¿Qué Es La Ópera
¿Qué Es La Ópera
¿Qué Es La Ópera
A menudo pienso que si más gente fuera a la ópera, habría menos necesidad de
psicoanalistas
Leslie Garrett, soprano inglesa.
Uno se siente bien escuchando a Rossini. Lo único que uno siente cuando escucha a
Wagner, son ganas de invadir Polonia
Thomas Pynchon, escritor estadounidense.
Definición y comprensión
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dramáticas, musicales y escenográficas. Por ello, las citas que hacen
de epígrafe a este artículo consiguen con mejor éxito categorizar a la
ópera. De ahí que el argumento central que me propongo desarrollar
tiene que ver con la posibilidad de explicar a la ópera sin necesidad
de recurrir a una definición integral –desafiando incluso la propia
pertinencia de una definición- y haciéndolo mediante la exploración
de los elementos que la conforman.
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Es extraña porque los personajes principales mueren y cuando cada
uno de ellos lo hace, le toma 10 minutos de canto en su agonía.
Cuando se enamoran un cortejo operístico dura aproximadamente 40
minutos. En cambio, en la ópera una discusión entre el poder terrenal
y el poder espiritual, como en Don Carlos de Verdi, puede durar unos
cuantos minutos. Es inusual porque genera sentimientos antagónicos
de rechazo y aberración, de aburrimiento y monotonía a los de
sorpresa, éxtasis y fascinación.
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le quiebra la voz en el sobreagudo o para apostar a que el bajo no
podrá vencer a la orquesta en el legato final de su aria. Es cruel
también porque aun el cantante más experimentado puede perder
para siempre su oportunidad de cantar en el teatro por adoptar cierta
actitud – Roberto Alagna en La Scala- o porque una cantante
extraordinaria puede perder el papel por engordar excesivamente- el
caso de la soprano Deborah Voigt en el Covent Garden-
Desde sus comienzos en los albores del siglo XVII, la ópera es vista
por la elite intelectual de formación clásica de la Camerata Fiorentina
como un tema esotérico derivado de una resurrección de la tragedia
griega es decir como un drama ritualizado por la música.4
Ópera y Sociedad
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Arturo Magaña Duplancher, “Los 400 años de L`Orfeo de Monteverdi”, Revista Pro
Ópera, año XV, núm. 1, enero-febrero de 2007, p. 45
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No obstante, la ópera es famosa por su inteligibilidad escasa o nula;
a lo largo de su historia los públicos y a veces los propios intérpretes
han ignorado su significado y por su parte las instituciones fundadas
para exhibirla en general han sido formas de entretenimiento social
que utilizan la ópera como excusa o pretexto. El teatro de ópera,
inclinado a la rutina, agobiado por la burocracia, ha sido anexado por
una sociedad que lo utiliza como un fruto preferido y como una
manifestación de su propia elegancia.
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Bellini o Verdi, cantos de democracia, libertad y unión nacional.
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campo con la ópera. Es el mismo caso de los Festivales operísticos en
Pesaro o Estrasburgo o del surgimiento en México de teatros
modernos como el de Zapopan, en Jalisco, que compite frontalmente
con el Palacio de Bellas Artes o las giras de las compañías operísticas
internacionales por espacios al aire libre en Europa oriental, Asia o
América Latina.
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Canto, música y drama
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su insensatez teatral. Peter Brook ha dicho de la ópera que es, con la
maquinaria inerte del régimen cultural que la protege, monumento a
la estupidez humana y afirma que sus profesionales son primitivos
anticuados, torpes dinosaurios excedidos de peso, condenados a la
extinción. Así surgen Sellars, Hampe, Harnoncourt, Barenboim y una
pléyade de directores de escena y músicos que se propusieron y
consiguieron rejuvenecer los polvorientos clásicos de la monotonía y
mediocridad de los estándares de ese baúl que llamamos repertorio.
Hoy los cantantes tienen la doble exigencia de hacer lo suyo, cantar,
y actuar con la misma calidad. Hay grandes cantantes emblemáticos
con ambas habilidades sumamente desarrolladas, pero aún son
insuficientes. Es el caso de Plácido Domingo, Jon Vickers, Renata
Tebaldi, Sherrill Milnes y actualmente de unos cuantos como Andreas
Scholl o Bryn Terfel.
Otro peligro tiene que ver con el crossover, esa epidemia que
amenaza a la ópera con su vulgarización extrema mediante figuras
del pop que intentan transformar al género lírico en música para las
antesalas de los consultorios médicos, los conmutadores y los
supermercados.
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No obstante estos peligros, esta voluminosa y costosa reliquia del
pasado como la denomina Conrad, tan absurda en su reclamo
convencional de que alguien cante al ofrecer al otro una copa de vino
o solamente porque arrebata una carta a otro, rehúsa desaparecer. Al
contrario, año tras año conquista nuevos conversos y es
precisamente conversos lo que exige porque a semejanza de una
religión modifica la vida de aquellos a quienes conquista,
transformándolos en acólitos y partidarios que formarán fila la noche
entera sometidos a la lluvia y el frío con tal de comprar boletos, o
cruzarán continentes para asistir a una presentación; personas que
piensan, hablan, leen y sueñan en relación con este arte que les atrae
poderosamente.5
5
Peter Conrad, Canto de amor y muerte, Buenos Aires, Vergara, 1988, p. 32.
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