02 - Insurrección de Thomas M Reid
02 - Insurrección de Thomas M Reid
02 - Insurrección de Thomas M Reid
INSURRECCIÓN
(La Guerra de la Reina Araña, vol.2)
Autor: Thomas M. Reid
Coordinador de la serie: R.A. Salvatore
Traducción (no oficial): Leonor Ñañez
PRÓLOGO
Sintió como si una parte de ella se estuviera deslizando de su
matriz, y por un momento se sintió disminuida, como si estuviera
cediendo demasiado. El resentimiento se estaba escapando.
Porque en el caos, el único se convertiría en muchos y esos
muchos viajarían a lo largo de distintos caminos y hacia objetivos
que parecían igualmente diversos pero que eran, en efecto, uno y el
mismo. Al final, serían uno nuevamente, y serían como lo habían sido
antes. Este era un renacimiento más que un nacimiento, este era
crecimiento más que disminución o separación.
Esto era como había sido a lo largo del milenio y como debía ser
para que ella perseverara en las edades por venir.
Ella estaba vulnerable ahora --lo sabía-- y tantos enemigos la
atacarían, dada la oportunidad. Muchos de sus propios súbditos se
dignarían reemplazarla, dada la oportunidad.
Pero ellos, todos ellos, sostenían sus armas en defensa, lo
sabía, o con aspiraciones de conquista que parecían grandiosas pero
eran, en la vasta escala del tiempo y el espacio, diminutas e
inconsecuentes.
Más que nada, era la comprensión y la apreciación del tiempo y
el espacio, la previsión de ver los eventos como debían haber sido
vistos de aquí a cien años, que verdaderamente separaban las
deidades de los mortales, los dioses de las criaturas. Un momento de
debilidad a cambio de un milenio de una oleada de poder...
Entonces, a pesar de su vulnerabilidad, a pesar de su debilidad
(la cual odiaba por encima de todo el resto), estaba llena de alegría
mientras otro huevo se deslizaba de su arácnido torso.
Ya que la esencia que crecía en el huevo era ella misma.
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--Te dije que venir por este lado era un error --resopló Pharaun
mientras se reponía de su precipitada carrera. El paso delante del
mago drow terminaba abruptamente, bloqueado por una enorme
masa gris de un material esponjoso que rellenaba completamente el
túnel. Dándose vuelta para enfrentarse a la dirección por la que
habían venido, el elfo oscuro rápidamente se desprendió de su
finamente labrada mochila, la depositó sobre el suelo rocoso, y la
mandó volando de una patada.
--No te regocijes, Mizzrym --dijo Quenthel, con semblante duro,
pasando a su lado.
Las cinco cabezas de serpientes que se balanceaban,
retorciéndose del látigo de la Baenre que colgaba de su cadera se
levantaron y sisearon su propio descontento al mago, duplicando el
ánimo de su señora, como siempre. Quenthel liberó su martillo de su
cinto con un tirón y se paró al lado de Pharaun esperando.
El draegloth le pisaba los talones al altanero drow. Jeggred
llevaba no uno sino dos pesados bultos, y cuando el semidemonio
provisto de dos pares de brazos alcanzó a los dos elfos oscuros, tiró
las provisiones al piso, aparentemente sin faltarle el aliento en lo más
mínimo por cargarlos. Destelló una torcida y salvaje sonrisa en su
rostro que expuso sus amarillentas falanges y se dio vuelta,
avanzando unos cuantos pasos para posicionarse entre Quenthel y
cualquier cosa que pudiera venir de otra dirección, con un profundo y
bajo gruñido retumbando en su demoníaca garganta.
El Maestro de Sorcere no estaba de humor para vérselas con el
mal temperamento de la alta sacerdotisa, y gesticuló mientras
consideraba varios hechizos. Resolviéndose por uno, buscó en su
piwafwi tomando de uno de los bolsillos de su extravagante capa los
reactivos que necesitaría para entretejer la magia elegida.
Eventualmente, sacó un pedacito de tentáculo de calamar. Les
había advertido que quedarían atrapados si venían por ese camino, y
también lo había hecho Valas, pero Quenthel había insistido. Como
siempre, le tocaba a Pharaun sacarlos del embrollo a todos.
Faeryl Zauvirr fue la siguiente en aparecer, con su respiración
trabajosa. La embajadora de Ched Nasad divisó el bloqueo en el
paso y se quejó, sacándose su carga de la espalda y mandándola de
un puntapié por rocoso suelo junto a la de los otros. Cansadamente
sacó una pequeña ballesta de mano de su propio piwafwi y se puso
al otro lado del mago.
--Están justo detrás nuestro --anunció Ryld Argith mientras él y
el último miembro del contingente drow, Valas Hune, aparecían
apresuradamente de detrás de la curva del paso.
Más allá del fornido guerrero y el diminuto explorador, Pharaun
podía ver el rojo resplandor de múltiples pares de ojos rojos
avanzando hacia la posición del grupo. Las criaturas los observaban
ansiosas y el mago estimó cerca de dos docenas de tanarukks.
Encorvadas hacia adelante como si tuvieran dolor de espalda
las criaturas recordaban a orcos, aunque sus rasgos eran
decididamente más demoníacas, con sus escamas, inclinadas
frentes y sus colmillos prominentes. Llevaban poca armadura, por lo
que sus cueros eran velludos y gruesos, pero las hachas de guerra
que muchos de ellos blandían parecían pesadas y virulentas.
Pharaun sacudió su cabeza en resignación y se preparó a
conjurar un hechizo.
Los tanarukks aullaron de encanto y se les abalanzaron
anhelantes, parecía, de llevar la batalla hasta donde estaban sus
presas arrinconadas. Muchos se lanzaron contra Jeggred y el
semidemonio bramó su propio grito de batalla aplastando y
cortajeando salvajemente. Tiró a un lado a uno de los tanarukks sin
esfuerzo, aplastándolo contra el muro más lejano, cerca de la
posición de Ryld.
Pharaun jadeó por un momento ante la desenfrenada
grandiosidad y ferocidad que desplegaba el draegloth, al mismo
tiempo que dos atacantes humanoides más fueron a parar bajo el
corte preciso de Splitter, la mágica espada que blandía con gran
habilidad Ryld Argith. Faeryl disparaba su ballesta al lado de Pharaun
luego se agachó para recargarla. Quenthel mientras tanto parecía
contentarse mirando a sus subordinados hacer el trabajo.
Sin embargo, llegaron más tanarukks y el mago casi no
reaccionó a tiempo cuando uno de ellos traspasó la línea de defensa
que Jeggred y Ryld habían formado.
El esclavo tanarukk de piel verde se inclinó hacia el mago, con
su hacha tirada hacia atrás para dar un golpe salvaje. Pharaun solo
pudo retroceder lo suficiente como para esquivar el corte de la hoja
cuando ésta barrió el aire donde había estado su cara unos
segundos antes. Consideró llamar al espadín mágico de su anillo
encantado que lo contenía, pequeño y fuera del alcance hasta que lo
necesitaba, pero sabía que el esfuerzo sería inútil. La delgada hoja
nunca podría resistir la fuerza del hacha, y además, no podía
hacerse un espacio entre él y la bestia como para usar esa ágil arma
más efectivamente. Rápidamente corrió fuera de su alcance para
poder maniobrar mejor.
Cuando el tanarukk arqueó su espalda y aulló de furia y dolor,
Pharaun vio que Quenthel estaba detrás de él, llevando su arma
hacia atrás para otro estallido de su pavoroso látigo. El tanarukk se
giró, todavía gritando de rabia. Levantó su hacha bien alto para dar
un golpe mortal, pero antes de que éste o la alta sacerdotisa
pudieran terminar sus ataques, un destello de sombras se materializó
al borde del campo de visión de Pharaun, y la sombra se convirtió en
Valas Hune.
El explorador mercenario se arrastró por lo bajo detrás de la
criatura de piel verde y sacó uno de sus kukris a través del tendón
del tanarukk lisiándolo con el cuchillo de extraña curvatura. Negra
sangre saltó por todos lados de la profunda herida mientras la bestia
caía sobre una rodilla, revolcándose y tratando inútilmente de
encontrar con las manos la fuente de su tormento. Tan rápido como
había aparecido Valas, se había ido, desvaneciéndose nuevamente
en las sombras.
Quenthel aprovechó la oportunidad de azotar al tanarukk de
nuevo con su látigo, y Pharaun vio los colmillos de las cabezas de
serpientes hundirse profundamente en la carne de la cara y el cuello
de la criatura.
Ya había comenzado a ahogarse y toser, su cara y lengua
hinchándose, envenenado por los azotes del látigo. Dejó caer su
hacha y se desplomó al suelo, llorando en agonía y sacudiéndose
con espasmos.
Pharaun se dio cuenta de que estaba reteniendo el aliento y
exhaló bruscamente, recobrando su agilidad mental. Disgustado
consigo mismo por ser tan indisciplinado, recordó el pequeño
pedacito de tentáculo de calamar que tenía en su mano.
Enderezándose, hizo una rápida inspección del campo de
batalla para determinar cual era el mejor lugar para conjurar el
hechizo que tenía en mente. Una hueste de tanarukks muertos se
habían apilado alrededor de Jeggred y Ryld pero las criaturas que
quedaban todavía peleaban por llegar hasta el dúo, gruñendo y
saltando alrededor, buscando una abertura en donde pudieran usar
sus hachas. El mago decidió que podía colocar la magia fácilmente
detrás de aquellos pocos humanoides que quedaban, pero luego se
detuvo, sorprendido.
Un rostro había llamado la atención del mago al fondo del paso.
Pestañeó y observó más detenidamente, sin confiar en su
suposición. Acechando en la oscuridad, mirando la batalla, había una
hermosa mujer. Pharaun la encontró atractiva, a pesar de que no era
una drow y parecía humana.
Un negro cabello rizado enmarcaba su rostro, y estaba vestida
con un corset negro de cuero brillante ajustado que marcaba sus
curvas como si fuera una segunda piel. Parecía estar diciéndole algo
a la última fila de humanoides, dándoles órdenes y gesticulando,
pero cuando notó que Pharaun la estaba mirando, le sonrió y enarcó
sus curvadas cejas incluso más en una sonrisa de perplejidad. Ahí
fue cuando el mago notó también las negras alas de cuero
sobresaliendo de su espalda. No era humana después de todo.
Pharaun sacudió su cabeza por el asombro. Semejante criatura
encantadora dirigiendo una compañía de malolientes demonios
enfurecidos, de algún modo no le parecía bien al mago. Pero,
hermosa o no, estaba del otro lado de la pelea. Tarde o temprano,
suponía él, se las tendrían que ver con ella.
Aunque no aquí; ni ahora.
Volviendo al asunto que tenía entre manos, Pharaun terminó de
conjurar el duomer que había elegido y una colección de negros
tentáculos surgieron situándose entre el contingente drow y los
tanarukks que quedaban. Cada una de las retorcidas y delgadas
cositas era tan gruesa como su muslo y serpenteaban alrededor
buscando cualquier cosa que estrangular. Demasiado tarde Pharaun
notó que Ryld había volteado a los enemigos que habían quedado y
que lo habían desafiado directamente y se estaba aproximando listo
para enfrentar el manojo que quedaba atrás.
Pharaun abrió la boca para gritar una advertencia al maestro de
armas, pero antes que le salieran las palabras vio a Jeggred alcanzar
y sujetar al Maestro de Melee-Magthere por la solapa de su pechera
y tirarlo abajo fuera de peligro. Un instante más tarde, uno de los
tentáculos se enroscó alrededor de uno de los cadáveres de un
tanarukk que había estado a los pies de Ryld y rápidamente se
enrolló más apretadamente, estrechando el cadáver. Si el maestro de
armas hubiera estado allí todavía, habría apresado su pierna.
Numerosos tentáculos se retorcían y azotaban, sujetando a los
sorprendidos tanarukks y enroscándose a su alrededor. Las criaturas
gritaban y quedaban estupefactas y mordían mientras los tentáculos
comenzaban a exprimirles las vidas.
La diablesa en el rincón lejano simplemente levantó una ceja
ante la aparición del hechizo, dando un solo paso quedando así fuera
del alcance de los retorcidos apéndices negros. Parecía
extrañamente contenta de observar como una a una quedaban
silenciadas sus tropas, sus alientos perdidos y sus costillas partidas.
Pharaun no perdió el tiempo esperando que terminara el hechizo
y permitirle a la hermosa diablesa o a cualquiera de los servidores
que quedaban que alcanzara a su grupo. Tampoco queriendo revelar
el alcance de su magia más de lo necesario, el mago se inclinó y
golpeó el suelo delante suyo. Dio una última mirada a la hermosa
diablesa frente a él mientras la oscuridad manaba entre ellos. Al
instante en que terminó ese hechizo, comenzó otro, sacando una
pizca de polvo de gemas de otro bolsillo y entretejiendo un
encantamiento que plantó un muro de invisibilidad entre los drows y
los tanarukks.
La barrera mágica era impermeable a cualquier ataque normal,
resistiría la mayoría de las agresiones mágicas y le daría tiempo a la
expedición de encontrar una salida. El muro de energía no
aguantaría indefinidamente pero duraría lo suficiente como para que
idearan un escape sin ser vistos. Pharaun se desempolvó las manos
mientras se alejaba del conjuro.
--Bueno, esa es una bella solución --acotó Quenthel--,
encerrarnos aquí. Sería mejor que nos enfrentáramos a esas sucias
bestias del otro lado antes que quedarnos sentados aquí.
Ryld se agachó cerca, respirando pesadamente, limpiando su
espada con un paño. Faeryl se desplomó exhausta, contra el muro
más lejano, tratando de recobrar el aliento. Sólo Jeggred y Valas
parecían incólumes, manteniéndose tranquilos ambos. El explorador
se movió para estudiar el bloqueo, mientras que el draegloth rondaba
cerca de Quenthel.
--Como traté de decirte --replicó Pharaun, recorriendo con su
mano la superficie de la gris y húmeda sustancia que evitaba su
traspaso--, este es el Araumycos. Podría seguir por kilómetros.
El mago drow sabía que su tono de regaño era inconfundible,
pero no le importaba. Quenthel dejó salir un suspiro de exasperación
mientras se apoyaba contra el muro del paso. Un hongo masivo, el
Araumycos era lo que más se parecía al exterior del cerebro.
Llenaba el paso completamente.
--Al menos podemos dejar de correr por un tiempo --dijo
Quenthel--. Estoy harta de llevar esta maldita cosa. --Refunfuñó
pateando la mochila a sus pies. Comenzó a sobarse los hombros.
Pharaun sacudió su cabeza sorprendido ante la obstinación de
la alta sacerdotisa. El mago había tratado de ser tan deferente como
le era posible, dejándole ver la insensatez de seguir en esa dirección,
pero a pesar de sus advertencias --y las de Valas-- la Señora de
Arach-Tinilith se había impuesto, con su usual conducta orgullosa, a
que ellos obedecieran sus deseos de todas formas. Ahora estaban
arrinconados contra la cobertura esponjosa, y ella simplemente iba a
ignorar el hecho.
Pharaun frunció los labios molesto mientras la miraba por el
rabillo del ojo. Ella se esforzó por quitarse el entumecimiento de los
hombros. Él solo podía imaginarse la molestia que ella podía estar
sintiendo, pero no le tenía compasión por su condición. A pesar del
hecho de que su propia mochila estaba aligerada mágicamente, a
Pharaun también le dolían los hombros. Le habían más que dolido,
estaba seguro de que estaban en carne viva.
--Ah, sí --dijo él, siguiendo con la exanimación de la cobertura
esponjosa--, lo dejaste bien claro cuan bajo puede una Baenre "nada
menos que la Señora de la Academia" llegar a... ¿cómo dijiste?...
"degradarse a sí misma como un esclavo ordinario revolviendo
mierda de rothé en un pantano de musgo". Pero, volvería a señalar
--de nuevo-- que fue tu decisión de táctica magistral dejar nuestros
sirvientes y lagartijas atrás, atados y sangrando para poder escapar
de esos encapuchados.
El mago sabía muy bien que sus cortantes comentarios
amargarían aun más su ya desagradable humor, pero sinceramente
no le importaba. Molestar a Quenthel le daba una alegría sin fin,
incluso durante circunstancias penosas como estas.
--Presumes mucho, chico --le dijo cortante la alta sacerdotisa
mientras se paraba derecha de nuevo, mirándolo funestamente--.
Quizás demasiado...
Aun sin mirarla, Pharaun enrolló los ojos donde ella no lo
pudiera ver.
--Mil veces mil perdones, Señora --dijo presintiendo que era hora
de cambiar de tema--. Entonces supongo que no te molestarás con
los bienes que piensas están almacenados en los depósitos de la
Garra Negra Mercante en Ched Nasad. Incluso si por derecho
pertenecen a la Casa Baenre, ¿cómo vamos a llevarlos de vuelta a
Menzoberranzan? Ciertamente, tú no los llevarás de regreso y una
vez que corra el rumor de que te gusta usar tus animales de carga
como anzuelo, nadie más los querrá llevar tampoco.
Pharaun le robó una mirada de costado a la alta sacerdotisa,
mayormente por el simple placer de observar su estado de disgusto.
El ceño de Quenthel era bastante severo, remarcando a pleno la
línea vertical entre sus cejas y dándole esa apariencia de estar en
apuros que el mago estaba empezando a encontrar excesivamente
cómica.
El mago sofocó una risita.
Eso la molestaría, pensó, sonriendo, pero luego vio a Jeggred
moviéndose para pararse entre ellos dos. La bestia amenazó al
mago y la sonrisa de Pharaun se desvaneció. Contuvo el aliento
mientras el draegloth le sonreía sombríamente. El fétido aliento del
demonio se vertió sobre él revolviéndole el estómago.
El demonio servía a Quenthel tenazmente y, con una palabra de
ella, intentaría gustosamente desgarrar al mago --o a cualquiera en
el grupo en realidad-- miembro a miembro con un regocijo malicioso.
Hasta ese momento, esa palabra no había sido dicha, pero Pharaun
no saboreaba la posibilidad de tener que defenderse ante una
agresión del demonio, especialmente en tal alojamiento cerrado
donde pasaría un mal momento haciéndose un espacio para poder
ejercer su cuota de hechizos. Preferiría una caverna más grande
para defenderse de Jeggred, pero desafortunadamente, solo estaba
este estrecho pasaje, sin espacio para huir de las garras de la bestia.
A pesar de su actual mal humor y de la muy torpe manera en la
que últimamente había acarreado la carga en su espalda, Quenthel
de algún modo se las arregló para parecer regia mientras se alejaba
del muro y caminaba a través del pasillo hacia Pharaun, su piwafwi
crujiendo a su alrededor. Él entendió que no estaba simplemente
ignorando sus mofas. Ella había esperado hasta que su fiel sirviente
se hubiera tomado la posición de defenderla antes de confrontar al
mago.
--Sé muy bien lo que hice y dije, y no necesito que imites mis
palabras de vuelta para mí como un erudito idiota exhibido en una
jaula dorada para que todos lo vean y se rían. --Concentró su mirada
sobre él y la sostuvo allí--. Estamos en una misión diplomática,
mago, pero esos bienes sí pertenecen a mi Casa, y regresarán allá.
Veré que sea así. Si no puedo contratar una caravana para llevarlas
de vuelta, entonces lo harás tú por mí. Y Jeggred se asegurará de
ello.
Sostuvo su mirada fija por un momento mientras Jeggred
sonreía carnalmente a su lado. Finalmente, se enderezó, le hizo un
pequeño gesto al draegloth, y el demonio se hizo a un lado para
lamerse la sangre de las garras.
--Busca como salir de esta... cosa --dijo Quenthel, indicando con
el dedo la cobertura masiva antes de darse la vuelta y caminar de
regreso hasta donde estaba su carga y sentarse en el suelo.
Pharaun suspiró y puso los ojos en blanco, sabiendo que había
presionado demasiado a la alta sacerdotisa. Más tarde sufriría por
sus pequeñas burlas. La miró a Faeryl para observar su reacción al
enfrentamiento. La embajadora de Ched Nasad simplemente le
sacudía la cabeza, con puro desdén en su semblante.
--Pensaba que tú, de todas las personas, estarías un poco más
que un poco disgustada de que ella esté planeando despojar por
completo la compañía mercantil de tu madre --le dijo por lo bajo.
Faeryl se encogió de hombros y dijo:
--No me incumbe. Mi Casa meramente trabaja para ella, para la
Casa Baenre y la Casa Melarn. Ambas son dueñas de la Garra
Negra, por lo que si ella quiere robarle a sus compañeros ¿quién soy
yo para detenerla? Siempre y cuando llegue a casa...
Pharaun se sorprendió de efectivamente ver una expresión de
melancolía en el rostro de la embajadora.
El Maestro de Sorcere gruñó ante la respuesta de Faeryl y se
dio vuelta una vez más para inspeccionar el material que bloqueaba
el camino. Estaba por un lado fascinado de verlo en persona por
primera vez y por el otro desesperado por encontrar una salida por
allí. Sabía que el Araumycos llenaba incontables de kilómetros de
cavernas en esa parte de la Antípoda Oscura, pero los viajeros a
veces habían encontrado la forma de rodearlo o atravesarlo.
Valas ya estaba escalando la superficie de la cobertura,
presionado firmemente contra ella, haciéndose camino hacia la parte
superior. Pharaun podía ver que el paso que habían seguido se
habría a lo que debía ser una caverna más grande, por que el techo,
al igual que el paso, se elevaba abruptamente. Podía ver que el
explorador se estaba haciendo camino arriba hacia una estrecha
abertura entre la cobertura y el costado de la caverna, quizás
esperando que allí hubiera un camino por el cual escurrirse, pero a
donde, Pharaun no tenía idea.
Pharaun consideraba que el diminuto mercenario de Bregan
D'aerthe era un poco tosco, sin embargo, estaba contento de que
estuviera con ellos en este viaje.
--¿Cuánto tiempo tenemos antes de que eso se acabe?
--preguntó Faeryl, mirando el camino por donde habían venido todos
de vuelta hacia la negrura.
A Pharaun le sorprendió de que le hablara a él. Ella estaba
envalentonada, suponía el mago, por su conversación anterior. Sin
molestarse en mirar a la embajadora, Pharaun continuó su
inspección, produciendo una pequeña llama desde la punta de sus
dedos con la que comenzó a quemar el hongo. Donde la llama
tocaba la cobertura, se ennegrecía y ajaba, pero no formaba un
hueco en ningún lado.
--No mucho --le dijo.
Sintió más que vio la incomodidad de su comentario descuidado.
El mago sonrió a pesar de si mismo mientras trabajaba, sorprendido
ante la irónica situación de Faeryl. No había sido tanto tiempo atrás
que ella había estado desesperada por hacer este viaje, regresar a
su ciudad natal.
Lo suficientemente desesperada como para huir de
Menzoberranzan y ponerla de mal humor a Triel Baenre, la matrona
más poderosa en la ciudad, en el proceso. Faeryl había fallado por
supuesto. Había sido capturada en las puertas y había terminado
presa como el juguete de Jeggred. Pharaun solo podía imaginar lo
que el draegloth le podría haber hecho a ella en nombre del deporte,
pero de alguna manera la Zauvirr se había ganado el indulto de Triel
y se le había asignado la participación en esta pequeña excursión a
Ched Nasad.
Al final, Faeryl había logrado lo que quería, pero el mago se
preguntaba si ella todavía estaba contenta por ello, a pesar de sus
comentarios anteriores. Incluso si ella realmente llegaba a casa, se
enfrentaba al trance de informar a su madre, la madre matrona de la
Casa Zauvirr, que Quenthel venía a llevarse todo. Absolutamente
todo. Sin hacer caso de la viabilidad de semejante movimiento y la
habilidad del contingente para llevárselo todo sin que la Casa Melarn
se molestara por ello, Faeryl y su madre serían las que estuvieran
atrapadas en el medio. No envidiaba su posición.
Además, cada vez que Jeggred simplemente se daba vuelta
para mirar en su dirección, ella retrocedía y se apartaba. El demonio
parecía disfrutarlo, tomando cada oportunidad para acrecentar la
incomodidad de la embajadora con una sonrisa sugestiva, una
relamida de sus labios, o una exanimación estudiada de sus filosas
garras.
A Pharaun le era claro que Faeryl estaba cerca de perder
completamente la compostura. Si eso sucedía, suponía que
entonces ellos tendrían que en verdad dejar que el draegloth la
tomara y terminara con ella.
Luego, por supuesto, estaba el asunto de los suministros.
Faeryl, al igual que el resto de los miembros de la pequeña excursión
había sido forzada a llevar sus propias pertenencias, algo a lo que un
elfo oscuro de buena cuna no estaba acostumbrado a hacer. Las
sillas de mano portadas por esclavos era más su estilo, como el de
Quenthel. Dejar esos sirvientes atrás para forzar la búsqueda había
sido lamentable, e incluso con la habilidad de Jeggred para acarrear
una parte substancial de la carga, el resto de ellos todavía tenía
considerables bultos. Difícilmente podía culpar a Faeryl si se estaba
preguntando si este viaje no era mas bien un grave error.
Por el comportamiento de Quenthel parecía que ella ya lo sabía,
o quizás no le importaba si el silencio de Lolth se extendía tan lejos
como Ched Nasad como mínimo y que su viaje de exploración se
había convertido en algo más semejante a una invasión. Eso estaba
bien para Pharaun, pero todavía sospechaba que habría más para
llevar de Ched Nasad que un depósito de chucherías mágicas.
Mirando una vez más su propia mochila y sintiendo la tensión en
sus hombros, Pharaun deseó por décima vez en el día poder
conjurar un disco mágico que llevara sus suministros. Tantas nobles
Casas drows hacían uso regular de tales conveniente hechizos que
las madres matronas generalmente insistían en que los magos de
sus Casas los aprendieran mientras iban a estudiar a Sorcere, la
antigua rama de la Academia. Aunque Pharaun nunca se había
molestado en familiarizarse con ellos ya que tenía una mochila
mágicamente espaciosa por dentro.
Incluso cargado con todas sus libros de magia, rollos, y otros
suministros más mundanos, pesaba una fracción de lo que pesaría
una mochila normal. Además, volviendo a la Academia, si él hubiera
tenido algún motivo para transportar algo con un disco mágico,
siempre había un grupo de estudiantes a mano que podrían haber
realizado esa tarea por él. Aun así...
Pharaun descartó la idea recordándose a sí mismo que su
magia era una mercancía demasiado preciosa. Con la diosa Lolth
todavía extrañamente silenciosa, ninguna de sus sacerdotisas podía
ganarse el favor de su magia divina, dejando a ambas Quenthel y
Faeryl severamente impedidas y limitadas en poder.
Los desiertos de la Antípoda Oscura no eran lugares en los
cuales estar siendo vulnerable. Además, no había mayor satisfacción
que ver como Quenthel, la Alta Sacerdotisa de Arach Tinilith, la rama
clérical de la Academia, lidiaba con su fardo.
Quenthel sorbió por la nariz, sacando a Pharaun de su
ensimismamiento. La alta sacerdotisa señaló hacia donde el
explorador todavía estaba escalando. Sólo sus piernas seguían
todavía visibles. El resto de él desaparecía en la hendidura formada
entre el muro de la caverna y el hongo. Ella se volvió a Ryld y le dijo:
--Tu amigo está buscando un camino a través. Deja de soñar
despierto y ayúdalo. --Volviéndose luego hacia Pharaun, añadió:--
Tú, también.
Decidiendo que la había atormentado suficiente por el momento,
especialmente con Jeggred tan cerca, Pharaun sonrió, le hizo una
reverencia, blandiendo su piwafwi, luego continuó examinando el
Araumycos.
Mientras Ryld se le unía, el mago murmuró:
--Es en momentos como estos cuando la encuentro de lo más
encantadora, ¿eh?
--No deberías mofarte de ella --le murmuró a su vez Ryld,
deslizándose frente al hongo y buscando su espada corta--. Todo lo
que vayas a hacer nos angustiará más tarde.
Hizo un corte experimental y extrajo una sección de la cobertura
del cuerpo principal. Cayó al suelo a sus pies, se agachó para
recogerlo pero ya se estaba ennegreciendo y pudriendo.
--Oh, creo que quieres decir "me" mi fornido amigo --replicó el
mago, removiendo un pequeño frasco de ácido de uno de los
bolsillos ocultos de su piwafwi y vertiendo el contenido sobre la
superficie del hongo--. Yo estaré desbordado con suficiente angustia
por el resto de nosotros antes de que siquiera lleguemos a Ched
Nasad, me temo.
Donde el líquido revestía la cobertura, el hongo comenzaba a
chisporrotear y a ennegrecerse.
Ryld se detuvo y le lanzó una mirada a su amigo. El guerrero
parecía sorprendido. A pesar de sus muchos años de amistad,
Pharaun sabía que incluso Ryld ocasionalmente encontraba la
conducta del mago grosera.
Es el precio que pago por una personalidad y una mente
brillante, se dijo a sí mismo Pharaun irónicamente.
Observó como un hueco razonablemente grande era comido a
través del hongo. Había solo un hongo más detrás de este.
--Podríamos tratar de cortar o quemar un camino a través de
esta cosa eternamente --rezongó Ryld, alejándose por la fachada del
obstáculo hasta el punto directamente debajo de donde Valas había
ascendido--. No hay forma de saber cuán profundo o grueso es.
--Cierto, sin embargo, es fascinante. Hasta ahora he descubierto
que puede ser dañada con ácido, fuego y cortes físicos. Pese a que
las piezas que saco simplemente se disuelven en una masa oscura y
putrefacta. ¡Increíble! Me preguntó si...
--Ciertamente espero que no intentes decirme que has agotado
todas tus potentes fuerzas mágicas con esta cosa --le pidió Ryld,
mirando nuevamente la todavía oscura cortina de magia detrás de
ellos--. Podríamos necesitar tus trucos de manera más desesperada
dentro de un momento.
--No seas estrecho de mente, mi amigo espadachín --contestó
Pharaun guardando un pedacito de piedra rosa dentro de un
bolsillo--. Con mis talentos, tengo más que suficiente para versar con
todos, incluso con nuestros encantadores perseguidores.
Ryld gruñó y al instante un buen pedazo de hongo golpeó el
suelo de la caverna a los pies de Ryld, pudriéndose enseguida. Ryld
dio un solo paso atrás, fuera de la línea de fuego, mientras más
pedazos caían donde había estado antes.
--Parecería que Valas está cortando un camino a algún lugar
--observó Pharaun, mirando hacia donde había sido visible el
explorador recientemente--. Me pregunto si tan solo está
experimentando o si realmente ha descubierto un medio para salir.
El mago estiró el cuello tratando de obtener una mejor visión.
--Hay una salida por aquí --dijo Valas, reapareciendo por
completo--. Vamos.
--Bueno, eso contesta la pregunta. Hora de irnos --dijo Pharaun
volviéndose al resto del grupo. Señaló hacia arriba a Quenthel y
Faeryl donde se lo veía al explorador--. Solo nos quedan unos
minutos antes de que se agote mi muro de fuerza.
Los otros drows y el draegloth comenzaron a flotar hacia arriba,
pudiendo ascender gracias a las insignias mágicas de sus Casas.
Uno a uno, desaparecieron a través del hueco invisible hasta que
solo quedó Pharaun. Comenzó a elevarse mágicamente dándose
cuenta por primera vez cuan alegre estaba de que no tuvieran que
volver a combatir más tanarukks.
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Ryld sabía que Splitter sería poco más que inútil en tales lugares
apretados, por lo que ya había sujetado su espada corta. Deslizó la
hoja suavemente y fácilmente de su funda en un movimiento suave,
recordando la sensación de ésta en su mano, el equilibrio, inclusive
mientras la levantaba para defenderse contra la arremetida del
semiogro. Paró el golpe de la masa de las criaturas y luego le hizo un
corte limpio a través de la sección media de la bestia.
El semiogro se sacudió de la sorpresa pero sólo un poquito, y
Valas estaba sobre la criatura salido de la nada, extrayendo uno de
sus kukris de los tendones. Hubo un estallido de luz y un crujido de
las hojas extrañamente curvadas al golpear el objetivo y la bestia
aulló y se revolcó mientras se agarraba las entrañas y la pierna del
dolor.
Por el rabillo del ojo, Ryld divisó un movimiento súbito, y se
agachó justo a tiempo para evitar una jarra arrojada. El vaso pasó
por encima de su hombro y se estrelló contra el muro cerca de la
mesa, desperdigando pedacitos de cerámica. Ryld no perdió tiempo
evaluando la fuente del ataque. Cortó a otro de los semiogros,
dibujándole una gruesa abertura a lo largo del antebrazo que sangró
mientras la criatura se tambaleaba hacia atrás, luego el guerrero se
alejó girando y deteniendo una enorme cachiporra de un tercer
enemigo, hacia la derecha, se abalanzó sobre él. El enfrentamiento
estaba llamando la atención de otros parroquianos de la taberna, y
Ryld podía escuchar a más de unos cuantos alentar a los semiogros,
maldiciéndolos a él y a Valas, y quizás viendo la posibilidad de entrar
en acción ellos mismos.
Esto se está por poner realmente feo, pensó el guerrero,
moviendo cautelosamente la espada entre él y el semiogro que le
bloqueaba el camino.
La saeta de una ballesta le golpeó las costillas, pero su piwafwi
y pechera previnieron que el misil lo penetrara. Aun así, la fuerza del
disparo hizo que se tambaleara un poquito, y la cachiporra le aplastó
el hombro izquierdo con un fuerte chasquido. Todo su brazo quedó
adormecido, y casi perdió pie cuando algo le enganchó la pierna trató
de voltearlo.
Esto es una locura, pensó el guerrero mientras luchaba por
apoyarse contra la pared, empujando la mesa entre él y el resto de
los parroquianos. Valas no estaba por ningún lado.
--¡Atrápenlo! --gruñó alguien desde la muchedumbre.
--¡Maten a los elfos oscuros! --gritó otro.
Aunque nadie parecía dispuesto a acercársele.
Ryld mantuvo su espada corta en alto ante las amenazas en
frente de él mientras escudriñaba la habitación en busca de su
compañero, preguntándose si el explorador lo había abandonado
para poder escapar. Difícilmente hubiera sido la primera vez que
Ryld se encontraba en tal posición.
Cuando un par de quaggoths --enormes humanoides de pelaje
blanco, conocidos a veces como osos de la profundidad-- se le
abalanzaron al guerrero, Ryld se vio forzado a volver su atención a
las dificultades a mano. Cortando con su espada corta, paró la lanza
que la primera criatura trató de arrojarle al pecho, luego dio un paso
al costado para evadir el segundo ataque, el cual estuvo muy cerca
de abrirle la garganta. Una segunda saeta de ballesta se hundió
contra la pared cerca suyo, rompiéndose contra la piedra.
Al mismo instante apareció Valas, habiéndose escondido de
alguna manera en medio de la muchedumbre. El explorador hundió
ambos kukris en la espalda del primer quaggoth. Ryld pestañeó de la
sorpresa pero aprovechó la oportunidad de girar y hacer un corte
bajo, cortando al segundo oso de las profundidades en ambas
rodillas.
Ambas criaturas colapsaron chorreando sangre mientras Valas y
Ryld se reunían contra la pared.
--Eso fue impresionante --dijo Ryld mientras él y el explorador
mantenían a la vociferante y maldiciente chusma a raya con sus
armas.
--Cuando esos dos vinieron por ti, vi la oportunidad y la
aproveché.
--¿Cómo quieres salir de aquí? --le preguntó Ryld, supervisando
la habitación en busca de cualquier signo de escape--. ¿Nos
hacemos camino peleando?
--No se tú pero yo ya tengo un medio de escape --replicó
Valas--. Te veo afuera.
Con eso el explorador se metió en una abertura trémula azul
que había aparecido súbitamente a su espalda. Ryld no tuvo tiempo
de bostezar siquiera, mientras la puerta desaparecía de vista,
dejándolo solo contra la horda de enojados parroquianos de la
taberna. Un hobgoblin se le acercaba cauteloso desde la derecha, al
tiempo que un orco y un extraña criatura lagarto lo cercaban desde el
centro y la izquierda, respectivamente.
Típico, pensó. Todos menos yo parecen poder aparecer y
desaparecer con esas malditas puertas. Ryld embistió y cortó arriba
al orco antes de girar para desviar un golpe de la espada corta de la
criatura lagarto. El guerrero pateó al hobgoblin y cortajeó al orco de
nuevo, esta vez cortándolo a lo largo de la mejilla de su enemigo.
Salpicó sangre, y Ryld comenzó a abrirse camino entre la multitud,
sabiendo que no podía continuar contra la pared y esperar sobrevivir.
Mientras se metía entre la multitud y sus oponentes
revoloteaban a su alrededor, Ryld tuvo una idea. Cayendo sobre una
rodilla, dio un par de estocadas defensivas al mismo tiempo que con
una mano alcanzaba la puerta y manoteaba el piso, llamando a la
oscuridad mágica. Casi la taberna completa quedó imbuida de una
negra oscuridad y los gritos de batalla de la multitud cambiaron a una
ruidosa confusión y pánico. La oscuridad no lo molestaba a Ryld.
Estaba acostumbrado a pelear a ciegas, sintiendo y escuchando a
sus enemigos fácilmente como los había visto antes.
La reacción de la opresiva chusma fue exactamente como lo
había esperado Ryld. Sin el entusiasmo de atacar a un oponente que
no podían ver y poco dispuestos a golpearse entre ellos, la multitud
se alejó del guerrero, dándole un amplio espacio. Deslizó a Splitter
de su espalda. Sin Valas allí, no tenia que preocuparse por controlar
o acortar sus barridas. Con a espada larga, podría abrirse camino
mucho más rápido.
Sin esperar a que los revoltosos parroquianos recobraran la
astucia, Ryld comenzó a tajear y cortar con bravas estocadas,
despejando un camino hacia la puerta. Los gritos emanando de
alrededor del maestro de armas eran temibles para el resto de los
alborotadores. Suficientemente rápido, Ryld salió de la oscuridad,
encontrándose cerca de la salida del establecimiento. Otro par de
espectadores permanecían en la puerta, pero cuando vieron al
fornido guerrero aparecer con su enorme espada apuntándolos, se
dispersaron velozmente. Moreteado y sangrando de varios cortes
pequeños, Ryld salió enseguida por la puerta hacia la calle.
Valas estaba apoyado contra una pared en la calle opuesta,
esperándolo.
Cuando Ryld vio al explorador, frunció los labios de disgusto,
pero antes de que pudiera expresar su bronca, Valas asintió y dijo:
--Fue mucho más fácil abrirte camino sin preocuparte por
golpearme, ¿verdad?
Ryld abrió la boca para replicar, se dio cuenta de que Valas tenía
razón y la volvió a cerrar de golpe.
Finalmente, después de que los dos comenzaran a recorrer la
carretera, el guerrero dijo:
--En el próximo lugar que lo intentemos tomaremos una de las
mesas de adelante.
Solo cuando Ryld se dio cuenta de que no tenían que abrirse
paso a los empujones en las multitudes, quienes se hacían a un lado
cautelosamente, es que notó que todavía llevaba a Splitter en la
mano, con la hoja goteando con sangre.
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Pharaun dejó a Aliisza en la pequeña casita, sintiendo una
combinación de regocijo y temor. Regocijo por la tarde satisfactoria
que había pasado con la alu, y estaba temeroso por todas las cosas
que había dejado escapar. Aunque se repitió a si mismo que fuera
prudente había tropezado varias veces hasta el momento. El haber
estado con la diablesa había reducido su normalmente agudo instinto
de precaución para el sentido de peligro recordado a medias que
sabia que tenía que tener pero no era así. Era una práctica aceptada
que un drow nunca se involucraba con una diablesa, que debía
mantener sus asuntos estrictamente de negocios, pero a pesar de
todo, allí estaba él, compartiendo su cama y desparramando sus
secretos mejor guardados. Aunque, si tenía que correr un riesgo,
Aliisza era un buen premio.
Cualesquiera fueran sus aprehensiones, Pharaun encontró que
sus pasos eran ligeros mientras regresaba a la Serpiente y la Llama.
Tenía información útil para compartir con el resto de los
Menzoberranyres, y también tenía un par de adivinaciones que
quería intentar con la esperanza de poder esclarecer un poco que
era lo que exactamente estaba sucediendo en el Abismo. Además,
todavía podía tener tiempo de realizar el pedido de Quenthel. Al fin y
al cabo, estaba resultando ser un día verdaderamente memorable.
A pesar de su júbilo, Pharaun todavía podía sentir la tensión de
la ciudad zumbando en el aire, y tuvo cuidado de evitar lo peor de las
muchedumbres. Después de la experiencia del día anterior, no creía
que fuera prudente quedar atrapado en una competencia de golpes
pesados al pecho con una congregación de ciudadanos disgustados.
Se aseguró de pasar la mayoría del tiempo flotando de un sector a
otro, evitando completamente las escalera de redes calcificadas que
conectaban los diversos niveles.
En el camino el mago se detuvo en un negocio de apariencia
sucia llamado Las Especias de Gauralt, un lugar con el propósito de
ofrecer componentes para hechizos difíciles de hallar. Valas se lo
había mencionado esa mañana antes de que partieran por caminos
separados, y Pharaun lo encontró exactamente donde el explorador
le dijo que estaría. Por supuesto que obtener lo que necesitaba era
otro asunto, pero Gauralt, el varón drow que manejaba el negocio,
pudo proveerle los cuatro cintas de marfil y un incienso en particular
que necesitaba, y enseguida siguió su camino.
De vuelta en la posada, ninguno del resto de los compañeros del
mago había regresado. Supuso que Ryld y Valas pasarían la mayor
parte del día tratando de juntar las provisiones y monturas que
necesitaban para el viaje de regreso, pero estaba un poco
sorprendido de que Quenthel, Faeryl y Jeggred no hubieran
regresado del almacén. No podía imaginarse que requería que
pasaran tanto tiempo allí, pero así estaba bien.
Si estaba ahí, se dijo a sí mismo, ella simplemente encontraría
algo con que tirarle de todas formas.
Comenzó a repasar mentalmente la lista de hechizos que quería
realizar. Primero, usaría sus nuevos componentes para tratar de
rastrear quien estaba tratando de matar a Quenthel.
Y probablemente se ofrecería a ayudarle, añadió, haciendo una
mueca.
También planeaba tratar nuevamente de espiar en el Foso de la
Telaraña Demoníaca.
Era un hechizo que había intentado más de una vez allá en
Menzoberranzan, sin ninguna suerte, pero esperaba obtener
resultados más satisfactorios lejos de la Ciudad de las Arañas. El
Maestro de Sorcere no tenía base para su suposición, pero pensó
que aun así valía la pena intentarlo.
Pharaun extrajo las cuatro tiras de marfil que había adquirido,
junto con el incienso, y se sentó a realizar el hechizo. Hacerlo lo
dejaría cansado y bajo en encantamientos, pero si los conocimientos
que ganara eran útiles, consideraría que valía la pena la pérdida.
El mago dispuso las cuatro tiras de marfil formando un
rectángulo sobre la alfombra, encendió el incienso, y cerró los ojos.
No era un hechizo que realizara seguido, y requería una aplicación
cuidadosa del cántico y preguntas específicas. No podía tropezar en
ningún momento, por que no sabía surgiría la siguiente oportunidad
de intentarlo.
Con el incienso ardiendo y el hechizo empezado, Pharaun hizo
su pregunta, suplicándole a las fuerzas elementales de la magia y a
los planos de existencia que le concedieran una respuesta
significativa.
--Revélenme el enemigo de Quenthel Baenre de la Casa Baenre
en Menzoberranzan, el enemigo que busca destruirla, quien llama a
los demonios para que la masacre en el mismísimo templo en donde
ella reina.
El ardiente incienso resplandeció y el humo llenó el cuarto.
Después de un momento, un mensaje se formó en la mente de
Pharaun, palabras pronunciadas por el viento, o quizás el Tejido
mismo. Sin embargo, fue entregado, el mensaje que recibió Pharaun
fue claro.
El que busca la muerte de la suma sacerdotisa comparte su
sangre y ambición. El enemigo de Quenthel se desprendió desde la
misma matriz pero no es de la matriz.
Pharaun pestañeó, sus ojos rojos volviendo al cuarto oscurecido
mientras los últimos remanentes del incienso se quemaban y
convertían en cenizas.
Desprendido desde la misma matriz pero no es de la matriz. Un
pariente, pero no mujer. ¿Un hombre? ¿Un hermano? ¡Gromph!
Tenía que ser...
Pharaun estaba sorprendido, no tanto de que el Archimago de
Menzoberranzan deseara la muerte de su hermana pero por el hecho
de que no se había dado cuenta antes. Gromph tenía mucho que
ganar eliminando a la única rival de los oídos de Triel. El archimago
no podía tener designios sobre el trono mismo de la Casa Baenre,
pero podía ser el maestro titiritero, moviendo las cuerdas detrás de
escena. Quenthel estaba en desacuerdo con todo lo que decía su
hermano, y viceversa, así que ella era un impedimento obvio y
poderoso para cualquiera de las ambiciones que él pudiera tener.
Y además se le agregaba que Gromph conocía las defensas de
la Academia y tenía la habilidad de conjurar a los demonios que
usaba en los ataques. Era un talento que pocos poseían, al menos
de los pocos que les interesaba hacer eso. Había otros hechiceros
poderosos dentro de las salas de Sorcere, y Pharaun suponía que a
algunos de ellos le habría gustado ver que alguien reemplazara
Quenthel como Señora de la Academia, pero Gromph era el que
seguía ganado la mayoría.
Aunque sabía la respuesta, Pharaun no estaba seguro de que
hacer con ella.
Por un lado, consideró él, yo estoy aquí con Quenthel.
¿Decírselo me ayuda más a mí? ¿O simplemente sello mi destino al
regresar a Sorcere? Si le digo a Gromph que Quenthel está tratando
de averiguar quien está tras ella, incluso si le hago el favor de
desviarla --o eliminarla, sugirió una pequeña parte de su mente--
¿mejora mi posición en Sorcere, o le será a él imposible protegerme
de la furia de Triel?
Por supuesto que Pharaun sabía que la mayoría de sus
decisiones dependían de la eventualidad de regresar a
Menzoberranzan, y estaba planeando discutir con Quenthel en
contra de ese curso de acción. Todavía quedaban demasiadas
variables, demasiadas consecuencias, antes de saber de que lado
del conflicto entre parientes se ponía. Podía estancarla a Quenthel
por un tiempo. No sabría que podría involucrar su búsqueda de
información. Por todo lo que ella sabía, el podría estar trabajando
con un hechizo que tardara días en ser completado o negociando
con un elemental de alguna clase, haciendo un trato a cambio de
algún objeto para realizar un hechizo que él mismo no conocía.
Había un par de mentiras que podía decirle a ella para mantenerla
esperando.
Por el momento, entonces, decidió que no le diría nada de sus
averiguaciones y vería para que lado rumiaba el rebaño de rothé.
Cuando fuera el momento adecuado, lo utilizaría para su provecho.
Cualquiera fuera el resultado, el mejoraría su posición dentro de la
Academia.
Pharaun descanso un rato más sobre el suelo, recobrándose del
esfuerzo del hechizo y luego comenzó a empacar su parafernalia,
metiendo las tiras de marfil en un bolsillo de su piwafwi.
A continuación, Pharaun sacó un espejito de su mochila.
Brevemente se preguntó si usar el mismo hechizo que había
empleado para encontrar al enemigo de Quenthel resultaría mejor en
estas circunstancias, pero no podía realizarlo nuevamente sin
descansar por unas cuantas horas y estudiar su libro de
encantamientos. Afirmándose en su resolución, el mago comenzó a
cantar las palabras necesarias para activar el escrutinio mágico.
El Maestro de Sorcere sabía que el encantamientos era
peligroso. Intentar espiar a una deidad sin permiso podía ocasionar
ramificaciones desastrosas. Aun así, estaba dispuesto a intentarlo,
aunque fuera para discernir más lo que estaba pasando en la vigilia
de la ausencia de la diosa. Rememorando los recuerdos que tenía de
su extraña visita al Foso de la Telaraña Demoníaca en aquellas
décadas pasadas, terminó el hechizo y espió por el espejo, el cual
reflejaba una imagen nebulosa de otro lado en lugar de su propio
rostro de piel oscura.
Pharaun miró fijamente por la ventana mágica durante varios
minutos, aguardando y con la esperanza de poder reconocer algo de
sus lóbregas profundidades. No había nada. Obligó al ojo espectral
que él sabía estaba en la otra punta de su hechizo que se deslizara
hacia adelante, espiando remotamente ese camino y así tratando de
obtener un vistazo de algo, cualquier cosa sólida en la informe
niebla.
El mago sintió un zumbido, una advertencia en el fondo de su
mente. Mentalmente luchó por soltarse del hechizo, de cortar la
conexión con el ojo del lejano lado del olvido, y casi lo logró, pero del
todo. Una repercusión negativa de energía lo golpeó, se lanzó con
violencia a través del espejo como un puñetazo, mientras al mismo
tiempo Pharaun sentía un muro de fuerza deslizarse, cortándolo de
su ojo mágico.
Mientras recobraba su sentido, Pharaun se dio cuenta de que
estaba tendido de espaldas, pestañeando al tiempo que sus ojos
trataban de enfocar el techo. Gruñó y se sentó, viendo que había
sido empujado hacia atrás desde el espejo más de seis metros. Se
levantó con piernas tambaleantes y avanzó hacia el espejo. Estaba
rajado, su superficie de vidrio fisurado como una telaraña. Miró el
espejo arruinado por un momento, preguntándose si el patrón
representaba algo o era pura coincidencia.
Bueno, eso responde la pregunta, pensó Pharaun. Un mero
mortal no podía penetrar el velo que había establecido los sesenta y
seis niveles del Abismo, pero quizás un ser superior si podía.
El Maestro de Sorcere sacudió su cabeza y suspiró mientras
juntaba cuidadosamente los fragmentos que quedaban del espejo.
¿Por qué me tomo estas molestias? Pensó mientras trataba de
dilucidar si debía descartar la cosa arruinada. Todo lo que hago por
todos, y lo único que obtengo es aflicción a cambio. Apuesto que
otros tipos no pasan por tantos problemas para rastrear a sus
deidades, pensó irónicamente. Estoy seguro de que simplemente los
ven arriba en cualquier momento...
El mago se congeló en medio de la habitación, con los
comienzos de una idea formándose. Casi se golpeó a sí mismo en la
cabeza.
¡Por supuesto! Pensó. He estado rondando el asunto al revés.
¿Por qué no lo pensé antes? Estamos haciendo las preguntas
equivocadas...
Lanzando el espejo en un tintineo de vidrio, Pharaun empezó a
pasearse, meditando sobre su idea más cuidadosamente. Estaba
comenzando a formarse un plan, uno que lo estaba entusiasmando.
La parte más difícil, se dio cuenta, sería encontrar la forma de
convencer a Quenthel.
No paso mucho tiempo hasta que Ryld y Valas regresaron de
sus excursiones.
Con una mirada a la pareja rápidamente se conjeturó que sus
esfuerzos no solo habían terminado insatisfactoriamente sino
violentamente también. Ambos drows estaban de malhumor al igual
que ensangrentados y moreteados. Valas caminaba con una leve
cojera, y Ryld parecía imposibilitado de levantar su brazo izquierdo
por encima de la cintura. Casi como uno, dejaron caer sus armas al
suelo y se tiraron sobre los sillones de descanso.
--Veo que las cosas no fueron bien hoy --comentó Pharaun--.
¿No hay probabilidades de acarrear las provisiones de Quenthel
fuera de aquí?
--Tres lugares --farfulló Valas--. Lo intentamos en tres lugares y
nos metimos en dos refriegas por nuestros problemas.
--Parece que no se consigue un par de lagartos --añadió Ryld,
fregándose los ojos con su mano buena--. Y si los hay, nadie parece
querer vendérselos a unos extranjeros.
--No lo encuentro difícil de creer --replicó Pharaun--,
considerando que no hay caravanas que entren o salgan de la
ciudad desde hace mucho tiempo. Todos se están aferrando a lo que
tienen, sobrellevando la crisis.
Pharaun se ocupó de ordenar sus propias cosas mientras los
otros dos varones se sentaban quietos.
--Apostaré contigo por quien tendrá que decírselo a ella --le dijo
Ryld a Valas--. ¿Piedra, pergamino y cuchillo?
El explorador sacudió la cabeza.
--Dejemos que el mago se lo diga --dijo él señalándolo a
Pharaun--. Él parece deleitarse en atormentarla, de todas formas, así
que ¿qué le hacen que salgan otro poco de malas noticias de su
boca?
Ryld asintió y Pharaun se encontró sonriendo.
--Bueno, todos tenemos un respiro, al menos por el momento
--dijo el mago--. Ella y los otros dos todavía no han regresado del
almacén.
--¿En serio? --preguntó Valas, sentándose derecho--. Había
pensado que de seguro regresarían antes que nosotros.
Pharaun se encogió de hombros y dijo:
--Al igual que yo, pero ninguno de ellos está aquí.
--Está bien por mi --dijo Ryld reclinándose contra la pared y
cerrando los ojos--. Mientras menos tenga que ver al maldito
draegloth mejor estoy.
Pharaun frunció los labios, dándose cuenta que lo que iba a
sugerir a continuación podía no caerles bien ni al maestro de armas
ni al explorador.
--Me enteré de algo también hoy --dijo quedamente.
Ryld abrió un ojo y miró al mago.
--¿Oh? --Valas se inclinó hacia adelante al borde de la cama--.
¿Has determinado qué le ha ocurrido a la Madre Oscura?
Pharaun sofocó una risa y dijo:
--No exactamente, pero descubrí que su desaparición no ha
estado limitada a nuestra propia raza. Otras especies sienten su
pérdida también.
--No sé si considerarlo una buena o mala noticia --dijo el
explorador, tirándose hacia atrás de nuevo.
--Tampoco yo --acordó Pharaun--, pero he averiguado también
que algo nos está sellando fuera del Foso de la Telaraña Demoníaca.
He intentado escudriñarla con la esperanza de averiguar algo sobre
la condición de la diosa-- si es que aún existe-- y no pude penetrar
dentro. Una barrera lo protege y nos mantiene a mí y a otros, fuera.
--¿Una barrera? Ahora estás hablando de cosas con las que no
tengo experiencia --dijo Ryld--. ¿Qué tipo de barrera?
--Una potente. Casi me convierto en polvo por mis molestias
--dijo Pharaun, con una sonrisa torcida en su cara--, lo intenté antes,
incluso hablé con el Archimago Gromph antes de que dejáramos
Menzoberranzan. Él ha experimentado los mismos problemas.
--Suena como si lo que fuera que esté haciendo la Reina Araña,
ella no quisiera ser molestada --dijo Valas.
--Si es que es ella la que lo está haciendo --contradijo Ryld--.
Quizás otro dios ha erigido la barrera para prevenir que la veamos.
--¡Exactamente! --dijo Pharaun entusiasmado--. Seguramente
alguien conoce --o puede averiguar-- lo que nosotros no podemos
descubrir.
--Creí que esa era nuestra misión... descubrir el destino de Lolth
--dijo Valas--. Es por eso que hemos venido aquí.
--Si, estás en lo correcto --dijo Pharaun, asintiendo--, aunque
este asunto con el almacén de elementos mágicos parecer haberse
tornado de alta prioridad. Con la intención de llevarnos de vuelta a la
parte más fascinante de nuestra pequeña expedición, tengo una
idea. Quiero emplear la ayuda desde afuera.
--¿Ayuda? ¿De quién? --Ryld estaba sentado también.
El mago comenzó a pasearse de nuevo mientras le explicaba el
plan a sus compañeros.
--Un mero mortal, incluso alguien con mi perspicacia, no puede
penetrar el velo que han puesto sobre el Foso de la Telaraña
Demoníaca. Algo está obviamente intentando mantenernos fuera.
Necesitamos la ayuda de alguien más para averiguar lo que está
pasando allí. Alguien que no sea de nuestra misma especie.
Los otros dos drows miraban al mago intensamente, con la duda
plasmada en sus rostros.
--No querrás decir... --dijo Ryld.
--Otro dios.
El maestro de armas parecía atónito. Valas no dijo nada pero
parecía haber estado contemplando las posibilidades de semejante
acto, y las ramificaciones.
--Quizás un ser superior --continuó Pharaun--, especialmente
uno cerca de las proximidades del Foso de la Telaraña Demoníaca
--uno de los otros niveles del Abismo-- podría o incluso posiblemente
ya ha descubierto más de lo que nosotros podemos esperar
averiguar por nuestra cuenta. Tal vez podamos convencerlo a uno de
ellos que nos diga lo que ha sucedido o esté sucediendo dentro. No
directamente, por supuesto --añadió Pharaun apresuradamente--,
pero a través de un intermediario... un seguidor.
--Juegas un juego peligroso y tonto, Pharaun Mizzrym --dijo Ryld
sacudiendo su cabeza--. La Madre Oscura puede considerarlo una
blasfemia, una traición a la fe.
--O puede felicitarme por ser tan innovador, por estar tan
dispuesto a examinar y explorar, cual fuera el riesgo. La otra opción
es admitir la derrota, regresar a Menzoberranzan y sentarnos sobre
las manos viendo como terminan nuestros estilos de vida.
--Quenthel no estará contenta con este plan --advirtió Valas--. Lo
más probable es que lo considere como una afrenta personal hacia
ella.
--Sí, bueno Quenthel está muy concentrada en revestir los
cofres de la Casa Baenre como para que aprecie todo el panorama
delante nuestro. Estoy comenzando a preguntarme cuan sabia fue su
elección como lider de esta expedición. No me mires así, Ryld... has
cuestionado más de una de sus decisiones desde que partimos.
--Nunca abiertamente. No en su cara.
--Ella no está aquí ahora, ¿verdad? Mi amigo, juego con fuego,
eso lo sé, pero si no actúo como dicta mi corazón entonces le he
fallado a mi raza peor que ella. Estoy contento con dirigir las cosas
detrás de escena, dejándole creer que ella controla nuestro tempo,
por supuesto, pero semejante método requiere paciencia, más que
una pequeña frustración, a veces, y la posibilidad de fracasar o ser
expuesto. Tendríamos más probabilidades de lograrlo si nosotros tres
trabajamos juntos para manipularla. Podría utilizar tu ayuda.
Valas tenía su mentón apoyado en las manos, pensando. Ryld
sacudió la cabeza, líneas de preocupación arrugándole la frente.
--Peleas contra milenios de tradición y hábitos, Pharaun --dijo el
maestro de armas--. No puedo decir que le doy la bienvenida a la
idea de regresar a Menzoberranzan sin haber mejorado desde que
nos fuimos, pero usurpar la autoridad de la suma sacerdotisa podría
muy bien poner nuestras cabezas en los parapetos de la Casa
Baenre.
--El mago ya ha lo ha hecho por un par de semanas...
--Quizás, pero hasta ahora, era él solo contra ella, no nos había
metido en esto.
Pharaun chasqueó la lengua con exasperación.
--¿Honestamente piensas que no nos hará responsable, sin
importar los relativos niveles de compromiso? --preguntó el maestro
de Sorcere--. Ella te echará la culpa simplemente porque eres un
varón, Maestro Argith.
Lentamente, Ryld asintió.
--Supongo que tienes razón --dijo--. Pero todavía no me hace
sentir mejor.
--No estoy sugiriendo que la amarremos y la tiremos adentro de
una caja, Maestro de Armas. Todo lo que estoy pidiendo es que me
apoyen cuando haga una sugerencia, que me respalden, aunque sea
sutilmente, cuando ella y yo estemos en desacuerdo. Ayúdame a
convencerla de que seguir adelante, mas que retroceder hacia
Menzoberranzan, es el curso de acción más prudente.
--Tiene sentido --replicó Ryld--, pero ahora mismo, tu idea es
simplemente eso. Debemos encontrar a alguien que esté dispuesto a
servirnos de conducto. ¿Sabes de alguna criatura así?
--Yo sí --dijo suavemente Valas.
Pharaun se puso de cuclillas delante del explorador y preguntó:
--¿En serio? ¿Quién?
--Hay un sacerdote que conozco, un seguidor de Vhaeraun.
--Vhaeraun --dijo Ryld en un tono cortante--. Dudo que
recibamos ayuda alguna de él.
--Quizás, pero Tzirik es un viejo socio mío --replicó Valas. Ante la
mirada de sorpresa de Ryld, el explorador añadió--: Cuando
vagabundeas por la estepa de la Antípoda Oscura tanto como yo lo
he hecho, tienes decididamente que ser más pragmático que en los
cómodos confines de Menzoberranzan. Tzirik Jaelre me debe un
favor. Si podemos llegar hasta él, creo que podría ayudarnos. --Valas
se volvió a Pharaun y agregó--: Asumiendo, por supuesto, de que
tienes noción de lo que debería hacer él una vez que lleguemos
hasta ahí.
--La tendré cuando encontremos al sacerdote. Mientras tanto,
mantén este Tzirik Jaelre para tí hasta que cruce unas palabras con
Quenthel. En el momento indicado, menciona que lo conoces, y le
mostraremos la sabiduría de ver a través de todo esto hasta el final.
--Espero que el final llegue más tarde que temprano --dijo Ryld
severamente.
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Pharaun no vaciló.
--Dispérsense --le dijo cortadamente a los dos drows con él.
Realizó un hechizo. Ordinariamente habría necesitado al menos
unos segundos para pronunciar la frase y realizar los gestos para
efectuar el hechizo, pero había mejorado esta magia particular, y
este conjuro simplemente sucedió como lo pensó, sin gestos,
palabras o demoras. Una espesa y envolvente niebla apareció,
oscureciendo todo alrededor del mago. Sabía que Ryld sabría como
cuidarse, y esperó que Valas entendiera también. Enseguida los
sacó de su mente mientras levitaba hacia arriba.
Otra violenta explosión sacudió la Casa, aunque el mago,
flotando en el aire, solo la escuchó esta vez. Flotó todo el camino
hacia el techo, cubriéndose con un hechizo de invisibilidad. Sabía
que no lo ocultaría por completo de los astutos magos y madres
matronas, pero al menos le impediría localizarlo a los soldados
comunes. Desde abajo, podía oír el tumulto y confusión mientras una
hueste de drows reaccionaba a ambas, las palabras del mensajero y
el retumbar de los cimientos.
Cuando llegó al techo, Pharaun buscó en su piwafwi y extrajo
una pequeña pizca de polvo de diamante. Conjuró una vez más,
mirando como el polvo se desvanecía en un destello de luz. Una vez
más lo encubriría, esperaba él, de la magia de detección.
Para entonces, alguien había tenido el buen sentido de disipar
mágicamente la niebla de Pharaun, y el suelo estaba despejado una
vez más. El Maestro de Sorcere escudriñó toda la cámara, buscando
señales de Ryld y Valas. El explorador no estaba en ningún lado, lo
cual no le sorprendía al mago en lo más mínimo, y Ryld se había
alejado a un rincón de la habitación. El maestro de armas estaba
acuclillado detrás de unas estatuas, con Splitter en mano,
observando como el enemigo corría de un lado para otro.
No permanecerá mucho tiempo escondido, razonó Pharaun,
sabiendo que las madres matronas todavía tenían la intención de
tomar la justicia en sus propias manos tan pronto como pudieran
restablecer algo de orden. Pensando rápidamente, el mago sacó un
poco de lana de uno de sus bolsillos. Con esta realizó otro hechizo.
Este se lo arrojó a Ryld, creando una pequeña mejora al escondite
del guerrero. Cuando acabó, una nueva estatua ilusoria permanecía
donde estaba Ryld, ocultándolo aun más. Pharaun volvió su atención
al centro de la habitación, donde permanecían varios magos, algunos
de ellos realizando conjuros. Otro se volvía a todas partes,
escudriñando en todas las direcciones, y Pharaun pudo ver que el
drow emanaba magia. Nos están buscando, se dio cuenta el Maestro
de Sorcere.
Revolviendo en sus bolsillos, Pharaun encontró lo que estaba
buscando: un pequeño martillo y una campanita, ambas hechas de
plata. Golpeando la campanita con el martillo, el mago logró otro
efecto mágico. Esta vez los resultados fueron llamativos.
Una horrorosa vibración golpeó el suelo debajo de los pies del
mago, haciendo que todos pusieran sus manos en las orejas y
tropezaran. Incluso el que había estado escudriñando la habitación
pareció sorprenderse, aunque plantó sus pies y continuó buscando.
Mientras la vibración alcanzaba un crescendo, la piedra misma del
suelo no pudo seguir resistiendo la tensión y comenzó a
resquebrajarse. Se dispararon miles de telarañas a través del suelo,
haciendo imposible mantenerse en pies y volteando a los magos al
suelo. El suelo siguió fracturándose hasta que no fue mas que polvo,
de varios centímetros de profundidad.
Los caídos magos levantaban polvo mientras se revolcaban,
tratando de ponerse en pie de nuevo. Varios de ellos no se movieron
siquiera. Excelente, pensó Pharaun, pero su alegría duró poco. Ryld
había sido descubierto y estaba enzarzado en una feroz batalla con
varios soldados de la Casa Melarn y al menos dos sacerdotisas.
Aunque le sangraba un corte en su brazo, el guerrero se las estaba
apañando, pero Pharaun sabía que no duraría mucho si alguien
introducía la magia en el juego. El mago ya podía ver a una
sacerdotisas desenrollado un papiro. Sin embargo, antes de que él
pudiera actuar, Valas se puso detrás de ella, apareciendo de la nada
--¿Cómo lo hace? Se maravilló Pharaun-- y le clavó una de sus
dagas curvas en su pequeña espalda. Al tiempo que la clériga caía
pesadamente sobre el suelo, el explorador se alejó y Pharaun lo
perdió de vista nuevamente cuando el mago volvió su atención a otra
parte de la habitación.
Allí, varias de las madres matronas se habían reunido,
protegidas por una porción significativa de sus comitivas, y se
acurrucaban alrededor de algo que Pharaun no podía ver. Consideró
si golpearlas mientras estaban tan juntas pero descartó la idea.
No debo llamar la atención sobre mí más de lo necesario,
decidió.
Pharaun sintió un cosquilleo de magia sobre él, y vio a otro
mago con su dedo apuntando en su dirección. De algún modo
habían descubierto su posición. Pharaun notó que estaba brillando
con una pálida llama violeta, a pesar de su estado invisible. Otros
magos ya estaban mirando en su dirección, y un puñado de soldados
estaban cargando sus ballestas.
¡Maldición! Pensó el mago.
Rápidamente se envolvió con su piwafwi y le dio la espalda a la
primera descarga de proyectiles que se estrellaron contra el techo a
su alrededor. Sintió que un par de misiles le golpeaban la espalda
pero su piwafwi hizo su trabajo. Sabía que no había forma de
eliminar el fuego mágico sin también deshacerse de la invisibilidad,
pero si simplemente se dejaba estar como un blanco, terminaría
como un alfiletero. Sacudiendo su cabeza en consternación,
rápidamente bajó de su posición, amortiguando la caída justo antes
de llegar al suelo.
El contingente de magos y soldados había seguido el descenso
de Pharaun y se le estaban acercando. Dos soldados blandiendo
espadas largas se le vinieron de lados opuestos, y aunque le era
posible esquivar el primer ataque limpiamente, el otro le cortó a lo
largo del brazo, penetrando su piwafwi. La sangre salió a borbotones
del corte al tiempo que el mago gritó de dolor. Un segundo más
tarde, él y sus dos adversarios estaban sumergidos en un torrente,
como si hubieran estado bailando en el centro de una cascada, solo
que no era agua. Quemaba como el fuego, y los dos soldados de las
espadas se encogieron y desgranaron mientras sus pieles se
ampollaban y enrojecían. Pharaun sintió su propia piel burbujear y
hervir mientras se arropaba con su piwafwi para protegerse el rostro
y alejarse moviéndose a un paso sobrenaturalmente rápido, gracias
a la magia de sus botas.
Saliendo ileso de la cascada de ácido, Pharaun llamó a su
espada mientras se ponía en pie, continuando con el avance hacia
dos soldados más. Usó la danzante y revoloteante espada para
mantener al par de drows a raya lo justo para así poder pasar entre
ellos antes de que siquiera se dieran cuenta de lo que estaba
haciendo. Una vez que pasó, se encaminó en la dirección de Ryld,
mientras más proyectiles de ballestas y un par de rayos de luz y
fuego chisporrotearon al tiempo que lo alcanzaban.
Valas se había escondido de nuevo, pero Ryld estaba en
problemas, rodeado de no menos que seis oponentes. Con cada
barrida de Splitter, el fornido guerrero paraba varias armas al mismo
tiempo. Su pecho estaba jadeaba por el esfuerzo, y estaba cubierto
de sangre de una docena de pequeñas heridas. No parecía capaz de
pasar a la ofensiva con tantos enemigos rodeándolo.
Mientras que Pharaun se acercaba a su compañero, tenía a la
espada cortajeándole la espalda a uno de los adversarios de Ryld.
La hoja se clavó en el soldado drow desde atrás provocando que el
pobre tipo arqueara la espalda en agonía y se revolcara en el suelo.
Severamente, Pharaun le ordenó a la espada que regresara para
protegerlo mientras comenzaba a conjurar otro hechizo.
Colocándose en una posición defensiva cerca de las mismas
estatuas que había usado Ryld para esconderse anteriormente, el
Maestro de Sorcere sacó una segunda pizca de diamante
pulverizado. Aunque esta vez, el hechizo tejió una barrera de
invisibilidad entre él y la docena o más de soldados y magos que lo
habían estado persiguiendo. El lugar que Ryld había elegido para
esconderse estaba más o menos en un rincón de la gran cámara de
audiencias, y Pharaun sacó ventaja al estirar su muro invisible hacia
un ángulo, aislándose él y al Maestro de Melee-Magthere del resto
de la cámara, con solo los cinco drows que todavía rodeaban a Ryld
para enfrentarse.
El Maestro de Sorcere volvió su atención a ayudar a Ryld al
tiempo que los otros soldados descubrían dolorosamente su muro
mágico. Ignoró los porrazos que los dos o tres primeros se daban
contra la barrera, pero no pudo evitar sonreír. Ryld había herido
mortalmente a un segundo enemigo, una sacerdotisa que se estaba
retorciendo en el suelo en un creciente charco de sangre. Pharaun
sacó su propia ballesta y cargó el arma incluso al tiempo que traía a
su espada danzarina para cargar contra un drow varón que intentaba
atacar a Ryld por detrás.
La espada cortó, rozándole el hombro al guardia, y cuando el
soldado se dio vuelta para protegerse de esta nueva amenaza,
Pharaun disparó su ballesta, acertándole. El soldado gruñó de
sorpresa y dolor mientras el proyectil se le clavaba en el brazo del
arma. Dejó caer su espada larga y se tambaleó hacia atrás,
observando la espada danzante mientras revoloteaba frente a él.
Pharaun recargó la ballesta y le estaba apuntando cuando salió
Valas desde una sombra y acabó con el guardia desde atrás. Con los
ojos bien abiertos, el drow boqueó y trató de decir algo, pareció
confundido de que sus palabras no pudieran formarse, luego murió
cayendo al suelo mientras el explorador liberaba su kukri de la
víctima.
--Asumo que eres tu, mago? ¿Cuál es el punto de ser invisible si
estás brillando con una luz púrpura como esa?
--Me alegra verte tenso por el lado correcto de las cosas --dijo
Pharaun, luego se tambaleó mientras otro temblor sacudía el
edificio--. Por la Madre Oscura, ¿qué está pasando allá afuera? --dijo
enderezándose después de la sacudida.
--Lo que sea, no sé si es mejor estar allá afuera o aquí
--respondió Valas, limpiando su daga curva en el piwafwi de un drow
muerto--. Tenemos que salir de aquí.
Pharaun asintió, olvidando de que el explorador no podía verlo y
luego dijo:
--De acuerdo --antes de voltearse a ver como se las había
arreglado Ryld.
El guerrero se estaba enfrentando a un solo oponente, pisando
cuidadosamente alrededor de los resbaladizos charcos de sangre
mientras hacía fintas un par de veces. Sus estratagemas no eran
terriblemente efectivas, y se estaba quedando sin aliento. Su blanco
cabello cortado al ras estaba matizado de sangre roja.
Valas se arrastró hacia adelante, listo para meterse en otra
pelea al momento en que se presentara una oportunidad, por lo que
el mago volvió su atención a su muro mágico, seguro de que sus dos
compañeros tenían la situación controlada.
Del otro lado de la barrera, varios magos drow estaban
levitando, intentando ver si Pharaun había dejado huecos cerca del
techo. Otro mago estaba obviamente conjurando, tratando de
encontrar algo que disipara el efecto. Los soldados permanecían
preparados, tanteando sus armas y observando a Pharaun y sus
compañeros funestamente. Pharaun sabía por el sentido común que
la partición mágica todavía aguantaba, pero sería solo cuestión de
tiempo antes de que sus enemigos encontraran la combinación
adecuada de magia para voltearla.
Por el momento, Pharaun notó el humo en el lado más alejado
de la habitación. Era donde habían estado las madres matronas,
pero ya no estaban allí.
Claro que no, pensó el mago sarcásticamente. No van a salir
hasta que sepan que estamos custodiados nuevamente. Sin
embargo, el humo, era grueso y negro y parecía estar vertiéndose
por todo el cuarto a través de un agujero en el muro. Podía ver
llamas lamiendo las piedras, se dio cuenta de lo que estaba
pasando.
--Definitivamente tenemos que salir de aquí --le dijo el mago a
Valas.
--Eso es lo que dije --replicó Valas--, pero parece que nos has
encerrado aquí.
Ryld había despachado a su adversario final y cayó sobre una
rodilla tratando de recuperar el aliento.
--Hola, Pharaun. Es bueno "verte". Ustedes dos no van a
atravesar paredes de nuevo, ¿no? --preguntó Ryld, poniéndose de
pie nuevamente.
Del otro lado de la barrera, algunos de la delegación de la Casa
Melarn habían perdido interés en ellos, volviéndose y señalando el
humo o corriendo hacia este. Lo que fuera que estuviera ocurriendo
en el lado oscuro de la cámara de audiencias, ellos estaban muy
agitados.
--Ay --le respondió Pharaun al guerrero--, he agotado mi cuota
diaria de "cruzar paredes". Me temo que tendré que confiar en
medios más convencionales para salir. Aun así, no deberíamos
demorarnos. Ese humo es del mismo tipo con el que tuvimos que
lidiar durante la insurrección en Menzoberranzan.
--¿Las bombas de fuego que queman hasta las mismas
piedras? --preguntó Valas.
--Entonces eso significa que... --añadió Ryld.
--Precisamente. Puede que estemos luchando contra asociados
de Syrzan, u otros, que están incitando al populacho a que se
revelen y se armen con las mismas herramientas de destrucción.
--Pensé que dijiste que el alhoon estaba operando solo, que era
un paria dentro de los de su especie --dijo Ryld, dando vueltas en
círculos y analizando cada ángulo y grieta del rincón de la habitación.
--Lo dije --admitió Pharaun--. En mi conversación con esa cosa
durante nuestro cautiverio, afirmó justamente eso. Quizás quien le
suministró las botellas incendiarias químicas a sus seguidores sirve
en varios frentes.
--No importa quién lo esté haciendo, sabemos la gravedad de la
situación --dijo Valas--. Necesitamos salir de la ciudad.
--Nuevamente estoy de acuerdo --dijo Pharaun--. Sugiero que
corramos una vez que baje la barrera.
--¿Hacia esa turba? --contrarrestó Ryld--. Deberíamos buscar
otra manera de salir.
--Pero esa es la forma más rápida hacia las calles. No sabemos
el camino por aquí, y la Casa Melarn podría convertirse en un
infierno pronto.
--Mira --argumentó Ryld--, puede que te sientas bien, pero yo no
puedo soportar otra pelea ahora mismo. --Señalo su propio cuerpo
ensangrentado--. Tiene que haber otra forma de salir de esta Casa.
Encontremos una. --El guerrero señaló hacia una puerta en el pasillo
y añadió:-- Deja tu barrera arriba y vayámonos.
Valas asintió y dijo:
--Ryld tiene razón. No podemos pelear contra todos ellos.
Intentemos otra ruta.
--Muy bien --suspiró Pharaun--, pero si la Casa se nos cae
encima, yo los culparé de ello personalmente a ustedes dos.
Señaló la puerta invitando a Valas a que los guiara.
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Mientras llegaba a la callejuela, siguiendo a Ryld Argith,
Halisstra se volteó a ver quien la había alcanzado en el caótico
hormiguero de combatientes drows y duergars. No había señal de los
otros.
--¡Vamos! --gritó Ryld desde adelante, haciendo ademanes
frenéticamente para que Halisstra se mantuviera a la par de él.
Varios duergars los habían seguido hacia la callejuela que corría al
costado del templo y la estaban cercando a ella. Se volvió por un
momento, pensando en hacer una parada y echarlos pero el dardo
de una ballesta se estrelló contra la pared de piedra cerca de la
sacerdotisa, bañándola de esquirlas. Ella dio media vuelta y corrió,
con los enanos grises batiéndose tras ella.
Al tiempo que Halisstra se ponía a la par de Ryld, ella disparó su
propia ballesta una vez, para aminorar la persecución, y corrieron a
toda velocidad por la callejuela, sorteando las curvas del camino,
tratando de perder a sus enemigos. Los dos dieron vuelta una última
curva y se detuvieron en seco. La callejuela terminaba en una sólida
pared, aunque una de las partes era baja, protegiendo una especie
de porche.
--Maldición --musitó Ryld, sacando su espada. Se volvió de
espaldas preparándose para enfrentar a los enanos grises que
venían--. Prepárate --le dijo a ella, y Halisstra se plantó al lado del
guerrero, con su pesada maza sintiéndose bien en la mano.
--¿Por qué simplemente no flotamos hasta allá arriba? --le
preguntó señalando el borde del techo mientras aparecían los
primeros dos enanos grises.
El primer enano gris blandía un hacha de doble hoja de
apariencia malévola, mientras que el segundo tenía un pesado
martillo que era fácilmente el doble del tamaño de la maza de
Halisstra. Ella reajustó el agarre de su escudo mientras que el enano
que blandía el martillo avanzaba, el odio brillando en sus ojos.
Ryld arriesgó una rápida mirada arriba antes de que diera un
paso grácilmente a un lado, eludiendo el primer corte del hacha de
doble hoja y haciendo a su vez un veloz y limpio corte que el enano
apenas pudo arreglárselas para parar.
--Solo si tenemos que hacerlo --replicó el guerrero--. No tiene
sentido convertirnos en blanco de sus ballestas.
Halisstra podía ver que aunque el arma del duergar era más
grande, la criatura estaba forzada a poner mucho tras cada barrida,
mientras que Ryld era capaz de hacerse a un costado y redirigir su
propia arma mucho más fácilmente. Después la sacerdotisa estuvo
mucho demasiado ocupada frustrando los ataques de su propio
atacante como para observar al maestro de armas.
El primer golpe fue bajo, apuntando a sus rodillas, y ella inclinó
hacia abajo su escudo lo suficiente como para que el martillo lo
rozara, tirándolo mientras ella giraba y se ponía fuera del alcance
evitando todo el peso del embate del golpe. El enano siguió esto con
la barrida de un gancho el cual Halisstra se vio forzada a bloquear
con su arma, de nuevo redirigiendo el martillo más que tratando de
parar completamente el envión. Puso su maza atrás nuevamente y
esperó, pensando dejar que su enemigo se cansara barriendo
repetidamente.
Eso estaba muy bien en la teoría, se dio cuenta Halisstra, pero
cuando otros tres duergars más aparecieron, supo que ella y Ryld
habían sido arrinconados. Esta vez, cuando el enano gris hizo un
barrido alto y ella lo esquivó agachándose, ella también lo pateó,
alcanzando el costado de la rodilla del enano con su bota. El
humanoide gruñó y trastabilló hacia atrás un par de pasos, pero
había otro enano allí, listo para meterse en la refriega. Halisstra se
movió para posicionarse al lado de Ryld otra vez, trabajando de
manera que cada uno de ellos pudiera proteger el costado del otro,
previniendo que los enanos grises penetraran en sus posiciones. Por
el rabillo del ojo, vio a Ryld, todavía combatiendo a los enanos
grises. Uno de los humanoides yacía muerto a sus pies, mientras
que el otro tenía un tajo sanguinolento a lo largo de la pierna. Detrás
de ellos, aparecieron dos más, y estos tenían ballestas, las cuales
aprestaron, esperando una abertura para dispararlas contra los dos
drows.
Uno de los duergars le dio un codazo a su compañero y señaló
a la sacerdotisa. Juntos, levantaron sus ballestas para ponerla en
sus miras, y Halisstra se refugió tras su escudo. Sintió uno de los
dardos golpear su escudo, pero el otro se hundió en su hombro.
Gruñó de dolor y se tambaleó hacia atrás, incapaz de mantener su
escudo levantado lo suficientemente arriba para una protección
sólida.
Otro enano gris rodeó a Halisstra por el costado de su escudo,
viendo que sus defensas estaban bajas, y empuñó en alto su hacha
para un nuevo golpe. Hizo lo mejor que pudo para girar y enfrentarse
al duergar sin exponer el flanco de Ryld, y se las arregló para
detener el golpe con su maza, pero la fuerza del ataque la hizo caer
sobre una de sus rodillas.
--¡Ryld! ¡Ayúdame! --gritó, y como si presintiera que estaba en
problemas, el guerrero estaba frente a ella, combatiendo contra
cuatro enemigos a la vez.
La sacerdotisa se atrevió a echar una mirada a los enanos
grises que estaban recargando sus ballestas. También le estaban
apuntando a ella y sonriendo maliciosamente. O mejor dicho,
estaban apuntando por sobre su cabeza, se dio cuenta Halisstra. El
corazón de la sacerdotisa dio un vuelco mientras espiaba por encima
de ella. Más enanos grises habían tomado el techo, y estos habían
echado unas redes a lo largo de la entrada mientras ella y Ryld
habían estado ocupados con la batalla. Ellos estaban atrapados
dentro de la callejuela, sin poder escapar. Los duergars sobre los
techos también tenían ballestas y como uno de ellos disparó
Halisstra se agachó. El dardo de la ballesta pasó volando cerca de
su cara, rozándole la mejilla. Sintió una humedad.
--¡Ryld! --gritó mientras se ponía de pie otra vez--. Están arriba
de nosotros también. Estamos atrapados.
El guerrero nunca reconoció el grito de Halisstra, ya que estaba
muy ocupado esgrimiendo contra cuatro duergars. Lentamente fue
forzado a retroceder, con sanguinolentos cortes en todo su cuerpo,
teniendo que recular un poco a la vez para evitar que los enanos
grises lo rodearan.
Apretando los dientes, Halisstra tanteó la punta del dardo de la
ballesta que sobresalía de su brazo y casi se desvaneció por el dolor
que le producía hacerlo. Con el brazo de su escudo inutilizado, la
sacerdotisa se pudo de pie de todas formas, sujetando su maza y
colocándose junto al guerrero una vez más. Trató de quedarse a su
lado, para proteger el flanco de él y disfrutar de una protección
similar.
Uno de los cuatro enanos grises estaba muerto, pero Ryld
respiraba pesadamente. Un duergar se deslizó alrededor del costado
de Halisstra, tratando de penetrar sus defensas. Ella balanceó
fuertemente su maza y le dio en el hombro al duergar que se le
acercaba, sintiendo el satisfactorio crujido del metal contra los
huesos. El enano gris gruñó en agonía al tiempo que dejaba caer su
hacha y caía fuera del alcance de Ryld.
Dos más se adelantaron para tomar el lugar del herido, y
Halisstra trató de apretujarse cerca de Ryld para evitar ser abatida.
Su movimiento estorbó la habilidad de pelear del maestro de armas,
y como resultado recibió un corte a los largo de su antebrazo.
--Por la Madre Oscura --rezongó Ryld, batiendo a Splitter
alrededor para decapitar al atacante enano gris.
El cuerpo rebotó contra el piso mientras la cabeza rodaba por
otro lado, pasando al lado de otro duergar, quien la observó pasar
con una mirada de horror en su rostro.
Otro dardo de ballesta se estrelló contra la piedra de la calle
cerca de Halisstra y otros dos más chocaron contra su armadura,
rebotando. Ryld se sacudió cuando un dardo pasaba cerca suyo,
pero nunca apartó su atención de sus adversarios, nunca se desvió
de sus fluidos movimientos y rápidos y precisos golpes.
A pesar de todo, él y Halisstra estaban siendo arrinconados, vio
la sacerdotisa y serían presa fácil para los franco tiradores sobre el
techo.
El primer explosivo estalló justo detrás de Halisstra haciéndola
saltar y casi ser decapitada por un hacha. Se alejó de las llamas
mientras con su maza se guardaba de otro golpe del enemigo que
blandía un hacha frente a ella, sintiendo la vibración del golpe subir
por su brazo. Dos más de los artilugios abrasadores estallaron al
final de la calle, pedazos de arcilla esparciéndose y escupiendo
fuego por todas partes.
Se atrevió a mirar hacia arriba y vio a otro cayendo sobre ella.
De algún modo, su hombro herido gritando en agonía, se las apañó
para levantar el escudo con ambas manos y desviar el pote de
manera tal que saltó a un costado y golpeó el pavimento entre ella y
su oponente.
Los enanos grises que peleaban con ellos comenzaron a
retroceder, y Halisstra vio que los duergars en el techo estaban
creando una pantalla de fuego para encerrarlos a ella y Ryld,
atrapados entre las llamas y la pared. Sabía que ellos pretendían
inmovilizar a los dos drows y aguijonearlos a gusto. Los elfos oscuros
no tenían por donde huir. Iban a morir.
_____ 16 _____
***
***
--¡Te estoy diciendo que quiero a esa cosa muerta ahora! --chilló
Ssipriina Zauvirr--. Si no lo hacen, estamos metidos en una montaña
de problemas! --Ella se aproximó amenazadoramente a Khorrl
Xornbane mientras los dos permanecían en la entrada de un negocio
de modas lujoso, abandonado en la pelea, situado en el interior de la
posición de los enanos grises en la plaza. El negocio estaba bien
atrás de las líneas de combate, pero Khorrl podía ver llanamente a la
araña en la distancia mientras la madre matrona la señalaba. La
masiva criatura se encaramaba sobre un edificio cerca de donde el
Clan Xornbane estaba encerrado en una afanosa batalla con una
fuerza hostil drow.
--¡Y yo te estoy diciendo, que no voy a enviar a mis muchachos
pelear contra esa cosa! --le refunfuñó perdiendo la paciencia con
esta arrogante elfa oscura--. Me contrataste para ganarte un asiento
en tu bendito concilio al derrotar a tus enemigos, no para enmendar
tus errores. Tú y tus compinches pueden figurarse como detenerla.
¡No es mi culpa que no puedan controlarla!
--¿Mis errores? Hablemos de errores, Capitán. Hablemos de ti y
de tus mercenarios canallas que tomaron las calles prematuramente,
arruinando mis bien trazados planes de ascensión al Concilio con un
estúpido movimiento. ¡Errores, de hecho! Ni siquiera estaríamos en
esta posición si hubieras seguido simples órdenes.
Khorrl quería cortar por la mitad a la ofensiva drow en ese
mismo momento. Si no hubiera traído un séquito de guardias con
ella, lo habría hecho, pero lo sobrepasaban en número, y él sabía
que incluso si llevaba a cabo el ataque asesino, sería liquidado
prontamente. En cambio, apretó la mano sobre el mango de su
hacha y respiró hondo, tratando de calmar la temblorosa rabia que
sacudía su cuerpo.
--¿Prematuramente? --dijo con los dientes apretados--. Recibí
órdenes directas de tu muchacho Zammzt. Si él no recibió órdenes
de ti, entonces ve a hablar con él. Como sea, ¡deja de hacerme
perder el tiempo! --terminó con un rugido--. No voy a sacrificar a mis
muchachos innecesariamente para matar a tu araña. De hecho, ya
terminamos aquí. ¡Forghel! --llamó, mirando a su ayudante. Forghel,
has sonar la retirada. Nos vamos.
Khorrl sabía que estaba jugando un juego peligroso, dándole la
espalda a la elfa oscura, pero quería azuzarla, ver si perdía los
estribos.
--¡Mentiroso! --gritó Ssipriina una vez más--. No culpes a mi
Casa de tus necias metidas de pata. No abandonarás a tu... ¡No te
alejes de mi!
--Al Abismo contigo.
--¡Mátenlo! --gritó ella.
Sonriendo para sí mismo, Khorrl dio un agudo silbido e
instantáneamente, una hueste de sus muchachos desvanecieron su
invisibilidad y aparecieron mágicamente, rodeándolo con sus hachas
y ballestas listas. El capitán se dio vuelta para enfrentar al séquito de
drows que avanzaban, buscando específicamente a Ssipriina.
Los guardaespaldas de la elfa oscura habían comenzado a
perseguirlo, pero cuando los duergars adicionales aparecieron, los
soldados drows titubearon un momento. Eso era todo lo que las
tropas del Clan Xornbane necesitaba. Cargando, los muchachos de
Khorrl empezaron la pelea contra los drows.
Por supuesto que Ssipriina Zauvirr no era lo suficientemente
tonta como para quedarse demasiado cerca de la pelea, pero le dio
al capitán una última mirada funesta mientras se daba vuelta y se
retiraba bajando los escalones en la dirección opuesta.
Tomando una ballesta de uno de sus enanos grises que estaba
parado cerca de él, Khorrl avistó el arma, apuntando a la madre
matrona que se retiraba. Disparó pero el dardo chocó sonoramente
contra una columna de piedra de un rincón del edificio al tiempo que
Ssipriina lo rodeaba y desaparecía. Aunque ella regresaría, sabía el
capitán, y traería a más de sus malditos soldados con ella.
--Señor, mire --dijo Forghel, corriendo hasta el lado de Khorrl.
El capitán se dio vuelta y miró hacia donde estaba apuntando el
ayudante, y su corazón le dio un vuelco. La inmensa araña estaba
posicionada en medio de la calle, encabritada en sus patas traseras
mientras que sus apéndices frontales se agitaban extrañamente en el
aire. Un luz azulada apareció en el aire, tan alta como la araña
misma, y se ensanchó hasta convertirse en un campo de forma
bizarra de luz azul. Una segunda araña pasó a través de la abertura
mágica, igualmente enorme que la primera. De algún modo, había
llamado una compañera.
***
***
_____ 17 _____
Pharaun maldijo y dio un paso adelante después de Halisstra,
pensando que tendría que camuflarlas mágicamente a las dos para
salvarlas.
--No --ordenó Quenthel--. Danifae fue lo suficientemente
desafortunada como para ser herida. No malgastaré ni tiempo ni
recursos en salvarla. Vámonos mientras las arañas están distraídas.
--Pero... --comenzó Pharaun, pero luego vio la mirada en los
ojos de la suma sacerdotisa, sacudió su cabeza y regresó a la
callejuela. Lamentaba la idea de perderlas-- o al menos de perder a
la bella Danifae--. Muy bien --dijo él.
--No me voy a ir --dijo Ryld, y se dio vuelta para saltar a la calle,
siguiendo a Halisstra.
--¡No! --le gritó Quenthel al Maestro de Melee-Magthere, pero ya
era demasiado tarde. Ryld ya estaba diez pasos más lejos, sacando
a Splitter de su funda en la espalda mientras cargaba contra la más
cercana de las dos arañas--. ¡Váyanse todos al Abismo! --gritó
furiosa Quenthel.
Encogiéndose de hombros, Pharaun se dio vuelta y siguió al
maestro de armas.
--¡Ve tras ellos! --gruñó Quenthel desde detrás del mago.
Pharaun solo podía asumir que ella estaba caminando tras él,
aunque porqué le estaba ordenando que hiciera algo sobre lo que ya
se había decidido realizar, no lo podía comprender. Aunque
inmediatamente, el draegloth pasó volando junto a él, saltando hacia
la calle en la dirección en la que él iba. El mago se detuvo a unos
cuantos metros de la araña más cercana, observando como Halisstra
llegaba hasta su servidora y se arrodillaba. De algún modo, en el
camino, había sacado a tientas una varita de su capa, y rápidamente
la utilizó haciendo que las dos drows desaparecieran.
La araña surgiendo amenazadoramente sobre el lugar en donde
la pareja justo se había vuelto invisible, se abalanzó una vez,
chasqueando sus mandíbulas en obvia frustración. La bestia
comenzó a mover la cabeza adelante y atrás, tratando de encontrar a
su presa. En la distancia, la segunda araña había vuelto su atención
a algo más. Afortunadamente, no estaba viniendo para su lado, al
menos por el momento.
Por supuesto que Pharaun todavía podía ver a las dos mujeres,
y que estaba consciente de la magia que irradiaban. Le parecía que
Halisstra estaba arrastrando a Danifae a un costado, fuera del
peligro, pero de algún modo la araña presintió hacia donde iban las
mujeres, y hundió su cabeza de nuevo, errando una mordida directa
pero acercándose lo suficiente con su ataque que le pasó rozando a
Halisstra, volteándola.
Temblando de fascinación habiendo sentido a su presa, la araña
se apresuró a atacar.
Ryld ya casi había alcanzado a la criatura, y sus largas piernas
cubrieron lo que quedaba de distancia velozmente. Dio un brinco en
el aire con Splitter levantada por sobre su cabeza. Mientras el
guerrero pasaba por entre medio de la pata de la gigante araña,
balanceó la enorme espada alrededor con toda su fuerza, cortando
limpiamente a través del apéndice.
Sangre negra se esparció por todos lados, y la araña se
encabritó, pateando con sus pata arruinada y apenas errándole al
maestro de armas.
Casi al mismo tiempo, Jeggred se abalanzó en el aire hacia la
otra pata, agarrándose de la araña y trepando hacia arriba. Pharaun
pudo ver las garras del draegloth extendidas, y el demonio las usaba
con gran efectividad mientras ascendía velozmente por el miembro
de la criatura. Sin temor, Jeggred subió arañando y clavándole las
garras en el cuerpo a la araña y comenzó a escalar el resbaladizo y
negro abdomen, haciéndose camino más y más arriba.
El efecto de los dos ataques fue inmediato. La araña se alejó
tambaleándose de su pretendida comida y giró buscando morder lo
que fuera que la estaba atormentando. La única pata arruinada se
contraía erráticamente, pero sin embargo la araña no perdió en nada
su estabilidad. Ryld había rodado y poniéndose de cuclillas después
del golpe de barrida con su espada, y tenía a Splitter arriba, listo para
defenderse de la araña mientras se daba vuelta para enfrentarlo.
Pharaun sacudió la cabeza y consideró que podía hacer para
ayudar en la pelea. Verdaderamente solo habían una sola opción. La
mayoría de sus hechizos se habían acabado, y los pocos que le
quedaban a él no eran ofensivos por naturaleza. Buscó dentro de su
piwafwi y sacó una varita, una sola pieza de hierro que era tan larga
como su antebrazo. Extendiéndola hacia afuera, pronunció una frase
disparadora y activó la magia en la varita. Inmediatamente, un rayo
centelleante de energía eléctrica saltó de la punta de la varita,
arqueándose en el aire y crepitando sobre la superficie de la cabeza
de la araña. La descarga hizo que la araña retrocediera desde la
posición de Ryld, castañeteando y temblando. Mientras los últimos
remanentes del rayo se disipaban, Pharaun pudo ver que el correoso
pellejo de la araña y sus polifacéticos ojos se estaban al rojo vivo.
Pharaun echó a andar cuando escuchó el sonido vibrante de un
arco rasguear, y miró hacia su derecha. Valas estaba allí, arrodillado,
disparando con un arco corto. Él había visto al diminuto explorador
llevar el arma todo el tiempo, pero hasta ese momento, Valas había
tenido aparentemente pocos motivos para usarlo. El explorador de
Bregan D'aerthe alineó y soltó cuatro disparos en el tiempo que le
tomó a Pharaun evaluar la situación, y su puntería era certera. Las
flechas se hundieron en los ojos más cercanos de la araña, una tras
otra, pinchando muchos globos oculares como una enorme alfiletero.
La araña se sacudió en respuesta.
Al mismo tiempo, Ryld estaba de pie de nuevo, corriendo con la
araña, viendo de poder asestar otro golpe. Esta vez, sin embargo, el
guerrero no tuvo tanta suerte. Mientras que la criatura se sacudía
con largos espasmos de dolor a lo largo de la calle, una de sus patas
barrió al guerrero, enviando al fornido guerrero dando tumbos por la
calle. Ryld aterrizó pesadamente, perdiendo a su espada en el
proceso.
La masiva araña estaba dando rápidos saltos derecho hacia
Pharaun y Valas, y el mago podía verlo a Jeggred encima de ésta,
sentado a horcajadas sobre el enorme cuello de la cosa, cortándola
salvajemente con sus garras y arrojando trozos de carne y sangre
negra por todas partes mientras el demonio aserraba la cabeza de la
araña.
La araña se encabritó y sacudió, tratando de sacarse a Jeggred
de encima de su cuerpo, pero el draegloth se colgó tenazmente a
ella, clavando profundamente sus garras en la carne de la bestia
para mantener su agarre. El mago dio un paso involuntario hacia
atrás al tiempo que la arremetida de la araña acortaba la distancia
rápidamente, haciendo que la red de calles se balancearan y
rebotaran con sus rápidos pasos. Levantando su varita, el mago
disparó un segundo rayo, dejando que crepitara sobre la cabeza de
la araña, sabiendo que Jeggred resistiría su poder destructivo.
La descarga eléctrica obviamente lastimó a la masiva criatura
--Pharaun pudo ver claramente marcas de quemaduras en su negra
piel-- pero no la detuvo ni un poco. Deambuló zigzagueando hacia el
mago y el explorador incluso mientras Valas le tiraba una docena de
flechas.
¡Diosa! Pensó Pharaun, retrocediendo otro paso.
Quería dar la vuelta y correr, pero no podía dejar de mirar la
carga de la criatura. Valas estaba retrocediendo también, aun
disparando flechas, pero ambos estaban en la mira de la araña y
claramente los estaba apuntando como la causa de sus aflicciones.
Justo cuando la araña alcanzaba al par de drows y se
abalanzaba sobre ellos, Ryld saltó a la vista, blandiendo a Splitter en
un enorme arco y estrellando la hoja salvajemente sobre la cara de la
criatura. Obviamente el rayo le había ganado al maestro de armas
suficiente tiempo como para recuperar su espada.
El arácnido se tiró para atrás, goteando más sangre de la nueva
herida, pero no estaba dispuesta a ser derrotada tan fácilmente.
Intentó morder a Ryld, una, dos veces y el guerrero rebatió los
ataques con su espada, esforzándose por mantener las
chasqueantes mandíbulas alejadas de él.
Pharaun trastabilló hacia atrás nuevamente, feliz de dejar al
guerrero de amplios hombros llevar lo más pesado del combate.
Pharaun levantó su varita par una tercera descarga de rayos,
esperando que eso hiciera caer a la bestia, pero antes de que
pudiera activar la varita la araña intentó morder a Ryld por tercera
vez y se le acabó la suerte al guerrero. Las mandíbulas se cerraron
fuertemente alrededor del Maestro de Melee-Magthere, quien gruñó
de dolor y casi dejó caer a Splitter. La criatura lo alzó en el aire,
estrujando a su presa estrechamente, tratando de aplastarlo hasta
morir.
Ryld arqueó su espalda en agonía y comenzó
desesperadamente a tajear las mandíbulas con su espada.
Pharaun dudaba de gastar sus rayos mágicos con Ryld en el
medio, y Valas igualmente parecía perdido, apuntando con una
flecha para luego bajarla, ya que no tenía un tiro seguro. Aún así,
Jeggred continuó cortando la carne de la araña. Los brazos del
draegloth estaban completamente recubiertos con el pegajoso fluido
negro.
¿Por qué no se muere la maldita cosa? Pensó Pharaun
consternado.
Estuvo tentado de sacudir a la criatura a pesar de la presencia
de su compañero pero luego recordó su otra varita. Actuando
prestamente, el mago se las arregló para pescar un segundo
elemento dentro de su piwafwi justo mientras la araña tropezaba
contra él y Valas. El explorador se tiró al suelo, rodando varios
metros, al tiempo que Pharaun se las arreglaba para evitar lo peor
del golpe saltando fuera del camino a último momento, ayudado por
sus botas mágicas.
Aterrizando a un costado, el mago apuntó a la araña con su
varita y pronunció la palabra disparadora, enviando una horda de
proyectiles brillantes brotando de la punta directamente a los ojos de
la araña. Los cinco misiles infaliblemente se desviaron alrededor de
Ryld y golpearon los ojos de la criatura en una rápida sucesión. La
enorme araña retrocedió temerosa, abriendo sus mandíbulas para
castañetear de dolor, soltando a Ryld en el proceso.
El maestro de armas cayó flojamente al suelo pero de alguna
manera todavía retenía la suficiente conciencia para amortiguar su
propio descenso, sorteando los últimos metros hasta el pavimento.
La araña, mientras tanto, se encabritó, su cara una masa
sanguinolenta, Jeggred todavía cortajeándola encima de la cabeza.
No hay forma de que pueda soportar mucho más, pensó el
mago.
--Termínala --dijo Quenthel, señalando a la araña--. Mátala y
terminemos con esto.
Pharaun podía ver a la segunda araña viniendo hacia ellos, así
que rápidamente descargó una segunda ronda de silbantes
proyectiles desde la varita. Cuando llegaron a su objetivo, la araña
finalmente colapsó en medio de la calle, casi aterrizando sobre el
todavía postrado Ryld. La criatura no se movía, aunque sus patas y
mandíbulas sufrían horribles espasmos.
--¡Retírense! --demandó Quenthel--. La otra está acercándose.
Pharaun corrió a ayudar a Valas a poner a Ryld de pie, y el trio
se escurrió lo más rápido posible de vuelta hacia el callejón. Jeggred
saltó hacia abajo desde el centro de la cabeza de la arácnida y se les
unió. Todos ellos alcanzaron la protección de la calle lateral
simultáneamente, y Pharaun se volvió a ver qué había sido del par
de la Casa Melarn. Calle más arriba, el mago pudo ver las
emanaciones mágicas de Halisstra y Danifae. Estaban caminando
hacia él tan rápido como la renqueante drow se podía mover.
--Ya casi están aquí --dijo Pharaun haciendo un gesto hacia
donde él sabía que era el único que podía ver a las dos.
--Quédate quieto. Puede presentir las vibraciones.
Los dos grupos esperaron, aprensivos. Halisstra y Danifae
dejaron de moverse, apoyadas contra la pared del edifico más
cercano mientras la segunda araña se les acercaba. Pharaun se
escondió en las sombras.
Mientras pasaba la bestia, Pharaun se preparó para lanzar un
hechizo que había considerado antes, uno que traería una densa
niebla, si la necesitaban, pero no hizo falta. Mientras la enorme
arácnida se alejaba, las vibraciones se calmaban. Pharaun se atrevió
a dar otra mirada a las dos mujeres que se estaban acercando.
--¿Me desafiarías abiertamente? --gruñó Quenthel, abofeteando
en la mejilla a un todavía mareado Ryld.
Jeggred se enderezó en su total estatura y se movió para
pararse al lado de la suma sacerdotisa, apoyándola mientras
impartía su disciplina.
Ryld trastabilló ante el golpe, y un hilillo de sangre brotó de un
costado de su boca, pero no se amilanó ante la mirada de la suma
sacerdotisa.
--No son tan prescindibles como puedes pensar --le dijo él
débilmente pero con el mentón en el aire--. Dales una oportunidad de
probarse antes de abandonarlas. Podría ser que la próxima vez sea
ella la que se apresure a ayudarnos.
Jeggred gruñó y dio un paso adelante, pero Quenthel lo retuvo
con una mano como señal de que se quedara quieto. El draegloth
miró fijamente a Ryld pero obedeció a su señora.
--Sus días de cuestionar mi autoridad están por terminar --dijo
Quenthel, volviéndose a enfrentar a ambos Ryld y Pharaun juntos--.
Cuando salgamos de esta ciudad, habrá algunos cambios. Estoy
cansada de esto.
Y como si hicieran mímica del corrupto estado de ánimo de la
Señora de la Academia, las serpientes comenzaron a oscilar atrás y
adelante, siseando de exasperación.
--Todo lo que digo es que eres demasiado rápida al descartarlas
--insistió Ryld--. Son más valiosas de lo que las valoras.
--Tiene razón --dijo Pharaun--, Halisstra ha demostrado algo de
ingenio. No las descartes simplemente porque no son de
Menzoberranzan.
Quenthel le frunció el ceño a los dos a cambio y luego atrajo a
Valas con su mirada en busca de un poco de mesura.
Halisstra y Danifae llegaron donde estaban los otros, aún
invisibles.
--Lo lamento --dijo Halisstra apenas arribó--, pero no podía
abandonarla. Ella todavía tiene un cierto valor para mí.
Quenthel resopló y movió la mano en un gesto de rechazo,
como minimizando todo el episodio.
--Estás consciente de las condiciones bajo las cuales se les
permitirá quedarse con nosotros. Mantengan el ritmo o quédense
atrás. No padeceremos el que nos retrasen.
Ella simplemente no quiere reconocer cuanto la desafiamos, se
dio cuenta Pharaun. Está pretendiendo que el permanecer y esperar
fue su propio acto de generosidad. El mago sonrió satisfecho para sí
mismo.
Halisstra depositó a Danifae en el suelo y sacó una varita de
entre sus pertenencias. La agitó sobre la pierna de la prisionera de
guerra y murmuró una frase que el mago no pudo captar del todo,
pero luego vio que la herida se había sanado. La elfa oscura se
acercó a Ryld para administrarle la misma dosis curativa a él, pero
Quenthel intervino.
--¿De dónde sacaste eso? --demandó la suma sacerdotisa.
Halisstra se sorprendió al no esperar una reacción tan venenosa
ante su generosidad.
--Es mía --comenzó a explicar--. La traje...
--Ya no más. Dámela --insistió Quenthel.
Halisstra miró a la suma sacerdotisa pero no hizo movimiento
alguno para entregarle el artefacto mágico.
--Si no quieres que Jeggred te reduzca a pedacitos ahora
mismo, entrégame la varita.
Lentamente, sus ojos comenzaron a arder de ira, Halisstra le
pasó la varita a Quenthel.
La Señora de Arach-Tinilith examinó la varita cuidadosamente,
asintiendo satisfecha. Se dio vuelta y la usó sobre Ryld ella misma.
Mientras el poder divino de la varita fluía hacia el guerrero, sus
peores heridas se cerraron, aunque varios pequeños rasguños y
moretones permanecieron. Cuando estuvo satisfecha con el estado
del maestro de armas, guardó la varita entre sus propias
pertenencias.
--Ahora --dijo Quenthel, volviendo su atención a Halisstra--, no
malgastaremos más de esta magia curativa. Yo seré quien decida
cuando usarla y quien de este grupo recibirá la ayuda divina, ¿está
claro?
Halisstra asintió.
--¿Tienes algún otra mota mágica secretamente escondida
sobre la que debiera enterarme? Créeme, lo sabré si lo tienes.
La hija de Drisinil suspiró y asintió. Sacó una varita adicional y
se la entregó.
--Aunque no puedes usarla --musitó Halisstra--. Es arcana por
naturaleza. Además yo... me interesa ese tipo de magia.
--Ya veo. Bueno, si llega a ser necesario, puedes tenerla de
vuelta cuando hayas probado que vales la pena. Hasta ese
entonces, me quedaré con ambas.
La suma sacerdotisa les dio la espalda y caminó unos cuantos
metros, ignorando completamente a las dos mujeres drows que le
arrojaban dagas con la mirada.
--Halisstra --dijo Pharaun tratando de cambiar de tema y
esperando demostrarle a Quenthel que la sacerdotisa era útil al
mismo tiempo--, ambas, tú y Danifae parecían saber de donde
provenían esas arañas gigantes. ¿Qué nos pueden decir?
--Son arañas guardianas --respondió la elfa oscura, su voz grave
de bronca--, invocadas solo en tiempos de gran necesidad. Esas dos
eran tan pequeñas... las madres matronas que las conjuraron deben
haber tenido una de las menores guardadas.
--¿Quieres decir que llegan a ser más grandes que eso?
--preguntó incrédulamente Valas.
--Ciertamente --replicó Halisstra, metiéndose de lleno en el
tema--. ¿Cómo piensas que las telarañas de la ciudad aparecieron
primeramente aquí? Una vez que llegó a la caverna, las primeras
sumas sacerdotisas, junto con sus magos, invocaron arañas de un
tamaño inmenso para que tejieran las redes sobre las cuales
descansaría la ciudad. Fue con las bendiciones de Lolth que estas
sagradas criaturas vinieron a nosotras, y fueron almacenadas
mágicamente, transformadas en estatuas cristalinas. De vez en
cuando son traídas nuevamente para reparar secciones de la ciudad
o para defender la cámara. Aunque normalmente, son controladas a
través de una conexión mental para hacer nuestra voluntad y para
abrir el portal para que entren otras de su tipo sólo si se lo
ordenamos.
--Bendita Madre Oscura --dijo Ryld--. ¿Crees que la otra traerá
más?
--No lo sé --replicó la sacerdotisa--. Espero que no.
--Mira --dijo Pharaun, mirando hacia adelante, adonde la araña
todavía podía ser vista corriendo a pasos cortos por las calles de
redes.
Una fuerza de enanos grises estaba sobre un camino encima de
ésta, espiando por un costado a la araña debajo de ellos.
Un número de ellos comenzaron a arrojarle más de esos
malditos potes explosivos a la criatura. Mientras los pequeños
dispositivos incendiarios golpeaban a la arácnida, estallaban en
llamas, y la colosal araña se encabritaba al tiempo que empezaba a
arder, buscando eliminar la fuente de dolor.
Más potes de arcilla fueron lanzados, varios de ellos golpeando
a la araña en la cabeza y el abdomen. Levantándose en sus patas
traseras, la araña intentó alcanzar a los duergars, pero estaban
demasiado altos por encima de ella. La araña giró en el lugar,
dándole la espalda a sus atacantes y disparó un grueso chorro de
fluido en la dirección de ellos.
--Tejiendo --comentó Pharaun en voz alta, impresionado.
El hilo de telaraña se amarró certeramente, adjuntándose a la
parte inferior de la calle, tensándose al hacerlo. La araña se volteó y
comenzó a subir por la hebra de pegajoso filamento, persiguiendo a
los enanos grises quienes se estaban encaramando
desesperadamente para salirse de su camino.
--Los muy tontos --dijo Ryld--. Acaban de arreglárselas para que
concentre su atención en ellos. Aunque afortunadamente para
nosotros.
--Suficiente --dijo Quenthel--. Aún necesitamos recuperar
nuestras pertenencias de la posada y dejar esta maldita ciudad.
Pharaun se dio vuelta para mirar a la suma sacerdotisa,
sabiendo bien que su expresión era la de un asombro pasmoso.
--¡No puede ser en serio! Mira a tu alrededor --dijo él, indicando
con un gesto las otras partes de la ciudad, donde el resplandor lejano
de más y más fuegos eran visibles a través del humo
incesantemente denso--. Toda la ciudad está revuelta!
»Usa tus oídos --continuó, señalando en diferentes direcciones,
donde los gritos de peleas y agonías hacían eco en los muros de la
enorme caverna--. Se nos está acabando el tiempo. Estoy seguro de
que toda la ciudad está tomando partes y llevando la batalla a las
calles, y aún así ¿quieres tentar al destino tratando de ir a buscar tus
bagatelas? Pienso que...
--Escúchame, muchacho --escupió Quenthel, su rostro
amoratado--. Acabamos de pasar por esto con tu amigo guerrero.
Harás lo que te diga, o será dejado aquí para morir. Si has olvidado
quien soy, permíteme recordarte que soy la Suma Sacerdotisa
Quenthel Baenre, Señora de Arach-Tinilith, Señora de la Academia,
Señora de Tier Breche, Primera Hermana de la Casa Baenre de
Menzoberranzan, y no seguiré tolerando tus comentarios sarcásticos
ni tu arrogante insubordinación. ¿Entiendes?
Y como apoyando su palabras, Jeggred se adelantó y con un
gruñido amenazador sujetó el cuello de la piwafwi de Pharaun,
estrujándolo en su puño de garras.
El mago miró hacia Ryld, quien todavía lucía debilitado por su
pelea con la araña. Sin embargo, él tenía la mano sobre la
empuñadura de Splitter y se estaba adelantando, listo para
interponerse entre el draegloth y el mago. Pero Pharaun podía saber
por la expresión del guerrero que estaba tratando de determinar
cuanto quería verdaderamente tomar parte por alguno de los lados
en esta disyuntiva.
Jeggred volteó rápidamente su cabeza a un lado y gruñó:
--Ni siquiera lo pienses, maestro de armas. Te desgarraré el
estómago y te devoraré si interfieres.
La expresión de Ryld se tensó al tiempo que se ofendía por las
amenazas del draegloth, pero Pharaun dio una rápida sacudida de
su cabeza para advertirle al guerrero que bajara la guardia.
--Señora Quenthel, ya que estás tan apasionada por recobrar
tus objetos de valor --dijo Pharaun, tratando de hacer que su voz
sonara jovial--, entonces apurémonos, antes de que desperdiciemos
nuestra oportunidad.
Quenthel sonrió, obviamente satisfecha de haberse impuesto y
ganado otra vez la mano dura.
--Sabía que apreciarías la importancia de mi decisión --replicó
ella, dándose vuelta--. Entonces, mago, ¿cómo propones que
crucemos hacia La Llama y la Serpiente? --preguntó ella, apreciando
la devastación alrededor de Pharaun--. ¿Qué magia te queda aún
bajo la manga para sacarnos en forma rápida y segura de aquí?
--Ninguna, Señora Baenre --replicó Pharaun toda seriedad--. He
consumido más de la mitad de mi magia por el día, ni siquiera estoy
seguro de como saldremos de la ciudad.
--Eso no es lo suficientemente bueno, Mizzrym.
--Tengo una contrapropuesta --dijo el mago, frunciendo los
labios--. Déjame recuperar los bienes mientras tú y el resto del grupo
esperan aquí y descansan. Está fuera del camino, muy difícilmente
esté defendido y puedo encontrarlos nuevamente cuando regrese.
Tengo un hechizo para llevarme a la posada y volver rápidamente,
justo puedo llevar todas tus cosas conmigo.
Quenthel frunció el ceño, pensando, y Pharaun se preguntó si,
como fruncía el ceño severamente tan a menudo, la suma
sacerdotisa se daba cuenta de la cara que ponía.
--Muy bien --dijo Quenthel al fin, asintiendo--. No pierdas el
tiempo.
--Oh, no tengo intenciones de hacerlo. Mientras menos
oportunidades haya de que grandes pedazos de mampostería de
esta condenada ciudad se me caigan encima, mejor me sentiré.
Quenthel se volvió y le explicó el plan al resto del grupo. Todos
asintieron de acuerdo, listos para un receso.
Ryld empujó a Pharaun a un costado y preguntó:
--Vas a volver, ¿verdad?
Pharaun levantó una ceja y replicó:
--Además de mi cariño por ti, mi cavilante maestro de armas,
todavía deseo verdaderamente llegar al fondo de este misterio. Mis
oportunidades son mejores con todos ustedes que sin ustedes.
Ryld lo miró por un largo tiempo antes de asentir.
--Ten cuidado --le dijo, dándose vuelta para buscar un asiento
contra el muro de la callejuela con su ballesta en la mano.
--¿Cómo pretendes cruzar la ciudad? --le preguntó Halisstra.
Su cara estaba macilenta y cansada. Aun así, sus ojos brillaban
rojos, como con una nueva determinación.
--Tengo un hechizo volador que puedo usar para llegar allí y
volver relativamente rápido --respondió Pharaun--.
Desafortunadamente, estaría mucho mejor si no fuera visible pero ya
he usado ese truco en particular hoy.
--Tal vez pueda ayudar --dijo la hija de la que una vez fuera la
casa Melarn. Señora Quenthel, esa varita que acaba de confiscarme
nos serviría bien, si lo aprobara.
--¿Qué pasa? --preguntó la suma sacerdotisa, aparentemente
encantada con el trato deferente mostrado hacia ella.
--Un hechizo que lo volverá invisible, por si debiera atacar a un
enemigo --replicó Halisstra--. Le aseguro que no le causará daño.
Quenthel frunció el ceño y miró a Pharaun esperando algún tipo
de confirmación. El mago asintió. Aún creía que las dos mujeres
recientemente incorporadas al grupo valían la pena, y que
ciertamente no estaban en una posición como para volverse contra el
resto de ellos ahora.
--Muy bien --dijo Quenthel.
Extrajo la varita y se la cedió nuevamente a la otra mujer.
Halisstra la tomó, dándole las gracias a la suma sacerdotisa. Le
apuntó a Pharaun con la varita.
--Espera --dijo el mago.
Sacó una pluma de adentro de su piwafwi. Usando la pluma
como parte del conjuro, se hechizó con la habilidad de volar.
Guardando de vuelta la pluma en su bolsillo, se volvió hacia la
sacerdotisa y dijo:
--Muy bien, prosigue. Es más fácil realizar conjuros cuando
puedes ver tus propias manos.
Ella sonrió ligeramente y asintió, luego invocó la energía mágica
de la varita. En tan solo un segundo, Pharaun era completamente
invisible. Halisstra le devolvió la varita a Quenthel.
--No --dijo la suma sacerdotisa, sacudiendo la cabeza--. Puedes
quedártela. Creo que has aprendido la lección.
--Sí, Señora --dijo Halisstra con una sonrisa que no abarcó sus
ojos. Guardó la varita y fue a sentarse una vez más junto a Danifae.
--Regresaré enseguida --dijo Pharaun. Y se elevó en el aire
antes de que ninguno de ellos pudiera siquiera pensar en
responderle.
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