Octavio Paz Libertad Bajo Palabra PDF

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LIBERTAD BAJO PALABRA

[1935 – 1957]
I
BAJO TU CLARA SOMBRA
[1935 - 1944]
Primer día
[1935]

SONETOS

I
INMÓVIL en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

Luz que no se derrama, ya diamante,


fija en la rotación del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y llama equidistante.

Tu salto es un segundo congelado


que ni apresura el tiempo ni lo mata:
preso en su movimiento ensimismado

tu cuerpo de sí mismo se desata


y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra obscura.

II
El mar, el mar y tú, plural espejo,
el mar de torso perezoso y lento
nadando por el mar, del mar sediento:
el mar que muere y nace en un reflejo.

El mar y tú, su mar, el mar espejo:


roca que escala el mar con paso lento,
pilar de sal que abate el mar sediento,
sed y vaivén y apenas un reflejo.

De la suma de instantes en que creces,


del círculo de imágenes del año,
retengo un mes de espumas y de peces,

y bajo cielos líquidos de estaño


tu cuerpo que en la luz abre bahías
al obscuro oleaje de los días.

III
Del verdecido júbilo del cielo
luces recobras que la luna pierde
porque la luz de sí misma recuerde
relámpagos y otoños en tu pelo.

El viento bebe viento en su revuelo,


mueve las hojas y su lluvia verde
moja tus hombros, tus espaldas muerde
y te desnuda y quema y vuelve yelo.

Dos barcos de velamen desplegado


tus dos pechos. Tu espalda es un torrente.
Tu vientre es un jardín petrificado.

Es otoño en tu nuca: sol y bruma.


Bajo del verde cielo adolescente,
tu cuerpo da su enamorada suma.
Asueto
[1939-1944]

DÍA

¿DE QUÉ cielo caído,


oh insólito,
inmóvil solitario en la ola del tiempo?
Eres la duración,
el tiempo que madura
en un instante enorme, diáfano:
flecha en el aire,
blanco embelesado
y espacio sin memoria ya de flecha.
Día hecho de tiempo y de vacío:
me deshabitas, borras
mi nombre y lo que soy,
llenándome de ti: luz, nada.

Y floto, ya sin mí, pura existencia.

JARDÍN

A Juan Gil Albert

NUBES a la deriva, continentes


sonámbulos, países sin substancia
ni peso, geografías dibujadas
por el sol y borradas por el viento.

Cuatro muros de adobe. Buganvillas:


en sus llamas pacíficas mis ojos
se bañan. Pasa el viento entre alabanzas
de follajes y yerbas de rodillas.

El heliotropo con morados pasos


cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:
el fresno -y un meditabundo: el pino.
El jardín es pequeño, el cielo inmenso.

Verdor sobreviviente en mis escombros:


en mis ojos te miras y te tocas,
te conoces en mí y en mí te piensas,
en mí duras y en mí te desvaneces.
MEDIODÍA

UN QUIETO resplandor me inunda y ciega,


un deslumbrado círculo vacío,
porque a la misma luz su luz la niega.

Cierro los ojos y a mi sombra fío


esta inasible gloria, este minuto,
y a su voraz eternidad me alío.

Dentro de mí palpita, flor y fruto,


la aprisionada luz, ruina quemante,
vivo carbón, pues lo encendido enluto.

Ya entraña temblorosa su diamante,


en mí se funde el día calcinado,
brasa interior, coral agonizante.

En mi párpado late, traspasado,


el resplandor del mundo y sus espinas
me ciegan, paraíso clausurado.

Sombras del mundo, cálidas ruinas,


sueñan bajo mi piel y su latido
anega, sordo, mis desiertas minas.

Lento y tenaz, el día sumergido


es una sombra trémula y caliente,
un negro mar que avanza sin sonido,
ojo que gira ciego y que presiente
formas que ya no ve y a las que llega
por mi tacto, disuelto en mi corriente.

Cuerpo adentro la sangre nos anega


y ya no hay cuerpo más, sino un deshielo,
una onda, vibración que se disgrega.

Medianoche del cuerpo, toda cielo,


bosque de pulsaciones y espesura,
nocturno mediodía del subsuelo,

¿este caer en una entraña oscura


es de la misma luz del mediodía
que erige lo que toca en escultura?

-El cuerpo es infinito y melodía.


ARCOS
A Silvina Ocampo

¿QUIÉN canta en las orillas del papel?


Inclinado, de pechos sobre el río
de imágenes, me veo, lento y solo,
de mí mismo alejarme: letras puras,
constelación de signos, incisiones
en la carne del tiempo, ¡oh escritura,
raya en el agua!

Voy entre verdores


enlazados, voy entre transparencias,
río que se desliza y no transcurre;
me alejo de mí mismo, me detengo
sin detenerme en una orilla y sigo,
río abajo, entre arcos de enlazadas
imágenes, el río pensativo.
Sigo, me espero allá, voy a mi encuentro,
río feliz que enlaza y desenlaza
un momento de sol entre dos álamos,
en la pulida piedra se demora,
y se desprende de sí mismo y sigue,
río abajo, al encuentro de sí mismo.

1947

NIÑA

A Laura Elena

NOMBRAS el árbol, niña.


Y el árbol crece, lento,
alto deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.

Nombras el cielo, niña.


Y las nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.

Nombras el agua, niña.


Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y la ola amarilla,
la marea de sol,
en su cresta nos alza,
en los cuatro horizontes nos dispersa
y nos devuelve, intactos,
en el centro del día, a ser nosotros.

PRIMAVERA A LA VISTA

PULIDA claridad de piedra diáfana,


lisa frente de estatua sin memoria:
cielo de invierno, espacio reflejado
en otro más profundo y más vacío.

El mar respira apenas, brilla apenas.


Se ha parado la luz entre los árboles,
ejército dormido. Los despierta
el viento con banderas de follajes.

Nace del mar, asalta la colina,


oleaje sin cuerpo que revienta
contra los eucaliptos amarillos
y se derrama en ecos por el llano.

El día abre los ojos y penetra


en una primavera anticipada.
Todo lo que mis manos tocan, vuela.
Está lleno de pájaros el mundo.
Condición de nube
[1944]

NUEVO ROSTRO

LA NOCHE borra noches en tu rostro,


derrama aceites en tus secos párpados,
quema en tu frente el pensamiento
y atrás del pensamiento la memoria.

Entre las sombras que te anegan


otro rostro amanece.
Y siento que a mi lado
no eres tú la que duerme,
sino la niña aquella que fuiste
y que esperaba sólo que durmieras
para volver y conocerme.

DOS CUERPOS

Dos cuerpos frente a frente


son a veces dos olas
y la noche es océano.

Dos cuerpos frente a frente


son a veces dos piedras
y la noche desierto.

Dos cuerpos frente a frente


son a veces raíces
en la noche enlazadas.

Dos cuerpos frente a frente


son a veces navajas
y la noche relámpago.

Dos cuerpos frente a frente


son dos astros que caen
en un cielo vacío.
VIDA ENTREVISTA

RELÁMPAGOS o peces
en la noche del mar
y pájaros, relámpagos
en la noche del bosque.

Los huesos son relámpagos


en la noche del cuerpo.
Oh mundo, todo es noche
y la vida es relámpago.

RETÓRICA

1
CANTAN los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan:
todo su entendimiento es su garganta.

2
La forma que se ajusta al movimiento
no es prisión sino piel del pensamiento.

3
La claridad del cristal transparente
no es claridad para mí suficiente:
el agua clara es el agua corriente.

LA RAMA

CANTA en la punta del pino


un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha, en la rama,


se desvanece entre alas
y en música se derrama.

El pájaro es una astilla


que canta y se quema viva
en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.


Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.
ESPIRAL

COMO el clavel sobre su vara,


como el clavel, es el cohete:
es un clavel que se dispara.

Como el cohete el torbellino:


sube hasta el cielo y se desgrana,
canto de pájaro en un pino.

Como el clavel y como el viento


el caracol es un cohete:
petrificado movimiento.

Y la espiral en cada cosa


su vibración difunde en giros:
el movimiento no reposa.

EPITAFIO PARA UN POETA

Quiso cantar, cantar


para olvidar
su vida verdadera de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades.
II
CALAMIDADES Y MILAGROS
[1937 – 1947]
Nada me desengaña
el mundo me ha hechizado.

QUEVEDO
Puerta condenada
[1938-1946]

INSOMNIO

QUEDO distante de los sueños.


Abandona mi frente su marea,
avanzo entre las piedras calcinadas
y vuelvo a dar al cuarto que me encierra:
aguardan los zapatos, los lazos de familia,
los dientes de sonreír
y la impuesta esperanza:
mañana cantarán las sirenas.
(Y en mi sangre
otro canto se eleva: Yo no digo
mi canción sino a quien conmigo va...)
Sórdido fabricante de fantasmas,
de pequeños dioses oscuros,
polvo, mentira en la mañana.
Desterrado de la cólera y de la alegría,
sentado en una silla, en una roca,
frente al ciego oleaje: tedio, nada.

Atado a mi vivir
y desasido de la vida.

1933

LAS PALABRAS

DALES la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
MAR POR LA TARDE

A Juan José Arreóla

ALTOS muros del agua, torres altas,


aguas de pronto negras contra nada,
impenetrables, verdes, grises aguas,
aguas de pronto blancas, deslumbradas.

Aguas como el principio de las aguas,


como el principio mismo antes del agua,
las aguas inundadas por el agua,
aniquilando lo que finge el agua.

El resonante tigre de las aguas,


las uñas resonantes de cien tigres,
las cien manos del agua, los cien tigres
con una sola mano contra nada.

Desnudo mar, sediento mar de mares,


hondo de estrellas si de espumas alto,
prófugo blanco de prisión marina
que en estelares límites revienta,

¿qué memorias, deseos prisioneros,


encienden en tu piel sus verdes llamas?
En ti te precipitas, te levantas
contra ti y de ti mismo nunca escapas.

Tiempo que se congela o se despeña,


tiempo que es mar y mar que es lunar témpano,
madre furiosa, inmensa res hendida
y tiempo que se come las entrañas.

LA CAÍDA

A la memoria de Jorge Cuesta

I
ABRE simas en todo lo creado,
abre el tiempo la entraña de lo vivo,
y en la hondura del pulso fugitivo
se precipita el hombre desangrado.

¡Vértigo del minuto consumado!


En el abismo de mi ser nativo,
en mi nada primera, me desvivo:
yo mismo frente a mí, ya devorado.

Pierde el alma su sal, su levadura,


en concéntricos ecos sumergida,
en sus cenizas anegada, obscura.

Mana el tiempo su ejército impasible,


nada sostiene ya, ni mi caída,
transcurre solo, quieto, inextinguible.

II
Prófugo de mi ser, que me despuebla
la antigua certidumbre de mí mismo,
busco mi sal, mi nombre, mi bautismo,
las aguas que lavaron mi tiniebla.

Me dejan tacto y ojos sólo niebla,


niebla de mí, mentira y espejismo:
¿qué soy, sino la sima en que me abismo,
y qué, sino el no ser, lo que me puebla?

El espejo que soy me deshabita:


un caer en mí mismo inacabable
al horror de no ser me precipita.

Y nada queda sino el goce impío


de la razón cayendo en la inefable
y helada intimidad de su vacío.

CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD

A Rafael Vega Albela,


que aquí padeció

I
DEVORA el sol final restos ya inciertos;
el cielo roto, hendido, es una fosa;
la luz se atarda en la pared ruinosa;
polvo y salitre soplan sus desiertos.

Se yerguen más los fresnos, más despiertos,


y anochecen la plaza silenciosa,
tan a ciegas palpada y tan esposa
como herida de bordes siempre abiertos.

Calles en que la nada desemboca,


calles sin fin andadas, desvarío
sin fin del pensamiento desvelado.
Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, signo vacío
en tu pecho de piedra sepultado.

II
Mudo, tal un peñasco silencioso
desprendido del cielo, cae, espeso,
el cielo desprendido de su peso,
hundiéndose en sí mismo, piedra y pozo;
arde el anochecer en su destrozo,
cruzo entre la ceniza y el bostezo
calles en donde, anónimo y obseso,
fluye el deseo, río sinuoso;

lepra de livideces en la piedra


llaga indecisa vuelve cada muro;
frente a ataúdes donde en rasos medra

la doméstica muerte cotidiana,


surgen, petrificadas en lo obscuro,
putas: pilares de la noche vana.

III
A la orilla, de mí ya desprendido,
toco la destrucción que en mí se atreve,
palpo ceniza y nada, lo que llueve
el cielo en su caer obscurecido.

Anegado en mi sombra-espejo mido


la deserción del soplo que me mueve:
huyen, fantasma ejército de nieve,
tacto y color, perfume y sed, ruido.

El cielo se desangra en el cobalto


de un duro mar de espumas minerales;
yazgo a mis pies, me miro en el acero

de la piedra gastada y del asfalto:


pisan opacos muertos maquinales,
no mi sombra, mi cuerpo verdadero.

IV
(CIELO)

Frío metal, cuchillo indiferente,


páramo solitario y sin lucero,
llanura sin fronteras, toda acero,
cielo sin llanto, pozo, ciega fuente.
Infranqueable, inmóvil, persistente,
muro total, sin puertas ni asidero,
entre la sed que da tu reverbero
y el otro cielo prometido, ausente.

Sabe la lengua a vidrio entumecido,


a silencio erizado por el viento,
a corazón insomne, remordido.

Nada te mueve, cielo, ni te habita.


Quema el alma raíz y nacimiento
y en sí misma se ahonda y precipita.

V
Las horas, su intangible pesadumbre,
su peso que no pesa, su vacío,
abigarrado horror, la sed que expío
frente al espejo y su glacial vislumbre,

mi ser, que multiplica en muchedumbre


y luego niega en un reflejo impío,
todo, se arrastra, inexorable río,
hacia la nada, sola certidumbre.

Hacia mí mismo voy; hacia las mudas,


solitarias fronteras sin salida:
duras aguas, opacas y desnudas,

horadan lentamente mi conciencia


y van abriendo en mí secreta herida,
que mana sólo, estéril, impaciencia.

PEQUEÑO MONUMENTO

A Alí Chumacero

Fluye el tiempo inmortal y en su latido


sólo palpita estéril insistencia,
sorda avidez de nada, indiferencia,
pulso de arena, azogue sin sentido.

Resuelto al fin en fechas lo vivido


veo, ya edad, el sueño y la inocencia,
puñado de aridez en mi conciencia,
sílabas que disperso sin ruido.

Vuelvo el rostro: no soy sino la estela


de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito.

Mirada que al mirarse se congela,


haz de reflejos, simulacro incierto:
al penetrar en mí me deshabito.
SEVEN P. M.

EN FILAS ordenadas regresamos


y cada noche, cada noche,
mientras hacemos el camino,
el breve infierno de la espera
y el espectro que vierte en el oído:
«¿No tienes sangre ya? ¿Por qué te mientes?
Mira los pájaros...
El mundo tiene playas todavía
y un barco allá te espera, siempre.»

Y las piernas caminan


y una roja marea
inunda playas de ceniza.

«Es hermosa la sangre


cuando salta de ciertos cuellos blancos.
Báñate en esa sangre:
el crimen hace dioses.»

Y el hombre aprieta el paso


y ve la hora: aún es tiempo
de alcanzar el tranvía.

«Allá, del otro lado,


yacen las islas prometidas. Danzan
los árboles de música vestidos,
se mecen las naranjas en las ramas
y las granadas abren sus entrañas
y se desgranan en la yerba,
rojas estrellas en un cielo verde,
para la aurora de amarilla cresta...»

Y los labios sonríen y saludan


a otros condenados solitarios:
¿Leyó usted los periódicos?

«¿No dijo que era el Pan y que era el Vino?


¿No dijo que era el Agua?
Cuerpos dorados como el pan dorado
y el vino de labios morados
y el agua, desnudez...»

Y el hombre aprieta el paso


y al tiempo justo de llegar a tiempo
doblan la esquina, puntuales, Dios y el tranvía.
LA CALLE

ES UNA calle larga y silenciosa.


Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también la pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está obscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

CUARTO DE HOTEL

I
A LA LUX cenicienta del recuerdo
que quiere redimir lo ya vivido
arde el ayer fantasma. ¿Yo soy ese
que baila al pie del árbol y delira
con nubes que son cuerpos que son olas,
con cuerpos que son nubes que son playas?
¿Soy el que toca el agua y canta el agua,
la nube y vuela, el árbol y echa hojas,
un cuerpo y se despierta y le contesta?
Arde el tiempo fantasma:
arde el ayer, el hoy se quema y el mañana.
Todo lo que soñé dura un minuto
y es un minuto todo lo vivido.
Pero no importan siglos o minutos:
también el tiempo de la estrella es tiempo,
gota de sangre o fuego: parpadeo.

II
Roza mi frente con sus manos frías
el río del pasado y sus memorias
huyen bajo mis párpados de piedra.
No se detiene nunca su carrera
y yo, desde mí mismo, lo despido.
¿Huye de mí el pasado?
¿Huyo con él y aquel que lo despide
es una sombra que me finge, hueca?
Quizá no es él quien huye: yo me alejo
y él no me sigue, ajeno, consumado.
Aquel que fui se queda en la ribera.
No me recuerda nunca ni me busca,
no me contempla ni despide:
contempla, busca a otro fugitivo.
Pero tampoco el otro lo recuerda.

III

No hay antes ni después. ¿Lo que viví


lo estoy viviendo todavía?
¡Lo que viví! ¿Fui acaso? Todo fluye:
lo que viví lo estoy muriendo todavía.
No tiene fin el tiempo: finge labios,
minutos, muerte, cielos, finge infiernos,
puertas que dan a nada y nadie cruza.
No hay fin, ni paraíso, ni domingo.
No nos espera Dios al fin de la semana.
Duerme, no lo despiertan nuestros gritos.
Sólo el silencio lo despierta.
Cuando se calle todo y ya no canten
la sangre, los relojes, las estrellas,
Dios abrirá los ojos
y al reino de su nada volveremos.

ELEGÍA INTERRUMPIDA

HOY recuerdo a los muertos de mi casa.


Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.

Pero no hay agua ya, todo está seco,


no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y en el amanecer de párpados hinchados
el gesto con que deshacemos
el nudo corredizo, la corbata,
y ya apagan las luces en la calle
-saluda al sol, araña, no seas rencorosay
más muertos que vivos entramos en la cama.

Es un desierto circular el mundo,


el cielo está cerrado y el infierno vacío.

LA VIDA SENCILLA

LLAMAR al pan el pan y que aparezca


sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
beber y en la embriaguez asir la vida;
bailar el baile sin perder el paso;
tocar la mano de un desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la firmeza
que no tuvo la mano del amigo;
probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita
mis muecas el espejo, ni el silencio
se erice con los dientes que rechinan:
estas cuatro paredes -papel, yeso,
alfombra rala y foco amarillentono
son aún el prometido infierno;
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados:
el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras;
saber partir el pan y repartirlo,
el pan de una verdad común a todos,
verdad de pan que a todos nos sustenta,
por cuya levadura soy un hombre,
un semejante entre mis semejantes;
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos...
Y que a la hora de mi muerte logre
morir como los hombres y me alcance
el perdón y la vida perdurable
del polvo, de los frutos y del polvo.

ENVÍO

Tal sobre el muro rotas uñas graban


un nombre, una esperanza, una blasfemia,
sobre el papel, sobre la arena, escribo
estas palabras mal encadenadas.
Entre sus secas sílabas acaso
un día te detengas: pisa el polvo,
esparce la ceniza, sé ligera
como la luz ligera y sin memoria
que brilla en cada hoja, en cada piedra,
dora la tumba y dora la colina
y nada la detiene ni apresura.
Calamidades y milagros
[1937-1947]

ENTRE LA PIEDRA Y LA FLOR

A Teodoro Cesarman

I
AMANECEMOS piedras.
Nada sino la luz. No hay nada
sino la luz contra la luz.

La tierra:
palma de una mano de piedra.

El agua callada
en su tumba calcárea.
El agua encarcelada,
húmeda lengua humilde
que no dice nada.

Alza la tierra un vaho.


Vuelan pájaros pardos, barro alado.
El horizonte:
unas cuantas nubes arrasadas.

Planicie enorme, sin arrugas.


El henequén, índice verde,
divide los espacios terrestres.
Cielo ya sin orillas.

II
¿Qué tierra es ésta?
¿Qué violencias germinan
bajo su pétrea cascara,
qué obstinación de fuego ya frío,
años y años como saliva que se acumula
y se endurece y se aguza en púas?

Una región que existe


antes que el sol y el agua
alzaran sus banderas enemigas,
una región de piedra
creada antes del doble nacimiento
de la vida y la muerte.

En la llanura la planta se implanta


en vastas plantaciones militares.
Ejército inmóvil
frente al sol giratorio y las nubes nómadas.

El henequén, verde y ensimismado,


brota en pencas anchas y triangulares:
es un surtidor de alfanjes vegetales.
El henequén es una planta armada.

Por sus fibras sube una sed de arena.


Viene de los reinos de abajo,
empuja hacia arriba y en pleno salto
su chorro se detiene,
convertido en un hostil penacho,
verdor que acaba en puntas.
Forma visible de la sed invisible.

El agave es verdaderamente admirable:


su violencia es quietud, simetría su quietud.

Su sed fabrica el licor que lo sacia:


es un alambique que se destila a sí mismo.

Al cabo de veinticinco años


alza una flor, roja y única.
Una vara sexual la levanta,
llama petrificada.
Entonces muere.

III
Entre la piedra y la flor, el hombre:
el nacimiento que nos lleva a la muerte,
la muerte que nos lleva al nacimiento.

El hombre,
sobre la piedra lluvia persistente
y río entre llamas
y flor que vence al huracán
y pájaro semejante al breve relámpago:
el hombre entre sus frutos y sus obras.

El henequén,
verde lección de geometría
sobre la tierra blanca y ocre.
Agricultura, comercio, industria, lenguaje.
Es una planta vivaz y es una fibra,
es una acción en la Bolsa y es un signo.

Es tiempo humano,
tiempo que se acumula,
tiempo que se dilapida.

La sed y la planta,
la planta y el hombre,
el hombre, sus trabajos y sus días.

Desde hace siglos de siglos


tú das vueltas y vueltas
con un trote obstinado de animal humano:
tus días son largos como años
y de año en año tus días marcan el paso;
no el reloj del banquero ni el del líder:
el sol es tu patrón,
de sol a sol es tu jornada
y tu jornal es el sudor,
rocío de cada día
que en tu calvario cotidiano
se vuelve una corona transparente
-aunque tu cara no esté impresa
en ningún lienzo de Verónica
ni sea la de la foto
del mandamás en turno
que multiplican los carteles:
tu cara es el sol gastado del centavo,
universal rostro borroso;
tú hablas una lengua que no hablan
los que hablan de ti desde sus pulpitos
y juran por tu nombre en vano,
los tutores de tu futuro,
los albaceas de tus huesos:
tu habla es árbol de raíces de agua,
subterráneo sistema fluvial del espíritu,
y tus palabras van -descalzas, de puntillasde
un silencio a otro silencio;
tú eres frugal y resignado y vives,
como si fueras pájaro,
de un puño de pinole en un jarro de atole;
tú caminas y tus pasos
son la llovizna en el polvo;
tú eres aseado como un venado;
tú andas vestido de algodón
y tu calzón y tu camisa remendados
son más blancos que las nubes blancas;
tú te emborrachas con licores lunares
y subes hasta el grito como el cohete
y como él, quemado, te desplomas;
tú recorres hincado las estaciones
y vas del atrio hasta el altar
y del altar al atrio
con las rodillas ensangrentadas
y el cirio que llevas en la mano
gotea gotas de cera que te queman;
tú eres cortés y ceremonioso y comedido
y un poco hipócrita como todos los devotos
y eres capaz de triturar con una piedra
el cráneo del cismático y el del adúltero;
tú tiendes a tu mujer en la hamaca
y la cubres con una manta de latidos;
tú, a las doce, por un instante,
suspendes el quehacer y la plática,
para oír, repetida maravilla,
dar la hora al pájaro, reloj de alas;
tú eres justo y tierno y solícito
con tus pollos, tus cerdos y tus hijos;
como la mazorca de maíz
tu dios está hecho de muchos santos
y hay muchos siglos en tus años;
un guajolote era tu único orgullo
y lo sacrificaste un día de copal y ensalmos;
tú llueves la lluvia de flores amarillas,
gotas de sol, sobre el hoyo de tus muertos

-mas no es el ritmo oscuro,


el renacer de cada día
y el remorir de cada noche,
lo que te mueve por la tierra:

IV
El dinero y su rueda,
el dinero y sus números huecos,
el dinero y su rebaño de espectros.

El dinero es una fastuosa geografía:


montañas de oro y cobre,
ríos de plata y níquel,
árboles de jade
y la hojarasca del papel moneda.

Sus jardines son asépticos,


su primavera perpetua está congelada,
son flores son piedras preciosas sin olor,
sus pájaros vuelan en ascensor,
sus estaciones giran al compás del reloj.

El planeta se vuelve dinero,


el dinero se vuelve número,
el número se come al tiempo,
el tiempo se come al hombre,
el dinero se come al tiempo.

La muerte es un sueño que no sueña el dinero.


El dinero no dice tú eres:
el dinero dice cuánto.

Más malo que no tener dinero


es tener mucho dinero.
Saber contar no es saber cantar.

Alegría y pena
ni se compran ni se venden.

La pirámide niega al dinero,


el ídolo niega al dinero,
el brujo niega al dinero,
la Virgen, el Niño y el Santito
niegan al dinero.

El analfabetismo es una sabiduría


ignorada por el dinero.

El dinero abre las puertas de la casa del rey,


cierra las puertas del perdón.

El dinero es el gran prestidigitador.


Evapora todo lo que toca:
tu sangre y tu sudor,
tu lágrima y tu idea.
El dinero te vuelve ninguno.

Entre todos construimos


el palacio del dinero:
el gran cero.

No el trabajo: el dinero es el castigo.


El trabajo nos da de comer y dormir:
el dinero es la araña y el hombre la mosca!
El trabajo hace las cosas:
el dinero chupa la sangre de las cosas.
El trabajo es el techo, la mesa, la cama:
el dinero no tiene cuerpo ni cara ni alma.

El dinero seca la sangre del mundo,


sorbe el seso del hombre.

Escalera de horas y meses y años:


allá arriba encontramos a nadie.

Monumento que tu muerte levanta a la muerte.

Mérida, 1937/México, 1976.

VIRGEN

I
ELLA cierra los ojos y en su adentro
está desnuda y niña al pie del árbol.
Reposan a su sombra el tigre, el toro.
Tres corderos de bruma le da al tigre,
tres palomas al toro, sangre y plumas.
Ni plegarias de humo quiere el tigre
ni palomas el toro: a ti te quieren.
Y vuelan las palomas, vuela el toro,
y ella también, desnuda vía láctea,
vuela en un cielo visceral, oscuro.
Un maligno puñal ojos de gato
y amarillentas alas de petate
la sigue entre los aires. Y ella lucha
y vence a la serpiente, vence al águila,
y sobre el cuerno de la luna asciende...

II
Por los espacios gira la doncella.
Nubes errantes, torbellinos, aire.
El cielo es una boca que bosteza,
boca de tiburón en donde ríen,
afilados relámpagos, los astros.
Vestida de azucena ella se acerca
y le arranca los dientes al dormido.

Al aire sin edades los arroja:


islas que parpadean cayeron las estrellas,
cayó al mantel la sal desparramada,
lluvia de plumas fue la garza herida,
se quebró la guitarra y el espejo
también, como la luna, cayó en trizas.
Y la estatua cayó. Viriles miembros
se retorcieron en el polvo, vivos.

III
Rocas y mar. El sol envejecido
quema las piedras que la mar amarga.
Cielo de piedra, mar de piedra. Nadie.
Arrodillada cava las arenas,
cava la piedra con las uñas rotas.
¿A qué desenterrar del polvo estatuas?
La boca de los muertos está muerta.
Sobre la alfombra junta las figuras
de su rompecabezas infinito.
Y siempre falta una, sólo una,
y nadie sabe dónde está, secreta.
En la sala platican las visitas.
El viento gime en el jardín en sombras.
Está enterrada al pie del árbol. ¿Quién?
La llave, ¡apalabra, la sortija...
Pero es muy tarde ya, todos se han ido,
su madre sola al pie de la escalera
es una llama que se desvanece
y crece la marea de lo obscuro
y borra los peldaños uno a uno
y se aleja el jardín y ella se aleja
en la noche embarcada...

IV
Al pie del árbol otra vez. No hay nada:
latas, botellas rotas, un cuchillo,
los restos de un domingo ya oxidado.
Muge el toro sansón, herido y solo
por los sinfines de la noche en ruinas
y por los prados amarillos rondan
el león calvo, el tigre despintado.
Ella se aleja del jardín desierto
y por calles lluviosas llega a casa.
Llama, mas nadie le contesta; avanza
y no hay nadie detrás de cada puerta
y va de nadie a puerta hasta que llega
a la última puerta, la tapiada,
la que el padre cerraba cada noche.
Busca la llave pero se ha perdido,
la golpea, la araña, la golpea,
durante siglos la golpea
y la puerta es más alta a cada siglo
y más cerrada y puerta a cada golpe.
Ella ya no la alcanza y sólo aguarda
sentada en su sillita que alguien abra:
Señor, abre las puertas de tu nube,
abre tus cicatrices mal cerradas,
llueve sobre mis senos arrugados,
llueve sobre los huesos y las piedras,
que tu semilla rompa ¡a corteza,
la costra de mi sangre endurecida.
Devuélveme a la noche del Principio,
de tu costado desprendida sea
planeta opaco que tu luz enciende.
III
SEMILLAS PARA UN HIMNO
[1943-1955]
El girasol
[1943-1948]

TUS OJOS

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,


silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro
de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo.

ESCRITO CON TINTA VERDE

LA TINTA verde crea jardines, selvas, prados,


follajes donde cantan las letras,
palabras que son árboles,
frases que son verdes constelaciones.

Deja que mis palabras desciendan y te cubran


como una lluvia de hojas a un campo de nieve,
como la yedra a la estatua,
como la tinta a esta página.

Brazos, cintura, cuello, senos,


la frente pura como el mar,
la nuca de bosque en otoño,
los dientes que muerden una brizna de yerba.

Tu cuerpo se constela de signos verdes


como el cuerpo del árbol de renuevos.
No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa:
mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.
Semillas para un himno
[1950-1954]

EL DÍA abre la mano


Tres nubes
Y estas pocas palabras.

AL ALBA busca su nombre lo naciente


Sobre los troncos soñolientos centellea la luz
Galopan las montañas a la orilla del mar
El sol entra en las aguas con espuelas
La piedra embiste y rompe claridades
El mar se obstina y crece al pie del horizonte
Tierra confusa inminencia de escultura
El mundo alza la frente aún desnuda
Piedra pulida y lisa para grabar un canto
La luz despliega su abanico de nombres
Hay un comienzo de himno como un árbol
Hay el viento y nombres hermosos en el viento

FÁBULA

A Alvaro Mutis

EDADES de fuego y de aire


Mocedades de agua
Del verde al amarillo
Del amarillo al rojo
Del sueño a la vigilia
Del deseo al acto
Sólo había un paso que tú dabas sin esfuerzo
Los insectos eran joyas animadas
El calor reposaba al borde del estanque

La lluvia era un sauce de pelo suelto


En la palma de tu mano crecía un árbol
Aquel árbol cantaba reía y profetizaba
Sus vaticinios cubrían de alas el espacio
Había milagros sencillos llamados pájaros
Todo era de todos
Todos eran todo
Sólo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol
Un día se rompió en fragmentos diminutos
Son las palabras del lenguaje que hablamos
Fragmentos que nunca se unirán
Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado

A LA ESPAÑOLA el día entra pisando fuerte


Un rumor de hojas y pájaros avanza
Un presentimiento de mar o mujeres
El día zumba en mi frente como una idea fija
En la frente del mundo zumba tenaz el día
La luz corre por todas partes
Canta por las terrazas
Hace bailar las casas
Bajo las manos frescas de la yedra ligera
El muro se despierta y levanta sus torres
Y las piedras dejan caer sus vestiduras
Y el agua se desnuda y salta de su lecho
Más desnuda que el agua
Y la luz se desnuda y se mira en el agua
Más desnuda que un astro
Y el pan se abre y el viento se derrama
Y el día se derrama sobre el agua tendida
Ver oír tocar oler gustar pensar
Labios o tierra o viento entre veleros
Sabor del día que se desliza como música
Rumor de luz que lleva de la mano a una muchacha
Y la deja desnuda en el centro del día
Nadie sabe su nombre ni a qué vino
Como un poco de agua se tiende a mi costado
El sol se para un instante por mirarla
La luz se pierde entre sus piernas
La rodean mis miradas como agua
Y ella se baña en ellas más desnuda que el agua
Como la luz no tiene nombre propio
Como la luz cambia de forma con el día.

MANANTIAL

HABLA deja caer una palabra


Buenos días he dormido todo el invierno y ahora despierto
Habla
Una piragua enfila hacia la luz
Una palabra ligera avanza a toda vela
El día tiene forma de río
En sus riberas brillan las plumas de tus cantos
Dulzura del agua en la hierba dormida
Agua clara vocales para beber
Vocales para adornar una frente unos tobillos
Habla
Toca la cima de una pausa dichosa
Y luego abre las alas y habla sin parar
Pasa un rostro olvidado
Pasas tú misma con tu andar de viento en un campo de maíz
La infancia con sus flechas y su ídolo y su higuera
Rompe amarras y pasa con la torre y el jardín
Pasan futuro y pasado
Horas ya vividas y horas por matar
Pasan relámpagos que llevan en el pico pedazos de tiempo
todavía vivos
Bandadas de cometas que se pierden en mi frente
¡Y escriben tu nombre en la espalda desnuda del espejo!
Habla
Moja los labios en la piedra que mana inagotable
Hunde tus brazos blancos en el agua grávida de profecías
inminentes.

ESPACIOSO cielo de verano


Lunas veloces de frente obstinada
Astros desnudos como el oro y la plata
Animales de luz corriendo en pleno cielo
Nubes de toda condición
Alto espacio
Noche derramada
Como el vino en la piedra sagrada
Como un mar ya vencido que inclina sus banderas
Como un sabor desmoronado

Hay jardines en donde el viento mismo se demora


Por oírse correr entre las hojas
Hablan con voz tan clara las acequias
Que se ve al través de sus palabras
Alza el jazmín su torre inmaculada
De pronto llega la palabra almendra
Mis pensamientos se deslizan como agua
Inmóvil yo los veo alejarse entre los chopos
Frente a la noche idéntica otro que no conozco
También los piensa y los mira perderse

PIEDRA NATIVA

A Roger Munier

LA LUZ devasta las alturas


Manadas de imperios en derrota
El ojo retrocede cercado de reflejos

Países vastos como el insomnio


Pedregales de hueso

Otoño sin confines


Alza la sed sus invisibles surtidores
Un último pirú predica en el desierto

Cierra los ojos y oye cantar la luz:


El mediodía anida en tu tímpano.

Cierra los ojos y ábrelos:


No hay nadie ni siquiera tú mismo
Lo que no es piedra es luz.

PRIMAVERA Y MUCHACHA

EN su tallo de calor se balancea


La estación indecisa
Abajo
Un gran deseo de viaje remueve
Las entrañas heladas del lago
Cacerías de reflejos allá arriba
La ribera ofrece guantes de musgo a tu blancura
La luz bebe luz en tu boca
Tu cuerpo se abre como una mirada
Como una flor al sol de una mirada
Te abres
Belleza sin apoyo
Basta un parpadeo
Todo se precipita en un ojo sin fondo
Basta un parpadeo
Todo reaparece en el mismo ojo
Brilla el mundo
Tú resplandeces al filo del agua y de la luz
Eres la hermosa máscara del día
Piedras sueltas
[1955]

LECCIÓN DE COSAS

ANIMACIÓN

SOBRE el estante,
entre un músico Tang y un jarro de Oaxaca,
incandescente y vivaz,
con chispeantes ojos de papel de plata,
nos mira ir y venir
la pequeña calavera de azúcar.

MASCARA DE TLÁLOC
GRABADA EN CUARZO TRANSPARENTE

Aguas petrificadas.
El viejo Tláloc duerme, dentro,
soñando temporales.

LO MISMO

Tocado por la luz


el cuarzo ya es cascada.
Sobre sus aguas flota, niño, el dios.

DIOS QUE SURGE DE UNA ORQUÍDEA DE BARRO

Entre los pétalos de arcilla


nace, sonriente,
la flor humana.

DIOSA AZTECA

Los cuatro puntos cardinales


regresan a tu ombligo.
En tu vientre golpea el día, armado.

CRUZ CON SOL Y LUNA PINTADOS

Entre los brazos de esta cruz


anidaron dos pájaros:
Adán, sol, y Eva, luna.

NIÑO Y TROMPO
Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.

OBJETOS

Viven a nuestro lado,


los ignoramos, nos ignoran.
Alguna vez conversan con nosotros.

EN UXMAL
LA PIEDRA DE LOS DÍAS

EL SOL es tiempo;
el tiempo, sol de piedra;
la piedra, sangre.

MEDIODÍA

La luz no parpadea,
el tiempo se vacía de minutos,
se ha detenido un pájaro en el aire.

MAS TARDE

Se despeña la luz,
despiertan las columnas
y, sin moverse, bailan.

PLENO SOL

La hora es transparente:
vemos, si es invisible el pájaro,
el color de su canto.

RELIEVES

La lluvia, pie danzante y largo pelo,


el tobillo mordido por el rayo,
desciende acompañada de tambores:
abre los ojos el maíz, y crece.

PIEDRAS SUELTAS
DAMA

Todas las noches baja al pozo


y a la mañana reaparece
con un nuevo reptil entre los brazos.

CAMPANAS EN LA NOCHE
Olas de sombra
mojan mi pensamiento
-y no lo apagan.

ANTE LA PUERTA

Gentes, palabras, gentes.


Dudé un instante:
la luna arriba, sola.

VISIÓN

Me vi al cerrar los ojos:


espacio, espacio
donde estoy y no estoy.

PAISAJE

Los insectos atareados,


los caballos color de sol,
los burros color de nube,
las nubes, rocas enormes que no pesan,
los montes como cielos desplomados,
la manada de árboles bebiendo en el arroyo,
todos están ahí, dichosos en su estar,
frente a nosotros que no estamos,
comidos por la rabia, por el odio,
por el amor comidos, por la muerte.

ANALFABETO

Alcé la cara al cielo,


inmensa piedra de gastadas letras:
nada me revelaron las estrellas.
IV
LA ESTACIÓN VIOLENTA
[1948-1957]
O soleil c'est le temps de la Raison ardente.
APOLLINAIRE
HIMNO ENTRE RUINAS

donde espumoso el mar siciliano...


GONGORA

CORONADO de sí el día extiende sus plumas.


¡Alto grito amarillo,
caliente surtidor en el centro de un cielo
imparcial y benéfico!
Las apariencias son hermosas en esta su verdad momentánea.
El mar trepa la costa,
se afianza entre las peñas, araña deslumbrante;
la herida cárdena del monte resplandece;
un puñado de cabras en un rebaño de piedras;
el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar.
Todo es dios.
¡Estatua rota,
columnas comidas por la luz,
ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!

Cae la noche sobre Teotihuacán.


En lo alio de la pirámide los muchachos fuman marihuana,
suenan guitarras roncas.
¿Qué yerba, qué agua de vida ha de damos la vida,
dónde desenterrar la palabra,
la proporción que rige al himno y al discurso,
al baile, a la ciudad y ala balanza?
El canto mexicano estalla en un carajo,
estrella de colores que se apaga,
piedra que nos cierra las puertas del contacto.
Sabe la tierra a tierra envejecida.

Los ojos ven, las manos tocan.


Bastan aquí unas cuantas cosas:
tuna, espinoso planeta coral,
higos encapuchados,
uvas con gusto a resurrección,
almejas, virginidades ariscas,
sal, queso, vino, pan solar.
Desde lo alto de su morenía una isleña me mira,
esbelta catedral vestida de luz.
Torres de sal, contra los pinos verdes de la orilla
surgen las velas blancas de las barcas.
La luz crea templos en el mar.

Nueva York, Londres, Moscú.


La sombra cubre al llano con su yedra fantasma,
con su vacilante vegetación de escalofrío,
su vello ralo, su tropel de ratas.
A trechos tirita un sol anémico.
Acodado en montes que ayer fueron ciudades, Polifemo bosteza.
Abajo, entre los hoyos, se arrastra un rebaño de hombres.
(Bípedos domésticos, su carne
-a pesar de recientes interdicciones religiosases
muy gustada por ¡as clases ricas.
Hasta hace poco el vulgo los consideraba animales impuros.)

Ver, tocar formas hermosas, diarias.


Zumba la luz, dardos y alas.
Huele a sangre la mancha de vino en el mantel.
Como el coral sus ramas en el agua
extiendo mis sentidos en la hora viva:
el instante se cumple en una concordancia amarilla,
¡oh mediodía, espiga henchida de minutos,
copa de eternidad!

Mis pensamientos se bifurcan, serpean, se enredan,


recomienzan,
y al fin se inmovilizan, ríos que no desembocan,
delta de sangre bajo un sol sin crepúsculo.
¿ y todo ha deparar en este chapoteo de aguas muertas?

¡Día, redondo día,


luminosa naranja de veinticuatro gajos,
todos atravesados por una misma y amarilla dulzura!
La inteligencia al fin encarna,
se reconcilian las dos mitades enemigas
y la conciencia-espejo se licúa,
vuelve a ser rúente, manantial de fábulas:
Hombre, árbol de imágenes,
palabras que son flores que son frutos que son actos.

Ñapóles. 1948

MÁSCARAS DEL ALBA

A José Bianco

SOBRE el tablero de la plaza


se demoran las últimas estrellas.
Torres de luz y alfiles afilados
cercan las monarquías espectrales.
¡Vano ajedrez, ayer combate de ángeles!

Fulgor de agua estancada donde flotan


pequeñas alegrías ya verdosas,
la manzana podrida de un deseo,
un rostro recomido por la luna,
el minuto arrugado de una espera,
todo lo que la vida no consume,
los restos del festín de la impaciencia.

Abre los ojos el agonizante.


Esa brizna de luz que tras cortinas
espía al que la expía entre estertores
es la mirada que no mira y mira,
el ojo en que espejean las imágenes
antes de despeñarse, el precipicio
cristalino, la tumba de diamante:
es el espejo que devora espejos.

Olivia, la ojizarca que pulsaba,


las blancas manos entre cuerdas verdes,
el arpa de cristal de la cascada,
nada contra corriente hasta la orilla
del despertar: la cama, el haz de ropas,
las manchas hidrográficas del muro,
ese cuerpo sin nombre que a su lado
mastica profecías y rezongos
y la abominación del cielo raso.
Bosteza lo real sus naderías,
se repite en horrores desventrados.

El prisionero de sus pensamientos


teje y desteje su tejido a ciegas,
escarba sus heridas, deletrea
las letras de su nombre, las dispersa,
y ellas insisten en el mismo estrago:
se engastan en su nombre desgastado.
Va de sí mismo hacia sí mismo, vuelve,
en el centro de sí se para y grita
¿quién va? y el surtidor de su pregunta
abre su flor absorta, centellea,
silba en el tallo, dobla la cabeza,
y al fin, vertiginoso, se desploma
roto como la espada contra el muro.

La joven domadora de relámpagos


y la que se desliza sobre el filo
resplandeciente de la guillotina;
el señor que desciende de la luna
con un fragante ramo de epitafios;
la frígida que lima en el insomnio
el pedernal gastado de su sexo;
el hombre puro en cuya sien anida
el águila real, la cejijunta
voracidad de un pensamiento fijo;
el árbol de ocho brazos anudados
que el rayo del amor derriba, incendia
y carboniza en lechos transitorios;
el enterrado en vida con su pena;
la joven muerta que se prostituye
y regresa a su tumba al primer gallo;
la víctima que busca a su asesino;
el que perdió su cuerpo, el que su sombra,
el que huye de sí y el que se busca
y se persigue y no se encuentra, todos,
vivos muertos al borde del instante
se detienen suspensos. Duda el tiempo,|
el día titubea.
Soñolienta
en su lecho de fango, abre los ojos
Venecia y se recuerda: ¡pabellones
y un alto vuelo que se petrifica!
Oh esplendor anegado...
Los caballos de bronce de San Marcos
cruzan arquitecturas que vacilan,
descienden verdinegros hasta el agua
y se arrojan al mar, hacia Bizancio.
Oscilan masas de estupor y piedra,
mientras los pocos vivos de esta hora...
Pero la luz avanza a grandes pasos,
aplastando bostezos y agonías.
¡Júbilos, resplandores que desgarran!
El alba lanza su primer cuchillo.

Venecia, 1948

FUENTE

EL MEDIODÍA alza en vilo al mundo.


Y las piedras donde el viento borra lo que a ciegas escribe el
tiempo,
las torres que al caer la tarde inclinan la frente,
la nave que hace siglos encalló en la roca, la iglesia de oro que
tiembla al peso de una cruz de palo,
las plazas donde si un ejército acampa se siente desamparado y
sin defensa,
el Fuerte que hinca la rodilla ante la luz que irrumpe por la loma,
los parques y el corro cuchicheante de los olmos y los álamos,
las columnas y los arcos a la medida exacta de la gloria,
la muralla que abierta al sol dormita, echada sobre sí misma, sobre
su propia hosquedad desplomada,
el rincón visitado sólo por los misántropos que rondan las afueras:
el pino y el sauce,
los mercados bajo el fuego graneado de los gritos,
el muro a media calle, que nadie sabe quién edificó ni con qué
fin, el desollado, el muro en piedra viva,
todo lo atado al suelo por amor de materia enamorada, rompe
amarras
y asciende radiante entre las manos intangibles de esta hora.
El viejo mundo de las piedras se levanta y vuela.
Es un pueblo de ballenas y delfines que retozan en pleno cielo,
arrojándose grandes chorros de gloria,
y los cuerpos de piedra, arrastrados por el lento huracán de
calor,
escurren luz y entre las nubes relucen, gozosos.
La ciudad lanza sus cadenas al río y vacía de sí misma,
de su carga de sangre, de su carga de tiempo, reposa
hecha un ascua, hecha un sol en el centro del torbellino.
El presente la mece.

Todo es presencia, todos los siglos son este Presente.


¡Ojo feliz que ya no mira porque todo es presencia y su propia
visión fuera de sí lo mira!
¡Hunde la mano, coge el fulgor, el pez solar, la llama entre lo
azul,
el canto que se mece en el fuego del día!
Y la gran ola vuelve y me derriba, echa a volar la mesa y los
papeles y en lo alto de su cresta me suspende,
música detenida en su más, luz que no pestañea, ni cede, ni
avanza.
Todo es presente, espejo sin revés: no hay sombra, no hay lado
opaco, todo es ojo,
todo es presencia, estoy presente en todas partes y para ver
mejor, para mejor arder, me apago
y caigo en mí y salgo de mí y subo hasta el cohete y bajo hasta el
hachazo
porque la gran esfera, la gran bola de tiempo incandescente,
el fruto que acumula todos los jugos de la historia, la presencia, j
el presente, estalla
como un espejo roto al mediodía, como un mediodía roto contra i
el mar y la sal.
Toco la piedra y no contesta, cojo la llama y no me quema, ¿quéj
esconde esta presencia?

No hay nada atrás, las raíces están quemadas, podridos los


cimientos,
basta un manotazo para echar abajo esta grandeza.
¿Y quién asume la grandeza si nadie asume el desamparo?
Penetro en mi oquedad: yo no respondo, no me doy la cara,
perdí el rostro después de haber perdido cuerpo y alma.
Y mi vida desfila ante mis ojos sin que uno solo de mis actos lo
reconozca mío:
¿y el delirio de hacer saltar la muerte con el apenas golpe de alas
de una imagen
y la larga noche pasada en esculpir el instantáneo cuerpo del
relámpago
y la noche de amor puente colgante entre esta vida y la otra?

No duele la antigua herida, no arde la vieja quemadura, es una


cicatriz casi borrada
el sitio de la separación, el lugar del desarraigo, la boca por
donde hablan en sueños la muerte y la vida
es una cicatriz invisible.
Yo no daría la vida por mi vida: es otra mi verdadera historia.

La ciudad sigue en pie..


Tiembla en la luz, hermosa.
Se posa el sol en su diestra pacífica.
Son más altos, más blancos, los chorros de las fuentes.
Todo se pone en pie para caer mejor.
Y el caído bajo el hacha de su propio delirio se levanta.
Malherido, de su frente hendida brota un último pájaro.
Es el doble de sí mismo,
el joven que cada cien años vuelve a decir unas palabras, siempre
las mismas,
la columna transparente que un instante se obscurece y otro
centellea,
según avanza la veloz escritura del destino.
En el centro de la plaza la rota cabeza del poeta es una fuente.

Aviñón,1950.

REPASO NOCTURNO

TODA la noche batalló con la noche,


ni vivo ni muerto,
a tientas penetrando en su substancia,
llenándose hasta el borde de sí mismo.
Primero fue el extenderse en lo obscuro,
hacerse inmenso en lo inmenso,
reposar en el centro insondable del reposo.
Fluía el tiempo, fluía su ser,
fluían en una sola corriente indivisible.
A zarpazos somnolientos el agua caía y se levantaba,
se despeñaban alma y cuerpo, pensamiento y huesos:
¿pedía redención el tiempo,
pedía el agua erguirse, pedía verse,
vuelta transparente monumento de su caída?
Río arriba, donde lo no formado empieza,
al agua se desplomaba con los ojos cerrados.
Volvía el tiempo a su origen, manándose.

Allá, del otro lado, un fulgor hizo señas.


Abrió los ojos, se encontró en la orilla:
ni vivo ni muerto,
al lado de su cuerpo abandonado.
Empezó el asedio de los signos,
la escritura de sangre de la estrella en el cielo,
las ondas concéntricas que levanta una frase
al caer y caer en la conciencia.
Ardió su frente cubierta de inscripciones,
santo y señas súbitos abrieron laberintos y espesuras,
cambiaron reflejos tácitos los cuatro puntos cardinales.
Su pensamiento mismo, entre los obeliscos derribado,
fue piedra negra tatuada por el rayo.
Pero el sueño no vino.

¡Ciega batalla de alusiones,


obscuro cuerpo a cuerpo con el tiempo sin cuerpo!
Cayó de rostro en rostro,
de año en año,
hasta el primer vagido:
humus de vida,
tierra que se destierra,
cuerpo que se desnace,
vivo para la muerte,
muerto para la vida.
(A esta hora hay mediadores en todas partes,
hay puentes invisibles entre el dormir y el velar.
Los dormidos muerden el racimo de su propia fatiga,
el racimo solar de la resurrección cotidiana;
los desvelados tallan el diamante que ha de vencer a la noche;
aun los que están solos llevan en sí su pareja encarnizada,
en cada espejo yace un doble,
un adversario que nos refleja y nos abisma;
el fuego precioso oculto bajo la capa de seda negra,
el vampiro ladrón dobla la esquina y desaparece, ligero,
robado por su propia ligereza;
con el peso de su acto a cuestas
se precipita en su dormir sin sueño el asesino,
ya para siempre a solas, sin el otro;
abandonados a la corriente todopoderosa,
flor doble que brota de un tallo único,
los enamorados cierran los ojos en ¡o alto del beso:
la noche se abre para ellos y les devuelve lo perdido,
el vino negro en la copa hecha de una sola gota de sol,
la visión doble, ¡a mariposa fija por un instante en el centro del
cielo,
en el ala derecha un grano de luz y en ¡a izquierda uno de sombra.
Reposa la ciudad en los hombros del obrero dormido,
la semilla del canto se abre en la frente del poeta.)

El escorpión ermitaño en la sombra se aguza.


¡Noche en entredicho,
instante que balbucea y no acaba de decir lo que quiere!
¿Saldrá mañana el sol,
se anega el astro en su luz,
se ahoga en su cólera fija?
¿Cómo decir buenos días a la vida?
No preguntes más,
no hay nada que decir, nada tampoco que callar.
El pensamiento brilla, se apaga, vuelve,
idéntico a sí mismo se devora y engendra, se repite,
ni vivo ni muerto,
en torno siempre al ojo frío que lo piensa.

Volvió a su cuerpo, se metió en sí mismo.


Y el sol tocó la frente del insomne,
brusca victoria de un espejo que no refleja ya ninguna imagen.

París, 1950

MUTRA

COMO una madre demasiado amorosa, una madre terrible que


ahoga,
como una leona taciturna y solar,
como una sola ola del tamaño del mar,
ha llegado sin hacer ruido y en cada uno de nosotros se asienta
como un rey
y los días de vidrio se derriten y en cada pecho erige un trono de
espinas y de brasas
y su imperio es un hipo solemne, una aplastada respiración de
dioses y animales de ojos dilatados
y bocas llenas de insectos calientes pronunciando una misma
sílaba día y noche, día y noche.
¡Verano, boca inmensa, vocal hecha de vaho y jadeo!

Este día herido de muerte que se arrastra a lo largo del tiempo


sin acabar de morir,
y el día que lo sigue y ya escarba impaciente la indecisa tierra del
alba,
y los otros que esperan su hora en los vastos establos del año,
este día y sus cuatro cachorros, la mañana de cola de cristal y el
mediodía con su ojo único,
el mediodía absorto en su luz, sentado en su esplendor,
la tarde rica en pájaros y la noche con sus luceros armados de
punta en blanco,
este día y las presencias que alza o derriba el sol con un simple
aletazo:
la muchacha que aparece en la plaza y es un chorro de frescura
pausada,
el mendigo que se levanta como una flaca plegaria, montón de
basura y cánticos gangosos,
las buganvillas rojas negras a fuerza de encarnadas, moradas de
tanto azul acumulado,
las mujeres albañiles que llevan una piedra en la cabeza como si
llevasen un sol apagado,
la bella en su cueva de estalactitas y el son de sus ajorcas de
escorpiones,
el hombre cubierto de ceniza que adora al falo, al estiércol y al
agua,
los músicos que arrancan chispas a la madrugada y hacen bajar al
suelo la tempestad airosa de la danza,
el collar de centellas, las guirnaldas de electricidad balanceándose
en mitad de la noche,
los niños desvelados que se espulgan a la luz de la luna.
los padres y las madres con sus rebaños familiares y sus bestias
adormecidas y sus dioses petrificados hace mil años,
las mariposas, los buitres, las serpientes, los monos, las vacas, los
insectos parecidos al delirio,
codo este largo día con su terrible cargamento de seres y de
cosas, encalla lentamente en el tiempo parado.

Todos vamos cayendo con el día, todos entramos en el túnel,


atravesamos corredores interminables cuyas paredes de aire
sólido se cierran,
nos internamos en nosotros y a cada paso el animal humano
jadea y se desploma,
retrocedemos, vamos hacia atrás, el animal pierde futuro a cada
paso,
y lo erguido y duro y óseo en nosotros al fin cede y cae pesadamente
en la boca madre.

Dentro de mí me apiño, en mí mismo me hacino y al apiñarme


me derramo,
soy lo extendido dilatándose, lo repleto vertiéndose y llenándose,
no hay vértigo ni espejo ni náusea ante el espejo, no hay caída,
sólo un estar, un derramado estar, llenos hasta los bordes, todos
a la deriva:
no como el arco que se encorva y sobre sí se dobla para que el
dardo salte y dé en el centro justo,
ni como el pecho que lo aguarda y a quien la espera dibuja ya la
herida,
no concentrados ni en arrobo, sino a tumbos, de peldaño en
peldaño, agua vertida, volvemos al principio.
Y la cabeza cae sobre el pecho y el cuerpo cae sobre el cuerpo
sin encontrar su fin, su cuerpo último.

No, asir la antigua imagen: ¡anclar el ser y en la roca plantarlo,


zócalo del relámpago!
Hay piedras que no ceden, piedras hechas de tiempo, tiempo de
piedra, siglos que son columnas,
asambleas que cantan himnos de piedra,
surtidores de jade, jardines de obsidiana, torres de mármol, alta
belleza armada contra el tiempo.
Un día rozó mi mano toda esa gloria erguida.
Pero también las piedras pierden pie, también las piedras son
imágenes,
y caen y se disgregan y confunden y fluyen con el río que no cesa.
También las piedras son el río.
¿Dónde está el hombre, el que da vida a las piedras de los muertos,
el que hace hablar piedras y muertos?
Las fundaciones de la piedra y de la música,
la fábrica de espejos del discurso y el castillo de fuego del poema
enlazan sus raíces en su pecho, descansan en su frente: él los
sostiene a pulso.
Tras la coraza de cristal de roca busqué al hombre, palpé a tientas
la brecha imperceptible:
nacemos y es un rasguño apenas la desgarradura y nunca cicatriza
y arde y es una estrella de luz propia,
nunca se apaga la diminuta llaga, nunca se borra la señal de
sangre, por esa puerta nos vamos a lo obscuro.
También el hombre fluye, también el hombre cae y es una imagen
que se desvanece.

Pantanos del sopor, algas acumuladas, cataratas de abejas sobre


los ojos mal cerrados,
festín de arena, horas mascadas, imágenes mascadas, vida mascada
siglos
hasta no ser sino una confusión estática que entre las aguas somnolientas
sobrenada,
agua de ojos, agua de bocas, agua nupcial y ensimismada, agua
incestuosa,
agua de dioses, cópula de dioses, agua de astros y reptiles, selvas
de agua de cuerpos incendiados,
beatitud de lo repleto sobre sí mismo derramándose, no somos,
no quiero ser
Dios, no quiero ser a tientas, no quiero regresar, soy hombre y el
hombre es
el hombre, el que saltó al vacío y nada lo sustenta desde entonces
sino su propio vuelo,
el desprendido de su madre, el desterrado, el sin raíces, ni cielo
ni tierra, sino puente, arco
tendido sobre la nada, en sí mismo anudado, hecho haz, y no
obstante partido en dos desde el nacer, peleando
contra su sombra, corriendo siempre tras de sí, disparado, exhalado,
sin jamás alcanzarse,
el condenado desde niño, destilador del tiempo, rey de sí mismo,
hijo de sus obras.

Se despeñan las últimas imágenes y el río negro anega la conciencia.


La noche dobla la cintura, cede el alma, caen racimos de horas
confundidas, cae el hombre
como un astro, caen racimos de astros, como un fruto demasiado
maduro cae el mundo y sus soles.
Pero en mi frente velan armas la adolescencia y sus imágenes,
solo tesoro no dilapidado:
naves ardiendo en mares todavía sin nombre y cada ola golpeando
la memoria con un tumulto de recuerdos
(el agua dulce en las cisternas de las islas, el agua dulce de las
mujeres y sus voces sonando en la noche como muchos arroyos
que se juntan,
la diosa de ojos verdes y palabras humanas que plantó en nuestro
pecho sus razones como una hermosa procesión de lanzas,
la reflexión sosegada ante la esfera, henchida de sí misma como
una espiga, mas inmortal, perfecta, suficiente,
la contemplación de los números que se enlazan como notas o
amantes,
el universo como una lira y un arco y la geometría vencedora de
dioses, ¡única morada digna del hombre!)
y la ciudad de altas murallas que en la llanura centellea como
una joya que agoniza
y los torreones demolidos y el defensor por tierra y en las cámaras
humeantes el tesoro real de las mujeres
y el epitafio del héroe apostado en la garganta del desfiladero
como una espada
y el poema que asciende y cubre con sus dos alas el abrazo de la
noche y el día
y el árbol del discurso en la plaza plantado virilmente
y la justicia al aire libre de un pueblo que pesa cada acto en la
balanza de un alma sensible al peso de la luz,
¡actos, altas piras quemadas por la historia!
Bajo sus restos negros dormita la verdad que levantó las obras: el
hombre sólo es hombre entre los hombres.

Y hundo la mano y cojo el grano incandescente y lo planto en mi


ser: ha de crecer un día.

Delhi, 1952

¿NO HAY SALIDA?

EN DUERMEVELA oigo correr entre bultos adormilados y ceñudos


un incesante río.
Es la catarata negra y blanca, las voces, las risas, los gemidos del
mundo confuso, despeñándose.
Y mi pensamiento que galopa y galopa y no avanza, también cae
y se levanta
y vuelve a despeñarse en las aguas estancadas del lenguaje.
Hace un segundo habría sido fácil coger una palabra y repetirla
una y otra vez,
cualquiera de esas frases que decimos a solas en un cuarto sin
espejos
para probarnos que no es cierto,
que aún estamos vivos,
pero ahora con manos que no pesan la noche aquieta la furiosa
marea
y una a una desertan las imágenes, una a una las palabras se
cubren el rostro.
Pasó ya el tiempo de esperar la llegada del tiempo, el tiempo de
ayer, hoy y mañana,
ayer es hoy, mañana es hoy, hoy todo es hoy, salió de pronto de
sí mismo y me mira,
no viene del pasado, no va a ninguna parte, hoy está aquí, no es
la muerte
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-nadie se muere de la muerte, todos morimos de la vida-, no es
la vida
-fruto instantáneo, vertiginosa y lúcida embriaguez, el varío
sabor de la muerte da más vida a la vida-,
hoy no es muerte ni vida,
no tiene cuerpo, ni nombre, ni rostro, hoy está aquí,
echado a mis pies, mirándome.
Yo estoy de pie, quieto en el centro del círculo que hago al ir cayendo
desde mis pensamientos,
estoy de pie y no tengo adonde volver los ojos, no queda ni una
brizna del pasado,
toda la infancia se la tragó este instante y todo el porvenir son estos
muebles clavados en su sitio,
el ropero con su cara de palo, las sillas alineadas en 'a espera de
nadie,
el rechoncho sillón con los brazos abiertos, obsceno como morir
en su lecho,
el ventilador, insecto engreído, la ventana mentirosa, el presente
sin resquicios,
todo se ha cerrado sobre sí mismo, he vuelto adonde empecé,
todo es hoy y para siempre.
Allá, del otro lado, se extienden las playas inmensas como una
mirada de amor,
allá ¡a noche vestida de agua despliega sus Jeroglíficos al alcance
de la mano,
el río entra cantando por el llano dormido y moja las raíces de la
palabra libertad,
allá los cuerpos enlazados se pierden en un bosque de árboles
transparentes,
bajo el follaje del sol caminamos, somos dos reflejos que cruzan
sus aceros,
la plata nos tiende puentes para cruzar la noche, las piedras nos
abren paso,
allá tú eres el tatuaje en el pecho deljade caído de la luna, allá el
diamante insomne cede
y en su centro vacío somos el ojo que nunca parpadea y la fijeza
del instante ensimismado en su esplendor.

Todo está lejos, no hay regreso, los muertos no están muertos,


los vivos no están vivos,
hay un muro, un ojo que es un pozo, todo tira hacia abajo, pesa
el cuerpo,
pesan los pensamientos, todos los años son este minuto desplomándose
interminablemente,
aquel cuarto de hotel de San Francisco me salió al paso en Bangkok,
hoy es ayer, mañana es ayer,
la realidad es una escalera que no sube ni baja, no nos movemos,
hoy es hoy, siempre es hoy,
siempre el ruido de los trenes que despedazan cada noche a la
noche,
el recurrir a las palabras melladas,
la perforación del muro, las idas y venidas, la realidad cerrando
puertas,
poniendo comas, la puntuación del tiempo, todo está lejos, los
muros son enormes,
está a millas de distancia el vaso de agua, tardaré mil años en recorrer
mi cuarto,
qué sonido remoto tiene la palabra vida, no estoy aquí, no hay
aquí, este cuarto está en otra parte,
aquí es ninguna parte, poco a poco me he ido cerrando y no encuentro
salida que no dé a este instante,
este instante soy yo, salí de pronto de mí mismo, no tengo nombre
ni rostro,
yo está aquí, echado a mis pies, mirándome mirándose mirarme
mirado.
Fuera, en los jardines que arrasó el verano, una cigarra se ensaña
contra la noche.
¿Estoy o estuve aquí?

Tokio, 1952

EL RÍO

LA CIUDAD desvelada circula por mi sangre como una abeja.


Y el avión que traza un gemido en forma de S larga, los tranvías
que se derrumban en esquinas remotas,
este árbol cargado de injurias que alguien sacude a medianoche
en la plaza,
los ruidos que ascienden y estallan y los que se deslizan y cuchichean
en la oreja un secreto que repta
abren lo obscuro, precipicios de aes y oes, túneles de vocales
taciturnas,
galerías que recorro con los ojos vendados, el alfabeto somnoliento
cae en el hoyo como un río de tinta,
y la ciudad va y viene y su cuerpo de piedra se hace añicos al
llegar a mi sien,
toda la noche, uno a uno, estatua a estatua, fuente a fuente,
piedra a piedra, toda la noche
sus pedazos se buscan en mi frente, toda la noche la ciudad habla
dormida por mi boca
y es un discurso incomprensible y jadeante, un tartamudeo de
aguas y piedra batallando, su historia.
Detenerse un instante, detener a mi sangre que va y viene, va y
viene y no dice nada,
sentado sobre mí mismo como el yoguín a la sombra de la higuera,
como Buda a la orilla del río, detener al instante,
un solo instante, sentado a la orilla del tiempo, borrar mi imagen
del río que habla dormido y no dice nada y me lleva consigo,
sentado a la orilla detener al río, abrir el instante, penetrar por
sus salas atónitas hasta su centro de agua,
beber en la fuente inagotable, ser la cascada de sílabas azules que
cae de los labios de piedra,
sentado a la orilla de la noche como Buda a la orilla de sí mismo
ser el parpadeo del instante,
el incendio y la destrucción y el nacimiento del instante y la respiración
de la noche fluyendo enorme a la orilla del tiempo,
decir lo que dice el río, larga palabra semejante a labios, larga
palabra que no acaba nunca,
decir lo que dice el tiempo en duras frases de piedra, en vastos
ademanes de mar cubriendo mundos.
A mitad del poema me sobrecoge siempre un gran desamparo,
todo me abandona,
no hay nadie a mi lado, ni siquiera esos ojos que desde atrás
contemplan lo que escribo,
no hay atrás ni adelante, la pluma se rebela, no hay comienzo ni
fin, tampoco hay muro que saltar,
es una explanada desierta el poema, lo dicho no está dicho, lo no
dicho es indecible,
torres, terrazas devastadas, babilonias, un mar de sal negra, un
reino ciego,
No,
detenerme, callar, cerrar los ojos hasta que brote de mis párpados
una espiga, un surtidor de soles,
y el alfabeto ondule largamente bajo el viento del sueño y la
marea crezca en una ola y la ola rompa el dique,
esperar hasta que el papel se cubra de astros y sea el poema un
bosque de palabras enlazadas,
No,
no tengo nada que decir, nadie tiene nada que decir, nada ni
nadie excepto la sangre,
nada sino este ir y venir de la sangre, este escribir sobre lo escrito
y repetir la misma palabra en mitad del poema,
silabas de tiempo, letras rotas, gotas de tinta, sangre que va y
viene y no dice nada y me lleva consigo.
Y digo mi rostro inclinado sobre el papel y alguien a mi lado escribe
mientras la sangre va y viene,
y la ciudad va y viene por su sangre, quiere decir algo, el tiempo
quiere decir algo, la noche quiere decir,
toda la noche el hombre quiere decir una sola palabra, decir al
fin su discurso hecho de piedras desmoronadas,
y aguzo el oído, quiero oír lo que dice el hombre, repetir lo que
dice la ciudad a la deriva,
toda la noche las piedras rotas se buscan a tientas en mi frente,
toda la noche pelea el agua contra la piedra,
las palabras contra la noche, la noche contra la noche, nada
ilumina el opaco combate,
el choque de las armas no arranca un relámpago a la piedra, una
chispa a la noche, nadie da tregua,
es un combate a muerte entre inmortales,
No,
dar marcha atrás, parar el río de sangre, el río de tinta,
remontar la corriente y que la noche, vuelta sobre sí misma,
muestre sus entrañas,
que el agua muestre su corazón, racimo de espejos ahogados,
que el tiempo se cierre y sea su herida una cicatriz invisible,
apenas una delgada línea sobre la piel del mundo,
que las palabras depongan armas y sea el poema una sola palabra
entretejida,
y sea el alma el llano después del incendio, el pecho lunar de un
mar petrificado que no refleja nada
sino la extensión extendida, el espacio acostado sobre sí mismo,
las alas inmensas desplegadas,
y sea todo como la llama que se esculpe y se hiela en la roca de
entrañas transparentes,
duro fulgor resuelto ya en cristal y claridad pacífica.
Y el río remonta su curso, repliega sus velas, recoge sus imágenes
y se interna en sí mismo.

Ginebra, 1953

EL CÁNTARO ROTO

LA MIRADA interior se despliega y un mundo de vértigo y llama


nace bajo la frente de! que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros
como granadas,
tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una explanada
calcinada,
bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y
ondas, diálogo de transparencias,
¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una
garganta de azabache,
caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la
noche, plumas, surtidores,
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de
lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña!
Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría
de estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando,
racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda
obscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego,
de luz contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.
Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan
bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado:
¿quién vive?
Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor,
sequía, sabor de polvo,
rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del
llano como un surtidor petrificado!
Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos,
dime, luna agónica,
¿no hay ag*ua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos
sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía
impío como un cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes
piedras redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los
hombres y las mujeres bañándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la
fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras
dos esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado
en la cruz: arma y bastón,
en traje de batalla, el esculpido rostro de sílex aspirando como
un incienso precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de
su querida cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?

He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio


cortado,
he aquí al perro y a su aullido sarnoso,
al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he aquí a
la flor que sangra y hace sangrar,
la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado instrumento
de tortura,
he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que
desuella con un pedernal invisible,
oye a los dientes chocar uno contra otro,
oye a los huesos machacando a los huesos,
al tambor de piel humana golpeado por el fémur,
al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso,
al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante,
he aquí al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo
descuaja y danza solitario y se derrumba
como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces, como
una torre que cae de un solo tajo,
he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se
arrastra,
al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y
carcome la luz,
he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota.
¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual?
Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro mas
puro se levante, sólo fulgor y llama,
semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el
cráneo,
palabra que busca unos labios que la digan,
sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras,
hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la
fuente humana.
Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el
hambre sin dientes,
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres,
Dime, cántaro roto caído en el polvo, dime,
¿La luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre,
hambre contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de
turquesa?
Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las
manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol
soñando sus mundos,
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche
raíces, tronco, ramas, pájaros, astros,
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido
la espiga roja de la resurrección,
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconccerse
y recobrarse,
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la
noche y nos llama con nuestro nombre,
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el
gran árbol viviente estatua de la lluvia,
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fíeles a
nuestros nombres
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos
arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las
aguas del bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de
nuevo lo que fue separado,
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con
dos flores gemelas,
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y
también hacia afuera,
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y
arrancarle su máscara,
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la
escritura del astro y la del río,
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo,
volver al punto de partida,
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos,
adonde empiezan los caminos,
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de
follaje canta el agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados
fluyen como un río manso,
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una
mujer enamorados,
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las
estaciones y los hombres,
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.

México, 1955
PIEDRA DE SOL

La treiziéme revient... c'est encor lapremiére;


et c 'est toujours la seule -ouc 'est le seul momeni;
car es-tu reine, ó toi, la premiére ou demiére?
es-tu roí, toi le seul ou le demier amant?

GÉRARD DE NERVAL, «Arthémis»

un sauce de cristal, un chopo de agua,


un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo

de estrella o primavera sin premura,


agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras


de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,


como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz nitrada por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,

voy entre galerías de sonidos,


fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,

voy por tu cuerpo como por el mundo,


tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos


como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño en esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,

tu falda de maíz ondula y canta,


tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,


voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,

corredores sin fin de la memoria,


puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos los veranos,
las joyas de la sed arden al fondo,
rostro desvanecido al recordarlo,
mano que se deshace si la toco,
cabelleras de arañas en tumulto
sobre sonrisas de hace muchos años,
a la salida de mi frente busco,
busco sin encontrar, busco un instante,
un rostro de relámpago y tormenta
corriendo entre los árboles nocturnos,
rostro de lluvia en un jardín a obscuras,
agua tenaz que fluye a mi costado,

busco sin encontrar, escribo a solas,


no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo con el instante, caigo a fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra,
piso mi sombra en busca de un instante,

busco una fecha viva como un pájaro,


busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros de tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de una piel más dorada y transparente,

tigre color de luz, pardo venado


por los alrededores de la noche,
entrevista muchacha reclinada
en los balcones verdes de la lluvia,
adolescente rostro innumerable,
he olvidado tu nombre, Melusina,
Laura, Isabel, Perséfona, María,
tienes todos los rostros y ninguno,
eres todas las horas y ninguna,
te pareces al árbol y a la nube,
eres todos los pájaros y un astro,
te pareces al filo de la espada
y a la copa de sangre del verdugo,
yedra que avanza, envuelve y desarraiga
al alma y la divide de sí misma,

escritura de fuego sobre el jade,


grieta en la roca, reina de serpientes,
columna de vapor, fuente en la peña,
circo lunar, peñasco de las águilas,
grano de anís, espina diminuta
y mortal que da penas inmortales,
pastora de los valles submarinos
y guardiana del valle de los muertos,
liana que cuelga del cantil del vértigo,
enredadera, planta venenosa,
flor de resurrección, uva de vida,
señora de la flauta y del relámpago,
terraza del jazmín, sal en la herida,
ramo de rosas para el fusilado.
nieve en agosto, luna del patíbulo,
escritura del mar sobre el basalto,
escritura del viento en el desierto,
testamento del sol, granada, espiga,

rostro de llamas, rostro devorado,


adolescente rostro perseguido
años fantasmas, días circulares
que dan al mismo patio, al mismo muro,
arde el instante y son un solo rostro
los sucesivos rostros de la llama,
todos los nombres son un solo nombre,
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos
cierra el paso al futuro un par de ojos,
no hay nada frente a mí, sólo un instante
rescatado esta noche, contra un sueño
de ayuntadas imágenes soñado,
duramente esculpido contra el sueño,
arrancado a la nada de esta noche,
a pulso levantado letra a letra,
mientras afuera el tiempo se desboca
y golpea las puertas de mi alma
el mundo con su horario carnicero,
sólo un instante mientras las ciudades,
los nombres, los sabores, lo vivido,
se desmoronan en mi frente ciega,
mientras la pesadumbre de la noche
mi pensamiento humilla y mi esqueleto,
y mi sangre camina más despacio
y mis dientes se aflojan y mis ojos
se nublan y los días y los años
sus horrores vacíos acumulan,
mientras el tiempo cierra su abanico
y no hay nada detrás de sus imágenes
el instante se abisma y sobrenada
rodeado de muerte, amenazado
por la noche y su lúgubre bostezo,
amenazado por la algarabía
de la muerte vivaz y enmascarada
el instante se abisma y se penetra,
como un puño se cierra, como un fruto
que madura hacia dentro de sí mismo
y a sí mismo se bebe y se derrama
el instante translúcido se cierra
y madura hacia dentro, echa raíces,
crece dentro de mí, me ocupa todo,
me expulsa su follaje delirante,
mis pensamientos sólo son sus pájaros,
su mercurio circula por mis venas,
árbol mental, frutos sabor de tiempo,
oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece:
frente a la tarde de salitre y piedra
armada de navajas invisibles
una roja escritura indescifrable
escribes en mi piel y esas heridas
como un traje de llamas me recubren,
ardo sin consumirme, busco el agua
y en tus ojos no hay agua, son de piedra,
y tus pechos, tu vientre, tus caderas
son de piedra, tu boca sabe a polvo,
tu boca sabe a tiempo emponzoñado,
tu cuerpo sabe a pozo sin salida,
pasadizo de espejos que repiten
los ojos del sediento, pasadizo
que vuelve siempre al punto de partida,
y tú me llevas ciego de la mano
por esas galerías obstinadas
hacia el centro del círculo y te yergues
como un fulgor que se congela en hacha,
como luz que desuella, fascinante
como el cadalso para el condenado,
flexible como el látigo y esbelta
como un arma gemela de la luna,
y tus palabras afiladas cavan
mi pecho y me despueblan y vacían,
uno a uno me arrancas los recuerdos,
he olvidado mi nombre, mis amigos
gruñen entre los cerdos o se pudren
comidos por el sol en un barranco,
no hay nada en mí sino una larga herida,
una oquedad que ya nadie recorre,
presente sin ventanas, pensamiento
que vuelve, se repite, se refleja
y se pierde en su misma transparencia,
conciencia traspasada por un ojo
que se mira mirarse hasta anegarse
de claridad:
yo vi tu atroz escama,
Melusina, brillar verdosa al alba,
dormías enroscada entre las sábanas
y al despertar gritaste como un pájaro
y caíste sin fin, quebrada y blanca,
nada quedó de ti sino tu grito,
y al cabo de los siglos me descubro
con tos y mala vista, barajando
viejas fotos:
no hay nadie, no eres nadie,
un montón de ceniza y una escoba,
un cuchillo mellado y un plumero,
un pellejo colgado de unos huesos,
un racimo ya seco, un hoyo negro
y en el fondo del hoyo los dos ojos
de una niña ahogada hace mil años,
miradas enterradas en un pozo,
miradas que nos ven desde el principio,
mirada niña de la madre vieja
que ve en el hijo grande un padre joven,
mirada madre de la niña sola
que ve en el padre grande un hijo niño,
miradas que nos miran desde el fondo
de la vida y son trampas de la muerte
-¿o es al revés: caer en esos ojos
es volver a la vida verdadera?,
¡caer, volver, soñarme y que me sueñen
otros ojos futuros, otra vida,
otras nubes, morirme de otra muerte!
-esta noche me basta, y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo:
¿hacía planes
para el verano -y todos los veranosen
Christopher Street, hace diez años,
con Filis que tenía dos hoyuelos
donde bebían luz los gorriones?,
¿por la Reforma Carmen me decía
«no pesa el aire, aquí siempre es octubre»,
o se lo dijo a otro que he perdido
o yo lo invento y nadie me lo ha dicho?,
¿caminé por la noche de Oaxaca,
inmensa y verdinegra como un árbol,
hablando solo como el viento loco
y al llegar a mi cuarto -siempre un cuartono
me reconocieron los espejos?,
¿desde el hotel Vernet vimos al alba
bailar con los castaños -«ya es muy tarde»
decías al peinarte y yo veía
manchas en la pared, sin decir nada?,
¿subimos juntos a la torre, vimos
caer la tarde desde el arrecife?,
¿comimos uvas en Bidart?, ¿compramos
gardenias en Perote?,
nombres, sitios,
calles y calles, rostros, plazas, calles,
estaciones, un parque, cuartos solos,
manchas en la pared, alguien se peina,
alguien canta a mi lado, alguien se viste,
cuartos, lugares, calles, nombres, cuartos,
Madrid, 1937,
en la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes escupidas
y el huracán de los motores, fijo:
los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso,
tocar nuestra raíz y recobrarnos,
recobrar nuestra herencia arrebatada
por ladrones de vida hace mil siglos,
los dos se desnudaron y besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
cuartos a la deriva
entre ciudades que se van a pique,
cuartos y calles, nombres como heridas,
el cuarto con ventanas a otros cuartos
con el mismo papel descolorido
donde un hombre en camisa lee el periódico
o plancha una mujer; el cuarto claro
que visitan las ramas del durazno;
el otro cuarto: afuera siempre llueve
y hay un patio y tres niños oxidados;
cuartos que son navios que se mecen
en un golfo de luz; o submarinos:
el silencio se esparce en olas verdes,
todo lo que tocamos fosforece;
mausoleos del lujo, ya roídos
los retratos, raídos los tapetes;
trampas, celdas, cavernas encantadas,
pajareras y cuartos numerados,
todos se transfiguran, todos vuelan,
cada moldura es nube, cada puerta
da al mar, al campo, al aire, cada mesa
es un festín; cerrados como conchas
el tiempo inútilmente los asedia,
no hay tiempo ya, ni muro: ¡espacio, espacio,
abre la mano, coge esta riqueza,
corta los frutos, come de la vida,
tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!,
todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
o estalla como un astro taciturno
y las leyes comidas de ratones,
las rejas de los bancos y las cárceles,
las rejas de papel, las alambradas,
los timbres y las púas y los pinchos,
el sermón monocorde de las armas,
el escorpión meloso y con bonete,
el tigre con chistera, presidente
del Club Vegetariano y la Cruz Roja,
el burro pedagogo, el cocodrilo
metido a redentor, padre de pueblos,
el Jefe, el tiburón, el arquitecto
del porvenir, el cerdo uniformado,
el hijo predilecto de la Iglesia
que se lava la negra dentadura
con el agua bendita y toma clases
de inglés y democracia, las paredes
invisibles, las máscaras podridas
que dividen al hombre de los hombres,
al hombre de sí mismo,
se derrumban
por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
«déjame ser tu puta», son palabras
de Eloísa, mas él cedió a las leyes,
la tomó por esposa y como premio
lo castraron después;
mejor el crimen,
los amantes suicidas, el incesto
de los hermanos como dos espejos
enamorados de su semejanza,
mejor comer el pan envenenado,
el adulterio en lechos de ceniza,
los amores feroces, el delirio,
su yedra ponzoñosa, el sodomita
que lleva por clavel en la solapa
un gargajo, mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la substancia de la vida,
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta;
mejor la castidad, flor invisible
que se mece en los tallos del silencio,
el difícil diamante de los santos
que filtra los deseos, sacia al tiempo,
nupcias de la quietud y el movimiento,
canta la soledad en su corola,
pétalo de cristal es cada hora,
el mundo se despoja de sus máscaras
y en su centro, vibrante transparencia,
lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
se contempla en la nada, el ser sin rostro
emerge de sí mismo, sol de soles,
plenitud de presencias y de nombres;
sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo adonde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre la yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso,
no pasa nada, callas, parpadeas
(silencio: cruzó un ángel este instante
grande como la vida de cien soles),
¿no pasa nada, sólo un parpadeo?
-y el festín, el destierro, el primer crimen,
la quijada del asno, el ruido opaco
y la mirada incrédula del muerto
al caer en el llano ceniciento,
Agamenón y su mugido inmenso
y el repetido grito de Casandra
más fuerte que los gritos de las olas,
Sócrates en cadenas (el sol nace,
morir es despertar: «Gritón, un gallo
a Esculapio, ya sano de la vida»),
el chacal que diserta entre las ruinas
de Nínive, la sombra que vio Bruto
antes de la batalla, Moctezuma
en el lecho de espinas de su insomnio,
el viaje en la carreta hacia la muerte
-el viaje interminable mas contado
por Robespierre minuto tras minuto,
la mandíbula rota entre las manos-,
Churruca en su barrica como un trono
escarlata, los pasos ya contados
de Lincoln al salir hacia el teatro,
el estertor de Trotsky y sus quejidos
de jabalí, Madero y su mirada
que nadie contestó: ¿por qué me matan?,
los carajos, los ayes, los silencios
del criminal, el santo, el pobre diablo,
cementerios de frases y de anécdotas
que los perros retóricos escarban,
el delirio, el relincho, el ruido obscuro
que hacemos al morir y ese jadeo
de la vida que nace y el sonido
de huesos machacados en la riña
y la boca de espuma del profeta
y su grito y el grito del verdugo
y el grito de la víctima...
son llamas
los ojos y son llamas lo que miran,
llama la oreja y el sonido llama,
brasa los labios y tizón la lengua,
el tacto y lo que toca, el pensamiento
y lo pensado, llama el que lo piensa,
todo se quema, el universo es llama,
arde la misma nada que no es nada
sino un pensar en llamas, al fin humo:
no hay verdugo ni víctima...
¿y el grito
en la tarde del viernes?, y el silencio
que se cubre de signos, el silencio
que dice sin decir, ¿no dice nada?,
¿no son nada los gritos de los hombres?,
¿no pasa nada cuando pasa el tiempo?
-no pasa nada, sólo un parpadeo
del sol, un movimiento apenas, nada,
no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,
los muertos están fijos en su muerte
y no pueden morirse de otra muerte,
intocables, clavados en su gesto,
desde su soledad, desde su muerte
sin remedio nos miran sin mirarnos,
su muerte ya es la estatua de su vida,
un siempre estar ya nada para siempre,
cada minuto es nada para siempre,
un rey fantasma rige tus latidos
y tu gesto final, tu dura máscara
labra sobre tu rostro cambiante:
el monumento somos de una vida
ajena y no vivida, apenas nuestra,
-¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida -pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos-,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,
Eloísa, Perséfona, María,
muestra tu rostro al fin para que vea
mi cara verdadera, la del otro,
mi cara de nosotros siempre todos,
cara de árbol y de panadero,
de chófer y de nube y de marino,
cara de sol y arroyo y Pedro y Pablo,
cara de solitario colectivo,
despiértame, ya nazco:
vida y muerte
pactan en ti, señora de la noche,
torre de claridad, reina del alba,
virgen lunar, madre del agua madre,
cuerpo del mundo, casa de la muerte,
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo,
recógeme en tus ojos, junta el polvo
disperso y reconcilia mis cenizas,
ata mis huesos divididos, sopla
sobre mi ser, entiérrame en tu tierra,
tu silencio dé paz al pensamiento
contra sí mismo airado;
abre la mano,
señora de semillas que son días,
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan cara de todos,
puerta del ser, despiértame, amanece,
déjame ver el rostro de este día,
déjame ver el rostro de esta noche,
todo se comunica y transfigura,
arco de sangre, puente de latidos,
llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de pronombres enlazados,
puerta del ser: abre tu ser, despierta,
aprende a ser también, labra tu cara,
trabaja tus facciones, ten un rostro
para mirar mi rostro y que te mire,
para mirar la vida hasta la muerte,
rostro de mar, de pan, de roca y fuente,
manantial que disuelve nuestros rostros
en el rostro sin nombre, el ser sin rostro,
indecible presencia de presencias...
quiero seguir, ir más allá, y no puedo:
se despeñó el instante en otro y otro,
dormí sueños de piedra que no sueña
y al cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y su magia de espejos revivía
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
México, 1957

NOTAS
CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD (II)
Hasta hace unos pocos años las agencias funerarias de la ciudad de México tenían sus negocios en
la Avenida Hidalgo, al lado del Parque de la Alameda, en el tramo que va del Correo a la iglesia y
plazuela de San Juan de Dios. Frente a la iglesia había un pequeño mercado de flores, especializado
en coronas y ofrendas fúnebres. El barrio era céntrico y aislado a un tiempo. Desde el anochecer las
prostitutas recorrían la Avenida Hidalgo y las callejas contiguas. Uno de sus lugares favoritos era el
espacio ocupado por las funerarias, iluminado por la luz eléctrica de los escaparates donde se
exhibían los ataúdes.

ENTRE LA PIEDRA Y LA FLOR

En 1937 abandoné, al mismo tiempo, la casa familiar, los estudios universitarios y la ciudad de
México. Fue mi primera salida. Viví durante algunos meses en Mérida (Yucatán) y allá escribí la
primera versión de «Entre la piedra y la flor». Me impresionó mucho la miseria de los campesinos
mayas, atados al cultivo del henequén y a las vicisitudes del comercio mundial del sisal. Cierto, el
Gobierno había repartido la tierra entre los trabajadores pero la condición de éstos no había
mejorado: por una parte, eran (y son) las víctimas de la burocracia gremial y gubernamental que ha
substituido a los antiguos latifundistas; por la otra, seguían dependiendo de las oscilaciones del
mercado internacional. Quise mostrar la relación que, como un verdadero nudo estrangulador, ataba
la vida concreta de los campesinos a la estructura impersonal, abstracta, de la economía capitalista.
Una comunidad de hombres y mujeres dedicada a la satisfacción de necesidades materiales básicas
y al cumplimiento de ritos y preceptos tradicionales, sometida a un remoto mecanismo. Ese
mecanismo los trituraba pero ellos ignoraban no sólo su funcionamiento sino su existencia misma.
«Entre la piedra y la flor» se editó varias veces. En 1976, al preparar esta edición, lo releí y percibí
sus insuficiencias, ingenuidades y torpezas. Sentí la tentación de desecharlo; después de mucho
pensarlo, más por fidelidad al tema que a mí mismo, decidí rehacer el texto enteramente. El
resultado fue el poema que ahora presento -no sin dudas: tal vez habría sido mejor destruir un
intento tantas veces fallido.

PIEDRA DE SOL
En la primera edición de «Piedra de sol» (1957) se incluía la siguientenota:
En la portada de este libro aparece la cifra 584 escrita con el sistema maya de numeración;
asimismo, los signos mexicanos correspondientes al día 4 Olín (Movimiento) y al día 4 Ehécatl
(Viento) figuran al principio y al fin del poema. Quizá no es inútil señalar que "Piedra de sol" está
compuesto por 584 endecasílabos (los seis últimos no cuentan porque son idénticos a los seis
primeros). Este número de versos es igual al de la revolución sinódica del planeta Venus, que es de
584 días. Los antiguos mexicanos llevaban la cuenta del ciclo venusino a partir del día 4 Olín; el día
4 Ehécatl, 584 días después, señalaba la conjunción de Venus y el Sol, fin de un ciclo y comienzo de
otro.
»E1 planeta Venus aparece como Estrella de la Mañana (Phosphorus) y como Estrella de la Tarde
(Vesperus). Esta dualidad, Lucifer y Vésper, no ha dejado de impresionar a los hombres de todas las
civilizaciones, que han visto en ella un símbolo, una cifra o una manifestación de la ambigüedad
esencial del universo. Así, Ehécatl, divinidad del viento, era una de las manifestaciones de
Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, que concentra las dos vertientes de la vida. Asociada a la
luna, a la humedad, al agua, a la vegetación naciente, a la muerte y resurrección de la naturaleza,
para los antiguos mediterráneos el planeta Venus era un nudo de imágenes y fuerzas ambivalentes:
Istar, la Dama del Sol, la Piedra Cónica, la Piedra sin Labrar (que recuerda el "pedazo de madera sin
pulir" del taoísmo), Afrodita, la cuádruple Venus de Cicerón, la doble diosa de Pausanias...»
LIBERTAD BAJO PALABRA
(1935-1957)
I. BAJO TU CLARA SOMBRA (1935-1944).............................. 9
Primer día........................................................................ 11
1 Sonetos I, II y III.................................................. 11
Asueto............................................................................. 13
2 Día........................................................................ 13
3 Jardín.................................................................... 13
4 Mediodía............................................................... 14
5 Arcos..................................................................... 15
6 Niña....................................................................... 16
7 Primavera a la vista.............................................. 16
Condición de nube.......................................................... 18
8 Nuevo rostro......................................................... 18
9 Dos cuerpos.......................................................... 18
10 Vida entrevista...................................................... 19
11 Retórica................................................................. 19
12 La rama................................................................. 20
13 Espiral................................................................... 20
14 Epitafio para un poeta......................................... 21
II. CALAMIDADES Y MILAGROS (1937-1947)........................... 23
Puerta condenada............................................................ 25
15 Insomnio............................................................... 25
16 Las palabras.......................................................... 25
17 Mar por la tarde................................................... 26
18 La caída................................................................ 27
19 Crepúsculos de la ciudad...................................... 28
20 Pequeño monumento........................................ 30
21 Seven P. M....................................................... 31
22 La calle............................................................. 32
23 Cuarto de hotel.................................................. 33
24 Elegía interrumpida.......................................... 34
25 La vida sencilla................................................. 36
Calamidades y milagros.............................................. 38
26 Entre la piedra y la flor................................... 38
27 Virgen............................................................... 44
III. SEMILLAS PARA UN HIMNO (1943-1955)........................ 47
El girasol......................................................................... 49
28 Tus ojos............................................................. 49
29 Escrito con tinta verde ..................................... 49
Semillas para un himno.............................................. 51
30 El día abre la mano... ....................................... 51
31 Al alba busca su nombre lo naciente... ............ 51
32 Fábula............................................................... 51
33 A la española el día entra pisando fuerte... ..... 52
34 Manantial.......................................................... 53
35 Espacioso cielo de verano... ............................. 53
36 Piedra nativa..................................................... 54
37 Primavera y muchacha...................................... 55
Piedras sueltas.......................................................... 56
38 Lección de cosas............................................... 56
39 En Uxmal .......................................................... 58
40 Piedras sueltas ................................................... 59
IV. LA ESTACIÓN VIOLENTA (1948-1957)........................ 61
41 Himno entre ruinas........................................... 63
42 Máscaras del alba............................................. 65
43 Fuente............................................................... 67
44 Repaso nocturno............................................... 70
45 Mutra................................................................ 72
46 ¿No hay salida? ................................................ 76
47 El río................................................................. 78
48 El cántaro roto................................................. 81
49 Piedra de sol..................................................... 85
Notas............................................................... 101

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