow, pero me han dado un intelecto
mucho más agudo que a la mayoría de los de mi especie.
Aliisza se rió tontamente y descansó su mentón en ambas
manos, mirando los ojos rojos del elfo.
--Vamos --dijo ella--. No puede ser tan malo. Al menos puedes
hablar con otros drows. Mimare. Yo me paso todo el día juntando
tanarukks.
--Oh, sí, los tanarukks. Unos cuantos gruñidos y un gesto
obsceno, y y te han recitado la historia de su clan, ¿verdad? --Aliisza
se rió sinceramente.
--No son tan malos así, pero ciertamente no son inteligentes
para el humor. Ni siquiera a Kaanyr le gusta dedicar mucho de su
tiempo a simplemente... hablar. --Se detuvo, viendo que la sonrisa
del mago se transformaba en un entrecejo--. ¿Y ahora qué?
--¿Por qué tuviste que ir y mencionar su nombre? Estaba muy
bien hasta que trajiste a colación tu otro amante. Esa no es
conversación de alcoba, sabes.
--Lo lamento. No lo haré de nuevo --prometió Aliisza--. Pero
dime... ¿cómo te las arreglas para discutir con esta suma sacerdotisa
tuya? Pensaba que las mujeres de tu especie no toleraban
demasiadas tonterías.
Pharaun gruñó y se cayó sobre la almohada.
--Ella va de mal en peor --se quejo ante nadie en particular--.
¿Por qué sigues trayendo a colación los temas más desagradables?
¡Me estás torturando! ¿Fui tan insatisfactorio?
Aliisza le pegó en el brazo riéndose.
--Solo responde a la pregunta.
Pharaun la observó por un instante. De pronto parecía
cauteloso.
--¿Por qué estás tan curiosa?
Aliisza sacudió su cabeza.
--Por ninguna razón. Solo curiosidad, supongo.
Pharaun se alejó del costado de la cama de ella y preguntó:
--¿Por qué estás aquí? Quiero decir, en Ched Nasad.
Aliisza puso un poco de mala cara. Ella en realidad no había
querido ponerle los nervios de punta, y ahora tenía que pensar una
manera de calmar al mago nuevamente. Decidió que la verdad, o lo
suficiente de ella, era la mejor medicina.
--Por que Kaanyr Vhok quiere que averigüe lo que está
pasando.
--Me dijiste que ya lo sabías. De hecho, me explicaste a mí lo
que está pasando. ¿Qué más estás buscando?
--Nada --replicó la alu, extendiendo una mano para acariciar la
parte de atrás del brazo del drow con sus dedos--. Tengo toda la
información que se supone debo tener. Bueno, excepto el visitar a
una de las madres matronas para ver si ella quiere la ayuda de
Kaanyr. Tienen un viejo pacto o algo así. Todavía estoy aquí porque
tú estás aquí.
Pharaun la miró fijamente un momento más, luego se rió y
sacudió la cabeza.
--Sabía que esta era una mala idea --dijo al fin--. Las madres
matronas de esta ciudad son el gran asunto que me gustaría evitar, y
aquí estas tu, preparándome para caer en uno. De algún modo, eso
simplemente no me presagia nada bueno.
--Oh, basta --dijo Aliisza, arqueando una de sus cejas al mago--.
No voy a decirle nada sobre ti a ninguna de las madres matronas. No
querría que se enterara "ya sabes quien". --Sonrió de nuevo--.
Aunque no veo como puedes esquivar a las madres matronas, dada
la compañía con la que estás viajando.
--¿Qué, Quenthel? No, eso no es problema. Sabe que la Casa
Melarn no va a estar muy de acuerdo con su plan de llevarse los
bienes de la Garra Negra de vuelta a Menzoberranzan, así que... --El
mago se detuvo en mitad de la oración--. No debería haberte
contado sobre esto. Soy un idiota inutilizado por el sexo.
Miró a Aliisza resueltamente, sus rojos ojos brillando.
La diablesa alu le sostuvo la mirada, pero no pudo evitar sonreír.
--¿Qué estás haciendo, considerando matarme para mantener
tu secreto a salvo? --le preguntó. Arqueando una de sus cejas se
alejó un poco del mago y se apoyó sobre los codos
provocativamente--. Tengo una mejor idea --dijo, sintiendo que su
voz se ponía ronca con el deseo--, por qué no me enseñas otro de
tus trucos de magia.

***
Pharaun dejó a Aliisza en la pequeña casita, sintiendo una
combinación de regocijo y temor. Regocijo por la tarde satisfactoria
que había pasado con la alu, y estaba temeroso por todas las cosas
que había dejado escapar. Aunque se repitió a si mismo que fuera
prudente había tropezado varias veces hasta el momento. El haber
estado con la diablesa había reducido su normalmente agudo instinto
de precaución para el sentido de peligro recordado a medias que
sabia que tenía que tener pero no era así. Era una práctica aceptada
que un drow nunca se involucraba con una diablesa, que debía
mantener sus asuntos estrictamente de negocios, pero a pesar de
todo, allí estaba él, compartiendo su cama y desparramando sus
secretos mejor guardados. Aunque, si tenía que correr un riesgo,
Aliisza era un buen premio.
Cualesquiera fueran sus aprehensiones, Pharaun encontró que
sus pasos eran ligeros mientras regresaba a la Serpiente y la Llama.
Tenía información útil para compartir con el resto de los
Menzoberranyres, y también tenía un par de adivinaciones que
quería intentar con la esperanza de poder esclarecer un poco que
era lo que exactamente estaba sucediendo en el Abismo. Además,
todavía podía tener tiempo de realizar el pedido de Quenthel. Al fin y
al cabo, estaba resultando ser un día verdaderamente memorable.
A pesar de su júbilo, Pharaun todavía podía sentir la tensión de
la ciudad zumbando en el aire, y tuvo cuidado de evitar lo peor de las
muchedumbres. Después de la experiencia del día anterior, no creía
que fuera prudente quedar atrapado en una competencia de golpes
pesados al pecho con una congregación de ciudadanos disgustados.
Se aseguró de pasar la mayoría del tiempo flotando de un sector a
otro, evitando completamente las escalera de redes calcificadas que
conectaban los diversos niveles.
En el camino el mago se detuvo en un negocio de apariencia
sucia llamado Las Especias de Gauralt, un lugar con el propósito de
ofrecer componentes para hechizos difíciles de hallar. Valas se lo
había mencionado esa mañana antes de que partieran por caminos
separados, y Pharaun lo encontró exactamente donde el explorador
le dijo que estaría. Por supuesto que obtener lo que necesitaba era
otro asunto, pero Gauralt, el varón drow que manejaba el negocio,
pudo proveerle los cuatro cintas de marfil y un incienso en particular
que necesitaba, y enseguida siguió su camino.
De vuelta en la posada, ninguno del resto de los compañeros del
mago había regresado. Supuso que Ryld y Valas pasarían la mayor
parte del día tratando de juntar las provisiones y monturas que
necesitaban para el viaje de regreso, pero estaba un poco
sorprendido de que Quenthel, Faeryl y Jeggred no hubieran
regresado del almacén. No podía imaginarse que requería que
pasaran tanto tiempo allí, pero así estaba bien.
Si estaba ahí, se dijo a sí mismo, ella simplemente encontraría
algo con que tirarle de todas formas.
Comenzó a repasar mentalmente la lista de hechizos que quería
realizar. Primero, usaría sus nuevos componentes para tratar de
rastrear quien estaba tratando de matar a Quenthel.
Y probablemente se ofrecería a ayudarle, añadió, haciendo una
mueca.
También planeaba tratar nuevamente de espiar en el Foso de la
Telaraña Demoníaca.
Era un hechizo que había intentado más de una vez allá en
Menzoberranzan, sin ninguna suerte, pero esperaba obtener
resultados más satisfactorios lejos de la Ciudad de las Arañas. El
Maestro de Sorcere no tenía base para su suposición, pero pensó
que aun así valía la pena intentarlo.
Pharaun extrajo las cuatro tiras de marfil que había adquirido,
junto con el incienso, y se sentó a realizar el hechizo. Hacerlo lo
dejaría cansado y bajo en encantamientos, pero si los conocimientos
que ganara eran útiles, consideraría que valía la pena la pérdida.
El mago dispuso las cuatro tiras de marfil formando un
rectángulo sobre la alfombra, encendió el incienso, y cerró los ojos.
No era un hechizo que realizara seguido, y requería una aplicación
cuidadosa del cántico y preguntas específicas. No podía tropezar en
ningún momento, por que no sabía surgiría la siguiente oportunidad
de intentarlo.
Con el incienso ardiendo y el hechizo empezado, Pharaun hizo
su pregunta, suplicándole a las fuerzas elementales de la magia y a
los planos de existencia que le concedieran una respuesta
significativa.
--Revélenme el enemigo de Quenthel Baenre de la Casa Baenre
en Menzoberranzan, el enemigo que busca destruirla, quien llama a
los demonios para que la masacre en el mismísimo templo en donde
ella reina.
El ardiente incienso resplandeció y el humo llenó el cuarto.
Después de un momento, un mensaje se formó en la mente de
Pharaun, palabras pronunciadas por el viento, o quizás el Tejido
mismo. Sin embargo, fue entregado, el mensaje que recibió Pharaun
fue claro.
El que busca la muerte de la suma sacerdotisa comparte su
sangre y ambición. El enemigo de Quenthel se desprendió desde la
misma matriz pero no es de la matriz.
Pharaun pestañeó, sus ojos rojos volviendo al cuarto oscurecido
mientras los últimos remanentes del incienso se quemaban y
convertían en cenizas.
Desprendido desde la misma matriz pero no es de la matriz. Un
pariente, pero no mujer. ¿Un hombre? ¿Un hermano? ¡Gromph!
Tenía que ser...
Pharaun estaba sorprendido, no tanto de que el Archimago de
Menzoberranzan deseara la muerte de su hermana pero por el hecho
de que no se había dado cuenta antes. Gromph tenía mucho que
ganar eliminando a la única rival de los oídos de Triel. El archimago
no podía tener designios sobre el trono mismo de la Casa Baenre,
pero podía ser el maestro titiritero, moviendo las cuerdas detrás de
escena. Quenthel estaba en desacuerdo con todo lo que decía su
hermano, y viceversa, así que ella era un impedimento obvio y
poderoso para cualquiera de las ambiciones que él pudiera tener.
Y además se le agregaba que Gromph conocía las defensas de
la Academia y tenía la habilidad de conjurar a los demonios que
usaba en los ataques. Era un talento que pocos poseían, al menos
de los pocos que les interesaba hacer eso. Había otros hechiceros
poderosos dentro de las salas de Sorcere, y Pharaun suponía que a
algunos de ellos le habría gustado ver que alguien reemplazara
Quenthel como Señora de la Academia, pero Gromph era el que
seguía ganado la mayoría.
Aunque sabía la respuesta, Pharaun no estaba seguro de que
hacer con ella.
Por un lado, consideró él, yo estoy aquí con Quenthel.
¿Decírselo me ayuda más a mí? ¿O simplemente sello mi destino al
regresar a Sorcere? Si le digo a Gromph que Quenthel está tratando
de averiguar quien está tras ella, incluso si le hago el favor de
desviarla --o eliminarla, sugirió una pequeña parte de su mente--
¿mejora mi posición en Sorcere, o le será a él imposible protegerme
de la furia de Triel?
Por supuesto que Pharaun sabía que la mayoría de sus
decisiones dependían de la eventualidad de regresar a
Menzoberranzan, y estaba planeando discutir con Quenthel en
contra de ese curso de acción. Todavía quedaban demasiadas
variables, demasiadas consecuencias, antes de saber de que lado
del conflicto entre parientes se ponía. Podía estancarla a Quenthel
por un tiempo. No sabría que podría involucrar su búsqueda de
información. Por todo lo que ella sabía, el podría estar trabajando
con un hechizo que tardara días en ser completado o negociando
con un elemental de alguna clase, haciendo un trato a cambio de
algún objeto para realizar un hechizo que él mismo no conocía.
Había un par de mentiras que podía decirle a ella para mantenerla
esperando.
Por el momento, entonces, decidió que no le diría nada de sus
averiguaciones y vería para que lado rumiaba el rebaño de rothé.
Cuando fuera el momento adecuado, lo utilizaría para su provecho.
Cualquiera fuera el resultado, el mejoraría su posición dentro de la
Academia.
Pharaun descanso un rato más sobre el suelo, recobrándose del
esfuerzo del hechizo y luego comenzó a empacar su parafernalia,
metiendo las tiras de marfil en un bolsillo de su piwafwi.
A continuación, Pharaun sacó un espejito de su mochila.
Brevemente se preguntó si usar el mismo hechizo que había
empleado para encontrar al enemigo de Quenthel resultaría mejor en
estas circunstancias, pero no podía realizarlo nuevamente sin
descansar por unas cuantas horas y estudiar su libro de
encantamientos. Afirmándose en su resolución, el mago comenzó a
cantar las palabras necesarias para activar el escrutinio mágico.
El Maestro de Sorcere sabía que el encantamientos era
peligroso. Intentar espiar a una deidad sin permiso podía ocasionar
ramificaciones desastrosas. Aun así, estaba dispuesto a intentarlo,
aunque fuera para discernir más lo que estaba pasando en la vigilia
de la ausencia de la diosa. Rememorando los recuerdos que tenía de
su extraña visita al Foso de la Telaraña Demoníaca en aquellas
décadas pasadas, terminó el hechizo y espió por el espejo, el cual
reflejaba una imagen nebulosa de otro lado en lugar de su propio
rostro de piel oscura.
Pharaun miró fijamente por la ventana mágica durante varios
minutos, aguardando y con la esperanza de poder reconocer algo de
sus lóbregas profundidades. No había nada. Obligó al ojo espectral
que él sabía estaba en la otra punta de su hechizo que se deslizara
hacia adelante, espiando remotamente ese camino y así tratando de
obtener un vistazo de algo, cualquier cosa sólida en la informe
niebla.
El mago sintió un zumbido, una advertencia en el fondo de su
mente. Mentalmente luchó por soltarse del hechizo, de cortar la
conexión con el ojo del lejano lado del olvido, y casi lo logró, pero del
todo. Una repercusión negativa de energía lo golpeó, se lanzó con
violencia a través del espejo como un puñetazo, mientras al mismo
tiempo Pharaun sentía un muro de fuerza deslizarse, cortándolo de
su ojo mágico.
Mientras recobraba su sentido, Pharaun se dio cuenta de que
estaba tendido de espaldas, pestañeando al tiempo que sus ojos
trataban de enfocar el techo. Gruñó y se sentó, viendo que había
sido empujado hacia atrás desde el espejo más de seis metros. Se
levantó con piernas tambaleantes y avanzó hacia el espejo. Estaba
rajado, su superficie de vidrio fisurado como una telaraña. Miró el
espejo arruinado por un momento, preguntándose si el patrón
representaba algo o era pura coincidencia.
Bueno, eso responde la pregunta, pensó Pharaun. Un mero
mortal no podía penetrar el velo que había establecido los sesenta y
seis niveles del Abismo, pero quizás un ser superior si podía.
El Maestro de Sorcere sacudió su cabeza y suspiró mientras
juntaba cuidadosamente los fragmentos que quedaban del espejo.
¿Por qué me tomo estas molestias? Pensó mientras trataba de
dilucidar si debía descartar la cosa arruinada. Todo lo que hago por
todos, y lo único que obtengo es aflicción a cambio. Apuesto que
otros tipos no pasan por tantos problemas para rastrear a sus
deidades, pensó irónicamente. Estoy seguro de que simplemente los
ven arriba en cualquier momento...
El mago se congeló en medio de la habitación, con los
comienzos de una idea formándose. Casi se golpeó a sí mismo en la
cabeza.
¡Por supuesto! Pensó. He estado rondando el asunto al revés.
¿Por qué no lo pensé antes? Estamos haciendo las preguntas
equivocadas...
Lanzando el espejo en un tintineo de vidrio, Pharaun empezó a
pasearse, meditando sobre su idea más cuidadosamente. Estaba
comenzando a formarse un plan, uno que lo estaba entusiasmando.
La parte más difícil, se dio cuenta, sería encontrar la forma de
convencer a Quenthel.
No paso mucho tiempo hasta que Ryld y Valas regresaron de
sus excursiones.
Con una mirada a la pareja rápidamente se conjeturó que sus
esfuerzos no solo habían terminado insatisfactoriamente sino
violentamente también. Ambos drows estaban de malhumor al igual
que ensangrentados y moreteados. Valas caminaba con una leve
cojera, y Ryld parecía imposibilitado de levantar su brazo izquierdo
por encima de la cintura. Casi como uno, dejaron caer sus armas al
suelo y se tiraron sobre los sillones de descanso.
--Veo que las cosas no fueron bien hoy --comentó Pharaun--.
¿No hay probabilidades de acarrear las provisiones de Quenthel
fuera de aquí?
--Tres lugares --farfulló Valas--. Lo intentamos en tres lugares y
nos metimos en dos refriegas por nuestros problemas.
--Parece que no se consigue un par de lagartos --añadió Ryld,
fregándose los ojos con su mano buena--. Y si los hay, nadie parece
querer vendérselos a unos extranjeros.
--No lo encuentro difícil de creer --replicó Pharaun--,
considerando que no hay caravanas que entren o salgan de la
ciudad desde hace mucho tiempo. Todos se están aferrando a lo que
tienen, sobrellevando la crisis.
Pharaun se ocupó de ordenar sus propias cosas mientras los
otros dos varones se sentaban quietos.
--Apostaré contigo por quien tendrá que decírselo a ella --le dijo
Ryld a Valas--. ¿Piedra, pergamino y cuchillo?
El explorador sacudió la cabeza.
--Dejemos que el mago se lo diga --dijo él señalándolo a
Pharaun--. Él parece deleitarse en atormentarla, de todas formas, así
que ¿qué le hacen que salgan otro poco de malas noticias de su
boca?
Ryld asintió y Pharaun se encontró sonriendo.
--Bueno, todos tenemos un respiro, al menos por el momento
--dijo el mago--. Ella y los otros dos todavía no han regresado del
almacén.
--¿En serio? --preguntó Valas, sentándose derecho--. Había
pensado que de seguro regresarían antes que nosotros.
Pharaun se encogió de hombros y dijo:
--Al igual que yo, pero ninguno de ellos está aquí.
--Está bien por mi --dijo Ryld reclinándose contra la pared y
cerrando los ojos--. Mientras menos tenga que ver al maldito
draegloth mejor estoy.
Pharaun frunció los labios, dándose cuenta que lo que iba a
sugerir a continuación podía no caerles bien ni al maestro de armas
ni al explorador.
--Me enteré de algo también hoy --dijo quedamente.
Ryld abrió un ojo y miró al mago.
--¿Oh? --Valas se inclinó hacia adelante al borde de la cama--.
¿Has determinado qué le ha ocurrido a la Madre Oscura?
Pharaun sofocó una risa y dijo:
--No exactamente, pero descubrí que su desaparición no ha
estado limitada a nuestra propia raza. Otras especies sienten su
pérdida también.
--No sé si considerarlo una buena o mala noticia --dijo el
explorador, tirándose hacia atrás de nuevo.
--Tampoco yo --acordó Pharaun--, pero he averiguado también
que algo nos está sellando fuera del Foso de la Telaraña Demoníaca.
He intentado escudriñarla con la esperanza de averiguar algo sobre
la condición de la diosa-- si es que aún existe-- y no pude penetrar
dentro. Una barrera lo protege y nos mantiene a mí y a otros, fuera.
--¿Una barrera? Ahora estás hablando de cosas con las que no
tengo experiencia --dijo Ryld--. ¿Qué tipo de barrera?
--Una potente. Casi me convierto en polvo por mis molestias
--dijo Pharaun, con una sonrisa torcida en su cara--, lo intenté antes,
incluso hablé con el Archimago Gromph antes de que dejáramos
Menzoberranzan. Él ha experimentado los mismos problemas.
--Suena como si lo que fuera que esté haciendo la Reina Araña,
ella no quisiera ser molestada --dijo Valas.
--Si es que es ella la que lo está haciendo --contradijo Ryld--.
Quizás otro dios ha erigido la barrera para prevenir que la veamos.
--¡Exactamente! --dijo Pharaun entusiasmado--. Seguramente
alguien conoce --o puede averiguar-- lo que nosotros no podemos
descubrir.
--Creí que esa era nuestra misión... descubrir el destino de Lolth
--dijo Valas--. Es por eso que hemos venido aquí.
--Si, estás en lo correcto --dijo Pharaun, asintiendo--, aunque
este asunto con el almacén de elementos mágicos parecer haberse
tornado de alta prioridad. Con la intención de llevarnos de vuelta a la
parte más fascinante de nuestra pequeña expedición, tengo una
idea. Quiero emplear la ayuda desde afuera.
--¿Ayuda? ¿De quién? --Ryld estaba sentado también.
El mago comenzó a pasearse de nuevo mientras le explicaba el
plan a sus compañeros.
--Un mero mortal, incluso alguien con mi perspicacia, no puede
penetrar el velo que han puesto sobre el Foso de la Telaraña
Demoníaca. Algo está obviamente intentando mantenernos fuera.
Necesitamos la ayuda de alguien más para averiguar lo que está
pasando allí. Alguien que no sea de nuestra misma especie.
Los otros dos drows miraban al mago intensamente, con la duda
plasmada en sus rostros.
--No querrás decir... --dijo Ryld.
--Otro dios.
El maestro de armas parecía atónito. Valas no dijo nada pero
parecía haber estado contemplando las posibilidades de semejante
acto, y las ramificaciones.
--Quizás un ser superior --continuó Pharaun--, especialmente
uno cerca de las proximidades del Foso de la Telaraña Demoníaca
--uno de los otros niveles del Abismo-- podría o incluso posiblemente
ya ha descubierto más de lo que nosotros podemos esperar
averiguar por nuestra cuenta. Tal vez podamos convencerlo a uno de
ellos que nos diga lo que ha sucedido o esté sucediendo dentro. No
directamente, por supuesto --añadió Pharaun apresuradamente--,
pero a través de un intermediario... un seguidor.
--Juegas un juego peligroso y tonto, Pharaun Mizzrym --dijo Ryld
sacudiendo su cabeza--. La Madre Oscura puede considerarlo una
blasfemia, una traición a la fe.
--O puede felicitarme por ser tan innovador, por estar tan
dispuesto a examinar y explorar, cual fuera el riesgo. La otra opción
es admitir la derrota, regresar a Menzoberranzan y sentarnos sobre
las manos viendo como terminan nuestros estilos de vida.
--Quenthel no estará contenta con este plan --advirtió Valas--. Lo
más probable es que lo considere como una afrenta personal hacia
ella.
--Sí, bueno Quenthel está muy concentrada en revestir los
cofres de la Casa Baenre como para que aprecie todo el panorama
delante nuestro. Estoy comenzando a preguntarme cuan sabia fue su
elección como lider de esta expedición. No me mires así, Ryld... has
cuestionado más de una de sus decisiones desde que partimos.
--Nunca abiertamente. No en su cara.
--Ella no está aquí ahora, ¿verdad? Mi amigo, juego con fuego,
eso lo sé, pero si no actúo como dicta mi corazón entonces le he
fallado a mi raza peor que ella. Estoy contento con dirigir las cosas
detrás de escena, dejándole creer que ella controla nuestro tempo,
por supuesto, pero semejante método requiere paciencia, más que
una pequeña frustración, a veces, y la posibilidad de fracasar o ser
expuesto. Tendríamos más probabilidades de lograrlo si nosotros tres
trabajamos juntos para manipularla. Podría utilizar tu ayuda.
Valas tenía su mentón apoyado en las manos, pensando. Ryld
sacudió la cabeza, líneas de preocupación arrugándole la frente.
--Peleas contra milenios de tradición y hábitos, Pharaun --dijo el
maestro de armas--. No puedo decir que le doy la bienvenida a la
idea de regresar a Menzoberranzan sin haber mejorado desde que
nos fuimos, pero usurpar la autoridad de la suma sacerdotisa podría
muy bien poner nuestras cabezas en los parapetos de la Casa
Baenre.
--El mago ya ha lo ha hecho por un par de semanas...
--Quizás, pero hasta ahora, era él solo contra ella, no nos había
metido en esto.
Pharaun chasqueó la lengua con exasperación.
--¿Honestamente piensas que no nos hará responsable, sin
importar los relativos niveles de compromiso? --preguntó el maestro
de Sorcere--. Ella te echará la culpa simplemente porque eres un
varón, Maestro Argith.
Lentamente, Ryld asintió.
--Supongo que tienes razón --dijo--. Pero todavía no me hace
sentir mejor.
--No estoy sugiriendo que la amarremos y la tiremos adentro de
una caja, Maestro de Armas. Todo lo que estoy pidiendo es que me
apoyen cuando haga una sugerencia, que me respalden, aunque sea
sutilmente, cuando ella y yo estemos en desacuerdo. Ayúdame a
convencerla de que seguir adelante, mas que retroceder hacia
Menzoberranzan, es el curso de acción más prudente.
--Tiene sentido --replicó Ryld--, pero ahora mismo, tu idea es
simplemente eso. Debemos encontrar a alguien que esté dispuesto a
servirnos de conducto. ¿Sabes de alguna criatura así?
--Yo sí --dijo suavemente Valas.
Pharaun se puso de cuclillas delante del explorador y preguntó:
--¿En serio? ¿Quién?
--Hay un sacerdote que conozco, un seguidor de Vhaeraun.
--Vhaeraun --dijo Ryld en un tono cortante--. Dudo que
recibamos ayuda alguna de él.
--Quizás, pero Tzirik es un viejo socio mío --replicó Valas. Ante la
mirada de sorpresa de Ryld, el explorador añadió--: Cuando
vagabundeas por la estepa de la Antípoda Oscura tanto como yo lo
he hecho, tienes decididamente que ser más pragmático que en los
cómodos confines de Menzoberranzan. Tzirik Jaelre me debe un
favor. Si podemos llegar hasta él, creo que podría ayudarnos. --Valas
se volvió a Pharaun y agregó--: Asumiendo, por supuesto, de que
tienes noción de lo que debería hacer él una vez que lleguemos
hasta ahí.
--La tendré cuando encontremos al sacerdote. Mientras tanto,
mantén este Tzirik Jaelre para tí hasta que cruce unas palabras con
Quenthel. En el momento indicado, menciona que lo conoces, y le
mostraremos la sabiduría de ver a través de todo esto hasta el final.
--Espero que el final llegue más tarde que temprano --dijo Ryld
severamente.

_____ 9 _____

Halisstra no podía respirar. La sangre se le agolpaba en los


oídos, haciéndole difícil escuchar los que la Madre Matrona Zauvirr
estaba diciendo. De todas formas, no lo quería escuchar.
--Desearía que no fuera cierto, Halisstra, realmente lo deseo,
pero no hay vueltas. La atrapamos en acto, y cuando la
confrontamos, no se rindió. Tu madre trató de escapar, y los
soldados simplemente hicieron su trabajo. Para cuando llegué hasta
ella, no pude ayudarla.
Halisstra sacudió su cabeza, tratando de librar sus
pensamientos de las odiosas palabras. Su madre, muerta. No era
cierto. ¡No podía ser!
--¡No! --gritó Halisstra, empujando a Danifae. Su cautiva de
guerra, toda sedas frívolas, trataba de alcanzarla para consolarla--.
¡Estás mintiendo!
Luchó por liberarse, por salir del cuarto, pero encontró que todas
las salidas de escape estaban cortadas. Las tropas de la Madre
Matrona Zauvirr parecían estar descansando, como si fueran meros
huéspedes en la casa de otro, pero estaban dispuestos
estratégicamente por el cuarto custodiando las puertas. Buscó a
alguno de los soldados de su propia familia, pero no había ninguno.
La Madre Matrona Zauvirr lo había planeado bien, despachando su
devastante noticia desde una posición de fuerza. Languideciendo,
Halisstra se hundió en el suelo, insegura de que hacer. Solo Danifae
se puso a su lado, haciendo sonidos calmantes y tratando de
consolarla. Ella no quería que la calmaran. Quería abofetear a la otra
drow, golpearla contra el cuarto, pero sabía que no debía. Si tenía
alguna esperanza de sobrevivir esta horrorosa experiencia,
necesitaría la ayuda de la cautiva de guerra. Tenía que pensar.
No era tanto que su madre estuviera muerta. Por supuesto que
eso no la molestaba. En otras circunstancias se habría quedado
encantada, pero no había otras circunstancias. Su madre había sido
atrapada en un acto de traición contra la ciudad, o así lo afirmaba
Ssipriina, y Halisstra no tenía forma de refutarlo, a pesar del hecho
de que era una noción absurda. Su madre nunca se habría
arriesgado así tan abiertamente, especialmente ayudando a
extranjeros, sin importar cuan buena fuera la relación entre sus
Casas. Sin mencionar el hecho de que pasar los bienes de la Garra
Negra Mercantil de contrabando fuera de la ciudad podía arruinar la
Casa Melarn. No había nada que ganar y mucho que perder con eso.
Claro que cuando Ssipriina llegó a la cámara de audiencias de la
Casa Melarn, se sentó en el trono de Drisinil e hizo sus revelaciones,
la implicación tácita estaba allí. Drisinil no estaba actuando sola.
Cuando el resto del concilio se enterara de ello seguramente la
encontrarían a Halisstra tan culpable de los crímenes como su
madre. Arrestarían o ejecutarían a todos los de su familia, disolverían
la Casa Melarn, y se dividirían sus posesiones. A menos que
encontrara una forma de contrarrestarlo.
No dudaba de que Ssipriina estaba detrás de esto, se estaba
beneficiando de algún modo de la destrucción de la Casa Melarn,
pero para que funcionara, ella tendría que eliminar a Halisstra
también. Halisstra tenía que moverse rápido, pero sabía que la otra
drow no iba a dejar que la Primera Hija de la Casa Melarn se le
perdiera de vista. Su única oportunidad de obtener ayuda era
enviando a Danifae, y eso solo pasaría si Ssipriina Zauvirr creía que
la cautiva de guerra estaba más interesada en salvar su pellejo mas
que en ayudar a su señora.
Halisstra miró hacia Danifae, respirando hondo para calmarse,
luego comenzó a hacerle señas a la sirvienta con las manos,
haciéndolo secretamente de modo que solo su compañera la pudiera
ver.
Tienes que ponerte en mi contra, señaló. Convéncelas de que
quieres verme muerta pronto. Luego consigue ayuda. Ve a la Casa
Melarn.
Cuando Danifae asintió casi imperceptiblemente, Halisstra se le
acercó y le dio una cachetada. El golpe hizo que la cautiva de guerra
cayera hacia atrás, resbalando por el suelo. Los ojos de Danifae se
ensancharon mientras una mano volaba a su mejilla, pero antes de
que pudiera abrir la boca y arruinar el efecto, Halisstra le gritó.
--¡Cómo te atreves a sugerir semejante cosa! ¡Nunca lo
consideraría!
Los ojos rojos de Danifae se entrecerraron, y Halisstra no estaba
segura si la mirada venenosa era genuina o parte de la estratagema.
--Entonces púdrete en una celda hasta que claven tu cabeza en
una pica, Señora. --Se levantó y deliberadamente y cepillándose la
espalda, enderezando sus ligeras sedas que hacían poco por ocultar
su curvilíneo cuerpo--. Si tu no lo haces entonces lo haré yo para
salvarme.
Danifae se volvió a Ssipriina y dijo:
--Señora Zauvirr, humildemente te ruego que me ayudes a
librarme de ella. --Lo último lo dijo burlonamente mientras la
señalaba con un dedo abajo a Halisstra quien todavía permanecía
sentada en el suelo--. Estoy segura de que podemos llegar a un tipo
de acuerdo que encuentres lo suficientemente gratificante como para
liberarme de mi servidumbre.
Ssipriina alternó su mirada entre la cautiva de guerra ante ella y
la hija noble en el suelo, pestañeando de sorpresa ante el estallido.
Abrió la boca como si fuera a decir algo, y luego la cerró de golpe.
Danifae tomando ventaja del silencio, continuó:
--Estoy comenzando a recordar conversaciones con la Señora
Halisstra que podrían implicarla. Si me dan unos momentos a solas
en su recámara podría recordar incluso más evidencia de su
conocimiento de antemano de estos desgraciados y traicioneros
acontecimientos.
Miró a Halisstra con un una conocida sonrisa de satisfacción en
su rostro. A pesar de saber que su sirvienta estaba cumpliendo con
su parte --al menos ella esperaba que fuera eso nada más-- Halisstra
se estremeció ante la mirada en el rostro de Danifae. Sin tratar de
esforzarse mucho por lucir asustada, la hija de Drisinil respiró hondo
una vez más.
--Madre Matrona --dijo Halisstra--, te aseguro de que no tuve
ningún aviso previo de posibles complots de mi madre. Mi cautiva de
guerra te está mintiendo obviamente, tratando de salvar su inservible
pellejo a cambio de condenarme con falsas acusaciones. No puedes
de ningún modo aceptar una palabra de una cautiva de guerra. Te
diría cualquier cosa para verme terminar mal.
Ssipriina la miró una vez más a Halisstra y se rió.
--Por supuesto que lo haría, niña tonta, y cuan afortunado es
para mí. --La madre matrona se volvió hacia Danifae, sonrió y dijo--:
Quizás podamos llegar a algún acuerdo. Vete y ve que puedes
descubrir.
Danifae sonrió y le hizo una reverencia profunda a la Madre
Matrona Zauvirr, luego se dio vuelta para partir. Mientras giraba
sobre sus talones, miró a Halisstra, burlonamente. Mientras Halisstra
dejaba que su mirada siguiera la espalda de su sirvienta, escuchó
que Ssipriina suspiraba profundamente.
--Ahora, que hacemos contigo... --dijo la madre matrona en un
tono de lo más desagradable.

***

Faeryl Zauvirr se asomó por encima de la prisionera, sonriendo


encantada. Las perlas de sudor que brillaban en la frente de
Quenthel Baenre corrían en ribetes hasta sus ojos, haciéndola
pestañear y bizquear. Su boca estaba congelada en una mueca de
dolor y miseria, aunque le era difícil efectuar cualquier otra expresión,
con el hueso de rothé encajado tan profundamente en su boca. Su
largo cabello blando estaba aplastado flojamente contra su cabeza y
se esparcía sobre la punta de la mesa en la que yacía.
Faeryl retrocedió de la mesa en donde Quenthel estaba estirada
apretadamente, con sus muñecas y tobillos encerrados en grilletes a
cada extremo del largo y angosto estante metálico. El cuerpo
desnudo de la suma sacerdotisa estaba tenso, como la cuerda de un
instrumento, y bañado por una capa de sudor que brillaba a la luz de
los braceros, pero aun así Faeryl no estaba satisfecha.
--Quizás deberíamos probar las agujas de nuevo --meditó en
voz alta la embajadora--. Encajan tan fácilmente debajo de las uñas
de los pies, y es tan divertido.
Quenthel gruñó y sacudió la cabeza, sus ojos rojos bien
abiertos.
--¿No? Entonces hay algo aquí que puedo usar para divertirme
--dijo Faeryl volviéndose hacia uno de los braceros y revolviendo las
herramientas que descansaban en el--. Algunos de estos brillan
hermosamente, ahora. He escuchado que los romos son
especialmente buenos para los ojos.
Los gruñidos se incrementaron en ritmo y subieron una octava.
Faeryl volvió a bajar la cara en frente de Quenthel de nuevo,
pero ya no sonreía.
--Solo hemos rascado la superficie, Señora Baenre --le escupió,
una vez más sobresaltando el honorífico. El tono sarcástico se
estaba convirtiendo un su segunda naturaleza--. Tenemos horas
interminables para disfrutar de esto, y quiero asegurarme de que
disfrutes de cada pequeña "gracia" que me infligió Jeggred.
Quenthel cerró los ojos y un gemido apagado traspasó el
pedazo metido en su boca.
Faeryl supuso que la suma sacerdotisa debía de estar
temblando, o quizás era simplemente el estremecimiento de los
músculos, agotados de tanto haber sido estirados. Se rió entre
dientes y se dio vuelta para examinar a su otro prisionero.
Jeggred había sido atado fuertemente a una columna gruesa,
tiras de cadenas rodeándolo desde los tobillos hasta la barbilla.
Las ligaduras estaban tan apretadas que el draegloth solo podía
mover la cabeza, la cual volteaba de una lado a otro esforzándose
por liberarse. Gruñó al tiempo que Faeryl lo miraba.
--Oh, lo sé --le arrulló, acercándose--. Quieres destriparme,
¿verdad? Quieres derramar mi sangre y bailar sobre ella.
--Tendrás una muerte lenta, y dolorosa --farfulló el demonio. Me
ocuparé de ello personalmente.
Faeryl sacudió su mano frente a su nariz.
--Deja de hablar, bestia vil. Tu aliento es apestoso. --Jeggred
solo rezongó. Faeryl fijó su mirada en él y dijo:-- ¿Te acuerdas de las
cosas que me hiciste? --Ella casi se estremeció pero se obligó a
permanecer quieta--. Voy a hacerte pagar por ello... cada pedacito.
Enviaré tu carcasa de regreso a Triel cuando acabe.
Jeggred sonrió.
--No puedes empezar a comprender los métodos para impartir
dolor. Mis atenciones no fueron mas que parte de esos métodos, y
no hay nada que tu puedas concebir que me perturbe en lo más
mínimo.
--Oh, ¿en serio? --replicó Faeryl con sus labios fruncidos--. Ya
veremos. Mis consejeros me han dicho que cosas sientes y cuales
no. "Resiste las quemaduras del ácido y el fuego, y no sufrirá con el
frío o los rayos" dijeron. Pero ya encontraremos algo. Sí, lo haremos.
¿Tal vez sonido, hmm? Hay algo que no te gusta, y cuando lo
descubra que es, lo disfrutaras por horas interminables. Te lo
prometo.
Hubo un suave paso sobre el suelo de piedra de la puerta.
Faeryl se volvió irritada para ver a qué se debía la intrusión. Era
Zammzt.
--¿Qué quieres? --demandó Faeryl.
Sabía que el ayudante estaba allí por orden de su madre y que
ella estaba siendo llamada indudablemente para atender a la madre
matrona. No la hacía muy feliz, y aunque no podía descargar su
enojo contra su propia madre, podía fácilmente hacerlo sobre el
horrible varón. El elfo oscuro dobló sus rodillas e inclinó levemente la
cabeza.
--Le ruego me disculpe, Señora Zauvirr, pero tu madre requiere
tu presencia de inmediato en la cámara de audiencias.
--Por supuesto que la requiere --se burló Faeryl--. Si tiene la
más mínima noción de que no estoy indispuesta siempre me
encuentra algo para hacer.
Cuando Zammzt vaciló por un breve momento, Faeryl le dio una
de sus miradas frías.
--Bien --le preguntó--, ¿qué estas esperando? ¡Ve y dile que ya
estoy en camino!
Zammzt se escurrió fuera del cuarto de tortura y desapareció por
una esquina, su piwafwi flotando tras él. Faeryl volvió su atención a
Quenthel.
--Volveré a visitarte un poco más en instantes --le dijo--, cuando
lo haga, realmente quiero probar esas agujas de nuevo. ¿Quizás las
uñas de las manos esta vez, hmm?
La forma atada en el estante metálico sollozó.
--Oh, bien, me encanta de que también a ti te guste la idea.

***

Danifae Yauntyrr no esperaba realmente que la Madre Matrona


Zauvirr la dejara recorrer libremente de toda la Casa, y sus
sospechas eran acertadas. Al tiempo que partía de la cámara de
audiencias con una última mirada burlona en dirección a Halisstra,
tuvo cuidado también de notar un leve asentimiento hacia dos de los
guardias parados cerca de la puerta. Mientras traspasaba el portal,
los guardias se pusieron detrás de ella silenciosamente y sin
obstruirla.
La cautiva de guerra frunció los labios en un mínimo gesto de
frustración, pero no había esperado nada menos. En verdad no
importaba. Tendría que simplemente dramatizar un poco más.
Ignorando a los dos soldados de la Casa Zauvirr que la seguían,
Danifae recorrió el camino de regreso a las cámaras privadas de
Halisstra, en donde ella también dormía así podía atender todas las
necesidades de la noble drow.
Adivinó que los guardias no serían tan invasivos como para
seguirla adentro, y de nuevo su intuición fue acertada. Traspasó la
puerta y la cerró detrás de ella. Una vez que estuvo a solas,
comenzó a pasearse, musitando posibilidades en su mente.
Halisstra justo le había proporcionado a su sirvienta la
oportunidad perfecta de liberarse de la subyugación de la otra drow.
Danifae casi se rió ante la credulidad de su señora, pensando de que
Danifae correría para tratar de salvarla. Después de diez años como
cautiva de guerra de Halisstra, Danifae no quería nada más que
deshacerse de la miserable drow y su dominación. No quería nada
más que regresar a Eryndlyn. El problema era, con la ligadura a
Halisstra en efecto, Danifae no estaba segura de si ella podía quedar
verdaderamente libre, incluso con la ayuda de Ssipriina Zauvirr.
De hecho, sospechaba que una vez que en verdad se volviera
contra Halisstra y le proveyera la prueba de la culpa de la hija de
Drisinil a la madre matrona, Ssipriina simplemente la dejaría perecer
junto con Halisstra.
Danifae sabía que tenía que asegurarse su propia liberación
primero y no depender de otro para ello. ¿Pero cómo? Odiaba el
efecto de la ligadura, por que era insidiosa en su efectividad. Aunque
Danifae no lo creía de verdad, a veces deseaba que la compulsión
de la ligadura controlara por completo su mente mas que meramente
restringir su habilidad para distanciarse de Halisstra. Se dijo a sí
misma que hubiera sido mejor servir a la hija Melarn como una
zombie descerebrada que de propio acuerdo, intentando
voluntariosamente evitar las consecuencias de estar demasiado lejos
de su señora. La ataba a Halisstra tan ciertamente como el largo de
una cadena alrededor de sus tobillos.
En los primeros años, Danifae quería desesperadamente
estrangular a su señora, pero la muerte de Halisstra le provocaría la
propia muerte, y Danifae experimentaría su propio fallecimiento de
una forma lenta y excruciantemente dolorosa.
Esa era la naturaleza de la ligadura. La mantenía de alguna
manera, la mantenía viva siempre y cuando Halisstra lo deseara. La
distancia no era un factor, pero al momento en que Danifae
descuidara los deseos de Halisstra y fuera por su propio camino, no
tenía dudas de que la otra drow simplemente la dejaría marchitarse
como un hongo con sus raíces cortadas. Disgusta a la elfa oscura, y
con un pensamiento, Danifae sucumbiría. Por la Madre Oscura que
lo odiaba.
La ligadura mágica le era ajena a Danifae. No entendía que
hacía falta para cortarla o si podía ser cortada por mano alguna que
no fuera la de Halisstra. El riesgo de descubrirlo era demasiado
grande como para permitirle una oportunidad de averiguarlo, y
además, Halisstra raramente la dejaba fuera de vista a su sirvienta.
Con Halisstra bajo arresto, Danifae tenía la oportunidad perfecta para
seguir adelante, para finalmente saber que se podía hacer, y no
había tiempo. Halisstra iba a morir a menos que convenciera a
Ssipriina Zauvirr que le encontrara una solución a su problema, y
dudaba de que la madre matrona levantara un dedo para ayudarla,
incluso con sus promesas de testimonio damnificador en contra de la
hija de Drisinil Melarn. Eso la dejaba a Danifae con la única opción
de en realidad salvarla a Halisstra.
¡Maldita sea ella! Gritó silenciosamente la cautiva de guerra
mientras se sentaba en el diván de ensueño de su señora,
golpeando un almohadón como medida preventiva. Quería sacarle el
relleno pero largos años de miedo al castigo la habían entrenado a
resistir dejarse llevar por sus emociones, por lo que contuvo su
mano. Respirando hondo para calmarse, consideró su situación.
Se dio cuenta de que el siguiente problema era que, incluso si
de alguna forma se las arreglaba para liberar a Halisstra --y por
extensión a ella misma-- de este lío, la vida como la conocían ambas
muy bien habría acabado. Podían sobrevivir el golpe, pero a pesar
de eso, ¿a dónde irían? Sin las bendiciones de Lolth para ayudarlas,
era una perspectiva poco prometedora.
Pensándolo bien, Danifae decidió que la cosa siguiente para
hacer era dilucidar quien en la Casa Melarn era todavía aliada de
Halisstra. Lo primero que consideró fueron los guardias de la Casa.
Habían desaparecido, y ella tenía bastante idea de porqué. Ssipriina
probablemente ya los había obligado y dado la oferta standard:
cambiar su alianza a la Casa Zauvirr, quedarse desempleados o
muertos. Dudaba de que hubiera alguien que todavía se plegara a
Halisstra, pero al menos tenía que mirar. Danifae abrió la puerta al
pasillo y se sorprendió ligeramente al descubrir que los dos guardias
que la habían seguido ya no estaban. Supuso que habían asumido
que ella no intentaría nada mientras la Casa estuviera cerrada y
habían decidido ir a buscar algo más interesante que hacer. Justo lo
hace más fácil para mí, pensó, sonriendo mientras se deslizaba
fuera. Se apuró en el camino.

***

La cámara de audiencia de la Casa Melarn era bastante a lo que


Faeryl esperaba encontrar. Su madre estaba sentada en la elevada y
sobredimensionada silla encima de la tarima al frente del cuarto,
rodeada de sus consejeros, mientras que los soldados de la Casa
Zauvirr estaba dispersos discretamente pero generosamente a través
de la cámara.
Faeryl se preguntaba distraídamente como había hecho su
madre a usurpar el control de la cámara de audiencia sin una
discusión de parte de los guardias de la Casa Melarn. Cuales fueran
las mentiras que les dijeran debían de haber funcionado.
--Aquí estás --dijo Ssipriina impacientemente--. Ven aquí. Quiero
que repasemos la historia una vez más antes de que lleguen los
otros aquí.
Faeryl suspiró pero se aproximó obedientemente al trono.
--Madre, me he memorizado los detalles. Creo que puedo...
--Los repasaras conmigo y seguirás haciéndolo hasta que esté
convencida, ¡mocosa desagradecida! No cesarás hasta entonces.
Su madre lucía demasiado cómoda en el trono, el cual
ciertamente era más grande que el que habían tenido en su propio
palacete. Esa era la diferencia entre una Casa Mercante y una
verdadera Casa noble.
Faeryl ansiaba regresar a los calabozos, donde podía gobernar
sobre sus imputados en paz. Odiaba tener que atender las
demandas de su madre. Donde Quenthel importaba, aunque fuera
un pequeño charco, bueno ella era el pez gordo. Siempre era de esa
forma. En el almacén, cuando ella había orquestado el transporte de
los prisioneros, ella había estado a cargo, aunque fuera brevemente.
Bajo el escrutinio de su madre, ella era la niña petulante una vez
más.
Faeryl soñaba con ostentar el reino de poder un día, pero siendo
la cuarta hija de su Casa, y habiendo sido enviada a
Menzoberranzan para representar a las Casas Zauvirr y Melarn, para
patear, reconoció las limitaciones en su oportunidad de escalar a la
cima. Aun si ella algún día sentaba en el trono de Ssipriina Zauvirr
que esperaba reclamar a través de su orquestación de los eventos
del día, Faeryl todavía tendría que responder a otros.
--Ahora --dijo Ssipriina, señalando los puntos uno por uno con su
mano--, fuiste forzada a venir con Quenthel y los otros. Me avisaste a
la primera oportunidad lo que la Casa Baenre estaba planeando. Les
tendimos una emboscada para atraparlos, y solo entonces
descubrimos que Drisinil estaba involucrada. ¿Entiendes?
--Sí, Madre --contestó Faeryl malhumoradamente.
--Bien. Cuando lleguen aquí las madre matronas, quédate fuera
de vista hasta que te llame. ¿Entiendes?
--Sí, Madre.
--Y termina con eso. Es infantil y petulante.
Faeryl frunció el cejo, pero cerró la boca de golpe.
--Así está mejor --dijo Ssipriina--. Ahora creo que necesitamos
reunir a esos varones aquí lo más rápidamente posible. Zammzt,
creo que ese es un trabajo para ti.

***

Cuando sonó un golpe en la puerta de ellos, Pharaun esperaba


ver a Quenthel parada allí. Era tarde, y el Maestro de Sorcere estaba
comenzando a preguntarse si algo desafortunado había caído sobre
la suma sacerdotisa y sus compañeros. Aunque, al tiempo que abría
el portal, el mago en cambio se sorprendió al descubrir a un extraño
drow mas bien de apariencia sencilla con el uniforme de una Casa
noble.
--Le ruego me disculpe por molestarlo --dijo el varón--, pero
estoy buscando al mago Pharaun Mizzrym y a los guerreros Ryld
Argith y Valas Hune.
Pharaun mantuvo su cuerpo firmemente plantado entre el
visitante y el interior de la habitación, cubriendo la vista del otro elfo
oscuro. Detrás de él, podía escuchar a Valas y Ryld desenfundar
armas.
--¿Quién eres tú? --preguntó el mago, considerando que
hechizos le quedaban en su repertorio que pudieran ser suficientes
para defenderse a sí mismo ante un ataque.
--Mi nombre es Zammzt. Vengo de parte de la Madre Matrona
Ssipriina Zauvirr de la Casa Zauvirr, Madre Matrona Melarn de la
Casa Melarn, y Quenthel Baenre de la Casa Baenre. ¿Eres tú uno de
los tres?
--Quizás --respondió Pharaun, oteando al tipo como una posible
amenaza. El drow estaba, al menos, irradiando un número de auras
mágicas--. Dependería de por qué los estás buscando.
--La Señora Quenthel es una invitada de la Señora Drisinil
Melarn de la Casa Melarn y estoy aquí para extenderles una
invitación a que se les unan en un banquete en vuestro honor.
--Oh, que encantador --dijo Pharaun--, ¿asumo que puedes
escoltarnos hasta allí, también?
--Por supuesto, Maestro, uh...
El mago puso los ojos en blanco y dijo:
--Pharaun. Yo soy el mago.
--Ciertamente, Maestro Mizzrym. Me han ordenado que los
escolte hasta la Casa Melarn.
--Ya veo. Bien, entonces, ¿puede darme un minuto para
arreglarme? Odiaría tener que asistir a una cena en mi honor con
esta apariencia --dijo el mago señalando su piwafwi.
--Ciertamente, Maestro Mizzrym. Estoy a vuestra conveniencia.
La cena no empezará sin ti.
--Excelente --replicó Pharaun--. Dame tan solo un momento, y
enseguida saldré. Puedes esperar por nosotros abajo en la sala
común.
Con eso, cerró la puerta y se volvió a sus compañeros.
--O la atraparon o decidió que no estaba recibiendo el trato
adecuado por el personal de la posada --dijo Valas, frunciendo el
ceño.
--De cualquier forma, no es bueno para nosotros --añadió Ryld--,
y yo que estaba comenzando a disfrutar no estar bajo el pulgar de
ninguna madre matrona.
--Bien, entonces... ¿cúal es la opción, buenos maestros? --le
preguntó a ambos Pharaun--. ¿Salimos por la ventana o vamos a un
banquete?
Ryld y Valas se miraron. Finalmente, Valas suspiró.
--Banquete.
--Muy bien --dijo Pharaun--, pero antes de ir, quiero pasar unos
momentos contemplando mi libro de hechizos. Tengo el
presentimiento de que puedo llegar a necesitar una fuerza de ánimo
arcana antes de que termine la noche.
--Sí, creo que eso es prudente --concordó Valas--. A Ryld y a mí
nos vendría bien un poco de magia curativa, si es que hay alguna.
--¿Por qué no van a buscar en la habitación de la sacerdotisa y
ven lo que encuentran? --sugirió Pharaun. Sé que Quenthel tenía esa
varita, pero es probable que la llevara consigo. Aunque puede que
haya una poción o dos.
El explorador asintió, y él y Ryld salieron del cuarto.
Pharaun abrió su mochila y sacó su libros de hechizos, el cual
estaba convenientemente arriba de todo. Esa era la cosa que
realmente amaba sobre su bolsa mágica. Lo que fuera que
necesitara siempre parecía estar arriba de todo. Se sentó a leer con
cuidado sus páginas.
El mago no podía recuperar todos los encantamientos que había
realizado a lo largo del día, ya que necesitaría pasarse varias horas
descansando antes de que su cuerpo se hubiera recuperado lo
suficiente para ello, pero sabiamente había decidido esa mañana
mantener en la memoria un surtido completo de hechizos, por lo que
tenía la oportunidad de elegir cuatro o cinco que encajarían perfecto
en esta ocasión.
Ahora, Pharaun se preguntaba, ¿Qué tipo de hechicería mágica
será particularmente útil para un banquete? Seleccionó sus opciones
y comenzó a estudiar.
Cerca de una hora más tarde, el Maestro de Sorcere levantó la
vista ante el sonido de los otros dos varones que ingresaban
nuevamente al cuarto.
--Ah, cronometraje perfecto --dijo él--. Creo que estoy listo para
ir. ¿Tuvieron suerte?
Ryld respondió:
--Tuvimos que hurgar un poco, pero nos la arreglamos para
confiscar dos pociones de las pertenencias de Quenthel. Esa es otra
cosa más en la que nos pusimos de acuerdo en que le digas la
próxima vez que la veamos.
Pharaun se rió tontamente.
--Bueno, debo decir, las corrientes de aire les han hecho un
mundo de bien. Ciertamente lucen mucho más presentables de lo
que estaban hace una hora nada más. ¿Están listos entonces?
--Creo que sí --replicó Valas--. Hicimos una pequeña supervisión
de la posada, y parece que nuestro escolta está solo. Nada
sospechoso sobre él hasta ahora.
--Entonces sugiero que partamos enseguida --dijo el Maestro de
Sorcere--. Me muero de hambre y tengo ganas de probar algo mejor
para beber que esa bazofia que compramos esta tarde.
Ryld y Valas intercambiaron miradas, y ellos tres encontraron su
camino a la sala común. El drow que se llamaba Zammzt estaba allí,
esperando pacientemente, pero la apariencia de su rostro le indicó a
Pharaun que estaba empezando a ponerse un poco nervioso.
Probablemente preguntándose si nos escapamos de él, pensó el
mago. Preocupándose sobre lo que le diría a la madre matrona
cuando tuviera que informarle de que no íbamos a cooperar.
El recorrido hasta la Casa habría sido placentera, decidió
Pharaun si las calles no hubieran estado plagadas de turbas furiosas.
Dos veces, ellos cuatro tuvieron que dar un salto súbito hasta una de
las calles laterales o flotar hasta otro nivel para evitar ser engullidos
por una oleada de buscalíos. En un punto, Pharaun pensó que
tendría que abrirse camino a través de la chusma con una descarga
de rayos o una bola de fuego, pero nunca llegó a eso. Para poder
mantenerse al paso de los otros, Valas se vio forzado a transportarse
por una puerta extra dimensional. Pharaun no había tenido idea de
que el explorador llevaba este ítem, hasta este momento.
--Sabes --dijo mientras se movían por los niveles más elevados
de la ciudad, donde se encontraban los palacetes más lujosos de los
nobles--, dudo bastante de que debiéramos quedarnos toda una
noche.
--¿Qué, piensas que la ciudad se está poniendo demasiado
peligrosa? --preguntó Valas irónicamente--. Si lo hubiéramos
pensado mejor habríamos considerado empacar nuestras
provisiones y traerlas con nosotros.
Pharaun desaceleró su paso, pensando, pero luego procedió,
diciendo:
--Tienes razón, pero si la situación lo permite, podría regresar
por los bienes yo mismo más tarde.
Los cuatro drow llegaron al fin a la Casa Melarn, un
impresionante bulto en los rincones más elevados de la ciudad. Toda
la cosa estaba apilada encima del nivel de la calle y también colgaba
por debajo, y cubría toda el área de dos o tres cuadras a lo ancho e
igual profundidad. A Pharaun, le parecía como un quiste masivo de
algún tipo, lo cual, supuso, había sido la intención de los arquitectos
que lo habían diseñado.
Más valía que la comida y las bebidas valieran la pena, pensó el
mago, suspirando mientras seguía a los otros adentro. Ahora mismo,
esto luce como una prisión.

***

Aliisza aborrecía la forma que había elegido para ella misma,


encontrándola fea y sin civilizar. Oh, ciertamente que cualquier orco
que la hubiera divisado habría pensado que era hermosa, pero la
diablesa alu consideraba que la raza era repulsiva en todo. A pesar
de todo, tenía sus ventajas.
Por el momento, esa ventaja era que Pharaun no la reconocería.
Siguiendo al mago y sus dos compañeros drow a través de la red de
calles de Ched Nasad, siendo guiados por un cuarto drow --a quien
ella encontraba mas bien poco atractivo-- Aliisza no quería que su
amante de ese día la descubriera. Además, descubrió que era más
fácil evitar llamar la atención como una de las criaturas más rastreras
que como una elfa oscura. Los ciudadanos drow podían haber
sobrepasado al resto de las otras razas combinadas, pero parecían
estar temeroso de quedarse solos en público, y aunque ciertamente
Aliisza no temía por su bienestar, pensó que lo mejor era atraer la
menor atención posible sobre ella.
Además, descubrió que podía escuchar conversaciones más
interesantes si no tomaba la forma de una elfa oscura. Los otros
seres tendían a atascarse o susurrar cada vez que veían a un drow a
su alrededor, pero no eran tan cuidadosos de sus palabras cuando
se trataba de solo una orca, hermosa o no para su raza. Aliisza en
verdad podía entender por qué.
Había habladurías de rebelión o de invasión a todas partes
donde iba. La mitad de los habitantes parecían pensar que la crisis
de la Ciudad de las Telarañas Trémulas era una oportunidad para
terminar con el reinado de los drows de una vez por todas, mientras
que la otra mitad creía que alguien más estaba en el proceso de
hacer justamente eso y que todos los que ya vivían allí pagarían el
precio por ello. Una cosa era constante, sin importar cuales fueran
las opiniones reveladas: todos culpaban a los elfos oscuros de sus
problemas.
Eran los drows, había escuchado ella, quienes habían
enfurecido a Lolth. Ella le había dado la espalda a la ciudad,
dejándola para que se defendiera sola. Otros decían que Lolth se
había vuelto débil e inútil debido a la complacencia de sus
adoradores, y esto le había permitido a otras deidades abrumarla
cuando no lo esperaba o no estaba preparada para ello. El rumor
más intrigante de todos, por supuesto, era el cuento que parecía más
reciente. Esparciéndose como el fuego, afirmaban que las madres
matronas habían descubierto una traidora en medio de ellas, una de
las suyas que había colaborado con una suma sacerdotisa de más
allá de la ciudad para tirarla abajo. Había una docena de variaciones
de esa historia. Las traidoras estaban asociadas con demonios, las
traidoras eran en realidad demonios disfrazados, las traidoras le
estaban robando a la ciudad, las traidoras se estaban preparando
para atacar la ciudad...
Aliisza no tenía dudas de la veracidad de la historia, ya que
sospechaba que la suma sacerdotisa debía ser Quenthel. De algún
modo, la Menzoberranyr había sido atrapado en medio de su
pequeña estratagema, sobre la cual Pharaun se había arrepentido de
mencionar. Tenía curiosidad sobre el rol de Pharaun en el rumor, o la
parte de la historia que incluía a una madre matrona. La diablesa alu
se preguntaba si Pharaun había sido arrastrado en los eventos, o si
al pasar una tarde con ella --ella se estremeció de placer ante la
remembranza-- le había permitido mantenerse fuera del asunto.
Incluso si no hubiera quedado atrapado en el asunto de las
intrigas de las madres matronas hasta ahora, estaba atado a ello
eventualmente. Ella lo sabía con una seguridad nacida de haber visto
las maquinaciones políticas de su rey arrastrar a las más reacias
criaturas a sus redes. Pharaun tendría que jugar una parte en el
desarrollo de los eventos, fuera tanto por su inquisitiva y poderosa
naturaleza como por su relación con la sacerdotisa que seguía
accidentalmente.
Sin importar lo que quisiera el mago, estaba en compañía de un
extraño, alguien obviamente de una Casa noble por la insignia de su
piwafwi, y no parecía estar bajo coacción o forzado. Tal vez no sabía
lo que estaba pasando. Aliisza tendría que pensar sobre eso un poco
más. Una cosa era cierta, sin embargo: el efecto que estaba teniendo
el rumor sobre el populacho no era bueno.
Aliisza sabía que no debería importarle si Pharaun había sido
apresado. La suya había sido una relación de mutua satisfacción,
nada más ni nada menos. Era una placentera desviación de Kaanyr
Vhok, y ella sabía que regresaría al cambion, siempre lo había
pretendido así. Pharaun sabía esto también, y el hecho de que no se
hubiera molestado por la naturaleza informal de su --encuentro por
casualidad-- en las calles era lo que lo había convertido a él en tan
delicioso.
Pero a la diablesa alu sí le importaba, al menos lo suficiente
como para considerar si debería darse cuenta si él necesitaba ayuda
o no. Ella supuso que todavía no estaba lista para dejarlo ir.
También sabía que no era la única razón por la que todavía no
había regresado a Ammarindar a informarle a Kaanyr Vhok todo lo
que había descubierto hasta el momento. Tal vez era la multitud de
visiones y sonidos en la ciudad lo que todavía le atraían. Tal vez era
la exquisita sensación de que no importaba la figura de la raza que
tomara --si era de elfa oscura, orca, o incluso otras especies-- todos
la admiraban. Había pasado demasiado tiempo desde que
experimentara eso. También quería ver como se desarrollaban los
eventos en la ciudad. Presentía la tensión en el aire, y quería
atestiguar l violencia, el caos si algo llegaba a pasar. Ched Nasad
estaba más que madura para eso. El lugar literalmente zumbaba de
energía, con anticipación.
Los cuatro drows que ella seguía se movían casualmente,
aunque siempre parecían ajustar su curso para evitar las masas más
grandes, cuando no se desviaban a una calle lateral o callejones. Le
parecía claro a Aliisza que se estaban moviendo con precaución.
Más de una vez, evitaron mágicamente lo peor de las
muchedumbres, levitando o usando las puertas mágicas que ella y
Pharaun emplearon de tanto en tanto. La condujeron a los niveles
más altos de la ciudad, y pronto se le hizo patente a Aliisza que ella
tendría que detenerse o cambiar de forma para poder continuar sin
ser descubierta. Iba a haber pocos orcos a esas alturas en la
caverna, y ella llamaría la atención sobre ella con el presente disfraz.
Cambiándose de vuelta a la forma drow que había usado antes,
siguió a los cuatro elfos oscuros más lejos, hasta que llegaron a la
enorme Casa noble, a la cual entraron.
Aliisza encontró un lugar tranquilo encima de un edificio al frente
de la calle y se acomodó a esperar.
_____ 10 _____

Khorrl Xornbane sabía que su nerviosismo era una mala señal,


pero no podía evitarlo. Él y su clan se habían estado escondiendo y
esperando por tanto tiempo que apenas podía soportarlo por mucho
más tiempo. Esconder a varios cientos de duergars nunca fue fácil,
pero tratar de hacerlo en medio de una ciudad llena de drows le
estaba poniendo los nervios de punta. Estaba agradecido de que la
espera prácticamente hubiera acabado.
Hasta entonces, la pelea había sido relativamente fácil y sin
dolor. Emboscar a la madre matrona y su comitiva en el almacén
había sido casi demasiado simple. Ella obviamente confiaba
demasiado en la otra madre matrona, y le había costado caro. Se
preguntaba si alguien habría descubierto los cuerpos de sus
soldados y consejeros. Pronto lo harían, lo sabía. El olor llevaría a
alguien hasta ellos.
Khorrl y sus duergars estaban dentro del feudo mismo, fuera de
vista en un ala sin usar del lugar, en unas barracas donde ningún
soldado se alojaba actualmente. Lo estaba volviendo loco a Khorrl.
Sus centinelas no habían informado siquiera de alguien que se
acercara a las salas donde esperaban él y sus muchachos, pero si
alguien los encontraba entonces el plan estaría arruinado.
--Capitán. --Una voz demasiado familiar vino desde las sombras
de los rincones del almacén. Khorrl sintió que su corazón comenzaba
a acelerarse con anticipación. Zammzt salió de entre la sombras, con
una sonrisa torcida en su rostro.
--¿Y? --preguntó el duergar.
--Hemos recibido la orden --replicó Zammzt--. Es hora de que
vayas a trabajar.
Khorrl se frotó las manos de placer. Al fin. Comenzó a repasar el
plan una vez más en su cabeza al tiempo que impartía órdenes, y
Zammzt desapareció en las sombras de donde había emergido.
La verdadera batalla estaba por comenzar.

***

Faeryl estaba comenzando a aburrirse rápidamente de todo.


Deseaba que las madres matronas simplemente vieran las cosas
como se las había expuesto tan cuidadosamente su madre, declarar
a la Casa Melarn como traidora y disuelta, y le permitieran a la Casa
Zauvirr erigirse a la posición de prominencia así Ssipriina podía
sentarse en el Concilio. Pero por supuesto, estaba el prerequisito de
la disputa que debía llevarse a cabo primero. Faeryl suponía que le
interesaría mucho más todo esto si tuviera algo más que ganar, pero
su madre estaría todavía a su alrededor ordenándole, y recibiendo
órdenes de alguien más a su vez, inclusive de alguien que no fuera
Drisinil Melarn.
Siempre hay alguien usándote para pisarte, pensó Faeryl, no
importa cuan alto llegues. Incluso Triel Baenre estaba forzada a
asentir de acuerdo a los caprichos de Lolth, y era posible que la
Madre Oscura también se viera forzada a...
--Faeryl, deja de perder el tiempo con tus fantasías ociosas, y
presta atención --dijo Ssipriina Zauvirr, sacándola a Faeryl de sus
pensamientos.
--Perdón, Madre --contestó la drow más joven, mortificada.
Se concentró en la conversación que tenía a mano, ya que al
menos las madres matronas no seguían hablando como una sola.
--Yo dije --declaró Inidil Mylyl, enfatizando la palabra para
asegurarse de que todas en la habitación entendieran que se sentía
sofocada al tener que repetirlo nuevamente--, que escuchando la
historia completamente una vez más nos ayudaría a clarificar como
es que esto sucedió justo bajo nuestras narices. Quizás Faeryl nos
pueda dar el gusto por un momento para explicarnos esto.
Faeryl gruñó internamente. Ya había explicado todo tres veces
cunado llegaron las primeras madres matronas. No habían estado
contentas con varias partes de la historia, por lo que iba a tener que
contar todo una vez más para aquellas madres matronas que, por
alguna razón, habían decidido llegar tarde. Por supuesto que eran
las drow más poderosas en Ched Nasad, acostumbradas a dejar
esperando a los demás y desafiar a cualquiera a que las cuestionara
por ello. Sintió nauseas al tiempo que caminaba hacia el centro de la
habitación.
--Sí, por supuesto, Madre Matrona Mylyl --dijo tan
educadamente como pudo.
Comparada con la colección de nobleza en la habitación, la
Casa Zauvirr era todavía inconsecuente y podía ser considerada
responsable por todo lo que Faeryl había dicho y hecho hasta el
momento. Avergonzar a la propia madre frente a sus superiores no
era la forma de escalar posiciones más altas dentro de la Casa, y la
embajadora sabía que ambos, su tono y su explicación tenían que
ser manejada correctamente.
--Para entenderlo mejor --continuó--, déjenme comenzar
diciendo que la Casa Zauvirr representa a la Casa Melarn en ciertos
intereses de negocios, y yo represento los esfuerzos de la Casa
Zauvirr en nombre de la Casa Melarn en Menzoberranzan. Sirvo --o
servía, mejor-- como embajadora a Trie Baenre misma. Cuando
surgieron las dificultades, y como saben ahora, también fueron
experimentadas en Menzoberranzan también. Preocupada por esto y
la falta de tráfico de caravanas entre las dos ciudades, le pedí a la
Madre Matrona Baenre que me permitiera retornar aquí con la
esperanza de averiguar que estaba mal.
»Triel se negó, y de hecho, efectivamente me puso bajo arresto
en la casa, por motivos que nunca supe. Eventualmente me
encarceló cuando traté de partir por mi cuenta. Mientras que yo no
deseaba dañar las relaciones entre nuestras Casas y la Casa
Baenre, mi lealtad y preocupación yacían solamente con mi propia
familia y aquellas a las que servimos aquí en Ched Nasad. Se
ordenó que me ejecutaran por traición, pero afortunadamente, la
ejecución nunca se llevó a cabo.
»Triel cambió de opinión en algún momento, eligiendo a cambio
olvidar cuales fueran los supuestos pecados que cometí. Me asignó
a viajar con su hermana, Quenthel Baenre, y otro más aquí a Ched
Nasad para restablecer el comercio y determinar si había más
información disponible respecto a la, uh...
--Hija, todas sabemos que Lolth ha desaparecido. No tienes que
darle vueltas al asunto. --Esta era la Madre Matrona Aunrae Nasadra,
la reina no coronada de Ched Nasad, líder de una de las Casas más
poderosas de la ciudad. Faeryl tragó saliva mientras Aunrae
añadía:-- Ve al grano.
La embajadora asintió y continuó.
--Menzoberranzan ha sufrido un levantamiento, una revuelta de
esclavos apoyada por fuerzas extranjeras. El contenerla consumió
una gran cantidad de recursos divinos de la hermandad. La Madre
Matrona Triel mandó a nuestro grupo para averiguar si la
desaparición de Lolth se limitaba a Menzoberranzan o si se sentía en
todas las tribus de drows, pero también quería que Quenthel
consiguiera cualquier tipo de magia divina que pudiera tomar con sus
manos de aquí.
»Quenthel y Triel habían buscado como excusa aparentemente
que ya que la Casa Baenre tenía parte en las posesiones de la Garra
Negra Mercantil, todo lo que se guardara en los almacenes
pertenecería a su ciudad por derecho. Una vez que me fue posible
comunicarle esto a mi madre por medio de mi hermano y sus
contactos mágicos, trabajamos juntos para tenderles una trampa y
atrapar a los Menzoberranyres en el acto. Fue cuando todos
llegamos al almacén que descubrimos que en realidad la Madre
Matrona Melarn estaba ayudando a nuestros visitantes. Mi Madre se
enfrentó con ambas, y la Madre Matrona Melarn trató de escapar.
Cuando terminó, Faeryl se dio cuenta de que estaba sin aliento
por haberse apresurado con el resto de la explicación. La Madre
Matrona Aunrae tenía ese efecto con todos.
--Drisinil fue muerta, reducida al tratar de huir --añadió Ssipriina,
llamando la atención de vuelta a ella--. Hubiera hecho cualquier cosa
para evitarlo si hubiera podido alcanzarla a tiempo, pero fue
demasiado tarde y mi propia magia era demasiado débil como para
evitar la defunción.
--¿Entonces conspiraste para permitirles entrar en la ciudad, e ir
tan lejos como para engañar a una patrulla de ciudad? --La madre
matrona que preguntó esto era Jyslin Aleanrahel. Sus facciones eran
angulosas, casi feroces, y su reputación de drow maliciosa, codiciosa
que encontraba faltas en cada acción era legendaria.
A Faeryl nunca le había gustado pero difícilmente estaba en una
posición como para demostrarlo.
--Sin duda han sido enviados para espiarnos --continuó Jyslin--,
y su supuesta historia de restablecimiento de contacto aquí
simplemente fue una falsedad hecha para mantenernos
desorientados. Me atrevería a decir que los hombres todavía sueltos
en la ciudad le están mandando información sensata a sus
superiores incluso ahora, especialmente si el mago es tan capaz
como alegaste antes. Habría esperado que fueras una muchacha
más inteligente y los hubieras mantenido alejados de la ciudad, pero
supongo que es mucho pedir.
--Esto es una tontería --dijo Umrae D'Dgttu, madre matrona de la
segunda Casa más poderosa de la ciudad.
--Hemos escuchado la historia, ahora varias veces algunas de
nosotras. Está claro para mí que la Casa Zauvirr actuó con las
mejores intenciones en mente. Me inclino a que disolvamos la Casa
Melarn en el acto.
Faeryl sabía que Umrae era una de las aliadas secretas de
Ssipriina. Eso era. Estaban comenzando el proceso, dándole a su
madre lo que ella quería. La disolución de la Casa Melarn era el
primer paso para garantizarle a Ssipriina un asiento en el Concilio.
--Concuerdo --dijo Ulviirala Rilynt, otra de las cuatro madres a
las que había sobornado--. La traición de la Casa Melarn me parece
lo suficientemente clara.
Faeryl miró de reojo a Ssipriina y vio que ésta trataba de no
sonreír tan ampliamente.
--Estoy más preocupada con la veracidad de sus historias --dijo
Lirdnolu Maerret--. Hasta ahora, todo lo que hemos oído es este
fantasioso cuento que Ssipriina y su hija han entretejido, sin ningún
observador neutral que lo substancie. La Casa Zauvirr sale ganando
bastante con la muerte de Drisinil y su especie. Por una vez, estoy
poco dispuesta a asumir tan rápidamente que están diciendo la
verdad simplemente por el bien de la ciudad.
--Bastante cierto --estuvo de acuerdo Jyslin Aleanrahel--.
Dejemos que hable la hija de Drisinil.
Faeryl abrió la boca para protestar pero la volvió a cerrar de
nuevo. Las madres matronas conocían bien la propensión que tenían
los drows para la intriga, y este era un desafío sobre el que Ssipriina
le había advertido.
Habría algunas que querrían toda la verdad y buscarían la forma
de atrapar a la Casa Zauvirr en una mentira, o si eran aliadas de la
Casa Melarn, tratarían de echarle cualquier culpa a Ssipriina. Su
madre le había advertido a Faeryl que tuviera paciencia durante este
tiempo. Cuando sus nuevos enemigos fueran expuestos, o si la
decisión no favorecía a la Casa Zauvirr, sus mercenarios secretos
pasarían al frente.
Halisstra Melarn fue traída desde las mazmorras de abajo para
responder por los crímenes de su madre. Ella fue casi forzada a
entrar a la cámara, flanqueada por dos enormes guardias mujeres.
La habían despojado de su ropa fina y la habían vestido solo con una
delgada túnica. Paseó sus ojos por el cuarto, buscando rostros,
quizás esperando encontrar algo de simpatía o apoyo entre las
presentes.
Se rumoreaba que Halisstra tenía una vena suave, que nunca
pareció mostrar un tipo de ambición tenaz como su madre había
querido ver en sus hijas. Ella estaba más interesada, sugerían esos
rumores, en visitar los barrios bajos con su prisionera de guerra,
Danifae, usando la buena apariencia de la otra drow para atraer a
hombres atractivos con los que acostarse.
Había incluso algunos que murmuraban que la Madre Matrona
Melarn la habría echado de la familia, dadas las circunstancias
apropiadas. Faeryl sabía que los de visitar los barrios bajos era
cierto, y eso le dio una idea.
Ella extendió sus manos con impotencia, como admitiendo que
había fallado de algún modo.
--Les ruego sepan disculpar cualesquiera sean las fallas que ven
en nuestro plan, Madres Matronas --dijo Faeryl en voz baja--. Yo
estoy tan desilusionada como ustedes de que una de nuestras Casas
más amadas de la ciudad conspirara con extranjeros a nuestras
expensas. Ahora recuerdo otra evidencia damnificadora que podría
aplacar este debate.
--¿Qué? --dijo Ssipriina, inclinándose hacia adelante,
obviamente renuente a ver que su hija probablemente arruinara su
propia cuidadosa red de mentiras.
Faeryl ignoró deliberadamente a su madre.
--¿A qué te refieres? --dijo Jyslin, sus ojos entrecerrándose.
Faeryl estaba segura de tener la ventaja. Aunque no lo había
mencionado antes --ya que era una mentira que había concebido en
el momento de apuro-- no había forma de que Jyslin pudiera
desafiarla por haberla dejado a un lado de la historia la primera vez.
Faeryl podía simplemente pretender que no lo había recordado hasta
ese entonces.
--Es solo que, justo después de pasar por las puertas de la
ciudad, tuve la buena fortuna de espiar a la Señora Halisstra y su
consorte, Danifae Yauntyrr. Me sorprendió verlas en un sector tan
sórdido de la ciudad, pero sin embargo lo consideré un golpe de
suerte. Hice un esfuerzo para moverme en su línea de vista para que
pudieran ver que era yo y que estaba con extraños. Pensé por cierto
de que me habían localizado, e incluso le transmití por señas un
mensaje rápidamente a Danifae, pero o no me reconoció o no quiso
que nadie supiera que ellas habían estado allí. Alejó a Halisstra, y las
dos se perdieron en la multitud. En ese momento no pensé nada,
pero ahora me doy cuenta de que debe haber estado allí para darle
una señal a Quenthel y los otros.
Halisstra abrió los ojos al escuchar las acusaciones de Faeryl.
Farfulló para encontrar las palabras para defenderse.
--Yo... nosotras nunca... Madres Matronas, les aseguro que
nunca vimos a la embajadora y sus compañeros en los sectores más
bajos de la ciudad. Soy inocente de los cargos de los que se me
acusa.
Faeryl sonrió para sí misma. Halisstra había evitado
específicamente negar que había estado allí. Había sido una
apuesta, suponer que ambas habían estado en la vecindad en los
últimos días, pero había valido la pena. La no deseada atención se
enfocaba ahora sobre Halisstra.
--Quizás estoy equivocada --interpuso Faeryl rápidamente. Le
sonrió a Halisstra, quien le estaba clavando dagas con la mirada a
cambio--. Estaba atestado allí, con todos los refugiados y hombres
comunes en su jarana, por lo que es fácil de entender como pensé
que solo Danifae le había llamado la atención a alguien de mi grupo.
Obviamente ustedes dos estaban buscando a alguien más.
Faeryl quería sonreír ante su propia inteligencia. Al retractarse y
admitir que había cometido un error, doblemente damnificaba a
Halisstra. La semilla de la duda había sido plantada en la mente de
todas, y mientras menos intentara forzarlas a aceptar su teoría, más
probable era de que la creyeran; tal era la naturaleza drow.
Para aquellos que eligieron creer en la inocencia de Halisstra,
eso dejaba una razón más para que ella no estuviera en las partes
inapropiadas de la ciudad. De cualquier forma, vertía una
desagradable luz sobre la hija de la traidora.
Ssipriina se volvió a Jyslin Aleanrahel y dijo:
--Madre Matrona, yo solo soy una comerciante,
desacostumbrada a las maquinaciones de la alta nobleza. Si hubiera
previsto que esto te disgustaría en gran manera, hubiera concebido
una mejor manera de lidiar con esta crisis. Pero como están las
cosas, todavía espero que consideres que solo tenía en mente los
mejores intereses de Ched Nasad, actuando de todas formas de su
parte.
Hubo un murmullo en general de las madres matronas mientras
juntaban sus cabezas, sin duda discutiendo las implicaciones de
culpa adicionales que el pequeño cuento de Faeryl había acumulado
sobre la Casa Melarn. Al menos la sugerencia de que Halisstra había
estado de juerga con los comunes de la ciudad significaba que su
desgraciado comportamiento era del peor tipo y que era inapropiada
para gobernar una Casa noble. Si la mitad de ello resultaba ser cierto
todo el asunto le resultaba más dulce aun a Faeryl, quien estaba
llanamente contenta de no seguir siendo la drow a la que todos
menospreciaban.
--¡Suficiente! --gritó Aunrae Nasadra golpeando su bastón
cubierto de runas contra el suelo. Incluso en un encuentro tan
improvisado, la más anciana y poderosa de las madres matronas
demandaba absoluto respeto, y el cuarto se silenció.
--Esta tontería es la razón por la que enfrentamos la sombría
pérdida del favor de nuestra diosa. ¿Cómo podemos esperar que
Lolth nos preste atención cuando perdemos tanto tiempo y energía
en tales discusiones ridículas como quién metió el pie en estiércol de
rothé? --La matriarca caminó entre las otras, observándolas a
todas--. Sea que la progenie de la Casa Melarn elija o no putañear
con los varones de baja cuna en los miserables bajo fondos de Ched
Nasad no es de mi incumbencia.
Faeryl miró de reojo a Halisstra, cuya cara estaba triste por la
humillación. La Madre Matrona Nasadra no les prestaba atención a
ninguna.
--Las calles no son seguras para la mayoría de los drow --dijo
ella--. Todas sabemos de las precauciones que debimos tomar para
venir aquí. Nuestra ciudad está la borde del desastre, madres, y aun
así debemos permanecer aquí y discutir el destino de una Casa
noble, una lo suficientemente alta como para tener un asiento en el
Concilio.
--Ssipriina ha sugerido que disolvamos la Casa Melarn y
ofrezcamos a Halisstra y estos extranjeros como sacrificios para
apaciguar tanto a las masas como a la Madre Oscura. Mientras que
no sabemos nada de por qué nuestra amada Lolth está enfadada
con nosotras, que está enojada con nosotras, de eso estamos
seguras. ¿Ayudará esto? ¿Nos regresará sus bendiciones de vuelta?
»Si damos el ejemplo con los traidores y dejamos que toda la
ciudad lo vea apaciguará a los ciudadanos por un tiempo? Tal vez,
pero más importante, ¿las satisfará a todas ustedes? ¿Regresarán a
sus Casas satisfechas de que una Casa ha caído y que la jerarquía
ha arrastrado suficientemente? Hay cosas más frágiles que la paz de
nuestra ciudad, pero son inferiores en número. Esta puñalada por la
espalda, mientras que inherente a nuestra naturaleza, está fuera de
lugar en estos tiempos difíciles.
--¿Y si esta sacerdotisa Baenre y sus compañeros saben algo?
--preguntó Halisstra--. ¿Si tienen un indicio de los problemas de la
Madre Oscura? Si simplemente me matan, entonces obtienen lo que
quieren, una Casa menos en su camino, pero si los matan a ellos,
sean como espías o como sacrificios, podrían perder valiosa
información.
--¡Cierra la boca, chiquilla! --siseó Ssipriina--. Ya nos has
avergonzado lo suficiente por toda una vida. No pienses que puedes
escapar de la justicia meramente pretendiendo ser leal ahora. Es
demasiado tarde para eso.
Halisstra no sería disuadida. Prosiguió, ignorando las oscuras
miradas que le dieron las madres matronas.
--¿Y si este mago ha descubierto algo? --preguntó ella--. Faeryl
ya nos ha contado de que es astuto y no dejaba de oponerse a
Quenthel. No dejaría pasar el hecho de que sabe más de lo que
demuestra. ¿Por qué matarlo, cuando podría estar tan dispuesto a
parlamentar con nosotras? ¿Podría estar dispuesto a revelar sus
propios secretos? ¿quizás incluso por un precio? Hay algunas entre
ustedes que no desean escuchar lo que él tiene que decir. Podría
exponer las mentiras que ustedes han estado diciendo de mi madre y
de mí.
Aunrae sonrió.
--Dime, niña, ¿crees que Lolth le garantizaría semejante visión a
un varón? ¿crees que ella le permitiría a un muchacho, sin importar
cuan inteligente sea, revelar los secretos de su silencio?
--Estos son tiempos desesperados, Madre Matrona, lo dijiste tu
misma. No me cerraría ningún camino de redención, sin importar
cuan envuelta en niebla parezca estar. Por supuesto, yo tengo pocos
caminos de redención por lo que me queda de vida. Tengo mis
propios momentos de desesperados. Sea que deseen interrogarlo o
no, simplemente les ruego que lo traigan como un testigo en estos
procedimientos. Sus palabras podrían probar mi propia inocencia.
Faeryl frunció el ceño, sin gustarle a donde estaba llevando todo
esto. Estaba comenzando pensar que había sido un error poner todo
el plan en movimiento hasta que Pharaun y los otros también
hubieran sido traídos en custodia, o mejor aun, asesinados. Quizás
ella podía llegar hasta él antes que el resto de ellas y tener una
oportunidad de hablar con él, encargarse ella misma de eso, de una
forma u otra. Tal vez así su madre dejaría de tratarla como a una
niña.
Aunrae asintió, su boca fruncida como si estuviera considerando
las palabras de la drow más joven.
--Argumentas por tu vida, Halisstra Melarn, pero a pesar de eso
tu demanda tiene algo de mérito. Esperaremos a pasar sentencia
sobre ti hasta que hayamos tenido la oportunidad de escuchar
ambas partes. Con respecto al "muchacho astuto", cuando venga a
nosotras, cuando lo tengamos en nuestra posesión, le extraeremos
cualquier información que tenga, completa y sin pagar ningún precio.
De alguna forma, no creo que Quenthel Baenre no haya establecido
las correas apropiadas sobre su mago. No pretendo cometer el
mismo error.
--Madre Matrona Nasadra --llamó Zammzt desde el fondo de la
habitación, por donde acababa de entrar--. Están aquí.

***

Pharaun, Ryld, y Valas habían sido conducidos adentro y


dejados en una sala de espera, una vista más que familiar para cada
uno de ellos y una que no les ayudó a relajar sus mentes. Fueron
dejados solos, o mejor dicho, solo con las centinelas apostadas en
cada una de las salidas para hacerles compañía. Pharaun ocupó su
tiempo paseándose por la cámara, admirando los frescos y las
estatuas que abundaban allí, exhibiendo primariamente motivos de
arañas, telarañas, y la gloria de los elfos oscuros. Había un buen
número de instrumentos musicales también, algunos de los cuales ni
siquiera pudo reconocer. El Maestro de Sorcere presumió un buen
número de trabajos relacionados con la historia de la Casa Melarn,
pero para Pharaun todo era demasiada pompa y circunstancia. Ryld
y Valas mientras tanto, tenían sus cabezas juntas consultándose,
mas probablemente discutiendo tácticas para escaparse en caso de
que las cosas se pusieran feas.
Cuando las puertas dobles al final del cuarto se abrieron,
Pharaun se volvió para ver que no una sino varias ostentosas
mujeres drow --todas matriarcas, estaba seguro-- esperaban en una
enorme cámara de audiencia. Estaban acompañadas por un séquito
de los magos de la Casa, soldados, y mujeres más jóvenes, todos
ellos al servicio de la Casa y muchos de ellos, notó Pharaun,
irradiaban protecciones mágicas y otros hechizos.
--Buenas noches, y bienvenidos a la Casa Melarn --dijo una
drow mas bien alta y delgada de forma imperiosa, esperando en el
trono mientras los tres varones entraban al cuarto--. Soy la Madre
Matrona Ssipriina Zauvirr.
Pharaun hizo una leve reverencia mientras se colocaba al frente
del trono, lo suficientemente atrás como para no parecer
amenazador. Ryld y Valas se movieron para unírsele al tiempo que
las otras madres matronas se juntaban alrededor del trono, y el
séquito de magos, sacerdotisas y soldados flanqueaban al resto.
Pharaun sabía que la mujer era la madre de Faeryl, por
supuesto, pero no pudo adivinar que hacía en el trono de la Casa
Melarn.
El mago miró la cámara alrededor, tratando de encontrar a
Faeryl. Estaba allí, aunque alejada en un rincón del cuarto, como si
estuviera tratando de no llamar la atención.
Si no lo supiera, pensó Pharaun irónicamente, habría asumido
que están esperando algún tipo de problema. Ni Valas o Ryld dijeron
nada, pero el mago podía sentirlos a cada lado, tensos y listos para
saltar.
--Estamos honrados y encantados de ser los huéspedes en tu
Casa, Madre Matrona Zauvirr --dijo Pharaun--. ¿A qué debemos esta
auspiciosa ocasión? --¿Y por el Abismo en donde están Quenthel y
Jeggred? Agregó silenciosamente.
Ssipriina Zauvirr bufó.
--Al contrario, Pharaun Mizzrym, yo debería estarles agradecida
y preguntándoles por qué han agraciado a la Ciudad de las Telarañas
Trémulas con vuestra augusta presencia. La reputación que te
precedió, comentada por un confidente, de un mago de no pocas
habilidades, era la mitad de la historia, al parecer.
Pharaun sonrió en la forma más desarmante que pudo ofrecer
mientras cambiaba el peso de un pie a otro, dejando que uno
sobresaliera ligeramente.
--Todas tienen sus opiniones, como siempre, Madre Matrona.
Eso no quiere decir que todas estén erradas, solo que las
apariencias y realidades no siempre encajan, y por una buena razón.
--Por supuesto --dijo otra madre matrona, adelantándose desde
la izquierda de Ssipriina--, y nuestra opinión es que tu y tus
compañeros, mientras que aparentar ser simples viajeros o incluso
emisarios de nuestra hermana ciudad de Menzoberranzan, son en
realidad espías, que están aquí para robarnos y exponer ante el
mundo entero cualquier debilidad que puedan encontrar.
Tanto por las apariencias, pensó Pharaun, cambiando su peso
incómodamente.
Sintió, mas que ver a Ryld, y Valas, a su derecha, ponerse
tensos ante la desenmascarada acusación.
--Tranquilos --les dijo por lo bajo--. Guárdense las tonterías
heroicas para todas las "otras-cosas-que-fallen" del programa.
Suavizando su rostro lo mejor que pudo, el mago extendió sus
manos en un gracioso reconocimiento y dijo:
--Lo siento, Señora...
--Madre Matrona Jyslin Aleanrahel, de la Casa Aleanrahel.
Pharaun tragó y luego dijo:
--Madre Matrona Aleanrahel. Mientras que nuestros esfuerzos
por evitar llamar la atención deben parecer terriblemente
subrepticios, le puedo asegurar que no queremos nada antagónico.
Solo deseamos...
--¿Evitar ser confrontados así? --entrecruzó Jyslin--. ¿Cuán bien
les sirvió eso?
Pharaun suspiró.
--Para nada bien, parece, pero mis compañeros y yo todavía
estamos completamente seguros de que entenderán nuestras
preocupaciones. Debo confesar, que estoy confundido respecto a por
qué nos hemos reunido aquí, si ninguna de ustedes es la Madre
Matrona Melarn.
Varias de las madres matronas se dieron miradas de
reconocimiento. Pharaun estaba profundamente confundido. Siguió
observando la habitación y vio algo bastante raro también: una drow,
obviamente de noble cuna pero desvestida y sólo con su ropa interior
mantenida como prisionera entre dos guardias, y no era Quenthel.
--Oh, no tenemos preocupaciones --replicó Jyslin Aleanrahel--.
Ya no. Hasta que llegaron, estábamos preocupadas de que no
pudiéramos detenerlos, que tratarían de escaparse de la ciudad. Nos
preocupaba de que pudieran informarle de sus descubrimientos a
sus superiores de regreso a la Ciudad de las Arañas. Nos
preocupaba más todavía que trataran de hacer alguna tontería, como
terminar el mal concebido plan de su sacerdotisa de robar y espiar.
Aunque has cooperado muy bien, por lo que sentimos que tenemos
la situación bien bajo control.
Ryld hizo un ahogado ruido casi inaudible, y el mago sintió que
el guerrero cambiaba su peso. En respuesta, varios soldados,
quienes se habían esparcido un poco más para rodear al trío por
completo, se pusieron tensos como si esperaran que Ryld se les
abalanzara encima.
Pharaun frunció el ceño.
--No estaba al tanto de que nuestra sacerdotisa estuviera
planeando semejante cosa --dijo--. Si hay algo errado, debemos
trabajar para ver que sea rectificado. Dinos donde está, y estoy
seguro de que podremos resolver cualquier...
--Quenthel Baenre fue atrapada cometiendo actos de traición
contra Ched Nasad --dijo una tercera madre matrona, saliendo de
detrás del trono. Pharaun presintió que esta, con una edad agraciada
en su rostro, podía ser la drow más formidable con la que se había
encontrado nunca--. No había dudas de su culpabilidad. Murió
tratando de huir de la escena de sus crímenes.
Pharaun pestañeó, abombado. ¿Muerta? ¿Quenthel Baenre
estaba muerta? No estaba seguro si de reír o preocuparse. Detrás de
él, sintió a sus dos compañeros boquear de la sorpresa.
--Fue atrapada conspirando con la Casa Melarn para entrar
ilegalmente a la ciudad y robar valiosos recursos que nos pertenecen
--dijo la drow más vieja--, y creemos que también estaba espiando
para Menzoberranzan. Consideramos que estos son crímenes contra
la ciudad, contra todos los drows, y especialmente contra la Madre
Oscura misma.
¿Conspiración? Pensó Pharaun. ¿Cuán ridículas podían ser?
Miró hacia el trono donde se sentaba la madre de Faeryl, y
comenzó a entender quien estaba detrás de esto, y quizás por qué.
No le extrañaba que Faeryl estuviera tan dispuesta a ayudar, pensó.
Nos estuvo llevando de las narices todo el tiempo.
--Lo que es más --continuó la madre matrona--, ustedes, en
asociación con Quenthel, están acusados de los mismos cargos.
Están bajo arresto, y serán confinados en este lugar hasta que llegue
el tiempo de determinar vuestra inocencia o culpabilidad.
--No hoy --dijo Ryld, dando un paso adelante y buscando a
Splitter.
Como uno, la multitud de soldados blandieron sus ballestas de
mano, y al menos media docena de magos y sacerdotisa aparecieron
listos para lanzar hechizos.
--¡Ryld, tonto, espera! --gruñó Pharaun, todavía tratando de
mantener baja su voz--. Hay mejores maneras de...
Valas extendió una mano y detuvo al drow antes de que
terminara de desenfundar su espada.
--No todavía --le rogó el explorador--. No tenemos una
oportunidad así.
Ryld gruñó, pero soltó el pomo de su arma y retrocedió
nuevamente.
--Bien --dijo la tercera madre matrona--. No eres tan temerario
como sugirió Faeryl. Aunque la bravata está fuera de lugar aquí,
estoy segura de que te sirvió bien en el pasado.
--¿Señora...? --comenzó Pharaun.
--Aunrae Nasadra, de la Primera Casa Nasadra --terminó la
drow por él.
Por supuesto que lo eres, pensó el mago.
--Señora Nasadra --dijo--, ya que estoy conmocionado y
entristecido por las noticias de la muerte de Quenthel, le imploro que
me escuche. No tengo ningún conocimiento de ninguna conspiración
entre ella y alguien de la ciudad. Debe haber habido un gran
malentendido.
--Lo dudo --replicó Aunrae--, pero puede que tengas la
oportunidad de probarlo y salvar tu cuello. Simplemente dinos la
verdad.¿Te introdujiste o no en la ciudad para encontrarte en secreto
con Drisinil Melarn, madre matrona de la Casa Melarn, para robar los
bienes de los almacenes de la Garra Negra Mercantil?
Pharaun miró a su alrededor a la miríada de rostros que lo
observaban expectantes --y a las puntas de las armas que lo
apuntaban a él y a sus dos compañero-- e hizo la única cosa que
pudo hacer; mintió.
--Absolutamente, Señora Nasadra --dijo impasiblemente y todos
incluyendo Ryld y Valas boquearon. Antes de que los otros dos
Menzoberranyres pudieran refutar su falsa admisión, continuó--, o
más bien, Quenthel lo debe haber hecho. Todo tiene más sentido
ahora. Verá, Señora, ella nos ordenó a mí y a mis dos compañeros
que consiguiéramos caravanas que pudieran ayudarnos a transportar
una gran cantidad de bienes, sin decirnos para qué eran. La Señora
Baenre nos dijo a los varones bastante poco, como se darán cuenta.
»Justo antes de que partiéramos a cumplir con sus instrucciones
la escuché hablar con Faeryl Zauvirr la embajadora a
Menzoberranzan quien nos estaba acompañando. Recuerdo que ella
dijo algo sobre un encuentro con su madre y alguien más, aunque
por supuesto en ese momento yo no sabía a quien se refería. Ella le
preguntó a Faeryl algo así como, "¿y sabes si el lugar es seguro para
un encuentro? Podemos asegurarnos de que nadie nos vea, sabes".
--¡Tu, pomposo mentiroso bocón! --Gritó Faeryl a través de la
habitación--. ¡Mátenlos ahora y terminemos con esto!
Pharaun hizo todo lo que pudo para evitar sonreír. A su
alrededor todos comenzaron a hablar al unísono, y aunque escuchó
unos pocos retazos de conversación condenándolo a él y su
disparatada historia, supo que había sembrado las semillas de la
duda. Aunque, las tropas que los habían rodeado --tropas que
llevaban la insignia de la Casa Zauvirr-- ya había comenzado a
avanzar inseguros sobre ellos tres.
--Muy bien, mago --siseó Ryld--, se nos acaba el tiempo. ¿Qué
vamos a hacer?
Pharaun abrió la boca para decirle al mago que no tenía la más
mínima idea, cuando un repentino y violento temblor sacudió la
cámara haciendo que todos se tambalearan y cayeran, con su centro
de equilibrio interrumpido. Un segundo mas tarde, un monumental
trueno penetró los muros, profundo y sonoro y retumbó por toda la
habitación.
--Por la Madre Oscura --gritó alguien mientras todos parecían
estar confundidos y en pánico.
Un sirviente entró corriendo en la cámara con una salvaje
mirada de temor en los ojos.
--¡Señoras! Son duergars! Cientos de ellos, nos rodean... ¡nos
están atacando! --otra conmoción sónica puso al muchacho sirviente
de rodillas, y pareció aferrarse al suelo del terror--. Queman hasta las
mismas piedras, Madres. ¡La ciudad está en llamas!

_____ 11 _____

Aliisza estaba más que un poco sorprendida de ver la horda de


duergars al parecer saliendo de la nada alrededor del gran palacete
donde habían entrado Pharaun y sus compañeros. Aunque por la
mirada de sus rostros, ella no estaba tan sorprendida como los los
drow que custodiaban el lugar. Los enanos grises, a quienes ella
estimaba que eran unos trescientos, habían formado una línea sobre
un costado del palacete antes de volverse invisibles al disparar una
descarga de flechas de ballestas. También volearon varias docenas
de potes de arcilla, los cuales estallaron en bolas de llamas
anaranjadas al chocar contra el muro de piedra que rodeaba al
palacete.
Los pocos drows que habían estado paseándose cerca de las
suntuosas puertas de entrada lucharon por cubrirse mientras los
golpeaban la lluvia de piedras y bombas incendiarias. La ráfaga del
ataque inicial sacudió toda la red de calles, y Aliisza tuvo que mejorar
su agarre para evitar resbalarse y caer del techo de un edificio del
lado opuesto de la plaza abierta. Cuando pudo volver a mirar, vio que
pocos de los elfos habían sobrevivido el primer ataque. Sonó
rápidamente una alarma dentro del patio del edificio con forma de
quiste, y más drows aparecieron desde adentro, de hecho un gran
contingente de ellos.
Aliisza observó como formaban una línea a lo largo del muro
protector y devolvían el fuego con sus ballestas de mano. Varios
duergars cayeron ante la barricada, pero los enanos grises exhibían
tácticas prudentes, formando un muro protector con el rango anterior
y disparando una segunda descarga desde atrás de esa barrera
protectora. En varios lugares, la piedra misma pareció arder por las
bombas de fuego de los duergars y el fuego se estaba expandiendo.
En la plaza, los ciudadanos de Ched Nasad lucharon por
cubrirse, y a la distancia, Aliisza pudo ver una larga columna de
tropas marchando, por una red de calles arriba, en su dirección. Los
duergars estaban por recibir compañía no deseada... o eso es lo que
ella pensó.
Ahí fue cuando una segunda masa de enanos grises apareció
dentro del patio, flanqueando a los drows que habían una línea de
defensa frente a las puertas.
Oh, que astutos, pensó la diablesa. Parece como que ya lo han
hecho una o dos veces antes.

***

Pharaun no vaciló.
--Dispérsense --le dijo cortadamente a los dos drows con él.
Realizó un hechizo. Ordinariamente habría necesitado al menos
unos segundos para pronunciar la frase y realizar los gestos para
efectuar el hechizo, pero había mejorado esta magia particular, y
este conjuro simplemente sucedió como lo pensó, sin gestos,
palabras o demoras. Una espesa y envolvente niebla apareció,
oscureciendo todo alrededor del mago. Sabía que Ryld sabría como
cuidarse, y esperó que Valas entendiera también. Enseguida los
sacó de su mente mientras levitaba hacia arriba.
Otra violenta explosión sacudió la Casa, aunque el mago,
flotando en el aire, solo la escuchó esta vez. Flotó todo el camino
hacia el techo, cubriéndose con un hechizo de invisibilidad. Sabía
que no lo ocultaría por completo de los astutos magos y madres
matronas, pero al menos le impediría localizarlo a los soldados
comunes. Desde abajo, podía oír el tumulto y confusión mientras una
hueste de drows reaccionaba a ambas, las palabras del mensajero y
el retumbar de los cimientos.
Cuando llegó al techo, Pharaun buscó en su piwafwi y extrajo
una pequeña pizca de polvo de diamante. Conjuró una vez más,
mirando como el polvo se desvanecía en un destello de luz. Una vez
más lo encubriría, esperaba él, de la magia de detección.
Para entonces, alguien había tenido el buen sentido de disipar
mágicamente la niebla de Pharaun, y el suelo estaba despejado una
vez más. El Maestro de Sorcere escudriñó toda la cámara, buscando
señales de Ryld y Valas. El explorador no estaba en ningún lado, lo
cual no le sorprendía al mago en lo más mínimo, y Ryld se había
alejado a un rincón de la habitación. El maestro de armas estaba
acuclillado detrás de unas estatuas, con Splitter en mano,
observando como el enemigo corría de un lado para otro.
No permanecerá mucho tiempo escondido, razonó Pharaun,
sabiendo que las madres matronas todavía tenían la intención de
tomar la justicia en sus propias manos tan pronto como pudieran
restablecer algo de orden. Pensando rápidamente, el mago sacó un
poco de lana de uno de sus bolsillos. Con esta realizó otro hechizo.
Este se lo arrojó a Ryld, creando una pequeña mejora al escondite
del guerrero. Cuando acabó, una nueva estatua ilusoria permanecía
donde estaba Ryld, ocultándolo aun más. Pharaun volvió su atención
al centro de la habitación, donde permanecían varios magos, algunos
de ellos realizando conjuros. Otro se volvía a todas partes,
escudriñando en todas las direcciones, y Pharaun pudo ver que el
drow emanaba magia. Nos están buscando, se dio cuenta el Maestro
de Sorcere.
Revolviendo en sus bolsillos, Pharaun encontró lo que estaba
buscando: un pequeño martillo y una campanita, ambas hechas de
plata. Golpeando la campanita con el martillo, el mago logró otro
efecto mágico. Esta vez los resultados fueron llamativos.
Una horrorosa vibración golpeó el suelo debajo de los pies del
mago, haciendo que todos pusieran sus manos en las orejas y
tropezaran. Incluso el que había estado escudriñando la habitación
pareció sorprenderse, aunque plantó sus pies y continuó buscando.
Mientras la vibración alcanzaba un crescendo, la piedra misma del
suelo no pudo seguir resistiendo la tensión y comenzó a
resquebrajarse. Se dispararon miles de telarañas a través del suelo,
haciendo imposible mantenerse en pies y volteando a los magos al
suelo. El suelo siguió fracturándose hasta que no fue mas que polvo,
de varios centímetros de profundidad.
Los caídos magos levantaban polvo mientras se revolcaban,
tratando de ponerse en pie de nuevo. Varios de ellos no se movieron
siquiera. Excelente, pensó Pharaun, pero su alegría duró poco. Ryld
había sido descubierto y estaba enzarzado en una feroz batalla con
varios soldados de la Casa Melarn y al menos dos sacerdotisas.
Aunque le sangraba un corte en su brazo, el guerrero se las estaba
apañando, pero Pharaun sabía que no duraría mucho si alguien
introducía la magia en el juego. El mago ya podía ver a una
sacerdotisas desenrollado un papiro. Sin embargo, antes de que él
pudiera actuar, Valas se puso detrás de ella, apareciendo de la nada
--¿Cómo lo hace? Se maravilló Pharaun-- y le clavó una de sus
dagas curvas en su pequeña espalda. Al tiempo que la clériga caía
pesadamente sobre el suelo, el explorador se alejó y Pharaun lo
perdió de vista nuevamente cuando el mago volvió su atención a otra
parte de la habitación.
Allí, varias de las madres matronas se habían reunido,
protegidas por una porción significativa de sus comitivas, y se
acurrucaban alrededor de algo que Pharaun no podía ver. Consideró
si golpearlas mientras estaban tan juntas pero descartó la idea.
No debo llamar la atención sobre mí más de lo necesario,
decidió.
Pharaun sintió un cosquilleo de magia sobre él, y vio a otro
mago con su dedo apuntando en su dirección. De algún modo
habían descubierto su posición. Pharaun notó que estaba brillando
con una pálida llama violeta, a pesar de su estado invisible. Otros
magos ya estaban mirando en su dirección, y un puñado de soldados
estaban cargando sus ballestas.
¡Maldición! Pensó el mago.
Rápidamente se envolvió con su piwafwi y le dio la espalda a la
primera descarga de proyectiles que se estrellaron contra el techo a
su alrededor. Sintió que un par de misiles le golpeaban la espalda
pero su piwafwi hizo su trabajo. Sabía que no había forma de
eliminar el fuego mágico sin también deshacerse de la invisibilidad,
pero si simplemente se dejaba estar como un blanco, terminaría
como un alfiletero. Sacudiendo su cabeza en consternación,
rápidamente bajó de su posición, amortiguando la caída justo antes
de llegar al suelo.
El contingente de magos y soldados había seguido el descenso
de Pharaun y se le estaban acercando. Dos soldados blandiendo
espadas largas se le vinieron de lados opuestos, y aunque le era
posible esquivar el primer ataque limpiamente, el otro le cortó a lo
largo del brazo, penetrando su piwafwi. La sangre salió a borbotones
del corte al tiempo que el mago gritó de dolor. Un segundo más
tarde, él y sus dos adversarios estaban sumergidos en un torrente,
como si hubieran estado bailando en el centro de una cascada, solo
que no era agua. Quemaba como el fuego, y los dos soldados de las
espadas se encogieron y desgranaron mientras sus pieles se
ampollaban y enrojecían. Pharaun sintió su propia piel burbujear y
hervir mientras se arropaba con su piwafwi para protegerse el rostro
y alejarse moviéndose a un paso sobrenaturalmente rápido, gracias
a la magia de sus botas.
Saliendo ileso de la cascada de ácido, Pharaun llamó a su
espada mientras se ponía en pie, continuando con el avance hacia
dos soldados más. Usó la danzante y revoloteante espada para
mantener al par de drows a raya lo justo para así poder pasar entre
ellos antes de que siquiera se dieran cuenta de lo que estaba
haciendo. Una vez que pasó, se encaminó en la dirección de Ryld,
mientras más proyectiles de ballestas y un par de rayos de luz y
fuego chisporrotearon al tiempo que lo alcanzaban.
Valas se había escondido de nuevo, pero Ryld estaba en
problemas, rodeado de no menos que seis oponentes. Con cada
barrida de Splitter, el fornido guerrero paraba varias armas al mismo
tiempo. Su pecho estaba jadeaba por el esfuerzo, y estaba cubierto
de sangre de una docena de pequeñas heridas. No parecía capaz de
pasar a la ofensiva con tantos enemigos rodeándolo.
Mientras que Pharaun se acercaba a su compañero, tenía a la
espada cortajeándole la espalda a uno de los adversarios de Ryld.
La hoja se clavó en el soldado drow desde atrás provocando que el
pobre tipo arqueara la espalda en agonía y se revolcara en el suelo.
Severamente, Pharaun le ordenó a la espada que regresara para
protegerlo mientras comenzaba a conjurar otro hechizo.
Colocándose en una posición defensiva cerca de las mismas
estatuas que había usado Ryld para esconderse anteriormente, el
Maestro de Sorcere sacó una segunda pizca de diamante
pulverizado. Aunque esta vez, el hechizo tejió una barrera de
invisibilidad entre él y la docena o más de soldados y magos que lo
habían estado persiguiendo. El lugar que Ryld había elegido para
esconderse estaba más o menos en un rincón de la gran cámara de
audiencias, y Pharaun sacó ventaja al estirar su muro invisible hacia
un ángulo, aislándose él y al Maestro de Melee-Magthere del resto
de la cámara, con solo los cinco drows que todavía rodeaban a Ryld
para enfrentarse.
El Maestro de Sorcere volvió su atención a ayudar a Ryld al
tiempo que los otros soldados descubrían dolorosamente su muro
mágico. Ignoró los porrazos que los dos o tres primeros se daban
contra la barrera, pero no pudo evitar sonreír. Ryld había herido
mortalmente a un segundo enemigo, una sacerdotisa que se estaba
retorciendo en el suelo en un creciente charco de sangre. Pharaun
sacó su propia ballesta y cargó el arma incluso al tiempo que traía a
su espada danzarina para cargar contra un drow varón que intentaba
atacar a Ryld por detrás.
La espada cortó, rozándole el hombro al guardia, y cuando el
soldado se dio vuelta para protegerse de esta nueva amenaza,
Pharaun disparó su ballesta, acertándole. El soldado gruñó de
sorpresa y dolor mientras el proyectil se le clavaba en el brazo del
arma. Dejó caer su espada larga y se tambaleó hacia atrás,
observando la espada danzante mientras revoloteaba frente a él.
Pharaun recargó la ballesta y le estaba apuntando cuando salió
Valas desde una sombra y acabó con el guardia desde atrás. Con los
ojos bien abiertos, el drow boqueó y trató de decir algo, pareció
confundido de que sus palabras no pudieran formarse, luego murió
cayendo al suelo mientras el explorador liberaba su kukri de la
víctima.
--Asumo que eres tu, mago? ¿Cuál es el punto de ser invisible si
estás brillando con una luz púrpura como esa?
--Me alegra verte tenso por el lado correcto de las cosas --dijo
Pharaun, luego se tambaleó mientras otro temblor sacudía el
edificio--. Por la Madre Oscura, ¿qué está pasando allá afuera? --dijo
enderezándose después de la sacudida.
--Lo que sea, no sé si es mejor estar allá afuera o aquí
--respondió Valas, limpiando su daga curva en el piwafwi de un drow
muerto--. Tenemos que salir de aquí.
Pharaun asintió, olvidando de que el explorador no podía verlo y
luego dijo:
--De acuerdo --antes de voltearse a ver como se las había
arreglado Ryld.
El guerrero se estaba enfrentando a un solo oponente, pisando
cuidadosamente alrededor de los resbaladizos charcos de sangre
mientras hacía fintas un par de veces. Sus estratagemas no eran
terriblemente efectivas, y se estaba quedando sin aliento. Su blanco
cabello cortado al ras estaba matizado de sangre roja.
Valas se arrastró hacia adelante, listo para meterse en otra
pelea al momento en que se presentara una oportunidad, por lo que
el mago volvió su atención a su muro mágico, seguro de que sus dos
compañeros tenían la situación controlada.
Del otro lado de la barrera, varios magos drow estaban
levitando, intentando ver si Pharaun había dejado huecos cerca del
techo. Otro mago estaba obviamente conjurando, tratando de
encontrar algo que disipara el efecto. Los soldados permanecían
preparados, tanteando sus armas y observando a Pharaun y sus
compañeros funestamente. Pharaun sabía por el sentido común que
la partición mágica todavía aguantaba, pero sería solo cuestión de
tiempo antes de que sus enemigos encontraran la combinación
adecuada de magia para voltearla.
Por el momento, Pharaun notó el humo en el lado más alejado
de la habitación. Era donde habían estado las madres matronas,
pero ya no estaban allí.
Claro que no, pensó el mago sarcásticamente. No van a salir
hasta que sepan que estamos custodiados nuevamente. Sin
embargo, el humo, era grueso y negro y parecía estar vertiéndose
por todo el cuarto a través de un agujero en el muro. Podía ver
llamas lamiendo las piedras, se dio cuenta de lo que estaba
pasando.
--Definitivamente tenemos que salir de aquí --le dijo el mago a
Valas.
--Eso es lo que dije --replicó Valas--, pero parece que nos has
encerrado aquí.
Ryld había despachado a su adversario final y cayó sobre una
rodilla tratando de recuperar el aliento.
--Hola, Pharaun. Es bueno "verte". Ustedes dos no van a
atravesar paredes de nuevo, ¿no? --preguntó Ryld, poniéndose de
pie nuevamente.
Del otro lado de la barrera, algunos de la delegación de la Casa
Melarn habían perdido interés en ellos, volviéndose y señalando el
humo o corriendo hacia este. Lo que fuera que estuviera ocurriendo
en el lado oscuro de la cámara de audiencias, ellos estaban muy
agitados.
--Ay --le respondió Pharaun al guerrero--, he agotado mi cuota
diaria de "cruzar paredes". Me temo que tendré que confiar en
medios más convencionales para salir. Aun así, no deberíamos
demorarnos. Ese humo es del mismo tipo con el que tuvimos que
lidiar durante la insurrección en Menzoberranzan.
--¿Las bombas de fuego que queman hasta las mismas
piedras? --preguntó Valas.
--Entonces eso significa que... --añadió Ryld.
--Precisamente. Puede que estemos luchando contra asociados
de Syrzan, u otros, que están incitando al populacho a que se
revelen y se armen con las mismas herramientas de destrucción.
--Pensé que dijiste que el alhoon estaba operando solo, que era
un paria dentro de los de su especie --dijo Ryld, dando vueltas en
círculos y analizando cada ángulo y grieta del rincón de la habitación.
--Lo dije --admitió Pharaun--. En mi conversación con esa cosa
durante nuestro cautiverio, afirmó justamente eso. Quizás quien le
suministró las botellas incendiarias químicas a sus seguidores sirve
en varios frentes.
--No importa quién lo esté haciendo, sabemos la gravedad de la
situación --dijo Valas--. Necesitamos salir de la ciudad.
--Nuevamente estoy de acuerdo --dijo Pharaun--. Sugiero que
corramos una vez que baje la barrera.
--¿Hacia esa turba? --contrarrestó Ryld--. Deberíamos buscar
otra manera de salir.
--Pero esa es la forma más rápida hacia las calles. No sabemos
el camino por aquí, y la Casa Melarn podría convertirse en un
infierno pronto.
--Mira --argumentó Ryld--, puede que te sientas bien, pero yo no
puedo soportar otra pelea ahora mismo. --Señalo su propio cuerpo
ensangrentado--. Tiene que haber otra forma de salir de esta Casa.
Encontremos una. --El guerrero señaló hacia una puerta en el pasillo
y añadió:-- Deja tu barrera arriba y vayámonos.
Valas asintió y dijo:
--Ryld tiene razón. No podemos pelear contra todos ellos.
Intentemos otra ruta.
--Muy bien --suspiró Pharaun--, pero si la Casa se nos cae
encima, yo los culparé de ello personalmente a ustedes dos.
Señaló la puerta invitando a Valas a que los guiara.

***

Durante los primeros minutos los pasillos de la Casa Melarn


estaban notablemente vacíos mientras Ryld, Pharaun y Valas
renqueaban haciéndose camino. Ocasionalmente el trio sentía pasos
de carreras en las vueltas, serpenteando los pasajes que
amenazaban su camino a través de la masiva estructura, pero
pudieron evitar confrontaciones ya fuera tomando una desviación o
escondiéndose momentáneamente. Al Maestro de Melee-Magthere
le parecía que la mayoría de los habitantes estaba concentrando su
atención afuera, donde se estaba llevando a cabo el grueso de la
pelea.
Mientras alcanzaban un cruce, Valas levantó su mano para
indicar un alto, y el explorador anduvo furtivamente en una dirección
investigando la ruta más adelante. Ryld y Pharaun se apretaron
contra la pared, tratando de permanecer fuera de vista. El mago ya
no era invisible ni brillaba con esa molesta y parpadeante luz
púrpura. Ryld se había encargado de ello con un pase de su espada
encantada. El guerrero podía ver que la piel de su compañero estaba
ampollada, e imaginaba que Pharaun debía padecer un dolor
considerable. Sus propias heridas le molestaban sólo cuando
pensaba en ellas.
¿No tienes algún tipo de magia que nos ayude a localizar una
salida? Le indicó con signos al mago mientras esperaban.
Pharaun negó con la cabeza.
Esos hechizos existen pero no lo conozco, respondió
silenciosamente. Sin saber el camino, podríamos estar aquí abajo
para siempre. Esto es andar a ciegas, Ryld.
Entonces quizás solo deberíamos seguir a los soldados.
Inconscientemente nos pueden sacar de aquí.
Pharaun descartó con gesto la sugerencia del guerrero, aunque
si era con exasperación o aceptación, Ryld no estaba seguro de ello.
El riesgo de ser descubiertos o de desastre es mucho mayor si
hacemos eso.
Ryld se encogió de hombros pero no dio más respuestas. En
cambio, se volvió a vigilar el regreso de Valas. ¿Por qué me molesto
en discutir? Pensó el maestro de armas mientras escuchaba para
detectar sonidos delatores. Ya se ha decidido.
Valas regresó en ese momento, haciéndoles gestos de que lo
siguieran. Juntos, se arrastraron hasta un pasillo, y Valas señaló una
puerta en el lado opuesto.
Esa es una cocina, indicó, y más allá, del otro lado --señaló el
explorador hacia una puerta cerca del trio--, hay una bodega. Creo
que estamos en el sector de las barracas.
Bueno, ese no es un buen lugar en donde estar, sugirió
Pharaun. Queremos evitar a los guardias, no acostarnos con ellos.
Valas le dio una mirada funesta a Pharaun y les indicó a los
otros dos que lo siguieran. Creo que hay una escalera que lleva
pasando esta área, signó con las manos al tiempo que los guiaba por
el pasillo.
Ryld pensó que en verdad podían tener suerte y atravesar los
cuarteles de los guardias sin ser vistos, pero mientras se acercaban
a la salida del lado opuesto del pasaje que se bifurcaba a las
barracas y la bodega, oyeron aproximarse a un gran contingente
frente a ellos.
Como uno, los tres drows se dieron la vuelta para correr a toda
prisa de regreso por la otra dirección, pero en ese momento varios
soldados de la Casa Zauvirr aparecieron en la otra punta. Estaba
acorralados entre dos fuerzas.
--¡Maldición! --gruñó Pharaun mientras buscaba en el interior de
su piwafwi--. Deténganlos mientras veo lo que puedo hacer.
--Asintiendo, Ryld sacó a Splitter y se aproximó al grupo que venía
desde donde Valas les había indicado las escaleras.
Si podemos pasar entre ellos, razonó el guerrero, al menos
podremos continuar por el camino por el que queríamos ir. Los
soldados, cuatro, dieron un grito de advertencia y desenfundaron sus
armas.
--Vamos, hijo de draraña --gruñó uno de ellos, dando un paso
adelante con una espada larga y otra corta, una en cada mano.
Los otros tres se expandieron, buscando una oportunidad de
rodear la fornido intruso. Ryld mantuvo su espada elevada y floja,
esperando y observando, cambiando de un pie a otro esperando
poder prevenir que sus enemigos pasaran a su espalda, o
alcanzaran a Pharaun. Le preocupaba que sus manos, aun cubiertas
de sangre seca, estuvieran demasiado pegajosas como para
sostener apropiadamente la espada.
El primer oponente dio un paso adelante, tajeando con su
espada corta arriba, luego llevando su espada larga a través de la
parte media de Ryld con un barrido. El maestro de armas se agachó
bajo el primer corte y paró el segundo con Splitter.
Inténtalo de nuevo, y te tendré con dos espadas cortas, pensó
Ryld, observando si el otro drow caía en un patrón.
A su izquierda, otro de los soldados estaba tratando de
apresurarse a lo largo de la pared, obviamente esperando poder
escurrirse por detrás de Ryld, pero el Maestro de Melee-Magthere los
estaba manteniendo a todos en su línea de vista. Hizo un rápido
corte a un costado, provocando que el soldado retrocediera. Ryld
retrocedió a la mitad del pasillo, vigilando todavía la drow de las dos
espadas. Los otros dos drows, ambos a la derecha de Ryld,
esperaban y observaban.
Está bien por mí, pensó Ryld, manteniendo su principal atención
sobre el que tenía frente a él.
El drow cambió de táctica esta vez, adelantándose con la
espada larga a la cabeza, y procedió con una serie de golpes solo
con esa arma, observando como los bloqueaba Ryld. Cuando Ryld
columpió su espada con una estocada y contraataque, el otro
guerrero estaba preparado, desviando el golpe con la espada corta.
Desafortunadamente, el ajuste le permitió al drow a la izquierda
de Ryld pasar detrás de él.
--¡Pharaun! --gritó Ryld--, ¡cuidado!
Saltó a un costado alejándose del centro del pasillo,
inclinándose hacia atrás para mantener a sus oponentes a la vista, y
el maestro de armas pudo oir gritos de terror detrás de él. Esperaba
que fueran del otro grupo de drows y no de sus dos compañeros. El
varón con las dos espadas presionó de nuevo, y esta vez Ryld
estaba listo. Cuando el primer escamoteo de la espada corta le pasó
por arriba, Ryld supo que la espada larga la seguiría por debajo. Esta
vez cuando el golpe se le aproximó Ryld cortó afiladamente con su
propia espada, cortando limpiamente la espada larga por la mitad. El
extremo roto de la hoja repiqueteó con un estruendo.
--¡Maldito seas, bastardo de rothé! --gruñó el otro drow, pero
boqueó al siguiente instante mientras Ryld giraba completamente a
su alrededor en un círculo y se lanzaba sobre él de nuevo.
Su corte fue rápido y certero, y el oponente cayó al piso con un
quejido. Ryld no perdió tiempo observándolo caer. Ya estaba
esquivando el ataque del otro soldado que se había puesto detrás de
él y que estaba tratando de cortajearlo por la espalda. Con una
pequeña lanza le hirió el costado de su pierna causándole
dificultades a Ryld quien gruñó de dolor mientras retrocedía ante el
ataque cojeando. No podía dejar que nadie le hiciera dar la vuelta y
sin embargo ellos se estaban moviendo para hacer justamente eso al
rodearlo.
Apareciendo de la nada, Valas atrapó al soldado con la espada
larga desde atrás, deslizando un brazo alrededor de su cuello y
clavándole uno de sus kukris en la espalda del sujeto. Viendo el
ataque, Ryld rápidamente se dio vuelta y paró varias acometidas de
la lanza corta. Los últimos dos drows habían esperado poder
acercarse y atacar a Ryld mientras su atención estaba centrada en el
lado opuesto, pero habían perdido su oportunidad. Ryld se adentró
completamente en medio del pasillo nuevamente, queriendo tener el
mayor espacio posible para usar a Splitter.
Cuando los dos soldados de la Casa Zauvirr vieron que sus
ventajas bajaban de dos contra uno y que pronto quedarían parejas
con Valas a su lado, titubearon y comenzaron a retroceder.
Una serie staccato de misiles blanco azulados pasaron
disparados junto a Ryld, golpeando a los dos drows mientras
trataban de darse la vuelta y huir. Unos pocos rayos de luz mágica
sisearon débilmente al haber alcanzado sus objetivos, pero la
mayoría golpeó certeramente causando que los dos soldados se
revolcaran y convulsionaran al tiempo que se arrastraban por el
suelo. Ryld se dio vuelta a mirar a Pharaun sosteniendo un tramo
delgado de un tipo de madera manchada oscura cortada de algún
árbol del mundo de la superficie.
El mago asintió satisfecho y guardó la varita.
--No debemos demorarnos --dijo--, todos en la Casa deben
haber oído eso.
Curioso, Ryld dio otra mirada más allá de Pharaun a donde
había estado el otro contingente de drows. Estaban todos muertos,
apresados en el asimiento de los negros y brillantes tentáculos que a
veces conjuraba el mago. Los tentáculos seguían estrujando y
contrayendo los cuerpos de aquellos desafortunados soldados o se
retorcían ciegamente por ahí si no tenían nada que agarrar.
Volviéndose, Ryld siguió a los otros dos pasando entre los drows
muertos y hacia las escaleras.

***

Halisstra tropezó y perdió el equilibrio mientras el profundo


temblor sacudía la Casa Melarn. A cada lado de ella, los guardias
que la estaban "escoltando" a la cámara de audiencias tropezaron
también, perdiendo el agarre de los brazos de la noble drow al
tiempo que se debatían por recobrar el equilibrio. Todo alrededor de
Halisstra eran gritos que se elevaban mientras que los drows
comenzaban a deambular inseguros en la confusión causada por la
vibración, o lo que fuera ésta. Aturdida tanto por los procedimientos
que habían tomado lugar en la Casa de su madre --su Casa ahora,
se dio cuenta Halisstra-- al igual que por la onda de choque que
había conmocionado al lugar, Halisstra a penas se mantuvo en su
lugar, vestida solamente con su ropa interior y con sus brazos
esposadas afianzados detrás de la espalda, observando el caos a su
alrededor.
Cuando el sirviente de la Casa Nasadra corrió al cuarto,
anunciando la pelea afuera, Halisstra pestañeó de la sorpresa.
¿Duergars? ¿Atacando la Casa Melarn? ¿Por qué en el Abismo ellos
querrían...
Una segunda explosión tambaleó la Casa Melarn y tiró a
Halisstra al piso. O mejor, lo habría hecho si no la hubieran agarrado
desde atrás.
--Mantente en pie... tengo que sacarte de aquí.
Era Danifae, vestida para la batalla y luciendo muy parecida a
otra de las guardias con un piwafwi de la Casa Zauvirr. Halisstra
luchó por enderezarse con la ayuda de Danifae, luego se volvió a
mirar a su prisionera de guerra. A la sirvienta no le permitía
normalmente armarse y vestir armadura, pero estaba usando su vieja
cota de malla y escudo y su estrella matinal a un costado. Halisstra
se preguntaba como se las había arreglado Danifae para conseguir
su muda de ropa, los cuales habían sido guardadas lejos de las
habitaciones de Halisstra, pero no se iba a tomar el tiempo de
quejarse en ese momento.
Halisstra escuchó un grito detrás de ellas, y se dio vuelta
esperando ver a sus guardias originales dándose cuenta de que
estaba libre. En cambio, descubrió que una gruesa niebla había
llenado el cuarto, y que podía ver muy poco a unos pasos de
distancia.
--Vamos --siseó Halisstra, atravesando la niebla hacia el fondo
del cuarto, hacia una puerta que llevaba a las profundidades de la
Casa donde se encontraban sus propias cámaras--, regresamos a
mis habitaciones, así puedes sacarme estas --le mostró los brazos
con las manos esposadas a su espalda.
--Por supuesto, Señora --dijo Danifae, conduciendo a su
superiora por el brazo a través de la gruesa y oscura niebla, a lo
largo del muro hacia la puerta--. Le agradeceremos a alguien más
tarde por encubrir nuestro escape con esta neblina.
--¿Quieres decir que no es algo que tu y Lirdnolu Maerret
planearon para rescatarme de Ssipriina Zauvirr?
Danifae se rió una vez, una risita amarga.
--Difícilmente --dijo ella--. A pesar de mi actuación convincente
ante la Madre Matrona Zauvirr, no esperabas realmente que me
dejara deambular libremente, ¿verdad? No había forma de llegar
hasta la Casa Maerret. No, esa conmoción allá afuera es obra de
alguien más.
Una vez que las dos salieron de la cámara de audiencias hacia
el salón, Halisstra pudo ver mejor, y se apresuró hacia sus propias
cámaras, a pesar del hecho de que estaba medio desnuda y atada.
No había dado más de dos o tres pasos antes de que un tercer
temblor la hiciera tropezar. Boqueó ante la pérdida de equilibrio y
chocó contra la pared del pasillo, pero Danifae estaba allí,
sosteniéndola a su Señora y manteniéndola estable mientras pasaba
el temblor.
--¿Qué rayos está pasando? --demandó Halisstra al tiempo que
se enderezaban y se apuraban.
--No estoy segura, pero puedo arriesgar algo --le respondió su
subordinada mientras doblaban una esquina--. Hay revueltas
surgiendo en las calles.
--Quizás --dijo Halisstra--, pero ¿por qué atacarían los duergars
la Casa Melarn?
--Eso, no sabría decirlo --replicó Danifae--, pero adivino que
tiene más que ver con el intento de Ssipriina Zauvirr de derrocar a la
Casa Melarn más que otra cosa. Sin embargo, sirvió más que bien a
mis propósitos. Quizás podamos averiguar más en unos instantes,
después de que te saquemos esas esposas.
--Sí --contestó Halisstra, pensando--. Empecemos por averiguar
en cuales de los Nueve Infiernos están metidos nuestros guardias.
--Eso puedo decírtelo ahora mismo --ofreció Danifae mientras el
dúo doblaba otra esquina y entraba en las cámaras de Halisstra--.
Aceptaron una oferta que no pudieron rechazar: servir a la Casa
Zauvirr o morir.
Halisstra suspiró.
--¿Hay alguien que todavía me sea leal? --preguntó aunque
temía que ya sabía la respuesta.
--Posiblemente tu hermano, si aun está vivo, pero está en la
Torre Colgante y no nos puede ayudar mucho aquí --dijo Danifae
dándola vuelta a Halisstra así podía echarle un vistazo al mecanismo
de restricción--. ¿En cuanto a alguien dentro de la Casa ahora
mismo? Dudo de que alguien esté dispuesto a ayudarte, excepto tal
vez aquellos tres varones en la cámara de audiencia, los de
Menzoberranzan, y solo si te ganas su confianza. --La prisionera de
guerra sacudió su cabeza--. No puedo quitarlas ahora mismo. Mejor
romper la cadena y preocuparse más tarde.
--Bien... pero ¿qué quieres decir con "ganarme su confianza"?
¿Cómo podría hacerlo?
Halisstra comenzó a pasearse, sopesando sus opciones. A
pesar de que se las había arreglado para escaparse de las madres
matronas por el momento, todavía estaba atrapada --dentro de su
propia Casa-- y dudaba de que le llevara mucho tiempo a los
guardias acercárseles.
Danifae no le contestó enseguida. Halisstra se volvió para
repetir la pregunta y vio que la otra elfa oscura tomaba la maza de la
noble de donde estaba en la esquina de su cama. Estaba
momentáneamente sorprendida cuando Danifae regresó a su lado y
la puso de rodillas, pero rápidamente entendió que la intención de la
prisionera de guerra, y colocó las manos cerca del suelo donde
Danifae pudiera golpear la cadena mientras estaba contra la piedra
del suelo.
--Podrías empezar por decirles que su suma sacerdotisa todavía
está viva --respondió finalmente Danifae, llevando la maza hacia
atrás para un golpe fuerte contra la cadena que unía las esposas.
--¿Qué? --boqueó Halisstra, dándose vuelta para mirar a su
sirvienta--. ¿Quenthel Baenre está viva?
Por un breve momento se preguntó si su madre también habría
sobrevivido. Danifae sostuvo su golpe a último momento cuando su
señora se movió.
--¡Quédate quieta! --le ordenó, posicionándola de nuevo a
Halisstra para otro intento--. Y si, la sacerdotisa Baenre está viva.
Los vi a ambos, a ella y su compañero demonio en los calabozos
anteriormente. Mientras estaba rondando, tratando de ver que hacer,
vi al varón que la Señora Zauvirr llama Zammzt apresurándose en
esa dirección. --Danifae estrelló su estrella matinal con fuerza contra
la cadena, pero los eslabones no se rompieron.
»Unos instantes más tarde --continuó--, Faeryl Zauvirr apareció,
también viniendo de los niveles más bajos. Curiosa, decidí ver que
estaba haciendo allí abajo. Los tiene a ambos atados con un hilo de
vida, y Quenthel está atada y estirada en la rueda en este momento.
--Danifae preparó otro golpe con su maza.
--¡Entonces Ssipriina está mintiendo! Puedo liberar a la suma
sacerdotisa y hacer que pruebe mi inocencia. --Halisstra se sintió
jubilosa por primera vez desde el catastrófico comienzo del día.
--Posiblemente --contestó secamente la prisionera de guerra,
dándole otro golpe a las esposas--, pero dudo que muchas de las
madres matronas elijan creerle. Puede que todavía sea culpable de
sus crímenes, aún si tú eres inocente de los tuyos. Una agenda lo
suficientemente llena de madres matronas te impide que salgas libre
de aquí. Lo más probable es que... ¡ajá!
El eslabón que Danifae había estado golpeando finalmente se
quebró los suficiente como para separar las esposas.
Ayudando a Halisstra a ponerse de pie, la prisionera de guerra
continuó.
--Lo más probable es que ellas simplemente te acusen de tratar
de ayudarla a escapar y ofrezcan eso como una historia de
encubrimiento.
Halisstra oteó las esposas de metal todavía en sus muñecas,
encontrándolas molestas ya, pero tendrían que esperar. Libre, al
menos por el momento, los temores de Halisstra se desvanecieron.
Estaba furiosa, y no podía decidir quién merecía la mayoría de su
rabia.
--Bien, no me voy a quedar sentada aquí mientras todos los
demás echan abajo la Casa Melarn en mis narices. Ayúdame a
prepararme, y vayamos a buscar a esa Baenre.
--Como desee --dijo Danifae, moviéndose rápidamente con la
decisión ya habiendo sido tomada.
Con la ayuda de su sirvienta, Halisstra comenzó a vestirse
rápidamente, primero ataviándose con un conjunto de ropa sencilla
pero práctica, luego colocándose la armadura, un fino conjunto de
cota de malla llevando la chaqueta de armas de la Casa Melarn y
varios encantamientos. Una vez que la tuvo puesta, Danifae le
alcanzó el mazo y el escudo y revolvieron el cuarto para juntar otras
cosas que Halisstra habría llevado con ella normalmente cuando
estaba fuera en la ciudad o más lejos.
Cuando Halisstra estuvo vestida, Danifae tomó su estrella
matinal, cada una de ellas se envolvió en su piwafwi marcados con la
insignia de la Casa Zauvirr, y estuvieron listas.
Fuera de las habitaciones de Halisstra, los pasillos estaban
despejados. Parecía que todavía nadie había sido enviado para
cazarla, por lo que la princesa sacerdotisa estaba silenciosamente
agradecida. Una vez fuera de sus cuartos privados, Halisstra
comenzó a respirar mejor. Nadie cuestionaría a dos guardias de la
Casa moviéndose por los pasillos.
Allí fue cuando las dos dieron vuelta por el pasillo y espiaron a
tres drows extraños, dos de los cuales estaban moreteados y
sangrando, reptando por la oscuridad. Definitivamente no eran
miembros de la Casa, pero Halisstra se tomó un minuto antes de
darse cuenta de que eran los tres Menzoberranyres.
--Maldición --dijo uno de ellos, buscando dentro de su piwafwi
mientras los otros dos blandían sus armas y avanzaban
cautelosamente.

_____ 12 _____

La Madre Matrona Zauvirr no estaba meramente enojada. El


enojo era para los subordinados quienes no podían cerrar la boca
ante la presencia de sus superiores a pesar de sus sentimientos. El
enojo era para aquellos tiempo en que tenías tiempo de abofetear a
un niño por que no sabía lo que le convenía. No, el enojo no era una
palabra lo suficientemente fuerte para describir lo que estaba
sintiendo Ssipriina. Alguien iba a pagar por sus tonterías. Alguien iba
a morir.
Ella estalló en los pasillos de su propia Casa Zauvirr,
habiéndose deslizado fuera del palacete de Drisinil durante la
confusión y se había transportado mágicamente de vuelta a su
hogar. Había algo que quería obtener, algo que necesitaba, aunque
no lo había esperado cuando había comenzado el día. Casi esperó
que alguien se le cruzara en el camino mientras avanzaba, que
alguien cometiera el error de abordarla, de interrumpir su hilo de
pensamiento por alguna razón idiota y perfectamente inútil.
Verdaderamente deseó que lo hicieran... sería divertido, en un modo
de distracción, ver desangrarse a algún desgraciado varón mientras
ella lo despedazaba. Estaba lo suficientemente furiosa como para
hacerlo con sus propias manos.
Un guardia le vendría bien, pensó. Cualquier muchacho tonto
que siquiera me mirara.
Todos sus planeamientos, desperdiciados. Toda la cuidadosa
manipulación, los sobornos, el robo, el contrabando de valores y
tropas, incluso la fortuita llegada de los malditos Menzoberranyres y
su astuto esquema para insertarlos en el plan fue para nada. Alguien
lo había embarrado y ella obtendría su cabeza. Los tenía en la palma
de la mano, pensó Ssipriina. Estaban listas para ungirme. Incluso
después de esa ridícula historia que inventó el mago.
Ese obvio intento de intentar descarrilar sus planes no la habría
detenido. Nadie le habría creído, incluso hasta después de que su
tonta hija hubo reaccionado. Ssipriina pensó que Faeryl había
sonado como la niña petulante que todavía era. Nunca tendría que
haberla metido en esto.
Ssipriina se dio cuenta de que su mente estaba divagando. Era
la furia, que evitaba que pudiera pensar bien.
Puedo encargarme de Faeryl más tarde. No hay nada que hacer
mas que luchar y ganar, pero habría sido mucho más fácil si los
enanos grises se hubieran quedado fuera de vista. ¿Quién les dijo
que se movilizaran?
Al tiempo que la madre matrona llegaba a sus cuartos, decidió
que la caza del grupo culpable de ello tendría que posponerse hasta
más tarde. Necesitaba toda su atención en otra parte. Estaba apunto
de esparcir algo por toda la ciudad. Algo muy especial. Ssipriina
sonrió cuando se lo imaginó.

***

Faeryl se tambaleó y cayó contra la pared del pasillo cuando la


Casa Melarn se sacudió por primera vez.
Los sirvientes estaban gritando y desde algún lugar sintió:
--¡Señora! ¡son duergars! ¡Cientos de ellos, nos rodean... nos
están atacando!
Una segunda onda de choque retumbó a través de la Casa.
--Queman las piedras mismas, Madres. ¡La ciudad está en
llamas!
Con un sentimiento de zozobra Faeryl supo que era cierto. Ya
había pasado por esta experiencia antes, aunque había sido en las
entrañas de la Casa Baenre, encadenada a una columna. Aun así,
recordaba los retumbes de arriba, sintió las vibraciones en el suelo.
Cuando había sido liberada por Triel Baenre e invitada a unirse a la
misión a Ched Nasad, se había enterado de todos los detalles de la
insurrección en las calles de Menzoberranzan por otros. Sus
descripciones de los barriles de fuego, el fuego que quemaba las
mismas piedras, eran vívidas. Ella solo podía imaginarse lo que se
sentiría en las redes de calles de Ched Nasad. Faeryl gruñó. Los
planes de su madre se estaban desmoronando.
Se suponía que los duergars no tenían que aparecer hasta que
las negociaciones con las madres matronas se pusieran feas. A
pesar de la necia afirmación del idiota de Pharaun de su participación
en la conspiración, la situación estaba fuera de peligro.
Madre apretó el gatillo demasiado pronto, decidió la embajadora.
Se debe haber espantado y decidió no molestarse en avisarme. Que
típico.
Sacudiendo su cabeza, Faeryl se esforzó por ponerse de pie
nuevamente mientras la sala quedaba envuelta en una gruesa y
lóbrega niebla. Sabía probablemente quien estaba detrás de ella. Sin
importar cuanto quisiera cortar en mil pedazos a Pharaun, había
demasiada confusión.
Además, la embajadora admitió a regañadientes que él y sus
muchachos no eran algo con lo que se podía jugar. Dejaré que los
magos de las madres se encarguen de ellos. Tengo que deshacerme
de Quenthel y de la bestia infame. Faeryl siguió su camino a tientas a
lo largo del muro, tambaleándose mientras otra explosión sacudía la
Casa Melarn. La neblina se despejó y ella pudo escuchar los sonidos
del combate en el lado más lejano del salón. Resistió la tentación de
mirar, aunque quería captar aunque fuera un vistazo de la muerte del
mago. Sin embargo, se las arregló para abrirse camino hacia la
puerta al tiempo que varias docenas de soldados de la Casa
entraban, empujándola a un lado en sus esfuerzos por defender la
sala de audiencias.
--¡Tontos! --les siseó Faeryl.
Casi temblando de bronca, salió de la sala de audiencias y se
apresuró hacia los niveles más bajos. Pasó al lado de otros pocos
drows en los pasillos, todos ellos lucían confundidos. Ninguno de
ellos parecía conocer el origen de los disturbios, y en un momento la
embajadora oyó al menos a tres sacerdotisas discutiendo sobre el
terremoto mientras pasaban a su lado, yendo en la dirección
contraria.
A Faeryl no le importaba explicarles lo que realmente estaba
sucediendo. No era su Casa. Doblando una última esquina, la
embajadora se apresuró hacia la cámara de torturas donde había
dejado a Quenthel y Jeggred. No estaban allí.
Sin embargo, la habitación no estaba vacía. Uno de los
maestros de torturas de la Casa estaba enderezando metódicamente
los instrumentos que habían sido revolcados por los golpazos de
afuera.
--¿Dónde están? --demandó Faeryl, indicando la camilla donde
había sido estirada Quenthel. El maestro de torturas se volvió y la
miró ausentemente, sin entender.
Gruñendo de exasperación, la embajadora repitió lo que había
dicho.
El otro drow la miró y luego la comprensión le iluminó el rostro.
--Oh, no están aquí --dijo él.
Faeryl puso los ojos en blanco y dijo:
--Puedo verlo, muchacho tonto.¿Dónde están?
--Ese drow horrible, Zammzt, ordenó que los lleváramos a otra
celda --respondió el maestro de torturas. Lo supervisé
personalmente.
Otros varios golpes sacudieron el cuarto, y los instrumentos se
esparcieron por todos lados. Faeryl se las arregló para sujetarse de
la columna a la que había estado encadenado Jeggred, pero el otro
drow no fue tan afortunado. Fue a caer sobre uno de los muchos
braseros con carbones calientes, que se le cayeron encima,
bañándolo de cenizas ardientes. Gritando, el drow se arrastró fuera
de las ascuas, pero ya era una conflagración, con sus ropas
encendidas y humeando mientras se revolcaba inútilmente. Faeryl
frunció sus labios irritada.
Ahora, ¿por qué supones que los movió y adonde? Pensó,
dándose la vuelta para irse. Decidió que tendría que pedirle a alguien
que le mostrara y partió.

***

Pharaun titubeó solo por un momento ante la vista de las dos


sacerdotisas drow delante de él. Una, muy simplemente, era
hermosa. La otra, mientras que no poseía las agraciadas curvas y
movimientos fluidos de la primera, era obviamente de cuna noble y
tampoco fea de mirar. Luego mirándola más detenidamente, el mago
la reconoció. Era la drow que había visto encadenada en la sala de
audiencias hacía solo unos instantes. De hecho, se dio cuenta, de
que todavía llevaba las esposas con las que había sido maniatada,
aunque la cadena que las enlazaba había sido cortada. Ninguna de
las mujeres se alegró de verlos a él, Ryld o Valas.
--Maldición --masculló Pharaun, recobrando su sentido.
Buscó dentro de su piwafwi, revolviendo rápidamente en busca
de la varita con la que había despachado a los soldados hacía no
mucho tiempo.
Frente a él, Ryld se puso en guardia, levantando a Splitter en
una posición agresiva mientras avanzaba cuidadosamente. Valas se
deslizó al lado opuesto del pasillo, abriéndose automáticamente con
Ryld para poder atacar a las adversarias desde ambos flancos.
La adorable criatura que primero captó la vista del mago, siseó
molesta y extrajo una estrella matutina. Tenía un escudo en el otro
brazo sosteniéndolo hacia el lado donde se acercaba Valas.
--¡Son ellos! --dijo con un gruñido, posicionándose frente a los
otros drows como si fuera a defenderse.
Ambas elfas oscuras parecían capaces de cuidarse solas, y
Pharaun notó las cotas de malla finamente labradas que llevaban
ambas. La que estaba detrás lucía en verdad la insignia de la Casa
Melarn en la suya, y el mago adivinó que debía ser una de las hijas
de la madre matrona muerta.
Pharaun sacó su varita, pero antes de que pudiera invocar las
palabras desatadoras para usar la cosa, Ryld se adelantó y largó una
serie de golpes a la elfa oscura frente a él, quien se las arregló con
un poco de dificultad en detener los ataques con su escudo y su
arma. El Maestro de Sorcere sabía que Ryld todavía no estaba
presionando su ataque aún. El maestro de armas estaba intentando
medir la habilidad de su oponente con unas pocas fintas bien
colocadas antes de terminar su trabajo eficazmente. Valas continuó
avanzando por el otro lado, y ella retrocedió más de una vez para
evitar que el explorador la agarrara por detrás.
Pharaun apuntó la varita y se preparó para recitar la frase
activadora, cuando la otra drow, la hija de la Casa Melarn, habló
provocando que vacilara.
--Detente, Danifae.
Su compañera retrocedió un par de pasos, pero no bajó la
guardia.
--No tenemos motivo de pelea con ustedes --dijo la todavía
desconocida Melarn--. Sé que no tienes razones para confiar en
nosotras, pero no somos el enemigo... ellos lo son --dijo señalando
los pisos de arriba.
Ryld dio un paso amenazador hacia adelante y luego se detuvo
también sin bajar la guardia. Valas observaba ambos lados con ojos
brillantes, sus kukris listas.
--Cuan conveniente --dijo Pharaun, sonriendo fríamente--. La
hija en peligro, implicada en la traición de su madre y sin amigos,
haciendo un ofrecimiento de paz. Al menos hasta que bajemos la
guardia, ¿cierto? Luego nos entregas a la Madre Matrona Zauvirr,
proclamas que nos capturaste, y esperas que te deje fuera del
asunto.
--Fácilmente podría decir lo mismo de ti, pero no lo haré --replicó
la hija Melarn. Sin quitarle los ojos de encima a Pharaun, añadió:--
¡Danifae, dije que te detuvieras!
Pharaun levantó una ceja ante el tono demandante de su voz.
Danifae asintió en acuerdo, retrocediendo más hasta que estuvo
justo al lado de su Señora.
--Bueno, tienes razón respecto a eso --dijo Pharaun--. No
tenemos ninguna razón para creerte. Si estás entre los pormenores
con la Señora Zauvirr, ¿que estás haciendo por aquí, vestida con tu
armadura más fina?
--Estamos tratando de salvar nuestros propios pellejos --dijo la
hija, un poco más petulante de lo que Pharaun pensó era necesario,
considerando que ella estaba tratando de establecer una especie de
tregua, aunque fuera temporaria--. Creo que ambos podríamos haber
sido manipulados por Ssipriina Zauvirr. Si vienen con nosotras,
podríamos darles información que les ayude a probarlo.
--Dejen sus armas en el suelo --dijo Ryld--, y consideraremos
escucharlas.
--Creo que no --contrarrestó la hija--. Al menos no hasta que nos
aseguremos de que no nos atacarán en el momento en que lo
hagamos. No estoy del todo segura de que no estuvieran aliados con
mi madre.
Ryld gruñó, levantando a Splitter y avanzando nuevamente.
Valas estaba haciendo lo mismo, viendo todavía como arreglárselas
para ponerse del lado izquierdo de la sacerdotisa.
--Ryld, Valas, esperen --dijo Pharaun despacio.
No tenía dudas de que los dos guerreros podían despachar a las
dos mujeres drow con relativamente poca dificultad, mientras el
mago les estuviera cuidando las espaldas con una cuidadosa
selección de hechizos, pero estaba intrigado. Ryld le dio una rápida
mirada por sobre el hombro al mago y luego se encogió de hombros
y se mantuvo en su lugar.
--Puedo asegurarte de que nunca hemos conocido a tu madre y
que no tenemos negocios con ella, jamás. Ese loco cuento en la sala
de audiencias arriba fue meramente una invención para darnos
tiempo, solo para molestarlos, por decirlo así. Pareces saber quienes
somos --dijo Pharaun, dirigiéndose a la hija de la Casa Melarn--, pero
nosotros estamos en desventaja. ¿Quién eres y cuál es la
información que planeas usar para comprar nuestra confianza?
En un segundo, Valas estaba entrando a través de una puerta
dimensional, y mientras que la llamada Danifae daba vuelta su rostro
al punto en donde había estado parado el explorador hacía solo un
décima de segundo antes, el explorador de Bregan D'aerthe estaba
detrás de ella, con una mano sosteniendo su muñeca fuertemente
donde ella sostenía a su estrella matinal, la otra mano sosteniendo
un kukri sobre la línea donde se transformaba su quijada en la
agraciada línea de su cuello. Aunque ella era unos centímetros más
alta que el explorador, Valas podía fácilmente hacerle perder el
equilibrio levantando su cadera y barriéndole los pies del suelo.
Los ojos de Danifae se abrieron de par en par dándose cuenta
de cómo había sido manipulada, y se debatió inútilmente por un
segundo o dos hasta que sintió que la hoja estaba contra su cuello,
ante lo cual se congeló.
--Bájenlas --le dijo Ryld a las dos drows mujeres, señalando las
armas de ellas con su espada larga--. Al piso, amablemente y
despacio.
La hija Melarn boqueó de sorpresa ante la maniobra de Valas,
entrecerró los ojos, y dio medio paso hacia su compañera. Cuando
se dio cuenta de que la sobrepasaban, suspiró y dejó su maza en el
suelo junto a sus pies. Danifae se distendió un poco en el abrazo de
Valas y le entregó su arma a la otra mujer quien la dejo en suelo
también.
--¡Excelente! --Dijo Pharaun al tiempo que Ryld alejaba de una
patada las armas--. ¿Eso no estuvo tan mal verdad?
--Podrían haber confiado en nosotras --escupió la hija--. No les
dimos razones para que no lo hicieran.
Pharaun se rió fuerte. Ryld ahogó una risita, y Valas, quien soltó
a Danifae pero mantuvo su kukri cuidadosamente contra su espalda,
estaba sonriendo detrás de ella.
--Son elfas oscuras --dijo finalmente el mago, recobrando su
compostura--. Esa sola e es una razón suficiente para no confiar en
ustedes, pero más allá de eso, si crees que vamos a confiar en
alguien en esta maldita ciudad, eres la tonta más grande que he
conocido en mucho tiempo. Aunque, no estoy completamente
desinteresado en negociar, por lo que quizás todavía tengas una
oportunidad de redimirte. ¿Quién eres y cuál es la naturaleza de esta
información?
La hija Melarn hizo una mueca pero finalmente respondió:
--Yo soy Halisstra Melarn, como seguramente ya te habrás dado
cuenta. Esta es Danifae, mi sirvienta personal. Lo que quise decirles
es que su suma sacerdotisa y el demonio que la acompañaba no
están muertos.
Pharaun sintió que sus ojos se le salían de sus órbitas ante esta
revelación. Escuchó que ambos Ryld y Valas respiraban
profundamente.
--¿En serio? --dijo el mago, tratando de sonar casual al tiempo
que recuperaba su compostura--, y ¿cómo lo saben?
--Por que los he visto --contestó Danifae, todavía atrapada en el
abrazo de Valas.
--Aparentemente --dijo Halisstra--, Ssipriina Zauvirr simplemente
les dijo a todas que la sacerdotisa estaba muerta para que no
hubiera exigencias de su parte de la historia. Probablemente ellas
deberían haberla matado, pero supongo que Faeryl tenía otros
planes para ella.
Ante la mención de la embajadora, Pharaun inclinó su cabeza.
--¿Conoces a Faeryl Zauvirr? --preguntó.
--Sí --replicó Halisstra--, la conozco. Nos criamos juntas. Desde
que nuestras Casas han --o mejor tuvieron-- relaciones de negocios
juntos, su madre y la mía pasaron bastante tiempo juntas. Ella podría
muy bien estar con la sacerdotisa Baenre en este mismo momento.
Sospecho que los debe estar torturando a ambos.
--¿Es eso así? --Preguntó Pharaun.
Ryld, quien aún tenía su espada apuntándolas a las dos
mujeres, dijo con un bufido:
--¿Por qué es que eso no me sorprende?
--Me pregunto ¿como la preciada suma sacerdotisa se dejó
atrapar en primer lugar? --se cuestionó en voz alta Pharaun.
--Fue una emboscada --dijo Halisstra--. Cuando estaban en los
almacenes de la Garra Negra Mercantil. Faeryl estaba involucrada,
supongo. Su madre las encontró con una hueste de guardias quienes
redujeron a las suma sacerdotisa y al demonio que estaba con ellas.
Afirman que tuvieron que matar a mi madre, quien estaba tratando
de huir, aunque ahora me pregunto si realmente está muerta.
--Bueno, ahora --dijo Pharaun, incluso más intrigado que antes--,
algunas cosas están comenzando a tener más sentido. Ahora sé por
qué Faeryl estaba siendo tan simpática durante el viaje aquí. Quería
que Quenthel fuera al almacén. Todo el tiempo su plan fue atrapar a
Quenthel.
--No sólo a Quenthel, sino a todos ustedes --dijo Halisstra--.
Estoy suponiendo que ella pretendía capturarlos a todos ustedes de
una vez, pero cuando no aparecieron en el almacén con los otros
tuvo que enmendar su plan. Ella estaría bastante contenta, estoy
segura, si todos ustedes estuvieran muertos.
--Si --dijo el mago irónicamente--, fuimos informados de ese
hecho hace menos de una hora. No es necesario decir que no nos
gustaba mucho la idea.
--Entonces, ¿dónde está la Señora Baenre? --demandó Ryld--.
Vamos a encontrarla e irnos. Pueden ayudarnos o unirse a todos los
demás que se han metido con nosotros hasta ahora.
Halisstra miró al guerrero evaluativamente.
--¿Qué es lo que pretenden lograr al encontrarla? --preguntó
ella.
--Vamos a salir de aquí, y vamos a descubrir que...
--Maestro de armas Argith --interrumpió Pharaun, llevándolo a
un costado al guerrero en donde pudieran hablar privadamente--. No
estoy seguro de que este sea el mejor camino a seguir. Necesitamos
salir de aquí antes de que toda la Casa se caiga, ¿no estás de
acuerdo?
--¿Y dejar a la Señora de la Academia aquí? --contrarrestó
Ryld--. Deberías tratar de encontrarla.
Pharaun miró inquisitivamente a su compañero y preguntó:
--¿Por qué por la Antípoda Oscura haríamos eso?
Los ojos de Ryld centellearon de rabia.
--Puede que tu estés ansioso por deshacerte de ella, mago --dijo
él--, pero yo no.
--¿Oh? --replicó Pharaun, enojándose él mismo ahora. Si no lo
supiera, pensaría que estás embelesado con la suma sacerdotisa--.
¿Tan pronto has olvidado su desdén por tí?
--Sean cuales sean tus ambiciones, yo todavía sirvo a la tarea
que me fue dada por la Madre Matrona Baenre y el resto del Alto
Concilio. Quenthel todavía tiene una larga participación en esto, y no
tengo deseos de traicionar a Menzoberranzan misma para concretar
mis vendettas personales.
Otra onda de choque desgarró la Casa Melarn, y Pharaun se vio
forzado a elevarse en el aire para mantener su equilibrio.
--¿Podemos discutir sobre esto más tarde? --interrumpió Valas,
todavía sujetando a Danifae mientras los dos trataban de mantener
el equilibrio--. Estoy de acuerdo con Ryld, al menos por el momento.
Puede que todavía necesitemos a Quenthel, quien aún es nuestra
mejor conexión con la Madre Oscura, y la única que nos puede decir
si estamos teniendo éxito en reconectarnos con Lolth. Si no
encontramos a Tzirik, nos puede convenir tenerla allí con nosotros.
Pharaun suspiró, disgustado de que él hubiera levantado su voz
lo suficiente como para ser escuchado.
--Muy bien --dijo--. Intentaremos encontrarla antes de partir, pero
recuerden lo que dije. Si la Casa se cae sobre nuestras cabezas, yo
personalmente los culparé a ambos.
Sonrió, esperando que un poco de frivolidad distendiera el
ambiente. Ryld todavía fruncía el ceño pero asentó bruscamente una
vez que la decisión fue tomada.
Otra sacudida estremecedora tambaleó la Casa Melarn y forzó a
todos a levantar sus pies para poder mantener el equilibrio. Halisstra
miró a su alrededor con bastante preocupación en sus ojos.
--Si quieren encontrar a su suma sacerdotisa, entonces déjenme
llevarlos hasta ella --dijo ella--. Danifae y yo no queremos pelear con
ustedes, como admití anteriormente, y todo lo que les he dicho hasta
ahora es la verdad. No tenemos aliados aquí, ni tampoco ustedes.
Juntarnos podría sernos de mutua utilidad.
--Muy bien --dijo Pharaun--. Supondremos por el momento que
vamos a confiar en que ustedes nos lleven hasta ella. Será nuestra
mejor oportunidad de salir de aquí notablemente en una pieza, pero
sólo para asegurarnos de que no intentarán nada, digamos como
problemas, creo que Danifae aquí nos acompañará con los brazos
atados en la espalda. Valas y yo mantendremos un ojo sobre ella
mientras tú y Ryld van al frente.
Los ojos de Danifae apenas se agrandaron en protesta ante la
sugerencia, pero Halisstra asintió después de solo un momento de
consideración.
--Muy bien --accedió. Lo haremos a tu manera-- por ahora.
Primero, debes hacer algo por mí. Debes responder una pregunta, si
puedes. ¿cuál es el estado de cosas en las calles allá afuera? No he
tenido la oportunidad de averiguarlo por mí misma desde que
comenzaron las sacudidas.
Pharaun se encogió de hombros impotentemente.
--Me temo que no puedo decírtelo con ningún grado de certeza
--dijo él--. Estabas en la sala de audiencias cuando comenzaron los
ataques y escuchaste el grito de alarma. Aunque estos duergars
parecen estar organizados. Mi sospechas es que alguien más,
alguien poderoso, está detrás de ellos.
Halisstra miró agudamente al mago y preguntó:
--¿Qué te da esa impresión?
--Los temblores que estamos sintiendo se deben a químicos
incendiarios. Nos encontramos contra una destrucción similar en
casa recientemente. Quien sea que les provea a los duergars de
ellas está asociado con las fuerzas con las que lidiamos en
Menzoberranzan, y te lo advierto, las piedras en verdad arden.
Estaremos en riesgo mientras permanezcamos dentro de tu Casa.
Halisstra lucía temerosa, pero asintió en agradecimiento.
--Entonces mientras más pronto pueda darles lo que quieren,
más rápido podremos salir y averiguarlo de una vez. Danifae, quiero
que cumplas con sus instrucciones. ¿Me comprendes?
Con un leve suspiro, la otra drow asintió.
--Sí, Señora --respondió y luego se corrió para que Valas
pudiera usar un trozo de cordón para atarle las manos y asegurarlas
a su espalda.
--Maravilloso. Es bueno ver como todos nos estamos llevando
tan bien --dijo Pharaun--. Ahora, Halisstra Melarn, ¿por qué no nos
guías por el camino?
--Antes de hacerlo, permíteme ayudarte de manera más
inmediata. Déjame curarte las heridas.
Pharaun miró a Ryld quien negó con la cabeza sutilmente,
frunciendo el ceño. Encogiéndose de hombros, el mago decidió
ignorar las preocupaciones de su compañero. Su cara le dolía allí
donde el ácido lo había quemado.
--Muy bien --contestó--, puedes atenderme. Pero si esto es un
truco, mis dos compañeros aquí verán de que nunca vuelva a
suceder.
--Entiendo --dijo Halisstra--. Sólo voy a sacar una varita, así que
por favor no se sobresalten, ¿de acuerdo?
Pharaun asintió y esperó mientras la hija de Drisinil Melarn
sacaba una varita y la utilizaba. El mago sintió inmediatamente los
efectos de la magia divina y exhaló un suspiro de alivio.
--Gracias --dijo.
Igualmente de rápido, Halisstra curó a Ryld y Valas.
--Listo... ¿ven? --dijo ella, guardando la varita nuevamente--. En
verdad estamos de su lado.
--Ciertamente --replicó Pharaun evasivamente--.
Desarrollaremos la confianza lentamente, creo. ¿Por favor? --dijo,
señalando el pasillo.
Halisstra observó al mago por un momento, como considerando
si estaba cometiendo o no un error, luego se volvió y avanzó por el
corredor. Ryld caminó cerca a su lado, sosteniendo a Splitter
protectoramente cerca de ella.

***

Aliisza no estaba exactamente segura de cuando la batalla


afuera de la Casa noble se había ido de las manos, pero estaba claro
se estaba volviendo un asunto mayor, atrayendo la atención de la
ciudad entera.
Sentada al borde de un edificio a un costado de la red de calles,
varias calles por encima del violento combate, sus pies colgaban en
el aire, y miraba ansiosa al tiempo que otra ola de goblins y Kobolds
chocaban contra las filas de duergars posicionados alrededor de la
espaciosa estructura.
La alu no estaba segura porque se sentía preocupada por el
desenlace de la colisión. Oh, entendía lo suficientemente bien de que
en verdad estaba preocupada por el bienestar de Pharaun. No
entendía por que lo hacía. No se habría imaginado que a ella le
podía importar un drow, y de hecho sus sentimientos no estaban
siquiera cerca de ser un afecto verdadero. Aun así, lo encontraba
astuto y divertido, y había disfrutado su tiempo con él ese día.
Supongo que todavía no he terminado con él, decidió.
Por lo que esperó y observó, preguntándose si él iba a salir vivo
de ésta. Sabía que se las podía haber arreglado para transportarse a
él mismo y sus dos compañeros a algún otro lugar por medio de una
puerta extra dimensional o magia similar. Esa era la posibilidad más
plausible, de hecho, y ella dudaba de que él estuviera adentro
todavía. Aunque por alguna razón, se sentía obligada a quedarse y
vigilar. Algo al fondo de su mente le decía que el mago aún estaba
allí adentro.
Al menos la batalla está interesante, musitó Aliisza. Los enanos
grises habían derrotado a la fuerza inicial drow, fijando a los elfos
oscuros entre las dos líneas de ataque como el acero atrapado entre
el martillo y el yunque.
Los elfos oscuros fueron masacrados en cuestión de instantes.
Algunos pocos afortunados se las arreglaron para ponerse dentro de
la puerta de entrada del palacete, pero los duergars estaban en el
proceso de tirarla abajo. Aliisza dudaba de que el portal resistiera por
mucho más tiempo.
Más allá de los muros de la hacienda, más drows marchaban
para mitigar el asedio, o quizás para repartirse los despojos.
Llegando rápidamente, empujando a las tropas de esclavos delante
de ellos, las nuevas fuerzas eran más grandes que las de los
duergars, y los enanos grises se encontraron en una posición
inversa, defendiendo la casa, más que atacándola. Sin embargo, los
goblins y los kobolds superaban en número a los duergars en una
proporción sustancial, aunque no eran rivales para las tácticas de
batalla y las bombas incendiarias de los enanos grises. Tres veces,
los drows habían forzado a su ejército de seres inferiores a acometer
contra los muros, y las tres veces habían sido rechazados, sufriendo
severas bajas.
Aunque Aliisza entendió la táctica muy bien. Los duergars
estaban obligados a gastar magia para defenderse, y los drows
estaban felices de sacrificar a sus tropas de choque a cambio de
agotar las reservas de magia de los enanos grises. Tan solo eran
esclavos, después de todo. Unas olas más y quizás los duergars
comenzaran a quebrarse.
El único problema, se dio cuenta Aliisza, era que los duergars
habían utilizado una gran cantidad de los potes incendiarios con los
que ahora ardía la plaza. El aire se estaba espesando por el humo, y
los drows estaban obligados mantenerse alejados de la expansiva
conflagración. La suntuosa casa estaba ardiendo en varios lugares
también, y Aliisza se preguntó cuanto daño podía aguantar el edificio
antes de que comenzara a caerse en pedazos. Aunque ella sabía de
las fuerzas con que moldeaban las piedras que solían construir las
redes de calles y sus estructuras anexas volviéndolas tan fuertes
como el acero, la mansión estaba precariamente enganchada. Si
ardían las piedras suficientes, toda la casa podía derrumbarse.
Eso sería todo un espectáculo.
Aliisza divisó una conmoción abajo en una calle lateral, no lejos
de la plaza en donde el grueso de la pelea había estado teniendo
lugar. Había un puñado de drows allí, pero nada más. La alu supuso
que debían haber sido una patrulla de escrutinio o exploración.
La diablesa decidió acercarse para ver mejor. Se paró al costado
del techo y se dejó caer sobre otro, dos niveles más abajo,
desacelerando su descenso mágicamente. Se agachó cuando un
semigigante pasó a su lado, no queriendo distraer a la criatura.
El semigigante caminaba por la amplia calle, llevando su hacha
de guerra flojamente en una mano. La hoja del arma estaba
pegajosa con sangre, dejando un rastro de gotas detrás al tiempo
que avanzaba. El aire era pesado por el humo.
Una brigada de elfos oscuros, soldados guiados por una
sacerdotisa y magos, se vertieron en una calle en la distancia,
organizados y feroces, buscando detener al semigigante. Antes de
que pudieran dar tres pasos en dirección a su presa, un enorme
trozo de algo se estrelló en la calle entre ellos. El peso sacudió la
calle, y el sonido que hizo fue como miles de hojas golpeando miles
de escudos. Casi hizo que el semigigante cayera, y tuvo doblar una
rodilla antes de perder por completo el equilibrio.
Aliisza espió a través del humo para ver que había aterrizado
sobre la calle de telaraña. No era otra cosa sino una pila de piedras
humeantes, pero la diablesa podía ver que había sido parte de la
calle de arriba. En realidad, parecía como parte de la calle y un par
de edificios. Toda el cascote estaba ardiendo, con gruesas vetas de
humo saliendo de el. Miró hacia arriba, preguntándose de qué parte
de la ciudad había venido.
A pesar de la humareda, Aliisza podía ver una carretera sobre
ellos, cruzando en un ángulo, que conectaba con la Casa asediada.
Faltaba un enorme tramo de la calle como si una gigante mordida
hubiera sacado un pedazo de la inmensa telaraña.
Las llamas todavía lamían las piedras de la calzada desde
donde se había desprendido, acarreando una pequeña parte de la
casa con ella. El resto de la inmensa estructura aún permanecía en
su lugar, pero Aliisza se dio cuenta de que podía caerse más de la
calzada en cualquier momento. La alu vio cuan peligroso era estar
allí, debajo de la piedra ardiente.
El semigigante debió haberlo presentido también, por lo que se
dio la vuelta para volverse por la calle sobre sus pasos. Allí fue
cuando una segunda patrulla drow entró en escena. Era un grupo
pequeño de no más de cinco o seis, pero su líder era un mago, y
tenía una varita en su mano.
El mago gesticuló con la varita y un rayo de electricidad salió
disparado de la punta, dándole en el pecho al semigigante. La
criatura chilló de dolor mientras se le quemaba el pelo. Casi dejó
caer su hacha de guerra, e incluso después de que terminara el
ataque, Aliisza vio que la bestia no podía mover bien sus dedos por
un momento. Los elfos oscuros se le echaron encima, con las
ballestas y espadas listas.
El semigigante no era tan fácil de derribar. Aliisza observó
fascinada como el elevado humanoide rebuscaba en su bolso de la
cadera y sacaba un puñado de potes de arcilla. Desde una rodilla,
las lanzó en la dirección de la que cargaban los drows.
Milagrosamente, su puntería fue muy buena y casi todos los
contenedores volaron hacia los elfos oscuros, quienes se ocultaron
cuando vieron lo que se les venía. Los potes se estrellaron contra la
calle y estallaron en llamas, enviando una cortina de humo y fuego
hacia arriba en una sacudida que Aliisza pudo sentir en el rostro.
Por el Abismo, boqueó Aliisza, incapaz de dejar de mirar este
maravilloso despliegue de destrucción. Los drows abandonaron el
ataque cojeando y arrastrándose para alejarse del incendio, el cual
carbonizó las calles en segundos. Un par de elfos oscuros se las
arreglaron para escaparse del lado de fuego del semigigante.
Dándose cuenta de que estaban atrapados entre el semigigante y el
incendio, buscaron una avenida de escape, vigilando
cuidadosamente a la criatura.
Poniéndose de pie nuevamente, el semigigante comenzó a
caminar decidido hacia ellos, sujetando su hacha de guerra con
ambas manos. Al unísono, los drows se volvieron y huyeron a un
calle lateral, saltando por el borde y cayendo hacia la humeante
vastedad de abajo.
Casi al mismo tiempo, la calle se movió, inclinándose hacia un
costado, y el semigigante se tambaleó hacia el borde. Aliisza observó
como el masivo humanoide buscaba salvajemente a su alrededor,
tratando de averiguar por que su asentamiento se había vuelto tan
precario de pronto. Ella también vio que el fuego que había
comenzado con los potes incendiarios ya habían quemado una
considerable parte de la telaraña calcificada que era la calle, y se
estaba resquebrajando. La otra punta ya había sido debilitada por el
impacto de la calzada, y el sector completo de la carretera se
balanceaba y crujía. La alu sabía que no se mantendría por mucho
tiempo. Increíblemente, el semigigante corrió hacia el fuego, dando
enormes y pesados pasos que sacudieron el ruinosa camino y causó
que varios trozos cayeran. Mientras toda la senda se estremecía y
soltaba, inclinándose hacia abajo, haciendo pie sobre el montón de
escorias que habían caído anteriormente, la criatura saltó, cruzando
la distancia, pasando a través de las enturbiadas llamas. La boca de
Aliisza se abrió del asombro.
El semigigante despejó las llamas, alcanzando el otro extremo,
aterrizando con un golpe gigantesco que hizo que el extremo
sobresaliente de la calle que todavía estaba intacta temblara y
rebotara.
Detrás del semigigante, la parte de la calle que estaba
cayéndose se fue abajo hacia la oscuridad, eventualmente
aterrizando en algún lugar con una estampida atronadora.
Delante del inmenso humanoide, tres drows permanecían
mirando a la fornida criatura, con las bocas abiertas. Incluso desde
su privilegiado lugar, Aliisza pudo ver que el semigigante sonreía
mientras avanzaba. Levantó su hacha de guerra y arremetió. El
mago entró en pánico y se dio la vuelta para huir, dejando solo a dos
soldados para enfrentarse a la criatura. Sorprendentemente, ellos se
dieron vuelta al unísono para enfrentarse al semigigante que
avanzaba. Uno de los dos dio un paso tentativo hacia adelante,
midiendo donde y como atacaría, cuando cuando fue empujado
fuertemente por su compañero desde atrás, quien se volvió y
retrocedió.
El primer drow tropezó, sin equilibrio, justo en el camino del
semigigante. Aliisza sonrió satisfecha. El elfo oscuro que huía estaba
sacrificando a su compañero para poder escaparse.
Levantando su hacha de guerra, el semigigante se preparó para
cortar al varón por la mitad. Desesperadamente, el elfo oscuro elevó
su espada larga y la hundió en el estómago del semigigante.
La criatura gruñó, arqueando su espalda, y su barrida se
convirtió en algo alocado, golpeando entre los brazos del drow en
lugar de su torso. El elfo oscuro gritó mientras el semigigante caía
hacia adelante, colapsando sobre él y hundiéndose la espada más
profundamente.
El soldado había lidiado con la estocada asesina, se dio cuenta
Aliisza, ya que el semigigante permanecía encima de él, inmóvil. El
muchacho gritaba de dolor. Estaba atrapado bajo el peso del
semigigante y con sólo un brazo para tratar de liberarse.
--¡Ilphrim! ¡Ilphrim, ayúdame! --gritaba el drow, pero Ilphrim
hacía tiempo que no estaba y el fuego ardía cerca.
Aliisza suspiró. La batalla había sido particularmente
entretenida, pero parecía terminar, aunque el drow herido estuviera
atrapado debajo el semigigante todavía se estremecía
ocasionalmente. Ella consideraba la traición de su compañero, al
empujarlo en el camino del alocado semigigante, como muy astuta.
Se rió por lo bajo.
El atrapado y moribundo drow movió su brazo nuevamente,
inútilmente tratando de sacarse el peso del semigigante de encima
para poder retorcerse libremente, pero Aliisza sabía que nunca lo
lograría, no con solo un brazo.
En un súbito y poco característico acto de compasión, la
diablesa alu saltó de su perca y descendió flotando hacia donde
yacía el endeble elfo oscuro retorciéndose. El drow la divisó y se
tensó, ojeándola precavidamente. Ella solo sonrió y pateó una daga
caída un poco más cerca de él, para que estuviera al alcance de su
mano libre. Retrocediendo, ella esperó y observó para ver si haría lo
correcto. El drow la contempló por un momento, luego pareció asentir
comprendiendo. Tomó la daga y saludó a Aliisza con ella antes de
empezar a cortar pedacitos del cadáver del semigigante.
Le iba a llevar un tiempo, y ya era un desastre, pero podía llegar
a abrirse un camino antes de que la calle colapsara.
Sonriendo satisfecha, Aliisza se volvió a mirar atrás a su objetivo
original, preocupándose nuevamente sobre el destino de Pharaun.

_____ 13 _____

Los cinco drows se abrieron camino entre las entrañas de la


Casa Melarn por lo que parecían horas, aunque Pharaun estaba
bastante seguro de que solo habían estado allí cerca de quince
minutos. En varias ocasiones, el grupo se vio forzado a detenerse
mientras un miembro de la guardia de la Casa se cruzaba con ellos,
y una vez de hecho Halisstra se hizo pasar por un miembro de la
Casa Zauvirr, dándole órdenes a un grupo de centinelas que se
encaminara a la superficie para ayudar en la defensa de la Casa.
--Los niveles más bajos no están usualmente muy ocupados
--dijo Halisstra en un punto--. Sospecho que la mayoría de los
sirvientes y tropas de Ssipriina están arriba, ayudando en la defensa
de la Casa. Ya no estamos lejos.
El mago asintió mientras ellos cinco continuaban su camino.
Más de una vez, Pharaun se vio mirando fijamente embelesado a la
magnífica criatura que tenía a su lado. Ella parecía estar
considerablemente infeliz con el estado de las cosas, especialmente
con el hecho de que no podía defenderse con los brazos atados
como estaban, pero mantenía su mirada modestamente hacia abajo,
y el mago encontró esto solo más atractivo aún.
El grupo tomó por una última escalera y se encontraron en un
lúgubre bloque de celdas. El pasillo estaba sin decorar, a diferencia
de los elegantes y finos niveles de arriba, y el tufo añejo de cuerpos
sin lavar, aunque leve, daba una cierta idea de lo que estaban por
encontrar allí. Halisstra guió a los cinco hacia una puerta en el final
del corto pasillo. Era gruesa y estaba diseñada obviamente para
contener una fuerza considerable. La sacerdotisa drow se acercó al
portal y movió su broche de la Casa Melarn delante. Hubo un sonoro
clic mientras la magia de la insignia abría los cerrojos puestos en la
puerta. Halisstra empujó la puerta y entró en una cámara más allá, la
que parecía ser una habitación de guardia, vacía en el momento. En
el rincón más alejado de la cámara, un pasillo se estrechaba hacia la
oscuridad.
Pharaun, divisando movimiento en ese corredor, puso un dedo
en sus labios y se movió silenciosamente. Hay alguien allí. Estén
alertas y no hagan ruido, les indicó señalando a ambas, Halisstra y
Danifae.
Las dos mujeres drows asintieron, y Pharaun le indicó a
Halisstra que procediera. Mientras ella entraba en el pasillo, los otros
la siguieron. La mayoría de las celdas estaban vacías, sus puertas
permanecían abiertas y las cámaras oscuras y silenciosas. Sin
embargo, hacia el final, Pharaun pudo detectar la voz baja de alguien
hablando. Emanaba de una de las celdas a su derecha, y pudo ver
que la puerta estaba siendo cerrada desde adentro.
Moviéndose tan silenciosamente como podían, los cinco
acortaron la distancia hasta la puerta. El portal no estaba
completamente cerrado, y Pharaun pudo espiar el interior de la
celda. Quenthel estaba allí, desnuda y agazapada contra el muro
más lejano. Tenía un pesado collar de acero alrededor del cuello, con
una gruesa cadena que salía de ésta y llegaba a un cerrojo dentro de
las piedras del muro. La suma sacerdotisa estaba amordazada con
pedazo grueso que le apretaba fuertemente la boca, y sus brazos
estaban obviamente incapacitados, encajados en una especie de
gruesa y viscosa burbuja delante de ella. Había sido inmovilizada
efectivamente, y Pharaun lo entendió muy bien, completamente
imposibilitada de conjurar, si es que aún llegaba a tener algún
encantamiento encerrado lejos después de todo este tiempo sin
contacto con Lolth.
Del otro lado, contra otra pared de la celda, Jeggred permanecía
mirando furioso. Él también estaba encadenado a la pared, con
gruesas fajas de adamantina encajonándole el cuello, los brazos y
las piernas. Pharaun podía ver que las cadenas estaban reforzadas
mágicamente, pero aun así, el draegloth las forzaba, negándose a
admitir si quiera por un momento que no se iba a liberar. Una y otra
vez, Jeggred sacudía las cadenas, haciendo que chocara contra la
pared al tiempo que intentaba arremeter contra el objeto de su furia.
Faeryl Zauvirr permanecía un poco alejada del alcance del
draegloth, dándole la espalda a Pharaun y Halisstra. Estaba parada
cerca de Quenthel en medio de un mordaz improperio.
--... sabes que me hubiera encantado decirles la verdad a las
madres matronas, pero ya es demasiado tarde para eso ahora. Sólo
lamento que no hayamos tenido más tiempo para pasar juntas,
Quenthel. --Su voz goteaba ácido.
--Acércate un poco, Faeryl --dijo Jeggred, su voz grave
empañada con malicia--. Déjame cuidarte como antes, en las
mazmorras del Gran Montículo. ¿No quieres sentir mi beso
nuevamente?
Faeryl se estremeció pero ignoró al draegloth, y en cambio sacó
una daga de su cinto.
Halisstra le tocó el brazo suavemente a Pharaun. Déjame
entretenerla allí dentro, signó la hija Melarn.
Pharaun asintió y retrocedió fuera de vista. Ryld empujó a
Danifae contra la pared al lado del mago, mientras Valas tomaba
posición en el lado opuesto de la puerta.
--A pesar de todo, va a ser divertido verlos morir a ambos --el
mago escuchó que decía Faeryl.
--Me temo que tenemos otros planes para ella, Faeryl --dijo
Halisstra abriendo la puerta.
La embajadora siseó furiosa.
--¿Qué estás haciendo aquí? --gruñó--. ¡Deberías estar muerta!
Luego, aparentemente dándose cuenta de que Halisstra había
descubierto su secreto, el tono de Faeryl cambió.
--¿Realmente no piensas que voy a dejarte salir de aquí viva,
verdad? ¿Para correr y decirles a los otros lo que has encontrado?
No lo creo.
El tono de Halisstra era igual de frío.
--Al contrario, no piensas que vine aquí sola, ¿verdad? ¡Danifae!
--llamó la hija Melarn, por sobre su hombro--. Es cierto. Corre y diles
lo que encontramos.
--No lo creo --dijo Faeryl, apareciendo en el pasillo como si
hubiera saltado por encima de la sacerdotisa--. No vas a decirle a...
Las palabras murieron en la boca de Faeryl al tiempo que
divisaba a Pharaun, Ryld, y Danifae apoyados contra la pared.
--¡Tú! --escupió--. Halisstra, ¿te juegas tu futuro con ellos? Eres
más tonta de lo que pensaba.
La mirada en los ojos de Faeryl era decididamente de nervios, y
su temor solo creció cuando sintió que Valas se paraba detrás de ella
y le sujetaba el brazo. La punta del kukris del explorador se apoyó
contra el hueco de su cuello. Pharaun se le acercó y extendió su
mano esperando que Faeryl le entregara su daga a él. Oteando
cualquier posible vía de escape, ella parecía estar lista para fugarse
pero se dio cuenta de que no tenía posibilidades contra tantos.
Le entregó la daga, dando vuelta el mango y depositando el
arma en la palma del mago.
--Tal vez soy una tonta --dijo Halisstra--, pero al menos los tengo
como aliados, lo que es más de lo que puedo decir por ti.
¿Disfrutaste de tu pequeño juego de mentiras? Espero que haya
valido la pena. Creo que será lo último que disfrutes. Jamás.
--Vigílenla --le dijo el mago a Valas mientras entraba en la celda
con Halisstra detrás.
Era obvio por la apariencia de alivio en los ojos de Quenthel de
que estaba contenta de verlo. Pharaun solo sonrió mientras
pronunciaba una frase mágica. El collar alrededor del cuello de
Quenthel se abrió.
--Ayúdala --le ordenó a Halisstra.
Luego Pharaun se acercó a Jeggred, cuyos feroces ojos rojos
brillaban en anticipación.
--Tu llegada fue justa, mago --dijo el draegloth, estirando los
brazos--. Libérame así puedo desgarrar a la traidora y observar como
se desvanece la vida de sus ojos.
--No harás tal cosa --dijo Quenthel. Halisstra había ayudado a la
suma sacerdotisa sacarse la mordaza--. No la toques, Jeggred.
¿Entendido?
Jeggred miró a Quenthel por un momento, pero luego el
demonio inclinó la cabeza en consentimiento.
--Como lo desees y ordenes, Señora.
A Pharaun le quedaba un hechizo más para desatar las trabas
que sujetaban a Jeggred, y lo utilizó rápidamente para liberar los
brazos del draegloth. Para las otras ataduras, el mago decidió utilizar
un hechizo diferente, uno que suprimiría la magia que reforzaba la
adamantina. Rápidamente blandió la magia que rompería el hechizo
y observó mientras el aura que rodeaba el metal se desvanecía ante
la vista.
--Trata de romperlas ahora --le dijo a Jeggred.
El draegloth sacudió experimentalmente las cadenas que lo
sujetaban a la pared, luego verdaderamente se avocó al esfuerzo
pero los eslabones de adamantina todavía no cedían.
Pharaun frunció el ceño.
--Quizás un poco de frío para hacerlas quebradizas --musitó en
voz alta, sacando un pequeño y claro cristal de su piwafwi--. Junta
los tramos en un grupo --le dirigió al draegloth. Jeggred así lo hizo,
sosteniéndolas en su mano libre como un conjunto de riendas en una
manada de lagartos.
Apuntando el cristal hacia el grupo de cadenas, el Maestro de
Sorcere concentró un cono de aire ártico conjurado mágicamente a
lo largo de los tramos. Cuando el encantamiento estuvo completo, le
indicó a Jeggred que lo intentara de nuevo.
Esta vez, cuando el demonio comenzó a golpear las ataduras, el
metal congelado se hizo pedazos, liberándolo. Todavía tenía el collar
y las esposas sobre su cuello y miembros, pero podían encargarse
de eso más tarde.
--Mi agradecimiento, mago --dijo el draegloth, luego caminó
hacia Quenthel que estaba en el proceso de liberarse de lo último
que quedaba de la sustancia negra y pegajosa como resina en la que
sus manos habían sido apresadas. Quenthel permanecía en el
centro de la celda, desnuda pero indiferente ante este hecho.
--¿Tienes como costumbre mantenerte enloquecedoramente
fuera del alcance hasta el último momento posible, Mizzrym? --dijo
ella, frunciendo el ceño ligeramente--. Llegaste demasiado a tiempo,
¿no?
Pharaun suspiró internamente, dándose cuenta de que cualquier
gratitud que hubiera estado presente antes había sido reemplazada
por el usual aire altanero de la suma sacerdotisa.
--Mis disculpas, por favor, Señora Baenre --dijo en un tono lo
más agraciado posible--. Coqueteamos con algunas de las damas
locales lo más posible antes de que pudiéramos apresurarnos hasta
aquí a último momento. No pensé que te molestaría tan
terriblemente.
Ryld sofocó una carcajada ante el comentario sarcástico del
mago, mientras que ambas Halisstra y Danifae lo miraron
severamente, recordándole que los dos miembros de la Casa Melarn
no estaban acostumbradas a su irrespetuosa relación con Quenthel.
La Señora de la Academia simplemente frunció el ceño y luego se
dio vuelta para enfrentar a Faeryl, quien se encogió, aún bajo la
guardia de Valas.
--Desvístanla y denme sus ropas a mí --ordenó Quenthel,
provocando un agudo chillido de protesta de parte de la embajadora.
Valas mantuvo quieta a la prisionera mientras Ryld se
adelantaba a ayudarlo, y Halisstra saltó hacia adelante casi ávida de
comenzar a desvestir a Faeryl, quien luchaba por evitar el
deshonroso destino.
--¿Y quiénes son estas dos? --cortó Quenthel, observándola a
Danifae.
La prisionera de guerra torció su cabeza a un lado,
observándola a su vez a la suma sacerdotisa, como si estuviera
calibrando cuánta deferencia le debía dar a esta nueva líder.
--Yo soy Danifae Yauntyrr, Señora Baenre, de Eryndlyn,
anteriormente. Soy la asistente personal de Halisstra Melarn.
--¿Una prisionera de guerra? --dijo satisfecha Quenthel, y
Danifae simplemente inclinó su cabeza.
Rápidamente, Faeryl permaneció desnuda en medio del grupo,
aún mantenida entre Valas y Ryld mientras Quenthel se colocaba las
ropas de la embajadora. Mientras la suma sacerdotisa se estaba
vistiendo, sacudió la cabeza en dirección al collar, todavía
encadenado a la pared en donde ella había estado prisionera unos
momentos antes.
--Encadénenla --ordenó Quenthel.
--¡No! --protestó Faeryl, tratando desesperadamente de librarse
de sus dos captores. Mientras todos Valas, Halisstra, y Ryld la
acorralaban la embajadora chilló y comenzó a pelear contra sus
captores--. ¡No! No pueden dejarme aquí abajo...
--¡Cállate! --le dijo Quenthel abofeteando a Faeryl--. Tú,
miserable criatura llorona, ¿creíste que podías salirte con la tuya, con
tu traición? Honestamente, ¿pensaste que podías desafiarme, una
Baenre, y Señora de Arach-Tinilith?¡Por la Madre Oscura, niña, la
profundidad de tu necedad me sorprende! Encadénenla --repitió,
indicándoles una vez más el collar de adamantina.
--¡No! --protestó nuevamente Faeryl luchando mientras era
arrastrada contra la pared.
La embajadora se retorcía y pateaba, pero el explorador y el
guerrero la sujetaban firmemente mientras Halisstra ajustaba el collar
alrededor de su cuello. Cuando la banda de adamantina se cerró con
un clic, ella comenzó a sacudirse frenéticamente contra la atadura.
Quenthel comenzó a darse vuelta y luego se detuvo.
--Puedes redimirte si quieres --le dijo a Faeryl.
--¿Cómo? --preguntó frenéticamente la elfa oscura--. ¡Lo que
sea! Haré cualquier cosa que quieras.
--Dime donde están mis cosas --replicó Quenthel--. Dime donde
fueron guardadas todas mis posesiones cuando me trajeron aquí.
El rostro de Faeryl reflejó desesperación.
--No lo sé --sollozó, cayendo de rodillas en súplica--. Por favor
no me dejes aquí. Los encontraré por ti.
--No te molestes con ella --dijo Halisstra--. Yo sé donde están tus
cosas, Quenthel Baenre.
Quenthel se volvió y observó a la hija de la Casa Melarn.
--¿Por qué habría de confiar en ti? --preguntó.
--Eso lo decides tu --respondió Halisstra--, pero considera esto...
conduje a tus hombres hasta aquí abajo para que te encontraran, yo
seduje a la traidora para que saliera al pasillo antes de que pudiera
matarte, y yo vivo aquí y puedo encontrar mi camino. Mientras que
eso sería un golpe contra mí ordinariamente, como le dije al mago,
no tengo disputas contigo, y no quiero verte sufrir las consecuencias
de la traición de mi madre a la Casa Zauvirr.
Las cejas de Quenthel se levantaron mientras escuchaba las
palabras de la otra sacerdotisa, luego lo miró a Pharaun.
--Dice la verdad --admitió el mago--. Al menos hasta ahora. Se
ha aliado con nosotros en esto, aunque tiene pocas alternativas. Las
otras madres matronas, guiadas por Ssipriina Zauvirr, le están
arrebatando el control de su Casa, después de la muerte de su
madre.
--Hmm --musitó Quenthel--. Muy bien. Trataremos tu estatus
más tarde. Si sabes donde están mis cosas, adelante.
--¡Espera! --gritó Faeryl, arremetiendo hacia adelante a pesar de
la cadena alrededor de su cuello--. Te traicionará, Señora. Todas las
Casas nobles te desprecian por tus planes de robar la ciudad. No
puedes confiar en ella.
--Al contrario --se rió deliberadamente Quenthel, sacudiendo su
cabeza--. Ella es una Melarn, el miembro de la única Casa en Ched
Nasad en la que puedo confiar. Vámonos.
La suma sacerdotisa se dio vuelta para salir de la celda, y
Pharaun estaba entrando al hall detrás de ella mientras Faeryl se
lamentaba una vez más:
--¡No pueden dejarme aquí!
La embajadora comenzó un cántico, y Pharaun reconoció el
patrón de las palabras como un encantamiento divino, aunque no
estaba seguro de qué tipo de hechizo podría haber retenido en su
memoria la elfa oscura. Aunque antes de que ella pudiera completar
la invocación, Jeggred estaba al frente de Faeryl. El draegloth la
golpeó con una de sus manos, en la cara, cortándole un mejilla con
las garras y tomándola por sorpresa así perdía la concentración y las
palabras del hechizo murieron en su boca, con la magia perdida.
Faeryl gritó, retrocediendo y sujetándose la mejilla
sanguinolenta. Comenzó a temblar, recordando todas las cosas
terribles que Jeggred le había hecho. Se agachó ante el enorme
demonio, acurrucándose en un rincón, mientras el draegloth la
miraba desde arriba. No levantó la mano para seguir golpeándola.
Quenthel se paró al lado del demonio, puso sus manos
amorosamente alrededor de su brazo, y le sonrió a la drow
prisionera.
--Sabes Faeryl --ronroneó la Señora de la Academia--, en
realidad tienes razón.
Faeryl solo pestañeó ante Quenthel con terror en sus ojos.
--Antes dijiste que no podíamos dejarte aquí. Lamentablemente,
es cierto. No hay forma de saber que otros hechizos podrías tener
guardados en esa astuta mentecita tuya. Jeggred, mi cachorro,
págale con creces por las cosas que nos hizo. Tómate tu tiempo...
disfruta el momento.
Quenthel salió del cuarto, con Ryld, pero Pharaun permaneció,
al igual que Halisstra y Danifae. El primer grito de Faeryl corrió hacia
los oídos de Pharaun, rebotando en la pequeña celda. El draegloth
no la había tocado todavía, pero como pudo ver el mago, Jeggred se
le acercó sonriendo. Sus gritos se volvieron más agudos, y fueron
súbitamente silenciados cuando Jeggred estiró casualmente una de
sus largas garras y la tomó por el cuello, justo debajo del collar que
llevaba, cortándole el aire.
Faeryl comenzó enloquecidamente a retorcerse, pero él la
levantó fácilmente y extendió completamente su brazo, con lo que los
pies de la drow desnuda se elevaron del suelo, pateando el aire. Ella
aporreó débilmente los brazos del draegloth y cuando se estaba
desmayando, Jeggred la soltó, observando como se doblaba en el
suelo, boqueando en busca de aire. Antes de que pudiera recuperar
por completo su aliento, él se agachó e introdujo una sola garra bajo
su mentón.
Pharaun vio que la garra penetraba profundamente en el suave
tejido, probablemente a través de la lengua de la elfa oscura,
cerrándole la boca. Faeryl chillaba de dolor, pero era un grito
ahogado. Se enderezó para tratar de sacar la mano del demonio,
pero él lentamente, despiadadamente empezó a levantarla,
forzándola a ponerse en puntas de pie, sujetándose de su brazo con
ambas manos para soportar su propio peso y evitar que la garra se
hundiera más profundamente, penetrando el paladar.
Más y más alto, el draegloth la levantó, hasta que Faeryl estuvo
en punta de pie, tratando frenéticamente de soltarse de esta pica
empaladora sólo con sus brazos, mientras las lágrimas caían por su
rostro.
Jeggred simplemente la mantuvo allí, observándola retorcerse,
usando sus dos manos mas pequeñas para acariciar a la
embajadora. Levantó su otra mano y le cortó su expuesta garganta,
cortándole las cuerdas vocales.
Con la sangre saliendo a borbotones de la herida en su cuello,
sus ojos rojos salvajes de terror, Faeryl trató de gritar, pero todo lo
que pudo hacer fue una gárgara sofocada y húmeda. Jeggred se rió
y la dejó balancearse, sin poder gritar en absoluto.
Danifae y Halisstra se dieron la vuelta, aunque Pharaun no
estaba seguro si era por que estaban satisfechas o perturbadas ante
la muestra de crueldad del demonio. Él era el único que permaneció
en la celda, y no podía alejar los ojos de la escena que tenía
adelante.
La sangre corría por el cuello y el pecho de Faeryl, y su
resistencia se estaba volviendo más y más débil. Finalmente, quizás
aburriéndose de este deporte, Pharaun la cortajeó nuevamente a lo
largo del abdomen esta vez, cortándola limpiamente para que sus
entrañas fueran liberadas. El demonio la dejó caer al piso por fin, y
Faeryl se acurrucó a los pies del draegloth, aunque Pharaun podía
ver que ella todavía no estaba muerta.
La embajadora pestañeaba del shock y ocasionalmente se
estremecía débilmente al tiempo que Jeggred se volcaba sobre ella.
Cuando Pharaun se dio cuenta de que el demonio se estaba
preparando para alimentarse, comer a Faeryl, incluso mientras ella
permanecía allí, aún consciente pero demasiado débil para luchar
contra él, el mago finalmente tuvo que darse la vuelta.
Los sonidos húmedos del demonio con su comida lo siguieron
hasta el pasillo.

***

Gromph Baenre no disfrutó del último mensaje que tenía que


entregar, por muchas razones. Primero y principal, no eran buenas
noticias, y sin importar cuanto estuviera apartado de la fuente de
información, él era el mensajero.
Ordinariamente, no le hubiera importado esa sola razón, pero
había pocos individuos en Menzoberranzan que pudieran sacarle ese
placer a él, el más poderoso mago de la ciudad. De esos pocos, la
mayoría se apegaba a tan solo una coraza de su anterior poder y
estaban confiando en que él encontrara una forma de restaurarlo.
No, ser el portador de malas noticias ese día no sería tan riesgoso
como en otros días, pero no tenía que darle a su hermana semejante
desagradable información tan a menudo.
Eso llevó al Archimago de Menzoberranzan a la otra causa de
su angustia. Triel Baenre estaba en casa, lo que significaba que
Gromph tenía que ir a visitarla, más que al revés. Él detestaba dejar
Sorcere, detestaba aun más tener que ir a el Gran Montículo, y
ciertamente no le gustaba hacer ninguna de las dos cosas en
semejantes circunstancias. Era una razón más para que él añadiera
a su lista de razones de por qué quería que se resolviera la crisis.
Estaba cansado de todos los inconvenientes que le estaban
causando personalmente.
Mientras sobrevolaba las calles de Menzoberranzan en su
camino hacia el Gran Montículo, Gromph espió hacia abajo en
consternación. Le había comunicado a los individuos apropiados a
cargo de que más tropas iban a ser despachadas, pero todavía no
veía los resultados de sus órdenes.
Debajo estaba creciendo nuevamente el desasosiego, y si no
tenían cuidado, los nobles de la ciudad se encontrarían de vuelta en
medio de otro levantamiento.
Bueno, Triel podía aplastarlos de nuevo, supuso, insistirle a las
otras madres matronas que respondieran prontamente cuando
pidieran más soldados, pero dudaba de que les hiciera acelerar una
pizca el paso. Iban a atender sus propias Casas primero, maldito
fuera el Alto Concilio.
Aproximándose al borde de la Casa Baenre, Gromph se
acomodó en el balcón afuera de la sala de audiencias de su
hermana. Los soldados de guardia allí lo miraron recelosamente por
un momento, pero luego vieron quien era, y se pusieron derechos
para saludarlo. Ignorándolos, el archimago caminó furtivamente
pasándolos hacia las cámaras mismas, esperando que Triel
estuviera allí. Pero no estaba.
Chasqueando la lengua de exasperación, Gromph pasó de largo
la enorme sala de audiencias y hacia el pasillo más allá, el cual
llevaba a los cuartos privados. Llegando a la puerta de la suite de
habitaciones, el archimago fue saludado por un par de mujeres
estoicas, especímenes robustos quienes estaban bien armadas y
aparentemente igualmente entrenadas en el arte del combate y la
magia divina.
El pareja de guardias cruzaron sus mazas delante de la puerta.
--Ella no puede ser molestada --dijo una de ellas, su mirada fija,
esclareciendo que no toleraría ningún argumento, hermano o no.
Gromph suspiró, haciendo otra nota mental a la lista de razones por
las que odiaba hacer esto. No importaba cuantas veces tenía que
empujar su proverbial peso para poder ver a Triel en sus cuartos
privados, las guardias personales de la madre matrona nunca se lo
hacían fácil en la siguiente ocasión. Ya había tenido suficiente de
esto.
--No voy a quedarme aquí a discutir con ustedes. Tienen un
minuto para decirle de que soy yo y que me dejen pasar, o las dejaré
como dos pilas de cenizas humeantes en su puerta. ¿Me hago
entender?
Las miradas fijas se volvieron ligeramente funestas, pero
después de una cuidadosa consideración, la que había hablado
finalmente asintió cortésmente y se deslizó adentro, cerrando la
puerta tras ella y dejándola a su compañera mirando fríamente al
archimago mientras él cruzaba los brazos y golpeaba el pie.
Justo cuando Gromph estaba considerando seriamente poner
en práctica su amenaza, la puerta se abrió y la guardia apareció de
nuevo, indicándole que entrara. Arqueando una ceja como si dijera
"¿qué otra cosa esperabas?" él la empujó a un costado y entró
impacientemente cerrando la puerta tras él.
Triel no estaba en la habitación del frente, aunque no le
sorprendió al mago. Usualmente, si ella se molestaba en estar
presentable ante los invitados, los veía en la sala de audiencias. Se
figuró que probablemente la encontraría en los baños o en el
dormitorio con un amante.
Probó con el dormitorio primero, pero sin suerte.
Encaminándose al baño, Gromph encontró a su hermana, sola
excepto por un par de asistentes, con los ojos cerrados y empapada
en un aceite de baño extrañamente aromatizado. El olor filtraba el
cuarto y le hizo toser.
Triel abrió un ojo y miró al mago, luego lo cerró de nuevo, sin
moverse para saludarlo.
--En verdad no deberías amenazar a mis guardias así --le dijo,
probándolo un poco--. Están allí para mantener a aquellos como tú
fuera, ¿sabes?
--Mil disculpas, Madre Matrona --respondió Gromph--.
Ciertamente, evitaré ayudarte en el futuro. Por favor, visítame cada
tanto y me aseguraré de dejarte esperando afuera de mis oficinas.
Esta vez, los dos ojos de Triel se abrieron, pero en lugar de
ponerse furiosa, pareció preocupada.
--¿Qué pasa? --preguntó--. Tus noticias deben ser
particularmente desagradables como para que te comportes tan
toscamente.
Gromph tuvo que sofocar la risa, pero era una risa amarga.
--Me conoces mejor que nadie, hermana. Supongo que debo
darte más crédito. Estás en lo cierto, las noticias son malas y vienen
de varios frentes. Nuestras patrullas me están diciendo que el tráfico
en las afueras de la ciudad está creciendo. Nada definitivo, pero
temen que tengamos que lidiar con algún tipo de acto agresivo de
algún lugar y pronto.
--¿Qué tipo de tráfico? --preguntó Triel, moviéndose en la
bañera para que una de los asistentes pudiera fregarle la espalda
con un paño grueso.
--Es difícil decirlo. Muchas especies van y vienen, pero han
reportado el avistamiento de un número inusual de trogloditas en los
últimos días.
Triel hizo un ruido con su garganta, y primero Gromph se
preguntó si era en respuesta a los cuidados de la asistente, pero se
dio cuenta de que era una mofa cuando su hermana dijo:
--¿Trogloditas? Nunca han sido capaces de ser una amenaza
considerable para nosotros. Recorriste todo este camino y
amenazaste a mis guardias para decirme esto? Por favor.
Gromph chasqueó la lengua molesto y caminó a lo largo de el
piso de azulejos para sentarse en un banquillo sobre una pared.
--No, claro que no, pero no te apresures a despachar cualquier
potencial amenaza. Muchos generales vieron su última batalla por
sobrestimar al enemigo. Somos vulnerables a cualquier ataque ahora
mismo, y lo sabes.
--Bien, seguiré tu consejo --dijo Triel--. ¿Y qué más tienes que
decirme? Me gustaría disfrutar del resto de mi baño, pero si insistes
en darme más malas noticias, no creo que pueda disfrutarlo.
Gromph sacudió la cabeza.
--Sí, hay más malas noticias --dijo.
--Oh, maravilloso.
--Me he enterado de cosas malas de nuestra expedición a Ched
Nasad.
La madre matrona se dio vuelta y se sentó derecha,
ahuyentando a su asistente. Parecía despreocupada de que la parte
de arriba de su cuerpo estuviera expuesto ante él, aunque Gromph
ignoró este hecho.
--¿Qué tipo de cosas malas? --preguntó ella con tono grave.
--La última comunicación que recibí me informaba de estaban
comenzando los amotinamientos. No he escuchado nada desde
entonces, y los siguientes reportes están atrasados.
--¿Por cuánto tiempo?
--Dos días. Ya te transmití esa información.
--¿Tienes forma de contactarte con él? --preguntó Triel.
--Sí, pero no por el momento, no para el tipo de conversación
que te gustaría que yo tuviera con él. Incluso con lo que puedo hacer,
tendría que hacer preparativos para usar la magia apropiada.
--Bien, hazlo. Mientras tanto, ¿qué piensas?
Gromph consideró la pregunta y luego dijo:
--¿Si creo que están vivos? Démosle algo de crédito. Son un
grupo emprendedor, y no tengo dudas de que saben cuidarse solos.
Esa es parte de las razones por las que los enviaste ¿no?
Los ojos de Triel se entrecerraron ligeramente mientras
permanecía allí con una cascada de aceite en su cuerpo.
--Quiero que triunfen --dijo--. No nos ayuda que mueran, sin
importar cuales sean los beneficios que recibamos ambos al tener a
estos específicamente fuera del camino.
Le indicó a la asistente que le trajera una toalla para envolverse
en ella. La mirada de Gromph fue cuidadosamente neutral.
--Yo también quiero que triunfen --dijo él--. Aparte de mis
asuntos, esta crisis afecta cada aspecto de mis estudios y
propósitos. Mi punto era, si son lo suficientemente ingeniosos como
para ser considerados como una amenaza aquí, creo de que pueden
cuidarse solos en Ched Nasad.
--Encuéntralos. --Ordenó la madre matrona--. Y dímelo cuando
lo hagas.
--¿Incluso si tengo que amenazar a tus guardias de nuevo?
--Incluso si tienes que convertirlas en dos pilas de cenizas en mi
puerta.
Gromph asintió y se volvió al tiempo que Triel comenzó a
vestirse con la ayuda de las dos asistentes. El archimago se detuvo y
se volvió a enfrentar a su hermana.
--Oh, una cosa más.
Triel miró por sobre el hombro a su hermano y preguntó:
--¿Sí?
--¿Les recordarías por favor a las otras madres matronas de la
importancia de responder a tiempo a las amenazas dentro de la
ciudad? Pedí refuerzos para varios sectores específicos hace tres
horas, y aun no se han movido cuando vine a visitarte.
--¿De nuevo? --suspiró Triel--. Si, por supuesto que hablaré de
nuevo con ellas.
--Sabes --añadió Gromph casi como una ocurrencia tardía--,
probablemente ayudaría que la Casa Baenre desplegara unos
soldados extras para la causa. Como una muestra de buena voluntad
y todo eso.
--¿En serio? ¿Crees que podemos permitirnos eso?
--Justo conozco a dos que están afuera de esta puerta que
podrían ser de mayor utilidad --replicó el archimago dándole a su
hermana una última y significativa mirada.

***

--Explícame de nuevo qué piensas que gano al confiar en ti


--dijo Quenthel royendo una tira seca de carne de rothé.
Ellos siete se estaban escondiendo en una sala de en un ala en
desuso de la Casa Melarn. Sólo Jeggred no tenía hambre,
habiéndose saciado en el calabozo.
Ciertamente le llevó un largo tiempo morir a Faeryl, pensó
Pharaun, estremeciéndose, mientras se sentaba mirando al
draegloth lamerse para limpiarse. El mago lo estaba pasando mal
tratando de bloquear la imagen de la drow, todavía moviéndose,
todavía observando, incluso cuando el demonio había comenzado a
alimentarse.
Ryld y Valas mantenían la guardia cerca de la puerta, ambos
obviamente ansiosos de partir. Los retumbes desde más allá de los
muros había cesado por el momento, y Pharaun no estaba seguro si
eso pregonaba algo bueno o malo para ellos.
Si la batalla había sido sofocada así de rápido, era solo cuestión
de tiempo antes de que Ssipriina comenzara a buscarlos de nuevo.
Él también estaba ansioso por partir.
Mientras Quenthel continuaba ingiriendo comida, Halisstra
frunció los labios y trató nuevamente de defender su utilidad para los
Menzoberranyres.
--Puedo sacarlos de la Casa en forma desapercibida --dijo ella--.
Conozco las mejores rutas a tomar. Si encontramos a cualquiera de
los guardias de Ssipriina en el camino, podría despacharlos sin
ningún incidente. Hasta que estén a salvo fuera de la ciudad, el
tenernos a nosotras dos de acompañantes es vuestro beneficio.
Quenthel asentía mientras comía.
--Tal vez --dijo ella, deteniéndose a tomar un sorbo de un pellejo
de agua--. O tal vez ustedes simplemente querrían llevarnos a la
ruina a su estilo, quizás al engañarnos para que confiemos en
ustedes así pueden traicionarnos con Ssipriina. Por todo lo que sé, tú
todavía me consideras responsable por la muerte de tu madre, o al
menos estás enojada por mis intenciones.
Halisstra puso los ojos en blanco cuando Quenthel no la pudiera
ver, y Pharaun tuvo que reprimir una sonrisa estupefacta.
Al menos no soy el único que la encuentra increíblemente
irracional a veces, pensó él.
--Si, todo eso podría ser cierto, verdaderamente --dijo
Halisstra--, pero entonces no hubiera tenido mucho que ganar al
ayudarlos a rescatarte cuando Ssipriina ya te tenía en sus garras,
¿no lo crees?
--Hmm --dijo Quenthel dudando, con otro bocado de comida en
la boca. Terminó de masticar y miró a Pharaun--. ¿Cuál es tu
opinión?
El Maestro de Sorcere se sentó derecho, sorprendido de que
ella estuviera buscando su consejo.
Supongo que cuando estás rodeado de enemigos mayores
--musitó--, el más pequeño semeja a un amigo.
--Bueno, hasta ahora no nos han dado razones para que
dudemos de ellas --respondió él--. Excepto por supuesto su herencia
misma. Sin importar si estás dispuesta a confiar en una elfa oscura
que nunca has conocido --una elfa oscura de una Casa a la que
recientemente trataste de traicionar-- nuestras opciones parecen
severamente limitadas sin su compañía. No creo que fuera peor, de
todas formas, si decidieran entregarnos en un momento inoportuno.
Quenthel le puso mala cara al mago.
--¿Estás pensando con la parte correcta de tu cuerpo?
--preguntó sarcásticamente, asintiendo en dirección a Danifae quien
se estaba sentada en un sillón a un lado escuchando la discusión.
Cuando ella formó parte de la discusión, bajó los ojos
tímidamente y dobló sus manos sobre su regazo.
Pharaun sonrió.
--Oh, absolutamente, Señora Baenre --dijo secamente--. Nada
me complacería más que tener a mujeres adicionales a lo largo de
nuestro viaje, todas con una sugerencia lista en como algo podría ser
manejado o un comentario amistoso sobre la manera de mejorar mi
comportamiento para beneficio de todos los que me rodean.
Las cejas de Halisstra se alzaron de la sorpresa, y el mago
recordó nuevamente que ella no estaba acostumbrada a sus
modales con Quenthel. De hecho, pensó, notando el ceño fruncido
de la suma sacerdotisa, Quenthel misma no está acostumbrada a
mis modales.
Tomando un tono levemente más conciliador, Pharaun añadió:
--Con todo respeto, dejando a un lado que parte de mi cuerpo
estoy usando por el momento para contemplar el asunto, parece
innegable que tenemos mucho que ganar y poco que perder al
confiar en ellas, al menos por el momento. Pregúntame de nuevo
dentro de media hora y mi pregunta podría ser notablemente
diferente.
Quenthel masticó su rothé pensativamente, aunque Pharaun no
estaba seguro de si ella estaba considerando su punto de vista o
considerando si debía permitirle a Jeggred que lo descuartizara o no.
--En cualquier evento --terminó--, podemos asegurarnos un
cierto grado de protección al mantenerlas cerca, bajo nuestro
escrutinio. Si nos llevan a una trampa, podríamos incluso negociar
con Ssipriina Zauvirr... entregarlas a cambio de nuestra libertad. Sólo
si no les decimos a la madre matrona lo que le ocurrió a Faeryl, por
supuesto --añadió con una sonrisa malévola.
La desabrida mirada de Halisstra le dijo a Pharaun que
encontraba su humor y su plan de seguridad desagradable pero
Quenthel parecía convencida. La Señora de Arach-Tinilith asintió
luego de tomar el último sorbo de agua del pellejo.
--Muy bien --le dijo ella a Halisstra--. Nos servirás como guía
para sacarnos de esta maldita Casa, y si nos sirves bien serán
recompensadas con sus vidas. ¿Me hago entender?
Halisstra tragó una sola vez, pero finalmente asintió.
--Pienso que al menos por el momento tus armas y artefactos
mágicos estarán a salvo en nuestra posesión. Si se comportan bien,
pueden recuperarlos.
Ambas drows asintieron de acuerdo.
--Bien, entonces pongámonos en marcha --anunció la suma
sacerdotisa, limpiándose las manos después de haber terminado la
carne seca.
--Antes de irnos --dijo Pharaun--, está el asunto a discutir de "a
donde" ir.
Quenthel miró al mago.
--Regresamos a Menzoberranzan --le dijo ella--. La expedición
fue un fracaso. Universalmente, Lolth no le habla a nadie, y los
bienes que esperaba traer conmigo para ayudarnos a defendernos
no existen. No tenemos nada que presentar por el viaje.
--Exactamente --contrarrestó Pharaun--. No tenemos nada
definitivo que llevar de vuelta con nosotros, todavía. Digo que
sigamos adelante, y tratemos de determinar que está sucediendo.
--Pero no tenemos nada en que concentrarnos --argumentó
Quenthel--. Sabemos poco más sobre la Madre Oscura de lo que
sabíamos cuando partimos.
--Eso no es del todo cierto --dijo Pharaun--. Como mencioné
antes, la ausencia de la diosa no está limitada meramente a nuestra
raza. Aunque tengo una idea. Mientras que pueda que nosotros no
podamos discernir ninguna información directamente, podríamos
reclutar la ayuda de alguien que si pueda.
--¿Quién?
--Un sacerdote de Vhaeraun.
Quenthel se levantó de la silla en donde había estado sentada,
furia plena en su rostro.
--Estás diciendo palabras blasfemas, mago. No haremos
semejante cosa.
Incluso Halisstra sintió reticencia ante la sugerencia, notó
Pharaun.
Él levantó sus manos en súplica y rogó.
--Sé que no es convencional, pero escúchame antes de
desechar la idea.
Quenthel comenzó a pasearse, y Pharaun supo que al menos
ella estaba intrigada, si no feliz con la idea. Su deseo de reclamar la
gloria del descubrimiento en este asunto rivalizaba con la suya
propia, supuso él.
--¿Pero qué piensas que un sacerdote de Vhaeraun --Quenthel
dijo el nombre del dios con una mueca-- podría hacer por nosotros?
¿Y dónde encontraríamos a uno que pudiera o quisiera ayudarnos?
Pharaun se inclinó hacia adelante ansioso.
--Nos esforzamos por ver dentro del Foso de la Telaraña
Demoníaca --explicó--, pero tal vez otro dios no sufriría la misma
dificultad. En esta instancia, con los sacrificios adecuados y el
comportamiento diferencial, puede que podamos pedir una pequeña
audiencia para averiguarlo.
--Pocos de su índole siquiera considerarían ayudarnos --dijo
Quenthel descartando la idea con un gesto de su mano--, y ni
siquiera conocemos a alguno como para preguntarle.
Al tiempo que Quenthel le volvía la espalda durante su paseo,
Pharaun miró a Valas y asintió a modo de aliento. Dile, le indicó con
señales.
Respirando hondamente y asintiendo, Valas dijo:
--Yo conozco uno.
Quenthel se dio vuelta para enfrentar al diminuto explorador.
--¿Qué?
--Conozco a un sacerdote de Vhaeraun --replicó Valas--. Un
viejo conocido mío, Tzirik Jaelre. Creo que él estaría dispuesto.
--En serio --dijo Quenthel oteando a Pharaun y Valas por igual,
como si sospechara que los dos estaban colaborando entre ellos--
¿Qué te hace pensar que nos ayudaría?
El mago estudió cuidadosamente la mesa enfrente de él. Ella es
demasiado astuta para su propio bien, pensó él, sabiendo que si él
admitía su conocimiento previo, era probable que Quenthel no
desechara toda la idea solo para despreciarlo.
--Me debe un favor --replicó Valas--. Al menos me debe lo
suficiente como para escucharnos, incluso si se rehúsa. No creo que
se niegue.
--Que conveniente. ¿Pharaun?
El mago levantó la vista, simulando estar pensando en otra
cosa.
--¿Hmm? Oh, sí. Bueno, es muy conveniente que Valas conozca
a alguien que reúna las condiciones. Desearía que lo hubieras dicho
antes --le dijo al explorador--, pero supongo que no todos podemos
concebir esos flashes de brillantez. Si Valas responde por su amigo
entonces digo, ¿Qué tenemos que perder?
Quenthel abrió la boca, posiblemente para replicar, por el
aspecto de su cara, pero nunca sacó las palabras. Un onda de
choque mucho más fuerte que las que habían sentido previamente
atravesó la Casa, volteándolos a ellos y a la mayoría de los muebles
al suelo.
--¡Por la Madre Oscura! --gritó Halisstra, chocando contra una
pared--. Toda la Casa se está viniendo abajo!

_____ 14 _____

Ssipriina Zauvirr y varios invitados permanecían arriba en una


torre de observación vigilando la Casa Zauvirr. Apoyándose contra la
balaustrada, ella miraba fijamente Ched Nasad. Su mansión no
estaba lejos de la Casa Melarn, pero en esa dirección, las madres
matronas podían ver poco por el grueso humo. A pesar de las nubes
de oscuridad, la batalla alrededor de la Casa Melarn todavía era
sangrienta, y el sonido de ésta llegaba hasta las madres matronas
incluso arriba en la torre.
--Esto está fuera de control --dijo inflexiblemente Umrae D'Dgttu,
parada al lado de Ssipriina--. Tu agente no dijo nada de los fuegos
que queman las piedras cuando acordamos con este plan.
--Sí --repicó Ulviirala Rilynt, paseando de un lado a otro detrás
de ellas, sus numerosos brazaletes, anillos y collares
entrechocándose a cada paso--. Me disgusta la idea de tanta
destrucción, especialmente ahora.
--Tonterías --reprendió Nedylene Zinard también inclinándose
sobre la barandilla muy casualmente pero dándole la espalda a la
envolvente escena de ruinas. Parecía más interesada en sus uñas
barnizadas que en la actividad a su alrededor--. Sabíamos que al
meternos en esto íbamos a tener que ser agresivas. Si vamos a
reconstruir esta ciudad a nuestro gusto, ahora es el momento de
actuar, y no podemos dejar que nada se interponga en nuestro
camino. Ni las otras Casas ni nuestros temores. A veces hace falta
romper algunos huevos de lagartos para hacer una omelet. A veces
tienes que matar a unos cuantos esclavos para alegrar el día.
--Quizás --dijo Umrae D'Dgttu, su fino látigo rodeando su figura
como la clériga más poderosa entre ellas--, pero esto es innecesario.
No nos deberías haber llamado para instalarte como un nuevo
miembro del Concilio hasta que hubieras eliminado a todos los
Menzoberranyres. Permitir que el mago ventilara sus mentiras no te
ayudó en la causa.
Shri'Neerune Hlaund se bufó.
--Las mentiras del mago fueron inconsecuentes. Ssipriina fue
una tonta al enviar a sus mercenarios tan prematuramente.
--¡Yo no hice eso! --replicó Ssipriina--. Alguien más les dio la
señal antes de tiempo. Todavía tenía esperanzas de poder resolver
la disolución de la Casa Melarn sin derramar sangre. Estos potes de
fuego no fueron mi idea tampoco. Los enanos grises se las
procuraron en algún lugar sin mi conocimiento.
--¿Entonces estás diciendo que ni siquiera tienes control sobre
tu propia Casa? --dijo despectivamente Shri'Neerune--. ¿Y pretendes
que continuemos apoyándote? Debería haberlo pensado mejor antes
de darle mi apoyo a una Casa mercante.
Los puños de Ssipriina se cerraron y realmente quería golpear a
la elfa oscura que la estaba despreciando, pero los mantuvo a su
costado.
--Yo tendría cuidado si fuera tu --le cortó, mirando fríamente a la
drow ofensora--. Todavía es a mi a quien responden esos enanos
grises, y ahora mismo, estamos ganando. Podrías encontrarte del
otro lado de la batalla muy rápidamente.
--Suficiente --dijo Umrae parándose entre medio de las dos--. Lo
que está hecho está hecho. Ahora es tiempo de pelear no de discutir.
Ssipriina, ¿lo trajiste?
Ssipriina sostuvo su mirada fija sobre el rostro de Shri'Neerune
por un momento más, sus ojos estrechados de furia, pero luego se
dio vuelta.
--Sí, por supuesto --respondió--. Lo tengo aquí mismo.
--Entonces hagámoslo --dijo la delgada madre matrona,
indicándoles a las cinco que se juntaran--. Es tiempo de reclamar
nuestro legado.
Ssipriina asintió y sacó un pequeño bulto envuelto en seda
negra. Sacándole la cubierta, reveló una estatua cristalina de una
araña, tan negra como la oscuridad misma, rota en varias partes. La
cabeza y el abdomen estaban separados, al igual que dos grupos de
cuatro patas, una por cada uno de los lados de la figura. Las cinco
madres matronas se reunieron alrededor mientras Ssipriina sostenía
el paño en las palmas de sus manos, con la colección de partes en
ellas, estirando sus brazos para que las demás las pudieran ver.
--Han pasado muchos años --dijo Nedylene, extendiendo una de
sus uñas barnizadas y levantando un juego de patas para
examinarlas--. La ciudad temblará ante nuestro poder. Comencemos.
--Sostenlos firmemente, Ssipriina --advirtió Umrae.
Tomó el abdomen de la estatua. Una a una, las otras tres
madres matronas tomaron una parte. Se miraron unas a otras, y
finalmente, cuando Umrae asintió, juntaron las piezas, completando
la figura.
--¡Rápido, ahora! --siseó Umrae, y Ssipriina no perdió tiempo y
envolvió prestamente la estatua completada en el paño.
Las madres matronas ya podían ver que el bulto se retorcía,
agrandándose.
--¡Apúrate! --siseó Shri'Neerune--. ¡Arrójalo!
Y así lo hizo Ssipriina. Retrocedió y lanzó el bulto al vacío, tan
fuerte como pudo, y al unísono las cinco madres matronas
observaron el ondulante paño caer lejos de la Casa Zauvirr.
El paño aterrizó lejos, y la asamblea de las drows suspiraron
como una. La estatua se había transformado en una cosa viviente,
una araña tan negra como el cristal de donde había nacido, y estaba
creciendo de tamaño rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos, era
del tamaño de un rothé, y mientras desaparecía detrás de las calles
de telarañas seguía creciendo. Ssipriina observó, pasmada como la
criatura lanzó un hilo de telaraña hacia una calle, juntando una línea
para sujetarse al tiempo que descendía. Luego, se había ido, perdida
de vista.
Las cinco elfas oscuras esperaron sin aliento, esperando poder
captar otro vistazo de la cosa que habían creado.
El hilo de telaraña se había retorcido tensamente y vibraba
visiblemente mientras caía. Obviamente, la araña aún estaba
colgada del hilo. Por un momento, no había nada para ver, aunque
las cinco madres matronas se esforzaban por ver algo de todas
formas.
Cuando la primera pata negra apareció ante la vista de todas,
buscando una posición firme sobre las calles de telarañas, Ssipriina
sintió que se le paraba el corazón. El apéndice era más alta que ella.
Lenta, delicadamente, la araña se´elevó ante ellas, y las cinco
madres matronas dieron involuntariamente un paso atrás de la
barandilla, aunque su creación era una docena de veces lejos de
ellas. Era tan grande como el ancho de la calle.
--Por la Madre Oscura --boqueó alguien--. ¡Es magnífica!
La enorme araña se enderezó sobre la calle, y Ssipriina podía
escuchar los gritos de aquellos que estaban abajo, gritos de terror al
tiempo que divisaban a la araña. Empezó a escurrirse en la otra
dirección, hacia la masa de soldados que aún peleaban varias calles
más allá.
--Por el Abismo --gruñó Umrae.
--¿Qué? ¿Qué pasa? --preguntó Nedylene, con preocupación en
su voz.
--No hay ningún lazo --replicó Umrae, sus ojos cerrados por la
concentración. No puedo controlarla.

***

Halisstra podía sentir a su razón tratar de impedir que creciera


su pavor. Mientras que la Casa Melarn no había colapsado del todo
como había predicho tan temiblemente en sus habitaciones,
ciertamente se había sacudido violentamente más de una vez, y sus
sentidos, familiares con cada corredor, cámara y matiz de la casa,
parecían inclinarse ligeramente hacia un lado. Tan imposible como
penetrante era la idea, Halisstra se preguntaba si el lugar estaba
todavía estable. Quería desesperadamente salir de allí y ver por sí
misma lo que estaba sucediendo en la ciudad. La drow no podía
imaginarse una violencia tan potente como para poder perturbar la
Casa Melarn físicamente.
La elfa oscura sacerdotisa estaba guiando a los otros hacia las
cámaras de su madre, a donde estaba segura de que habían sido
llevadas las pertenencias personales de Quenthel después de que la
Señora de la Academia había tomada prisionera. Aunque tendría un
poco de competencia de parte de Aunrae Nasadra, Ssipriina Zauvirr
en verdad reclamaría mucho del botín de la Casa Melarn para ella
misma, incluyendo los elementos personales de la suma sacerdotisa,
para tenerlos como trofeos de su afrenta con la ciudad de
Menzoberranzan, nada más. Faltaba ver si todas las posesiones que
Quenthel Baenre al llegar a la ciudad estaban aún allí.
Mientras más pensaba sobre las acciones de Ssipriina y las
otras madres matronas, más encolerizada se ponía Halisstra. Más
allá de las consecuencias de volverse en contra de la Casa Melarn,
ellas estaban ofendiendo potencialmente a la Casa más poderosa en
Menzoberranzan. Además, el curso de acción que habían tomado
parecía ser para Halisstra un golpecito a la nariz ante la mismísima
idea de tratar de descubrir lo que estaba sucediendo con Lolth. Al
menos Quenthel y los demás están intentando averiguar algo, se dijo
a sí misma más de una vez desde su embrollamiento con ellos. Lolth
puede valorar la devoción, pero Halisstra no creía que la diosa
esperara que sus servidores se quedaran sentados esperando que
ella viniera a salvarlos, incluso si ellas demostraban una celosa
dedicación o sacrificaban a mil enanos grises.
Verdaderamente, Halisstra se había encontrado preguntándose
justamente que querría Lolth. Halisstra pasó por una larga
intersección y bajó por un nuevo camino, uno incluso más
fastuosamente decorado, si eso era posible, con alfombras de felpa,
murales e imágenes de los triunfos de la Casa Melarn.
Estaban entrando en los cuartos personales de Drisinil, y
Halisstra temía que un gran contingente de de guardias de la Casa
Zauvirr estuvieran apostados para proteger las cámaras, con una
insurrección afuera o sin ella. Las preocupaciones de la elfa oscura
eran fundadas, ya que mientras daba vuelta una esquina, divisó a un
escuadrón de tropas merodeando, bloqueando el acceso a la puerta
de atrás, la cual guiaba a la residencia privada de Drisinil.
--¿Qué están haciendo aquí abajo? --le demandó Halisstra
esperando desestabilizar a los soldados con su tono de voz
demandante--. ¡Los necesitan en los parapetos enseguida!
--No lo creo --dijo el sargento, oteando al variado grupo que
seguía a la Primera Hija mientras él levantaba su espada y la
apuntaba. Nos dijeron que la traidora había escapado, y ahora tú te
apareces aquí mismo, convenientemente para nosotros. Me temo
que tenemos órdenes de matarte y a todos aquellos que te ayuden.
Los soldados se desplegaron blandiendo sus armas al tiempo
que avanzaban.
El primer instinto de Halisstra fue sacar su maza para
defenderse pero su mano estaba vacía, ya que Quenthel no le había
permitido rearmarse. Danifae, quien estaba al lado de Halisstra, ya
no estaba atada, pero tampoco tenía armas. Danifae, sin embargo, sí
llevaba una bolsita con algunas de sus otras pertenencias. Quenthel
había consentido dejarlas detenerse en las habitaciones de Halisstra
para empacar algunas cosas antes de partir, ya que si la Casa
continuaba desmoronándose como lo estaba haciendo, no sabían
con certeza cuando tendrían que evacuar, y no habría otra mejor
oportunidad.
Por el rabillo del ojo, Halisstra vio que su asistente dio un paso
vacilante también, pero antes de que los soldados les cerraran el
paso, un borrón de pelaje blanco amarillento pasó velozmente entre
las dos drows, golpeando el frente de las tropas con un profundo y
perturbador gruñido y un remolino de garras y brazos. Hubo un
enfermizo sonido de carne desgarrada antes de que Halisstra se
diera cuenta de que el draegloth, el guardaespaldas personal de
Quenthel, era la fuente de la carnicería.
El jadeo de sorpresa de Halisstra vino cuando después de que
tres de los soldados, incluyendo al sargento, salieran gritando antes
de la masacre de la criatura, sus soldados horriblemente destripados
y con su sangre salpicada por todos lados. Varios de los otros
soldados comenzaron a rodear al draegloth, tratando de mantenerse
alejados de las salvajes garras del demonio, pero al mismo tiempo
buscando la forma de presionar con el ataque. Jeggred se agazapó,
observando como sus múltiples enemigos se le echaban encima
rodeándolo, cortajeándole con sus espadas pero no dispuestos a
acercarse lo suficiente como para dañarlo. Un puñado ya se estaba
retirando de la refriega, sacando sus ballestas de mano.
Otra figura pasó por el lado de Halisstra, y una tercera y se
apoyó contra la pared mientras que Ryld y Valas entraban a la pelea.
El más grande de los dos, al que ella había encontrado llamativo
cuando se encontraron por primera vez cara a cara, estaba
blandiendo su enorme espada de una manera que ella encontraba
reconfortante. La hoja parecía liviana y fácil de manejar en sus
manos al tiempo que cortaba por la mitad el rostro de un de los
soldados y giraba para hundir la espada en el estómago de un
segundo enemigo con un mismo movimiento. El más pequeño, por
otro lado, parecía contentarse con entrar furtivamente por detrás de
uno de los soldados drow que aún intentaba encontrar un hueco
dentro del mortal alcance de Jeggred. El guardia nunca sintió o
escuchó venir a Valas, y cuando el explorador plantó su kukri en el
dorso del soldado, un destello de energía acompañó el golpe. El
soldado arqueó la espalda en agonía y cayó al piso mientras Valas
sacaba su hoja y se hacía a un lado, desapareciendo en las sombras
nuevamente.
--Sal del camino, niña tonta, y deja que hagan su trabajo --le dijo
cortadamente Quenthel a Halisstra desde atrás.
La hija de la Casa Melarn miró por sobre su hombro hacia donde
estaba parada la suma sacerdotisa. Ella vio al mago sacar un
extraño ingrediente y otro más, por lo que ella supo que se proponía
realizar un hechizo. Delante de él, un espadín parecía danzar a su
propio ritmo en el aire, como si lo estuviera defendiendo de cualquier
enemigo que tratara de acercársele. Se apretó más contra la pared
para permitirle un amplio espacio y luego se fue dando pasos de
costado hasta donde esperaba Quenthel. Del lado opuesto del
pasaje estaba Danifae, haciendo lo mismo.
--No tiene sentido meterse en el embrollo cuando ellos son más
que capaces de valerse por sí mismos --explicó Quenthel, frunciendo
el ceño--. Al menos son buenos para ello, y poco más.
Halisstra quería desesperadamente preguntarle a la otra drow
como toleraba tal insubordinación de parte de los tres, especialmente
el mago, Pharaun, pero pensó que lo mejor sería mantener la boca
cerrada y congraciarse con la suma sacerdotisa. Podía pasar mucho
tiempo antes de que Quenthel confiara en ella, y no quería hacer
nada como para poner en peligro eso.
Un sonido siseante acompañó un largo y fino raja de hielo que
salió disparada de los dedos de Pharaun y fue derecho hacia uno de
los soldados, incrustándose le en la parte trasera del hombro del
drow como un carámbano mortífero. El soldado gritó de dolor y
tambaleó hacia atrás, pero demasiado tarde. Jeggred, viendo que su
enemigo había sido distraído, le hundió y cortó con una enorme
garra, desgarrándoles la pared de músculos del abdomen del guardia
y sonriendo deleitado mientras se le salían las entrañas. La fuerza
del ataque fue tan fuerte que el elfo oscuro giró sobre sí mismo. Con
un plop enfermizo el soldado cayó de espaldas, mirando
silenciosamente a Halisstra al tiempo que su cuerpo se desangraba.
--¡Deténganse! --gritó una voz detrás de Quenthel. Halisstra se
dio vuelta junto con la suma sacerdotisa, para ver toda una nueva
fuerza de soldados, quienes se habían aproximado desde la
dirección por donde habían venido Halisstra y los otros.
--¡Mago, haz algo! --le ordenó Quenthel, retrocediendo mientras
los soldados sacaban sus armas de las vainas y trotaban hacia
adelante.
Pharaun se giró y viendo la nueva amenaza, metió una mano
dentro de su piwafwi y sacó varios elementos pequeños. Su espadín
danzante se balanceó a su alrededor y avanzó oscilando y
moviéndose en el aire en un intento de mantener a raya al nuevo
escuadrón, que incluso era más numeroso que el primero. Al mismo
tiempo, Halisstra escuchó que el mago pronunciaba una palabra o
frase en voz baja. Aunque no entendió su diatriba, el efecto fue
inmediato e impresionante. Un cegador rayo se disparó de los dedos
del mago y golpeó al soldado más cercano de lleno en el pecho.
Inmediatamente después, varias ramificaciones del mismo rayo
chisporrotearon de nuevo, expandiéndose desde su primera víctima
para golpear al resto de los elfos oscuros.
Halisstra gritó de dolor y antepuso su brazo para cubrirse los
ojos del brillante rayo de luz, agachándose contra la pared y
maldiciendo al mago por cegarla y dejarla vulnerable ante los
ataques de los soldados. Su visión le dio vueltas en la cabeza con
las consecuencias de la luz, mientras que tanteaba la pared, tratando
de escuchar el sonido del inminente ataque, pero no pasó nada.
Adelante, escuchó un último jadeo como cuando alguien es
herido, y los sonidos de la batalla se desvanecieron. Cuando su
visión finalmente se aclaró, vio que Danifae y Quenthel lucían tan
encandiladas como ella. Pharaun parecía orgulloso de sí mismo, y la
hueste completa de soldados de la Casa Zauvirr yacían en el suelo a
ambos lados de ella.
--Maldito seas, Pharaun --le gruñó Quenthel, con las manos en
las caderas mientras miraba fijamente al mago, quien era unos
centímetros más bajo que la suma sacerdotisa--. ¡La próxima vez
adviérteme cuando vayas a realizar un hechizo como ese!
Pharaun hizo una reverencia, y Halisstra no estaba seguro si se
estaba burlando o no, pero él dijo:
--Mis disculpas. No había tiempo para advertencias. Habrían
estado encima nuestro si no hubiera actuado tan prontamente como
lo hice.
Quenthel frunció la nariz, aparentemente no satisfecha del todo
con su explicación, pero no dijo nada más.
Después de un momento, Halisstra se dio cuenta de que la
Señora de la Academia la estaba mirando a ella.
--¿Y bien? --dijo Quenthel--, guíanos. No quiero que otra hueste
de lacayos de Ssipriina nos encuentre aquí parados todavía
rodeados de los cadáveres de sus camaradas.
Halisstra asintió secamente y se volvió hacia la puerta. Tuvo
cuidado de no mirar por mucho tiempo a ninguno de los cadáveres
de los soldados que Jeggred había despachado. Llegó a la puerta, y
balanceó su broche delante de ella, dejando que la magia hiciera su
trabajo y destrabara el portal. La sacerdotisa dio un paso al costado y
le indicó al resto que la siguieran.
El interior de las cámaras de su madre eran ostentosas y fuera
de moda para los gustos de Halisstra, pero no le prestó atención a la
decoración. Mientras el resto del grupo entraba, les señaló el resto
del cuarto y las diferentes puertas.
--Las cosas de la Señora Baenre están aquí en algún lugar --dijo
Halisstra--. Si nos separamos podemos encontrarlas más
rápidamente.
Como si puntualizara la necesidad de urgencia, otra vibración
retumbante rebotó a través de la Casa, y Halisstra pensó haber
escuchado la fractura de roca sólida.
--No importa eso --dijo bruscamente Quenthel--. Están allí
adentro. Señaló una de las puertas.
--Esos son los dormitorios --dijo Halisstra ligeramente intrigada
por como la suma sacerdotisa sabría que estaban allí adentro--.
Vamos --dijo ella, y el grupo entero la siguió al interior de la cámara.
La sobredimensionada cama estaba a un costado, enorme y
redonda que podía acomodar a cinco o seis drows y probablemente
lo había hecho en más de una ocasión, supuso Halisstra. Además de
eso, había un número de sillones, baúles, vestidores y mesas como
parte de la mueblería, y ricos tapices que cubrían cada centímetro de
las paredes.
Quenthel caminó por el cuarto hasta llegar a un punto entre dos
altos armarios, en donde brillaba un tapiz tejido con un hilo negro que
brillaba con tonalidades fosforescentes de verde, púrpura y amarillo
con la imagen de una sacerdotisa drow. Halisstra sabía que se
suponía que era su abuela, y se preguntó por que Drisinil lo había
conservado. Ciertamente Halisstra no pretendía quedarse con nada
que le recordara a su propia madre.
--Aquí --dijo Quenthel--. Todo está allí atrás.
--Bueno, no lo toques aun --advirtió Pharaun, caminando a su
lado.
Estudió el tapiz por un momento y luego asintió para sí mismo
como si estuviera satisfecho. Tomó la punta del tejido y lo tiró con
fuerza. Debajo solo había piedras.
El ceño de Quenthel se profundizó, pero el mago simplemente
sacó una varita de dentro de los pliegues de su piwafwi, la agitó y
pronunció una frase arcana. Guardó el artilugio mágico y retrocedió
para estudiar el espacio al tiempo que los otros se juntaba a su
alrededor.
Danifae permaneció al lado de Halisstra, y la sacerdotisa sintió
que su asistente presionaba algo contra su mano. Mirando hacia
abajo, Halisstra vio que la prisionera de guerra se había procurado
un par de dagas y le estaba tendiendo una a ella, encubiertamente.
Oh, tu, muchacha lista, pensó Halisstra. Rápidamente palmeó el
arma y se lo metió entre los pliegues de su piwafwi, ocultándolo de
vista. Luego volvió su atención a lo que estaba haciendo el mago.
--Si por supuesto --dijo Pharaun, como si hubiera reconocido
algo que debería haber sido obvio para él--. Muy bien, ahora todos
retrocedan. Puedo desarmar las barreras protectoras y los sigilos
que están aquí, pero no puedo manejar las trampas más mecánicas
que sospecho también están presentes.
--Está bien --dijo Valas--, si puedes remover todas las
protecciones mágicas, yo podría lidiar con el resto.
Pharaun asintió y comenzó a gesticular y musitar, finalmente
señaló el espacio entre los dos armarios con un floreo. Halisstra
supuso que el mago debía tener algo de habilidad para presentir los
hechizos, barreras y encantamientos, por que ella no podía ver en lo
que estaba trabajando y nunca había sabido de un portal secreto en
ninguna de las habitaciones de su madre. Pharaun miró fijamente la
pared por un tiempo más después de haber terminado de conjurar y
luego le asintió al explorador para que lo intentara.
Valas avanzó cerca de la pared y comenzó a inspeccionarla
poco a poco, centímetro a centímetro. Halisstra deseaba
posicionarse cerca a su lado, para ver lo que estaba buscando, pero
no se atrevía a perturbar su concentración. En ese momento, otra
serie de fragores sacudió la habitación, y Halisstra casi pierde el
equilibrio.
--¡Por el Abismo! --chilló Valas, agitando sus brazos en un
esfuerzo por evitar caer contra la pared--. Esto no es bueno. No
puedo hacer esto con todo el...
Las palabras del explorador fueron interrumpidas al tiempo que
todo el cuarto súbitamente se sacudía y comenzaba a ladearse.
Halisstra cayó al piso como si la cámara no estuviera nivelada sino
inclinada hacia un costado, lejos de la pared que habían estado
inspeccionando. Se dio cuenta de que estaba gritando mientras
rodaba por el piso. El movimiento cesó, pero a través de la Casa
podía oir los horrendos sonidos de las piedras fracturándose, fuertes
ruidos de estallidos que sonaban como si el mundo entero se
estuviera desintegrando.
--¡No tenemos tiempo! ¡Tenemos que salir de aquí ahora!
--escuchó Halisstra que gritaba uno de los varones.
--No sin mis posesiones --insistió Quenthel, sentándose y
tratando de mantenerse en el inestable suelo--. Abran eso, ¡ahora!
Pharaun, que de hecho había comenzado a levitar para evitar
caerse, asintió mientras todos los otros se elevaban --todos excepto
Valas, quien parecía perfectamente capaz de mantener su equilibrio
a pesar del piso inclinado.
El mago sacó un suave guante de adentro de su piwafwi. Se lo
colocó y comenzó a conjurar al tiempo que el suelo hacía varios
sonidos de estallidos y empezaba a inclinarse más aun. Apareció un
inmenso puño en el aire frente al mago. Pharaun guiaba la
conjuración mágica con su propia mano enguantada, volteándola de
manera que los nudillos apuntaran al punto en la pared.
--¡Retrocedan! --gritó Pharaun--. No sé que tipo de reacción
violenta creará esto.
Hubo más estallidos de la estructura de la Casa --más cercanos,
sonidos atronadores-- y Halisstra se encontró que tenía las manos
sobre sus oídos. Su corazón latía con fuerza en su pecho. Vamos a
morir aquí, pensó. Toda la casa se está desmoronando, y vamos a
ser aplastados.
El puño mágico se tambaleó hacia adelante y aporreó la pared
entre los armarios, golpeando contra la pared con un poderoso
machaque. La pared se resquebrajó en varios lugares. Pharaun
dirigió el puño hacia atrás y adelante nuevamente.
Quenthel estaba al lado de Halisstra, sujetándole el brazo.
--Cuando derribe esa pared --dijo la Señora de Arach-Tinilith--,
tendremos que apresurarnos. ¿Cuál es la salida más rápida de aquí?
Halisstra miró a la otra drow impotentemente.
--Estamos en el corazón mismo de la Casa --respondió--. El
punto más protegido. Nos llevaría una eternidad salir de aquí, sin
importar el camino que tomemos.
Quenthel frunció el ceño, pero luego asintió y se apartó.
El puño gigante golpeó contra la pared una o dos veces más, y
la pared estuvo a punto de colapsar. Una trompada más debería
voltearla, pensó Halisstra al sentir las contusiones de más
resquebrajamientos y roturas más allá del cuarto. Si no es
demasiado tarde ya, añadió para sí misma.
Alrededor de Halisstra, los otros tenían los ojos bien abierto,
tratando de mantener el equilibrio y ojeando las paredes, el techo y el
suelo cautelosamente.
El siguiente porrazo del puño finalmente hundió la sección de la
pared, y colapsó en una pila de escombros. Detrás de ésta, se
situaba una pequeña cámara oscura y polvorienta, repleta de
estantes conteniendo un número de elementos que Halisstra nunca
había visto antes. Quenthel empujó al resto y se encaminó --o mejor
dicho escaló, ya que era como subir por una colina-- hacia la cámara,
agarrando el látigo de cinco cabezas de serpientes con un destello
en sus ojos.
--¡Sí! --fue todo lo que dijo al tomar el arma, las cinco víboras
siseando y retorciéndose alegremente. Rápidamente Quenthel juntó
otros varios elementos que obviamente le pertenecían y luego oteó
las otras cosas desplegadas en los estantes.
--No hay tiempo --insistió Pharaun--. ¡Nos vamos ahora!
--Volviéndose a Halisstra el mago le urgió:-- ¿Cuál es la salida?
¡Llévanos allí antes de que todo el lugar se derrumbe!
Halisstra sacudió su cabeza miserablemente.
--¡Estamos tan lejos de las salidas como podemos estarlo! --gritó
por encima de la cacofonía de los estallidos y sacudones de las
piedras. El cuarto se inclinó nuevamente--. ¡no hay una salida cerca!
--Entonces, haré una --gritó Pharaun--. ¿Qué dirección es la
más cercana hacia afuera?
Parte del techo del lado más alejado del cuarto colapsó,
enviando una lluvia de fragmentos de piedras y polvo hacia el rostro
de Halisstra. Ella cubrió su nariz y boca con una mano mientras
levantaba rápidamente su brazo para cubrirse los ojos de los
punzantes trozos de rocas que le caían encima. No podía pensar. Iba
a morir. No había salida, no había escape, y no estaba Lolth.
Halisstra sintió las manos del mago agarrándola de los brazos.
--Dime --gritó él--, ¿Qué dirección es la más cercana hacia
afuera, a pesar de las paredes?
Halisstra sacudió la cabeza tratando de concentrarse a pesar del
creciente pánico en su pecho. Espió a Danifae que se aferraba a
Quenthel y que ambas se sostenían al borde del borde de la pared
rota que llevaba al cuarto secreto. Jeggred tenía sus garras
incrustadas en la roca del suelo y estaba escalando por ella hacia su
señora.
La pared más cercana afuera... ¿por dónde?
Una imagen apareció en su cabeza, un mapa mental y supo que
las cámaras de su madre daban cerca a un muro externo, lo que
significaba que el cuarto secreto que habían descubierto Pharaun y
Quenthel estaba muy cerca del exterior.
Frenéticamente, Halisstra señaló el cuarto escondido.
--¡Por allí! --gritó.
Pharaun asintió. Arrastrándose en sus manos y rodillas, el mago
se encaminó en aquella dirección, casi resbalándose y deslizándose
de vuelta por el otro lado mientras la habitación se ladeaba de nuevo.
Halisstra misma comenzó a deslizarse por el suelo y en lugar de
intentar frenarse aferró sus pies contra el muro más alejado por
debajo de ella, torció su cuello para ver que el mago comenzaba otro
hechizo. Parecía tener un abastecimiento inagotable de ellos. Hurgó
en su piwafwi y extrajo algo demasiado pequeño para que Halisstra
pudiera verlo, luego comenzó gesticular salvajemente en la dirección
de la pared al fondo del armario secreto. Ante sus ojos, se formó un
túnel derecho hacia la piedra misma, y después de aproximadamente
treinta centímetros se abría paso al espacio de más allá.
--¡Vamos! --le gritó Pharaun a todos al tiempo que la Casa
entera parecía ser un único estruendo sólido.
El ruido de los resquebrajamientos era ensordecedor, y Halisstra
apenas había podido oír al mago. El cuarto se ladeó más
abruptamente incluso, y Halisstra se dio cuenta de que casi estaba
de costado, con la nueva abertura al exterior casi sobre su cabeza.
Comenzó a flotar, elevándose mágicamente hacia la improvisada
salida al igual que el resto del grupo. Cuando llegaba a la cima y
estaba a punto de pasar al aire libre de la ciudad allende, vio que
Jeggred lo sostenía a Valas. El draegloth se elevó sin esfuerzo hacia
el agujero, y fue en ese momento que Halisstra recordó que Danifae
tampoco podía levitar.
La hija de la Casa Melarn miró hacia abajo desesperadamente y
vio a su asistente, agazapada en el rincón más lejano del cuarto,
cerca del techo caído, tambaleándose para mantenerse sobre una
pila de rocas mientras que la habitación continuaba volcándose. Los
ojos de Danifae brillaban de furia mientras miraba furiosamente hacia
donde todos los demás estaban escapando de la vivienda que se
derrumbaba. Hubo otro fuerte sonido de un chasquido atroz mientras
más rocas se apilaban y caían, y Danifae, aún adentro de los
destrozados restos de la Casa Melarn, se estaba cayendo.

***

Khorrl Xornbane estaba ensangrentado y exhausto. Su clan,


reunido junto a él, lucía igual. No tenía idea por cuánto tiempo habían
estado luchando, pero era demasiado. Necesitaban descansar y
agua. No podían mantener esto por mucho más tiempo.
Desafortunadamente, el capitán del Clan Xornbane temía que el día
se tornara peor antes que mejorara. Esperaba estar equivocado.
Khorrl ya había hecho pasar el aviso de que sus tropas iban a
abandonar sus posiciones defensivas de la Casa Melarn. Habían
sido asediados allí por tanto tiempo y habían usado tantos potes
incendiarios que temía que el lugar se hubiera vuelto inestable.
No voy a perder a mis muchachos de ese modo, se dijo a sí
mismo.
Los restos de sus fuerzas se estaba realineando en el lado
opuesto de la plaza desde la Casa, y por el momento estaban siendo
dejados en paz. Aunque era difícil estar seguro de cuanto tiempo
duraría esa paz, porque ninguno de ellos podía ver muy lejos en el
espeso humo de las piedras en llamas.
Sin embargo, lo que Khorrl y sus duergars podían ver, decían lo
que había sucedido claramente. La plaza estaba cubierta de cuerpos
de goblins y kobolds. Botados entre medio de ellos había un poco
menos de drows, aunque el número de elfos oscuros muertos lo
sorprendía. Más enanos grises de lo que a Khorrl le habría gustado
estaba desperdigados aquí y allá también. Había sido un día infernal,
y estaba lejos de haber acabado, temía el capitán.
--Señor --dijo uno de sus ayudantes, corriendo hacia Khorrl--,
hemos abandonado por completo el predio. Lo que quedaba de las
tropas han formado una línea desde ese rincón --señaló el joven
enano gris a través del humo hacia el borde de la vivienda detrás de
ellos-- a lo largo del flanco de nuestra posición principal, allí. --Movió
su brazo hacia el lejano lado derecho de la plaza.
--Bien --replicó Khorrl, visualizando el campo de batalla en su
mente, ya que no podía seguir viendo claramente con sus ojos.
--Además --continuó el ayudante--, hay otra fuerza de drows
viniendo hacia nosotros, desde aquella dirección.-- Señaló a la
izquierda, donde la plaza se juntaba con una larga calle de telaraña.
Era, lamentablemente, el punto más débil de las defensas del Clan
Xornbane.
--¿Amigos o enemigos? ¿llegaste a ver las insignias de sus
Casas?
El ayudante se encogió de hombros y dijo:
--No con este humo.
Khorrl suspiró. Habría enviado a los exploradores a reconocer
las tropas nuevas. No le agradeció al ayudante quien lo saludó y
comenzó a darse vuelta.
--Espera --dijo el capitán, y el ayudante se detuvo atentamente--.
Lleva a algunos muchachos allí --Khorrl señaló hacia la calle un nivel
más arriba de donde ellos estaban actualmente posicionados--. No
quiero otro enjambre de esos malditos elfos oscuros cayéndonos
encima como lo hicieron antes.
--Sí, señor --replicó el ayudante, y se apresuró a ejecutar las
órdenes de su capitán.
Khorrl suspiró nuevamente y se dio vuelta para pedir agua.
Detrás de él hubo un fuerte sonido de derrumbe, un sonido que
conocía demasiado bien: de piedras desmoronándose. Se giró de
vuelta y espió a través de la oscuridad del humo en la dirección de
donde había venido. A lo largo de todas las líneas de arriba a abajo
que protegían la posición del clan, se pasaba el rumor, y llegó hasta
Khorrl lo suficientemente rápido. La Casa Melarn desaparecía en las
llamas, y estaba por caerse.
Khorrl sacudió su cabeza, sabiendo lo que estaba por ocurrir.
Esperó que su ayudante estuviera en lo cierto y esperó que sus
muchachos hubieran salido de allí. Se lamentó por aquellos que no lo
lograran por algún motivo.
Los retumbes comenzaron de nuevo, y se volvieron más fuertes
y seguidos. Podía sentir las vibraciones en las piedras bajo sus pies.
Casi deseó poder verlo, pero en cierto modo no quería. Iba a ser una
trampa mortal para aquellos que estuvieran dentro. Los sonidos de
chasquidos y derrumbes de piedras alcanzaron un crescendo, y hubo
una explosión final, un temblor que sacudió toda la calle lo suficiente
ya que Khorrl tuvo que abrazarse a su hacha. Hubo una sacudida y
los estruendos cesaron. Khorrl supo que todo el edificio se había
venido a un lado, precipitándose hacia el vacío.
Unos breves segundos más tarde, hubo una horrenda
estampida desde abajo. La Casa Melarn había chocado contra algo.
Un instante más tarde sintió las vibraciones del impacto, pero para
que ese tipo de vibración viajara a través de una calle de telaraña y
hacia los muros de la enorme caverna y de regreso a lo largo de las
otras calles colgantes de telaraña, el impacto inicial debía haber sido
devastador.
Debía haberse llevado a varias calles más, musitó lúgubremente
el duergar.
--¡Señor! --era el ayudante otra vez, apresurándose hacia el
capitán, con los ojos bien abiertos.
--¿Qué pasa? --demandó Khorrl, preguntándose que alteraría
tanto al muchacho.
--¡Una araña! ¡Una enorme, tan grande como una casa! ¡Y viene
por este camino!
Khorrl gruñó cayendo en la cuenta de cuánto habían empeorado
las cosas. Odiaba estar en lo cierto.

_____ 15 _____

Mientras flotaba hacia arriba y fuera del edificio que se


derrumbaba que en un tiempo había sido la Casa Melarn, Pharaun
Mizzrym escuchó un grito de angustia debajo de él. Mirando hacia
abajo, espió a Halisstra, emergiendo aun de la brecha abierta que
daba a las ruinas de las cámaras de su madre. Estaba mirando hacia
atrás al interior del edificio.
Por el resto de sus días el mago nunca estaría seguro de qué lo
convenció a hacerlo, pero presintiendo que alguien estaba todavía
dentro, tomó la decisión en un abrir y cerrar de ojos de realizar un
hechizo. Tirando su piwafwi y arrojándosela a Ryld, pronunció una
rápida frase arcana y comenzó a transformarse en una retorcida y
aborrecible criatura. Había visto a al horrible cosa varias veces y de
hecho la había cazado por deporte un par de veces en sus días de
juventud. Mientras se arrojaba de vuelta hacia el ruinoso edificio, el
cual estaba comenzando a desprenderse del resto de las últimas
amarraderas y precipitándose hacia el espacio debajo, cambió su
apuesta apariencia de elfo drow de cautivante sonrisa a la de una
mujer alada con trasero escamoso. Aunque la forma era repulsiva,
tenía una ventaja sobre la forma natural del drow: podía volar.
Pharaun esperaba que su forma de arpía fuera lo suficientemente
fuerte como para levantar a quien fuera que hubiera quedado
atrapado dentro.
Halisstra parecía apunto de arrojarse de nuevo hacia los
cavernosos cuartos, los cuales estaban completamente ladeados,
pero Pharaun la sujetó de su piwafwi y la hizo a un lado. Ella lo miró
sorprendida, y dio un pequeño chillido de horror y sorpresa, incluso
mientras se tambaleaba hacia atrás. Tanteó en busca de algo
escondido dentro de su piwafwi, y el mago tuvo la impresión de que
ella no tenía idea de que era él. Ella estaba por atacarlo.
--¡Quédate con los otros! --le siseó, indicándole con una de sus
garras--. Yo regresaré.
Vió el reflejo de una daga y Halisstra se relajó un poquito,
pareciendo entender quien era realmente la arpía. Hizo una nota
mental para después sobre el hecho de que llevaba secretamente
con ella un arma.
Halisstra sintió y se arrastró hasta el borde del hueco aun
cuando Pharaun plegó sus alas al costado y se arrimó a la abertura
para así poder dejarse caer dentro.. Adentro, divisó a Danifae
balanceándose salvajemente sobre una pila de rocas que habían
sido una vez el techo, mientras que el montículo de escombros cedía
bajo ella. En ese punto, la Casa Melarn estaba cediendo en verdad, y
ellos dos con la casa. Notó que los escombros cedían y el piso junto
con el edificio cayeron en picada, pulverizándose hacia el vacío. Casi
parecía estar escurriéndose por el hueco debajo de ella, como si
fuera un enorme reloj de arena. Ella estaba luchando por evitar ser
succionada hacia abajo con las piedras, pero su pierna estaba
atrapada entre dos enormes bloques y no podía lograr el agarre
suficiente en ningún lado para poder liberar su pierna.
Pharaun se sumergió rápidamente a donde estaba luchando la
prisionera de guerra, desplegando sus alas a último momento para
frenar su descenso y llegar a flotar al lado de la mujer drow. Danifae
respondió estirándose para tratar de agarrarse de la criatura delante
de ella. Si se había dado cuenta o no de que era Pharaun, a ella no
parecía importarle.
Pharaun extendió sus pies en forma de garras en su dirección y
se las arregló para ponerse a su alcance. Ella se estaba hundiendo
cada vez más profundamente dentro del foso de desechos. Estaba
enterrada hasta las rodillas y cuando se desplazó, arqueó su cabeza
hacia atrás y gritó más de frustración que de agonía.
Al instante en que Danifae pudo sujetarse firmemente de él,
Pharaun comenzó a agitar sus alas, empeñándose en elevarse y
salir, esperando que fuera suficiente sacarla del apuro. Sintió la
resistencia --no solo del peso de ella, sino también de su pierna
atrapada-- pero tiró con fuerza y se batió, esforzándose por liberarla.
Finalmente, con un último jadeo, sintió que la resistencia cedía
estaba ascendiendo, con Danifae colgada fuertemente de sus
piernas. Planeó hasta la abertura del cuarto y hubo un crujido masivo
y una cegadora nube de polvo mientras salia disparado a través del
ensanchado hueco.
Una vez libres del cuarto, Pharaun se dio cuenta de que en
realidad no estaba volando hacia arriba sino que estaba planeando
en el lugar mientras toda la estructura de la Casa Melarn se
precipitaba debajo de ellos. La vio estrellarse contra una red de
calles que se tendía por debajo, y cuando golpeó la carretera un
estallido brillante, los escombros se tambaleaban alrededor ya que
giraba mientras caía. Si hubieran tardado un poco mas en liberarse,
el mago cayó en cuenta con un escalofrío que nunca hubiera podido
salir del agujero. El cuarto habría girado y derrumbado con él y
Danifae atrapados dentro.
Ambos miraron por un momento, pasmados, como la enorme
estructura de piedra caía a plomo hacia el fondo de la ciudad.
Finalmente, con un estallido enfermizo, aterrizó en algún lugar bien
abajo, y el conmocionante impacto repercutió todo el camino hacia
arriba en donde planeaban ellos.
Pharaun estaba comenzando a sentir el agotamiento de tratar
de volar al tiempo que sostenía tanto peso. Luchando por ver a
través de el denso y sofocante polvo que se había levantado,
observó lo que quedaba de las redes de calles donde había estado la
Casa Melarn, cuyas partes de la misma todavía ardían, y vio partes
de esta también estaban cediendo. En lugar de encaminarse derecho
hacia ese lugar, viró a un costado lejos de lo peor de los daños.
Cuando la telaraña calcificada se ensanchó hacia una plaza,
todavía era sólida y firme. Mientras e esforzaba en esa dirección,
otra intersección mayor de la calle se cayó, siguiendo a la Casa
Melarn hasta el fondo. Lo que quedaba era solo un reborde
sobresaliente en el sitio.
El mago propulsó sus alas, dirigiéndolos hacia el pavimento
firme, pasando el reborde, el cual se extendía quizás cinco metros
desde la plaza y era dos veces más ancho. Cuando estuvo sobre la
plaza, se precipitó velozmente, batiendo sus alas para forzarse a
caer sobre uno de sus costados en lugar de directamente encima de
Danifae.
La mujer drow se dejó caer por la derecha donde él la había
dejado y se tumbó allí, arrastrándose y con la respiración
entrecortada. Él aterrizó al lado de ella, con poca gentileza de su
parte y colapsó. Pequeños puntitos de luz nadaron en su visión
mientras boqueaba para respirar en el aire saturado de polvo. Sus
miembros estaban aplomados, y no pudo hacer más que escuchar a
Danifae y a sus propios jadeos.
--¡Menudo esfuerzo de rescate fue ese! --dijo Ryld flotando hacia
abajo al lado del mago. No sé que tipo de terror se supone que eras,
pero por favor nunca intentes salvarme con esa apariencia. Estaría
más dispuesto a matarte antes de saber que eres tú.
Pharaun abrió un ojo y miró al guerrero mientras mentalmente
terminaba el hechizo de transformación y regresaba a su propia
forma.
--Ciertamente no --respondió entre jadeos--. Tu, mi querido
amigo, tendrías que sacar tu ruinosa carcasa tu mismo de una
situación difícil como la de Danifae, si es que alguna vez te
encuentras atrapado así. No posees una belleza que garantice el
rescate.
Los otros miembros del grupo se estaban estableciendo en la
plaza ahora, y mientras Halisstra ascendía al lado de su asistente
prisionera de guerra, pareció arrodillarse cubriendo su rostro con las
manos, Pharaun supuso que podía entender su angustia. Después
de todo, su hogar yacía en el fondo del abismo.
--Estoy enormemente en deuda contigo, mago --dijo Danifae--.
Mi agradecimiento.
Pharaun se apoyó en los codos, inclinó su cabeza en
reconocimiento, todavía preguntándose que lo había poseído para
intentar semejante hazaña en primer lugar. Por cierto que no hubiera
sentido ningún remordimiento al ver a la mujer sumergirse en su
propia muerte, pero al final, supuso que habría sido una pérdida
espantosa.
--Estoy seguro de que tú y yo encontraremos la manera de que
me pagues el favor --dijo impasible, su rostro suavizado.
--Si --dijo Halisstra mirando hacia arriba--. Ambas estamos en
deuda contigo. Me aseguraré de encontrar el modo más conveniente
de recompensarte.
Ella intentó ofrecerla una genuina sonrisa cálida a Pharaun. El
mago asintió nuevamente, intrigado por la sugerencia en la oferta de
la drow. Ojeó a la prisionera de guerra de nuevo, preguntándose
cuan dispuesta estaría ella a servir como recompensa ante el hecho
de que todavía respiraba. La mirada en sus ojos mostraba
claramente que no estaba satisfecha, pero no manifestó en voz alta
su disgusto al tiempo que la hija Melarn se inclinó hacia su
contraparte para revisarla en lo que Pharaun pensó era de una
manera decididamente afectiva. La pierna de Danifae tenía mal
aspecto pero no como para impedirla de caminar.
Quenthel chasqueó la lengua en exasperación y dijo:
--Ahora que todos están de regreso del borde de la muerte, creo
que es tiempo de que dejemos esta ciudad. Aunque, primero
debemos ver si podemos rescatar nuestros otros suministros de la
posada.
Los otros asintieron en acuerdo.
--Vayámonos rápidamente --sugirió Pharaun, consciente del
ruido de peleas, invisibles a través de la bruma, pero definitivamente
acercándose--. Creo que no querremos permanecer por más tiempo
del que debemos.
Pharaun se enderezó, sacudiéndose el polvo de encima y
colocándose nuevamente su piwafwi de donde Ryld la había dejado
caer solo unos momentos antes. Miró a través de la ciudad, por
primera vez y de hecho la escena le quitó el aliento.
--Puede que ya sea demasiado tarde --dijo entrecortadamente el
mago, sobrecogido por la devastación que solo podía ver
parcialmente, ya que gran parte estaba obscurecida por un brumoso
resplandor o envuelto por un denso humo. La sección de Ched
Nasad en donde había estado la Casa Melarn estaba encendida con
llamas. Recordando que él y Danifae justo habían escapado de morir
la monumental ocurrencia, miró hacia donde estaban sentadas
acurrucadas juntas Halisstra y la otra elfa oscura. Halisstra lucía
afligida, mirando fijamente la vastedad de la ciudad mientras que su
asistente se acurrucaba cerca de ella y le susurraba palabras de
consuelo.
--Si --convino Quenthel--. Esto empeorará, mucho más. Estén
alertas todos. Maestro Argith, devuélveles las armas a ellas dos --dijo
ella, señalando hacia Halisstra y Danifae--. Creo que se han ganado
el derecho a llevar sus armas después de habernos sacado de esa
trampa mortal.
El maestro de armas sacó un círculo de tela negra de un bolsillo
de su piwafwi, lo desdobló y lo arrojó sobre las piedras del pavimento
de la plaza. Se transformó en un agujero perfectamente redondo, lo
suficientemente grande como para que él entrara en el mismo.
Comenzó a rebuscar adentro del agujero.
--Creo que nuestro regreso a la posada tendrá que esperar
hasta más tarde --dijo Valas, señalando--. No estamos en el claro
todavía.
Cuando Pharaun volvió su vista hacia donde indicaba el
explorador, gruñó. Un frente de enanos grises estaban avanzando en
línea desde donde salía el humo, con caras feroces, blandiendo
ballestas y hachas. Su fila delantera había formado un muro de
escudos, mientras que la segunda hilera se preparaba para disparar
misiles. Estaban a unos pocos metros de distancia.
--¡Cuidado! --gritó Halisstra, señalando en la dirección opuesta
con la maza que Ryld justo le había entregado.
Una hueste de soldados drows y sacerdotisas aparecieron
saliendo del denso humo, arremetiendo para enfrentarse con los
duergars.

***

Cuando el predio en llamas y saturado de humo finalmente se


desprendió de la red de calles y se precipitó a las vastas
profundidades de la ciudad de abajo, Aliisza miraba con una mezcla
de fascinación y desilusión. Estaba segura de que había perdido al
mago, sin embargo se maravilló ante la capacidad de destrucción
que desplegaban los drows.
Estaban despedazando su propia ciudad, con la útil ayuda de
muchos otros de su especie. Se preguntaba que esperaban ganar de
esto cualquiera de ellos, pero no le importaba realmente. Tan solo
lamentaba no poder seguir disfrutando de los lances del mago.
Con su consorte muerto, la alu se preparó para salir de la
ciudad. No tenía más razones para seguir allí, y demorar su partida
un poco más solo la pondría en riesgo, sin importar cuan leve fuera.
Prefería no tener que enfrentarse a una hueste de drow o duergars, y
ciertamente no le apetecía el pensamiento de grandes cantidades de
mampostería cayendole encima.
Aunque antes de proseguir con sus intenciones de irse, Aliisza
espió un movimiento apenas más abajo de donde había estado el
palacete hacía unos instantes. No estaba segura, ya que el aire en
las proximidades estaba abarrotado de humo y polvo, pero ella
pensó que...
Allí. Definitivamente algo estaba planeando en el aire, una
retorcida criatura que la diablesa conocía lo suficientemente bien
--una mujer pájaro conocida como arpía-- y tenía compañía, una
segunda figura agarrada a sus patas garrudas. Los dos planearon en
medio del aire, luchando por mantenerse arriba, y la arpía viró hacia
arriba y aun costado, acarreando el fardo con ella.
Mientras Aliisza seguía el progreso del par, divisó más
movimiento por el rabillo del ojo y se dio cuenta de que la arpía y la
drow que colgaba de ella estaban siendo seguidos. Eran los
compañeros del mago. La alu se encontró riendo sola, cayendo en la
cuenta de que Pharaun debía ser la arpía en un estado de
transmutación, sin duda uno de sus muchos hechizos. Era realmente
un mago impresionante, pensó ella. De alguna forma, de algún modo
el grupo entero se las había arreglado para salir del edificio antes de
que colapsara y se desvaneciera en el fondo de la caverna, y en el
camino habían recogido dos miembros adicionales.
Aliisza se aproximó cautelosamente, esperando obtener una
mejor visión sin ser vista, y cuando lo hizo, sus ojos se entrecerraron.
El desgraciado Pharaun había rescatado a una especie de prostituta,
una hermosa drow, quien a pesar de su actual aspecto desgreñado,
era obviamente una adorable presa para el mago. Incluso mientras
miraba, el mago recobró su forma natural, desplomándose al lado de
la mujer, haciéndole ojitos incluso al tiempo que recobraba el aliento.
Aliisza estaba furiosa, observando al mago mirarla a la drow
amorosamente. ¡Ella misma le arrancaría los ojos a esa ramera! ¡Ella
le...!
Temblando de rabia, se preparó para abatirse sobre ellos y
hacer realidad sus amenazas, pero el resto del grupo se estableció
alrededor de la pareja. Cerrando sus puños furiosa, Aliisza se
refrenó, ya que quería saber lo que estaba pasando. Rápidamente
conjuró un hechizo y comenzó a escuchar su conversación
mágicamente.
--... debemos ver si podemos rescatar nuestros otros
suministros de la posada.
--Vámonos rápidamente --escuchó que decía Pharaun--. Creo
que no querremos permanecer por más tiempo del que debemos.
Sonriendo maliciosamente, Aliisza terminó el hechizo y voló,
cuidadosa de no llamar la atención. Se le estaba ocurriendo una
idea, y estaba complacida con ella misma por habérsela ocurrido.

***

--¡Salgan de esta calle! --urgió Ryld, señalando a una carretera


más pequeña que corría detrás de un templo hacia un costado en
donde podrían evitar lo peor del choque--. ¡Apúrense! --ordenó el
guerrero, corriendo a toda velocidad hacia la calle lateral.
Pharaun escuchó la llamada de su amigo y trató de darse la
vuelta y bregar hacia la calle lateral que Ryld había indicado, pero el
mago no era lo suficientemente rápido para evitar la presión de los
drows que pasaban toda velocidad. En cambio, fue zarandeado por
varios metros en la dirección opuesta antes de que finalmente se las
arreglara para poder hacerse a un costado, refugiándose contra un
grupo de largas escaleras de piedra que llevaban a un inmenso
edificio público. Un momento más tarde, Danifae se tambaleaba a su
lado, cayendo de rodillas y jadeando por aire.
--¿Dónde están los otros? --le preguntó el mago, admirando sus
curvas incluso mientras la batalla se enrabiaba alrededor de ellos.
--No sé --jadeó--. Estaban... justo detrás de mi.
--No podemos quedarnos aquí --le dijo Pharaun.
Comenzó a mirar alrededor buscando un mejor punto de ventaja
sobre el cual vigilar a sus compañeros que podían estar en medio de
la pelea.
La batalla estaba arreciando en la plaza en donde Pharaun y los
otros habían sido separados. Un duergar dio un paso adelante hacia
la pareja, sonrió maliciosamente y levantó un martillo de guerra con
pinchos para golpear al mago.
Sin embargo, Danifae también fue rápida sacudiendo su estrella
matutina alrededor y hacia la parte central del enano gris. La
corpulenta criatura boqueó ya que le habían quitado el aire, y
Pharaun aprovechó la ventaja de la demora y realizó un hechizo. Un
amplio pero delgado abanico de llamas de desprendió de los dedos
del mago y le dio de lleno en el rostro cuadrado del humanoide. El
duergar se retorció y se tambaleó hacia atrás, azotando su barba en
llamas. Otros en la multitud se desviaron y movieron para evitar
toparse con la flameante criatura, y finalmente el duergar perdió el
equilibrio y colapsó, inmóvil sobre la calle pavimentada.
--Vamos --insistió Pharaun, tomando a Danifae de la mano y
guiándola, todavía renqueando debido a su odisea en la
desbarrancada Casa, por las escalera hacia la cima del descansillo.
Un par de enanos grises comenzaron a seguirlos luego se
detuvieron en la mitad, apuntándoles con las ballestas cargadas.
Pharaun giró y tiró de la capucha de su piwafwi a su alrededor
usando la capa para proteger a Danifae y a él mismo. Dos dardos
golpearon contra el centro de su espalda, provocándole un pinchazo
cruel. Gritó de dolor, cayendo sobre una rodilla. Liberando su
espadín mágico con furia, Pharaun se volteó para enfrentarse al par
de duergars, dirigiendo mentalmente el arma danzarina hacia ellos.
El mago se las apañó para engarzar al primer enano gris, pero el
segundo eludió el arma encantada y subió dando trancos por los
escalones hacia él.
Un borrón de pelaje y garras aterrizó en los escalones entre el
mago y su enemigo, y Jeggred cortó y tajeó al duergar, esparciendo
gotas de sangre en todas direcciones. El humanoide se tambaleó
hacia atrás por la carnicería del draegloth, sus brazos levantados a
modo defensivo mientras era cortado en pedazos.
Cuando el primer enano gris vio el destino de su compañero,
retrocedió unos pasos y huyó hacia el sinuoso remolino de
escaramuzas de abajo.
--Quédense aquí --dijo Jeggred saltando de vuelta hacia la
multitud--. Traeré a los otros.
Pharaun consideró si obedecer al draegloth o ignorar a la bestia.
Sería mucho más feliz, decidió si pudiera llegar a la terraza del
edificio, pero sabía que Danifae no iba a poder seguirlo, si elegía
levitar hasta allí. Decidió esperar el regreso de la mascota de
Quenthel.
--Aquí atrás --le dijo a Danifae, entrando en la oscuridad más
profunda de la portería y empujándola a ella tras de sí.
Desde allí podían ver la calle debajo son estar tan expuestos.
Danifae se presionaba contra Pharaun, tratando de permanecer
fuera de vista, pero el efecto era muy perturbador. El mago se
encontró presionando a su vez, mientras que al mismo tiempo
preguntándose como podía distraerse tan fácilmente en semejante
momento.
No es como si nunca hubieras disfrutado de la sensación de la
carne antes, se regañó a él mismo.
Aun así, estaba contento de que ella permaneciera allí, aunque
no estaba seguro de si el contacto con él era pura casualidad o era
calculado.
Ellos dos no tuvieron que esperar mucho. Jeggred reapareció
después de unos momentos con Quenthel justo detrás de él. Jeggred
cortó un hilera a través de la multitud con sus enormes garras,
mientras la drow protegía la espalda del demonio. Como el dúo
forzaba su camino a través de la muchedumbre más de unos
cuantos cayeron antes los salvajes golpes del demonio. Finalmente
llegaron a las escaleras y se apresuraron a subirlas hasta el
descansillo.
--Estamos aquí --dijo Pharaun, haciéndole un gesto para que
Quenthel y Jeggred se les unieran--. Debemos llegar a la terraza
--dijo él, señalando por sobres sus cabezas--. Podremos ver mejor
desde allí arriba, y mantenernos fuera de la refriega.
Jeggred asintió y sujetó a Danifae. Juntos, comenzaron a levitar
hacia arriba, llegando a un lugar sobre la terraza que miraba hacia el
mar de cuerpos que se chocaban debajo. Pharaun y Quenthel los
siguieron rápidamente. Los cuatro se establecieron sobre la redonda
superficie y se agacharon, queriendo evitar crear un perfil demasiado
notorio contra el telón de fondo de la ciudad. Pharaun hizo una
cuidadosa inspección de las calles de la ciudad un nivel más arriba,
tratando de asegurarse si habían sido divisados o no desde allí.
Parecía que no.
--¿Los ves? --preguntó Quenthel a nadie en particular, y
Pharaun volvió su atención a la escena de abajo.
La batalla todavía se embravecía pero de algún modo
comenzaba a menguar a medida que crecía el número de cadáveres.
--Nada --replicó el Maestro de Sorcere, y Danifae también
sacudió su cabeza.
--El guerrero se fue corriendo por ese camino --dijo la prisionera
de guerra, señalando hacia una calle lateral al frente de la cuadra--.
Creo que Halisstra lo siguió.
--Sí, lo escuché --respondió Pharaun--. Traté de ir para allá, pero
la oleada fue demasiado. Cuando muera la pelea, podemos intentar
alcanzarlos.
--¿Y qué hay sobre Valas? --dijo Quenthel. ¿Qué sucedió con
él?
Pharaun replicó:
--No lo sé, pero él puede desaparecer incluso cuando lo estás
mirando, por lo que no creo que esté en grave peligro. Aparecerá
cuando más lo necesitemos.
A esta altura, los duergars estaban empezando a abrumar las
fuerzas de los elfos oscuros, y cuando llegaron los refuerzos para los
enanos grises, lo que quedaba de los drows se dieron la vuelta y
huyeron. Pharaun observó, esperando que la multitud de duergars
los persiguiera, pero parecían contentos con sostenerse en pie y
reagruparse.
Allí fue cuando todo fue mal.
Cinco o seis dardos de ballestas chocaron contra el techo cerca
del mago, y un par de ellos de hecho le golpearon en la espalda. Los
encantamientos de su piwafwi lo protegieron, pero se estaba
cansando de que siempre le dieran ¡maldita sea! Danifae no tuvo
tanta suerte. Uno de los dardos traspasó su pantorrilla y gruñó de
dolor al tiempo que Pharaun la cubría con su propio cuerpo.
Un estallido de llamas y luz explotó a solo unos metros a la
derecha del mago. El fuego barrió la superficie del techo en donde se
agazapaban ellos mientras que un segundo y tercer estallido
aterrizaba cerca del primero. El mago retrocedió, luego se dio vuelta
para ver de donde venían los nuevos ataques. Lo que vio hizo que se
le hundiera el corazón. Los atacantes, por lo que Pharaun podía ver
eran más enanos grises, y estaban posados encima de una de las
calles en un nivel arriba de ellos y cerca de la parte trasera del techo.
Les lanzaron más explosivos en su dirección y Jeggred rugió de
furia, golpeado por uno de los explosivos.
--¡Maldita sea, Pharaun, nos has conducido a un cruce de fuego!
--Le gruñó Quenthel al mago--. Tenemos que salir de este techo.
Jeggred, cúbreme.
Quenthel se volvió para espiar a un costado, y Jeggred se
posicionó para escudar a los tres drows con su cuerpo lo mejor que
pudo. Parte de su pelaje estaba humeando pero el draegloth parecía
no notarlo.
--No podemos permanecer aquí --dijo él.
--Lo sé --respondió Pharaun, examinado más cuidadosamente la
herida causada por el dardo en la pierna de Danifae. Había golpeado
la misma pierna que ya estaba herida pero no parecía tan grave,
habiéndole errado al hueso y penetrado solo parte de la carne de la
pantorrilla. Sacó de golpe lo que pudo del dardo y la prisionera de
guerra dio un pequeño sacudón.
Quenthel hizo un sonido de disgusto, volviendo de el borde.
--Toda esta conmoción ha atraído su atención sobre nosotros
--dijo Quenthel en un tono áspero--. No podemos ir por allí.
--Entonces iremos por el otro lado --replicó el mago.
Él empujó lo que quedaba del dardo a través de la pierna de
Danifae y lo sacó. Ella siseó por el repentino dolor pero se mordió el
labio y sofocó cualquier otro ruido. Más dardos de ballestas y
explosivos chocaban contra las piedras alrededor de ellos.
--¿Está envenenado? --le preguntó Pharaun a la suma
sacerdotisa.
Como una, en respuesta, las cabezas de serpientes del látigo de
Quenthel se levantaron y sisearon:
--No.
Más explosivos se estrellaron cerca, sumándose al crepitar del
fuego, el cual era caliente y se esparcía por toda la superficie de
rocas del edificio.
--Seremos asado de rothé en un instante --dijo el mago--.
¡Cúrala para que podamos irnos!
--Olvídala --replicó Quenthel--. Vámonos.
La Señora de la Academia se levantó y se movió hacia la parte
trasera del edificio, aun ocultándose detrás del draegloth.
Pharaun miró a Danifae, se encogió de hombros y comenzó a
levantarse. La mujer alcanzó y sujetó su piwafwi, con una mirada de
determinación en el rostro.
--No me dejes aquí --dijo ella--. Puedo caminar. Tan solo
ayúdame a levantarme.
Otro par de explosiones hicieron erupción cerca de su cabeza y
se abalanzó hacia adelante al tiempo que Pharaun la tomaba de la
mano y la jalaba de ella para ponerla de pie.
--No te arrepentirás --dijo ella, dándole al mago una breve pero
obvia mirada--. Valdrá la pena.
Renqueando, con la sangre fluyendo de su herida, Danifae
comenzó a seguir a Quenthel y el draegloth.
--¡Jeggred! --llamó ella--. Llévame!
Pharaun se dio cuenta de que tenía la boca abierta, y la cerró de
golpe. Mientras trotaba tras la prisionera de guerra, vio que Quenthel
y el draegloth se paralizaban, y siguió su mirada hacia donde ellos
estaban mirando, hacia la parte trasera del edificio. Elevándose por
detrás del contorno del techo había una inmensa y quitinosa pata de
algo demasiado familiar. La pata buscaba hacer pie sobre el techo y
otras dos más aparecieron, seguidas de la cabeza de una araña de
un tamaño enorme.
--Lolth nos guarde --jadeó Quenthel--. ¿De dónde salió eso?
La inmensa araña apareció completamente ante la vista de
todos, trepando pesadamente sobre el borde de atrás del edificio,
cada paso haciendo que toda la estructura temblara violentamente.
--Oh, no --dijo Danifae--. Ellas no pudieron hacerlo...
--¿Ellas quienes? --preguntó el mago, dando un paso atrás
involuntariamente.
Incluso Jeggred parecía ansioso, observando la enorme
arácnida, negra y lustrosa, izándose por completo sobre el edificio.
Sus mandíbulas chascaban, al tiempo que espiaba alrededor, sus
ojos multisensoriales brillando a la luz de las llamas.
--¿Y qué es lo que ellas hicieron? --añadió el mago.
--Las madres matronas --replicó Danifae--. Ellas conjuraron a
una araña guardiana. Las necias.
Quenthel se tragó el aliento.
--Ciertamente --estuvo de acuerdo la suma sacerdotisa--.
Debemos escapar.
Pharaun quería preguntarle a las dos mujeres, por el Abismo
que era una araña guardiana, pero en ese momento, la araña los
divisó, aunque se habían quedado inmóviles. Se inclinó hacia
adelante ansiosa, yendo a por ellos. Como uno, todos se dieron
vuelta y huyeron por el costado.

***
Mientras llegaba a la callejuela, siguiendo a Ryld Argith,
Halisstra se volteó a ver quien la había alcanzado en el caótico
hormiguero de combatientes drows y duergars. No había señal de los
otros.
--¡Vamos! --gritó Ryld desde adelante, haciendo ademanes
frenéticamente para que Halisstra se mantuviera a la par de él.
Varios duergars los habían seguido hacia la callejuela que corría al
costado del templo y la estaban cercando a ella. Se volvió por un
momento, pensando en hacer una parada y echarlos pero el dardo
de una ballesta se estrelló contra la pared de piedra cerca de la
sacerdotisa, bañándola de esquirlas. Ella dio media vuelta y corrió,
con los enanos grises batiéndose tras ella.
Al tiempo que Halisstra se ponía a la par de Ryld, ella disparó su
propia ballesta una vez, para aminorar la persecución, y corrieron a
toda velocidad por la callejuela, sorteando las curvas del camino,
tratando de perder a sus enemigos. Los dos dieron vuelta una última
curva y se detuvieron en seco. La callejuela terminaba en una sólida
pared, aunque una de las partes era baja, protegiendo una especie
de porche.
--Maldición --musitó Ryld, sacando su espada. Se volvió de
espaldas preparándose para enfrentar a los enanos grises que
venían--. Prepárate --le dijo a ella, y Halisstra se plantó al lado del
guerrero, con su pesada maza sintiéndose bien en la mano.
--¿Por qué simplemente no flotamos hasta allá arriba? --le
preguntó señalando el borde del techo mientras aparecían los
primeros dos enanos grises.
El primer enano gris blandía un hacha de doble hoja de
apariencia malévola, mientras que el segundo tenía un pesado
martillo que era fácilmente el doble del tamaño de la maza de
Halisstra. Ella reajustó el agarre de su escudo mientras que el enano
que blandía el martillo avanzaba, el odio brillando en sus ojos.
Ryld arriesgó una rápida mirada arriba antes de que diera un
paso grácilmente a un lado, eludiendo el primer corte del hacha de
doble hoja y haciendo a su vez un veloz y limpio corte que el enano
apenas pudo arreglárselas para parar.
--Solo si tenemos que hacerlo --replicó el guerrero--. No tiene
sentido convertirnos en blanco de sus ballestas.
Halisstra podía ver que aunque el arma del duergar era más
grande, la criatura estaba forzada a poner mucho tras cada barrida,
mientras que Ryld era capaz de hacerse a un costado y redirigir su
propia arma mucho más fácilmente. Después la sacerdotisa estuvo
mucho demasiado ocupada frustrando los ataques de su propio
atacante como para observar al maestro de armas.
El primer golpe fue bajo, apuntando a sus rodillas, y ella inclinó
hacia abajo su escudo lo suficiente como para que el martillo lo
rozara, tirándolo mientras ella giraba y se ponía fuera del alcance
evitando todo el peso del embate del golpe. El enano siguió esto con
la barrida de un gancho el cual Halisstra se vio forzada a bloquear
con su arma, de nuevo redirigiendo el martillo más que tratando de
parar completamente el envión. Puso su maza atrás nuevamente y
esperó, pensando dejar que su enemigo se cansara barriendo
repetidamente.
Eso estaba muy bien en la teoría, se dio cuenta Halisstra, pero
cuando otros tres duergars más aparecieron, supo que ella y Ryld
habían sido arrinconados. Esta vez, cuando el enano gris hizo un
barrido alto y ella lo esquivó agachándose, ella también lo pateó,
alcanzando el costado de la rodilla del enano con su bota. El
humanoide gruñó y trastabilló hacia atrás un par de pasos, pero
había otro enano allí, listo para meterse en la refriega. Halisstra se
movió para posicionarse al lado de Ryld otra vez, trabajando de
manera que cada uno de ellos pudiera proteger el costado del otro,
previniendo que los enanos grises penetraran en sus posiciones. Por
el rabillo del ojo, vio a Ryld, todavía combatiendo a los enanos
grises. Uno de los humanoides yacía muerto a sus pies, mientras
que el otro tenía un tajo sanguinolento a lo largo de la pierna. Detrás
de ellos, aparecieron dos más, y estos tenían ballestas, las cuales
aprestaron, esperando una abertura para dispararlas contra los dos
drows.
Uno de los duergars le dio un codazo a su compañero y señaló
a la sacerdotisa. Juntos, levantaron sus ballestas para ponerla en
sus miras, y Halisstra se refugió tras su escudo. Sintió uno de los
dardos golpear su escudo, pero el otro se hundió en su hombro.
Gruñó de dolor y se tambaleó hacia atrás, incapaz de mantener su
escudo levantado lo suficientemente arriba para una protección
sólida.
Otro enano gris rodeó a Halisstra por el costado de su escudo,
viendo que sus defensas estaban bajas, y empuñó en alto su hacha
para un nuevo golpe. Hizo lo mejor que pudo para girar y enfrentarse
al duergar sin exponer el flanco de Ryld, y se las arregló para
detener el golpe con su maza, pero la fuerza del ataque la hizo caer
sobre una de sus rodillas.
--¡Ryld! ¡Ayúdame! --gritó, y como si presintiera que estaba en
problemas, el guerrero estaba frente a ella, combatiendo contra
cuatro enemigos a la vez.
La sacerdotisa se atrevió a echar una mirada a los enanos
grises que estaban recargando sus ballestas. También le estaban
apuntando a ella y sonriendo maliciosamente. O mejor dicho,
estaban apuntando por sobre su cabeza, se dio cuenta Halisstra. El
corazón de la sacerdotisa dio un vuelco mientras espiaba por encima
de ella. Más enanos grises habían tomado el techo, y estos habían
echado unas redes a lo largo de la entrada mientras ella y Ryld
habían estado ocupados con la batalla. Ellos estaban atrapados
dentro de la callejuela, sin poder escapar. Los duergars sobre los
techos también tenían ballestas y como uno de ellos disparó
Halisstra se agachó. El dardo de la ballesta pasó volando cerca de
su cara, rozándole la mejilla. Sintió una humedad.
--¡Ryld! --gritó mientras se ponía de pie otra vez--. Están arriba
de nosotros también. Estamos atrapados.
El guerrero nunca reconoció el grito de Halisstra, ya que estaba
muy ocupado esgrimiendo contra cuatro duergars. Lentamente fue
forzado a retroceder, con sanguinolentos cortes en todo su cuerpo,
teniendo que recular un poco a la vez para evitar que los enanos
grises lo rodearan.
Apretando los dientes, Halisstra tanteó la punta del dardo de la
ballesta que sobresalía de su brazo y casi se desvaneció por el dolor
que le producía hacerlo. Con el brazo de su escudo inutilizado, la
sacerdotisa se pudo de pie de todas formas, sujetando su maza y
colocándose junto al guerrero una vez más. Trató de quedarse a su
lado, para proteger el flanco de él y disfrutar de una protección
similar.
Uno de los cuatro enanos grises estaba muerto, pero Ryld
respiraba pesadamente. Un duergar se deslizó alrededor del costado
de Halisstra, tratando de penetrar sus defensas. Ella balanceó
fuertemente su maza y le dio en el hombro al duergar que se le
acercaba, sintiendo el satisfactorio crujido del metal contra los
huesos. El enano gris gruñó en agonía al tiempo que dejaba caer su
hacha y caía fuera del alcance de Ryld.
Dos más se adelantaron para tomar el lugar del herido, y
Halisstra trató de apretujarse cerca de Ryld para evitar ser abatida.
Su movimiento estorbó la habilidad de pelear del maestro de armas,
y como resultado recibió un corte a los largo de su antebrazo.
--Por la Madre Oscura --rezongó Ryld, batiendo a Splitter
alrededor para decapitar al atacante enano gris.
El cuerpo rebotó contra el piso mientras la cabeza rodaba por
otro lado, pasando al lado de otro duergar, quien la observó pasar
con una mirada de horror en su rostro.
Otro dardo de ballesta se estrelló contra la piedra de la calle
cerca de Halisstra y otros dos más chocaron contra su armadura,
rebotando. Ryld se sacudió cuando un dardo pasaba cerca suyo,
pero nunca apartó su atención de sus adversarios, nunca se desvió
de sus fluidos movimientos y rápidos y precisos golpes.
A pesar de todo, él y Halisstra estaban siendo arrinconados, vio
la sacerdotisa y serían presa fácil para los franco tiradores sobre el
techo.
El primer explosivo estalló justo detrás de Halisstra haciéndola
saltar y casi ser decapitada por un hacha. Se alejó de las llamas
mientras con su maza se guardaba de otro golpe del enemigo que
blandía un hacha frente a ella, sintiendo la vibración del golpe subir
por su brazo. Dos más de los artilugios abrasadores estallaron al
final de la calle, pedazos de arcilla esparciéndose y escupiendo
fuego por todas partes.
Se atrevió a mirar hacia arriba y vio a otro cayendo sobre ella.
De algún modo, su hombro herido gritando en agonía, se las apañó
para levantar el escudo con ambas manos y desviar el pote de
manera tal que saltó a un costado y golpeó el pavimento entre ella y
su oponente.
Los enanos grises que peleaban con ellos comenzaron a
retroceder, y Halisstra vio que los duergars en el techo estaban
creando una pantalla de fuego para encerrarlos a ella y Ryld,
atrapados entre las llamas y la pared. Sabía que ellos pretendían
inmovilizar a los dos drows y aguijonearlos a gusto. Los elfos oscuros
no tenían por donde huir. Iban a morir.

_____ 16 _____

La segunda vez que no obtuvo respuesta del distante mago,


Gromph descargó con fuerza sus puños contra el escritorio de
huesos de la frustración. Dos envíos y nada. ¿Qué había pasado con
Pharaun? ¿Por qué no respondía? El Archimago de Menzoberranzan
se levantó y comenzó a pasearse.
Dos espías diferentes ya se habían contactado con él con
reportes de fuertes peleas en Ched Nasad. Las madres matronas
estaban riñendo por algo, aparentemente, y le gustara o no, el grupo
de Menzoberranzan parecía estar en el medio de ello, pero Gromph
no podía obtener ninguna confirmación del grupo mismo. Consideró
si debía o no intentarlo una última vez.
Dándose cuenta de que no podía forzar al mago para que
respondiera --Pharaun debía de estar recibiendo los susurros
mágicos pero simplemente no podía responder-- Gromph decidió no
malgastar más magia. Era posible que Pharaun fuera reacio a ceder
en compañía de otros que no conocía por completo en lo que
estaban metidos. O está muerto, pensó Gromph.
Era una posibilidad, por más improbable que pareciera. Pharaun
Mizzrym tenía la maña para salirse de los peores tipos de problemas,
y junto con Quenthel y los otros, al archimago le era difícil imaginarse
que habían sucumbido a cualquiera fuera la violencia que inundaba
las calles de la Ciudad de las Telarañas Trémulas. Aun así, no era
imposible. Si el grupo estaba muerto, Gromph no sentía ningún
remordimiento.
Gromph suspiró y abrió uno de los cajones de su escritorio,
sacando un tubo con un pergamino. Sacando el enrollado pergamino
del tubo, encontró la página que estaba buscando y guardó el resto.
Esparciendo la hoja seleccionada sobre el escritorio, el archimago
respiró hondo y escudriñó el hechizo una vez más antes de
prepararse para realizarlo. Justo estaba por comenzar el
encantamiento para intentar alcanzar al mago una vez más cuando
un pensamiento le llegó de golpe.
Tan solo porque se había estado comunicando exclusivamente
con el mago no significaba que debía continuar de igual forma.¿Por
qué no intentar con algunos de los otros miembros del grupo? Era
posible que Pharaun estuviera muerto o incapacitado, pero eso
necesariamente no significaba que todos ellos lo estuvieran.
Quenthel era la opción más plausible, pero no le agradaba la idea de
hablar con ella. ¿Quién sería su siguiente opción? Ryld Argith.
Asintiendo para sí mismo, Gromph leyó a través de las arcanas
palabras del pergamino, tejiendo la magia que le permitiría
contactarse con el guerrero. Completó las frases y sintió la magia
fundirse.
--Ryld, este es Gromph Baenre. Sin noticias de Pharaun. Ponme
al tanto de la situación. Susurra una respuesta de inmediato.
Gromph se sentó y esperó por una respuesta. Estaba
mortalmente silenciosos en su cámara secreta. Si Ryld Argith
respondía, el archimago indudablemente lo escucharía. El silencio
pareció estirarse, y Gromph justo estaba por levantar sus manos de
frustración y desesperación cuando la respuesta llegó. Cuando la
escuchó, se le heló la sangre.
Estoy separado de Pharaun y los otros, no sé donde están.
Duergars por todos lados. Toda la ciudad está en llamas. Estamos
aislados, no forma de...
Gromph se dejó caer en la silla, suspirando larga y
sonoramente, sacudiendo su cabeza de disgusto.
Triel va a montar en cólera cuando se entere de esto, pensó.
¿Cuánto tiempo puedo evitar decírselo? Por otro lado, tal vez
Quenthel esté muerta.
El archimago se encontró sonriendo mientras se levantaba del
escritorio para ir a buscar a su hermana.

***

Al tiempo que Pharaun terminaba su descenso en los escalones


del edificio, pudo ver una considerable fuerza duergar esperando y
observando. Sin dudar, dio un par de pasos hacia adelante, luego se
agachó y golpeó su mano contra la piedra, conjurando una esfera de
oscuridad. Rápidamente, volvió tras sus pasos justo mientras
Jeggred se posaba sobre el suelo junto a él. Con Quenthel del otro
lado. Un par de dardos de ballestas pasaron silbando, pero ignoró los
misiles, indicándoles a los otros tres que se movieran hacia la
protección del porche donde él y Danifae se habían refugiado antes.
Era un espacio pequeño, especialmente en comparación con el
draegloth, pero entraban todos y cuando estaban agachados al
menos estaba parcialmente cubiertos de los duergars de la calle de
abajo. Lo más importante era que estaban fuera de vista de la araña.
Danifae se dejó caer contra el suelo de piedra, y el mago pudo
ver que estaba sangrando copiosamente de la herida de su pierna.
La prisionera de guerra abrió su propia bolsita y sacó un pedazo de
trapo. Envolviendo la venda alrededor de su pierna, la sostuvo allí
mientras Pharaun la asistía atándola. Quenthel miraba impasible.
Pharaun atrajo la mirada de Quenthel y le indicó por señas,
donde Danifae no pudiera ver, Si la curas, podremos movernos más
rápido.
Quenthel se encogió de hombros y respondió, Ella no es un
parte necesaria de este grupo. No desperdiciaré la magia con ella.
Puede que no quede ninguna para sanarte a ti más tarde, si lo
hiciera.
Pharaun frunció los labios, preguntándose que llevaría
convencer a Quenthel que la prisionera de guerra era un agregado
de valor del que no podían prescindir. Volvió su atención nuevamente
a Danifae.
--¿Puedes caminar con esta pierna? --le preguntó.
--Si --respondió ella--, puedo mantenerme a la par.
--No esperaremos por ti, si no puedes hacerlo --dijo secamente
Quenthel--, y no permitiré que Jeggred sea retrasado por tener que
llevarte. ¿Comprendes?
--Sí, Señora --dijo Danifae.
Pharaun vio que sus ojos se entrecerraron un poco. Hizo un
gesto con las palmas hacia abajo donde Quenthel no pudiera ver,
indicándole a Danifae que tuviera paciencia. No iba a abandonarla, a
pesar de saber muy bien que ella estaba jugando con sus deseos
para salvar su propio pellejo.
En ese momento, una única enorme pata de araña se posó en la
piedra entre la alcoba y el escudo de oscuridad mágica que había
invocado el mago, y una parte del cuerpo del arácnido apareció a la
vista.
Era la parte de abajo de la criatura, notó Pharaun, reteniendo el
aliento mientras sentía el temblor de la araña mientras posaba su
peso sobre la calle de telaraña. A su lado, las dos mujeres tenían los
ojos bien abiertos, y Jeggred observaba la escena cautelosamente,
pero ninguno de ellos se movió. Al tiempo que la araña se deslizaba
hacia abajo y lejos de su escondite, el mago suspiró suavemente de
alivio. No los había notado.
Más allá de la oscuridad protectora, Pharaun podía escuchar los
gritos de los duergars --aullidos de terror-- mientras la araña se
alejaba rápidamente del edificio donde el mago y sus compañeros se
estaban escondiendo. Las vibraciones de sus pasos se volvían más
suaves conforme se marchaba.
Bien, pensó Pharaun. Persíguelos por un tiempo.
--¿Por el Abismo qué es una araña guardiana? --pregunto él en
voz alta.
Danifae se encogió de hombros y dijo:
--No sé tanto sobre ellas como Halisstra. Tendrás que
preguntarle a ella si quieres los detalles, pero puedo decirte que las
madres matronas en el pasado habían traído estas criaturas para
varios propósitos. La deben haber conjurado hoy, tal vez para dar
vuelta la pelea a su favor.
Quenthel suspiró y sacudió la cabeza.
--Locura --dijo despacio--. Las madres matronas de esta ciudad
eligen el momento más tonto para guerrear una contra otra.
--No limitaría la apelación de necedad solamente a las madres
matronas de esta ciudad --musitó Pharaun por lo bajo.
Quenthel lo miró pero él simplemente sonrió, y ella volcó su
atención a la conmoción invisible más allá de la esfera de oscuridad,
aparentemente no habiendo escuchado claramente sus comentarios.
--Disipa la oscuridad --le ordenó la suma sacerdotisa al mago--.
Quiero ver lo que está pasando.
Como dije, pensó Pharaun, sacudiendo la cabeza.
Suspirando, el mago gesticuló y la esfera de oscuridad se
desvaneció, revelando la calle detrás. La araña estaba fuera de vista
por el momento. En la calle, nada se movía, aunque había muchos
muertos diseminados por ahí, duergars y drows por igual.
--Parece haber andado errante --observó Quenthel, poniéndose
de pie--. Deberíamos irnos, también, antes de que regrese.
--Démosle unos minutos más --sugirió Pharaun, todavía
enervado por la aparición de la criatura gigante--. Solo para
asegurarnos de que realmente se haya ido.
Quenthel miró con mala cara al mago y luego de volvió hacia el
draegloth y dijo:
--Ve a ver.
Sonriendo, el demonio saltó fuera de su lugar de escondite y
espió en ambas direcciones.
En ese momento los duergars eligieron salir de sus escondites.
Una veintena de ellos salieron de detrás de una esquina y del
edificio de la calle de enfrente, como su hubieran estado esperando
que los drows emergieran de sus lugres de escondite.
--¡Agárrenlos! --gritó uno de los enanos grises.
Los duergars formaron un semicirculo, rodeando la posición de
los elfos oscuros, y Jeggred brincó hacia atrás a la alcoba al tiempo
que la primera acometida de dardos de ballestas salpicaban las
paredes alrededor de ellos.
Maldiciendo, Pharaun se agachó bien bajo, usando la elevación
del porche como pantalla. Apuntó su dedo hacia la calle y pronunció
la frase arcana que desataría uno de sus hechizos. Enseguida, una
nube de enturbiado humo, se disparó a través de las ardientes
ascuas formadas debajo de él y comenzaron a flotar alejándose del
edificio y cruzando la calle. Los duergars, muchos de los cuales
tenían sus ballestas cargadas nuevamente y le estaban apuntando al
pequeño grupo, ojearon la llameante neblina cautelosamente
mientras aparecía y comenzaba a batirse hacia ellos. Al alcanzar a
aquellos en las filas del frente y los engullía, empezaron a gritar y
debatirse, calcinados por las ascuas.
Los enanos grises cayeron de espaldas ante la nube mientras
quemaba sus compañeros en donde estaban. El humo era denso y
negro. Se alejaba del edificio, y los gritos de los duergars se
intensificó al tiempo que más y más de ellos sucumbían al calcinante
calor.
Pharaun reptó un poco fuera de su escondite para observar su
maniobra. Jeggred permanecía junto a él, sin temor a los misiles
directos, oteando la nube con deleite.
--¿Puede sobrevivir alguno de ellos? --preguntó el demonio.
--No si vas a bailar en medio de ellos --respondió el Maestro de
Sorcere--. El fuego no puede dañarte, ¿verdad?
--Eso es correcto --respondió el draegloth, y saltó hacia la
humeante neblina.
La nube incendiaria se había desplazado hasta el lado opuesto
de la calle. Los cuerpos de los duergars estaba esparcidos por la
superficie, abrasados y humeantes. Varios de ellos estaban ardiendo
literalmente. Jeggred emergió desde dentro del llameante humo, el
cual Pharaun redirigió para que flotara bajando la calle, en la
dirección opuesta por la que ellos deseaban ir. Continuaría a su
propia voluntad por algunos minutos antes de disiparse, asegurando
que otra horda de enemigos no pudiera surgir detrás de ellos.
El draegloth goteaba sangre pero tenía una mirada en su rostro
de estar muy satisfecho. Tenía un brazo amputado en su mano y la
estaba masticando mientras trotaba de regreso a donde estaban los
tres drows agazapados.
Pharaun deliberadamente ignoró los hábitos alimenticios del
demonio mientras Quenthel preguntaba:
--¿Están todos muertos?
--Muertos o corriendo --respondió el draegloth--. La calle está
despejada.
--Entonces, deberíamos proseguir. La araña podría regresar en
cualquier momento, y no tenemos tiempo que perder. ¿A dónde
dijiste que fueron los otros? --le preguntó la suma sacerdotisa a
Pharaun.
El mago señaló hacia la callejuela donde había visto
desvanecerse a Ryld momentos antes.
--El Maestro de armas fue por allí --dijo él--. Es posible que
ninguno o ambos se le unieran.
Aunque, antes de que Pharaun pudiera dar más de un par de
pasos, la calle se encaramó y sacudió.
--¡Maldición! --escuchó que gritaba Quenthel y el mago se
arriesgó a dar una mirada atrás.
La araña los había divisado y estaba dando rápidos saltos a lo
largo de la calle, fácilmente pasando por encima de la llameante
nube de fuego que Pharaun había enviado en aquella dirección. La
arácnida venía hacia ellos, y velozmente, sus mandíbulas
flexionándose ávidamente.
Pharaun se dio vuelta y huyó de ella.

***

--¡Te estoy diciendo que quiero a esa cosa muerta ahora! --chilló
Ssipriina Zauvirr--. Si no lo hacen, estamos metidos en una montaña
de problemas! --Ella se aproximó amenazadoramente a Khorrl
Xornbane mientras los dos permanecían en la entrada de un negocio
de modas lujoso, abandonado en la pelea, situado en el interior de la
posición de los enanos grises en la plaza. El negocio estaba bien
atrás de las líneas de combate, pero Khorrl podía ver llanamente a la
araña en la distancia mientras la madre matrona la señalaba. La
masiva criatura se encaramaba sobre un edificio cerca de donde el
Clan Xornbane estaba encerrado en una afanosa batalla con una
fuerza hostil drow.
--¡Y yo te estoy diciendo, que no voy a enviar a mis muchachos
pelear contra esa cosa! --le refunfuñó perdiendo la paciencia con
esta arrogante elfa oscura--. Me contrataste para ganarte un asiento
en tu bendito concilio al derrotar a tus enemigos, no para enmendar
tus errores. Tú y tus compinches pueden figurarse como detenerla.
¡No es mi culpa que no puedan controlarla!
--¿Mis errores? Hablemos de errores, Capitán. Hablemos de ti y
de tus mercenarios canallas que tomaron las calles prematuramente,
arruinando mis bien trazados planes de ascensión al Concilio con un
estúpido movimiento. ¡Errores, de hecho! Ni siquiera estaríamos en
esta posición si hubieras seguido simples órdenes.
Khorrl quería cortar por la mitad a la ofensiva drow en ese
mismo momento. Si no hubiera traído un séquito de guardias con
ella, lo habría hecho, pero lo sobrepasaban en número, y él sabía
que incluso si llevaba a cabo el ataque asesino, sería liquidado
prontamente. En cambio, apretó la mano sobre el mango de su
hacha y respiró hondo, tratando de calmar la temblorosa rabia que
sacudía su cuerpo.
--¿Prematuramente? --dijo con los dientes apretados--. Recibí
órdenes directas de tu muchacho Zammzt. Si él no recibió órdenes
de ti, entonces ve a hablar con él. Como sea, ¡deja de hacerme
perder el tiempo! --terminó con un rugido--. No voy a sacrificar a mis
muchachos innecesariamente para matar a tu araña. De hecho, ya
terminamos aquí. ¡Forghel! --llamó, mirando a su ayudante. Forghel,
has sonar la retirada. Nos vamos.
Khorrl sabía que estaba jugando un juego peligroso, dándole la
espalda a la elfa oscura, pero quería azuzarla, ver si perdía los
estribos.
--¡Mentiroso! --gritó Ssipriina una vez más--. No culpes a mi
Casa de tus necias metidas de pata. No abandonarás a tu... ¡No te
alejes de mi!
--Al Abismo contigo.
--¡Mátenlo! --gritó ella.
Sonriendo para sí mismo, Khorrl dio un agudo silbido e
instantáneamente, una hueste de sus muchachos desvanecieron su
invisibilidad y aparecieron mágicamente, rodeándolo con sus hachas
y ballestas listas. El capitán se dio vuelta para enfrentar al séquito de
drows que avanzaban, buscando específicamente a Ssipriina.
Los guardaespaldas de la elfa oscura habían comenzado a
perseguirlo, pero cuando los duergars adicionales aparecieron, los
soldados drows titubearon un momento. Eso era todo lo que las
tropas del Clan Xornbane necesitaba. Cargando, los muchachos de
Khorrl empezaron la pelea contra los drows.
Por supuesto que Ssipriina Zauvirr no era lo suficientemente
tonta como para quedarse demasiado cerca de la pelea, pero le dio
al capitán una última mirada funesta mientras se daba vuelta y se
retiraba bajando los escalones en la dirección opuesta.
Tomando una ballesta de uno de sus enanos grises que estaba
parado cerca de él, Khorrl avistó el arma, apuntando a la madre
matrona que se retiraba. Disparó pero el dardo chocó sonoramente
contra una columna de piedra de un rincón del edificio al tiempo que
Ssipriina lo rodeaba y desaparecía. Aunque ella regresaría, sabía el
capitán, y traería a más de sus malditos soldados con ella.
--Señor, mire --dijo Forghel, corriendo hasta el lado de Khorrl.
El capitán se dio vuelta y miró hacia donde estaba apuntando el
ayudante, y su corazón le dio un vuelco. La inmensa araña estaba
posicionada en medio de la calle, encabritada en sus patas traseras
mientras que sus apéndices frontales se agitaban extrañamente en el
aire. Un luz azulada apareció en el aire, tan alta como la araña
misma, y se ensanchó hasta convertirse en un campo de forma
bizarra de luz azul. Una segunda araña pasó a través de la abertura
mágica, igualmente enorme que la primera. De algún modo, había
llamado una compañera.

***

Ryld se estaba cansando. No sabía por cuanto tiempo más iba a


poder defender a Halisstra y a sí mismo de la multitud de enanos
grises que lenta pero inexorablemente los presionaban por todas
partes. Sabía que se estaba quedando sin espacio para retroceder.
Pronto, se encontraría con la espalda contra la pared, y no habría
más corridas. El fuego comenzó a caer desde arriba. Los potes de
arcilla explotaban a su alrededor, y sabía que era solo cuestión de
tiempo antes de que alguno de ellos le diera.
Bueno, esta es una buena manera de irse, pensó el maestro de
armas, agachándose bajo una mala barrida de un martillo, golpeando
y cortando al duergar por el medio. Arrinconado en un callejón,
atrapado como una rata en una jaula, y quemado hasta morir. Bueno,
querías salir de Menzoberranzan y encontrar algo de aventura, necio.
Supongo que esto servirá.
Sorprendentemente, los enanos grises recularon manteniendo la
guardia mientras retrocedían, y Ryld los dejó ir. Respiraba
pesadamente, sus pulmones se sentían quemados por el acre humo
que lo rodeaba. Una docena o más de rasguños cubrían sus brazos
y torso, quemándolo como los aguijonazos de una víbora.
Si no quieren pelear, no voy a discutir con ellos, pensó
agradecido.
Mantuvo su espada levantada como amenaza pero se atrevió a
dar una rápida mirada hacia arriba al os techos.
Certeramente, justo como había afirmado Halisstra, más enanos
enemigos había extendido las redes a través del camino, evitando
que ellos dos pudieran escapar por esa ruta. Ryld estaba seguro de
que podía derribarlos con su ballesta pero no si tenía que esquivar a
las tropas en tierra y los explosivos al mismo tiempo. Vio que los
duergars sobre sus cabezas arrojaba varias de esas horribles cosas,
pero en lugar de apuntarle, cayeron a un costado por lo que las
llamas surgieron entre Ryld y sus enemigos en el suelo. Están
tratando de encerrarnos, se dio cuenta el maestro de armas.
Atraparnos y matarnos sin arriesgarse.
Estaba juzgando la amplitud de las llamas, tratando de
determinar si podía saltar a través de ellas sin quemarse demasiado,
cuando cayó en la cuenta de que Halisstra le estaba hablando.
--Ryld --le estaba diciendo la sacerdotisa--, Ryld, puedo
sacarnos de aquí.
El guerrero la miró, ignorando los improperios y burlas desde
arriba mientras los duergars se tomaban el tiempo antes de
despachara a los elfos oscuros.
--¿Cómo? --preguntó él.
--Puedo realizar un hechizo --replicó Halisstra--, una puerta
mágica que nos sacará de aquí pero ¡tienes que ganarme un poco
de tiempo!
--Ah, el truco favorito de Pharaun --replicó Ryld. Ojeó la pared
baja que estaba detrás de ellos dos, y la señaló.
--Pasa por encima de eso --dijo él--. Estaremos mejor protegidos
de arriba y podemos decidir que hacer.
Sin esperar a que la siguiera, Ryld levitó hacia arriba hasta que
estuvo a una altura justo por encima del tope de la pared, la cual
originalmente había estado levemente por encima de sus cabezas.
Rápidamente saltó por encima al otro lado y se agachó nuevamente.
Halisstra, con el brazo del escudo colgando flojamente a un costado,
estaba solo un segundo detrás de él. Trastabilló hasta un rincón con
un quejido de dolor mientras Ryld vigilaba la persecución. Cuando
los duergars vieron a donde estaban yendo los drows, comenzaron a
chillar de rabia. Desde arriba empezaron a arrojar más potes
explosivos tratando de acertarle a los dos elfos oscuros, pero Ryld
empujó a Halisstra dentro de la protección de la cubierta que colgaba
parcialmente sobre el área adjunta.
Había una puerta en la pared a su espalda, pero parecía gruesa.
Intentó forzarla, y como sospechaba, estaba trancada. Varios de los
potes habían aterrizado dentro del pequeño patio, pero el guerrero y
la sacerdotisa estaban lo suficientemente alejados de ellos por lo que
ya no corrían peligro.
--¿Es que nunca se les van a acabar esas cosas? --se quejó
Halisstra mientras Ryld vio una mano agarrarse a la cima de la
pared.
Sacando su ballesta, esperó hasta que apareciera una cabeza y
luego disparó, dándole a un enano gris directamente en la cara. El
humanoide se sacudió y cayó de espaldas.
--Eventualmente --replicó él, recargando--, pero no nos
quedemos a ver cuándo se les acaban.
--¿A dónde deberíamos ir? Queremos ser capaces de encontrar
a los otros, verdad?
--Sí. Necesitamos llegar a...
Ryld cortó sus palabras por la mitad al tiempo que varios gritos
surgían del otro lado de la pared. Sólo entonces fue que se dio
cuenta de que le llovían los potes explosivos de aquel lado más que
en el de ellos.
--¿Qué demo...? --dijo él, y se adelantó hasta el borde del alero.
Precavidamente, espió por sobre el borde del techo. Parecía
que los duergars que habían estado allí se habían ido.
Luego, en un instante, divisó una forma drow elevarse justo lo
suficiente como para arrojar otro pote explosivo antes de perderse de
vista de nuevo. Ryld empezó a reírse.
--¿Qué pasa? --preguntó Halisstra, acercándose al Maestro de
Melee-Magthere--. ¿Qué ves?
--Es Valas --replicó Ryld, señalando--. Se ha encargado de
nuestros francotiradores por nosotros.
Ryld se puso los dedos en la boca y soltó un agudo silbido. Un
silbido similar emanó desde arriba un momento después.
--Él sabe que sabemos que está allí --dijo Ryld--. Guardemos tu
hechizo para más tarde y vayamos a reunirnos con él. --Halisstra
asintió--. Antes de que nos vayamos --dijo el maestro de armas,
agachándose al lado de la sacerdotisa--, déjame verte el brazo.
Él examinó el dardo solo por un momento. Estaba hundido
profundamente en su hombro, lo suficiente como para que él tuviera
que forzarlo a salir del otro lado.
--Esto tendrá que esperar hasta que Quenthel pueda curarlo. Sin
embargo...
Antes de que ella pudiera protestar, Ryld rompió la punta
saliente.
--¡Diosa! --gruñó Halisstra mientras se sacudía del dolor,
cerrando los ojos.
Levantó la otra mano, pero Ryld la sujetó y la mantuvo alejada.
--No --dijo el guerrero--. Solo la harías sangrar.
Haciendo una mueca, Halisstra sacudió su cabeza.
--No --dijo ella--. Puedo curarla. Sólo déjame...
Liberó su brazo y buscó dentro de su piwafwi, sacando una
varita.
--Empújalo fuera --dijo ella tomando la punta rota del dardo y
mordiéndolo.
Ryld obedeció, asegurando su hombro con una mano y
preparándose a enterrar la punta del dardo con la otra mano. En un
rápido y limpio movimiento, el asta estuvo afuera. Antes de que ella
pudiera alejarse de él, Ryld la sacó completamente.
Halisstra sollozó una vez, luego escupió el mango de la saeta,
agitó la varita, y pronunció una frase disparadora. El sangrado se
detuvo instantáneamente y la herida se cerró. La sacerdotisa se
recostó sobre su espalda y cerró los ojos de alivio.
--Vámonos --dijo Ryld, ayudándola a ponerse de pie--, antes de
que se ese fuego se extinga y los grises regresen hacia esta pared.
--Espera --dijo Halisstra, y sacó una segunda varita de adentro
de su piwafwi--. Hagamos que les sea más difícil dispararnos.
Ryld arqueó sus cejas, intrigado. Rápidamente, ella invocó el
poder de la varita dos veces, y los dos elfos oscuros eran
completamente invisibles.
Ryld se acercó y encontró a la sacerdotisa. La tomó de la mano.
--Así no nos separemos --explicó.
Juntos, los dos drows se elevaron, observando como los
duergars alternaban entre esquivar los potes explosivos que Valas
arrojaba sobre ellos con mortal puntería y dispararle ineficazmente al
explorador con sus ballestas.
Mientras se acercaban a la cima, Ryld sacó a Splitter y cortó la
red, partiendo fácilmente el material con su espada encantada. Él y
Halisstra pasaron a través de un agujero y se acomodaron en un
techo cerca de donde se arrodillaba Valas, espiando por el borde.
--Te debemos una --le dijo Ryld al explorador al tiempo que se
alejaba del borde para evitar cualquier dardo errante de las ballestas.
El techo estaba cubierto de cuerpos de una buena media
docena de enanos grises.
Valas miró a hacia donde provenía la voz del guerrero pero no
reaccionó de otra manera.
--Te vi venir aquí abajo y pensé que trataría de alcanzarte dando
un rodeo --dijo él, levantándose para arrojar el último de los
explosivos--. Cuando vi a estos cretinos aquí, riéndose y tirando
estas cosas, supe que estaban en problemas.
--Salgamos de aquí --sugirió Ryld--. ¿Sabes dónde están los
otros?
--Creo que subieron a los techos del otro lado de la cuadra
--replicó el explorador, sacudiéndose el polvo de las manos y
retrocediendo del borde--. Los encontraremos. El mago será todo
ostentación y gloria cuando se enfrente con algo, por lo que
podremos seguirlos así.
Ryld se volvió para seguir al explorador.
--Muy cierto --dijo.
Los tres elfos oscuros se hicieron camino a través de los techos
hasta que llegaron a otro lado de la calle un poco más adelante de
donde habían sido separados en un principio. Valas se deslizó por el
costado de un negocio lujosamente decorado que tenía muchos
agarraderas para pies y manos, mientras que Ryld y Halisstra
descendían con su acostumbrado método de levitación. Para cuando
estuvieron en tierra, la magia de la invisibilidad había expirado.
--Guíanos --le dijo Ryld a Valas, haciendo un gesto, y el
explorador tomó la delante al tiempo que los tres rondaban por las
calles, haciéndose camino de vuelta a la carretera principal.
El suelo comenzó a vibrar.
--¡Por la Antípoda Oscura! --musitó Ryld, manteniéndose firme
mientras la calle se balanceaba bajo sus pies--. ¿Qué es eso?
--No lo sé, pero es grande --respondió Valas. Miró a Halisstra--.
¿Tienes alguna idea? --le preguntó a ella.
Halisstra sacudió la cabeza pero tenía un deje de preocupación
en su rostro.
--No nos quedemos a averiguarlo --dijo ella.
Valas asintió y prosiguió hacia la calle principal. Mirando en
ambas direcciones, tuvo que sujetarse de una mano para
estabilizarse ya que los temblores se habían vuelto más fuertes.
--Oh, no --dijo Halisstra, su voz afligida.
Ryld la miró y le preguntó:
--¿Qué? ¿Qué pasa?
--Oh, por la Madre Oscura --dijo la sacerdotisa, poniéndose una
mano sobre la boca del terror--. Invocaron a una.
--¿Qué invocaron? --demandó Ryld.
--Una de esas --dijo Valas del otro lado del guerrero, y cuando
Ryld se dio vuelta para mirar, vio al explorador señalando algo.
El maestro de armas se volvió a mirar en la dirección que le
indicaba su compañero y vio a una araña del tamaño de una cuadra
entera apareciendo a la vista. Inhaló con fuerza y sintió que sus
rodillas se le aflojaban.
--Oh, no.

***

Pharaun sabía que con sus botas mejoradas mágicamente


podía dejar atrás a los otros drows, y eso es precisamente lo que
hizo. El mago brincó hacia adelante, tratando cuidadosamente de
mantener el equilibrio por las temblorosas calles al tiempo que la
colosal araña los perseguía. Le quedaban solo un puñado de
hechizos, y eso era poco si es que había algo en su reducido
repertorio que pudiera afectar a una gigantesca arácnida. Una mejor
apuesta, decidió, era desviar a la criatura, quizás conjurando una
niebla de oscuridad que le permitiera a él y a los otros esconderse y
huir furtivamente mientras la araña estaba distraída --pero no se
atrevía a detenerse para entretejer el hechizo.
--¡Pharaun! --gritó alguien adelante, y el mago buscó con la
mirada a tiempo para ver a Ryld, Valas, y Halisstra parados en la
boca de una calle lateral, con los ojos desorbitados, y la boca abierta
a la masiva araña detrás de él. Viró hacia la dirección de ellos y se
sumergió en la sombra de un callejón. Solo entonces se detuvo para
recuperar el aliento.
--Nunca he... visto... nada... semejante --boqueó el mago--.
Danifae la llamó una... araña guardiana.
--Sí --dijo Halisstra suavemente, aún mirándola fijamente--. Las
madres matronas deben haberla llamado. Oh, por la Madre Oscura...
¡está invocando a otra!
Pharaun se dio vuelta para ver de que estaba hablando Halisstra
viendo pasar a Jeggred y Quenthel corriendo con todas sus fuerzas,
con Danifae renqueando detrás de ellos. La araña había dejado de
perseguirlos, y estaba encabritada en sus patas traseras,
contoneando sus miembros delanteros en el aire. El mago jadeó
cuando un portal enorme se abrió frente a la araña, tan grande como
la criatura misma. A través del brumoso portal azulado, el mago
observó, atónito, como una segunda araña masiva lo traspasaba
hacia la calle. El portal se cerró rápidamente detrás de ella.
--Oh, no --murmuró Quenthel--. ¿Cuántas veces pueden hacer
eso?
--No lo sé --dijo Halisstra desde algún lugar detrás del mago.
--Una vez ya es demasiado --dijo Pharaun--. Tenemos que salir
de aquí.
Se giró dándole la espalda a las arañas gigantes, listo para
saltar en la dirección contraria.
--¡Espera! --gritó Halisstra señalando.
El mago miró hacia atrás una vez más.
Danifae todavía renqueaba penosamente y no había podido
alcanzarlos. Cuando la segunda araña atravesó el portal, apareció en
el lado contrario de la prisionera de guerra. Estaba atrapada entre las
dos criaturas, y estaba tumbada en medio de la calle también.
--¡Está herida! --gritó Halisstra.
Dio un paso tentativo hacia adelante para ir a ayudar a su
asistente.
--No seas tonta --dijo Ryld sujetando a la sacerdotisa por el
brazo mientras Jeggred y Quenthel se les unían--. Sólo harás que te
maten también.
Halisstra se liberó de un empujón y dio otro paso adelante.
--No me importa --dijo ella--. Voy a ayudarla.
Con eso, la Primera Hija de la Casa Melarn se lanzó hacia el
área despejada donde estaba su servidora luchando por ponerse en
pie.
Las arañas presintieron el movimiento, y ambas comenzaron a
acercarse.

_____ 17 _____
Pharaun maldijo y dio un paso adelante después de Halisstra,
pensando que tendría que camuflarlas mágicamente a las dos para
salvarlas.
--No --ordenó Quenthel--. Danifae fue lo suficientemente
desafortunada como para ser herida. No malgastaré ni tiempo ni
recursos en salvarla. Vámonos mientras las arañas están distraídas.
--Pero... --comenzó Pharaun, pero luego vio la mirada en los
ojos de la suma sacerdotisa, sacudió su cabeza y regresó a la
callejuela. Lamentaba la idea de perderlas-- o al menos de perder a
la bella Danifae--. Muy bien --dijo él.
--No me voy a ir --dijo Ryld, y se dio vuelta para saltar a la calle,
siguiendo a Halisstra.
--¡No! --le gritó Quenthel al Maestro de Melee-Magthere, pero ya
era demasiado tarde. Ryld ya estaba diez pasos más lejos, sacando
a Splitter de su funda en la espalda mientras cargaba contra la más
cercana de las dos arañas--. ¡Váyanse todos al Abismo! --gritó
furiosa Quenthel.
Encogiéndose de hombros, Pharaun se dio vuelta y siguió al
maestro de armas.
--¡Ve tras ellos! --gruñó Quenthel desde detrás del mago.
Pharaun solo podía asumir que ella estaba caminando tras él,
aunque porqué le estaba ordenando que hiciera algo sobre lo que ya
se había decidido realizar, no lo podía comprender. Aunque
inmediatamente, el draegloth pasó volando junto a él, saltando hacia
la calle en la dirección en la que él iba. El mago se detuvo a unos
cuantos metros de la araña más cercana, observando como Halisstra
llegaba hasta su servidora y se arrodillaba. De algún modo, en el
camino, había sacado a tientas una varita de su capa, y rápidamente
la utilizó haciendo que las dos drows desaparecieran.
La araña surgiendo amenazadoramente sobre el lugar en donde
la pareja justo se había vuelto invisible, se abalanzó una vez,
chasqueando sus mandíbulas en obvia frustración. La bestia
comenzó a mover la cabeza adelante y atrás, tratando de encontrar a
su presa. En la distancia, la segunda araña había vuelto su atención
a algo más. Afortunadamente, no estaba viniendo para su lado, al
menos por el momento.
Por supuesto que Pharaun todavía podía ver a las dos mujeres,
y que estaba consciente de la magia que irradiaban. Le parecía que
Halisstra estaba arrastrando a Danifae a un costado, fuera del
peligro, pero de algún modo la araña presintió hacia donde iban las
mujeres, y hundió su cabeza de nuevo, errando una mordida directa
pero acercándose lo suficiente con su ataque que le pasó rozando a
Halisstra, volteándola.
Temblando de fascinación habiendo sentido a su presa, la araña
se apresuró a atacar.
Ryld ya casi había alcanzado a la criatura, y sus largas piernas
cubrieron lo que quedaba de distancia velozmente. Dio un brinco en
el aire con Splitter levantada por sobre su cabeza. Mientras el
guerrero pasaba por entre medio de la pata de la gigante araña,
balanceó la enorme espada alrededor con toda su fuerza, cortando
limpiamente a través del apéndice.
Sangre negra se esparció por todos lados, y la araña se
encabritó, pateando con sus pata arruinada y apenas errándole al
maestro de armas.
Casi al mismo tiempo, Jeggred se abalanzó en el aire hacia la
otra pata, agarrándose de la araña y trepando hacia arriba. Pharaun
pudo ver las garras del draegloth extendidas, y el demonio las usaba
con gran efectividad mientras ascendía velozmente por el miembro
de la criatura. Sin temor, Jeggred subió arañando y clavándole las
garras en el cuerpo a la araña y comenzó a escalar el resbaladizo y
negro abdomen, haciéndose camino más y más arriba.
El efecto de los dos ataques fue inmediato. La araña se alejó
tambaleándose de su pretendida comida y giró buscando morder lo
que fuera que la estaba atormentando. La única pata arruinada se
contraía erráticamente, pero sin embargo la araña no perdió en nada
su estabilidad. Ryld había rodado y poniéndose de cuclillas después
del golpe de barrida con su espada, y tenía a Splitter arriba, listo para
defenderse de la araña mientras se daba vuelta para enfrentarlo.
Pharaun sacudió la cabeza y consideró que podía hacer para
ayudar en la pelea. Verdaderamente solo habían una sola opción. La
mayoría de sus hechizos se habían acabado, y los pocos que le
quedaban a él no eran ofensivos por naturaleza. Buscó dentro de su
piwafwi y sacó una varita, una sola pieza de hierro que era tan larga
como su antebrazo. Extendiéndola hacia afuera, pronunció una frase
disparadora y activó la magia en la varita. Inmediatamente, un rayo
centelleante de energía eléctrica saltó de la punta de la varita,
arqueándose en el aire y crepitando sobre la superficie de la cabeza
de la araña. La descarga hizo que la araña retrocediera desde la
posición de Ryld, castañeteando y temblando. Mientras los últimos
remanentes del rayo se disipaban, Pharaun pudo ver que el correoso
pellejo de la araña y sus polifacéticos ojos se estaban al rojo vivo.
Pharaun echó a andar cuando escuchó el sonido vibrante de un
arco rasguear, y miró hacia su derecha. Valas estaba allí, arrodillado,
disparando con un arco corto. Él había visto al diminuto explorador
llevar el arma todo el tiempo, pero hasta ese momento, Valas había
tenido aparentemente pocos motivos para usarlo. El explorador de
Bregan D'aerthe alineó y soltó cuatro disparos en el tiempo que le
tomó a Pharaun evaluar la situación, y su puntería era certera. Las
flechas se hundieron en los ojos más cercanos de la araña, una tras
otra, pinchando muchos globos oculares como una enorme alfiletero.
La araña se sacudió en respuesta.
Al mismo tiempo, Ryld estaba de pie de nuevo, corriendo con la
araña, viendo de poder asestar otro golpe. Esta vez, sin embargo, el
guerrero no tuvo tanta suerte. Mientras que la criatura se sacudía
con largos espasmos de dolor a lo largo de la calle, una de sus patas
barrió al guerrero, enviando al fornido guerrero dando tumbos por la
calle. Ryld aterrizó pesadamente, perdiendo a su espada en el
proceso.
La masiva araña estaba dando rápidos saltos derecho hacia
Pharaun y Valas, y el mago podía verlo a Jeggred encima de ésta,
sentado a horcajadas sobre el enorme cuello de la cosa, cortándola
salvajemente con sus garras y arrojando trozos de carne y sangre
negra por todas partes mientras el demonio aserraba la cabeza de la
araña.
La araña se encabritó y sacudió, tratando de sacarse a Jeggred
de encima de su cuerpo, pero el draegloth se colgó tenazmente a
ella, clavando profundamente sus garras en la carne de la bestia
para mantener su agarre. El mago dio un paso involuntario hacia
atrás al tiempo que la arremetida de la araña acortaba la distancia
rápidamente, haciendo que la red de calles se balancearan y
rebotaran con sus rápidos pasos. Levantando su varita, el mago
disparó un segundo rayo, dejando que crepitara sobre la cabeza de
la araña, sabiendo que Jeggred resistiría su poder destructivo.
La descarga eléctrica obviamente lastimó a la masiva criatura
--Pharaun pudo ver claramente marcas de quemaduras en su negra
piel-- pero no la detuvo ni un poco. Deambuló zigzagueando hacia el
mago y el explorador incluso mientras Valas le tiraba una docena de
flechas.
¡Diosa! Pensó Pharaun, retrocediendo otro paso.
Quería dar la vuelta y correr, pero no podía dejar de mirar la
carga de la criatura. Valas estaba retrocediendo también, aun
disparando flechas, pero ambos estaban en la mira de la araña y
claramente los estaba apuntando como la causa de sus aflicciones.
Justo cuando la araña alcanzaba al par de drows y se
abalanzaba sobre ellos, Ryld saltó a la vista, blandiendo a Splitter en
un enorme arco y estrellando la hoja salvajemente sobre la cara de la
criatura. Obviamente el rayo le había ganado al maestro de armas
suficiente tiempo como para recuperar su espada.
El arácnido se tiró para atrás, goteando más sangre de la nueva
herida, pero no estaba dispuesta a ser derrotada tan fácilmente.
Intentó morder a Ryld, una, dos veces y el guerrero rebatió los
ataques con su espada, esforzándose por mantener las
chasqueantes mandíbulas alejadas de él.
Pharaun trastabilló hacia atrás nuevamente, feliz de dejar al
guerrero de amplios hombros llevar lo más pesado del combate.
Pharaun levantó su varita par una tercera descarga de rayos,
esperando que eso hiciera caer a la bestia, pero antes de que
pudiera activar la varita la araña intentó morder a Ryld por tercera
vez y se le acabó la suerte al guerrero. Las mandíbulas se cerraron
fuertemente alrededor del Maestro de Melee-Magthere, quien gruñó
de dolor y casi dejó caer a Splitter. La criatura lo alzó en el aire,
estrujando a su presa estrechamente, tratando de aplastarlo hasta
morir.
Ryld arqueó su espalda en agonía y comenzó
desesperadamente a tajear las mandíbulas con su espada.
Pharaun dudaba de gastar sus rayos mágicos con Ryld en el
medio, y Valas igualmente parecía perdido, apuntando con una
flecha para luego bajarla, ya que no tenía un tiro seguro. Aún así,
Jeggred continuó cortando la carne de la araña. Los brazos del
draegloth estaban completamente recubiertos con el pegajoso fluido
negro.
¿Por qué no se muere la maldita cosa? Pensó Pharaun
consternado.
Estuvo tentado de sacudir a la criatura a pesar de la presencia
de su compañero pero luego recordó su otra varita. Actuando
prestamente, el mago se las arregló para pescar un segundo
elemento dentro de su piwafwi justo mientras la araña tropezaba
contra él y Valas. El explorador se tiró al suelo, rodando varios
metros, al tiempo que Pharaun se las arreglaba para evitar lo peor
del golpe saltando fuera del camino a último momento, ayudado por
sus botas mágicas.
Aterrizando a un costado, el mago apuntó a la araña con su
varita y pronunció la palabra disparadora, enviando una horda de
proyectiles brillantes brotando de la punta directamente a los ojos de
la araña. Los cinco misiles infaliblemente se desviaron alrededor de
Ryld y golpearon los ojos de la criatura en una rápida sucesión. La
enorme araña retrocedió temerosa, abriendo sus mandíbulas para
castañetear de dolor, soltando a Ryld en el proceso.
El maestro de armas cayó flojamente al suelo pero de alguna
manera todavía retenía la suficiente conciencia para amortiguar su
propio descenso, sorteando los últimos metros hasta el pavimento.
La araña, mientras tanto, se encabritó, su cara una masa
sanguinolenta, Jeggred todavía cortajeándola encima de la cabeza.
No hay forma de que pueda soportar mucho más, pensó el
mago.
--Termínala --dijo Quenthel, señalando a la araña--. Mátala y
terminemos con esto.
Pharaun podía ver a la segunda araña viniendo hacia ellos, así
que rápidamente descargó una segunda ronda de silbantes
proyectiles desde la varita. Cuando llegaron a su objetivo, la araña
finalmente colapsó en medio de la calle, casi aterrizando sobre el
todavía postrado Ryld. La criatura no se movía, aunque sus patas y
mandíbulas sufrían horribles espasmos.
--¡Retírense! --demandó Quenthel--. La otra está acercándose.
Pharaun corrió a ayudar a Valas a poner a Ryld de pie, y el trio
se escurrió lo más rápido posible de vuelta hacia el callejón. Jeggred
saltó hacia abajo desde el centro de la cabeza de la arácnida y se les
unió. Todos ellos alcanzaron la protección de la calle lateral
simultáneamente, y Pharaun se volvió a ver qué había sido del par
de la Casa Melarn. Calle más arriba, el mago pudo ver las
emanaciones mágicas de Halisstra y Danifae. Estaban caminando
hacia él tan rápido como la renqueante drow se podía mover.
--Ya casi están aquí --dijo Pharaun haciendo un gesto hacia
donde él sabía que era el único que podía ver a las dos.
--Quédate quieto. Puede presentir las vibraciones.
Los dos grupos esperaron, aprensivos. Halisstra y Danifae
dejaron de moverse, apoyadas contra la pared del edifico más
cercano mientras la segunda araña se les acercaba. Pharaun se
escondió en las sombras.
Mientras pasaba la bestia, Pharaun se preparó para lanzar un
hechizo que había considerado antes, uno que traería una densa
niebla, si la necesitaban, pero no hizo falta. Mientras la enorme
arácnida se alejaba, las vibraciones se calmaban. Pharaun se atrevió
a dar otra mirada a las dos mujeres que se estaban acercando.
--¿Me desafiarías abiertamente? --gruñó Quenthel, abofeteando
en la mejilla a un todavía mareado Ryld.
Jeggred se enderezó en su total estatura y se movió para
pararse al lado de la suma sacerdotisa, apoyándola mientras
impartía su disciplina.
Ryld trastabilló ante el golpe, y un hilillo de sangre brotó de un
costado de su boca, pero no se amilanó ante la mirada de la suma
sacerdotisa.
--No son tan prescindibles como puedes pensar --le dijo él
débilmente pero con el mentón en el aire--. Dales una oportunidad de
probarse antes de abandonarlas. Podría ser que la próxima vez sea
ella la que se apresure a ayudarnos.
Jeggred gruñó y dio un paso adelante, pero Quenthel lo retuvo
con una mano como señal de que se quedara quieto. El draegloth
miró fijamente a Ryld pero obedeció a su señora.
--Sus días de cuestionar mi autoridad están por terminar --dijo
Quenthel, volviéndose a enfrentar a ambos Ryld y Pharaun juntos--.
Cuando salgamos de esta ciudad, habrá algunos cambios. Estoy
cansada de esto.
Y como si hicieran mímica del corrupto estado de ánimo de la
Señora de la Academia, las serpientes comenzaron a oscilar atrás y
adelante, siseando de exasperación.
--Todo lo que digo es que eres demasiado rápida al descartarlas
--insistió Ryld--. Son más valiosas de lo que las valoras.
--Tiene razón --dijo Pharaun--, Halisstra ha demostrado algo de
ingenio. No las descartes simplemente porque no son de
Menzoberranzan.
Quenthel le frunció el ceño a los dos a cambio y luego atrajo a
Valas con su mirada en busca de un poco de mesura.
Halisstra y Danifae llegaron donde estaban los otros, aún
invisibles.
--Lo lamento --dijo Halisstra apenas arribó--, pero no podía
abandonarla. Ella todavía tiene un cierto valor para mí.
Quenthel resopló y movió la mano en un gesto de rechazo,
como minimizando todo el episodio.
--Estás consciente de las condiciones bajo las cuales se les
permitirá quedarse con nosotros. Mantengan el ritmo o quédense
atrás. No padeceremos el que nos retrasen.
Ella simplemente no quiere reconocer cuanto la desafiamos, se
dio cuenta Pharaun. Está pretendiendo que el permanecer y esperar
fue su propio acto de generosidad. El mago sonrió satisfecho para sí
mismo.
Halisstra depositó a Danifae en el suelo y sacó una varita de
entre sus pertenencias. La agitó sobre la pierna de la prisionera de
guerra y murmuró una frase que el mago no pudo captar del todo,
pero luego vio que la herida se había sanado. La elfa oscura se
acercó a Ryld para administrarle la misma dosis curativa a él, pero
Quenthel intervino.
--¿De dónde sacaste eso? --demandó la suma sacerdotisa.
Halisstra se sorprendió al no esperar una reacción tan venenosa
ante su generosidad.
--Es mía --comenzó a explicar--. La traje...
--Ya no más. Dámela --insistió Quenthel.
Halisstra miró a la suma sacerdotisa pero no hizo movimiento
alguno para entregarle el artefacto mágico.
--Si no quieres que Jeggred te reduzca a pedacitos ahora
mismo, entrégame la varita.
Lentamente, sus ojos comenzaron a arder de ira, Halisstra le
pasó la varita a Quenthel.
La Señora de Arach-Tinilith examinó la varita cuidadosamente,
asintiendo satisfecha. Se dio vuelta y la usó sobre Ryld ella misma.
Mientras el poder divino de la varita fluía hacia el guerrero, sus
peores heridas se cerraron, aunque varios pequeños rasguños y
moretones permanecieron. Cuando estuvo satisfecha con el estado
del maestro de armas, guardó la varita entre sus propias
pertenencias.
--Ahora --dijo Quenthel, volviendo su atención a Halisstra--, no
malgastaremos más de esta magia curativa. Yo seré quien decida
cuando usarla y quien de este grupo recibirá la ayuda divina, ¿está
claro?
Halisstra asintió.
--¿Tienes algún otra mota mágica secretamente escondida
sobre la que debiera enterarme? Créeme, lo sabré si lo tienes.
La hija de Drisinil suspiró y asintió. Sacó una varita adicional y
se la entregó.
--Aunque no puedes usarla --musitó Halisstra--. Es arcana por
naturaleza. Además yo... me interesa ese tipo de magia.
--Ya veo. Bueno, si llega a ser necesario, puedes tenerla de
vuelta cuando hayas probado que vales la pena. Hasta ese
entonces, me quedaré con ambas.
La suma sacerdotisa les dio la espalda y caminó unos cuantos
metros, ignorando completamente a las dos mujeres drows que le
arrojaban dagas con la mirada.
--Halisstra --dijo Pharaun tratando de cambiar de tema y
esperando demostrarle a Quenthel que la sacerdotisa era útil al
mismo tiempo--, ambas, tú y Danifae parecían saber de donde
provenían esas arañas gigantes. ¿Qué nos pueden decir?
--Son arañas guardianas --respondió la elfa oscura, su voz grave
de bronca--, invocadas solo en tiempos de gran necesidad. Esas dos
eran tan pequeñas... las madres matronas que las conjuraron deben
haber tenido una de las menores guardadas.
--¿Quieres decir que llegan a ser más grandes que eso?
--preguntó incrédulamente Valas.
--Ciertamente --replicó Halisstra, metiéndose de lleno en el
tema--. ¿Cómo piensas que las telarañas de la ciudad aparecieron
primeramente aquí? Una vez que llegó a la caverna, las primeras
sumas sacerdotisas, junto con sus magos, invocaron arañas de un
tamaño inmenso para que tejieran las redes sobre las cuales
descansaría la ciudad. Fue con las bendiciones de Lolth que estas
sagradas criaturas vinieron a nosotras, y fueron almacenadas
mágicamente, transformadas en estatuas cristalinas. De vez en
cuando son traídas nuevamente para reparar secciones de la ciudad
o para defender la cámara. Aunque normalmente, son controladas a
través de una conexión mental para hacer nuestra voluntad y para
abrir el portal para que entren otras de su tipo sólo si se lo
ordenamos.
--Bendita Madre Oscura --dijo Ryld--. ¿Crees que la otra traerá
más?
--No lo sé --replicó la sacerdotisa--. Espero que no.
--Mira --dijo Pharaun, mirando hacia adelante, adonde la araña
todavía podía ser vista corriendo a pasos cortos por las calles de
redes.
Una fuerza de enanos grises estaba sobre un camino encima de
ésta, espiando por un costado a la araña debajo de ellos.
Un número de ellos comenzaron a arrojarle más de esos
malditos potes explosivos a la criatura. Mientras los pequeños
dispositivos incendiarios golpeaban a la arácnida, estallaban en
llamas, y la colosal araña se encabritaba al tiempo que empezaba a
arder, buscando eliminar la fuente de dolor.
Más potes de arcilla fueron lanzados, varios de ellos golpeando
a la araña en la cabeza y el abdomen. Levantándose en sus patas
traseras, la araña intentó alcanzar a los duergars, pero estaban
demasiado altos por encima de ella. La araña giró en el lugar,
dándole la espalda a sus atacantes y disparó un grueso chorro de
fluido en la dirección de ellos.
--Tejiendo --comentó Pharaun en voz alta, impresionado.
El hilo de telaraña se amarró certeramente, adjuntándose a la
parte inferior de la calle, tensándose al hacerlo. La araña se volteó y
comenzó a subir por la hebra de pegajoso filamento, persiguiendo a
los enanos grises quienes se estaban encaramando
desesperadamente para salirse de su camino.
--Los muy tontos --dijo Ryld--. Acaban de arreglárselas para que
concentre su atención en ellos. Aunque afortunadamente para
nosotros.
--Suficiente --dijo Quenthel--. Aún necesitamos recuperar
nuestras pertenencias de la posada y dejar esta maldita ciudad.
Pharaun se dio vuelta para mirar a la suma sacerdotisa,
sabiendo bien que su expresión era la de un asombro pasmoso.
--¡No puede ser en serio! Mira a tu alrededor --dijo él, indicando
con un gesto las otras partes de la ciudad, donde el resplandor lejano
de más y más fuegos eran visibles a través del humo
incesantemente denso--. Toda la ciudad está revuelta!
»Usa tus oídos --continuó, señalando en diferentes direcciones,
donde los gritos de peleas y agonías hacían eco en los muros de la
enorme caverna--. Se nos está acabando el tiempo. Estoy seguro de
que toda la ciudad está tomando partes y llevando la batalla a las
calles, y aún así ¿quieres tentar al destino tratando de ir a buscar tus
bagatelas? Pienso que...
--Escúchame, muchacho --escupió Quenthel, su rostro
amoratado--. Acabamos de pasar por esto con tu amigo guerrero.
Harás lo que te diga, o será dejado aquí para morir. Si has olvidado
quien soy, permíteme recordarte que soy la Suma Sacerdotisa
Quenthel Baenre, Señora de Arach-Tinilith, Señora de la Academia,
Señora de Tier Breche, Primera Hermana de la Casa Baenre de
Menzoberranzan, y no seguiré tolerando tus comentarios sarcásticos
ni tu arrogante insubordinación. ¿Entiendes?
Y como apoyando su palabras, Jeggred se adelantó y con un
gruñido amenazador sujetó el cuello de la piwafwi de Pharaun,
estrujándolo en su puño de garras.
El mago miró hacia Ryld, quien todavía lucía debilitado por su
pelea con la araña. Sin embargo, él tenía la mano sobre la
empuñadura de Splitter y se estaba adelantando, listo para
interponerse entre el draegloth y el mago. Pero Pharaun podía saber
por la expresión del guerrero que estaba tratando de determinar
cuanto quería verdaderamente tomar parte por alguno de los lados
en esta disyuntiva.
Jeggred volteó rápidamente su cabeza a un lado y gruñó:
--Ni siquiera lo pienses, maestro de armas. Te desgarraré el
estómago y te devoraré si interfieres.
La expresión de Ryld se tensó al tiempo que se ofendía por las
amenazas del draegloth, pero Pharaun dio una rápida sacudida de
su cabeza para advertirle al guerrero que bajara la guardia.
--Señora Quenthel, ya que estás tan apasionada por recobrar
tus objetos de valor --dijo Pharaun, tratando de hacer que su voz
sonara jovial--, entonces apurémonos, antes de que desperdiciemos
nuestra oportunidad.
Quenthel sonrió, obviamente satisfecha de haberse impuesto y
ganado otra vez la mano dura.
--Sabía que apreciarías la importancia de mi decisión --replicó
ella, dándose vuelta--. Entonces, mago, ¿cómo propones que
crucemos hacia La Llama y la Serpiente? --preguntó ella, apreciando
la devastación alrededor de Pharaun--. ¿Qué magia te queda aún
bajo la manga para sacarnos en forma rápida y segura de aquí?
--Ninguna, Señora Baenre --replicó Pharaun toda seriedad--. He
consumido más de la mitad de mi magia por el día, ni siquiera estoy
seguro de como saldremos de la ciudad.
--Eso no es lo suficientemente bueno, Mizzrym.
--Tengo una contrapropuesta --dijo el mago, frunciendo los
labios--. Déjame recuperar los bienes mientras tú y el resto del grupo
esperan aquí y descansan. Está fuera del camino, muy difícilmente
esté defendido y puedo encontrarlos nuevamente cuando regrese.
Tengo un hechizo para llevarme a la posada y volver rápidamente,
justo puedo llevar todas tus cosas conmigo.
Quenthel frunció el ceño, pensando, y Pharaun se preguntó si,
como fruncía el ceño severamente tan a menudo, la suma
sacerdotisa se daba cuenta de la cara que ponía.
--Muy bien --dijo Quenthel al fin, asintiendo--. No pierdas el
tiempo.
--Oh, no tengo intenciones de hacerlo. Mientras menos
oportunidades haya de que grandes pedazos de mampostería de
esta condenada ciudad se me caigan encima, mejor me sentiré.
Quenthel se volvió y le explicó el plan al resto del grupo. Todos
asintieron de acuerdo, listos para un receso.
Ryld empujó a Pharaun a un costado y preguntó:
--Vas a volver, ¿verdad?
Pharaun levantó una ceja y replicó:
--Además de mi cariño por ti, mi cavilante maestro de armas,
todavía deseo verdaderamente llegar al fondo de este misterio. Mis
oportunidades son mejores con todos ustedes que sin ustedes.
Ryld lo miró por un largo tiempo antes de asentir.
--Ten cuidado --le dijo, dándose vuelta para buscar un asiento
contra el muro de la callejuela con su ballesta en la mano.
--¿Cómo pretendes cruzar la ciudad? --le preguntó Halisstra.
Su cara estaba macilenta y cansada. Aun así, sus ojos brillaban
rojos, como con una nueva determinación.
--Tengo un hechizo volador que puedo usar para llegar allí y
volver relativamente rápido --respondió Pharaun--.
Desafortunadamente, estaría mucho mejor si no fuera visible pero ya
he usado ese truco en particular hoy.
--Tal vez pueda ayudar --dijo la hija de la que una vez fuera la
casa Melarn. Señora Quenthel, esa varita que acaba de confiscarme
nos serviría bien, si lo aprobara.
--¿Qué pasa? --preguntó la suma sacerdotisa, aparentemente
encantada con el trato deferente mostrado hacia ella.
--Un hechizo que lo volverá invisible, por si debiera atacar a un
enemigo --replicó Halisstra--. Le aseguro que no le causará daño.
Quenthel frunció el ceño y miró a Pharaun esperando algún tipo
de confirmación. El mago asintió. Aún creía que las dos mujeres
recientemente incorporadas al grupo valían la pena, y que
ciertamente no estaban en una posición como para volverse contra el
resto de ellos ahora.
--Muy bien --dijo Quenthel.
Extrajo la varita y se la cedió nuevamente a la otra mujer.
Halisstra la tomó, dándole las gracias a la suma sacerdotisa. Le
apuntó a Pharaun con la varita.
--Espera --dijo el mago.
Sacó una pluma de adentro de su piwafwi. Usando la pluma
como parte del conjuro, se hechizó con la habilidad de volar.
Guardando de vuelta la pluma en su bolsillo, se volvió hacia la
sacerdotisa y dijo:
--Muy bien, prosigue. Es más fácil realizar conjuros cuando
puedes ver tus propias manos.
Ella sonrió ligeramente y asintió, luego invocó la energía mágica
de la varita. En tan solo un segundo, Pharaun era completamente
invisible. Halisstra le devolvió la varita a Quenthel.
--No --dijo la suma sacerdotisa, sacudiendo la cabeza--. Puedes
quedártela. Creo que has aprendido la lección.
--Sí, Señora --dijo Halisstra con una sonrisa que no abarcó sus
ojos. Guardó la varita y fue a sentarse una vez más junto a Danifae.
--Regresaré enseguida --dijo Pharaun. Y se elevó en el aire
antes de que ninguno de ellos pudiera siquiera pensar en
responderle.

***

Danifae observó como desaparecía el mago, y presintió cuando


él dejó la callejuela. Sacudiendo su cabeza, apoyó su espalda contra
la pared y observó al maestro de armas y al explorador, los cuales se
paseaban, aparentemente impacientes por salir de allí.
Este es un grupo extraño con el que me he topado, decidió. Son
competentes, y a pesar de ello regatean y discuten como no he visto
hacer a ningún otro grupo de elfos oscuros.
La prisionera de guerra miró a Quenthel, quien estaba hablando
en voz baja con el draegloth, Jeggred. Ciertamente, ella es
interesante, decidió Danifae.
No era la primera que se encontraba con una mujer como la
suma sacerdotisa, segura de sí misma pero además jactanciosa ante
todo y todos.
Aun así, pensó Danifae, dejando que sus ojos se pasearan
apreciativamente sobre las formas de Quenthel, ella era una líder
capaz.
Danifae volvió sus pensamientos a Halisstra. La Primera Hija de
la Casa Melarn lucía visiblemente conmocionada ante la pérdida
física de su hogar, a pesar de que Ssipriina ya le había arrebatado la
posesión de la misma. Danifae se preguntaba como sobrellevaría su
señora ese tipo de coacción. Ciertamente que de su parte no
lamentaba la destrucción de la Casa Melarn, pero Danifae podía
imaginar como se sentiría si su propia familia hubiera sido barrida de
semejante manera. La Casa Yauntyrr bien podría haber sido
destruida, por lo que ella sabía. Había pasado mucho tiempo desde
la última vez que la había visto. Ni siquiera sabía el destino de
Eryndlyn misma en la crisis actual, mucho menos la de su propia
Casa.
--Déjanos ir contigo --le dijo Halisstra a Quenthel--. Déjanos
ayudarte a encontrar al sacerdote de Vhaeraun.
Danifae miró cortantemente a su señora.
--¿Qué te hace pensar que vamos a intentar encontrar al amigo
del explorador? --preguntó Quenthel.
--Yo... yo ruego me perdones, Señora Baenre --balbuceó
Halisstra--. Yo meramente supuse que...
--Es mejor dejar las suposiciones para ese miserable canalla de
Pharaun --le advirtió Quenthel.
Halisstra agachó la cabeza.
--Por supuesto, Señora Baenre --dijo ella--. Sin embargo,
humildemente te pediría que nos permitieras a mí y a mi servidora
acompañarte. Nuestras posibilidades de sobrevivir son mucho
mayores si permanecemos juntos, y como sabes, ya no hay nada
aquí para mí.
La elfa oscura frunció los labios, obviamente tratando de
controlar sus emociones. Danifae lo consideró en cierto modo
inapropiado, mostrar tanta pasión en ella, pero nunca lo diría,
especialmente no delante de otros.
Quenthel se golpeaba los labios con el dedo y asintió como si
comprendiera el dolor de la situación de Halisstra, aunque Danifae
dudaba seriamente de que la suma sacerdotisa sintiera ninguna
compasión sincera por la situación de Halisstra.
--Si, bueno, siempre y cuando sigan siendo útiles, y si están
dispuestas a hacer lo que yo diga, entonces no veo razón alguna por
la cual no puedan seguir viajando con nosotros.
Danifae se encogió. Sin duda esto la levaría más lejos de
Eryndlyn, y no más cerca. Iba a tener que encontrar la manera de
romper la atadura, y pronto, y ella pensó que tal vez el mago era
capaz de ello. Le sería bastante fácil manipularlo para que la
ayudara, por la manera en que lo había atrapado ojeándola todo el
tiempo. Fácil, realmente.
Halisstra agachó la cabeza una vez más en agradecimiento y
dijo:
--Si no es demasiado abuso, Señora Baenre, ¿podría
preguntarte cuáles son tus intenciones?
--Bien, una vez que logremos salir de esta ciudad --replicó
Quenthel, enfatizando las palabras para demostrar cuan intimidante
podía ser la tarea misma de salir--, pienso que en realidad podríamos
visitar al amigo del explorador. No importa cuan exasperante pueda
ser el muchacho Mizzrym en muchas otras formas, ocasionalmente
se le ocurren una o dos buenas ideas.
Es por eso que no puedes permitirte alejarlo o causarle daño
físico, conjeturó Danifae. No era difícil ver que Pharaun era el
miembro más valioso del equipo. Eso traía a colación quien era
realmente el líder del grupo. Quenthel lo era por defecto, pero
Pharaun lo era por una sutil necesidad. Eso estaría por verse, pensó
Danifae con una sonrisa.

***

Ssipriina supervisó las tropas que había congregado en el patio


de su propiedad e hizo una mueca. Quedaban tan pocos de los que
había empezado ese día. ¿Serían suficientes? Dejó que su mirada
los recorriera... soldados, sacerdotisas, magos. ¿Cuántos había
perdido en la destrucción de la Casa Melarn? ¿Y cuántos más desde
entonces, batallando contra la Casa rival, sus propios mercenarios
duergars, sucumbieron ante las arañas guardianas?
La madre matrona sacudió la cabeza, pensando en esa debacle.
Verdaderamente fue un desatino, pero se reusaba a calificarlo de mal
concebido. Animar a la criatura para pelear por su Casa había sido
astuto, una idea que todas sus aliadas habían apoyado. Ciertamente,
ninguna de ellas había sido capaz de prever que el enlace mental
utilizado para controlar a las arañas estaba en cierta forma ligado a
sus conexiones con Lolth. Sin la diosa, no había enlace, pero una
vez que Ssipriina y las otras lo descubrieron, era demasiado tarde.
Nadie se había dado cuenta y se rehusaba a aceptarlo como
únicamente su culpa por ello.
A pesar de eso, el daño podría haber sido contenido, si tan solo
ese tonto ambivalente de Khorrl hubiera cumplido con su deber. Le
había pagado el botín de una madre matrona. Tendría que haber
corrido a su lado cada vez que ella lo llamara pero en cambio, le dio
la espalda, reunió a sus mercenarios y se estaba preparando para
marcharse de Ched Nasad de una vez. La pérdida de su apoyo era
un golpe duro, pero lo que apabullaba más era lo tonta que la había
hecho lucir, tonta ante los ojos de sus iguales.
Las otras madres matronas, al enterarse que los duergars no
estaba más al servicio de la Casa Zauvirr, se habían lavado las
manos de la alianza, inmediatamente retirando su apoyo ante los
reclamos de Ssipriina. Tenían sus propias Casas que considerar y no
podían permitirse seguir siendo debilitadas por una causa perdida.
¡Causa perdida! Sí, la habían hecho quedar como una tonta, y no lo
toleraría. Ssipriina Zauvirr les mostraría lo que era una causa
perdida. Que se alejaran el resto de ellas. Que se pudrieran en el
fondo del abismo. Ella no iba a permitir que estos contratiempos le
arruinaran los planes. Podía arder la mitad de la ciudad, pero cuando
se aclarara el humo, la Casa Zauvirr se sentaría en la cima.
Khorrl Xornbane las iba a pagar también, pero ¿serían
suficientes lo que quedaban de sus tropas? Entre su propia Casa y
aquellos que se habían cambiado de bando de la Casa Melarn, había
reunido un potente ejército, pero se habían perdido tantos.
Eso era culpa del Clan Xornbane también. Habían dejado que la
batalla en los alrededores de la Casa Melarn se salieran de control.
Eran sus horribles potes los que hacían arder las piedras, y que
habían hecho caer la Casa. Era una destrucción innecesaria, como
consecuencia de una pelea innecesaria.
Ssipriina no dudaba de que el capitán de los enanos grises
había dicho la verdad. Zammzt muy bien podía haber estado detrás
de la exposición prematura de los mercenarios, pero ¿por qué? ¿Con
qué madre matrona estaba aliado él? ¿cuál de ellas tenía algo que
ganar viendo como se desarrollaban sus planes para luego
tambalearse hacia el desastre? Había tantas, pero tendría que
determinar eso más tarde.
Ssipriina extrañaría a Zammzt. Ella necesitaba la eficiencia de
él, su perspicacia bélica. Ella no tenía suficientes estrategas para
poner a cargo de las fuerzas que había organizado. El horrible varón
le habría servido muy bien en ese propósito. Faeryl sería un
reemplazo adecuado, pero nadie la había visto desde el caos al final
de la reunión de las madres matronas. Ssipriina sospechaba que su
hija había perecido cuando la vivienda se había desplomado hacia el
fondo de la caverna. Muchacha necia, pensó la madre matrona.
Buen libramiento.
Suspirando, Ssipriina despabiló de sus reflexiones y barrió su
mirada una última vez sobre el disminuido ejército. Tendrían que
bastar. Los guiaría ella misma, y serían suficientes.
--Reúnanse --les dijo la madre matrona, moviéndose hacia un
lugar protegido en medio de la masa de drows--. Es hora de reclamar
lo que es nuestro.

_____ 18 _____

Pharaun trataba de estar cerca del perímetro de la ciudad


mientras recorría el camino hacia La Llama y la Serpiente. Ni por un
segundo dejó de pensar que podía ser aplastado en cualquier
momento por los cascotes que caían desde arriba. Aunque solo
había pasado una vez, había estado demasiado cerca de ello como
para olvidarlo. Evitaría repetir el incidente si podía.
Segundo, el mago sabía que la navegación sería más fácil si
seguía el muro del abismo mas que tratar de hacerse camino a
través de la sección central de la ciudad. Incluso así, el denso humo
le dificultaba volar. Se sorprendía de lo asfixiante que se había vuelto
la caverna por la neblina. Más de una vez, casi chocó contra una
pared, o redes de calles todavía intactas o un edificio.
Sin embargo, aún consideraba el desafío de navegar a través de
eso más seguro que tener que maniobrar a través del centro de
Ched Nasad, donde el sonido de las peleas era constante.
Ocasionalmente escuchaba explosiones, grandes estallidos, y el
bramido del viento en la distancia mientras las furiosas batallas
mágicas crecían. Fuerzas arcanas estaban siendo desatadas sobre
las tropas reunidas. No cabía duda sobre ello, toda la ciudad estaba
involucrada en una lucha desesperada por el control de las calles.
Mayormente, las repercusiones del conflicto llegaban a oídos del
mago desde su nivel o de abajo. Lo que con toda probabilidad había
comenzado en la plaza en las afueras de la Casa Melarn se había
esparcido rápidamente, engullendo a los ciudadanos y visitantes a lo
largo de la ciudad, en todos los niveles. El mago se preguntaba
cuantos se las habían arreglado realmente para huir a las cavernas
que rodeaban a la Ciudad de las Telarañas Trémulas. Aunque el
grupo de Menzoberranzan había estado desazonado por mucha de
la inicial actividad marcial, recordó eso, desde su escape del
derrumbamiento de la Casa Melarn, sorprendentemente habían visto
a muy pocos en las calles. Por supuesto, eso era también por que
habían pasado la mayoría del tiempo en las zonas elevadas de la
ciudad, donde sólo rondaban los nobles. Más lejos, en las áreas más
bajas, se imaginaba una escena mucho más diferente. Allí, suponía
él, la chusma general había sido atrapada en la lucha, al igual que la
rebelión allá en casa.
Aunque el levantamiento había tomado un giro decididamente
diferente que la insurrección en Menzoberranzan. Los insurgentes
involucrados en el motín de Ched Nasad eran las mismas Casas
nobles. Sus propias peleas internas fueron la chispa inicial. Pharaun
consideraba que había sido una suerte que las Casas de
Menzoberranzan hubieran probado ser menos propensas a las
murmuraciones mezquinas. Si lo hubieran sido, no habría una ciudad
para él a la cual retornar. El mago hizo una mueca al pensar en los
atentados de Gromph contra la vida de Quenthel, y de los intentos
fallidos de su propio hermana Greyanna de matarlo.
Puede que no quede nada, pensó, antes de que todo esto
termine completamente.
Al tiempo que se aproximaba a la sección de la ciudad en donde
estaba localizada la posada, el mago percibió que el daño era menor
allí. De hecho, la Llama y la Serpiente estaba intacta hasta el
momento. Inmediatamente vio la razón de ello. Una horda despareja
de drows y otras criaturas, probablemente residentes de la posada,
mercenarios confiados en sí mismos, y otras cosas habían formado
un perímetro de defensa alrededor del lugar. No parecía que
estuvieran bajo fuego en ese momento, pero antes se había
entablado una batalla furiosa a juzgar por el número de cadáveres
presentes.
No queriendo ser ni atacado ni ser arrastrado al medio del
asedio, Pharaun eligió hacer un rodeo hacia la parte trasera de la
posada y entrar por allí. Recordó la ventana de la habitación que
compartía con Valas y Ryld, la que miraba hacia el muro de la
enorme caverna que Ched Nasad llamaba hogar, y se encaminó
hacia allí. Se aproximó desde el techo y se estableció entre la pared
del edificio y la pared del foso. Era lo suficientemente ancho para que
él levitara hacia abajo entre las dos, y sobrevoló allí mientras
contemplaba cual sería la mejor manera de entrar por la abertura sin
llamar la atención.
El maestro de Sorcere se dio cuenta que tenía el hechizo justo,
un encantamiento menor que abriría la ventana desde adentro, y así
no tendría que romperla para entrar. Buscando en su piwafwi,
revolvió en tres o cuatro de los bolsillos antes de encontrar lo que
estaba buscando. Sacó una llave de bronce y l golpeó suavemente
contra la ventana mientras pronunciaba las palabras que
completarían el hechizo. La ventana se abrió sin resistencia, y
Pharaun se escurrió adentro de la habitación.
El mago, el maestro de armas y el explorador habían llevado
todas sus pertenencias cuando habían salido de la posada al ser
llamados a asistir a una --fiesta-- en su honor. Eso parecía haber
pasado casi una vida atrás, meditó Pharaun mientras salía por la
puerta y bajaba por el pasillo hacia las habitaciones de Quenthel.
Al alcanzar la puerta, el mago vaciló, preguntándose si la suma
sacerdotisa habría puesto algún tipo de encantamiento sobre ella
antes de partir, pero luego recordó que Valas y Ryld habían invadido
la habitación cuando llegaron buscando magia curadora. Riéndose,
probó la puerta y descubrió que estaba cerrada. Por supuesto,
masculló silenciosamente Pharaun. Déjaselo a Valas para que lo
ponga todo del modo en que lo encontró.
Encogiéndose de hombros, el mago rebuscó en los bolsillos de
su piwafwi una vez más, extrayendo una pizca de arcilla y un
frasquito de agua. Salpicando el agua sobre la arcilla, realizó unos
gestos y completó el hechizo. Una parte de la pared al lado de la
puerta comenzó a hundirse, transformándose de roca sólida a un
viscoso y denso barro. La pared se escurrió en un charco, y Pharaun
retrocedió para evitar ensuciarse las botas. Cuando la abertura fue lo
suficientemente amplia, el Maestro de Sorcere ágilmente saltó hacia
la habitación más allá, evitando el desastre que había hecho.
Pharaun espió la mochila de Quenthel sobre un mesa cerca del
sofá de Ensoñación, repleta de provisiones extras. Algunas de las
cosas de Faeryl, incluyendo la mochil de la embajadora, estaban
sobre otras mesa. El mago sopesó la bolsa de la suma sacerdotisa y
gruñó. Así que después de todo encontró la manera de que le lleve
sus cosas, pensó el mago haciendo una mueca.
Se colgó la mochila sobre uno de sus hombros, sujetó la
segunda, la de Faeryl, y se volvió para marcharse. La saeta de una
ballesta golpeó el pecho de Pharaun, de algún modo logró deslizarse
entre los huecos del entramado de su piwafwi, y se hundió en su
hombro. El Maestro de Sorcere gruñó y trastabilló de vuelta a la
habitación, girando para darle la espalda a su atacante y estar así
mayormente protegido por su piwafwi. Miró para ver que era una
saeta drow, y se dio cuenta de que su invisibilidad mágica se había
agotado. Pharaun caminó trabajosamente hasta el lado opuesto de la
habitación, dejando caer los dos bolsas mientras se arrastraba
buscando refugio.
En realidad había solo dos buenos lugares donde podía ir:
detrás del sofá de Ensoñación o dentro de un armario. Mientras
corría velozmente hacia el armario, agarró la puerta y la abrió de par
en par, luego la cerró de golpe de nuevo y se dejó caer detrás del
sofá de Ensoñación. La puerta del enorme gabinete se cerró justo
cuando entraban dos pares de botas en la habitación, las cuales
Pharaun observó desde debajo del sofá. El mago se mantuvo
agachado, sobre sus rodillas, observando debajo del sofá mientras
los dos pares de botas se separaban, ambas dirigiéndose lentamente
hasta el armario, sus dueños cubriendo la habitación
presumiblemente.
--Se fue al gabinete --dijo una de las criaturas en el lenguaje
drow.
La saeta de la ballesta hizo latir su hombro, pero Pharaun
esperó silenciosamente a que aparecieran sus atacantes. Pestañeó,
incapaz de ver claramente, y de repente comenzó a sentirse
mareado. Siguió pensando en que si podía realizar un hechizo, todo
esto terminaría pero la decisión sobre cuál realizar o cómo hacerlo lo
eludían. La saeta de la ballesta había comenzado a arder, y Pharaun
cayó en la cuenta de que se estaba debilitando. El dardo había sido
recubierto con veneno. Tendría que apresurarse a regresar con los
otros antes de que lo abrumara, y solo esperaba que tuvieran la
manera de tratar la toxina.
Al tiempo que sus dos enemigos llegaban a la línea de visión del
mago, las ballestas en alto y listas, él pudo ver porqué lo habían
atacado al divisarlo. Ambos eran elfos oscuros y llevaban el uniforme
de la Casa Zauvirr. Pateándose mentalmente por no considerar la
posibilidad de que Ssipriina podría enviar a alguien a su posada
esperando que los otros del grupo pudieran regresar, Pharaun
intentó articular las palabras arcanas de un hechizo, pero no le salió.
Los dos drows estaba sonriendo maliciosamente mientras lo
apuntaban con sus ballestas.
Pharaun cerró los ojos, preguntándose si dolería mucho morir y
sopesando la idea de si podría o no liberar su espadín, cuando
escuchó un ruido.
No fue el esperado tañido de las ballestas al ser disparadas. En
cambio, escuchó la voz de una mujer --una voz familiar--
pronunciando una frase rápida. El mago bizqueó, su visión borrosa,
mientras que un ramillete de emisiones de luces multicolores
entremezcladas cayeron en cascada sobre sus dos enemigos.
Ambos drows retrocedieron ante el súbito asalto radiante, chillando y
lanzando los brazos arriba para cubrirse los ojos. El primero sufrió
espasmos mientras estriadas de electricidad rastrillaban su cuerpo
por el rayo de luz amarilla, al tiempo que el segundo drow era
engullido por las llamas al entrar en contacto con el rayo rojo.
Pharaun observó como los dos soldados caían al suelo. Si uno o
los dos estaban muertos, no lo sabía ni le importaba. Se estaba
volviendo insoportablemente débil debido a los efectos del veneno.
--Hola, Pharaun --ronroneó la voz.
Con un esfuerzo, Pharaun abrió sus ojos de nuevo y miró hacia
arriba, cayendo en la cuenta quién era.
--Aliisza --articuló dificultosamente, relajándose mientras la alu
rodeaba el sofá hacia él--. ¿Cómo encontraste...? --La bofetada de la
diablesa en el rostro de Pharaun ardió inmensamente y se puso
alerta, sus ojos llorosos--. ¿Qué dian...? --gruñó el mago, sobándose
la mejilla mientras que Aliisza se agachaba a su lado, su mano
levantada--. ¿Qué te pasa?
Una vez más se preguntó si podría sacar su espadín.
--¡Cómo te atreves! --le gruñó la alu, una ceja arquead, pero sin
la acostumbrada sonrisa--. ¿Cómo pudiste estar interesado en esa
callejera después de compartir mi cama?
Pharaun pestañeó, profundamente confundido. ¿Callejera?
--¿De qué rayos estás hablando? --le demandó él, levantando
débilmente su brazo sano para resguardarse del inminente bofetón.
--No te hagas el tonto conmigo, tú maldita excusa de elfo
oscuro. Sabes a quién me refiero. A la bonita que salvaste de la
desplomada casa. ¡Debería haberle arrancado los ojos!
--Oh, por la Madre Oscura --musitó Pharaun entendiendo al fin--.
No es lo que tu piensas...
--¡Ooh! Ustedes los varones siempre dicen eso. De acuerdo con
tu género nunca lo es. No quiero escucharlo.
Aliisza se agachó y sujetó al mago por ambas solapas de su
piwafwi, y lo levantó arrimándolo hacia ella. Ella apretó sus labios
contra su boca en un rudo beso, mordiendo tan fuerte sus labios que
estaba seguro que le sangraban. De hecho, decidió que no se sentía
tanto como un beso sino mas bien como que la diablesa estaba
marcando su territorio.
--Eso es para que no me olvides tan fácilmente. Si te desvías, lo
sabré. Sentiré su olor en ti, y no me pondré feliz. Todavía no he
terminado contigo, mago --le advirtió Aliisza, mirándolo fijamente a
los ojos.
Ella pestañeó y la sonrisa irónica estaba de vuelta.
--Bueno, supongo que es mejor que te consiga ayuda pronto
--dijo superficialmente, sopesando a Pharaun y lanzándolo sobre su
hombro, teniendo cuidado de su pecho, donde la saeta de la ballesta
aún sobresalía.
El mago se sintió como un completo tonto, siendo acarreado
como una bolsa de setas, pero apenas pudo protestar. Todo su
cuerpo se sentía... bueno, "mareado" era la mejor palabra en la que
podía pensar para describirlo.
--Las mochilas --farfulló en el hombro de la alu--. No te olvides
de las mochilas.
Cargando las bolsas de ambas Quenthel y Faeryl, Aliisza cargó
a Pharaun a través de la habitación, fuera del agujero que él había
hecho en la pared, y de vuelta a su propia habitación. Depositó al
mago sobre el sofá de ensoñación. Tomando las mochilas se
aproximó hasta la ventana y se asomó, sujetando sus pies contra la
pared de rocas del abismo. Pharaun observó impotente como
arrojaba las bolsas al techo.
La alu regresó y recogió al mago una vez más y lo transportó
por entre medio del hueco entre el edificio y la pared, empujándolo
arriba por encima de ella. Él sintió la saeta en su hombro rozar contra
el costado de la posada, pero el dolor estaba extrañamente
disminuido. A pesar de ello, fue lo suficientemente fuerte como para
hacerlo gruñir.
--Por el Abismo, ¿No puedes ayudar para nada? --bufó ella,
llevando al mago al techo.
Pharaun no respondió. Se le estaba adormeciendo el rostro, y
todo se estaba oscureciendo.

***

Ryld estaba sentado en el techo de un edificio que bordeaba la


callejuela, con sus piernas colgando sobre un costado, la ballesta en
sus manos, observando partes de Ched Nasad arder. Finalmente,
teniendo una oportunidad de estudiar el trazado de la ciudad, podía
ver lo que estaba sucediendo con mayor claridad. La pelea había
disminuido en los estratos más altos, aunque todavía podía oír los
sonidos de combate provenientes de unas calles más arriba.
Mayormente eran los sectores más bajos de la ciudad los que
parecían estar recibiendo la peor parte, aquellas áreas donde las
razas inferiores eran las más numerosas. Suponía que la violencia
allí tomaba la forma de un motín general, tan solo un producto
derivado de las tensiones de la ciudad junto con las maniobras
militares más severas que se habían materializado más arriba. Por
supuesto, supuso él, que el tener grandes trozos cayendo desde
arriba no iba a ayudar calmar las cosas.
Halisstra se sentó a al lado del maestro de armas y miró
desamparadamente su tierra natal.
--Valas se ha ido a ver que posibilidades tenemos de salir por
alguna de las puertas de la ciudad --le dijo a Ryld--. Le conté sobre
dos lugares donde podríamos salir sin ser vistos, y él va a ver si son
seguros.
Ryld simplemente asintió. SI alguien podía merodear por la
ciudad sin oposición, ese era el explorador de Bregan D'aerthe.
Aunque dudaba seriamente de que hubieran dejado alguna puerta de
la ciudad sin custodia.
--¿Cómo pudo haber sucedido esto? --musitó suavemente
Halisstra--. Tanta destrucción.
--Nos hemos vuelto complacientes --respondió el Maestro de
Melee-Magthere--. La raza drow ha estado riñendo de manera
controlada por tanto tiempo, que nunca esperamos que nuestros
jueguitos se nos fueran de las manos. Y ellos --el maestro de armas
gesticuló hacia abajo, en la dirección de las fabelas-- simplemente se
alimentan de ello ahora.
--Pero el fuego. ¿Cómo es posible quemar una ciudad hecha de
piedras?
--Alquimia, supongo. Vimos lo mismo en Menzoberranzan. Es
más devastador aquí, por que toda tu ciudad está suspendida sobre
una telaraña de rocas. Fueron muy astutos al traer los potes
incendiarios aquí.
--Por supuesto --inhaló la dama drow--. Enciende las redes, y
todo lo que esté sujeto a ello caerá y se destruirá. Incluyendo la Casa
Melarn.
Ryld se volvió a mirar a la elfa oscura a su lado. Su rostro era
uno de pesar, y sus ojos brillaban con unas poco características
lágrimas. No veía a menudo llorar a un drow. Era considerado un
signo de debilidad. Lo encontró agradablemente honesto en la
sacerdotisa.
--Lamento tu pérdida. Tal vez aprendamos de esto. Si
sobrevivimos.
Algo le llamó la atención a Ryld y estuvo apuntando con su
ballesta arriba y colocando una saeta en un instante. Una figura
alada, balanceándose y girando fortuitamente, emergió de entre el
humo, viniendo hacia ellos.
Posiblemente era un drow, aunque tenía alas, y llevaba un bulto
más bien grande. El mago podía ver que algo estaba mal por la
manera errática en que estaba volando. De pronto, la reconoció: ¡el
demonio de Ammarindar! Tenía el dedo en el gatillo, listo para
disparar un dardo al corazón, antes de darse cuenta de que
acarreaba a Pharaun. Al tiempo que la diablesa se acercaba al borde
del edificio, ella pareció perder el equilibrio, y literalmente Ryld tuvo
que estirarse y sujetarla. Los tres cayeron en una pila sobre la piedra
a los pies de Jeggred. El draegloth se interpuso entre la hermosa
criatura y el resto del grupo.
--¡Tú! --siseó Quenthel, con el látigo levantado, listo para
golpear--. ¿Qué estás haciendo aquí?
La diablesa a quien Pharaun se había referido como Aliisza,
recordaba Ryld, ojeó a ambos Jeggred y la suma sacerdotisa con
desconfianza mientras boqueaba donde había caído. No hizo ningún
movimiento para defenderse.
--Trayéndote a tu precioso mago de vuelta, drow --musitó--. Sé
lo aficionada que estás a él.
--Está herido --dijo Ryld, dándolo vuelta al mago.
Todos menos Jeggred se congregaron alrededor mientras el
maestro de armas comenzaba a examinar a Pharaun. No llevó
mucho encontrar la herida en el hombro del mago, con una parte de
la saeta de una ballesta alojada dentro. La mayor parte de la punta
había sido rota durante el aterrizaje forzoso.
--La saeta está envenenada --dijo Quenthel, inclinada sobre el
cuerpo de Pharaun--. Curarlo no servirá de nada a menos que
extraigamos el veneno de su sangre primero. Si no lo hacemos,
morirá.
--Yo podría haberte dicho eso --dijo Aliisza, sentándose aunque
todavía respiraba pesadamente debido a su odisea.
--Aquí tienes... insistió en que las trajésemos. --Ella arrojó dos
mochilas a los pies de Quenthel.
--Entonces, ¿cómo removemos el veneno? --le preguntó Ryld a
Quenthel, mirándola desde donde estaba atendiendo al Maestro de
Sorcere--. ¿Alguna de ustedes tiene la magia para hacerlo?
Quenthel sacudió la cabeza.
--Yngoth puede presentirlo en su cuerpo --dijo ella, palmeando el
látigo que colgaba una vez más de su cadera--, pero mis hechizos
están obviamente perdidos.
Ryld miró a ambas Halisstra y Danifae:
--¿Y alguna de ustedes dos?
Ambas mujeres sacudieron las cabezas.
--Me intereso un poco en la magia arcana --confesó Halisstra--,
pero no soy lo suficientemente poderosa como para eliminar el
veneno.
Jeggred continuaba su vigilancia sobre Aliisza pero dijo:
--Quizás nuestra buena amiga embajadora tenía algún medio de
ayudarlo. --El draegloth empujó la mochila a sus pies.
--Esperemos que así fuera --le musitó Ryld al inconsciente
Pharaun, alcanzándole la mochila a Quenthel--. No hay nada más
que podamos hacer por tí, amigo mio.
Pharaun estaba sudando profusamente. Ryld sabía que el mago
podía la única mejor posibilidad para ellos de escapar de la ciudad.
Si lo perdían, podían muy bien quedar atrapados, a menos que Valas
pudiera encontrar una salida.
Quenthel comenzó a revolver entre las cosas de Faeryl, tirando
ropas y objetos personales a un lado. Mientras escarbaba hacia el
fondo, Ryld creyó escuchar a la suma sacerdotisa musitar algo
denigrante sobre la embajadora y un comentario respecto a que ella
era un desperdicio de espacio y luego su rostro se iluminó al tiempo
que sacaba un delgado tubo.
--¡Ah ha! --dijo ella triunfalmente--. Esperemos que estos sean
hechizos.
Abrió el tubo, deslizó fuera un puñado de pergaminos y los
desenrolló, examinando sus contenidos rápidamente.
--Oh, qué encantador --dijo ella--. Faeryl, muchacha lista, ¿De
qué parte de la Antípoda Oscura los robaste?
Ambas Halisstra y Danifae se arremolinaban alrededor de la
Señora de Arach-Tinilith, cada una de ellas tratando de obtener una
mirada a lo que había en las páginas. El maestro de armas pudo ver
sus rostros de júbilo.
--¿Hay algo que sea de utilidad? --demandó Ryld--. ¿Algo que
neutralice el veneno?
--No lo sé aún --le cortó Quenthel--. Dame un momento.
Siguió examinando las páginas, pasándolas velozmente.
--Muchos de estos podrían resultar bastante útiles --dijo ella--,
pero no veo... oh, esperen. ¡Sí! Pharaun Mizzrym, estás de suerte.
Denme algo de espacio --dijo ella indicándole a Ryld que saliera del
camino. Así lo hizo el maestro de armas, haciéndose a un costado
mientras Quenthel se arrodillaba junto al mago. Apoyando una mano
sobre la herida, la suma sacerdotisa comenzó a cantar, leyendo las
palabras del pergamino en su mano.
Hubo un diminuto destello de luz al tiempo que el texto
manuscrito se desvanecía de la página, y un suave brillo pasaba a
través del cuerpo de Pharaun, emanando del punto en donde la
mano de Quenthel lo había tocado.
Casi inmediatamente, la respiración del Maestro de Sorcere se
hizo más lenta, y pareció más relajado. Sus ojos todavía
permanecían cerrados pero estaba sonriendo.
--Mi agradecimiento, Señora Quenthel --dijo él, y sonaba más
sincero de lo que Ryld recordaba haberlo escuchado nunca--. Verás,
caí en un sector problemático en la posada. Un par de tipos bajo el
servicio de la Madre Matrona Zauvirr estaba decididamente poco
felices de que les hiciera una visita. Me atraparon con la guardia
abaja.
--Encuentro eso terriblemente difícil de creer --dijo Ryld, ojeando
a Aliisza, quien todavía estaba sentada quieta del lado opuesto a
Jeggred.
--Si, bueno, estoy seguro de que tú podrías haberles enseñado
una lección o dos sobre como encontrar más certeramente los
puntos vulnerables en las defensas de un mago.
--Muy bien --dijo la suma sacerdotisa, levantándose
nuevamente--. Sácale eso del hombro y podré curarlo.
Se inclinó sobre su propia mochila, donde guardó los
pergaminos de vuelta en el tubo protector, dentro de un bolsillo.
Comenzó a rebuscar en otro sector del contenedor y sacó una varita,
la cual Ryld reconoció de antes.
El maestro de armas volvió su atención al borde roto de la saeta.
La examinó para ver si estaba alojada contra algún hueso, y cuando
estuvo satisfecho de que no, dio un fuerte empellón empujando la
cabeza a través del hombro de Pharaun y sacándola por detrás.
Pharaun arqueó su espalda y gritó de dolor.
--Maldita sea, Maestro Argith --musitó finalmente, respirando
rápidamente--. Tú si que sabes como darle la bienvenida a un amigo.
El mago cerró los ojos, todavía haciendo muecas.
--Creo que es un recibimiento completamente apropiado para
alguien que logró que le dispararan --replicó Ryld, haciéndose a un
lado una vez más para que Quenthel pudiera usar su propia magia.
La suma sacerdotisa agitó su varita sobre la sangrante herida
fresca y musitó la palabra disparadora. La carne que estaba
expuesta comenzó a entretejerse, cerrando el hueco y formando una
pálida y delgada cicatriz sobre su carne amoratada, y Pharaun
suspiró mientras Quenthel se ponía de pie otra vez.
--Bien --dijo ella, regresando la varita a su mochila--. Ahora, trata
de evitar los dardos de las ballestas. Hay demasiadas en los
alrededores.
Ryld le echó una mirada a Halisstra y vio que la sacerdotisa
drow parecía celosa mientras observaba a Quenthel guardar la
varita.
El victorioso se queda con el botín, pensó él sombríamente.
Inclinaste la cabeza ante ella y la nombraste tu señora... no esperes
ninguna generosidad a cambio.
Pharaun se estaba sentando, ayudado por Danifae. Miró
alrededor. Cuando localizó a Aliisza, aun siendo custodiada por el
draegloth, hizo una mueca y liberó su mano de la de la prisionera de
guerra. Ryld miró alrededor y vio que la belleza de pelo negro fruncía
el ceño severamente.
Uh oh, pensó Ryld. Me suena a una amante celosa.
Seguramente el mago no es tan tonto, como para acostarse con un
demonio...
Pharaun se las apañó para ponerse de pie y acercarse hasta
donde se sentaba la diablesa.
--Está bien --le dijo a Jeggred mientras pasaba junto a él--.
Puedes retirarte. No nos va a morder.
Jeggred ignoró deliberadamente al mago y mantuvo su posición.
--Mira, te debo este favor --le dijo, hablando bajo pero no tanto
como para que Ryld no pudiera escuchar la conversación. Para su
mayor sorpresa, la diablesa sujetó a Pharaun, sus manos a ambos
lados de su cabeza, y lo besó salvajemente. El mago no hizo nada
para resistirse, aunque el guerrero podía ver sus puños cerrarse y
abrirse a los costados.
--Recuerda lo que dije --dijo Aliisza, presionando su boca contra
la oreja del mago, pero hablando lo suficientemente fuerte como para
que todos escucharan--. Lo sabré.
Ryld vio que ella la estaba mirando fijamente a Danifae mientras
decía esto. La prisionera de guerra atrapó la mirada de acero y se
dio vuelta, con una sonrisa de incredulidad en su rostro. Quenthel
carraspeó de disgusto y giró sobre sus talones para ignorar la
ridícula escena.
--Ahora, he estado demasiado tiempo en esta ciudad --dijo
Aliisza--. Los dejaré con cualquiera de sus tontos juegos de elfos
oscuros en los que estén queriendo participar mientras el lugar se
cae a pedazos a su alrededor.
Con eso, ella abrió una puerta azulada, y la traspasó mientras
Jeggred le gruñía y daba un salto hacia ella pero ya no estaba.
--Por la Madre Oscura, Pharaun --le dijo secamente Quenthel--.
Todo tu discurso sobre no tentar al destino, y tu estás coqueteando
con esa... con esa cosa.
Pharaun se encogió de hombros ante las acusaciones.
--No pasó nada --dijo él, sobándose la boca pensativamente--.
Fui a recuperar tus cosas, me asaltaron, y ella me salvó la vida. Eso
es todo.
--Espero que así sea --le gruñó Quenthel.
Pharaun miró alrededor, rascándose la cabeza.
--¿Dónde está Valas? --preguntó, y Danifae le explicó la
situación.
El mago asintió y dijo:
--Si, mientras más pronto podamos salir de la ciudad, más
rápido podremos resolver cómo llegar hasta su amigo, el sacerdote.
--El Maestro de Sorcere levantó una ceja y miró a Quenthel--.
¿Asumiendo que nos decidiremos por esto como nuestro próximo
curso de acción? --le preguntó a ella.
La suma sacerdotisa hizo un brusco asentimiento de cabeza.
--Sí, me has convencido --dijo ella--. Una vez que hayamos
salido de Ched Nasad, necesitaremos decidir la mejor vía para llegar
hasta el sacerdote. ¿Presumo que tienes algún medio para llevarnos
donde querremos ir?
Pharaun asintió mientras se ponía de pie lentamente.
--Puede que sí, dependiendo de donde nos diga Valas que está
su compañero, pero no lo haré hoy --añadió--. Prácticamente he
acabado mi surtido de hechizos. Sin algo de descanso y una
oportunidad para revisar mi libro de hechizos, estoy severamente
impedido.
--Entonces simplemente concentrémonos en salir de Ched
Nasad y nos preocuparemos de ello más tarde --dijo Quenthel--. Tan
pronto como regrese Valas, veremos lo que ha descubierto y
haremos los planes adecuados.
--Las noticias no son buenas --dijo el explorador, apareciendo de
la nada. Escaló por la pared contra la cual habían estado sentados--.
Toda puerta importante está fuertemente custodiada o bajo ataque, y
los otros lugares que mencionó Halisstra son inaccesibles por el
momento. No hay forma de salir de la ciudad.
--Tonterías --dijo firmemente Quenthel--. Pharaun, ¿tienes algún
medio de transportarnos a todos? Algún hechizo que pueda abrir una
puerta? ¿Algo?
El mago sacudió su cabeza.
--Entonces tendremos simplemente que abrirnos paso hasta una
de las puertas. Estoy segura que entre nosotros siete podremos
lograrlo.
--Sólo hay una forma de averiguarlo --respondió el mago.
Estudió su posición por un momento y luego se volvió hacia Valas--.
Necesitamos llegar más arriba, por encima de esos duergars, ¿no
crees?
Valas asintió y dijo:
--La pelea aún es pesada en esa dirección. Mejor si la podemos
evitar.
--No perdamos más tiempo --concordó Pharaun--. Vamos arriba.
Quenthel asintió al plan, y todos se prepararon para partir.
Mientras Ryld juntaba sus armas, se dio cuenta de que estaba
exhausto. Entre sus proezas con Valas en las tabernas, las peleas
para entrar y salir de la Casa Melarn, y el lidiar con ambos, duergars
y arañas, el guerrero no había descansado ni un día.
Debe ser casi de mañana, entendió de pronto, y ni siquiera
estamos cerca de haber terminado todavía. Esperemos poder
encontrar una manera relativamente indolora para atravesar las
fuerzas de la puerta.
El grupo partió pero tuvieron que moverse por turnos, ya que
Jeggred debía llevar Valas y Danifae a terrenos más elevados, y el
draegloth a pesar de su inmensa fuerza, sólo podía transportar uno
de los elfos oscuros por vez. Por lo tanto, la mitad del grupo se
elevaba por la siguiente calle de telaraña por encima mientras
Jeggred conducía un drow, al mismo tiempo que el que quedaba
esperaba con el otro a que el demonio regresara.
El primer grupo, consistente en Pharaun, Quenthel, y Jeggred
llevando a Danifae, se apeó a la cima de un calle de telaraña y
descubrió que estaba siendo defendida en realidad por tropas drow.
Varios de los elfos oscuros levantaron sus ballestas ante ellos cuatro,
y cuando vieron al draegloth, casi entraron en pánico.
--¿Por los Nueve Infiernos qué es eso? --gritó uno de los
soldados, un varón más viejo lleno de cicatrices de batallas,
apuntándole a Jeggred con su ballesta.
El demonio gruñó por lo bajo volviendo el rostro hacia sus
potenciales asaltantes, pero Pharaun se interpuso entre el draegloth
y los otros.
--Tranquilos --dijo el mago, sus manos estiradas, palmas arriba
en una manera apaciguadora--. Tan solo estamos pasando por aquí.
No hay necesidad de ponerse nerviosos.
A su lado, Quenthel frunció la nariz, pero cuando los soldados
drows vieron que parecía despreocupada por la presencia del
demonio, se tranquilizaron, regresando su atención debajo de ellos,
donde la pelea estaba llevándose a cabo. Jeggred partió para
recuperar a Valas.
Pharaun encontró un lugar donde sentarse y así lo hizo,
reclinándose contra la pared para descansar por unos momentos.
--Podría llegar a ser cómodo --les dijo a las dos mujeres con él--.
Descansen cuando puedan.
Quenthel frunció el ceño pero consintió sentarse frente al mago,
y Danifae también se recostó.
Aunque el descanso del trio duró poco, ya que pronto surgieron
gritos de la lejanía de las calles. Todos los drows a su alrededor se
inquietaron mientras corría la voz de que elfos oscuros de una Casa
enemiga se dirigían hacia ellos. Una sacerdotisa de rango medio
caminaba majestuosamente bajando la calle, acompañada de una
par de magos. Estaban ordenándole a las tropas que se formaran.
--¡De pie! Ya es hora. ¡Levántense, inútiles rothé, y peleen!
¡Peleen por su Casa Maerret!
Cuando ella llegó hasta Pharaun y los otros, se detuvo y los miró
fijamente.
--¿Qué están haciendo aquí? Ustedes no son parte de esta
unidad. ¿Quiénes son?
Pharaun utilizó el mismo gesto de aplacamiento que había
usado antes y dijo:
--Tan solo estamos de paso, no estamos aquí para causar
ningún problema.
--Bueno, entonces se unirán a las filas. Ve adelante y ayuda a
los otros magos.
--Pensamos que sería mejor servir a la causa ayudando a vigilar
esta parte de la calle --replicó Pharaun, sonriendo ampliamente--.
Nunca se sabe cuando tratarán de rodear nuestro flanco y
sorprendernos esos molestos grises.
--Ponte de pie, mago, y ve a unirte a los otros lanzadores de
hechizos. ¡Y ustedes dos! Pueden ayudarme a organizar las tropas y
mantener el orden. Levantes su traseros ¡ahora!
Pharaun podía ver que Quenthel estaba a punto de azotar a la
sacerdotisa, así que antes de que pudiera plantar una escena, él
llevó a la comandante a un lado.
--Escucha --le dijo en voz baja--. En realidad estamos trabajando
en un encargo especial de la Madre Matrona Drisinil Melarn.
Tenemos permiso para evitar la pelea mientras nos encarguemos de
una misión muy importante.
--Oh, ¿es eso cierto? --replicó fríamente unos de los magos--.
Bueno, Drisinil Melarn era mi madre, y sucede que sé que fue
asesinada por unos traidores antes de que empezara esta guerra
civil. Ya que no llevas una insignia de la Casa, adivino que son los
espías que fueron acusados de colaborar con ella. Quizás sea
tiempo de que mueran.
El mago Melarn retrocedió, buscando en su piwafwi, pero antes
de que Pharaun pudiera reaccionar, una voz sonó detrás de él.
--Hola, Q'arlynd --dijo Halisstra mientras ella y los otros flotaban
arriba por encima de la calle.
El mago Melarn se detuvo y observó a la sacerdotisa por un
momento. Luego sonrió ampliamente.
--Querida hermana --dijo él. Pensé que estabas muerta.

_____ 19 _____

--Cuando la batalla empeoró, varias de las madres matronas,


incluyendo Maerret, vinieron a la Torre Colgante y nos pidieron que
les ayudáramos --replicó Q'arlynd--. Dijeron que era una guerra civil
a gran escala y que los rebeldes iban a destrozar la ciudad si no los
deteníamos. La Madre Matrona Lirdnolu me explicó lo que había
sucedido en la Casa Melarn. Supe que Madre estaba muerta, y nos
habíamos enterado que fue asesinada por Ssipriina Zauvirr con
colaboradores extranjeros que querían ver la caída de Ched Nasad.
--Y pensaste que yo también había perecido --dijo Halisstra
acuclillándose junto a su hermano.
--Si, fuera al mismo tiempo que Madre fue asesinada o en la
caída de nuestra Casa. ¿Realmente ya no está? --preguntó el mago
Melarn.
Halisstra sólo asintió.
--Por la Madre Oscura --suspiró él.
--Bueno, muy linda la reunión familiar, pero todavía necesitamos
salir de esta ciudad --dijo Pharaun levantándose--. ¿Cuál es la
situación? ¿cuál es el camino más cercano para que podamos
escapar?
Q'arlynd sacudió la cabeza y dijo:
--No hay ninguno, eso es lo que he escuchado. Todas las
puertas han sido o expropiadas por las fuerzas rebeldes u hordas de
esclavos fugitivos o han colapsado por completo debido a las peleas.
Este fuego alquímico que quemas hasta las piedras está infligiendo
una destrucción sobre...
--Créeme que lo sabemos --le interrumpió el Maestro de
Sorcere--, pero tu informe no nos deja muchas opciones. Tenemos
que averiguar como salir de la ciudad.
Quenthel justo había abierto la boca, lo más probable para
ordenarle a Pharaun que pensara un método para escapar de Ched
Nasad, se imaginó el mago, cuando una conmoción surgió desde
abajo del bulevar. Pharaun se volteó y miró justo a tiempo para ver
una confusión de elfos oscuros tambaléandose a sus pies en
desorden. Muchos de ellos caían de nuevo rápidamente, cortados
por una creciente horda de enanos grises que estaban emergiendo a
través de una puerta mágica abierta en el aire a tan solo un par de
metros por encima de la calle. Los duergars se arrojaban encima de
ellos tan rápido como podían, disparando las ballestas a cualquier
blanco drow que pudieran encontrar antes de descartar las armas
con misiles y sacar sus hachas, martillos y ocasionales mazas.
--¡Ataquen! ¡Estamos bajo ataque! --el grito subió al tiempo que
más drows se agitaban a sus pies, moviéndose para detener el
avance de los enanos grises.
--Vamos, pies de plomos --excusas de soldados-- levántense y
peleen antes de que nos corten por la mitad! --gritó la sacerdotisa de
guerra, regresando de la otra punta de la calle y llevando las tropas
hacia adelante tan rápido como podía llegar hasta ellos--. ¡Mago!
Lanza un hechizo! Hazlos retroceder. Si llegan a la plaza, estamos
acabados.
Pharaun suspiró y asintió, sujetando a la sacerdotisa de guerra y
girándola para que lo mirara a la cara. Su sonrisa había
desaparecido.
--Dile a tus tropas que se replieguen hasta este punto --dijo él.
--¿Qué? ¿Y dejar que se nos vengan encima sin resistirnos? No
lo creo.
--Hazlo o quedaran atrapados. Establece tres puestos para
lanzar misiles, aquí --le indicó varias posiciones en la calle--, aquí, y
aquí.
La sacerdotisa de guerra lo miró al mago como si estuviera loco
pero finalmente asintió y gritó para organizar la retirada.
Pharaun puso los ojos en blanco ante la falta de visión de la
sacerdotisa de guerra y comenzó a organizar a los soldados drows él
mismo, ordenándolos en grupos de arqueras, apostándolas donde
había señalado antes. Mientras más y más elfos oscuros regresaban
de donde estaban los duergars se acomodaban con los otros que ya
estaban en sus puestos. Como una unidad, comenzaron a dispararle
a la masa de moledores enanos grises, quienes estaban masacrando
a unos cuantos rezagados.
Están perdidos para nosotros, se dijo para sí mismo el mago.
Hizo un conjuro y una enorme masa de redes aparecieron,
extendiéndose sobre el ancho de la calle, anclándose al pavimento y
a los edificios a ambos lados. Un puñado de elfos oscuros quedaron
atrapados en los hilos pegajosos, y tal vez una docena o más
quedaron atrapados del otro lado, pero los enanos grises fueron
encerrados efectivamente evitando que avanzaran, al menos hasta
que penetraran la red una vez que se hubiera desgastado el hechizo.
--Vamos --dijo Q'arlynd señalando hacia arriba mientras
comenzaba a levitar.
Pharaun siguió al otro mago arriba hasta una puesto donde
pudieron ver por encima de estas redes, hacia abajo al campo de
batalla donde los enanos grises habían asesinado rápidamente a los
pocos drows que habían quedado atrapados con ellos. Los duergars
se movían alrededor confundidos, aparentemente inseguros de que
hacer. El hermano de Halisstra tenía unos componentes listo para
realizar un hechizo, y una mirada a la masa de guano de murciélago
en su mano le dijo a Pharaun lo que planeaba el mago.
--Espera --dijo Pharaun, poniendo una mano sobre el brazo de
Q'arlynd--. Están esperando --explicó él, señalando a los duergars--,
quieren un chamán o algo que venga e intente desvanecer las redes.
Probablemente él sea el mismo que abrió el portal extra dimensional.
Con seguridad, un duergar, vestido con una bata y llevando
varios tótem y otros artefactos mágicos, atravesó la brillante puerta.
Uno de los duergars se dirigió a él --Pharaun no pudo escuchar lo
que decían-- y señaló las redes. El chamán asintió y comenzó a
conjurar.
--Hazlo --dijo Pharaun.
Q'arlynd entró en acción, desatando su hechizo, apuntándole
directamente al chamán. Fue un golpe directo, y el lado completo de
la calle fue engullida por una blanca y ardiente bola de fuego que
brotó hacia fuera y se evaporó un instante más tarde. Enanos grises
chamuscados y quemados yacían por todos lados. Unos cuantos se
movían, habiendo sobrevivido, pero eran pocos y estaban lejos. Lo
más importante, el camino dimensional se había desvanecido,
desapareciendo cuando el chamán que lo había creado murió.
Los dos magos bajaron al suelo nuevamente, notando que
salvaje bola de magia de Q'arlynd había incendiado las redes, las
cuales se estaban quemando. Aunque, ya se estaba formando otra
entrada, ésta del lado opuesto del final de la calle. La sacerdotisa de
guerra replegaba sus tropas para lidiar con la nueva amenaza.
--Sabes que solo retrasaron lo inevitable --dijo Quenthel
mientras Pharaun y Q'arlynd regresaban--. Estamos perdiendo el
tiempo aquí. Tenemos que salir de la ciudad.
--Lo sé --replicó el Maestro de Sorcere--, pero fue divertido.
--¡Miren! --girtó Danifae, señalando hacia la nueva entrada.
Los duergars fluían, y los drows levitaban, llegando desde arriba
y abajo desde las redes de calles de los dos niveles adyacentes.
--Son las tropas de la Casa Zauvirr --explicó la prisionera de
guerra--. Nos tienen atrapados.
--Repliéguense --ordenó la sacerdotisa de guerra, dándose
vuelta para señalar el lugar por donde habían venido los duergars,
pero al tiempo que ella comenzaba a dirigir a sus soldados, la golpeó
un dardo en la oreja. El misil pasó y salió por el otro lado de su
cabeza, y ya estaba muerta, inmóvil, cuando cayó al pavimento.
--¡Estamos rodeados! --chilló Q'arlynd--. ¡Permanezcan y
peleen!
Sacó una varita y la agitó, conjurando una súbita y violenta
tempestad de fragmentos de hielo del tamaño de la cabeza de
Pharaun. Los trozos de hielo cayeron con fuerza sobre las filas
delanteras de los enanos grises, derribándolos y cortándolos en
rodajas en medio de gritos de angustia. En respuesta, los duergars
comenzaron a arrojar los potes incendiarios sobre la masa de drows
de la Casa Maerret, quienes estaban apretujados y formaban un
blanco fácil. Más y más enanos grises aparecieron, formando filas,
estableciendo un muro protector al frente para que las filas
posteriores tuvieran protección mientras ellos disparaban las
ballestas y arrojaban los potes incendiaron y hechizos.
Pharaun no tenía idea de donde estaban sus compañeros.
Todos habían sido dispersados en el pánico inicial del ataque. No le
preocupaba de que no pudieran cuidarse por ellos mismos, al menos
por el momento, pero mientras más tiempo permanecieran allí,
menores eran las posibilidades de escapar. Giró en el lugar,
buscando una señal de alguno de ellos en el denso humo, cuando
una criatura se materializó frente al mago, dándole la espalda a él.
La habilidad de Pharaun para percibir las emanaciones mágicas
le aclaró que esta criatura había sido llamada de algún lugar, más
probablemente de los planos más bajos. Era una cosa enorme,
vagamente humanoide, cubierta con un pelaje blanco y poseía cuatro
brazos. Tenía una frente inclinada y una nariz achatada, pero el
aspecto más terrorífico eran su fauces boquiabierta y sus colmillos.
La bestia giró, rugiendo enfurecida y divisó al mago.
Sus rojos ojos brillaron encantados mientras se le abalanzaba,
con las garras afuera, listas para acabar con el Maestro de Sorcere.
Pharaun tanteó para liberar su espadín pero la demoníaca criatura
estuvo encima de él demasiado rápido, y recibió un doloroso corte a
lo largo del hombro que lo tiró a un costado a varios metros. El mago
cayó tambaleante al suelo al tiempo que la cosa brincaba
nuevamente hacia adelante, golpeándose el pecho con los cuatro
puños y rugiendo un desafío.
Diosa, pensó Pharaun en pánico, arrastrándose atrás y tratando
de activar su espada.
Desde un costado, un veloz movimiento le llamó la atención al
mago, y Valas se lanzó rápidamente detrás de la bestia rastrillando
ambas kukris a lo largo de los tendones de la corva. La bestia bramó
de dolor pero increíblemente, se giró antes de que Valas pudiera
alejarse, tajeando al pequeño explorador con las garras extendidas.
Pharaun sintió al otro drow gemir y lo observó irse arrastrándose
de la fuerza del golpe, pero le dio el tiempo que necesitaba para
liberar su espada. Mentalmente le ordenó atacar a la delgada hoja, y
cuando pinchó a la bestia, la cual amenazaba a Valas, la criatura
gruñó y se dio vuelta para ver que lo había lastimado. Valas se pudo
de pie y desapareció de vista.
La cosa demoníaca gruñía y bramaba, golpeando fuertemente a
la espada danzarina, pero la hoja era demasiado veloz, esquivando y
girando y atizando varias veces. Ya el blanco pelaje del monstruo
estaba teñido de rojo por las múltiples heridas. La espada solo
parecía estar enfureciendo cada vez más a la bestia, y Pharaun tuvo
que reprimir una sonrisa maléfica.
Con la espada ahora protegiéndolo de los ataques, el mago
pudo lanzar un hechizo. Gesticuló y pronunció unas pocas sílabas, e
instantáneamente estuvo rodeado de más de una docena de exactos
duplicados de sí mismo que fluctuaban y giraban alrededor.
En el mismo momento, un pote de arcilla se estrellaba a los pies
de la criatura conjurada, engulléndola en las llamas. Gritaba de dolor
y se revolcaba, y Pharaun se vio forzado a retroceder unos pasos
para evitarlo mientras se iba corriendo para escapar de su tormento.
Cegado por el fuego y el dolor, la criatura demoníaca cargó contra el
costado de la calle colgante, desvaneciéndose en el vacío de abajo.
Pharaun se volvió para analizar la batalla, su espada aún
oscilando y girando, esperando un blanco, y casi le sacan la cabeza
al mago con una serie de hojas giratorias. Este hechizo lo conocía
muy bien, ya que era uno de los favoritos de las sacerdotisas, pero
dudaba de que alguno de las drow los hubiera realizado. Dos de las
espadas giratorias desgarraron su piwafwi, pellizcándole los brazos y
produciéndole rápidas y finas líneas de sangre. Instintivamente, se
tiró al suelo, esquivando el embate completo del hechizo, aunque
varios de sus duplicados se desvanecían una vez golpeados.
El mago rodó fuera del alcance del hechizo de las espadas
giratorias y volvió a ponerse de pie.
Quenthel estaba cerca, con un varita en una mano y el látigo en
la otra. Estaba azotando a un duergar con el látigo, y al mismo
tiempo, se dio cuenta Pharaun, ella dirigía una resplandeciente
aparición de un martillo con la varita. Le dio un latigazo al enano gris,
y mientras ella reculaba para esquivar el ataque, llevó el martillo
hacia adentro, estrellándolo contra la parte posterior del cráneo. El
duergar se retorció una vez, puso los ojos en blanco y se derrumbó
en el suelo.
Ryld apareció a la vista, balanceando Splitter a su alrededor.
Pharaun pudo ver que el Maestro de Melee-Magthere estaba
encargándose de tres drows, y por la manera en que manejaban sus
propias armas, parecía que Ryld se estaba enfrentando a otros
maestros de armas colegas. Los tres oponentes lo acecharon,
haciendo fintas y punzando, tratando de hacer que el guerrero
invirtiera demasiado en la defensa, pero Ryld mantuvo su posición,
fluyendo de una postura a la otra. Pharaun podía ver que, a pesar del
agotamiento que era aparente debido a la pesada respiración de
Ryld, también había un brillo en los ojos del maestro de armas. A
Ryld le costaba toda la concentración que tenía, pero en verdad
parecía estar disfrutando el desafío.
Unos tentáculos negros aparecieron en medio de Ryld y sus tres
adversarios, Y Phraraun observó como dos de los retorcidos
apéndices se cerraban sobre el Maestro de Melee-Magthere,
mientras otros varios más reptaban por las piernas y los tobillos de
sus enemigos. Los cuatro combatientes estaban atrapados, y aun así
ninguno de ellos estaba dispuesto a bajar la guardia para intentar
liberarse.
Reaccionando rápidamente, Pharaun extrajo la varita de su
piwafwi y la activó, enviando cinco sonoros puntos de luz hacia los
dos tentáculos que retenían a Ryld. El tentáculo se estremeció y
desvaneció.
Con una veloz vuelta de su espada, Ryld cortó el segundo
apéndice brillante y negro, luego saltó en el aire al tiempo que más
de esas retorcidas cosas lo alcanzaban. Levitó hacia arriba, fuera del
alcance de los tres maestros de armas, quienes estaban luchando
por liberarse ellos mismos. Aunque antes de que pudieran lograrlo,
un puñado de duergars se acercó disparándole sus ballestas a los
imposibilitados drows, y los elfos oscuros cayeron enseguida.
Pharaun podía ver que la posición de la Casa Maerret había
sido completamente desbordada. Los duergars los habían cercado
por un costado, y los drows por el otro. La batalla era sencillamente
una locura, un desconcertante conglomeración de quizás tres
docenas de combatientes peleando por sus vidas. Las pocas fuerzas
restantes de la Casa Maerret que todavía sobrevivían estaban
cayendo vertiginosamente. Los oponentes los cercaban por todos
lados, y muy pronto, Pharaun se reunió con sus compañeros
mientras el círculo que los rodeaba se estrechaba más y más.
--Se nos acaba el tiempo --dijo Quenthel, balanceando su látigo
y dirigiendo el martillo mágico contra sus enemigos--. ¡Haz algo
mago, ahora!
--¡Ustedes! --le llegó un enojado grito desde detrás de Pharaun.
Él se dio vuelta para ver quien estaba causando tal alboroto, y allí
parada, enfrentando a Quenthel estaba Ssipriina Zauvirr, mirándolos
fijamente a todos--. ¡Ustedes son la causa de todo esto! --chilló,
levantando su maza y señalándolos a todos--. ¡Nunca tendrían que
haber venido a Ched Nasad!
--¡Zauvirr! --llegó un segundo grito, de una voz mucho más
áspera, del otro lado. Pharaun se volteó nuevamente hacia donde
había estado mirando previamente y divisó a un enorme duergar,
bien armado, evidentemente de rango.
--¡Drow necia, te veré muerta! --le bramó el enano gris.
--¡Traidor! --le escupió Ssipriina--. Debería haberlo pensado
mejor antes de confiar en ti, Khorrl Xornbane. Puedes morir con los
entrometidos. Mátenlos --le chilló a los soldados que le quedaban,
quienes se estaban agrupando en una línea--. ¡Mátenlos a todos!
--¡Muerte a todos los drows! --bramó Khorrl Xornbane, e hizo un
movimiento con su mano indicándole a sus tropas que avanzaran.
Los hombros de Pharaun se hundieron. Nunca vamos a salir de
aquí, pensó, girando su espada mágica alrededor.

***

El negro y denso humo de las piedras ardiendo estaba cegando


a Ryld, haciéndose le difícil ver más allá de unos pocos metros en
cualquier dirección. El campo de batalla se había vuelto
repentinamente silencioso. No había más explosiones, ni estallidos
de llamas de los potes incendiarios. Sólo el sonido del acero contra
acero, pero incluso eso estaba enormemente disminuido.
Se adelantó unos pasos para encontrarse con un contingente de
arremetidos enanos grises. A su izquierda, Halisstra también entró en
la refriega, su pesada maza y su impresionante escudo de mithril
listos. Quenthel tomó posición del otro lado del guerrero,
balanceando su látigo adelante y atrás experimentalmente mientras
avanzaba. Los duergars, docenas de ellos, se dispersaban para
enfrentarse al ecléctico grupo, la sangre de sed patente en sus ojos.
Dos vinieron directamente hacia Ryld, con las hachas de
batallas levantadas. El maestro de armas detuvo el primer golpe a su
hombro, y dio un paso al costado esquivando un corte a las rodillas
de su segundo enemigo. Dejó caer su espada encima del hacha,
cortándola por la mitad limpiamente, pero luego tuvo que cambiar su
peso casi perdiendo el equilibrio para eludir una punzante daga a sus
costillas. Girando, pateó con una de sus botas, alcanzando de lleno
al enano gris en la muñeca y enviando a volar la daga.
Un tercer duergar se asomó por detrás de Ryld, sosteniendo un
trozo de cadena que hacía girar en círculos sobre su cabeza. Ryld
vio que su enemigo le oteaba las piernas, por lo que cuando llegó el
ataque, se las arregló para saltar lo suficientemente alto y los
eslabones de metal fallaron el blanco y rebotaron contra el
pavimento. En medio del salto, Ryld se las arregló para dar una
vuelta completa, dando un golpe con su espada a la cabeza del
hacha del primer enano gris, sin poder sacársela del todo, pero a
pesar de ello, ingeniándoselas para forzar al combatiente a perder el
equilibrio. Mientras aterrizaba, Ryld balanceó nuevamente a Splitter,
lanzando un corte a la garganta del que tenía la cadena. El duergars
se tiró hacia atrás por el ataque, bamboleando la cadena en otro
intento y luego se tensó de dolor mientras la cabeza de la estrella
matutina de Danifae caía de lleno sobre su cráneo con una mágica
lluvia de destellos. La criatura cayó bruscamente al tiempo que
Danifae giraba para atacar a otro enemigo.
Ryld dio un rodeo para enfrentar a su adversario original, quien
había recuperado su equilibrio y tenía su hacha nivelada otra vez. Su
compañero, sosteniéndose la muñeca lastimada floja a un costado,
había manoteado un hacha de mano más pequeña y lo estaba
rodeando a Ryld, tratando todavía de colocarse detrás del maestro
de armas. Ryld dio un paso atrás como si fuera a intentar evitar ser
rodeado, incluso como si bloqueara un par de golpes del hacha de
guerra casualmente. Finalmente cuando vio que los enanos grises
retrocedían para darle impulso a otro golpe más poderoso aun, él
plantó los dedo del pie dentro de la espiral de la cadena que el
abatido duergar había estado bamboleando y la levantó con su
pierna. Mientras la cadena se desparramaba, golpeó en plena cara al
humanoide. El duergar se echó atrás, arruinando su ataque.
El Maestro de Melee-Magthere vio venir el hacha de mano hacia
su hombro y se retorció de tal manera que la hoja le erró y luego
golpeó con Splitter atrás y arriba, cortándole limpiamente el brazo al
enano gris a la altura del codo. Aullando de agonía, el duergar se
alejó tambaleante, dejando que el momento del golpe lo alejara de
más daño. Ryld dejó que su espada lo hiciera girar de manera tal que
plantó sus pies mirando una vez más en dirección a su enemigo
original, quien había desenredado la cadena y arrojado lejos.
Ryld pasó la espada de una mano a otra un par de veces,
rodeando al enano gris, midiéndose con cautela los dos. El maestro
de armas se adelantó con un par de cortes y arremetidas, lanzando
estocadas a medias hacia el enano que nunca lo había amenazado
en verdad pero le permitió a Ryld ver cuán entusiasmado estaba su
oponente de vérselas con él. El enano gris rehuyó cada corte y
parada, y el Maestro de Melee-Magthere supo que pronto el duergar
rompería la pelea, asumiendo que su compañero las disminuiría un
poco.
Ryld comenzó un ataque de nuevo, manteniendo su espada
baja y perfectamente en ángulo frente a él, y el duergar dio otro paso
atrás. Luego, como salido de la nada, Valas apareció de entre las
sombras, oscilando sus kukris a lo largo de los tendones de la
espalda del enano gris.
La rodilla del duergar cedió, y el explorador le pasó por encima
con la otra hoja, apuñalando a la criatura en el pecho. El duergar hizo
un sonido gorgeante al tiempo que temblaba y caía.
El Maestro de Melee-Magthere cambió su atención a otro lado
tan pronto como vio que la amenaza era eliminada. Espió a Jeggred
destrozando a un drow. Solo otros dos eran visibles, buscando la
manera de alcanzar al draegloth, pero Ryld dudaba que eso durara
mucho. Otro elfo oscuro estaba luchando por mantener la espada de
Pharaun alejada de él, pero Quenthel se le acercaba por un costado,
y la suma sacerdotisa lo azotó con su látigo, permitiendo que las
cabezas de serpientes hincaran sus dientes profundamente en el
cuello de la criatura. Sacudiéndose por las súbitas picaduras de las
mordidas, el drow no fue capaz de mantener su atención sobre la
espada, la cual se se hundió entre sus ojos.
Otro enemigo fue rechazado por Halisstra, quien se protegía de
unos golpes pesados con su escudo de mithral. En el tercer golpe del
elfo frente a ella, ella usó el escudo para desviar el porrazo y arrojar
a su oponente desequilibrándolo, luego balanceó su pesada maza en
la otra mano hacia arriba en un cruento golpe, justo en la barbilla.
Hubo un fuerte sonido, como el retumbar de un tambor, una
contusión mágica que era obviamente mucho más fuerte que el
simple impacto del metal contra el hueso, y el drow se hundió en el
suelo, con la mandíbula partida.
Respirando pesadamente, Ryld escrutó el campo de batalla.
Además de sus seis compañeros y el hermano de Halisstra, los
únicos que todavía permanecían eran un pequeño círculo de quizás
una docena de exhaustos drows y duergars que habían dejado de
pelear por el momento y estaban observando mientras el
comandante de los duergar se batía con Ssipriina Zauvirr. El enano
gris y la madre matrona giraban uno alrededor del otro
cuidadosamente, mientras el humo flotaba en el aire, obscureciendo
todo más allá del círculo de los Menzoberranyres y de los tres
miembros restantes de la Casa Melarn.
--Ahora es nuestra oportunidad --dijo Pharaun desde al lado del
maestro de armas--. Vámonos.
--No --dijeron Quenthel y Halisstra juntas.
--No hasta que ella caiga --añadió la hija de Drisinil Melarn.
La Señora de Arach-Tinilith asintió de acuerdo y dijo:
--Si ella lo mata, acabaremos con ella.
Pharaun gruñó.
--Difícilmente este es el momento para vengarse, Señoras.
Ssipriina hizo una finta con su maza, y mientras el enano eludía
el ataque, la drow escamoteó una varita y le apuntó con ella al
enemigo. Un delgado rayo de luz grisácea se disparó desde la unta
del artefacto mágico, golpeando al duergar en pleno pecho. El enano
gris se agarró el pecho y gritó. Cayó de rodillas con un gruñido, y
Ssipriina se le acercó amenazadoramente.
El duergar desapareció. Bramando de rabia ante este truco, la
madre matrona estrelló su maza en el lugar donde había estado su
adversario, pero no golpeó nada más que el pavimento. Girando,
balanceó la maza adelante y atrás salvajemente, tratando de ganar
un golpe de suerte, pero no encontró nada.
El comandante de los enanos grises apareció nuevamente,
saltando hacia adelante desde un costado cuando Ssipriina le hubo
dado la espalda a él. Su hacha estaba arriba, pero su grito de guerra
le dio tiempo a la drow para esquivar lo peor del ataque. En lugar de
enterrar el filo del hacha por completo contra su cráneo, la rastrilló
por la parte posterior del hombro de ella con un borbotón rjo.
La madre matrona gritó, cayendo boca abajo. Rodó hacia un
costado mientras Khorrl levantaba su hacha para dar otro golpe. Al
tiempo que ella se daba vuelta para enfrentarlo, descargó otro rayo
de su varita.
Con un quejido, Khorrl Xornbane dejó caer el hacha y se aferró
el estómago, luego cayó al suelo, dejando escapar un suspiro
muerte.
Quenthel y Halisstra salieron al encuentro de Ssipriina, quien
estaba tratando de ponerse de pie, sujetándose la herida del hombro
con su mano sana. Quenthel se colocó a un lado de la madre
matrona y le asestó un latigazo. Los colmillos de las serpientes
mordieron la carne de la drow, y ella chilló de dolor, luego intentó
girar y apuntarle con la varita a la suma sacerdotisa. Aunque
Halisstra estaba preparada para eso y balanceó su maza
fuertemente sobre la mano de Ssipriina. El crujido del hueso fue
inconfundible.
Alrededor de ellas, los duergars y los drows comenzaron a
pelear de nuevo, y Ryld tuvo que agacharse para eludir el barrido de
una espada dirigida a él por un elfo oscuro. Cayó sobre una rodilla y
echó atrás a Splitter, dirigiendo la punta del filo al medio de su
oponente. El drow escupió sangre y cayó de rodillas, mirando
fijamente la espada clavada en sus entrañas. Impasiblemente, Ryld
plantó sus bota sobre el pecho del otro drow, y liberó su espada,
dándose vuelta para ver que estaba pasando entre las mujeres
mientras el cuerpo de su enemigo colapsaba.
Quenthel la sujetaba del cabello a Ssipriina, sosteniéndole la
cabeza en alto. Ambos brazos de la madre matrona estaban heridos,
y apenas podía levantarlos para protegerse, y el veneno estaba
comenzando a hacer efecto.
--¡Deténganse! --pregonó Quenthel, gritándole a los
combatientes a su alrededor--. ¡Dejen de pelear, ahora!
Lentamente, los duergars y los drows empezaron a retroceder,
volviéndose para mirar a Quenthel.
--¡Suficiente! --dijo la Señora de Arach-Tinilith, su voz haciendo
eco a través de la bruma--. Esto no tiene sentido. La ciudad está en
llamas y debemos salir de aquí. Si se quedan aquí y tratan de matar
a sus enemigos, simplemente lograrán sus propias muertes. Esa no
es la usanza drow, no puedo pensar que es la de los duergars
tampoco.
Había murmullos alrededor mientras los elfos oscuros y los
duergars se ojeaban mutuamente con odio, pero Ryld vio a unos
cuantos asentir con sus cabezas, concordando con lo que Quenthel
estaba diciendo.
--Si quieren una oportunidad de vivir, entonces vayan por
caminos separados por ahí, antes de que toda...
La calle de telaraña se sacudió violentamente, volteándolos a
todos. Ryld, ya sobre una de sus rodillas, se las arreglaba para
mantener el equilibrio. Espió a su alrededor inseguro. Todo el largo
de la telaraña calcificada era inestable, inclinándose
pronunciadamente hacia un costado. Supo que se les había acabado
el tiempo y comenzó a levitar. Luego divisó lo que había ocasionado
el cataclismo mientras una segunda onda de choque hacía que el
temblequeante pavimento se sacudiera de nuevo.
Una araña gigante descendía desde arriba y se aproximaba a
ellos. Detrás de ella, una segunda araña se estaba escurriendo hacia
abajo también, soltando un trozo de telaraña mientras se deslizaba.
Maldición, pensó Ryld. No hay fin para todo esto. Miró alrededor,
buscando la dirección para escaparse de las bestias que se les
aproximaban. Pharaun apareció al lado del maestro de armas,
planeando en el aire y oteando las arañas que avanzaban.
--Creo que he tenido bastante de todo esto --comentó el mago,
secamente, permitiendo que su espada danzarina desapareciera en
su anillo. Ryld vio a Quenthel y Halisstra, aun situadas sobre
Ssipriina que moría lentamente. Él se las señaló a Pharaun.
--Ellas no lo saben todavía --dijo él, dejándose caer de nuevo en
el suelo--. ¡Tenemos que advertirles!
Una vez sobre sus pies, el maestro de armas se las arregló
cuidadosamente para mantener su equilibrio mientras corría por el
espacio intermedio.
--¡Arañas! --gritó mientras se les acercaba, señalando.
Quenthel miró hacia arriba y sus ojos se le agrandaron. Jeggred
apareció fuera de la bruma de humo al lado de ella, su piel moteada
y oscurecida por la sangre seca.
--Todavía no sabemos a dónde ir --dijo Pharaun con un ápice de
pánico en su voz mientras se reunía con Ryld--. La mejor opción por
el momento es simplemente hacernos a un lado.
--Utiliza tu magia --le ordenó Quenthel--. ¡Sácanos de aquí!
Pharaun extendió sus manos impotente.
--Créeme, Señora --dijo él--, si tuviera el medio lo estaría
usando. No me queda nada. No puedo conjurar una puerta con sólo
desearlo.
La primera araña se vislumbraba más cerca, y Jeggred avanzó
hacia ésta determinado a mantenerse entre el gigante arácnido y su
señora. Valas entró furtivamente en el grupo, empujando a Danifae
de la mano. La prisionera de guerra tenía un gran corte en su frente,
y le caía la sangre sobre los ojos, dificultándole ver.
--¡Espera! --dijo Ssipriina, boqueando en busca de aire ya que el
veneno le cerraba la garganta--. Sé... de una salida. Sálvenme...
del... veneno...
--¿Qué? --demandó Pharaun--. ¿Dónde? ¡Llévanos hasta allí!
--Dilo, maldita --demandó Quenthel.
--La Torre... Colgante --replicó la moribunda madre matrona--.
Vieja, en desuso... portal durmiente. Veneno... por favor...
Ignorando las súplicas de Ssipriina, Quenthel se volvió a
Pharaun y le preguntó:
--¿Podrías activarla?
--Maldita sea que lo intentaré --dijo Pharaun--. ¿Por dónde?
--Allí... --susurró Ssipriina, mirando hacia arriba.
Ryld siguió su mirada para ver un enorme edificio tallado en la
estalactita colgando sobre ellos, una torre invertida como muchas de
las mansiones en Menzoberranzan. Gruñó.
--¡No tenemos suficiente tiempo para llegar hasta allí! --chilló
Pharaun.
--¿Por qué no? --dijo Q'arlynd Melarn flotando arriba en el aire
para demostrarlo--. ¡Tan solo levitemos!
--No todos podemos hacerlo --replicó Pharaun
desesperadamente--, como ya lo he remarcado una o dos veces hoy,
se me han acabado los hechizos de transportación.
--La prisionera de guerra se queda atrás --dijo Quenthel
bruscamente--. Lo lamento, pero es la forma en que tiene que ser.
Danifae cayó de rodillas, con su cabeza gacha. Parecía aceptar
su destino, pero Ryld en verdad sintió pena por la drow. Como si
acentuara la falta de tiempo, la piedra debajo de ellos se sacudió
nuevamente. Ryld elevó sus pies mantuvieran el equilibrio y los
demás también lo hicieron así, excepto Valas y Danifae.
Q'arlynd sacudió la cabeza.
--No lo sabía --dijo encogiéndose de hombros--. Vámonos.
--¡Esperen! --dijo Halisstra--. Puedo sacarnos de aquí --ofreció la
sacerdotisa.
Ambos, Pharaun y Quenthel se volvieron a mirarla.
--¿Puedes? Preguntó el mago.
--Sí --dijo Halisstra asintiendo. Soy un poco aficionada a la
magia--. Diferente a tu estilo, pero algunas cosas son las mismas.
Ryld dice que te gusta utilizar esos portales dimensionales. Puedo
hacer eso.
Pharaun le indicó que se apresurara.
--Ábrela en la galería principal --le gritó Q'arlynd a Halisstra
señalando arriba.
Otra onda de choque repercutió a través de la calle de telaraña
provocando que se corcoveara salvajemente. Ambos Danifae y Valas
fueron arrastrados, casi a punto de ser arrojados por el borde.
La primera araña estaba sobre ellos, y Jeggred la enganchó en
una pelea, levitando para golpearla en la cabeza. Ryld escudriñaba
ferozmente a su alrededor mientras la araña se paraba en sus patas
traseras y golpeaba al draegloth, haciendo que la calle corcoveara
nuevamente.
Un mayor retumbe cruzó la carretera, y la piedra comenzó a
resquebrajarse y partirse.
--¡Va a colapsar! --gritó Ryld.
--Sacerdotisa, abre tu puerta! --aulló Pharaun mientras otro
temblor se separaba el borde de la calle unos centímetros más de
ellos--. ¡vamos a atravesarla ahora!
--¡No! --chilló Ssipriina, sosteniendo la varita que había usado
para derrotar a Khorrl en sus dos manos, sus pies bien abiertos
tratando de mantener el equilibrio.
Murmuró algo y apuntó el rayo hacia Halisstra. La luz grisácea
golpeó en la pierna de la sacerdotisa y ella se retorció de agonía.
--Van... a morir... conmigo --dijo la enloquecida madre matrona,
volviendo la varita hacia Quenthel--. ¡Nadie... saldrá... vivo!
Quenthel no podía huir, ya que estaba flotando en el aire. Oteó a
la enfurecida drow frente a ella, lamiéndose los labios de
desesperación.
--¡No lo creo! --gritó Halisstra, erguiéndose otra vez.
Antes de que Ssipriina pudiera disparar la varita de nuevo, la
sacerdotisa giró, blandiendo su maza con ambas manos. Golpeó de
lleno en el rostro a la madre matrona. Hubo un fuerte trueno, y
Ssipriina Zauvirr fue barrida varios metros, con el rostro hecho una
ruinosa pulpa de carne y hueso.
--¡Al Abismo contigo! --le gritó Halisstra al cuerpo sin vida de
Ssipriina Zauvirr.
Quejándose y agarrándose la pierna, Halisstra entretejió un
hechizo al tiempo que la calle se tambaleaba nuevamente. Ella
estaba cantando, su voz trinando sobre el rugido de la batalla. Ryld
nunca había escuchado semejante sonido. Ella sostenía una sola
nota, perfecta, y un portal azulado se abrió en el aire frente a ella.
--Jeggred! ¡Vámonos! --llamó Quenthel moviéndose hacia el
portal.
El draegloth cesó sus ataques a la araña y escapó
apresuradamente. Cuando alcanzó al resto de ellos, sujetó a Valas,
mientras Halisstra ayudaba a Q'arlynd a sostenerla a Danifae.
Pharaun se lanzó a través de la abertura. Ryld siguió al mago para
protegerlo de lo que fuera que pudiera haber del otro lado,
atravesando la puerta mágica justo en el momento en que la calle
cedía y se precipitaba a la oscuridad debajo de él. Esperaba que los
otros estuvieran justo detrás de él.

_____ 20 _____

Al instante en que el portal se abrió, Pharaun se sumergió a


través de ella, esperando estar haciendo lo correcto al confiarle su
vida a los hijos de la Casa Melarn. Por lo que sabía el mago, ella
podría haber elegido ese momento para vengarse de los
Menzoberranyres de todas las injusticias que le habían infligido a su
familia, y a ella misma. Ciertamente tenía su derecho.
Pero el camino no depositó al mago en un horno abrasador o un
foso de la perdición. Era un pasillo ricamente decorado, pero
desafortunadamente el mago se encontró enfrentando a un enorme,
y babeante lagarto de dientes increíblemente filosos. El ser lo divisó
y avanzó ávidamente, oteando al mago como si fuera su próxima
comida.
Reaccionando velozmente, el mago se lanzó hacia atrás, fuera
del camino de la cosa, y arrojó un hechizo que hizo aparecer una
serie de bolas flotantes de rayos. Al tiempo que el lagarto se lanzaba
rápidamente sobre él, Pharaun dirigió las bolas para envolver a la
criatura, echando chispas en el camino. La bestia dio una sacudida y
reculó, pero Pharaun fue implacable, golpeando todas las esferas
contra la bestia. Después de la cuarta, la criatura se revolcó en el
piso. Se retorció un par de veces y luego se quedó inmóvil.
--Por el Abismo ¿qué es eso? --preguntó Ryld, saliendo del
portal con Splitter arriba y listo--. ¿Estamos en el lugar correcto?
--Afortunadamente, si --replicó Pharaun, poniéndose de pie de
un salto. Un temblor a lo largo del edificio hizo que se tambaleara--.
Desafortunadamente, como Halisstra nunca ha estado aquí antes no
debe haber sabido de los animales guardianes de adentro. O
Q'arlynd se olvidó de advertirnos.
--¡Por la Madre Oscura! --dijo Danifae, espiando la bestia
mientras saltaba a la celda. Tenía su estrella matutina en alto al
instante--. ¿Está muerto?
--Ciertamente eso espero --dijo Valas siguiéndola por detrás.
El explorador tenía sus kukris en la mano, y estaba mirando al
lagarto muerto. El pasillo se sacudió nuevamente, y una parte de la
pared se derrumbó, exponiendo el cuarto a la ciudad afuera. Todos
separaron las piernas para tratar de mantener el equilibrio.
Uno por uno, el resto del grupo pasó a través del portal para
reunirse con ellos. Jeggred fue el último en salir de la puerta.
--La ciudad entera está cayendo --anunció el draegloth. Halisstra
dejó que desapareciera el portal una vez que él pasara a salvo--. La
mampostería derrumbándose debe estar provocando que toda la
caverna tiemble con su fuerza.
El demonio sonaba demasiado prosaico para el gusto del mago.
El hermano de Halisstra estaba realizando un hechizo, uno que
Pharaun no reconocía. Comenzó a irradiar un aura de adivinación
mágica --el anillo de Pharaun le dijo eso-- mientras miraba alrededor
casi como si estuviera olfateando algo.
--La puerta inactiva está por aquí --dijo Q'arlynd, guiando al
grupo hacia un corredor--. Síganme.
El séquito siguió al mago Melarn a través de varios pasajes,
arriba por unas escaleras, y hacia un vestíbulo que obviamente no
había sido usado por largo tiempo. Muchas veces durante el viaje, la
estructura se había sacudido, pero eran fragores, vibrando bajo toda
la Antípoda Oscura.
--Si esto no funciona... --empezó Quenthel.
--Funcionará --la cortó Pharaun--. Necesito unos momentos para
estudiarla, pero funcionará.
--Más vale que así sea mago --musitó la suma sacerdotisa.
Q'arlynd los guió a todos hasta el final del pasaje y se detuvo
ante una puerta abierta al final del mismo.
--Está aquí --dijo él--, pero está mágicamente cerrada y
guardada con glifos protectores. No tengo manera de atravesarla.
Pharaun se arrodilló para estudiar la abertura. La barrera entre
el pasillo y el cuarto más grande detrás era invisible pero sólido.
Pharaun podía ver que irradiaba un tipo de magia y así se los
informó.
--Si tuviera el tipo adecuado de magia a mi disposición --dijo el
Maestro de Sorcere--, sería capaz de derribarlo en meros segundos,
pero como están las cosas, no puedo hacerlo hasta que tenga la
oportunidad de descansar y recuperarme.
--¿Tienes alguna otro portal mágico a tu disposición? --le
preguntó Quenthel a Halisstra.
La sacerdotisa sacudió la cabeza miserablemente, apoyándose
contra una pared mientras otro retumbe estremecía el cuarto y a
todos en el mismo.
--Bien, entonces mago, ¿qué vamos a hacer? --le preguntó la
Señora de Arach-Tinilith--. No podemos quedarnos aquí sentados
mientras recargas tus energías mágicas.
--Muy cierto --respondió el mago--. Dame un minuto.
--¡Mizzrym, no tenemos un minuto!
Mientras Pharaun estudiaba sus apuros, el edificio se sacudió
nuevamente, incluso más violentamente. Todos fueron lanzados al
suelo, y detrás de ellos una gran porción del techo colapsó, arrojando
una lluvia de fragmentos de piedras.
--Esto se está volviendo agotador --se quejó Quenthel,
poniéndose de pie frunciendo horriblemente el ceño.
--No voy a morir atrapado en una jaula como un animal. No
después de todo lo que hemos pasado.
Gruñendo profundamente, Jeggred se precipitó hacia la puerta y
comenzó a atacar la abertura invisible, rasgando inútilmente sus
garras contra la barrera. Un crepitar de energía eléctrica se descargó
sobre su cuerpo, pero no hizo que cesara de arrojarse una y otra vez
contra ella. Sus esfuerzos no daban frutos.
--¡Jeggred, detente! --dijo por fin Quenthel--. No estás ayudando.
Con otro profundo gruñido, el draegloth retrocedió.
--Si no lo atravesamos --le dijo Danifae a Pharaun, midiendo
cada palabra con énfasis--, vamos a terminar todos pulverizados.
¡Haz algo!
--Muy bien, muy bien --replicó el mago, levantando una mano--,
el problema es que no tenemos manera de abrir la puerta desde
adentro. La magia que nos mantiene encerrados aquí afuera no me
permite utilizar ni un simple hechizo. Si yo estuviera del otro lado,
simplemente podría remover la barrera manualmente, pero eso es
más fácil decir que hacer. Eso es todo. Un truco tan sencillo y sin
embargo imposible... --los miró míseramente.
--Espera --dijo Ryld acercándose al mago--. Hazte a un lado.
Levantando a Splitter por sobre su cabeza, el maestro de armas
dejó caer la hoja duramente contra la barrera. El arma encantada la
cortó con un destello de luz, y Pharaun vio desvanecerse las
emanaciones mágicas del sello. La hoja había disipado la magia.
--Gracias a la Madre Oscura --dijo alguien mientras todo el
grupo se precipitaba a la cámara más allá.
--Muy bien mago, llévanos fuera de aquí --dijo Quenthel
sonando desesperada--, ¡y date prisa!
--Todos partiremos en un instante --dijo Pharaun, indicándole a
Q'arlynd que le mostrara el camino. El mago Melarn guió al grupo
hacia una gran cámara que se parecía a una biblioteca, aunque los
estantes estaban vacíos. Varias estatuas se alineaban a lo largo de
las paredes. Q'arlynd se dirigió hacia un sitio en una pared, cerca del
fondo de la habitación. Era una bóveda, pero por el momento no
llevaba a ninguna parte, y en cambio estaba repleta de bloques de
piedra. Sin embargo, brillaba con pálidos duormers de transferencia.
--Aquí --dijo él.
--¡Excelente! --replicó Pharaun, sonriendo mientras estudiaba el
sitio más de cerca--. Ahora, sólo necesito un minuto para...
Las palabras del mago fueron interrumpidas por otro temblor en
el suelo. Éste fue seguido por otro y otro más, de nuevo
definitivamente diferentes de los temblores anteriores. Volteándose
para mirar por sobre su hombro, Pharaun se quejó. Una gigante
estatua de acero estaba caminando lenta pero inexorablemente
hacia ellos, y con cada paso el suelo retumbaba bajo su peso.
--Lolth nos guarde --dijo Ryld, agazapándose a modo de
defensa--. ¿Qué es eso?
--Es un construcción mágica --contestó Pharaun--. Un gólem. No
puedo hacer nada al respecto.
Ryld saltó al frente para tajear a la enorme cosa. Su espada
golpeó contra el costado de la construcción y rebotó.
Pharaun gritó:
--Si exhala, ¡no respires los vapores!
Jeggred rugió y saltó hacia el gólem, azotándolo. En respuesta,
la enorme construcción balanceó uno de sus masivos puños y le dio
de lleno en las costillas al draegloth, enviándolo volando a través de
la habitación con un doloroso gruñido. Jeggred estaba sobre sus
manos y rodillas, sacudiendo la cabeza.
Ryld se movió de nuevo cuidadoso de la gigante espada en la
otra mano del gólem. Cuando el maestro de armas encontró un
hueco, se abalanzó, tajeando la piel metálica de la construcción.
Saltaban chispas mientras Splitter cortaba un profundo surco a
través del flanco del gólem. Ryld giró y se agachó, tratando de
permanecer detrás de la cosa. Otro temblor sacudió la cámara y
parte del techo se derribó detrás del gólem, enviando estantes de
libros volando con trozos de madera.
Pharaun cayó sobre una rodilla debido a las sacudidas, luego
levantó la vista para ver esa parte más lejana de la habitación que no
solo se había desplomado sino que había desaparecido. La Torre
Colgante se estaba desmoronando a su alrededor, al igual que lo
había hecho la Casa Melarn.
Más allá del mellado borde de la habitación, Pharaun podía ver
el humeante brillo de la ciudad en llamas. Realmente se les estaba
acabando el tiempo.
--Olvida la pelea --dijo Quenthel, sujetando al mago por el cuello
de su piwafwi, y haciéndolo girar para enfrentarla--. Tan sólo abre el
portal. ¡Ahora!
Pharaun asintió y cedió vuelta al tiempo que Jeggred saltaba al
lado de Ryld. Valas, Halisstra y también Q'arlynd rodeaban a la
construcción, cada uno de ellos esperando hasta que la cosa volvía
su atención a otro antes de cortajearla para ganar un ataque.
Ignorando la pelea detrás de él, Pharaun se concentró en estudiar
las incandescencias mágicas del portal. Necesitaba unos momentos
para determinar la llave que activaría a esa cosa.
--¡Deprisa! --dijo Quenthel, mirándolo por sobre su hombro.
Pharaun le dio una cauta mirada a la suma sacerdotisa.
--No me apures --le dijo llanamente, y siguió estudiando.
Detrás del mago llegó un profundo gruñido, y Ryld se deslizó
contra la pared de un salto. El maestro de armas sacudió la cabeza,
aparentemente tratando de aclarar su cabeza y se puso nuevamente
de pie.
--Apúrate --le siseó el maestro de armas--, no sé por cuanto
tiempo más podremos mantener a esta cosa alejada de ti.
Pharaun puso los ojos en blanco y se dispuso a continuar con su
tarea. Se tambaleó a un costado mientras el suelo se sacudía con
otro temblor de los cimientos.
--Justo lo tenía --dijo el Maestro de Sorcere, cuando mitad de la
pared junto al portal explotaba en una lluvia de rocas y polvo.
Fragmentos de cascotes golpearon al mago, quitándole el
aliento mientras se arrastraba. Sintió que el piso se movía, no solo
por los temblores sino porque todo el edificio se estaba inclinando.
Sabía que se iba a desprender pronto, y sus oportunidades de
escapar de la ciudad pronto desaparecerían con la Torre.
El mago se esforzó por sentarse y miró alrededor. Lo que
quedaba del cuarto era considerablemente más chico que antes. El
gólem de hierro se balanceaba cerca del borde del piso, luego dio un
paso hacia su enemigo más cercano, provocando que la piedra bajo
sus pies crujiera. Todos los del grupo yacían tumbados, mitad
enterrados en los escombros y el polvo, y justo detrás de Valas, el
piso ya no estaba, reemplazado por el vacío de la ciudad. La roca
crujía y se inclinaba nuevamente mientras el gólem daba otro paso
hacia el explorador, y Valas rodaba hacia el hueco.
--Jeggred --gritó Pharaun--, ¡sujeta a Valas!
Incluso mientras las palabras salían de su boca, Valas quien
parecía estar considerablemente mareado, dio tumbos el resto del
camino y cayó por el borde, desapareciendo de vista.
El draegloth, quien había sido atrapado debajo de una enorme
sección de escombros, dejó salir un gruñido de furia tan sobrenatural
que le congeló la sangre a Pharaun. Quitándose los restos de
cascotes, el enfurecido demonio acortó la distancia de un salto y se
arrojó por el borde detrás del explorador.
El gólem balanceó su espada hacia el demonio, pero fue
demasiado lento. Con Jeggred fuera de vista, el gólem centró su
atención en la siguiente víctima. Q'arlynd Melarn yacía boca abajo,
inmóvil, cerca de éste. Próxima a él, Danifae estaba tumbada sobre
los restos pulverizados de los estantes de libros con una herida en la
frente que sangraba copiosamente. El gólem dio otro paso, y
Pharaun casi se cae ya que la piedra estallaba y protestaba. No
vamos a lograrlo, pensó el mago, tratando de pensar en algún modo
de distraer al gólem para que no matara a par inconsciente.
Por el rabillo del ojo, Pharaun vio que Ryld se recuperaba.
--¡Ayúdalos! --le gritó el mago a su amigo señalando a Danifae y
Q'arlynd.
El maestro de armas tenía un profundo corte en la frente, pero
sus ojos rojos parecían despejados, y cuando divisó las formas de la
prisionera de guerra y el mago Melarn, y el gólem acercándoseles,
asintió.
La habitación se ladeó un poco más, y Pharaun se deslizó por el
suelo unos pocos metros. La oscuridad de vasta caverna de la
ciudad se abría como un bostezo ante él. Lo ignoró y buscó a Ryld.
El maestro de armas midió la distancia entre él y el gólem, quien
se había acercado lo suficiente a Danifae y levantaba su espada en
alto, preparándose para darle el golpe final. Ryld saltó hacia
adelante, cargando tan rápido como podía, ayudado por la
inclinación del piso. Cuando estuvo a unos metros de la
construcción, brincó en el aire, extendió ambos pies y golpeó al
gólem con una patada voladora en el pecho. La fuerza del golpe lo
llevó a Ryld de vuelta a la cuesta del piso y el gólem apenas pareció
moverse.
Pero después Pharaun vio que se estaba tambaleando. La
construcción dio otro paso para equilibrarse, y de haber estado
equilibrado el suelo, lo habría logrado, pero el peso del gólem, junto
con la bajada del suelo, provocó su pérdida de balance.
Otro paso atrás llevó a la tambaleante estructura cerca del borde
del piso, y la habitación se inclinó más todavía, hundiéndose e
incrementando la bajada. Luego, con un último paso desequilibrado,
el gólem se movió hacia adelante de nuevo, cayendo arriba de la
inclinación más que abajo. Cayó sobre una rodilla y trató de alcanzar
a Q'arlynd, quien estaba sacudiendo la cabeza mientras retornaba a
la consciencia.
La piedra fracturada no podía sostener el peso de la estructura,
y cedió bajo el gólem. Incluso entonces, el gólem cerró su mano
alrededor del mago, apretujándolo fuertemente. Q'arlynd gritó de
agonía. Ryld dio dos pasos adelante para salvar al mago, pero
ambos Q'arlynd y el gólem lentamente, pesadamente pasaron por el
borde, perdiéndose de vista.
--¡No! --gritó Halisstra desde el otro lado de la habitación.
Corrió hacia el borde, pero el maestro de armas la sujetó y la
retuvo, sacudiendo su cabeza.
Abatido, Pharaun regresó al portal. Creyó que ya lo había
descifrado y avanzó, listo para activar la magia del portal, y se
detuvo. Algo estaba... mal. El cuarto se inclinó un poco más y el
mago se vio forzado a levitar para mantener su posición. Detrás de
él, escuchó a una de las mujeres dar un grito de sorpresa, pero lo
ignoró. Observando las emanaciones mágicas, se dio cuenta de que
estaba viendo algo ilusorio. No lo había notado antes, pero
comprendiendo ahora lo que tenía que buscar era mucho más claro.
--Pharaun --le gritó Quenthel al tiempo que todos se reunían a
su alrededor--. Si puedes hacer funcionar esa cosa, ¡hazlo! ¡Toda la
ciudad se está viniendo abajo!
Sacudiendo su cabeza ante lo que había estado por hacer, el
mago comenzó un hechizo, uno que no había esperado necesitar
ese día pero estaba agradecido por ello. Tomó un ungüento de uno
de sus muchos bolsillos y se untó un poco en cada uno de sus
párpados. De repente, todo alrededor de la arcada se hizo evidente
ante su visión. Podía ver las runas que habían estado ocultas a la
vista, inscriptas en la piedra alrededor del portal. Realizó un segundo
hechizo, uno para descifrar las inscripciones, y encontró lo que
estaba buscando. La escritura contenía una palabra de activación.
--¡Lo tengo! --gritó--. ¡Prepárense!
Pharaun retrocedió, pronunció la palabra activadora en voz alta,
y el portal cobró vida, brillando con una fuerte luz púrpura. Toda la
cosa tomó un aspecto de profundidad, de distancia. La piedra en el
centro del arco se desvaneció y fue reemplazada por una trémula
cortina de luz.
Pharaun se volvió a sus compañeros y gritó:
--¡Está lista! ¡Atraviésenla!
Quenthel era la más cercana, pero vaciló.
--¿A dónde lleva? --preguntó.
--No lo sé --admitió Pharaun--. Las inscripciones en el perímetro
mencionan algo sobre una ciudad, pero no reconozco el nombre. Lo
averiguaremos del otro lado.
Quenthel sacudió la cabeza.
--No. Alguien más debe atravesarla primero.
Ryld, Halisstra y Danifae estaban juntos, con el maestro de
armas ayudando a Danifae a no resbalar por el suelo hasta su
muerte. El resto de ellos estaban levitando.
Ryld empujó a Danifae hacia la abertura y dijo:
--¡Estoy justo tras de ti!
El maestro de Melee-Magthere y empujó a Danifae dentro del
arco. Danifae dio una última mirada desesperada por sobre su
hombro, asintió y saltó hacia adelante a la arcada. En un instante
desapareció. Ryld se sumergió un segundo más tarde, seguido de
Halisstra.
Pharaun miró a Quenthel.
--¿Bien? --dijo él.
--Tú primero --replicó ella, todavía mirando fijamente el portal
con inquietud.
--No puedo --le explicó el Maestro de Sorcere--. Debo ser el
último. Yo la abrí y el portal se cerrará detrás mio.
--¿Y que pasará con Jeggred?
--Esperaré lo más que pueda --dijo Pharaun mientras otro rugido
emanaba de la mampostería alrededor de ellos.
Los restos del edificio temblequearon un poco más y Quenthel
abrió grandes sus ojos.
--No hay más tiempo. ¡Crúzala! --dijo Pharaun y empujó a
Quenthel hacia la apertura.
Con la furia, la suma sacerdotisa se giró y su mano alcanzó el
látigo a su costado. Las cinco serpientes se retorcían como locas,
alzándose para azotar al mago incluso desde donde colgaban, pero
el edificio se bamboleó e inclinó y Quenthel no pudo sostenerse.
Cayó encima del mago, y las serpientes mordieron inútilmente su
piwafwi.
Pharaun la atrapó y la puso de pie nuevamente.
--Por favor --le dijo a ella--. No tenemos tiempo para esto.
Quenthel apenas frunció el ceño, y miró al mago con una
sonrisa burlona.
--Si no te conociera bien, pensaría que te estás ablandando,
mago.
Con eso, retrocedió hasta la arcada y desapareció.
Pharaun sacudió la cabeza por la sorpresa y se dio vuelta para
ver si había algún signo de Jeggred y Valas. El piso estaba inclinado
en un ángulo muy agudo, y el mago se deslizó por la superficie hasta
el borde para mirar por el borde.
Debajo, podía ver a los dos, subiendo tan rápidamente como se
lo permitía la levitación de Jeggred. Trozos de piedras y otros
cascotes estaban cayendo al vacío más allá de ellos, y Pharaun
derribó un fragmento suelto del borde del deteriorado piso. Se crispó
mientras observaba como se tambaleaba hacia ellos, casi rozándolos
por el costado.
Finalmente, casi con espantosa lentitud, el draegloth y su carga
alcanzaron lo que quedaba de la estructura. Juntos los tres se
esforzaron para subir hasta la arcada, la cual todavía brillaba con
una intensa luz.
--Los otros están esperando del otro lado --le explicó Pharaun,
señalando el portal--. Tengo que ir al último. ¡Deprisa!
Sin vacilar, Jeggred saltó a través de la arcada y se desvaneció.
Valas gateó tras él justo en el momento en que hubo un terrible y
último temblor, y las ruinas del cuarto empezaron a caer libremente.
El mago le dio un buen envión al explorador y se sumergió tras él.
El portal quedó sellado y la luz se apagó. Un segundo después,
lo que quedaba de la Torre Colgante, incluyendo la pared en donde
estaba empotrada la arcada, se desmenuzó en un millar de
fragmentos mientras se estrellaba contra las redes de calles de
abajo.

***

Aliisza se encogió cuando vio la furia de los ojos de Kaanyr


Vhok. Él estaba disgustado con el hecho de que ella no lo hubiera
mantenido informado sobre la situación de la ciudad drow, e incluso
las explicaciones de sus problemas, las dificultades que había
encontrado con los drows, hicieron poco para calmar su mal humor.
--Entonces dices que toda la ciudad está acabada? --le gruñó el
cambion, paseándose--. ¿Tirada abajo por una horda de miserables
enanos grises?
--No sólo por enanos grises, querido, pero por los drows
también. Riñeron tanto entre ellos que perdieron el control. Eso los
destruyó.
--¿Cómo puede haber sucedido esto? No es que lamente la
caída de estos elfos oscuros demasiado orgullosos pero no parecen
ser del tipo que permiten que semejante catástrofe le ocurra a su
gran ciudad. Las fuerzas de la Antípoda Oscura están evidentemente
desequilibradas.
--Lo sé --dijo la diablesa alu, acercándose a su compañero--,
pero hay una razón.
--¿Sabes cuál es?
--Si, amor, pero el que te pasees me está sacando de quicio.
Siéntate, y te lo diré.
Kaanyr Vhok suspiró pero se dio vuelta y se dejó caer en el
trono.
--Muy bien --dijo él, palmeando su regazo--. Dímelo.
Aliisza se abalanzó sobre Vhok y se sentó ella en su regazo. Se
dio cuenta de que lo había extrañado más de lo que jamás había
pensado. Se inclinó a un costado y comenzó a acariciarle la oreja
con su nariz.
--Mmm --dijo él--, te extrañé --haciendo eco de los pensamientos
de ella--. Pero antes de que lleguemos a la "bienvenida a casa", dime
lo que averiguaste.
Aliisza se rió tontamente mientras mientras él le acariciaba el
brazo.
--Ellos han perdido contacto con su diosa --murmuró ella,
soplando suavemente las palabras en su oído.
--¿Qué? --farfulló el cambion, sentándose derecho y casi
dejando caer a la diablesa al piso--. ¿Es en serio?
La diablesa alu cruzó los brazos bajo el pecho en una rabieta.
--Claro que lo digo en serio --contraatacó--. Lolth ha
desaparecido de vista, y ellos están intentando averiguar por que,
pero por supuesto, siendo ellos... ¿cómo los llamaste? Oh, sí "elfos
oscuros demasiado orgullosos", siendo ellos demasiado orgullosos y
apegados a sus costumbres, guerrearon unos con otros a tal punto
de acarrear su propia extinción.
--Ya veo. Bueno, con Lolth fuera del panorama, supongo que si
uno quería ganarse una pequeña retribución por algunos agravios
infligidos en el pasado, ahora sería el momento para hacerlo --dijo el
cambion mirando ausente a la distancia.
--Entonces, ¿estás pensando en demandar una pequeña
venganza? --dijo Aliisza refregando su nariz contra el cuello de su
amante.
--Quizás --respondió Vhok--. Veremos. Supongo que no será
contra Ched Nasad, ¿hmm?
--Mmm --ronroneó Aliisza, retorciéndose mientras los dedos de
Vhok recorrían su cuerpo nuevamente--. Supongo que no.
Todos los pensamientos de una arruinada Ciudad de las
Telarañas Trémulas la dejaron en ese momento, por un largo tiempo.

***

Bien en lo alto de la derruida Ciudad de las Telarañas Trémulas,


un único elfo se sentaba sobre una perca de piedra cerca del techo
de la enorme caverna y observaba. El humo era denso, pesado y
agrio, pero no le molestaba. Miró hacia abajo a la destrucción y
sonrió.
No era atractivo, no de acuerdo a los estándares drow,
ciertamente, y pocos de cualquier otra especie lo verían y pensarían
que era buen mozo en lo más mínimo, pero eso tampoco le
importaba. Lo que buscaba era mucho más sustancial que la belleza.
Ellos estarán satisfechos, pensó Zammzt, observando las llamas
extinguirse lentamente, mientras sectores enteros de la ciudad se
sacudían y colapsaban, cayendo en las lóbregas profundidades de la
caverna debajo. Es un buen primer paso. Aún queda mucho por
hacerse, pero es un buen primer paso. Saliendo de su ensoñación, el
drow se puso de pie y se estiró. Debo irme, pensó, en cierto modo
con pesar.
Estaba orgulloso de lo que había forjado, y deseaba quedarse y
observar un tiempo más, pero los otros lo estarían esperando.
Suspirando, recorrió con su mirada las ruinas de Ched Nasad una
última vez y luego avanzó hacia los recovecos más oscuros de las
sombras y se desvaneció.

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