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Prefacio
Caos climático, pánico bursátil, fobias alimenta-
rias, pandemias, crack económico, ansiedad con- génita, miedo existencial… El miedo, los miedos individuales y colectivos se suman y se refuerzan los unos a los otros, lo cual constituye la dinámi- ca misma del miedo, y parece que caen en cas- cada sobre nuestro mundo. Alarmar, sobresaltar, poner en tensión. ¿No nos encontramos ante una permisividad en este terreno claramente excesiva y también muy representativa de nuestra época? En una primera aproximación podemos pensar que hay algo un poco sorprendente en este infan- tilismo del miedo que hasta nos sirve de filosofía, mientras que nosotros, franceses, europeos, por más que nos haya afectado la crisis, continuamos formando parte de los privilegiados del mundo. Infantilismo, pues en una época no tan leja- na hacerse mayor, llegar a ser adulto, significaba
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La administración del miedo
precisamente superar los miedos para entrar con
más o menos valor y lucidez, o al menos apa- rentándolo, en el difícil período en que uno se convertía en un hombre. Para ser adulto había que liberarse de los miedos imaginarios, de las angustias que provienen de una confusa con- cepción del mundo, y dirigir la propia vida e incluso, en ocasiones, participar también en la elaboración del destino colectivo. Por decirlo en pocas palabras, el miedo estaba mal visto. Era señal de un temperamento débil y de una falta de consistencia personal, aunque tampoco hay que olvidar que buena parte de ese desprecio era consecuencia de un tipo de orga- nización social y de una concepción de los pape- les sociales que ya han desaparecido. Hoy, por el contrario, se ha producido un movimiento sociológico y moral que ha inver- tido ese campo de valores para hacer del miedo no sólo un sentimiento legítimo, sino algo más: una profundidad temperamental suplementaria de la que sería estúpido privarse, un signo de inteligencia, un instrumento del pensamiento, una propedéutica. Sin duda, esta desculpabiliza- ción del miedo tiene numerosas razones históri- cas, filosóficas y políticas, que no es el momento de examinar aquí, pero al menos podemos enu- merar algunos motivos: desprestigio de los valo- res tradicionales, deconstrucción de los grandes
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relatos, avance de los ideales individualistas y,
como consecuencia, debilitamiento de las ins- tituciones que tradicionalmente protegían al individuo de los avatares de la existencia: la igle- sia, la familia extensa, los sindicatos o incluso un poderoso Estado del bienestar. Pero tal vez hay algo más profundo, se trata de un doble fenómeno que da cuenta de la pro- pagación contemporánea del miedo. Por una parte, se ha puesto en duda la capacidad de la ciencia y del progreso para garantizar la seguri- dad y la felicidad de la humanidad, después de toda la violencia del siglo xx y de la nucleariza- ción del mundo («a partir de ahora somos todos unos hijos de puta», afirmó en1945 el director de la prueba nuclear «Manhattan» después de la primera explosión atómica en el desierto de Nuevo México). Por otra parte, la difusión del pensamiento del filósofo alemán Hans Jonas que trata de levantar acta de todas esas atroci- dades y hacer del miedo un auténtico «princi- pio heurístico»: para pensar de manera adecua- da el mundo –aconseja este filósofo– y antes de emitir un juicio acerca de la oportunidad de tal o cual decisión política o científica, hay que partir del miedo y, en particular, del miedo a la desaparición de nuestro planeta. La inversión de los términos ha sido total y sería, pues, in- justo burlarse demasiado apresuradamente del
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miedo contemporáneo. El miedo ha pasado de
quimérico a ser fundamento del pensamiento y de la acción. Toda la confianza en la razón y en la perfectibilidad del género humano ha ido sometiéndose de manera progresiva a un «principio de terror» que hace del miedo, des- plazando a la fe, la piedra angular de nuestras actitudes frente a la existencia. La difusión de este principio es el resultado de una época que vive bajo la amenaza nuclear después de haber sido abatida por los totalitarismos, de una épo- ca en que la ciencia, tras haber fundado las es- peranzas del occidente ilustrado, ha terminado por mostrar un aspecto amenazador. A pesar de ello, se tendría todo el derecho del mundo a mantener una posición moralista por temor a que por esa vía se reavivara un pensamiento oscurantista que arrasaría todo lo que de cerca o de lejos hubiera coadyuvado al progreso del conocimiento y de la técnica. A esta escuela de pensamiento pertenecen quienes se oponen a un principio de precaución tan invasivo. Otros defienden la idea de que pensar lo peor como posible, e incluso como si casi ya hubiera ocu- rrido, es el único medio de impulsarnos a ac- tuar de manera irreprochable. Tal es la aproxi- mación teórica de Jean-Pierre Dupuy quien, inspirándose en René Girard e Ivan Illitch, propone vivir, en cierto sentido, en estado de
los peligros que nos amenazan. La entrevista que presentamos a continua- ción con el filósofo y urbanista Paul Virilio aporta un enfoque indispensable para compren- der el contexto que acabamos someramente de esbozar. Pues, como todos los temas que abor- da este pensador de la velocidad y de la técnica, su interpretación del mundo contemporáneo se funda en una visión de lo real extremadamente original: enraizada y, al mismo tiempo, descen- trada. Enraizada, puesto que es un pensador del territorio, del hábitat, de la construcción; des- centrada, porque es un urbanista que hace fi- losofía y un filósofo que reflexiona acerca de la materialidad del mundo y de sus dimensiones. Si el miedo se extiende, nos dice, es porque la Tierra se va reduciendo progresivamente y cada vez hay menos espacio como consecuencia de la presión que ejerce el tiempo instantáneo en que vivimos, de manera que impelidos a una fuga hacia delante en un mundo sometido a una ace- leración continua sólo podemos gestionar, ad- ministrar ese miedo, en lugar de abordar sus causas. La administración del miedo es la políti- ca sin polis, es la gestión de los hombres cuando carecen de un lugar propio, cuando se sienten en todas partes ahogados por falta de espacio y sueñan con otro lugar que no existe. La admi-
que tiene buenas razones para tener miedo, pero que continua convencido de que sólo se salvará aumentando cada vez más la velocidad y tratan- do de lograr la ubicuidad.