Roman Rosdolsky, Una Memoria de Auschwitz y Birkenau (1956)
Roman Rosdolsky, Una Memoria de Auschwitz y Birkenau (1956)
Roman Rosdolsky, Una Memoria de Auschwitz y Birkenau (1956)
hablaba. Todos los ojos estaban puestos en los bosques de Birkenau y los crematorios.
Solo de vez en cuando alguno se reía amargamente, histéricamente y luego se secaba
las lágrimas de las mejillas. Era imposible abrir la ventana, dado que el aire estaba
completamente permeado por el olor intolerable, asfixiante de la carne quemada. “Ich
rieche, rieche Menschenfleisch” (“huelo, huelo carne humana”), me decía mi amigo
Ludwig, un austríaco, utilizando las palabras de la bruja de uno de los cuentos de hadas
de Grimm. Solo que la bruja olía en el aire la esencia de dos niños y nosotros olíamos el
olor de cadáveres quemados, miles de cadáveres.
Pero la naturaleza humana es dura, sorprendentemente dura. Día tras día íbamos a la
fábrica, contemplábamos la sangrienta incandescencia de los bosques de Birkenau y
ninguno de nosotros se volvió loco, ninguno de nosotros se suicidó. ¿Pero teníamos
alguna esperanza de evadir la muerte en la cámara de gas? Después de todo, ¡éramos
testigos de uno de los más grandes crímenes en la historia humana! Uno de nuestros
carpinteros me dijo: “hoy son ellos (los judíos húngaros) mañana nosotros (los judíos
especialistas del campo) y pasado son ustedes (todos los no judíos)”. Y esta resolución
del asunto nos golpeó como la única racional desde el punto de vista de los hitlerianos,
el único posible. ¿De qué otra manera se libraría de los testigos de su crimen? Solamente
una débil esperanza titilaba en algunos de nuestros corazones: que el colapso del Tercer
Reich atrapara por sorpresa a estas bestias antes de que pudieran completar sus planes
y que a último minuto el miedo a la punición pudiera retener sus manos. Pero durante
todo el mes de agosto, nosotros mismos tuvimos que cavar un gran pozo en el campo
central, igual al que había sido cavado en los bosques de Birkenau. Oficialmente se lo
llamó Luftschutzkeller (sótano anti aéreo), pero no había ningún prisionero en todo el
campo que fuera engañado por este nombre.
Para mí personalmente, el infierno de Auschwitz llegó a su fin de forma inesperada. En
los primeros días de septiembre, fui incluido en un transporte de prisioneros polacos y
soviéticos para ser enviado desde Auschwitz a Ravensbruck, cerca de Berlín. Cuando nos
agrupaban como ganado en los vagones, todavía seguíamos pensando que nos iban a
transportar a Birkenau, a las cámaras de gas. Pero nuestro tren se movió hacia el oeste
y el resplandor de los crematorios desapareció de vista. Comenzamos a respirar un aire
fresco, sin veneno. Y si bien sabíamos que la muerte esperaba a todos los prisioneros en
los campos de Hitler, no estuvimos menos felices que niños porque habíamos sido
arrancados del infierno de Auschwitz. ¿Por qué escribo esto? ¿Por qué reabrir las
heridas? Permítanme recordar un pequeño episodio. Fue en el campo, un domingo
luego del almuerzo. Un grupo de prisioneros estaba yaciendo en sus literas, hablando
del fin de la guerra, que esperaban se estuviera aproximando. Un joven polaco, Kazik,
se dirigió a un prisionero mayor, a quienes todos llamaban “el profesor” y le preguntó:
“Profesor, que sucederá con Auschwitz luego de la guerra’”
“¿Qué piensas tú que sucederá?”, respondió el Profesor. “Nos iremos a casa”.
“No diga tonterías, profesor”, dijo Kazik, “ninguno aquí saldrá vivo”.
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“Es verdad”, dijo el profesor. “¡Pero aun así los vivos no deberían abandonar la
esperanza! (palabras del poeta polaco Juliusz Stowack). Y con respecto al propio
Auschwitz, la nueva Polonia construirá un gran museo y por años delegaciones de toda
Europa lo visitarán. En cada piedra, en cada sendero, dejarán una corona de flores:
porque cada pulgada de esta tierra está empapada de sangre. Y luego, cuando las
barracas colapsen, cuando los caminos desaparezcan cubiertos por la hierba y cuando
se hayan olvidado de nosotros, habrá nuevas e incluso peores guerras e incluso peores
brutalidades. Porque la humanidad se enfrenta a dos posibilidades: o emerge con un
mejor orden social o perece en la barbarie y el canibalismo”. Este desdichado profesor
solo estaba repitiendo las palabras ya dichas por el pensador socialista Friedrich Engels
80 años atrás. Las había escuchado muchas veces antes de la guerra. Pero en las literas
de Auschwitz sonaron más reales y más correctas que nunca en el pasado. ¿Y quién hoy,
luego los Auschwitz, Kolymas y bombas atómicas puede dudar de la verdad de esas
palabras?
Traducción: Olga Stutz